¿Nuestro nuevo cerebro? II. Los talentos especiales 1 Prof. Bartolomé Yankovic N. 3. Los talentos especiales; ¿nacen o se hacen? Las personas que tienen aptitudes extraordinarias han aprendido a usar su cerebro de otra manera, distinta a la de las personas comunes. Gustavo Dudamel, venezolano (1981), es considerado entre los diez grandes directores de orquesta. Tiene solo 33 años… y el mundo musical lo aclama Al medir la actividad cerebral de un maestro internacional de ajedrez se observa que activan las regiones de la corteza prefrontal y de la corteza parietal, zonas que se relacionan con la memoria a largo plazo. En cambio, los buenos aficionados activan los lóbulos temporales medios, es decir, las zonas que intervienen en la codificación de informaciones nuevas. La actividad preferente de la corteza cerebral y parietal en los grandes maestros, que han memorizado miles de jugadas, muestra que ellos recurren a la memoria permanente tanto para identificar las posiciones y los problemas como para seleccionar las soluciones, que apuntan a cómo va a responder, cómo va a jugar. En cambio en el aficionado la estrategia es menos efectiva con el empleo del lóbulo temporal, porque consiste en analizar cada posición y cada movimiento del oponente buscando la mejor respuesta, suponiendo que no hayan visto antes dichas posiciones. Entonces, la pericia del maestro de ajedrez se explica porque es capaz de almacenar en sus lóbulos frontales un enorme volumen de información ajedrecística, lo que requiere mucho tiempo y gran dedicación. Algunos le dedican toda la vida… Un gran maestro consagra como mínimo 10 años para asimilar unas 100.000 o más informaciones ajedrecísticas, lo que le permite evaluar la eficacia y las posibles consecuencias de un movimiento determinado, rápidamente y con muchas jugadas de antelación… Es cuando sabe, por ejemplo, que va a dar mate dentro de 5 movimientos más… Esto es lo que explica la diferencia entre un gran maestro (GM), y un aficionado, por ejemplo, cuando hay apuro de tiempo: “no necesitan pensar mucho porque reconocen pautas y temas habituales” ¿Bastaría entonces, para un jugador aficionado aprender más movimientos teóricos y profundizar los conocimientos del ajedrez para convertirlo en un GM? El genio del GM no depende sólo de la cantidad de información ajedrecística acumulada en la memoria permanente, sino también de la organización de esos registros y de la eficacia con que sea capaz de rememorarlos: el GM necesita una recuperación a corto plazo de los recursos de su memoria a largo plazo. Los genios de otras disciplinas tienen facilidades parecidas a un gran maestro de ajedrez almacenando enormes cantidades de información en la memoria a largo plazo y recuperarla rápidamente cuando la necesitan. Al escanear el cerebro de estos genios se observa un aumento de la actividad cerebral en las regiones importantes para la formación de la memoria a largo plazo… que parece ser una especie de biblioteca ordenada de cuadernos de apuntes disponible de inmediato… 2 Pero, la formación de memorias permanentes de capacidad superior a la normal, ¿es un rasgo genético? ¿O es algo que se entrena en función del esfuerzo individual? Si la genialidad fuera totalmente genética las posibilidades de alcanzar ese nivel serían escasas: si los genes son tan importantes la mayoría de las personas estaría clasificada en la mediocridad. Si el esfuerzo personal puede modificar la estructura y funcionalidad del cerebro… hasta obtener prodigiosas memorias a largo plazo necesarias para un rendimiento superior, entonces, todos tenemos esa capacidad, si bien no para ser unos genios, al menos para alcanzar niveles de rendimiento que nos situarían muy por encima del término medio. La regla de Ericsson: 10.000 horas de trabajo; la regla de los 10 años Un estudioso de los genios, Anders Ericsson, de la Universidad de Florida, Estados Unidos, está convencido de que no hay cualidades heredadas especiales que distingan a la persona de alto nivel. Y el ingrediente básico sería la disposición para “uno mismo forzarse al límite y aumentar el control sobre los propios resultados”. Ericsson comenta un estudio realizado por él mismo en el Conservatorio de Música de Berlín: - Los alumnos “de nivel superior”, es decir, los que con mayor probabilidad se convertirían en concertistas, practicaban unas 24 horas semanales como promedio, - Los “buenos alumnos”, es decir, los probables futuros profesores de música, sólo practicaban unas 8 horas a la semana. 3 - Entonces, a los 20 años los futuros profesores de música tendrían en total unas 4.000 horas de ensayos… pero los futuros concertistas alcanzaban 10.000 horas. Ericsson halló una pauta similar de intensa individualidad y ejercicio constante entre los grandes atletas, ajedrecistas y matemáticos. Y firma que “el que desea alcanzar un rendimiento superior no se limita a repetir el ejercicio una y otra vez, sino que se plantea un dominio cada vez más completo, y eso, en todos los aspectos de la actuación”. Por eso los ensayos no los aburren: en cada sesión de ensayos se dedican a perfeccionar algún detalle, y a hacerlo cada vez mejor”. Y continúa, Ericsson: para alcanzar el rendimiento superior en cualquier disciplina que se haya elegido, el experto tiene que contrarrestar el impulso natural, que es desarrollar una actuación automática, tan pronto como sea posible. Un ejemplo: cuando aprendemos a manejar, nos concentramos, fijamos la atención, activamos nuestros lóbulos frontales para aprender cuanto antes las maniobras y la coordinación de manos y pies que nos va a permitir manejar con eficacia y seguridad. Pero, una vez alcanzado el dominio aceptable… la mayoría de nosotros no hace ningún esfuerzo para seguir mejorando la destreza en la conducción. Pero para un piloto de carreras el asunto es distinto: se concentra en los entrenamientos y en las carreras, sin decaer su atención en ningún momento… cuando termina una carrera nunca queda satisfecho con lo que hizo y piensa en correcciones y ajustes para hacerlo mejor en la siguiente carrera, para obtener mejores resultados. Sus lóbulos frontales toman en cuenta las condiciones atmosféricas (lluvia, neblina, pleno sol... la temperatura ambiente); la condición del automóvil, la tracción que debe aplicar según el estado del circuito, etc., etc. Luego sus lóbulos frontales evalúan, comparan y analizan cada variable y rápidamente todo se centra en un análisis tipo costo - beneficio… sabe que debe conducir más rápido que sus 4 competidores para ganar… y que puede perder por falla mecánica del vehículo o una salida de la pista que lo imposibilite de seguir. En cambio, los lóbulos frontales de todos nosotros como conductores tienen un programa muy diferente: no competimos con el resto de los automovilistas; debemos prestar más atención a la seguridad que a la velocidad y si las condiciones imponen un riesgo excesivo, incluso deberemos detenernos: niebla, lluvia torrencial, nieve, escarcha… y esperar que mejores las condiciones que permitan una conducción segura. Como conductores corrientes no tenemos las destrezas que ha adquirido el piloto profesional de alta competencia…que le permite reaccionar en función de una gran cantidad de factores que requiere el manejo de un vehículo bajo condiciones extremas. En resumen, el piloto experto debe contrarrestar la tendencia natural a automatizar demasiado pronto la experiencia de la conducción. Para un concertista… la actuación excelente se basa en la rapidez de codificación, almacenamiento y manipulación de las informaciones… esto no sería posible si la actuación experta estuviera automatizada. Pablo Casals lo explicó bien: “para tocar a la perfección, cada pieza debe ser estudiada teniendo en la mente una idea constante de mejoramiento. Entonces, con esta idea, siempre encuentro un detalle mejorable”. Otros notables concertistas dicen que “nunca dejé de lado ninguna ocasión para mejorar, por muy perfecta que me parezca mi última actuación… muchas veces, después de un concierto me voy a casa y ensayo las mismas piezas que acabo de tocar, porque durante la actuación se me han ocurrido nuevas ideas, algo que puedo hacer mejor”. Lo de la música lo podemos trasladar al terreno deportivo. Veamos que nos dice un gran futbolista: “mientras practico procuro mejorar mi concentración… cuando pateo un tiro libre me coloco en la posición que estimo correcta, 5 considerando la posición de la barrera, la ubicación del arquero… y el lugar donde debo poner la pelota… Si adopto el hábito de la concentración mientras entreno, dejando todo lo demás de lado… como la modelo que me entusiasma… mi rendimiento será mejor. En el entrenamiento también hay que trabajar los rendimientos que no son del todo satisfactorios o las situaciones que significan un reto o problema especial… Está en la naturaleza humana el deseo de practicar lo que uno hace bien, porque así trabajamos menos y nos divertimos más. Pero así no se consigue rendimiento superior… El tema es qué grado de sacrificio está uno dispuesto a pagar para alcanzar el éxito. A todo esto, ¿qué ocurre en el cerebro del deportista de alta competición? A diferencia del aficionado, durante el entrenamiento atiende a variables o temas que pasan inadvertidos para el aficionado y consigue transferir ese conocimiento a la memoria de trabajo de sus lóbulos frontales; durante la competencia misma su cerebro se concentra en uno o varios elementos de las destrezas de procedimiento aprendidas y la tarea a realizar, lo que tiene que hacer, y no su propia persona, ocupa el primer lugar de su actividad mental. Al centrar de esta manera la atención (lo que los entrenadores llaman concentración), el jugador experto “evita que se lo coman los nervios o que le pese la camiseta”, por muy grande que sea la presión del partido. En el aficionado, en cambio, la atención va hacia adentro de él… está pendiente de sí mismo, no de la tarea que tiene planteada… la presión lo ahoga y esto dificulta la ejecución de los pasos o subunidades de rendimiento que tenía previamente aprendidas durante el entrenamiento: la atención forzada a los elemento aprendidos de una destreza de procedimiento (lo que hay que hacer), 6 estorba su ejecución: el aficionado no la hace; la hace a destiempo, cuando no corresponde, o la hace decididamente mal… Los especialistas dicen que está claro como un actor o artista puede ser exitoso: no permitir que la conciencia de uno mismo interfiera mientras se ejecuta una rutina aprendida… y relajarse en vez de ponerse nerviosos. Olvidarse de uno mismo… “La atención de los detalles queda reservada a los ensayos, y en el momento de actuar… aquí vamos y seguro que todo saldrá bien”, dice un famoso violinista… No hay que permitir que la conciencia de uno mismo y la autoevaluación de la actuación personal interfieran en el momento de realizar algo de forma “despreocupada”, única forma de tener una actuación sobresaliente. Desde el punto de vista de la actividad cerebral hacer algo en forma “despreocupada” no significa hacerla al lote… implica la transferencia fluida, no filtrada a través de la autoconciencia, de las acciones aprendidas y que están registradas en la memoria de trabajo hacia las regiones promotoras y motoras, que convierten la memoria de trabajo en un juego ganador, producto de muchísimas horas de entrenamiento o ensayo por parte de un actor o un concertista… En esencia, en las acciones relativamente sencillas como las muy exigentes – los movimientos de un atleta de élite como Lionel Messi, o de un concertista como Seigi Osawa – utilizan la plasticidad cerebral para establecer y consolidar los programas necesarios para conseguir el alto rendimiento, la excelencia. Ericsson, además, ha establecido su “regla de los 10 años”: los niveles más elevados de rendimiento y perfección requieren un mínimo de diez años de intensa preparación preliminar… y cualquier persona que dedique el tiempo necesario puede alcanzar los rendimientos que atribuimos habitualmente a los prodigios natos. Entonces, ¿cómo explicar, por ejemplo, que Mozart escribiera su primera 7 composición a los 5 años y que a los 6… ya daba conciertos de violín y piano? Se trata de un rendimiento genial en menos de 10 años: Ericsson lo explica que la clave está en conseguir el dominio sobre cada elemento de la actuación: los programas motores y promotores pueden establecerse a cualquier edad, pero el ejercicio durante la infancia y las primeras fases del desarrollo produce resultados especialmente potentes. En contra de la creencia común, el llamado oído absoluto, es decir, la capacidad de identificar la altura de un sonido con su nombre, sin necesidad de otro sonido como referencia, NO es necesariamente innato: puede adquirirlo cualquier niño que reciba entrenamiento adecuado entre los 3 y los 5 años. El desarrollo de la facultad para afinar perfectamente el oído va acompañado de cambios estructurales en el cerebro que no se producen en los músicos carentes de esa sensibilidad. Gracias a la plasticidad, también se producen cambios cerebrales a medida que madura el talento musical. Fuentes básicas de información: Acarín T., N. (2006) El cerebro del rey. Vida, sexo, conducta, envejecimiento y muerte de los humanos. RBA libros, Madrid. Álvarez G.; Trápaga M. (2005) Principios de neurociencias para psicólogos. Ed. Paidós, Buenos Aires. Restak, R. (2005) Nuestro nuevo cerebro. Ediciones Urano, Madrid. Yankovic, B. (2006) Bases psicobiológicas del aprendizaje. Apuntes de clases. Universidad Mayor, Santiago. 8