Origen y desarrollo del cambio socioeconómico, por Emma

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Origen y desarrollo del cambio socioeconómico
Emma Juaneda Ayensa
Trabajo artesanal en la actualidad en una fábrica de conservas de Quel.
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La situación internacional
En la década de los 30, tras el periodo de recuperación económica que habían supuesto los felices años 20, el crack de la bolsa de New York en 1929 comienza a repercutir
sobre la economía española, originando un periodo negro que se alargaría más allá de los
años 60. Con la guerra civil, el estancamiento económico que ya había sufrido el quinquenio republicano se transformó en un descenso imparable de las macromagnitudes económicas. Como podemos observar en la gráfica siguiente, el PIB sufrió un considerable
descenso, que demuestra la situación precaria de la República española sobre todo desde
1935, momentos previos a la guerra. Este empeoramiento de la situación resulta más revelador si se considera por separado el comportamiento de macromagnitudes como el descenso del Consumo Privado y de FBCF (Formación Bruta de Capital Fijo). Las cifras revelan que las inversiones privadas y la capacidad adquisitiva del periodo 36-39 acusaron los
efectos de los altos índices de inflación y la inestabilidad e incertidumbre política, lo que
supuso una disminución de la inversión privada y un empeoramiento de las economías
familiares. Esta precariedad se muestra a su vez en la evolución del comercio exterior, más
negativo a medida que avanzaba la contienda, en la menor capacidad de exportación, y a
su vez, en las dificultades para la importación, la variable que más acusa los efectos de la
guerra. Solamente el gasto del sector público tuvo un comportamiento ascendente, medida necesaria para paliar los efectos de la crisis, mientras se derrumbaba el PIB.
La Guerra Civil (1936-1939) había dejado arruinada a la mayor parte de la población,
una situación que se agravaría a causa de la respuesta económica del régimen al aislamiento internacional: la autarquía y el intervencionismo del Estado. Este último se plasmó
en el control de la agricultura (que pasó a representar el 50% de la renta nacional, una
regresión evidente frente a otros países que propiciaron la industrialización económica), en la creación del
Instituto Nacional de Industria (INI)
en 1941, y en el control del comercio exterior, lo que supuso la regresión de la economía favoreciendo el
mercado negro (estraperlo) y la
corrupción generalizada (licencias de
importación y exportación, suministros al Estado).
Ante el empeoramiento de la situación interna durante los años cuarenta se intentó reorientar la política
exterior buscando alianzas difícilmente planteables antes debido al
Macromagnitudes en la década de los treinta, en España
apoyo del régimen al Eje en la
Fuente: Prados de la Escosura, L (2003).
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Segunda Guerra Mundial (a pesar de la retirada de la División Azul en 1943 en el momento en que comenzaba a hacerse evidente la situación favorable de los países aliados en la
guerra) y a la condena por la ONU en 1946. Los primeros intentos se iniciaron con Alberto
Martín-Artajo Álvarez, nuevo ministro de Asuntos Exteriores (abril 1945–febrero de 1957).
El ministro, de adscripción católica, intentó dar una imagen de moderación hacia el exterior que terminaría con la aceptación plena del Régimen “confesional” por el Vaticano
(Concordato de 1953). A la vez, se había ido marginando a la Falange de las decisiones
políticas, incluso prohibiendo el saludo fascista por decreto (11 de septiembre de 1945), y
aumentaban las señales de normalización: las elecciones municipales de 1949, la ley de
referéndum, la amnistía para delitos de guerra, y sobre todo, la ley de sucesión de 1947
que permitiría al príncipe Juan Carlos venir a España y educarse bajo la tutela de Franco.
El estallido de la "guerra fría" propició un replanteamiento de la postura inicial frente al
régimen de Franco por parte de las democracias occidentales, especialmente Inglaterra y
Estados Unidos, decididas a frenar el comunismo –creación de la República Federal de
Alemania (1948) y de la OTAN (1949)-, lo que supo aprovechar Franco, que aparecía ahora
como un posible aliado, pues la División Azul enviada a luchar al lado de Hitler podía
interpretarse cono una muestra de su temprana colaboración contra el comunismo de
Stalin, al que el Régimen había vencido ya en el propio suelo español.
La situación española, alejada de las mínimas garantías de democratización exigidas por
los aliados, comenzó a ser considerada, sin embargo, como un problema aislado, con efectos sólo a nivel interno, que podrían solventarse con la paulatina aceptación de un régimen que empezaba a dar pruebas de docilidad hacia los Estados Unidos. Aunque esos
efectos se reflejaban en una falta de libertades prácticamente absoluta y en la continuada
represión de los vencidos. La ley marcial imperó hasta 1948, criminalizando la disidencia
política, ejecutando penas de muerte contra presuntos anarquistas y comunistas (informe
Kennan, 1947). Pero, España empezaba a recibir préstamos de Estados Unidos a cambio
de lo que, unos años después, se haría realidad: la cesión de la plena soberanía americana de las bases militares que se plasmó en los acuerdos suscritos en 1953, conocidos como
Pacto de Madrid. En realidad, ni durante la Guerra Civil se interrumpió el apoyo de los
Estados Unidos, que permitió a la compañía Texaco vender gasolina a Franco desde
Portugal.
Un régimen dictatorial, anteriormente condenado por sus apoyos a Hitler y Musolini, iba
a ser aceptado en el seno de las naciones del “mundo libre” sin que ni siquiera hubiera
promesas de adoptar medidas democratizadoras. El pacto de Madrid allanó el camino
hacia la aceptación de España en la UNESCO (1953), en la ONU (1955) y en el Fondo
Monetario Internacional (1958); sin embargo, la economía no resultó tan favorecida a corto
plazo como pensaron los hombres del Régimen. La autarquía, prácticamente total hasta
1949, había producido un empobrecimiento general que obligó al racionamiento del consumo y de algunos productos estratégicos como la gasolina, la electricidad, materias primas y productos industriales básicos, etc., mientras se detenían las exportaciones de los
productos tradicionales, naranjas, vino, aceite, conservas.
Desde 1949 había cesado la ayuda de Perón, que dejó de enviar carne a causa de los
impagos, mientras la población empezaba a dar las primeras muestras de descontento
(huelgas en Barcelona y Vizcaya, 1951) y se reconocía la existencia del paro obrero (ya
hemos visto al alcalde de Quel, Julián Bretón, mostrar un preocupación por los parados y
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por la previsible emigración). La renta per cápita de los españoles se mantuvo por debajo de la que se había alcanzado en 1935 hasta 1953, mientras un porcentaje de la mano
de obra joven seguía alistada en el ejército durante la década de los cuarenta a la espera
de una posible intervención de las democracias occidentales, que podían intentar derribar
el régimen de Franco (recordemos que había sido condenado por la ONU en 1946).
La agricultura, fuertemente intervenida desde el brazo sindical (Servicio Nacional del
Trigo, Sindicato de la Vid y el Vino, Hermandades de Labradores), conoció un enorme
retraso técnico a lo que debemos añadir los efectos de las inclemencias meteorológicas
–pedriscos y sequías, también las hemos visto en Quel-, excusa perfecta utilizada por el
Régimen para trasladar las responsabilidades a elementos externos a su política. De cualquier forma, ambos factores supusieron una agudización de los bajos rendimientos en el
sector agrario. Toda la década de los cincuenta es un tira y afloja entre los partidarios de
la liberalización económica y los que se aferran al viejo dirigismo, una lucha política en el
seno del Régimen que se saldó con el giro de 1959, que dio lugar al plan de estabilización.
La transformación agraria en Quel
Como en casi todos los conflictos armados, la población civil era la principal damnificada en esta situación. Los queleños apenas lograban entender la compleja situación internacional, no sólo por la censura política, sino porque buena parte de las negociaciones
eran secretas; pero veían las primeras señales del fin de unos años terribles, por ejemplo,
entre 1951 y 1953 desaparecían finalmente las cartillas de racionamiento. Cualquier sueño
de los antiguos izquierdistas republicanos quedaba definitivamente liquidado, pues era
evidente que Franco era aceptado por los antiguos aliados, que no habían prolongado la
guerra de liberación contra el fascismo al sur de los Pirineos. La mítica “radio Pirenaica”,
la emisora clandestina creada por Dolores Ibarruri en 1941, mantuvo las esperanzas de las
familias que habían sentido más de cerca la represión, pero… Aunque muchos creyeron
que Radio España Independiente emitía desde algún lugar del Pirineo –de ahí el nombre
popular “Pirenaica”-, siempre estuvo en Moscú, salvo un breve periodo en que emitió
desde Bucarest. La Pirenaica mantuvo un discurso de esperanza, con un estilo próximo,
militante, empleando un lenguaje popular y cálido, que hacía creer que realmente el
Régimen se desmoronaba por días. Emitió hasta 1977. (Su último programa salió a las
ondas desde Madrid, retransmitiendo el día 14 de julio la sesión de las primeras cortes
democráticas, que serían constituyentes. Su director se despidió así: “si nuestra labor ha
servido en algo para la reconquista de la democracia, damos por bien empleado el esfuerzo”).
La economía en Quel, como en todos los pueblos, seguía dominada por el Servicio
Nacional del Trigo y el sindicato falangista cuando los camisas viejas desplazaron a los
requetés del ayuntamiento, en 1950. La Hermandad de Labradores, constituida tras la guerra, también inspirada por la Falange, mantenía la agricultura tradicional basada en la triada mediterránea y en los productos hortícolas destinados al autoconsumo, utilizando el sis257
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tema del cupo para productos básicos como la patata de siembra o el abono mineral. La
bodega cooperativa vinícola se fundó en 1949, pero no fueron años buenos para el vino
de Rioja. Cerradas las fronteras por los aliados, apenas se exportaron algunas cántaras a
fines de la década de los cuarenta, principalmente a Suiza, mientras se descepaban plantados para sembrar cereales, patatas, remolacha y alfalfa. Lo mismo empezó a ocurrir con
los olivos. El aceite era un lujo y se sustituía por manteca y sebo, mientras el cerdo y las
aves de corral se hacían insustituibles para completar la exigua dieta de los agricultores.
Sin embargo, la década de los cincuenta iba a cambiar profundamente esta orientación
agraria secular. Nadie podía sospechar que aquellas primeras plantas de un producto prácticamente desconocido traídas desde la ribera navarra por Victoriano Aldama, los hermanos Palacios y Rufino Calatayud iban a producir un verdadero “milagro” en su empobrecida economía. Nos estamos refiriendo al espárrago, el “oro blanco”.
Había en la comarca tradición de industria conservera desde el siglo XIX. Calahorra se
erigía como el gran centro de una industria dispersa, doméstica, cuyo impacto en la producción hortícola se extendía hasta Quel y los pueblos del entorno. En 1915, había en la
ciudad 33 fábricas de conservas, sobre todo de pimiento, tomate y melocotón: una población de unos 10.000 habitantes disponía de más de 1.700 empleos directos en las conserveras. El peso de esta industria era tal que, en los años veinte, junto con Murcia, La Rioja
era la región más exportadora de España de conserva de tomate y mermeladas (éstas últimas prácticamente desparecieron durante la posguerra a causa de la escasez de azúcar,
fuertemente racionada). El ferrocarril facilitó aún más la comercialización, pero la autarquía no sólo tenía efectos negativos para la exportación, sino para importar un producto
escaso, racionado –también monopolizado por Falange-, como era la hojadelata, imprescindible para la industria conservera. Tal fue la carestía que en la conservera de Lino
Moreno, pionera en Quel, se reutilizaban los botes y las latas, quitándoles previamente a
mano las rebabas de la soldadura para que admitieran otra nueva. Azúcar y hojadelata fueron productos que los industriales sólo conseguían de forma ilegal en el mercado negro,
pero tolerada en función de su adhesión al Régimen. Ocurrió igual con la gasolina y con
otros productos industriales básicos.
Como ocurrió con el calzado en la cercana Arnedo, Calahorra ejerció como centro
monopolizador de la industria conservera, pero siguió induciendo la producción hortofrutícola en su término y en los cercanos, en las feraces huertas regadas por el Cidacos.
Quel había mantenido la producción de tomate y pimiento en los cuarenta, propiciando
una primera conservera familiar, la conservera de Lino Moreno, quien desde el comienzo
de la década comenzó transformar su viejo oficio de herrero en el de fabricante de conservas. El tránsito de uno a otro oficio se fue produciendo de manera natural, pues era el
herrero el que soldaba las tapas de hojalata de los botes de conserva, en principio sólo de
tomate y pimiento. Luego harían mermeladas o melocotón como en Calahorra, pero antes
llegó …el espárrago. Más tarde se le sumaría Conservas Marzo, fundada en 1957.
En 1950, el precio del espárrago en bruto alcanzó las 6,50 ptas/kilo, algo sorprendente
pues el jornal de un hombre era en 1952 de 15 pesetas, según estipuló el ayuntamiento.
Inmediatamente, los queleños empezaron a plantar sus huertas con la planta que traían de
San Adrián (Navarra) los comisionistas, los mismos que luego recogían el producto. En
1957, una subasta, que remató Fructuoso Amatriáin, de Arnedo, elevó el precio a 8,08
ptas/Kg. Había ya entonces entre diez y doce comisionistas, casi todos de San Adrián, y
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se calcula que se llegaba a producir entre 15.000 y 17.000 kilos. A principios de los sesenta, el precio de las subastas llegó a 16 ptas., mientras en 1965 un kilo de espárragos alcanzaba las 20 pesetas y en poco más de una década se conseguía triplicar el precio. En esa
fecha, la producción del pueblo podía pasar de los 200.000 Kg., lo que quiere decir que
los agricultores aumentaban su renta en más de 4 millones de pesetas cuando el presupuesto municipal era de …¡medio millón!
Se decía entonces que un hombre y una mujer, trabajando sólo de mañana en la recolección, podían construirse una casa en dos años con el producto del espárrago. Y en efecto, el caserío se transformó, igual que tantas cosas en Quel. Lo primero, el parque móvil,
urbano y agrario. Aquellos comisionados que transportaban los espárragos a lomos de
mula dejaron paso a las furgonetas, mientras los agricultores daban rienda suelta a su imaginación para transformar los ciclomotores en verdaderas mulas de carga, llegando a tener
una pericia sorprendente en acoplar cunachos y cajones a las velosólex, las guzzis y las
mobiletes. Pero, el vehículo más representativo fue, sin duda, la mula mecánica con remolque y, luego, aquel inagotable Renault 4, el célebre “Cuatro latas”, que permitía el transporte de frutos y, además, la movilidad familiar. Salir del pueblo ya no era algo excepcional, lo que sin duda tuvo una influencia social indudable, por ejemplo, en los matrimonios. Acostumbrados secularmente a casarse en el pueblo con los y las del pueblo, repi70,0
60,0
50,0
40,0
30,0
20,0
10,0
0,0
1965
1966
1967
1968
1969
1970
Evolución de los precios del espárrago (ptas.)
Volumen de actividad (Kgs.)
Fuente: Lino Moreno y Conservas Marzo
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1971
1972
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1977
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tiendo apellidos –y nombres por tradición (podríamos poner ejemplos desde el siglo
XVII)-, los nuevos aires renovaron “genéticamente” a los queleños. A mediados de los
sesenta, el panorama empezaba a cambiar radicalmente.
Veámoslo en datos, empezando por el principal “motor”: el espárrago. Gracias a la documentación facilitada por la conservera Lino Moreno y por Conservas Marzo, hemos podido elaborar los cuadros adjuntos, en los que se aprecia la evolución de precios y el incremento de producción de las empresas.
Por la documentación facilitada por Lino Moreno, sabemos que en 1975 el precio alcanzó las 60 ptas. y en pocos años superó las 200. En Conservas Marzo, en 1982 el precio
alcanzó las 230 ptas.; en los cuatro años siguientes se produjo un descenso paulatino hasta
llegar a las 150 ptas. de 1985, interrumpido en 1988 en que comenzó una fuerte subida,
llegando a las 340 pts. el kilo. Para entonces, la producción empezó a descender; además,
como veremos luego, los altos precios encubrían una triste realidad para los queleños: la
inflación estaba mermando la rentabilidad de un producto cuyo ciclo llegaba a su fin.
Como ocurrió con otros productos que demandan mucha mano de obra, comenzaría la
importación de otras regiones de España y, pronto, del extranjero. Terminaba la época
dorada del espárrago en muchas localidades riojabajeñas.
Las conserveras, junto a la Cooperativa San Justo, indujeron la modernización agraria de
Quel, pero espárrago, tomate y pimiento, cultivos intensivos de regadío, influyeron en el
mantenimiento de los viejos parámetros típicos del valle riojano, tales como el minifundio
y, como consecuencia, el individualismo. La Cooperativa de frutos, a pesar de su éxito inicial en los primeros años sesenta, fue perdiendo eficacia ante la iniciativa privada y el
“liberalismo salvaje”, en el que definitivamente el Régimen acabó confiando para sus planes desarrollistas. Tanto es así que en las actas del ayuntamiento no hay referencia alguna a lo que ocurría en la realidad: evidentemente, todo funcionaba bajo lo que hoy denominaríamos “economía sumergida”.
Evolución del precio del tomate (en ptas./kg.)
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Pero, sin duda, el pueblo llegó a transformarse radicalmente. Al espárrago le acompañaron otros dos productos, muy tradicionales, pero que gracias al desarrollo de las conserveras coadyuvaron al aumento rápido de la renta agraria: el tomate y el pimiento. De
nuevo las cuentas de Lino Moreno permiten observar la evolución en esa década “prodigiosa”.
Como se ve en los gráficos, la evolución de precios del tomate y el pimiento fue tan
favorable como la del espárrago, sobre todo a partir de los setenta. Igualmente lo fue para
las conserveras queleñas, que ampliaron su capacidad y se renovaron técnicamente; ya no
sólo compraban en Quel los productos, también en pueblos cercanos. Prácticamente la
mitad del tomate que compraba Lino Moreno desde fines de los sesenta venía sobre todo
de Rincón de Soto, una localidad que aportaba también gran parte -en torno a la mitad
muchos años- de las compras de pimiento (en la modalidad de bola) junto con Pradejón
(especializado en el pimiento del pico). Tomate y pimiento siguieron siendo productos
muy remuneradores para los queleños; además, eran complementarios del espárrago, pues
su “tempo” es diferente: acaba la campaña del espárrago, empieza la del tomate, luego la
del pimiento, así que, a pesar de todo, los dos productos tradicionales, a cuya recolección
se aplicaba toda la familia, incluidos los niños, aún aumentaba más el dinero disponible
en manos de los agricultores (y su capacidad de crédito, pues empezaron a endeudarse
con intereses muy elevados con el fin de hacer frente a las necesidades de mecanización).
Por esos años, la viña regresaba a cotas mínimas, con una baja rentabilidad. En realidad,
se mantenía por la tradición y por el buen funcionamiento de la Cooperativa, pero muchos
de los habitantes de Quel empezaban a abandonar las pequeñas y singulares bodegas centenarias, que quedaban relegadas a almacenar vino y a local para meriendas.
Paradójicamente, era el momento en que empezaba la exportación del Rioja, pero sería La
Rioja Alta y Logroño las que más aprovecharían la coyuntura favorable. En 1950, la
Denominación de Origen Rioja llegaba a las 39.000 hectáreas dedicadas a viñas, 3.000 más
que en 1944. Sin embargo, la producción se mantuvo prácticamente estancada: de 630.000
Evolución del precio del pimiento.
Fuente: Lino Moreno.
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Variación de volumen de actividad
Compra de tomate en Lino Moreno.
Variación del volumen de actividad
Compra de pimiento en Lino Moreno.
hectolitros producidos en la Denominación antes de la guerra se pasó a unas cosechas
medias de 670.000 hectolitros entre 1941 y 1950. Sin vigencia del Consejo Regulador, los
vinos de otras regiones, comprados por almacenistas riojanos a menos precio, alimentaban en grado a los de Rioja, se mezclaban con ellos y desprestigiaban la marca. Habrá que
esperar dos décadas en Rioja Baja para que el viñedo vuelva a ser rentable, lo que obviamente estuvo condicionado por la mayor rentabilidad de otros productos, como hemos
visto.
Junto a los productos de regadío, fue importante también otro producto complementario de secano, el almendro, que permitió que en 1963 hubiera ya en Quel al menos cuatro “elaboradores de frutos secos”, Ricardo Diaz Calatayud, Ángel Rodríguez, Agustín
García Aldama y Doroteo Yanguas. Pero casi la totalidad de la producción salía de la loca262
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lidad con destino a los turroneros levantinos. Los tradicionales fardelejos, dulce a base de
huevo y almendra típico de esta comarca de la Rioja Baja y sin duda de tradición árabe,
especialmente de Arnedo y Quel, eran elaborados en casa para el autoconsumo. Hasta la
década de los noventa, en que instaló su primera fábrica artesanal “La Queleña” –posteriormente se constituyó “Alicia”-, no habrá en Quel fabricantes de este producto singular,
tan asociado a la cultura gastronómica de la región.
En definitiva, viendo en conjunto la evolución agraria de Quel, es comprensible la sensación generalizada de que habían empezado los buenos tiempos y de que, al fin, se podía
confiar en un Régimen que, aunque autocrático, podía celebrar sus XXV años de paz en
medio de la satisfacción de una mayoría de queleños, que obviamente se declaraban “apolíticos” y que sólo miraban por trabajar y prosperar, ellos y sus hijos.
La evolución social en los años dorados: jóvenes, “ricos” y apolíticos
El fuerte ritmo de crecimiento de la economía española durante los sesenta, debido a la
coyuntura económica favorable en el contexto internacional y a la apertura del país, produjo una oleada de optimismo y supuso profundas transformaciones en la sociedad.
España era un lugar extremadamente interesante para los inversores extranjeros, mientras
la emigración a Europa y a las nuevas ciudades industriales liberaban tensiones atávicas
en el campo y producían la conjunción de crecimiento económico y “paz social”, los
logros que el Régimen se atribuía, junto al de haber logrado al fin en España una clase
media tras haber superado la dura situación de los años anteriores.
El crecimiento económico disminuía la intensidad del conflicto insoluble de la España
de los años treinta y cuarenta entre la oligarquía terrateniente y un verdadero ejército de
jornaleros desesperados. A fines de los sesenta, las clases terratenientes habían quedado
desplazadas del poder por el sector financiero e industrial, más dinámico, lo que en Quel,
como en todos los pueblos de España, resultaba evidente. La tierra no era ya ni el valor
seguro, ni el símbolo del prestigio. Muchos de los antiguos “ricos” también dejaban la villa
y se instalaban en las ciudades, incapaces de vivir de los rendimientos generados por la
agricultura: el sector primario tradicional resultaba cada vez menos eficiente en comparación con otras alternativas que se abrían paso, la industria y los servicios, pero estos últimos se encontraban más consolidados en los grandes núcleos urbanos. El regadío se había
extendido y los productos intensivos eran tan remuneradores que el secano no constituía
una alternativa productiva rentable. Menos si no se hacía la reconversión y se invertía en
tractores y otros aperos mecanizados. Finalmente, llegaba al ocaso de la agricultura tradicional: la yunta de mulas desaparecía.
Además, la relativa prosperidad traída por el neo-capitalismo había alterado la naturaleza de la amenaza de la clase obrera sobre la oligarquía (precisamente, también, porque la
propia oligarquía había cambiado). La relación entre unos trabajadores que habían mejorado su capacidad de consumo mediante la utilización de créditos y préstamos y los sectores financiero e industrial, que comenzaban a desarrollar grandes redes, con una mejora continuada de la productividad, era claramente diferente a la que existía entre braceros
y latifundistas en los años treinta. Las exigencias de una economía más compleja habían
creado un nuevo proletariado con un nivel relativamente alto de especialización y de
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ingresos. Los viejos “amos” periclitaron.
El conflicto interno que comenzaba a hacerse patente no se gestaba ya al otro lado de
los Pirineos –el sempiterno enemigo exterior-, sino en el interior del país. A los disturbios
universitarios, que el Régimen venía padeciendo de forma intermitente desde 1956 y que
siempre consideró como “cosas de niños bien”, propias de la edad, se unía ahora un
ambiente de malestar difuso que el gobierno no acertaba a definir. La propia Iglesia, aliada del Régimen, comenzaba a dar muestras de deslealtad en su base: un segmento considerable dentro del sector más joven de la estructura eclesiástica criticaba la dictadura en
su esencia y colaboraba abiertamente con los “enemigos”, incluso con los comunistas. Los
vascos, el pueblo estandarte del milagro industrial español, exaltado por el propio Franco,
se rebelaban contra el franquismo (primer crimen de ETA, 1968). Los obreros mostraban
una sorprendente capacidad de organización en las Comisiones Obreras, el movimiento
que había nacido tímidamente en La Camocha y que, en 1968, se había extendido a toda
España, con el auxilio de estudiantes, curas, abogados laboralistas y jóvenes rebeldes. En
el mismo Madrid se había creado, en 1964, la primera Comisión Obrera, la del Metal.
También, en ese año, nacía la de Barcelona, en una reunión de más de 300 delegados. Los
obreros organizados aprovecharon, dos años después, las propias elecciones sindicales
convocadas por el Régimen para “entrar” como enlaces en las empresas, lo que les sirvió
para extender el movimiento.
El Régimen sólo podía responder con la represión, que se generalizó tras la declaración
de ilegalidad de CC.OO. por el Tribunal de Orden Público en 1967. El intento de los aperturistas dentro del Movimiento se vio frustrada aunque en un primer momento, en 1968,
habían sido capaces de introducir en el Estatuto del Movimiento un artículo que permitía
la formación de asociaciones dentro del mismo Movimiento, artículo que facilitaría la formulación y el contraste de opiniones legítimas. El intento será frustrado con la aprobación,
por parte del Consejo Nacional del Movimiento, del Estatuto de Asociaciones, el llamado
Estatuto Solís, en julio de 1969. Las Asociaciones se convertirían en canales de opinión restringidos sin significado alguno, no tendrían función electoral, y su legalización quedaba
el arbitrio del Consejo Nacional. Las asociaciones, totalmente rechazadas por la oposición
democrática, estaban limitadas a las fracciones franquistas: Fuerza Nueva, de Blas Piñar;
Acción Política, de Pío Cabanillas, o Reforma Social Española, de Cantarero del Castillo.
Frente a ello, los movimientos insurgentes se desplegaban en distintos ámbitos sociales
dando como resultado que, en los últimos años de la década, miles de obreros, estudiantes, abogados e intelectuales, fueran detenidos y encarcelados, lo que derivó en el célebre Consejo de Burgos (1970), proceso que sirvió a la oposición al Régimen para darse a
conocer en el mundo.
En referencia a la política económica en esta década, el profesor García Delgado explica con suma claridad los resultados de las decisiones de 1959 con la implantación del Plan
de Estabilización: “la economía española va a mostrar, tras las medidas del verano de 1959
y de los meses posteriores, una extraordinaria capacidad de asimilación de las favorables
condiciones del mercado internacional, con ganancia de importantísimos márgenes de
productividad antes desaprovechados. Y el proceso de acumulación y crecimiento se va a
ajustar, hasta el comienzo de los años setenta, al esquema dominante en la escena de los
países de la OCDE, cien veces repetido: energía barata en términos absolutos y crecientemente barata en términos relativos; favorables precios relativos también de las materias pri264
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mas y de los alimentos; ampliadas posibilidades de financiación exterior; adquisición en
un mercado internacional expansivo de la tecnología y de los productos necesarios para
asimilar los cambios que el propio crecimiento impone en los patrones dominantes de la
demanda, y abundantes disponibilidades de una mano de obra (las dos grandes reservas
son la población agraria y la población femenina potencialmente activa), con la válvula de
seguridad adicional de la fácil exportación de la mayor parte de la fuerza de trabajo excedente”.
La década de los sesenta fue, en efecto, muy favorable en términos macroeconómicos;
sin embargo, permitía ya detectar las grandes deficiencias de un Régimen que festejaba los
XXV Años de Paz –la “Paz de Franco”- exhibiendo los grandes logros –pantanos, carreteras, industria naval, urbanización- y ocultando los graves problemas que acuciaban a la
economía española y al mundo laboral –más aún, al mundo rural-, así como a la propia
organización interna del Régimen, que terminaría la década enfrentada a problemas de
corrupción (caso Matesa, 1969), de desmoronamiento de la unidad interna (monárquicos,
reformistas, liberales, franquistas) y de franca rebeldía (estado de excepción de tres meses,
1969).
De nuevo, en Quel, la despreocupación era la tónica. No hay correlación entre la situación política en las grandes ciudades y en el sector industrial con lo que ocurría en el
mundo rural, en el que la única realidad la marcaba la comparación de la situación del
momento con la que se había padecido sólo unos años atrás. Por eso, no habrá reacción
hasta que los queleños no noten el impacto de la política en su situación económica, lo
que empezó a partir de 1973 con la crisis del petróleo y la evidencia del fracaso económico de la política del Régimen. Los logros del Régimen, si los había, no llegaban al
campo, donde todo se debía al trabajo y a la iniciativa individual.
Sólo la crisis desatada en 1973 permitirá comprobar a los queleños más despiertos que
quizás el “milagro” de la década anterior sólo consistió en que trabajaron hasta la extenuación y que, al hacer balance, la inflación se había comido una buena parte de su renta,
por más que siguieran ilusionados viendo cómo el precio del espárrago seguía subiendo.
En sólo cinco años el precio se había triplicado, sí, pero si descontamos el efecto de la
inflación de esos años y sobre todo en los siguientes, podemos comprobar que no eran
tan “espectaculares” las remuneraciones percibidas, tal y como hacemos en el siguiente
gráfico.
La subida de los precios de los artículos básicos y de los tipos de interés reducían la
renta de los agricultores queleños, de forma que para igualar la que obtenían con el espárrago a mediados de los sesenta tenían que producir más, es decir, trabajar más. A partir
de 1973, el precio en pesetas constantes –resultado de aplicar a los precios la inflación- ya
no dejó de caer, así que como vemos en la gráfica siguiente, la producción tenía que
aumentar, lo que exigía más trabajo, más inversión en abonos, etc. Era una paradoja más:
se producía más, el precio era más alto y sin embargo… Empezaba el fin del “oro blanco” y a la vez se producía otro fenómeno: el paro.
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Precio Unitario ptas. corrientes
Precio Unitario ptas. constantes
Evolución del precio del espárrago.
Ptas.
corrientes.
Ptas.
constantes.
Volumen de compras de espárragos.
Fuente: Datos facilitados por Lino Moreno.
Hacia el colapso del Régimen
Pero no todo fue un sueño. El Régimen se precipitaba hacia su ocaso, pero los queleños no podían olvidar los buenos tiempos; eran más jóvenes, construyeron su casa, vieron crecer a sus hijos, alegres y confiados, tuvieron trabajo, incluso las mujeres, muchas
empleadas temporalmente en las conserveras o en la industria del calzado, lo que les permitía completar la renta familiar. Era normal que se instalara la nostalgia y que se endulzara el régimen franquista, sobre todo si, tras su esperado final “biológico”, se abrían tantos interrogantes y la situación económica se precipitaba hacia la recesión. Pues, a pesar
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de todo, el pueblo se había transformado. El registro de “actividades molestas, insalubres,
nocivas y peligrosas” que tuvo que empezar a elaborar el ayuntamiento desde 1963 viene
en nuestra ayuda para poder observar el cambio vertiginoso operado en sólo diez años.
En 1963, Quel contaba con cuatro carnicerías –una ya con una moderna cámara frigorífica-, dos pescaderías, tres hornos de pan, nueve tiendas de ultramarinos, dos droguerías y
dos tiendas de ropa. Había también dos molinos de piensos y dos trujales, dos fábricas de
licores, cinco fondas y otros tantos bares, así como dos cines y un baile.
En los siguientes diez años, se inscriben en el registro una nueva carnicería, un secadero de pimienta, un taller de fabricación de aparatos recreativos, los primeros talleres de
automóviles, una fábrica de gaseosas, una churrería, el primer taxi, un nuevo baile…
Nuevo testigo de la modernización, los animales domésticos empiezan a salir de casa; las
pocilgas y los corrales, piezas habituales en los domicilios, se empiezan a clausurar y aparecen las primeras explotaciones pecuarias en las afueras, las de Miguel Ortega y Pablo
Soldevilla (1968). Además, se inicia la influencia de la industria zapatera arrendada y, en
1970, se registran dos fábricas de calzado, la de Félix Orio y Jorge Martínez Losa. El trabajo es casi todo “a domicilio”, de manera que muchas mujeres, algunas casi niñas, complementan la renta cosiendo zapatillas en su casa a cambio de un estipendio, corto sí, pero
importante en el conjunto de la renta familiar. Las viviendas sociales construidas por medio
de la intervención del Estado liberaron del secular problema a no menos de un 20% de
los queleños.
En definitiva, aquel hormiguero humano de pobres que vimos en los primeros años del
siglo XX y en los cuarenta, arremolinados bajo las peñas, en medio de la miseria, aquel
espacio lleno –del que muchos se han ido: los que se fueron permiten vivir mejor a los
que se quedaron- empieza a vivir una situación que creen privilegiada e irrepetible. El
pueblo había llegado a su máximo histórico poblacional a fines de los cincuenta, pasando de los 2.600 habitantes, un techo que produjo una medida natural para su autocorrección: la emigración. En la década siguiente Quel perderá unos 600 habitantes. En 1965, ya
sólo cuenta con 2.000 habitantes (como hoy y como a principios del siglo XX)). La emigración a la margen izquierda del Nervión y a Vitoria, también a Logroño, incluso a algunos pueblos grandes como Arnedo o Calahorra, frenó una tendencia que de nuevo se
mostraba amenazadora, a pesar de la bonanza económica, pues los queleños habían vuelto a poner en marcha la tradicional fábrica de hijos y la natalidad empezaba a crecer, aunque ya nunca como en las cotas del fin del ciclo de la demografía antigua. Además, desde
mediados de los sesenta comenzó una tendencia que aún no ha parado (y confiemos que
no lo haga nunca): la salida de los jóvenes para ampliar sus estudios.
Una más de las paradojas de este crecimiento desordenado es que cuando arreciaba la
corriente migratoria, el espárrago atraía temporeros andaluces y extremeños, que venían
a Quel, los hombres al campo y las mujeres a las conserveras. Hasta 70 mujeres llegó a
contratar diariamente Lino Moreno para pelar espárrago. En Conservas Marzo eran centenares. En el auge de la cosecha, se trabajaba de noche (al principio, también a causa de
la insuficiencia de energía eléctrica). Las fábricas no paraban.
Pero, ya hemos anunciado la vuelta de los malos años, la crisis del petróleo de 1973. La
década empezó en lo relativo al vino con una gran cosecha –la de 1970, parecida en calidad a la mítica de 1966-, pero continuó con las peores que se recuerdan –a causa del mildiu y el grado escaso-, al punto que, entre los precios del transporte y la mala calidad de
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la uva, en cinco años se almacenaron 800 millones de litros sin vender en las bodegas riojanas. El precio de la uva cayó y algunos pequeños bodegueros se arruinaron: fue el tiempo del “desembarco” de las entidades financieras en el sector. La Cooperativa queleña atravesó años críticos, como la mayoría de las de La Rioja. La situación tardó en recuperarse
hasta entrados los ochenta, pero lo haría iniciando un proceso de modernización inusitado, cuya característica principal fue la transformación de la agricultura y el cada vez mayor
peso del resto de actividades, comercio, servicios, industria. Al fin, la España rural agraria
iba a superar definitivamente el modelo tradicional, lo que se notó en el abandono de tierras. Sin embargo, en Quel descendió menos la superficie cultivada que en otros pueblos
riojanos, como podemos comprobar por las siguientes cifras, procedentes de la tesis doctoral de Teresa García Santamaría. (Adelantamos ya que la causa fue la rentabilidad del
regadío, primero, pero sobre todo, la espectacular expansión del viñedo tras la concesión
de la Denominación Calificada a la Denominación de Origen Rioja en 1991).
Los últimos cinco años del Régimen franquista son una constante evidencia de la imposibilidad de su propio mantenimiento después de la desaparición de su creador. El
Régimen era ya sólo Franco. El propio ministro de Información, Pío Cabanillas, eliminaría
astutamente la censura pero manteniendo la prohibición de criticar al Caudillo, evidenciando que lo único que sostenía el desvencijado edificio era la figura intocable del dictador. Nadie se arriesgaba a contrariar a Franco con ideas nuevas, lo que, en materia económica, era un suicidio, más cuando España iba a conocer los resultados de la crisis del
petróleo de 1973 de una manera dramática. Muchos de los logros alcanzados durante la
década anterior dependían de los buenos resultados de la balanza de pagos, que quebró
en el momento en que la dependencia energética pasó factura. El resultado fue una elevación brutal de la inflación y un empobrecimiento de los trabajadores, así como una visible desatención de los servicios públicos derivada de la escasez presupuestaria, lo que en
municipios como Quel dejó a los ayuntamientos prácticamente sin posibilidad de acción.
El gobierno estaba agarrotado cuando Franco, en medio de la división entre sus más directos colaboradores, nombró al almirante Carrero Blanco presidente del gobierno (4 de julio
de 1973).
A Franco sólo le quedaba Carrero, pero el almirante leal –más franquista que Francofue asesinado por ETA el 20 de diciembre de 1973, cortando de un tajo todas las previsiones de continuidad del Régimen. Movido por los más íntimos, entre ellos Carmen Polo,
Franco nombró a Carlos Arias Navarro, que fue incapaz de entenderse con Juan Carlos
desde el primer día, sin darse cuenta de que el príncipe estaba creando su propio “entourage” con políticos de todas las procedencias, sin descartar la “España vencida” que, en
parte, venía arropada por su propio padre, Don Juan.
El príncipe Juan Carlos hubo de asumir la jefatura del Estado durante la enfermedad de
Franco, declarada el 9 de julio de 1974, que el dictador retomó de inmediato al recuperarse, dejando al futuro rey en una situación que provocó el asombro general. El que sería
rey y había sido Jefe del Estado “interino” volvía a su condición de “meritorio”, a merced
de las intrigas y de las críticas que se hacían cada vez más duras sobre su condición de
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títere en manos de la camarilla. El propio Don Juan, desde Estoril, se desesperaba al contemplar la situación de descrédito de la Corona. Juan Carlos era llamado “El Breve”, tanto
en los sectores más franquistas como en el seno del Partido Comunista.
Cuando Franco entró en la agonía, la minoría extremista del Régimen se “bunkerizó”
creando una situación incomprensible en el propio entorno del enfermo y, sobre todo, en
la opinión pública internacional. Las filtraciones de fantasiosas conspiraciones llegaban a
las redacciones de los periódicos, mientras toda España asistía al último coletazo sangriento de Franco que había firmado las cinco penas de muerte ejecutadas el 27 de septiembre de 1975, poco menos de dos meses antes de morir. Una oleada de protestas en
todo el mundo fue respondida en Madrid por “un millón” de españoles, que vitorearon al
Caudillo en la Plaza de Oriente. Algunas pancartas en las que se recurría a la España eterna y a la descalificación de las democracias occidentales –de nuevo, los enemigos de
España- provocaban en los observadores internacionales los más negros augurios sobre la
evolución española tras la muerte inminente del Caudillo, que finalmente se produjo el 20
de noviembre de 1975.
Tras la muerte del General Franco, una vez pasado el luto, juraba Juan Carlos en las
Cortes y, sin inmutarse por los gritos todavía rituales –principios del Movimiento, lealtad
a la obra del Caudillo, etc.-, declaraba en su discurso que iba a ser “el rey de todos los
españoles”. Comenzaba abiertamente la Transición, aunque entre bastidores hacía ya un
tiempo que se iba preparando la fórmula de la monarquía democrática, incluso en el
entorno del General.
A la confusión política se unía en Quel la delicada situación económica. Aunque no eran
conscientes todavía, empezaban a hacerse patentes los costes ecológicos del crecimiento.
El espárrago “quema la tierra”. Hay un máximo de veinte años, tras lo que la tierra tiene
que descansar. Se había abusado del abonado y de los herbicidas, a lo que hay que unir
la contaminación de las aguas del río a causa de los vertidos de cauchos y pegamentos de
la industria arnedana. La agricultura intensiva necesitaba cada vez más productos químicos, mientras se introducían nuevas variedades de productos agrarios, más productivos
pero más expuestos a plagas, por ejemplo, el espárrago híbrido traído de Gavá (Cataluña),
más temprano, que produce espárragos enormes (3 un kilo), los que se conocerán luego
como “cojonudos”. Además, a estas alturas, el “oro blanco” empezaba a descender en rentabilidad, como hemos visto. El regadío demandaba mucha mano de obra, que era lo que
empezaba a encarecer los productos, mientras la demanda en la industria y en los servicios aparecía, tras remontar la crisis, más atractiva.
Pero fueron más desconcertantes los costes sociales. Algunos jóvenes queleños, ante las
nuevas expectativas de apertura y la ampliación de libertades, empezaron a conocer la
droga. La heroína se difundió por las poblaciones de La Rioja Baja, enriquecidas durante
la década anterior y ahora sacudidas por el desempleo, y llegó a Quel, donde hubo tantos jóvenes “enganchados” que se creó una Asociación local de Ayuda al Drogadicto. Sólo
en una década empezaron a notarse los trágicos efectos: el primer muerto es de 1988;
luego habrá más de diez víctimas, todos hombres. Es el precio que pagó la “generación
del desencanto”.
La industria recibió también el impacto de la crisis. La influencia de la industria arnedana había logrado altas cotas de incorporación de la mujer al trabajo del calzado, generalmente en el domicilio o en pequeños talleres. La aportación de las mujeres aumentó la
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renta de las familias, pero el sector del calzado es uno de los más vulnerables y no
aguantó la crisis. Se produjeron algunas huelgas en las fábricas de Arnedo y numerosos
despidos, mientras la rentabilidad de la agricultura disminuía. El paro volvió a ser un problema en Quel, y la solución, una nueva forma de abandonar el pueblo, ahora buscando un puesto fijo en los servicios, a poder ser como funcionario, o en la industria orientada al consumo.
La situación de la economía española, para todos los observadores, era explosiva.
Entre 1973 y 1977, España había acumulado una deuda de 14.000 millones de dólares,
lo que representaba un importe superior al triple de las reservas de oro y divisas del
Banco de España. La inflación se situaba a niveles catastróficos, superior al 20% durante
los últimos años de la década, frente al 10% de promedio de los países de la OCDE. Las
empresas, fuertemente endeudadas, debían suscribir créditos a interés muy elevado,
mientras el paro se disparaba alcanzando la cifra de casi un millón, de los que sólo percibían subsidio unos 300.000.
Así, cuando el día 25 de octubre de 1977 se firmaron los Pactos de La Moncloa por
todas las fuerzas democráticas –exigiendo un duro sacrificio a los trabajadores-, Manuel
Fraga se desmarcó al no firmar los acuerdos referentes al derecho de reunión y asociación, es decir, los que daban carta de naturaleza a las fuerzas sindicales, que deberían
ser las verdaderas moderadoras del proceso, claramente negativo para los trabajadores.
Los pactos de la Moncloa resultaron eficaces en el terreno económico y, a la vez,
demostraron que la práctica del “consenso” era el buen camino, aunque recibiera críticas, sobre todo porque separaba a los que ya se empezó a llamar “los políticos” de la
realidad del país, a las cúpulas de los partidos de sus bases. En La Moncloa se habían
firmado asuntos cruciales para los ciudadanos sin consultarles o peor aún: traicionando,
en el caso de los sindicatos, una trayectoria previamente acordada.
A medida que se iba consiguiendo la democratización, se empezaba a hablar del
“desencanto”.
La Transición
Como consecuencia de los pactos de La Moncloa se moderaron los salarios, al basar
la subida anual no en la inflación real sino en la prevista, lo que suponía que “se ajustaran el cinturón” los de siempre. Por otra parte, se aplicaron medidas para la liberalización del mercado laboral flexibilizando el despido –en tiempo de Franco, era prácticamente imposible- y se dio paso a la contratación temporal. Se fijó un cambio realista de
la peseta en beneficio de las empresas, mientras se ajustaba la política presupuestaria
para reducir el déficit público. En definitiva, los pactos de la Moncloa, que ya preveían
la necesidad de una reforma fiscal –llevada a cabo luego por Fernández Ordóñez-, fueron el comienzo del nuevo régimen económico. Con ellos, con la aprobación de la
Constitución en 1978 y con el triunfo de la izquierda en las elecciones municipales de
1979 –un epílogo que demostraba en la práctica que había habido una “ruptura” pacta270
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da al tomar posesión de las alcaldías socialistas y comunistas- puede decirse que terminaba la Transición, por más que algunos todavía necesiten el triunfo del PSOE en 1982 y
otros hablen de segundas transiciones a raíz del cambio político de 1995. En realidad, la
Transición entre un régimen autoritario y otro de libertades es un hecho perfectamente
acotable en el tiempo, que termina con la puesta en práctica de la Constitución.
En ese nuevo marco socio-económico transcurrió la Transición. Los franquistas apenas
concedieron valor a la expresión, pero pronto, una minoría extremista puso a Juan Carlos
bajo sospecha, intuyendo que abriría las puertas a la democracia y a los partidos. Lo que
se denominó “el Búnker” llegó a proclamar, en boca del exministro falangista Girón, “la
guerra civil no ha terminado”, negándose a cualquier forma de evolución. Para el Búnker,
la Iglesia era traidora: “Tarancón, al paredón”, aparecía en pintadas que recordaban los gritos en el funeral de Franco contra el primado de España, el cardenal que había insistido
en la reconciliación, por convicción propia y siguiendo órdenes del Vaticano; el rey era
traidor, Arias era traidor –al abrir la puerta a los partidos políticos bajo el eufemismo “asociaciones”-, el propio Fraga y los nuevos ministros “aperturistas”, Areilza, Martín Villa, y
otros altos cargos como Torcuato Fernández Miranda, eran traidores. El Caudillo había sido
traicionado por todos. Y todavía faltaba por llegar la primera decisión atribuida al joven
monarca: la sustitución de Arias (destituido el 1 de julio de 1976) por un joven que había
sido el último ministro secretario del Movimiento: Adolfo Suárez.
Sobre Adolfo Suárez recayeron desde el primer día todas las culpas de los males de la
España sin Franco, que la crisis económica y política no hacían más que agigantar. ETA y
el GRAPO multiplicaron los atentados terroristas; el PSOE se presentó en Madrid con el
respaldo de personalidades de los países democráticos; Santiago Carrillo, líder del todavía
ilegal PCE, se “dejó coger” en Madrid para forzar la situación desde la cárcel (“Carrillo,
libertad”). Sin embargo, Suárez resistió. Nombró al general Gutiérrez Mellado ministro, con
el fin de evitar el golpismo cuartelero que los franquistas intentaban cada día, pero a la
vez, se encontró con un inmenso regalo: el “suicidio” de las cortes franquistas que aprobaron la ley de reforma política el día 8 de octubre de 1976. Aunque la oposición preconizó la abstención en el referéndum del 15 de diciembre que debía ratificar la ley, lo cierto es que tanto Felipe González (PSOE) como Santiago Carrillo (PCE) confiaron en Suárez
como timonel de las reformas (amnistía, legalización de partidos, libertades, elecciones
plenamente democráticas).
No es extraño que Suárez se convirtiera en la “bestia negra” de los franquistas, sobre
todo después de legalizar al Partido Comunista el “Sábado Santo Rojo” de 1977, incumpliendo una presunta promesa realizada a los altos mandos militares. Antes, Suárez había
superado uno de los más dramáticos acontecimientos de la Transición: la matanza de
Atocha, en enero. Tras el drama de Atocha, la oposición salió reforzada, consiguiendo la
amnistía (17 de marzo), la supresión del Movimiento (9 de abril) y la legalización de los
sindicatos (28 de abril). Por si faltara algún símbolo, el día 13 de mayo llegaba, procedente
de Moscú, Dolores Ibarrruri, “La Pasionaria”, presidenta del PCE.
Mientras, Adolfo Suárez había fundado un partido para concurrir a las elecciones democráticas que tendrían lugar el 15 de junio de 1977. La Unión de Centro Democrático fue
organizada desde arriba a toda velocidad, dando entrada a lo más heterogéneo de la sociedad española: en la UCD cabían desde franquistas reconocidos –sobre todo en provincias,
donde el partido del gobierno, garantía de orden, atrajo a las “fuerzas vivas”- hasta social271
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demócratas que luego pasarían al PSOE y profesionales arribistas que apostaron a caballo
ganador. A los extremos de la UCD quedaban, por la izquierda, los partidos tradicionales
(PSOE, PCE) y una nube de partidos ilegales de inspiración marxista-leninista, troskista,
maoísta, etc., que hacían mucho ruido pero que quedaron barridos tras las elecciones; por
la derecha, casi en solitario, aparecía hegemónica una formación de derechistas liderados
por Fraga, que había sido capaz de aglutinar al franquismo residual (el origen del Partido
Popular) y hacerle caminar por la vía democrática; y en un ámbito difuso, quedaban otras
fuerzas que tendrían distinta suerte (la Democracia Cristiana y los partidos nacionalistas,
PNV y CiU). En realidad, Suárez acabó entendiéndose con las fuerzas de izquierda, acosado tanto por la minoría reaccionaria de Fraga como por los partidos nacionalistas, inusitadamente poderosos tras la avalancha de reivindicaciones que propició la universalización de las autonomías.
Ni Suárez, ni mucho menos la oposición, habían contado con ese factor que desde fines
de los setenta desnaturalizó el debate político, llevándolo a veces al esperpento: si
Cataluña era una nación, Murcia no quería ser menos; si Euzkadi tenía bandera y estatuto, Andalucía, Extremadura o La Rioja –donde el movimiento autonomista prendió en unos
meses (véase la excelente obra de Pilar Salarrullana)- querían lo mismo. El ministro
Clavero Arévalo debe de estar todavía lamentando haberse encontrado en el centro de un
debate en el que “los pueblos del estado español” iban por delante de las decisiones políticas, mientras el partido de Fraga, para alimentar más el caos, se proclamaba garante de
la unidad de España y preconizaba el no a la Constitución lanzando una proclama,
“España, lo único importante”, como si en aquellos días de exacerbado patriotismo alguien
lo hubiera puesto en duda. Fraga se oponía a la autonomía de las regiones, con lo que
consiguió crispar a los autonomistas regionales que, por oposición, pidieron el cielo.
Las elecciones de 1977 dibujaron un panorama sorprendente. Ganó la UCD, pero no
como se pensaba, pues entre PCE y PSOE sumaban más votos. España era “roja”. Sin
embargo, en el seno del PCE las críticas se hicieron muy ácidas, derivándolas contra el
PSOE: los españoles de izquierda habían sido muy ingratos –pensaban los eurocomunistas- al no conceder al que fue el partido más organizado de la resistencia antifranquista
más votos que al PSOE, un partido prácticamente sin cuadros y sin una tradición reciente
de lucha. El viejo sueño de los eurocomunistas de Carrillo de parecerse al partido comunista italiano (PCI) quedó definitivamente roto. En el otro extremo, Fraga reaccionaba airado por su estrepitosa derrota, lo que le colocaría en una situación cercana al rechazo del
sistema. Y mientras, Adolfo Suárez debía seguir gobernando…
En Quel, el recuerdo de la guerra, la falta de preparación de cuadros y la escasísima afiliación, junto con la desorientación de los jóvenes de izquierda –algunos muy radicalizados- propició una enorme confusión política entre las elecciones de 1977 y las elecciones
municipales de 1979. En estas últimas, los “centristas” no lograron arrastrar a los hombres
de Fraga a la coalición, por lo que se presentaron debilitados ante la dispar candidatura
de los agricultores de la UAGR, en la que había incluso un militante de la ORT (un partido creado en Euskadi a partir de la Alianza Sindical de Trabajadores, de inspiración católica, que a partir de 1974 había derivado al maoísmo, pero que se orientaba ya a posturas
similares a las del PSOE, partido que acogería pronto a buena parte de sus militantes). La
Candidatura independiente ganó las elecciones. 6 concejales fueron para la CIR, 3 para
UCD y 2 para AP (luego PP). La conmoción que supuso el triunfo de esta coalición, acu272
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sada de izquierdista y revolucionaria, provocó un serio incidente en la constitución del primer ayuntamiento democrático, pues el alcalde franquista no quiso entregarle la vara al
primer alcalde democrático. Al poco, las disensiones en el seno de la propia coalición provocaron la caída del alcalde, por lo que el gobierno civil tuvo que nombrar un alcalde provisional, que fue el líder de AP, con apoyos de UCD. El PSOE ganaba en España en el 82,
pero en Quel siguió gobernando la derecha hasta 1991.
Lo que sigue ya no es historia. La mayoría de los queleños lo han vivido, por lo que
corresponde a sus hijos o a sus nietos, en su día, hacer la historia de este último tiempo,
que afortunadamente trascurre en democracia y en paz: los logros que nuestra historia ha
querido transmitir como correas de la convivencia y el bienestar. Sólo plantearemos, como
un enlace con el futuro, dos problemas actuales. El primero es el de la agricultura; el
segundo, el envejecimiento de la población y la parada de aquella secular fábrica de hijos
de los queleños.
La transformación de la agricultura española fue evidente en Quel. Ya vimos que disminuyó menos la superficie cultivada, pero un síntoma del cambio fue la drástica reducción del número de parcelas, debida a la emigración, al abandono de las minúsculas propiedades que engrosaron las cercanas para hacer rentable la inversión en maquinaria,
como muestra el siguiente cuadro (éste y los demás proceden de la tesis doctoral de Teresa
García Santa María).
Más cambios se operaban en la viña. Descendían los titulares de viñedo, pero pasada la
crisis de los setenta, la viña volvió a producir rentabilidades interesantes, sobre todo a partir de 1991. Desde entonces el precio de la uva no bajó de las 100 pesetas, lo que impulsó la modernización y la expansión de las plantaciones. Pero entonces apareció el problema: no había una generación de repuesto y los hombres del campo envejecían. Véanse
los siguientes datos:
Los cambios en la orientación económica, la mecanización y la elevación del precio de
la mano de obra produjeron la aparición de una figura que hoy domina toda la agricultura minifundista riojana: el viticultor a tiempo parcial. Junto a los viejos labradores, jóvenes
empleados en otros trabajos dedican una parte del tiempo a las labores del viñedo, lo que
sigue permitiendo la complementariedad y la diversificación de rentas en el conjunto familiar, una característica muy acusada de los pueblos vitivinícolas riojanos.
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La evolución del paisaje agrario puede imaginarse teniendo en cuenta las cifras del cuadro siguiente. La hortaliza ha caído, junto con los cereales y los herbáceos, mientras se
incrementa considerablemente la superficie dedicada al viñedo, pasando a ser más de la
mitad del total cultivado en la década de los noventa. Desde la concesión de la denominación calificada en 1991, se ha demostrado que en toda La Rioja, y en particular en Quel,
la viticultura es la actividad agraria más rentable. (En la actualidad, se inicia una recuperación del olivo, lo que en Quel, como veremos, ha producido ya una explotación modelo de una nueva agricultura, la agricultura tecnológica). En veinte años, la agricultura queleña ha sufrido el cambio más espectacular de toda su historia.
Distribución de cultivos en Quel.
La dinámica de la población es otro de los problemas de los queleños. El pueblo ha perdido población desde la década de los cincuenta, pero lo más grave se está produciendo
ahora, cuando la tasa de envejecimiento supera a la media de España y de La Rioja, como
puede comprobarse en la pirámide de edades con la que finalizamos este libro. Hay más
viejos en Quel, pero además hay menos niños que en La Rioja en su conjunto, una región
muy envejecida. En el futuro, los efectos de estos dos hechos condicionarán la dinámica
social y económica del pueblo, así como, ya ahora, plantean el problema de las personas
dependientes y de la educación, entre otros nuevos retos sociales que toda España está
asumiendo en estos años de cambios espectaculares.
Población de La Rioja y población de Quel en 2004.
Fuente: Fichas municipales de La Rioja. www.larioja.org
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A modo de epílogo
La historia acaba …, ¿o comienza?
Este libro versa sobre el pasado, pero no podemos terminarlo sin hacer una referencia, siquiera breve, a un par de acontecimientos actuales. Uno es el comienzo de un modelo de actuación
en la agricultura queleña. Nos referimos, claro está, a Kel Grupo Alimentario, la obra apasionada de un hijo del pueblo, Carlos Aldama, y de su esposa María Cruz Acha. Es la mayor inversión que Quel ha conocido en toda su historia. El otro es el proyecto de recuperación del conjunto histórico de las bodegas.
Hubo un tiempo, allá por los sesenta, en que los que se quedaron en Quel pensaron que
algún día los que emigraron volverían al campo. Pero no podían imaginar que España pudiera
cambiar tanto y llegara a ser una de las economías más dinámicas del mundo, ni que los hijos
del pueblo volvieran como lo ha hecho Carlos Aldama. Pesaba entonces el “fatum”, la resignación heredada, la tierra hostil, la baja productividad y el enorme trabajo que exigía el campo.
Hoy lo que ha llegado a Quel está presidido por la tecnología, el agente de la transformación
de las viejas estructuras seculares: una revolución agraria que por fin supera la fase de mecanización y entra ya en el futuro tecnológico: el ordenador controlando el riego, la calidad ante
todo bajo estrictos patrones, atención a los costes ecológicos, integración con la naturaleza.
Enlazando con la vieja tradición del aceite en el valle bajo del Cidacos, Kel Grupo Alimentario
ha logrado que el espartal queleño sea hoy una plantación con 400.000 olivos que pronto
aumentará hasta completar las 500 hectáreas. Presidiendo un paisaje espectacular –los Agudos
al fondo-, se alza en un otero una de las almazaras más modernas de España; su original silueta semeja un viejo trujal romano de viga, pues hasta en eso, en el diseño del “trujal” –cuyas paredes exteriores representan las viejas prensas con las esteras de cáñamo-, se nota el exquisito
gusto por la conservación de los signos de identidad de los que venimos: la triada mediterránea,
El olivar desde la almazara.
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romana, de la que hoy, en La Rioja, el vino, pero también el aceite –ya tenemos denominación
de origen-, son nuestros estandartes en el mundo. En el caso del aceite, el futuro es tan prometedor como el del Rioja. Esto no ha hecho más que empezar.
Los historiadores que vuelvan a escribir la historia de su pueblo dentro de unas décadas deben
saber que, tras algunos años de experiencias previas, Carlos Aldama puso en marcha por fin la
almazara con las primeras aceitunas de la cosecha de 2006, en noviembre. Comenzó la gran
aventura, un proyecto realmente “integrado”, naturaleza y técnica, ética y estética. El riego por
goteo de los olivos desemboca en los humedales donde se reproducen colonias de aves; también se conservan chozas de pastores, viejas corralizas, cualquier signo del pasado de Quel.
Como no podía ser de otra manera, Carlos Aldama cuenta con la Universidad de La Rioja, con
la que mantiene convenios para seguir investigando, pues hay un mundo a descubrir entre probetas y ordenadores. En la almazara hay reservado un espacio para los investigadores. En fin,
agricultura en su sentido más amplio,
es decir cultura, la primera cultura de
la humanidad.
Pero en este Quel dinámico del
2006 hay otro proyecto que planteamos para que en el futuro se sepa
cuándo empezó: la recuperación del
conjunto histórico de las bodegas,
único en el mundo. Un día no muy
lejano, los queleños estarán orgullosos de haber recuperado este monumento, documentado desde mediados del XVIII, cuando casi cada vecino tenía una bodega excavada en la
piedra arenisca de la orilla derecha
del Cidacos. Una bodega encima de
otra, en un cortado que exige la descarga de la uva por arriba, desde el
llano, un “unicum” en la arquitectura
Las bodegas de Quel, un monumento histórico recuperado.
Dibujo del arquitecto director del proyecto, Jesús Marino Pascual.
del vino riojana. Un arquitecto de
prestigio, Jesús Marino Pascual, un
verdadero artista –en el más amplio sentido de la palabra-, dirige este hermoso proyecto de recuperación de la historia de nuestro pueblo. Pues no hay que lamentar luego, cuando la piqueta
ya haya destruido la historia, sino enseñar antes para que los propios ciudadanos sean exigentes guardianes de sus tesoros histórico-artísticos.
Y esto es todo, queleños. Esperamos que la próxima historia que se haga sobre Quel sea benevolente con los que hemos hecho este libro, que como dice el alcalde en la presentación, es
producto de la generosidad, la valentía y el respeto escrupuloso por la verdad. Sólo nos queda
expresar un deseo: que sirva para mejorar la convivencia de los queleños. Con ese premio nos
damos por satisfechos.
José Luis Gómez Urdáñez
Director
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(Escribanía de Fernando Alonso (F). C. 408-1) y Registro de Reales Ejecutorias.
Archivo General de Simancas (AGS): Registro General del Sello (RGS), Expedientes de
Hacienda.
Archivo General Militar. Segovia. Varios relativos a Bretón de los Herrreros.
Archivo Histórico de Protocolos. Madrid. Testamento de Bretón de los Herreros.
Archivo Catedral de Calahorra (ACC): Códices, Libros-Acta, ref. 271.
Archivo Histórico Provincial de La Rioja (AHPLR): Protocolos notariales, escribanía de
Cristóbal Rodríguez, c. 473. Protocolos de los siglos XVIII y XIX. Libros del Catastro de
Ensenada (respuestas generales y memoriales). Protocolos judiciales. Hacienda. Gobierno
Civil.
Archivo Municipal de Quel. Libros de actas (1903-1979). Expedientes del Juzgado. Libros
de comisiones. Documentación dispersa (obras). Registro Civil.
Archivo Parroquial de Quel. Libros de defunciones y de bautismos. Libros de Fábrica.
Documentación dispersa.
Archivo particular de Conservas Lino Moreno y de Conservas Marzo.
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SUMARIO
Presentación de D. Jesús A. Jiménez Rada, alcalde de Quel
Prólogo de D. José Martínez de Pisón, Rector de la Universidad de La Rioja
Quel en la antigüedad
Quel en la Edad Media
Quel de Suso y de Yuso. El señorío en la Edad Moderna
Los queleños en la Edad Moderna
Nota. De 1800 a 1900, el problema de las fuentes
Bretón de los Herreros: del aguardiente a las letras
Bretón y la política
El novecento queleño
La República y la guerra civil
El régimen de Franco
Origen y desarrollo del cambio socioeconómico
A modo de epílogo: La historia acaba…, ¿o comienza?
Fuentes utilizadas
Bibliografía
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