Biografía y comentarios al programa

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COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán
PABLO LUNA (1879-1942): De España vengo, aria de la Zarzuela El Niño Judio
El aria que da inicio a este recital es, sin duda, la página que mayor popularidad ha
alcanzado de la vasta producción creativa de Pablo Luna y Carné. Este músico
oriundo de Alhama de Aragón que llegó a desempeñarse como director del Teatro de
la Zarzuela de Madrid en el año 1908, puesto desde el cual promovió las obras de
contemporáneos como Manuel de Falla, Joaquín Turina o Rafael Millán Picazo, estaba
destinado ya desde los años de su formación a convertirse en una de las figuras
notables del mundo de la zarzuela.
Su primer contacto con este género
escénico popular español surgió desde
sus primeros oficios musicales, en la
adolescencia, cuando se ganaba el
jornal tocando en su violín las melodías
más exitosas de los escenarios de
entonces en hoteles y cafés de la
ciudad de Zaragoza, donde, mientras
tanto,
realizaba
sus
estudios
de
armonía y composición. Quien a los 24
años se dio a conocer como creador
con la opereta Lolilla, la Petenera, se
convirtió prontamente en uno de los
más renombrados directores de los
escenarios
líricos
de
Madrid
Pablo Luna
y
Zaragoza, bajo la tutela de Ruperto
Chapí.
Desde su estreno, acaecido el 5 de febrero de 1918 en el antiguo Teatro Apolo que se
ubicaba en la calle de Alcalá, en Madrid, El niño judío, se convirtió prontamente en una
de sus zarzuelas más exitosas.
Impregnada de exotismo, con escenas que partían de un viejo puesto de libros en el
paseo del Prado hasta Alepo y, más allá, a la lejana India, la obra respondía a los
gustos de una ya casi desaparecida Belle Époque, que, ante la gran conflagración aún
reinante en el resto del continente, palpitaba sus estertores en tierra ibérica.
Revestida de una exquisita invención melódica y una orquestación justa, colorida, que
da cuenta del oficio de Luna, la historia se halla centrada en la búsqueda de la
verdadera identidad del protagonista, Samuel. En compañía de su patrón Jenaro y de
la hija de aquel, Concha, de quien está enamorado, ese niño judío ya convertido en un
joven, viajará primeramente hasta Alepo, Siria y, más tarde aún hasta la India en
busca de sus raíces y de la consiguiente fortuna que podría heredar de sus
verdaderos padres. Es en ese último destino (Acto II – Cuadro 1) cuando, al arribar al
palacio del Rajá Jamar Jalea, Concha presentará a la pequeña comitiva cantando De
España vengo. Aria tripartita plena de salero, cuenta con un contrastante y misterioso
sector central deudor de los cantes flamencos el cual, junto al colorido virtuosismo de
la primera parte que retornará en el da capo, ha atraído el interés de las más notables
cantantes líricas desde su creación hasta nuestros días.
MAURICE RAVEL (1875-1937): Shéhérazade
Cautivado por ensoñadoras imágenes de sedas y sables desprendiendo el aroma del
incienso, del benjuí y, rodeado, entre tanto, por las curvas y contra curvas vegetales
del máximo esplendor del Art Noveau, Maurice Ravel ponía en música, a los 28 años
de edad, tres poemas inspirados en la princesa Shéhérazade.
La seductora, misteriosa y astuta narradora de Las mil y una noches, era una de las
musas de leyenda a la cual recurrían desde las últimas décadas del siglo XIX pintores,
literatos y músicos de todo el continente europeo. Particularmente, aquellos afines o
influenciados por las obras de los poetas del movimiento simbolista francés.
Miembro de los autodenominados Apaches, un grupo de poetas, pintores, críticos de
arte y músicos que tenían por costumbre reunirse cada sábado en casa del pintor Paul
Sordes o del poeta Tristan Klingsor, alternativamente, para compartir y debatir sobre
las creaciones de unos y otros así como de la actualidad política y cultural francesa,
Ravel conoció, en una de esas veladas durante el año 1903, los poemas que darían
origen a Asia, La flauta encantada y El indiferente.
Dichos versos, surgidos de la pluma de
su amigo Arthur León Leclèrce, quien
apasionado por Wagner firmó sus
textos
y
obras
plásticas
bajo
Tristan
Klingsor,
seudónimo
de
hallaban
paradójicamente
el
su
inspiración en una obra musical: la
Suite Sinfónica Shéhérazade del ruso
Nikolai Rimsky-Korsakov. De los cien
poemas escritos por su compatriota,
Ravel
Grabado a color en el estilo de
una miniatura Persa de una
edición francesa de Las mil y una noches,
1895
eligió
tres
para
crear,
simultáneamente, una versión para voz
y orquesta y otra para piano, en
reemplazo de la agrupación sinfónica.
Inicialmente la idea de Ravel fue la de iniciar el ciclo con El indiferente y culminarlo con
Asia y de esa manera fue estrenada la obra por Jeanne Hatto como solista, bajo la
dirección de Alfred Cortot, el 17 de mayo de 1904 en la Sala de Conciertos de la
Sociedad Nacional de Música, en París. Sin embargo, antes de la publicación, el
compositor invirtió el orden de la obra conduciendo el final de la misma, como en una
especie de espiral descendente, hacia una culminación sutilmente misteriosa y, más
afín, sin duda, a una época signada por la nostalgia y la incertidumbre.
El poeta opinaba que al elegir Asia, Ravel se enfrentaría a un gran desafío dada no
solo la longitud del texto sino también la cualidad descriptiva del mismo. En efecto, el
músico trató en este poema a la voz en forma narrativa por sobre un dinámico y
fluctuante paisaje orquestal que deja entrever ligeramente las imágenes del poema,
sin dar lugar a asirlas, cual si se tratara de un biombo de Coromandel que se va
desplegando ante la “visión auditiva” del oyente. De la reiteración de la palabra "Asie",
como si tuviera el poder de un mantra que pudiera transportar al inquieto, hastiado,
preocupado ser occidental de ese incierto, mudable, vertiginoso cambio de siglo,
partirá la obra. Por sobre una línea seductoramente ondulante se desprenderán trazos
tímbricamente pintorescos y melodías pentatónicas que otorgan un sabor oriental.
Gestos rotundos, evocadores de mares y mercados, de pasión, de terror, de eros y
thanatos".
Cada uno de esos signos surgirá a partir de la sentencia del deseo: Je voudrais (Yo
quisiera). Un deseo que se extinguirá en sí mismo, en la visión de un mundo exótico
de cuento. Una utopía que, tras alcanzar un clímax evasivo, decantará paulatinamente
hacia la realidad, dejando tras de sí tan solo un halo de melancolía. Sólo restará el
evanescente vapor del té que se desprende de la vieja y cascada taza árabe cuya
contemplación habría dado inicio al relato.
Ferdinand Keller, Shéhérazade y el Sultán Schariar, 1880
Mucho más breve, La flauta encantada transcurre como una única línea sin fin de ese
instrumento, en esta versión emulada con ondulaciones melódicas del piano, que
rodean a la protagonista durante la embriagante somnolencia de una siesta estival.
Texto altamente simbólico, con ella, una esclava que mientras ve dormir a su amo
puede evocar y casi vivenciar las caricias y los besos de su amante mediante el sonido
de la flauta. Un sonido voluptuosamente arrebatador al cual no puede detener siquiera
la celosía que de él la oculta, y una canción que se halla muy cercana a dos de las
obras que Ravel más admiraba de Debussy: el Preludio a la siesta de un fauno y La
flauta de Pan, primera de las Canciones de Bilitis.
La más enigmática, tenue e impregnada de sensualidad de las tres creaciones del
ciclo, El indiferente transcurre como un suspiro, como el instante de la degustación
del vino que esa andrógina figura que despierta el deseo pasará finalmente de largo,
dejando tras de sí mediante un acorde complejo (una tríada con el añadido de una
novena mayor que no otorga una resolución sino un final abierto en lo que hace a la
armonía), un halo de languidez, extrañeza, anhelo…
GIOACHINO ROSSINI (1792-1868): Bel raggio lusinghier, aria de la ópera
Semiramide
Eco de Tancredi y asimismo melodrama trágico en dos actos, sobre un libreto de
Gaetano Rossi quien fuera su colaborador en la obra antes mencionada, Semiramide,
señaló la despedida de Rossini de los escenarios italianos. Estrenada en el Teatro La
Fenice de Venecia, el 3 de febrero de 1823, esta ópera basada en una temática por
entonces tan en boga como la remota Babilonia, fue su última creación antes de
afincarse definitivamente en la capital francesa como compositor estrella de la Ópera
de París. Al igual que en el caso de Tancredi, el libreto se hallaba inspirado en una
tragedia de Voltaire que trataba, en este caso,
sobre la legendaria y maléfica
soberana Asiria a la cual, luego de numerosos enredos, culminará matando su propia
hijo, Arsace, en venganza de la muerte de su padre, el rey Nino, a quien había
asesinado Semiramide junto a Assur cegada por las ansias de poder.
El aria Bel raggio lusinghier (Bello rayo atrayente), perteneciente a la primera escena
del Acto I, transcurre en los míticos jardines colgantes que habría ordenado erigir la
soberana. En un tramo que se asemeja claramente a la tragedia de Edipo, Semiramide
espera la llegada de Arsace, de quien se ha enamorado sin conocer aún, ninguno de
los dos, la verdadera identidad del otro. Mientras tanto, entre ornamentaciones de
coloratura que heredan aún la escritura belcantista de gran despliegue virtuoso que se
desarrollara para las inigualables voces de los castrados del siglo anterior, Rossini
escribía aquí para las dotes técnicas y dramáticas de una voz que conocía en todas
sus posibilidades: la de Isabella Colbran. Casada desde un año antes con el
compositor, la gran cantante española que contaba con un registro de más de dos
octavas y para quien Gioachino escribiera los roles de Desdémona, de Lisetta, de
Armida, Elcia, Zoraide, Ermione, Elena, Anna y Zelmira llegaba al final de su carrera,
con este rol monumental de Semiramide.
Luego de la ansiosa esperanza manifiesta en la cavatina mediante frases de largo
aliento y el típico acompañamiento de este tipo de aria lenta que emula las cuerdas
pulsadas de los cantos de antaño, surge la impetuosa y brillante cabaletta, un
verdadero tour de force que mediante un incesante floreo ornamental revela la euforia
de la protagonista ante lo que ella espera, será el pronto cumplimiento de ese amor.
ENRIQUE GRANADOS (1867-1916): Tres tonadillas: La Maja dolorosa I - II – III
Virtuoso del piano y promotor del nacionalismo musical español a través de toda su
producción, Granados, el autor de las Goyescas, escribió, entre otras obras para voz y
piano doce Tonadillas al estilo antiguo (H. 136) sobre un grupo de poemas de su
compatriota Fernando Periquet (1873-1940).
Las Majas dolorosas pueden considerarse, dentro del grupo de Tonadillas, una única
obra escrita en tres partes breves. Surgidas de la pluma de Granados en un contexto
artístico que hurgaba en las fuentes más genuinas del arte popular ibérico, este
puñado de canciones invoca tanto sonoridades arcaicas como así también
figuraciones características de las obras para teclado del siglo XVIII: gráciles motivos
como los que pueden hallarse en las sonatas de Domenico Scarlatti.
Desgarradora, la primera ¡Oh muerte cruel!, que se inicia con la simulación del grito de
una llorona, trata de la imposibilidad de seguir viviendo sin el amor ante la muerte del
majo amado: “¡Oh Dios, torna mi amor, porque es morir, porque es morir así vivir!”
La segunda se centra en la negación ante esa partida: “¡Ay majo de mi vida, no, no, tú
no has muerto! ¿Acaso yo existiese si fuera eso cierto?”(…) “Mas muerto y frío
siempre el majo será mío.¡Ay! Siempre mío.”
Por último, la tercera es, más allá del recuerdo del majo fallecido, la nostalgia por
aquel pintoresco pasado: “De aquel majo amante que fue mi gloria guardo, anhelante,
dichosa memoria.” (…) “Y al recordar mi majo amado van resurgiendo ensueños de un
tiempo pasado.” Es entonces cuando la evocación musical dieciochesca y el texto se
abrazan coincidentemente con el origen de estas tonadillas: recrear desde la música
ese mundo madrileño de luces y sombras que el pintor Francisco de Goya y Lucientes
desplegara en sus cartones para tapices durante el último cuarto del Siglo de las
Luces.
Francisco de Goya y Lucientes, La pradera de San Isidro, 1788, óleo sobre lienzo, Museo del Prado, Madrid.
ARIAS ANTIGUAS: GIUSEPPE GIORDANI (1751-1798): Caro mio ben - GIOVANNI
BATTISTA PERGOLESI (1710-1736): Se tu m’ami - SALVATOR ROSA, atribuida
(1615-1673): Star Vicino
Insoslayables para todo aquel que haya tentado el estudio del canto como para el
melómano apasionado por el repertorio vocal, las Arias Antiguas fueron editadas bajo
el título Arie Antiche: ad una voce per canto e pianoforte por Alessandro Parisotti
(1853-1913) entre los años 1885 y 1888 en Milán. En pleno auge de las publicaciones
de colecciones de canciones populares y/o antiguas en toda Europa occidental, como
así también de diversos métodos pedagógicos, este compositor y editor musical
publicó tres volúmenes de canciones que tenían como objetivo el iniciar en la
formación vocal a los estudiantes de canto. Finalmente esos tres libros se sintetizaron
en un único libro integrado por veinticuatro obras, entre las cuales se incluyen las tres
que hoy se escuchan, pertenecientes a los siglos XVII y XVIII. Si bien aún existen
dudas sobre la autoría de algunas de las canciones, en la mayor parte de los casos
Parisotti realizó arreglos para una voz y piano de arias provenientes del mundo de la
ópera.
Son arias que por su factura concisa, su gracilidad e intensidad expresiva exenta de
complejas ambiciones en lo que hace a la escritura, trascienden la finalidad didáctica,
siendo interpretadas en las salas de concierto de todo el mundo por los más
reconocidos cantantes desde las primeras décadas del siglo XX.
GEORG FRIEDRICH HÄNDEL (1685-1759): Lascia ch’io pianga, aria de la ópera
Rinaldo
Si bien es usualmente reconocida como el aria más famosa de Almirena de la ópera
Rinaldo, con la cual se iniciara el perdurable vínculo entre Händel y el público
londinense a partir del estreno de esa primer obra escrita en la capital británica el día
24 de febrero de 1711 en el Queen´s Theatre Haymarket, la historia de Lascia ch´io
pianga (Deja que llore) se remonta a unos cuantos años antes en la vida del célebre
compositor de origen germano.
El cimiento de la música de esta aria es
una sarabande, solemne y grave danza
cortesana
de
origen
hispano-
americano, que Händel utilizó para la
que fuera su primer obra para la
escena, Almira, Reina de Castilla,
estrenada en Hamburgo en el año
1705. Dos años más tarde volvía a
utilizar la melodía, esta vez con texto
firmado por el cardenal Benedetto
Pamphilij, en el oratorio El triunfo del
Tiempo
y
del
Desengaño,
obra
estrenada en la ciudad de Roma y
conocida por entonces como “Lascia la
James Thornhill (atribuida). Georg Friedrich
spina, cogli la rosa” (Deja la espina,
Händel al clave, c. 1720. Händel House,
coge la rosa).
London
Entonces, ante la trascendencia que obtuviera el aria más allá del oratorio, el músico
que pronto se asentaría en Inglaterra para desarrollar allí el resto de su vida y su
carrera artística, realizó un procedimiento que era práctica usual entre los creadores
de entonces: reutilizar una y otra vez un aria existosa, en diversas obras, variando el
texto de ser necesario.
Compuesta en tan sólo unas Rinaldo está basada en algunos de los episodios de la
Gerusalemme liberata, poema épico en torno a la Primera Cruzada, escrito y publicado
por Torquato Tasso en 1581. Los libretistas Giacomo Rossi y Aaron Hill, adaptaron el
argumento al gusto inglés, añadiendo hechizos y una atmósfera de misterio. Para la
composición de Rinaldo, Händel utilizó también fragmentos de otras de sus anteriores
creaciones, como por ejemplo de las óperas Almira, Agrippina y del oratorio La
Resurrezzione. La gravedad de la sarabande original se presta perfectamente para el
doloroso canto de Almirena, amada del caballero cristiano Rinaldo quien en torno a los
avatares de las cruzadas y la soñada recuperación de Jerusalén, en esta segunda
escena del Acto II se halla cautiva en el palacio de la hechicera Armida, lamentándose
Lascia ch´io pianga mia cruda sorte (Deja que llore mi suerte cruel).
GIOACHINO ROSSINI: Tanti affetti in tal momento, aria de la ópera La Donna del lago
Escrita asimismo para Isabella Colbran, ya por entonces su compañera no solo de
escenario sino de vida, Tanti Palpitti es el rondó que culmina con algarabía triunfal la
ópera La donna del lago (La dama del lago), compuesta por Rossini sobre libreto de
Andrea Leone Tottola basado en un poema de Sir Walter Scott. Ópera seria en dos
actos estrenada en el Teatro San Carlos de Nápoles el 24 de octubre de 1819.
Obra de enredos a través de la cual la protagonista, Elena, se halla al borde de perder
tanto a su amado Malcolm como a su padre Douglas podrá finalmente, gracias a la
benevolencia de un rey que parecía hasta entonces inconmovible, celebrar el
reencuentro con los dos hombres de su vida y la victoria del perdón y el amor
mediante este aria de bravura escrita especialmente para quien fuera una de las voces
más dotadas en la historia del canto. De acuerdo a los testigos de la época y a las
arias especialmente escritas para ella, como en este caso, Isabella Colbran podía
abarcar un sorprendente registro de dos octavas y media, considerándosela por
entonces una de las pocas sopranos sfogato de la escena europea. Esto es, una voz
que podía cantar desde roles de mezzosoprano a coloraturas propias de una soprano
ligera.
Dadas sus aptitudes vocales y maestría
técnica como así también a su amplitud
de registro, Joyce DiDonato se ha
dedicado
con
especial
interés
al
repertorio escrito por Rossini para
Isabella Colbran dando a conocer, en el
año 2009, un álbum editado por Virgin
Classics titulado Colbran, the Muse,
junto a la Orquesta de la Academia
Nacional de Santa Cecilia, de Roma,
bajo la dirección de Edoardo Mueller.
Retrato de Isabella Colbran. Autor anónimo
¡Oh, cuán bendito instante!¡Ah! ¡Quién esperar pudiera tanta felicidad!: y esa felicidad
que parece exceder lo terreno se expresa entonces casi sobrehumanamente mediante
ornamentaciones paulatinamente crecientes en dificultad, ligereza y, a un mismo
tiempo, el gozo que trasciende las palabras.
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