LA LÍRICA ESPAÑOLA DESDE 1939 hasta 1970 En torno a 1936, en la lírica española se había producido la convivencia de diversas tendencias y diversos autores de reconocido prestigio, y que vienen a configurar un panorama literario muy plural y heterogéneo. La poesía de los años 30 se había ido distanciando del camino de la “poesía pura” de Juan Ramón y de la deshumanización defendida por Ortega y Gasset. Así, la lírica vuelve al contenido humano, se rehumaniza. Y ello es debido, fundamentalmente, al contacto con el surrealismo y con la poesía social y revolucionaria del chileno Pablo Neruda. Los poetas, ahora, orientan su mirada hacia las circunstancias concretas de la España de los años inmediatamente anteriores al estallido de la guerra, y hacia la tragedia del hombre que vive en ese mundo que se desmorona. Este desarrollo de la poesía contrasta con la práctica paralización de la actividad literaria durante los tres años del conflicto. Durante la guerra, sólo se cultiva una poesía llamada “de urgencia”, destinada a exaltar el ánimo de los combatientes de uno u otro bando. No obstante, cabe destacar la figura de Miguel Hernández que atraviesa este panorama literario como epígono del grupo poético del 27 (Viento del pueblo, Cancionero y romancero de ausencias). Tampoco hay que olvidar la poesía del exilio. La mayoría de los poetas exiliados proceden de la Generación del 27 (Guillén, Salinas, Alberti, Cernuda), aunque también se habían marchado del país Juan Ramón Jiménez y otros poetas como León Felipe o José Moreno Villa. En los primeros años de la década de los 40, la lírica toma la forma de la denominada poesía arraigada, una poesía reconciliada con el mundo y absolutamente ajena a la trágica situación de la realidad española. Los autores de esta tendencia se organizan en torno a las revistas “Escorial” y “Garcilaso”. Unos y otros conectan, como se manifiesta en sus temas, con la ideología del bando vencedor, adoptando un lenguaje muy elaborado, muy culto, en la línea de los clásicos. La perfección formal de sus composiciones revela una visión optimista del mundo, arraigada en sólidas convicciones religiosas y políticas, y alejada, por tanto, de la triste realidad de esos años. Entre estos poetas se encuentran José García Nieto (fundador de “Garcilaso”), Luis Rosales (La casa encendida), Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo. Sin embargo, en 1944, Dámaso Alonso, poeta de la Generación del 27; uno de los pocos poetas del grupo que permanece en España tras la guerra, publica Hijos de la ira, obra que viene a iniciar un nuevo rumbo en la poesía española de posguerra, un camino de auténtica renovación. Dámaso opta por una poesía sin patrones métricos, con versos muy extensos, casi narrativos, y con un lenguaje conversacional próximo al hombre de la calle. Temáticamente, Dámaso expresa su profundo desarraigo, su denuncia de un mundo con el que el hombre no se siente reconciliado, su protesta contra un mundo del que se ha apoderado todo lo sórdido, lo inhumano, la parte más siniestra del hombre, iniciando, de esta forma la llamada poesía desarraigada (recordemos el poema “Insomnio”). En esta misma línea de poesía existencial, habría que citar a los poetas que se organizan en torno a la revista “Espadaña”. En sus obras reflejan la angustia de la existencia humana en estos trágicos años, elaborando una poesía comprometida con la realidad de ese tiempo. Destacan dos figuras esenciales: Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. Finalmente, para terminar de describir el panorama de la poesía española de los años 40, hemos de considerar a una serie de poetas más marginales y organizados en torno a dos grupos: el Postismo, que incorpora las experimentaciones vanguardistas propias del surrealismo y el grupo cordobés Cántico (con Pablo García Baena como máximo representante), que se sirve de una poesía formalista e inspirada en el modernismo y en la generación del 27. Sin embargo, la década de los años 50 está caracterizada por el llamado realismo social en todos los géneros. La poesía se convierte ahora en un instrumento para cambiar el mundo. El poeta denuncia en sus textos las injusticias, desigualdades sociales, falta de libertades políticas. La temática central, pues, es la crítica de las trágicas condiciones de la posguerra. Formalmente su lenguaje es directo, sencillo, conversacional casi prosaico, al alcance de “la inmensa mayoría”. Dos de sus obras más significativas se publicaron en 1955: Cantos iberos de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra de Blas de Otero. En esta misma línea cabe destacar la figura de José Hierro con Quinta del 42, su obra social más representativa y Cuanto sé de mí (1957). En ellas presenta una concepción de la poesía como conocimiento tanto de la realidad exterior como del ser íntimo. A finales de los 50 irrumpió un grupo de poetas que, sin dejar los temas sociales, buscaba una mayor elaboración del lenguaje poético y un desplazamiento de lo colectivo a lo personal. Fue la llamada generación de los 50 o Grupo de los cincuenta. Las características generales que definen a estos autores son: Posición crítica ante la realidad. Tono menos dramático que el de la poesía social. Preocupación por un lenguaje más cuidado, aunque habitualmente sobrio. Vuelta al intimismo, a lo subjetivo. Presencia del humor, de la ironía y del escepticismo. Tratan temas comunes: el tiempo y la fugacidad de la vida que hacen que evoquen con nostalgia el paraíso perdido de la infancia y la adolescencia; el amor, la amistad, el erotismo; la creación poética como reflexión sobre la metapoesía. Entre sus máximos representantes encontramos a poetas de la talla de Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo), Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo (Palabras para Julia y otras canciones), José Ángel Valente y el más recientemente fallecido (2008) Ángel González. Este último es uno de los poetas de su generación en cuyos versos late un mayor espíritu crítico y social sin faltar un matiz irónico. Sus obras más importantes son: Áspero mundo (1956) que refleja la dureza del mundo de la posguerra de estos años. Sin embargo, este autor consolida su estilo y adquiere un tono más personal en la década de los 60, en los años de la poesía de la experiencia. En esta década publica Tratado de urbanismo (1967). La década de los 60 está dominada por la ya citada poesía de la experiencia, que introduce un enfoque más intimista, más cercano a la vida cotidiana del hombre cerca de su entorno. A esta línea se inscriben la mayoría de los autores del grupo de los cincuenta y otros contemporáneos como Ángel Crespo, Francisco Brines, Carlos Sahagún, etc. En 1970, José María Castellet publica una polémica antología titulada Nueve novísimos poetas españoles. Pere Gimferrer fue el abanderado de esta nueva generación de autores novísimos o venecianos, nacidos tras la guerra civil, que marcan un punto de inflexión en la lírica española. Otros son Guillermo Carnero, Leopoldo Mª Panero o Félix de Azúa. Sus rasgos más característicos son: el abandono del “yo” del poeta para recurrir a personajes inventados o históricos, la preferencia por la cultura de masas y urbana (cine, televisión, cómic, música, publicidad, mitos como Marilyn Monroe), el exotismo y la belleza, simbolizados en la ciudad de Venecia. Su estilo poético se nutre del surrealismo e incorpora técnicas como el collage, recursos todos en busca de un hermetismo y culturalismo minoritarios. TENDENCIAS DE LA LÍRICA DESDE 1975 HASTA NUESTROS DÍAS Desde finales de la década de los 70 se aprecia cierto cansancio con respecto a la lírica de los novísimos (Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Leopoldo Panero…) y una paulatina renovación de la creación poética. Las nuevas tendencias poéticas rechazan lo frío y conceptual de la generación anterior a favor del intimismo y la emoción. Reniegan de la ornamentación estilística y culturalista de los novísimos y prefieren una poesía de retórica más equilibrada. El lenguaje, más coloquial, se carga del léxico de la vida moderna, y la ironía permite un distanciamiento respecto de la realidad. Aunque se produce una vuelta a las formas métricas clásicas (sonetos, tercetos, silvas), no se abandona la práctica del verso libre. Desde los años 80 a nuestros días el panorama de la lírica se ha convertido en una realidad muy heterogénea en el sentido de que coexisten en este mismo periodo tendencias muy diversas y diferenciadoras entre sí. Las más significativas son las siguientes: Poesía de la experiencia Es la tendencia que mayor repercusión parece tener en el panorama poético actual. La poesía de la experiencia vuelve a situar el texto en un lugar y un tiempo determinados y busca un público más amplio, lo cual la aleja del elitismo de los novísimos. Este grupo, en general, no toma como modelo corrientes foráneas, sino que busca inspiración en poetas españoles de la generación de los 50 (Gil de Biedma, Ángel González…) o anteriores (Blas de Otero, poetas del 27…). Su temática es muy amplia e incluye desde los hechos cotidianos y la realidad urbana al más profundo intimismo o la preocupación por el paso del tiempo. La reflexión sobre la vida se tiñe de un contenido anímico y emotivo, y la presencia de la anécdota conduce, muchas veces, a poemas narrativos. Estos poetas prefieren un estilo basado en el lenguaje conversacional y en el monólogo dramático, es decir, en la presencia de un observador que cuenta la experiencia, lo cual no implica siempre el uso de la primera persona. Los poetas más relevantes de este tipo de poesía son: Luis García Montero, Miguel d’ Ors, Jon Juaristi, Ana Rossetti, Felipe Benítez Reyes, Juan Lamillar…De todos, sobresale la figura de García Montero, autor granadino, compositor de poemas urbanos que giran alrededor de motivos como el café, la carretera, la ciudad, la calle. En sus versos se hace presente el tema del amor cotidiano y compartido. Algunas de sus obras más famosas son: Habitaciones separadas (1994), Completamente viernes (199497), y Vista cansada (2008). Digna de destacar también es La misma luna del gaditano Felipe Benítez Reyes publicada en 2007. Poesía del silencio o neopurista También llamada poesía minimalista o conceptual, entronca con la poesía pura y se orienta hacia la indagación sobre el lenguaje. Los poemas, preferentemente en verso corto, condensan los conceptos y abandonan el exceso verbal e invitan a la sugerencia por medio de “silencios”. Los poetas más representativos de esta tendencia son Jaime Siles (Música de agua), Andrés Sanchéz Robayna (Fuego blanco), Álvaro Valverde, Ada Salas, Justo Navarro o Julia Castillo. Neosurrealismo Irrumpe tras la publicación, en 1980, del libro de Blanca Andreu De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Se recupera en esta estética el verso largo, la sentimentalidad neorromántica, las metáforas innovadoras y el mundo de la alucinación y del sueño, adquiridos del surrealismo. Poesía épica Recupera la naturaleza y el recuerdo de un pasado idílico, mítico que busca los valores auténticos de una comunidad. Destacan Julio Llamazares (Memoria de la nieve) o Julio Martínez Mesanza (Las trincheras). Poesía de la conciencia Poetas como Jorge Riechmann, Fernando Beltrán, Enrique Falcón o Antonio Méndez Rubio pretenden sacudir la conciencia. La poesía se concibe como acción social y hasta política. Incluimos dentro de esta tendencia el “realismo sucio” de Roger Wolfe, David González o Pablo García Casado. Esta poesía da entrada a aspectos cotidianos de la vida individual y colectiva como la droga, el hastío vital o la soledad, en ocasiones con claro tono irónico. Sobresalen poemarios como Días perdidos en los transportes públicos o Enredado en el fango de Roger Wolfe. Poesía clasicista Movidos por un anhelo de belleza y mediante una exquisita elaboración formal, componen poemas con abundantes referencias míticas que se transforman en vehículo de sentimientos íntimos. En esta estética de corte clásico destaca el autor Luis Antonio de Villena (Viaje a Bizancio). Neoerotismo El erotismo se une a motivos como el cuerpo, la noche, el mar. En ocasiones, se aborda el tema de la homosexualidad. Sobresale en esta tendencia la poetisa Ana Rossetti (Los devaneos de Erato, Devocionario) cuya obra posee una enorme capacidad para recrear atmósferas sensuales y para parodiar y transgredir los cánones de la poesía amorosa elaborada desde una perspectiva masculina. Neorromanticismo Sus temas más constantes son la noche, la importancia del canto y, especialmente, la muerte. Destaca Antonio Colinas con obras como Noche más allá de la noche o Los silencios del fuego. En la actualidad la poesía sigue siendo un género minoritario pero no dejan de publicarse poemarios aunque en pequeñas tiradas. Algunos de ellos son Estrategia del débil. Antología poética (2010) de Caballero Bonald (Premio Cervantes 2012), Un invierno propio de García Montero (2011), Las personas del verbo (2012) de Jaime Gil de Biedma o La mujer y el vampiro de Luis Alberto de Cuenca. El Premio Nacional de Poesía 2012 ha recaído en Antonio Carvajal que acababa de publicar Un girasol flotante.