Capítulo 4. - Junta de Andalucía

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El profesor Sai Long me llamó a las nueve de la mañana.
Estaba a punto de salir para ir al insti, pero, claro está,
aguanté su rollo matinal:
-Mi querido amigo: Estoy muy preocupado, porque creo
que nos hemos equivocado.
No tenía ni idea de lo que hablaba. ¿Qué querría decir? Se lo
pregunté:
-Sí, sí, mire. Hemos querido que sus alumnos abandonaran
la visión europeocéntrica del mundo dándoles la visión de que
la China es un mundo tan importante como el europeo, ¿no es
así?
-Sí, claro. Y no creo que estemos equivocados
-¡Pues sí que lo estamos, caballero! Porque el mundo es
mucho más, muchísimo más.
-Sí, claro, está la India, Africa…
-¡Y la gran violada de la historia… América! Llame a mi
amigo el profesor Orestes, colombiano, que estuvo conmigo
en un congreso en Pekín. El le contará, él le contará.
Le dí las gracias, anoté el número de Orestes, y salí pitando
al instituto. De camino empecé a adivinar la cosa: Sai Long
sabía que tocaba hablar del descubrimiento y colonización de
América, y, claro, me preparaba una crítica acérrima.
Me propuse llamar al profesor Orestes, del que sólo sabía
que era colombiano, al acabar el tema cuarto.
Capítulo IV
EL RENACIMIENTO Y LA ANEXION DE AMERICA
En este capítulo entramos en la denominada "Edad Moderna" que, con fechas de
referencia europea –como ha sido habitual hasta ahora- , se extiende unos tres siglos,
desde el 1453 (conquista de Constantinopla por los turcos) al 1789 (inicio de la
Revolución Francesa). A escala planetaria, en estos "tiempos modernos" se produce un
acontecimiento decisivo: la incorporación del continente americano al espacio cultural y
político de la civilización europea occidental.
Esta ampliación será también una manifestación de un nuevo fenómeno, el
colonialismo ultramarino, que además de extenderse por América lo hará por las costas
de Africa, como centro de aprovisionamiento de esclavos, oro y especias, y continuará
hasta los puertos del continente asiático.
Limitándonos en este capítulo a los siglos XV y XVI, hay que notar que en el
orden demográfico y económico Europa supera la crisis de la Baja Edad Media e inicia
su recuperación. Junto con la población crece la producción agrícola y artesanal, los
intercambios, el comercio; con él aumenta la circulación monetaria. Precisamente la
búsqueda de nuevas fuentes de suministro de metales preciosos, y el deseo de
relacionarse con Asia saltando la barrera que representaban los turcos en el
Mediterráneo oriental explica las exploraciones portuguesas y andaluzas por Africa.
Comerciantes, empresarios y banqueros
En esta época se emprenden actividades económicas y comerciales de gran
alcance que exigen mucho capital, y que implican evidentes riesgos; para poder
financiarlas se desarrolla el crédito y los sistemas de participación financiera de muchas
personas mediante acciones y compañías.
Aparece la figura del empresario, un comerciante que trabaja por su cuenta, al
margen de los gremios, proporcionando materia prima a campesinos que no viven en el
recinto de la ciudad, o incluso a maestros y oficiales de los gremios urbanos. Los
gremios ya no pueden controlar toda la producción, y hay actividades nuevas y
decisivas, como la fabricación de armas y de navíos, que escapan a su control.
Junto al empresario aparece el banquero, un negociante que comercia con
capitales; los presta a buen interés, los invierte. Su actividad necesita del apoyo de las
monarquías, a las que también sirve. Precisamente los soberanos favorecen la
producción que tiene lugar en el propio reino frente a la producción extranjera; se trata
de un sistema económico proteccionista y mercantilista en que el oro y la plata son
decisivos. Nace de este modo el capitalismo dentro de un mundo que sigue siendo
básicamente feudal. Este fenómeno, denominado también “transición del feudalismo al
capitalismo” ha motivado
muchos debates. La revolución francesa, punto final de la Edad Moderna, y las demás
revoluciones burguesas del siglo XIX podrían considerarse como el episodio final del
acceso al poder de la burguesía y del triunfo del capitalismo, y el final del modo de
producción feudal. Pero aún faltan varios siglos para que eso ocurra.
El comercio a gran distancia
El comercio continúa utilizando las rutas mediterráneas, que va perdiendo
importancia frente a las rutas comerciales del Atlántico, que conectan Sevilla y Lisboa
con Londres, Flandes y las ciudades del Báltico; en esa ruta confluyen los productos que
llegan de las colonias asiáticas y luego americanas (de España y Portugal) y los
productos del comercio continental europeo.
En la península ibérica la llegada masiva de oro y plata de América aumentó la
riqueza y podría haber permitido el desarrollo de manufacturas; curiosamente no se
aprovechó esa oportunidad. Los tesoros del nuevo mundo causaron inflación y
dependencia de las importaciones europeas, pues resultaba más rentable comprar del
extranjero que fabricar. América era, en verdad, un mercado protegido, reservado al
comercio ibérico, pero no fomentaba la producción nacional; las mercancías europeas
llegaban a Sevilla o Lisboa y de allí se reexportaban.
Las monarquías autoritarias
En el orden político continúa la consolidación de las monarquías, que ahora
denominamos “autoritarias”, iniciada ya en el XIII, en lucha contra el poder nobiliario.
Son las monarquías de Manuel “el Afortunado” de Portugal, los "Reyes Católicos" de
Castilla y Aragón o Francisco I de Francia. En el ámbito europeo esos estados
modernos coexisten con imperios muy amplios y atrasados como el de Rusia, y con
pequeños territorios de regímenes variados: ciudades autónomas, repúblicas, condados,
ducados, señoríos.
En el Sacro Imperio Romano Germánico (Alemania) existe un emperador,
electivo, que ejerce cierta autoridad sobre muchos señores, con alto grado de autonomía
política, quien además tiene tierras o territorios propios. Durante la Edad Media el
emperador había mantenido duros enfrentamientos con el Papado, por sus posesiones
italianas, de las que poco les quedaba, ya que en las regiones del norte de la península
surgieron los estados autónomos de Génova, Venecia, Siena, Milán. En el centro de
Italia se encuentran los "estados pontificios", tierras de las que el Papa es el soberano.
Toda la mitad sur de la península corresponde al reino de Nápoles y Sicilia, dependiente
de la corona de Aragón.
Los monarcas autoritarios intentan ejercer su autoridad en todo el reino, aunque
siga habiendo señores, condes, duques… Establecen órganos de gobierno y, sobre todo,
procedimientos de recaudación de impuestos para conseguir sus objetivos, entre ellos la
guerra contra otras potencias, instrumento de política exterior y de afirmación del poder
real. La guerra exige dinero, ya que hay que pagar a mercenarios y costear el
armamento, cada vez más costoso.. Burocracia, ejércitos permanentes y diplomacia son
instrumentos de la nueva monarquía.
En la península ibérica el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de
Aragón supuso una unificación relativa de los reinos, aunque cada uno de ellos
mantenía sus leyes, sus monedas y sus cortes. Los monarcas impusieron su autoridad
sobre la nobleza, que a cambio de aceptar la soberanía monárquica pudo seguir
controlando amplios territorios donde ejercían su aurotidad. Los Reyes Católicos
decretaron la expulsión de los judíos e instauraron la Inquisición, para perseguir a
herejes y judaizantes. Durante su reinado concluye la larga reconquista con la toma de
Granada (1492); además, se anexiona Navarra y comienza la aventura americana. A
Fernando le interesa sobre todo la política mediterránea de la corona de Aragón, lo que
le lleva a constantes guerras en Italia.
El descubrimiento, el genocidio
Veamos ahora cómo se produjo el encuentro con América, o el genocidio de
América: Durante dos siglos, en la búsqueda de nuevas rutas para llegar a Asia
andaluces y sobre todo portugueses habían navegado por las costas atlánticas africanas
llegando a los archipiélagos de Canarias (1312), Azores (1340) y Cabo Verde (1457).
Bartolomé Diaz alcanza la punta sur del continente y en 1498 Vasco de Gama llegaba al
puerto indio de Calcuta.
Para los europeos entre la costa atlántica de Europa y de Africa y las costas
asiáticas se extendía un océano inmenso y peligroso, donde tal vez hubiera islas
desconocidas. Cristóbal Colón, un extranjero –tal vez genovés- al servicio de la corona
de Castilla, creía que era posible cruzar ese misterio rumbo al oeste y llegar a las costas
asiáticas. Como creía, al igual que otros muchos, que la tierra era redonda, y conocía la
distancia de Europa a la China por el este, efectuando operaciones sencillas calculó la
distancia por el oeste, por el mar. Colón, sin embargo, se equivocó en sus cálculos, y si
no hubiera existido en medio del océano un continente desconocido no hubiera podido
llegar a Asia.
El caso es que Colón “descubre” América -digámoslo así-, en 1492 y desde
entonces los castellanos y luego españoles y portugueses explotan, conquistan y
anexionan el nuevo mundo, recurriendo a la violencia, a la esclavitud y a la destrucción
de las culturas nativas e instalando en América ciudades, iglesias y haciendas. Francia,
Gran Bretaña y Holanda, más tarde, logran también asentarse en el continente y en las
islas del Caribe.
Las consecuencias de la anexión de América fueron inmensas. Dos países del
extremo occidental de Europa se convierten en centros de control de territorios
inmensos y distantes. Europeos y africanos emigran a América. Se intercambian plantas,
animales, microbios e ideas: el maíz, la patata y las culturas descubiertas viajan hacia el
este; el trigo, el caballo, la vaca, los idiomas europeos, el cristianismo y la intolerancia
hacia el oeste. La explotación del oro, de la plata y de otros recursos de los nuevos
territorios supusieron para Europa una acumulación de capital considerable. Portugal y
Castilla construyen imperios coloniales -en el caso portugués extendido además por
Africa y Asia-. Castilla se convierte en la primera potencia europea.
Descubrir pueblos ignorados por la Biblia supuso para la iglesia del siglo XVI la
posibilidad de evangelizar y convertir a los nativos. En tierras asiáticas los portugueses
no consiguieron un éxito similar: se les habían adelantado el budismo y el Islam.
El humanismo y el Renacimiento
Volvamos al viejo continente antes del hallazgo del Nuevo Mundo. En el ámbito
de las mentalidades, la cultura europea vivió la aventura del humanismo, de la reforma
religiosa y del renacimiento. El humanismo fue un movimiento cultural basado en el
estudio del hombre, de lo humano, mediante la investigación científica, el espíritu crítico
y el análisis. Los humanistas querían enlazar con el mundo grecolatino, y tradujeron y
estudiaron las obras de autores clásicos. Creían posible abarcar todos los campos del saber
y ayudar al bienestar de los hombres y de los pueblos; Erasmo de Rotterdam y el
valenciano Luis Vives fueron dos filósofos y ensayistas destacados. Otros escritores
notables, en latín o en las lenguas vernáculas fueron Ausiàs March, Rabelais,
Maquiavelo. Hubo también filósofos de orientación platónica e investigadores y
científicos, como Nicolás Copérnico, quien observó que la tierra gira alrededor del sol y
dejó de lado la doctrina tradicional de la Biblia, geocéntrica.
Un avance técnico permitió difundir las ideas y multiplicar a bajo precio las copias
de los escritos: la imprenta, invento revolucionario, que inicia en Europa Guttemberg en
1450 (claro que en la China ya hacía siglos que se utilizaba). A España llega en 1474. En
1500 ya tienen imprenta 236 ciudades europeas, y se han impreso diez millones de libros.
El humanismo va ligado, en las artes plásticas, a un estilo que se desarrolla entre
los siglos XIV y XVI en algunas ciudades italianas como Florencia, Venecia y Roma, y
que de allí se extiende por gran parte de Europa; es el llamado "Renacimiento", nombre
que indica el deseo de recuperación de los valores clásicos; es decir, querían hacer
edificios, esculturas y pinturas tal como se hizo en los días, para ellos gloriosos, de
Grecia y Roma, y abandonar las técnicas y la estética gótica. El nuevo estilo estudia las
obras clásicas, y quiere imitar sus principios de perfección, proporción, belleza,
armonía, equilibrio y orden, incluso en la pintura, que carecía de modelos griegos o
romanos.
Pintores, sabios, músicos y eruditos rodean a los señores nobles laicos o religiosos. al
rey o al Papa, como aduladores de mecenas que, sin abandonar sus prácticas religiosas
cristianas, se justifican con los ejemplos del pasado clásico. El renacentista es un
humanista, y viceversa. Quiere ser un hombre perfecto y ágil de cuerpo, despierto,
curioso y creador, un “cortesano”. Leonardo da Vinci es un buen ejemplo de escultor,
orfebre, arquitecto ingeniero y científico. En la Roma de los Papas Médici (Julio II y
León X) trabaja Miguel Angel como pintor y arquitecto. Las cortes de los reyes de
Francia, Bohemia, Hungría o Castilla imitan los modelos italianos, y aparecen variantes
regionales, como la escuela flamenca de los hermanos Van Eyck.
La Reforma protestante
Amplios territorios del este de Europa eran cristianos ortodoxos, que estaban
separados de los católicos romanos pues no reconocían a un jefe supremo de toda la iglesia
cristiana. En los países de occidente, y dentro del espíritu humanista, algunos cristianos
habían planteado una renovación de la iglesia que volviera a los ideales de la Cristiandad
primitiva y que pusiera fin a la opulencia del clero y a la superstición e ignorancia del
pueblo.
Una reforma iniciada en 1517 por el agustino alemán Martín Lutero, se
extenderá a muchos países y se denominará la Reforma protestante, o simplemente “la
Reforma”. Los "protestantes" defendían la relación directa del hombre con Dios y con
los textos revelados; querían una iglesia sencilla, sin excesos litúrgicos ni imágenes, sin
papa ni obispos, con una liturgia en las lenguas vernáculas, y no en latín.
Rechazadas sus propuestas por el Papa, Lutero ganó el apoyo de algunos nobles
y de muchos sectores del pueblo que vieron en la religión reformada una forma de
canalizar sus protestas sociales. Los nobles protestantes alemanes, por su parte, se
apropiaron de los bienes del clero, que quedaba “reformado”. Han atendido a la llamada
de Lutero, que les propone una opción nacionalista y germánica frente a la Roma
decadente.
Diversos esfuerzos por reconciliar a católicos y protestantes fracasaron, y se
endurecieron las posturas enfrentadas. Los nobles protestantes impusieron la Reforma a
sus súbditos, y los nobles católicos persiguieron a los "herejes". Europa vivió años de
intolerancia. En Inglaterra Enrique VIII se separó de Roma y se puso al frente de su propia
iglesia, denominada anglicana, que se convierte en religión oficial con la reina Isabel I,
después de un paréntesis católico de María Tudor. En Ginebra se instauró la teocracia
calvinista, o de la iglesia protestante de Juan Calvino, corriente que se extendió por
Holanda, Gran Bretaña y Francia, donde esos protestantes se denominaron "hugonotes".
En Francia la adopción de ese protestantismo por algunos nobles provocó ocho "guerras de
religión" que ensangrentaron el país de 1562 a 1598, incluyendo matanzas de protestantes,
el asesinato de Enrique III y la conversión al catolicismo, por conveniencias políticas, de
Enrique IV. El Edicto de Nantes de 1598 concedió a los hugonotes cierta libertad de culto
y unas cien ciudades de refugio. Los países nórdicos adoptaron el protestantismo.
La iglesia católica reaccionó tarde al reto reformista de los protestantes, y lo hizo
mediante el Concilio de Trento (1545-1563) que intentó, aceptando el hecho consumado
de la escisión de los cismáticos, poner orden en el clero, en la doctrina y en la liturgia.
Trento valida la pompa y la gloria de las imágenes religiosas y de la teatralidad, y lanza
una “Contrarreforma”, para atraer al seno de la iglesia católica a los pueblos de los
países europeos occidentales descarriados, y una acción misionera en todo el mundo; los
jesuitas son los abanderados de esa empresa. El jesuita Francisco Javier inicia la
evangelización del Japón en 1549; en 1559 los jesuitas Mateo Ricci y Ruggieri se
encuentran en la capital de la China, donde son acogidos con curiosidad por los sabios
de la dinastía Ming, donde en 1610 se proclama la libertad de cultos, en claro contraste
con las tendencias de la Europa occidental de la época.
Panorama internacional: guerras y alianzas
Para entender el juego de intereses políticos en Europa en este siglo de
conquistas coloniales y guerras religiosas, hay que analizar el poder de los Austrias
españoles, es decir, del primero de ellos Carlos I (1500-1550), nieto y heredero de los
dos Reyes Católicos (Carlos, por esa herencia, era rey de Castilla y Aragón) y soberano
de Borgoña, Flandes y del Sacro Imperio Romano Germánico. Su imperio variopinto,
auténtico mosaico de pueblos de lenguas, leyes y normas distintas, era fronterizo de otro
imperio multiétnico, el turco. A diferencia de este, el de Carlos I tiene un rico apéndice
en América.
Carlos I no pudo conseguir el sueño humanista de hermanar a todos los pueblos
de su imperio en una “universitas christiana”, porque se enfrentó con las suspicacias de
Francia –país rodeado por posesiones del Emperador- y con la disgregación alemana
causada por la Reforma. En Alemania el emperador, frente a esos príncipes protestantes,
defendía la unidad católica y la unidad del imperio.
Ambos problemas estuvieron ligados en una especie de guerra pan-europea,
continental y marítima, en la que los príncipes protestantes, unidos en una Liga, recaban
y consiguen ayuda de Suecia, Dinamarca, e incluso del imperio turco, intersado en
debilitar a las potencias occidentales. Francia se presentaba como adalid nacionalista y
enemiga del dominio de los Austrias.
En el escenario italiano la enemistad con Francia ocasionó tres guerras; el
emperador venció a Francisco I en Pavía (1525) y consiguió adueñarse del Milanesado,
región estratégica para las comunicaciones del imperio ya que estaba situado entre sus
posesiones de Centroeuropa y las del sur de Italia. Las campañas continuaron hasta
1544 (Paz de Crepy). Precisamente en 1527 la ciudad de Roma fue saqueada por tropas
imperiales -lansquenetes protestantes-, y tres años más tarde el papa, en Bolonia, ponía
sobre la cabeza de Carlos la corona imperial, después de haber recibido las tierras de los
estados pontificios que el emperador le había conquistado.
El enemigo turco estuvo presente y activo, como hemos visto, en los pleitos
internos europeos; dominaba el Mediterráneo oriental y las costas del norte de Africa, y
avanzaba por los Balcanes hacia el corazón de Europa; Viena fue asediada en 1529.
En la contienda con los príncipes alemanes, Carlos I venció en la batalla de
Mühlberg (1547) pero la cuestión religiosa no quedó resuelta y el emperador tuvo que
aceptar, en 1555, la paz de Augsburbo, que concedía libertad religiosa a cada principe,
es decir, libertad de imponer su opción religiosa a sus sufridos súbditos.
Carlos I y Felipe II
En España, país donde residiría tras su abdicación, y donde moriría, los
comienzos del reinado de Carlos I habían sido difíciles, pues se enfrentó con dos
rebeliones burguesas y urbanas, las Comunidades de Castilla y las Germanías de
Valencia y Baleares, que pudo solucionar aliándose con la aristocracia latifundista.
Felipe II heredó todos los territorios de su padre Carlos I, salvo el imperio
alemán, a los que sumó Portugal, conquistado por la fuerza alegando derechos de
herencia, y el imperio colonial portugués africano, asiático (Goa en la India, Malaca,
Macao) y brasileño. Heredó también una situación internacional difícil en la que
lideraba las fuerzas católicas contra protestantes y turcos.
Contra los primeros se enfrentó en particular con Isabel I de Inglaterra; se trató
de una guerra marítima, tanto en aguas americanas, en que los ingleses actuaban como
piratas saqueando flotas y ciudades, como en aguas europeas, donde tuvo lugar el
fracaso de la poderosa expedición con la que Felipe II pretendía conquistar Inglaterra, la
llamada “Escuadra Invencible” que resultó totalmente vencida en 1588.
La “era isabelina” inglesa es un periodo de auge económico y cultural en el que
se inicia la gran expansión marítima y colonial del país .A la muerte de Isabel, sin
herederos, el trono pasó al hijo de María Estuardo, Jacobo VI de Escocia, conocido
como Jacobo I; Inglaterra y Escocia no quedan unificadas ni integradas, sino que
sencillamente tienen al mismo soberano.
Felipe II se enfrentó con el levantamiento de Holanda, una de las regiones más
manufactureras y comerciantes de Europa. Allí gran parte de la población era
protestante y rechazaba formar parte del imperio español. Los nobles lideran la lucha
por la independencia, que será aplastada por la fuerza y la represión de las tropas
castellanas: Es la guerra de Flandes, que costó muchas vidas y muchas destrucciones, y
que concluyó con la división del territorio en dos regiones: el sur, católico, que se
mantiene bajo la soberanía española, y el norte o Provincias Unidas, que consigue un
alto grado de autonomía.
La lucha contra los turcos sufrió avances y retrocesos; la victoria cristiana de
Lepanto en 1571 -en la que perdió el brazo Miguel de Cervantes- fue seguida de nuevas
victorias turcas.
La mayor dificultad de funcionamiento del amplio imperio de Felipe II era el
costo mismo de las empresas imperiales: ejército, marina, justicia, administración. Los
presupuestos del estado se basaban en los tributos ordinarios, que debían votar las
diversas cortes o asambleas de los estados y territorios constituyentes, en los impuestos
indirectos que gravaban muchos productos, y en las remesas de oro y plata de América,
de todas las cuales el impuesto llamado “el quinto real” (que no siempre era la quinta
parte) pasaba a la corona. Bastaba con que una flota de América fuera asaltada, o se
hundiera en un temporal, para que el estado se quedara sin fondos. Las tropas y los
funcionarios tardaban en cobrar; los prestamistas se negaban a adelantar los fondos, y el
poderoso monarca de El Escorial debía declarar la bancarrota. Al morir Felipe II en
1598 el Imperio hispánico presenta claros síntomas de dificultades financieras, mientras
que Gran Bretaña y las Provincias Unidas parecen haber iniciado una era de franco
desarrollo.
Los europeos y el mundo
Al acabar el siglo XVI las grandes sociedades del planeta han roto su
aislamiento. Los barcos europeos han forzado las relaciones comerciales con puertos de
Africa y de Asia, y han anexionado las principales áreas americanas.
Los portugueses se han asentado en Brasil, donde hay pocas riquezas
explotables. Los españoles, por el contrario, han encontrado en el continente dos
poderosos imperios, el azteca y el inca. La admiración de Hernán Cortés en
Tenochtitlán, la capital azteca, es comprensible: no había en Europa ninguna ciudad tan
rica y poderosa. La conquista del imperio azteca por Cortés y del inca por Francisco
Pizarro constituye una triste epopeya de manipulación, engaño y crueldad hacia quienes
nada habían hecho a los invasores. Las ciudades de México y Lima se convierten en
capitales de dos virreinatos dependientes del lejano rey y del lejano Consejo de Indias.
En toda América se utiliza el trabajo indígena para beneficio de los señores españoles,
que se instalan a disfrutar del producto de las minas y de los campos. Oro y plata se
envían a Sevilla en flotas protegidas de la codicia de otras potencias, aquellas con las
que se mantenían guerra en Europa.
La explotación y el genocidio de los americanos son tema de denuncias de
algunos clérigos, como Bartolomé de las Casas, que consiguen modificar en pequeña
medida, y muchas veces tan sólo sobre el papel, algunas de las Leyes de Indias. Sin
embargo los nativos se mueren; la despoblación es tan violenta que sólo se puede
explicar por el impacto de las enfermedades europeas, para las que los nativos carecían
de defensas, y por la alteración de todas sus pautas económicas, sociales y culturales.
Carentes de la barata mano de obra local, españoles y portugueses organizan
un comercio de esclavos africanos en que participan también ingleses y franceses. Los
mismos que justificaban su posesión colonial con el argumento de la evangelización, no
tienen escrúpulos en tratar a seres humanos de Africa como meros instrumentos de
producción.
A escala mundial, la incorporación de América decide el equilibrio de fuerzas
planetarias a favor de Europa. La China continúa siendo un imperio extenso, organizado
y técnicamente avanzado, que a fines del siglo XVII cuenta con 150 millones de
habitantes. Esta es la época de la dinastía Ming, de tendencia absolutista, que realiza
una política de expansión e incorpora Manchuria, Indochina y Mongolia. Los chinos
también habían organizado expediciones marítimas de gran alcance en una época
anterior a los portugueses, en 1405-1421. Seis expediciones del gran eunuco Zheng He,
la primera de ellas con 317 barcos y 28.000 hombres, exploraron las costas indias y
africanas y las islas del sureste. Pero no eran tierras nuevas desconocidas, ni tampoco
las expediciones alteraron las relaciones de los chinos con ellos. Después de Zheng He
la China cierra la etapa de navegación marítima: no encuentra razones para continuarla.
Los europeos se han acercado al universo chino: han llegado al sureste de Asia,
los españoles han fundado ciudades en las islas Filipinas, y los portugueses han
conseguido que el emperador chino les ceda territorios francos en el puerto de Macao.
Ahora os lo cuento: Llamé al profesor Orestes, que me
pidió que le enviara por e-mail este mismo capítulo. Quedó
en llamarme, una vez lo hubiera leído, y la verdad es que me
llamó y me dijo que, en general, le había parecido bien lo que
yo había escrito. Que quedaba claro que la actuación europea
en América fue una violación, un genocidio, una arbitrariedad
total, y encima perpetrada en nombre de Dios. ¡Nada menos
que pretendían que el Papa, representante de Dios en la
tierra, había dividido el mundo entre España y Portugal para
que lo explotaran a su gusto! ¡Qué vergüenza! Recuerdo dos
frases que me impresionaron, y os las transcribo;
-¡Fíjese que ni siquiera les respetaron el nombre! Ese
nuevo continente se denominó con el nombre propio de un
italiano, el señor Americo Vespucci, ¡casi nada! Es como si en
vez de Europa llamaran ustedes a su continente Paplatxedia,
porque un tal Paplatx, mexicano, hubiera escrito un libro de
viajes a Europa.
-No se me enoje: Fue una tragedia planetaria:
¡Imagínese! Los pueblos americanos creían que el mundo sólo
era su continente, que no había nada más allá, ni por un
océano ni por el otro. Se creían solos en el universo. ¡Y de
pronto aparecen unos extraños seres que llegan por el mar
con armas poderosas, y que los convierten en sus esclavos!
¿Se habían equivocado sus dioses? ¿Qué habían hecho para
merecer ese castigo?
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