Glosario sobre Decisiones en el Final de la Vida Grupo de Trabajo sobre Decisiones en el Final de la Vida Este glosario tiene el objetivo de contribuir a la comprensión de términos utilizados en el ámbito de la salud en relación con personas asistidas cuya vida se encuentra amenazada por enfermedad o situación de riesgo vital. Se incluyen conceptos vinculados con aspectos clínicos como con aspectos morales y éticos, brindando una descripción y explicación acotada de los mismos – habitualmente no mayor a una carilla. El Glosario fue elaborado por el Grupo de Trabajo sobre Decisiones en el Final de la Vida perteneciente al Consejo Académico de Ética en Medicina. La metodología de trabajo incluyó reuniones presenciales y contactos por internet de los miembros participantes, con metodología basada en Delphi para alcanzar el máximo consenso tanto en la elección de los términos a describir y explicar, como en la tarea final de desarrollo de los mismos. Este trabajo fue desarrollado entre los años 2009 a 2012, y pretende ser un instrumento facilitador destinado prioritariamente a médicos y profesionales del ámbito socio sanitario para la comprensión de las Decisiones en el Final de la Vida. Auguramos para el futuro el mejoramiento y la actualización cuali-cuantitativa de este Glosario, en la medida que resulte oportuno y necesario. Un agradecimiento especial para todos los autores y participantes de este documento, quienes colaboraron activamente con doble objetivo de compartir e integrar las respectivas perspectivas interprofesionales. Buenos Aires, Junio de 2012 Coordinador del Grupo de Trabajo, Autor y compilador Dr. Gustavo G. De Simone - Médico especialista en Oncología y en Medicina Paliativa Coautores Jorge Manzini - Médico especialista en Clínica MédicaJuan Miguel Butera - Médico especialista en Clínica Médica y en Terapia Intensiva Rita Irene Ceschi – Enfermera.Profesora de Teología y docente de Bioética Clara Cullen - Lic. Enfermería experta en Cuidados PaliativosElena D´Urbano - Lic. Trabajo Social diplomada en Cuidados Paliativos Agustín Estévez - Doctor en Filosofía Carlos Gherardi - Médico especialista en BioéticaGladys Martha Grance Torales - Lic. Enfermería diplomada en Cuidados Paliativos Emilio Henry - Médico clínico Velia Alicia Löbbe - Médica especialista en Nutrición Horacio López - Médico especialista en InfectologíaIgnacio Maglio - Abogado diplomado en Salud Pública y experto en Bioética Alicia Miranda - Médica especialista en Clínica Médica Alejandra T. Rabadán - Médica especialista en Neurocirugía. Doctora en Medicina Leonardo Slutzky - Médico especialista en GerontologíaEduardo Luis Tinant - Abogado y docente. Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales Vilma Adriana Tripodoro - Médica especialista en Medicina Interna con certificación en Medicina Paliativa Manuel Martí – Médico diabetólogo. Profesor de Medicina. INDICE Abandono Analgesia en enfermedades crónicas Atención paliativa (v. también Cuidados Paliativos) Autonomía (Principio de Autonomía) Beneficencia (Principio de beneficencia) Bioética Buena práctica médica Calidad de vida Caquexia Caso bioético difícil Cerco (conspiración) de Silencio Confidencialidad (v. también Secreto médico. Confidencialidad) Conflicto de valores Consentimiento informado Cuidados básicos (mínimos) Cuidados Paliativos Derechos de la persona con enfermedad terminal Derechos personalísimos Dignidad (V. también Ética de los valores. dignidad humana) Distanasia. Obstinación terapéutica Doble efecto (Principio del Doble Efecto) Dolor Duelo Empatía (v. también ética de la compasión) Empoderamiento (ver también Vulnerabilidad) Enfermedad crónica. Enfermedad terminal. Situación de agonía Enfermedad en estado crítico Espiritualidad Estado vegetativo de la persona (EV) Ética de la compasión [v. también empatía] Ética de la virtud Ética del cuidado Ética de los valores. La dignidad humana (v. también dignidad) Eutanasia Hidratación artificial Homicidio medicalizado (medicalized killing) Integridad Intimidad Judicialización de la medicina Justicia (Principio de Justicia) Las “malas noticias” Limitación (adecuación) del esfuerzo terapéutico Muerte digna Muerte. Reanimación No-maleficencia. [Principio de no-maleficencia] Normas bioéticas: principios y reglas Nutrición artificial Objeción de conciencia Paternalismo médico Privacidad Privilegio terapéutico Proporcionalidad Rechazo (renuncia) de tratamiento eficaz Riesgo-beneficio; carga-beneficio; costo-beneficio Sacralidad de la vida Secreto médico. Confidencialidad (v. también confidencialidad) Sedación paliativa Soporte vital, tratamientos de Sufrimiento Suicidio [médicamente] asistido Teorías éticas Terapias no convencionales Veracidad Voluntades anticipadas Vulnerabilidad Abandono Ha sido definido, en el contexto socio sanitario, como “la no administración de los cuidados o supervisión necesarios respecto a alimentación, vestido, higiene, cobijo y cuidados médicos apropiados” (Ruipérez Cantera y Llorente, 1996). Esos autores mencionan dos modalidades de negligencia y abandono, según el carácter activo o pasivo de las prácticas de los cuidadores (sean éstos profesionales o no: ej.: familiares de un anciano):.negligencia y abandono son calificados como “pasivos” cuando los mismos resultan del desconocimiento y/o incapacidad del cuidador (aplicable sobre todo al cuidador no profesional) y se los califica como “activos” cuando el acto se realiza intencionalmente. En la práctica, el abandono está estrechamente ligado con las otras tres formas de maltrato (maltrato físico, maltrato psicológico y maltrato económico) ya que una práctica negligente produce habitualmente daño corporal, emocional y/o patrimonial. Los profesionales tienen el deber de favorecer la participación activa y consciente de los actores implicados en el cuidado de un enfermo – particularmente anciano o con enfermedad progresiva que amenaza la vida. Existe el riesgo de ignorar el entramado de significados que se atribuyen a la atención y desempeño de los cuidadores (familiares e informales) y a su propia situación familiar, económica y laboral. La hipótesis del abandono de los deberes familiares es tan simplista como falsa es la idea de que la solidaridad familiar se basa únicamente en la existencia de la necesidad. Entiende que la familia y sus miembros, así como el estado y sus representantes, son actores en interdependencia. Esta interacción se ha complejizado con el tiempo, y ambas partes tienen que intentar conducir la situación de la mejor manera posible (Bazo, 1992). Desde la perspectiva jurídica, el incumplimiento de deberes de asistencia y/o de atención sanitaria por parte de los organismos públicos y/o privados, que incluye a los agentes y profesionales responsables, puede configurar el delito de abandono de persona. Cabe preguntarse entonces si la decisión de no prestar atención sanitaria o de interrumpir la misma o no entregar determinada medicación, dejando a la persona afectada en estado de desamparo asistencial, reviste el título de abandono y, en tal caso, de abandono a su suerte de persona incapaz de valerse y a la que el autor deba mantener o cuidar. En el abandono de persona, todas las figuras son de peligro, el peligro tomado en cuenta es el que puede derivar tanto para la vida como para la salud. El hecho objetivo y subjetivo debe consistir solamente en el abandono. Pero es preciso no llevar la tesis a términos muyextremos, pues se corre el riesgo de llamar abandono a cualquier omisión de deberes, identificando el abandono de un deber con el abandono de una persona. La ley penal exige que se abandone a una persona, y si se refiere luego al deber de mantener o cuidar lo hace para que queden individualizadas las personas que antes ha mencionado. Difícilmente podrá darse la figura en el abandono o en el incumplimiento de un deber singular, aunque referible a la persona. En casos excepcionales, el médico puede ser responsable de esa situación; pero cuando la ley habla de cuidar no se refiere a la atención médica eventual, sino a la situación jurídica de asistencia personal. En el modo de comisión de este delito -que se consuma dejando abandonada a la persona- la fuente de la obligación de no dejar está constituida por una preexistente obligación de mantener o cuidar. Cuando en el proceso de enfermedad terminal o aún de agonía un paciente no recibe (por parte del equipo profesional y/o de su familia) aquellos cuidados apropiados de higiene, confort y alivio de los síntomas y del sufrimiento, hablamos en términos bioéticos de una modalidad de mistanasia – entendida la misma como una “muerte miserable” debido a diferentes razones, una de ellas es el abandono del muriente por parte de sus cuidadores. Este abandono ligado a la situación de terminalidad y finitud reduce la calidad de vida del muriente e incluso puede impactar negativamente en el tiempo de vida de esa persona, por lo cual no es moralmente aceptable que la sociedad como un todo y el sistema de salud deje de contemplar la asistencia en el final de la vida en sus programas y prioridades. La dimensión social del “dolor total” exige compensar la carencia de relaciones y el aislamiento de la persona enferma a través de una apropiada intervención, que en muchos programas actuales se implementa con la inclusión del rol del voluntario. Analgesia en enfermedades crónicas Analgesia es la ausencia de dolor en respuesta a un estímulo que normalmente sería doloroso. La analgesia se puede conseguir por diferentes métodos que deben ajustarse al individuo, de manera que la medicación, las intervenciones anestésicas, neuroquirúrgicas, psicológicas y psicosociales respondan a las necesidades del paciente. Los enfermos con cáncer necesitan medidas de alivio del dolor en todas las fases de la enfermedad. Según la OMS, “en la mayoría de los casos, si no en todos, el dolor producido por el cáncer podría aliviarse si se aplicaran los conocimientos médicos y terapéuticos existentes”. En 1961, la Convención Única sobre Estupefacientes proclamó a los opioides como indispensables para mitigar el dolor y ordenó a los países adoptar las medidas necesarias para asegurar su disponibilidad con fines médicos. El principal medicamento para el tratamientodel dolor moderado a severo es la morfina, un opioide elaborado a partir de un extracto de la planta de amapola que puede administrarse por vía oral o inyectable. Las revisiones publicadas demuestran que el potencial adictivo de los opioides cuando se indican como analgésicos en pacientes con enfermedades crónicas avanzadas, es muy bajo. Para aquellos pacientes con antecedentes de conductas adictivas que requieren la prescripción de opioides para controlar su dolor, la recomendación es administrarlos conjuntamente con programas de seguimiento y apoyo psicológico. El método analgésico de la O.M.S. (también llamado la "escalera analgésica") se elaboró con el objeto de promover el uso secuencial de los medicamentos para lograr el alivio eficaz del dolor. El primer peldaño consiste en usar un medicamento no opioide (como la aspirina, el paracetamol o el ibuprofeno). Si éste no alivia el dolor, se añade un opioide contra el dolor de leve a moderado (como la codeína). Cuando la combinación de un opioide contra el dolor de leve a moderado y un medicamento no opioide no brindan efecto analgésico, se sustituye con un opioide para el dolor de moderado a agudo (como la morfina o un opioide del grupo terapéutico de la morfina). En realidad, el uso secuencial sólo es válido cuando el dolor es inicialmente leve y luego, al progresar la enfermedad, se intensifica y no responde al escalón analgésico previo. Cuando el dolor es de intensidad inicial severa, debe comenzarse directamente con fármacos del tercer peldaño (ej.: morfina) Los medicamentos coadyuvantes se administran en cualquier punto de la farmacoterapia para combatir los efectos adversos de los analgésicos, conseguir un alivio más eficaz del dolor y tratar trastornos psicológicos concomitantes, como el insomnio, la ansiedad y la depresión. Son ejemplos de adyuvantes: antidepresivos y anticonvulsivantes (para controlar el dolor neuropático), laxantes (para controlar la constipación inducida por opioides), corticosteroides (para potenciar la analgesia en dolores de mecanismo mixto), benzodiacepinas (para mitigar la ansiedad e insomnio asociados al “dolor total”). Los analgésicos utilizados en pediatría siguen las mismas pautas generales, ajustando las dosis de acuerdo con los consensos publicados. Los principios enumerados, inicialmente validados en pacientes oncológicos, son actualmente recomendados para el amplio espectro del dolor asociado a las enfermedades crónicas – neoplásicas y otras. Atención Paliativa (v. también Cuidados Paliativos) Se trata de un término crecientemente utilizado desde la perspectiva de los programas socio-sanitarios referidos a las enfermedades crónicas y la vejez, que implica una evoluciónconceptual de los cuidados paliativos para significar la aplicación de los mismos a las personas de una sociedad o sistema, con todo tipo de enfermedad crónica evolutiva, en todos los servicios y niveles de salud, atendiéndolas de una manera precoz que permita superar el pronóstico como único factor determinante (Gómez Batiste, “Documento general sobre Identificación y Atención Integral-Integrada de Personas con Enfermedades Crónicas Evolutivas. Centro QUALY-OMS Barcelona 2012). La “atención paliativa” ha de ser integrada y flexible entre todos los servicios (atención primaria en salud, centros de salud, hospitales generales y especializados, equipos y unidades de cuidados paliativos específicos,…), adaptada a situación y crisis cambiantes, introduciendo mitologías como la ética clínica, los procesos de decisiones anticipadas, la gestión de caso y la visión integral del sistema de salud y de las diferentes dimensiones del sufrimiento de la persona enferma y su familia. En esta concepción, los equipos de cuidados paliativos se transforman en una herramienta y recurso experto, pero necesariamente integrados en una visión programática amplia y sustentada en la Atención Primaria en Salud. Autonomía (Principio de Autonomía) La autonomía es la capacidad que tiene la persona para determinar el curso de su propia existencia. Es un concepto primariamente filosófico, que corresponde a un modo de entender la moralidad: una persona, para ser responsable, debe ser autónoma. La autonomía se encuentra relacionada con la dignidad de la persona, y consiste en la condición del agente moral (racional y libre) que genera el principio de respeto por la autonomía de las personas. El análisis filosófico del concepto de autonomía permite distinguir entonces dos componentes del mismo: uno es la racionalidad o entendimiento (capacidad de evaluar claramente las situaciones y escoger los medios adecuados para adaptarse a ellos), y otra es la libertad o no-control (derecho y facultad de hacer lo que se decide hacer, o por lo menos actuar sin coerción o restricción). Según el énfasis en uno u otro de ambos elementos (razón y libertad) resultan dos diferentes nociones de autonomía: una (elegida por la tradición anglosajona) enfatiza a la libre decisión, no tanto la autenticidad o racionalidad de la misma: es la autonomía moral del individuo como concepto propio de la modernidad. La otra, representada por E. Kant y la tradición filosófica europea, es la moral de la voluntad como legislador universal, que obedece a nuestra naturaleza racional; fuera de este orden moral las acciones individuales no son autónomas sino heterónomas (no obedecen a nuestra racionalidad sino a nuestros impulsos o deseos); debe aclararse que Kant nunca planteó el problema dialógico de la relación médico-enfermo. El núcleo que da unidad e integridad a la persona autónoma es la conciencia moral: capacidad que organiza en la historia de vida la relación consigo mismo, con un proyecto vital y la relación con los demás. Cuando hablamos, en el terreno de la praxis médica, de persona autónoma nos referimos a quien se encuentra con madurez psicológica y ausencia de presiones externas (ej.: sociales) o internas (ej.: síntomas severos), suficientes para decidir de acuerdo consigo mismo (propia subjetividad, proyectos de autorrealización). Así lo refiere Adela Cortina (“Ética aplicada”, Ed Teknos, Madrid 1997). Esta autora nos recuerda que el principio de la autonomía, descubierto por los filósofos y hoy reconocido por la clase médica, es un principio que constituyó la vertiente dinámica de esa idea metafísica desde la que queda caracterizado el concepto de persona (la persona no tiene precio, sino dignidad) Aplicado en medicina, la autonomía es uno de los cuatro principios sostenidos por la teoría ética del “principialismo”, referidos por Beauchamp y Childress en su célebre libro “Principios de ética biomédica” (1979). En los hipocráticos el principio de autonomía estaba ausente: en efecto, en la relación médico-paciente se privilegió la capacidad, competencia y autoridad del médico, quien justificaba su proceder invocando sólo el principio de beneficencia (ver paternalismo). Actualmente se considera que el ejercicio de la autonomía por el paciente implica que los valores, deseos y preferencias de éste sean determinantes en la decisión que el médico debe tomar; en otras palabras, el médico ya no puede ignorar o subestimar esos valores y preferencias del paciente. Los miembros del equipo de salud deben comprender la importancia fundamental del respeto por el otro, reconociendo la dignidad de cada persona – incluyendo la propia. Con el nacimiento del Derecho Internacional de los Derechos Humanos se promueve la dignidad de la persona a la categoría de valor jurídico supremo. Si en el ámbito de las ciencias médicas reconocemos la asimetría entre los conocimientos y competencias del profesional médico y del paciente lego, en el ámbito moral redescubrimos que médico y paciente son ambos personas, en una relación moral simétrica donde el respeto por la dignidad exige a ambos. Una postura excesivamente liberal, sostenida por muchos autores, defiende exclusivamente la idea de la libertad negativa: es decir, el derecho de no interferencia y la obligación de no coartar acciones autónomas (Bentham, Mill y otros). Pero como afirma Gerald Dworkin (“The theory and practice of autonomy”. Nueva York, University Press, 1988) la autonomía no es sólo una idea reflexiva o evaluativa, sino que incluye cierta capacidad de hacer las preferencias ejecutivas en las acciones, hacerlas efectivas porque se ha reflexionado sobre ellas y se han hecho propias. Por ello, en el contexto de la medicina y particularmente del final de la vida, donde la vulnerabilidad de la persona humana se manifiesta integralmente (fragilidad del cuerpo físico, miedo y tristeza, sufrimiento existencial), podemos entender la autonomía con criterio positivo, promoviendo el desarrollo humano y el alivio, entendido éste como la liberación de cargas o peso excesivo por parte del sufriente. Este respeto de las creencias y valores de la persona, asociado a la influencia sobre la misma para ayudar a aligerar el sufrimiento, suele denominarse “paternalismo débil” aunque probablemente sea más apropiado el término “fortalecimiento de la autonomía”. Una regla derivada directamente del principio de autonomía es la del Consentimiento Informado, que exige tres requisitos: competencia plena, información completa, y no coacción (ver consentimiento informado) El principio de autonomía se encuentra fuertemente relacionado con otros tres principios propuestos por la ética principialista: beneficencia, no maleficencia y justicia, de manera que se aplican asociados. El médico también goza de autonomía y debe hallar el equilibrio apropiado entre la autonomía que ejerce el paciente y los demás principios de la bioética. Beneficencia (Principio de beneficencia) El vocablo beneficencia proviene del latín bonum facere (literalmente “hacer el bien”): el sentido etimológico refleja mejor el concepto que el uso corriente idiomático que se le otorga (ligado a la caridad o filantropía) por lo cual sería más apropio denominarlo como principio de beneficio. Surge históricamente propuesto por la “Ética de los Principios” o principialismo, como uno de los cuatro principios elementales para el análisis de casos concretos. Este principio se establece en los inicios de las deliberaciones para la redacción del Informe Belmont, dado sobre la experimentación biomédica (1978). Tales reglas establecidas para un grupo determinado de sujetos son tomadas por Beauchamp y Childress (1979) que orientan el enfoque a la medicina en cuanto la asistencia y avances biomédicos; es decir hacia un grupo social específico. Pese a que sus fundamentaciones éticas diferían, consiguieron abocar a unas mismas reglas sobre principios y procedimientos a usos similares pero no iguales. La formulación del principio de beneficencia es: procurar el bien del paciente en las intervenciones biomédicas, teniendo en cuenta el avance médico y tecnológico del momento y de futuras generaciones. Entiende así que tanto el progreso de la capacidad tecnológica de prolongar la vida (más rápido que la educación para conocer cómo y cuándo), como la redefinición de la relación médico- paciente que tiene a la vez su perspectiva colectiva en la relación sistema de salud-comunidad, la polémica definición del inicio y del final de la vida humana, la capacidad de controlar, manipular y modificar el código genético, todos deben ser aplicados teniendo en cuenta la beneficencia. Expresa en síntesis la obligación de hacer a los otros, lo que cada uno entiende como bueno para sí mismo. Debe diferenciarse la beneficencia (referida al acto en sí mismo) de la benevolencia, que es una virtud (es decir una propiedad del agente, no del acto). “Las Metas de la Medicina” referidas por el Hastings Center (1996), incluyen entre ellas a la beneficencia: Prevención de la enfermedad y las lesiones, promoción y mantenimiento de la salud Alivio del dolor y sufrimiento causado por las enfermedades y dolencias Asistencia y curación de los enfermos y cuidado de quienes no pueden ser curados Evitar la muerte prematura y velar por la muerte en paz Como la vida moral no consiste en dos vidas paralelas, la de producir beneficio y la de evitar el daño, es imprescindible un principio de balance o ponderación considerando le beneficencia y la no maleficencia conjuntamente. Sin embargo, el deber pasivo o negativo de no-maleficencia (abstenerse del mal) tiene precedencia sobre los deberes de beneficencia positiva o activa, al punto tal que para algunos estos últimos no serían deberes en sentido estricto sino ideales morales, justificados pero no requeridos. Suele establecerse, siguiendo a W. Franquena, una gradación de obligaciones en orden jerárquico: 1) se debe no infligir el mal o daño (principio de no maleficencia) 2) se debe prevenir el mal o daño 3) se debe remover el mal 4) se debe promover o hacer el bien El principio de beneficencia se encuentra fuertemente relacionado con los otros tres principios propuestos por la ética principialista: autonomía, no maleficencia y justicia, de manera que se aplican asociados. Estos cuatro principios son considerados deberes prima facie; esto significa, que si no aparecen enfrentados, existe la obligación de respetarlos, pero en caso de conflicto se concede prioridad a uno de ellos. Bioética La palabra “bioética” es una clave para comprender la naturaleza y los orígenes de la disciplina. Compuesta de bios y ethiké (vida y ética) aquella conjuga biología y moral en síntesis paradigmática de ciencia y conciencia, hechos y valores, ser y deber ser. Ese es el sentido del neologismo introducido por vez primera en la literatura por Fritz Jahren en 1927, y luego relanzado en 1971 en el título del libro de van Rensselaer Potter “Bioética, Puente al Futuro”: “el propósito de este libro es contribuir al futuro de la especie humana promoviendo la formación de una nueva disciplina, la disciplina de la Bioética. Si hay dos culturas que parecen incapaces de hablar una a la otra – ciencia y humanidades – y si esto es parte de la razón por la que el futuro se muestra tan incierto, entonces posiblemente deberíamos tender un puente hacia el futuro construyendo la disciplina de la Bioética como un puente entre las dos culturas.” Desde el punto de vista etimológico estricto, adherimos a José A. Mainetti cuando afirma que el vocablo bioética sería objetable si lo tradujéramos literalmente como “ética de la vida”, ya que Bios en griego significa vida humana y sólo a ésta se refiere la moral (es decir, toda la ética es siempre bioética). Pero la novedad terminológica encierra otra novedad conceptual: la bioética, puente entre dos culturas, responde al desafío de la crisis de la era tecnológica, que incluye la catástrofe ecológica, la nueva biología y la medicalización de la vida. Se trata de un bios tecnológico y un ethos secular, con la liberalización de la moral – realidad en eclosión a partir de la segunda mitad del siglo XX en el mundo occidental. Desde una perspectiva más amplia, es reconocido el movimiento de la bioética como una propuesta de la sociedad civil (no estatal ni empresarial) configurando una dimensión política que suele aludirse como “biopolítica”. La Enciclopedia de Bioética brinda la definición más aceptada de la disciplina: “estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la atención de la salud, en tanto que dicha conducta es examinada a la luz de los principios y valores morales” (Warren Reich, 1978). Tras un primer análisis surge en esa definición el carácter aplicado de la bioética, incluyendo la consideración de la perspectiva moral en los actos en salud (más allá del necesario e imprescindible análisis científico y tecnológico de esos actos). El contexto normativo de la bioética no es sólo ético-filosófico sino también religioso, jurídico y político. El campo bioético involucra mucho más que el estudio de la filosofía moral aplicada a la biomedicina, de hecho abarca también el campo de la filosofía práctica: de allí surge la peculiar naturaleza interdisciplinaria de la bioética, que incluye la metodología interdisciplinaria de valoración integradora. Diferentes teorías éticas (principialismo, utilitarismo, deontologismo, …) contribuyen con aportes complementarios (cuando no opuestos) a alcanzar el objetivo complejo y problemático que plantea la bioética. Sucesivas ediciones de la Enciclopedia trajeron otras definiciones, y Jorge Manzini propone en Argentina una definición actualizada de bioética gestada por la escuela marplatense, la cual compartimos por su contenido: la bioética es “una ética aplicada que analiza de modo argumentado e inter/transdisciplinario las situaciones dilemáticas valorativas surgidas en y desde las ciencias de la vida y la salud, en razón del creciente tecnocientificismo que impacta sobre la vida en toda su amplitud, y a la diversidad de paradigmas de valores existentes en la sociedad actual. El análisis busca, con responsabilidad solidaria, llegar a consensos donde prime el respeto por la dignidad humana y la vida en general, tanto presente como venidera” (Zanier J.H, Director;Hooft P.F, Co-Director. Grupo de Investigación “Bioética, Genética humana y Salud”. Facultad de Psicología UNMdPlata, 2000. En “¿Es la bioética la última esperanza? Mar del Plata; Suárez: 2000, pp.16-7). Buena práctica médica En el contexto de la atención al final de la vida, podemos considerar buena práctica médica aquella dirigida a conseguir unos objetivos adecuados, basados en la promoción de la dignidad y calidad de vida del enfermo. Los medios para ello comprenden la atención integral al enfermo y familiares respetando sus creencias y valores, el óptimo control de los síntomas, el soporte emocional y una adecuada comunicación. Todos estos principios constituyen la esencia de los cuidados paliativos. La buena práctica médica incluye asimismo la aplicación de medidas terapéuticas proporcionadas, evitando tanto la obstinación como el abandono, el alargamiento innecesario y el acortamiento deliberado de la vida. Calidad de vida El concepto de vida buena tiene como antecedentes más antiguo a Aristóteles en la Ética Nicomaquea, en que señala que no solo queremos vivir, sino vivir bien. Es netamente individual y donde percibimos mas allá de lo físico la idea holística de cada persona. Puede partirse desde tres teorías: a) Hedonista: placer, felicidad o disfrute en la satisfacción de nuestros deseos, que pueden ser no solo de integridad somato-psíquica, sino, además, de planos personales, profesionales, de estudio, turismo, etc. b) De satisfacción de deseos, similar a la anterior pero de alcance inmediato. c) De ideales de buena vida: son normativas, como tener autodeterminación, autonomía. En la praxis se entremezclan las tres teorías, con temas persistentes, en especial en las últimas etapas existenciales, como estar acompañados por los seres queridos, no ser relegados, meditar sobre la trascendencia, mantener la lucidez mental, etc. Sin embargo, la calidad de vida es un término en principio económico (no precede de la teología, ni de la filosofía, ni tampoco de la bioética o la medicina; procede de la vida empresarial) y no es un hecho sino un valor (Gracia Guillén), que fue aplicado a la atención en salud a partir de la constitución de la O.M.S. en la segunda postguerra mundial. En esta dimensión, se trata de los aspectos de nuestras vidas que están dominados o influenciados por nuestro bienestar físico, emocional y mental. El interés general por este tema surgió cuando se comprendió que en casos de enfermedades crónicas, la curación o el aumento de la sobreviva no son logros frecuentes, y los tratamientos tienen además efectos adversos importantes que deben, para justificarse, mejorar la calidad de vida de los pacientes. En cuidados paliativos, el concepto de calidad de vida es fundamental ya que se pregona como el objetivo central a alcanzar. En el momento actual existe un amplio consenso de que la calidad de vida relacionada con la enfermedad es un concepto multidimensional que ha de reflejar tanto el impacto de la misma como del tratamiento. Su repercusión debe tomar en consideración la idiosincrasia de cada individuo, su carácter eminentemente subjetivo y su evolución dinámica en el tiempo. En relación con su carácter multidimensional, las áreas básicas que deben valorarse incluyen el estado funcional, los síntomas producidos por la enfermedad y los aspectos adversos del tratamiento, la percepción de bienestar psicológico y emocional y la cantidad y calidad de relaciones y actividades sociales. De forma colateral también pueden considerarse aspectos relacionados con las inquietudes espirituales, la sexualidad, la satisfacción con el tratamiento y otras áreas del comportamiento humano potencialmente relevantes para cada persona. La peculiaridad individual del impacto de la enfermedad sobre la calidad de vida se halla en parte determinada por el grupo de población al que pertenece cada paciente y su contextosocial. Así, la edad, el sexo y la situación laboral configuran en gran parte los roles sociales que ha de desarrollar y que pueden verse diferencialmente afectados por la enfermedad y su tratamiento. Pero incluso para personas con características sociodemográficas similares, los valores personales y las estrategias y recursos para afrontar las limitaciones son muy variables. Este último aspecto obliga a la inclusión primordialmente del elemento subjetivo en la valoración de la calidad de vida. Los profesionales debemos aceptar y comprender la calidad de vida que prefiere cada paciente y no entremezclar nuestros propios conceptos en el tema. Un desafío para el equipo de salud es comprender, respetar y promover aquello que nuestros pacientes consideran como bueno para su propia calidad de vida. Existen distintas escalas e instrumentos que han sido validados para evaluar calidad de vida, según la patología del paciente. Algunos son estáticos y otros dinámicos, comparando momentos evolutivos. Estos instrumentos intentan, de alguna manera, objetivar datos que son eminentemente subjetivos, pero su uso implica a priori una intención manifiesta de interés por esta temática. Es de remarcar la subjetividad de la calidad de vida y no confundirla con estados funcionales o capacidades. Es muy complejo actuar, con las personas incompetentes, respetando su criterio de calidad de vida. En forma traslativa se aceptan las indicaciones de su familia o amigos; en la ignorancia el profesional actuará con su propio criterio del acto más beneficioso, que conlleve el mal menor. De un modo práctico, la calidad de vida fue considerada como la distancia o intervalo (gap) existente entre la realidad que vive una persona, y las expectativas que esa persona tiene. Este modelo simple permite entender que más allá de la realidad, las expectativas modulan drásticamente la percepción de la calidad de vida. Aplicado en el área asistencial en salud, implica que el modo de facilitar una mejor calidad de vida de un determinado paciente será ayudándolo a mejorar la realidad que vive (ej.: liberarlo de síntomas, aún cuando no pueda liberarse de su enfermedad incurable) y ayudándolo a redimensionar sus expectativas, evitando excesos de proyección que agrande la distancia (gap)entre lo real y lo posibe y empeore la calidad de vida. Resulta interesante analizar, en protocolos de investigación clínica, el modo en que es metodológicamente evaluada la calidad de vida, para analizar críticamente sus conclusiones y evitar la distorsión o el error – voluntario o involuntario, de informar resultados que no se ajustan a una adecuada metodología y evaluación de esta percepción eminentemente subjetiva. Caquexia Síndrome multifactorial caracterizado por pérdida de peso debido a una enfermedad subyacente, y cuyos ejes fisiopatológicos principales son: anorexia y disturbios metabólicos, tales como estado proinflamatorio y alteración del metabolismo hidrocarbonado, proteico y lipídico. Debe ser diferenciada del ayuno, la sarcopenia (pérdida degenerativa de masa muscular y fuerza) de la edad avanzada, la mala absorción y el hipertiroidismo primario, y su importancia clínica se relaciona con el aumento en la morbilidad y mortalidad del paciente, asociado con deterioro en la calidad de vida. La caquexia se vincula habitualmente con enfermedad neoplásica, cardiopulmonar, renal o psiquiátrica avanzada, y es un factor pronóstico a considerar. Debido a su naturaleza multifactorial y su patogenia – que puede resumirse como “estado inflamatorio crónico sistémico”, no revierte con la administración de apoyo nutricional, por lo cual esta medida terapéutica resulta habitualmente una intervención fútil en pacientes que padecen el síndrome de caquexia. Caso bioético difícil Se consideran en bioética “casos difíciles” aquellos no claramente subordinados bajo una norma, lo cual significa que habrá más de una respuesta correcta para resolver la situación práctica en cuestión. Estos casos, también llamados “críticos”, suelen admitir soluciones basadas en la razón, acuerdos parciales, tesituras de equilibrio. Diferentes autores proponen distintos caminos o métodos para su resolución – ej.: el método deliberativo sostenido entre otros por el experto Diego Gracia Guillén. Cuando se adopta un “enfoque dominante” frente a la divergencia entre creencias y estilos de argumentar, es natural que surjan problemas graves, y es un error zanjar la disparidad de opiniones por vía de la imposición de una única moralidad. Esta forma de proceder – común en todas las épocas - revela intolerancia y no da respuesta apropiada a la dificultad o problema que se advirtió. Cerco (conspiración) de silencio Se define como un obstáculo en los canales de la comunicación entre el paciente y sus familiares que implica un ocultamiento de ciertos contenidos referidos a la veracidad del diagnóstico y pronóstico, que ambas partes conocen pero “no se legitima su saber”, porque lasconsideran negativas para afrontar el proceso de enfermedad – habitualmente debido a que atentan contra la esperanza. Es importante identificar que hay momentos en el proceso de enfermedad en el que no hablar de estas cuestiones puede ser parte de un proceso adaptativo normal que lleva tiempo y que puede ser útil para que el paciente y los familiares apelen a sus recursos emocionales internos, enfrentando gradual y progresivamente la situación. Para identificar cuándo estamos frente a un cerco o conspiración de silencio deben reconocerse criterios diagnósticos y o la presencia de una o varias manifestaciones emocionales, conductuales u orgánicas, derivadas de la dificultad de los familiares y el paciente para mantener una comunicación eficaz, a saber: en el paciente - aislamiento - incumplimiento de medidas terapéuticas - trastornos adaptativos (hostilidad, depresión, etc.) en los familiares - riesgos de claudicación - riesgos de duelos complejos Preferimos la denominación de cerco de silencio porque habitualmente su fundamento es el intento de proteger al otro (y protegerse uno) frente a una situación que angustia. Ese cerco que pretende proteger, termina muchas veces aislando a quien lo padece y agravando (involuntariamente) su sufrimiento. La antigua denominación de conspiración denota en cambio una intención maliciosa o dañina, que pocas veces está realmente presente. Confidencialidad (v. también Secreto médico. Confidencialidad) La confidencialidad está siempre en relación con la información, de cualquier tipo que sea. Y el derecho a la confidencialidad protege el uso de esa información íntima por otra persona, si el sujeto a quien pertenece, no lo autoriza. Si bien desde el juramento Hipocrático el secreto médico existe como un deber profesional, esa discreción en el uso de datos personales hoy es un derecho del paciente a la protección de los mismos. El respeto a la confidencialidad no es un absoluto sino que tiene limitaciones, por ejemplo cuando mantener en secreto la información pone en riesgo grave a terceros, lo cual quita al agente sanitario toda responsabilidad moral por la comunicación de la misma a la persona adecuada. El evidente cambio en la provisión de servicios de salud, así como el avance tecnológico en materia de comunicación, son realidades actuales que obligan a reconsiderar los alcances prácticos de la confidencialidad (no tanto en el contexto de la relación de un médico con un paciente, sino en la institucionalización de la asistencia). Algunos autores (J. L. Manrique) proponen informar al paciente acerca de esos límites prácticos de la confidencialidad – toda vez que la asistencia interdisciplinaria, la provisión de salud en los diferentes sistemas públicos, de seguridad social o privados, los registros y la confección de pedidos de estudios complementarios y de recetas y prescripciones, requieren muchas veces que se expliciten datos de información íntima y personal. En Argentina, la Ley 25.629/2009 “de derechos de los pacientes”, establece que el paciente tiene derecho a que toda persona que participe en la elaboración o manipulación de la documentación clínica, o bien tenga acceso al contenido de la misma, guarde la debida reserva, salvo expresa disposición en contrario emanada de autoridad judicial competente o autorización del propio paciente. Conflicto de valores Los valores son un componente esencial de la vida humana y no un apéndice que se pueda usar o no con más o menos discrecionalidad. Todo problema moral lleva implícito un conflicto entre valores, dado que los valores son una estimación, una preferencia absolutamente necesaria en nuestras vidas. Jerarquizarlos y conceder prioridad a unos sobre otros, lo cual es absolutamente particular para cada persona, requiere de la prudencia y la responsabilidad a la hora de tomar decisiones. Con un análisis exhaustivo de los casos y teniendo en cuenta aquélla decisión que lesione menos los valores en conflicto, se trata de resolver el problema. Este análisis y la aceptación de una “Otredad” distinta que nos predispone a admitir formas totalmente diferentes de conocer y valorar, permiten realizar un ejercicio destinado a aceptar las diferencias como elemento indiscutible de la humanidad y arribar a la resolución del problema de la manera ya citada. Podemos ejemplificar con los Testigos de Jehová, quienes rechazan las transfusiones de sangre por convicciones religiosas (vida - dignidad), o cuando la vida de una embarazada está en riesgo en caso de continuar el embarazo, por cuál vida optar (¿madre o feto?).Para resolver estos conflictos de modo concreto y satisfactorio será necesario no solo reflexionar sobre los principios morales y las consecuencias de los potenciales actos, sino también desarrollar las virtudes personales. Consentimiento informado La figura del consentimiento informado (“informed consent”) como adhesión racional y libre del paciente al tratamiento médico (o del sujeto a la experimentación clínica) se desprende del principio de autonomía, al que calzan perfectamente los dos componentes de la regla, dado que la información es esencial a la racionalidad (es preciso comprender una situación antes de decidir sobre ella) y el consentimiento presupone libertad. En muchos países el C.I. no es hoy sólo una regla moral (elección autónoma) sino también fórmula legal (autorización escrita). La jurista argentina Elena Highton definió la autonomía aplicada al ámbito de salud como “una declaración de voluntad efectuada por un paciente, por la cual, luego de brindársele una suficiente información referida al procedimiento o intervención que se le propone como médicamente aconsejable, éste decide prestar su conformidad y someterse a ese procedimiento / intervención.” Este procedimiento ha evolucionado desde un primer caso en Nueva Yoork en 1878, e incluye cinco pasos establecidos por la Academia Mundial de Médicos: 1. Dar la explicación en lenguaje comprensible para el paciente 2. Establecer claramente los riesgos y los beneficios de la intervención (diagnóstica y/o terapéutica) 3. Incluir otras alternativas posibles 4. Dar tiempo para preguntas 5. Informar que el paciente tiene la opción de abandonar o cambiar su parecer, que su decisión será respetada y que seguirá recibiendo cuidados A la justificación del C.I. por el respeto a la autonomía, se le agrega otra justificación de carácter utilitarista y beneficentista: que en general puede considerarse un bien y un medio eficaz para promover la responsabilidad individual y social en la atención de la salud. Si bien el C.I. es un proceso fundamentalmente implementado a través de una apropiada comunicación verbal con el paciente, en la práctica (y por razones legales) se plasma en un documento escrito donde paciente, profesional y testigo estampan su firma. Es importante destacar el riesgo de ignorar el orden moral del C.I. y su condición de proceso (que implicatiempo, explicación, comprensión, reflexión,…) y convertirlo sólo en la solicitud de la firma de un documento – atentando contra su naturaleza y fin esencial. Los procedimientos de interés público y obligatorios son independientes de la voluntad de la persona, quedando excluidos (aunque pueden transformarse en casos difíciles cuando los involucrados no aceptan cumplir la obligación) - ej.: vacunaciones, certificado prenupcial. Los requisitos para el C.I. válido incluyen: que la información sea veraz y completa que el paciente sea competente que no exista coerción (o coacción) - externa ni interna La coerción es un término empleado frecuentemente en Derecho que se refiere a la violencia o imposición de condiciones empleadas para obligar a un sujeto a realizar u omitir una determinada conducta. En general suele adoptar formas más sutiles por la autoridad que quien lo requiere ejerce sobre el paciente por cualquier motivo, la manipulación, la persuasión, etc. En el contexto del final de la vida, el respeto a la persona no está exento de la necesidad de reconocer su vulnerabilidad (física, psicológica y/o social) y su sufrimiento existencial, que pueden transformarse en una verdadera coerción interna que influencia con fuerza la decisión a tomar. Así como el paternalismo autoritario del médico constituye la antítesis del respeto a la autonomía y la dignidad de la persona, también la ignorancia de factores inherentes a la enfermedad, que resultan una carga (a veces insoportable) para quien la padece, es un riesgo a evitar en el contexto de una medicina cada vez más concebida como una mercancía en la economía de mercado, cada vez más judicializada y defensiva, que lleva a tomar distancia del sufrimiento del otro con el falso justificativo de la decisión de ese otro a no seguir viviendo. El apropiado alivio del sufrimiento implica una estrategia que libera de esas cargas, y permite entonces un fortalecimiento de la autonomía. La compasión, la solidaridad y el cuidado son virtudes y actitudes vigentes – que no se contraponen con la argumentación racional de los principios de la bioética sino que la humanizan. Cuidados básicos (mínimos) Son aquellos procedimientos esenciales para mantener al paciente confortable. La administración de medicación y la realización de procedimientos están destinados a proveer confort o aliviar el dolor o signos de sufrimiento son parte del cuidado básico. Este incluye calor, abrigo, alivio del dolor, manejo de síntomas perturbadores (tales como disnea ovómitos), medidas de higiene (tales como manejo de la incontinencia, cuidados de la boca, baño corporal en cama, cuidados de la piel), y ofrecer nutrición o hidratación oral. Algunos lo denominan cuidados de confort, o cuidados mínimos, y su implementación debe ser garantizada a todos los pacientes – aún cuando se suspendan otras medidas terapéuticas o de soporte vital. Cuidados Paliativos Son los cuidados centrados en el paciente y su familia, a fin de optimizar la calidad de vida, mediante la anticipación, prevención y tratamiento del sufrimiento de quienes padecen una condición crónica que amenaza su vida. Se aplican idealmente como un continuo durante la enfermedad, identificando las necesidades físicas, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales y facilitando la autonomía del paciente, su acceso a la información y elección. Los cuidados paliativos se extienden más allá del alivio de los síntomas físicos: buscan integrar las diferentes dimensiones del cuidado: física, psicológica, social y espiritual, de tal modo de facilitar al paciente no sólo morir en paz, sino vivir tan activamente como sea posible hasta el momento final. Los cuidados paliativos: están centrados en el paciente más que en la enfermedad; utilizan un abordaje en equipo para identificar las necesidades de los pacientes y sus familias, incluyendo el apoyo en duelo si estuviera indicado; incrementan la calidad de vida y pueden también influenciar positivamente el curso de la enfermedad; facilitan y promueven la autonomía de la persona enferma; son aplicables tempranamente en el curso de la enfermedad, en conjunto con otros tratamientos que intentan prolongar la vida e incluyen aquellos estudios necesarios para comprender y manejar mejor las complicaciones clínicas que provocan sufrimiento. Los Cuidados Paliativos están centrados en la “sanación” más que en la curación. Este concepto involucra un proceso por el cual el paciente se integra psicológica y espiritualmente, como un todo y le permite un análisis de sí mismo más completo. En consecuencia se logra mayor alivio. De manera que se trata de ampliar los objetivos de curación y aliviosintomático de la medicina tradicional y de alcanzar un estado opuesto al sufrimiento físico, psíquico, social y espiritual. Los cuidados paliativos no aceleran intencionalmente el proceso de morir, pero tampoco posponen intencionalmente la muerte. Por esta razón, desde la perspectiva bioética algunos refiere a los cuidados paliativos como ejemplo de aplicación de la “ortotanasia.” Los cuidados paliativos, focalizados en la asistencia de la persona íntegra (más allá del cuerpo enfermo o patología), incluyen en el proceso de toma de decisiones las tres esferas (dimensiones) referidas de la ruptura que implica la enfermedad amenazante: la corporal (síntomas físicos, proceso subyacente), la psicológica (vivencias) y la axiológica (valores) – ver: Integridad. Si bien en la primera definición conceptual de los cuidados paliativos que diera la O.M.S. en el año 1986, los refería a la etapa terminal de una enfermedad, en la nueva definición del año 2002 establece categóricamente que el objetivo es la calidad de vida y que son idealmente aplicables en todas las etapas evolutivas de la enfermedad amenazante. Investigación reciente demuestra que la implementación “temprana” de los cuidados paliativos impacta positivamente en la calidad de vida de los pacientes, disminuyendo la incidencia de ansiedad y depresión y las intervenciones terapéuticas agresivas en el final de la vida. Un estudio prospectivo de distribución aleatoria que comparó la intervención paliativa temprana, conjuntamente con la asistencia oncológica, versus la intervención paliativa en el final de la vida, demostró que la asistencia paliativa temprana no sólo mejora esos índices en pacientes con cáncer de pulmón avanzado, sino que además incrementa significativamente la sobrevida de esos pacientes (Temel y col, NEJM 2010) Derechos de la persona con enfermedad terminal Existe en la literatura un listado que corresponde exclusivamente a las personas con enfermedades terminales, que a pesar de no estar contemplados expresamente en un instrumento jurídicamente reconocido, es importante mencionarlos (Lisbeth Quesada): 1. Tengo derecho a ser tratado como un ser humano hasta el último momento de mi vida. 2. Tengo derecho a mantener la esperanza, sin engaños. 3. Tengo derecho a ser cuidado por personas que me ayuden a mantener la esperanza 4. Tengo derecho a expresar mis sentimientos y emociones ante la cercanía de mi muerte. 5. Tengo derecho a participar de las decisiones sobre los cuidados que recibiré. 6. Tengo derecho a ser atendido por los equipos de salud aunque sepa que no voy a curarme. 7. Tengo derecho a recibir una respuesta honesta a mis preguntas 8. Tengo derecho a conocer la verdad. 9. Tengo derecho a permanecer en mi hogar. 10. Tengo derecho a vivir mis experiencias religiosas y espirituales aunque sean diferentes de las de otros. 11. Tengo derecho a que me alivien el dolor. 12. Tengo derecho a vivir mi vida tan activamente como sea posible 13. Tengo derecho a que mi familia y yo seamos ayudados para aceptar mi muerte. 14. Tengo derecho a morir en paz. 15. Tengo derecho a que se respete mi cuerpo después de la muerte. 16. Tengo derecho a ser cuidado por personas que comprendan mis necesidades. 17. Tengo el derecho de morir acompañado. 18. Tengo el derecho de conservar mi individualidad y de no ser juzgado por mis decisiones, aunque puedan ser contrarias a las creencias de otros. 19. Tengo derecho a que se alivie mi sufrimiento físico, emocional, espiritual y social. 20. Tengo derecho a que las necesidades y temores de mis seres queridos sean atendidos antes y después de mi muerte. 21. Tengo derecho a que no se prolongue mi sufrimiento indefinidamente, ni se apliquen medidas extremas y heroicas para sostener mis funciones vitales. Listados similares pero adaptados a su mundo de vivencias son propuestos para los niños que padecen alguna forma de enfermedad en etapa terminal. Derechos personalísimos Se trata de los derechos subjetivos privados, innatos y vitalicios, que tienen por objeto manifestaciones interiores de la persona (Santos Cifuentes, 1995), también definidos como aquellos que se fundamentan en la personalidad y se dirigen a garantizar a la persona el goce de las facultades del cuerpo y del espíritu (F Degni, 1939) Algunos derechos personalísimos a considerar en relación con el Proceso de Toma de Decisiones en el Final de la Vida: derecho de vivir: (incluyendo Rechazo terapéutico – Investigación biomédica) derecho al cuerpo: Tratamientos y exámenes médicos derecho de morir libertad integridad espiritual de la persona: Honor - Intimidad- Identidad Dignidad (V. también Ética de los valores. La dignidad humana) Cuando se habla de dignidad de la persona se quiere significar que el ser humano es una realidad única, singular nunca intercambiable. No puede, ni debe ser instrumentalizado ni “cosificado” (considerado un medio o cosa). Cuando decimos que el ser humano es persona aludimos a su condición de sujeto, de realidad singularísima. La peculiar relación de autoconciencia y de intimidad de la persona constituye su dignidad. Esa interioridad puede ser interpretada como trascendencia o como libertad. En cualquier caso la dignidad alude a ese peculiar ser-para-sí de la persona. La dignidad del ser humano depende para unos de su filiación divina, el hombre es imagen de Dios. Para otros la dignidad de la persona depende de la libertad, de la capacidad de iniciar una acción y una historia única. Kant decía que le hombre tiene dignidad y no precio, su realidad no se constituye como valor de cambio, su conciencia es condición de toda evaluación moral y sujeto absoluto. Esto implica que se autoconstituye como un valor absoluto, el hombre es consciente de la Ley Moral, de los principios morales. Ontológica y deontológicamente la dignidad supone un límite absoluto a toda manipulación del ser humano. Una medicina humanizada tendrá como eje excluyente la praxis (asistencial, de investigación y docente) que garantice condiciones dignas para cada persona. Distanasia. Obstinación terapéutica La distanasia consiste en el empleo de todos los medios posibles, sean proporcionados o no, para retrasar el advenimiento de la muerte, a pesar de que no haya esperanza alguna de curación. También es conocida como encarnizamiento / ensañamiento u obstinación terapéutica, pues no considera los sufrimientos añadidos al moribundo. Es, por tanto, un concepto opuesto al de eutanasia. Las causas de obstinación pueden incluir las dificultades en la aceptación del proceso de morir, el ambiente curativo, la falta de formación, la demanda del enfermo y familia, o la presión para el uso de tecnología diagnóstica o terapéutica. Entre sus consecuencias, podemos destacar la frustración de los profesionales y de los enfermos y sus familiares, además de la ineficiencia debida al uso inadecuado de recursos. Es preferible evitar el término “encarnizamiento” porque presupone una cierta intencionalidad negativa por parte de quien lo efectúa. Tanto los Estados como los diversos colegios de médicos han desarrollado leyes o códigos que regulan cuándo una acción médica puede ser considerada como «obstinación». En general, se puede afirmar que es moralmente justificado continuar los tratamientos normales para aliviar el dolor pero se puede renunciar a tratamientos que procurarían solo una prolongación precaria y penosa de la vida. La distanasia es moralmente condenada por dos motivos: por la futilidad de su aplicación para la persona que la recibe y porque significa, desde la perspectiva social, una forma de utilización de los recursos que atenta contra la justicia distributiva. Cabe considerar que mientras para la práctica de la eutanasia, en aquellas regiones donde se la acepta y despenaliza, es requisito que exista el pedido voluntario y manifiesto de la persona solicitante, la distanasia no siempre implica esta solicitud, ya que puede ser ofertada espontáneamente por el profesional – cuando considera que la vida es un valor absoluto y siempre el médico debe “luchar” para protegerla y evitar la muerte. En estos casos el concepto de obstinación terapéutica suele ligarse al de sacralidad de la vida (ver) –entendida ésta desde la concepción religiosa de “bien absoluto” a defender o desde la concepción laicista de “bien inviolable” a ultranza. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “la interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ‘encarnizamiento terapéutico’. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente”. Doble efecto (Principio del doble efecto) Sinonimia: principio del segundo efecto, voluntario indirecto (en decisiones de vida o muerte: eutanasia indirecta, suicidio indirecto). Este concepto proviene de la teología moral católica desde el siglo XVII, y se invoca para justificar una acción que puede producir a la vez efectos deseados y no deseados. Las exigencias propias de este principio incluyen cuatro condiciones que deben coexistir: a) que la intención sea moralmente buena; b) que la acción en sí misma no sea moralmente mala, sino buena o neutra [por ejemplo: no intención de dañar, o de matar por interés propio o de terceros]; c) que el efecto bueno no se derive, en la cadena causal [no la cronológica] del malo [por ejemplo: la desaparición del sufrimiento mediante la muerte del paciente aplicando una “sedación terminal” a goteo abierto desde el principio] d) que no haya otro medio más aceptable de solucionar el problema. Quienes cuestionan este principio argumentan que, en la práctica, toda intervención médica debe valorarse bajo esta doble dimensión del beneficio versus la carga o los riesgos que implica, por lo cual resulta innecesaria y confusa la aplicación del concepto de “doble efecto”, específicamente en determinadas situaciones (ej.: al final de la vida). Para otros, lo que redunda no daña y por ello aceptan el uso del principio del doble efecto para distinguir entre procedimientos moralmente inaceptables para acortar la vida (eutanasia), de otros que buscan el alivio del sufrimiento aún cuando por consecuencia de su aplicación pueda sobrevenir – como fenómeno no buscado – la muerte. En este sentido se pronuncia el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) cuando afirma: “el uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable”. Dolor Las posiciones que se han ido desarrollando a lo largo de la historia remiten a los aspectos fundamentales de la interpretación del dolor. El mundo antiguo definió al dolor como “el perro de guardia que defiende la salud”. En la perspectiva cristiana el dolor es considerado consecuencia necesaria de la pérdida del paraíso terrenal; el cirujano Leriche negaba el significado del dolor y habla de doleur maladie. Con la expresión “el dolor pasa, el haber sufrido nunca” el médico Buytendijk reclama la dimensión humana y solidaria del dolor. Todos los pueblos desarrollan una gran riqueza terminológica para describirlo. Hoy la medicina define al dolor como una experiencia sensorial (objetiva) y emocional (subjetiva), generalmente desagradable, que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Es una experiencia asociada a una lesión tisular o expresada como si ésta existiera. La función fisiológica del dolor es señalar al sistema nervioso que una zona del organismo está expuesta a una situación que puede provocar una lesión. Esta señal de alarma desencadena una serie de mecanismos cuyo objetivo es evitar o limitar los daños y hacer frente al estrés. La participación tanto de fenómenos psicológicos (subjetivos) como físicos o biológicos (objetivos) en el dolor es variable según el tipo de dolor y el individuo que lo manifiesta. La fisiopatología del dolor tiene cuatro componentes que son: 1. La nocicepción: Es la única etapa común en todas las personas pues es una etapa bioquímica; a su vez se divide en tres subetapas que son la transducción, transmisión y modulación del dolor. 2. La percepción. 3. El sufrimiento. 4. El comportamiento del dolor. De acuerdo con su duración, es dolor se clasifica en agudo y crónico: en éste, aparecen alteraciones bioquímicas y conductuales que implican la sobreposición del dolor con otras manifestaciones emocionales, donde la función fisiológica primaria del dolor desvanece para convertirse el mismo en un problema diferente. El concepto de “dolor total” que propone Cicely Saunders en relación con aquél asociado a una enfermedad crónica progresiva y avanzada, implica las diferentes dimensiones que modifican la percepción y manifestación del dolor, integrado en el concepto de “sufrimiento”. Por ello la Dra. Saunders refiere que, sobre la base biológica del dolor, se suman las dimensiones emocional, cognitiva, relacional, social y espiritual. En cuidados paliativos, el tratamiento de dolor debe ser holístico y multiprofesional para facilitar la mejor calidad de vida – atendiendo a las múltiples dimensiones de ese “dolor total”. Duelo La reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la partida, la libertad, un ideal, etc. se manifiesta con tristeza, ansiedad, desinterés con el mundo exterior en todo lo que no tenga relación con la perdida (S. Freud). Su elaboración es paulatina y su duración es relativa, según la ligazón que existía, de meses llegando a varios años. Es necesario diferenciar el duelo de la melancolía, la cual se manifiesta en intensidad y actitudes anormales. Se habla de “duelo sin objeto” cuando las manifestaciones aparecen sin que pueda objetivarse una pérdida evidente, aunque no todas las escuelas aceptan esta acepción, restringiendo el término “duelo” a la reacción frente a la pérdida por muerte de una persona amada. En ocasiones la ansiedad por el duelo deriva en pensamientos culpógenos, relacionados con historias previas: el equipo de salud debe guiar al entorno familiar, acompañarlo, para una correcta elaboración del mismo. Pese a la existencia de diferentes escuelas y perspectivas focalizadas en el estudio del duelo, todas reconocen que se trata de un proceso, con factores personales y sociales que pueden modificarlo, con límites imprecisos en cuando a la “normalidad” del mismo, pero que en sí mismo es un proceso natural y saludable de reacción frente a la muerte del ser querido. Como tal, implica una serie de objetivos (o tareas) que el “duelante” va recorriendo hasta alcanzar un nuevo equilibrio de su persona. Los equipos de salud que asisten pacientes con riesgo de morir deben considerar la necesidad de apoyar el proceso de duelo en los familiares, intentando identificar precozmente si existen riesgos de duelo complicado para ofrecer ayuda oportuna. Los estudios demuestran que el cuidado y soporte apropiados a las personas que acompañan a un familiar gravemente enfermo, son un factor que permite reducir el riesgo de duelos complicados – de este modo, en la clínica, el trabajo con la familia debe ser un objetivo del cuidado paliativo de quienes padecen una enfermedad que amenaza la vida, comenzando dicho trabajo simultáneamente con la asistencia al enfermo en el transcurso de su patología y prolongándose luego en la etapa de los últimos días de vida y luego en el post-fallecimiento. Empatía [v. también ética de la compasión] La empatía (del vocablo griego antiguo εμπαθεια, formado εν, "en el interior de", y πάθoς, "sufrimiento, lo que se sufre"), llamada también inteligencia interpersonal en la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, es la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que un individuo diferente puede sentir. Es la habilidad para estar consciente de, reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás. El ser empático es el ser capaz de "leer" emocionalmente a las personas. Por ello es la esencia de la relación médicopaciente, es su carácter amistoso. Joan-Carles Mèlich, en su libro Ética de la compasión (Barcelona:Herder; 2010) desarrolla un novedoso enfoque sobre el que argumenta extensamente, y afirma que ponerse en el lugar del otro es imposible - que lo más que podemos (y debemos) hacer es ponernos al lado del otro que sufre. Puede afirmarse que la empatía es en el plano de las emociones lo que la intuición lo es en el de las ideas (entendiendo intuición como la habilidad de percibir a priori el modo de obrar del otro, aún antes que lo hubiera manifestado). Desde Freud, el psicoanálisis ha estudiado el fenómeno de la empatía con el concepto de transferencia (afectos que surgen en el paciente referidos al médico y que son la actualización de los sentimientos vividos durante su infancia en la relación con sus padres), y de contratransferencia, en la que en el médico también aparecen afectos hacia su paciente. En cierto sentido, la alianza terapéutica es la construcción de un vínculo entre el profesional y el paciente cuya finalidad es la colaboración recíproca destinada a obtener un fin: la salud (entendida ésta con un criterio amplio que va más allá de la ausencia de malestar físico). La capacidad de empatía puede ejercitarse y mejorarse, de modo que en la formación en áreas de salud sería deseable que se incluyeran programas de fortalecimiento de la capacidad empática del profesional. Empoderamiento (ver también vulnerabilidad) De acuerdo con Amartya Sen (Development as freedom. New York: Alfred A.Knopf) quienes están en condiciones de actuar libremente son empoderados, es decir, disponen del poder necesario para participar de las oportunidades que su sociedad brinda. Los desmedrados, carentes de empoderamiento, son desempoderados, serían los mal llamados “vulnerables” que debiesen ser vistos como vulnerados. En la visión de Sen queda muy claro que los desempoderados padecen de algún déficit existencial que toda sociedad justa o decente debe intentar subsanar mediante la organización de instituciones sociales terapéuticas que otorguen a los desposeídos lo necesario para empoderarlos, lo cual ha de suceder a nivel tanto social como político. Enfermedad crónica. Enfermedad terminal. Situación de agonía Enfermedad crónica es aquella que reúne una o más de las siguientes características: es provocada por una alteración patológica no reversible; es permanente, con remisiones y recaídas; induce discapacidad; requiere de entrenamiento especial para la rehabilitación de quien la padece, o demanda un largo período de supervisión, observación o cuidado. Desde el punto de vista epidemiológico, suelen tener relación con el estilo de vida y el envejecimiento de la población, tienen una alta prevalencia y un elevado impacto en términos sociales y económicos. Sin embargo, debe considerarse que en el ámbito de la pediatría también es creciente la aparición de patologías crónicas. La evolución de una enfermedad crónica permite distinguir diferentes etapas: - Etapa subclínica, asintomática (previamente al diagnóstico, a veces identificable por marcadores biológicos de laboratorio) - Etapa inicial o precoz, de duración variable y curso progresivo gradual o intermitente - Etapa avanzada (curso progresivo y gradual, con diverso grado de afectación de la autonomía y de la calidad de vida, con respuesta variable al tratamiento específico, que evolucionará hacia la muerte a medio plazo). - Etapa terminal (enfermedad avanzada en fase evolutiva e irreversible con síntomas múltiples, impacto emocional, pérdida de autonomía, con muy escasa o nula capacidad de respuesta al tratamiento específico y con un pronóstico de vida limitado a semanas o meses, en un contexto de fragilidad progresiva). - Situación de agonía (la que precede a la muerte cuando ésta se produce de forma gradual, y en la que existe deterioro físico intenso, debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la conciencia, dificultad de relación e ingesta y pronóstico de vida en horas o días). A la etapa terminal del proceso evolutivo de una enfermedad crónica se la rotula habitualmente como “enfermedad terminal”. Esta expresión resulta confusa, ya que tiñe con un matiz de finitud próxima e inexorable final a la enfermedad existente, impidiendo identificar el estadio evolutivo de la misma y en cierta medida desconoce los avances de la ciencia y tecnología que permiten que enfermedades otrora incurables casi de manera absoluta, se conviertan ahora en enfermedad crónica estables y con largos períodos de remisión. Mayor estigma aún resulta al tildar a quien transita por la etapa terminal de una enfermedad como “enfermo terminal”, ya que este término encierra la falsa premisa de que lo único esperable es la muerte cuando en realidad – como sucede para todos los seres humanos vivos – lo esperable es el modo como elegimos vivir la vida propia según nuestros valores y creencias, con plenitud y dignidad, en el contexto de las limitaciones o de enfermedades que amenazan la vida biológica. Enfermedad en estado crítico El estado crítico implica amenaza de muerte, con la condición probablemente transitoria del evento presente, y la posible reversibilidad de la enfermedad o padecimiento. El estado crítico, agudo respecto del tiempo y siempre grave en su pronóstico, se acompaña de una probable recuperación de esta amenaza de muerte real o potencial si se ejecutan urgentemente algunas medidas indispensables que se vinculan a la aplicación de uno o varios soportes vitales. Esta posibilidad de reversibilidad separa a los pacientes en estado crítico de aquellos otros marcados por la cercanía o probabilidad de la muerte segura como los que se denominan pacientes sin esperanzas, muriente o terminal y agonizante o moribundo (ver: etapas de la enfermedad crónica). El conjunto de soportes vitales, que se encuentran disponibles en estas áreas especialmente acondicionadas (cuidado o terapia intensiva), crea una red de seguridad no sólo para la enfermedad subyacente o la que motiva su ingreso sino también para poder afrontar el riesgo de soportar un período de estado crítico en quienes son sometidos a variados métodos terapéuticos médicos y quirúrgicos en numerosos cuadros patológicos. Es preferible entonces el término de estado crítico, siguiendo la propuesta de Jonsen (Etica Clínica), al de enfermedad crítica. Además habitualmente no es la enfermedad sino un estadio evolutivo de la misma la que caracteriza la situación. No debiera confundirse este término con el más ambiguo de “enfermedad amenazante” de la vida, incluido en algunos documentos para referirse al amplio espectro de situaciones patológicas que, amenazando la integridad y/o calidad de la vida, producen sufrimiento. En este sentido amplio, el cuidado paliativo con su objetivo de facilitar una mejor calidad de vida y aliviar el sufrimiento, es potencialmente aplicable a todo tipo de “enfermedad amenazante” de la vida, más allá del pronóstico y posterior evolución, ya que interesa no sólo la naturaleza biológica objetiva de la patología (disease) sino fundamentalmente las vivencias y síntomas que subjetivamente le implican a quienes las padecen y a su entorno (illness). Espiritualidad Lo que distingue al ser humano del resto de la humanidad es el “espíritu” y el problema del espíritu se halla unido al de la esencia del hombre (Scheler). Podemos decir que el conjunto de los actos superiores desarrollados por el espíritu y centrados en la unidad dinámica de la persona no sólo son de naturaleza pensante, sino también emotiva. Por ello la espiritualidad es una necesidad del hombre que se pone más de manifiesto en situaciones límites, como por ejemplo en la enfermedad, porque la persona al experimentar su finitud se plantea las grandes cuestiones existenciales. No implica necesariamente la creencia en un ser superior o en una vida más allá, sino de los significados últimos de la vida y los valores de la misma. Entendemos espiritualidad en esta perspectiva más existencialista y de significado, que en la acepción religiosa del concepto o en los ritos a través de los cuales se expresa la fe y creencias en las diferentes religiones. Este es un ámbito que debe ser respetado más allá de las propias creencias del profesional, ya que tienen para el ser humano un sentido muy profundo. Para los creyentes, por ejemplo la espiritualidad es el centro de su razón de ser, ella significa un sostén que le da respuesta a lo inexplicable y le transmite paz. Desde lo ético y espiritual la persona es vista como un todo no fragmentado, lo cual nos habla de actitudes y valores que dignifican al ser humano. Aunque en la sociedad contemporánea se ha tendido a reducir o limitar el cuidado a lo corporal del ser humano, obviando el cuidado espiritual que permite lograr la unicidad del ser, hoy hay un despertar propicio para esta esfera tan profunda de la persona. La O.M.S. introduce por primera vez la atención de la dimensión espiritual de la persona en el informe técnico Nº 804 “Alivio del dolor y tratamiento paliativo en el cáncer” editado en 1990. Estado vegetativo de la persona (EV) Pérdida absoluta de las funciones cortico-cerebrales superiores (conciencia, afectividad, comunicación), con conservación de las funciones respiratoria y circulatoria, de los ciclos vigilia-sueño, reflejos y movimientos oculares, reflejos de tos y vómito, apertura ocular; también puede haber movimientos espontáneos como masticación, rechinar de dientes y deglución. Implica la existencia del despertar pero con inexistencia de la percepción de sí mismo y de su entorno. Se lo puede categorizar en: persistente, permanente o estado de conciencia mínima. Para estimar el pronóstico a largo plazo del EV secundario a anoxia cerebral se recomienda realizar potenciales evocados somatosensoriales y/o electroencefalograma y exploración física a partir del tercer día (grado de recomendación I; nivel de evidencia B). Los resultados de estas pruebas, realizadas apropiadamente, tienen una elevada especificidad, aunque moderada sensibilidad. Persistente es el aquel EV que perdura después de un mes de transcurrido el evento desencadenante, y no implica irreversibilidad. El estado vegetativo persistente es un diagnóstico clínico que se debe diferenciar de otras alteraciones del nivel de conciencia (coma, muerte encefálica, enclaustramiento, mutismo aquinético, fases terminales de demencia). Estos pacientes mantienen espontáneamente las constantes y funciones vitales, el ritmo sueño-vigilia y carecen de actividad voluntaria. Permanente implica irreversibilidad (tres meses después de una injuria no traumática y doce meses después de una injuria traumática). Esta definición tiene connotación pronóstica, debido a la escasa probabilidad de recuperación después de estos plazos, por esto algunos grupos sugieren no utilizarla. Estado de conciencia mínima (ECM) implica que la persona no puede comunicarse o seguir instrucciones, pero pueden realizar fijación visual o verbalizaciones ininteligibles. El mutismo aquinético y el síndrome de enclaustramiento son dos situaciones de estado de conciencia mínima. Las etiologías más frecuentes en EMC son: Causa traumática: Traumatismo encéfalo-craneano grave Causas no traumáticas: Encefalopatía anóxico-isquémica Accidente vascular encefálico: Infecciones del sistema nervioso central Tumores del sistema nervioso central Toxinas y envenenamientos Enfermedades metabólicas y degenerativas Malformaciones congénitas del desarrollo del sistema nervioso central. En el EMC existe grave compromiso de la conciencia, sin embargo, se observan claras y reproducibles evidencias de conciencia de sí mismo o de su entorno. Pueden reproducir fijación visual y conductas emocionales y motoras que muestran respuestas gestuales o verbalizaciones inteligibles. Puede mejorar o quedar en estado vegetativo. Establecer la diferencia entre EMC y EVP puede ser difícil; en centros de rehabilitación de EUA y Canadá se ha encontrado evidencia clínica de respuesta consciente hasta en un 43% de pacientes rotulados como en EVP. Las principales causas de error fueron atribuidas a alteraciones visuales graves o a un importante deterioro de la función motora del enfermo. Ética de la compasión [v. también empatía] Aristóteles afirmaba (Retórica II, 8): “Sea, pues, la compasión un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo padeciera uno mismo o alguno de sus allegados, y ello además cuando se muestra próximo”. El debate posterior nos colocó en la situación del otro, del que padece el mal que bien podría ser físico, en la enfermedad, o de otro tipo material, de manera tal que generase un sentimiento moral de lástima, pena o solidaridad ante el dolor o sufrimiento ajeno, tan dramático que sitúa a la persona testigo de esa situación en el deseo de cómo quisiera que se me tratara si fuera yo el sujeto. Es identificable también como “el puente entre el sentimiento y la dignidad humana”. Como explica Aurelio Arteta (La compasión. Una virtud bajo sospecha, Paidós, Barcelona, 1996), hoy es un sentimiento o factor moral que no goza de gran reputación. Suele identificarse con el desprecio al otro, la caridad paternalista o la moralina indigna. Sin embargo, la compasión aparece como respuesta ante un mal compartido, común, destructivo e injusto. Compadecerse de alguien es reconocerse igual a un otro en sentimientos, experiencias y expectativas. Jorge L. Borges observó que al pensarse mortales, los humanos se compadecen en cierto modo tanto de sí mismos como de todos sus semejantes, antepasados y descendientes y es lo que realmente nos hace iguales. La compasión es desinteresada, exige dedicación y compromiso. La naturaleza moral básica de esta virtud exige que se demuestre con hechos y actitudes hacia ese otro que sufre - como puedo sufrir yo mismo. La compasión es entendida entonces como compañía, calor humano, afecto práctico y personalizado. La ética de la compasión enfatiza la necesaria condición virtuosa de los agentes que la aplican. Ética de la virtud Del griego “areté” y del latín ”virtus”, significa el poder o la fuerza del hombre para cumplir el bien. Para Sócrates el término virtud era el conocimiento del bien y por tanto el hombre ignorante el que no conocía el bien, obraba mal pero no con alevosía sino por ignorancia. Siguiendo ésta línea es necesario saber no sólo que hay virtudes humanas, sino también conocerlas para llevarlas a la práctica, para configurar y encarnar la virtud en el hombre. La reflexión sobre las virtudes surgió en Grecia, como la disposición o habilidad para ejecutar una tarea; la teoría platónica trasladó éste concepto a la moral. Es también la capacidad de discernir y elegir lo mas acertado para cada caso. Las virtudes son disposiciones adquiridas para obrar y elegir con excelencia. Se privilegia para ello una educación con modelos que encarnan valores y se pone como básica una experiencia personal con valores. Entre las virtudes, resumimos algunas de ellas – reconociendo su impacto por presencia o por ausencia en vida cotidiana las llamadas “virtudes cardinales” (Catecismo de la Iglesia Católica), las cuales (al igual que los vicios), se adquieren y aumentan por la repetición de actos. La prudencia es la virtud que nos lleva al conocimiento de lo que nos concierne como hombres y nos permite distinguir por lo tanto lo que puede beneficiarnos o perjudicarnos. La justicia es la virtud moral que hace referencia al orden de igualdad y armonía que deben prevalecer en el hombre en su doble dimensión social e individual La fortaleza consiste en alejar el temor y enfrentar el peligro con seguridad y confianza. La templanza es la moderación de los apetitos sensibles por someterlos a la razón. Según Aristóteles, es la virtud que impide el desenfrenado placer o abuso de las necesidades corporales así como la abstinencia de su disfrute. En el ámbito de la profesión médica, se ha enfatizado el valor de la integridad profesional, el respeto por la persona y la compasión. (Ann InternMed 1983;99:720-4-) Las virtudes se asocian con los valores internos de una práctica profesional. La tradición médica hipocrática es un modelo típico de ética de la virtud. El aprendiz de médico aprende junto a su maestro la práctica técnica y moral, todas ellas bajo la mira de la excelencia. El médico virtuoso es el que sabe desde su arte que es lo mejor para su paciente, tanto desde el punto de vista médico como moral. Esta tradición esta ligada al Paternalismo beneficentista y a la constitución de la medicina como profesión fuerte. Al referirnos en bioética a la Ética de las virtudes, lo hacemos desde el posicionamiento de enfatizar la importancia del AGENTE (ser humano – profesional – paciente – familiar – etc.) como centro del acto en salud, más allá de los principios y de las consecuencias. Esto implica de algún modo el enlace y la conjunción entre la moral (entendida como saber prefilosófico, imprescindible para el recto obrar, que responde al “qué se debe hacer”) y la ética (reflexión sistemática, filosófica y crítica, que responde al “por qué se debe hacer lo que recomienda la moral” – y por consiguiente prescindible para el inmediato recto obrar). Ética del cuidado El arte del buen cuidar es una acción que dignifica la naturaleza humana. El cuidado del otro debe ser visto como un factor importante de la totalidad de la vida moral de la persona. Aún cuando la ética del cuidado no es la única ética, sí es relevante en el desempeño de los profesionales de la salud. No se puede cuidar y ayudar realmente al otro a menos que se esté preparado para preocuparse y ocuparse en sanar su parte orgánica enferma y ayudarlo a reconstruir el sentido de sí mismo. Este enfoque holístico e integrador no es posible sólo aplicando el conocimiento técnico-científico sino también rescatando los valores fundacionales de la práctica médica y desarrollando las propias habilidades emocionales. Es cierto, además, que el cuidado puede ser ético para quien no confunde valor con precio, el ser buenos profesionales de la salud no depende tanto del contexto asistencial favorable sino de las valoraciones personales que se han podido construir en consonancia con otras valoraciones que tienen un común denominador: el respeto por el otro. En la ética del cuidado, se pone especial énfasis en los valores personales, el particularismo afectivo (mundo de las emociones), las condiciones concretas del contexto y los vínculos y relaciones. Así, en comparación con la teoría ética “principialista”, la ética del cuidado desafía sus elementos centrales: el procedimentalismo, el principialismo, el imparcialismo y el individualismo, para enfatizar en cambio el carácter único y contextualizado de cada acto en salud. Ética de los valores. La dignidad humana (v. también dignidad) Para comprender la ética de los valores no podemos dejar de mencionar que el hombre requiere el desarrollo de ciertas capacidades para poder comprender y captar ciertos valores. Cuando se nace se tienen instintos y necesidades, por lo que la persona tiende a los bienes que lo satisfacen. Con el tiempo la persona se desarrolla y se educa apreciando otros valores, que antes le eran desconocidos o indiferentes. La educación y la cultura son entonces una herramienta fundamental para la elección a lo largo de la vida de valores cada vez más refinados como podrán ser, por ejemplo: el arte, la música, etc. Otros aspectos por lo cuales los valores son preferibles es por su trascendencia, esto significa la búsqueda del sentido. La bioética tiene sus principios y conclusiones en la Filosofía moral: el principio fundamental de la bioética es el de la suprema dignidad de la persona humana sobre los otros valores. Sólo el hombre es persona entre los vivientes corpóreos. Todos los bienes de la Tierra son inferiores a la persona humana. Con su inteligencia, el hombre es capaz de trascenderse y de trascender el mundo en que vive y del que forma parte, es capaz de contemplarse a sí mismo y de contemplar el mundo como objetos. Por otro lado, el corazón humano posee deseos insaciables de amor y de felicidad que le llevan a volcarse - con mayor o menor acierto- en personas y empresas. Todo ello es algo innato que forma parte de su mismo ser y siempre le acompaña, aunque a veces se halle escondido por la enfermedad o la inconsciencia. En resumen: a la vez que forma parte del mundo, el hombre lo trasciende y muestra una singular capacidad - por su inteligencia y por su libertad - de dominarlo. Y se siente impulsado a la acción con esta finalidad. Podemos aceptar por tanto que el valor del ser humano es de un orden superior con respecto al de los demás seres del cosmos. Y a ese valor lo denominamos "dignidad humana". La dignidad propia del hombre es un valor singular que fácilmente puede reconocerse. Lo podemos descubrir en nosotros o podemos verlo en los demás. Pero ni podemos otorgarlo ni está en nuestra mano retirárselo a alguien. Es algo que nos viene dado. Es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada, adecuada: reconocerlo y aceptarlo como un valor supremo (actitud de respeto) o bien ignorarlo o rechazarlo. Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen: a todos los seres humanos. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaria en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos. Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto. Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano. El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e irreemplazables. Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de efectuar elecciones, deben ser tratados como fines, y no únicamente como meros medios. En otras palabras: los hombres no deben ser utilizados y tratados como objetos. Las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elegir propia de un ser humano debe ser respetada. La persona humana es origen de un proceso y fin de una actividad constituyente voluntaria y libre. Los valores representan la dimensión ética que orienta la acción de la persona. Los valores a diferencia de las necesidades y de los sentimientos, no son de naturaleza instintiva sino que necesitan ser madurados e interiorizados. La jerarquía de los valores sitúa en primer lugar a la dignidad, la libertad y el respeto por la vida. En resumen, la persona tiene un valor que es inalienable, por el solo hecho de “ser”. Eutanasia Como la muerte es el objetivo central de la práctica eutanásica y también la muerte es un evento probable en el paciente crítico, que no es ajena a las decisiones médicas habituales en este ámbito, resulta razonable desarrollar una propuesta actualizada sobre la definición de eutanasia que tenga en cuenta las modalidades asistenciales actuales. La interpretación exclusivamente etimológica proveniente del griego, donde el prefijo eu que significa bueno y el sustantivo thánatos que equivale a muerte requiere necesariamente ser precisado, porque la sugerencia de “buena muerte” o “muerte suave” está muy lejos de aclarar las múltiples situaciones que se encontrarían comprendidas en esta sencilla expresión. Sin duda que muchas circunstancias históricas, como la antigua significación de la eutanasia en la época griega y romana o la todavía reciente experiencia genocida del nazismo y la muerte intencional por razones eugenésicas, impregna a la palabra de una evocación descalificatoria y homicida, no debiera estimularse su uso para cualquier situación vinculada a la producción de la muerte en el final de la vida. De acuerdo con Carlos Gherardi, proponemos plantear el análisis del tema a través del examen de los componentes que debiera tener una definición de eutanasia a partir de una propuesta que puede ser considerada bien restrictiva: la eutanasia significa básicamente la provocación de la muerte efectuada por un tercero, de un paciente portador de una enfermedad seguramente mortal, a su requerimiento y en su propio beneficio, a través de la administración de una droga tóxica o veneno en dosis mortal. Por consiguiente los cinco elementos constituyentes son: (generalmente un trabajador de la salud y frecuentemente un médico) que provoca la muerte distingue a la eutanasia del suicidio y en especial del suicidio médicamente asistido La presencia de una enfermedad mortal: la existencia obligatoria en el paciente de una enfermedad que acarree la muerte próxima permite distinguir primariamente a la eutanasia del homicidio. La proximidad de la muerte, con toda la carga de sufrimiento físico y psíquico que ello presupone, es necesariamente medida por el paciente pudiendo contarse en horas o días en los casos agónicos o moribundos y en semanas o meses en los que suelen ser denominados como “terminales”. Esta condición excluye las situaciones provocadas por sufrimiento existencial no ligadas a la inmediatez de la muerte. Cabe señalar que existe un movimiento social (originado en los países bajos) que intenta introducir y avalar el concepto de “eutanasia anticipada”, la cual se plantea en aquellas situaciones en las que la persona, sin padecer una enfermedad mortal pero advirtiendo que podría padecerla en razón de su edad y de su condición de “humanitud” (ser finito y sufriente), solicita anticipadamente la práctica de eutanasia o de suicidio asistido. Esta pretensión no ha sido legalmente respaldada en ningún país ni estado. La muerte provocada debe ser en su propio beneficio: implica que deberá ser efectuada teniendo en cuenta su mejor interés. El mejor interés del paciente significa evitar un deterioro de la calidad de vida o un sufrimiento que no se desea soportar. Existe un supuesto posible que debe examinarse y es aquel en que la percepción del paciente sobre “su” beneficio no se ajuste a la realidad claramente objetivable porque es víctima de una severa depresión o porque alguna situación emocional perturbe el examen racional de los hechos. En este punto no se trata de que un tercero imponga al paciente su propia concepción sobre una situación individual que claramente parezca errónea, sino por la imposibilidad del paciente de determinar cuál es su propio beneficio ante la existencia de una dificultad, quizá transitoria, en la evaluación de los hechos. El paciente debe solicitar que se le provoque la muerte: el requerimiento del paciente resulta un dato fundamental que legitima la expresión de su voluntad autónoma en el ejercicio máximo de su derecho a morir. La competencia del paciente debiera ser presumida siempre debiendo probar su inexistencia quien la niegue. Solamente podría considerarse posible obviar este requerimiento en casos de pacientes incompetentes (en estado de coma) o en discapacitados mentales y niños aunque en estas dos últimas situaciones debiera considerarse si esta decisión puede ser transferida a los representantes o si existiere alguna directiva anticipada. En este sentido, la palabra involuntaria o no voluntaria, corrientemente usada en muchas clasificaciones, no debería calificar a la eutanasia propiamente dicha porque no respetaría una condición esencial de su definición que es la voluntariedad explícita. Estas situaciones en que no se cuenta con la solicitud del paciente porque no tiene competencia para decidir (involuntaria) o porque no se lo consulta pudiendo hacerlo (no voluntaria) estarían comprendidas dentro del homicidio, piadoso o misericordioso – pero excluidas del concepto propuesta de eutanasia. El procedimiento por el cual se materializa la eutanasia es la administración de una droga en dosis letal: la muerte debe ser segura e independiente de la enfermedad subyacente. El acto seguro de provocar la muerte (matar) sólo es posible en el ámbito médico si se administra un veneno o una droga en dosis tóxica mortal, por lo cual las llamadas “formas pasivas” de eutanasia (por omisión) no encuadran en esta conceptualización precisa. La no utilización de cualquier medio de atención médica disponible o el retiro de los mismos una vez aplicados por expreso pedido del paciente es un claro ejemplo de lo hoy conocemos como derecho al rechazo del tratamiento aconsejado – concepto diferente al de eutanasia. Tal como afirma el Comité de Expertos de la Asociación Europea de Cuidados Paliativos, la eutanasia sólo es tal si es activa, voluntaria y directa. Esa definición afirma la exigencia de la voluntariedad explícita (a diferencia del homicidio), de la modalidad activa dispuesta para la producción de la muerte (crea la diferencia cierta existente entre la probable consecuencia de la enfermedad preexistente mortal y la independencia que la administración de una droga o veneno a dosis mortal asegura en la producción de la muerte) y excluye a las formas indirectas (en que es aplicable moralmente el principio del doble efecto – ver). Hidratación artificial Es una intervención terapéutica que suministra líquidos por medios diferentes a los que apela usualmente una persona que incorpora algo a su boca y lo deglute. Su indicación esencial es conservar su equilibrio hídrico, es decir, compensar las pérdidas fisiológicas y patológicas, por una vía diferente a la ingesta oral - enteral o parenteral (Arenella, C). En el contexto del final de la vida, es imprescindible considerar los aspectos clínicos y científicos en la aplicación de esta técnica terapéutica tanto como los aspectos ético-morales, diferenciando claramente las diferentes situaciones tales como enfermedad en estado crítico (potencialmente reversible), enfermedad en estado terminal, estados vegetativos (persistente /permanente). Es necesario además distinguir los diagnósticos de deshidratación, sed y sequedad oral – que requieren diferentes abordajes terapéuticos. Así como la hidratación artificial es una práctica conveniente en situaciones de reversibilidad potencial del cuadro clínico y nutricional o en el mantenimiento de la función vital, en muchas otras situaciones de final inminente de la vida, el mismo se convierte en una indicación fútil, de acuerdo con la evidencia científica disponible. Una indicación particular de esta técnica en pacientes con enfermedad avanzada o en etapa terminal es la corrección de la neurotoxicidad de los opioides, conjuntamente con otras medidas (modificaciones ambientales, cambio de fármacos, prescripción de adyuvantes). Tal como sucede con otros procedimientos terapéuticos, el paciente tiene el derecho a rechazar la indicación: en Argentina, la Ley 26.529/2009 “de derechos de los pacientes” se refiere a la Autonomía de la Voluntad: el paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa, como así también a revocar posteriormente su manifestación de la voluntad (ver “renuncia al tratamiento). Homicidio medicalizado (medicalized killing) Así denomina la Asociación Europea de Cuidados Paliativos (EAPC) a lo que se ha llamado tradicionalmente “eutanasia involuntaria”. Porque sólo puede hablarse de eutanasia si esta es voluntaria. Y, dice la EAPC, lo otro es asesinato (murder). Por consiguiente, el médico que quita la vida de una persona, movido por compasión pero sin que la misma lo hubiera requerido, comete un homicidio que – por la naturaleza del acto – es denominado “homicidio medicalizado.” Integridad El concepto de integridad se vincula estrechamente con los de dignidad humana y autonomía de la persona. Integridad, del latín "integer", significa totalidad, entereza o unidad intacta, y se aplica a la cosa en que no falta nada de lo que la constituye normal u originariamente. La integridad es sinónimo de salud. La enfermedad es igual a desintegración, a ruptura de la unidad de la persona. Esta ruptura puede ocurrir en una o más de tres esferas, cada una de las cuales tiene sus propias implicaciones éticas: corporales, psicológicas y axiológicas. La integridad tiene dos sentidos en la ética médica. Uno se refiere a la integridad de la persona, del paciente y del médico (derecho moral); el otro, a ser una persona de integridad (virtud o hábito moral). De allí que los principios de intimidad, autonomía y respeto a la integridad de la persona son necesarios pero no totalmente suficientes para preservar la integridad de la persona enferma en la transacción médica. Lo indispensable es la persona de integridad, la persona de entereza moral que respete los matices y las sutilezas del derecho moral a la autonomía. El derecho a la integridad personal es el que toda persona tiene a que se respete y se proteja su integridad psicofísica y moral ante las amenazas o actos de terceros que intenten afectarla, de modo particular aquellos provenientes de toda intervención biomédica y/o los avances de la biometría (técnicas de identificación corporal generalizadas) que sean ilegítimos. Intimidad La intimidad es la esfera de la persona que está protegida del conocimiento generalizado. Toda persona tiene derecho a que se respete su intimidad. Se considera la intimidad como la dimensión existencial reservada y protegida del conocimiento generalizado de una persona. Recinto interno o secreto, cuyo vallado suele ser caracterizado como “sagrado”, marcando lo que la persona siente, piensa y/o hace en dicho fuero. El principio de intimidad ampara así el derecho a ser dejado a solas, a velar y a excluir de las miradas de terceros, la interioridad o núcleo central de la personalidad. En el campo de la salud, la intimidad consiste en no divulgar ni permitir que se conozca información confidencial de una persona que se obtenga de la vida, salud, enfermedad y causas de muerte. Es el espacio en que se esconde lo más vulnerable de nuestra condición humana, porque allí se guarda con sigilo lo más secreto y preciado de nuestro ser. De ahí que sea preciso exponerlo tan sólo en circunstancias que nos garanticen que se tratará con la mayor consideración. El derecho a tener el control de esa esfera íntima protege a la persona de la intromisión de terceros sin consentimiento del mismo. Lo que valoramos como íntimo no tiene porqué estar expuesto al escrutinio público, por ello tiene además carácter confidencial. La confidencialidad (propia de lo que se hace o se dice en confianza o seguridad recíproca entre dos o más personas) encuentra entonces necesario complemento en el secreto profesional asimismo exigible. La violación a la intimidad es una afrenta a la dignidad de la persona en su vulnerabilidad. Un ejemplo muy común es ver cómo trasladan a los pacientes, escasos de ropa, por los pasillos de los hospitales, o los comentarios que realizan los profesionales de la salud, acerca de los enfermos, en lugares no privados. En Argentina, la Ley 26.529/2009 “de derechos de s pacientes” establece que toda actividad médico–asistencial tendiente a obtener, clasificar, utilizar, administrar, custodiar y transmitir información y documentación clínica del paciente debe observar el estricto respeto por la dignidad humana y la autonomía de la voluntad, así como el debido resguardo de la intimidad del mismo y la confidencialidad de sus datos sensibles. Judicialización de la medicina Fenómeno por el cual se registra una transferencia de las decisiones que anteriormente se concentraban en la intimidad de una relación de a dos entre el médico y su paciente (y, eventualmente, los miembros de su familia) y que en la actualidad se encuentran intervenidas por terceras partes, trasladadas al ámbito del poder judicial. Este fenómeno que es propio de las últimas décadas, es sin embargo criticado por el riesgo creciente de la llamada “medicina defensiva”. Se entiende por tal a la amenaza que percibe el médico a su responsabilidad profesional, razón por la cual reacciona de modo negativo: exacerbando los pedidos de procedimientos diagnósticos y/o terapéuticas, en límites incluso irracionales o desconsiderando el coeficiente carga/beneficio, con el sólo objetivo de protegerse de una demanda judicial. Cabe referir, como lo señala Gherardi (“La judicialización del acto médico y la generación de nuevos conflictos” en la Revista Medicina, año 2007) que el derecho, como herramienta para lograr cambios sociales, es imperfecta y su capacidad es limitada. Se ha dicho que las sociedades industrializadas occidentales tienen una ‘creencia mágica’ en la eficacia del derecho para moldear conductas humanas y relaciones sociales. En la problemática que se genera en torno de la medicina defensiva, la respuesta del derecho ha sido insuficiente y, muchas veces, la ha exacerbado. Frente a la condición finita del ser humano y el misterio de la muerte, nuestra sociedad busca respuestas o reacciones que no siempre son adaptativas y saludables. La sociedad y sus personas, los equipos de salud y sus líderes, todos estamos llamados a reflexionar sobre las razones y las consecuencias del abandono terapéutico, de la obstinación terapéutica, de la intolerancia a los límites y de la judicialización obcecada de la práctica asistencial. Justicia – equidad (o Principio de justicia) Cuando se habla de “justicia”, se puede distinguir una justicia general (es más bien el orden de lo jurídico-legal), una conmutativa (relación justa entre individuos) y una distributiva (relación justa entre un colectivo y los individuos que lo constituyen). El informe Belmont (Pres. Comm, U.S.A.. 1978) llamó principio de equidad a lo que luego se generalizó como principio de justicia (distributiva). Hay muchas otras maneras de ver la justicia distributiva que no admiten esta sinonimia. La justicia distributiva entendida como equidad se origina en la teoría de Rawls, aplicada luego a la salud por bioeticistas como Daniels, Arrow y Green, es una visión contractualista (del “contrato social”, al estilo de Rousseau), y que puede esbozarse como el reparto equitativo de las cargas y los beneficios en la sociedad. Para usar las palabras del socialista utópico Louis Blanc, que después tomaría Marx, es cuestión de que el colectivo dé a cada cual “según su necesidad”, y que su aporte al colectivo sea “según su capacidad”. El principio de justicia se encuentra fuertemente relacionado con los otros tres principios propuestos por la ética principialista de Bauchamp y Childress (1979) y otros autores: autonomía, beneficencia y no maleficencia, de manera que se aplican asociados. Si graficamos la salud con la figura triangular formada por el paciente, la sociedad y el médico (o miembro del equipo profesional), mientras que el principio de autonomía se ubica en el vértice del paciente y los principios de beneficencia / no maleficencia ocupan el vértice del profesional, el principio de justicia se refiere al vértice de la sociedad – incluyendo en ésta los diferentes subsistemas y sus componentes-. Estos cuatro principios son considerados deberes prima facie, esto significa que si no aparecen enfrentados, existe la obligación de respetarlos, pero en caso de conflicto se concede prioridad a uno de ellos. Las “malas noticias” En sentido específico, son “aquellas que modifican radical y negativamente la idea que el enfermo se hace de su porvenir.” Si bien hoy se acepta (especialmente en el mundo occidental) la obligación de informar sobre el diagnóstico y el pronóstico como base para alcanzar el consentimiento informado sobre los tratamientos, históricamente esta perspectiva fue distinta: Hipócrates, en el Tratado sobre la Decencia, aconsejaba “ocultar al enfermo la mayoría de las cosas… sin mostrarle nada de lo que va a pasar de su estado actual…” y el Talmud advierte: “El médico no debe asustar al enfermo exponiéndolo a la confrontación con verdades demasiado crueles…” La ley de Sanidad en España afirma (Art. 5º Código Civil) que “el paciente tiene derecho a que se le dé, en términos comprensibles, a él y a sus familiares o allegados, información completa y continuada, verbal y escrita sobre su proceso, incluyendo el diagnóstico, pronóstico y alternativas de tratamiento” y el autor español Domenech Llaveri advierte que “el criterio por el que no se comunica la verdad, en la mayor parte de los casos, no es por caridad con el que se va a morir sino por el hedonismo del que sigue vivo” (Madrid, Rialp 1994). En Argentina, la Ley 26.529/2009 “de derechos de los pacientes” establece que el paciente tiene derecho a recibir la información sanitaria necesaria, vinculada a su salud; el derecho a la información sanitaria incluye el de no recibir la mencionada información. El paciente también tiene derecho a recibir la información sanitaria por escrito, a fin de obtener una segunda opinión sobre el diagnóstico, pronóstico o tratamiento relacionados con su estado de salud. Informar la verdad del diagnóstico es un acto humano, ético, médico y legal (en ese orden de fundamentos), aunque aún no exista una adecuada preparación profesional para adquirir competencias para este proceso. Varios autores reportan protocolos que pueden orientar al médico para brindar la información al enfermo. Entre ellos se destaca el llamado “Protocolo de 6 pasos” del canadiense R. Buckman: 1. Busque contexto físico apropiado 2. Averigüe lo que el enfermo sabe 3. Averigüe cuánto desea saber 4. Comparta - es mejor que dar 5. Responda a la reacción emocional 6. Planifique el próximo encuentro Limitación (adecuación) del esfuerzo terapéutico Con este concepto se suele hacer referencia a la retirada o no instauración de un tratamiento porque, a juicio de los profesionales sanitarios implicados, el mal pronóstico del paciente lo convierte en algo innecesario que sólo contribuye a prolongar en el tiempo una situación clínica que carece de expectativas razonables de mejoría. Dicho término puede resultar confuso y varios autores proponen evitarlo, ya que no se trata en absoluto de ninguna limitación de tratamientos sino de una reorientación en los objetivos. La limitación del esfuerzo terapéutico (ligada a la proporcionalidad terapéutica) es una decisión radicalmente diferente a la eutanasia. Muerte digna Philippe Ariés ha demostrado, en sus clásicos estudios sobre las actitudes de los humanos ante la muerte, que éstas son muy diferentes según los lugares y los tiempos. En la postmodernidad, distintos autores de diferentes culturas definen la muerte digna distinguiéndola del “ensañamiento terapéutico” así como de la muerte miserable, fuera y antes de tiempo a la cual Pessini y Martin definen como “mistanasia”. Algunos asemejan el concepto de muerte digna con el de eutanasia (ver) pero se trata de un reduccionismo riesgoso y errado, ya que la inmensa mayoría de las personas anhelan una muerte digna alejada del ensañamiento terapéutico tanto de la mistanasia como de la eutanasia. El Instituto de Medicina de los Estados Unidos, de modo pragmático afirma que “la buena muerte es aquella libre de todo sufrimiento evitable para los pacientes, familiares y cuidadores, congruente con los deseos del paciente y su familia, y consistente con los estándares clínicos, culturales y éticos”. Varios autores (Jorge Manzini y otros) comparten la postura de que el único requisito para que una muerte pueda ser llamada digna es que se trate de un acto personal: que lo central no pasa por analizar si es con tubos o sin ellos, si en casa, el hospital, la UCI, sino en ayudar a que el paciente pueda morir de la forma que él elija. La dignidad de la persona humana (en su vida y, en este caso, en su muerte) se refiere a su valor intrínseco, por el sólo hecho de ser humano, según una de las formulaciones del imperativo categórico kantiano. Se trata de ese valor que es de cada uno, que no puede ser sustituido por otro bien, porque no tiene precio. Entonces el respeto a la dignidad de las personas consiste en tratarlas como tales, incluyendo la etapa final de sus vidas y el proceso de morir. Recientemente el Honorable Congreso de la Nación sancionó en Argentina la así llamada ley de muerte digna (Ley 26742, modificatoria de la Ley 26529 sobre Derechos del Paciente), que se focaliza en decisiones de limitación y adecuación terapéutica, autonomía y cuidados paliativos en el final de la vida. Muerte y Reanimación Muerte Cesación irreversible del funcionamiento cardiopulmonar y la cesación total e irreversible del funcionamiento del encéfalo completo. En medicina sigue vigente hoy lo prescrito en el Acta de Definición de la Muerte que acepta como tal a (i) la muerte encefálica y a (ii) la cardiorrespiratoria o tradicional constituida por el paro cardíaco irreversible. Debe tenerse en cuenta que la incorporación de la tecnología a la medicina asistencial, representada por el soporte vital, no sólo determinó la aparición de una muerte adjetivada como la encefálica, sino también dejó abierto el debate entre la abstención o retiro del soporte vital y la muerte (limitación de tratamiento o muerte intervenida) y ahora los transplantes con donación a corazón parado (espontáneo) o después del retiro programado de un soporte vital. La muerte natural ha quedado reducida hoy a las situaciones de muerte súbita o accidental por eventos agudos o traumáticos y ha sido reemplazada mayoritariamente por la llamada muerte hospitalaria o vinculada en algún momento de la evolución de la enfermedad grave a la participación de alguna modalidad de tecnología médica. Los paradigmas actuales de la muerte en la sociedad contemporánea son la muerte intervenida que sobreviene por las acciones omitidas o retiradas sobre el soporte vital para permitir la detención cardiocirculatoria y la muerte encefálica que sobrevino como resultado de un diagnóstico convenido en presencia de determinadas circunstancias clínicas. Muerte encefálica Cesación total e irreversible del funcionamiento del encéfalo completo. La muerte encefálica expresa, a través del daño neurológico irreversible de la corteza y del tronco cerebral, la pérdida de la función cerebral completa (wholebraincriterion) en tanto significa la cesación de la función integradora del organismo como un todo. El cuadro clínico está constituido por coma (ausencia completa de conciencia, motilidad y sensibilidad), apnea (ausencia de respiración espontánea), ausencia de reflejos que involucren nervios craneanos y tronco cerebral, y trazado electroencefalográfico plano o isoeléctrico. Cumplidas estas condiciones, variables en cada legislación, descriptas convencionalmente en el informe Harvard (1968) durante un tiempo estipulado y previo descarte de la existencia de hipotermia (p.ej. por enfriamiento o congelamiento accidental) o intoxicación por drogas depresoras del sistema nervioso (barbitúricos en esa época), se diagnostica la muerte (ahora “encefálica”), y puede suspenderse todo método de soporte asistencial en especial la respiración mecánica. Esta muerte, con latidos cardíacos, es aceptada fundamentalmente en el mundo occidental y cristiano, y ha permitido una procuración de órganos muy importante para el desarrollo de la transplantología. Muerte intervenida Comprende todas aquellas acciones por las cuales la abstención o retiro de algún método de soporte vital durante el transcurso de la asistencia médica se propone como un límite para el tratamiento, quedando vinculada dicha acción con la producción de la muerte cardiorrespiratoria tradicional. Es obvio que este concepto surge en el contexto del progreso tecnológico, y se traduce en un proceso de morir dependiente de la tecnología. Reanimación Comprende todas aquellas acciones terapéuticas, instrumentales y/farmacológicas, que tienen como objetivo recuperar los signos vitales y mantener la homeostasis del cuerpo humano (respiración, circulación, presión arterial, conciencia) No-maleficencia. [o Principio de no-maleficencia] El vocablo proviene del latín non malum facere (literalmente “no hacer daño”): el sentido etimológico refleja mejor el concepto que el uso corriente idiomático que se le otorga (ligado a la malevolencia o malicia) por lo cual sería más apropio denominarlo como principio de maleficio. De la teoría de los principios plasmada en el libro de Beauchamp y Childress en 1979, algunos toman este principio como integrado con el de beneficencia, pero otros bioeticistas cree que debe separarse, por diversas razones. Básicamente hay consenso en que es el único exigible como deber de obligación perfecta para cualquier agente de salud, el único que no debería violarse nunca. Sus raíces se hunden en el principio hipocrático del primum non nocere (lo primero es no dañar). Beauchamp y Childress dicen que los principios no son jerárquicos, pero otros estudiosos de la disciplina han aceptado esa jerarquía. Para Gracia Guillén, son deberes de obligación perfecta, y por tanto superiores, la no-maleficencia y la justicia, y de obligación imperfecta la autonomía y la beneficencia. La primacía del principio de no maleficencia la acabamos de justificar. La del de justicia, porque el individuo sólo se realiza en la polis (el colectivo), según sabemos desde los griegos. Autonomía – beneficencia van juntos porque en bioética reconocemos que lo que es bueno, es lo que es bueno para esa persona. Ahora bien, si aceptamos lo anterior, ¿qué implica para la práctica?: que al tener que elegir entre varias acciones posibles deberá priorizarse la que menos dañe al sujeto y produzca menos desequilibrio al colectivo al que pertenece. Si además, le hace bien, y es lo que prefiere (es coherente con sus valores), tanto mejor. Como reglas derivadas del principio de no maleficencia, se señalan: No matarás No causarás dolor o harás sufrir a otros No incapacitarás a otros No ofenderás No privarás a los demás de los bienes de la vida En el contexto de las enfermedades crónicas y progresivas, asociadas a deterioro físico y mental y diferentes discapacidades, es importante reconocer la inclusión de los problemas psicológicos, ya que es frecuente el maltrato, desprecio y/o agresión hacia quienes las padecen – particularmente los ancianos. En este mismo contexto, habrá que considerar si un tratamiento “extraordinario” o “desproporcionado” (excepcional, artificial, complejo, invasivo, costoso) no se convierte en un encarnizamiento terapéutico, de incierta utilidad y potencial perjuicio o carga para quien lo recibe. Normas bioéticas: principios y reglas Las normas prescriben o prohíben algo. Es ética se distinguen dos tipos de normas diferenciales: los principios las reglas Los principios indican algo que hay que realizar, prescriben en términos generales y no son definitivos, son mandatos óptimos. No determinan qué hacer en una situación concreta, y aunque puedan ser un punto de vista para analizar “casos prácticos”, los principios (autonomía, beneficencia, justicia, tolerancia,…) no son un catálogo de soluciones. Los principios ayudan a conocer lo que realmente nos importa, brindan coherencia y permiten sistematizar los “problemas prácticos”, es decir demarcan líneas básicas útiles para justificar decisiones, plantear alternativas o definir estilos de conducta. Las reglas determinan qué hay que hacer y no hacer, son mandatos definitivos, son concluyentes y hacen referencia a clases de acontecimientos. Ejemplo: con el desarrollo y aceptación del principio de autonomía, reconocemos la importancia de informar al paciente sobre su diagnóstico, pronóstico e intervenciones terapéuticas posibles, garantizando de ese modo que decida sobre sí mismo y respetando su escala de valores. Pero para un paciente concreto, la norma establecida por la regla de veracidad establece que el médico debe brindar esa información de modo veraz y completo, y sin mentir. Y por la regla de confidencialidad, el médico debe mantener esa información restringida a la relación con ese paciente. Estas reglas podrán ser incumplidas sólo si existen argumentos morales que lo justifiquen (ej.: vulnerabilidad psicológica, daño a terceros), sin que ello altere el principio general del valor de la autonomía. Nutrición artificial La misma es definida por Lipman como “las formas de recibir o proporcionar alimento o fluidos nutricios de cualquier otra manera que no sea la ingestión oral”. En un sentido más estricto, varios autores (Schoenenberger Arnaiz J. A. y Rodríguez Pozo; Pineda Pérez, S) la consideran como una técnica de soporte de funciones vitales, bien sea con nutrición parenteral total, nutrición enteral, o ambas, y por consiguiente está sujeta a los criterios de indicaciones y contraindicaciones, riesgos y beneficios, como otros procedimientos terapéuticos. En el contexto del final de la vida, es imprescindible considerar los aspectos clínicos y científicos en la aplicación de esta técnica terapéutica tanto como los aspectos ético-morales, diferenciando claramente las diferentes situaciones tales como enfermedad en estado crítico (potencialmente reversible), enfermedad en estado terminal, estados vegetativos (persistente / permanente). Es necesario además distinguir los diagnósticos de desnutrición y de hipoorexia-caquexia, este último no reversible mediante el incremento de aporte energético –ver caquexia-. Así como el soporte nutricional es una práctica conveniente en situaciones de reversibilidad potencial del cuadro clínico y nutricional o en el mantenimiento de la función vital, en muchas otras situaciones de final de la vida, el mismo se convierte en una indicación fútil, de acuerdo con la evidencia científica disponible. Tal como sucede con otros procedimientos terapéuticos, el paciente tiene el derecho a rechazar la indicación: En Argentina, la Ley 26.529/2009 “de derechos de los pacientes” se refiere a la Autonomía de la Voluntad: el paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa, como así también a revocar posteriormente su manifestación de la voluntad (ver “renuncia al tratamiento” o “rechazo de tratamiento eficaz”). Objeción de conciencia Aludimos a la objeción de conciencia en el ámbito de la libertad de conciencia moral, concerniente al conocimiento del bien y del mal antes que a la conciencia en sentido psicológico, epistemológico o gnoseológico, o metafísico. La que suele caracterizarse como la "voz de la conciencia". Tal objeción constituye pues la faz negativa de la libertad de conciencia moral. Esfera de inmunidad de coacción que excluye toda intromisión que coarte la sincera convicción de la persona o su libre adhesión a los principios que en conciencia considera correctos o verdaderos: la persona se rehúsa a hacer todo lo que contraría tales postulados íntimos, ya sea que obedezcan a creencias religiosas o a convicciones morales. La legislación confiere a todas las personas una prerrogativa según la cual pueden disponer de sus actos, de su propio cuerpo, de su propia vida, de cuanto le es propio, esfera de señorío sujeta a su voluntad y que conlleva la facultad de reaccionar u oponerse a toda acción tendiente a enervar los alcances de aquélla; en similar dirección se pronuncia la legislación sobre el ejercicio de la medicina y actividades de colaboración. La objeción de conciencia implica un reconocimiento del valor de la individualidad, ya sea por parte del personal de salud, de algún paciente o sus familiares. Es el derecho a elegir y a obrar por sí mismo conforme a la propia conciencia y también el derecho de no ser obligado a actuar y/o participar en aquéllos actos que coarten la libertad de la misma. Este espacio de libertad reafirma el derecho a la autonomía moral de la persona, entendida no sólo como un saber y un entender, sino como aquello que dispone a obrar de acuerdo a las convicciones como lo son la actitud y el carácter que se han forjado en la vida. En el campo de la salud, no sólo los pacientes sino también los profesionales actuantes pueden invocar objeción de conciencia, ejerciendo entonces el derecho a no intervenir en determinadas prácticas médicas, a condición de que aquélla sea: a) idónea, el profesional que invoque la objeción de conciencia debe acreditar que la praxis autorizada violenta sus creencias o convicciones íntimas (sinceridad y seriedad de su oposición); y b) oportuna, que su decisión no ponga en peligro cierto ni la vida ni la salud del paciente, para lo cual debe procurar ser reemplazado a tiempo (adecuada instrumentación). Para el profesional de la salud es el derecho a negarse a ejecutar ciertos actos que considera lesivos para sus convicciones o creencias religiosas, valores profesionales o la defensa de otros valores. El dilema suele presentarse en casos extremos como el aborto, la eutanasia, la desconexión de un respirador, o no tan extremos como el rechazo a realizar en los pacientes, por razones docentes, prácticas invasivas y/o que puedan herir el pudor de los mismos. El agente de salud podrá excluirse de la práctica rechazada por su conciencia, siempre que haya otro profesional que lo reemplace, para no incurrir en un delito de omisión del deber de socorro o de negación de auxilio por omisión. Para los pacientes y familiares, la objeción consiste en el derecho a oponerse a ciertos actos médicos que lesionen sus convicciones. Paternalismo médico Es la acción por la cual el médico pretende hacerle bien al paciente actuando según su propio concepto; y el paciente es tratado como un ser incapaz de decidir acerca de se propio bien. Se trata del ejercicio excluyente del principio de beneficencia, ignorando el valor de la autonomía. Si bien la medicina hipocrática adhiere a la mirada paternalista del médico, y la autonomía aparece tardíamente – subproducto de la concepción filosófica y los cambios socioculturales referidos a los derechos humanos, el informe Belmont (Pres. Comm, U.S.A., 1978) enuncia el principio de autonomía en primer lugar. Con ello se fortalece la importancia del consentimiento informado, regla privilegiada ligada al ejercicio de la autonomía. Para los utilitaristas, el paternalismo podrá justificarse en los casos que produjera un mayor beneficio, significa que el bienestar del paciente es fundamental – claro está que este bienestar depende de las metas y valores del paciente. Los defensores del paternalismo se basan fundamentalmente en el conocimiento y las competencias del médico para poder discernir el mejor camino para el paciente, así como que todos los aspectos vinculadas con la vivencia de las enfermedades (dolor, angustia, miedo,…) son obstáculos para una correcta elección para el paciente. Si bien este pensamiento posee visos reales, es evidente que el paternalismo es la negación del respeto de la autonomía. Algunos autores (Leonardo Slutzky y otros) distinguen un paternalismo débil – cuando se influye sobre el paciente pero intentando respetar sus creencias- del paternalismo fuerte, en el que se ignora el criterio de la persona y se actúa con autoritarismo. Outomuro menciona el paternalismo fiduciario, aquél por el cual el paciente delega en el profesional su derecho a decidir. Si bien la referencia al paternalismo se aplica habitualmente a este exceso del poder médico en desmedro del respeto de los valores del otro, no debiera ignorarse que otros profesionales de la salud pueden incurrir en actitudes paternalistas – a veces ya reconocidas en el lenguaje cotidiano: “mi pacientito” (en referencia a un paciente geronte admitido en el hogar de ancianos), “cómame el postre” (sugerencia para una mujer caquéctica en fase terminal de su enfermedad neoplásica),… ejemplos de términos que pudieran albergar actitudes paternalistas. No existe ninguna justificación moral para “instrumentalizar” a los demás por más pretensiones altruistas que se esgriman. No se puede interferir en la integridad moral ajena: los profesionales de la salud debemos ser respetuosos con las creencias y las decisiones de los pacientes, aunque éstas no sean compatibles con las nuestras. Pretender cambiar mediante coacción o manipulación fraudulenta la voluntad de terceros es manifiestamente contrario a la ética. Privacidad Los aspectos de la vida de las personas que se desarrollan en el plano de la privacidad nos interpelan acerca del derecho de realizar acciones privadas libremente siempre que no dañen a terceros, aunque se ejecuten en presencia de los mismos o sean conocidas por éstos. Privacidad no equivale a intimidad. En todo caso, existe entre ambas esferas de la persona una relación de género a especie. Mientras la privacidad comprende el ámbito de las acciones de los individuos que no afectan a terceros y son privadas aunque no haya limitaciones para el acceso público a su conocimiento, la intimidad es la esfera de la persona que está protegida del conocimiento generalizado (ambos valores son definidos y protegidos por diferentes artículos de la Constitución Nacional). Esta diferencia conceptual desde las ciencias jurídicas, no siempre es observada desde la bioética (ver luego). Privacidad implica plan personal de vida, proyecto vital en el cual el ser humano lanzado a la "búsqueda de la plenitud"- intenta completar su ser incumplido, deficiente pero, quizá por ello, ciertamente libre y abiertamente posible a todas las experiencias. Se nos ha dado la vida, pero tenemos que hacer algo para seguir viviendo, la vida hay que hacerla, la vida es un quehacer, y nos plantea de continuo problemas que hay que resolver. Por ello, cuando el ser humano programa su existencia, lo que hace es programar su futuro. Futuro programado que requiere a su vez un proyectarlo para ser inmediato. De tal manera, el proyecto consiste en los momentos sucesivos del programar, que se van dando en la totalidad sucesiva propia del tiempo de la libertad de la persona. Según Maliandi y Thüer, a los efectos prácticos interesa, más que definir la privacidad y la intimidad, determinar cuándo un sujeto las pierde, y agregan que la ha perdido “cuando otros (el estado, organismos o personas físicas) han tenido acceso a aspectos íntimos, secretos o anónimos de su vida física, social, profesional, o de cualquier otra índole”. Ejemplifican con la divulgación pública de las historias clínicas en congresos médicos, o la proporcionada a compañías de seguros sin conocimiento del paciente. Desde la bioética, agregan, el problema “debe formularse en términos de privacidad absoluta o privacidad relativa”; la primera, vista como ideal desde lo teórico, sería casi imposible llevarla a la práctica; la otra más realista, porque podría en algunos casos justificarse la violación de un derecho, por ejemplo dando información a un tercero para protegerlo si de parte del paciente hubiere un marcado desinterés de cuidado hacia el otro. Visto así “se aprecia que el concepto de privacidad está frecuentemente asociado al de confidencialidad”: uno es un derecho a no ser invadido en el plano privado, el otro es la obligación de resguardar datos que una persona ha dado a otra en confianza. Privilegio terapéutico Es un nombre que la mayoría de los códigos deontológicos médicos reservan para la decisión médica de ocultar información a un paciente por considerar que esto podría empeorar su estado. Se ha hecho un gran abuso de esta prerrogativa, inclusive transmitiendo la información a la familia, olvidando, como ya en 1988 señalaba Wilkinson, que los familiares no están sujetos ética y legalmente, como el médico, a la regla de confidencialidad, ni a “velar solícitamente, y en primer lugar”, por la salud del paciente, como exige por ejemplo la Declaración de Ginebra de la Asociación Médica Mundial de 1948, y cualquier agente sanitario con experiencia puede ratificar que no siempre la familia opera en pro de los mejores intereses del paciente. Hoy es aceptable sólo como excepción, y transitoriamente, preparando al paciente para conocer la información, hasta dónde él la quiera conocer. Este proceso de comunicación e información no es entonces un acto único (cuasi fotográfico) sino una secuencia de diálogo, organizado y facilitado, que suele estar referido en los textos como “información progresiva de la verdad soportable.” Si es que se acepta el “privilegio terapéutico” de un profesional que oculta información, el mismo sólo será éticamente justificado por razones válidas de beneficio para el paciente, y/o de no maleficencia, pero nunca por inhabilidad o evitación del profesional para informar al otro sobre la base de la verdad. Proporcionalidad El principio de proporcionalidad tiene diversa y calificada raigambre en el campo de las ciencias humanas y sociales, filosófica: v.gr., la medida y la proporción constituyeron las categorías supremas de la vida y la cultura griegas; jurídica: con relación al sentimiento y la idea de justicia (racionalización del imperativo éticosocial que es inherente al derecho); médica y bioética: en el diagnóstico de las enfermedades y la aplicación de las terapias aplicables, especialmente en el ámbito de la ética al final de la vida, cuando se trata de determinar el carácter proporcional o no proporcional de los tratamientos, considerando el resultado beneficioso esperado y los riesgos previsibles para los afectados según las circunstancias del caso. Afirman Marta Fracapani y Eduardo Tinant que la medida debe ser idónea, necesaria y proporcionada en sentido estricto en relación con el fin legítimo perseguido, entre la intromisión de la integridad y la intimidad de la persona y tal finalidad. Se justifica éticamente limitar el esfuerzo terapéutico, esto es, no iniciar o discontinuar el uso de técnicas para prolongar la vida cuando su aplicación signifique una carga, sacrificio o sufrimiento para el paciente, desproporcionado al beneficio esperado, cuyo uso puede ser descrito mejor como una prolongación de la agonía y por tanto alejado de una buena práctica médica. En particular, en tiempo distinto para cada paciente, cuando los esfuerzos basados en la tecnología pueden interferir con los valores personales más importantes. Rechazo (renuncia) de tratamiento eficaz Las dificultades con las que nos encontramos al hablar sobre la renuncia al tratamiento, además de las explicitadas en la toma de decisiones, al tratarse de una decisión, son establecer los límites entre los llamados tratamientos curativos, tratamientos que determinan alargar la vida y tratamientos de mejora sintomática. La renuncia al tratamiento implica la decisión de una persona competente, en la que se cumplen los requisitos de toma de decisión libre, de rechazar o suspender un tratamiento que le ha sido propuesto (independientemente del objetivo curativo, de soporte vital, paliativo o sintomático de la terapéutica). Cuando un paciente competente renuncia al tratamiento los profesionales que le atienden han de ofrecerle alternativas o establecer las estrategias que permitan vencer las resistencias, si se sospecha que son por coacción interna o externa. En ocasiones es el miedo irracional, fantasías o tópicos los que determinan el rechazo (en este caso habrá que intentar modificar los factores mencionados). En el contexto de enfermedades progresivas, existen pacientes que interpretan que la morfina acorta la vida y rechazan propuestas de tratamiento a costa de tener dolor; renuncian a la sedación por querer vivir despierto hasta el último aliento; renuncian a tratamiento quirúrgico o de quimioterapia por no estar dispuestos a soportar los efectos secundarios, renuncian a la diálisis antes de iniciar por expectativas de representar un gran disconfort (o piden parar la diálisis por el disconfort que los efectos secundarios y colaterales les causan), renuncian a una amputación de una parte del cuerpo por no querer verse disminuido o pasar por quirófano. En cualquier caso será conveniente analizar qué hay de razonable en dicha renuncia para poder respetarla, que hay de fantasía para poder modificarla y que hay de dificultad limitante que requiera buscar alternativas en beneficio del paciente. Será necesaria una comunicación apropiada, propiciando un diálogo que requiere disciplina y madurez, un diálogo entre personas, no entre concepciones: comunicación basada en la escucha, la empatía, la explicación reflexiva y el respeto. En Argentina, la Ley 26.529/2009 “de derechos de los pacientes” se refiere a la Autonomía de la Voluntad: el paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa, como así también a revocar posteriormente su manifestación de la voluntad. Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a intervenir en los términos de la Ley Nº 26.061/2006 “de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes”, a los fines de la toma de decisión sobre terapias o procedimientos médicos o biológicos que involucren su vida o su salud. Riesgo-beneficio; carga-beneficio; costo-beneficio El denominador común beneficio está presente en los tres índices, por lo cual es conveniente comenzar por su análisis. Siguiente a Gracia Guillén, el beneficio es siempre personal (“para mí”) o sea que desde esta perspectiva cualitativa una misma intervención para situaciones clínicas idénticas puede resultar beneficiosa en un caso y no serlo en otro, para otra persona. Con un criterio más genérico e impersonal, Jorge Manzini afirma que un tratamiento es beneficioso si puede esperarse que produzca uno o varios de los siguientes resultados: la cura, la reducción del dolor, la recuperación de la conciencia, la restauración de la función, el sostenimiento de las funciones vitales con posibilidades razonables de recuperación, la calidad de vida. Suele denominarse “efecto terapéutico” a aquel que es aplicable a un parámetro biológico cuantitativo (ejemplo: días de vida, recuperación de la anemia, reducción de la masa tumoral) y reservarse el concepto aislado de “beneficio” al impacto personal y subjetivo favorable y significativo de las intervenciones – de modo que cuando hablamos de “riesgo o carga o costo – beneficio” muchas veces nos referimos en realidad a la efectividad. Riesgo-beneficio: concepto técnico médico, con datos establecidos por la evidencia científica disponible, cuantificable como probabilidad (“p”, %) de que aparezca cada efecto indeseable para un paciente determinado. Se ponderan los riesgos a los que se lo expone, frente los beneficios esperables, para elegir el procedimiento entre varios posibles. Los riesgos pueden ser de muerte, de incapacidad, de peoría, etc. Carga-beneficio: las cargas (“burden”) implican un concepto más amplio, que considera no sólo los riesgos para el paciente, sino también el monto de sufrimiento y molestias al que el procedimiento lo expone, gastos excesivos para el paciente, la familia y la sociedad, la inversión en tecnología médica y en personal que sean desproporcionados en relación con los resultados esperados, y la asignación no equitativa de los recursos. Este concepto da origen al de proporcionalidad terapéutica. Costo-beneficio: es un índice de raigambre más claramente económica, que compara las distintas alternativas para priorizar una de ellas en términos de su perfil costo/beneficio: será elegida la que a igual costo económico produzca más beneficio, o la que a menor costo produzca igual beneficio. La cuantificación de ambos elementos, que importa sobre todo para comparar pequeñas diferencias entre distintas alternativas, encuentra muchas dificultades que han promovido todo un desarrollo teórico desde las ciencias económicas, con dos enfoques principales: el de “capital humano” y el de “disposición para pagar”. Según qué sea lo que se pretende analizar, se eligen diferentes índices. Algunos de ellos son: análisis de minimización de costos, de costo/efectividad y de costo/utilidad (que llevó al concepto de QALY – calidad de vida ajustada a los años); ninguno de ellos mide la variable beneficio en unidades económicas, como sí lo hace el análisis de costo/beneficio. Sacralidad de la vida Como nos recuerda Diego Gracia, el concepto de sacralidad de la vida humana es antiguo, aparece ya con los clásicos como por ejemplo Séneca. Como estoico que era, decir que algo era sagrado significaba que se trataba de algo inscripto en el orden divino de la naturaleza, y por tanto respetable, intocable, de manera absoluta. Este tema será abordado desde distintos puntos de vista, que incluyen la perspectiva religiosa, jurídica, ética y laicista. En el sentido teológico del término, la vida en general y la vida humana en particular son sagradas. La idea de que ha sido creada por Dios le da ese carácter sagrado y obliga al hombre a respetarla. En algunas publicaciones se habla de santidad de la vida humana, como sinónimo de sacralidad. Esto, teológicamente, no tiene ningún sentido. Porque que una vida sea o no santa se refiere a lo que quien la detenta hace con ella. Para el Derecho, la vida humana es considerada un bien intrínseco de la persona y por tal es un valor fundamental, si bien a veces entra en conflicto con otros de igual valor como la dignidad. Sobre ella se fundan los Derechos Humanos y el deber de respetarla y promoverla es un imperativo ético ineludible. Desde la ética, nadie estaría en desacuerdo con que es un valor fundamental, con las mismas limitaciones mencionadas en cuanto al Derecho. Con criterio laicista, la sacralidad de la vida se refiere a su inviolabilidad. En general es esencialmente malo para todos cercenarla, pero esto sin embargo no quiere decir que la vida sea un valor absoluto e irrestricto. Ejemplos como la muerte en defensa propia, las guerras, la pena de muerte, son justificadas, incluso, por la enseñanza tradicional de varios credos –incluyendo la Iglesia Católica-. Otro ejemplo en este sentido es la muerte por martirio. Al principio de sacralidad de la vida, considerado en otra época absoluto y fundante de la moral se le ha agregado últimamente el concepto de calidad de vida, que lo matiza o complementa. Éste último es un término valorativo, que no para todos significa lo mismo dado que es un valor y por lo tanto subjetivo. El rechazo a tratamientos indicados aunque la consecuencia sea la muerte indica, para muchos, que el valor vida no es el único ni el mayor. Se podría concluir, como hace Gracia, que sacralidad de vida es un término formal que resume el concepto general de respeto por los seres humanos, y calidad de vida viene a darle contenidos. Aceptar que hay diferentes modos de pensar permite que unos defiendan la sacralidad e inviolabilidad de la vida y otros tengan la posibilidad de considerarla desde otros valores. En el Boletín Nº 804 de la OMS (Cancer pain relief and palliative care, Ginebra, 1990), del mismo modo que no se recomienda la eutanasia, se reconoce explícitamente que la vida no es un bien absoluto ni la muerte un absoluto mal. Esta afirmación, que reconoce la “humanitud” de la persona (Homo infirmus y mortalis en el decir de José A. Mainetti) no siempre es respetada, trasladando las consecuencias de su negación a la aplicación de intervenciones fútiles, gravosas y socialmente injustas. Secreto médico. Confidencialidad (ver también confidencialidad). El secreto médico es el compromiso que adquiere el médico, ante el paciente y la sociedad, de guardar silencio sobre toda información que llegue a conocer sobre el paciente en el curso de su actuación profesional. Desde los tiempos de Hammurabi, 2500 años antes de Cristo, las normas de ética médica han hecho referencia a la obligación de guardar secreto. El Juramento Hipocrático, recogía: “Guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres que no tenga que ser público, manteniendo estas cosas de manera que no se pueda hablar”. En los siglos XVIII y XIX comenzó a considerarse el cumplimiento del deber de secreto como un derecho de las personas. Así, la confidencialidad es un derecho de los pacientes, un deber y un elemento más de la calidad de la asistencia. Es un deber asumido de manera compartida o derivada por todos los profesionales que participan en la atención médica de la persona, abarca todo lo que ésta confía al personal sanitario y lo que éstos hayan podido conocer amparados en su condición de confidentes necesarios, sin que ni la misma muerte del paciente exima de su guarda, siendo responsables del secreto todos los miembros del equipo asistencial. La interpretación del deber de secreto se ha plasmado en dos tesis contrapuestas: la del secreto médico absoluto y la del relativo. La primera defiende la inquebrantabilidad del deber de sigilo bajo cualquier circunstancia, mientras la segunda relativiza el peso moral de esta regla para considerar situaciones donde se justifica su incumplimiento (ej.: cuando el secreto signifique riesgos para la vida o salud de terceros). El evidente cambio en la provisión de servicios de salud, así como el avance tecnológico en materia de comunicación, son realidades actuales que obligan a reconsiderar los alcances prácticos del secreto médico - y de la confidencialidad (no tanto en el contexto de la relación de un médico con un paciente, sino en la institucionalización de la asistencia). Algunos autores (J. L. Manrique) proponen informar al paciente acerca de esos límites prácticos del secreto profesional – toda vez que la asistencia interdisciplinaria, la provisión de salud en los diferentes sistemas públicos, de seguridad social o privados, los registros y la confección de pedidos de estudios complementarios y de recetas y prescripciones, requieren muchas veces que se expliciten datos de información íntima y personal. Sedación paliativa Se define como el tratamiento que usa fármacos específicos para reducir sufrimiento intolerable por síntomas refractarios a otras terapias, reduciendo el nivel de conciencia de pacientes que reciben cuidado al final de la vida (Comité de expertos de la Asociación Europea de Cuidados Paliativos, 2003). En este contexto de sufrimiento, entendemos por síntoma refractario aquél que a) no se puede aliviar, o b) los efectos adversos son inaceptables, o c) el tiempo hasta el potencial alivio es excesivo. Implica el fracaso de todos los posibles tratamientos, lo cual es estimado por consenso del equipo, basado en evaluaciones reiteradas y prolijas, que establecen no hay métodos disponibles para el alivio dentro del tiempo y del rango riesgobeneficio que el paciente pueda tolerar. La S. P. puede ser clasificada, según criterios, como intermitente o continua (Periodos de alerta + / -) leve / profunda (Posibilidad de comunicación +/-) proporcional / súbita (graduación de la implementación) según síntoma refractario (“etiológica”) Los expertos distinguen definitivamente entre la Sedación Paliativa (procedimiento terapéutico con bases científicas, y éticamente aceptable) y la Eutanasia, cuyo fin primario es producir la muerte de la persona. Sedación Paliativa Eutanasia Intención Aliviar sufrimiento intolerable Eliminar la vida Procedimiento Fármaco sedante para controlar síntoma Fármaco letal Resultado Alivio del distrés Muerte inmediata Las recomendaciones para la prescripción de S.P. incluyen considerar la evaluación multidimensional en equipo (incluyendo la dimensión psicológica y existencial), evaluar la refractariedad a fármacos apropiados (primera y otras líneas), estar alerta a causa reversible del distrés, considerando la opinión de experto si no hay suficiente experiencia o competencia. El procedimiento debe ser documentado y monitoreado su logro (preferentemente, prescribiendo mientras sea posible sedación intermitente). Los equipos de salud (cuidados paliativos) deben definir una estrategia sistematizada para determinar que el síntoma es intratable, garantizando el involucramiento del paciente para decidir sobre el grado del sufrimiento e informando y promoviendo la participación de la familia. Establecer claramente en la estrategia: objetivo del cuidado, fármaco/s a usar, grado de sedación, temporalidad (permanente o intermitente). El objetivo absoluto de la S.P. es el alivio del síntoma y del sufrimiento (Ver: proporcionalidad del tratamiento). Los objetivos relativos son: la sedación, la disminución de conciencia, el bienestar familiar, y la comunicación factible. Los efectos indeseables de la S.P. son la muerte, la desnutrición, y la deshidratación. Para el caso que un paciente requiera sedación por más de 1-2 semanas, la misma debería ser intermitente y/o leve, caso contrario debiera procurarse hidratación y/o alimentación artificial para evitar que la muerte ocurra como consecuencia de la intervención medica. Si bien existe controversia en aceptar el sufrimiento existencial intolerable como causa para la sedación paliativa (no es estrictamente un síntoma), en la práctica es una razón que obliga a considerarla como opción terapéutica ante el fracaso de otras aproximaciones. En esta situación, los expertos recomiendan que el diagnóstico de refractariedad del sufrimiento o angustia existencial se confirme luego de reiteradas evaluaciones e intentos por profesionales competentes, con evaluaciones y resultados discutidos en equipo y documentados, iniciando entonces una S.P. intermitente (24 hs) y reiterándola si sigue siendo necesaria, hasta considerar la S.P. profunda y permanente como último paso. Soporte vital, tratamientos de Son los tratamientos médicos que se instituyen con el objetivo de sustituir parcial o totalmente funciones u órganos, en espera de la recuperación del organismo. Más correcto sería llamarlos tratamientos de soporte de las funciones vitales. Entre las metas de la medicina ampliamente aceptadas: promover la salud y prevenir la enfermedad, aliviar el sufrimiento, asistir y curar a los enfermos curables y cuidar de los que no pueden ser curados, y evitar la muerte prematura y procurar una muerte en paz, intentan evitar una muerte prematura. En un paciente crítico (grave pero con posibilidades de recuperación) su utilización no crea dilemas éticos. Estos surgen cuando ese paciente pasa a ser un paciente terminal, o uno crónico irrecuperable (p.e. en estado vegetativo permanente) en cuyo caso hay que balancear el beneficio de la prolongación de la vida que estos medios ofrecen, con la calidad de esa vida, lo que implica el respeto por la dignidad del paciente. La aplicación del soporte vital requiere entonces la consideración previa del objetivo terapéutico específico en cada caso, evitando aquellos que sean a priori evaluados como fútiles. Los tratamientos pueden ser los mismos que se apliquen con otros fines (p.e. antibióticos, alimentación artificial, oxigenoterapia) así que finalmente lo importante es la intención con que se los aplica. El rechazo por parte de un paciente a medidas de soporte vital es una decisión diferente a la de solicitud de eutanasia (ver este ítem en el glosario). Sufrimiento Cassell define al sufrimiento como un estado de severo distrés asociado con eventos que amenazan la integridad de la persona; continúa hasta que la amenaza desaparece o la integridad es restaurada. Cherny lo describe como una experiencia emocional aborrecible caracterizada por la percepción de distrés generada por factores adversos que deterioran la calidad de vida. Speck caracteriza al sufrimiento como dolor indicativo de decaimiento y aumento de la desesperanza. Chapman y Gavrin proponen que sufrimiento debe involucrar una percepción de amenaza física o psicosocial, calidad afectiva negativa, y sentimiento de pérdida. El sufrimiento genera una sensación de amenaza para la autoestima y la vida, ocasiona pérdida de la capacidad de lucha para enfrentar los síntomas o problemas causados por la enfermedad, ocasiona sensación de pérdida personal y pérdida de la esperanza. El sufrimiento puede incluir dolor físico, pero no significa que esté limitado a él, y en los pacientes con enfermedad en etapa terminal puede ser aliviado y se puede demostrar que el dolor es controlable. El dolor puede aumentar el sufrimiento del individuo empeorando la sensación de abandono, impotencia, ansiedad y depresión. La sorpresa y la incredulidad, seguidas por la ansiedad y depresión (irritabilidad y trastornos del apetito y del sueño, incapacidad para concentrarse o efectuar actividades normales) son expresiones comunes cuando la persona se entera que padece una enfermedad que amenaza su vida, o cuando descubre que el tratamiento ha fracasado o la enfermedad ha recaído. Es importante reconocer que el sufrimiento es un proceso dinámico y transformador, asignándole E. Tolle un doble propósito: la evolución de la conciencia y la disolución del ego. La resistencia al sufrimiento lentifica el proceso, porque la resistencia crea más ego que hay que disolver. Cuando se acepta el sufrimiento, el proceso se acelera y se sufre concientemente: en medio del sufrimiento conciente está la tramitación. “El fuego del sufrimiento se convierte en la luz de la conciencia”. El alivio del sufrimiento y la curación del enfermo deben ser vistos como actividades paralelas cuando la práctica profesional está dedicada al cuidado del enfermo. La obligación de facilitar el alivio del sufrimiento es un componente esencial de la ética médica, es imperativo para los profesionales de la salud mantener la habilidad clínica para conocer el manejo del dolor, incluso cuando los programas curriculares no lo incluyan. Suicidio [médicamente] asistido Es la muerte procurada por el propio paciente con ayuda del médico, en cuanto a que éste le proporciona los medios, a diferencia de la eutanasia, en que el profesional es quien administra la/s droga/s letal/es. Requiere que el paciente esté consciente y que no tenga impedimentos físicos para apropiarse de la/s droga/s e ingerirla/s. Sus defensores (aún los que no aceptan la eutanasia) dicen que esto resguarda mejor la autodeterminación del paciente. En general se trata de una dosis letal de barbitúricos, solos o asociados a alguna otra droga. Está legalizado o permitido en varios países europeos (Estonia, Suecia, Suiza), y en los estados norteamericanos de Oregon y Washington. En ese país se mantiene una ardua lucha legal entre las legislaciones estaduales y la Corte Suprema Federal, que desde 1997, a raíz de los casos Washington vs. Glucksberg y Sacco vs. Quill afirma que “No existe un derecho constitucional al suicidio” (aunque no se penalice la tentativa) lo que ha sido reafirmado desde entonces por diversas asociaciones médicas incluida la Asociación Médica Mundial en 2006. Tal como aplica para la eutanasia, es requisito del suicido asistido que exista la petición voluntaria y sostenida del paciente, además de las condiciones referidas previamente. Por ello el suicidio asistido es diferente al “homicidio medicalizado” (u homicidio por piedad), concepto éste que se aplica al caso del médico que proporciona un veneno letal a un paciente que no lo solicitó, con la intención de acortarle la vida para evitar el sufrimiento. Teorías éticas La bioética tiene como objetivo estudiar la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la atención de la salud, en tanto que dicha conducta es examinada a la luz de los principios y valores morales. Los expertos recurren a diferentes argumentos y fundamentos para definir qué conducta es moralmente válida, y por qué. Las teorías éticas proveen los fundamentos de la moralidad,- de la virtud y el vicio, de lo correcto e incorrecto, de lo bueno y lo malo – en la acción humana. Se observa que los términos morales califican tres orientaciones fundamentales de la ética, según se ponga el acento, respectivamente, en el agente, el acto o el efecto de la acción humana (J Childress, 1989).Las teorías de la virtud enfatizan las cualidades del agente: una acción es moral o inmoral según exprese virtudes (ej.: compasión) o vicios (ej.: indiferencia o cobardía) del sujeto (en el contexto de la salud, este sujeto es el médico, u otro profesional o miembro del equipo, pero también el paciente y sus familiares, el responsable del sistema de cobertura, el director de la institución, etc.). De acuerdo con esta teoría, podemos justificar que un médico (Dr. “L”) no informe sobre la verdad del diagnóstico / pronóstico de una enfermedad incurable a un paciente “F”, movido por la compasión hacia el mismo. Y el paciente, movido por la confianza en su médico, no indagará demasiado ya que confía en el profesional virtuoso y compasivo. Las teorías deontológicas sostienen que ciertas características intrínsecas o cualidades inherentes a los actos mismos (ej.: veracidad o mendacidad) constituyen su corrección o incorrección, independientemente de los fines y consecuencias. Siguiendo con el ejemplo del Dr. “L”, el médico deberá decir la verdad a su paciente “F” porque debe cumplir con la regla de la veracidad. Y por la misma razón “F” solicitará la información. Las teorías consecuencialistas (también llamadas teleológicas) privilegian los buenos resultados de la acción (salud, bienestar) medida en términos de eficacia y eficiencia. El “Dr. L” informará a su paciente sobre el diagnóstico y pronóstico, ya que entiende que ese es el modo para que el paciente cumpla las prescripciones terapéuticas, en la argumentación teleológica. Una adecuada teoría moral debe contemplar estos tres aspectos de la acción humana en salud (cualidad del acto, consecuencia previsible, agente virtuoso). Las controversias ético-biomédicas aparecen cuando diferentes personas, desde distintos marcos teóricos, analizan los hechos de modo polarizado, privilegiando diferentes valores. Los Comités Hospitalarios de Ética (C.H.E.) son habitualmente los organismos cuyos miembros, con formación en filosofía, ética y metodología bioética, dirimen esas controversias. Terapias no convencionales Se denomina de este modo a las prácticas en salud no sometidos al rigor del conocimiento científico según los canones de la medicina oficial occidental – fundamentalmente con objetivo terapéutico– que sin embargo se convierten en oferta y en consumo por parte de un porcentaje variable de pacientes. El desarrollo de la ciencia y de la técnica promovió un fortalecimiento de la ciencia médica “ortodoxa”, con creciente verificación de hipótesis, nuevos conocimientos y evidencia científica fortalecida de las premisas diagnósticas y terapéuticas. Paralelamente, fue quedando a un lado el humanismo y la visión integral de la persona, y, más allá de los adelantos referidos, persiste la condición de mortalidad para los seres humanos. Estas y otras razones intentan explicar la existencia (y el crecimiento) de las terapias no convencionales. Si bien en un comienzo fueron rechazadas por las escuelas médicas tradicionales, convirtiéndose muchas veces en “terapias alternativas”, algunas de ellas sido demostradas como eficaces, mientras que otras pueden catalogarse en el terreno del placebo cuando no del engaño y fraude. Dentro de la variedad de terapias alternativas no aceptadas y rechazadas por la medicina convencional, consumidos prioritariamente por pacientes neoplásicos, cardiópatas y respiratorios crónicos – generalmente ofertados por propaganda engañosa, se encuentran: “Suplementos dietéticos” (vitaminas / minerales, remedios homeopáticos, hierbas, antioxidantes, “inmunoestimulantes”) “Terapias biológicas” (diferentes modos de “detoxificación del cuerpo”) “Hierbas” (consumo triplicado en pacientes oncológicos en relación con otras patologías) Otras modalidades en cambio han sido progresivamente aceptadas, ya sea por el efecto y/o beneficio comprobado que producen, por la ausencia de toxicidad, o porque globalmente dan sensación de poder al paciente y la familia y mejoran la satisfacción. Estos tratamientos suelen ser denominados como “complementarios”, término que promueve su aplicación de modo combinado con la medicina convencional.. Son ejemplos de terapias complementarias: o o o o Acupuntura Masajes Musicoterapia Terapias “Mind-body” Medicina integrativa En la última década un sector de profesionales provenientes de la medicina convencional ha inducido la integración entre las intervenciones científicamente demostradas y las terapias complementarias aceptadas, dando origen al movimiento de la “medicina integrativa” (cuyos tres pilares son: la medicina convencional, las terapias complementarias, y la participación del paciente). Veracidad Es una de las “reglas éticas de la relación médico/paciente” de la Teoría de los Principios [de Georgetown], junto con las de confidencialidad y consentimiento informado, y deriva del principio de autonomía. Se refiere a decir la verdad, no mentir, no engañar, no faltar a las promesas, el habeas data, los placebos. Desde una ética deontologista se justifica por el respeto a la persona del paciente, y desde una ética consecuencialista, porque si el paciente piensa que se le miente pierde la confianza, puede ocultar o tergiversar información, etc., lo cual conspira contra la calidad del acto sanitario, y por tanto también contra el principio de beneficencia. Ser veraz está, además, entre las virtudes exigibles al agente sanitario, junto con la honestidad, la compasión, el respeto, y pertenece a la esfera de la integridad profesional. La regla debe balancearse siempre con el principio de no-maleficencia, que incluye el derecho del paciente a no saber, aunque esto dificulte mucho la práctica asistencial. Basándose en la teoría de la comunicación humana, debe tenerse en cuenta que en realidad el paciente “siempre sabe”, y que “no decirle” no significa “no comunicarle” (con el lenguaje no verbal) lo que queremos ocultarle. O sea que no es cuestión de decir o no decir, sino de cómo intercambiar con el paciente acerca de lo que sabemos, y lo que él sabe por las cenestesias de su propio cuerpo y por todos los mensajes de distinto tipo que recibe de su medio (incluido el equipo tratante, pero también sus familiares, otros pacientes, los medios de comunicación, la web…). Voluntades anticipadas La autonomía de la voluntad, libertad consustancial del paciente a la hora de recibir prestaciones o tratamientos sanitarios, y por tanto del derecho a aceptarlos o rechazarlos, puede ejercitarse no sólo en el momento actual, sino también para el futuro. Se trata de una autonomía prospectiva, la cual, en palabras de Juan J. Zamarriego Moreno (Bioética, religión y derecho, Madrid, 2005), supone un sistema de reflexión sobre el porvenir, imaginándolo a partir del futuro y no del presente; previendo las situaciones en que el individuo se encontrará situado, en cuya virtud indica al médico que pueda encargarse de su asistencia los procedimientos que quiere o no que se realicen, mediante un documento llamado indistintamente “directivas anticipadas”, “testamento vital” o “biológico”, “voluntades anticipadas”, “instrucciones previas” Tal como lo afirman Jorge Manzini y Eduardo Tinant, por voluntades anticipadas se entiende, pues, la manifestación escrita, datada y fehaciente, de toda persona capaz que libremente expresa las instrucciones que deberán respetarse en la atención y el cuidado de su salud, en previsión de una incapacidad propia que pudiere padecer con el fin de que esas directivas anticipadas se cumplan en tal supuesto. Éstas se refieren a las libertades personales del individuo, y no a disposiciones o estipulaciones patrimoniales, propias del derecho civil (aunque se expresen juntas). La declaración de voluntad así emitida reviste en cierto modo el carácter de un consentimiento libre e informado, en todo caso “anticipado”. Vulnerabilidad El término “vulnerabilidad” encierra una gran complejidad (Lydia Feito, An. Sist. Sanit. Navar. 2007; 30 Supl. 3: 7-22.). Hace referencia a la posibilidad del daño, a la finitud y a la condición mortal del ser humano. Sin embargo, tiene diversas dimensiones. Al menos una dimensión antropológica, que afirma la condición de vulnerabilidad del ser humano en cuanto tal, y una dimensión social, que subraya una mayor susceptibilidad generada por el medio o las condiciones de vida, dando lugar a “espacios de vulnerabilidad” y “poblaciones vulnerables”. La dimensión social nos conduce a hablar de las capacidades y el reconocimiento como elementos clave del vínculo entre los seres humanos que es fundamento de la obligación moral. Esta obligación es fundamentalmente de cuidado y solidaridad en el marco de la justicia. Miguel Kotoff y otros (Red Latinoamericana y del Caribe de Bioética – UNESCO 2007) estudian el tema de la vulnerablidad a la luz de la validez del consentimiento informado, tomando una firme posición que no es compartida por muchos investigadores. Afirma que se tilda de vulnerables a personas que por algún motivo no están a la altura mental, biológica o social de lo que se considera un promedio normal: las mujeres son vulnerables porque son discriminadas, los niños porque les falta madurez mental, los pobres por carecer de educación, los homosexuales por ejercer una sexualidad riesgosa. Afirma que lo que se está diciendo es que estas personas son desmedradas, en cierta medida minusválidas, lesionadas en su empoderamiento, es decir, que han sufrido algún daño que les resta capacidades consideradas normales. Son individuos que han perdido la frágil pero íntegra cualidad de vulnerables, pues están dañados y son vulnerados, lo cual los hace especialmente susceptibles y predispuestos a daños adicionales. Al usar vulnerabilidad en forma laxa, tanto para el ser humano en cuanto tal como para las personas lesionadas, suele soslayarse que éstas son personas desmedradas, debilitadas, frente a las cuales es preciso desarrollar programas generales y específicos de reparación. Cuando los investigadores quieren usar probandos vulnerados que ellos denominan vulnerables, están escamoteando el deber de ayudar a los lesionados a salir de su desmedro, puesto que desean incorporarlos a un estudio que significará riesgos, tanto más probables para poblaciones vulneradas y susceptibles de daños adicionales. Las ambigüedades que emanan del uso poco cuidadoso del término “vulnerabilidad”, se subsanan en gran medida al adoptar la nomenclatura de Amartya Sen en relación con lo que denomina empoderamiento. Sen niega que pobreza sea solamente carencia material. La define como un déficit de libertad para ejercer capacidades en la consecución de una vida materialmente protegida y abierta al cumplimiento de ciertos anhelos. Quienes están en condiciones de actuar libremente son empoderados, es decir, disponen del poder necesario para participar de las oportunidades que su sociedad brinda. Los desmedrados, carentes de empoderamiento, son desempoderados, serían los mal llamados “vulnerables” que debiesen ser vistos como vulnerados. En la visión de Sen queda muy claro que los desempoderados padecen de algún déficit existencial que toda sociedad justa o decente debe intentar subsanar mediante la organización de instituciones sociales terapéuticas que otorguen a los desposeídos lo necesario para empoderarlos, lo cual ha de suceder a nivel tanto social como político. En ello coincide con la filósofa británica O. O’Neill, quien habla de vulnerabilidad esencial y vulnerabilidad especial, esta última como un estado de franca vulneración que requiere ayuda social para ser subsanada.