Texto 5. “Otto Adolf Eichmann, hijo de Karl Adolf y Maria Schefferling, detenido en un suburbio de Buenos Aires, la noche del 11 de mayo de 1960, y trasladado en avión, nueve días después , a Jerusalén, compareció ante el tribunal del distrito de Jerusalén el día 11 de abril de 1961, acusado de quince delitos, habiendo cometido, “junto con otras personas”, crímenes contra el pueblo judío, crímenes contra la humanidad y crímenes d guerra, durante el período del régimen nazi y, en especial, durante la Segunda Guerra Mundial. La Ley (de Castigo) de los Nazis y Colaboradores nazis de 1950, de aplicación al caso de Eichmann, establecía que cualquier persona que haya cometido uno de estos… delitos… puede ser condenada a pena de muerte”. Con respecto a todos y cada uno de los delitos imputados, Eichmann se declaró “inocente, en el sentido en que se formula la acusación”. (…) En primer lugar, según él, la acusación de asesinato era injusta: “Ninguna relación tuve con la matanza de judíos. Jamás di muerte a un judío, ni a persona alguna, judía o no. Jamás he matado a un ser humano. Jamás di ´´ordenes de matar a un judío o a una persona no judía. Lo niego rotundamente”. Más tarde matizaría esta declaración diciendo: “Sencillamente, no tuve que hacerlo”. Pero dejó bien sentado que hubiera matado a su propio padre, si se lo hubieran ordenado. (…) Según la acusación, Eichmann no solo había actuado consciente y voluntariamente, lo cual él no negó, sino impulsado por motivos innobles, y con pleno conocimiento de la naturaleza criminal de sus actos. En cuanto a los motivos innobles, Eichmann tenía plena certeza de que él no era lo que se llama un innerer Schweinehund, es decir, un canalla en lo más profundo se su corazón; y en cuanto al problema de conciencia, Eichmann recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso qe que no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños, con la mayor diligencia y meticulosidad. Evidentemente, resulta difícil creerlo. Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre “normal”…. Eichmann tampoco constituía un caso de anormal odio a los judíos, ni un fanático antisemita, ni tampoco un fanático de cualquier otra doctrina. “Personalmente” nunca tuvo nada contra los judíos, sino que, al contrario, le asistían muchas “razones de carácter privado” para no odiarles. (…) Él jamás odió a los judíos , y nunca deseó lamuerte de un ser humano. Su culpa privenía de la obediencia, y la obediencia es una virtud harto alabada. Los dirigentes nazis habían abusado de su bondad. ¨´El no formaba parte del reducido círculo directivo, él era una víctima, y únicamente los dirigentes merecían el castigo Eichamann dijo “No soy el monstruo en que pretendéis transformarme… soy la víctima de un engaño”. Eichmann no empleó las palabras “chivo expiatorio”, pero confirmó lo dicho por Servatius: albergaba la “profunda convicción de que tenía que pagar las culpas de otros”. Dos días después, el 15 de diciembre de 1961, viernes, a las nueve de la mañana, se dictó el fallo de pena de muerte.” (…) “Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Nunca las olvidaré”. Incluso ante la muerte, Eichmann encontró el cliché propio de la oratoria fúnebre. En el patíbulo, su memoria le jugó una mala pasada; Eichmann se sintió “estimulado”, y olvidó que se trataba de su propio entierro. Fue como si en aquellos últimos minutos resumiera la lección que su carrera del maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.” Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén. (Eichmann in Jerusalem. 1963) Ediciones De Bilsillo. 2008. Páginas 39, 41, 45, 46, 361 y 368.