LA DIÁSPORA Nabucodonosor II, en 609, conquistó Jerusalén, cuyo templo de Salomón destruyó, y deportó a la aristocracia judía a Babilonia. Este período, conocido como de «cautividad», inició el fenómeno de la diáspora y representó, paradójicamente, un momento de auge de la cultura hebrea, con la compilación de la Biblia y la sistematización de otras doctrinas tradicionales. Cuando el Imperio neobabilónico fue destruido por los persas, éstos permitieron a los judíos deportados regresar a la patria a condición de reconocer su vasallaje. No todos retornaron, pero los que lo hicieron constituyeron un foco cultural y religioso cuya máxima expresión fue la reconstrucción del templo de Salomón (completada hacia 515 a.J.C.). El prolongado período de paz bajo la dominación persa, en cuyo transcurso el arameo desplazó al hebreo como lengua de uso, dio paso, sin sobresalto alguno, a la incorporación de Judea al imperio de los sucesores de Alejandro Magno (s. III a.J.C.; Tolomeos de Egipto primero, Seléucidas de Siria después). El nuevo ámbito político facilitó aún más la diáspora judía, y se inició un provechoso contacto con el mundo cultural helenístico. La traducción de la Biblia al griego en Alejandría (versión de los Setenta) significó un paso decisivo en la difusión universal de las doctrinas hebreas. Los Seléucidas, sin embargo, rompieron la tradición de tolerancia de la que se habían beneficiado los judíos hasta el momento, y trataron de imponer una helenización forzosa en la cultura y la religión. La resistencia quedó plasmada en los libros bíblicos de Daniel y Ester y en la rebelión capitaneada por los hermanos Macabeos (160 a.J.C.). El debilitamiento del Imperio seléucida, carcomido por las luchas internas, devolvió a los judíos cierta tranquilidad e incluso la independencia durante un siglo, gobernados por unos sacerdotes-reyes descendientes de los Macabeos, hasta la anexión por Roma a mediados del s. I a.J.C. Bajo la influencia de Roma Roma ya había conquistado Siria y aprovechó las luchas dinásticas que sacudían Jerusalén. Los romanos reconocieron como rey a Herodes (73-4 a.J.C.), hijo de Antípatro, un alto dignatario judío favorable a Roma. Herodes, muy helenizado aunque cumplidor de la ley mosaica, llevó el orden y una relativa prosperidad a su pueblo, pero se ganó la enemistad de los celosos de la ortodoxia. Éstos alimentaron un clima apocalíptico y de expectativas mesiánicas, que convirtieron Palestina en un hervidero de rebeliones que los reyes, siempre sostenidos por Roma, no consiguieron superar, arrostrando ellos mismos una gran impopularidad con independencia de lo acertado de su gestión. Esta atmósfera de deterioro estalló en 66 d.J.C. en una rebelión que culminó en el año 70, siendo Tito emperador en Roma, con la toma de Jerusalén y la destrucción definitiva del templo. Tras este episodio, puede darse por concluida hasta nuestros días la historia de una Palestina judía. ************************************************************** En el período comprendido entre 586-538 a.J.C., los judíos, nombre genérico que incluye tanto al pueblo de Israel como al de Judá, iniciarían lo que se conoce como la diáspora (dispersión), huyendo del poder babilónico y del cautiverio de Babilonia. El retorno de los judíos a su tierra no se produciría hasta la conquista de Babilonia por parte del rey Ciro II de Persia (559553 a.J.C.). *************************************************************** Desde el 40 a.J.C., cuando Herodes ocupó el trono del país convertido en un protectorado romano, los hebreos se rebelaron en varias ocasiones contra Roma. El fenómeno de la diáspora, que se había producido varios siglos antes durante el cautiverio de Babilonia, se volvió a repetir bajo el dominio del Imperio romano, bajo el cual el Templo de Jerusalén fue definitivamente destruido. La dispersión hebrea pasó paulatinamente del ámbito romano al europeo-musulmán.