Los mayas del altiplano - Anuario de Estudios Americanos

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Los mayas del altiplano:
supervivencia indígena
en Chiapas y Guatemala1
W. George Lovell
Queen’s University, Canadá
En el contexto americano, pocos grupos indígenas han demostrado la capacidad de
sobrevivir a lo largo de la historia como los mayas del altiplano. Hoy día en Chiapas existen más de un millón de indígenas mayas, un número que asciende a cinco o seis millones
en el caso de Guatemala. Los pueblos mayas han respondido a la invasión y a la dominación para conservar elementos importantes de su cultura. Este artículo discute las formas
en que los mayas del altiplano se han adaptado para sobrevivir a casi cinco siglos de conquista, identificando tres fases claves en su trayectoria histórica: (1) la experiencia colonial, que abarca los años entre 1524 y 1821; (2) una época de reforma y revolución, que
corre de 1821 a 1954; y (3) un período de marginalización y descuido desde 1954 en adelante. Pese al desfío, los mayas del altiplano están equipados culturalmente para perdurar.
Poco a poco grandes sombras y completa noche
envolvieron a nuestros padres y abuelos y a nosotros
también, ¡oh hijos míos!….Todos quedamos así.
¡Para morir nacimos!
Memorial de Sololá
A pesar del lamento del cronista kaqchikel, escrito a mediados del siglo
XVI, los mayas del altiplano mantienen una presencia vibrante que ningún
americanista puede descartar. Incluso los censos gubernamentales moder1 Este artículo refleja un interés personal en el tema que se remonta a mi primera visita a
Chiapas y Guatemala, viaje que occurió en 1974. Desde entonces, no sólo he tenido la oportunidad de
explorar el altiplano maya, sino de realizar investigaciones históricas sobre él y sus habitantes en otras
partes, especialmente en el Archivo General de Indias en Sevilla. A través de los años, mi trabajo ha
sido financiado por la University of Alberta, la Queen’s Universty, el Killam Program of the Canada
Council, el Social Sciences and Humanities Research Council of Canada y el Ministerio de Educación
y Cultura de España. Otra versión del artículo, en inglés, fue publicado en Richard E.W. Adams
y Murdo J. MacLeod, editores, The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas, Vol II,
Part 2, Mesoamerica (New York: Cambridge University Press, 2000), págs. 392-444. Para esta versión en castellano se han hecho varias modificaciones y revisiones al texto original. El argumento central —supervivencia cultural no obstante la dura realidad de un proceso de conquista que todavía
sigue— también se ha articulado en lecturas, mesas redondas, y ponencias presentadas en la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, la Universidad Internacional de Andalucía, la Universidad de Sevilla y
la Universidad Pablo de Olavide. A mis colegas en estas instituciones, y a sus energéticas cantidades de
estudiantes, quiero expresar mi aprecio y gratitud. Como en otras ocasiones, la mano creativa del
Dr. Eddy Gaytán, lingüista y traductor, me ayudó mucho.
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nos, que tienden a enumerar menos indígenas de los que en realidad hay,
registran poblaciones mayas considerables, actualmente más de un millón en
el estado mexicano de Chiapas y entre cinco y seis millones en el caso de
Guatemala. Si, en el contexto nacional de México, los mayas de Chiapas
existen como una de docenas de minorías indígenas entre una masa de mestizos, sus contrapartes del otro lado de la frontera constituyen una fuerza
demográfica más palpable, ya que los pueblos mayas comprenden aproximadamente la mitad de la población de Guatemala (Cuadros 1-4). Los números
son importantes pero, aislados, meramente rasguñan la superficie de nuestra
exposición. Sólo contemplando a los mayas desde una perspectiva histórica
puede ser apreciada, más completamente, su conspicua presencia.
¿Quiénes son estos pueblos nativos? ¿Cómo, a través de los siglos, se
las han arreglado para sobrevivir? ¿Qué clases de vidas han vivido? ¿Por
qué debería preocuparnos su suerte? Tales preguntas han encendido debates durante bastante tiempo, desde la valiente postura adoptada por europeos ilustrados como Bartolomé de las Casas, fraile dominico que defendió los derechos de los indígenas en el siglo XVI, hasta la voz apasionada
de Rigoberta Menchú, mujer maya cuya condecoración con el Premio
Nobel de la Paz en 1992, al igual que los comunicados del subcomandante
Marcos después de la sublevación zapatista en 1994, centraron la atención
internacional en iniquidades más recientes, amenazas más recientes a la
supervivencia maya.
CUADRO 1
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO DE CHIAPAS, 1950-90
Año
Población maya
1950
1980
1990
160.000
390.000
617.250
Porcentaje de población mexicana total
0,62
—
0,61
Fuente: Para 1950, véase Flores, Anselmo Marino: “Indian Population and Its Identification,” en
Handbook of Middle American Indians, vol. 6, Austin: University of Texas Press, 1967, pág. 20, y Vogt,
Evon Z.: “The Maya,” en Handbook of Middle American Indians, vol. 7, Austin: University of Texas
Press, 1969, pág. 23; para 1980, véase Ligorred, Francesc: Lenguas indígenas de México y
Centroamérica, Madrid: Editorial MAPFRE, 1992, pág. 223; y para 1990, véase La Jornada, 15 de
diciembre de 1991. Rus, Jan: “Local Adaptation to Global Change: The Reordering of Native Society
in Highland Chiapas, Mexico, 1974-1994,” en European Review of Latin American and Caribbean
Studies 58, Amsterdam, 1995, pág. 75, proporciona una cifra de 847.751 para la población indígena de
Chiapas en 1990. Esta cifra incluiría un número de indígenas no mayas.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
CUADRO 2
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO DE GUATEMALA, 1950-94
Año
Cómputo censal nacional
de población maya
Porcentaje de población
guatemalteca total
1950
1964
1973
1980
1994
1.495.905
1.809.535
2.260.024
2.536.523
4.037.449
53,6
42,2
43,8
41,9
42,8
Fuente: W. George Lovell y Christopher H. Lutz, “ ‘A Dark Obverse’: Maya Survival in
Guatemala, 1520-1994,” en Geographical Review 86, 3 (1996): pág. 400.
CUADRO 3
HABLANTES DE IDIOMAS MAYAS EN CHIAPAS, 1950-90
Grupo lingüístico
(1950)
Número de hablantes
(1980)
Tzeltal
Tzotzil
Tojolabal
75.000
48.250
37.000
200.000
150.000
40.000
(1990)
306.000
268.500
42.500
Fuente: Para 1950, véase Flores, Anselmo Marino: “Indian Population and Its Identification,” en
Handbook of Middle American Indians, vol. 6, Austin: University of Texas Press, 1967, pág. 22 y Evon
Z. Vogt, “The Maya,” en Handbook of Middle American Indians, vol. 7, Austin: University of Texas
Press, 1969, pág. 23; para 1980, véase Francesc Ligorred, Lenguas indígenas de México y Centroamérica, Madrid: Editorial MAPFRE, 1992, pág. 223; y para 1990, véase La Jornada, 15 de diciembre de 1991. De Vos, Jan: Vivir en frontera: La experiencia de los indios de Chiapas, Ciudad de
México: Instituto Nacional Indigenísta, 1994, pág. 35, proporciona una cifra de 716.012 personas en
Chiapas que pueden hablar “alguna lengua autóctona.” Esta cifra incluiría un número de hablantes nativos no mayas. Véase también Viqueira, Juan Pedro: “Chiapas y sus regiones,” en Viqueira, Juan Pedro,
y Ruz, Mario Humberto (editores): Chiapas: Los rumbos de otra historia (México: Universidad
Nacional Autónoma de México, 1998), págs. 19-40.
La supervivencia misma es la cuestión clave, pero se trata de una
cuestión que debemos considerar cuidadosamente. Debemos proceder con
cautela, para no romantizar o simplificar lo que pasó en la historia. Las
páginas de National Geographic están llenas de retratos lustrosos de pueTomo LIX, 1, 2002
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blos mayas que aparecen como reliquias anacrónicas, recuerdos de una
edad dorada anterior a la conquista española. Los textos marxistas cultivan
otra imagen, una imagen en la que los pueblos mayas aparecen como víctimas inertes, forjadas y preservadas por la explotación colonial y neocolonial. Ninguna de las dos construcciones corresponde a lo que ahora sabemos que han sido experiencias variables, ya que la confrontación entre los
indígenas y los no indígenas fue algo que se diferenció bastante marcadamente de región a región, si no de un lugar a otro dentro de una región. Si
consideramos a los mayas como sujetos, no como objetos, si vemos más
allá de mitos anticuados y estereotipos clichés, entonces tal vez podemos
verlos como actores sociales, como agentes humanos que responden a la
invasión y la dominación para moldear, por lo menos en parte, elementos
importantes de su cultura.
Este artículo delinea algunas de las formas en que los mayas del altiplano han reaccionado y respondido para sobrevivir a casi cinco siglos de
conquista. Para construir una narrativa, se coloca la evidencia en forma de
pirámide, pirámide en la que la base del tiempo pasado se va estrechando
hacia la cúspide del tiempo presente. Tal estructura está diseñada para
poner de relieve las fuerzas históricas que dan forma a, y el contexto histórico que enmarca, las penalidades actuales. La experiencia colonial, que
abarca los años entre 1524 y 1821, recibe especial atención, ya que fue
durante este período cuando se moldeó irreductiblemente la desigualdad
que imperó en épocas posteriores. Las vicisitudes de la vida maya en los
siglos XIX y XX se tratan más sumariamente en dos períodos, uno de reforma y revolución de 1821 a 1954, otro de marginalización y descuido desde 1954 en adelante. En la descripción de patrones amplios y tendencias
generales se incluyen casos específicos, mecanismo que nos permite obtener un equilibrio entre proporcionar datos esenciales y dar detalles.
La experiencia colonial
Después de sus logros en Tenochtitlán, cuyas consecuencias colocaron gran parte del área central de México bajo control español, Hernán
Cortés y sus hombres dirigieron su atención a tierras que los informantes
les dijeron quedaban al sur y al este, en regiones distantes, donde llegaba
la influencia azteca pero donde la autoridad azteca generalmente no predominaba. Chiapas y Guatemala eran dos de estas regiones, quizás mejor
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Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
CUADRO 4
HABLANTES DE IDIOMAS MAYAS EN GUATEMALA, 1973-92
Grupo lingüístico
(1973)
Achí
Akateko
Awakateko
Ch’orti’
Chuj
Ixil
Jakalteko (Popti’)
K’iche’ (Kichee’)
Kaqchikel
Mam
Poqomam
Poqomchi’
Q’anjob’al
Q’eqchi’
Sakapulteko
Sipakapense
Tektiketo (Teko)
Tz’utujil
Uspanteko
58.000
—
16.000
52.000
29.000
71.000
32.000
967.000
405.000
644.000
32.000
50.000
112.000
361.000
21.000
3.000
2.500
80.000
2.000
Número de hablantes
(1980)
50.000
20.000
15.000
25.000
30.000
50.000
25.000
1.000.000
500.000
500.000
30.000
50.000
100.000
400.000
20.000
3.000
3.000
80.000
2.000
(1992)
—
39.826
34.476
74.600
85.002
130.773
83.814
1.842.115
1.002.790
1.094.926
127.206
259.168
205.670
711.523
42.204
5.944
4.755
156.333
21.399
Fuentes: Para 1973, véase Pamela Sheetz de Echerd, ed., Bibliografía del Instituto Lingüístico
de Verano de Centroamérica (Ciudad de Guatemala: Instituto Lingüístico de Verano, 1983), págs. 4-7;
para 1980, véase Francesc Ligorred, Lenguas indígenas de México y Centroamérica (Madrid: Editorial
MAPFRE, 1992), págs. 220-23; y para 1992, véase Leopoldo Tzian, Mayas y Ladinos en cifras: El caso
de Guatemala (Ciudad de Guatemala: Editorial Cholsamaj, 1994), 20-25. Tzian considera que el Achí
es una variante del K’ich’e. Proporciona una cifra de 13.007 para los hablantes de Mopán y 1.783 para
los hablantes de Itzaj. Los mopanes y los itzajes son grupos mayas de las tierras bajas.
conocidas en Tenochtitlán por la calidad del cacao, la cochinilla y las plumas de quetzal que producían. Cuando los españoles se aventuraron en
estas partes, se enfrentaron a situaciones difíciles en las que las guerras
de conquista había que hacerlas no contra un estado unido, bien integrado, sino contra naciones pendencieras, distintas unas de otras, acostumbradas durante mucho tiempo a guardarse resentimiento y agraviarse unas
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W. GEORGE LOVELL
a otras. Bajo estas circunstancias, la conquista no sería ni repentina ni
segura.
La expedición que Luis Marín encabezó a Chiapas, en febrero de
1524, encontró allí varias sociedades bien organizadas, ninguna de ellas
especialmente poderosa, pero todas capaces de valerse de lealtades locales
resueltas. El pequeño grupo de Marín avanzó por la región zoque, la parte
más occidental de Chiapas, sin ninguna dificultad. Los zoques, cuyo idioma los vincula más a los mixes que a los mayas, ocupaban entonces territorio situado en medio de la Cuenca de Grijalva. Río arriba, en el lugar de
la actual Chiapa de Corzo, Marín peleó con los chiapanecos, grupo de origen no determinado. Después de la rendición de estos, Marín marchó con
sus hombres hacia el corazón del altiplano central, donde lo esperaban pueblos mayas más apropiadamente definidos. Pasó por Zinacantán, antes de
enfrentarse a fuerzas tzoltziles en Chamula. En lugar de ir hacia el este y
hacia el sur en dirección a Guatemala, lo cual habría resultado en escaramuzas con comunidades tzeltales y tojolabales, Marín regresó hacia el norte, ruta a Tabasco. Su expedición, en general, tenía más que ver con un
reconocimiento estratégico que con el establecimiento formal de dominio
español. No fue sino hasta casi cuatro años después, época en la que Pedro
Portocarrero y Diego de Mazariegos ya habían vuelto a entrar a Chiapas
por diferentes direcciones y con ejércitos más grandes, cuando los pueblos
mayas del altiplano central cayeron bajo un dominio español más efectivo.
Su territorio fue inicialmente administrado como parte de Nueva España, a
partir de entonces (1530-1821) como parte de Guatemala, salvo durante un
período breve de cuatro años (1540-44) cuando Chiapa (como los españoles llamaban a la provincia del interior) se autogobernó. El núcleo del asentamiento español en Chiapas era Ciudad Real, el actual San Cristóbal de las
Casas.
Poco antes de que Marín penetrara desde el norte, las fuerzas dirigidas por Pedro de Alvarado recorrieron el litoral de Soconusco, región situada por debajo de la Chiapa española, al sur de la Sierra Madre, rumbo a
Guatemala. No encontraron ninguna resistencia apreciable a lo largo de la
Costa del Pacífico. Sin embargo, después de subir al altiplano guatemalteco hubo varias batallas. Los principales oponentes fueron los k’iche’s, después de cuya derrota los españoles tuvieron que enfrentarse a otros pueblos
mayas, uno por uno, los mames, los ixiles y los ch’orti’s, sólo tres de los
muchos que había. Guerreros kaqchikeles pelearon al lado de los españoles, como en la conquista de los tzutujiles de Atitlán. La alianza kaqchikel,
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Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
sin embargo, se debilitó después de escasos seis meses, cuando las excesivas demandas de tributo los hicieron organizar una rebelión que duró casi
cuatro años. Los kaqchikeles nos dicen:
Luego Tunatiuh [Alvarado] les pidió dinero a los reyes. Quería que les dieron montones de metal, sus vasijas y coronas. Y como no se las trajesen inmediatamente,
Tunatiuh se enojó con los reyes y les dijo: “¿Por que no me habéis traido el metal? Si
no traéis con vosotros todo el dinero de las tribus, os quemaré y os ahorcaré,” les dijo
a los señores.
En seguida los sentenció Tunatiuh a pagar mil doscientos pesos de oro. Los reyes
trataron de obtener una rebaja y se echaron a llorar, pero Tunatiuh no consintió y les
dijo: “Conseguid el metal y traedlo dentro de cinco días. ¡Ay de vosotros si no lo
traéis! ¡Yo conozco mi corazón! Así les dijo a los señores.”
Ya se había entregado la mitad del dinero cuando nos escapamos …. Nosotros nos
dispersamos bajo los árboles, bajo los bejucos ¡oh hijos míos! Todas nuestras tribus
entraron en lucha con Tunatiuh …. Abrieron pozos y hoyos para que los caballos y
sembraron estacas agudas para se mataran …. Muchos castellanos perecieron ….
Fueron combatidos por la gente y siguieron haciendo una guerra prolongada.2
Algunos grupos mayas, los q’eqchi’s y los uspantekos entre ellos, de
hecho derrotaron temporalmente a los invasores, antes de sucumbir a actos
de agresión posteriores mejor organizados. En una incursión, Portocarrero,
responsable de los logros españoles contra los kaqchikeles en 1527, avanzó hacia el norte y hacia el occidente, atravesando Guatemala y luego dirigiéndose a Chiapas, donde se encontró con Mazariegos en Comitán. Este
encuentro muy probablemente ocurrió en 1528; para esa época, quizás los
pueblos mayas del altiplano central de Chiapas ya estuviesen subyugados,
pero los seguidores de Alvarado todavía se hallaban en apuros en
Guatemala. No fue sino hasta diez a viente años más tarde, en ciertas áreas mucho más tiempo, cuando los españoles sometieron a los indígenas de
Guatemala. La resistencia maya hizo de la subyugación militar un asunto
prolongado y sangriento.
La capacidad de los pueblos mayas para organizar ejércitos para
impedir la intrusión española es un indicio importante de que sus tierras
tenían poblaciones bastante grandes. Si persiste el debate en cuanto a cuántos indígenas precisamente estaban vivos cuando los españoles llegaron,
menos controvertido es el hecho de que la conquista fue más o menos contemporánea con un proceso de despoblación que duró ya bien entrado el
2 Recinos, Adrián (traductor): Memorial de Sololá: Anales de los Cakchiqueles, Mexico:
Fondo de Cultura Económica, 1950, págs. 128-131.
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W. GEORGE LOVELL
siglo XVII y, en el caso de Chiapas, mucho más allá. El cuadro 5 indica el
tamaño variable de los cálculos de contacto propuestos en varios estudios
sobre Guatemala. De los cálculos representados, los propuestos por
Denevan y por Lovell y Lutz (dos millones en cada caso) se relacionan con
todo o una porción substancial del territorio nacional. Sanders y Murdy (de
500.000 a 800.000) sólo cubren el altiplano de Guatemala, mientras que
Zamora (315.000) se ocupa exclusivamente de la mitad occidental del país.
Solano (300.000) nunca define su orbita espacial claramente, pero sus cálculos incluyen un área enorme. Esto significa que se deben tener presentes
las diferencias en extensión territorial cuando se hacen comparaciones
entre los cálculos.
CUADRO 5
DESPOBLACIÓN INDÍGENA EN LA GUATEMALA DEL SIGLO XVI
Año
hacia 1520
hacia 1550
hacia 1575
hacia 1600
Denevan
2.000.000
—
—
—
Lovell y Lutz Sanders y Murdy
2.000.000
427.850
236.540
133.280
500-800.000
—
—
—
Zamora
Solano
315.000
121.000
75.000
64.000
300.000
157.000
148.000
195.000
Fuentes: Denevan, William M. (ed.): The Native Population of the Americas in 1492, Madison:
University of Wisconsin Press, 1976, pág. 291; Lovell, W. George, y H. Lutz, Christopher: Demografía
e imperio: Guía para la historia de la población de la América Central española, 1520-1821,
Guatemala: Universidad de San Carlos, 2000, pág. 13; Sanders, William T., y Carson Murdy:
“Population and Agricultural Adaptation in Highland Guatemala,” en Carmack, Robert M.; Early,
John D., y Lutz, Christopher H. (eds.): The Historical Demography of Highland Guatemala, Albany,
New York: Institute for Mesoamerican Studies, 1982, pág. 32; de Solano, Francisco: Los mayas del
siglo XVIII, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1974, págs. 62-96; y Zamora Acosta, Elías:
“Conquista y crisis demográfica: La población indígena del occidente de Guatemala en el siglo XVI,”
Mesoamérica 6, 1983, págs. 291-328.
En Chiapas, nos encontramos con menos estudios sobre la demografía
maya colonial, lo cual limita el examen a puntos esenciales. Afortunadamente, estos son proporcionados por la investigación sólida de Peter
Gerhard, quien calcula que una población indígena alrededor de 275.000 al
momento del contacto había disminuido a 70.000 en 1650, había aumentado
a 72.000 en 1700, había disminuido nuevamente en 1800 a 53,000, para
sumar aproximadamente 58.000 en la época de la independencia (Cuadro 6).
154
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
Así como, sin importar el número implicado, ahora existe un acuerdo
general de que la despoblación indígena fue drástica, si no catastrófica,
también así se reconoce que de la combinación de factores responsables
por la disminución, la parte que jugaron las enfermedades epidémicas fue
la más crucial. Los mayas del altiplano, como los pueblos indígenas desde
Alaska hasta la Tierra del Fuego, no tenían inmunidades naturales contra
una serie horrible de infecciones del Viejo Mundo. En consecuencia, se
encontraban en una posición vulnerable cuando enfermedades tales como
la viruela, el sarampión, las paperas y la peste, transferidas sin querer por
conquistadores españoles y esclavos africanos, entraron en sus entornos de
suelo virgen.
CUADRO 6
LA POBLACIÓN INDÍGENA DE CHIAPAS Y SOCONUSCO, 1511-1821
Provincia
Chiapas
Soconusco
1511
1550
1600
1650
1700
1750
1800
1821
275.000 125.000 85.000 70.000 72.000 65.000 53.000 58.000
80.000 7.000 6.600 4.000 2.700 4.650 4.200 4.000
Fuente: Gerhard, Peter: The Southeast Frontier of New Spain, Princeton, NJ: Princeton
University Press, 1979, pág. 25.
Nuestro conocimiento del alcance de las enfermedades tiende a estar
mejor desarrollado para Guatemala. Sin embargo, muchas de las enfermedades que se registraron allí también debe haber afectado a Chiapas. Hasta
ocho epidemias masivas atacaron Guatemala entre 1519 y 1632, período en
el que también se dieron episodios más localizados. Brotes de enfermedad a
menudo provocaban otros escenarios de crisis, ya que la mala salud impedía
sembrar las milpas, lo que a su vez provocaba escasez de comida y hambrunas. En el Memorial de Sololá se encuentran numerosas referencias a brotes
de enfermedad, ninguna de ellas más gráfica que la descripción de una peste
que de hecho llegó a Guatemala antes de que llegaran los propios españoles:
He aquí que durante el quinto año [1519-1520] apareció la peste ¡oh hijos míos!
Primero se enfermaban de tos, padecían de sangre de narices y de mal de orina. Fué
verdaderamente terrible el número de muertos que hubo en esa época …. Era terrible
en verdad el número de muertes entre la gente. De ninguna manera podía la gente
contener la enfermedad.
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W. GEORGE LOVELL
Grande era la corrupción de los muertos. Después de haber sucumbido nuestros
padres y abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los campos. Los perros y los buitres
devoraban los cadaveres. La mortandad era terrible. Murieron vuestros abuelos y junto con ellos murieron el hijo del rey y sus hermanos y parientes. Así fué como nostros quedamos huérfanos ¡oh hijos míos! Así quedamos cuando éramos jóvenes.
Todos quedamos así.3
Por consiguiente, los resultados inmediatos de la intrusión española
fueron la guerra, los brotes de enfermedad y el colapso demográfico.
Después del trauma de estos trastornos, vino el oneroso cargo de estar
sometido al yugo colonial, estatus que exigía expresiones de lealtad y obligaciones muy diferentes a las observadas anteriormente. Se introdujeron
varias instituciones por medio de las cuales se implementarían los proyectos y las expectativas imperiales. Dos instituciones claves eran la encomienda y la congregación.
La historia de la encomienda es compleja, pero durante los siglos XVI
y XVII fue un mecanismo por medio del cual españoles o criollos recibían
tributo en trabajo, artículos o dinero de los indígenas que estaban a su cargo. Las encomiendas no eran concesiones de tierra sino, más bien, derechos para disfrutar de los frutos de lo que la tierra y su gente podían proporcionar, ya sea artículos preciados tales como oro, plata, sal y cacao, o
productos básicos como maíz y frijoles. Los derechos llevaban consigo
ciertas obligaciones, entre ellas cuidar de que los indígenas recibieran instrucción en los principios y la práctica de la Santa Fe Católica, obligación
que pocos encomenderos consideraban conveniente cumplir.
Las primeras encomiendas a menudo llevaban consigo la adjudicación
de cantidades substanciales de tributo. Los encomenderos al principio
gozaban de considerable poder como recipientes de tributo, pero el papel
de la Corona en relación con la encomienda fue un papel de restricción. Al
final, la Corona tomó medidas para desmantelar los privilegios —poniendo restricciones a las disposiciones laborales, por ejemplo, y limitando la
herencia más allá de una o dos generaciones— para impedir que incluso los
encomenderos más emprendedores se convirtieran en el equivalente de
señores feudales. De especial importancia a este respecto fueron las reformas realizadas entre 1548 y 1555, cuando Alonso López de Cerrato fue
3 Recinos, A.: Memorial de Sololá..., págs. 119-120. Véase también Lovell, W. George:
“Enfermedad y despoblación en Guatemala, 1519-1632,” en Cook, Noble David, y Lovell, W. George
(editores): “Juicios secretos de Dios”: Epidemias y despoblación en Hispanoamérica colonial, Quito:
Ediciones Abya-Yala, 2000, págs. 89-118.
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Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
presidente de la Audiencia de Guatemala, corte cuyos miembros eran nombrados por la Corona y tenían a su cargo el gobierno diario de la extensa
jurisdicción que se extendía desde Chiapas hasta Costa Rica. Cuando fue
abolida por el régimen borbónico en el siglo XVIII, la encomienda no
representaba más que un tipo modesto de pensión.
Los estudios de la encomienda en la Audiencia de Guatemala normalmente toman los años de Cerrato como punto de partida. Esta tendencia es comprensible, y la explica mejor el hecho de que nuestra lista de
encomiendas más completa y temprana —quién las tenía, qué clases de tributo recibían, que comunidades estaban implicadas— pertenece a la presidencia de Cerrato. Las acciones de Cerrato, especialmente su liberación de
los esclavos indígenas y su papel pionero en tratar de poner en vigor las
Nuevas Leyes de 1542, ciertamente merecen reconocimiento. Sin embargo,
centrarse en Cerrato ha servido para que no nos interesemos en examinar
la encomienda cuando la institución (desde el punto de vista español) era
más remunerativa y (desde una perspectiva indígena) estaba en su punto de
mayor explotación —los primeros veinte años después de la conquista,
cuando los encomenderos mismos fijaban las cuotas de tributo, cuando la
mano moderadora del gobierno no existía. Un correctivo muy necesitado lo
proporciona Wendy Kramer, quien concluye que “lejos de ser el punto de
partida de la encomienda en Guatemala, o de reflejar innovaciones recientes realizadas por el nuevo presidente, la [tasación] de Cerrato refleja las
circunstancias y las lealtades de seis hombres diferentes, influenciados por,
y respondiendo a, las vicisitudes de once gobiernos diferentes.”4 Estos seis
hombres y sus once gobiernos (Cuadro 7) a menudo asignaban o intercambiaban, confirmaban o quitaban privilegios de encomienda, cada una de los
cuales valía miles de pesos anualmente.
Uno puede hacerse una idea de la recompensa o la carga en juego, y
obtener una medida concreta de la diferencia entre la época anterior a
Cerrato y la época de Cerrato, examinando los detalles de una encomienda. El caso de Huehuetenango proporciona datos útiles sobre las obligaciones de encomienda y aclara el proceso de cambio a través del tiempo.
Un aguerrido español de nombre Juan de Espinar tuvo Huehuetenango en encomienda desde 1525 hasta su muerte en la década de 1560,
con una interrupción de diez a doce meses (1530-31), cuando el privilegio
pasó a Francisco de Zurrilla. Durante más de treinta años, una mezcla de
4 Kramer, Wendy: Encomienda Politics in Early Colonial Guatemala, 1524-1544: Dividing
the Spoils, Boulder, Colorado: Westview Press, 1994, pág. 236.
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157
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persistencia y habilidad política, acompañada de dureza que a veces se convertía en pura crueldad, convirtió a Espinar en el amo de Huehuetenango.
Tenía asimismo instintos empresariales, controlando la venta de tributo
indígena y desarrollando una elaborada infraestructura de actividades
mineras y agrícolas. Inició las operaciones mineras después de darse cuenta de que, a unos diez kilómetros al sur de Huehuetenango, al lado del río
Malacatán, se podían explotar placeres de oro. La buena fortuna para Espinar resultó una maldición para los indígenas que controlaba. En documentos preparados más tarde para litigio, Espinar afirmó que cuando Huehuetenango estaba en su apogeo, él ganaba aproximadamente 9.000 pesos cada
año por su participación en la minería y otros 3.000 pesos por sus transacciones agrícolas.
CUADRO 7
CONCESIONES DE ENCOMIENDA EN GUATEMALA, 1524-48
Gobernadores, tenientes de gobernador
y gobernadores interinos
Pedro de Alvarado
Jorge de Alvarado
Francisco de Orduña
Pedro de Alvarado
Jorge de Alvarado
Pedro de Alvarado
Alonso de Maldonado
Pedro de Alvarado
Francisco de la Cueva
Franciso Marroquín
y Francisco de la Cueva
Alonso de Maldonado
Ejercicio del cargo
Número de
concesiones
Número de
encomenderos
1524-26
1527-29
1529-30
1530-33
1534-35
1535-36
1536-39
1539-40
1540-41
25
86
12
77
7
18
12
7
13
21
56
11
45
6
10
8
3
5
1541-42
1542-48
18
30
16
20
Fuente: Kramer, Wendy: Encomienda Politics in Early Colonial Guatemalal, 1524-1544:
Dividing the Spoils, Boulder, Colorado: Westview Press, 1994, pág. 245.
Espinar vivió lo suficiente para sentir los efectos de la disminución de
la población de Huehuetenango a una fracción de lo que había sido cuando inicialmente se le otorgó la encomienda (Cuadro 8). Un factor no relacionado con la enfermedad pero que afectó el tamaño de la población fue
158
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
que, entre 1525 y 1530, Espinar no sólo tenía Huehuetenango mismo sino
también un puñado de pueblos circundantes, cuyo derecho perdió posteriormente, cuando fueron adjudicados a otros españoles. El hecho de perder, durante un año, la encomienda de Huehuetenango a favor de Zurilla
provocó una demanda en la que Espinar puso por escrito el botín del que
se le había privado. Su deseo de conservar la encomienda era perfectamente comprensible, ya que la pérdida era considerable: los artículos enumerados en la columna central del Cuadro 9 habrían generado buenos ingresos
al ser vendidos en el mercado. Además, los suministros de servicio sólo en
las minas representaban entre 43.200 y 72.000 días de trabajo al año por
parte de los hombres y 10,800 días de trabajo al año por parte de las mujeres. La columna de la derecha del cuadro 9 refleja la encomienda reducida
y domeñada de Huehuetenango, después de las reformas de Cerrato.
Aunque las ganancias a mediados de siglo eran notablemente menores,
Espinar aún podía consolarse sabiendo que tenía la undécima encomienda
más grande en toda Guatemala, no incluyendo aquellas encomiendas en las
que el tributo se pagaba a la Corona.
CUADRO 8
LA POBLACIÓN TRIBUTARIA DE HUEHUETENANGO
Y PUEBLOS SUJETOS, 1530-31 y 1549
Cabecera/pueblo sujeto
Huehuetenango (incluye Chiantla)
Santiago Chimaltenango (Chimbal, Chinbal)
San Juan Atitán (Atitán)
San Pedro Necta (Niquitlán, Niquetla)
1530-31
1549
3.000-3.500
500
—
200
500
35
—
20
Fuente: Kramer, Wendy, Lovell, W. George, y Lutz, Christopher H.: “Fire in the Mountains:
Juan de Espinar and the Indians of Huehuetenango, 1525-1560,” en Thomas, David Hurst (ed.):
Columbian Consequences, vol. 3, Washington, DC: Smithsonian Institution, 1991, pág. 272.
Las encomiendas abarcaban, en grado espacial variable, una o más
comunidades que los españoles llamaban pueblos de indios, con el significado municipal de lugar central y región circundante, áreas segregadas
donde (en teoría) los no indígenas no podían establecerse. Cuando llegaron,
los españoles observaron que, morfológicamente, los asentamientos mayas
Tomo LIX, 1, 2002
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CUADRO 9
OBLIGACIONES DE ENCOMIENDA EN HUEHUETENANGO, 1530-31 Y 1549
Artículo o servicio
1530-31
1549
Ropa
800 mantas
400 masteles
400 xicoles
400 huipiles
400 naguas
400 cutaras
300 mantas
Alimentos
Cantidades no especificadas de
maíz, frijol, chile y sal
108-126 jarras grandes de miel
Maíz (1 sementera de 15 fanegas)
Frijoles (1 sementera de 5 fanegas)
100 cargas de agí
100 panes de sal
Aves
2,268 gallinas
12 docenas de gallinas
Otros artículos
400 petates
1 sementera de 4 fanegas de algodón
Trabajo
40 indios de servicio, enviados a
Santiago de Guatemala en turnos
de veinte días todo el año
6 indios de servicio
120-200 indios de servicio, enviados a trabajar en las minas de oro
en turnos de veinte días todo el
año
30 indias de servicio, enviadas a
las minas de oro cada día para
hacer tortillas y preparar comida
Esclavos
80 hombres y 40 mujeres que trabajaban en las minas de oro
Fuente: Kramer, Wendy; Lovell, W. George, y Lutz, Christopher H.: “Fire in the Mountains...
Columbian Consequences, vol. 3, Washington, DC: Smithsonian Institution, 1991, págs. 274-75.
160
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
eran más dispersos que nucleados, y que la poca urbanización que se había
desarrollado estaba restringida a lugares altos defensivos, de ninguna
manera propicios para una administración eficiente. La política de la congregación fue concebida para solucionar esta anarquía, y los pueblos de
indios fueron el resultado de su implementación.
De acuerdo a como fue promulgada por la ley, la congregación era un
medio a través del cual los indígenas que vivían en grupos aislados serían
unidos, convertidos al cristianismo y moldeados en comunidades armoniosas, con recursos que reflejaban las nociones imperiales de vida organizada y civilizada. A la Iglesia, especialmente a los miembros de las órdenes
franciscana y dominica, le tocó la difícil tarea de hacer bajar a las familias
indígenas de las montañas y reasentarlas en pueblos construidos alrededor
de un sitio católico de culto. La orden de misionizar, y el fundamento detrás
de ella, está expresada claramente en una real cédula, promulgada el 21 de
marzo de 1551:
Con mucho cuidado y particular atención, se ha procurado siempre interponer los
medios más convenientes para que los indios sean instruidos en la Santa Fe Católica
y Ley Evangélica, y olvidando los errores de sus antiguos ritos y ceremonias vivan en
concierto y policía, y para que esto se executasse con mejor acierto se juntaron diversas vezes los de nuestro Consejo de Indias y otras personas religiosas, y congregaron
los prelados de Nueva España el año de 1546 … los cuales con deseo de acertar en
servicio de Dios, y nuestro, resolvieron que los indios fuessen reducidos a pueblos y
no viviessen divididos y separados por las sierras y montes, privándose de todo beneficio espiritual y temporal, sin socorro de nuestros ministros, y del que obligan las
necesidades humanas que deben dar unos hombres a otros. Y por haverse reconocido
la conveniencia de esta resolución por diferentes órdenes de los señores reyes nuestros predecesores, fue encargado, y mandado a los virreyes, presidentes y gobernadores que con mucha templanza y moderación executassen la reducción, población y
doctrina de los indios.5
En el Memorial de Sololá tenemos una perspectiva maya de los
eventos:
[L]legaron aquí … nuestros Padres de Santo Domingo, Fray Pedro Angulo y Fray
Juan de Torres. Llegaron de México el día 12 Batz [10 de febrero 1542]. Nuestra instrucción comenzó por medio de los Padres de Santo Domingo. Luego salió la
Doctrina en nuestra lengua. Nuestros padres, Fray Pedro y Fray Juan, fueron los primeros que nos predicaron la palabra de Dios. Hasta entonces no conocíamos la pala5 Libro VI, Título III, Recopilación de las leyes de los reynos de las Indias, 3 tomos, Madrid:
Ediciones Cultura Hispánica, 1973, III, pág. 198.
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161
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bra ni los mandamientos de Dios; habíamos vivido en las tinieblas. Nadie nos había
predicado la palabra de Dios.
En el quinto mes del sexto año desde que comenzó nuestra instrucción en la palabra de Nuestro Señor Dios, se agruparon las casas …. Entonces llegó la gente desde
las cuevas y los barrancos. El día 7 Caok [30 de Octubre de 1547] se estableció esta
ciudad [Sololá] y allí estuvimos todas las tribus.6
La retórica de la congregación pertenece mucho a lo que Carlos
Fuentes llama el “país legal,” una ficción colonial en marcado desacuerdo
con el “país real” que llegó a existir.7 En la visión global de imperio, pocas
empresas se desviaron tan dramáticamente de la intención original como la
congregación, impulsando a los observadores contemporáneos a expresar
indignación, asombro y desesperación de que un plan tan grandioso pudiera
convertirse en tan poco. La congregación dejó su marca en el entorno en una
fecha temprana. De hecho, los pueblos de indios creados por el clero regular
y secular en el transcurso del siglo XVI (Cuadro 10) persisten actualmente
como municipios, entidades sociales que los antropólogos han considerado
las unidades claves para definir la vida comunitaria maya. Sin embargo, ni
bien los españoles habían reasentado a los indígenas donde los primeros
consideraban adecuado, cuando un gran número de los últimos regresaron a
las montañas de donde ellos y sus familias habían sido sacados. ¿Por qué
sucedió esto? ¿Qué causó que se aflojara el control de la congregación?
CUADRO 10
PUEBLOS DE INDIOS FUNDADOS EN EL SIGLO XVI
POR EL CLERO REGULAR Y SECULAR
Tipo de clero
Dominicos
Franciscanos
Mercedarios
Clero secular
TOTAL
Pueblos fundados hacia 1555
47
37
6
5(?)
95
Pueblos fundados hacia 1600
82
108
42
104
336
Fuente: Adriaan C. van Oss, Catholic Colonialism: A Parish History of Guatemala, 1524-1821
(Cambridge: Cambridge University Press, 1986), pág. 43.
6 Recinos, A.: Memorial de Sololá..., págs. 139-140.
7 Fuentes, Carlos: Latin America: At War with the Past, Toronto: CBC Enterprises, 1985,
pág. 29.
162
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
En primer lugar, la congregación fue realizada no por persuasión sino
por la fuerza. El hecho de que familias enteras fueran trasladadas, en contra de su voluntad, de un lado a otro hacía poco probable que los miembros
que consideraban la experiencia desagradable, si no odiosa, permanecieran
en el mismo sitio. Repetidas veces los indígenas huyeron a las áreas rurales para escapar de la continua explotación que sufrían mientras residían en
un pueblo o en sus cercanías. Allí podían estar libres de la obligación de dar
tributo, proporcionar mano de obra, trabajar en los caminos locales o la
iglesia parroquial y servir de cargadores humanos. El refugio de las montañas también se buscaba cuando atacaba la enfermedad, cuya brote en los
pueblos de indios a menudo causaba mayor pérdida de vidas por causa de
hacinamiento humano que la dura subsistencia en los cerros. Además, la
forma en que los mayas cultivaban sus milpas normalmente se hacía mejor
viviendo no en centros grandes y aglomerados, sino en grupos pequeños y
dispersos.
A continuación está la cuestión de la fricción interconfesional y el
despliegue de recursos espirituales. Junto con los mercedarios, un tercer
grupo menos dominante en la empresa misionera, los dominicos y los franciscanos libraban lo que Adriaan van Oss llama una “disputa territorial,”
mientras eran impulsados simultáneamente por la llamada sublime de la
congregación. Las dos órdenes más grandes y poderosas crearon, cada una,
una esfera de influencia relativa a la capital de Santiago de Guatemala, la
actual Antigua Guatemala. Los dominicos se trasladaron al lejano norte y
occidente, y eran responsables de una región inmensa que se extendía desde Verapaz, atravesaba la Sierra de Chuacús y la Sierra de los Cuchumatanes, y llegaba hasta Chiapas. Los franciscanos optaron por una ronda
central más manejable, dentro de un radio de cincuenta kilómetros alrededor del Lago de Atitlán. Los pueblos de indios establecidos en los confines
de sus jurisdicciones eran defendidos celosamente por ambas órdenes contra la invasión rival. Las disputas entre ellos desviaron energía de la preocupación apremiante de la conversión indígena y se volvieron tan agotadoras que el 22 de enero de 1556 se dio una real cédula en la que se ordenaba
a los frailes, acusados de “baja ambición” y de “proferir insultos,” que
resolvieran sus diferencias y se comportaran de una manera más digna y
cristiana.8
8 Van Oss, Adriaan C.: Catholic Colonialism: A Parish History of Guatemala, 1524-1821,
Cambridge: Cambridge University Press, 1986, págs. 35-36.
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163
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Tal comportamiento, a los ojos de la Corona, daba mal ejemplo y tenía
poco sentido práctico, ya que los frailes eran pocos y sus responsabilidades
muchas. De hecho, durante toda la época colonial menos de mil misioneros llegaron a propagar la fe entre los mayas de Guatemala. Las autoridades civiles reconocían bien la ardua batalla que sus asociados religiosos
afrontaban diariamente: dos funcionarios de la Corona, Antonio Rodríguez
de Quesada y Pedro Ramírez de Quiñones, abiertamente reconocieron que
“en esta tierra hay mucha falta de religiosos.”9 A mediados del siglo XVI,
los dominicos estaban tan agobiados de obligaciones que les cedieron a los
mercedarios el área que se prolonga hacia el sur, desde Huehuetenango
hasta la frontera con Soconusco, una elección más aceptable para los dominicos que sus adversarios franciscanos. Por su parte, ya en 1552 los franciscanos habían pedido permiso a la Corona para asumir la responsabilidad
de establecer misiones en territorio dominico, “pues que los padres de
Santo Domingo no lo hagan.”10 Sin embargo, la hegemonía de los dominicos prevaleció en Chiapas. En el otro extremo de la región, al sur y al este
de Santiago, ninguna de las tres órdenes estableció una presencia significativa, dejando el “oriente” guatemalteco en las manos proletizadoras del
clero secular menos experimentado.
En términos de jurisdicción misionera, la división entre un oriente
“secular” y un occidente “regular” es importante reconocerla. Las divisiones eclesiásticas, sin embargo, sólo sirven para subrayar otro proceso más
profundo, un proceso de regionalización mejor articulado por Murdo
MacLeod en su magnum opus sobre la América Central española.11
MacLeod argumenta que la explotación de la base de recursos guatemaltecos funcionaba diferencialmente, de tal manera que la atención española se centraba en la costa del Pacífico rica en cacao y en las tierras templadas situadas al sur y al este de la capital, donde se podía cultivar índigo,
apacentar ganado y recoger dos o incluso tres cosechas de maíz cada año.
Los españoles consideraban mucho menos atractiva la tierra fría del altiplano, situada al norte y al oeste de Santiago —de acceso más difícil y con
pocas opciones empresariales. Por consiguiente, su interés en el norte y el
occidente nunca fue tan intenso como en el sur y el oriente. Cuando las
9 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Audiencia de Guatemala (en adelante AG),
9A, Antonio Rodríguez de Quesada y Pedro Ramírez de Quiñones a la Corona, 25 de mayo de 1555.
10 AGI, AG 168, Fray Juan de Mansilla a la Corona, 30 de enero de 1552.
11 MacLeod, Murdo, J.: Historia socio-económica de la América Central española, 15201720, Guatemala: Editorial Piedra Santa, 1980.
164
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
actitudes españolas relacionadas con el valor de la tierra se traducían en
miles de acciones individuales, resultaban en una experiencia colonial
notablemente distinta.
Al sur y al este de Santiago de Guatemala, donde se invadieron más
comunidades nativas, la asimilación cultural y biológica avanzó a un paso
más rápido. En el oriente, como también en el vecino El Salvador, los
españoles y los africanos se mezclaron con los indígenas y crearon un
entorno predominantemente mestizo o ladino. Siempre se podían encontrar en estas partes grupos nativos, ya sea mayas desplazados del altiplano o pipiles autóctonos, hablantes de nahua. Después de todo, la mano de
obra indígena, barata y explotada, era la base de la prosperidad económica, la cual fluctuaba en ciclos de auge y quiebra, mientras que la búsqueda de un cultivo comercial exitoso vio al cacao y al índigo ceder el paso
a la cochinilla y a la zarzaparilla y, finalmente, al café y los bananos en
nuestros días. Sin embargo, al norte y el oeste de la capital, donde las
oportunidades de enriquecimiento eran menos y donde pocos españoles
estaban dispuestos a establecerse, los pueblos mayas soportaron con
mayor resistencia el ataque de aculturación, conservando gran parte de su
tierra, reteniendo principios de organización comunitaria y preservando un
sentido de identidad que era decididamente suyo. Los idiomas mayas se
mantuvieron vivos, así como las costumbres mayas de adorar a los dioses.
Las tareas diarias y el ciclo de las estaciones seguían un ritmo maya, no
uno español. Incluso el tiempo mismo, los días y los meses que formaban
un año, avanzaban con un pulso maya. Cuando, existencialmente, se sitúa
la congregación dentro de este panorama, la reacción maya a ella adopta
una dinámica formativa y vital.
Condenados por la geografía a vivir en una región atrasada en el
esquema español de imperio, los mayas moldearon para ellos mismos una
cultura de refugio en la que las características e instituciones hispánicas
fueron absorbidas y mezcladas con las nativas, a menudo de maneras elaboradas que desconcertaban a, se burlaban de, y al final erosionaron la
autoridad colonial. La periodización es algo difícil. Seguramente ya en el
siglo XVII, los patrones de costumbres híbridas eran muy evidentes, pero
la tendencia había comenzado mucho antes. El reconocimiento de que todo
marchaba bastante mal, que la congregación no estaba desarrollándose de
acuerdo con el plan, provocó las siguientes observaciones de Pedro
Ramírez de Quiñones, redactadas con frustración en una carta al Consejo
de Indias:
Tomo LIX, 1, 2002
165
W. GEORGE LOVELL
En los pueblos de los naturales hay gran desorden en lo que toca a la policía. Hay muy
poco orden entre ellos, ni instrucción. Pecados públicos hay entre ellos muy grandes.
Y lo más es que son sin castigo, porque no viene a noticia de la audiencia. En los más
pueblos de indios viven cada uno como quiere o como puede y como la audiencia no
puede enviar visitadores no pueden cumplir de visitar la décima parte del distrito.12
Incluso cuando los indígenas desplazados por la congregación elegían permanecer dentro de su abrazo espacial, a menudo se reagrupaban en
el pueblo, o cerca de éste, siguiendo linajes domésticos de preconquista que
los españoles llamaban parcialidades. Éstas eran unidades sociales de gran
antigüedad, organizadas como clanes patrilineales o afiliaciones localizadas de parentesco, y normalmente asociadas con extensiones particulares
de tierra. Como los misioneros desconocían la naturaleza discreta de las
parcialidades, a menudo varias de ellas eran amontonadas para formar, en
teoría, una sola comunidad indígena. Sin embargo, una vez reunidas alrededor de un nuevo centro, las parcialidades conservaban su identidad aborigen al continuar funcionando social y económicamente como componentes separados, en lugar de unirse para formar un cuerpo corporativo. Lejos
de ser las entidades plácidas y homogéneas que conjura la legislación
imperial, muchos pueblos de indios llegaron a ser un mosaico de parcialidades que se tocaban pero no se penetraban, coexistían pero no siempre
cooperaban. En el Corregimiento de Totonicapán, por ejemplo, nueve pueblos de indios comprendían más de treinta parcialidades, cada una de las
cuales era tasada individualmente para propósitos del pago de tributo
(Cuadro 11) a finales del siglo XVII. Uno de estos pueblos, Sacapulas,
incluso logró arreglar que la tierra fuera tenida y cultivada por parcialidad,
como lo hacían otros pueblos de indios. Las parcialidades también podían
estar correlacionadas con cofradías específicas, introducidas originalmente
para el culto de un santo favorecido pero que, con el tiempo, llegaron a servir de útil cobertura cristiana para expresiones más sospechosas.
Si el compromiso residencial con la congregación resultó en cierto
grado de improvisación, el abandono de los pueblos condujo a aberraciones
manifiestas. De nuevo, la decandencia empezó tempranamente. Sacapulas,
por ejemplo, tal vez no haya cristalizado precisamente como sus fundadores
dominicos imaginaron en un principio, pero una vez que su convento había
sido establecido en la ribera sur del río Negro, sí se formó una comunidad
bien definida a su alrededor. Una cuestión totalmente distinta era el área
rural remota, como revela vívidamente el relato de dos dedicados frailes.
12 AGI, AG 94, Pedro Ramírez de Quiñones al Consejo de Indias, 20 de mayo de 1556.
166
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
CUADRO 11
PUEBLOS Y PARCIALIDADES EN EL CORREGIMIENTO
DE TOTONICAPÁN, C. 1686
Pueblo de indios
Aguacatán
Chajul
Chiquimula
Cotzal
Cunén
Momostenango
Nebaj
Sacapulas
Totonicapán
Parcialidades
Aguacatán
Chalchitán
Comitán
Box
Ilom
San Gaspar
Uncavav
San Marcos
Santa María
Chil
Cul
San Juan
Magdalena
San Francisco
Santa Catalina
Santa Ana
Santa Isabel
Santiago
Cuchil
Osolotén
Salquil
Santa María
Acunil
Bechauzar
Cuatlán
Magdalena
Tulteca
Pal
San Gerónimo
San Marcos
San Francisco
Tributarios
64
91
4
3
30
64
9
24
120-29*
10
28
20-29*
6
114
50
40
38
224
26
16
10-19*
76
48
42
84
8
45
—
—
—
320-29*
* Este manuscrito sufrió serios daños en un incendio ocurrido en el archivo, a principios del
siglo pasado. Las cifras marcadas con un asterisco indican que el último número estaba tan quemado
que no era legible o se ha desintegrado completamente. Por lo tanto, en cuatro casos, sólo se puede
hacer un cálculo de la población de la parcialidad que pagaba tributo.
Fuente: Archivo General de Indias, Contaduría 815.
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Escribiendo al Rey desde el convento de Sacapulas, el 6 de diciembre
de 1555, Tomás de Cárdenas y Juan de Torres hablan de los tremendos obstáculos que impedían la congregación efectiva. Mencionan, en primer
lugar, las dificultades impuestas por el entorno físico, declarando no sin
justificación que “aquel pedazo de sierra es de lo más fragoso y aspero que
hay por estas tierras.” Mientras la atravesaban, Cárdenas y Torres se habían topado con “poblaciones de hasta ocho y seis y aun de cuatro casas o
chozas, metidos y escondidos por las barrancas donde hasta uno de nosotros, ningún otro español aportó.” Los frailes se lamentan de que, a lo largo de su caminata, descubrieron “muy grande copia de ídolos, no sólo
escondidos pero en públicas casas como los que tenían antes que fuesen
baptizados.” Los indígenas, argumentan, pueblan tales lugares desolados
para que “nadie aportaba allá que les pudiese perjudicar ni estorbar su mal
vivir.” Las familias que habían encontrado viviendo de esa manera, afirman
los dominicos con cierto alivio, “ahora, estando juntos, ellos tendrán menos
oportunidad para idolatrar y nosotros mucha más para los visitar.”
Reasentados de esta manera, los indígenas pueden ser “doctrinados no sólo
en las cosas de Nuestra Santa Fe pero también en las de la humana policía.”
Para los que podrían lamentarse de que la congregación se hacía de manera involuntaria, que trasladaba familias de un lugar a otro en contra de su
voluntad, Cárdenas y Torres afirmaban que “no hay enfermo a quien las
medicinas no sepan mal.” En este sentido, los indígenas “son como niños,
y como tales cumple hacer no lo que más les agrada sino lo que más les
cumple.” Si a veces el tono de los frailes es sobrio y paternalista, el mismo
también es conmovedor y prudente. Los dos dominicos captan muy perceptivamente por qué las familias mayas podrían resistirse a la congregación cuando señalan: “Entre todos estos indios ninguno hay que quiera
dejar la casilla que su padre le dejó, ni salirse de una pestilencial barranca
o de entre unos rescos inaccesibles, porque allí tienen los huesos de sus
abuelos.”13
Palabras solemnes, expresadas con un sentimiento de presagio que no
tardó en resultar bien fundado. Unos años después de que Cárdenas y
Torres se dirigieran al Rey, los principales y caciques de Santiago Atitlán
13 AGI, AG 168, Tomás de Cárdenas y Juan de Torres a la Corona, 6 de diciembre de 1555.
Para amplia discusión sobre los éxitos y los fracasos de la pólitica de la congregación, véase Lovell,
W. George: Conquista y cambio cultural: La Sierra de los Cuchumatanes de Guatemala, 1500-1821,
Antigua Guatemala y South Woodstock, Vermont: Centro de Investigaciones Regionales de
Mesoamérica y Plumsock Mesoamerican Studies, 1990, págs. 77-99.
168
Anuario de Estudios Americanos
LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
observaran que “hay en nuestras estancias algunos indios rebeldes que
quieren estar fuera de nuestra subyugación y no obedecer nuestros mandamientos en recoger el tributo y otras cosas tocantes.”14 Aun cerca de la ciudad capital abundaba la deserción; en 1575 los indígenas de los alrededores de Santiago “se iban de un lugar a otro y se escondian y ausentaban
muchos” para evitar ser obligados a proporcionar su propio tributo y pagar
aquella parte que se considera que sus familiares difuntos todavía deben.15
En la misma época, en Verapaz, se informó que parcialidades y familias
enteras se marchaban para vivir en las montañas. Dos pueblos de indios,
Santa Catalina y Zulbén, habían sido abandonados casi completamente en
1579, sólo cinco años después de que el propio obispo de Verapaz hubiera
supervisado el proceso de congregación. En Santa María Cahabón, indígenas ya bautizados abandonaron su pueblo para unirse “de secreto” con
“muchos indios infieles que [se] llaman los manchés.”16
Un siglo más tarde, después de que el obispo de Guatemala, Andrés
de las Navas, hubiera recorrido por segunda vez su jurisdicción y escuchado, de boca de los curas, noticias de huida, anarquía, idolatría y evasión de
impuestos, preparó un expediente que deja poca duda acerca de cuán extendida estaba la desobediencia indígena. Fuera de San Juan Sacatepéquez,
segun el Obispo, existía “una sinagoga en un sitio llamado El Pajuiú, donde hace más de viente años que los indios que allí viven ni oyen misas ni
confiessen, con pretexto de milperias.” Otros pueblos de indios centralmente ubicados —Chimaltenango, Parrámos, Patzizía, Patzún, San Andrés
Iztapa, San Martín Jilotepeque, Sumpango y Tecpán entre ellos— provocaron también la ira del Obispo. La reincidencia religiosa era sólo un ejemplo de la desobediencia que le preocupaba. En Comalapa, Las Navas habla
de “sahorines y contadores de días,” declarando con aversión: “Y cuando
los religiosos les predican en la Iglesia y les amonesten que dejen las
supersticiones y idolatrías, después que salen de la Iglesia unos con otros
dicen que por que han de dejar lo de sus abuelos y antepasados.”
Tales actitudes entre los indígenas que vivían cerca de Santiago, sólo
se exacerbaban lejos de la capital, en ninguna parte más notable que en San
14 AGI, AG 53, Principales y Caciques de [Santiago] Atitlán a la Corona, 1 de febrero
de 1571.
15 AGI, AG 10, Presidente Pedro de Villalobo al Rey, 5 de octubre de 1575 y Eugenio de
Salazar al Rey, 15 de marzo de 1578.
16 AGI, AG 10, Obispo de Verapaz al Rey, 1581, y AGI, AG 163, Obispo de Verapaz a la
Corona, 20 de marzo de 1600.
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Mateo Ixtatán. Allí, en un rincón casí olvidado en la Sierra de los Cuchumatanes, “tierra más ágria y aspera en todo el mundo,” Fray Alonso de
León anotó que le habían informado “que no estaban puestas en tasación
unas ochenta familias,” lo cual significaba no sólo que “Su Majestad pierde mucho de sus haveres reales,” sino también que “todos estos ocultos no
oyen misa, ni se confiessan.” La relación entre padre e hijo, declaró De
León, era una en la que “no les enseñan más que hacer milpas y vivir todo
el día como bárbaros en el monte.” Temía que nunca arraigarían comportamiento civilizado, ya que los indígenas de San Mateo “viven con guerras
civiles todo el año, unos contra otro.” Lo que más consternaba a Fray
Alonso era que los indígenas habían decidido construir “una hermita, sin
más autoridad que la suya, fuera del pueblo en el monte, en el mismo lugar
que fue el sacrificadero antiguo de su gentilidad y barbarismo.” La hermita se encontraba “sobre un cerillo entre vestigios de edificios de su antigualla, que llaman cues, en los quales ordinariamente se hallan carbones y
copal y otras señales de haber quemado semejantes sahumerios.” De León
reveló que “otras faltas contra el divino culto, como es llevar a los cerros
sangre de animales y gallos de la tierra a ofrecer.” Cada mes de marzo, en
un lugar situado a dos leguas del pueblo, se apilaba leña al pie de unas cruces que posteriormente eran quemadas. Los “indios diabólicos” de San
Mateo, se afirmaba, “con sus malas costumbres y sobrada malicia tienen
pervertido el pueblo de calidad y forma que sólo les ha quedado de cristianos el nombre.”17 Fray Alonso al final tuvo que huir, echado de San Mateo
por la villanía de los indígenas que creía estaban poseídos por el demonio
y estaban conspirando para matarlo.
Por consiguiente, la vida en el “país real” chocaba dramáticamente
con el proyecto legislado en el “país legal.” Sin embargo, sería un error
imaginar que, aunque los mayas del altiplano eran malos conversos, no
se podía ganar nada explotándolos, que los españoles de alguna manera
estaban dispuestos a abandonar fácilmente su búsqueda de poder y enriquecimiento. Los funcionarios tanto de la Iglesia como de la Corona se
beneficiaban mucho a expensas de los indígenas, legalmente o de otra
manera.
En términos de ilegalidad, una de las exigencias más odiosas llegaba
en forma de repartimientos de mercancías. Bajo esta práctica, corregido17 AGI, AG 159, Obispo Andrés de las Navas y padres curas a la Corona, 1689. El expediente lleva el título Testimonio de los autos hechos sobre la perdición general de los indios de estas provincias y frangentes continuos que amenazan su libertad.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
res y alcaldes mayores, gobernadores que de hecho compraban los cargos
públicos con la intención de enriquecerse, suministraban varios artículos a
los indígenas, insistiendo en que fueran comprados a precios favorables
para el vendedor, fuera o no deseada la mercancía por los recipientes. Una
estrategia opuesta era obligar a la gente a que vendiera a precios bajísimos
en un área, luego revender a precios más altos en otra. Los repartimientos
aparecen en el siglo XVI, y también fueron una característica del XVII.
Sin embargo, su apogeo fue en el siglo XVIII, especialmente en Chiapas,
donde fueron impuestos con gran insistencia a las comunidades tzeltal y
tzotzil, así como a la comunidad zoque (Cuadro 12). Un artículo popular
en estas transacciones era el algodón, que los gobernadores distribuían en
rama y al por mayor entre las mujeres indígenas, quienes eran obligadas a
hilarlo y luego tejerlo en trozos de tela, o mantas. El artículo acabado producía buenas ganancias —para el corregidor o alcalde mayor, no para la
trabajadora.
CUADRO 12
BENEFICIOS OBTENIDOS DE LOS REPARTIMIENTOS DE MERCANCÍAS
POR EL ALCALDE MAYOR DE CIUDAD REAL
(SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS) EN CHIAPAS, 1760-65
Actividad
Procesar 500.000 libras de algodón en rama
para convertirlo en 100.000 libras de hilo
Producción forzada de 100.000 libras de cochinilla
Producción forzada de 150.000 libras de cacao
Producción forzada de 12.000 manojos de tabaco
Ventas misceláneas forzadas
Ganancias (en pesos)
27.500
16.000
10.000
3.750
13.475
Fuente: Wasserstrom, Robert: Class and Society in Central Chiapas, Berkeley y Los Angeles:
University of California Press, 1983, pág. 47.
Así como los indígenas eran vulnerables a la explotación de los funcionarios del gobierno, también así eran víctimas de las exacciones del clero. Una orden dictada ya en 1561 estipulaba qué artículos y servicios los
curas podían pedir legítimamente a sus fieles. Sin embargo, los límites teóricos no siempre eran respetados, y aunque algunos individuos desintereTomo LIX, 1, 2002
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sados encontraban el llamado de Dios entre los mayas, otros se preocupaban más por el beneficio personal que por la salvación de los indígenas.
Los documentos de archivo muestran que los abusos estuvieron nuevamente en su apogeo en el siglo XVIII, cuando se acusó a los curas y a los
frailes de varios excesos, incluyendo no reembolsar por servicios personales, vender ganado sin el consentimiento del dueño, recaudación demasiado celosa de fondos para celebrar misa u oir confesión y malversación de
fondos de las cofradías.
De hecho, fue —o así nos dice el cronista dominico Francisco
Ximénez— el anuncio de que el obispo Juan Bautista Alvarez y Toledo
tenía la intención de hacer una visita más, lo que provocó la sublevación
más desconcertante de toda la época colonial, la de los tzeltales y tzotziles
de 1712-13. En Chiapas, las visitas de Alvarez y Toledo eran legendarias,
ya que pocas veces dejaban muchos recursos en las cajas de comunidad,
fondos creados por los misioneros pero alimentados por los indígenas para
reducir el impacto de todo tipo de calamidades. Habría que señalar que su
inminente llegada se produjo a penas diez años después de que serios
tumultos en otras partes de Chiapas, así como en partes vecinas de
Guatemala, provocaran la investigación de actos de corrupción perpetrados
por el visitador real, Francisco Gómez de Lamadriz.18 La inspección inesperada del obispo también debe ser vista en el contexto de las exigencias
del tributo y las obligaciones del repartimiento de mercancías, por no mencionar el torbellino de religiosidad maya, una mezcla vertiginosa en la que
muchos giros eran impredecibles. En relación con esto último, de la comunidad tzeltal de Cancuc era originaria una figura alrededor de la cual se
organizaría en vano la protesta maya, una mujer joven que se llamaba
María de la Candelaria o María de la Cruz, cuyos seguidores creían que se
comunicaba con la Virgen María. Levántense, declaraba la visionaria tzeltal a sus desgraciados parientes, y acaben con la tiranía española, pues ese
rey y su dios están muertos, y han sido remplazados por un rendentor maya
que acabará con todos los infortunios:
Yo la Virgen que he bajado a este Mundo pecador os llamo en el nombre de nuestra
Señora del Rosario y os mando que vengáis a este pueblo de Cancuc y os traigáis toda
la plata de tus Iglesias y los ornamentos y campanas, con todas las Cajas [de comu-
18 León Cázares, María del Carmen: Un levantamiento en nombre del Rey Nuestro Señor:
Testimonios indígenas relacionados con el visitador Francisco Gómez de Lamadriz, México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 1988.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
nidad] y los tambores y todos los libros y dineros de Cofradías porque ya no hay Dios
ni Rey; y así venid todos cuanto antes, porque sino, seréis castigados pues no venis a
mi llamado y a Dios.19
Después de los pronunciamientos de María, en los que la influencia
del profeta tzotzil Sebastián Gómez de la Gloria debe también mencionarse, más de veinte pueblos se sublevaron, proporcionando ejércitos de 3.000
a 6.000 hombres. Sin embargo, la sublevación no pudo extenderse más allá
de su centro tzeltal-tzotzil. La insurgencia maya al final se derrumbó ante
una respuesta concertada del alarmado virrey de la ciudad de México; desde Tabasco y Guatemala se enviaron milicias bien equipadas a Chiapas. Las
comunidades rebeldes, cuyos líderes fueron agarrotados o fusilados, sufrieron terriblemente durante años después. El viejo orden fue restaurado,
incluso con más brutalidad que antes, pues los españoles no eran el tipo de
gente que no comprendiera la importancia de dar una lección. El ejercicio
de la autoridad ciertamente no pasó desapercibido para los mayas del altiplano, quienes a partir de entonces comprendieron mejor la fina línea entre
resistencia y sublevación. Un siglo después, en Totonicapán, incluso cuando se enfrentaban a un régimen debilitado a punto de derrumbarse, los indígenas se cuidaban bien de que los disturbios por el pago de tributo no provocaran rebeliones totales.20
A medida que se aproximaba la independencia, era evidente que poco
había cambiado, o fuera a cambiar, en la forma fundamental en que los
españoles de todas las clases trataban a —y se relacionaban con— los indígenas. Para ellos, como para los criollos y los ladinos, la subordinación
maya no era una cuestión de polémica o debate: simplemente se daba por
hecho, era algo que se consideraba un derecho natural, un elemento no
cuestionado de la empresa imperial. La coexistencia bajo estos términos no
fomentaba compasión ni respeto. Lo que sí engendraba eran sentimientos
mutuos de sospecha, desconfianza, odio y miedo. “El régimen colonial,”
escribe el historiador guatemalteco Severo Martínez Peláez, “fue un régi19 De acuerdo con la versión de Francisco Ximénez: Historia de la provincia de San Vicente
de Chiapa y Guatemala de la orden de predicadores, 3 vols., Guatemala: Sociedad de Geografía e
Historia de Guatemala, 1929-31, III, pág. 271. Estudios críticos sobre la sublevación incluyen Gosner,
Kevin: Soldiers of the Virgin: The Moral Economy of a Colonial Maya Rebellion, Tucson: University
of Arizona Press, 1992, y Viqueira, Juan Pedro: Indios rebeldes y idólatras: Dos ensayos históricos
sobre la rebelión india de Cancuc, Chiapas, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social, 1997.
20 Contreras, J. Daniel: Una rebelión indígena en el partido de Totonicapán: El indio y la
Independencia, Guatemala: Imprenta Universitaria, 1951.
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men de terror para el indio.”21 El antropólogo Michael Taussig está de
acuerdo, y ofrece algunas observaciones perspicaces propias. El terror, afirma, no es solamente “un estado fisiológico,” sino “un hecho social y una
construcción cultural cuyas dimensiones barrocas le permiten servir de
mediador, par excellence, de la hegemonía colonial.” Como muchas características creadas por la conquista española, el espectro del terror —invadiendo los “espacios de la muerte” donde “los indígenas, los africanos y los
europeos dieron vida al Nuevo Mundo”— atormentó la existencia maya
hasta marcar y desfigurar los siglos siguientes.22
Reforma y revolución
La realidad compartida de ser maya une a las comunidades del altiplano en Chiapas y Guatemala después de la independencia, pero era inevitable que formar parte de dos agendas nacionales distintas al final resultaría en experiencias postcoloniales diversas. Sin embargo, durante gran
parte del siglo XIX los mayas del altiplano lucharon contra problemas
similares. Sólo en el siglo XX significó algo diferente ser maya del altiplano en México por contraste con maya del altiplano en Guatemala.
Después de que Agustín Iturbide llegó a un acuerdo de independencia
en 1821 con el último virrey español, los criollos de Centroamérica que lo
habían apoyado eligieron inicialmente identificarse con México. Este arreglo duró sólo dos años, ya que el imperialista Iturbide resultó insensible a
las preocupaciones centroamericanas, fomentando así un movimiento separatista que condujo a la formación de las Provincias Unidas de Centroamérica, ella misma condenada a desmembrarse para formar las actuales
repúblicas de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
Chiapas permaneció en el redil mexicano, la única unidad que lo hizo de
todo el territorio que (desde 1561) había sido gobernado como la Audiencia
de Guatemala.
Tanto en Chiapas como en Guatemala, la batalla para derrocar a
España fue seguida de un conflicto interno prolongado entre conservadores
y liberales por el control de los puestos del gobierno. Las diferencias entre
21 Martínez Peláez, Severo: La patria del criollo: Ensayo de interpretación de la realidad
colonial guatemalteca, México: Fondo de Cultura Económica, 1998, pág. 427.
22 Taussig, Michael: “Culture of Terror, Space of Death: Roger Casement’s Putomayo Report
and the Explanation of Torture,” Comparative Studies in Society and History 26, 3, 1984: pág. 468.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
las dos facciones políticas eran muchas, pero giraban alrededor de las preferencias conservadoras por mantener instituciones que buscaban conservar el estatu quo colonial, en contraste con una preferencia liberal por crear un orden económico y social totalmente nuevo, promoviendo los
vínculos capitalistas con el mundo exterior. En términos del impacto de la
ideología en las costumbres mayas, el conservadurismo representaba más
una continuación de la cultura de refugio formada durante la época colonial. El liberalismo, por otra parte, significaba la asimilación al estado ladino moderno que miraba hacia afuera. Las prácticas conservadoras a menudo provocaron cambio cultural mínimo al nivel de comunidad, mientras
que las políticas liberales promovieron cambios que alterarían irrevocablemente formas de vivir con la tierra establecidas desde hacía mucho tiempo.
Ninguna de las dos facciones pudo afirmar tener hegemonía incontestable
hasta las décadas de 1860 y 1870, cuando finalmente prevaleció la autoridad liberal.
En Chiapas, los conflictos políticos provocaron más de veinticinco
transferencias de gobierno antes de 1850. Lo que permaneció constante fue
el deterioro del bienestar indígena, especialmente la pérdida de tierra. A las
comunidades mayas les confiscaron tierra que fue declarada “vacante,” la
cual fue a parar a manos de no indígenas emprendedores, quienes anunciaron su intención de dedicarla a “buen uso,” especialmente los terrenos más
templados que eran apropiados para los cultivos de exportación. Muchas
comunidades mayas en Soconusco desparecieron completamente durante
este proceso, mientras que las del altiplano también fueron severamente
afectadas.
Jan Rus escribe que “de veinticinco municipios tzotziles y tzeltales
intactos que existían al momento de la independencia, todos corrieron esta
suerte en un grado u otro.” Su investigación muestra que una familia ambiciosa, los larraínzars, tomaron posesión de tres cuartas partes de la tierra
comunitaria de Chamula, 476 caballerías (unas 20.000 hectáreas) de un
total de 636. Junto con otra tierra expropiada a otros dos municipios, los
larraízars crearon Nuevo Edén, una enorme propiedad que medía unas 874
caballerías. En vez de abandonar físicamente la tierra que consideraban
suya, los indígenas se quedaban como mano de obra contratada, trabajando en plantaciones de tabaco y caña de azúcar en elevaciones más bajas.
Rus calcula que, a mediados de siglo, más de setecientas familias se encontraban en esta difícil situación, en la que los cabezas de familia proporcionaban tres días de trabajo cada mes para conservar el terreno que les servía
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para subsistir. Nuevo Edén, aunque ciertamente “una de las depredaciones
más espectaculares de esta naturaleza,” difícilmente era “única,” ya que en
un poco más de dos décadas, “más de la cuarta parte de los indígenas de
Chiapas” se vieron transformados de “aldeanos libres en peones y trabajadores permanentes y legalmente obligados.”23 Las usurpaciones ladinas se
aceleraron bajo las leyes reformistas aprobadas por el presidente liberal
Benito Juárez, quien puso en vigor las mismas en 1863. George Collier nos
informa que en ese entonces los ladinos adquirieron “varios terrenos que
antes eran comunales” en Zinacantán, donde, entre 1838 y 1875, Robert
Wasserstrom calcula que “aproximadamente la mitad de los residentes del
pueblo se volvieron arrendatarios.”24 En vísperas de la Revolución mexicana, después de las iniciativas de modernización del dictador liberal Porfirio
Díaz (1876-1910), más de diez millones de pesos de capital extranjero
habían sido invertidos en Chiapas, gran parte de éste en la producción de
café en Soconusco y en operaciones madereras en el extremo oriente del
estado, en la Selva Lacandona. A los mayas del altiplano, obligados a trabajar bajo contrato, les tocaba cosechar el café y cortar los bosques de caoba y cedro.
En Guatemala, los liberales dominaron la vida política entre 1823 y
1839, pero sus planes para una reforma radical fueron paralizados, si no
anulados durante un período de tres décadas, cuando Rafael Carrera llevó
a los conservadores al poder después de una sublevación popular. Individuo
astuto que llegó a ser conocido como el “protector del pueblo,” Carrera deshizo el trabajo de su predecesor liberal, Mariano Gálvez, y creó un estado
paternalista fundado en instituciones españolas restauradas. No está claro
hasta dónde los indígenas de Guatemala se beneficiaron de la agenda política de Carrera. Aunque Lee Woodward mantiene que “la política proindígena de Carrera de hecho protegió a los indígenas de más usurpaciones de
su tierra y trabajo durante la década de 1840,” concede que “después de
23 Rus, Jan: “Whose Caste War? Indians, Ladinos, and the Chiapas ‘Caste War’ of 1869,” en
MacLeod, Murdo J., y Wasserstrom, Robert (editores): Spaniards and Indians in Southeastern
Mesoamerica, Lincoln and London: University of Nebraska Press, 1983, págs.132-33. El análisis de
Rus está disponible en castellano: “¿Guerra de castas según quién? Indios y ladinos en los sucesos de
1869”, en Viqueira, Juan Pedro y Ruz, Mario Humberto (editores): Chiapas: Los rumbos de otra historia, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, págs. 146-174.
24 Collier, George A.: Fields of the Tzotzil: The Ecological Bases of Tradition in Highland
Chiapas, Austin: University of Texas Press, 1975, pág. 144 y Robert Wasserstrom: Class and Society
in Central Chiapas, Berkeley, Los Angeles: University of California Press, 1983, págs. 134-35. El estudio de Wasserstrom está disponible en castellano bajo el título Clase y sociedad en el centro de
Chiapas, México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
1850, esa protección empezó a disminuir, cuando Carrera empezó a ligarse más claramente con la élite.”25 Cualquier interpretación que se favorezca, en comparación con lo que les estaba sucediendo a los mayas del altiplano de Chiapas, los mayas de Guatemala encontraron en Carrera un
escudo útil aunque temporal.
Los liberales volvieron a conseguir el poder político en 1871, seis
años después de la muerte de Carrera, y bajo la administración de Justo
Rufino Barrios empezaron a implementar con fervor lo que no habían podido hacer durante las cuatro décadas anteriores. Los ataques a la tierra y los
asaltos a la mano de obra eran consecuencias inevitables de la visión liberal. La legislación exigía que la tierra fuera declarada formalmente y, si era
posible, que fuera registrada no con título colectivo sino con título individual. Sin embargo, las proclamaciones del gobierno no siempre llegaban a
oídos indígenas, ni tampoco eran entendidas cuando llegaban. Como en
Chiapas, tierras consideradas “no reclamadas” por la administración liberal cayeron en manos de criollos y ladinos mucho más versados que los
campesinos indígenas en los detalles de la legislación reformista. Los estudios de esta usurpación sin precedentes son escasos. Dada la sensibilidad
política de la cuestión, la magnitud de la apropiación y el impacto que produjo, quizás nunca se puedan determinar con exactitud. Robert Naylor
mantiene de que hubo “poco cambio discernible” en la vida maya, de que
continuó “casi igual que antes.” Más realista es la evaluación de Carol
Smith, que los indígenas “perdieron casi la mitad de las tierras que tradicionalmente reclamaban como suyas durante el período colonial.”26
La adquisición de tierra fue impulsada por el hecho de haberse dado
cuenta de que varias regiones de Guatemala, especialmente Verapaz y la
Boca Costa del Pacífico, ofrecían condiciones agrícolas ideales para el cultivo del café. Siendo zonas que no habían sido tocadas relativamente por el
auge del cacao y la fiebre del índigo durante la época colonial, Verapaz y
la Boca Costa se convirtieron en centros de especulación agraria considerable. La inversión de capital nacional y extranjero hizo que el café se convirtiera en el principal cultivo de exportación de Guatemala durante la
25 Woodward, Ralph Lee, Jr.: “Changes in the Nineteenth-Century Guatemalan State and Its
Indian Policies,” en Smith, Carol A.: editor, Guatemalan Indians and the State, 1540-1988, Austin:
University of Texas Press, 1990, pág. 68.
26 Naylor, Robert A.: “Guatemala: Indian Attitudes Toward Land Tenure,” Journal of InterAmerican Studies 9, 4, Gainsville, Florida, 1967, pág. 629, y Carol A. Smith, “Local History in Global
Context: Social and Economic Transitions in Western Guatemala,” Comparative Studies in Society and
History 26, 2 (1984): pág. 204.
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segunda mitad del siglo XIX, posición que ha mantenido en la economía
nacional desde los tiempos de Barrios hasta el presente.
Cuando está organizada como plantación o finca, como en su mayoría lo está en Guatemala, la producción de café exige inversiones intensivas
de mano de obra sólo en la época de cosecha. Por lo tanto, lo que más conviene a las necesidades de los cafetaleros es una fuerza de trabajo estacional, una que proporciona mano de obra cuando se necesita y de la que se
puede prescindir cuando no. Como en Chiapas, desde hace más de un siglo,
los mayas migrantes han cumplido con este requisito.
Los métodos adoptados para conseguir mano de obra han variado a
través de los años. La pura coerción en forma de mandamientos, autorizados por el presidente Barrios en noviembre de 1876, reforzó la práctica
existente durante muchos años del trabajo por deudas legalizado, el cual
perduró en Guatemala hasta ya bien entrado el siglo XX, cuando al final
fue reemplazado por una ley de vagancia que exigía que los invididuos que
poseían menos de una cantidad estipulada de tierra trabajaran parte del año
como trabajadores asalariados para otros: cualquiera que cultivara diez o
más cuerdas, pero menos de tres o cuatro manzanas que le daban derecho
a una exención, se esperaba que trabajara cien días; cualquiera que cultivara menos de diez cuerdas se esperaba que trabajara ciento cincuenta días.27
Un hombre debía llevar consigo una libreta de identificación en todo
momento, y lo ideal era que al ser inspeccionada se hubiese cumplido con
el número requerido de días. Los efectos de estas exigencias, según David
McCreery, era “agravar la diferenciación social dentro de las comunidades
y contribuir a la destrucción de las estructuras autoprotectores corporativas.” McCreery también afirma que tales exigencias “aseguraban la rentabilidad de la principal exportación, empobrecían a la población rural y contribuían a las precondiciones de la actual violencia.”28
Dos investigaciones proporcionan detalles locales que respaldan la
afirmación de McCreery, uno de Shelton Davis relacionado con lo que ocurrió en Santa Eulalia, otro de Robert Carmack relacionado con acontecimientos en Momostenango. Davis calcula que, entre 1880 y 1920, aproximadamente 70 por ciento de las propiedades comunales de Santa Eulalia
cayeron en manos de ladinos, incluyendo terrenos muy valiosos en la tierra
27 Una cuerda es una unidad agraria variable, la cual mide 0.11 acres o 0.27 acres. Una manzana es aproximadamente igual a 1.7 acres.
28 McCreery, David J.: “Debt Servitude in Rural Guatemala, 1876-1936,” Hispanic American
Historical Review 63, 4 (1983): págs. 758-59.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
caliente de la región de Ixcán, “zonas de gran potencial ecológico y económico.” De cincuenta y cinco terrenos titulados en estas partes, los indígenas
recibieron sólo nueve; de las 1.520 caballerías involucradas en el proceso de
titulación, a los indígenas les fueron otorgadas 183.29 Los ladinos titularon la
tierra, como deseaba el gobierno, individualmente, no como cuerpo corporativo, la forma maya para reivindicar la tierra. Mientras que los ladinos se
dividían las áreas de la tierra caliente, los indígenas se concentraron en
adquirir título legal de la tierra fría, en la vecindad del centro del pueblo. El
resultado fue el surgimiento de una dicotomía clásica de grandes propiedades poseíadas por los ladinos en las tierras bajas y un mosaico de campos
pequeños cultivados por los indígenas en las tierras altas.
Davis registra que la primera tierra que se perdió quedaba cerca de
Santa Cruz Yalmux, donde un grupo de ladinos de Huehuetenango reivindicaron unas 200 caballerías. Los demandantes, miembros de la milicia
local, presentaron su caso el 22 de mayo de 1888, apareciendo en persona
ante el general Manuel Lisandro Barillas, entonces presidente de
Guatemala. Reclamaron derechos de propiedad por razones de que: (1) las
propiedades de Santa Eulalia en tierra fría “eran grandes y suficientes” para
los indígenas que vivían allí; (2) los solicitantes usarían las tierras que querían titular “para el desarrollo de la agricultura capitalista”; (3) durante “la
llegada al poder del Justo Rufino Barrios,” Huehuetenango jugó un “papel
militar” que el gobierno estaba obligado a reconocer; y (4) otorgar título de
la tierra permitiría la creación de un nuevo municipio, el cual funcionaría
“como puesto militar avanzado para la protección de la frontera entre
México y Guatemala,” a lo largo del río Usumacinta. A pesar de las protestas de que los demandantes “sólo querían obtener títulos de esta tierra
para revenderla después a los residentes indígenas,” el gobierno de Barillas
en julio de 1888 otorgó 200 caballerías de tierra en Yalmux a los ladinos de
Huehuetenango. El 17 de octubre de ese mismo año, se formó el municipio
de Barillas. La elección de topónimo relacionó directamente la acción del
gobierno con la erosión de las tierras mayas.30
Los indígenas de Momostonango, nos informa Carmack, “perdieron
sus mejores tierras agrícolas bajo el gobierno liberal —cuarenta y seis
caballerías de tierras llanas y fértiles en Buenabaj— y varios cientos de
29 Una caballería de tierra mide unos 112 acres o 45.4 hectáreas.
30 Davis, Shelton H.: La tierra de nuestros antepasados: Estudio de la herencia y la tenencia
de la tierra en el altiplano de Guatemala, Antigua Guatemala: Centro de Investigaciones Regionales de
Mesoamérica y South Woodstock, VT: Plumsock Mesoamerican Studies, 1997, págs. 40-44.
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caballerías de tierras de boca costa en El Palmar y Samalá.” Aunque la cantidad de tierra perdida en términos absolutos era menor que en Santa
Eulalia, la incautación de propiedad nativa era tal que, como la población
se duplicó de tamaño durante el siglo XIX, la propiedad familiar promedio
disminuyó a menos de media hectárea, lo cual significa que “la escasez de
tierra alcanzó proporciones de crisis.” Carmack considera que las reformas
liberales fueron “desastrosas” y “censurables” hasta el punto de que, en
1876, produjeron una “insurección total,” que el régimen de Barrios reprimió brutalmente. Adoptando estrategias usadas por las fuerzas armadas
guatemaltecas un siglo después, Barrios ordenó que su milicia “quemara
las casas y las cosechas en las zonas rebeldes de Momostenango” y que
reasentara forzosamente en el pueblo a “muchas familias que se sospechaba estaban ayudando a los rebeldes.”
Las tropas gubernamentales no tardaron en salir victoriosas, capturando y encarcelando a los rebeldes, muchos de los cuales fueron ejecutados. Carmack concluye que “los últimos cincuenta años de gobierno liberal en Momostenango fueron una época de intensa represión política y
económica para los indígenas.” Durante este período ladinos locales establecieron “vínculos personales íntimos con los dictadores nacionales.” Los
ladinos aprovecharon estos vínculos “para establecer un sistema autoritario
de gobierno dentro de la comunidad.” De 1.000 a 2.000 momostecos, calcula Carmack, fueron canalizados cada año a la región cafetalera de la boca
costa, además de ser obligados a prestar servicio público dentro del pueblo
mismo. De esta manera, los indígenas contribuían más de 336.000 días por
año (16 por ciento del total disponible) en trabajo forzado. Los mismos
eran vigilados en sus esfuerzos por ladinos que gobernaban por medio de
“una elaborada mezcla de terror y paternalismo.” En otra estrategia a la que
recurrieron opresores posteriores, los hombres indígenas, para probar su
lealtad a un “estado prácticamente facista,” eran obligados a participar “en
un sistema de milicia y servicio activo casi constantes,” lo cual significaba
que la “seguridad” de la comunidad tenía prioridad sobre los asuntos personales o familiares.31
Desde la época de Barrios y sus sucesores, han ocurrido cambios
importantes en la manera en que se reclutan mano de obra indígena para las
fincas. Sin embargo, la necesidad de forzar a los trabajadores ha disminuido
a través de los años, ya que el crecimiento demográfico explosivo en
31 Carmack, Robert M.: “Spanish-Indian Relations in Highland Guatemala, 1800-1944,”
en MacLeod, Murdo J., and Wasserstrom, Robert (editores): Spaniards and Indians..., págs. 242-244.
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LOS MAYAS DEL ALTIPLANO
Guatemala, y la necesidad de ganar más dinero para dar de comer a más
bocas, normalmente aseguran una fuerza de trabajo abundante. Esto ha sido
así especialmente entre los minifundistas indígenas, aproximadamente 90
por ciento de los cuales viven con sus familias en terrenos demasiado
pequeños para proporcionar empleo y subsistencia durante todo el año. Si la
coacción disfrazada de cuadrillas de trabajo o leyes de vagancia ha desaparecido, no ha sido así con la desigualdad estructural ni la manipulación étnica que impulsan la migración estacional. En Guatemala, apenas 3 por ciento
del número total de propiedades agrícolas ocupan 63 por ciento del área
agrícola total, mientras que 90 por ciento del número total de propiedades
agrícolas dan cuenta de 16 por ciento del área agrícola total. La mejor tierra
continúa siendo usada para cultivar café, junto con algodón, bananos y caña
de azúcar, para la exportación, no para alimentar a las poblaciones locales
desnutridas, 70 por ciento de las cuales viven en una estado de pobreza que
los estadísticos de la ONU describen como “extrema.”32
El único intento serio para enfrentar, si no para enmendar, éstas y
otras injusticias ocurrió durante un período “revolucionario” de diez años
(1944-54), del cual, como nación moderna, Guatemala no se ha recuperado. Cómo los intereses extranjeros y la oposición nacional unieron fuerzas
para poner obstáculos y luego derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz
Guzmán es suficientemente conocido como para justificar que no sea repetido aquí. Si uno acepta el razonamiento de Robert Wasserstrom por encima del de Jim Handy y Piero Gleijeses, entonces Arbenz “buscaba mitigación, no metamorfosis,” y las reformas que implementó constituían en
esencia “un programa modesto, no un programa audaz.” De acuerdo a
como lo ve Wasserstrom, Arbenz operaba creyendo erróneamente que “las
dificultades internas de Guatemala se derivaban principalmente de la ignorancia y el aislamiento de su población indígena.” Lo que Arbenz y sus
seguidores no entendieron fue que “la agricultura comercial de Guatemala
representaba una forma especial de capitalismo que había promovido la
propagación de la agricultura de subsistencia y la tenencia de la tierra en
forma de minifundios.” Creyendo que los “viejos antagonismos entre indígenas y ladinos desparecerían cuando, con el tiempo, los siervos indígenas
fueran integrados en la vida nacional,” la plataforma de Arbenz desafió a,
y fue derrotada por, una variante más poderosa e insidiosa del capitalismo
32 Para una amplia discusión del tema, véase Castellanos Cambranes, Julio (editor): 500 años
de lucha por la tierra: Estudios sobre propriedad rural y reforma agraria en Guatemala, 2 tomos,
Guatemala: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 1992.
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que, desde entonces, se ha adaptado a las peculiaridades étnicas y geográficas de Guatemala. Lo que Arbenz nunca comprendió, argumenta
Wasserstrom, fue que el capitalismo había evolucionado simbióticamente
en Guatemala para crear una situación en la que las comunidades mayas y
las fincas de la boca costa existían en grados variables de interdependencia,
unas con otras. En este entorno específico, la lógica capitalista dictaba que
“si las primeras perduran, las últimas tienen asegurada la mano de obra que
necesitan.”33
Cualesquiera que hayan sido los beneficios que los indígenas obtuvieron bajo el gobierno de Arbenz, estos fueron efímeros. Después de la
Revolución mexicana, se puede decir que a los mayas del altiplano de
Chiapas les fue un poco mejor, ya que a pesar de la persistencia de manifiestas desigualdades y serias lagunas en la legislación de la tenencia de la tierra, a las comunidades indígenas de allí por lo menos les escucharon algunas
de sus quejas, aunque de ninguna manera se las resolvieron completa.
Durante los primeros quince años después de que la guerra civil en
México hubiese terminado, la economía cafetalera de Chiapas continuó
creciendo, siendo la mano de obra indígena (como en Guatemala) una de
las piedras angulares de la prosperidad. La reforma llegó primero en relación con las condiciones de empleo, específicamente el establecimiento de
la Oficina de Contrataciones y el Sindicato de Trabajadores Indígenas, a
finales de la década de 1930. Estas agencias requerían, respectivamente,
que los indígenas que trabajaban en las fincas negociaran un contrato y se
afiliaran a un sindicato, proporcionándoles así, en teoría, garantías gubernamentales de que (1) recibirían el salario mínimo legal y (2) que serían
tratados de acuerdo con los códigos laborales defendidos por la administración de Lázaro Cárdenas (1934-1940) en la Ciudad de México. Gran
parte del mérito de organizar a los trabajadores indígenas pertenece a
Erasto Urbina, personaje popular que se moldeó al estilo de su mentor presidencial. El éxito de Urbina en el frente laboral le dio la seguridad, después de que Cárdenas lo nombrara director del Departamento de Protección
Indígena, para organizar la restitución de la tierra, la cual suponía devolver
33 Wasserstrom, Robert: “Revolution in Guatemala: Peasants and Politics under the Arbenz
Government,” Comparative Studies in Society and History 17, 4, London, 1975, pág. 478. Para otras
interpretaciónes, véase Handy, Jim: Revolution in the Countryside: Rural Conflict and Agrarian Reform
in Guatemala, 1944-1954, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1994, y Gleijeses, Piero:
Shattered Hope: The United States and the Guatemalan Revolution, Princeton: Princeton University
Press, 1991.
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a las comunidades nativas, en forma de ejidos, muchas de las propiedades
que les habían quitado durante el siglo XIX.
Aunque el historial de Urbina es impresionante, Wasserstrom nuevamente aconseja la cautela, ya que a los dueños de grandes propiedades en
Chiapas “por lo general se les permitió conservar sus mejores tierras y parcelas irrigadas.” Wasserstrom calcula que “de las 62.000 familias que se
habían beneficiado con la reforma agraria, por lo menos un tercio poseían
recursos insuficientes para sostenerse.” Además, su valoración de la reforma agraria en Zinacantán indica que “casi la mitad de las familias que tenían derecho a recibir parcelas” fueron excluidas del proceso, cuando la
mayoría de los hacendados conservaron “tanto sus mejores campos como
el control de los suministros de agua.” En consecuencia, “60 por ciento de
la concesión final del pueblo estaba compuesta de bosques y laderas, mientras que sólo 40 por ciento contenía tierras de labrantío estacionales.”34
Deficiencias como éstas, junto con la ausencia casi total de iniciativas
gubernamentales en áreas remotas y desheredadas del oriente de Chiapas,
templaron el impacto de la reforma. Sin embargo, como expresa sucintamente Collier, la legislación que gobernaba la tierra y la tenencia de la tierra, en el altiplano central en todo caso, “transformaron las comunidades
indígenas de un mosaico de chozas pequeñas, diseminadas entre las propiedades ladinas, en un área de control indígena consolidado y continuo.”35
Ninguna reparación similar a ésta ha sido alguna vez soñada por cualquier
gobierno de Guatemala.
Marginalización y descuido
La segunda mitad del siglo XX marca la bifurcación del destino de los
mayas del altiplano en dos trayectorias más definidas, si bien décadas de
marginalización y descuido aseguran que la pobreza prevalezca como suerte común de los indígenas, tanto en Chiapas como en Guatemala.
Políticamente, Chiapas es tal vez el más complejo de los dos casos al que
hay que enfrentarse. Aunque los indígenas de allí han tenido que afrontar
toda clase de descriminación, como atestiguan irrefutablemente las novelas
de Rosarios Castellanos y B. Traven, incluso un observador tan cauteloso
34 Wasserstrom, R.: Class and Society..., págs. 167 y 171.
35 Collier, G.: Fields of the Tzotzil..., pág. 150.
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como Wasserstrom admite que, en 1950, “la reforma agraria y medidas
similares habían alterado profundamente todo el tejido de las relaciones
sociales en el área central de Chiapas.”36¿Qué fue, por consiguiente, lo que
ejerció una presión tan tremenda en el tejido social y finalmente hizo que
se rasgara, provocando la sublevación zapatista del 1° de enero de 1994?
Como en el caso de Guatemala, se puede mencionar primero el ritmo
acelerado de crecimiento de población desde 1950 en adelante. Retrospectivamente, la historia de la población de Chiapas y Guatemala (véanse
Cuadros 1-6) puede ser interpretada como una en que, después de un colapso demográfico después de la conquista, hicieron falta más de cuatro siglos
para que los pueblos mayas recuperaran las cantidades que sumamaban al
momento del contacto, sólo para que ocurriera la duplicación de tamaño en
el espacio de una generación. Tal crecimiento reciente sin precedentes pondría a prueba la resolución política y colocaría una carga material en los
recursos de la mayoría de los países, pero en dos naciones tan divididas
como México y Guatemala, donde la distancia entre unos pocos ricos y
muchísimos pobres adquiere una dimensión étnica y de clase, las implicaciones para la estabilidad social han sido profundas.
Durante décadas, el gobierno mexicano mantuvo la paz en el área
rural adhiriéndose a la retórica, aunque no siempre a la realidad, de la reforma agraria, consagrada en el Artículo 27 de la constitución mexicana.
Extendiendo por lo menos la promesa de reforma agraria a las comunidades rurales empobrecidas, así como proporcionando acceso a crédito y subvencionando provisiones básicas tales como el maíz y la leche, el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) pudo contar con apoyo campesino
amplio, elección tras elección. Chiapas ha sido un partidario leal del PRI,
votando 89.9 por ciento a favor del candidato del PRI, Carlos Salinas de
Gortari, en las elecciones presidenciales de 1988. El predecesor de Salinas,
Miguel de la Madrid (1982-88), había precidido un programa de austeridad
diseñado por la comunidad bancaria internacional para reducir la inmensa
deuda extranjera de México, la cual el país había acumulado durante el efímero pero desastroso auge petrolero entre 1972 y 1982. Salinas estaba dispuesto a exprimir aun más a la base campesina del PRI, para satisfacer las
presiones externas que exigían un “ajuste estructural” de la economía
mexicana que introduciría al país en una nueva era marcada por la asociación de México con los Estados Unidos y Canadá en el Tratado de Libre
36 Wasserstrom, R.: Class and Society..., pág. 214, 251.
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Comercio Norteamericano. Asociada con una visión de modernización
similar a la del dictador liberal Porfirio Díaz hace un siglo, en la que la tierra, el trabajo y los recursos naturales se abrirían a la inversión extranjera,
en un esfuerzo para estimular el desarrollo económico, la política del
Tratado de Libre Comercio significó mayores apuros para la gente en
Chiapas, especialmente en partes de la frontera oriental del estado, donde
las condiciones de vida son especialmente difíciles.
Las cosas se movieron hacia el punto de ruptura en 1992, cuando el
gobierno de Salinas, en un cambio dramático de la raison d’être del PRI,
redactó de nuevo el Artículo 27 de la constitución mexicana, acabando así
con un compromiso con la reforma agraria que de hecho había definido la
relación del estado con sus electores campesinos durante medio siglo. “En
Chiapas,” insisten George Collier y Elizabeth Lowery Quaratiello, “donde
muchas reclamaciones de tierra aún no han sido resueltas después de languidecer en la burocracia estatal durante años, la anulación de la legislación
de la reforma agraria les quitó a muchos campesinos no sólo la posibilidad
de obtener un pedazo de tierra, sino simplemente la esperanza.” La sublevación zapatista, que Collier y Quaratiello creen es “principalmente una
rebelión campesina, no una rebelión exclusivamente indígena,” tal vez se
entiende mejor como una protesta popular contra la violación gubernamental de un contrato social de muchos años.37 Aunque comenzó en
Chiapas, y sin lugar a dudas incluye a los pueblos mayas y responde a una
serie de derechos y cuestiones mayas, el desafío zapatista transciende las
fronteras locales y regionales y reverbera con significación simbólica en
todo México, forzando una reevaluación de la política, la economía, la ideología y la identidad de la nación.
En Guatemala, la política de la Guerra Fría que tuvo mucho que ver
con el derrocamiento del gobierno de Arbenz en 1954 ha estado tan arraigada y ha sido tan penetrante como la actitud del PRI en México. Seis años
después de la caída de Arbenz, oficiales jóvenes de las fuerzas armadas
nacionales organizaron un golpe frustrado contra el gobierno del general
Ydígoras Fuentes, cuyas secuelas señalaron el comienzo de una brutal guerra civil que se prolongó, intermitentemente, durante treinta y seis años. En
37 Collier, George A., y Lowery Quaratiello, Elizabeth: Basta! Land and the Zapatista
Rebellion in Chiapas, Oakland, California: Institute for Food and Development Policy, 1994, págs. 7
y 45. Para otras perspectivas, véase Neil Harvey, The Chiapas Rebellion: The Struggle for Land and
Democracy, Durham: Duke University Press, 1998, y Womack, John (editor): Rebellion in Chiapas,
New Press: New York, 1999.
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la década de 1960, la guerra ocurrió principalmente en el oriente, la región
de Guatemala donde los ladinos superan en número a los habitantes indígenas, pero cuando los insurgentes trasladaron el foco de sus actividades
más hacia el occidente y el norte, en la década de 1970, quedó preparado
el escenario para una confrontación sangrienta en el altiplano maya.
El frente presentado por una serie de gobiernos militares al mundo
exterior era que sus tropas estaban participando en una guerra de contrainsurgencia para liberar a Guatemala de la “subversión comunista.” Entre
1978 y 1983, la violencia segó la vida de más de 200.000 de indígenas
mayas, la mayoría de ellos no combatientes, incluyendo muchas mujeres y
muchos niños. Los gobiernos militares dirigidos por tres generales, Romeo
Lucas García (1978-1982), Efraín Ríos Montt (1982-1983) y Oscar Mejía
Víctores (1983-1986), son los principales responsables por las atrocidades.
Sin embargo, los insurgentes de ninguna manera están libres de culpa.
Especialmente en Huehuetenango y El Quiché, los indígenas sufrieron
terriblemente cuando el Ejército Guerrillero de los Pobres se batió en retirada ante las continuas ofensivas gubernamentales, dejando atrás a aldeanos desarmados que tuvieron que soportar represalias horrendas por haber
proporcionado comida, refugio o apoyo moral a los rebeldes. Atrapadas en
el fuego cruzado, cientos de comunidades mayas pagaron con creces por su
proximidad a la insurrección, ya sea directa o indirecta, real o imaginada.38
Cualquier base rural popular de la que disfrutaron los insurgentes fue
erosionada, poco a poco, no sólo por masacres viles sino también por bombardeos aéreos, la destrucción de propiedad y pertenencias personales, la
quema de cosechas y provisiones, la matanza de ganado y la reagrupación
de comunidades sospechosas en “aldeas modelos” y “polos de desarrollo,”
supervisados por tropas gubernamentales y patrullas de defensa civil organizadas por el ejército.39 La magnitud de cualquier reparación futura, en el
altiplano maya sobre todo, será inmensa.
En 1986, un gobierno civil dirigido por Vinicio Cerezo Arévalo asumió el poder en Guatemala. Cerezo fue sucedido, cinco años más tarde, por
otro presidente civil, Jorge Serrano Elías. Serrano abolió las garantías cons38 Hay dos informes voluminosos sobre la guerra civil, uno de la Oficina de Derechos
Humanos del Arzobispado, Guatemala: Nunca Más, 1998, y otro de la Comisión de Esclarecimiento
Histórico, Guatemala: Memoria del Silencio, 1999.
39 Véase Schirmer, Jennifer: The Guatemalan Military Project: A Violence Called Democracy,
Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1999, y Rosada-Granados, Héctor: Soldados en el
poder: Proyecto militar en Guatemala, 1944-1990, Amsterdam: Thela Latin American Series, 1999.
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titucionales el 25 de mayo de 1993, intentando gobernar por decreto, medida que provocó resistencia popular y al final condujo a su destitución.
Ramiro de León Carpio asumió la presidencia el 6 de junio de 1993. Él, a
su vez, entregó el cargo en enero de 1996 a Alvaro Arzú, cuyo gobierno firmó un acuerdo de paz “firme y duradera” con los insurgentes el 29 de
diciembre de 1996.
Sin embargo, la reforma agraria no figuró en los términos del acuerdo
de paz, ni en la agenda presidencial de Arzú (1996-2000) o en la de su sucesor, Alfonso Portillo. Es difícil imaginar cómo una paz “firme y duradera”
puede alcanzarse sin una reevaluación fundamental de la forma en que la
tierra es poseída y trabajada. Guatemala no es un país pobre. Es rica en
recursos, naturales y humanos. Guatemala ha sido convertida en un país
pobre porque el acceso a sus recursos, especialmente sus recursos agrarios,
está caracterizado por estructuras paralizantes de desigualdad. Hasta que no
se haga frente a la cuestión de la tierra, y a la dignidad de los pueblos mayas
con ella, la causa principal de la agitación civil seguirá sin ser atendida.40
Mientras tanto, como lo hicieron sus antepasados siglos antes, los
mayas del altiplano continúan adaptándose y sobreviviendo, respondiendo
a la adversidad o a la falta de oportunidad en formas que nos obligan, una
y otra vez, a reevaluar nuestras representaciones. Por ejemplo, ya no podemos considerar que los refugios montañosos de Chiapas y Guatemala son
su dominio espacial exclusivo o predominante, ya que los mayas del altiplano ahora viven y trabajan lejos de sus lugares de origen en
Mesoamérica. Son especialmente numerosos en el sur de los Estados
Unidos, en California, Texas y Florida, tres de los muchos estados a donde
huyeron los mayas de Guatemala durante los años violentos de la década
de 1980. Sin embargo, también se pueden encontrar concentraciones mayas
mucho más al norte, en las ciudades de Chicago, Boston y Providence,
Rhode Island, incluso en partes de Canadá. Las descripciones estáticas que
los representan como “hombres de maíz,” para invocar el término del escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias, deben ser reconciliadas con una
red de improvisaciones en curso, ya que la supervivencia depende, como
siempre, en hacer lo que haga falta para ganarse la vida, incluyendo vivir y
trabajar en un entorno urbano norteamericano desconocido, a miles de kilómetros de sus milpas milenarios.
40 Lovell, W. George: A Beauty That Hurts: Life and Death in Guatemala, Austin: University
of Texas Press, 2000, págs. 153-192.
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Aunque la diáspora maya comenzó como respuesta a la violencia y la
represión, desde entonces a los refugiados políticos se ha unido una avalancha de personas que buscan mejoría económica y social. Se cree que
hasta un millón de guatemaltecos residen actualmente, algunos legalmente, la mayoría no, en Estados Unidos y Canadá, un número considerable de
ellos mayas. Aproximadamente 500 millones de dólares se envían o se llevan a Guatemala cada año en forma de remesas familiares, cuyo impacto,
a nivel de comunidades individuales, puede ser considerable. Por ejemplo,
el 13 de noviembre de 1996 el periódico guatemalteco Prensa Libre informó que en 1995 sólo la comunidad de Santa Eulalia recibió $3 millones en
remesas familiares, enviadas por más de 6.000 mayas q’anjoba’les que
viven y trabajan en los Estados Unidos, la mayoría de ellos en California.
Hacer frente a las redes migratorias en una esfera transnacional que abarca
los Estados Unidos y Canadá, así como México y Guatemala, es actualmente una realidad de la vida maya del altiplano como lo era enfrentarse a
las demandas de la encomienda y el mandamiento en épocas pasadas. Sin
importar cuál sea el desafío, los mayas del altiplano están equipados culturalmente para perdurar.
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