Huellas 69 - 70.pmd - Universidad del Norte

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DOSSIER Voces
Sobre Ramón Vinyes y “la mitomanía”*
Rodolfo Insignares del Castillo**
Desmitificar la figura de Ramón Vinyes en la cultura local es una cosa y minimizar su importancia es otra. Comenzando porque la frase acuñada
por algunos historiadores para referirse a Voces,
“la revista de Vinyes”, no es totalmente incorrecta. Si bien es cierto que Julio Enrique Blanco y
Enrique Restrepo “atendían en aquella revista el
matiz sesudo y filosófico”, según lo expresa Julio
Gómez de Castro en 1926; y que en torno a ellos se
agrupaban Gonzalo Carbonell, Antonio Luis
McCausland y otros amantes de tales temáticas
—aunque no escribiesen algo significativo en Voces—, no es menos cierto que en la práctica Vinyes
fungía como su director, coordinador, editor, o como
quieran llamarlo, aun cuando por razones personales o de nacionalidad no exhibiera ninguno de
esos rótulos. Pero era la voz cantante en el tejemaneje, configurando globalmente la obra y preocupándose del ritmo de producción, el nivel de las
publicaciones y el perfil de la tribuna. Y conste que
no estamos hablando aquí de la función tipográfica, porque ése no es el asunto, y bien sabido es
que Hipólito Pereira (Héctor Parias) fue el encargado de este frente hacia la época final de ese “cuaderno, simpático por su permanente inquietud y
por su demoledora locuacidad”; y que Julio Gómez
de Castro coordinó la composición y reproducción
en la primera época y es también reconocido por
“haber cristalizado la idea de la revista en el marco del palique.” De allí que, en justicia, a Pereira y
De Castro se les llame directores protocolarios.
Mas el director, coordinador o editor en ejercicio de una revista intelectual es quien busca, recibe y selecciona material idóneo; quien rastrea
el recorrido de su trabajo una vez entra en circu*En respuesta al artículo de Eduardo Bermúdez Barrera, “Voces y la mitomanía sobre el Sabio Catalán”, el
cual discutí con él antes de entrar en circulación.
**Administrador de empresas. Profesor Cátedra Gabriel
García Márquez, C.C., Escuela Normal Superior La Hacienda, ENSH. Profesor de Investigación, Corporación
Universitaria de la Costa, CUC, Universidad del Atlántico, ENSH. Colciencias, 2002.
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Huellas 69 y 70. Uninorte. Barranquilla
pp. 80-84. 12/MMIII-04/MMIV. ISSN 0120-2537
lación, e incita a sus mejores aportantes a que
prosigan remitiéndoles y manteniendo o superando
el nivel de sus escritos. La comunicación de Vinyes
a Blanco, citada por Eduardo Bermúdez en su candente artículo, simplemente muestra la actitud del
editor que se inquieta por saber en qué anda uno
de sus colaboradores estrella; que indaga por su
actual producción y hasta lo lisonjea para elevarle
su autoestima —“escríbame sobre sus estudios,
ya que usted es el único de todos nosotros que conserva encendida la lámpara”—. Por tanto, desconocer la importancia de Vinyes en Voces no sería
un exabrupto pero sí una injusticia histórica que
debemos evitar a toda costa.
Porque en el supuesto de que una nueva leyenda estuviere acuñándose y amenazando con reemplazar a otra, nos preguntaríamos: ¿Sin editores de la condición de Vinyes se darían colaboradores estrella? ¿Sin la atención e insistencia de
Vinyes se habría logrado que Blanco publicara con
la asiduidad y notoriedad como lo hizo en Voces?
¿Sin la intervención de Vinyes —tal como lo relatan Julio Núñez Madachi, Germán Vargas Cantillo
y Ramón Illán Bacca—, habría podido salir Blanco
de la postración anímica en que lo sumieron las
burlas de que fue objeto por sus artículos filosóficos? Por cierto, ¿quién le comunicó al filósofo la
noticia del comentario favorable que le hizo José
Ingenieros a su artículo en la revista de Buenos
Aires? Y haciendo avanzar el tiempo...: ¿Sin
Vinyes, GGM se habría recuperado del despiadado
rechazo del crítico argentino Guillermo de Torre a
su primera novela? ¿Quién le corrigió párrafo por
párrafo La Hojarasca luego de esa fatídica carta en
la que De Torre le aconseja al futuro Nobel olvidarse de ser escritor?
Es evidente que Voces no es solamente literaria sino también filosófica, aunque no pocos historiadores y críticos —no creo que de manera intencionada o “impune”— hayan pasado por alto este
irrebatible hecho; pero también es evidente que
el trabajo literario montado y dirigido por Vinyes
fue el que generó el impacto inmediato y directo
en la ciudad y por eso se ha constituido en el principal atractivo de Voces más allá de su tiempo. Y
no podría esperarse algo distinto, porque pronunciarse con nombre propio en contra de Antonio
Gómez Restrepo, cuestionándole que lo llamaran
“el Príncipe de la crítica colombiana” tan sólo —
según Vinyes— por hacer crítica de obras ya criticadas cientos de veces; o contra Max Grillo, emblema del teatro nacional, o contra Tomás
Carrasquilla, Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro
—nuestros máximos exponentes literarios de finales del siglo XIX e inicios del XX—; y pronunciarse así en un momento político tan álgido en el
que tales nombres eran reverenciados por la sociedad colombiana, no podía granjearle sino animadversiones y vituperios al catalán; los mismos
que igualmente le granjearon sus traducciones de
escritores ingleses y franceses de avanzada, los
cuales constituían una seria amenaza para el ordenamiento imperante, recordando que para Miguel Antonio Caro y los conservadores de esos
tiempos la literatura que debía conocerse y estudiarse era la que contribuía a preservar la moral y
el espíritu católico. Y muchos de tales escritores
eran protestantes y/o de tendencias liberales, sin
mencionar a los temidos y odiados masones. En el
caso de Chesterton, el gran modelo de Vinyes, es
quien inicia en Inglaterra la literatura irreverente, mordaz y satírica, enfrentando con ésta, y de
algún modo resquebrajando, los sólidos esquemas
victorianos. Por ende, las traducciones del catalán sí fueron consideradas atentatorias en dicho
momento y de ahí la posición final de la Curia frente a o :Voces, posición que anecdótica y magistralmente registra Vargas Cantillo en su libro clásico: “Perdónenme la cobardía que me embarga y que
me impide consignar el adjetivo calificador: ¡No
manden más la revista!”
En cambio, no me atrevería a considerar tan
amenazadores los aportes de Blanco y Restrepo,
pues si bien éstos trabajaban pensadores franceses, alemanes e ingleses —más próximos al ateísmo—, “afortunadamente” para dicho ordenamiento aquí pocos los entendían. (Aunque habría cierto
testimonio de una confrontación casi física entre
los filósofos y el padre Revollo).
Pero aparte de editor y traductor, Vinyes cumplía una función pedagógica en la ciudad; tanto a
través de Voces y otros medios escritos posteriores, como directamente con los jóvenes en cafete-
Arr.:El grupo de Barranquilla.
Ab.: “El sabio catalán” paseando por Bogotá con
Germán Vargas (ext. izq.) y otros amigos.
rías o librerías o en el aula. A propósito, pareciere
existir un error en el recuento histórico de Vinyes
en Barranquilla; desde Gilard, al menos, todos citan que el catalán dictaba clases en un colegio de
señoritas. Esto habría que revisarlo con mayor
cuidado, porque hemos encontrado su fotografía
como profesor en los archivos de la Escuela Normal Superior La Hacienda de 1950, institución que
para la época responde al nombre de Escuela Normal para Varones del Litoral Atlántico. Sucede —y
creo que allí podría estribar el generalizado error
si acaso lo es—, que esta última entidad, según
los datos del historiador Francisco Vargas
Hernández, “funcionó de 1919 a 1932 en las instalaciones ubicadas en lo que actualmente corresponde a predios del Colegio de Barranquilla para
Señoritas”.
De cualquier manera, el descubrimiento de
Vinyes en el pasado de La Hacienda nos impulsó a
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indagar más sobre su trabajo pedagógico y por ello
los estudiantes Katia Sinning Pérez y Anderson
Gómez Castellanos, del Ciclo Complementario,
contactaron a un alumno suyo que nos ha informado sobre el tipo de enseñanza flexible que aquél
desarrollaba y sobre otros aspectos enaltecedores
de su figura como maestro, destacando, en particular, que sus pupilos se disputaban los primeros
asientos del salón para escuchar mejor sus clases, situación característica que no ocurría entonces con ningún otro docente; e igualmente, que
su didáctica era de estilo conversatorio y sus evaluaciones bastante flexibles, en una época en donde la flexibilidad de la enseñanza en nuestro medio era apenas un rumor.
Mas esto último no sería muy nuevo, porque
Alfredo de la Espriella ya ha señalado al ibérico como
un “excelente profesor”; pero nos sirve lo tratado
para apuntalar que además de editor o director en
las sombras de la revista Voces, y de traductor e
introductor de la literatura europea de vanguardia
en Barranquilla y Colombia, Vinyes también debe
ser reconocido y ponderado como pedagogo, función
que todavía no ha sido detallada prolijamente en
sus marcos formales, aunque sí con referencia al
Grupo Barranquilla; porque, entre otras cosas, un
políglota, fundamentado y culto personaje que orienta las lecturas de jóvenes y promueve conversaciones temáticas dentro y fuera del aula, y quien en
el contexto de una escolaridad surcada por la rigidez prefiere hacer fluir en ellos el conocimiento
antes que el rendimiento o la disciplina, no puede
llamarse de otra manera. Que la figura de Ramón
Vinyes no alcance a consolidarse como personaje
en la trama de Cien años de soledad no significa
nada. En diversas instancias públicas y privadas
GGM ha rendido tributo a la orientación recibida
del maestro, al que sin mayores pretensiones
lingüísticas, pero sí metafóricas, llamó “el viejo que
había leído todos los libros”.
Si Julio Enrique Blanco y Enrique Restrepo sabían de filosofía y él no —como ciertamente lo confirman diversos testimonios y documentos—, no
es tan relevante para eclipsar la representatividad
de Vinyes en la revista de 1917/1920. De hecho,
el trabajo filosófico en Voces, desde el punto de vista de la trascendencia de su contenido, no tendría
incidencia alguna en la ciudad y el país sino hasta los años ochenta, cuando dos jóvenes estudiantes de filosofía de la Universidad Metropolitana,
Eduardo Bermúdez Barrera y Julio Núñez Madachi,
por voluntad propia y con gran entusiasmo, abor-
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dan al octogenario filósofo fundador de la Universidad del Atlántico e inician así el redescubrimiento que tantos frutos ha rendido y seguirá rindiendo, especialmente con la Universidad del Norte, la Universidad del Atlántico y El Heraldo, de paso
causando asombro entre no pocos especialistas
nacionales y extranjeros; que Blanco debatiera y
escribiera críticamente sobre Kant, Haeckel,
Poincaré, Bergson, Herbart, Husserl, previa lectura en idioma original, y que intentase resolver los
problemas de la filosofía de la ciencia de la época y
estuviere por ello a la par de la cultura filosófica y
científica europea, es un fenómeno sorprendente
que obliga a recomponer la historia de la filosofía
en Colombia y Latinoamérica, como ya está ocurriendo; mas no necesariamente, en procura de
tal finalidad, oscureciendo los aportes de Ramón
Vinyes en otros tantos frentes de la cultura y la
educación.
Por ende, y aun cuando es muy saludable que
se abra la polémica respecto a Voces y surjan así
nuevas perspectivas en torno a este patrimonio
cultural barranquillero —perspectivas que habrán
de incrementarse con el correr del tiempo por la
notable contribución de la Universidad del Norte
al reeditar dicha revista—, recomiendo amablemente se evite la tentación de desconocer pergaminos en procura de resaltar otros, tal como le fueron desconocidos socialmente a Julio Enrique Blanco, muy a pesar de que El Heraldo y la Universidad
Pontificia Bolivariana, principalmente, se constituyesen en receptores y divulgadores de su trabajo desde mediados del siglo anterior.
Si no se le debe llamar “sabio” porque no manejó la filosofía de la ciencia o porque tenía baches
en la cultura científica, pues llamémoslo de otro
modo y sanseacabó. Pero no considero que haya
mitomanía o afirmaciones “impunes” porque no
pocos historiadores se hayan dejado encandilar por
una figura del género, en torno a la cual todos quienes lo conocieron coinciden en afirmar que era
definitivamente magnética; tanto por la forma
como socializaba sus conocimientos y por estos
mismos, como por los restantes atributos de su
personalidad cultural y social. Valga la pena rememorar las palabras con que Enrique Restrepo
informaba sobre los motivos de su invitación a
Vinyes a las tertulias en las que servía de anfitrión, desde la primera vez que lo escuchó hablar
con los clientes de su librería “Vinyes Auqué Ltda.”;
palabras que han quedado registradas para la historia y han sido publicadas en distintas fuentes.
Coincidiré, por supuesto, y porque lo he escrito
también, en que la relación Vinyes - Grupo Voces
no es la misma relación Vinyes - Grupo Barranquilla; en que la personalidad intelectual del catalán es distinta y casi antagónica a las de Blanco y
Restrepo; en que al llegar en 1914 a Barranquilla
Vinyes no era el único individuo culto en ésta y
tampoco quien nos quitó el taparrabo —a pesar de
lo escrito por Fray Candil—; y en que, de buena fe
o por falta de acuciosidad, los historiadores cometieron deslices asignándole a Vinyes la autoría de
artículos no firmados en Voces.
y los cuales cristalizaron en octubre 15 de 1925 con
el asesinato de Pedro Pastor Consuegra a manos
de Héctor Parias en el teatro Cisneros.
Por cierto, recordaremos que mientras Julio
Enrique Blanco se refugiaba en sus negocios de
familia y con justificada razón iba fraguando el
concepto y la actitud del “intelectual solitario”; y
que mientras Enrique Restrepo preparaba maletas para largarse de ésta y no regresar jamás, Ramón Vinyes soportó con mayor rigor el encono ge-
Pero hay otros muchos aspectos de extraordinaria riqueza por estudiar, sin querer decir que la
insistencia en el perfil filosófico de Voces no sea
importante; por ejemplo, el estilo de escritura del
catalán no ha sido trabajado a fondo en la ciudad,
si bien se localiza buena parte de su notable volumen de producción con relativa facilidad, y por lo
que, además de editor, traductor, innovador y pedagogo, también debe ser admitido entre los escritores estrella de “su” propia revista, y obviamente
más allá de la misma; en especial identificándolo
como experimentador público de la palabra escrita, un señalamiento ya establecido por el “mitómano mayor”, Jacques Gilard, en atención a la diversidad de formatos con los que aquél laboraba,
que podría también ser uno de los motivos de la
dificultad para identificar determinados artículos
suyos que aparecieron sin firma o bajo seudónimo
en Voces y otros medios. (No olvidemos la inocentada aquella de Vinyes a Francisco Pardo Fuenmayor, “Paco Lince”, enviándole un mensaje escrito en el que se hacía pasar por Vargas Vila y
aquél creyéndoselo.)
Hasta donde mi modesta sensibilidad me lo ha
permitido, este políglota, librero, dramaturgo,
teatrero poco reconocido como tal en su país —a lo
mejor sólo mencionado por la Enciclopedia Espasa
o por la biblioteca que en Barcelona hoy lleva su
nombre—, aprendió a manejar como maestro el
esquema de las “dos lenguas”, es decir, a escribir
simultáneamente con dos sentidos diferentes para
darle contentillo a unos y a otros cuando la ocasión
lo ameritaba o se veía forzado, pretendiendo, de esta
forma, no comprometerse tan peligrosamente como
lo hizo durante su primera y conflictiva época en
Barranquilla, ciudad de la que saldría disparado
hacia España por el calificativo de “extranjero indeseable” que le endilgó el gobierno local, o por el
incendio aparentemente accidental de su librería,
o por los amagos de tragedia que ya se insinuaban
Arr.: Iglesia de San Nicolás.
Ab.: Calle del Recreo. Barranquilla, h. 1913.
nerado por su osadía cultural. Pero aún así, siguió
insistiendo en su función comunitaria, contestataria, pues al año siguiente del fallecimiento de
Voces, reaparecería en el diario La Nación junto
con Clemente Manuel Zabala y otros, bajo la
combativa bandera enarbolada por Pedro Pastor
Consuegra. En dicha tribuna insistiría y contribuiría con sus aportes a la renovación intelectual
del periodismo local y nacional, tal como de modo
amplio y detallado lo expone Núñez Madachi en
Periodismo y modernidad en la Costa Atlántica.
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Y regresando al pintoresco asunto de las “dos
lenguas”, ya para finalizar lo presente, recogeremos la respuesta dada por Vinyes a la solicitud de
opinión que le fue cursada sobre la propuesta de
Luis Felipe Pineda de coronar al poeta Miguel Moreno Alba. Al respecto escribe el ibérico: “Adalberto
del Castillo glosa la idea y pide concepto a sus camaradas del equipo intelectual de la ciudad. Por
hallarme ahora entre los camaradas del equipo —
esta vez juego en el centro—, no me inhibo de dar
la opinión que se me pide [...]” Y concluye manifestando que el mejor homenaje que se le puede
hacer al poeta Moreno Alba es editarle, por cuenta
de la administración departamental, su amplia y
dispersa producción. Pero en particular, la idea precedente, cuando en su columna de El Heraldo, “Reloj de Torre”, se refiere a los 15 años de vida de la
revista Civilización en 1950 —tal como se reproduce e ilustra en Cátedra GGM N° 3, p. 14—, ofreciendo un comentario en el que si bien reconoce las
bondades de dicha tribuna, deja intactas sus preferencias literarias e intelectuales, hartamente
disímiles a las de aquélla. Un modelo de escritura
que, por cierto, hoy sólo he visto reproducido en uno
de los últimos trabajos públicos del crítico Ariel
Castillo Mier.
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la discusión).
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