REVISTA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” ∙ Nº 25 ∙ NOVIEMBRE DEL AÑO 2010 Avenida 14 de septiembre N° 4807, calle 2 de Obrajes www.ucb.edu.bo • [email protected] La Paz, Bolivia ISSN: 2077 - 3323 Nº 25 NOVIEMBRE AÑO 2010 ARTÍCULOS Y ESTUDIOS IDEAS Y PENSAMIENTOS En este número: Lecturas bolivianas: entre la crítica y la creación CIENCIA Y CULTURA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” REVISTA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” ISSN: 2077 - 3323 Revista de la Universidad Católica Boliviana San Pablo Nº 25 NOVIEMBRE del aÑo 2010 Hans van den Berg Rector Edwin Claros Arispe Vicerrector Académico Nacional Claudia Nacif Muckled Vicerrectora Administrativa Financiera Nacional Mario Hoyos Secretario General Nacional Erick Roth Unzueta Vicerrector Regional Carlos Rosso Orosco Director de Cultura Director Carlos Rosso Orosco Consejo editorial Alba María Paz Soldán Walter I. Vargas Carlos Rosso Orosco Editor responsable Consejo Editorial Internacional Ph. D. Javier Sanjinés [email protected] UNIVERSITY OF MICHIGAN, ANN ARBOR Dra. Eugenia Brito [email protected] Walter I. Vargas UNIVERSIDAD DE CHILE Diagramación Ph D Cand. Gonzalo Portugal [email protected] Jorge Dennis Goytia Valdivia Impresión UNIVERSITY OF OREGON Ph.D. Josefa Salmón [email protected] Av. Hugo Estrada Nº 26 (Miraflores) Teléfonos: 224 2538 - 222 8593 La Paz - Bolivia Depósito Legal: 4 - 3 - 1148 - 99 Noviembre del año 2010 La Paz - Bolivia La ilustración de la portada es un óleo de Enrique Arnal (2008) La Universidad Católica Boliviana San Pablo no se responsabiliza por las opiniones expresadas en los artículos firmados ni comparte necesariamente las ideas expresadas en los mismos. LOYOLA UNIVERSITY NEW ORLEANS Dra. Ana Rebeca Prada [email protected] UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN ANDRÉS Mgr. Gilmar Gonzáles [email protected] UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN ANDRÉS Mgr. Dora Cajías [email protected] UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN ANDRÉS Dr. Marcelo Villena [email protected] UNIVERSIDAD MAYOR DE SAN ANDRÉS Contenido Presentación 5 Obras y autores Los cuentos de escritores de Henry James Walter I. Vargas 9 La alegría irreverente de escribir: poemas de Wislawa Szymborska Mónica Velásquez Guzmán 25 Vasili Grossman (1905-1964) y su novela Todo fluye Hans van den Berg 37 Las insistencias del sentido. Un acercamiento a Cosmos, de Witold Gombrowicz Alan Castro Riveros 73 La herida vital o el amor en la escritura de Clarice Lispector Alejandra Canedo Sánchez de Lozada 91 El primer servidor del último hombre. A propósito del escritor Büchner y del soldado Woyzeck Blanca Wiethüchter 113 Ecos y propuestas Ensayo, otredad y tiempo fracturado Javier Sanjinés C. 127 Geografía inconclusa. Notas sobre poesía hispanoamericana Rubén Vargas Portugal 143 Cuatro notas literarias Juan MacLean 169 Una lectura provisoria sobre el lector brumoso Alonso Quijote Cristian Vera Ossina 185 Reverberaciones de la Antígona de Sófocles en Jacques Lacan y Wolfgang Goethe Omar Rocha Velasco 199 Política editorial 211 Presentación El Comité Editorial de la revista Ciencia y Cultura ha querido dedicar este número a las lecturas de literatura que se hacen en Bolivia. En números anteriores habíamos volcado nuestra atención al teatro nacional, a la música y también a la literatura boliviana, cuando publicamos trabajos de la ambiciosa investigación “Hacia una historia crítica de la literatura boliviana” (N° 9, julio de 2001). Pero en esta ocasión la idea inicial fue un tanto distinta: se trataba no tanto de revisar, a la luz de la crítica especializada, los nuevos aportes creativos o diagnosticar la situación general de la literatura nacional, sino más bien algo especial: reunir un conjunto apreciable de trabajos de profesionales y críticos nacionales que hubieran dedicado trabajos especializados a autores u obras de la literatura universal. ¿Cómo, desde qué perspectivas y con qué presupuestos leemos los bolivianos a los grandes autores clásicos y contemporáneos?, fue aproximativamente la pregunta que nos movió a solicitar trabajos a diferentes escritores y críticos. En fin, es el lector quien juzgará, como siempre, este conjunto de aportes. 5 Revista número 25 • noviembre 2010 Este propósito original, sin embargo, cambió a medida que los aportes se diversificaron, y al advertir nosotros que los rumbos y las propuestas tenían una diversidad más heterogénea de lo previsto, incluso planteando alternativas que iban más allá de la crítica literaria, al asociar a ésta con la creación y el ensayo. Por ello, el número está dividido en dos secciones, la primera consagrada precisamente a ensayos monográficos dedicados a escritores de alcance mundial, tanto clásicos como contemporáneos, y la segunda a una muestra alternativa de acercamientos heteróclitos y originales que van desde dos ensayos de carácter general y panorámico, uno concentrado en la poesía latinoamericana del siglo XX, y el otro de crítica general de la cultura moderna, hasta una serie de breves notas de crítica literaria periodística, una relectura especulativa del Quijote de la Mancha y una recuperación de las claves de lectura lacanianas de la Antígona a través de la correspondencia de Goethe con Eckermann. Obras y autores Henry James Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 9 - 22 Los cuentos de escritores de Henry James Henry James Short Stories on Writers Walter I. Vargas* Resumen: El artículo examina el contenido de varios relatos de Henry James que la crítica literaria suele denominar “cuentos de escritores” por tener como tema principal el oficio literario, para iluminar a la luz de su contenido la posición de Henry James como artista celebrado en la literatura anglosajona de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Palabras clave: Relato, Henry James, arte literario Abstract: 9 This article browses on a series of Henry James short stories on writers, as critics use to call them, because they deal mainly with the literary trade. The purpose is to highlight James position on these issues, as a celebrated artist of Anglo-Saxon literature at the ends of XIXth century and the opening XXth century. Keywords: Short stories, literary trade, Henry James Universidad Católica Boliviana "San Pablo". [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Una segunda oportunidad...; he ahí el engaño. Pues nunca será una. Trabajamos en tinieblas..., hacemos lo que podemos, y damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea. Lo demás es la locura del arte. H.J. Primera parte Una anécdota evocativa, una circunstancia especial, una comparación literaria, una fecha, suelen ser recursos apreciados, a los que los escritores hacen una venia agradecida allá donde las dificultades se acrecientan, es decir, cuando no se sabe cómo iniciar un artículo (en este caso, el destino final del escrito es casi siempre un prólogo). El conocimiento personal, así sea lejano, también sirve a las maravillas, lo que ocurre cuando nos enfrentamos a un ensayo obituario. Carente de los dos primeros, muy lejos de la época en que vivió Henry James (bien que me hubiera gustado vivir en ella y no en ésta), muerto éste ya hace demasiado tiempo, puedo quizá apelar a una anécdota... pero que no existió, que no existirá, dado mi anonimato. Me refiero a que alguna editorial me pida uno de esos populares volúmenes por los cuales la Literatura, llamémosla todavía de esa manera, como si fuera una señora desastrada, trata de atraer todavía a los escasos nuevos lectores: una colección de mis mejores cuentos, mis relatos preferidos. Así un Julio Cortazar puso entusiasmado entre sus favoritos La lección del maestro, de Henry James. En mi caso, yo pondría La bestia en la jungla (aunque debo agregar que, al entrar en el mundo literario de James, quizá convenga mejor hacer como en esas galerías de arte en las que se suceden las obra maestras: ponerlas gozosamente una al lado de la otra, y mejor si a la misma altura). Revista número 25 • noviembre 2010 10 Su acucioso y devoto biógrafo, León Edel, dedica a este cuento dos de las 800 páginas que resumen la biografía en cinco tomos que construyera en 20 pacientes años, y señala, entre otras cosas: “The Beast in the jungle es un cuento de melancolía y soledad. El transcurso de una entera vida es narrado en seis partes correctamente balanceadas” (Edel, 1987:611). Dice algunas otras cosas más, como que quizá sea “la más bella historia de James”, intentando, como siempre la crítica, hacer justicia a ese enorme relato. Ustedes saben, cosas como “es una historia sobre...” o “el cuento termina cuando John Marcher ( John Marcher es el héroe del cuento)...” Pero es siempre lo mismo. Emocionada, sólo apela a los adjetivos más cercanos, en la confianza de que la lectura o la relectura reales harán el trabajo de reproducir verdaderamente la experiencia estética, esto es, el proceso por el cual seguimos el transcurso o el retrato de un personaje. Circunstancia que es agravada, en el caso de James, por el hecho de que pocas cosas ocurren en la vida de sus personajes, y muchas de ellas, si no la mayoría, lo hacen en la mente. Que la anécdota, morosa, muy morosamente desarrollada, hasta casi hacerse imperceptible, sea el descubrimiento de un aspecto de la propia personalidad; que la conversación sea un duelo de interpretaciones y anticipaciones, lo que Günter Blöcker denominara adecuadamente como “el arte inmenso de sus diálogos”; que, sobre todo en las novelas, nos interesemos vivamente por uno y hasta dos o tres personajes para luego darnos cuenta que ninguno de ellos es, burda y directamente hablando, el personaje principal, son nada más tres de los muchos elementos que hacen peculiar a su arte narrativo. O ese su casi natural genio para retratar con un suave sarcasmo o simpatía a los personajes. Saquemos, casi al azar, uno de estos innumerables retratos en los que seguramente se complacía tanto: Era una anciana damita de cabeza enorme; eso fue lo primero que Ransom observó: la frente descubierta, franca, protuberante, clara, vasta, presidiendo un par de ojos débiles y bondadosos, de aspecto fatigado... La prolongada práctica de la filantropía no había acentuado sus rasgos; había borrado sus transiciones, sus significados... En su amplio semblante su sonrisita borrosa apenas se veía. Era un mero esbozo de sonrisa, una especie de cuota o de pago inicial; parecía decir que sonreiría más si tuviera tiempo, pero aun sin ella podía verse que era amable o fácil de engañar... ( James, 1886:36) Claro, hay que seguir leyendo la novela (Las bostonianas) para comprender que esa filantropía del reformista social, en la cual podemos ver fácilmente prefigurado al socialista que atormentó todo el siglo XX, es objeto de un delicado sarcasmo a lo largo de todo el libro: Desde el fin de la guerra civil muchas de sus ocupaciones habían cesado; ya que antes la mayor parte de su vida había transcurrido imaginándose que ayudaba a algún esclavo del Sur a escapar. No era por tanto desatinado el preguntarse sin en lo más profundo de su corazón no desearía a veces, sólo por volver a experimentar aquel género de excitación, que los negros volvieran a encontrarse encadenados (p. 37). 11 Revista número 25 • noviembre 2010 También podríamos hablar de esa su manera encantadora, tradicional si las hay, pero altamente efectiva, de enseñorear al narrador y darle todos los poderes para introducirnos en la historia y recorrerla e interferir cuando le pareciera necesario. Pero, bien pensada (y quizá vuelva sobre este tema en el transcurso de este ensayo) ésta es una cuestión inútilmente fatigada por un flaubertismo mal entendido, y, en nuestro caso latinoamericano, mediado por una afectación vargasllosista (perdón por los barbarismos) más bien basta. ¿Acaso un Faulkner, bastantes años después, tantos como para hacer nebulosa la idea de que el arte de la novela cambió en cierto momento, no comenzaba uno de sus cuentos con un “Trataré de contarles algo acerca de Monje” (Faulkner, 1951:47), sin sentirse avergonzado?. Don Julio Cortazar, más recientemente aun, cayó presa, imagino que con gusto, de este flaubertismo al que aludo, al censurar como cursilería anacrónica el hecho de que Lezama Lima, en su famosa novela Paradiso, haya interrumpido la narración con esta frase: “¿Que hacía, mientras transcurría el relato de sus ancestros familiares, el joven Ricardo Fronesis?” (Lezama Lima, 1976: 383)1. James era tan consciente de que esto era parte importante de la riqueza del juego, que lo aprovechaba (no había cosa cuyo aprovechamiento este infatigable obrero de la ficción no considerara posible) para convertir a las limitaciones del narrador en motivo de chanza: Ser desinteresado era incompatible con la idea de beneficios. Y los beneficios eran algo que Selah Tarrant tomaba muy en consideración. Deseaba ver llegar el día en que afluyeran copiosamente: el lector tal vez logre ver el gesto con el cual, en sus coloquios interiores, acompañaba esa imagen mental ( James, 1886:126). Un poco más y no agrega: “porque a mí me da flojera describirlo”. O su absoluto desprecio del lenguaje hablado y la seguridad de que era necesario siempre construir un lenguaje literario, tan a contracorriente de mucha literatura actual, que consiste, llevando las cosas al terreno de la caricatura, en desgrabar la manera de hablar de la gente y pasarla al papel. El lector tiene que saber que está leyendo un libro, solo y en silencio, parece insistir James todo el tiempo, no en una sala de teatro o en una reunión familiar, encima de boca de un Marlow cualquiera, inseguro de sí mismo2. Está bien, queremos un mundo, pero por favor, que no se parezca tanto a este. En fin, terminaríamos siempre exclamando, si nos interesa escribir: ¡qué de cosas podemos aprender de James! En cuanto al oficio, ha sido ya suficientemente admirado, creo yo, al punto que, según algunas opiniones autorizadas, cuesta saber de qué finalmente nos habló. Thomas Hardy, que fungía como el Pope de la literatura inglesa en los últimos años de la vida del escritor, sostuvo que éste había desarrollado “un estilo asombrosamente cálido para no decir nada, eso sí, mediante frases interminables”. Interminables o no, hay que decir que alguien que ha escrito miles de páginas y conseguido no decir nada, debe de todas maneras considerarse un genio, aunque destinado a otro tipo de panteón, quizá al de las ocurrencias de la humanidad... Y no creo que el hecho de haber cultivado conscientemente la ambigüedad deba llevarnos a la incuria de suponer que no tuvo el propósito de decirnos algo. Revista número 25 • noviembre 2010 12 1 Toda la novela del cubano goza de esta libertad que los profesionales de la novela censuran. He aquí otro ejemplo de los muchos que salpican aquí y allá su texto. “El padre de José Cemí, a quien vimos en capítulos anteriores dentro de las ordenanzas y ceremoniales de su jerarquía de coronel, lo vamos a ir descubriendo en su niñez hasta su encuentro con la familia de Rialta, su esposa, su alegre justificación y su caridad suficiente” (Lezama Lima, 1976:85) 2 No hay cosa que pueda demostrar mejor esta férrea convicción que el uso que a veces hacía de los paréntesis en los parlamentos de sus personajes, ¡como si éstos estuvieran escribiendo sus charlas, no hablando! Qué fue lo que quiso decirnos, ya no es, por supuesto, tan fácil de determinar. No por ser repetida una y otra vez una verdad deja de serlo: el gran artista se caracteriza por prestarse a infinitas y contrapuestas interpretaciones. En general, no siempre, su método consistía en desarrollar imaginativamente una situación inverosímil o absurda: la suerte de un secreto o el decurso de una imposibilidad. Para poner dos que tres ejemplos: En Los amigos de los amigos, un hombre y una mujer intentan conocerse infructuosamente durante años, pese a todos los esfuerzos que hacen, ellos y sus amigos, y al final solo se juntan de muertos; en Maud Evelyn, un joven asume poco a poco el pasado de una niña muerta y, junto a los padres de ésta, le provee de un futuro, se convierte en el marido que no tuvo, y la acompaña hasta que muere. En La tercera persona, dos solteronas encuentran en la casa a la que se van a vivir al espíritu de un hombre, del cual se enamoran hasta pelear y enredarse en escenas de celos. En el caso de La bestia en la jungla, a John Marcher le parece que algo terrible le va a pasar en su vida, y se pasa ésta al acecho de este evento, esperándolo, en compañía de una amiga. Ninguno de los dos sabe de qué se trata, o parece que fuera así, y James juega con nosotros haciéndonos suponer que se trata de algo muy concreto, para terminar sorprendiéndonos al señalar que la cosa terrible de la que debió haberse cuidado, porque ya es tarde, era solamente su profundo egoísmo. El comentario siempre teme empobrecer un relato de James, pues justamente lo priva de ese “estilo asombrosamente cálido” que por arte de magia, o mejor, por la magia del arte, evita que una trama así se rebaje a la condición de melodrama. Tampoco es fácil acudir a la oportuna cita que encierre el decurso adormecedor y hechicero de cincuenta páginas al cabo de las cuales nos enteramos que el héroe ha estado ciego al amor que tenía al lado toda su vida, es decir, a la amiga confidente de su espera, hasta que ella muere. De manera que, vistas las cosas en la perspectiva de la obra y la vida de James, hay algo no convincente en esa tardía y triste iluminación por la cual el héroe de este relato descubre que no ha vivido, no ha amado. Alrededor de la cin- 13 Revista número 25 • noviembre 2010 Tolstoi dijo una vez que nadie que no hubiera estado en la cárcel podía saber lo que era el Estado, y alguien le observó con perversidad que era extraño que alardeara de semejante sabiduría, toda vez que el novelista ruso no había entrado jamás en prisión. Del mismo modo, el cuento de James es tan conmovedor que sorprende comprobar que el escritor optó por la soltería con creciente convicción a medida que se entregaba a la literatura. Quiero decir que no consideraba que la compañía humana o ser pater familias fuera el problema central de su existencia. Como las mujeres siempre preguntan ese tipo de cosas, a una amiga que le interrogó por qué no se casaba, le contestó en cierta ocasión de la siguiente manera: “Tal como estoy soy lo bastante feliz y lo bastante desdichado, y no deseo añadir nada a ningún plato de la balanza”. Universidad Católica Boliviana cuentena de años James parece haber sido acosado por la sospecha de que la vida que había llevado no había sido tal. Es lo mismo, si no he leído mal, lo que de manera lateral y solapada pasa en la novela Los embajadores, que algunos consideran la mejor de las suyas (yo no) y que, por añadidura, parece la más autobiográfica. Trata un poco de lo mismo, y otra vez a la manera jamesiana, es decir, construyendo una situación más bien baladí, casi frívola, pero que contiene en su calidad de símbolo la gravedad de las consideraciones existenciales. En Retrato de una dama, asimismo, está uno de los más asombrosos fragmentos literarios, aquél en que la heroína, una vez comprobado que se ha equivocado al escoger marido, decide permanecer casada pese a todo. Asumo que a una mujer actual esto le podrá parecer sacado de otro planeta, por lo que se puede optar por considerarlo un símbolo de lo que podría ser la “figura en la alfombra”, esa famosa y compleja figura en un tapiz de muchos escritos de James: la certeza intempestiva, dolorosa si las hay, de que las aguas de un río nunca serán las mismas, que no hay marcha atrás ni segunda oportunidad. Pero, insisto, él había optado por ser escritor, o quizá no podía ser otra cosa, quién sabe. En su caso, pues, examinar la eventualidad de si tenemos o no derecho a otras oportunidades se refería a la experiencia del arte, vicaria de la vida. Y no deja de ser una suerte de burla benévola de la dirección del mundo que a quien canjea seriamente, son pocos los que lo hacen, la vida por el sacerdocio del arte, le sea destinada la ironía inversa: que siempre habrá una nueva oportunidad, que con el arte uno sólo se detiene definitivamente ante la muerte. Es lo que podemos ver, para comenzar, en La edad madura, un melancólico relato en el que un escritor, admirado convenientemente por todo lo que ha escrito hasta entonces, está sin embargo seguro que apenas ha comenzado, que, ahora que está enfermo y próximo a morir, es cuando recién está en condiciones de emprender una obra. Un reciente amigo que adora su obra y quiere confortarlo le insiste en que ya ha hecho bastante por la literatura, pero el agonizante quiere aún otra oportunidad. Insiste tanto en esto que al lector la situación sólo puede resultarle o chocante o cómica. Pues, ¿acaso la Literatura es una persona, a la que encima hay que dedicar nuestra vida? Revista número 25 • noviembre 2010 14 Entendido en clave irónica (cosa que no se puede hacer si se saca de contexto la frase, tal como se puede comprobar por la emotiva parrafada de ese cuento que he puesto como epígrafe en este trabajo3), el escritor de este relato resulta pues conmovedor y gracioso, como cualquier otro personaje, pese a su aparente solemnidad. 3 Motivo por el cual no discreparía conmigo mismo si me propusiera cambiarlo por este otro, también tomado de uno de sus muchos cuentos: “Decía tanto y se reservaba tanto al mismo tiempo que el único modo de referirse a la situación que exponía parecía ser tomándolo todo en broma”, para explicar el extraño arte de James. Confío en poder explicar después por qué haría esto. Decir que el arte es largo puede perder fuerza si no se aclara que, como ha señalado Cerruto en uno de sus poemas, lo es más que la vida4. La más desgarradora ironía para un artista es esa risible pero conmovedora actitud de, siempre después de terminar una obra, pensar, no sólo que se podía haberla hecho mejor, sino que ésta le había abierto los ojos a nuevas posibilidades, resultado de lo cual se decía que la próxima vez lo haría verdaderamente bien, como anhelaba. Ante lo cual sólo cabía ejercitar una sonrisa lo más simulada posible. Como Kafka, como Proust, James llevaba a veces la sutileza tan lejos que sólo él se reía de sus chistes. Según mi perspectiva, este cuento fracasa por eso (pero, ¡qué fracaso!), pues tengo la hipótesis ad hoc (esto es, para los efectos de este ensayo), quizá fácilmente desmentible, de que siempre que se ocupaba del tema de los escritores en su relación con el mundo, James tendía a recurrir al humor para quitar solemnidad al oficio de su vida. En el caso de La edad madura esto no se puede ver muy bien, pero no hay duda que en los otros llamados cuentos de escritores o de la vida literaria, como la crítica ha tenido el gusto de denominar, es mucho más claro5. Por ejemplo, en La lección del maestro. Se insiste tanto y tan pomposamente en la grandeza literaria y en la idea de la obra maestra que pone en duda nuestra capacidad comprensiva, haciéndonos preguntar si en verdad no está el autor ironizando. James nos hace querer tanto a sus dos personajes principales, el gran y viejo escritor y su sincero y joven admirador, que lamentamos, al seguir la lectura, ir descubriendo que es muy probable que el primero haya armado toda una tramoya para arrebatar al segundo una joven mujer a la que finalmente hace su esposa, pese a las diferencias de edad. Sin embargo, nunca estaremos plenamente seguros de esto, pues hay la posibilidad de que en realidad, después de todo, lo haya hecho por altruismo (para apoyar a su joven amigo a hacer la mejor literatura que podía hacer). ¡Hasta se nos invita a interpretar como un sacrificio haberle arrebatado la novia para que ésta no perjudicara su alta misión artística! Es el lector el que aquí se ve comprometido. Si ha de creer verdaderamente en la literatura, en que “cierta perfección (literaria) es posible y aun deseable” ( James, 1962:62), creerá en la amistad del maestro, si no, en su profunda corrupción moral. 5 En la literatura boliviana no ha faltado quien, apurado por los requisitos de la vida literaria, ha despachado un relato como cuento policial por la detención del personaje central a manos de un carabinero. Pero los editores mexicanos de un reciente volumen de “cuentos de escritores” de James lo han hecho peor, incluyendo cuentos como El altar de los muertos o La esquina alegre. Revista número 25 • noviembre 2010 4 “Ah pero el arte es largo, largo/la vida corta,/¿no es verdad, viejo Machado?,/ “y a nadie al final le importa”. Este fragmento pertenece al último poema que escribiera Cerruto: “La mano en el teclado (y la otra en los dientes mordida)” (Cerruto, 1976:230) 15 Universidad Católica Boliviana Este maestro tiene además una magnífica esposa que le anima a producir, le allana el camino de los grandes editores, le otorga “la imagen honorable del éxito, de la prosperidad económica y del prestigio social de la literatura”, para todo lo cual la condición suprema es que no entienda en absoluto el sentido artístico de lo que hace su marido. -- … todo lo que digo es que nuestros hijos dificultan la perfección. Nuestra mujer la dificulta. El matrimonio la dificulta. -- ¿Usted piensa entonces que el artista no debiera casarse? -- Lo hace a su riesgo y a su costa -- ¿Ni siquiera cuando su mujer simpatice con su trabajo? -- ¡Nunca lo puede, nunca lo podrá!. Las mujeres no conciben esas cosas Como he dicho, esta circunstancia es rematada por el hecho no menor de que, una vez muerta la mujer, el Maestro se consigue rápidamente otra, para colmo llena de vida y hermosa, a costa de su amigo admirador. Igual grandeza machacona es observable en La muerte del león (que tiene otra traducción, harto torpe, como La muerte del hombre célebre), por lo cual James opta por otorgar al cuento un risible escenario de confusión, porque intervienen dos escritores (¿o debo decir un escritor y una escritora?), una con seudónimo masculino y el otro con seudónimo femenino. Y nadie podrá dejar de sentir lo contemporáneo que puede resultarnos James cuando se observa que esta jocosa situación tiene motivos comerciales. Guy Walsingham es en realidad una señorita que quiere hablar con mayor libertad de la libertad, por lo cual firma como hombre, en tanto que Dora Forbes es en verdad un hombre que no puede hablar de lo mismo como hombre sin parecer no autorizado a hacerlo, por su sexo. En cualquier caso, es la muerte del gran escritor la que importa, la que le importa al joven que, a medida que transcurre el relato, pasa de ser un periodista en busca de “su nota” a cómplice de la huida del escritor hacia la muerte. Como sea, al final el pobre hombre muere, y es rápidamente sustituido por ella (elija el lector a uno de los dos escritores comerciales que lo rondaban). Revista número 25 • noviembre 2010 16 Los escritores longevos sufren este tipo de problemas pero a la larga también dejan este mundo, y finalmente se puede decir que descansen en paz de sus seguidores. Pero ¿qué hacer mientras se vive, si no le ha tocado “tomar el atajo de la posteridad”, muriéndose a tiempo?6 El entorno de los escritores de James es así, lleno de mundanidad. Y en él a menudo las amenazas distan mucho de ser las más concretas. Que alguien conocido y estimado tenga la intención de pedirnos escribir un prefacio para su 6 Se ha dicho que El lugar de nacimiento es un cuento que se ocupa indirectamente, sin nombrarlo, de Shakespeare, o mejor, de la memoria de Shakespeare en los hombres. próximo libro no tiene por qué ocasionar necesariamente raptos de angustia. Pero esto es lo que ocurre en El guante de terciopelo. Y antes de llegar a ese convencimiento tenemos que hacer un esfuerzo superlativo para entender lo que significa ser artista. El pobre escritor (pobre es un adjetivo preferido de James para aludir a sus escritores) es lo suficientemente ingenuo para pensar que ha sido objeto de un flechazo amoroso, hasta que la hermosa dama que lo está merodeando… le pide un prólogo para su nueva obra. El cuento sugiere que el escritor sueña con conocer una mujer que no haya a su vez escrito un libro, o varios, y que no le interese hacerlo7. Si algo caracteriza más o menos a estos cuentos es el esfuerzo que hacía su autor para evitar la imagen, casi inevitable, de la soberbia del artista dotado. Así en El árbol del conocimiento8, en el cual se sabe sólo muy de pasada que Peter Brench “había escrito algo, pero jamás hablaba del asunto” ( James, 1995:95); lo importante es siempre el otro, el amigo escultor, el pésimo escultor a cuyo hijo Peter está decidido a evitar que sepa eso, que lo que su padre asume orgullosamente como gran arte es una gran basura. Por lo demás, es un perdedor en toda la línea, pues debe asumir un papel de padrino del hijo de la pareja, en tanto ha decidido quedarse soltero (porque siempre ha estado enamorado, precisamente de la mujer de su amigo) por lo cual su principal tarea es ocultarle a ésta sus convicciones para no lastimar su sensibilidad. La vuelta de tuerca humorística que opera James a medida que se desarrolla el cuento (que, después de todo, ella siempre sabía que su esposo era un solemne mediocre) no agrega alivio, pues, dado que el amor va por otros caminos, ella siempre va a estar enamorada de él. 7 James nos recuerda en muchas ocasiones que la literatura es una cosa de hombres, pero no hay que olvidar, para no despertar la antipatía de las lectoras potenciales de este artículo, que en otro de sus cuentos más conocidos, La figura en la alfombra, es una mujer la que escribe. 8 Si traducimos "El árbol de la ciencia", como hace la señora o señorita María Antonia Oyuela en la edición que estoy usando, no habremos aludido al significado más importante del cuento, esto es, el conocimiento que el héroe tiene de la verdad común y corriente. 17 Revista número 25 • noviembre 2010 Denostar al escritor o artista mediocre es un género de sátira casi habitual. Hacer una escultura grandiosa, componer una música divina o escribir algo memorable, son los acicates casi inevitables en el fatuo mundo del arte. Todos quisieran escribir algo parecido a una obra maestra, y muchos, acompañados por la figura no menos curiosa del crítico, creen rápidamente que ya lo han hecho. Más raro es uno que quiera escribir mal y fracase, que no pueda sino escribir muy bien. Es la idea de La próxima vez, uno de los cuentos más divertidos de James. Por lo que se llega a saber, el personaje del cuento anterior no pretende publicar nada, le basta con su propia seguridad, y además está involucrado en otros problemas. Éste, en cambio, es un escritor profesional, y basta decir ello para suponer por añadidura que su faena gira alrededor de otro tipo de complejidades. Sus comentaristas han citado repetidamente que el disparador de ese relato fue la experiencia de James con las revistas y otras Universidad Católica Boliviana publicaciones a las que enviaba sus narraciones siempre esperadas, y que le pedían no ser tan exquisito, abrirse más a las necesidades populares. En el caso de su héroe, se pone a la tarea de escribir obras populares porque de otra manera le será muy difícil venderlas para mantener a su familia. ¡Pero no puede! Es ineluctablemente talentoso, de manera que al final todo lo que escribe va a parar al desván de la gran literatura, que casi nadie compra y pocos leen. Segunda parte Todo esto parece muy presuntuoso y, para decirlo francamente, despide nomás el mal olor de la torre de marfil y la soberbia del arte por el arte, en un mundo que tuvo que enfrentarse, unos años después, a la realidad brutal de la Primera Guerra Mundial, un mundo que estaba conociendo por primera vez que la prosperidad y el fin del hambre sólo significaban el comienzo de los problemas para los seres humanos. Artistas como Mallarmé o Rilke tuvieron sin duda que hacerse esas preguntas, pues no carecían de inteligencia, y la inteligencia, aunque no parezca, comporta sensibilidad, incluso social. Reflexionando acerca de ellos Auden ha señalado: Los peligros espirituales para los hombres de gran talento son dos. Está tentado de atribuirse el mérito de un don sin haber hecho nada para merecerlo, y concluir consecuentemente que puesto que él es un ser superior a la mayoría en la ciencia o en el arte, es un ser humano superior al que las normas religiosas o éticas no se aplican. Y está tentado a imaginar que la actividad particular para la que tiene talento es de importancia suprema... el hombre talentoso, aun más que el millonario, es el hombre rico para quien es muy difícil entrar en el Reino de los Cielos (citado en Bendix, 1975:130). James se hizo famoso justamente por sus veleidades de gran artista. Pero el acento puesto en los deberes de éste parece recordar peligrosamente una pecaminosidad innecesaria. Podríamos, pues, argumentar contra Auden señalando que el artista tiene esas tentaciones, es cierto...pero también paga algún precio. Si esto no se hace muy visible quizá es porque el escritor genial casi inevitablemente nos hace pensar que su obra ha sido realizada con cierta facilidad, o porque nosotros permanecemos en la posición de lectores absortos ante sus hazañas. Revista número 25 • noviembre 2010 18 Por ejemplo, esa soledad querida, esa verdadera splendid isolation a la que me he referido líneas arriba, escondía al mismo tiempo parte del precio pagado por el arte. Lo muestran unas palabras que de algún modo asustan. Uno entre sus devotos admiradores, afanoso a su vez de “ser escritor”, recibió esta admonición respecto a la soledad esencial e inevitable que debe arrostrar un escritor al asumir su destino literario: “Sí, es soledad. Si corre detrás de usted y lo alcanza, bien. Pero por Dios, no corra detrás de ello. Es la soledad absoluta” (cit. en Edel, 1987:704). Quizá no sea correcto alinear las preguntas espirituales junto a las que acucian el hambre o la indefensión material, pero James parece decir que, ya que a algunos les ha sido dado ver el mundo desde arriba, tienen por deber aprovechar el hecho para indagar sobre los problemas más serios. Y Auden y otros, como Hermann Broch, yerran al olvidar que llamar al redil al artista es proponer que no hay urgencia otra en el mundo que la satisfacción de las necesidades materiales, cuando siempre se recala, una vez que se ha dejado de vivir la vida cotidiana, en que la existencia siempre va a ser un enigma. De cualquier manera, el mundo había decidido que James era “El Maestro” ¿Y qué se puede hacer frente al mundo sino ponernos ligeramente de perfil, en la seguridad de que no nos ha sido dada la opción de darle la espalda? Entre nosotros, latinoamericanos, le ocurrió lo mismo a Borges. Si en la vida pública de cualquiera ya ha avanzado uno algo cuando ha aprendido que debe resignarse al malentendido, cómo no lo será en la de alguien como James, que, a esas alturas de su vida, ya había alcanzado la condición de gloria literaria en una de las más antiguas y prestigiosas literaturas9. Porque la fatuidad es estúpida, tendemos, es comprensible, a considerar que un autor admirado no puede tomar esto sino como una necesidad ineluctable del mundo10. Como se sabe, James tuvo una vida social intensa, en calidad de advenedizo querido en el mundo aristocrático inglés, un mundo que apenas puedo entrever a través del sentido que el novelista se encargó precisamente de publicitar como el mejor para hacer más tolerable la vida: el de la imaginación. Por eso debe llamar la atención por fundamental, en cuanto a lo que estoy comentando, el cuento La vida privada, pues allí el escritor está más que nunca en un medio social, es el tipo de escritor más social, el que escribe no para ser leído en soledad, sino para ser escuchado y representado en público: el dramaturgo11. Ciertamente lo social está reducido a un epítome, lo cual no inhibe de percibir el acento con el cual James nos avisa sobre su carácter absorbente: … gozábamos de la presencia de gente muy selecta: Lord y Layd Mellifont, Clare Vawdrey, la mayor gloria (en opinión de muchos) de nuestra literatura, y Blanche Adney, la mayor gloria (en opinión de todos) de nuestro teatro. Si los menciono en primer lugar es porque eran, ni más ni menos, la gente que en Londres y en ese momento, todo el mundo asediaba ( James, 1975:11) 10 Las ideas de H. G. Wells podían ser lo rumbosas que se quiera, pero no hay duda que la palabra imaginación en su cabeza era muy diferente, harto más pobre (bien que el tema de la pobreza, pero esta vez material, está mucho más cerca de nosotros que la ociosidad aristocrática de James, pero ese es el privilegio precisamente de la literatura y el arte, pasar por alto las diferencias sociales). Y basta leer algo de Stevenson y un poco más de Conrad para elucubrar que ellos y James eran discretamente conscientes de la superioridad artística de éste. Esto para nada más tomar en cuenta a algunos de sus contemporáneos visibles en la escena literaria de su época y a quienes James frecuentó física o epistolarmente. 11 Más aun si recordamos que James incursionó en la escritura de obras de teatro (y fracasó). Revista número 25 • noviembre 2010 9 El horrible y tonto opúsculo que le dedica Javier Marías en su libro Vidas escritas es una prueba de ello. “Nada de literatura, todo sobre lo ridícula persona que era James”, parece ser la consigna adoptada por Marías (Marías, 2007: 69-73). 19 Universidad Católica Boliviana Pues bien, nos enteramos luego que ese Clare Vawdrey es una suerte de monstruo doble, alguien que tiene dos entidades físicas, una para atender a los amigos, y otra que permanece aislada en su cuarto, escribiendo12. En cuanto a las razones de este fantaseo, James se pone incómodo para decirlo, como siempre, pero no se reprime: Un rayo colaboró para iluminar duramente la verdad, que había intuido durante años, a la que concedían fundamento los dos últimos días: la certeza irritante de que para las relaciones personales, este genio admirable pensaba que su segunda personalidad bastaba… El mundo es estúpido y vulgar, y no tenía por qué cometer la torpeza de enfrentarlo si podía disponer de un delegado para la reuniones ( James, 1975:48). Si algo pueden enseñar estos cuentos de la vida literaria de James, y tendrían que hacerlo, dada la forma en que asumió su destino de escritor, creo yo, es que la comunicación viva es vana. No podemos obtener una imagen adecuada de la realidad de los otros cuando los tenemos al frente hablando. No voy a recaer en el aspecto terrorífico de esta condición, aludiendo al abismo de soledad al que condena a todo ser humano, sino a su otra posibilidad: la literatura como una forma menos infeliz de comunicación, tanto para el lector como para el escritor13; lo cierto es que en el cuento de James el asunto es tan radical que los asombrados descubridores de su doble personalidad llegan a sostener que cuando el hombre público leía sus textos estaba leyendo a otro autor. Conclusión Parece injusto señalar que la mejor literatura no es atendida adecuadamente, prueba de lo cual es precisamente que tengamos a mano a James para leerlo, pero no es menos verificable que en realidad fue, como tantos otros, un escritor póstumo. Algunos llevan el festejo de la literatura jamesiana tan lejos como las palabras de Graham Greene, quien glorificó la “posición” de James en la historia de la literatura, al ponerlo al lado de Shakespeare “solitario en la historia de la novela como Shakespeare lo es en la historia de la poesía” (Greene, 1973:36)14. Revista número 25 • noviembre 2010 20 Pero por grande que sea la obra de un escritor, está condenada a desaparecer, como dijo Proust. Sin embargo, ni éste ni James previeron la eventualidad de la desaparición de la literatura como tal. Éste llegó a su plena madurez artística en los años en que se inventaba el cine. De ahí al hecho de que yo termine de escribir este fragmento y luego encienda el televisor, hay sólo un matiz, grande pero matiz al fin. Quiero decir con esta innecesaria circunvolución que siempre 12 Compensado por otro, un Lord inglés que sólo tiene vida social, que no existe cuando está solo. Agrego esto para no sentirme culpable de simplificar demasiado los argumentos de James. 13 Por eso no puedo entender por qué a Kafka le gustaba tanto leer en público y en voz alta. 14 Por mi parte, yo suscribiría este aserto, si no fuera que temo no haber leído lo suficiente a Shakespeare. que levantamos la vista de una lectura y nos topamos con el entorno electrónico en el que se vive actualmente, tenemos la sensación, aun sin haber vivido la época correspondiente, de que la literatura ya no es lo que seguramente fue en algún momento. Hasta no hace mucho no dudaba de ella, pero he comenzado a hacerlo, pensando que se trata de una falsa sensación. De Balzac dice Proust que salía de sus afanes literarios como de los efectos del cloroformo: poco a poco, hasta volver a departir animadamente con sus contertulios sobre dinero y política. James cuenta por su parte que al principio le molestaba la irrupción (muy beneficiosa, por otra parte, para su secretaria) de la máquina de escribir, invento reciente, pero que al cabo llegó a acostumbrarse tanto a ella, que su ruido llegó a formar parte de la ceremonia de dictar sus novelas y cuentos, que antes había construido a mano y por sí mismo. Pero, ¿por qué persiste, pese a cuanto argumentemos, la idea de que en el mundo de la velocidad y las imágenes instantáneas, del texto en la pantalla, hay algo diferente en juego? “Hasta que el mundo sea un áspero desierto, el espejo continuará reflejando imágenes. Lo que nos concierne, por lo tanto, de modo perentorio, es velar porque esas imágenes conserven su vividez y riqueza” (cit. en Gardini, 1975:10), dijo Henry James. Pues bien, el mundo dista de parecerse a un desierto misterioso, más bien brilla con luces y está atiborrado de información y gente. Pero quizá no estaba pensando en las imágenes de la misma manera que nosotros. Por lo menos en ese aspecto el envidioso Wells lo superó ampliamente. Pues si atendemos a sus previsiones del futuro, nos puede resultar instructivo observar que incluso el lenguaje pueda dejar de prevalecer en lo que aún se llame civilización. Entretanto, nosotros nos hemos habituado ya tanto a recibir las imágenes, no a construirlas en la mente, que es comprensible que ya desde hace décadas se haya discutido tanto sobre la curiosa aseveración de que la novela como tal había muerto. 21 Revista número 25 • noviembre 2010 Yo pienso que si no ha muerto, ha salido del siglo XX bastante malograda, esto es, sin una de sus extremidades más interesantes: la extensión, la duración, la cantidad, pero ésta incrementada al punto de convertirse en cualidad. Si la gran literatura permanece ahí, en los estantes o en las mentes de los lectores, ha sido eclipsada por algo que parece literatura. Quiero decir que, colocadas ante los cuentos y microcuentos que se imponen en la actualidad, las novelas y los relatos de James parecen ilegibles, pues exigen siempre un extremo aislamiento y concentración. “El que ha leído a Henry James a toda velocidad, jamás ha sacado mucho de él; probablemente el que ha aportado mucho a su lectura, siempre ha sacado de ella mucho más” (Sampson, 1967:6), dice uno de sus lectores. Se dice de algunos grandes escritores que son ellos solos toda una literatura. Pues bien, me parece que una manera de poder disfrutar verdaderamente de James en las actuales circunstancias es considerarlo el único escritor existente. Así leerlo daría para toda la vida. Universidad Católica Boliviana Referencias bibliográficas 1. Bendix, Reinhard. 1975. La razón fortificada. México: FCE 2. Blöcker, Günter. 1969. Líneas y perfiles de la literatura moderna. Madrid: Guadarrama. 3. Cerruto, Oscar. 1976. Cántico traspasado. Obra poética. La Paz: Editores Biblioteca del Sesquicentenario de la República. 4. Cortazar, Julio. 2006. Cuentos inolvidables. Buenos Aires: Alfaguara. 5. Edel, León. 1987. Vida de Henry James. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano. Colección temas. Traducción Antonio Bonnano. 6. Faulkner William. 1951. Gambito de caballo y otros relatos. Buenos Aires: Emecé Editores. 7. Gardini, Carlos. 1975. Prólogo a Henry James (1975). 8. Greene, Graham. 1973. Ensayos. Buenos Aires: Sur. Tr. Edgar Cozarinsky. 9. James, Henry. (1886). 2007. Las bostonianas. Barcelona: Ediciones de bolsillo, Tr. Sergio Pitol 10. ------------- (1880). 1997. Retrato de una dama. Barcelona: Ediciones Grupo Zeta. Tr. Noemí Sánchez. 11. ------------- 1962. La lección del maestro y otros relatos. Buenos Aires: Los libros del mirasol. Tr. José Bianco. 12. ------------- 1975. La vida privada y otros relatos. Ediciones Librerías Fausto. Buenos Aires. Tr. Carlos Gardini. 13. ------------- 2000. La pátina del tiempo y otros relatos. Madrid. Ediciones Valdemar. Tr. Fernando Jadraque. 14. ------------- 1995. El altar de los muertos y otros cuentos de escritores. México: Ediciones Coyoacán. Colección Reino imaginario. Tr. María Antonia Oyuela 15. ------------- 1995. La lección del maestro y otros cuentos de escritores. México: Ediciones Coyoacán. Colección Reino imaginario. Tr. María Antonia Oyuela 16. Lezama Lima, José. 1976. Paradiso. Buenos Aires: Ediciones de la flor. 17. Marías, Javier. 2007. Vidas escritas. Barcelona: Ediciones de Bolsillo. 18. Sampson, Martín. 1967. Prólogo a Henry James. 1967. Los embajadores. Colombia: Editorial Albon. Revista número 25 • noviembre 2010 22 Wislawa Szymborska Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 25 - 34 La alegría irreverente de escribir: poemas de Wislawa Szymborska The irreverent happiness of writing: Wislawa Szymborska poems Mónica Velásquez Guzmán* Resumen: En este ensayo se recorren las líneas de un pensamiento poético que revela el horror del mundo y de las palabras, a tiempo que se ríe de ellas con implacable lucidez. Frente al mundo de los autoritarismos, desapariciones y muerte, esta poesía ofrece la única resistencia posible: la de su palabra a medio decir y a medio callar. Palabras clave: Poesía polaca, autoritarismo, resistencia, silencio, ironía. 25 Abstract: Keywords: Polish poetry, resistence, silence, irony. * Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 This essay browses over the lines of Wislawa Szymborska poetic thought, which unveils the horror of the world and of words, but at the same time is able to laugh at this horror with relentless clearness. Facing an authoritative world where death and persons vanishing are daily facts, this poetry offers the only possible resistance: that of a half saying, half concealing word. Universidad Católica Boliviana Nadie en mi familia murió de amor. (Morían a balazos, mas por otros motivos, en el frente, en un catre bien tosco) Wislawa Szymborska Si algo se puede agradecer a los Premios Nóbel es la difusión y la traducción de obras que, de otro modo, eran inaccesibles para los lectores en otros idiomas. En 1996, dicha distinción reconoció el valor de la obra poética de Wislawa Szymborska, poeta polaca poseedora de una de las voces más valientes y originales de la poesía universal contemporánea. Afrontar la escritura como un desafío frente a la historia y a la palabra, y hacerlo sin solemnidades ni heroísmos, es el aspecto que me interesa acompañar en esta poesía. Para su generación, “llenar el vacío que habían dejado los sistemas filosóficos era un reto, y el reto fue aceptado” de formas variadas en las que se debió renunciar a algunos aspectos propios de la tradición a la que pertenecía el o la escritor-a. Así, por ejemplo, “la forma poética debía ajustarse a las exigencias del contenido. Se suprimió el exceso de metáforas, se sacrificó en parte la musicalidad del verso, que “(…) adquiere un tono jocoso, como si el autor nos hiciera un guiño”. (Slawomirski v) Interesante la particularidad de una poesía que, recogiendo esta demanda contextual que apela a una posición política desde la estética, no descuida la mirada a su materia, al lenguaje como única arma para contestar. El desafío fue acogido por esta poeta desde un lenguaje desprovisto de muchos de sus aspectos líricos, pero pleno de una limpieza y sencillez que mantienen una densidad como palabra y como respuesta al mundo que la sostiene. Por ello en esta pluma abundan la ironía, la irreverencia, el humor negro y la oscilación entre la duda y la reafirmación a las im-posibilidades de la palabra. Si en las calles de la época la lucha por la humanidad desafiaba los atropellos del poder; en la página se evidencian, se revelan y exacerban otras luchas no menores. El poema “Museo” ilustra tanto el vacío de las sociedades como el silencio en sus ritos: 26 Revista número 25 • noviembre 2010 Hay platos, pero no apetito. Hay anillos, pero no amor correspondido, Desde hace al menos tres siglos. Hay un abanico, pero ¿qué fue del arrebol? Hay espadas, pero ¿qué fue de la ira? Y el laúd no suena entre dos luces. […] La corona duró más que la cabeza. La mano perdió contra el guante. El zapato derecho venció sobre el pie. ¿Qué decir de mí? De morirme, ni hablar. Contra mi traje lucho en incruenta contienda. ¡Qué aguante tiene la prenda! ¡Qué tenaz afán de durar más que yo! Si las formas han subsistido pero despojadas de lo que fuera su esencia, su razón de ser, la batalla es constante, pues en perfecta metonimia se desplaza ese “afán de durar más” que desde los objetos y las prendas no consiguen fortalecer u obedecer al cuerpo. Por el contrario, éste es vencido en el pie pisoteado. Sin embargo, en el fondo del despojo algo sobrevive renunciando a su ausencia de manera por demás irónica. Ahora, ese desafiante “de morirme, ni hablar” guarda una ambigüedad nada casual en el contexto del poema, pues la expresión coloquial “ni hablar” es una negación pero también un silencio, un no pasar por las palabras para decir algo de sí misma. De manera complementaria, el poema “Acaso” pone en escena la arbitrariedad del destino de cualquier sobreviviente; esa mezcla de vergüenza y orgullo de quien vivió en lugar de otro sin que ninguna razón alcance a explicar ese desenlace, es descrita con un verso desprovisto de adornos y fuertemente interrumpido por una serie de frases telegráficas como la forma de la resistencia, de los vanos intentos de explicación: Pudo haber sucedido. Debió suceder. Sucedió antes. Después. Más cerca. Más lejos. Pero no a ti. Te salvaste por ser el primero. Te salvaste por ser el último. Por estar solo. Con gente. A la izquierda. A la derecha. Porque llovía. Porque había sombra. Porque lucía un sol esplendoroso. A causa de, puesto que, sin embargo, pese a. A saber qué hubiera ocurrido si la mano, si el pie Por un pelo, a un paso De una coincidencia. ¿Estás pues aquí? ¿Salido de un instante aún entreabierto? 27 Revista número 25 • noviembre 2010 Por suerte había un bosque. Por suerte no había árboles. Por suerte, un raíl, un gancho, una viga, un freno, una repisa, una curva, un milímetro, un segundo. Por suerte había a mano un clavo ardiendo. Universidad Católica Boliviana ¿La red sólo tenía una malla, y tú a través de la malla? No logro salir de mi asombro ni articular palabra. Escucha En mí late, desbocado, tu corazón. Ante la arbitrariedad del autoritario poder, la voz del poema no logra salir del asombro y decir. Sus balbuceos son conectores de causa o de oposición pero quedan sin completar. Se parte del “no sé” como punto de partida y de llegada que renuncian a la opción de dar cuenta de lo sucedido, pero no debido a optar por la indiferencia, sino más bien al elegir la incertidumbre como el lugar de la resistencia permanente desde el lenguaje. Paralelamente, la carrera del otro, de la otra escapando “por un pelo” o cayendo por esa misma distancia en la muerte late en la voz poética, desbocadamente (agitado pero también fuera de la boca como más allá del beso o de la palabra como puentes entre dos personas). La intemperie a la que queda expuesto el sobreviviente es la misma que la que enfrenta la palabra en su lucha por recoger en breves y entrecortadas maneras algo de ese fugitivo y cruel “azar” con que el poder niega sus razones. Revista número 25 • noviembre 2010 Y es que si se abraza al que escapó sin que nunca se sepa por qué logró hacerlo, eso no borra –si acaso sólo entretiene– la culpa del testigo, del salvado, del que está fuera de la experiencia sin saber cómo nombrarla. Escarmenar en el lenguaje buscando palabras para lo inefable, distraerse del resto de hechos en el mundo mientras el ojo clava la mirada en la falta, son actitudes por las que la voz se excusa: “Pido perdón al azar por llamarlo necesidad/ Pido perdón a la necesidad por si me equivoco”… “Pido perdón al tiempo por la multiplicidad del mundo desapercibida por segundo”. La culpa crece cuando no es sólo lenguaje o tiempo, si no capacidad de continuar la vida: “Pido perdón a quienes claman desde el abismo por mis discos de minué”… “Pido perdón a las grandes preguntas por las nimias respuestas”. Y cuando ya todo parece cercado por esa culpa, la palabra perdón se vuelve contra sí misma en el mismo gesto conciente de su palabra como logro y como imposibilidad a la vez: “No te ofendas conmigo, lenguaje, por tomar en préstamo palabras patéticas/ y esforzarme luego para que parezcan ligeras” (De “Bajo un lucero”). Me interesa destacar los niveles que hay en esta disculpa; pues si por una parte se pide disculpas por el mundo que se ha tornado ilegible, por otro la vida privada se erige como el único lugar donde replegarse y vivir. Aun así, la tensión es descrita desde el terreno del lenguaje, donde las palabras son ajenas y quedan como “patéticas” ante las tragedias que se atreve a retratar, y, peor aun, quedan torpes en ese intento de aligerar un peso irremediable. Esta impronta de la vergüenza y la disculpa ha sido estudiada por Agamben (2005) en el contexto del Holocausto, pero sus palabras son igualmente iluminadoras para los contextos de todos los genocidios y abusos del siglo pasado. Frente a la degradación absoluta y permanente, ¿qué hacer para evitar el “naufragio de la dignidad”, qué hacer para aceptar la voluntad y las palabras como insuficientes para detener o revertir la violencia, la culpa de otro que nunca se excusará por lo hecho…? Estas preguntas planteadas por Agamben hallan parcial respuesta en el hecho de escribir sin mitificar lo sucedido, es decir, sin hacer de lo acontecido un horror inefable y con ello disculpar la responsabilidad tanto ética como jurídica de quienes cometieron estos delitos. La escritura poética de Szymborska responde desde ese intento de responsabilizarse, de dignificar la historia desde la cotidianidad del horror y lo hace desde el perdón suplicando por un lenguaje que se sabe insuficiente para revertir o saldar cuentas, pero irrenunciable como responsabilidad ética y estética para con su historia. Un poema ejemplar como respuesta a contextos históricos apremiantes que exigen una palabra ética y una escritura tejida a contrapelo de sí misma es el poema dedicado a la historia del cuerpo humano bajo las “Torturas”: Nada ha cambiado. El cuerpo es doloroso, Necesita comer, respirar y dormir, Tiene piel fina y, debajo, sangre, Tiene buenas reservas de dientes y de uñas, Huesos quebradizos, articulaciones dúctiles. Para las torturas todo se tiene en cuenta. Nada ha cambiado. El cuerpo tiembla como temblaba Antes y después de la fundación de Roma, En el siglo veinte antes y después de Cristo, Las torturas son como fueron, aunque la tierra ha menguado Y diríase que todo sucede a la vuelta de la esquina. Nada ha cambiado. Quizá los modales, las ceremonias y las danzas Pero el gesto de un brazo protegiendo una cabeza Sigue siendo el mismo. 29 Revista número 25 • noviembre 2010 Nada ha cambiado. Salvo el número de habitantes por metro cuadrado, A las viejas culpas se suman las nuevas, Reales, imputadas, momentáneas y nulas, Pero el grito del cuerpo que las avala Era, es y será un grito de inocencia Según el baremo y escalas regulares. Universidad Católica Boliviana El cuerpo se retuerce, forcejea para liberarse, Cae postrado, dobla las rodillas, Lividece, se hincha, babea y sangra. Nada ha cambiado. Salvo el curso de los ríos La línea de los bosques, costas, desiertos y glaciares. Por esos parajes el alma yerra Desaparece, vuelve, se acerca y se aleja, Ajena a sí misma e inasequible, Ora segura, ora insegura de su existencia, Mientras el cuerpo es, es y sigue siendo, Y no tiene dónde cobijarse. En este poema se oponen claramente dos persistencias en la historia de la humanidad: de un lado, la capacidad del ser humano para alterar su espacio vital torciendo ríos o borrando costas, talando bosques o delimitando eras antes y después de los hitos; y, por otro, su permanencia de fragilidad y de vulnerabilidad frente al poder ejercido sobre su cuerpo. El grito de inocencia del cuerpo no es oído por siglos de abuso, masacre y matanza. El cuerpo “no tiene dónde cobijarse” porque ni el lenguaje ni la cultura con todas sus religiones, políticas y sofisticaciones ha logrado darle atención y protección. No importa cuán lejos hayamos ido, el cuerpo sigue siendo todo él un talón esperando la forma de su muerte. Pero, además, Szymborska se niega a vestir, ocultar o sedar ese cuerpo y nos lo presenta así de desnudo, de vulnerablemente, obscenamente expuesto ante nuestros ojos tan impotentes como voyeristas. Y algo más, al presentar así el cuerpo en cada una de sus aperturas y sus inútiles defensas, en cada uno de sus gritos o sus gemidos, se nos aparta de la familiaridad con que nos atrevemos a mirar los cuerpos forzados, mutilados, muertos o desaparecidos. Y si a esta altura de los hechos creíamos estar ante la impotencia vital y verbal de oponernos al horror, la voz poética no nos deja sitio a la autocompasión o la renuncia y reconoce valientemente que: Revista número 25 • noviembre 2010 30 La realidad exige Que también se diga: La vida sigue. Sigue en Cannas y en Borodino Y en Kosovo Pole y en Guernica. […] En los desfiladeros trágicos El viento se lleva los sombreros Y, no podemos evitarlo, Nos produce una risa loca. Cabe preguntarse qué es esta exigencia de lo real apelando a lo simbólico, qué es ese viento llevándose nuestras protecciones y produciendo nada más que “una risa loca”… Las respuestas están en la paradoja que esta poesía parece situar como lugar de enunciación: la vida sigue. Esta frase odiosa en los momentos de pena y de rabia, se hace oracular e ilumina la persistencia de la vida, de la risa excedente de la lógica, de la manera en que se puede exorcizar los poderes del viento, de la muerte y del horror con los que la humanidad ha oscurecido veinte siglos. Ahora bien, no creo que dicha risa sea olvido, distracción, frivolidad o ni siquiera defensa ante algo intolerable. Más bien apuntaría a esos momentos de gran dolor, cuando en lugar de llanto reímos, como si en la paradoja de la reacción pudiera resolverse la tensión de la pérdida y el no-lugar que deja la muerte. Poder seguir con la vida es posible porque somos concientes de los vientos que nos derrumban o que nos roban el sombrero; y es posible porque uno se hace cargo de ello y vuelve a poner vida, desde el lenguaje y desde la risa, en Kosovo, en Cannas, en Borodino, en Guernica, en Irak, en Afganistán. Esa misma sonora risa hace de la escritura un ejercicio de irreverencia, de desacato y de sobrevivencia que, si bien se atreve y soporta el peso de su historia, también consigue hacerlo evadiendo los riesgos de la tragedia y los heroísmos. Por ello mismo, la voz se encarga de registrar lo que exige la vida del lado vital y del lado mortal: Escríbelo. Escribe. Con tinta normal en papel normal: no les dieron de comer […] Cantaban con tierra en la boca. Un bello canto que habla de cómo la guerra llega directamente al corazón. Escribe qué silencio hay aquí. Sí. Antes de seguir hablando del lenguaje en la obra de esta poeta, vale la pena detenerse brevemente en su concepción amorosa. El amor es visto acá con suficiente humor e irreverencia como para aterrizarlo en la más pura cotidianidad, alejado de mitos, idealizaciones o melodramas. Valga recordar los versos que 31 Revista número 25 • noviembre 2010 Seductoramente, la orden o exigencia se vale de materiales “normales” para dar lugar a lo que nunca tendrá uno. Escribir el hambre, la tierra en las bocas de aquellos ya sin palabra es el silencio escrito, nombrado por el poema. Y no se debe olvidar que ese nombrar el silencio de los muertos es hacerlos presentes, devolverles en alguna pobre medida la humanidad que se les quitó en las fosas comunes o los trabajos forzados donde descobijaron sus cuerpos. Finalmente, lo posible en la escritura ante el horror o rodeada de él es, como afirma Todorov, dar lugar en el lenguaje a lo que ha perdido sitio en la historia, en la política. Volveremos a ello en la reflexión final. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 32 figuran en el epígrafe para darse cuenta de la dimensión amorosa tensamente real que habita esta escritura. Y es que el amor, como la mirada a la historia y la mirada crítica a la escritura, no está hecho de remiendos que escondan las fisuras, los desencuentros y los dolores de toda realidad humana. Como ellos, tampoco el amor permite la inmovilidad o la autocompasión que se regodea en los dolores. Salta este terrenal amor por las ventanas para morir de balas o de cotidianidades compartidas, reales presencias del otro y del mundo. “La alegría de escribir” es entonces definitivamente el establecimiento de una lógica paralela que obedece otras leyes, derrotando a la muerte y al poder en fugas y risas profundamente vitales, deseantes: ¿A dónde va la corza escrita por el bosque escrito? ¿A tomar agua escrita que refleje su hocico puntualmente? ¿Por qué alza la cabeza? ¿Escucha algo? Se apoya en cuatro patas que la verdad le presta. Mueve bajo mis dedos una oreja. Silencio, esa palabra, susurra en el papel como las otras y remueve ramas por las palabras del bosque cansadas. En la hoja blanca de papel acechan letras que pueden componerse mal, frases que pueden ser un cerco y no habrá salvación. En la gota de tinta un regimiento de cazadores enfocan la mira listos para correr pluma empinada abajo, cercar la corza y preparar el tiro. Olvidan que esto no existe Otras leyes gobiernan el blanco sobre negro parpadeará el ojo el tiempo que yo quiera y podré dividirlo en pequeñas eternidades llenas de balas quietas en el aire. Por siempre, si lo ordeno; nada pasará aquí. Ni una hoja caerá si no lo quiero ni las pezuñas hollarán la hierba ¿Existe pues un mundo sobre el cual soy un destino independiente? ¿Ese tiempo al que une la cadena de signos, existe bajo mis órdenes constantes? La alegría de escribir. La posibilidad de eternizar. La venganza de una mano mortal. Este poema estructurado bajo la alegoría de la caza no es nada casual; hay en el acecho de los cazadores un deseo de muerte gratuita que funciona sólo para satisfacer una competencia, para lucir como trofeo el cadáver del frágil, de la presa. Ante ese atento vigilar, la presa es salvada por el lenguaje y sus leyes. Así puede eternizarse el instante petrificando las balas disparadas o aligerando la huída del ciervo. Esa certeza, sin embargo, es formulada en forma de preguntas, lo que vuelve a tambalear el poder del lenguaje de subvertir realmente los poderes de la muerte. Esta “posibilidad de eternizar” con que efectivamente el lenguaje guarda personas u objetos a pesar o más allá de su desaparición es presentada como una celebración, una felicidad, una irreverencia desde la mortalidad de quien escribe contra la ausencia. Estamos ante una noción de escritura y de una implacable ironía que la cuestiona permanentemente mientras no deja de afirmarla. Se trata de una posibilidad efímera pero plena y la marca más visible es el instante en que sucede: El instante podría definirse también como el momento en que el poema es dado a luz a través de las palabras; un momento que no es simplemente el de la transición entre un antes y un después, sino el de un iluminarse de la conciencia a través de la escritura” (Cano Gaviria, 3). Se trata de ese lapso del tiempo que parece beberse todos los tiempos, el presente del amor, de la palabra y de la vida, fugándose de la muerte para robarle transcurso a lo mortal y robar al mundo referente su privilegio de única realidad. Entre los poemas de Szymborska, podemos relacionar ese instante con otro: “no existe vida/ que, aun por un instante,/ no sea inmortal.// La muerte/ siempre llega con ese instante de retraso”. La escritura irónica de esta poeta polaca nos hace visible la construcción de otro lugar en el lenguaje desde donde se intenta hacer legible la realidad del horror y de la muerte. Hacerlo implica un reto doble: cómo evitar la trivialidad, la excesiva familiaridad con estos hechos históricos que en lugar de devolverles alguna dignidad los convierte en una cínica familiaridad, y cómo hallar palabras que sustenten ese deber. Si el lenguaje hace visible y presente lo que nombra, 33 lo nombrado se torna disponible, frecuentable, circulante. Acuñado por palabras, lo nombrado adquiere el cuerpo ingrávido de una forma del uso común. Llega a ser, por ejemplo, ‘tema’ y en eso ‘tema familiar’ o recurrente” (Rojas, 2000:180). presentimos la exigencia del texto de la catástrofe. Pero esto significa también la catástrofe del texto mismo. Necesidad del texto que narra o exhibe su propia imposibilidad de cerrarse” (Rojas, 2000: 181). Revista número 25 • noviembre 2010 Por eso, entre otras explicaciones, hallamos una escritura que, valiéndose de la ironía y de un registro desnudo de retóricas, presenta el drama en su doble dimensión, es decir, como hecho de mundo casi irrepresentable y como palabra insuficiente. En este caso, como en algunas otras escrituras, Universidad Católica Boliviana Lo interesante en este caso es que esa imposibilidad es presentada como tensión, como esa “risa loca” que es a un tiempo impotencia y rebeldía. No es un texto que se vuelque sobre su propio decir en olvido del mundo que lo sustenta, sino más bien de una escritura que evidencia las fisuras tanto de su decir como de su referente en crisis. Por ello leemos poemas despojados de emoción, de marcas enunciativas, de emociones apelantes de identificación y tenemos entre manos una impiadosa mirada que habita la im-posibilidad de mantener el ojo en el miedo, en la acechanza de lo real cuando rebasa toda comprensión dejándonos sin palabras. Evidencia, de este modo, la ausencia en un discurso ya iniciado por otro soberano de la palabra. Interrupción de la lógica predominante del discurso, sea ésta la de la represión o de la reparación” (Rojas, 2000: 182). Las dificultades de significar el pasado desde hoy, de verlo como fue en su dureza y en su error, exhiben un doloroso más allá del lenguaje y del entendimiento al que debe resignarse todo testigo, todo sobreviviente, todo escritor. Y aun así, ningún desasosiego, por el contrario la risa loca que mira, sin bajar los ojos ni llorar ni explicar, mira de frente el viento que arrastra los sombreros de tantas esperanzas, ilusiones y vidas perdidas. Al reírse, la mirada del testigo dignifica lo mirado, le devuelve su nombre, su identidad y aun en las fosas comunes, simbólica y piadosamente, le cierra los ojos al pasado. Referencias bibliográficas Revista número 25 • noviembre 2010 34 1. Agamben, Lo que queda de Auschwitz, Pretextos, Valencia, 2005. 2. Rojas, Sergio “Cuerpo, lenguaje y desaparición”, en Nelly Richards (editora), Políticas y estéticas de la memoria, Cuarto Propio, Santiago, 2000. 3. Slawomirski, Jerzy, “Prólogo” a Paisaje con grano de arena. Barcelona: Lumen 1997. 4. Szymborska, Wislawa, Paisaje con grano de arena, Lumen, Barcelona, 1997. 5. Todorov. Tzvetan, Los abusos de la memoria, Paidós, Barcelona, 2000. Vasili Grossman Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 37 - 71 Vasili Grossman (1905-1964) y su novela Todo fluye Vasili Grossman (1905-1964) and his novel Forever Flowing Hans van den Berg* Resumen: El autor examina la vida y obra del escritor ucraniano-judío Vasili Grossman, uno de los escritores de la era soviética más importantes, pero no suficientemente leído ni estudiado debido a la represión y persecución que sufriera en vida durante el régimen de Stalin. La segunda parte del trabajo se concentra específicamente en el análisis de la novela Todo fluye, y finalmente el autor concluye reflexionando sobre el sentido general de la obra de Grossman en relación a la libertad y otros valores humanos y su trágico destino en la historia de Rusia. Palabras clave: Vasili Grossman, Libertad, totalitarismo soviético, hitlerismo. Abstract: Keywords: Vasili Grossman, Freedom, soviet totalitarianism, hitlerianism. * Universidad Católica Boliviana "San Pablo". [email protected] 37 Revista número 25 • noviembre 2010 The author goes over the life and works of Ukrainian-Jew writer Vasili Grossman, one of the most important writers of the soviet domination period, nevertheless not known or studied sufficiently due to the Stalin regime repression and persecution he suffered during his live. The second part of the paper analyzes his novel Forever Flowing, and ends up evaluating the general meaning of Grossman’s works concerning freedom and other human values related to his tragic doom in Russia’s history. Universidad Católica Boliviana 1. Introducción Fascinante y al mismo tiempo impactante es la historia de la suerte de los manuscritos de muchas obras literarias que fueron producidas durante la era de la Unión Soviética. Lo primero, porque esta historia ha tenido con frecuencia características verdaderamente policíacas y detectivescas. Lo segundo, porque esta historia nos revela mucho acerca de las tragedias personales de los autores. Muchas obras fueron confiscadas y depositadas en los archivos de la tristemente famosa cárcel Lubianka, en Moscú, y fueron conocidas recién después de la desintegración de la mencionada Unión. Otras llegaron por vías clandestinas y secretas a Occidente y fueron publicadas allá antes de ser editadas en su país de origen, algunas ya durante la vida de sus autores, como en el caso de Dr. Zivago, de Boris Pasternak, y Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, otras después de la muerte de su autor, como en el caso que presentaremos en este estudio (Chentalinski, 1994 y Shentalinski, 2006). Hace cuarenta años, seis años después de su fallecimiento, llegó a Alemania una primera versión, bastante reducida, de la obra Todo fluye del autor judío ucraniano Vasili Grossman, la última novela que escribió en su vida (Grossman, 2010b). Fue editada en el original ruso por la editorial Posev, en Fráncfort del Meno. Dos años después aparecieron ya traducciones al alemán y al inglés. Pasaron, sin embargo, veintiocho años para que se llegase a conocer la versión completa de la obra. Poco antes de su muerte, Grossman había confiado esa versión integral de su obra a Ekatarina Vasilevna Zabolotskaya, viuda del poeta Nikolai Zabolotski (1903-1958). Ella guardó cuidadosamente la obra y la entregó en marzo de 1992 a John Garrard, catedrático de la Universidad de Arizona. Garrard publicó la obra y la tradujo también al inglés (ver también Garrard, 1994). Empezó a investigar la vida de Grossman, junto con su esposa Carol, y publicó en 1996 en Nueva York una extensa biografía del autor (Garrard-Garrard, 1996). Dos años antes ya se había publicado en Oxford una primera biografía de Grossman (Ellis, 1994). Revista número 25 • noviembre 2010 38 En 1980, diez años después de la aparición en Occidente de Todo fluye, se conoció en Suiza la obra magna de Vasili Grossman: Vida y destino (Grossman, 2007b), en la que había trabajado durante diez años, de 1950 a 1960, y que tiene como tema principal la historia del cerco que los alemanes pusieron en la Segunda Guerra Mundial a la ciudad de Stalingrado. Grossman entregó una copia de esta obra a dos de sus amigos íntimos, Semen Izraelevich Lipkin y Viaceslav Ivanovic Loboda. Lipkin encargó a Vladimir Voinovic y a Andrei Sajarov y su esposa, Elena Bonner, hacer microfilms del manuscrito. A finales de los años setenta del siglo pasado, la austríaca Rosemarie Zigler, especialista en literatura eslava, logró hacer pasar estos filmes al filólogo Efim Etkind, un ruso emigrado, y éste, junto con un colega ruso, Simon Markish, reconstruyó la obra de Grossman a base de estos filmes, los mismos que lastimosamente tuvieron considerables deficiencias. La obra fue editada en Lausanne, Suiza, por la editorial L’Age d’Homme, en 1980. Pronto se hicieron traducciones a otros idiomas. En Rusia la versión de Lausanne de Vida y destino fue reeditada en 1988, primero en la revista Oktjabr y después como libro en la editorial Knishnaya Palata. A finales de los años ochenta la otra copia fue entregada a los herederos de Vasili Grossman por Vera Ivanovna Lobanova, la viuda de Viaceslav Ivanovic Loboda, y a base de este original se pudo editar en Moscú, en 1990, la obra completa. 2. La vida de Vasili Grossman Vasili Grossman nació el 12 de diciembre de 1905 en Berdichev, una ciudad ucraniana que albergaba una de las comunidades judías más grandes de Europa. Sus padres, Semyon Osípovich Grossman y Yekaterina Savelievna Grossman, eran judíos acomodados y asimilados. Hacia finales de la primera década del siglo XX, Semyon y Yekaterina se divorciaron, y la mujer fue con su hijo a Suiza, donde vivieron entre 1910 y 1912. En 1912 retornaron a Berdichev. Entre 1914 y 1919 Vasili hizo sus estudios secundarios en Kiev, la capital de Ucrania. A causa de la guerra civil, retornó a Berdichev. En el año 1921 se trasladó nuevamente a Kiev, para estudiar ingeniería química. En 1923, Vasili se estableció en Moscú para continuar sus estudios de química en la Universidad Estatal. Sin embargo, ya durante su estadía en Moscú empezó a interesarse por la literatura y sentir la vocación de ser escritor. El 22 de enero de 1928 se casó con Anna Petrovna Matsuk, y en enero de 1930 nació su hija Yekatarina. Después de su graduación como químico retornó a Ucrania y se estableció en Donetsk, donde trabajó como inspector en una mina de carbón y profesor de química en un instituto médico. En 1931 se enfermó de tuberculosis, estuvo un tiempo en un sanatorio en Sukhumi, la capital de Abjasia, en el Cáucaso, y después regresó a Moscú. En 1932 se divorció de su primera mujer. En 1934 escribió su primer cuento, titulado En la ciudad de Berdichev, que en abril de aquel año fue publicado en la Literaturnaya Gazeta. Se trata de la historia de una mujer, comisaria de la caballería del ejército rojo durante la guerra civil, que en un momento dado se encuentra embarazada. Se hospeda en la 39 Revista número 25 • noviembre 2010 En el año 1933 Vasili fue interrogado por la policía secreta en relación con la detención de una prima hermana suya, Nadezhda Almaz, que había sido acusada de trotskismo y mantenía ciertos contactos políticos con el trotskista Viktor Serge (1890-1947). Grossman tenía también ciertas relaciones con Viktor Serge, pero éstas eran más de carácter amistoso. Nadezhda fue condenada a un breve período de trabajo en un campamento penitenciario. Para el mismo Grossman, este episodio no tuvo consecuencias. Viktor Serge logró huir de la URSS en 1936 y murió en México en 1947. Universidad Católica Boliviana casa de una familia judía pobre, donde da a luz a un hijo. Cuando los ejércitos blancos avanzan hacia la ciudad, la comisaria decide unirse a su regimiento, dejando a su hijo en manos de la pareja judía1. Este cuento llamó la atención del famoso escritor Maksim Gorki (1868-1936), y éste aconsejó a Grossman dedicarse enteramente a la literatura. A finales del mismo año 1934 fue publicada la primera novela de Vasili Grossman: ¡Buena suerte!2, que tiene como tema principal la vida de los mineros de carbón en Ucrania. A esta novela siguió la trilogía Stepan Kolchuguin, escrita entre 1937 y 19403. En esta obra Grossman describe la vida de Stepan y de pobres obreros, mineros y soldados desde el año 1905 hasta los primeros años de la Primera Guerra Mundial. De hecho, la obra quedó inconclusa, porque Grossman había concebido la idea de escribir una gran epopeya sobre la Revolución, lo que no logró. En 1935 Vasili Grossman empezó a relacionarse con Olga Mijailovna Guber, esposa del poeta Boris Andreevich Guber. Olga se divorció y se casó con Vasili en mayo de 1936. Boris Guber fue arrestado y ejecutado en 1937. Olga fue también arrestada, acusada de no haber denunciado a su esposo. Grossman escribió una carta al director de la NKVD, Nikolai Iezhov (1895-1940), indicándole que Olga era su esposa y que había roto totalmente con su ex marido4. Además, Grossman adoptó oficialmente a los dos hijitos que Olga tenía de Guber, Fiodor y Misha. En 1938 Olga Mijailovna fue puesta en libertad. En el mismo año 1937 Vasili Grossman fue integrado como miembro en la Unión de Escritores Soviéticos. Sin embargo, nunca se afilió al partido comunista. Cuando el 22 de junio de 1941 las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética, Grossman quiso viajar a Berdichev para traer de allá a su madre. Su esposa no estaba muy de acuerdo con esa idea, o porque el departamento que tenían en Moscú era muy pequeño, o porque ella no se llevaba muy bien con la madre de Vasili. Sea como sea, Grossman ya no logró viajar a Ucrania: Berdichev fue ocupada por los alemanes el 7 de julio y en septiembre del mismo año se perpetró la masacre de los 30.000 judíos de la ciudad, entre ellos Yekaterina Savelievna Grossman5. Durante prácticamente toda su vida Vasili Grossman Revista número 25 • noviembre 2010 40 1 En 1967 el cineasta Aleksandr Askoldov hizo de este cuento una película, titulada Kommisar. Fue el año del 50 aniversario de la Revolución de Octubre, y las autoridades soviéticas confiscaron la película por carecer de lo que se llamaba ‘realismo heroico’ y por enfatizar demasiado el papel que en ella jugaban los judíos. Askoldov fue expulsado del partido comunista y se le prohibió seguir dedicándose al cine. En 1986, durante el Festival de Cine de Moscú, Aleksandr Askoldov fue rehabilitado y pudo realizar una reconstrucción de Kommisar, la misma que fue presentada en 1988 y obtuvo aquel mismo año el Oso de Plata en el famoso Festival de Cine de Berlín. 2 No conocemos una traducción de este libro a alguna lengua occidental. 3 No existe traducción de esta obra a algún idioma occidental. 4 Años más tarde, el amigo íntimo de Vasili Grossman, Semyon Lipkin, escribió acerca de esta carta: “Todo esto podría parecer perfectamente normal, pero sólo un hombre muy valiente se hubiera atrevido a escribir una carta como ésa al principal verdugo del Estado”. 5 Ver: Grossman, Vasili, Holocaust in Berdichev, http://www.berdichev.org/holocaust.html. Durante los años de la guerra Grossman mantuvo de alguna manera una vaga esperanza de que su madre siguiera viva, pero poco a poco la fue mantuvo el remordimiento de no haber rescatado a tiempo a su madre. La recordaba siempre. Es más, en dos momentos de su vida, en 1950 y en 1961, le escribió una carta6. En la primera de estas cartas escribió: Querida mamá: Me enteré de tu muerte en el invierno de 1944. Cuando llegué a Berdichev entré en la casa donde vivías y que la tía Aniuta, el tío David y Natasha habían abandonado, y comprendí que habías muerto. Pero desde septiembre de 1941 mi corazón ya sentía que habías muerto. […] Sólo lo supe cuando llegué a Berdichev y hablé con la gente que sabia de la ejecución en masa que tuvo lugar el 15 de septiembre de 1941. He tratado docenas o quizá cientos de veces de imaginarme cómo moriste, cómo caminaste hasta encontrar tu muerte. He tratado de imaginar a la persona que te mató. Fue la última persona que te vio viva. Sé que estarías pensando en mí en aquel momento. Ahora han pasado más de nueve años desde que dejé de escribirte cartas, contándote mi vida y mis trabajos, y he acumulado tantas cosas en mi alma durante estos nueve años que he decidido escribirte para contártelo, y por supuesto para que conozcas mis penas, nadie más está particularmente interesado en ellas. Tú eras la única que te interesabas siempre por mis aflicciones. Puedo sentirte hoy tan viva como estabas el día en que te vi por última vez, y tan viva como cuando me leías de pequeño. Y mi dolor es todavía el mismo que aquel día cuando tu vecino de la calle Uchilishchnaya me dijo que habías muerto, que no había esperanza de encontrarte entre los vivos. Y pienso que mi amor por ti y esta terrible pena no se alterará hasta el día de mi muerte (Beevor y Vinogradova, 2006: 321-322). Y en la segunda leemos: Querida madre: Han pasado veinte años desde el día de tu muerte. Te quiero, te recuerdo todos los días de mi vida y mi dolor nunca me ha abandonado durante estos veinte años. 6 Estas cartas están reproducidas en Grossman (2006 y 2010a). Revista número 25 • noviembre 2010 perdiendo. En la primera quincena de octubre de 1941 (¡dos o tres semanas después de la muerte de su madre!) pasó dos días en Moscú y aprovechó de la oportunidad para hacer una breve visita a su padre: “Pasé un rato en casa con papá. Hablé con papá sobre mi mayor preocupación, pero no debo escribir sobre ella. Está en mi corazón día y noche. ¿Está viva? ¡No, no lo está! Lo sé, lo presiento” (Beevor y Vinogradova, 2006: 91). El 10 de enero escribió a su esposa: “Pienso en mamá, todavía no creo que esté muerta. No puedo aceptarlo. El dolor real por ella me atenazará después…” (Beevor y Vinogradova, 2006: 117-118). El 31 de mayo de 1942 dijo en una carta a su padre: “He recibido una carta del Departamento de Emigración diciendo que mamá no está en la lista de los evacuados. Sé que no había conseguido escapar, pero el corazón se me encoge cuando leo esas líneas mecanografiadas” (Beevor y Vinogradova, 2006: 153). El 20 de marzo escribió a su padre: “Veo a mamá en mis sueños. Estaba justo frente a mí, y tan vívida, toda la noche, mientras viajaba. Después de esto me sentí muy extraño el día siguiente. No, no creo que siga todavía viva. Viajo todo el tiempo por zonas liberadas, y veo lo que han hecho esos malditos monstruos a nuestros ancianos y niños. Y mamá era judía” (Beevor y Vinogradova, 2006: 281). Por fin se enteró de su muerte: fue en el invierno de 1944, más de tres años después de la muerte de ella. 41 Universidad Católica Boliviana Yo soy tú, querida madre, y mientras viva también tú estarás viva. Y cuando yo muera tú vivirás en el libro que te he dedicado y cuyo destino es tan parecido al tuyo. Me parece ahora que mi amor por ti se está haciendo más grande y más responsable porque quedan muy pocos corazones en los que vivas todavía. He estado releyendo hoy, como lo he hecho durante La madre del escritor todos estos años, las pocas cartas que conservo de las cientos que me escribiste […] He llorado sobre tus cartas, porque tú estás en ellas: con tu amabilidad, tu pureza, tu vida tan amarga, tu equidad, tu generosidad, tu amor por mí, tu preocupación por la gente, tu mente maravillosa. No temo a nada, porque tu amor está conmigo y porque mi amor está contigo siempre (Beevor y Vinogradova, 2006: 322-323). Se trata precisamente de su majestuosa obra Vida y destino, en cuya página dedicatoria se lee: “A la memoria de mi madre, Yekaterina Savelievna Grossman”. En esta obra se encuentra una larga carta de la madre de uno de los grandes protagonistas del libro, Viktor Pávlovich Shtrum, en la que se despide de su hijo desde el gueto que las tropas alemanes han formado en la ciudad donde vive (¡Berdichev!) (Grossman, 2007b: 94-110). Sin duda Vasili Grossman ha redactado esta carta como si su propia madre se despidiera de él. Vitia, estoy segura de que mi carta te llegará, a pesar de que estoy detrás de la línea del frente y detrás de las alambradas del gueto judío. Yo no recibiré tu respuesta, puesto que ya no estaré en este mundo. Quiero que sepas lo que han sido mis últimos días; con este pensamiento me será más fácil dejar esta vida. Es difícil, Vitia, comprender realmente a los hombres… Los alemanes irrumpieron en la ciudad el 7 de julio. En el parque la radio transmitía las noticias de última hora. Salía de la policlínica, después de las consultas, y me detuve a escuchar la locutora, que leía en ucraniano un boletín sobre los últimos combates. Oí un tiroteo a lo lejos. Luego algunas personas cruzaron corriendo el parque. Seguí mi camino a casa, sin dejar de sorprenderme por no haber oído la señal de alarma aérea. De repente vi un tanque y alguien gritó: “¡Los alemanes están aquí!”. 42 Revista número 25 • noviembre 2010 Al principio tuve un miedo espantoso; comprendí que no te volvería a ver, y me entraron unas ganas locas de volver a verte, de besarte la frente, los ojos una vez más. Entonces me di cuenta de la suerte que tenía de que estuvieras a salvo (Grossman, 2007b: 94). Vítenka, termino ya la carta y voy a llevarla al límite del gueto, se la entregaré a mi amigo. No es fácil interrumpir esta carta, ésta es mi última conversación contigo, y cuando la haya entregado me habré apartado de ti definitivamente, nunca sabrás lo que han sido mis últimas horas. Ésta es nuestra despedida. ¿Qué puedo decirte antes de separarme de ti para siempre? En estos últimos días, como durante toda mi vida, tú has sido mi alegría. Por la noche me acordaba de ti, de la ropa que llevabas de niño, de tus primeros libros; me acordaba de tu primera carta, tu primer día de escuela; todo, me acordaba de todo, desde tus primeros días de vida hasta la más mínima noticia que recibí de ti, el telegrama que recibí el 30 de junio. Cerraba los ojos y me parecía, querido mío, que me protegías del horror que se avecinaba sobre mí. Pero cuando pienso lo que está ocurriendo, me alegro de que no estés a mi lado y que no tengas que conocer este horrible destino. ¿Cómo poner punto final a esta carta? ¿De dónde sacar fuerzas, hijo mío? ¿Existen palabras en este mundo capaces de expresar el amor que te tengo? Te beso, beso tus ojos, tu frente, tu pelo. Recuerda que el amor de tu madre siempre estará contigo, en los días felices y en los días tristes, nadie tendrá nunca el poder de matarlo. Vítenka… Ésta es la última línea de la última carta de tu madre. Vive, vive, vive siempre… Mamá (Grossman, 2007b: 109 y 110)7 Todavía al final de su vida Vasili Grossman debe haber pensado en su madre, a saber, cuando concluyó de redactar la última página de Todo fluye. El protagonista de la novela ha retornado a su pueblo natal en Ucrania y sube una colina para buscar la casa de sus padres: Quedaba el último recodo del camino. Por un momento fue como si una luz nunca vista antes, increíblemente viva, inundase la tierra. Unos pasos más aún y en aquella luz vería su casa, y su madre se acercaría a él, hijo pródigo, y él se arrodillaría ante ella, y las jóvenes y bellas manos de ella se posarían sobre su cabeza calva y cana” (Grossman, 2010b: 286). Grossman se presentó ofreciéndose entrar como soldado raso en el ejército ruso para ayudar a combatir a los invasores alemanes. No fue aceptado debido a su mal estado de salud, pero las autoridades militares lo destinaron como periodista a Estrella Roja, el periódico del los ejércitos rusos. Allá conoció a otro gran autor ruso del siglo XX, Ilyá Ehrenburg (1891-1967), quien, al igual que él, escribió reportajes sobre el desarrollo de la guerra entre Alemania y la Unión Soviética. A solicitud de Grossman, en 1942 fue aceptado también como reportero de la guerra para Estrella Roja un tercer gran novelista del siglo pasado, Andrei Platónov (1899-1951)8. 7 Ver también sobre esta carta: Bonnet (2010). 8 Para una buena información sobre la vida de este escritor, ver: de Julián Aguiles: “Andrei Platonov o la tragedia del escritor como ingeniero del alma”, http://www.diariodigital.com.do/articulo,56432,html. Revista número 25 • noviembre 2010 Vasili Grossman siguió al ejército ruso donde sea que fuese posible, sin temor, valientemente, relacionándose en especial con los soldados rasos, entre los que ganó pronto gran popularidad por su profundo sentido humano, su 43 Universidad Católica Boliviana buen humor y su sincero interés en la suerte de aquellos hombres. El escritor Viktor Nékrasov (1911-1987), que sirvió como soldado en el ejército que defendía Stalingrado, recordó más tarde: “Los periódicos con artículos de Grossman y Ehrenburg eran leídos y releídos por nosotros hasta que quedaban hechos jirones” (Nékrasov, 1962). A comienzos del año 1942, Grossman fue herido en una escaramuza y tuvo licencia médica durante algo más de dos meses. Durante este tiempo escribió su primera novela bélica: El pueblo inmortal (en Grossman, 2009: 9-204), que relata las hazañas heroicas de un pelotón de soldados9, publicada por entregas en Estrella Roja en el verano de aquel año. Estuvo presente en Stalingrado casi durante todo el tiempo que allá se enfrentaron los ejércitos rusos y alemanes10. Después de la derrota de los alemanes en la última batalla que se libró alrededor de aquella ciudad, Grossman siguió al ejército soviético en sus movimientos hacia occidente, entró con ellos en Ucrania y llegó finalmente a Berlín11. En 1943 falleció uno de los hijos adoptivos de Vasili Grossman, Misha Guber, a causa de la explosión de una bomba cerca del cuartel donde era recluta. Tenía quince años. Su madre, Olga Mijailovna, entró en una profunda crisis y necesitó mucho tiempo para superar la trágica pérdida de su querido hijo. Años más tarde, en Vida y destino, Grossman proyectó los sentimientos dolorosos y las profundas penas que había tenido su mujer por entonces, en Liudmila Nikoláyevna, la esposa de Viktor Pávlovich Shtrum, uno de los alter ego de Grossman en su gran novela. Liudmila recibió la noticia de que su querido hijo Tolia, fruto de su primer matrimonio, había sido gravemente herido y que se encontraba en un hospital de la ciudad de Sarátov, a orillas del río Volga. Decidió ir allá para acompañar a su hijo. Poco después de llegar a aquella ciudad, se entera de que su hijo había fallecido. Liudmila Nikoláyevna se acercó al pequeño túmulo y leyó en la tablilla de madera contrachapada el nombre de su hijo y su rango militar. Sintió con claridad que los cabellos se le movían bajo el pañuelo, como si una mano fría jugara con ellos. Revista número 25 • noviembre 2010 44 Cerca, a derecha e izquierda, hasta la verja, por todo el espacio se diseminaban túmulos idénticos, grises, sin hierba, sin flores, con una única ramita de madera que brotaba de la tierra sepulcral. En el extremo de esta ramita había una tablilla con el nombre de la persona sepultada. Las tablillas abundaban y su densa uniformidad recordaba una hilera de espigas de grano germinadas en un campo. 9 El protagonista de la obra es el comandante Hamazasp Khachaturovich Babadyanian (1906-1977), el mismo que en 1956 aplastó cruelmente la insurrección de Hungría. 10 En 1943 se publicó su obra Stalingrad, una colección de ensayos que describen la defensa de la ciudad, la contraofensiva soviética y el cerco que los rusos pusieron a las fuerzas alemanas. Esta obra se encuentra en Grossman (2009: 245376). 11 Para informarse sobre la labor periodística que Grossman realizó durante aquellos años, ver Beevor y Vinogradova (2006). Por fin había encontrado a Tolia. Muchas veces había intentado imaginar dónde estaba, qué hacía, en qué pensaba, si su pequeño dormía apoyado contra la pared de la trinchera, o estaba en marcha, o tomaba té, si estaba corriendo campo a través bajo el fuego enemigo… Deseaba estar a su lado, sabía que la necesitaba: le habría servido té en la taza, le habría dicho “come un poco más de pan”, le habría quitado el calzado y lavado los pies desollados, envuelto una bufanda alrededor del cuello… Pero siempre desaparecía, no conseguía encontrarlo. Y ahora que había encontrado a Tolia, ya no la necesitaba. Lo que estaba vivo había muerto. El único que vivía en todo el mundo era Tolia. ¡Qué silencio la rodeaba! ¿Sabía él que su madre había venido…? -- Aquí estoy, ya he llegado, y tú probablemente pensabas que tu madre no vendría… (Grossman, 2007a: 182-184). Al entrar con las fuerzas soviéticas en Ucrania, Grossman se enteró primero de la enorme masacre que los alemanes habían perpetrado en Babi Yar, cerca de Kiev, los días 29 y 30 de septiembre de 1941, matando a alrededor de 100.000 personas, entre las cuales alrededor de 35.000 judíos12. Grossman entró también en su ciudad natal, Berdichev, y obtuvo informaciones acerca de la matanza que los nazis habían hecho allá en septiembre de 1941, matanza en la que perdió la vida, como hemos dicho, su propia madre. En dos impactantes textos Grossman fue el primero en informar al mundo sobre lo que se había vivido y experimentado en su tierra natal durante la ocupación nazi. Allá escribió El viejo profesor13, Ucrania14 y Ucrania sin judíos15. Al dirigirse hacia Berlín, el ejército rojo pasó por Treblinka y Grossman escribió un escalofriante reportaje sobre lo que observó y escuchó acerca de los dos campamentos que los nazis habían construido allá16. Los alemanes, preocupados por el avance de 12 Beevor da como cifra exacta 33.771 judíos: “A finales de septiembre de 1941 sus tropas [del mariscal de campo Von Reichenau] fueron utilizadas para transportar a 33.771 judíos hasta el barranco de Babi Yar, en las afueras de la ciudad [de Kiev], donde fueron sistemáticamente asesinados por el Sonderkommando 4ª de las SS” (Beevor y Vinogradova, 2006: 104). 13 El viejo profesor es un judío anciano que acompaña a su pueblo desde el día 7 de julio de 1941, día de la ocupación de Berdichev por las tropas alemanas, hasta la matanza de los judíos que se realizó el 15 de septiembre de aquel año (en Grossman, 2009: 207-244). 15 Este artículo fue rechazado por la redacción de Estrella Roja, porque, conforme a las instrucciones de Moscú, no se podía llamar la atención hacia grupos especiales de ciudadanos de la Unión Soviética. El artículo fue publicado por la revista Eynikayt, del Comité Antifascista Judío. No hemos encontrado una traducción de este artículo a algún idioma occidental. Está parcialmente reproducido en Beevor y Vinogradova (2006:311 y 313-314). 16 El campamento N.º 1 era un campo de trabajo o penitenciario ordinario, el campamento N.º 2 era un campo exclusivamente de exterminio de judíos. El segundo campo fue construido a mediados del año 1942 y funcionaba como ‘fábrica de la muerte’ hasta finales de invierno de 1943, cuando Heinrich Himmler visitó el campo y ordenó poner fin 45 Revista número 25 • noviembre 2010 14 En este pequeño ensayo, escrito cerca de Kiev en octubre de 1943, Grossman describe los sufrimientos de su pueblo bajo el dominio alemán y resalta de modo especial el papel que han jugado durante la ocupación los guerrilleros ucranianos. Grossman termina este ensayo con las siguientes palabras: “Estas líneas han sido escritas no lejos de Kiev. La ciudad se ve a lo lejos. Brillan las cúpulas del monasterio, se vislumbran en la ligera neblina los blancos muros de las altas casas… Gentes llegadas de Kiev relatan que los alemanes han rodeado con un cordón de tropas la inmensa tumba de Babi Yar, a la que fueron arrojados los cadáveres de cincuenta mil judíos asesinados en Kiev a finales de septiembre de 1941. Ahora los están desenterrando febrilmente para quemarlos… ¿Acaso son tan insensatos como para creer que pueden borrar sus tétricas huellas? Esas huellas han sido impresas para la eternidad con el fuego de las lágrimas y de la sangre de Ucrania. Y en la noche más cerrada se percibe su siniestro fulgor” (Grossman, 2009:444) Universidad Católica Boliviana las tropas soviéticas, eliminaron a todos los habitantes de aquel triste campamento de concentración. Sin embargo, algunos pudieron escapar a la matanza, y Grossman tuvo la oportunidad de entrevistarles. En noviembre de 1944 se publicó en Estrella Roja lo que escribió Grossman sobre esta experiencia: El infierno de Treblinka (Grossman, 2009: 508-562. Ver también Grossman y Aharoni, 1984), texto que más tarde fue presentado como testimonio en los famosos juicios de Núremberg: El espíritu de economía, la exactitud, el cálculo, la pulcritud pedantesca son todos ellos rasgos plausibles que poseen muchos alemanes. Aplicados a la agricultura o a la industria, dan sus frutos. El hitlerismo aplicó estos rasgos al crimen contra la humanidad y las SS del Reich procedieron en el campo de concentración polaco exactamente como si se tratara del cultivo de coliflores o de patatas. El terreno ocupado por el campo de concentración está dividido por unas barracas iguales y rectangulares construidas a cordel, y por caminitos bordeados de abedules y enarenados. Se construyeron estanques de cemento para aves domésticas, lavaderos para la ropa con unos cómodos peldaños, servicios para el personal alemán, un horno de cocer pan bien acondicionado, peluquería, garaje, surtidor de gasolina con una esfera de cristal, depósitos. […] En la construcción de estos campos se reflejaron los rasgos característicos de la precisión alemana, del espíritu de ahorro mezquino, la pedantesca tendencia al orden, la afición alemana a la reglamentación, al esquema elaborado hasta los más pequeños e insignificantes detalles. […] El campo Nº 1 existió desde otoño de 1941 hasta el 23 de julio de 1944. Fue completamente suprimido cuando los detenidos oían ya el sordo rugido de la artillería soviética… El 23 de julio por la mañana temprano los guardianes y los SS, después de beber unas copas para armarse de valor, emprendieron la liquidación del campo de concentración. Por la noche habían sido muertos y enterrados todos los presos. El carpintero de Varsovia Max Levit logró salvarse saliendo herido de entre los cadáveres de sus compañeros cuando se hizo oscuro, y se arrastró hacia el bosque. Contó cómo, tumbado en la zanja, oyó a treinta chicos que al ser fusilados cantaron la canción Mi gran país querido (Grossman, 2009: 510 y 511). Revista número 25 • noviembre 2010 46 Grossman presenta la historia de Treblinka tal como la había reconstruido a base de los testimonios que dieron los sobrevivientes y algunos habitantes de la región a quienes entrevistó. Una historia escalofriante en todo sentido, al final de la cual dijo: a las matanzas e incinerar todos los cadáveres que se encontraban amontonados en las inmensas fosas que se habían excavado. Según los cálculos de Grossman, fueron asesinados en Treblinka alrededor de tres millones de judíos. La mera lectura de estas cosas es terriblemente dura. Pero que el lector me crea: no es menos duro escribirlas. Es posible que alguien pregunte: “¿Para qué escribir, para qué recordar todo esto?” El deber del escritor es el de contar la espantosa verdad, y el deber ciudadano del lector es conocerla. Todo aquel que vuelve la cabeza, que cierra los ojos y pasa de largo ofende la memoria de los caídos (Grossman, 2009: 549). De 1943 a 1946 Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, ambos judíos, fueron integrantes del Comité Antifascista Judío y participaron en la elaboración de un Libro Negro sobre las matanzas de judíos por parte de los nazis, una iniciativa mundial de Albert Einstein. La parte del proyecto dedicada a la exterminación de judíos dentro de la Unión Soviética fue concluida en 1946, pero las autoridades soviéticas se negaron a publicarla, es más, decidieron destruir los originales. Además, se disolvió el Comité y trece de sus miembros fueron ejecutados. Sin embargo, también de esta obra se pudo guardar una copia, y parte de la misma fue publicada en 1980. Una versión integral de la misma salió en Kiev, en 1991, y de esta edición se hizo una traducción al francés, en 1995 (Grossman y Ehrenbourg, 1995)17. Tenemos que añadir a estos datos algo que Grossman escribió acerca del Libro Negro en una carta a su amigo y colega Ilyá Ehrenburg, a saber, que su obligación moral era hablar en nombre de los muertos, “en nombre de los que yacen en la tierra”18. Tres años después de la conclusión de la Gran Guerra Patriótica, Vasili Grossman concluyó la redacción de una obra llamada Por una causa justa, considerada como el primer volumen de su proyecto sobre Stalingrado. La entregó a la revista Novy Mir. Tres veces Novy Mir comenzó a imprimir la novela, pero la suspendió por órdenes del partido. Finalmente se publicó esta novela en 1952, pero con muchos cambios hechos en el texto original. Hubo reseñas bastante positivas, pero en febrero de 1953 el escritor Mijail Bubennov (1909-1983) publicó en Pravda una crítica vehemente contra el libro. Recién en 1956, tres años después de la muerte de Stalin, se pudo editar la novela en una versión integral. 17 De la mano de Grossman se encuentran en esta gran obra dos contribuciones: “La matanza de los judíos en Berdichev” y “Treblinka”. 18 Ver el artículo de Robert Chandler, “Vasili Grossman. En nombre de los que yacen en la tierra”, publicado en Letras Libres de febrero de 2007: http://www.letraslibres.com/index.php?art=11832. Revista número 25 • noviembre 2010 El 5 de enero de 1951 murió en total pobreza Andrei Platónov. Grossman, amigo íntimo suyo, le había visitado casi diariamente durante las últimas semanas de su vida, y pronunció el discurso más profundo en la ceremonia de su entierro. A mediados de los años 50, Grossman tomó la iniciativa de crear y dirigir una Comisión para la Herencia Literaria de Andrei Platónov, que tenía como objetivo principal editar las obras de este gran escritor. El proyecto 47 Universidad Católica Boliviana no pudo prosperar, porque el Gobierno no autorizó la publicación de ningún texto de Platónov. En marzo de 1952 el periódico oficial Pravda publicó un artículo en el que se reveló el descubrimiento de un complot contra Stalin y otras autoridades soviéticas orquestado por un grupo de médicos judíos. Se organizó una campaña de firmas para exigir la pena de muerte contra aquellos médicos. Entre muchos otros autores, temerosos de ser perseguidos al no aprobar esa iniciativa, también Grossman puso su firma al pie del documento. Pronto tuvo que reconocer que había cometido un grave error, pero no pudo liberarse del remordimiento que le había causado lo que había hecho. Transmitió este remordimiento a dos de sus grandes obras. En Vida y destino, Viktor Pávlovich Shtrum, el gran físico nuclear, no mucho después de haber hecho un descubrimiento sumamente importante, es llamado por teléfono por Stalin, quien le comunica que se encuentra muy satisfecho de él y le felicita por la importante labor que está realizando. Unos días después llega a su oficina y sus colegas le hablan de una campaña que se estaba realizando en Inglaterra contra la Unión Soviética: Una campaña de difamaciones –insistió Shishakov. Han publicado una lista de científicos y escritores soviéticos que supuestamente habrían sido fusilados; se habla de un número increíble de individuos condenados por motivos políticos. Con un fervor incomprensible, incluso diría sospechoso, tratan de refutar los crímenes del doctor Pletniov y Levin19, los asesinos de Maksim Gorki, delitos corroborados en la instrucción del caso y por el tribunal (Grossman, 2007b:1056)20. Los colegas presentan luego a Shtrum un documento que han elaborado y le piden poner su firma debajo de él. Shtrum, absolutamente convencido de la inocencia de los mencionados dos médicos, después de muchas vacilaciones, pero sobre todo para quedar bien con Stalin, pone su firma en el documento. Pero luego se arrepiente y el narrador señala su remordimiento: ¿Con qué fin había cometido ese terrible pecado? En el mundo todo era insignificante comparado con lo que había perdido. Nada valía tanto como la verdad, la pureza de un pequeño hombre, ni siquiera el imperio que se extendía del océano Pacífico al mar Negro, ni tampoco la ciencia. 48 Revista número 25 • noviembre 2010 Vio con claridad que no era demasiado tarde, que todavía tenía fuerzas para levantar la cabeza, para continuar siendo el hijo de su madre. No buscaría consuelo ni justificación. Aquel acto torpe, vil, bajo le serviría de eterno reproche: se acordaría de él noche y día. ¡No, no, no! No se debía aspirar a la proeza para después enorgullecerse y jactarse. 19 Se trata de los médicos Dmitri Pletniov (1871-1941) y Lev Levin (m. 1938). 20 El investigador ruso Vitali Chentalinski ha comprobado, a base de documentos que encontró en los archivos del KGB, que Maksim Gorki murió de muerte natural (ver Chentalinski, 1994:397-483). Cada día, cada hora, año tras año, es necesario librar una lucha por el derecho a ser un hombre, ser bueno y puro. Y en esa lucha no debe haber lugar para el orgullo ni la soberbia, sólo para la humildad. Y si en un momento terrible llega la hora desesperada, no se debe temer a la muerte, no se debe temer si se quiere seguir siendo un hombre. “Bueno, ya veremos –dijo-. Tal vez tendré la fuerza. Tu fuerza, mamá (Grossman, 2007b: 1066-1067). En Todo fluye es Nikolái Andréyevich, primo hermano del protagonista de la obra, un famoso biólogo, a quien pone Grossman en la situación en que él se había encontrado en el año 1952: En los periódicos comenzaron a aparecer artículos satíricos que desenmascaraban a los arribistas y granujas que, de modo fraudulento, habían obtenido sus diplomas y grados académicos; a los médicos que trataban a los niños enfermos y a las parturientas con una crueldad criminal; a los ingenieros que, en lugar de hospitales y escuelas, construían dachas para sus familiares. Casi todas las personas denunciadas en esos artículos eran judías, y los periódicos daban sus nombres y patronímicos con un celo especial (Grossman, 2010b: 26). Nikolái dudaba mucho de la verdad de todas las acusaciones que se presentaban, pero, como había crecido su fama y estaba esperando una promoción que lo incorporaría a la Academia Soviética de Ciencias, cede a las presiones, como Grossman da a entender entre líneas, y se solidariza con los que pedían el castigo más severo para los criminales. Muere Stalin y se revela que todo había sido falso: La mañana del 5 de abril [de 1953], Nikolái Andréyevich despertó a su mujer con un grito desesperado: -- ¡Masha” ¡Los médicos no son culpables! ¡Los sometieron a torturas, Masha! El Estado ha reconocido su terrible culpa, ha confesado que utilizaron métodos de interrogatorio no permitidos por la ley. 49 Después de un primer momento de felicidad y una luminosa sensación de alivio espiritual, Nikolái Andreyévich experimentó por primera vez en su vida un sentimiento desconocido: algo turbio, tormentoso (Grossman, 2010b: 40-41). Iván Grigórievich, que ya había comprendido que la visita a su primo, lejos de procurarle alivio le acarrearía nuevas angustias, le preguntó con gravedad: -- Dime, ¿firmaste aquella carta que condenaba a los médicos asesinos? Oí hablar de ello en el campo por la gente que fue arrestada. Revista número 25 • noviembre 2010 Cuando un tiempo después Nikolái se encuentra con su primo, a quien ha recogido en la estación de trenes y ha traído a su casa, en la conversación que tienen allá, se desarrolla el siguiente diálogo: Universidad Católica Boliviana -- Querido, sigues siendo el mismo excéntrico de siempre… - dijo Nikolái Andréyevich, pero se le entrecortó la voz y se quedó callado. Sintió que la angustia se le helaba la sangre en las venas, y que al mismo tiempo estaba sudando, ruborizado, que las mejillas le ardían. Sin embargo, no se arrodilló y finalmente dijo: -- Amigo mío, amigo mío, no sólo para vosotros, en los campos, la vida ha sido difícil; también lo ha sido para nosotros (Grossman, 2010b:64). En 1950 Vasili Grossman había empezado a trabajar en lo que iba a ser la obra más voluminosa e impactante de su carrera literaria: Vida y destino. La redacción de esta gran novela le tomó más de diez años. Contra el consejo de sus amigos más íntimos, Semyon Lipkin y Yekaterina Zabolotskaya, Grossman entregó el manuscrito de su obra a los editores de la revista Znamya. Fue en octubre del año 1960. Los editores de Znamya, después de haber leído la novela, decidieron entregarla en las oficinas del KGB. El 14 de febrero del año siguiente tres agentes de esta famosa institución estatal se presentaron en el apartamento de Grossman y se llevaron todo lo que encontraron relacionado con la redacción de la obra. En febrero de 1962, desesperado por la suerte de su obra, Vasili se atrevió a escribir una carta a Jruschov21, pidiéndole devolverle su obra: Constantemente he pensado en el desastre que se ha realizado en mi vida de escritor y en la trágica suerte de mi libro. Sin rodeos quiero hacerle partícipe de mis pensamientos. En primer lugar tengo que decirle lo siguiente: he llegado a la conclusión de que mi libro no contiene mentiras. He escrito lo que consideraba y sigo considerando como la verdad, y sólo he descrito lo que he meditado, sentido y vivido. Mi libro no es un libro político. En cuanto me lo permitieron mis limitadas capacidades, he hablado de seres humanos, sobre sus tristezas, sus alegrías, sus errores y su muerte. He escrito sobre amor para con los hombres y compasión con los hombres. 50 Revista número 25 • noviembre 2010 En mi libro hay páginas amargas y tristes que tratan de nuestro pasado reciente y de acontecimientos de la guerra. Tal vez sea difícil leer estas páginas. Créeme, fue difícil también escribirlas. No pude hacerlo de otro modo. Su discurso en el XXII Congreso del Partido22 ha echado una fuerte luz nueva sobre los trágicos errores que bajo el gobierno de Stalin han sido cometidos en nuestro país y me ha fortalecido en la convicción de que Vida y destino no está en contradicción con la verdad que usted ha hablado, que ya ahora la verdad está en 21 La carta está reproducida en Grossman (2006 y 2010a). 22 25 de febrero de 1956. posesión nuestra y que no puede esperar 250 años. Tanto más doloroso es que se me ha quitado con violencia mi libro. Amo este libro como un padre ama a sus hijos. Robarme mi libro es como robarle a un padre su hijo. Ya ha pasado un año y no sé si existe todavía mi libro, si se lo ha guardado o si tal vez ya haya sido destruido o quemado. Si mi libro es una mentira, que se lo cuente a los que quieren leerlo. Si es calumnia, que se lo diga. ¡Que los ciudadanos soviéticos, los lectores soviéticos, para quienes estoy escribiendo desde hace treinta años, juzguen acerca de lo que es verdad y lo que es mentira en mi libro! Le ruego poner en libertad a mi libro. No hay sentido ni verdad en mi actual situación, en mi libertad física, mientras el libro al que he dado mi vida se encuentra encarcelado. Por fin, lo he escrito, no me he distanciado de él y no lo haré. Hace doce años empecé a trabajar en este libro. Sigo creyendo que he escrito la verdad, por amor y compasión, porque creo en los hombres. Le ruego una vez más poner en libertad a mi libro23. A causa de esta carta Vasili Grossman fue invitado a mantener una conversación con el ideólogo soviético Mijail Suslov (1902-1982). Éste le hizo entender que el libro era peligroso y que ni en doscientos años sería editado24. Esto significó que la obra no fue liberada. Es más, las autoridades soviéticas ordenaron sacar sus obras anteriores de las librerías. A pesar de su tristeza y su abatimiento, Grossman seguía trabajando en lo que iba a ser su última novela, Todo fluye. Pero antes de concluirla, tuvo la oportunidad de hacer un viaje de dos meses a Armenia. Fue en octubre de 1961. Tenía que tomar contactos allá para revisar una obra del escritor armenio Hratchia Kotchar (¿1911?-1966), Los hijos de la casa grande. No sabemos cómo atendió el encargo que se le dio, pero sí que tomó allá apuntes de las impresiones que le dieron los habitantes de aquella parte de la Unión Soviética. Con estos apuntes redactó su penúltimo libro: La paz esté con vosotros. Apuntes de un viaje en Armenia (Grossman, 2007a). Grossman entregó el manuscrito a la revista Novy Mir, solicitando la publicación del mismo. No se le hizo caso. Recién después de su muerte se publicó la obra, de forma muy mutilada, en la revista Literaturnaia Armenia. En 1988 esta obra fue editada integralmente. 51 Grossman falleció el 14 de septiembre de 1964 y, a solicitud suya, fue enterrado en el cementerio judío Vostrykovskoe de Moscú. 24 Un relato de la conversación entre Suslov y Grossman está reproducido en Grossman (2006). Revista número 25 • noviembre 2010 23 El texto de esta carta lo encontré en un pequeño libro en holandés: De geschiedenis van een manuscript. Over Vasili Grossman Leven & lot, Amsterdam, Uitgeverij Balans, 2008. Traduje los fragmentos reproducidos del holandés al castellano. La carta a Jruschov está reproducida en Grossman (2006). Universidad Católica Boliviana 3. Todo fluye 3.1. La narración básica La copia de su obra Todo fluye que Vasili Grossman confió a Ekaterina Vasilevna Zabolotskaya, y que ella, a su vez, entregó a John Garrad, demuestra claramente que Grossman trabajó largamente en esta novela y que este trabajo ha tenido varias etapas. La base de la obra es un relato sobre Iván Grigórievich, un hombre que, siendo estudiante universitario, fue delatado por uno de sus compañeros, Vitali Antónovich Pineguin, y que pasó durante treinta años en cárceles y campos penitenciarios. Gracias a una amnistía que las autoridades soviéticas decretaron después de la muerte de Stalin, Iván fue puesto en libertad. Desde alguna estación ferrocarril de la ruta transibérica -he aquí el comienzo de la novela- manda un telegrama a un primo suyo, el biólogo Nikolái Andréyevich, anunciando su retorno a Moscú y pidiendo que, si fuese posible, lo recoja en una de las estaciones de la ciudad. La primera parte de la novela describe el encuentro que Iván tiene en Moscú con su primo Nikolái y la esposa de éste, María Pávlovna, y la visita que hace después a Leningrado. En la casa de su primo Iván se entera de que la que había sido su novia en sus días de estudio en la universidad, Ania Zamkovskaya, se había casado. La noticia le impacta seriamente: -- Kolenka –intervino de repente María Pávlovna-, háblale de Ania Zamkovskaya. Al instante marido y mujer sintieron la agitación de Iván Grigórievich. -- Ella te escribía, ¿verdad? – preguntó Nikólai Andréyevich. -- Su última carta es de hace dieciocho años. -- Sí, sí, está casada. Su marido es físico-químico, en fin… Se dedica a cuestiones nucleares. Viven en Leningrado, imagínatelo, en el apartamento donde vivió un tiempo con sus padres. La vemos a menudo durante las vacaciones, en otoño… Antes preguntaba siempre por ti, pero después de la guerra, a decir verdad, dejó de hacerlo. Revista número 25 • noviembre 2010 Iván Grigórievich tosió y dijo con la voz enronquecida: -- Creía que estaba muerta: dejó de escribirme (Grossman, 2010b:60). Iván se da cuenta que su presencia en Moscú no es del agrado de Nikolái y María y, por más que insisten en que se aloje en su casa, decide alejarse de ellos. Viaja a Leningrado, donde pasa tres días. Visita el famoso Museo del Hermitage, pero no estaba en condiciones de quedarse mucho tiempo en él25. Un día pasa por la casa de su antigua novia. Se acercó hasta la casa donde vivía Ania Zamkovskaya y le pareció increíble volver a ver las ventanas altas, el revestimiento de granito de las paredes, el mármol de los peldaños que blanqueaba en la oscuridad, la red metálica alrededor del ascensor… ¡Cuántas veces se había acordado de aquella casa! Acompañaba a Ania después de sus paseos nocturnos y se quedaba allí parado, debajo de la ventana, hasta que se encendía la luz. Ella le decía: “Aunque volvieses de la guerra ciego o mutilado, sería feliz por tu amor”. Iván Grigórievich vio las flores en la ventana entreabierta. Permaneció un rato al lado de la puerta, después siguió su camino. No le dio un vuelco el corazón: allá, cuando estaba detrás de la alambrada, esa mujer que creía muerta estaba más cerca de su alma que hoy, cuando se había detenido bajo su ventana (p. 76). En Leningrado Vitali Antónovich Pineguin, ahora un hombre acomodado y de prestigio, por casualidad –había tenido que dejar su coche en un garaje e ir a pie a su oficina- se encuentra con Iván. De inmediato se siente incómodo y se pregunta si Iván sabía que en aquel tiempo él lo había denunciado. Se reconocieron enseguida, si bien el Iván Grigórievich actual no se parecía en nada al estudiante universitario de tercer curso, y el Vitali Antónovich Pineguin que se había encontrado, con impermeable gris y sombrero de fieltro, no se parecía al joven que en otro tiempo llevaba una chaqueta de estudiante gastada. Al percibir el estupor en la cara de Pineguin, Iván Grigórievich dijo: -- Veo que ya me dabas por muerto. Pineguin se quedó desconcertado. -- Hace unos diez años se decía que… Con sus ojos vivos y penetrantes, escrutaba la mirada de Iván Grigórievich. -- No te preocupes– dijo Iván Grigórievich -, no he vuelto del otro mundo ni soy un fugitivo, lo que sería aun peor. Tengo pasaporte y todo lo demás, igual que tú. 53 Esas palabras indignaron a Pineguin. -- Cuando me encuentro con un viejo amigo, no me interesa por su pasaporte. Había llegado muy alto, pero, en el fondo, continuaba siendo un buen tipo. Revista número 25 • noviembre 2010 25 “Fue al Museo del Hermitage y lo abandonó lleno de aburrimiento y de frío. ¿Era posible que los cuadros hubieran seguido siendo tan bellos durante todos aquellos años, mientras él se transformaba en un viejo presidiario? ¿Por qué no habían cambiado, por qué no habían envejecido los rostros de las divinas madonas y el llanto no había cegado sus ojos? ¿Era posible que de aquella eternidad, de aquella inmutabilidad, no derivara su fuerza sino su debilidad? ¿Era así como el arte traicionaba al hombre que lo había creado?" (p.75). Universidad Católica Boliviana Hablase de lo que hablase –de sus hijos, de “lo mucho que has cambiado, pero igualmente te he reconocido al instante”-, sus ojos seguían a Iván Grigórievich, ávidos y fascinados. -- Bueno, eso es todo, en pocas palabras…- dijo Pineguin - ¿Y tú, qué me cuentas? Iván Grigórievich pensó para sus adentros: “Sería mejor que tú me contaras algo más…”. Por un instante Pineguin se quedó helado, casi como si le hubiese leído el pensamiento. -- No sé nada de ti– dijo Pineguin. Y de nuevo la espera, como si Iván Grigórievich fuera a responderle: “Bien que hablaste de mí cuando lo creíste oportuno. ¿Qué quieres que te cuente ahora?”. Pero Iván Grigórievich guardó silencio e hizo un gesto de indiferencia con la mano. Y de repente Pineguin lo comprendió: Vánechka, el pobre diablo, no sabía nada y no podía saber nada. Los nervios, los nervios… ¿Por qué diantres había escogido aquel día para llevar el coche al mecánico? (Grossman, 2010b:80-81). Poco después de este encuentro con Vitali Antónovich Pineguin, Iván abandona Leningrado para dirigirse a Ucrania, su tierra natal. Con esto termina la primera parte de la novela. En una pequeña ciudad ucraniana, Iván Grigórievich encuentra trabajo en una cooperativa para inválidos, y alojamiento en la casa de la viuda de un sargento, muerto en el frente, Anna Serguéyevna26. Anna tiene un hijo que está prestando su servicio militar, y en su casa vive también un sobrino, Aliosha, con quien pronto Iván llega a tener una relación de agradable amistad. También la relación entre Anna Serguéyevna e Iván va profundizándose poco a poco y llega finalmente a un verdadero amor mutuo. Iván Grigórievich vio a su madre en un sueño. Caminaba por el margen de un camino y se echaba a un lado para dejar pasar una larga fila de tractores y camiones de descarga. Ella no veía a su hijo. Él le gritaba: “Mamá, mamá, mamá…”, pero el pesado estruendo de los tractores ahogaba su voz. Revista número 25 • noviembre 2010 54 No dudaba que en medio del bullicio del camino ella reconocería en el presidiario de cabello blanco a su hijo: sólo con que le oyera, sólo con que le viera un instante, pero ella no le oía, no le veía. Desesperado abrió los ojos. Inclinada sobre él había una mujer medio vestida: él había llamado a su madre en sueños, y la mujer se le había acercado. 26 En la novela se la llama también con el nombre de su esposo finado, Anna Mijaliova, o también simplemente Mijaliova. Estaba a su lado. De repente, con todo su ser, sintió que era hermosa. Le había oído gritar en sueños y se le había acercado, sintiendo por él ternura y piedad. Los ojos de la mujer no lloraban, pero en ellos había visto algo más grande que las lágrimas de compasión: vio algo que nunca había visto en la mirada de la gente. Era hermosa porque era buena. La cogió de la mano. Ella se acostó a su lado y él sintió su calor, sintió su tierno pecho, los hombros, el cabello. Le parecía sentir todo aquello no despierto sino en sueños: despierto, nunca había sido feliz. Toda ella era bondad, y él comprendía con cada milímetro de su cuerpo que la ternura, el calor, el susurro de aquella mujer eran hermosos porque su corazón estaba lleno de bondad hacia él, porque el amor es bondad. La primera noche de amor… (p.163-164). Este amor no puede desarrollarse y profundizarse como a Iván le hubiera gustado: Anna se enferma de cáncer de pulmón. “Pasaron tres semanas, y a Anna Serguéyevna la ingresaron en un hospital. Al despedirse de Iván Grigórievich, le dijo: ‘Está claro que nuestro destino no era ser felices en este mundo” (p. 201). Una hermana de Anna, que vivía en la misma ciudad, recoge a Aliosha, e Iván se siente solo como nunca: “Iván Grígorievich entró en la habitación vacía. Todo estaba en silencio. Le pareció que, después de haber vivido toda la vida solo, únicamente aquella tarde había sentido de verdad qué era la soledad” (p. 201). No mucho tiempo después muere Anna Serguéyevna. Como epílogo de la novela, Grossman cuenta que Iván Grigórievich abandona la ciudad donde había sido feliz y se dirige en tren a su pueblo natal, cerca al mar, donde ‘todo fluye’: En verano Iván Grigórievich partió hacia la ciudad costera, donde, al pie de la verde montaña, estaba la casa de su padre. El tren corría junto a la orilla, y durante una breve parada Iván Grigórievich bajó del vagón para mirar el agua verde y negra en continuo movimiento, que olía a frescor salado (p. 283) Por lo que respecta a las narraciones, encontramos primero un largo relato sobre Nikolái Andréyevich, cuando éste está esperando a su primo en una 55 Revista número 25 • noviembre 2010 En esta parte narrativa de Todo fluye, que en la copia de Ekatarina Vasilevna Zabolotskaya abarca 78 páginas mecanografiadas, Grossman ha insertado en diferentes lugares otros textos que debe haber escrito una vez concluido el texto principal. Estos fragmentos están en parte manuscritos, en parte mecanografiados. Se puede reunirlos como dos conjuntos: un conjunto de narraciones y testimonios sobre acontecimientos históricos y vivencias personales, y un conjunto de reflexiones sobre diferentes temas relacionados con la historia de Rusia y de la Unión Soviética. Universidad Católica Boliviana estación de Moscú donde aquél debe llegar. Nikolái hace una reflexión acerca de lo que hasta aquel momento ha sido su vida dentro de las peculiares circunstancias del rumbo que ha tomado su país. Demuestra cierta inclinación hacia la autocrítica, pero en el fondo hace una justificación de sus actos: dadas las circunstancias ha tenido que acomodarse a la situación para salvar su pellejo y no correr el riesgo de ser degradado o perseguido, como había pasado con tantos de sus conciudadanos. El tercer capítulo de la novela empieza con las palabras: “Mientras esperaba a su primo, Nikolái Andréyevich pensaba en su vida y se preparaba para arrepentirse de ella ante Iván” (p.21). Había estudiado biología y en una primera etapa de su vida profesional había tropezado con muchas dificultades para hacer una buena carrera. Sin embargo, siempre había podido contar con el apoyo incondicional de su esposa, quien lo consideraba un verdadero genio. Poco a poco le había ido mejor y en aquel momento de espera en la estación se consideraba un hombre que había alcanzado casi la meta que se había puesto. Sin embargo, algo le remordía en su conciencia: “¿Había vivido correctamente? ¿Era de veras un hombre honesto como todos a su alrededor le consideraban? Crecía, se reforzaba en su alma aquel sentimiento tormentoso, de penitencia” (p. 41). Encuentra la respuesta en el hecho de que a lo largo de toda su vida había acatado lo que las autoridades soviéticas decretaban al pueblo: “Toda su vida consistía en un gran y prolongado acto de obediencia; ni una vez había desobedecido” (p.43). Y esto, en el fondo, significa que el Estado es, en última instancia, el responsable de los actos de los súbditos sumisos: La divinidad, la infalibilidad del Estado inmortal, no sólo oprimía al individuo sino que también lo protegía y lo consolaba de su debilidad, justificaba su nulidad: el Estado cargaba sobre su espalda de hierro todo el peso de la responsabilidad, liberaba a los hombres de la quimera de la conciencia (p. 41). Una breve narración nos lleva a la persona de Pineguin. Después del encuentro con Iván sigue su camino, todavía molesto consigo mismo por haber llevado su auto al taller mecánico, pero, para tranquilizar su conciencia, se dirige al restaurante donde siempre se le recibe con todos los honores que merece. Revista número 25 • noviembre 2010 56 “¡El diablo fue quien me empujó a ir a pie!”, se repetía Pineguin. No quería pensar en lo malo y oscuro que durante décadas había dormido en él y que ahora de repente se había despertado. No se trataba de su mala acción, sino de la estúpida casualidad que le había hecho encontrarse con el hombre al que le había buscado la perdición. De no haberse encontrado con él por la calle, lo que dormía en su interior nunca se habría despertado. Pero se había despertado, y Pineguin, sin darse cuenta, cada vez pensaba menos en la estúpida casualidad y se alarmaba y preocupaba cada vez más. “En definitiva, es un hecho, fui yo, precisamente yo, el que denunció a Vánechka, mientras que habría podido no hacerlo; le rompí la columna vertebral a un hombre, pero… ¡que se vaya al diablo! Estaba sentado en la penumbra, en silencio, con los ojos entornados, y el convencimiento de que la suya había sido una vida justa pugnaba con la confusión y el horror que habían resucitado en él, con el fuego y el hielo del arrepentimiento. Pero en ese momento el pesado terciopelo que encortinaba la puerta de la cocina comenzó a moverse, y Pineguin, al reconocer por la cabeza calva a su camarero, pensó: “Es para mí”. La bandeja, emergiendo de la penumbra, flotó hasta Pineguin, y éste vio el rosa ceniciento del salmón entre soles de limón, el negro del caviar, el verde de invernadero de los pepinos, los lados escarpados de una garrafa de vodka y una botella de agua mineral. No es que fuera un sibarita, ni tampoco tenía tanto apetito, pero en aquel preciso instante al viejo enfundado en el chaquetón dejó de perturbarle la conciencia (pp. 105-106). Mashenka Liubímova es una mujer sencilla que, después de haber pasado ocho meses en la famosa cárcel moscovita Butirki, fue mandada a un campo de régimen especial, sin derecho a correspondencia, por la simple razón de que no había denunciado a su marido. Ahora va en un convoy en dirección del campo al que la han destinado. Pasan por su memoria las dos veces que los agentes habían llegado a su casa para registrarla y llevarse a su querido Andréi, la primera vez, y a ella misma, la segunda. Y se hace preguntas: “Masha no comprendía por qué ella, y decenas de otras como ella, debían denunciar a sus maridos, por qué Andréi, y cientos de otros como él, debían denunciar a los compañeros de trabajo, a los amigos de la infancia” (p.142). Estas preguntas no tienen respuesta, como tampoco la pregunta referida a dónde habían llevado a Yulka, su niña de tres años. Sin duda sólo en un joven corazón femenino pueden convivir estos dos tormentos: la inquietud de una madre, el apasionado deseo de salvar a un hijo abandonado, y al mismo tiempo, la infantil sensación de indefensión ante la cólera del Estado, el deseo de esconder la cabeza en el pecho de la madre (p. 145). La historia de Masha (Mashenka) que presenta Grossman es la historia de una mujer que se rehúsa a dejar de esperar; que, cueste lo que cueste, sigue creyendo que un día podrá reencontrarse con su esposo Andréi y con su querida hijita Yulia (Yulka). Una vez en el campo, a pesar del trabajo durísimo a que es sometida, sigue alimentando esa esperanza: 57 Revista número 25 • noviembre 2010 El convoy sigue avanzando, y Masha siente los primeros síntomas del tifus: la cabeza confusa, turbia, pesada. Pero no, nada de tifus, está bien. Y de nuevo, en el tren, la esperanza ha encontrado un sendero hacia su corazón. Pronto llegarían al campo y le gritarían: “Liubímova, sal de la fila, hay un telegrama para ti. Estás libre”, etcétera, y así sucesivamente: viaja hacia Moscú en un tren de pasajeros, he aquí Sófrino, Púshkino, la estación de Yaroslavl, ve a Andréi, que tiene a Yulia entre sus brazos (p. 148). Universidad Católica Boliviana Pero la melancolía por el marido y la hija persistía y la esperanza no había muerto, sólo se lo parecía: la esperanza dormía. Y Masha sentía su sueño como se siente en los brazos a un niño dormido y, cuando la esperanza se despertaba, el corazón de la joven se llenaba de felicidad, de luz y de aflicción” (p. 152). Su vida en el campo se hace cada vez más dura, se agota cada vez más. “Y sin embargo la esperanza anidaba en su corazón: volvería a ver a su familia…” (p. 153). Y más adelante: “Masha también esperaba, con una esperanza atormentadora. Pero era esa esperanza la que le permitía respirar, incluso cuando la atormentaba” (p. 158). Sin embargo, a la larga, por más que se esforzara para mantenerla viva, la esperanza iba convirtiéndose en desesperación; y finalmente muere. La esperanza la había abandonado, se había quedado completamente sola… Nunca vería a Yulia, ni hoy ni de vieja con los cabellos canos, nunca. Dios mío, Dios mío, ten piedad de ella, Señor, perdónala. Un año después Masha abandonó el campo. Antes de cobrar la libertad, permaneció acostada en una cabaña helada, sobre una tarima de pino. Ya no la apremiaban para que fuese a trabajar. Nadie la maltrataba. Los camilleros depositaron a Masha Liubímova en una caja cuadrangular, hecha de tablas que el servicio de control técnico había desechado. Miraron por última vez su cara. Tenía una expresión de dulce éxtasis infantil, de confusión, la misma con la que había escuchado, al lado del almacén de la serrería, aquella música alegre, primero sintiendo alegría, luego comprendiendo que no había esperanza (p. 161). El tema de los convoyes que parten de muchas partes de Rusia hacia los campamentos penitenciarios de Siberia juega un papel importante en la novela de Vasili Grossman. El convoy es símbolo de la vida misma. Cuando Iván ha encontrado por fin su tranquilidad en la casa de Anna Serguéyevna, se da cuenta que ha llegado también al final de su vida: Pero aquellos treinta años de trayecto, aquel estruendo del tren que se había prolongado durante una treintena de años seguía tronándole en la cabeza, le resonaba en los oídos, como si el convoy corriese, corriese… Pero no era el ruido del viaje lo que le zumbaba en los oídos: en su cabeza retumbaba la esclerosis, la vida que tocaba a su fin (p. 119)27. Revista número 25 • noviembre 2010 58 27 En otras partes de la novela leemos: “[A Iván] le embargó una extraña sensación, como si toda su vida hubiera transcurrido viajando día y noche en el interior de un vagón chirriante y durante décadas hubiese oído el rumor sordo de las ruedas, y ahora por fin hubiese llegado a destino: el convoy se había detenido” (p. 119). “De repente, Iván Grigórievich pensó: '¿Era de veras mi camino, mi destino? Sí, con aquellos convoyes empezó mi ruta. Pero ahora el viaje ha terminado” (p. 134). Y es precisamente en relación con los convoyes que aparece en la obra de Grossman el título de su obra: Todo fluye. No hace mucho tiempo, poco después de la Gran Guerra Patriótica28, se instalaron peines de acero bajo el fondo de los vagones de cola. Si durante el trayecto un detenido desmonta el suelo y se lanza de plano sobre las vías, el peine lo agarrará, lo estirará y lo arrojará bajo las ruedas. ¡Ni para ti ni para mí! Para los que después de romper el techo del vagón se encaraman a él, han instalado proyectores que, como puñales, atraviesan las tinieblas, desde la locomotora hasta el último vagón; y la ametralladora que vela el convoy sabe qué tiene que hacer si un hombre corre sobre el techo… Sí, todo evoluciona. La economía del convoy ha cristalizado. Está todo: al valor añadido, el bienestar de los oficiales del convoy en su vagón de estado mayor, la reducción de las raciones de los detenidos y de los perros, la compensación del traslado calculada en función de los sesenta días de trayecto del convoy hacia los campos de la Siberia Oriental, la circulación de mercancías en el interior de los vagones, la feroz acumulación primitiva y la pauperización paralela. Sí, todo fluye, todo muta, nadie entra dos veces en el mismo convoy (p. 133)29. En el concepto de Grossman la muerte significó para Mashenka encontrar la libertad. El tema de la libertad es constante en toda la novela Todo fluye. Lo toca por primera vez en el capítulo dedicado a la reflexión que hace su primo Nikolái sobre su vida. Nikolái contrasta su propia actitud de obediencia (ciega) al Estado con el afán de Iván de defender la libertad: En la universidad, en su círculo de estudios filosóficos, Iván mantenía violentas discusiones con los profesores de materialismo dialéctico. Las discusiones se prolongaron hasta que el grupo fue disuelto. Entonces Iván intervino en el auditorio contra la dictadura: declaró que la libertad era un bien igual a la vida misma, que la restricción de la libertad mutilaba a los hombres igual que los golpes de hacha, que cortan dedos y orejas, y que la destrucción de la libertad equivalía al asesinato. Después de aquel discurso, fue expulsado de la universidad y deportado por tres años a la región de Semipalatinsk (p. 49). 29 Todo fluye, ta panta rhei, expresión atribuida al filósofo griego Heráclito (ca. 535 a.C. – ca. 475 a.C.), de hecho no es de él, sino del autor romano Simplicio de Cilicia (ca. 490 – ca. 560 d.C), quien con la misma quiso sintetizar el pensamiento de Heráclito en su comentario de la Física de Aristóteles (1313.11). La frase sobre el movimiento del agua, igualmente atribuida a Heráclito, se encuentra en la obra Preparación evangélica, del obispo Eusebio de Cesarea: “[…], precisamente como lo hace Heráclito. Queriendo aclarar que hay una eterna producción de almas inteligentes por exhalación, las compara con ríos, diciendo lo siguiente: Aunque uno entra en los mismos ríos, las aguas que fluyen sobre él de vez en cuando son diferentes” (XV.XX.II). Revista número 25 • noviembre 2010 28 La Segunda Guerra Mundial. 59 Universidad Católica Boliviana ¿En qué consiste la libertad que Iván buscaba y en cuyo nombre perdió su propia libertad? Antes creía que la libertad era libertad de palabra, de prensa, de conciencia. Pero la libertad se extiende a la vida de todos los hombres. La libertad es el derecho a sembrar lo que uno quiera, a confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que uno ha sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho a vivir y trabajar como uno prefiera y no como le ordenen. Pero no hay libertad ni para los que escriben libros ni para los que cultivan el grano o hacen zapatos (pp.118-119). Esta libertad está simbolizada en la inmensidad del mar. Al final de la novela, cuando Iván, al retornar a su pueblo natal, contempla el mar, reflexiona: “El mar no es la libertad. Es su imagen, su símbolo. ¡Qué hermosa es la libertad si basta con evocarla para que su imagen llene de felicidad al hombre!” (p. 283)30 El peor momento de su vida es para Iván la conversación que tiene en la cárcel con otro preso, Alekséi Samóilovich, “la persona más inteligente que nunca he conocido” (p. 277), porque esa persona hace lo posible para quitarle su ideal y su sueño de libertad. Pero Iván no se rinde: Y ahí estoy, acostado en la litera, medio muerto, y siento que en mí sólo queda viva mi fe: la historia de los hombres es la historia de la libertad, de la más pequeña a la más grande; la historia de toda la vida, desde la ameba hasta el género humano, es la historia de la libertad, es el paso de una libertad menor a otra libertad mayor; que la vida misma en sí es libertad. Esa fe me da fuerzas (pp.280-281). Pero, esa historia, por lo que respecta a Rusia y la Unión Soviética, está contrariada por otra historia: Rusia había visto muchas cosas en mil años de historia. Durante los años soviéticos el país había sido testigo de victorias militares mundiales, enormes construcciones, ciudades nuevas, presas que detenían el curso del Dniéper y el Volga y canales que unían los mares, la potencia de los tractores, de los rascacielos... La única cosa que Rusia no había visto en mil años era la libertad (pp.71-72). Revista número 25 • noviembre 2010 60 A la narración de la historia de Masha sigue otra, a saber: la que Anna Serguéyevna cuenta sobre lo que había pasado en Ucrania durante los años 19291932: primero la llamada deskulakización y después la gran hambruna en el campo31. El primer tema lo introduce Anna, diciendo: “La deskulakización comenzó en 1929, a finales del año, pero el viraje definitivo se produjo entre febrero 30 En la novela Vida y destino, la estepa calmuca, por la que pasa el teniente coronel Darenski para revisar las tropas, es el símbolo de la libertad: “La estepa tiene una particularidad maravillosa. Esta particularidad vive en ella, invariablemente, ya sea al alba, en invierno, en verano, en sombrías noches de lluvia o bajo el claro de luna. Siempre y por encima de todas las cosas la estepa habla al hombre de la libertad… La estepa se la recuerda a aquellos que la han perdido” (Grossman, 2007b, pp. 368-369). 31 Para el caso de la hambruna en Ucrania, ver Tottle (1987). y marzo de 1930” (p.165). En la historia de Rusia y de la Unión Soviética los llamados kulaks eran terratenientes que tenían grandes propiedades agrícolas y que eran capaces de contratar peones y arrendar partes de sus terrenos. Desde el inicio de la era soviética fueron perseguidos, pero a partir del año 1929 se hizo su persecución mucho más sistemática e incluso se extendió el estigma de kulak a campesinos que, de hecho, no pertenecían a esta categoría. Se llegó a una situación verdaderamente extrema: los kulaks no solamente fueron despojados de sus propiedades, sino también detenidos, matados o mandados a Siberia. Lo recuerdo bien: antes del arresto les aplicaron un impuesto. Lo pagaron. Para la primera vez les alcanzó; la segunda vez aquel que pudo vendió, con tal de pagar. Creían que si pagaban, el Estado tendría piedad. Algunos sacrificaron el ganado, destilaron vodka del grano, y bebían, comían, porque en cualquier caso, decían, la vida para ellos se había acabado. Quizá las cosas fueran distintas en otras regiones, pero en la nuestra fue así. Comenzaron arrestando sólo a los cabezas de familia. […] A los de la primera redada los fusilaron en bloque, ninguno de ellos quedó con vida. A los que arrestaron a finales de diciembre los retuvieron en las cárceles dos o tres meses y luego los deportaron a áreas de reasentamiento para kulaks. Cuando arrestaban al padre no tocaban a las familias, sólo hacían un inventario de sus bienes, que ahora ya no pertenecían a la familia: se los confiaban para que los guardaran. La dirección regional trazaba el plan con el número de kulaks que debían eliminar en cada distrito, los distritos dividían esa cifra entre los diversos sóviets rurales, y los sóviets rurales confeccionaban las listas. Encarceladas ya los cabezas de familia, a principios de 1930 comenzaron a arrestar a las familias (pp. 165-166). Y Anna, por entonces todavía una jovencita, confiesa que también ella había participado en esas operaciones: “Y yo también comencé a caer en el hechizo; cada vez estaba más convencida de que todas las desgracias procedían de los kulaks y que, eliminándolos a todos de un plumazo, llegarían tiempos felices para los campesinos” (p. 167). Pero a la hora de dar su relato, ya ve con otros ojos lo que por entonces pasaba y con qué se había identificado: “Ahora, cuando recuerdo la deskulakización, lo veo de otra manera; el hechizo pasó y veo a los seres humanos” (p.169). Revista número 25 • noviembre 2010 Los que participaban en la persecución de los kulaks estaban convencidos que después de haberlos expulsado del campo, vendrán mejores tiempos para todos los pobres campesinos: “¡Nos equivocamos! – dijo Anna – El hacha se abatió sobre todos los de aquel pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande. Llegó el castigo de la hambruna” (p. 173). La causa de esta hambruna fue doble. Por un lado, 61 Universidad Católica Boliviana precisamente en aquellos años las tierras produjeron menos32, y, por otro lado, el Estado exigió mayores entregas de trigo a los campesinos. “Se veía que Moscú tenía todas sus esperanzas puestas en Ucrania. Y fue sobre todo contra Ucrania contra la que más tarde se desencadenaría su ira. El discurso es de sobra conocido: tú no has cumplido el plan, tú eres un kulak encubierto” (p. 175). El largo relato de Anna es realmente escalofriante, pero presenta algo que ha pasado y que forma parte de una dramática y trágica historia dentro de lo que ha sido el desarrollo de la construcción de una nueva sociedad. Anna (y sin duda, el mismo Vasili Grossman), apelando a la memoria colectiva y la conciencia colectiva de la humanidad, termina su relato con las siguientes preguntas: Y nada de eso queda. ¡Dónde fue a parar esa vida? ¿Dónde están aquellos sufrimientos horribles? ¿Es posible que no haya quedado nada? ¿Es posible que nadie responda por todo aquello? ¿Qué todo se olvide, sin una palabra? La hierba lo cubrirá todo. Ahora te hago una pregunta: ¿Cómo ha podido pasar todo esto? (p. 192) 33 A este relato de Anna Serguéyevna, sigue otro, que presenta el caso concreto de una pequeña familia, Vasili Timoféyevich, su esposa Hanna y su hijo pequeño Grisha, víctima de la tremenda hambruna que azotó Ucrania a comienzos de los años ’30. Vasili Timoféyevich murió el primero, anticipándose dos días al pequeño Grisha. Había dado casi todas las migajas de comida a su mujer y al niño, por eso murió antes que ellos. Sin duda, no ha habido en el mundo sacrificio más grande que el suyo ni una desesperación más profunda que la que él sintió al ver a su mujer deformada por el edema y a su hijo agonizante (pp. 195-196). Revista número 25 • noviembre 2010 62 En la última narración insertada en su novela, Grossman presenta al judío Lev Mekler, fanático revolucionario y bolchevique, responsable de justicia en Ucrania, convencido de que, para que la Revolución pueda prosperar y alcanzar su meta, hay que usar la violencia y sacrificar gente: “Era un predicador, un apóstol y un combatiente de la Revolución socialista mundial. […] El futuro reino mundial le parecía infinitamente bello, y por eso Mekler estaba dispuesto a utilizar la más despiadada violencia” (p. 217). Pero, en un momento dado la Revolución ya no lo necesitaba, porque se optó por el socialismo en un solo país y se pasó a perseguir a los llamados cosmopolitas. Grossman lo compara con un perro que ama a su amo y lo sigue donde sea, aunque a veces el amo lo pisotea, hasta que al final para el amo el perro está por demás. 32 “Después de la deskulakización la superficie de tierra cultivada disminuyó considerablemente y el rendimiento bajó” (Grossman, 2010b:174). 33 En el año 1990 se presentó en un pequeño teatro de Moscú (U Nikitokix Vorot) una versión dramatizada de este relato de Anna Serguéyevna, titulada “Monólogo a la luz de una vela”. En la segunda parte de la noche se dio lectura de la carta que la madre de Viktor Pávlovich Shtrum escribió a su madre desde el gueto de Berdevich. Pero el perro no había comprendido algo sencillo: que el amo había abandonado su casa de entusiasmo juvenil para trasladarse a una casa de granito y cristal donde aquel perro de corral se había convertido en una carga absurda para él, y no sólo en una carga sino también en un peligro. Y lo mató (p. 221). 3.2. Reflexiones “El hechizo pasó y veo a los seres humanos”, dijo Anna Serguéyevna al final de su dramático relato. Iván Grigórievich, Nikolái Andréyevich, Vitali Antónovich Pineguin, Anna Serguéyevna, Mashenka, Vasili Timoféyevich, Lev Mekler, y tantos otros que aparecen en las narraciones de Vasili Grossman: seres humanos, pero de una u otra manera: ¿todos víctimas de una Revolución, víctimas de un sistema o víctimas de la historia de Rusia? Esta pregunta es la esencia de las reflexiones que Grossman ha hecho y que ha insertado también en la historia de Iván Grigórievich, cambiando la última pregunta de Anna Serguéyevich: “¿Cómo ha podido pasar todo esto?”, en otra: ¿Quién es el culpable de todo esto, de todos estos dramas humanos? Hasta cierto punto Grossman introduce esta cuestión al final de la breve conversación que Nikolái Andréyevich e Iván Grigorievich tienen sobre la cuestión de la subscripción de la carta que exigía el castigo más severo para los médicos judíos. A las palabras de Nikolái: “Amigo mío, amigo mío, no sólo para vosotros, en los campos, la vida ha sido difícil; también lo ha sido para nosotros”, Iván reaccionó: “¡Dios me libre! No te juzgo, ni a ti ni a nadie. ¿Qué clase de juez sería yo?” (p. 64). Entre el encuentro que Iván Grigórievich tiene con Vitali Antónovich Pineguin y la reflexión que este último hace acerca de la delación que había hecho, Grossman insertó un largo capítulo sobre la actuación de los delatores en la historia de la Unión Soviética, actuación de la que tantísimos seres humanos han sido víctimas, de modo muy especial en el año 1937, llamado el año del Gran Terror. 63 El capítulo comienza con estas palabras: “Quién es culpable, quién responderá por ello… Hay que reflexionar, no hay que darse prisa en contestar” (p. 83). Y Grossman presenta a cuatro delatores, a cuatro Judas, cada uno con su historia, sus antecedentes, sus denuncias. Y al final de cada relato da una advertencia: “ Y aun así, esperemos todavía, no dictemos ninguna sentencia sin reflexionar”. “Sí, sí, en este punto también hay que pararse a reflexionar. Qué terrible es condenar también a un hombre terrible”. “Reflexionemos con calma, la sentencia llegará después”. Revista número 25 • noviembre 2010 “No nos precipitemos, reflexionemos seriamente sobre este delator”. Universidad Católica Boliviana La segunda parte de este capítulo nos lleva a la sala de un juzgado. Allá se encuentran el acusador, los informadores y delatores, el defensor y el juez. El acusador ataca, insiste en que los que se encuentran delante de él, son culpables: “¿Se reconocen culpables de la muerte de ciudadanos soviéticos inocentes?”. Ellos se defienden: No, lo negamos categóricamente. El Estado había condenado a esa gente de antemano. Nosotros construimos, por así decirlo, la fachada exterior. En realidad, poco importaba lo que nosotros escribiéramos, si los imputábamos o los absolvíamos; aquellas personas estaban ya condenadas por el Estado (p. 94). Es un diálogo de sordos, que termina con las siguientes palabras del defensor, palabras inquietantes, con las que Vasili Grossman, en su búsqueda de ser sincero y justo consigo mismo y con los demás, apela también a nosotros, sus lectores: Sí, sí. Ellos no son culpables. Fuerzas de plomo, oscuras, los empujaron, millones de toneladas pesaban sobre ellos. No hay inocentes entre los vivos, todos son culpables: tú, el acusado, tú, el fiscal, y yo, que estoy pensando en el acusado, en el fiscal y en el juez (p. 101). Llamativo es el hecho de que el acto en la sala del juzgado termina con el alegato del defensor. No hay sentencia, el juez no aparece o se resiste a tomar la palabra. Esa culpabilidad ha de ver de alguna manera con la historia misma de Rusia, una historia que se caracteriza grandemente por la ausencia de libertad, por la esclavitud, por la sumisión a un poder supremo que aplasta. Sus reflexiones llevan a Grossman a pensar que en última instancia es el Estado, zarista o soviético, quien es el culpable extremo de la aniquilación del hombre, de la presencia en la sociedad de delatores, de perseguidores, de policía secreta, de ejecutores ciegos de órdenes, de torturadores y verdugos, por un lado, y de hombres y mujeres acusados, encarcelados, expulsados, destruidos… 64 Revista número 25 • noviembre 2010 Lo que había dicho Grossman en una de las primeras páginas de su obra acerca de la historia de Rusia, una historia de grandes logros, pero una historia en que no se ha visto la libertad, lo explicita en una de las últimas páginas del mismo libro. Donde “la historia de la humanidad es la historia de su libertad”, “el desarrollo ruso ha revelado una extraña naturaleza: se ha confundido con el desarrollo de la falta de libertad” (p. 246). El zar Pedro I el Grande (1682-1725) y la zarina Catalina II la Grande (17291796) promovieron y favorecieron grandemente el progreso en todos sus niveles, pero durante sus reinados “el abismo entre la libertad y la no libertad cada vez se hacía más profundo” (p. 246)34. “Cada escalada hacia la luz ahondaba aún más el negro foso de la esclavitud” (p. 248). Fue recién en la segunda mitad del siglo XIX, bajo el reinado del zar Alexandr II (1818-1881), cuando se produjo un cambio en esta situación: el 19 de febrero de 186135, día del aniversario de su coronación, Alexandr promulgó el famoso decreto de la emancipación de la servidumbre36. Cuarenta millones de siervos se convirtieron en hombres libres. Para Grossman, ese acontecimiento, como se demostró en el siglo siguiente, era más revolucionario que el acontecimiento de la gran Revolución de Octubre. Ese acontecimiento sacudió los fundamentos milenarios de la vida rusa, fundamentos que ni Pedro ni Lenin tocaron: la dependencia del progreso respecto de la esclavitud” (p. 248). Esta novedad extraordinaria del siglo XIX tendría que haber desembocado en la democracia, tal como, según el historiador Leonid Serguéyevich Madiárov en Vida y destino, otro alter ego de Vasili Grossman, lo había concebido el gran escritor Anton Chejov (1860-1904), considerado erróneamente cincuenta años después de su muerte, debido a “la estrechez de miras del Partido”, como “portavoz de un fin de siècle” (p. 356). Pero Chejov es el portador de la más grande bandera que haya sido enarbolada en Rusia durante toda su historia: la verdadera, buena democracia rusa. Nuestro humanismo ruso siempre ha sido cruel, intolerante, sectario. Desde Avvakum37 a Lenin nuestra concepción de la humanidad y la libertad ha sido siempre partidista y fanática. Siempre ha sacrificado sin piedad al individuo en aras de una idea abstracta de humanidad. […] Chejov dijo: dejemos a un lado a Dios y las así llamadas grandes ideas progresistas; comencemos por el hombre, seamos buenos y atentos para con el hombre, sea éste lo que sea: obispo, campesino, magnate industrial, prisionero de Sajalín38, camarero de un restaurante; comencemos por amar, respetar y compadecer al hombre: sin eso no funcionará nada. A eso se le 34 Al encontrarse en Leningrado, Iván Grigórievich observa también el monumento erigido en homenaje a Pedro el Grande: “Le pareció que no hacía treinta años ni ciento treinta desde que Pushkin había llevado al héroe de su poema a aquella plaza; el divino Pedro nunca había sido tan grande como hoy. No había en el mundo una fuerza más poderosa que la que él había captado y expresado: la fuerza majestuosa de un Estado excelso. Ésta crecía, se levantaba, reinaba sobre los campos, sobre las fábricas, sobre los escritorios de los poetas y los científicos, sobre las construcciones de los canales y las presas, sobre las canteras, los aserraderos y los astilleros, capaz, en su potencia, de apoderarse también de la vastedad de los espacios y de las arcanas profundidades del corazón del hombre que, fascinado, le entrega el don de la libertad, el deseo mismo de libertad” (Grossman, 2010b:79-80). Grossman hace referencia al poema Poltava, por medio del cual Alexandr Pushkin (1799-1837) quiso ensalzar la victoria que el zar consiguió sobre los suecos que buscaban conquistar la Ucrania, en la batalla de Poltava, 27 de junio de 1709. El mismo Pushkin escribió, sin embargo, el poema Oda a la libertad, en el cual criticó fuertemente la autocracia de los zares. 36 El mismo zar dijo, al justificar su decreto frente a los opositores: “La situación actual no puede permanecer, y es mejor suprimir la servidumbre de arriba que esperar hasta que se suprima de abajo”. 37 Petrov Avvakum (1620-1682), arcipreste y líder de los creyentes que durante el gobierno del patriarca moscovita Nikon (1652-1666) se opusieron a la reforma litúrgica que aquél había introducido. Avvakum murió en la hoguera. 38 Sajalín: una isla penitenciaria, con cárceles y campos de trabajos forzados, delante de la costa oriental de Siberia. En 1890 Anton Chejov hizo un viaje a esta isla para conocer la suerte y las circunstancias de vida de los detenidos allá (ver Chejov, 2005). Revista número 25 • noviembre 2010 35 Según el calendario ruso, 3 de marzo según el calendario occidental. 65 llama democracia, la democracia que todavía no ha visto la luz en el pueblo ruso (Grossman, 2007b: 356-357). En vez de atender a lo que Chejov trabajó tanto en sus famosos cuentos, se ha hecho el camino inverso. Desde la Revolución, con todos sus sueños e ideales, hacia la aniquilación de los diferentes partidos y la hegemonía total de un partido único, el partido bolchevique de Lenin y sus más fieles seguidores, y hacia la creación de un Estado todopoderoso y omnipresente, concepto abstracto encarnado primero en la persona de Lenin y después, de una manera más brutal aun, en Stalin39, y como resultado una nueva servidumbre, una nueva esclavitud, una nueva sumisión total, con todas las consecuencias de víctimas y sufrimientos humanos: hombres y mujeres destrozados, perseguidos, etc. Pero éstos no están solos. En 1954, Vasili Grossman visitó en Moscú una exposición de objetos de arte de museos alemanes que habían sido llevados a Rusia después de la ocupación de la parte oriental de la Alemania hitleriana, y que iban a ser devueltos a aquellos museos. Entre estos objetos se encontraba un cuadro del pintor italiano Rafael Sanzio (1483-1520), La Madona Sixtina40, que los rusos habían robado de la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde y llevado a Moscú41. El judío Grossman visitó esa exposición y se dejó impactar grandemente por La Madona Sixtina. Más tarde, caminando en la calle, estupefacto y desconcertado por el poder de estas impresiones instantáneas, no traté de desenredar la mezcla de mis sentimientos y de mis pensamientos. No comparaba esta turbación con los días de lágrimas y de felicidad que a mis quince años había conocido al leer Guerra y Paz, ni con lo que había experimentado al escuchar la música de Beethoven en los momentos particularmente sombríos y difíciles de mi vida. Entendí que la visión de esta mujer joven con su niño en los brazos me llevaba, no a un libro o a una música, sino a Treblinka…42 66 Para Grossman, es esa Madona con su niño que “pisaba con sus pies desnudos y ligeros esta tierra vacilante de Treblinka, caminando desde el lugar donde se descargaban los vagones hasta la cámara de gas”, la que en la primavera de 1945, Revista número 25 • noviembre 2010 39 Ver los capítulos 21 a 25 de Todo fluye. Para Stalin, ver en especial Sebaq (2004). 40 Rafael Sanzio creó la imagen entre 1513 y 1514, probablemente para el sepulcro del papa Julio II (1443-1513), Giuliano della Rovere, cuya familia tenía como patrono a san Sixto, que fue papa de 115 a 125. De ahí el título del cuadro, que fue entregado a los monjes benedictinos de Piacenza. En el año 1754 los benedictinos vendieron el cuadro al príncipe elector de Sajonia Augusto III. 41 Sobre la Madona Sixtina en la literatura rusa, ver: Alda Gallerano, La Madonna Sistina en Russia, http://spazioinwind. libero.it/gburrini/contributi/alda/sistina.html. 42 Grossman, en 1955, escribió un pequeño libro sobre esta experiencia, titulado precisamente La Madona Sixtina, del cual se encuentra un extracto en internet: http://www.lekti-ecriture.com/contrefeux/La-chapelle-sixtine.html. Las citas de este extracto han sido traducidas por nosotros del francés al castellano. El libro editado es Grossman (2002). ha venido con nosotros, no como invitada, tampoco como extranjera de paso, sino con los soldados y los chóferes, por los caminos hundidos por la guerra. Ella se ha hecho parte de nuestra vida. Ella es nuestra contemporánea. “Ella es contemporánea de la época de la colectividad”. “ Yo la he visto – dice Vasili Grossman – en la estación de Konotop43, donde se acercó a un vagón del expreso, bruñida por los sufrimientos. Levantó sus ojos espléndidos, y dijo, sin hablar, justamente con los labios: “Pan…”. – “La encontramos nuevamente en 1937: era ella que, de pie en su habitación, apretó a su hijo en sus brazos por última vez, diciéndole adiós y devorando su rostro con sus ojos”44. Y así, Grossman quiere hacernos entender que entre nosotros está esa Madona. Termina esta enumeración de encuentros de la Madona con la gente, diciendo: Nosotros, los hombres, nosotros la hemos reconocido, nosotros hemos reconocido a su hijo: ella, somos nosotros, su destino, somos nosotros. Ellos son lo que hay de humano en el hombre. Y si el futuro conduce un día a la Madona a la China o al Sudán, adonde sea, los hombres la reconocerán como nosotros la hemos reconocido hoy. Surge espontáneamente la pregunta: ¿Qué es exactamente este humano? En primer lugar: la libertad, de la que ya hemos hablado en este artículo y que es un tema central tanto en Vida y destino como en Todo fluye. En segundo lugar: la fuerza de la vida. Al reflexionar sobre la esencia de la existencia humana y acerca de lo humano en el hombre, Grossman escribió un pequeño ensayo, titulado Descanso eterno, en el que contrapone el ‘todo fluye’ a lo que no cambia, a lo que queda siempre, a saber: lo humano en la fuerza de la vida, el espíritu vital del hombre. Siguiendo a von Clausewitz45, se podría decir que el cementerio es una continuación de la vida por otros medios. Los sepulcros expresan tanto los caracteres de los individuos como el carácter de una época particular. Por supuesto, hay muchos sepulcros tristes, sin carácter. Pero esto significa que hay mucha gente triste, incolora. 67 Hay una gran diferencia entre los sepulcros de gente importante de años recientes y sepulcros de mercaderes y consejeros privados de antes de la Revolución. Pero no menos instructivo que esta diferencia es una semejanza: la clara semejanza entre los sepulcros sencillos y ordinarios del pasado y los sepulcros ordinarios de nuestro siglo de cohetes y reactores nucleares. 44 Los pequeños hijos de mujeres detenidas fueron llevados a internados especiales. 45 Carl von Clausewitz (1780-1831), militar y filósofo prusiano. Revista número 25 • noviembre 2010 43 Una ciudad en el norte de Ucrania. Universidad Católica Boliviana ¡Qué poder constante! Una cruz de madera, un montículo de tierra, una guirnalda de papel. Y si vas y observas los sepulcros de un cementerio ordinario de una aldea, este poder constante resulta todavía más evidente. “Todo fluye, todo cambia”, dijo el griego. Pero esto no se hace evidente en los pequeños montículos con sus cruces grises. Si todo cambia, se cambia de una manera apenas perceptible. Y esto no es simplemente una cuestión de la tenacidad de tradiciones funerarias. Lo que vemos aquí es la tenacidad del espíritu vital, del mismo fondo de la vida. ¡Qué obstinación! Como en un cuento de hadas, todo ha cambiado. El nuevo orden –electricidad, la aplicación de fuerza química y fuerza nuclear– ha traído numerosos cambios y escuchamos de estos cambios todos los días. Pero esta pequeña cruz gris, tan similar a la cruz gris puesta allá hace ciento cincuenta años, parece simbolizar la futilidad de las grandes revoluciones, de los grandes cambios científicos y técnicos que han probado ser incapaces de cambiar los aspectos más profundos de la vida. Cuanto más inmutables son las profundidades de la vida, tanto más abruptos son los cambios a la superficie del océano. Tormentos vienen y van, pero las profundidades del océano permanecen46. Y en tercer lugar: la bondad. Todo el capítulo 16 de la primera parte de Vida y destino está dedicado a una reflexión atribuida a Ikónnikov, un antiguo tolstoísta que se encuentra detenido en un campamento de concentración alemán. Esta reflexión gira alrededor del tema del bien y del mal. Según Ikónnikov, a quien también podemos considerar como un alter ego de Vasili Grossman, el bien universal o general se ha fragmentado en bienes particulares, el bien de una iglesia, una secta, un país, un partido, etc., y esto implica que los que se identifican con tal bien particular tratan de eliminar o marginar a los que no comparten este bien. Sin embargo, este bien universal se concreta también en la bondad, que es precisamente lo esencial de lo humano en el hombre. 68 Revista número 25 • noviembre 2010 Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío. Es la bondad del guardia de una prisión que, poniendo en peligro su propia libertad, entrega las cartas de prisioneros y reclusos, con cuyas ideas no congenia, a sus madres y mujeres. Es la bondad particular de un individuo hacia otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología. Podríamos denominarla bondad sin sentido. La bondad de los hombres al margen del bien religioso y social. 46 “Eternal rest”, en Grossman (2010a). El texto está también en Grossman (2002). Pero si nos detenemos a pensarlo, nos damos cuenta de que bondad sin sentido, particular, casual, es eterna. En estos tiempos terribles en que la locura reina en nombre de la gloria de los Estados, las naciones y el bien universal, en esta época en que los hombres ya no parecen hombres y sólo se agitan como las ramas en los árboles, como piedras que arrastran a otras piedras en una avalancha que llena los barrancos y las fosas, en esta época de horror y demencia, la bondad sin sentido, compasiva, esparcida en la vida como una partícula de radio, no ha desaparecido (Grossman, 2007b: 517-518). El daño que esa bondad sin sentido a veces puede ocasionar a la sociedad, a la clase, a la raza, al Estado, palidece ante la luz que irradian los hombres que están dotados de ella. Esa bondad, esa absurda bondad, es lo más humano que hay en el hombre, lo que le define, el logro más alto que puede alcanzar su alma (Grossman, 2007b:519)47. En la persona de Iván Grigórievich, Vasili Grossman ha querido presentarnos un hombre que, a pesar de todas las fluctuaciones de su trágica vida, en el fondo de su corazón, silenciosamente, ha conservado la cordura, la libertad, el espíritu vital y la bondad, estas virtudes constantes que marcan precisamente lo humano en el hombre y son capaces de enfrentarse con todo lo que fluye en nuestra realidad. Por eso quiso terminar la composición de su obra Todo fluye con estas palabras sobre el protagonista de su obra, cuyo último sueño fue retornar a la casa de sus padres: Vio los matorrales, los lúpulos. Ni casa, no pozo: sólo algunas piedras blancas, dispersas en medio de la hierba polvorienta, quemada por el sol. Permaneció allí, de pie: canoso, encorvado y aun así el mismo de antes, inalterable (Grossman, 2010b: 286). 4. Epílogo 69 Ya en los años ’80 y ’90 del siglo pasado se llegó a conocer a Vasili Grossman y sus libros comenzaron a impresionar a sus lectores. Sin embargo, fue en especial durante esta primera década del siglo XXI que se descubrió la enorme envergadura de la obra de este autor ucraniano, tanto en su dimensión literaria como en su dimensión humana. + El 2 de diciembre de 2005 tuvo lugar en la universidad de Eichstätt-Ingolstadt una conferencia internacional e interdisciplinar, organizada por el Instituto Central para Estudios de Europa Central y Europa Oriental, y el 47 Para el tema de la bondad en Grossman, ver Rossi (2006:13-38). Revista número 25 • noviembre 2010 En el centenario de su nacimiento se realizaron dos grandes simposios, uno en Eichstätt, Alemania, y el otro en Turín, Italia. Instituto Hanna Ahrendt, con el tema: ¿Enemigos emparentados? El estalinismo y el nacionalsocialismo reflejados en la novela Vida y destino de Vasily Grossman48. En 2005 también se defendió una tesis doctoral en Duke University, Durham NC, Estados Unidos, sobre Grossman: Anna Lind-Guzik, Vasily Grossman: Testing the waters of soviet literary politics and propaganda. Los días 12 y 13 de enero de 2006 se realizó en Turín un simposio internacional, organizado por el Centro Cultural Pier Giorgio Frassati, con la colaboración de la Fundación de Arte, Historia y Cultura Hebraicas de Casale Monferrato y la Fundación Rusia Cristiana, con el título: Vita e destino. Il romanzo della libertà e la battaglia di Stalingrado49. Resultado de este simposio fue también la creación del Centro Studi Vita e Destino: www. grossmanweb.eu. Un segundo simposio tuvo lugar en Turín del 19 al 21 de febrero de 2009, con el título: Vasilij Grossman tra ideologie e domande eterne. En relación con la celebración del centenario del nacimiento de Vasili Grossman se organizó en Turín también una exposición sobre Grossman y su gran obra Vida y destino. Esta exposición, que se presentó en Turín en diciembre de 2005 y enero de 2006, se presentó también en otras ciudades de Europa, en Jerusalén (2008), Buenos Aires (2009) y Nueva York (2010). Del 4 al 7 de febrero de 2007 se presentó en La Maison de la Culture de Bobigny, Francia, una adaptación teatral de Vida y destino, escrita por el siberiano Lev Dodine y actuada por estudiantes de la Academia Teatral de San Petersburgo. Y los días 28 y 29 de enero de 2009 se estrenó en Turín una representación teatral de La Madre, una adaptación de la carta que escribió la madre de Viktor Pávlovich Shtrum a su hijo. Revista número 25 • noviembre 2010 70 Para terminar, el 6 de mayo de este año 2010 el periódico The Guardian de Londres publicó una entrevista que el periodista Luke Harding tuvo en Moscú con la hija de Vasili Grossman, Ekaterina Korotkova Grossman. Ella relató que en 1941 pudo escapar con su madre de la ciudad de Kiev, la capital de Ucrania, y establecerse en Tashkent. En 1955 se estableció en Moscú, donde por fin pudo conocer de cerca a su padre. En la entrevista la ahora octogenaria Ekaterina dio el siguiente sencillo testimonio de su padre: Mucha gente perdió su fe en los seres humanos. Él nunca lo hizo. Si se lo compara con los que hoy en día interpretan los acontecimientos, él era un idealista. Creía que aún en la persona más terrible se puede encontrar algo bueno. 48 Las ponencias fueron publicadas en Forum für osteuropäische Ideen- und Zeitgeschichte, 10 (2), 2006. 49 Las ponencias de este simposio fueron publicadas en Maddalena y Tosco (2007). Referencias bibliográficas 1. Aguiles, Julián. “Andrei Platonov o la tragedia del escritor como ingeniero del alma”. http://www. diariodigital.com.do/articulo,56432,html. 2. Beevor, Antony y Luba Vinogradova (eds.). 2006 Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945. Barcelona: Crítica. 3. Bonnet, Dominique. 2010 “Chronique d’une mort annoncée par une mere à son fils: l’indicible anticipé dans La dernière lettre de Vassili Grossman”, Interferences littéraires, nouvelle série, 4, pp. 77-84. También en Internet. 4. Chandler, Robert. 2007. “Vasili Grossman. En nombre de los que yacen en la tierra”. Revista Letras Libres. Febrero de 2007: http://www.letraslibres.com/index.php?art=11832. 5. Chejov, Antón P. 2005. La isla de Sajalin. Valparaiso: Editorial Alba. 6. Chentalinski, Vitali. 1994 De los archivos literarios del KGB. Madrid: Anaya & Mario Muchnik. 7. Ellis, Frank. 1994. Vasily Grossman. The genesis and evolution of a Russian heretic. Oxford, UK: Berg Publishers. 8. Garrard, John. 1994. “The original manuscript of Forever flowing: Grossman’s autopsy of the new soviet man”. The Slavic and East European Journal, 38 (2), pp. 271-289. 9. Garrard, John y Carol Gallard. 1996. The bones of Berdichev. The life and fate of Vasily Grossman. New York: Simmon and Schuster. 10. Grossman, Vasilii Semenovich y Gershon Aharoni. 1984. The Treblinks Hell: Photographic album of martyrs, heroes, and executioners. Tel-Aviv: Lodge “Bnei Brith”. 11. Grossman, Vasili y Ilya Ehrenbourg. 1995. Le Libre Noir. Sur l’extermination scélérate des juifs par les envahisseurs fascistes Allemands dans les régions provisoirement occupées de l’URSS et dans les camps d’extermination en Pologne pendant la guerre 1941-1945 textes et temoignages. Arles-Paris: Actes SudSolin. 12. Grossman, Vassili. 2002. La Madonne Sixtine. Paris: Interferences Eds. 13. -------------- 2006. Oeuvres. Paris: Éditions Robert Laffont. 14. -------------- 2007. La paix soit avec vous. Voyage en Arménie. Lausanne: L’Age d’Homme. 15. -------------- 2007. Vida y destino. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 16. -------------- 2009. Años de guerra. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 17. -------------- 2010a. The Road. London: MacLehose Press. 71 18. -------------- 2010b. Todo fluye. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 19. Maddalena, G. y P. Tosco (eds.). 2007. Il romanzo della libertà. Vasilij Grossman tra i classici del XX secolo. Roma: Rubbetino. 20. Nékrasov, Viktor. 1962. Front-line Stalingrad. London: Harvill Press. 21. Rossi Monti, Martino. 2006. “Sarete come dèi. Fascino della forza e conformismo sociale in due episodi bellici”. Intersezioni. Rivista di storia delle idee, 1, 2006, pp. 13-38. 23. Shentalinski, Vitali. 2006. Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos en los archivos literarios del KGB. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 24. Tottle, Douglas. 1987. Fraud, famine and fascism. The Ukranian genocide myth from Hitler to Harvard. Toronto: Progress Books. También en Internet. Revista número 25 • noviembre 2010 22. Sebaq Montefiore, Simon. 2004. La corte del zar rojo. Barcelona: Crítica. Witold Gombrowicz Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 73 - 89 Las insistencias del sentido. Un acercamiento a Cosmos, de Witold Gombrowicz Persistence of the sense: an approximation to Witold Gombrowicz, Cosmos Alan Castro Riveros* Resumen: * Universidad Católica Boliviana "San Pablo". [email protected] 73 Revista número 25 • noviembre 2010 A partir del diálogo directo que Cosmos entabla con la estructura y recursos de la novela policial, esta lectura crítica insiste en una similitud y una diferencia. La semejanza tratada es el intento de organizar un caos, la diferencia es la forma de hacerlo. Mientras el relato de enigma organiza sus “pruebas” para reconstituir el puzzle. Cosmos enumera “pruebas” truculentamente insignificantes que no tratan de resolver el misterio, sino de indagar sobre aquello que en su imagen incomprensible inquieta, hechiza y reproduce. Concentrándose en una serie de colgamientos que se suceden en la novela, y tomando en cuenta que Gombrowicz llamaba a Cosmos “una novela sobre la formación de la realidad”, este trabajo inquiere en torno a la producción del sentido inquiere en torno a la producción del sentido en relación al acto de la creación literaria, a la concepción de la realidad como acontecimiento y a la potencia generadora de detalles aparentemente insignificantes donde la huella el trabajo humano olvidado en la cosa persiste para hacer de la narración un río imparable. Universidad Católica Boliviana Palabras clave: literatura polaca, literatura argentina, Witold Gombrowicz, producción de sentido, novela policial. Abstract: Considering the direct dialogue Cosmos brings about with the structure and resources of the detective genre, this paper insist on a similarity and a difference The similarity dealt with is the intent of organizing a chaos, while the difference is how to do it. As the enigma story settles “proofs” in order to solve a puzzle, Cosmos lists “proofs” that are quarrelsome insignificant, not intended to solve mystery but, to explore that which, having a non comprehensible image, perturbs, enchants and reproduces. Focusing in a series of hangings occurring in the novel, and acknowledging Gombrowicz used to refer to Cosmos as “a shaping of reality novel”, this paper inquires on the production of sense related to the act of literary creation, on the conception of reality, the conception of reality as an event, and on the power generating details apparently non significant carrying the trace of human work forgotten on the thing persisting and making the narration a non retainable river. Keywords: Polish literature, Argentinian literature, Witold Gombrowicz, production of sense, detective novel. ____________________ Hay algo en la conciencia que se convierte en trampa de ella misma. Witold Gombrowicz, Diario 1. Cosmos Las palabras no tenían sentido más que porque el sentido, al introducir la sospecha, al filtrarse (...) de un lugar sin origen, no cesaba, al tiempo que parecía darles vida, de romper en pedazos, de mortificar las palabras. 74 Revista número 25 • noviembre 2010 Maurice Blanchot El polaco Gombrowicz (1904-1969) gustaba llamar a Cosmos (1967) “una novela sobre la formación de la realidad”, o referirse a ella como a una investigación sobre “los orígenes de la realidad”. Dentro de su bibliografía, que incluye sus anteriores novelas, Ferdydurke (1937), Transatlántico (1953) y Pornografía (1960), Cosmos retoma –desde una perspectiva que alumbra con particular claridad el trajín del acto de narrar (la puesta en marcha de una realidad)– su obsesión por lo Imperfecto, lo fatalmente Inacabado; poniendo además en evidencia un dispositivo estilístico que complementa y abre nuestro acercamiento a su escritura: lo Improbable: la imposibilidad de comprobar la realidad de un hecho que descarte, sin dar lugar a dudas, cualquier otra probabilidad de haber sucedido de diferente forma. Sus lazos paródicos con la estructura y recursos de la novela policial hacen que esta Improbabilidad resalte. No se puede resolver un misterio sin pruebas (demostraciones irrecusables de una verdad) que configuren las huellas de regreso al origen enigmático de un hecho anormal, pero central –por su marginalidad, paradójicamente–, que, al descubrir con su brutal aparición el acostumbrado caos a su alrededor, necesita ser metódicamente reconstruido en el ordenamiento y tejido de los hechos aislados que lo circundan. En Cosmos, en cambio, la Improbabilidad de los hechos no frena el sentido de la narración (su racional Para profundizar en lo ya expuesto es necesario presentar a grosso modo la trama de Cosmos, la última y, según muchos, más ambiciosa novela de Witold Gombrowicz. Todo comienza cuando, en medio del bosque, en una rama, Witold y Fuks descubren un gorrión ahorcado, colgado de un alambre. “Algo absurdo. Un pájaro ahorcado. Un gorrión ahorcado. Era algo que proclamaba a gritos su excentricidad” (Gombrowicz, 2002: 13) Poco después los dos amigos llegan a un alojamiento donde vive una familia. La mujer que abre la puerta, Katasia, tiene una malformación en la boca, producto de un accidente. Esa boca se convierte en otro elemento que intriga a Witold, el narrador, que al conocer a Lena, una joven linda, hija de León y Bolita (dueños de casa) no sólo relaciona esa nueva boca “normal” con la de Katasia, sino que siente el contagio de una mons- 75 Revista número 25 • noviembre 2010 Las pruebas son, por tanto, señalamientos absolutos del camino a seguir en la resolución de eso innombrable; y la narración avanza mientras ellas se entrelazan para indicar entre todas el sentido que hace del crimen un hecho inteligible, lógicamente expuesto como una maquinaria detallada y, a todas luces, comprensible. La falta de pruebas crearía, en una novela policial común, una indeterminación en la cual cualquier explicación del misterio es posible (y creíble, según la manera de exponerla), pero jamás definitiva; el crimen, ramificado en sus asomos, sería irresoluble: nublado por la proliferación de sospechas que señalan, cada cual por su lado, la verdad de los hechos, resultaría ser –sobre todo para el detective– apenas un motivo terrible para zambullirse en un bullicioso e insensible desorden. hilado); un sentido que si bien ha revelado su arbitrariedad (azarosa y oscura) no deja de ser imperiosa y, por tanto, fatalmente irreemplazable. En la novela de Gombrowicz cualquier fragmento de la realidad (que resalta generalmente por su truculenta insignificancia) es un indicio imposible de dejar pasar si obsesiona inexplicablemente al narrador. Es así que cualquier nimiedad empieza a cobrar una importancia desmesurada, y expande sus tentáculos en una trama que se hizo tal por un hecho marginal que, apareciendo apenas como la alteración nerviosa de un latido, crece, rítmicamente, con insospechada omnipotencia. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 76 truosidad al haber sido llevado de la primera boca a la segunda. Esa incógnita íntima de Witold (una historia subjetiva conservada en secreto) comienza a unirse al misterio más público, el del gorrión colgado, que poco a poco se convierte en motivo de conversación en la mesa del alojamiento, pues resulta que antes de la llegada de los viajeros habían encontrado un pollo ahorcado al lado del camino. Se suceden, entonces, un torbellino de asociaciones que tratan de crear una lógica en un mundo de cosas que reclaman su lugar en la narración. De tal manera una raya en el techo, un palito colgado, un palo inclinado, un alfiler clavado, una foto, las grietas de la pared, las manos de Lena y su esposo Ludwik, las manías de León, las peroratas de Bolita, las acciones de Fuks, un sapo en una caja, un gato colgado, un viaje con desconocidos, “terrones, red, alambre, cama, piedrecillas, mondadientes, pollo, eczemas, bahías, islas, agujas, y así por el estilo, sin parar, hasta el aburrimiento, hasta el hastío” (Gombrowicz, 2002: 87); cualquier detalle, cualquier imagen, cobra una importancia inusitada, una resonancia in crescendo, cada vez más exasperante en el avance narrativo. Nuestra lectura conjuga interiormente los hechos aislados. Sabemos de primera mano la historia de uno de los colgamientos. En medio del caos nos placen todas las cosas que empiezan a car- garse de un sentido poderosamente intuitivo. Y, naturalmente, la investigación del colgamiento del gorrión y la extraña relación de las bocas se desplaza. Importa más su relación con la Totalidad, la posibilidad abierta en la intimidad del narrador, su investigación privada, la insistencia de un sentido inaprensible que todo lo abre y mortifica. Uno de los comentarios más fecundos sobre la novela de Gombrowicz es el de Gilles Deleuze. En su curso del 17 de marzo de 1987 en Vincennes, en el cual quiere aclarar la filosofía de Leibniz a través de su cotejo con las nociones sobre “acontecimiento” del matemático y filósofo inglés Albert North Whitehead, Deleuze afirma que la aseveración capital de la filosofía de Leibniz es: No hay objeto, no hay sujeto, todo es acontecimiento. A partir de un cuarteto de cuestiones que ubica en la obra de Whitehead, Deleuze señala el devenir del problema de la filosofía: el de la formación de la novedad. Si decíamos que Gombrowicz llamaba a Cosmos “una novela sobre la formación de la realidad”, no debemos dejar de escuchar ese eco repercutiendo en las observaciones de Deleuze en torno a esta novela en particular. Esta resonancia estaría señalando –más allá de un enlace entre realidad y novedad– que la realidad es una maquinaria de donde emergen sin césar acontecimientos permanentemente nuevos. Para explicar el concepto de “acontecimiento”, Deleuze describe cuatro momentos que Whitehead distingue en su libro El concepto de naturaleza (1920), donde se refiere al “acontecimiento” como “ocasión actual”. Resumiremos estos cuatro puntos de la siguiente manera: A) Primera instancia: el acontecimiento parte del caos, del caos-cosmos, como pura diversidad disyuntiva. B) Segunda instancia: aparece una criba para instaurar un proceso de clasificación y selección que funciona como campo electromagnético. C) Tercera instancia: la criba ejerce acción sobre la diversidad disyuntiva, para organizar el caos en series infinitas (vibraciones) que entran en relaciones de todo y de partes. D) Cuarta instancia: las vibraciones hacen notar sus características internas, un flamante caos que ordenar, de donde nuevamente se forman series que no son del mismo tipo que las precedentes. Digamos, en pocas palabras, que cada elemento de las series organizadas a partir del caos es a su vez un microcaos, una semilla que dentro del orden lleva ya la potencia del caos, la memoria de su origen. Resultaría forzado decir que el sentido de Cosmos, aquél que insiste en enlazar sus extravagantes pruebas (improbables) para dar unidad a la narración, está en una de las estancias clasificadas por Deleuze para hablar del “acontecimiento”. El sentido no es un acontecimiento; es lo que traspasa sus estancias: su movimiento. El acontecimiento es la prueba, lo evidente, cada una de las estancias por donde pasa el sentido: caos, criba, series, caos derivado. El sentido es la constante que se abre paso desde un origen indiferenciado a otro caos en potencia. Su vitalidad es ésa: la regeneración incólume de su origen caósmico, el recuerdo de una rasgadura que no sólo hizo visible el caos, sino que impulsó su ordenamiento. Si la manera de formar una realidad es insistiendo en su origen crítico, en esa consciencia de un desorden intimidante que exige ser comprendido, ¿qué clase de fuerza ordenancista sería aquella que organiza series de elementos incomprensibles? ¿Cómo reverbera el caos potencial en lo insignificante? En el género policial el crimen es lo incomprensible que debe hacerse lógico a medida que avanza la narra- 77 Revista número 25 • noviembre 2010 Sólo hay una manera de salir del caos, haciendo series. La serie es la primera palabra después del caos, es el primer balbuceo. Gombrowicz hizo una novela muy interesante que se llama Cosmos, en la cual él se lanza, como novelista, en la misma tentativa. Cosmos es el desorden puro, es el caos. ¿Cómo salir del caos? (…) Entonces vean la novela de Gombrowicz, es muy bella. Se organizan las series a partir del caos; sobre todo hay dos series insólitas que se organizan. Una serie de animales ahorcados, el gorrión ahorcado, el pollo ahorcado. Es la serie de los ahorcamientos. Y después una serie de bocas, una serie de bocas, una serie de pollos. Cómo interfieren la una con la otra, y cómo poco a poco trazan un orden en el caos (Los cursos de Gilles Deleuze www.webdeleuze.com). Universidad Católica Boliviana ción, el hilado de pruebas siempre significativas. En Cosmos, en cambio, las pruebas no son indicios para la reconstrucción de una realidad, sino reflejos formales del primer enigma: nuevos “crímenes” (el gorrión colgado, por ejemplo, inicia la serie analógica de los colgados.) La novela de Gombrowicz adquiere su legibilidad por la proliferación serial de estos disparatados “crímenes” que, si bien señalan el misterio original (por ser su eco renovador), no lo hacen para explicarlo, sino para restaurar su poder hechizante. Gombrowicz, refiriéndose a Cosmos, escribió en su Diario, en 1963 (cuatro años antes de su publicación): ¿Será que la realidad es, en esencia, obsesiva? Dado que nosotros construimos nuestros mundos por asociación de fenómenos, no me sorprendería que en el principio de los tiempos haya habido una asociación gratuita y repetida que fijara una dirección dentro del caos, instaurando un orden (Gombrowicz, 2005) Siendo las pruebas las evidencias en una investigación, las flechas que apuntan a una resolución (ése es el asesino, ése es el lugar, esos los motivos), ellas indican un destino, una conclusión hacia la que se apuntaba desde un comienzo. Por tanto, no importaría tanto la flecha sino el lugar hacia donde apunta, el blanco escogido (generalmente a priori) para fungir como concreción formal de un misterio que trata de fijar con luminosa especificidad, enmarcándolo hasta ocultar una flecha sombría, una fisura negra, que seguramente –haciendo de ese destino un lugar insuficiente donde descansar los ojos– señalaría nuevamente, caprichosamente, un secreto que mutilaría su perfección. En Cosmos no interesa la llegada al destino, sino la residencia movilizadora en el habitáculo oscuro del sentido (cabal anagrama de destino), desde donde la última palabra se desordena e insiste en su incompletitud. Lo Improbable es la trampa que se esconde en todo argumento, el reflejo del caos en las infinitas insignificancias que, amenazando con hacer perder el sentido, lo señalan. 2. Detrás del espacio 78 Una aparición de nada, una aparición mínima: algunos indicios de una desaparición. Nada que ver, para creer en todo. Revista número 25 • noviembre 2010 Georges Didi-Huberman El hallazgo de lo inexplicable (del gorrión colgado, en pleno descanso de una caminata por el sofocante bosque) en Cosmos es el reconocimiento del pasado en el espacio, la conciencia de un paso humano anterior; pero su revelación no hace más que apuntar lo enigmático del acto que la originó. Despojada de razón, la imagen del gorrión colgado deja surgir su inutilidad estrambótica en quien la mira. El caos que desata la aventura del conocimiento, emerge avasalladoramente de ese elemento aislado que lleva en sí la memoria del origen caósmico, para teñir todo el bosque con su incongruencia. No se trata, por tanto, de una indignación moral ante lo criminal, sino de la curiosidad ante la lógica que materializó tal incoherencia. El futuro será desde entonces la reconstrucción, paso a paso, de un pasado innombrable. Ese gorrión excede la normalidad supuesta del bosque donde ha sido colgado. Por un lado, está lo que veo de la tumba, es decir, la evidencia de un volumen, en general una masa de piedra, más o menos geométrica (...): una masa de piedra trabajada (...) Por el otro, está (...) lo que me mira: y lo que me mira en una situación tal ya no tiene nada de evidente (évident), puesto que, al contrario, se trata de una especie de vaciamiento (évidement). Un vaciamien- 79 Revista número 25 • noviembre 2010 El bosque nos interesa como espacio imaginario aparentemente conocido, como eso que los biólogos llamarían un ecosistema (una comunidad, artificiosamente cerrada en cierto ambiente físico, de relaciones vitales: un organismo, una organización ya hecha). Sabemos que la intrusión de cualquier organismo ajeno en un ecosistema supone su crisis, en muchos casos devastadora. El gorrión colgado es un intruso en el bosque; muerto no daría mucho de qué hablar, pero ¿colgado en un alambre? Hay algo en esa imagen que desbarata todo el bosque; su presencia está fuera de lugar y parece, además, señalar otro lugar. Su intromisión tiñe al bosque de extrañeza: lugares ocultos, travesuras perversas de las que no hay testigos; te hace mirar alrededor, como si señalara su explicación en los intersticios de las formas conocidas e incitara a husmear en lugares menos iluminados. El bosque alrededor es el mismo, pero ha perdido su organicidad, por obra del elemento que, manteniéndose al margen de ese territorio físico de interrelaciones, pero dentro de él, excede la conciencia apriorística de su funcionamiento. Pero el cadáver colgado del gorrión no sólo hace desaparecer el centro imaginario (siempre inconsciente, nunca nombrado) que sostenía la familiaridad del bosque, sino que se convierte en el centro que lo vacía de maquinaria interior, de sostén cosmogónico. De ahí la necesidad de querer ver detrás de los arbustos y de las sombras: nos espanta la posibilidad de que el espacio esté sustentado por un abismo, colgado inexplicablemente en un presente sin antecedentes. Es lo que el francés Georges Didi-Huberman, en Lo que vemos, lo que nos mira, llama “el sentido ineluctable de la pérdida” (1997), partiendo de la visión humana frente a una tumba, y jugando con el parecido entre la palabra francesa que nombra lo evidente y el vaciamiento. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 80 to que ya no concierne en absoluto al mundo del artefacto o el simulacro, un vaciamiento que allí, ante mí, toca lo inevitable por excelencia: a saber, el destino del cuerpo semejante al mío, vaciado de su vida, de su palabra, de sus movimientos, vaciado de su poder de alzar sus ojos hacia mí. Y que sin embargo en un sentido me mira –el sentido ineluctable de la pérdida aquí en obra (Didi-Huberman, 1997:19). La evidencia-vacío de la que habla Didi-Huberman podría compararse en muchos sentidos a la presencia del cadáver leída por Maurice Blanchot: ahí donde el cuerpo presente hace evidente su ausencia, y revela su lugar como no-lugar. Las evidencias, policialmente hablando, son objetos concretos, guardados cuidadosamente para no borrar de su materia las huellas de un pasado revelador; son piezas tomadas del espacio que, en conjunción, arman un plano general. Las cosas alrededor de un escenario criminal apuntan a recapitular la materialización del cadáver allí donde fue hallado; y, por tanto, hacen del espacio un asunto primordial: el lugar de los hechos se carga de un sentido que siempre apunta a la resolución del enigma. En tal caso las evidencias se cargan de sentido en cuanto todas señalan (aunque sea de reojo) al cadáver, y tratan de llenar el vacío que ha producido. En el caso de Cosmos, el cuerpo del delito es el que apunta a todas partes, prolongando su vacío; como si no pudiera dejar de señalar y contornear el hueco detrás de toda pieza de puzzle: esa ausencia que incompleta, que hace evidente su presencia en otro lugar justamente por su notable falta en este lugar: un tiempo anterior donde estaba, un futuro donde estará. Se trata de una ausencia que ha empezado a habitar en quien la evidenció –y cuya sola presencia en sus ojos se expande con incontrolable fuerza–, porque el testigo ya no está presenciando el espacio superficial al querer ver aquello que lo sustenta, sino que es trasladado imaginariamente a ese otro espacio (todos los escenarios posibles) señalado por algo que notoriamente está fuera de lugar, pero está, preponderantemente, en ese lugar. Por otra parte el gorrión colgado es una forma concreta que concentra y hace surgir ciertas escenas del pasado de Witold y se proyecta, a su vez, como irresolución; una imagen epifánica donde todas las formas que dan vueltas por la cabeza del narrador se han reflejado en el espacio, reclamando la disipación de su extrañeza más allá/más aquí del bosque. ¿Quién había sido el ahorcador? ¿Y para qué? ¿Cuál podía ser la causa?, pensaba yo confusamente en medio de aquella vegetación que se excedía en miles de combinaciones; por otra parte estaba el fatigoso viaje en tren, la noche llena de ruidos ferroviarios, el sueño, el aire, el sol, la marcha con Fuks, mi madre, Jasia, el conflicto provocado por aquella carta, mi frialdad hacia Roman, mi padre, incluso los problemas de Fuks con el director de su oficina (problemas de los que me había hablado), las huellas dejadas por las ruedas, los terrones, los zapatos, pantalones, piedras, hojas, todo se concentraba de golpe en ese gorrión, como una muchedumbre arrodillada. Y él reinaba en su total excentricidad... Reinaba en aquel sitio (Gombrowicz, 2002: 13). Como vemos en este fragmento del capítulo Primero, la pregunta por el ahorcador se esfuma rápidamente, y la confusión del hecho lleva a Witold a pensar en el pasado y en el espacio que circunda el reinado el gorrión. En este sentido, recuerda a esa palabra –desgastada de tanto uso, pero relampagueante en sus resurrecciones– que Walter Benjamin nos regaló: el aura, esa trama singular de espacio y tiempo. Aparte de la conjunción de lejanía y cercanía, que suele ser la veta más tratada al hablar de aura, nos interesa una aclaración que Benjamin comparte con T. W. Adorno en su correspondencia, donde se refiere al aura como huella del trabajo humano olvidado en la cosa (Benjamin, 1987:). Y ése pájaro ahorcado “señalaba acusadoramente una mano humana que había penetrado en la maleza... ¿la mano de quién?” (Gombrowicz, 2002: 13). Tratemos de responder a la cuestión planteada. El hecho de un gorrión colgado, a diferencia de la mayoría de las cosas encontradas en un bosque, señala la intervención humana y, por tanto, supone una acción consciente cuya razón de ser no se limita al modus operandi del colgamiento, sino al tramado de palabras que han hecho posible tal acción. A diferencia de cualquier otro objeto, ente o cuadro en el bosque, esta imagen no tiene antecedentes; de ahí que haga buscar, en quien la mira, dentro de su propio pasado. El gorrión pasa a ser una evidencia más íntima, una especie de clave detonante que demanda la articulación de imágenes subjetivas, fragmentos para ordenar un espacio interior. Como si al vaciar el plano espacial, en la indagación de algo, no solamente en las sombras y fisuras del bosque, sino en la memoria personal, descubriera que ese abismo atisbado detrás de la imagen está también detrás de los ojos, endurecido en el tuétano de los huesos. Se trata de un vacío lo suficientemente poderoso como para tomar el cuerpo de quien lo mira, e insertar así una oscura interioridad en las cosas; interioridad que, al ser sentida en el cuerpo del mismo narrador (lo que ve y lo que mira a través de él), prolonga subterráneamente su subjetividad en el espacio. En consecuencia, el espacio criminal está detrás de quien lo ha interiorizado con la mirada; y su ordenamiento corresponde a la organicidad corpo- 81 Revista número 25 • noviembre 2010 Pero además “se entiende por aura de un objeto ofrecido a la intuición del conjunto de las imágenes que, surgidas de la mémoire involontaire, tienden a agruparse en torno a él” (Benjamin, 1993:196). La pregunta que nos hacemos, al recordar particularmente estas menciones al aura es: ¿cómo la huella de un trabajo humano olvidado agrupa imágenes en torno a sí, persistiendo además en el espacio como la evidencia de esa pérdida, el olvido de la acción forjadora, el micro-caos en expansión? (de ahí que la novela no pueda evitar presentarse como una investigación sobre “los orígenes de la realidad”). Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 82 ral del narrador, a esa historia biológica con la que Roland Barthes denominaba el estilo de una escritura. Sin embargo, si habíamos dicho, volviendo a la filosofía de Leibniz, que el acontecimiento anula al sujeto y al objeto, ¿cómo es posible esta subjetividad objetivada en el espacio? El acontecimiento, por ser una fulguración flamante de lo Real, del espanto primordial, imposibilita cualquier asimilación simbólica (objetiva) de lo visto, pues el terror nace precisamente de esa realidad innombrable que no puede ser ordenada (simbolizada); y siendo el acontecimiento un hecho irracional, no tiene ningún sujeto que lo ejecute, nadie opera sobre el acontecimiento, nadie lo hace ser: la dimensión humana, como conciencia creadora, es incorpórea, desaparecida. Matizando la pregunta, diríamos, ¿qué clase de huella del trabajo humano olvidado en la cosa produce esta evidencia del sin-sentido? Y aun más allá: ¿por qué esa evidencia, para simbolizarse, actúa como criba que organiza series de imágenes tomadas de la historia personal del narrador? ¿Será ese reflejo en el interior el primer balbuceo después del caos, la necesidad de retroceder a los antecedentes más íntimos a manera de indagar sobre el origen propio? El escritor argentino Ricardo Piglia, en un artículo sobre Gombrowicz titulado La lengua de los desposeídos, en el cual indaga brevemente sobre el desdén del escritor polaco por la lengua “culta”, se refiere a su estilo de la siguiente manera: “Gombrowicz está siempre cerca de la afasia. Mejor sería decir, Gombrowicz trabaja sobre la afasia como condición del estilo. El afásico es un infante crónico” (Piglia, 2008. Siendo la afasia un trastorno del lenguaje a nivel de la expresión, esa dificultad para pronunciar las palabras, un estilo afásico sería justamente ese balbuceo que emerge del caos, del bullicio en lo simbólico, allí donde las palabras también están confundidas y nunca parecen cargar con la exactitud necesaria para ser pronunciadas sin rodeos. Si la condición del estilo de Gombrowicz es la imposibilidad de enunciar cabalmente la realidad, es porque la realidad a la que se refiere Gombrowicz es de una cotidianidad notablemente intrascendente, cuyo sentido se escapa porque la huella de lo humano en las pruebas escogidas exhibe su estrafalaria inutilidad. La objetividad se diluye en la escandalosa insignificancia de la criba que determina el ordenamiento cósmico; mientras la subjetividad (la interpretación de los hechos) se pierde por la insuficiencia del lenguaje para explicar las nimiedades que están al margen de los “grandes hechos y las grandes acciones” que suelen utilizarse para resolver los mayores enigmas de la humanidad. 3. La formación de realidad La escritura: una flecha que apunta al vacío –lo anacrónico del futuro- pasado– y que cae siempre demasiado pronto, en la excesiva totalidad de un pasado agobiante, de un futuro sin porvenir o, incluso, lo cual es peor, en la plenitud de un presente que se transforma todo en escrito repleto de recursos y de vida. Maurice Blanchot Cabalmente. Ante el sopor de la caminata entre la maleza, cuyos poderes alborotadores se potenciaron con la visión del gorrión colgado, Fuks y Witold buscan un lugar donde alojarse. No está por demás decir que la multitud excesiva de imágenes y bagatelas que muestran la huella del trabajo del hombre en sí mismas, ya dentro del alojamiento –todas exhibiendo ese olvido a causa del imparable vaciamiento que mira a través del narrador– es agobiante. Razón por la cual no vamos a detenernos en la infinitud de sus relaciones, sino sólo en dos colgamientos posteriores y sus murmuraciones. Nos detendremos en estas dos escenas porque son nudos donde se hace notoria la transformación movediza (formal) del sentido y su incólume insistencia (en la perennidad de la forma). 3.1. La línea del sentido Fuks volvió a hablar (...) Propuso que investigáramos si la flecha señalaba algo; dijo que no perderíamos nada con averiguarlo; si nos convencíamos de que no señalaba nada, por lo menos estaríamos tranquilos, sabríamos que no era una flecha especialmente trazada por alguien, sino sólo una ilusión (...) De pronto accedí e incluso me levanté inmediatamente de la cama, pues la idea de avanzar por una línea determinada, la idea de un movimiento penetrante, decidido, me pareció mucho más agradable que un vaso de agua helada (...) no obstante, [tenía] en sí cierta dosis de imbecilidad (Gombrowicz, 2002: 42-43). Una línea, que puede o no ser una flecha, señala caprichosamente el sentido que nos llevará al segundo colgamiento. Fuks y Witold siguen la línea. Los lleva más allá de la casa, al jardín, pues era claro que no señalaba algo dentro del cuarto. Otra vez el calor, un caminar cansado, ocioso, que los lleva hasta un muro cerca de la maleza. Y encuentran algo: 83 Revista número 25 • noviembre 2010 Recapitulemos ordenadamente los hechos –a veces enrevesados en la narración– que nos llevan al segundo colgamiento. Fuks y Witold, en su recámara compartida, echados en la cama mirando el techo, ven una línea que parece ser una flecha y que, según Fuks, no estaba el día anterior. Esta flecha, según Fuks, señala la misma dirección que otra línea en el comedor –que también parecía una flecha, pero no tan clara como esta. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 84 Un palito. Un pequeño palito de dos centímetros de longitud. Colgaba de un hilo blanco del mismo tamaño enganchado en una grieta del ladrillo” (...) era difícil fingir que no sabía de qué se trataba: un gorrión colgado, un palito colgado; era algo estrambótico y por ello aumentó de golpe la intensidad del gorrión (...) El palito y el gorrión intensificado por el palito. Era difícil no pensar que alguien por medio de esa flecha nos había dirigido hacia el palito para que lo asociáramos con el gorrión... ¿Pero, por qué? ¿Para qué? ¿Se trataba de una broma? (...) Alguien se reía a nuestra costa, se burlaba, se divertía... (46-47) No es casual que en 1939 Ernesto Sábato haya advertido en el cuento “Filifor forrado de niño” (el quinto capítulo de Ferdydurke) un tipo de humor paranoico que él creía haber inventado/descubierto junto a su amigo astrónomo Miguel Itsigzohn, y que habían llamado margotinismo. Así lo cuenta el propio Sábato (2006:7) en su prólogo a la edición argentina de Ferdydurke. La sensación de sentirse mirado, desde atrás, desde una ventana oscura, mantiene el suspenso y da más sentido a cualquier acción de los personajes. ¿Quién puede colgar un palito para gastar una broma? Ese pensamiento es absurdo, ridículo, pero también obsesivo, perturbador. Es la sensación de que lo visto nos mira desde su pasado, que ya resulta el nuestro. Alguien, una mano, ha trazado una flecha en el techo no sólo para señalar un palito colgado, sino para que sea relacionado con el gorrión; como si esa mano fuera la de un delator secreto, apuntando con su índice aquello que debe ser visto por los ociosos investigadores (¿la misma mano que colgó al gorrión?), un ojo vigilante, siempre oculto, jugando una broma pesada, para mantener la tensión del relato con la ilusión de obediencia a un sentido inamovible. La huella del trabajo humano está ahí, pero ahora con antecedentes: el gorrión colgado, el pollo colgado del que se habló en la cena, la flecha en el techo, una posible mano que señala raras evidencias; pero, sobre todo, la latencia de un ojo invisible exigiendo acciones decididas –aunque ridículas–, verificando si el sentido trazado está siendo seguido rectamente: ¿Sería posible que alguno de esos cristales me mirase con ojos humanos? Todos dormían aún la siesta vespertina a juzgar por el silencio, pero no era imposible que tras el vidrio de alguna ventana nos estuvieran observando: ¿Leon? ¿Bolita? ¿Katasia? (...) No, eso no era lógico (...) pero lo absurdo era un cuchillo de dos filos. Y Fuks y yo actuábamos al otro lado de aquél absurdo y actuábamos y nos movíamos con una lógica absoluta, así que yo, entregado a tan laboriosas tareas, debía no obstante (si no quería que lo que hacíamos perdiera todo sentido) tomar en cuenta la posibilidad de una mirada que nos espiara tras los vidrios... (44) La relación del sentido con una mirada inquietante –que brilla en lo oscuro, detrás de algún cristal, posi- blemente detrás de los matorrales que eran escrutados por nuestra mirada en el primer colgamiento– ya supone un giro de aquella evidencia explosiva que colgaba en el bosque: la posibilidad de ser una línea, de apuntar a un solo lugar. Pero, ¿cómo diríamos que esta mirada se relaciona con la flecha unidireccional? Me gusta pensar en la caminata paranoica del narrador Witold como el guiño que lo hace cómplice, al mismo tiempo que lo separa, de un narrador omnisciente. La novelística de Gombrowicz está escrita siempre en primera persona, desde un personaje narrador llamado Witold Gombrowicz, que relata sus aventuras. Siempre asistimos a los hechos desde la acción subjetiva del narrador; y en este sentido, a diferencia del narrador omnisciente (sólo un ojo), la inmersión en la trama es de cuerpo entero. La complicidad está en la fijación de un sentido, que Witold acepta necesitado y el ojo lejano ofrece seductor. La transformación del caos sensorial en línea de sentido resulta de la aparición vigilante de una sombra antropomorfa que parece ofrecer el conocimiento –gradual– de aquello que sustenta lo absurdo, haciendo ingresar a los investigadores, de cuerpo entero, al espacio sin testigos que desean reconstruir, hasta que se topan con un muro donde encuentran un palito ahorcado. 85 Revista número 25 • noviembre 2010 En primer lugar, es necesario tener en cuenta la inversión producida a nivel espacial. Si en el bosque fueron los investigadores quienes observaron a su alrededor, imaginando lugares ocultos y acciones sin testigos en un tiempo anterior al de su paso, ahora ellos son los mirados: ellos ocupan el espacio perdido: su acción ya adquiere los rasgos de una reconstrucción. Habiendo salido de su dormitorio sin querer ser mirados, “al otro lado de aquel absurdo”, recorren el jardín a ocultas hasta llegar cerca de la maleza, hasta ese muro; pero siempre con la extraña necesidad de crear un testigo, para continuar su paso, por no querer que su acto “perdiera todo sentido”. Si el ojo fantasmal en alguna ventana mira el camino seguido por los resueltos detectives (y no a cualquier otro lado), ¿acaso no es la latencia de la flecha que persiste en su sentido? Ya es una flecha humanizada, comprendida como un signo trazado cons- cientemente por una subjetividad; no importa si se trata de un bromista perverso o un secreto conocedor del misterio que de pronto ha decidido compartirlo veladamente, en la truculencia del juego. Lo importante aquí es la emergencia, aunque leve –todavía dudosa–, del recuerdo de un trabajo humano; pero ya no en un espacio ajeno, sino en la organicidad de sus pasos, dirigidos por la flecha latente en el ojo que los antecede, que ya ha visto (supuestamente) lo que ellos no. Universidad Católica Boliviana 3.2. Un exceso de realidad El relato del tercer colgamiento lo conocemos de primera mano: asistimos a su fechoría. Para llegar a él es necesario recordar algunos antecedentes. Cuando Witold y Fuks llegan al alojamiento, una deformación en la boca de Katasia (la empleada que les abre la puerta) empieza a obsesionar a Witold, quien paulatinamente va relacionando esa boca con la boca de Lena, la hija de los dueños de casa, por quien siente una atracción enamoradiza. Pero además Witold intuye una correspondencia secreta entre el gorrión colgado, el palito colgado y Katasia; supone que la sirvienta es la más cercana a los colgamientos (por esa boca deformada en un accidente: no una malformación natural, sino con intervención de la famosa mano humana). Mientras Witold trata de olvidar el ridículo asunto en su cuarto, la noche siguiente al hallazgo del palito, Fuks propone volver a ver el lugar donde está el palito, para mostrarle algo que ha encontrado. Fuks le muestra una vara. “Mira lo que señala esa vara.” [dice Fuks] “¿Qué?” “El cuarto de Katasia.” Sí, la vara señalaba directamente hacia su cuarto, que estaba junto a la cocina, en una casucha construida al lado de la casa. “Ajá” Revista número 25 • noviembre 2010 86 Precisamente. Si la vara no ha cambiado de posición, entonces, de cualquier manera, no importa, el asunto carece de trascendencia. Pero si alguien la movió, lo hizo para señalarnos el cuarto de Katasia... Alguien, ¿te das cuenta?, alguien que debido a lo que dije anoche a la hora de la cena sobre el palito y el hilo advirtió que ya estábamos sobre la pista (67-68) Como es de suponer, esa misma noche ambos van al cuarto de Katasia, sabiendo que ella no estaría allí. Entran con una linterna, sin saber lo que buscan, aislando con su luz innumerables fruslerías, entre las que encuentran un retrato de Katasia con la boca “normal”, anterior al accidente. Sin embargo, lo que de pronto resalta es una aguja clavada en la mesa, seguida por una plumilla clavada en un limón, una lima de uñas clavada en una caja de cartón y, finalmente, un clavo incrustado en la pared, pero curiosamente sólo a unos cuantos centímetros del suelo. Sin saber si su inspección estaba terminada o no, Fuks y Witold salen del cuarto y de pronto escuchan unos martillazos, detrás de la casa. Witold se asoma por la ventana y ve a doña Bolita elevando una herramienta, golpeando furiosamente el tronco de un árbol. Y mientras Witold quiere olvidar la persistencia de las cosas clavadas en el cuarto de Katasia relacionándose con ese martilleo, se escuchan unos nuevos golpes en el piso superior (¿en el cuarto de Lena?), como si respondieran a los anteriores. Witold corre a tocar la puerta del cuarto de Lena, pero nadie le abre. La idea de que Lena estaría ahí dentro, pero no quiere abrir la puerta, lo atormenta. Sale, entonces, de la casa, y se trepa a un árbol para ver a través de su ventana. Estos precedentes al tercer colgamiento nos interesan porque notamos que el palito y la flecha han tomado nuevas dimensiones. Ese sentido lineal empieza a proliferar exageradamente: el alfiler, la lima, la plumilla, el clavo, todas las formas parecidas a una línea recta, que señalan algo o lo fijan. Y esa multiplicación es justamente la que abre la nueva dimensión: su sentido auditivo, sensorial. La fijación de sentido adquiere la fuerza de un claveteo, una manera más ardua –a veces violenta– de entrar en profundidad. Antes de entrar en cualquier otro asunto es conveniente ver la relación entre ahorcamiento y colgamiento, que aquí resulta más clara, teniendo 87 Revista número 25 • noviembre 2010 Tampoco podemos evitar detenernos en la imagen de Witold como el vigilante tras la ventana. El personaje narrador va adquiriendo los rasgos de quien supuestamente sabía la verdad de los hechos; y el ojo sombrío, a su vez, abre los oídos para empezar a perfilarse de cuerpo entero. Pero Witold no sólo escucha los golpes, sino que participa de ellos al tocar la puerta del cuarto de Lena y su esposo Ludwik, aunque no haya penetrado en él y se tenga que conformar aun con atisbar a través de la ventana, desde afuera de la casa. Este desplazamiento es crucial en cuanto el vigilante ya no mira hacia afuera, sino hacia adentro. Pero, de alguna manera, es el mismo mecanismo previamente expuesto: el investigador mira la oscuridad detrás de los matorrales, luego es mirado desde una ventana oscura, y finalmente él mira por esa ventana –sólo que ahora está iluminada. La sombra antropomorfa, al tomar forma, al encarnarse en el narrador, ilumina además el misterio que sustenta lo evidentemente vacío, absurdo, altamente dudoso. Es por eso que Witold, nervioso, presiente que verá algo determinante detrás de la ventana. Una tetera. Estaba preparado para todo (...) menos para ver una tetera. Hay una gota que hace derramar el vaso, algo que resulta ya “demasiado”. Existe algo así como un exceso de realidad, una abundancia que ya no se puede soportar. Después de tantos objetos que no soy capaz de enumerar (...) y ahora esta tetera, sin venir a cuenta, sin que tuviera nada que hacer, como algo extra, gratuito, como un lujo del desorden (...) Se me cerró la garganta. No podía tragar eso (...) Ludwik tomó la tetera (...) Apagó la luz. Agucé la mirada, pero no vi nada; con ojos ciegos, clavados en la oscuridad de esa cueva, intentaba ver algo (...) Ahora todo era posible allá (...) Nunca sabré nada sobre ella. Salté a tierra, me sacudí la ropa y me dirigí lentamente hacia la casa (...) En la balaustrada estaba echado Dawidek, el gato de Lena. Al verme se levantó y arqueó el lomo para que yo lo acariciara. Lo agarré por el cuello y empecé a ahorcarlo con todas las fuerzas de que era capaz (...) Lo ahorqué, quedó muerto (...) Había que hacer algo con ese gato, ponerlo en algún sitio, ocultarlo (...) ¿Sería mejor enterrarlo? (...) recordé que en el muro había un gancho que servía no sé para qué (...) llevé al gato a ese sitio y no muy lejos, a unos veinte metros del porche, lo colgué del gancho. Estaba colgado como el gorrión, como el palito. Formaba con ellos un trío (87-90). Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 88 el relato del colgamiento de primera mano. La larga cita que acabamos de leer nos muestra algo significativo. Después del anonadamiento que produce la tetera, el narrador dice: “Se me cerró la garganta. No podía tragar eso”. Luego se apaga la luz, y con el desaliento producido por tener los ojos “clavados” en la oscuridad, se dirige de vuelta a la casa, en cuyo tramo ahorca y cuelga al gato de Lena, asegurándose de que nadie lo vea. El ahorcamiento del gato tiene una reveladora resonancia en el ahogo de Witold. La tetera resulta paralizante en cuanto ya no queda espacio para ella en el interior del narrador (no podía tragar eso): es una imagen de cierre, de vaso colmado, de cuerpo hartado, que oscurece nuevamente la ventana. Pero es también el elemento excesivo que lleva a Witold a vivir la experiencia sin testigos del colgamiento. Es casi una transferencia de su ahogo, cuya azarosa víctima resulta ser el gato de Lena. Pero, sobre todo, es apropiarse del colgamiento; ya no hacer de ello algo ajeno que nos interesa investigar, sino incorporarlo de tal manera que continúe su materialización en la acción de nuestro propio cuerpo. Ahí está el nuevo giro del sentido, ése que lo hace más íntimo, que deja su lejana impersonalidad para convertirse en un acto que sobrepasa la racionalidad del actor, poseyéndolo irremediablemente. Ahorcar al gato, entonces, es liberar ese enérgico vacío, cuya expansión estaba siendo frenada por la aparición inexplicable de la tetera; es un acto irracional que, de alguna manera, acepta el hermetismo de la tetera materializando (haciendo posible, realizable) un hecho aun más incomprensible: la encarnación del sentido en el narrador. Pero no sólo ahorca al gato, liberando así ese fluido oscuro que amenazaba con reventarlo sin darle un respiro, sino que lo cuelga; es decir, lo hace participar de aquello que lo excede (la historia antecedente) y que a los ojos de cualquiera (pues no había testigos) comenzó antes de la llegada de Witold: lo libra, si se quiere, de sospechas. Se convierte en la fuerza de un sentido que exige ser revivido –más que reconstruido como algo ajeno–, formalizado en el organismo de un cuerpo sensorialmente reconocido. Este tercer ahorcamiento, situado a mitad de la novela, abre maravillosamente los hechos que se movilizan más allá del alojamiento, de los montes y del perímetro espacial donde, más o menos cercanos, sucedieron los tres colgamientos expuestos. La segunda mitad de la novela se inicia con cierta satisfacción por ese trío gorrión-palito-gato; pero aún queda la perturbadora –por incomprensible– relación entre los colgamientos, la boca de Katasia y la boca de Lena. Esto se hará evidente en el cuarto y último colgamiento. Acerca de ese colgamiento me gustaría anticipar una frase, donde la insistencia del sentido cobra su dimensión más terriblemente humana: “todo resultaba demolido por la fuerza con que aquel colgado gigantesco había penetrado en mí y yo en él”. Referencias bibliográficas 1. Benjamin, Walter. 1993. Baudelaire. Madrid: Ed. Taurus. 2. -------------- 1987. Correspondencia 1933-1940. Madrid: Ed. Taurus. 3. Blanchot, Maurice. 2002. El paso (no) más allá. Madrid: Ed. Nacional. 4. Deleuze, Gilles. Los cursos de Gilles Deleuze, en www.webdeleuze.com 5. Didi-Huberman, Georges. 1997. Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires: Ed. Manantial. 6. Gombrowicz, Witold. Ferdydurke. 2006. Barcelona: Ed. Seix Barral. 7. -------------- 2002. Cosmos. Barcelona: Ed. Seix Barral. 8. -------------- 2005. Diario (1953-1969). Barcelona: Ed. Seix Barral. 9. Piglia, Ricardo. 2008. 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Se trata, en última instancia, de una escritura que es amorosamente, puesto que la autora expone su palabra y la individualidad de sus personajes a la herida vital. 91 Palabras clave: Herida, amor, carencia, regreso. University of Pittsburgh. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Abstract: Clarice Lispector’s writing has an ethic that goes beyond traditional points of view, meaning that this writing sets itself in closeness to the Nietzsche’s beyond good and evil. Hence, this article explores the writing’s return to the joy and power of life itself, as well as the return to the love of, and the love to the violent and neutral processes of life. This means an exploration of a writing that has bodily senses, a writing that has circulating in itself the non-nameable. Since the author exposes her words and the individuality of her characters to the wound of life, we are talking about a writing that exists lovingly. Keywords: Wound, love, lock, writing. ____________________ Toda palabra es el abismo de la imposibilidad, y en ella se cumple. Áurea María Sotomayor La escritura de Clarice Lispector sigue (o es) el surco de la herida; no es una herida que pueda sanar o cicatrizar en algún momento, pues la autora se encarga de tenerla expuesta. En otras palabras, su escritura es una forma de estar a la intemperie: “Estoy viva. Como una herida, flor en la carne, está en mí abierto el camino de dolorosa sangre” (Lispector, 2003). La herida-flor en la carne parece, entonces, que es un sinónimo de estar viva. Como se puede notar en el tono de esta cita, así como en el de todos los textos de la autora, se trata de una celebración de la herida y no su lamentación. El tema de la herida aparece en distintos contenidos o contextos poéticos, que en muchos casos refiere una falta o una nostalgia como su causa. Entre estos contextos está el tocante a un orden primigenio y su pérdida. Lukács, por ejemplo, apunta que el ser humano moderno ha perdido su techo con el arribo de la filosofía, y nostálgicamente dice: “¡Bienaventurados los tiempos que pueden leer en el cielo estrellado el mapa de los caminos que le están abiertos y que deben seguir por la luz de las estrellas!”. En aquellos tiempos, señala, aunque existía una separación entre el mundo y el yo, éstos no llegaban a serse extraños y, así, “no [había] ningún acto del alma que no tenga plena significación y no se acabe en esa dualidad” (Lukács, 1971:29). Sin embargo, la llegada de la filosofía -específicamente, Platón, quien separa la esencia y la forma- es un síntoma de la ruptura de ese orden: Revista número 25 • noviembre 2010 92 Filosofía -dice Novalis- significa precisamente nostalgia, aspiración por doquier a estar en sí mismo”. Por eso la filosofía, en tanto que es forma de vida como en tanto que determina la forma y el contenido de la creación literaria, es siempre un síntoma de una interrupción entre el exterior y el interior, significativa de una diferencia esencial entre el yo y el mundo, de una no adecuación entre el alma y la acción. Ésa es la razón por la cual las épocas felices no tienen filosofía o -lo que es lo mismo- todos los hombres de esos tiempos son filósofos. (Lukács, 1971:29-30) Kundera, por su parte, relaciona la nostalgia divina y la literatura; señala que cuando Dios abandonaba lentamente el lugar desde donde había dirigido el universo y su orden de valores, separado el bien del mal y dado un sentido a cada cosa, don Quijote salió de su casa y ya no estuvo en condiciones de reconocer el mundo. Éste, en ausencia del Juez supremo, apareció de pronto en una dudosa ambigüedad; la única Verdad divina se descompuso en cientos de verdades relativas que los hombres se repartieron. De este modo nació el mundo de la Edad Moderna y con él la novela, su imagen y modelo (Kundera, 1988:13-14). En una línea parecida, y para dar un último ejemplo, Octavio Paz anota que la llaga humana se debe a la nostalgia del orden primigenio diluído por el cristianismo y la caída en el tiempo: Al romper los ciclos e introducir la idea de un tiempo finito a irreversible, el cristianismo acentuó la heterogeneidad del tiempo; quiero decir: puso de manifiesto esa propiedad que lo hace romper consigo mismo, dividirse y separarse, ser otro siempre distinto. La caída de Adán significa la ruptura del paradisíaco presente eterno (…). El tiempo en su continuo dividirse no hace sino repetir la incisión original, la ruptura del principio (...). Ese continuo cambio es la marca de la imperfección, la señal de la caída (Paz, 1985:20-21) De manera distinta a estas perspectivas, Clarice Lispector celebra la herida y, paradójicamente, en ocasiones lo hace a través de la novela, el género de la dispersión y la nostalgia (el de la caída, usando el imaginario cristiano). Y es que el tiempo (histórico) no es símbolo de caída, sino que es una posibilidad de lo vivo. Por otro lado, la escisión de sus personajes es necesaria para alcanzar 93 Revista número 25 • noviembre 2010 En estos planteamientos, el pertenecer a un Orden (divino) implicaba tener un lugar y un por qué; el ser humano estaba en armonía consigo y con su mundo (su tiempo, sus dioses, sus semejantes). Al perder tal Orden, queda escindido, con un alma mermada. Para los tres autores citados, las consecuencias de esta pérdida devienen literatura. Así, para Lukács, la novela es la épica de la sociedad moderna, pues la característica de dicho momento es la dispersión y, entonces, el conflicto del “héroe” consiste en recomponer (y recomponerse) el mundo dividido, donde, por lo demás, se encuentra solo con su proyecto (vive en un mundo privado, no total, como el héroe épico); para Kundera, el ser humano juzga antes que comprende, porque busca desesperadamente una clara división entre el bien y el mal, la novela, por tanto, es una forma de sabiduría: “la sabiduría de la incertidumbre” (Kundera, 1988:15); Paz, por su parte, señala que la novela tiene “héroes” fragmentados como su mundo, que perdieron el tiempo mítico/paradisíaco y avanzan en el tiempo histórico: linealmente, añorando/pretendiendo una utopía (cristiana). Universidad Católica Boliviana una especie de completud1, pues, como se vio en la cita del comienzo, la herida es sinónimo de vida, y la vida en la obra de la autora es apasionada, despierta, curiosa y ansiosa por el azar de lo que está sucediendo. Es por ello que, en la misma dirección que Kundera, la obra de Lispector no juzga a través de preceptos morales, tampoco pretende una claridad con respecto al bien y al mal; quizás solamente busca comprender lo que (se) es. La celebración de la herida, por ser sintomática de la vida, es un punto de convergencia de nuestra autora con Nietzsche. Ambos regresan a la potencia vital del ser humano, ajena a cualquier principio de Bien y Mal; así, dice el filósofo: “El ser vivo necesita ante todo y por sobre todas las cosas dar libertad de acción a su fuerza, a su potencial. La vida misma es voluntad de poderío” (Nietzsche, 2003: 21)2. La relación de la alegría y la tristeza del filósofo dialoga con la que esboza la escritura de Lispector, en cuanto que, así como para ella la tristeza es una superficie de la alegría (y el dolor, su exacerbación), para Nietzsche, la tendencia a lo trágico no se basa en la tristeza, sino que el dolor en la tragedia se debe a la alegría, la salud exuberante y el deseo de vitalidad (Nietzsche, 2007: 11-12). De ahí que describa el estado dionisíaco (adonde lleva lo trágico) como una mezcla de miedo y éxtasis (26-27). Este estado, por otro lado, se relaciona con la intemperie en la que Lispector deja a la herida: se trata de un estar expuestos a la vida (y a lo vivo), cuya profundización desemboca en el éxtasis (que implica dolor, pasión, alegría, entrega: todos a la vez). Se podría decir, pues, que el “Sí” del final de La hora de la estrella3 es una afirmación de la vida que despierta en Rodrigo S.M., y surge a través de la vivencia de Macabea y de la tragedia de esta última4. Este “Sí” es una presencia artís1 Con esta afirmación no se pretende decir que Lispector tiene una comunicación mística con el orden primigenio (o lo divino), pues el regreso de la escritura a lo más básico de la vida nunca logra comunicar tal hecho; siempre deviene silencio o un afuera (que implica una dispersión). 94 Revista número 25 • noviembre 2010 2 En este mismo texto, Nietzsche señala que “lo que se hace por amor siempre se hace más allá del bien y del mal” (74); es decir, en un diálogo virtual con Lispector, implica que el amor obedece a principios más propios que impuestos, principios que van de la mano de las pasiones y de la propia naturaleza humana. Sucede que la autora brasileña considera que el amor está enlazado con los procesos (básicos y neutros) de la vida, con aquéllos que obedecen a la especie de cada ser. 3 Esta novela es el relato de la creación de un personaje, Macabea. El autor (ficcional) es Rodrigo S.M., quien decide inventar a esta muchacha porque en la inmensa Río de Janeiro vio pasar a una chica muy pobre, emigrante del norte de Brasil. El narrador intenta parecerse a la muchacha para poder entenderla o conocer el secreto de la interioridad de una mujer tan carente (no sólo en el sentido económico y social, sino también espiritual, en cuanto que tiene una interioridad vacía, que está en constante meditación y en silencio). Sin embargo, le resulta imposible y su personaje permanece en “estado de ebullición”. No obstante, Rodrigo S.M. siente pasión por la norestina; ella es el vértigo de una experiencia que no se posee: “(Mi pasión es la de ser el otro. En este caso, la otra. Me estremezco tan desaliñado como ella)” (Lispector, 2001:30). En otros términos, el otro (la otra, en esta novela) es siempre una experiencia nueva, nunca algo preconcebido: el despertar del otro en Lispector es siempre bajo el modo de la oscuridad y, por tanto, el deseo está siempre espabilado, curioso y apasionado; pero, sobre todo, la distancia conlleva una relación de respeto hacia quien es Otro para el Mismo. 4 La manera de entender la tragedia en la obra de Lispector se relaciona a la vivencia de lo inevitable: la vida en sí misma, sin hechos. Asimismo, se refiere al dolor de la individualidad por abandonar las certezas y abandonarse a ser (lo cual se relaciona al amor, puesto que el amor sigue el flujo de lo que es). tica-material de dicha afirmación, tal como lo es el coro de sátiros (presencia material, viva) de la tragedia griega de la que habla Nietzsche: ... los abismos que separan a los hombres los unos de los otros, desaparecían ante un sentimiento irresistible que los conducía al estado de identificación primaria con la Naturaleza. La consolación metafísica que nos deja, como ya he dicho, toda verdadera tragedia, el pensamiento de que la vida, en el fondo de las cosas, a despecho de la variabilidad de las apariencias, permanece poderosa y fecunda de alegría, este consuelo se manifiesta con una evidencia material, bajo la figura del coro de sátiros. (Nietzsche, 2007: 56) Ahora bien, si la herida y la tragedia son una celebración de la vida, ¿por qué se trata de una herida que siempre implica dolor, violencia física, ruptura o desgarro? Sucede que en Lispector siempre estamos en falta, pues de lo contrario, el deseo permanecería dormido, y lo que llama al deseo es una herida; es decir, se trata de una especie de círculo vicioso entre falta/herida y deseo. No obstante, hay que tener en cuenta que en el mundo del trabajo5 no se está alerta o se dispersa cualquier tipo de atención en el deseo y en la herida. Éstos son escondidos, puesto que implican plétora, derroche, ruptura de un estado consciente, discontinuo. Por ello, Bataille señala que “lo que atrae el deseo (…) es la herida que expone la integridad de la carne, que es su ruptura, y que no mata, pero sí profana” (Bataille, 2001:29; mi traducción). Es en este sentido que la atención cobra tanta importancia en La pasión según G.H.6, pues se trata de exponerse a la vida sin trascenderla con lo bello o con cebos -como diría la protagonista de este texto. La trascendencia, entonces, es un escape del estado de alerta vital; por eso G.H. le dice lo siguiente al “tú” a quien se dirige: Pues, como yo, has querido trascender la vida y así la has superado. Pero ahora no voy a poder trascender, voy a tener que saber, e iré sin ti, a quien quise pedir socorro. Reza por mí, madre mía, pues no trascender es un sacrificio, y trascender era antiguamente mi esfuerzo humano de salvación, había una utilidad inmediata en trascender. Trascender es una transgresión. Pero permanecer dentro de lo que es, ¡eso exige que no tenga miedo! (Lispector, 2000:68). 6 Esta novela es narrada en primera persona por G.H., una mujer de clase acomodada que decide limpiar su casa el día en que se marcha su empleada, Janair. Empieza por el cuarto de esta última; sin embargo, queda paralizada cuando ve que en el ropero hay una cucaracha. El insecto la aterroriza, pues ve en él lo más básico, neutro y violento de la vida y sus procesos. Tomando fuerzas, la aplasta con la puerta del armario, pero esto no la alivia, al contrario, la materia que sale del cuerpo del insecto la acerca más aún a dicha violencia. Esta experiencia la lleva a un silencio “inhumano”, del que intenta salir contándole todo a un “tú”, que inventa para que la acompañe en la comprensión (esta vez humana, en el lenguaje) de la experiencia. Pese a ello, la narración regresa al punto del que partió: la pasión por lo ilimitado de vida la devuelve al silencio. Revista número 25 • noviembre 2010 5 El mundo del trabajo, o la esfera de la actividad, es aquél que, según Georges Bataille, acumula, prevé el futuro y regula, así, cualquier tipo de derroche físico, espiritual o material. 95 Universidad Católica Boliviana Permanecer “dentro de lo que es” implica “saber”: encarar/atender lo que es; en otras palabras, la atención es la inmanencia en la vida. La cucaracha, entonces, es la que sustrae a G.H. del devaneo en la trascendencia que escapa de lo vivo. Y es que solamente el animal (insecto, en este caso) tiene la capacidad de estar siempre abierto o alerta continuamente: “La vigilancia de la cucaracha era viva viviendo, mi propia vida vigilante viviéndose” (Lispector, 2000:74). Sucede que en la obra de la autora, el animal siempre está, por así decir, en el presente progresivo del verbo vivir, porque no tiene conciencia de muerte: continuamente es. Cuando G.H. deviene cucaracha le sucede lo mismo, permanece abierta (herida) hacia la existencia. El amor o la indiferencia de sólo-ser Pero ¿de dónde vienen el deseo y la herida que produce? Quizás una forma de respuesta la da una voz del cuento “La mujer más pequeña del mundo”: “Dios sabe lo que hace”. En este relato, Pequeña Flor es la diminuta mujer que captura el explorador francés Marcel Pretre. La extrañeza de la mujercita causa diversas reacciones en el público que lee la noticia en los periódicos; nadie sabe explicarse cómo es posible que exista alguien tan altérico, y, como tal, la desean para sí mismos (unos para asustar a sus hermanos, otros para que les sirva en la casa o, como el propio explorador, para investigarla), a la vez que les despierta sentimientos de miedo, nostalgia, ternura, horror, etc. Entre todas estas reacciones, está la de una anciana, y es la que cierra el relato: Marcel Pretre tuvo varios momentos difíciles consigo mismo. Pero por lo menos se ocupó de tomar notas. Quien no tomó notas tuvo que arreglárselas como pudo: -Pues mire- declaró de repente la vieja cerrando el diario con decisión-, pues mire, yo sólo le digo una cosa: Dios sabe lo que hace (Lispector, 2001:96). Vemos que, como decía líneas más arriba, una de las reacciones del explorador es comprenderla -léase poseerla- a través de la observación científica, ésa es su manera de trascender (escapar) de la que le pone la vida delante de los ojos7. A diferencia de él, y dado que no toma notas, la anciana tiene que arreglárselas como puede (“Quien no tomó notas tuvo que arreglárselas como pudo”), es decir, abandonando cualquier tipo de deseo de propiedad, o de comprensión consciente de los secretos de la naturaleza. En otras palabras, la anciana cree8. Revista número 25 • noviembre 2010 96 7 Un ejemplo de la condensación de la vida en Pequeña Flor lo vemos en el siguiente fragmento: “Mientras tanto la propia cosa rara [Pequeña Flor] tenía en el corazón algo más raro todavía, algo así como el secreto del mismo secreto: un hijo mínimo”. Ese secreto sonríe por estar viva, lo cual perturba mucho al explorador: “Fue en ese instante en que el explorador (…) en vez de sentir curiosidad o exaltación o triunfo o espíritu científico, el explorador sintió malestar. Es que la mujer más pequeña del mundo se estaba riendo (…). Pequeña Flor estaba gozando de la vida (…), estaba sintiendo la inefable sensación de no haber sido comida todavía” ((Lispector, 2001:94). 8 En este caso, la creencia está en el hacer divino; sin embargo, en otros casos de la obra de Lispector, la creencia no necesariamente está aliada a alguna religión, y sí a la fuerza de la vida. Así lo vemos, por ejemplo, en La hora de la estrella, en cuya dedicatoria Rodrigo S.M. (en verdad Clarice Lispector) se dirige a la sangre y dice que cree llorando. Como se sabe, la creencia no necesariamente tiene que ver con lo racionalmente explicable; al contrario, suele relacionarse con (in)existencias subjetivas o culturales (como las divinidades, o los dogmas de fe católicos, por ejemplo). No obstante, la fuerza de la creencia es innegable y, en la obra de nuestra autora, viene precisamente de su no explicación posible. Así, en Un soplo de vida9, el Autor dice: Ah, melancolía de haber sido creado. Mejor habría sido permanecer en la inmanencia de la naturaleza. Ah, sabiduría divina que me hace moverme sin que yo sepa para qué sirven las piernas. ¿Sabrá Dios que existe? Creo que Dios no sabe que existe. Estoy casi seguro de que no. Y de ahí viene su fuerza vehemente. (Lispector, 2001:124) La sabiduría divina hace que las piernas del narrador se muevan sin que él sepa por qué, de lo que se deduce que tampoco se sabe por qué es creado (como implica la primera línea de la cita). Es decir, su existencia es tal porque, sin saber, obedece a alguna sabiduría divina. Pero el punto del fragmento en el que todo confluye es el de la ignorancia de la propia divinidad, es decir, el no saber de Dios, ya que es precisamente de ello que viene su fuerza y, por ende, la fuerza del narrador (lo existente). Se puede decir, entonces, que la creación y fuerza divinas son indiferentes, no tienen ningún motivo o agenda: son. Es esa potencia que, en Lispector, hace de Dios un ser absolutamente necesitado, como se verá un poco más adelante. Volviendo al cuento sobre Pequeña Flor, no es casual que sea una anciana la que cierra el relato y la que crea en la sabiduría divina -o sea, en lo que es-, puesto que ella, igual que Dios, no tiene una agenda en el mundo: solamente es. La ancianidad se repite en varios relatos de Lispector; entre ellos también está “La partida del tren”, donde Ángela Pralini es la joven protagonista que se sube a un tren para alejarse de su novio -quien sólo sabía pensar, dice la narradora. Se sienta frente a una anciana, María Rita, que se va después de haber visitado a su hija. La señora está muy arreglada y lleva muchas joyas, además sonríe todo el tiempo para mostrarse agradable y, quizás, encajar en su alrededor. Sin embargo, dice la narradora sobre ella: 9 Éste es un texto que no trata de nada específicamente. Es el intercambio de voces de Ángela Pralini y su Autor; es decir, es la reflexión del creador y la propia escritura. Reflexión que se abre (como la mayoría de los textos de Lispector) a lo sagrado de la vida. Revista número 25 • noviembre 2010 Temía haber llegado a un punto donde no podía interrumpirse. Se mantuvo con severidad y temor, cerró los labios sobre los innumerables dientes. Pero no podía engañar a nadie: su rostro tenía tal esperanza que perturbaba los ojos de quienes la veían. Ella ya no dependía de nadie. (Lispector, 2001b: 370) 97 Universidad Católica Boliviana Y más adelante: Doña María Rita era tan antigua que en la casa de la hija estaban habituados a ella como un mueble viejo. Ella no era novedad para nadie (…). Sólo que no tenía nada que hacer (…) en el mundo, salvo vivir como un gato, como un perro (…). No hacía nada, hacía sólo eso: ser vieja. (373) En este último fragmento, la anciana es comparada con un mueble viejo, con un gato y con un perro, pues estos elementos no tienen nada más que hacer que vivir/estar en el mundo. En el primer fragmento, esta misma cualidad hace de la anciana una persona que trastorna los ojos de quienes la ven, porque no puede interrumpirse (“no podía interrumpirse”): como una cosa o un animal, es; es y no hace nada más que ser. Al no tener ningún compromiso con ninguna de las industrias o proyectos humanos, tampoco depende de nada, y esto le da la libertad continua (y violenta) que los demás temen y que ella misma intuye -en el primer fragmento, la narradora dice que María Rita se mantiene a sí misma con severidad y con temor a llegar al punto de ser ininterrumpidamente. Asimismo, en La pasión, Dios es presentado como un ser indiferente a los proyectos; ni siquiera tiene el objetivo u oficio de la Creación, sólo se ocupa en ser: “El está ininterrumpidamente ocupado en ser, tal como todo está siendo, pero Él no impide que nos unamos a Él, y con Él permanezcamos ocupados en ser, en un intercambio tan fluido y constante como el de vivir” (Lispector, 2000:124). Otro personaje que tiene estas características es Macabea; en la novela, su presencia en el mundo es descrita como la de un cachorro o la de un tornillo prescindible (en la sociedad). De ahí que su silencio interior sea ininterrumpido durante su vida y su muerte. Esto se ve más claramente en la parte final de La hora de la estrella: Muerta, las campanas doblaban pero sin que sus bronces resonaran. Ahora entiendo esta historia. Es la inminencia que hay en las campanas que casi-casi doblan. 98 La grandeza de cada uno. Revista número 25 • noviembre 2010 Silencio (Lispector, 2001a:80-81) Podríamos decir que el ser humano es el “casi” anterior a la muerte: siempre estamos casi muertos. Mientras que las campanas de la norestina muerta sí doblan (en silencio), las de su narrador están a punto de hacerlo; es decir, la vida es un estar a punto de ser ininterrumpidamente; así lo explica Rodrigo S.M.: “Las cosas son siempre vísperas y si ella [Macabea] no muere ahora, está como nosotros en vísperas de morir” (Lispector:2000:79). En otras palabras, la muerte de la norestina da fe de su particular manera de habitar-ser en el mundo: una silenciosa interioridad. Ahora bien, los momentos epifánicos de los personajes de Lispector son la visión de lo continuo/ininterrumpido. Si bien esta visión causa terror, el deseo latente produce la herida del estado discontinuo -estado que intenta trascender la fuerza de lo vivo. No obstante, aunque la herida arde o sangra -por ponerlo de alguna forma- más intensamente en dichos instantes epifánicos, el deseo o herida está en la cotidianidad y se la puede adivinar en los pequeños detalles que Clarice Lispector sabe traducir. En el relato de la mujer más pequeña del mundo, por ejemplo, la narradora cuenta que en otra de las casas donde se lee la noticia del descubrimiento de Pequeña Flor, se dieron al trabajo alborozado de calcular con una cinta métrica los cuarenta y cinco centímetros de Pequeña Flor. Y fue ahí mismo donde, encantados, se asustaron al descubrir que ella era todavía más pequeña de lo que la más aguda imaginación inventara. En el corazón de cada miembro de la familia nació, nostálgico, el deseo de tener para sí aquella cosa menuda e indomable, aquella cosa salvada de ser comida, aquella fuente permanente de caridad. (Lispector, 2001b: 93; énfasis añadido) Al hacerse conscientes de que pueda existir una mujer de cuarenta y cinco centímetros, la narradora señala que los miembros de la familia se asustan porque Pequeña Flor es más pequeña de lo que la más aguda imaginación inventara; es decir que la extrañeza de la mujercita abre a estas personas a un espacio que está más allá de sus posibilidades. No es casualidad, entonces, que luego de hablar de la imposibilidad de la imaginación, la narradora se refiera a la nostalgia que sienten los miembros de la familia, puesto que, tal como dice la narradora de La pasión…, parece ser que los seres humanos sienten nostalgia de su grandeza imposible (124) y, entonces, desean ir más allá de sus límites, desean a Pequeña Flor: ella es, claramente, señalada como un ser intensamente vivo por ser indomable y simplemente existir (salvada de ser comida, dice); por lo mismo es una fuente de permanente caridad: fuente de deseo, de posibilidad de apertura de los límites. A diferencia de los seres humanos, en Lispector, Dios10 ya está abierto a la imposibilidad de los límites y, por lo mismo, está abierto a la existencia en sí: la usa porque la necesita. G.H. lo explica de la siguiente manera: 10 Quizás es preciso recalcar que, interpretando los textos de Lispector y la lectura del mundo que veo en ellos, Dios es un concepto que no necesariamente obedece al imaginario judeocristiano (el background de la autora), sino que puede ser entendido también como el misterio de lo vivo, el centro de la fuerza de la vida, el centro de la esfera de lo divino, etc. Revista número 25 • noviembre 2010 (…) pero Él no impide que nos unamos a Él, y con Él permanezcamos ocupados en ser, en un intercambio tan fluido y constante como el de vivir. Él, por ejemplo, nos usa totalmente porque no hay nada en cada uno de nosotros que Él, cuya necesidad es absolutamente infinita, no precise. Él nos usa, y no impide que nosotros hagamos uso de Él. (Lispector, 2000: 124-125) 99 Universidad Católica Boliviana Vemos, entonces, que la existencia de Dios es continua, fluida y, como tal, no tiene fronteras que lo delimiten. Esta desfronterización lo hace tan necesitado que usa lo existente sin encontrarle límites. Se podría decir que la carencia de Dios es tan intensa que la de los seres humanos se alimenta de ella: Y si presentimos, es también porque nos sentimos de modo inquietante usados por Dios, sentimos de modo inquietante que estamos siendo utilizados con un placer intenso e ininterrumpido, lo que por otro lado es nuestra salvación, por cuanto que, si somos utilizados, no somos inútiles. Dios nos aprovecha intensamente; cuerpo, alma y vida son para eso: para el intercambio y el éxtasis de alguien. Inquietos, sentimos que estamos siendo utilizados en cada instante, pero eso despierta en nosotros el inquietante deseo de utilizar también. (Lispector, 2000:126) En este fragmento sucede algo parecido a lo que les sucede a los miembros de la familia que en la cinta métrica miden cuarenta y cinco centímetros para tener una idea del tamaño de Pequeña Flor; G.H. apunta que si tenemos el deseo de alguien, de utilizarlo, es porque presentimos que alguien nos está utilizando y aprovechando ininterrumpidamente; entonces, en ambos relatos, la carencia humana (la herida) se agranda en la medida que el deseo despierta y va deslimitando las propias fronteras. En el caso de la familia, se deslimita su imaginación de lo que es la vida, y en el caso de G.H., poco a poco y a lo largo del relato se deslimita su yo discontinuo/individual. En cuanto a la anciana de “La partida del tren”, María Rita, aunque no es usada por su familia y está en la casa como un mueble, está a punto de ser ininterrumpidamente, puesto que no tiene el amparo de la belleza, o de los proyectos, y por tanto está más abierta (hacia lo divino); de modo que, y siguiendo el razonamiento de G.H., María Rita está más dada a que Dios la utilice y, a su vez, a utilizar ella a Dios. Y es que, como señala la narradora de “La partida…”, la anciana no necesitaba hacer algo, ser era ya un hacer (Lispector, 2001b:374). Con lo dicho, se puede deducir que el deseo por el otro está siempre relacionado a un deseo por el Otro. La intensidad de la carencia/herida viene de la premonición de la fuente, o de lo anterior; de modo que el deseo por el otro es la huella del Otro. 100 Revista número 25 • noviembre 2010 El deseo por el o/Otro En la escritura de Lispector, la huella del Otro es semejante a una huella en el agua, es decir, nunca encontramos un original: lo divino está siempre descentrado. Trasladando las palabras de Kristeva, podemos decir que “de ahora en adelante, sólo el deseo será testigo de ese latido ‘original’” (23). Sin duda, la escritura de la brasileña es un testigo de dicho latido; su escritura está cargada de deseo y, por lo mismo, tiene la fuerza del “latido original”. El deseo de la escritura es el Otro: la escritura es la huella del Otro. Para ajustar más esta idea, vayamos a La hora de la estrella, donde Macabea es la creación/escritura de Rodrigo S.M. y entonces, siguiendo el razonamiento hasta aquí desarrollado, la norestina tendría que ser la huella del Otro. En efecto, el narrador dice que su escritura es una orden de Dios -léase un deseo de Dios: “Pero, al escribir, que se dé a las cosas su verdadero nombre. Cada cosa es una palabra. Y cuando no se la tiene, se la inventa. Ese Dios de ustedes que nos ha ordenado inventar” (Lispector, 2001a:19). Si las palabras crean la cosa que no se tiene porque Dios nos ha ordenado inventar, entonces, el invento (la escritura) es una huella del deseo de Dios; en otros términos, la escritura se deja usar por Él, a la vez que lo usa, puesto que su deseo proviene del primero. Este tráfico de utilización constituye el amor en la obra de nuestra autora. Antes de reflexionar sobre ese tema (el amor), veamos un ejemplo en el que la carencia de Macabea es tan amplia (ininterrumpida) como la vida/Dios; o quizás sea mejor referirnos a su carencia, como lo hace Rodrigo S.M.: ella era crónica (Lispector, 2001a:59). Cuando Olímpico rompe su relación para estar con Gloria, la compañera de trabajo de Macabea, “(no se sintió desesperada, etc., etc.)”, puesto que su vida incluso carece de tristeza: “Hasta la tristeza era cosa de ricos, era para alguien que podía” (59). Lo que entonces hace la norestina es un festejo por la vida (igual que Pequeña Flor, quien sonríe por el simple hecho de no ser comida). Así, al día siguiente de la despedida con Olímpico, le surge la idea de darse una fiesta a sí misma, ya que nadie se la daba (y menos una fiesta de compromiso, como dice el narrador). La celebración consiste en comprarse un lápiz labial muy rojo, que se lo pone en el cuarto de baño de la oficina: En el servicio de la oficina se pintó la boca y hasta fuera del contorno, para que sus labios finos tuvieran ese aspecto bonito de los labios de Marylin Monroe. Después de pintarse se quedó mirando en el espejo la imagen que a su vez la miraba espantada. Porque en lugar de carmín, parecía que sus labios echaran mucha sangre a causa de una bofetada en plena boca, con dientes rotos y carne herida (pequeña explosión). (59) Esta apertura se debe a que la norestina carece infinitamente. Rodrigo S.M. nos da muchos ejemplos de ello, y ya en tan sólo este pequeño fragmento del texto existe 101 Revista número 25 • noviembre 2010 Empecemos diciendo que el lápiz labial es una expresión del deseo de Macabea: con el carmín desea salir de sus límites: literalmente, desborda sus delgados labios porque desea que sean tan bonitos como los Marylin Monroe. Y, sin embargo, y dado que es crónica, esto va mucho más allá, su boca no sólo tiene la intensidad del rojo del lápiz, sino que parece sangre: su deseo deviene herida. Macabea queda expuesta a lo vivo, con la carne abierta. Universidad Católica Boliviana mucha falta: carece de tristeza, carece de alguien que la quiera, carece de una imagen estandarizada de belleza y, por lo mismo, carece de presencia en la sociedad (es anónima, dice el narrador). Esta carencia, no obstante, es un intercambio con y, a la vez, una huella de lo divino. En este sentido, la pobreza de Macabea la vuelve un ser abierto a todo, incluso al destino, que es, en última instancia, la muerte: cuando va donde madama Carlota para que le lea su futuro, el narrador dice que la cartomante es el punto culminante de la vida de la norestina y que “por primera vez iba a tener un destino” (71). Este destino (deslimitación total en la muerte) surge gracias a otro (o a la posibilidad de su existencia): surge en el momento en que la madama le dice que su novio volverá a pedirle matrimonio y, más adelante, cuando le dice que un extranjero se enamorará de ella. No es casualidad, entonces, que el deseo de Macabea se torne voraz y salga de lo limitado -si tenemos poco es porque necesitamos poco, dice G.H. en La pasión… (124) y, sin duda, la norestina necesita crónicamente: Macabea nunca había tenido ánimos de tener esperanza. Pero ahora escuchaba a madama como a una trompeta que llegara de los cielos, mientras sobrellevaba una taquicardia feroz. Madama tenía razón: por fin Jesús ponía su atención en ella. Sus ojos se agrandaban en una súbita voracidad de futuro (explosión). (Lispector, 2001a: 72) Si en las vísperas de su muerte Macabea tiene la atención de Jesús, se supone que el flujo de utilización o comunicación con lo divino se intensifica, lo cual se corresponde con la voracidad del deseo de la norestina. La posible propuesta de matrimonio y la posibilidad de un extranjero que la quiera constituyen la vía para dicha utilización. Por ello, no es casual que el destino de la norestina esté en interrelación con lo divino y con el deseo (por un) humano: cuando está a punto de morir, tirada en la acera, Rodrigo S.M. dice: Un gusto suave, pavoroso, gélido y agudo como en el amor. ¿Sería ésta la gracia que ustedes denominan Dios? ¿Sí? Si moría, en la muerte pasaría de virgen a mujer (…). Su esfuerzo por vivir parecía una cosa que, si nunca la había experimentado, virgen como era, al menos había logrado intuir, pues en ese momento comprendía que la mujer nace mujer desde el primer vagido. El destino de la mujer es ser mujer (Lispector, 2001a:79) Revista número 25 • noviembre 2010 102 En este pequeño fragmento encontramos tres elementos interconectados: Dios, muerte y primer llanto; todos están atravesados por un hilo común: la sexualidad. Este tema tiene un lugar central en la obra de nuestra autora, en cuanto que la sexualidad es el punto de partida de la generación de la vida; asimismo, es el punto en el que dos seres se comunican movidos por el deseo, es decir, su necesidad es una manera de abrirse a lo ininterrumpido. No obstante, es importante notar que el hecho de que la norestina sienta pasión (o sienta su esfuerzo por vivir, como dice el fragmento) no significa que deje de sólo-ser (crónica); al contrario, como indica el narrador en la cita, al pasar de la vida a la muerte deja de ser virgen -“Si moría, en la muerte pasaría de virgen a mujer”-, puesto que intuye su destino (que siempre estuvo dado) y la “esencia” de sí misma: ser mujer. En otras palabras, sólo siendo lo que es (mujer) Macabea ya es/tiene la posibilidad de ininterrumpirse (dejar de ser virgen, morir). En este sentido, también es interesante recordar lo que dice Rodrigo S.M. sobre el órgano sexual de su personaje: “su sexo era la única marca vehemente de su existencia. Ella no pedía nada, pero su sexo exigía, como un girasol brotado de una sepultura” (Lispector, 2001a: 67). Como un cachorro, la norestina nada pide, sólo es, pero su sexo exige su deslimitación: necesita mucho y, por tanto, se deslimita más hacia Dios; así es como se puede interpretar que, en esta cita, de una tumba nazca un girasol. Para profundizar la interpretación de dicha flor, traigamos las palabras de la narradora de Agua viva: ¿Vamos a no morir como desafío? No voy a morir, ¿me oyes, Dios? (…) Porque es una infamia nacer para morir no se sabe cuándo ni dónde. Voy a estar muy alegre, ¿me oyes? Como respuesta, como insulto. Una cosa te garantizo: nosotros no tenemos la culpa (Lispector, 2003:98) El desafío a la muerte, entonces, es estar muy alegre, pues en la obra de la autora, la alegría es lo ya dado, una anterioridad que llama al regreso, a la deslimitación: “la alegría hace desbordarse a la tierra en el exceso desenfrenado de la hierba” (Tagore, 1966:29). Es decir, la muerte no es una frontera que impida el tránsito hacia el silencioso secreto (ininterrumpido). En la última línea de este fragmento, la narradora dice que nosotros no tenemos la culpa; se supone que se refiere a que la alegría no es culpa del ser humano, sino que es su reacción (o deseo de) a la muerte; es obvio, entonces, que tampoco es su culpa el morir: ambas (muerte y alegría) tienen una fuerza más grande, un deseo más amplio. Volviendo de manera más específica a la relación entre Dios, la muerte y lo anterior, también la encontramos en La pasión…, donde, igualmente, es el otro 103 Revista número 25 • noviembre 2010 Si trasladamos esta visión a La hora…, resulta que no es casual que uno de los títulos que Rodrigo S.M., (en verdad Clarice Lispector), le pone a esta novela sea “La culpa es mía”, pues el deseo anterior al de la norestina es el narrador, y el anterior al de éste es el de la autora. Macabea no tiene la culpa de ser alegre, ni de morir: es la consecuencia de una carencia anterior a ella. Sin embargo, no podría afirmarse que, en este caso, se trate de una carencia mayor, ya que, como dice el narrador a lo largo de la obra, Macabea nunca es aprehendida por él, siempre es una otredad, como, por tanto, lo es el deseo de ella también. En otras palabras, la escritura va más allá del autor; lo que explica que otro de sus títulos sea “Yo no puedo hacer nada”. Universidad Católica Boliviana (y el sexo) el que atraviesa y conecta todos estos elementos: “Asesinato el más profundo: aquél que es un modo de relación, el modo de un ser de hacer existir a otro ser, un modo de sernos y de tenernos, asesinato donde no hay víctima ni verdugo, sino un vínculo de ferocidad mutua” (67). El asesinato más profundo es, pues, la muerte de la existencia individual y discontinua, cuya consecuencia es el nacimiento a “un modo de relación” en el que se da existencia a otro ser a través del vínculo del deseo (la “ferocidad mutua”). Se trata de una especie de flujo de existencias sin fronteras, donde -y esto es muy importante- no ocurre ningún tipo de posesión: sí una ampliación de lo que era cada existencia separada, un modo de serse, de tenerse abiertamente. Ahora bien, vimos que Rodrigo S.M. inventa a Macabea porque “[e]se Dios de ustedes (…) nos ha ordenado inventar”; entonces, dado que las palabras son la huella del deseo de Dios, el lenguaje de los textos también va silenciándose y va ampliando su deseo o, mejor dicho, pretende hacerlo, pues -parafraseando a G.H.- las palabras se quedan sin poder nombrar la experiencia, pero sí alcanzan a estar en la zona de vibración (114): Soy consciente de que todo lo que sé no lo puedo decir. Sólo puedo pintando o pronunciando sílabas ciegas de sentido. Y si tengo que usar aquí palabras, tienen que tener un sentido casi únicamente corpóreo, estoy en guerra con la vibración última. (Lispector, 2003:13) La narradora señala que, para representar la vibración última, sólo puede usar sílabas ciegas; mirando cuidadosamente esa expresión, tenemos que imaginar sílabas que tienen como único sentido de orientación/dirección las sensaciones. Es decir, el lenguaje que se acerca a la zona de vibración tiene que tener, como dice la narradora, un sentido corpóreo. Esto implica que, por ejemplo, en relatos como La hora de la estrella, los personajes sean semiabstractos sólo por la fuerza de las circunstancias (55): veamos la conversación entre Olímpico y Macabea: -- (…). Escúchame: ¿estás haciéndote a la idiota o lo eres de verdad? 104 -- No sé bien lo que soy, me parece que tal vez un poco… ¿un poco cómo?... Quiero decir, no sé muy bien quién soy yo. -- ¿Pero al menos sabes que te llamas Macabea? Revista número 25 • noviembre 2010 -- Es verdad. Pero no sé qué hay dentro de mi nombre (…). El comentario del narrador es el siguiente: (¿Pero y yo? ¿Y yo que estoy contando esta historia que nunca me ocurrió a mí ni a nadie que conozca? Me siento abismado al ver que sé tanto de la verdad. ¿Será que mi oficio doloroso es el de adivinar en la carne la verdad que nadie quiere percibir?…). (54; énfasis añadido) Macabea señala que no sabe qué hay dentro de su nombre y el oficio doloroso de Rodrigo S.M. parece ser, entonces, asistir a lo que está dentro de “Macabea”. Obviamente, nunca lo dice/nombra, sino que el narrador asiste a la zona de vibración: la sensación en su carne (y en la del lector) de la dolorosa pobreza de la norestina, la profunda injusticia social, por ejemplo; así como también, las sensaciones del enamoramiento, del placer de un día de ocio, etc. La escritura es, pues, jugar a la pelota sin pelota (Lispector, 2001a:18); el cuerpo siente y juega con el balón aunque no esté. En otros términos, el sentir del cuerpo se articula en la escritura, por eso se puede decir que la escritura es el cuerpo (Negrón, 2009:249). La zona de vibración, entonces, no está en el signo lingüístico, sino en otro espacio. Por lo mismo, es posible afirmar que, como señala Fitz (2001), la visión realista de Lispector es “meretricious”, pues “the realist sign obscures its true status as a linguistic sign by generating the illusion that through it the reader can perceive ‘reality’ as it ‘really’ is” (26). Así, la narradora de Agua viva le pide a su lector que capte la otra cosa de la que habla: Escúchame, escucha mi silencio. Lo que digo nunca es lo que digo sino otra cosa. Cuando digo “aguas abundantes” estoy hablando de la fuerza del cuerpo en las aguas del mundo. Capta esa otra cosa de la que en realidad hablo porque yo misma no puedo (…). Me soy. Pero está también el misterio de lo impersonal que es el “it”: yo tengo lo impersonal dentro de mí (...), me seco al sol y soy un impersonal de semilla dura y germinativa (...). La trascendencia dentro de mí es el “it” vivo y blando y tiene el pensamiento que una ostra tiene (32-33). En cuanto al entrelíneas u otra-cosa de la escritura, en el fragmento citado se apela al lector y se le pide que comprenda lo que no tiene lenguaje. Otro ejemplo parecido en la misma obra lo vemos cuando la narradora dice que “Ésta 105 Revista número 25 • noviembre 2010 El “it”, entonces, es aquello que la palabra no puede decir, o que lo dice entrelíneas; es esa zona impersonal que está más allá del yo y, a la vez, es el yo/todo. Ahora bien, el “it” es lo que está entrelíneas en dos sentidos: en la escritura y en la vida -si es que estos dos espacios se pueden separar en la obra de Lispector. Está en el entrelíneas del mundo porque, en la obra de la autora, la vida es un misterio; por eso, en el segundo párrafo citado habla de la ostra: un animal que simplemente es; no tiene pensamiento, subjetividad ni lenguaje accesibles: es/existe misteriosamente, indescifrable. Y en otra parte del mismo texto, la narradora señala que “nosotros somos de soslayo” (75) y que presentimos el “it” como una sabiduría sin explicación: es “como saber arreglar flores en un jarrón, una sabiduría casi inútil” (74). Universidad Católica Boliviana es la palabra de quien no puede” (36); es decir que la palabra está en constante batalla, ya que, por un lado, no puede contener o tocar la sabiduría de arreglar un jarrón y, por otro lado, sí la bordea e incluso por bordearla (asiste a la zona de vibración), es una palabra corpórea: una escritura que experimenta/vive, una palabra que late articulando lo que “realmente es”. Es, pues, una escritura “it”. Dice: “¿Esta palabra te parece promiscua? (...) Cuando pinto o escribo soy anónima. Mi profundo anonimato que nadie ha tocado nunca” (Lispector, 2003:37). Bordea su anonimato, lo experimenta/escribe, pero a la vez, lo mantiene como tal, lo mantiene en secreto: la escritura es, así, como la ostra: es un secreto que está ahí, latiendo silencioso, delicado y que se es. Este tipo de escritura (corpórea) va a contrapelo de los signos de la esfera de actividad, pues regresa a lo que la cultura expulsa de lo civilizado (la violencia de la muerte, la sangre, el cuerpo materno, el sexo, etc.). Como explica Kristeva (2006), “podemos mantener abiertos los ojos [al deseo/fascinación materna] a condición de que nos reconozcamos siempre alterados por lo simbólico: por el lenguaje” (110). En otros términos, el lenguaje, o la entrada al mundo simbólico, actúa como una especie de ley de impunidad que “a partir de los elementos discretos, encadena un orden, precisamente reprimiendo esta autoridad materna y la topografía corporal que las acercan” (Kristeva,2006:97). Bajo este contexto, la obra de la autora intenta regresar a dicha topografía corporal silenciando el lenguaje. Así, G.H. señala, por ejemplo, que su diálogo se va haciendo cada vez más mudo, que hablar con Dios es mudo y que hablar con las cosas también lo es (Lispector, 2000:132). En otras palabras, el lenguaje pretende ir cosificándose/silenciándose/animalizándose. Y es que los textos de Lispector no son relatos, son la vida primaria que respira, respira, respira (Lispector, 2001a:15). Las (im)posibilidades del lenguaje 106 Revista número 25 • noviembre 2010 Más arriba se afirmó que, así como la existencia de los personajes se debe a otro (o cobra sentido por otro), el lenguaje también emerge por un otro. Uno más de los ejemplos a este respecto -y que copio como punto de partida para esta sección- está en el siguiente fragmento: Macabea, Ave María, llena de gracia, serena tierra de promisión, tierra del perdón, tiene que llegar el tiempo, ora pro nobis, y yo me uso como forma de conocimiento. Yo te conozco hasta la médula por medio de un sortilegio que va de mí hacia ti. Extenderse salvajemente y entre tanto, por detrás, late una geometría inflexible (Lispector, 2001a:77-78) La yuxtaposición entre la Virgen María y Macabea es bastante clara, por lo que se puede entender que la norestina es algo así como la otra orilla adonde llega el deseo, la petición o la carencia. De ahí, entonces, que Rodrigo S.M. se refiera a extenderse salvajemente, con una geometría inflexible; es decir, la relación de deseo con Macabea (o con el otro, en general) tiene un modo (de deseo) inexorable, ésa es la forma de existir. Y ¿cómo se ve esto en la escritura de nuestra autora?; pues, como señala el mismo Rodrigo S.M., es el sortilegio de la escritura lo que permite tal extensión. La novela en sí es una extensión, el narrador experimenta un nacimiento y una muerte o, lo que es lo mismo, una experiencia instantánea de lo Vivo, porque Macabea es la otra orilla de su deseo. Otro ejemplo, menos macro, de que el deseo/posibilidad está en la escritura -que siempre surge por otro, valga la reiteración- está en uno de los títulos de la misma novela: “En cuanto al futuro.”. El punto aparte de este título “promete una frase (un futuro) desconocida(o); el punto nos ubica en el estado de “casi”. Tan es así, que Rodrigo S.M. en medio de su escritura dice: “En el futuro, que no toco en este relato, (…)” (Lispector, 2001a:45); o sea que no sólo el título, sino todo el relato es el vértigo de acercarnos al futuro: vértigo que llama a caer en el abismo de la carne: “mi oficio es el de adivinar en la carne la verdad que nadie quiere percibir” (54), dice el narrador de esta novela. Ahora bien, la escritura que surge por el deseo hacia el centro de la zona de vibración -llámesele Dios, lo sagrado, lo vivo, el otro, etc.- no es una escritura inocua. Dado que regresa a lo anterior, a lo corporal o al punto cero de la vida, se trata de una escritura peligrosa, gozosa y destructiva a la vez. Así como puede ser una especie de “salvación” (como en el caso de G.H., quien humaniza su experiencia por el lenguaje), también tiene “un carácter traicionero (…), tiene algo de arenas movedizas” (Bataille, 1972 :25). En Agua viva, por ejemplo, la narradora presiente el poder de las palabras y los espacios desconocidos y prohibidos a los que la puede llevar: Palabras… Me muevo con cuidado entre ellas porque pueden volverse amenazadoras; puedo tener la libertad de escribir lo siguiente: “peregrinos, mercaderes y pastores guiaban sus caravanas rumbo al Tíbet y los caminos eran difíciles y primitivos”. Con esta frase he hecho nacer una escena, como en un flash fotográfico (25). Revista número 25 • noviembre 2010 Aquí vemos que la amenza de las palabras proviene de la libertad que éstas ofrecen, pues llevan a la narradora a espacios totalmente desconocidos y ajenos a la realidad y/o instauradores de una nueva realidad. En el caso de esta cita, asistimos a la creación de una imagen de viajantes que se dirigen al Tíbet, cuadro no tan alejado de lo real, como si la narradora sólo quisiera probar el poder de la escritura, o sea, su poder creativo/performativo. No obstante, en el siguiente párrafo continúa tentando dicho poder hasta que las palabras se acercan a aquello que escandaliza a la esfera de la actividad: 107 Universidad Católica Boliviana ¿Qué dice ese jazz improvisado? Dice brazos anudados a piernas y las llamas subiendo y yo pasiva como una carne que es devorada por la garra afilada de un águila que interrumpe su vuelo ciego. Me expreso a mí misma y a ti mis deseos más ocultos y consigo con las palabras una orgiástica belleza confusa. ¡Me estremezco de placer por entre la novedad de usar palabras que forman un inmenso matorral! Lucho por conquistar más profundamente mi libertad de sensaciones y de pensamientos, sin ningún sentido utilitario: estoy sola, mi libertad y yo. Es tan grande la libertad que puede escandalizar a un primitivo (25). El jazz improvisado deviene un águila devorador de carne, puesto que las palabras devienen música y, entonces, la narradora se entrega “pasiva” al placer (“¡Me estremezco de placer …!”) violento de este jazz-escritura. Asimismo, los ritmos de la música y escritura devienen matorrales, o sea que las palabras regresan, una vez más, al espacio de la naturaleza primaria; la narradora dice que allí busca su máxima libertad, inútil (“sin ningún sentido utilitario”) y escandalosa para la esfera de actividad. La libertad de la escritura, entonces, regresa a las palabras al espacio prohibido, relacionado a lo sexual, al vientre materno, a lo animal, en fin, a lo abyecto. Así, el último párrafo citado continúa de la siguiente manera: “Me rodeo de plantas carnívoras y animales legendarios, todo bañado por la tosca y agreste luz de un sexo mítico. Sigo delante de un modo intuitivo y sin buscar una idea, soy orgánica” (2626). Las referencias a los animales legendarios, al sexo mítico y a lo intuitivo son un claro ejemplo de que la escritura arrastra a la narradora (y al lector) al “principio”, que, según Kristeva, “precede al verbo”, anterioridad al lenguaje en la que “sólo tenemos la experiencia del placer y del dolor” (Kristeva,2006:83). Toda esta anterioridad se opone, pues, al orden que separa y regula la vida; al regresar hacia allí, la escritura se torna abyecta y “lo abyecto no tiene más que una cualidad, la de oponerse al yo” (Kristeva, 2006:8): la narradora retrocede tanto que, por lo mismo, señala que es intuitiva y orgánica. De esa forma, cae en “lo abyecto, objeto caído, [y] es radicalmente excluid[a], y [atraída] hacia allí donde el sentido se desploma” (8). Para decirlo de otra manera, el deseo de la escritura es una homologación con lo abyecto, una especie de regreso a lo “radicalmente excluído”. A la vez, está en relación al amor, ya que al ser orgánica, la narradora entrega su individualidad y sólo-es. Revista número 25 • noviembre 2010 108 Siguiendo con el sentido que toman las palabras cuando se dejan llevar por el deseo, en La pasión… sucede algo parecido, ya que al inicio de su escritura, las palabras son para G.H. una tabla sobre la que flota para no ahogarse en las inmensas olas de mutismo y, sin embargo, dejan de serlo, siguen lo anterior y van llenándose de mutismo, mojando los pies de la protagonista; humedeciéndola con lo esencial y violento de la vida. Esta humedad empieza a surgir cuando G.H. olvida la lógica humana y se apropia de la lógica de la neutralidad de las cosas; cuando ya se siente parte de la habitación de Janair y es una cosa: “Cuán lujoso es este silencio. Tiene el cúmulo de siglos. Es un silencio de cucaracha que ob- serva. El mundo se mira en mí. Todo mira a todo, todo vive lo otro; en este desierto las cosas conocen cosas (55). Es, pues, con la lógica del desierto de las cosas que G.H. puede abandonarse a la presencia de las mismas, puede ser parte de lo anterior al lenguaje y puede, así, componer una escritura cuya lógica ya no es racional, sino “cósica”, por ponerle un nombre. En este contexto, las palabras dejan de ser un amparo y, a medida que avanza la obra, se convierten en una amenaza, en un peligro que enfrenta a la protagonista con toda aquella anterioridad que va coartando su estado discontinuo. Las palabras, aquí, son un reflujo de lo anterior, lo que hace de esta escritura algo “radicalmente diferente”, pues “cuanto se pone en juego en la imposibilidad, no se sustrae a la experiencia, sino que es la experiencia de cuanto se deja sustraer” (Blanchot, 1996:90). En otros términos, la escritura se deja sustraer (como la barca de G.H.) en la experiencia de lo anterior. Sin duda, esta experiencia implica el peligro de muerte o, lo que es lo mismo, la entrega de la vida discontinua: una entrega amorosa. Esto se ve también en Agua viva, donde la escritura se entrega a lo oscuro, pues se deja llevar por el deseo y la pasión por la libertad: Mi voz cae en el abismo de tu silencio. Tú me eres en silencio. Pero en ese ilimitado campo mudo despliego alas, libre para vivir. Entonces acepto peor y entro en el centro de la muerte y para eso estoy viva. El centro sensible. Y me vibra ese it (60). La narradora se deja llevar por el silencio que le es (el silencio de la escritura, el de Dios, el de otro, etc.) y se lanza a la libertad aceptando lo peor: entrar en el centro de la muerte, en el centro del “it” (como dice la narradora). Escribir es, entonces, un gran peligro, ya que es descender a la muerte, a lo desconocido y, allí, dejarse morir en ello. Esta caída implica, pues, la ruptura del yo discontinuo y la des-limitación errante del lenguaje; por ello, Agua viva termina así: “Me miras y me amas. No, tú te miras y te amas. Es lo correcto. Lo que te escribo continúa y estoy hechizada”. A manera de conclusión, tenemos, entonces, que el lenguaje es siempre insuficiente para la profundidad del deseo; esta profundidad es una herida permanente que atrae al lenguaje, que, a su vez, queda herido en la búsqueda. De modo que en la obra de Lispector, “Toda palabra es el abismo de la imposibilidad, y en ella se cumple”. (Sotomayor, 2004:57). 109 Revista número 25 • noviembre 2010 El amor y la escritura se corresponden; la distancia de la mirada-amor entre el “yo” y el “tú”- se va disolviendo y, por lo mismo, la mirada des-limitadora deviene amor. Dado que el “me miras-me amas” pasa a ser “te miras-te amas” en la escritura -y pasa a serlo por el otro-, ésta también busca romper sus fronteras, lo que escribe la narradora se abre: “continúa”, pues está hechizada por lo Otro, que es infinito; tan infinito como se torna el deseo hechizado de la escritura. Universidad Católica Boliviana Referencias bibliográficas 11. Bataille, Georges. 1972. La experiencia interior. Madrid: Taurus, 12. ------------. 1997. El erotismo. Barcelona: Tusquets. 13. ------------. 2001. The Unfinished System of Nonknowlege. Minneapolis: University of Minnesota Press. 14. Blanchot, Maurice. 1996. El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila Editores. 15. Fitz, Earl E. 2001. Sexuality and Being in the Postestructuralist Universe of Clarice Lispector. Austin: University of Texas Press. 16. Foucault, Michel. 2000. El pensamiento del afuera. Valencia: Pre-Textos. 17. Kristeva, Julia. 2006. Poderes de la perversión. Nicolás Rosa y Viviana Acherman, trads. México D.F.: Siglo XXI. 18. Kundera, Milan. 1988. El arte de la novela. México: Editorial Vuelta, 19. Lispector, Clarice. 2000. La pasión según G.H. Barcelona: Muchnik. 20. ------------. 2001a. La hora de la estrella. Madrid: Siruela. 21. ------------. 2001b. Cuentos reunidos. Madrid: Santillana. 22. ------------. 2003. Agua Viva. Madrid: Siruela 23. Lukács, Georg. 1971. Teoría de la novela. Juan José Sebreli, trad. 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Revista número 25 • noviembre 2010 110 George Büchner Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 113 - 123 El primer servidor del último hombre. A propósito del escritor Büchner y del soldado Woyzeck The first server of the lost men. On Büchner and Woyzeck the soldier Blanca Wiethüchter* Resumen: El texto toma la obra dramática Woyzeck, de George Büchner, y se enfoca en resaltar su significación simbólica y el sentido que reviste como lectura de la modernidad, marcando sus diferencias con la tradición del romanticismo y con la obra de Shakespeare. 113 Palabras claves: drama, época moderna, Woyzek, Büchner, Shakespeare. Este texto es el registro escrito de los apuntes que la crítica Blanca Wiethüchter hiciera como ayuda-memoria para dar una conferencia en el Goethe Institute el año 1997, con motivo de la puesta en escena de Woyzeck en La Paz. Blanca Wiethüchter falleció en 2004 y fue coordinadora del Departamento de Cultura de la UCB. Ciencia y Cultura la recuerda y le rinde homenaje publicando estas notas, por ser una de las voces más importantes de la poesía boliviana. Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 114 Abstract: The text emphasizes, on George Büchner drama Woyzeck, the symbolic meaning and its implications as a reading of modernity, pointing out the differences with the romantic tradition and with Shakespeare’s dramas. Keywords: Drama, Modernity, Woyzeck, Büchner, Shakespeare ____________________ La obra de Georg Büchner no es precisamente muy conocida en Bolivia, a pesar de haberse proyectado dos películas, La muerte de Danton y Woyzek, basadas en su obra. Woyzeck se vio en la versión del realizador alemán Werner Herzog, con Klaus Kinsky. Aparte de ello, creo que no hubo mayor difusión de la reducida obra de Büchner por estos lares, aunque debo aclarar que no soy muy confiable en ese aspecto (no sé si en otros lo soy). Como fuera, la presentación de la ópera Woyzek, de Alban Berg en el Goethe Institut en estos días y el grupo Desnudoteatro que presentará el drama, aunque tal vez sea más certero decir tragedia, es una buena ocasión para aproximarnos a una obra que no ha dejado, a pesar de todo el tiempo pasado (1836/37, más de un siglo y medio), y, a pesar de no estar acabada (tal vez sea su carácter fragmentario una de las razones de su actualidad), de interrogarnos sistemáticamente sobre la condición humana. Georg Büchner vivió poco tiempo. Un lapso cortísimo para lo que significa hoy en día nuestra medida del tiempo. Vivió 24 años, al cabo de los cuales murió de tifoidea en Zürich. Estaba exiliado por razones políticas. Según sus comentaristas, había terminado los estudios de medicina, estaba enseñando en la Universidad, ena- moraba epistolarmente y durante las noches, clandestinamente, escribía. Vivía apresurado, y no sin razón, así lo confirma su biografía -lo dicho, 24 años no es mucho tiempo de vida en un escritor. Por lo mismo, también sus obras son escasas. Se cuentan dos dramas: La Muerte de Danton y Woyzeck, éste último, como dijimos, inacabado, una comedia: Leonce y Lena, un relato: Lenz, un panfleto que tiene coautores, algunas cartas, trabajos escolares y universitarios. Eso sería todo, pero suficiente para pasar honrosamente a una historia literaria exigente. Me toca ocuparme aquí, ya lo dije, de la tragedia Woyzeck, una obra que de manera extraña (valga la retórica) se introduce en nosotros, nos conmueve y nos sugiere sensaciones tan contradictorias que de inmediato se destruye la línea del tiempo que nos separa de su versión al papel para dejarnos a solas, como toda lectura, con preguntas sobre la condición humana, la ética, la justicia social; sobre la pobreza, sobre el centro y la periferia, sobre nuestra condición de tercer mundo, aquí, en Bolivia. Lo extraordinario es que la obra se revela como un drama cuyas innovaciones formales tiñen todo el siglo XX. En realidad, no es poco. Tengo el presentimiento de que no muchos de los presentes han leído la obra, de manera que me voy a permitir leer una síntesis de su contenido. No es mía, aunque ignoro quien la escribió. La he obtenido, cosas del tercer mundo, a través de una fotocopia. En el drama, Woyzeck es un simple soldado raso que tiene con Marie un hijo ilegítimo de unos cuatro años. Para ayudar al mantenimiento de la mujer y del niño, y como complemento a su soldada, se presta como conejillo de Indias para los experimentos fisiológicos que realiza el doctor, para lo cual debe comer exclusivamente garbanzos durante meses. Esto va trastornando su estado físico, de modo que le surgen manías persecutorias y alucinaciones, hasta culminar en visiones apocalípticas. Cuando Marie, inducida por su propia sensualidad, sucumbe a la seducción del Tambor Mayor, despiertan los celos de Woyzeck. En una ocasión, observando a los dos durante el baile, percibe las apasionadas palabras de Marie: “Más y más ¡y más y más!” (escena 11). Estas palabras se convierten en una obsesión para él. Adquiere un cuchillo y lleva a Marie a pasear por las afueras de la ciudad, donde la apuñala. 4 Es casi natural que para cualquier lector se hace necesario resolver este asunto, pues, lo dicho, la tragedia no concluye y el lector se queda solo, sin el final de la obra que en general lo absuelve de este tipo de preguntas al proponer una solución. Sin embargo, esta no conclusión puede leerse como señal de la fortuna, como llamaban los griegos al destino, pues en lugar de cerrar la obra sobre una condena, la abre, asombrosamente, para sobrepasar lo sucedido e ingresar al interrogatorio sobre la condición social humana. Ocurren cosas así. Porque es cierto, si bien el drama no se terminó de escribir, difícilmente podría uno imaginarse un final más adecuado a la trama, y lo digo a pesar de que en algunas versiones, como la ópera de Alban Berg, se opta por el suicidio del protagonista. El hecho de no estar terminada o el carácter de obra inacabada le otorga, a mi modo de ver, un halo de perfección altamente 115 Revista número 25 • noviembre 2010 Cómo habría de terminar el drama, queda en última instancia, incierto… Como posibles variantes del final, las numerosas ediciones y escenificaciones modernas ofrecen, o el suicidio de Woyzeck o su detención (y su condena) o la posibilidad de que muera ahogado al intentar hacer desaparecer el arma homicida. (Esc. 31) Lo digo de una vez porque la interrogante persigue al preguntón durante el trabajo crítico. Woyzeck es inocente y chau. Y con esta afirmación quiero de una vez romper la tensión a la que nos arrastra el drama al plantearnos implícitamente dos lógicas, mejor, dos razones éticas distintas que entran constantemente en contradicción y que se pueden sintetizar en la siguiente pregunta: ¿es posible no juzgar un asesinato en el que el asesino es tan claramente el asesino y en el que uno cree que las razones del homicidio sobrepasan los valores negativos del mismo? ¿Puede uno permitirse pensar éticamente de esa manera? Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 116 significativo. Si bien muchos comentaristas intentan “razonar un final”, su ausencia está en plena armonía con el momento dramático: el asesinato de María significa, y el lector lo intuye muy bien, la muerte de Woyzeck. ¿Para qué añadir más palabrerío? Lo que tal vez valga la pena plantear es que Woyzeck no podía -después de saber de la infidelidad de Marie o, si se quiere, de la humillación social que ello implicaba- continuar viviendo de la misma manera, y que entonces, no le queda sino afrontar el riesgo de destruir. En ese lugar encuentra Büchner al hombre actual: el hombre nuevo, solitario, misántropo. Pero no nos apresuremos. Lo que se desprende de la obra como un vacío es ciertamente el juicio de Büchner sobre el caso. O tal vez no se trate sino de nuestro propio vacío para valorar éticamente el caso. Y aquí entran en juego elementos extra literarios. La elección del tema por parte de Büchner no es casual, evidentemente. Su preocupación es ética y social. En años anteriores había sido juzgado y sentenciado a muerte en Leipzig un antecesor del anti-héroe de apellido Woyzeck por asesinar a su concubina en un ataque de celos. De lo que se desprende que la intención del autor fue precisamente intervenir en la reflexión sobre la sentencia de aquel juicio; y lo que propone es “otra” -entre comillas- versión de aquel pro- ceso o, más apropiado ahora, otra versión de ese texto que condenó a muerte a aquel soldado. No sabremos nunca la sentencia de Georg Büchner, pero sí otras cosas, como, por ejemplo, de qué manera se puede transformar al lector en testigo de un crimen para obtener de él el derecho de pensar de manera autónoma y proponer, mal que bien, una esperanza que permita existir. Estas obras no contienen en realidad una respuesta sino una pregunta. Una apelación. Los especialistas en Büchner insisten en la influencia que tuvo en este autor la obra dramática de Shakespeare. Y parece ser cierto que las referencias y directamente citas de la obra del gran dramaturgo inglés encienden la obra de Büchner. Prueba de ello es de algún modo la versión en español que he leído. En ella, el traductor, José Luis Cerezo, se da el trabajo de mencionar las citas o el parentesco de alguna figuras con las del escritor inglés. También resulta popular, diríamos a estas alturas, la comparación que se hace de Woyzeck con Hamlet, pues aparece citado en múltiples comentarios, gracias, tal vez, al ensayo del escritor Rodolfo Modern, un crítico argentino volcado a la literatura alemana, titulado Woyzeck: un antiHamlet. Según este caballero, en Woyzeck, Büchner buscaba un personaje contrapuesto al héroe más famoso de Shakespeare, buscaba el antihéroe. No tengo las armas suficientes como para dirimir este asunto, lo cierto es que las referencias y las citas existen y que la contraposición de ambos personajes resulta realmente productiva. Pero, antes de ingresar concretamente en la contraposición de ambos personajes, es necesario remarcar que no sólo son los textos o imágenes de Shakespeare los que tienen el privilegio de ser reproducidos. Las citas de Shakespeare aparecen efectivamente bajo la luz de su propia aureola como textos absolutos. Veamos dos: El cuchillo ensangrentado en la imaginería culposa de Macbeth aparece intocado en la imaginería de Woyzeck: La luna es una larga daga ensangrentada, dice el soldado alemán visionario. También la frase de Otelo antes de matar a Desdémona (“Nunca beso tan dulce fue tan fatal…”) coincide con Büchner, manteniendo todos los poderes. Woyzeck: Qué labios tan ardientes tienes, ardientes, ardiente aliento de puta, y a pesar de ello daría cualquier cosa por besarla una vez más. Por ejemplo, el cuento que narra la abuela a los niños es una reelaboración de dos cuentos de los hermanos Grimm. En el relato, la situación del pequeño héroe nunca deja de ser desgraciada, nunca se transforma, parece un “aparecer” kafkiano, pues repetitivamente no deja de encontrar valores deteriorados y su viaje por el universo resulta del todo inútil. De esta manera no se puede cumplir la función compensatoria de los cuentos de hadas. Así, en Woyzeck, esta función se demuestra imposible porque, en realidad, el mundo está muerto. La abuela, que por mandato de la tradición también narra el cuento en el drama, ya no puede transmitir los mismos valores: estamos en otro tiempo. La esperanza se revela inútil. Las cosas ya no están en el mismo lugar, han cambiado. El mundo ha muerto, lo que concuerda con la afirmación de Woyzeck en la primera escena: Silencio, nada se mueve, como si hubiera muerto el mundo. (186) 117 Revista número 25 • noviembre 2010 En estas citas es cierto que el espíritu shakespereano no es traicionado, como si lo que tenía que decirse no hubiera podido expresarse de mejor manera. Pero este trabajo intertextual tiene en Büchner otros matices cuando la cita proviene de los cuentos de hadas o de la Biblia, puesto que los textos reproducidos participan activamente en la elaboración de nuevos sentidos. Estos fragmentos trasladados no sólo deben ser valorados como anafóricos, simples repeticiones, como en el caso de los desplazamientos textuales de Shakespeare, sino como una transformación de los hilos discursivos antecesores en los que se busca producir una fractura ideológica. Para realizar esta articulación, ¿qué libros más conocidos que la Biblia y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm? (Rumpelstilzchen, o Los siete cuervos), que ahora, en el Woyzeck, se articulan a una situación discursiva no sólo nueva sino contraria en sus sentidos profundos. Se trata pues de introducir fragmentos de un discurso colectivo conocido para proponer, articulado al propio, un texto nuevo. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 118 Pero, aquí va el cuento, relatado por aquella abuela: (Manfred Schönfeld es el traductor): Había una vez un niño pobre y no tenía padre y no tenía madre y todo estaba muerto y no había nadie en el mundo. Todo estaba muerto y entonces fue y buscó día y noche. Y porque no había nadie en la Tierra, quiso ir al Cielo. Y la luna lo miraba con tanto cariño. Y cuando finalmente llegó a la Luna, ésta no era más que un trozo de madera podrida. Y entonces fue al sol. Y cuando llegó al sol, éste no era más que un girasol marchito, y cuando llegó a las estrellas no eran más que pequeños mosquitos dorados que estaban pegados allí, así como la urraca los pone sobre las acacias. Y cuando quiso volver a la Tierra, la Tierra era un jarrón volcado. Y el niño estaba muy solo, y se sentó y lloró y todavía está sentado allí y está muy, muy solo. Isis debe buscar los pedazos del cuerpo de Osiris para reconstituirlo. Aquí, el cuerpo textual ya no es el mismo y los pedazos recogidos ya no dan cuenta del cuerpo íntegro de lo que fue un cuento de hadas. La versión de la abuela es otra. El hombre-niño aparece inevitablemente abandonado a su suerte en un universo deteriorado, por no decir directamente podrido. Esa es ahora la tradición que inauguran las abuelas, y el mismo Büchner se hace precursor con ello de los “hombres subterráneos” que, como él, hablan de los seres sumidos en la vergüenza de ser, y sin permitirse morir de modo tan sorpresivo, continúan esta nueva versión del hombre: Dostoievski y Nietzsche. Otra forma de intertextualidad propuesta por Büchner es la que construye el hilo bíblico. Aquí las citas de la Biblia no sólo funcionan como presagios apocalípticos, como en la primera escena de Woyzeck: el fuego, las trompetas, la huida de Lot de Sodoma y Gomorra… Los textos pueden, a veces, no ser trozos de lo que un día fue un cuerpo único, sino presentarse sin modificaciones, pero con un lector que ha perdido la comunicación profunda con ellos, o si se quiere, la fe. Marie (hojeando la biblia): Y no se halló engaño en su boca. ¡Señor, Señor! No me mires. (Sigue hojeando)…Pero los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio y la colocaron en medio. Pero Jesús dijo “tampoco yo te condeno. Vete y no peques más” ( Juntando las manos) ¡Señor, Señor! No puedo. Señor, permíteme tan sólo rezar. En este ejemplo se puede observar con claridad la pérdida de convicción en la lectura de la escritura. La Biblia, que es la Escritura por excelencia, ha perdido el poder de convocatoria, y de esa manera el deseo de la mujer se hace superior a la palabra que ahora profana. Se trata, en estos dos casos, de la réplica fragmentaria de un discurso colectivo, ajeno a la obra misma, que se saca de su contexto primigenio para recontextualizarlo en otro texto, ordenándolo según la razón del propio escritor, que elabora de esta manera uno absolutamente original. De algún modo, esta ruptura textual es también un quiebre de mundo. El hombre tiene que vérselas con significados tradicionales rotos. Se resignifica una época, fracturándola en sus sentidos habituales. Así, la significación del espíritu clásico mitológico, que, visto desde esta nueva mirada, permite que se quiebre la definición que los construía mitológicamente. En este caso, se trataría de los mitos de Narciso y Eco, que rompen los prohibiciones sobre las que se erige su identidad. Recogiendo la sugerencia que a este respecto hace Lisa Block, se podría decir que al fin Eco lograría un encuentro con Narciso. A través de la cita ambos se encuentran: Eco se repite, Narciso se refleja; en fragmentos o por entero una y otro doblan su imagen en la lectura que es una repetición parcial, como el eco, silenciosa como la reflexión del texto. Pero aún creo que hay que añadir un comentario más al trabajo intertextual de Büchner, y que también es parte de las formas registradas en la literatura del conflictivo siglo XX. Se trata de la famosa, desde Mallarmé, “muerte del autor”, en favor del libro. La intertextualidad, como estrategia escritural sistemática en el Woyzeck, -no olvidemos que, además de Shakespeare, la Biblia y los cuentos de hadas, también figuran las canciones populares-, produce un efecto de lectura que tiende a borrar la presencia del autor. Sucede que con la reproducción de textos conocidos, deformados o no, -y siempre y cuando mantengan su señal de procedencia discursiva y que son de conocimiento colectivo- se elabora algo así como un ganar autonomía del discurso sobre el autor, pues no se observa la invención de un escritor sino la lógica de un discurso sobre el 119 Revista número 25 • noviembre 2010 Podría decirse, entonces, que el texto mismo del drama se abre a otros discursos para cerrarse luego, realizando una nueva articulación que al recoger -nuestro primer caso de los cuentos de hadas-, fragmentos, trozos, que cortados del discurso anterior al que pertenecen, lo destrozan para componer otro que inaugura una memoria textual diferente. A esta estrategia la llamaríamos hoy en día simplemente un trabajo de bricolage. O en términos que siempre quieren ser nuestros, la confección de un saco de aparapita. Pero no hay que olvidar que esto ocurrió un siglo y medio atrás, y que semejante collage significa no sólo una discontinuidad sino una clara ruptura, no sólo con Shakespeare, por mucha influencia que éste haya podido ejercer sobre Büchner, sino con el romanticismo o, si se quiere más puntillosamente, con el pos-romanticismo para ingresar con un siglo y medio de anticipación a las formas críticas de la pérdida de todas las seguridades, que no han constituido sólo una escuela sino construido el espíritu que ha atravesado/atraviesa todo el siglo XX. Universidad Católica Boliviana mundo que ha cambiado, como prueban los acontecimientos que padecen los personajes del drama, y que ya no tienen lugar en el mundo. Es el devenir de un discurso histórico el que se impone sobre un discurso individual, aun si paradójicamente sea Woyzeck un héroe salido del individualismo romántico. Puesto que no importa Woyzeck, importa lo que el mundo ha hecho del mundo, valga el juego de palabras. Si Hamlet, el Príncipe de Dinamarca, está forzado a componer el mundo que se ha salido de sus goznes, Woyzeck, ni príncipe ni mendigo, no tiene más tarea que la propia sobrevivencia y la de su familia. Nada lo ata al mundo. El mundo, como él mismo había podido constatar en su delirio, está muerto. Lo hemos oído, también lo cuenta la abuela. Ahora bien, en lo que sigue, no vamos a retomar estrictamente las comparaciones y oposiciones que hace Modern entre la más célebre obra de Shakespeare y Woyzeck. Nos interesa un ingreso, más que a las similitudes, a las diferencias, las que resultan sumamente productivas para comprender el mundo que elabora Büchner en la tragedia. Pero, particularmente, hay algunas contraposiciones no elaboradas por Modern que me gustaría relevar. Revista número 25 • noviembre 2010 120 Hamlet se encuentra con un mundo “mancillado”, por decirlo así, de la misma manera como denuncia a Tebas el oráculo que pide Edipo. Un crimen impune es la causa del estigma a la que tanto Edipo como Hamlet tendrán que ofrendar la vida. En el primer caso, por ser Edipo mismo el culpable y, en el segundo, como una especie de chivo expiatorio. No hay más. Mal o bien, se trata de “salvar” el mundo, la comunidad, se trata de un acto de purificación. El heroísmo de ambos está en su linaje. Edipo es rey; Hamlet, príncipe. Nada más lejos de éstos que Woyzeck, el último eslabón de la escala social. Como el mono, en palabras del charlatán de feria, que en la escala animal elevada a la humana puede decirse que ha adquirido ya, por lo menos, la calidad de soldado. En armonía con la pertenencia aristocrática del príncipe de Dinamarca, le favorece un lenguaje pulido, célebres frases y una gran amplitud en sus razonamientos sobre el mundo, sobre la muerte, sobre la locura. Goza de la libertad de tratar mal a todo el mundo, de burlarse y, finalmente, en esta empresa purificadora, de “limpiarse” a variados amigos, y no sólo a Claudio el implicado principal. El “mundo”, como se dice popularmente, le “debe”, sí. Está bien, finalmente está pagando un precio por algo que no ha cometido. En tanto la historia de Woyzeck es aun más triste que un calcetín izquierdo, por lo que le falta de heroico, de grande, de palabras célebres. Si no es estrictamente un lenguaje monosilábico el que acompaña a Woyzeck sí es audible un lenguaje atado a lo pobre, al dialecto, a lo entrecortado, a lo que nunca realmente llega a tener forma, ya sea por las interrupciones, ya sea por sus propias carencias. Woyzeck. Verá, doctor, a veces uno tiene ese carácter, esa estructura. Pero la naturaleza es otra cosa; mire, la naturaleza… (se chasca los dedos). Es como si… ¿cómo lo diría yo, por ejemplo…? (197) Oh, eres tonto, absoluta y despreciablemente tonto etc. Doctor: Woyzeck, estás filosofando otra vez… Eres un buen hombre- (pero) piensas demasiado Por otra parte, el príncipe Hamlet sabe quién es y no necesita ser identificado. Su nombre recorre con honores la tragedia sin necesidad de dar explicaciones, en tanto una intención de identificar al soldado Woyzeck recorre el drama de Büchner. Este esfuerzo de “definir” se realiza a través de todos los personajes principales, incluido él mismo. El doctor, que lo usa de conejillo de Indias, lo mantiene desde hace unos buenos meses a plan de garbanzos para medir el equilibrio entre la composición química de los alimentos ingeridos y los residuos expulsados, de ahí los delirios y desmayos del soldado Woyzeck, que son valorados inmediata y profesionalmente por el médico: La más reiterada y significativa forma es, sin lugar a dudas, el uso de la tercera persona, que ejercen tanto el doctor como el capitán al hablar con Woyzeck. La traducción al castellano no registra esta forma impersonal, que debe ser entendida en este caso como el ninguneo de Unamuno, que originalmente proviene de las partículas ni, no, uno, que implican la exclusión total de la persona a la que se refiere y que convierte al soldado Woyzeck en plena conversación con el capitán o con el doctor o con el profesor en un tercero excluido. Es decir, el soldado Woyzeck es, por comenzar, ninguno. Dr.: Padeces la más bella aberratio mentalis partialis de segunda especie: ideas fijas con estado general racional, ¿Haces todo como de costumbre, ¿afeitas a tu capitán?… Eres un caso interesante. Sujeto Woyzeck, recibirás un aumento. ¡Sigue portándote así! ¡Muestra el pulso! Venga… etc. El capitán, al que sirve de barbero para hacerse de unos pesos, preocupado por el tiempo y la moralización se esfuerza constantemente en definirlo, de alguna manera, en conocerlo, Un hombre bueno que tiene tranquila la conciencia…./ Dr. Examínenlo, señores, examínenlo A propósito Woyzeck, mueve las orejas para los señores: tenía ganas de enseñárselo. Dos músculos actúan en él. ¡Allons, adelante! 121 W. Ay doctor Dr. Bestia, ¿tendré que moverte yo las orejas? ¿quieres hacerlo como el gato? De modo que, señores, éstas son etapas de evolución hacia el asno, habitualmente… A su vez, el mismo Woyzeck va definiéndose a lo largo de sus conver- Revista número 25 • noviembre 2010 Siempre pareces tan apremiado/un hombre bueno no se conduce así La humillación del soldado como conejillo de Indias se hace casi insoportable en la escena entre el médico y los estudiantes: Universidad Católica Boliviana saciones como un “pobre diablo” que por pobre no tiene acceso a la moral, ni a las virtudes. De alguna manera Woyzeck verifica en sí mismo la mirada con la que los otros lo miran. Lo cierto es que en realidad accede a nombrarse tan sólo cuando puede, por primera vez, ejercer su voluntad con libertad. Y esto sucede el instante en el que, harto de vacilaciones, ha decidido finalmente hacer caso al acoso al que le someten sus celos, su humillación y matar a Marie, que, como él mismo lo afirma, cuando el Capitán le sugiere la infidelidad de la mujer: Woyzeck Mi capitán, yo soy un pobre diablo, y no tengo otra cosa en el mundo mi capitán; si Ud. se burla… Revista número 25 • noviembre 2010 122 No sé si extrañamente o no, pero la decisión del asesinato es probablemente una de las causas de recuperación de cierta dignidad, esto es, del ejercicio de la libertad de un sujeto. La decisión de matar es suya y le devuelve su condición de hombre libre. Pues, sujeto al reino de la necesidad, Woyzeck era un animal o bestia, como decía el doctor, bestia de trabajo para solventar lo único que le posibilitaba la sobrevivencia en este mundo: Marie. Desaparecida ella, ¿qué es lo que puede atarle a este mundo? Su decisión de alguna manera lo convierte en el hombre rebelde del que hablaba Albert Camus. Es el hombre que dice no a la ofensa de ser en esas condiciones. Es reemplazar el valor del juez por el de creador. Su tentativa de vivir, por decirlo en palabras de Antonin Artaud, consistiría en: “He luchado por tratar de existir, por tratar de consentir las formas (todas las formas) de las que la delirante ilusión de estar en el mundo ha revestido la realidad”, y lo único, -esto es añadido mío- que he conseguido, es verificar mi nada y la extrañeza de mi existencia. Para Woyzeck, hacerse libre es acceder a una identidad, ya no ser “ese pobre diablo que soy”, sino asumir la dignidad de un nombre propio que lo identifica como un ser humano. Ese momento, casi sagrado en la obra, pues paralelamente se desprende de la tierra, de su vida y de sus contadas tenencias, lee en voz alta: Friedrich Johann Franz Woyzeck, que tiene una función social y pertenencia Soldado, fusilero, del Segundo Regimiento Segundo Batallón, Cuarta Compañía, con fecha de nacimiento, nacido el día de la Anunciación de María… y que el día de su libertad tiene 30 años, 7 meses y 12 días. Ahora bien, si la decisión de matar a Marie, que es obviamente una elección transgresora de la ley, es el ejercicio de su única libertad posible, entonces ¿qué es lo que nos quiere decir Büchner? Si la libertad de este último eslabón de la escala social, de este último hombre sólo se cumple en contra de la ley, ¿entonces cualquier intento de dignificación de sí mismo estaría siempre subordinada a transgredir la ley y a hacerse culpable? Entonces, querría decir que Woyzeck es culpable, no por asesinato, sino por ser lo que es, por pertenecer a la escala social más baja, porque en el mun- do no hay lugar para sujetos como él en el ordenamiento social del mundo. La transformación de Woyzeck como individuo hacia el reino de la libertad pasa pues necesariamente por la condena. No tiene salida. El enclaustramiento, o si se quiere “la culpa”, entre comillas, de Woyzeck es la pobreza, a la que no asiste ninguna razón. Hay en esta obra de Büchner una interpelación al mundo que clama por una ley liberadora del pobre, así tal cual suena, que nos concierne directamente a nosotros como país del tercer mundo y condicionados a la culpabilidad de nuestros pobres recursos y a la imposibilidad de liberación a no ser por la vía de la transgresión. Véase el caso de Cuba vista hacia Estados Unidos. El margen, la periferia o como quiera llamársele, es culpable de ser. Y sin embargo, no habría centro sin margen. ¿Entonces? Y para terminar, volvamos sobre Hamlet. Su muerte liberadora logra poner el mundo entre sus goznes, convirtiéndolo nuevamente en habitable. En tanto, la condena de Woyzeck, la que de alguna manera estamos padeciendo, no sirve a nadie, y sólo está ahí para poder constatar que el mundo hueco seguirá girando indiferente sobre sus ejes porque Woyzeck es ninguno para nadie, es nada. Hamlet: Yo muero, Horacio; tú vives, explica mi conducta y justifícame a los ojos del que ignore. Sin pedírselo, expresamente puede reconocerse en el gesto de Büchner un servidor del último hombre, del más desgraciado, y nos cuenta esa historia de la que nos hacemos eco: de Johann Cristian Woyzeck nacido en 1770 en Leipzig, hijo de un peluquero, que después de varios intentos de establecerse, había servido como soldado raso en las tropas holandesas, suecas y prusianas; al ser licenciado, volvió a Leipzig, donde entró en relación con una viuda de mediana edad, que al mismo tiempo mantenía relaciones con otros hombres. Woyzeck, que siempre había tenido que sufrir muchas humillaciones, apuñaló por celos a su amante y, después de un largo proceso, fue decapitado públicamente en Leipzig el 27 de agosto de 1824. Los informes médicos solicitados por el fiscal y la defensa suscitaron una larga diatriba sobre la capacidad mental del encausado. ¿Había cometido el presunto demente su crimen con premeditación y alevosía y, por tanto, merecía la pena asignada según el orden jurídico vigente? No sé si con esta historia Büchner hace posible el mundo, pero tal vez le entrega una memoria… 123 Revista número 25 • noviembre 2010 Si desaparece el África, como alguien dijo alguna vez, no pasaría nada importante en las relaciones económico-sociales del mundo. No está lejos de aplicarse a Bolivia. Al parecer, por aquí cerca, no hay nada que merezca siquiera la memoria y aquí aparece nuevamente Büchner como haciéndose eco de Hamlet, cuando herido de muerte solicita a Horacio, Ecos y propuestas Giorgi Lukacs Emile Cioran Walter Benjamin Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 127 - 140 Ensayo, otredad y tiempo fracturado The essay or Form, Otherness, and the Fracture of Time Javier Sanjinés C.* Resumen El artículo propone la adopción del ensayo como forma discursiva que expresa adecuadamente la tensión irresuelta entre la crisis de la modenidad cultural y política importada de Occidente y el planteamiento de una alternativa descolonizadora y desembarazada de la tradición historicista hegeliana. Palabras clave: Ensayo, modernidad cultural, modernidad política, descolonización. 127 Abstract Keywords: Essay, cultural modernity, political modernity, de-colonization. * University of Michigan Ann Arbor. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 This article posits the essay as a discursive form capable of expressing appropriately the unsolved tension between the crisis of present-day western cultural and political modernity, ant its de-colonizing alternative, free from the tradition set up by the perspective of Hegelian historicism. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 ¿Debemos seguir empeñados en construir el futuro, en buscar el progreso, sin detenernos a considerar las razones por las cuales hoy asistimos a la crisis del proyecto histórico de la modernidad? ¿Acaso no presenciamos el impasse histórico producido por la falta de un mapa capaz de orientar los futuros transitables? ¿No son precisamente sociedades “periféricas”, olvidadas o rezagadas por los sistemas de conocimiento dominantes, las que hoy rechazan, a veces mediante el ejercicio de la violencia, sistemas filosóficos y morales que la modernidad concebía como universales? La duda, esa exaltación de profeta desilusionado, parece haber bañado como agua regia todas las certezas que apuntalaban nuestra existencia, y que nos cegaban convenientemente, a fin de que pudiéramos continuar existiendo en un universo que acabó por perder su meta, su certero rumbo. ¿Qué hacer ante la duda que nos invade? Desolidarizarnos de la especie sería olvidar que no se es nunca tan humano como cuando se lamenta serlo, como cuando se comprueba que es imposible eludir lo que está sucediendo. Afirmo desde ahora, al igual que más tarde, cuando aborde la propuesta del ensayo, que de lo que hoy dudamos no es tanto de la muerte como del nacimiento de una nueva era, suceso que ya no puede ser buscado con la confianza con que esperábamos la llegada plena de la modernidad. Para vastos grupos humanos que han encontrado la voz en el justo tono de la afonía, la conciencia se presenta sin desearla, enfangada en lo virtual, gozosa de la plenitud nula de un yo, de una identidad que debe franquear el espinoso camino que la lleva a hurgar en un pasado “ruinoso”, en un “yo” anterior al que surge con la modernidad. Ahí, en ese espacio, mejor aun, en ese espacio-tiempo, estaría la luz de lo que E.M. Cioran llama “la pura anterioridad” (Cioran, 1980). Al no poder confirmarnos en el aullido animal, ni en la inanidad mineral, los humanos nos vemos obligados a urdir un nuevo proyecto que más se nutre de pasado y de un presente continuo que de futuro. Su “ritmo” exige un nuevo estado, una nueva disposición de ánimo no condicionada exclusivamente por los supuestos filosóficos -particularmente, aquéllos que gobiernan la moderna filosofía de la historiaque rigen la temporalidad occidental. Hoy día, la dinámica social de nuestros pueblos desprestigia muchos de nuestros prestigiados conceptos y obliga a reconsiderar la estructura espacio-temporal de nuestro pensar. No se trata de que seamos indiferentes espectadores del problemático tiempo histórico que nos toca vivir. Todo lo contrario: nos toca ser desengañados observadores, críticos de la meta utópica de la modernidad. Puesto que no se puede hoy dejar de cuestionarla, creo que conviene abordar algunos de los aspectos, sin duda conflictivos, de esa meta de la cual hoy dudamos. 1. La modernidad en vilo Vista desde la perspectiva europea, desde el pensamiento que se tiene por “universal”, la modernidad -el proyecto histórico que comenzó en el Renacimiento con el “descubrimiento” de América- sentó sus fundamentos teóricos durante el siglo XVII. Pero fue el siglo XVIII que transformó el pensamiento filosófico. Menos teólogo, menos erudito (salvo quizás algunos casos extraordinarios como los de D’Alembert y de Buffon), filósofo de este siglo fue el hombre europeo que se mantuvo al corriente del avance de las ciencias, que tomó parte en todas las disputas intelectuales, que se apasionó por las cuestiones de la teoría política (piénsese en Diderot) o por la accíón (tengo en mente a Voltaire), y que, sobre todo, se convirtió en hombre de letras. En efecto, la filosofía, en adelante, se expresará en cuentos, en obras de teatro (Voltaire, Diderot), en novelas (Rousseau, Jacobi). Y los filósofos, los modernos pensadores, reflexionarán sobre la estética, de la que, con Baumgarten, a mediados del siglo, se soñará hacer ciencia. Rasgo fundamental del siglo XVIII es que en él se asistió al conflicto creado por la ambigüedad de la naturaleza humana. Poco convencido de la existencia de Dios y de haber sido creado a su imagen, ambiguo respecto del mundo material del que llega a afirmar que es el producto y el dueño, ignorando si depende más de su propia organización o de causas exteriores, el hombre europeo debió, no obstante, situarse, construirse como sujeto histórico, cambiarse de hombre social a hombre civil, diferenciarse de aquéllos que no estaban convidados a participar del festín de la modernidad. De ello se deduce que el nuevo sujeto sobresalió por su “perfectibilidad” (Rousseau), por la “superioridad” de una razón que era la única capaz de combinar sus ideas mediante el lenguaje y, gracias a él, poder inventar. En cuanto a la relación con sus semejantes, particularmente con esos conglomerados humanos distantes, colonizados, solamente quedó la duda: ¿estaba el europeo vinculado a ellos por accidente? ¿quizás por instinto? Fue la necesidad de autoidentificarse que hizo que el europeo imperial debiera definir al “otro”, llamarlo “salvaje”, relacionarlo con el hombre natural. Y ¿qué pensar de la variedad de las razas humanas? Puesto que no se hablaba todavía de evolución, el “otro” terminó siendo una especie constante cuyas variedades eran imputables a toda clase de factores: clima, alimentación, mezcla de sangres, degeneración, selección de los más fuertes. En suma, el europeo investigó, creó, pero también justificó arbitrariedades y erró. Revista número 25 • noviembre 2010 ¿Podía el dominado, el sojuzgado, aceptar pacíficamente una modernidad que se le imponía desde afuera, que lo definía sin importar las particularidades de su propio ser? Conflictuada por los intelectuales que provenían de las ex colonias de España, de Portugal y de Francia, la mirada victoriosa y rectilínea de la modernidad no podía ser tenida en cuenta si no se la asociaba con la “colonialidad”, es decir, con su concepto complementario, con esa violencia histórico- 129 Universidad Católica Boliviana estructural que Walter Mignolo ha denominado, siguiendo el pensamiento de Frantz Fanon, la “herida colonial” (Mignolo, 2005: 5-8), y que constituye, aún hoy, el lado oscuro de la modernidad. Pues bien, esta ‘herida’, que introduce la duda en el certero y bienaventurado rumbo de la modernidad, no es otra cosa que la consecuencia, física y psicológica, del racismo, del discurso hegemónico que les negó y les niega aún la humanidad a los desposeídos, que se arroga la capacidad de comprenderlo todo y de clasificar el estadio de evolución y de conocimiento de los demás. La Historia, conocimiento forjado en el siglo XVIII por el movimiento mismo del método analítico, es hasta el día de hoy el privilegio de la modernidad que los subordinados también pueden tener si se adaptan a la perspectiva impuesta por el conocimiento europeo. Esta perspectiva gobierna la vida, la economía, la subjetividad, la familia y la religión de las naciones dominadas y modeladas de acuerdo con los principios organizativos de las naciones dominantes. Vista desde la “otredad”, desde el punto de vista de los dominados, la Historia es una institución que legitima el silencio de las otras historias; que oculta el testimonio de los desheredados. Así, la propia filosofía hegeliana de la Historia es el mejor ejemplo de cómo Occidente tornó irrealizable cualquier otra posible visión de mundo. Occidente retuvo las categorías de pensamiento a partir de las cuales el resto del mundo pudo ser descrito, interpretado y clasificado. El “occidentalismo” de Hegel se ubicó, geohistórica y geopolíticamente, en el corazón de la modernidad. Ahora bien, la así llamada “matriz colonial del poder”1 -de la cual la filosofía hegeliana de la Historia es pieza fundamental- sólo podía ser observada críticamente si se construía un nuevo paradigma capaz de entender la diferencia del desheredado, es decir, la “diferencia colonial”. Como bien lo ha observado Mignolo (2003), éste es un giro geopolítico de notable importancia al interior del propio conocimiento. Gracias a él caemos en cuenta de que sólo cuando se abandona la creencia natural de que la Historia es una sucesión cronológica de acontecimientos ordenados linealmente (pasado, presente, futuro) en pos del desarrollo progresivo de la humanidad, se comprende que, en realidad, ella está entretejida con la colonialidad en una distribución espacial de nódulos que ocupan un lugar “estructural” y no simplemente lineal. Más importante aun es tomar conciencia de que cada hito histórico, además de tener una ubicación Revista número 25 • noviembre 2010 130 1 La matriz colonial del poder debe ser entendida como una empresa que trabaja los cinco ámbitos a partir de los cuales se controla la experiencia humana: 1) el económico, particularmente la apropiación de la tierra, la explotación del trabajo y el control de las finanzas; 2) el político, fundamentalmente el control de la autoridad, 3) el cívico, particularmente el control del género y de la sexualidad; 4) el epistémico, es decir, el origen y el control del conocimiento; 5) el personal, es decir, el control de la subjetividad. La mayoría de las veces, esta matriz colonial opera de manera invisible a los ojos distraídos. En los hechos, la combinación de, por un lado, una ideología en expansión (el cristianismo occidental) y, por el otro, la transformación del comercio mercantil en una empresa de posesión de la tierra y de explotación masiva del trabajo con la finalidad de producir bienes para un mercado globalizado, engendraron esta matriz colonial del poder. Para una explicación más amplia del tema, ver Mignolo (2003). estructural y no lineal, es también profundamente heterogéneo. Por ello, si se tiene en cuenta que no estamos precisamente ante el “final de la historia”, como lo afirmaba prematuramente Francis Fukuyama, sino ante la caducidad del concepto hegeliano de la Historia, se podrá también comprender los vericuetos espacio-temporales que componen la modernidad preñada de colonialidad. La “heterogeneidad histórico-estructural” -concepto que, siguiendo a Ernst Bloch, llamo “contemporaneidad no contemporánea”- nos aparta de las narrativas seculares de corte hegeliano. En vez de aceptar la historia como una sucesión lineal de acontecimientos, hablo de la “contemporaneidad no contemporánea” de nuestros pueblos porque la historia, vista desde lo local, lejos de las macronarrativas occidentales, obliga a ver que el espacio social está repleto de múltiples y contrastantes perspectivas y procesos históricos. De este modo, podemos mirar la historia como un conjunto de heterogeneidades histórico-estructurales que son la consecuencia de acontecimientos que deben ser interpretados tanto desde la retórica de la modernidad (progreso, felicidad, riqueza), como desde la lógica constitutiva de la colonialidad (retraso, muerte, pobreza). En vez de observar la modernidad desde el proceso histórico que trae la felicidad, la heterogeneidad histórico-estructural abreva del hecho de que los “sueños utópicos” de la modernidad se lograron gracias al enorme costo humano que padecieron y que seguirán padeciendo nuestras sociedades dependientes. Fundada en el siglo XVII, la retórica de la modernidad se asienta en la idea de que la historia es un proceso lineal que tiene el progreso como la fuerza motriz que la impulsa al futuro. 2. El conflicto temporal y el “giro descolonizador” 131 Revista número 25 • noviembre 2010 Ahora bien, constituida por indígenas y no indígenas, por sujetos individuales y colectivos que viven sus vidas de acuerdo a lógicas liberales y comunitarias, ¿pueden sociedades tan diversas y regionalmente complejas como las latinoamericanas -pienso fundamentalmente en las sociedades andinas- responder a un solo y unificado tiempo histórico? Me parece que la investigación en torno al tiempo debe ser particularmente sensible al hecho de que hoy vivimos el conflicto planteado entre la modernidad liberal, por un lado, y, por el otro, los sistemas comunales y las “modernidades alternativas” promovidas por el Estado. El conflicto entre lógicas espacio-temporales tan disímiles da lugar a una gama de contrastes: entre modelos desarrollistas neoliberales firmemente enraizados en la modernidad y políticas contrarias al neoliberalismo que adoptan un cariz modernizador híbrido; entre el Estado-nación, como se lo concibió en la República, construida durante los dos siglos pasados, y el Estado plurinacional actual; entre la cultura nacional criollo-mestiza y la interculturalidad; entre el desarrollismo capitalista y el socialismo que hoy se construye y que Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 132 todavía cuesta definir; entre el “giro a la izquierda” y el “giro descolonizador” más radical. Puesto que los contrastes aquí señalados son abruptos, la novedad de los diferentes giros también es desconcertante. El tema de fondo, sin embargo, es la crisis de la modernidad. Recalco que se trata de la crisis de los discursos, prácticas, estructuras e instituciones que, íntimamente relacionados con el crecimiento de las ciencias sociales, dominaron el conocimiento durante los últimos doscientos años, aferrándose la modernidad a postulados culturales y ontológicos de las sociedades europeas dominantes. De este modo, la modernidad planteó la convergencia entre la filosofía, la biología, y la construcción de las ciencias sociales. Se dio así una ontología moderna que establece la separación entre la naturaleza y la cultura; la supremacía racista de ciertos seres humanos sobre otros; la noción de que el individuo autónomo forja su existencia apartado de la comunidad; la creencia de que el único conocimiento válido es el objetivo, racional y científico; la percepción de que la construcción cultural de la economía es una práctica social independiente, autoregulada por la mano invisible del mercado, alejada de las relaciones sociales (Escobar, 2010). Note el lector que es de crucial importancia para mi propuesta descolonizadora el hecho de que el tipo dominante de la modernidad imperial no seduce todo el pensamiento europeo. Hay en Europa, qué duda cabe, un importantísimo pensamiento descentrado, ex-céntrico, ocupado en revelar la caída de las ficciones en las que hemos vivido hasta la fecha. Se trata de un pensamiento desengañado, heterodoxo, disidente de los sistemas dominantes, que hostiga las buenas conciencias y las enfrenta con la necesidad de aceptar el desmoronamiento de una civilización cuya validez universal está siendo cuestionada. Veo una clara similitud entre este pensamiento, descreído de la modernidad y de su idea de progreso, y las propuestas que encontramos en América Latina, particularmente las de intelectuales indígenas que piensan a partir de las necesidades propias. Hablo, pues, de un “paradigma otro”2 que se articula teniendo en cuenta no sólo la diversidad de las historias coloniales que hoy plantean el “diálogo Sur-Sur” (América Latina, África, Asia), sino también aquel descollante “lugar de enunciación” que es la Europa del sur y del este, devaluada tanto por la geopolítica del conocimiento, como por la estética de Kant y la filosofía de la historia impuesta por Hegel (Mignolo, 2003: 235). Esa Europa descentrada ocupa en mi investigación un lugar muy importante, particularmente el pensamiento de aquellos europeos que cuestionan el historicismo y que, como se verá luego, recuperan una vieja misión del ensayo: dudar, meditar, alcanzar la sabia aspiración antigua de vivir en acuerdo con la Naturaleza. 2 Mignolo (2003: 27) se refiere al "paradigma otro" como "pensar a partir y desde la diferencia colonial. No transformar la diferencia colonial en un 'objeto de estudio' estudiado desde la perspectiva epistémica de la modernidad, sino pensar desde el dolor de la diferencia colonial; desde el grito del sujeto. . ." Para ensayistas tan diversos, heterodoxos y subversivos, como el rumano E.M. Cioran (1980), y como el judío alemán Walter Benjamin ([1940] 1973), cuya lectura crítica de la filosofía de la historia es fundamental en mi investigación, la historia no es más que un desequilibrio, una rápida e intensa dislocación del tiempo mismo, una prisa por alcanzar un porvenir donde ya nada ocurre (Cioran, 1980: 127). En su ataque inmisericorde del tiempo histórico, Cioran lo concibe como un tiempo tan tenso que resulta difícil no ver cómo no podría estallar cuando entra en contacto con la realidad concreta. Si el hombre hace la historia, ésta, verdadera máquina trituradora de seres humanos, lo deshace. La modernidad creyó dominarla, pero hoy se sabe que se le escapa y que florece, como expresa Cioran, “en lo insoluble y lo intolerable: una época demente cuyo término no implica ninguna idea de finalidad” (1980: 131). Suprimido el “porvenir”, ¿cómo asignarle un objetivo? Desacreditado, el tiempo histórico se ha vuelto una pesadilla, dejando caer tantas mayúsculas como ilusiones hemos conocido (¿quién tiene hoy la ingenuidad de escribir “progreso” con una gran “P”?). ¿Visión demasiado pesimista la que planteo? Es posible, puesto que corre el peligro de ser tomada como una apología de la irracionalidad. Del mismo modo en que afirmábamos la necesidad que tenemos de explorar nuestra identidad retrotrayéndonos a un “yo” anterior al construido por la modernidad, también se postula la existencia de “otro” tiempo dentro del tiempo histórico -Ernst Bloch lo llamó “contemporaneidad no contemporánea” ([1918] 2000)-, y que, al introducir el pasado en el presente, ese “tiempo otro” es incapaz de proyectarse “hacia adelante”, no pudiendo escapar al futuro, al devenir3. Su deserción está relacionada con el hecho de que resulta imposible medir la vida social con la vara del futuro, debiendo ahora adoptarse el criterio de que ella depende de un presente “endurecido” que está siempre en construcción. Repito lo que afirmé líneas arriba: la crisis de la modernidad y de su tiempo histórico también implica que la noción de economía no es esencial o naturalmente capitalista, que las sociedades tampoco deben ser regidas exclusivamente por el liberalismo, que la noción de Estado no es la única forma de instituir el poder social. Dicho brevemente, la crisis del tiempo histórico, teleológico, lineal y progresivo, va ligada al descentramiento del capitalismo, del liberalisRevista número 25 • noviembre 2010 3 En su sugerente ensayo "Porcelana y volcán", Gilles Deleuze tiene unas observaciones temporales muy apropiadas a este extraño "endurecimiento" del presente que vengo explicando. Para Deleuze, el alcohólico no vive nada en el imperfecto o en el futuro, sólo tiene "pretérito perfecto". Con su embriaguez, el alcohólico compone un pasado imaginario, "como si la dulzura del participio pasado viniera a combinarse con la dureza del auxiliar presente: he-amado, he-hecho, hevisto... Aquí el pretérito perfecto no expresa en absoluto una distancia o un acabamiento" (1969: 166). Muy parecida a la explicación de Deleuze en torno al tiempo verbal empleado por el alcohólico, la subjetividad andina parece también aferrarse al empleo de este pretérito perfecto endurecido que, descolorido y sin dominio, deja en suspenso el futuro, sustituyéndolo por la rigidez de este presente que está en relación con un efecto de fuga del pasado. Así, todo culmina en un "ha sido" carente de objetivo preciso; en un "efecto-alcohol" que pueden también producirlo otros acontecimientos: la pérdida del dinero, la pérdida del prestigio social, la pérdida de la comunidad de origen. 133 Universidad Católica Boliviana mo y del Estado, este último tradicionalmente tenido como matriz de la organización social. La centralidad discursiva de todas estas categorías forjadas por la modernidad ha quedado seriamente conflictuada. En un ensayo de próxima aparición sobre las utopías del futuro, Fernando Coronil anota con notable precisión un tema que recuperaré luego como característica del ensayo, si éste quiere ser una expresión estética del mundo postliberal: la crisis del tiempo histórico y la inseguridad en torno a la forma del futuro chocan con los contenidos del activismo político del presente (2010: 2). Y puesto que el activismo político no tiene forma o a priori alguno, siendo su naturaleza mutable, la heterogeneidad de América Latina, muy en particular la del área andina, obliga a pensar la realidad desde distintas concepciones de la historia y desde variadas cosmogonías. De este modo, debemos hoy enfrentarnos al hecho de que nuestras naciones contienen muchas naciones; que nuestra diversidad de comunidades internas da lugar a múltiples visiones de mundo. Así, la aparición de las “sociedades en movimiento” (Zibechi, 2006) ha puesto sobre la palestra pública una amplia gama de actores sociales y de tiempos que se superponen y que dan lugar a diversas concepciones de vida. Coronil también observa que la crisis del capitalismo, del liberalismo y de la forma Estado, no conduce necesariamente a un porvenir redentor que esté “más allá” de los conceptos aquí indicados. Por este motivo, afirma Coronil, los “sueños utópicos” adoptan nuevas formas que tienen que ver con el cruzamiento de dos corrientes: una, la política transformativa del “aquí” y del “ahora”; la otra, la pobre certeza del futuro (2010: 4). Ambas tendencias jalonan el tenso panorama social en el cual actuamos y crean la situación que Coronil define como “crisis ‘del’ presente y ‘a propósito’ del futuro” (2010: 5). Dicha crisis nos lleva a cuestionar si el futuro es ese “horizonte de expectativas” concebido afirmativamente por el conocido historiador alemán Reinhart Koselleck, o si, antes bien, es una construcción incierta, dudosa, que en vez de expandirse, se achica. ¿Es el futuro el acontecimiento prospectivo y perfectible que pensaba el liberalismo? Por el contrario, ¿no será este acontecimiento una etapa de deterioro, de anomia social y de depresión? Revista número 25 • noviembre 2010 134 La duda aquí sembrada a propósito del futuro no está solamente condicionada por la crisis del liberalismo y por sus prácticas librecambistas; también está ligada al deterioro y desprestigio del socialismo, a su colapso de fines del siglo XX, hecho que dio lugar a la tan mentada victoria del capitalismo y al así llamado “final de la Historia”. Los efectos de la crisis del capitalismo y del socialismo resultan ser bastante reveladores: hoy día asistimos a la creciente polarización de nuestras sociedades, a la también creciente desigualdad global, a la destrucción ecológica del planeta, a la exclusión masiva de vastos sectores y grupos humanos que jamás tuvieron acceso al desarrollo, al predominio de la especulación financiera sobre la producción, al consumismo y al individualismo exacerbados. ¿Cómo tener optimismo en el futuro frente a tan inquietante panorama? Si bien los efectos perniciosos de la crisis de la modernidad se dieron primero en las naciones del Sur, desencadenando protestas en contra de los “ajustes estructurales” impuestos por los regímenes neoliberales, las limitaciones del sistema capitalista se hicieron globalmente visibles solamente cuando ellas impactaron el corazón del Imperio hace apenas un par de años atrás. De este modo, queda hoy claro que no sólo asistimos al fracaso de las políticas financieras de aquellas naciones pobres que han demostrado ser poco aptas para recibir los beneficios de los mercados globalizados, sino a la honda crisis de todo el sistema financiero que deja ver sus quiebros y sus limitaciones. Pues bien, los cambios políticos producidos por la crisis del sistema capitalista, particularmente el conflictivo “giro a la izquierda” que Coronil menciona en su ensayo, tienen un resultado claro: la historia no se ha acabado; por el contrario, vuelve con inusitada fuerza. Pero, ¿cómo deberíamos concebirla ahora? ¿Qué tipo de historia nos gobierna? ¿Qué futuro la inspira? ¿Es posible pensar formas estéticas capaces de interpretar la nueva realidad? 3. El ensayo como propuesta estética 4 Casi al final de su primer ensayo en Die Seele un die Formen, Lukács menciona su triple concepción del tiempo como irrecuperable añoranza del pasado, como intolerable disyunción entre los ideales no cumplidos y la realidad presente, y como visión destructiva del futuro. Pérdida, alienación y cancelación son, pues, las características temporales de esta obra que se distingue por su visión trágica, opuesta al tiempo prospectivo, hegeliano, que domina Teoría de la novela, la obra posterior (1918) del gran esteta húngaro. Die Seele und die Formen me es también útil porque en ella, en su planteamiento del ensayo, Lukács contrarresta el historicismo con una teoría mucho más próxima a la naturaleza alienante y excéntrica de la historia. 135 Revista número 25 • noviembre 2010 Recupero la problemática del ensayo porque pienso que hoy, más que nunca, andamos necesitados de una nueva ordenación conceptual de la vida, un ordenamiento de las ideas que ponga en duda las soluciones heladas y definitivas que contienen los valores abstractos de la filosofía. Quizás porque necesitamos hoy más del arte que de la misma ciencia, llamo la atención de mi lector con la propuesta del ensayo como una forma estética intermedia entre los universales abstractos y los hechos concretos sucedidos en la vida empírica. El ensayo les da a los acontecimientos humanos un sentido, una significación a la que ellos no pueden llegar por sí mismos, interrogándolos y relacionándolos con los problemas últimos de la vida y del destino. Y, como el esteta húngaro Georg Lukács vio casi cien años atrás ([1911] 1970)4, aquí se separan los caminos. Si la vida empírica (incluida la literatura) está aferrada a lo sensible y no puede ir más allá de lo que Lukács definió como “sonido del acontecimiento”, el ensayo logra lo que la empiria no puede: acceder al estatuto de “forma” propiamente dicho. La empiria, la vida cotidiana, necesita, pues, del ensayo. Pero el ensayo, por su proximidad a los conceptos y a los valores, corre el riesgo de convertirse Universidad Católica Boliviana en helada filosofía, de desligarse de la vida empírica que gobierna nuestra cotidianidad. Para evitar el riesgo de que se convierta en un “universal abstracto”, el ensayo habla siempre de temas concretos y sensibles, a los que da un nuevo ordenamiento conceptual con la finalidad de que pregunten y cuestionen (aunque jamás resuelvan) los más importantes problemas de la vida. Así, el ensayo es una experiencia histórica irrecusablemente mundana porque implica una apertura intelectual preocupada en relacionar lo formal con los complejos pliegues de lo vivido. Al así hacerlo, la experiencia histórica del ensayo se vuelve una práctica particularmente interesante para la exploración de temas conectados con problemáticas “ex-céntricas” como son las experiencias cotidianas de la migración y del exilio. De este modo, el ensayo se abre a la presencia vigorizadora de temas frecuentemente invisibilizados por el historicismo. No serían las “comunidades imaginadas” por la cultura dominante las que interesen con exclusividad a esta nueva experiencia histórica planteada por el ensayo, sino que éste debe también recuperar las experiencias comunales alternativas, es decir, las experiencias étnicas otrora marginadas y poco exploradas. Pero esta nueva experiencia estética planteada por el ensayo no es exclusivamente política. En efecto, sería un error sólo considerarlo como un extenso mensaje político. El ensayo, como forma estética ligada a los avatares de lo vivido, debe reavivar nuestros sentidos. Al final de la introducción a su libro Reflections on Exile (2002), Edward Said expone que el exilio debe aguzar nuestra visión de las cosas, no retenernos en el lamento y, menos aun, en el odio que lo corroe todo. Lo olvidado, lo invisibilizado, debe ser un nuevo motivo para entender que aunque no hay retorno al pasado que pueda ser repatriado plenamente por el presente, éste debe necesariamente ocuparse de aquél si va a pretender romper con lo que Cioran llamaba “la quietud de la Unidad”, promovida por el historicismo europeo y por la más íntima de sus aspiraciones nacionalistas: la construcción del “yo” moderno. Opuesto a esta perspectiva historicista, el ensayo que avizoro, siguiendo la estética del primer Lukács, debe necesariamente reinsertar la discontinuidad del pasado invisibilizado en el continuo duracional de la historia. Como forma mediadora entre los valores y el mundo empírico, me parece que la forma del ensayo está hoy mejor preparada para abordar la problemática de las comunidades activas, de las comunidades en movimiento, que el gesto pretencioso de las épicas nacionales que, al olvidar la experiencia asincrónica del “otro”, tendió a homogeneizar y a igualarlo todo. Revista número 25 • noviembre 2010 136 Puesto que la problemática del ensayo fue, y sigue siendo aún, uno de los aspectos que más me atraen intelectualmente, tiene absoluta razón Xavier Albó cuando, en el prólogo a mis Rescoldos del pasado (2009: XI), identifica mi investigación con la propuesta del ensayo. En efecto, en este libro coincide notablemente la duda que hoy tenemos a propósito del sentido de la historia con las incertidumbres que el ensayo nos plantea como forma estética. Ni ciencia, ni filosofía, cuyas relaciones destinales se aferran a “universales abstractos”, el ensayo es, como lo expresé al iniciar este apartado, la forma literaria que mejor se las arregla para plantear dudas y conjeturas a propósito de la vida concreta de los seres humanos. A fin de no volverse el esqueleto abstracto de universales desligados de la vida inmediata, el ensayo bucea en la empiria, en la vida sensible y concreta. De gran importancia para la investigación que propongo es tener conciencia de esta importante limitación del ensayo: plantea problemas relacionados con el futuro humano, pero sin dar respuestas definitivas. En otras palabras, las respuestas del ensayo no aportan con soluciones como a las que aspiran a llegar la ciencia y, en las alturas más puras, la religión y la filosofía. La ironía del ensayo radica en que el ensayista pretende conocer los problemas últimos de la vida de una manera tal que incita a creer que no se trata más que de acontecimientos pasajeros de la vida (Lukács, 1970: 15-39). Existe, pues, una clara diferencia entre el filósofo de la historia y el ensayista. El primero actúa en el plano de las ideas; el segundo busca las conexiones con la compleja realidad concreta. Mientras aquél siempre tiene respuestas, éste sólo proyecta dudas y conjeturas. Para el ensayista lo excepcional no es que la Historia se haya acabado o definitivamente ido, sino que vuelva hoy con fuerza, de una manera tan particular y sui generis que deja de ser progresiva porque se desembaraza del rumbo dictado por el carácter rectilíneo de las historias nacionales. El ensayo capta, pues, el incierto derrotero de esta historia. Así, y como Coronil observa en su texto, ni la derecha ni la izquierda proyectan hoy un destino claro, seguro, épico, capaz de expresar la adecuación entre los seres humanos, por un lado, y la comunidad y el universo, por el otro. Rota toda posibilidad totalizadora, toda capacidad explicativa del mundo en el que vivimos, lo estético ya no puede redoblar lo ético, capacidad que, en el sentido hegeliano del término, se le podían conferir, en mejores tiempos, a las épicas nacionales. Por ello, me aventuro a plantear la necesidad del ensayo como forma estética porque es el género literario que, junto con la paradoja y el fragmento, mejor expresa esta actual ruptura entre el ser humano y su universo social. Pretender trasladarse nuevamente a la modernidad eurocentrada que encubre esta disfunción, que la resuelve de acuerdo a valores abstractos, es, pues, una de las utopías más conflictivas del presente. Revista número 25 • noviembre 2010 A partir de la Conquista y de la colonización europeas, América Latina muestra que sus élites siempre tuvieron, siguiendo la directriz de Occidente, un sentido ordenador del futuro. Lo problemático es que, actualmente, los horizontes de expectativa que avizoraban este futuro ideal se han vuelto oscuros e impredecibles. En efecto, el arbitraje de quienes tradicionalmente estuvieron preparados para participar del convite de la modernidad, y que dejó a amplios conglomerados humanos reducidos a un incierto “no todavía”, pospuso 137 Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 138 los anhelos de aquellas identidades “no contemporáneas” que hoy irrumpen en la historia con gran fuerza. Se trata de vastos sectores de la sociedad latinoamericana poscolonial que, durante siglos, debieron resignarse a esperar en la “antesala de la historia” (Chakrabarty, 2000). Me parece que no es función de la filosofía de la historia, fundamentalmente teleológica y progresiva, sino del ensayo, captar la revuelta de estos sectores de la sociedad latinoamericana que, hasta el día de hoy, tienen como pasado una gran inestabilidad económica y política, una incertidumbre crónica que ahonda los desniveles entre lo moderno y lo no moderno, entre lo moderno y lo anacrónico, y que da lugar a la “contemporaneidad de lo no contemporáneo”. Y ello tiene mucho que ver con los ejemplos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. De este modo, los países aquí indicados muestran hoy un “giro descolonizador” mucho más confrontacional (socialista, indigenista y revolucionario) que aquellas sociedades donde la izquierda tiende a establecer alianzas y compromisos políticos fundados en procedimientos democráticos formales. Los casos aquí indicados muestran, pues, una modalidad histórica para la cual el futuro se plantea etéreo y fantasmático, como si fuera un espacio habitado por espectros del pasado. Vivimos un agitado presente que se prolonga a través del tiempo y que ocupa el espacio y el tiempo de lo que usualmente era el futuro, pero sin ser ya éste, quedando entonces el futuro como un tiempo de espera que no puede confundirse con el mucho más seguro horizonte de expectativas de la modernidad. Empujado más allá del horizonte de expectativas que promueve la modernidad, el futuro adopta una forma espectral, una presencia fantasmática que acecha el rumbo de nuestras vidas. ¿Qué son estos espectros que vienen del pasado? Son espectros formados por el colonialismo; acontecimientos que, a pesar de la Independencia y de casi doscientos años de vida republicana, siguen influyendo (y perturbando) nuestro presente. Reconocerlos y superarlos sería la función más importante de nuestra empresa descolonizadora. Por ello, propongo la forma del ensayo como aporte estético descolonizador, como una práctica estética ubicada en los márgenes de la temporalidad histórica; una práctica que encarna el desplazamiento, incluso el quiebre de la forma-tiempo cuando ésta debe vérselas con la empiria del mundo moderno/colonial. Descolonizar significa reinscribir lo suprimido, lo ruinoso, en el presente. De este modo, recuperar la esencia del ensayo es mostrar cómo la forma-tiempo -el tiempo histórico; la épica nacional- se rompe al chocar con la vida5. En otras palabras, me pregunto si no fue un “gesto” propio de la intelectualidad mestizo-criolla la adopción de una modernidad que se desentendió de la infinita precariedad de lo local. 5 La forma-tiempo regula el proceso de las narrativas fundacionales. Éstas-pienso en Nacionalismo y coloniaje ([1943] 1994), ensayo a partir del cual Carlos Montenegro inauguró ideológicamente el "nacionalismo revolucionario" y fundó el moderno Estado-nación en Bolivia- son estructuradas linealmente a fin de que los conflictos catastróficos del pasado histórico precedan a la iniciación épica del nuevo orden social introducido por el moderno Estado-nación. ¿Acaso no choca el imaginario de la intelectualidad dominante con la empiria del mundo moderno/colonial, con el lugar donde queda inscrita la localización subalterna de América Latina? Concluyo, pues, esta nueva propuesta del ensayo como forma estética de la descolonización. De acuerdo con ella, se observa que el tiempo histórico de Occidente se rompe al chocar con la vida de nuestros pueblos. Después de dos largos siglos de proyectos homogeneizadores dirigidos por élites culturales y políticas identificadas con la noción occidental de progreso, los movimientos actuales parecen estar cambiando las reglas de juego, abriendo camino para que la “no contemporaneidad” de la multiplicidad de naciones y de sus respectivas cosmogonías rompan con la forma témporo-espacial del Estado-nación. Así, las “ruinas del pasado” -he preferido llamarlas “rescoldos” en el libro que acabo de publicar-pueden incendiar los imaginarios del presente. La necesidad de recuperar iconos del pasado es un síntoma que revela la ansiedad que nos produce saber que el futuro es incierto y que necesitamos darle estabilidad al presente. Es por ello que prefiero hablar de “rescoldos” que iluminan las luchas del presente, siendo éstos un nuevo concepto que revela la presencia actual de llamas aparentemente extinguidas que se encienden nuevamente para alimentar los sueños utópicos. El objetivo de estos “rescoldos” es mostrar que las “sociedades en movimiento” (Zibechi, 2006) han abierto nuevamente la grieta -el hiato, diría Lacan- entre lo simbólico y lo real. Habría que añadir que las propuestas descolonizadoras que estos movimientos traen son muy diferentes a las planteadas por los discursos desarrollistas. Ellas exigen que se cumplan las arcanas demandas sociales que no han sido satisfechas a lo largo de los siglos (el pasado como recurso de un presente endurecido); que los valores originarios puedan ser aceptados e integrados a la sociedad, y que tenga lugar la transformación del ser con la superación del egocentrismo de la modernidad. Referencias bibliográficas Albó, Xavier. 2009. “Prólogo”, en Rescoldos del pasado. Conflictos culturales en sociedades poscoloniales. Javier Sanjinés C. La Paz: PIEB, XI-XXIII. 2. Benjamin, Walter. [1940] 1973. “Tesis de filosofía de la historia”. En: Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus (pp.177-191) 3. Bloch, Ernst. 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(traducido del alemán por Manuel Sacristán). Barcelona: Ediciones Grijalbo, S.A. 11. Mignolo, Walter. 2003. Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. (traducido del inglés por Juan María Madariaga y Cristina Vega Solís) Madrid: Ediciones Akal, S.A. 12. ------------.. 2005. The Idea of Latin America. Oxford, UK: Blackwell Publishing. 13. Montenegro, Carlos. [1943] 1994. Nacionalismo y coloniaje. La Paz: Editorial Juventud. 14. Said, Edward. 2002. Reflections on Exile and Other Essays. Cambridge, Mass: Harvard University Press. 15. Sanjinés C., Javier. 2009. Rescoldos del pasado. Conflictos culturales en sociedades poscoloniales. La Paz: PIEB. 16. Zibechi, R. 2006. Dispersar el poder: los movimientos como poderes anti-estatales. Buenos Aires: Tinta Limón. Salomón de la Selva Oliverio Girondo Nicanor Parra Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 143 - 166 Geografía inconclusa. Notas sobre poesía hispanoamericana Unfinished Geography. Notes on Hispanic American poetry Rubén Vargas Portugal* Resumen: El trabajo aborda la forma en que se plantea la figura del poeta o del hablante del poema en relación con la introducción de registros coloquiales que quieren acercarse al habla, y las posibilidades que esta confluencia abre para la inscripción de la historia en el poema. Para ello se acerca críticamente a la propuesta inscrita en las obras de Oliverio Girondo, Salomón de la Selva y Nicanor Parra, ubicando a éstas en el contexto cultural de la tradición de las vanguardias del siglo XX. Finalmente, proyecta líneas posibles de ampliación y profundización de la temática en alguna poesía latinoamericana posterior. 143 Palabras clave: Yo poético, lenguaje coloquial, vanguardia poética, historia. Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Abstract: This paper aims to see how the poet’s image is related to the introduction of colloquial registers, close to spoken utterances, and the possibilities this convergence opens for the inscription of history (story) in the poem. Works of Oliverio Girondo, Salomón de la Selva and Nicanor Parra, placed within the cultural context tradition of XXth century avant-garde, are critically addressed. Finally, this article draws possible lines where this issue can be amplified and deepened in some works of subsequent Latin-American poetry. Keywords: Poetic avant-garde, colloquial language, poetic I, history. __________________ ¿Quién habla en el poema? Cada momento del devenir de la poesía y hasta quizás cada protagonista de ese transcurso, debidamente interrogado, puede formular una respuesta. De la continuidad sin distancias que identifica la palabra con una subjetividad plena (el espíritu del poeta) hasta la más radical voluntad de objetividad o despersonalización (las cosas o el lenguaje son los que hablan); desde el encargo vicario que asume el poeta a cuenta de otras fuerzas (la naturaleza, la historia o los sin voz) hasta el poeta que se niega y se anula a sí mismo, todas son, finalmente, configuraciones, es decir, las figuras que el poeta construye o que se construyen en torno a él. Una de esas figuras, la que afirma al poeta como visionario o profeta, es particularmente terca en el curso de la poesía moderna. Aparece y es coronada de muchas maneras y de muchas maneras también es combatida y defenestrada. En la poesía hispanoamericana del siglo XX, esta querella en sus momentos más intensos e interesantes es una de las encarnaciones de otra: el pleito de los hombres con la historia. En efecto, si uno se pregunta ¿quién habla en el poema?, también puede preguntarse ¿desde dónde habla el poema?, ¿desde un punto atemporal o desde un aquí y ahora determinados? Revista número 25 • noviembre 2010 144 Se trata, en verdad, de un problema antiguo, de fantasmas que los exploradores de la poesía moderna encontrarán agitándose en sus sedimentos más profundos. En efecto, la figura del poeta como un visionario, como alguien que puede ver más lejos o más profundo que el común de los hombres, como un ser tocado por una fuerza que lo excede pero que actúa a través de él, configura uno de los rostros más definidos del Romanticismo. Quizás esa figura, la del poeta como un ser privilegiado, un mago, un adivino, un alquimista, no nace con el Romanticismo, pero sin duda encuentra en este movimiento su proyección más duradera, su aura más transparente. Esa desmesura con la que el poeta se pone de pie frente al mundo es el reverso simétrico de otra desmesura: la del espíritu de la Modernidad que despoja o cree despojar al mundo de su misterio y se afirma en las certezas de la ciencia y la racionalidad. Frente a ello, se levanta la figura del poeta que se afirma en el lado oscuro de las cosas, en el otro conocimiento: la intuición, el sueño, la locura, en suma, en las fuerzas irracionales capaces de revelar la realidad negada, la realidad reprimida por la razón, una realidad más substancial, más humana y más verdadera. El poeta, la figura del poeta, se convierte así en la de un provocador, de un “maldito”: socava las certezas del orden burgués. En su origen moderno, entonces, la imagen del poeta como visionario o como profeta es una rebeldía. A Octavio Paz (1974), que tanto y tan bien exploró estos senderos, le gustaba repetir que la poesía moderna es la hija rebelde de la Modernidad: sólo es posible en las condiciones que ofrece esa era de la razón y el optimismo, pero no para afirmarla sino para cuestionarla y para negarla. Pero esos sedimentos no están petrificados, prolongan su sombra, transfigurada y travestida, hasta el presente: del simbolismo al modernismo, del creacionismo al surrealismo y todas las vanguardias y la “poesía comprometida”. Allí donde aparezca un poeta-mago, un poeta-profeta, un poeta-héroe o mártir se agita la sombra del origen. Esa figura del poeta alcanza esa magnitud y esa duración, entre otras cosas, porque se entrelaza, paradójicamente, con otra de las fuerzas mayores de la Modernidad: la invención del futuro. Si la historia es para la imaginación moderna un curso lineal y continuo, un camino siempre ascendente en pos del progreso, una promesa de lo por venir, el futuro es el tiempo de la plenitud. Y los hombres conscientes de ese desarrollo ineluctable deben someterse a él. Hay una palabra que encarna ese espíritu: revolución, es decir, evolución permanente, sin límite, siempre hacia el futuro. Por ello, el problema del hablante poético, de la figura que toma a su cargo la voz del poema, está relacionado con la manera cómo el poema se relaciona con la historia. 145 Revista número 25 • noviembre 2010 1922 es el anno mirabilis de la poesía latinoamericana del siglo XX. De pronto, una constelación nueva aparece en el firmamento: Trilce, del peruano César Vallejo (1892-1938), Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, del argentino Oliverio Girondo (1891-1967), El soldado desconocido, del nicaragüense Salomón de la Selva (1893-1959). Hay algo de emblemático en este golpe de dados que pone a girar simultáneamente tantos planetas: las vanguardias. El credo de las vanguardias fue el cambio y su forma de profesar ese credo fue la religión de lo nuevo, la superstición de la novedad. Con esto no hacía sino encarnar plenamente el tiempo progresivo de la Modernidad. No podía ser de otra manera; en esos años, la acción de los hombres había demostrado que la conquista del futuro, la realización de la historia, no era un deseo ni una utopía, sino una realidad: la Revolución Rusa de 1917 era su demostración. Ese reconocimiento del lugar central del cambio no podía sino reafirmar la figura del poeta como un visionario, esta vez y en sus versiones más extremas, visionario y profeta de esas fuerzas de la historia. Este gesto de las vanguardias es plenamente romántico. Hay una consecuencia central de esta manera de asumir la poesía: si para el Romanticismo la autenticidad de la obra provenía de la verdad de los sentimientos o de las pasiones, es decir, de la autenticidad de la subjetividad, Universidad Católica Boliviana para gran parte de la poesía de las primeras décadas del siglo XX, e incluso más adelante, esa autenticidad está relacionada con la historia o, mejor aun, con la posibilidad de reconciliar la subjetividad con la historia. Pablo Neruda (1904-1973) es un ejemplo consumado de este fenómeno. En Residencia en la Tierra (1935), Neruda descubre las fuerzas irracionales, no del subconsciente humano –a cuya liberación apuntaba el surrealismo– sino de la Naturaleza. La fuerza genésica creadora del mundo, el magma primordial de la vida. Es decir, un mito creador; pero un mito sin dioses, un mito enraizado únicamente en la oscura e incontenible fuerza creadora de la Naturaleza. Y el hombre es parte de esa Naturaleza. Así, el poeta, la figura del poeta que habita esos poemas de Neruda, es una encarnación de esa fuerza, es su portavoz. Si hay alguna oscuridad en esta zona de la poesía de Neruda no es, precisamente, como a veces se asume, por su vena surrealista, sino por la oscuridad propia de su objeto poético: la oscuridad primordial del mundo1. Más adelante, en el Canto general (1954), al poder que le viene de la fuerza del mito, Neruda suma el poder que le viene de asumirse como un intérprete de la historia, de la concepción marxista de la historia: los pueblos marchan ineluctablemente hacia su destino, hacia la conquista del futuro, a la realización plena de la historia como la sociedad de los iguales. Así, el poeta ya no sólo encarna las fuerzas genésicas de la Tierra sino también el destino que los hombres construyen sobre la Tierra. Si el mito podía darle poderes visionarios, la historia le otorga al poeta la condición de profeta. El chileno Vicente Huidobro (1893-1948) es autor de la expresión “el poeta es un pequeño Dios”. Lo que hay de proclama en esta expresión, es decir, la radical autonomía del poema respecto a la realidad que ni lo engendra ni es su fuente de sentidos, es práctica plena en Altazor (publicado en 1932 pero escrito desde la primera mitad de los 20): el creacionismo. El poema no es reflejo ni recreación ni imagen, es una creación inédita, un objeto autónomo y autosuficiente. Este gesto radical, sin embargo, aterriza en su complemento: la autonomía que el poema conquista respecto a la realidad no lo libera de anclarse en un origen: el creador, es decir, el poeta mago, el soberano que compite con dios. Revista número 25 • noviembre 2010 146 Otro es el cantar de César Vallejo. Muy lejos de su primer libro, Los heraldos negros (1916), que no alcanza a saldar cuentas con los últimos coletazos del Modernismo, en Trilce, César Vallejo repliega la figura del poeta ante la evidencia brutal de su propio lenguaje: destrucción de la forma, de la sintaxis y hasta de la ortografía. Y por las grietas de esa trizadura, hay otra lengua que balbucea, hay otra lengua que se abre paso en los versos, otra lengua que se filtra mansamente en el poema, pero acaba imponiéndole sus torsiones, sus giros y sus desvíos. En Trilce hay alguien que habla a espaldas del poeta y no es otro que él mismo, pero un sí mismo más antiguo, anterior a la poesía y al poeta: una voz arcaica, 1 Al respecto véase Yurkievich (1971). la génesis del mestizaje de las hablas que, sin embargo, renace inédita. No son casuales, por ello, las imágenes de la infancia que atraviesan esos poemas, edénicas y melancólicas. Importa ese otro, ese otro que deja oír sus palabras resquebrajando el lenguaje, ese otro que viene de muy lejos y, finalmente, se impone al poeta. Mucho después, en España, aparta de mí este cáliz, libro escrito al calor y al dolor de la guerra civil española y publicado póstumamente en 1939, Vallejo intentará la imposible reconciliación de esa voz que se filtra en los poemas de Trilce con la historia, entendida como una dolorosa épica pero también como una utopía en su expresión más humana: la esperanza. En estas figuras del poeta hay, sin embargo, una suerte de imposibilidad de nacimiento, que viene de la propia naturaleza de las vanguardias: su modernidad, es decir, su condición crítica. Pasados los primeros entusiasmos, la vanguardia en sus mejores expresiones da un giro que es, quizás, una de sus más altas lecciones: el momento mismo de asumir el lugar central de la historia, es decir, del cambio, y, en consecuencia, la exaltación de la figura profética del poeta, anuncia también su propia disolución. Estas notas tratan de indagar, a propósito de la obra de tres poetas (Oliverio Girondo, Salomón de la Selva y Nicanor Parra), el devenir de una triple relación. La crítica de la figura del poeta o del hablante del poema por la vía de su pérdida de prestigio o su degradación tiene una relación cercana con la introducción de registros coloquiales que quieren acercase al habla. Al mismo tiempo, la confluencia de esa figura del poeta despojado de afanes visionarios, proféticos o mágicos y ese lenguaje atento a lo cotidiano, situado en un aquí y un ahora, abren la posibilidad de la inscripción de la historia en el poema. 1. Oliverio Girondo: En la médula 147 Revista número 25 • noviembre 2010 En la constelación canónica de las vanguardias históricas hispanoamericanas –Vicente Huidobro, Pablo Neruda, César Vallejo– el poeta argentino Oliverio Girondo es un comodín. Quizás esta imagen no le resultaría antipática a él mismo, atendiendo a la figura provocativa del poeta que promueve, sobre todo en sus primeros libros, pero a donde se quiere apuntar es a cierta incomodidad clasificatoria. Lo cierto es que el trazo que dibuja su escritura a lo largo de su obra es singular. De inicio, se mueve en cierto fervor típicamente vanguardista, en la inquietud de la sorpresa, la desmesura e incluso de la provocación, pero ni en estos gestos de familia está ausente un sentido crítico frente al poema, que será el rasgo más pleno en el remate de su trabajo. Ese sentido crítico se manifiesta, al principio, en la presencia en sus poemas de una figura del poeta que se empeña en restarle solemnidad a la realidad, en socavar sus apariencias para hacer brotar el absurdo como un espectáculo, y para ello tiene siempre a mano la ironía y el humor. En el final de su periplo, el sentido crítico se encarna Universidad Católica Boliviana en la materia misma del poema, en el lenguaje. Ese transcurso implica, en el principio, una poesía volcada a la inmediatez de lo cotidiano y un hablante que, fiel a esa inmediatez, no busca ni sentido ni trascendencia en la realidad sino su revelación como un espectáculo y convertirse él mismo en un espectador. En el final, implica una poesía volcada enteramente a la densidad del lenguaje y un hablante que se disuelve en ese magma. Entre 1922 y 1956, Oliverio Girondo escribió y publicó seis libros de poesía2. Esta obra puede ser dividida, grosso modo, en dos momentos. Esto no niega ni el carácter de totalidad de su escritura ni los impulsos singulares de los libros, cada uno con intensidad y alcances propios. Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925) y Espantapájaros (1932) corresponden al primer momento, el que puede inscribirse más plenamente en los afanes vanguardistas de los años 20. Es el momento de la exacerbación sensorial y sensual como vía para atrapar el mundo en su inmediatez y asombro. Persuasión de los días (1942) y En la masmédula (1956, edición aumentada y definitiva: 1963) corresponde a otro momento; en el primero de estos libros se manifiesta una distancia frente al mundo, antes tan inmediato, y el peso abrumador de la conciencia de la muerte, la destrucción y el vacío, conciencia que deviene crítica del lenguaje; en el segundo, ese vacío se revierte en una de las más audaces aventuras de la poesía hispanoamericana: un lenguaje inédito que quisiera consumar la utopía de la autogeneración. En esta división hay que anotar que, en rigor, Espantapájaros opera como una transición entre los dos momentos, como el espacio de consumación radical del primer impulso y como apertura y augurio de lo que después vendrá. Los dos primeros libros de Girondo son, en un sentido literal, libros de viaje. Los lugares y las fechas que el poeta consigna al pie de cada uno de los poemas podrían reconstruir su itinerario. La ciudad es el escenario de estos poemas y el movimiento su ley fundamental. Pero la ciudad no se convierte estrictamente en un espacio, como en los juegos tipográficos de Cinco metros de poemas (1927), del peruano Oquendo de Amat, un contemporáneo de Girondo igualmente obsesionado y maravillado por el espectáculo de la ciudad moderna, sino en un flujo que discurre ante los ojos del poeta: “la calle pasa con olor a desierto entre un friso de negros sentados sobre el cordón de la vereda”, escribe en “Fiesta en Dakar”. Y en “Apunte callejero”, las pupilas del poeta apenas pueden contener, literalmente, ese flujo de imágenes: Revista número 25 • noviembre 2010 148 En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre la mesa. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana. 2 La Obra completa de Oliverio Girondo se publicó en 1968 (Buenos Aires: Losada). Las referencias a los poemas de Girondo de esta sección provienen de esa edición y de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Calcomanías y otros poemas. Edición y notas de Trinidad Barrera. Madrid: Visor, 1989. Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que me entran por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar… Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda. Al llegar a la esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía. Los procedimientos de la escritura de Girondo tienen su eje en una imagen de corte metafórico: sorprendente, creadora de analogías entre elementos muy diversos, fuertemente visual e inmediata. Su tono es el del asombro y también el de la ironía, el de la irreverencia e incluso el de la provocación. “Es necesario declararle la guerra a la levita” escribe en la “Carta abierta a La Púa”, que sirve de prólogo a sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Y esa guerra a la levita no es sólo la batalla contra la estética tradicional sino también contra las apariencias que fundan el orden de la realidad. Esa batalla se manifiesta, por ejemplo, en la elección de lo cotidiano como objeto poético y en una estrategia para hacer que esa cotidianidad se revele como un espectáculo: la desmesura. Así, el poema llega a su objeto, lo nombra y lo rebasa por la línea de fuga que el mismo objeto propone. En un poema sobre Rio de Janeiro escribe: “El Pan de Azúcar basta para almibarar toda la bahía”, “El sol ablanda el asfalto y las nalgas de las mujeres” y “Sólo por cuatrocientos mil reis se toma un café, que perfuma un barrio de la ciudad por diez minutos”. Pero esa desmesura, siendo como es celebratoria, puede ser también irritante y agresiva: Las chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa. Las chicas de Flores se pasan tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda. (…) Las chicas de Flores viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda. (“Exvoto”) Revista número 25 • noviembre 2010 En los poemas en prosa de Espantapájaros, la relación de inmediatez que el poema establece con el mundo en sus dos primeros libros, sin desaparecer del todo, está ahora enturbiada por una mayor participación de la conciencia. El absurdo como mecanismo generador de imágenes, e incluso del humor negro a la manera de los surrealistas, es un elemento dominante. Sin embargo, como Universidad Católica Boliviana bien apunta Guillermo Sucre (“Adiciones, adhesiones”, en Sucre, 1986), “Girondo no tiene una visión del mundo como absurdo (…) el absurdo no es para él un signo ni negativo ni positivo; es sólo un hecho, y más bien estimulante”. Esto tiene una consecuencia importante: el poeta que habla en los poemas de Girondo no “denuncia” el absurdo del mundo, no quiere ni corregirlo ni componerlo ni hacer de él otra realidad, no es ni un profeta ni un mago: lo contempla, lo toca, lo hace estallar como un espectáculo con una sonrisa o con una carcajada. En la escritura de Espantapájaros, el juego con el lenguaje aparece como una alternativa al uso privilegiado de la metáfora de sus primeros libros. Las asociaciones comienzan a operar en el plano sonoro y en la sintaxis antes que en el plano semántico, es decir, la imagen no aproxima objetos sino, sobre todo, palabras. El lenguaje es también un espectáculo, un absurdo estimulante: Abandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada de los prostáticos. Preferí lo sublimado a lo sublime. Lo edificante a lo edificado. Mi repulsión a los parentescos me hizo eludir los padrinazgos, los padrenuestros. Conjuré las conjuraciones más concomitantes con las conjugaciones conyugales. Fui célibe con el mismo amor propio que hubiese sido paraguas. A pesar de mis predilecciones, tuve que distanciarme de los contrabandistas y de los contrabajos; pero intimé, en cambio, con la flagelación, con los flamencos. (“Espantapájaros 4”) Enrique Molina, en el prólogo a las Obras completas de Girondo (“Hacia el fuego central o la poesía de Oliverio Girondo”, en Molina, 1983), escribió: Espantapájaros marca otra faz de la poesía de Girondo, hasta ese momento absorta en el fulgor de las apariencias, retozando entre los decorados de la realidad inmediata. Su desplazamiento era horizontal. Aquí en cambio comienza a ordenarse en el sentido de la verticalidad, se sitúa entre la tierra y el sueño”. 150 Revista número 25 • noviembre 2010 Esa verticalidad –“¡Y subo las escaleras arriba! / ¡Y bajo las escaleras abajo!” escribe Girondo en un poema caligramático que abre Espantapájaros– será el movimiento dominante en sus siguientes libros. En este punto quizás cabe una disquisición. La percepción que tiene Molina de la poesía de Girondo es la de un largo periplo que abarca sus seis libros con una clara dirección: el balance cada vez más desolado de una exploración esencial de la realidad exterior y de los límites últimos del ser. Aventura jugada en dos planos paralelos: experiencia y lenguaje, vida y expresión. Comienza por la captación sensual y ávida del mundo inmediato y la fiesta de las cosas. Termina por un descenso hasta los últimos fondos de la conciencia en su trágica inquisición ante la nada. En esta visión, la horizontalidad y la verticalidad están asociadas sobre todo, lo dice bien Molina, a “una exploración esencial”, es decir, al pasaje de las cosas del mundo (dimensión horizontal) al mundo del ser (dimensión vertical). En esta medida, la imagen es iluminadora porque el fin del periplo aparece como una caída en profundidad, y esa caída en el ser es también una caída a las profundidades del lenguaje, a su esencia. Eso explica el lugar culminante que tiene para Molina En la masmédula. Ahora bien, desde el punto de vista de la escritura, no de las cosas o del ser, otra asociación también es posible. El periplo de la poesía de Girondo también puede ser pensado como el desplazamiento de una escritura dominantemente metafórica (Veinte poemas para ser leídos en el tranvía) a una escritura cuyos efectos son sobre todo sintagmáticos (En la masmédula). En este sentido, los términos de la asociación se invierten: la primera estancia del viaje es, entonces, vertical porque la metáfora opera en el eje del lenguaje de la selección y la sustitución, es decir, en el eje paradigmático. La última estancia, en cambio, es horizontal porque la escritura opera en el plano de la combinación, en el eje sintagmático. No se trata simplemente de una precisión more lingüística, tiene algunas consecuencias poéticas. Como se verá más adelante, En la masmédula es una experimentación en la que Girondo toca el cuerpo mismo del poema, su materialidad: las asociaciones son sonoras y sintácticas antes que semánticas, es decir, la fuerza que mueve al poema es la dinámica proliferante de atracciones y repulsiones que opera en la superficie del poema3. Volvamos ahora a la poesía de Girondo. Diez años después de Espantapájaros, publicó Persuasión de los días. Éste es un libro desesperado. Desesperado porque “la usura, / el sudor, / las bobinas / seguirán produciendo, / al por mayor, / en serie, / iniquidad, / ayuno, /rencor…”, como se lee en el poema “Lo que esperamos”. El tono y el verso desbordantes de sus anteriores libros ceden a una expresión descarnada, sin metáforas, poco sensorial y nada sensual. La crítica de la realidad es evidente, pero ésta en verdad es la expresión de una crítica más fundamental: la crítica del lenguaje, de “las lenguas carcomidas por los vocablos hipócritas”. Todo parecería suceder como si el trabajo de descubrimiento del mundo, de sus desmesuras y maravillas, de su absurdo y sus sueños, desplegado en sus primeros libros con un entusiasmo que no tenía, sin embargo, nada de ingenuidad, dejara al descubierto un gran vacío: el espacio para la caída. La crítica del lenguaje, sin embargo, no pone en cuestión sus límites para la representación de la Revista número 25 • noviembre 2010 3 Este hecho explica, por ejemplo, el rescate o, mejor, la reinscripción contemporánea de la poesía de Girondo como punto de referencia de algunas formas del neobarroco hispanoamericano. Por ejemplo, en la caracterización y valoración de las obras de los argentinos Néstor Perlongher y Osvaldo Lamborghini y de los uruguayos Roberto Echavarren y Eduardo Espina, a los que se los suele agrupar en el neobarroso (juego de palabras con neobarroco en alusión al limo del fondo del Río de la Plata). Véase al respecto, Transplatinos. Muestra de poesía rioplatense de Roberto Echavarren (México: El Tucán de Virginia, 1991), Medusario. Muestra de poesía latinoamericana de Echavarren, Kozer y Sefamí (México: Siglo XXI, 1996) y el prólogo de Eduardo Milán a Aura Amara de Roberto Echavarren (México: Cuadernos de La Orquesta, 1988). 151 Universidad Católica Boliviana experiencia sensorial o anímica sino su pérdida de autenticidad. La nostalgia o la esperanza son por las “palabras sustanciosas, auténticas”. Catorce años después de Persuasión de los días, esa palabra verdadera regresa al mundo. Para hacerlo, Girondo ha tenido que romper todas las cadenas lógicas, sintácticas, fonéticas, semánticas; ha tenido que ir más allá de la médula del lenguaje para llegar a En la masmédula. (“Cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura?”, ya se preguntaba premonitoriamente Girondo en el prologo a sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía). Ésta es la culminación de su obra, el punto en que la experimentación se sitúa en el cuerpo mismo del poema. El NO el no inóvulo el no nonato el noo el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan y nooan y plurimono noan al morbo amorfo noo no démono no deo sin son sin sexo ni órbita el yerto inóseo noo unisolo amódulo sin poros ya sin nódulo ni yo ni fosa ni hoyo el macro no ni polvo el no más nada todo el puro no sin no En la masmédula es sobre todo un universo verbal. Guillermo Sucre, en el ensayo ya citado, resume claramente esta condición del libro final de Girondo: antes de significar o sugerir, el lenguaje es en él una presencia, un cuerpo proliferante, una verdadera alquimia de signos. No se trata de la normal transfiguración de una realidad por medio de la palabra: sino de la transfiguración misma de la palabra: la realidad que ella nombra o propone es inseparable de lo que ella es en el continuo cambio. Revista número 25 • noviembre 2010 152 ¿Cuál es el tema de En la masmédula? Quizás sólo cabe decir que es la búsqueda del poema mismo, su generación, su “fugaz perpetuo”. Poco importa además su tema o sentido, lo que importa es su presencia, su verbalidad que regenera el lenguaje inventándolo, buscando acaso devolverle una cualidad mágica y ritual, una sustancia encantatoria. Se pueden describir los procedimientos de Girondo –la creación de palabras nuevas por adición y resta, por fusión y confusión, por mezcla-, pero sus alcances se confunden con una utopía de la poesía: la autogénesis que quisiera hacer estallar el lenguaje. En esa realidad tan radicalmente material del poema, la figura del poeta se disuelve, el lugar de la enunciación es el propio lenguaje. 2. Salomón de la Selva: coloquios de trinchera En 1922, el mismo año que Oliverio Girondo publicó sus Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, el poeta nicaragüense Salomón de la Selva publicó en México El soldado desconocido. No fue su único libro, pero sin duda es un libro único y por el cual merece ser recordado4. ¿Cuál es la singularidad de El soldado desconocido? En realidad son dos. La primera, su tema: la gran guerra europea (1914-1918) vivida y sufrida desde la experiencia y la percepción de un soldado en las trincheras. La segunda: su lenguaje. La primera puede parecer anecdótica (aunque no lo es, como lo veremos enseguida); la segunda constituye un hecho fundacional para la poesía hispanoamericana: la aparición, por primera vez en esta tradición poética de un registro coloquial y prosaico como eje ordenador del poema. Salomón de la Selva tenía 29 años cuando publicó El soldado desconocido. Desde adolescente vivió en los Estados Unidos, donde no sólo se dedicó al estudio de la poesía en lengua inglesa –es autor de traducciones al español de Coleridge y Swinburne– sino también se familiarizó tempranamente con el Modernism anglosajón y, especialmente, con la llamada New Poetry norteamericana. En 1918 viajó a Inglaterra y se alistó como voluntario en el ejército de ese país para combatir en Flandes. De esa doble experiencia, su contacto con la tradición poética norteamericana y su participación en la guerra europea, nació El soldado desconocido. Si para un vanguardista europeo avant la lettre como Guillaume Apollinaire, la guerra fue sobre todo un espectáculo –“la guerra es resueltamente una cosa hermosa”, escribió en una carta, “(…) el lugar es muy desolado; ni agua, ni árboles, ni aldea, ni nada más que la guerra suprametálica, architronante”5–, para el voluntario nicaragüense fue lo que para cualquier soldado, no importa de qué bando: sangre y lodo. En el Prólogo de su libro escribió: 153 El héroe de la Guerra –puesto que un héroe debía resultar, porque para eso se peleó, ya que toda lucha y aun todo esfuerzo de los hombres no es sino para hacer florecer un hombre superior– el héroe de la guerra es el Soldado Desconocido. Es 5 Jorge Luis Borges cita esta carta en “La paradoja de Apollinaire”. En: Ficcionario. Una antología de sus textos. Edición, introducción, prólogos y notas de Emir Rodríguez Monegal. México: Fondo de Cultura Económica, 1985. Revista número 25 • noviembre 2010 4 Antes, publicó un libro en inglés, Tropical Town and Other Poemas (1918) y, después, Evocación de Horacio (1949), Canto a la independencia nacional de México (1955) y Acolmixtli Nezahualcóyotl (1958). En 1989 se publicó El soldado desconocido y otros poemas. Antología (México: Fondo de Cultura Económica). En ese volumen está todo lo que vale la pena leer de Salomón de la Selva, incluida una selección de sus traducciones de la poesía griega clásica. Todas las referencias a los poemas de El soldado desconocido de esta sección provienen de ese volumen. Universidad Católica Boliviana barato y a todos satisface. No hay que darle pensión. No tiene nombre. Ni familia. Ni nada. Sólo patria. Ése es el héroe-antihéroe de los poemas de Salomón de la Selva, ese desconocido que vive, sueña, pelea, habla y muere en las trincheras: He visto a los heridos: ¡Qué horribles son los trapos manchados de sangre! Y los hombres que se quejan mucho; y los que se quejan poco; y los que no han dejado de quejarse! Y las bocas retorcidas de dolor; y los dientes aferrados; y aquel muchacho loco que se ha mordido la lengua y la lleva de fuera, morada, como si lo hubieran ahorcado! (“Heridos”) Son gente. De eso no cabe duda. Gente como nosotros, que come, que duerme, que se entume, que suda, que odia, que ama. Gente como toda la gente, y sin embargo –diferente… (“Prisioneros”) Y a ese soldado desconocido le corresponde una imagen del poeta igualmente degradada y doliente. El poeta que habla en los poemas de Salomón de la Selva es también un antihéroe. Es un poeta que ha descendido no a un infierno metafórico sino a algo mucho peor: a la tierra de nadie, al no man’s land del horror. El poeta que habla en estos poemas siente la poesía no como un don o un poder sino como una vergüenza y una culpa: 154 Revista número 25 • noviembre 2010 Éste era zapatero, éste hacía barriles, y aquél servía de mozo en un hotel de puerto… Todos han dicho lo que eran antes de ser soldados; ¿y yo? ¿Yo qué sería que ya no lo recuerdo? ¿Poeta? ¡No! Decirlo me daría vergüenza. (“Vergüenza”) Ya me curé de la literatura. Estas cosas no hay cómo contarlas. Estoy piojoso y eso es lo de menos. De nada sirven las palabras. Está haciendo frío por unas razones muy sencillas que no recuerdo ahora. Tal vez porque es invierno. Unos libros forrados que hallarás en mi casa explican con lucidez indiscutible la razón de las temperaturas. Cuando me escribas, dime por qué hay calor y frío. ¡Fuera horroroso morirme en la ignorancia! (“Carta 3”) La impronta “norteamericana” de la poesía de Salomón de la Selva no fue un dato que pasó desapercibido por mucho tiempo. En 1941, en el prólogo a Laurel, una antología que puso ejemplarmente en diálogo horizontal a la poesía hispanoamericana y española desde el mediodía del modernismo hasta las vanguardias y su declinación, Xavier Villaurrutia apuntaba que el autor de El soldado desconocido era uno de los poetas que: …hacen entrar en la poesía de lengua española cierto voluntario prosaísmo que si en otros tiempos hubiera hecho el efecto de un desconocido, intruso en un sitio al que no hubiera sido invitado, presta ahora a la lírica un sabor y sobre todo un acento de intimidad y más aun de familiaridad frecuente en la poesía inglesa o en la poesía norteamericana, mas no en la española… Pero fue el escritor mexicano José Emilio Pacheco quien en un breve pero esclarecedor ensayo (“Nota sobre la otra vanguardia”, 1979, en Sosnowsky, 1997) no sólo resumió muy bien lo que lector puede encontrar en las páginas de El soldado desconocido sino también intentó inscribir este libro en una perspectiva crítica de mayor alcance a la que alude, precisamente, el título de su texto: Revista número 25 • noviembre 2010 Himnos patrióticos y gritos de batalla quedaron atrás: la guerra antiheroica ha engendrado una poesía antipoética. El primer desplazamiento lo sufre la representación del poeta mismo como hablante. A la máscara triunfalista del creacionismo o del estridentismo, al poeta como ‘mago’, se opone la figura del bufón doliente y del ser degradado. Escribir versos no es jugar al ‘pequeño dios’, sino una debilidad y una vergüenza que, sin embargo, pueden expiarse describiendo lo que sucede en el lodo de las trincheras… 155 Según Pacheco, en Hispanoamérica, junto a la vanguardia que tiene como punto de partida la pluralidad de “ismos” europeos, aparece otra corriente, “realista y no surrealista”, dice él, cuyo punto de referencia es la New Poetry norteamericana. Esta comprobación es, en realidad, una oposición. Y ése es su aporte. Las referencias al “pequeño dios” huidobriano o al “triunfalismo” de los estridentistas mexicanos comandados por Manuel Maples Arce dejan claro que, en oposición, hay otra vertiente de las vanguardias. Los fundadores de esta “otra vanguardia”, a la que Pacheco asocia una “poesía antipoética”, son el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), el mexicano Salvador Novo (19041974) y Salomón de la Selva. Y el espacio de su aparición es México. En su ensayo, Pacheco abunda en información sobre la confluencia, en un período breve, de estos tres poetas y sobre su interés y relación con la poesía norteamericana (Henríquez Ureña y Novo son autores de sendas antologías). Hay, además, un magisterio de unos sobre los otros, a propósito del cual resulta particularmente interesante la siguiente anotación: Lo que Novo, adolescente de dieciocho años, aprende de De la Selva, es la posibilidad de expropiar, para los fines de su propia lengua y dentro de su molde, la dicción poética angloamericana, como los modernistas habían ampliado inconmensurablemente el repertorio lírico castellano con recursos aprendidos en Francia. Lo que Pacheco parece apuntar al pasar es sugerente en más de un sentido. Con relación a lo inmediato, la analogía propuesta entre las actitudes del modernismo hispanoamericano respecto a la poesía francesa, especialmente el simbolismo, y la de la “otra vanguardia” respecto a la poesía angloamericana en términos de “expropiación”, permite reafirmar una de las lógicas de la poesía moderna: la noción de influencia para explicar las relaciones entre distintas tradiciones queda desplazada por las nociones de apropiación, de diálogo y, más allá, de reescritura o aun de “antropofagia”, como quería el brasileño Oswald de Andrade para explicar las dimensiones radicalmente nuevas en las que se mueve la relación entre la tradición y la novedad. Revista número 25 • noviembre 2010 156 Por otra parte, y esto ya tiene que ver con el aspecto más general de su propuesta, las ideas de Pacheco permiten introducir un giro de lectura en el cuerpo de las vanguardias. No se trata sólo de reconocer distintas filiaciones en las vanguardias hispanoamericanas (la poesía francesa, por un lado; la poesía norteamericana, por el otro) sino, un paso más allá, de calibrar sus consecuencias. La estrecha relación en el desarrollo de las vanguardias europeas e hispanoamericanas es harto conocida, baste pensar en la querella en torno a la paternidad del creacionismo entre el chileno Vicente Huidobro y el francés Pierre Reverdy o en el curso que siguió en esta orilla del Atlántico el surrealismo Siguiendo esta línea, se podría dar otro paso. Tanto para el creacionismo como en el surrealismo, y ni qué decir, para el ultraísmo, cultivado tanto en Sevilla como en Buenos Aires, el centro del poema es la imagen. Y, por lo menos en los dos primeros “ismos” citados, el correlato de la centralidad de la imagen –ya sea como creación autónoma desvinculada radicalmente de la realidad como fuente de la creación o como una suprarealidad más auténtica, más profunda y por ello más verdadera– es la figura todopoderosa del poeta: el mago. El privilegio de la imagen como elemento articulador del poema es, por lo demás, una clara manifestación de la antigua convicción en los poderes de la analogía: si el poema es el territorio donde es posible poner en relación de correspondencia elementos antes irreconciliables es porque, en el fondo, todo está conectado con todo. Y el poema a través de la imagen, explora, hace evidente y materializa esa simpatía universal que une profundamente a todos los seres y todas las cosas: la realidad es un vasto sistema de relaciones que el poeta es capaz de vislumbrar y el poema de revelar. En cambio, la vertiente de la New Poetry en la que se apoya la “otra vanguardia” no hace eje en la imagen sino en la dicción, en la prosodia. No se trata solamente de una elección estilística –aunque en la tradición anglosajona estén ya cifradas desde antiguo las posibilidades expresivas de la dicción–, lo que está en juego en el fondo para una zona de la poesía norteamericana de las primeras décadas del siglo XX es algo nuevo: el camino que puede permitirle al poema acercarse al habla. Esta actitud frente a la escritura tiene, por lo menos, dos claras consecuencias: por una parte, la esfera del habla es la calle, lo cotidiano, y es natural, por ello, que el poeta salga a la calle en busca de esa otra música. Por otro lado, la figura del poeta, antes que la de un creador, es la de un escucha, lo que supone que sus privilegios, si es que aún conserva alguno, se confunden con los del hombre de la calle. El poeta que canta puede ser un mago o un profeta o un visionario; el poeta que habla sólo puede ser un hombre. Es un giro radical en la figura del poeta. Y hay una tercera consecuencia posible: el tiempo del habla es siempre un tiempo situado, un aquí y ahora inexcusables. El habla es una realización singular, no el sistema potencial de la lengua, es decir, la esfera de las posibilidades abstractas Por lo tanto, el tiempo del habla es el tiempo de la historia. Lo que la aparición de la “otra vanguardia” pone en juego es, entonces, una estrella de tres puntas: el habla cotidiana, la desacralización de la figura del poeta y la inscripción de ambos en la historia. Revista número 25 • noviembre 2010 El lugar de El soldado desconocido en la poesía hispanoamericana es, entonces, claro. Apuntar que con este poema hace su ingreso en nuestra tradición el coloquialismo y el prosaísmo a través de la apropiación de ciertas formas de la poesía norteamericana no es un dato meramente histórico. Marca, por una parte, el inicio de una línea de escritura que de maneras muy diversas y con alcances igualmente distintos tendrá una notable continuidad en la poesía del continente. En la poesía nicaragüense, por ejemplo, el coloquialismo tendrá un desarrollo particularmente intenso y no, paradójicamente, por influencia 157 Universidad Católica Boliviana de Salomón de la Selva, quien regresando de su aventura bélica en Europa se radicó en México, donde desarrolló todo el resto de su obra, muy lejana, por cierto, y muy menor que El soldado desconocido, sino por obra del gran difusor de la poesía norteamericana en Hispanoamérica: José Coronel Urtecho. Éste regresó en 1927 a su país desde Estados Unidos, y poco después, hacia 1929, junto a un grupo de poetas jóvenes de Granada, fundó el grupo Vanguardia. El activismo de Urtecho, quizás más que su propia obra poética, los trabajos de Pablo Antonio Cuadra y Joaquín Pasos, de los años treinta para adelante, y posteriormente la poesía de Ernesto Cardenal, pueden marcar con suficiencia el curso de una rica tradición de poesía atenta a la sensibilidad cotidiana, a los registros del habla y a las derivas hacia la narratividad. En la década de los sesenta, el coloquialismo, por sus posibilidades de introducir en el poema el tiempo de la historia, se convertirá en una de las corrientes dominantes en la poesía hispanoamericana, al calor precisamente de un hecho histórico: el triunfo de la revolución cubana y la expansión continental de las posibilidades de un cambio social. El soldado desconocido, por otra parte, introduce una fractura en las escrituras vanguardistas hispanoamericanas. La degradación de la figura del poeta y del propio lugar de la poesía, si bien se inscribe de manera funcional en la economía simbólica de los poemas (a una realidad degradada le corresponde una voz también degradada, a un realidad antiheroica le corresponde un poeta antihéroe), tiene un efecto de mayor alcance: la tradición romántica del poeta como un ser privilegiado, que las vanguardias heredaron casi intocada, tuvo que abrir paso a otra manera de encarar el poema. Las consecuencias de este giro son mayores: socavado el monologismo de las grandes figuras, la poesía tuvo en sus manos la posibilidad de abrirse a un tejido más denso de voces, a una pluralidad de registros. Y por esta vía, la inscripción de la historia en el poema, una querella que acompaña todo el curso de la poesía moderna, multiplicó sus caminos. 158 Revista número 25 • noviembre 2010 3. Nicanor Parra: el bufón sin corte “Hacia 1945 –escribe Octavio Paz en Los hijos del limo (1974)– la poesía en nuestra lengua se repartía en dos academias: la del ‘realismo socialista’ y la de los vanguardistas arrepentidos. Unos cuantos libros de unos cuantos poetas dispersos iniciaron el cambio”. Uno de esos poetas es el chileno Nicanor Parra (1914) y uno de esos libros, escrito entre 1937 y 1954, Poemas y antipoemas (1954)6. 6 La obra de Nicanor Parra comprende: Cancionero sin nombre (1937), Poemas y antipoemas (1954), La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Manifiesto (1963), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (1969), Los profesores (1971), Antipoemas (1972), Artefactos (1973), Tres rondas infantiles (1973), Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979), El anti-Lázaro (1981), Artefactos II (1982), Poemas y antipoemas a Eduardo Frei (1982), Ecopoemas de Nicanor Parra (1982), Alta marea y otros poemas (1983), Coplas de Navidad (anti villancico) (1983), Hojas de Parra (1985). Fotopoemas (1986), Décimas. Autobiografía en verso (1988), Discurso de sobremesa (1997). Los Con este libro se inició una aventura poética altamente singular, marcada por su abierta disidencia con los cánones poéticos dominantes y por un espíritu de rebeldía y renovación que su autor sabría llevar a sus últimas consecuencias. De irreverente y desacralizador, desmitificador e iconoclasta ha sido calificado frecuentemente el trabajo poético de Parra. Todos los adjetivos trazan un cerco en torno al espíritu que anima su escritura: la búsqueda y el encuentro de un nuevo lugar para la poesía. Y para abrir este espacio renovador, Parra tuvo que arremeter violentamente contra las tradiciones imperantes. Contra la poesía de ambiciones cósmicas con la que Neruda impregnaba el ambiente de la época, Parra desplazó deliberadamente su palabra hacia el terreno de las cosas menores, hacia la calle y el individuo concreto; contra los pequeños dioses proclamados por el creacionismo huidobriano, Parra decidió que “los poetas bajaron del Olimpo” y su escritura instauró un sujeto enunciador cambiante y despojado de todo afán profético e incluso de verosimilitud; contra el lenguaje sublime y elevado de la retórica reclamativa o sentimental, el poeta chileno optó por el lenguaje coloquial, por los giros del habla popular y los registros próximos a la oralidad. Pero eso no es todo: contra la solemnidad y las verdades trascendentes, Parra antepuso el humor, la risa y la carcajada. El gesto que funda la escritura de Parra es la paradoja. Cuando bautiza sus poemas como antipoemas afirma paradójicamente una negación. Pero, en realidad, no se trata de negar la poesía sino de quitarle el piso, de atentar contra sus certezas. Por ello, quizás, lo menos indicado es buscar o intentar una definición de la antipoesía y de su natural correlato, el antipoeta. Es un camino sembrado de equívocos. En los años sesenta, por ejemplo, bajo el rótulo de antipoesía se enmarcó una franja de la literatura hispanoamericana caracterizada por su carácter contestatario. Se trata de una literatura disidente o francamente enfrentada, las más de las veces, sin embargo, de modo voluntarista, no sólo al orden social establecido sino también al stablishment literario, que, en el plano simbólico, era considerado como un agente perpetuador de ese orden. En un conocido ensayo (“Antiliteratura”, en Fernández Moreno, 1972), Fernando Alegría intenta diseñar ese amplio campo, en el que incluye a la poesía de Parra. Para Alegría, la antiliteratura y con ella la antipoesía Esta perspectiva, más declarativa que analítica, supone la existencia de una realidad verdadera anterior al lenguaje, sólo así puede proponer que la literatura, o poemas citados en esta sección provienen de Hojas de Parra (Valparaiso: Ganímedes, 1985); y las antologías: Chistes (parra) para desorientar a la (policía) poesía (Madrid: Visor, 1989) y Antipoemas. Antología (1944-1969) (Barcelona: Seix Barral, 1972). Revista número 25 • noviembre 2010 es una revuelta contra la mentira aceptada socialmente y venerada en vez de la realidad. Esta antiliteratura empieza por demoler las formas, borrar las fronteras de los géneros, dar al lenguaje su valor real y corresponder con sinceridad a la carga de absurdo que es nuestra herencia. 159 Universidad Católica Boliviana más propiamente la antiliteratura, puede devolverle al lenguaje su “valor real”. Consecuentemente, como Alegría lo explicita en su ensayo, las manifestaciones de la antiliteratura, “lo blasfemo, así como lo irreverente, insultante y hasta lo obsceno”, son “modos de declararle al hombre el espejo donde está su imagen”. Lo que implica, a su vez, que hay una imagen “real” del hombre, velada u oscurecida por esa “mentira aceptada socialmente”. En verdad, esto poco o nada tiene que ver con la poesía de Nicanor Parra, que si bien puede ser blasfema, irreverente, insultante y hasta obscena, no apunta a descubrir ninguna “realidad” verdadera del hombre. Nada más alejado de la antipoesía de Parra que el señalamiento de algo esencial: Qué es la antipoesía: ¿Un temporal en una taza de te? ¿Una mancha de nieve en una roca? ¿Un azafate lleno de excrementos humanos como lo cree el padre Salvatierra? ¿Un espejo que dice la verdad? ¿Un bofetón al rostro del Presidente de la Sociedad de Escritores? (Dios lo tenga en su santo reino) ¿Una advertencia a los poetas jóvenes? ¿Un ataúd a fuerza centrífuga? ¿Un ataúd a gas de parafina? ¿Una capilla ardiente sin difunto? Marque con una cruz La definición que considere correcta. (“Test”) Revista número 25 • noviembre 2010 160 Para Alegría, finalmente, esa noción de la antiliteratura le permite dos consideraciones. Primero, que “la antiliteratura es una imagen del mundo contemporáneo como un caos y del hombre como una víctima de la razón” y, segundo, que “los frutos de esta imagen constituyen un acto de violencia exterior e interior”. Sobre lo primero, el propio Parra podría responder: “Ni siquiera tenemos el consuelo de un caos”, es decir, de “un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir / para poder resucitar después tranquilamente”. Pero hace falta una consideración más para alejar definitivamente a la antipoesía de Parra de la antiliteratura de Alegría. Guillermo Sucre, en un ilustrativo ensayo (“El antiverbo y la verba”, en Sucre, 1986) coincide con una apreciación generalizada sobre la poesía de Parra: en ella el mundo es un absurdo, “carece de sentido o lo ha perdido”. Pero que el mundo sea absurdo, como evidentemente lo recuerda casi cada poema de Parra, no quiere decir que sea un caos. Por el contrario, dice Sucre, “el sinsentido del mundo sigue fundándose en un orden inalterable. Conciencia habituada, mixtificación y simulacro, ese orden parece inexorable también”. Luego, Sucre acota una idea que es fundamental: “Quien introduce el caos es el poeta bajo la forma del humor”. Esta idea es fundamental porque permite considerar al humor como una fuerza disgregadora de la realidad, como una acción sobre “el orden inalterable” para socavar sus fundamentos. Y, por supuesto, ese humor es también, de manera radical, un disgregador de la imagen del poeta. Lo que en Veinte poemas para leer en el tranvía de Oliverio Girondo era un atisbo, el poeta capaz de reírse de sí mismo, en los poemas de Parra es desfachatez: el poeta es, si algo es, un bufón. El de Parra, dice Sucre, es un humor que no produce catarsis; más bien, la suspende hasta que el lector descubre en él su propio espejo. Parra no intenta trascender el absurdo a través del humor; éste por el contrario, lo hace más acechante, lo intensifica, lo lleva a la exasperación. El humor, en su obra, es una visión del mundo. La antipoesía de Parra no es, como ya se vio, una definición. Es una posición. Es decir, un lugar para producir el poema. Por ello, fiel a su definición negativa, la antipoesía no estaba destinada a erigirse en un edificio de cimientos inamovibles en el centro del espacio ganado a los lenguajes poéticos dominantes. Por el contrario, lo suyo es la movilidad, la extrema movilidad. La poesía de Parra no sólo operó una radical apertura en el plano temático, llevando al poema una serie de materiales reconocidos tradicionalmente como “no poéticos”; no sólo convirtió el plano formal en un territorio para el despliegue del coloquialismo y, más aun, de la parodia del coloquialismo; sino también, y sobre todo, descentró el lugar del sujeto de la enunciación. El “yo” que habla en sus poemas, la imagen del poeta, es una figura móvil, una máscara o un juego de máscaras, un disfraz, una parodia de la imagen del poeta como elegido y también una parodia de sí mismo: el fantasma de la tribu. 161 Revista número 25 • noviembre 2010 Éste es, por supuesto, un punto central de la poesía de Parra. Las vanguardias, que tantas cosas cambiaron en la poesía, dejaron prácticamente intocada la centralidad de la imagen del poeta. Si el creacionismo asumía un lenguaje autónomo era natural que proyectara una figura del poeta a la altura de ese postulado. Incluso el surrealismo, con su énfasis en el proceso de la creación antes que en la obra creada, no podía escapar a centrar la creación en el sujeto, es decir, en el poeta. Parra, como ningún otro, juega no sólo a desplazar la identidad de la figura del poeta sino a socavarla. Alonso y Triviños (en Parra, 1989) hablan, con inocultables huellas de la teoría del sujeto, de “la erosión antipoética del mito del sujeto pleno, dotado de unidad psicológica” y “de decir confiable”. Esta erosión se manifiesta, por ejemplo, en una “abundancia de hablantes contradictorios, exasperados, discontinuos, descentrados”. En efecto, el catálogo de hablantes de los poemas de Parra podría ser muy extenso, desde el huaso que entona cuecas chilenas hasta el Cristo de Elqui, profeta radiofónico, “doble local y profano Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 162 de N.S.J”. En términos de la querella de la antipoesía con la tradición poética chilena, esta erosión del sujeto pleno se hace visible también en lo que Alonso y Triviños llaman “la metáfora del Gran Pedagogo”. Casi no es necesario decir que la figura del Gran Pedagogo, dueño de las grandes certezas y voz de la Naturaleza y de los hombres, tiene su referente en Pablo Neruda. O más bien en la figura del poeta que construyen y proyectan sus poemas: ese poeta poderoso, afirmativo, pleno de certezas. Ese poeta que dice en una obra temprana, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Ese “puedo” no implica posibilidad, es una rotunda afirmación del poder de su escritura. Ese poeta que, más adelante, crecido en el tiempo y en su obra, es capaz de anunciar a todos los hombres en el Canto general: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”. A través de él se expresan los pueblos, y no sólo ellos sino la Naturaleza y el territorio que habitan. La antítesis del antipoeta. Si la deconstrucción del sujeto poético, la fuga de cualquier identidad con posibilidades de configuración estable, es uno de los aspectos más liberadores de la escritura de Parra, resulta casi natural que esa figura se mantenga siempre en movimiento. Hay algo de nómada en su poesía, o de francotirador. La figura del poeta parriano aparece donde menos se la espera. Ha hecho suyo, como quería Roland Barthes en su elogio de la literatura, el arte de burlar o despistar a los códigos que acechan a todo acto del habla para clasificarlo y fijarlo en un orden discursivo (Lección inaugural, 1977). Aparece como un estallido disgregador del orden, se deja oír y leer, y antes de entregarse a los goces de sus propios hallazgos o de configurarse como un discurso poético acabado, borra toda huella, se niega a sí misma –“Me retracto de todo lo dicho”— y desaparece. Pero sólo para aparecer en otro lugar, donde nadie la espera, con otro disfraz, con otra voz y otros gestos. (La boutade de Barthes: el lenguaje no es revolucionario ni reaccionario es simplemente fascista, porque el fascismo no es obligar a callar sino obligar a decir, haría a Parra levantar las cejas con un gesto de socarrona complicidad). No hay nada de casual, por ello, en el título de uno de sus libros: Chistes para desorientar a la policía/poesía. Burlar y burlarse, tal parecería el juego de la antipoesía. Burlar y burlarse del poder para mejor denunciar su rostro sangriento; burlar y burlarse de las jerarquías, las ideologías y las buenas costumbres, para vacunar y vacunarse contra ellas; y sobre todo, burlar y burlarse de los lugares comunes de “lo poético”. “TODO / ES POESÍA / menos la poesía”, como escribe en uno de sus Artefactos (1973). La radicalidad con la que la escritura de Parra cuestiona todos los órdenes del poema es un camino sin retorno. El rasgo más inmediato de su verso es la deliberación con la que se aleja de la retórica tradicionalmente poética para acercarse a los registros del habla. Pero en ello no hay ninguna ilusión mimética respecto al lenguaje popular, ningún afán de naturalización de la palabra de los otros. Por el contrario, en sus poemas casi siempre se opera un distanciamiento, una explicitación de su carácter de objeto escrito. La de Parra es, en este preciso sentido, una escritura irónica: como ya se dijo, la antipoesía es una enunciación paradójica: afirma una negación. Pero no sólo es una enunciación paradójica, también es un acto paradójico. A partir de sus Artefactos y de forma continua y creciente, el poema también se sustrae de lo escrito. Muchos de sus textos tienen un aire de graffiti: están hechos para ser primero mirados y después leídos. Y más aun, sus objetos poéticos, de principio, ya no admiten ninguna lectura. Hay algo de ready made en ellos: un último límite donde la naturaleza misma del objeto –poético o antipoético, en realidad ya no importa– no es un atributo intrínseco sino el resultado de la circunstancia de ser propuesto y admitido como tal: es un gesto más que una obra. Hay una importante consecuencia en esta deriva de su trabajo: la figura del poeta o del antipoeta, en todo caso del creador, ya no está desplazada, como de tantas maneras lo está a lo largo de toda su poesía, sino anulada. La degradación de la figura del poeta, que empieza cuando se nombra antipoeta, su alejamiento de toda fuente de prestigio, incluyendo naturalmente el prestigio literario, toca su último límite: el poeta se despoja incluso de su condición de autor. La figura del poeta anuncia su anonimato. A modo de conclusión: Una perspectiva Estos apuntes sobre la poesía de Oliverio Girondo, Salomón de la Selva y Nicanor Parra intentaron indagar las diversas configuraciones de una triple relación: la crítica de la figura del poeta o del hablante del poema en relación con la introducción de registros coloquiales que quieren acercase al habla y las posibilidades que esta confluencia abre para la inscripción de la historia en el poema. El ámbito que sirve como punto de partida para pensar las relaciones entre la figura del poeta, el lenguaje coloquial y la historia como un problema de la poesía hispanoamericana es el de las vanguardias. El espíritu de las vanguardias 163 Revista número 25 • noviembre 2010 En la poesía de Oliverio Girondo, el primer gesto consiste en desplazar la figura del poeta a la situación de un observador del espectáculo del mundo desde la esquina del asombro y del humor. El gesto final de su poesía es la disolución del sujeto poético en el magma del lenguaje. El soldado desconocido de Salomón de la Selva, por su parte, es un texto fundador, pero no en el sentido prestigioso que podría dar la historia literaria a este término, sino porque esa poesía, degradando la figura del poeta, hace posible un espacio para el encuentro del lenguaje coloquial y la historia. Finalmente, la poesía de Nicanor Parra opera una sistemática línea de fuga: la figura del poeta nunca llega a configurarse, es un incesante juego de máscaras que se usan y abandonan y, en ese juego, la palabra poética sólo existe como un enunciado circunstancial que borra sus huellas y se va con la música a otra parte. Universidad Católica Boliviana fue el cambio; y su forma, la novedad. Pero asumir esta perspectiva comporta el riesgo de la limitación: la novedad nace condenada; en rigor, basta su enunciación para que deje de ser tal. La novedad de hoy es el repertorio de pasado mañana. Por ese camino, desde la perspectiva del presente, las vanguardias son también historia, un momento de la historia de la poesía hispanoamericana, acaso el más intenso, del cambio y la novedad. Sin embargo, las vanguardias podrían ser también pensadas, así sea hipotéticamente, no como un momento de la historia sino como un gesto de la escritura. Así, una escritura vanguardista sería aquella para la cual todavía no hay una lectura constituida, es decir, una inscripción en el orden de los discursos. Frente al texto clásico, el lector se reconoce; frente al texto vanguardista, el lector se desconoce. Idealmente, un texto vanguardista sería ilegible, en el sentido de que no hay certezas previas para su lectura. Si esto es posible, hay una fuerza en las vanguardias que no se limita ni se agota en el lugar que le asigna la historia literaria. En este sentido, la indagación que motiva este texto podría prolongarse en ciertas zonas de la poesía hispanoamericana de las últimas décadas. En esas zonas, el terco fantasma de la historia insiste reclamando un lugar para su inscripción en el poema y lo hace con frecuencia volviendo a poner en el tapete nuevas apariciones de la figura del poeta y otros registros del lenguaje7. Así, por ejemplo, y sólo para marcar algunas posibilidades, las obras del peruano Antonio Cisneros (1942), del chileno Raúl Zurita (1951) y del argentino Néstor Perlongher (1949-1992), muy diferentes entre sí, podrían extender las coordenadas de esa indagación por caminos singulares. En Canto Ceremonial contra un oso hormiguero (1967), acaso el libro central de su obra, Antonio Cisneros logra una perspectiva renovadora: una escritura que se sitúa deliberadamente en el centro mismo de la problemática de su momento (la década de los sesenta y todas las exigencias de la historia inmediata) y desde allí elabora un testimonio y una crónica, un retrato y un autorretrato, una inscripción de la historia, en versos extensos en los que la impronta anglosajona que tiende a la narratividad y el coloquialismo es una clave visible. Y el poeta que entona esos cantos es una figura compleja: un yo oblicuo, desplazado, en el que participan lo biográfico y lo generacional, lo literario y lo cotidiano, la conciencia de la época y la autoconciencia irónica. Revista número 25 • noviembre 2010 164 A través de este sujeto –de su voz y de las voces que en él convergen–, Cisneros elabora un testimonio y una crónica, un retrato y un autorretrato. Es un sujeto, por otra parte, que explicita siempre el lugar y la situación desde los que entona su canto (ojo: éste es el lugar de la inscripción histórica). Esta explicitación o, más bien, este sistema de explicitaciones, conforman un universo de referencias 7 A propósito, para seguir pensando la relación de la inscripción de la historia y el lenguaje coloquial como un rasgo distintivo de la poesía hispanoamericana frente a la poesía española, resulta muy sugerente el “Prólogo” a Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), de Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela (Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2002). concretas que sitúa a cada poema en un aquí y un ahora definidos: fechas, lugares, nombres propios, citas, claves que remiten a la historia, a la literatura o a la complicidad de una experiencia generacional. Estas características no hacen, sin embargo, del Canto ceremonial… un orbe cerrado ni a su época ni a su circunstancia; en rigor, se puede decir que son sólo estrategias para plantear y resolver un problema de mayor alcance: la invención de un lugar, descentrado de los usos de la tradición, para un decir poético. La visión que se desprende de los poemas de Canto ceremonial… es, por otra parte, igualmente esclarecedora: escribiendo desde el centro emblemático del Imperio, centro asediado y cercado por las contraculturas, el poeta asiste a una suerte de revancha descolonizadora sin héroes ni batallas, y toda su habilidad está en dar (darse) cuenta de ello. En 1994, otro poeta chileno, Raúl Zurita, quien no dudaría en declararse nerudiano, publicó un poema vasto y ambicioso: La vida nueva. Hay en este extenso libro, sin duda, un gesto nerudiano: la ambición del poema totalizador. Pero hay al mismo tiempo, y esto quizás sólo es posible en la escritura de hoy, una conciencia lúcida de la imposibilidad de la totalización. Si Neruda construyó un lenguaje para la utopía, Zurita se empeñó en una utopía del lenguaje. Como el Canto general, de Neruda, La vida nueva, de Zurita, es también un desmesurado poema de pueblos y geografías. En él están los hombres y la vastedad geográfica. Neruda quiso ser el portavoz de ese hombre porque sabía que éste encarnaba la certeza del destino de la historia; en el canto de Zurita, a ese hombre sólo se puede acceder a través de sus sueños, de la memoria desdibujada e incierta que deja a la vigilia el viaje innombrable por la noche del alma. Chile y América Latina son para Neruda un territorio, una desmesura material que debe ser recorrida y nombrada palmo a palmo; sólo en esa medida existe como historia y tiene, por lo tanto, un destino. En La vida nueva de Zurita la geografía por excelencia es el desierto, Atacama, la planicie vacía, muerta, inhabitada en la que, como en una página, el lenguaje deja sus huellas o sus cicatrices. Los pueblos en marcha hacia el horizonte pleno de la Historia son los sujetos del Canto general; en el poema de Zurita los sujetos de la historia son los desaparecidos, los que no tienen cuerpo y sólo nombre, los insepultos, los llorados. 165 Revista número 25 • noviembre 2010 Universidad Católica Boliviana Referencias bibliográficas 1. Alegría, Fernando. 1972. “Antiliteratura”. En: César Fernández Moreno (comp.): América Latina en su literatura. México: Siglo Veintiuno/UNESCO. 2. De la Selva, Salomón. 1989. El soldado desconocido y otros poemas. Antología. Selección de Miguel Ángel Flores. Epílogo de Pedro Enríquez Ureña. México: Fondo de Cultura Económica. 3. Fernández Moreno, César (comp.). 1972. América Latina en su literatura. México: Siglo Veintiuno/ UNESCO. 4. 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Antología (1944-1969). Selección y estudio preliminar de José Miguel Ibáñez-Langlois. Barcelona: Seix Barral. 13. Paz, Octavio. 1974. Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia. Barcelona: Seix Barral. 14. Sosnowsky, Saúl (comp.). 1997. Lectura crítica de la literatura americana. Vanguardias y tomas de posesión III. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 15. Sucre, Guillermo. 1985. La máscara, la transparencia. Segunda edición, corregida y aumentada (primera edición, 1975). México: Fondo de Cultura Económica. 16. Villaurrutia, Xavier, Emilio Pradós y Juan Gil Albert. 1941. Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española. México: Séneca. 17. Yurkievich, Saúl. 1971. Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Vallejo, Huidobro, Borges, Girondo, Neruda, Paz. Barcelona: Barral. Revista número 25 • noviembre 2010 166 William Shakespeare Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 169 - 182 Cuatro notas literarias Four Notes on Literature Juan MacLean* Resumen: Al estilo de la nota literaria de carácter periodístico, el autor propone cuatro textos breves sobre algunos aspectos de la literatura y la filosofía: la traducción literaria, la temática del bandolerismo en la literatura popular, la importancia de las bebidas alcohólicas en la historia de la cultura y, finalmente, la celebración de la obra poética del poeta boliviano Fernando Rosso. Palabras clave: Traducción poética, filosofía antigua, literatura popular, Fernando Rosso. Abstract: Following the style of literary journalistic notes, the author builds up his own writing in proposing four texts concerning literature related themes: poetry translation, bandrity in popular songs, alcoholic drinks in the history of culture, and finally, a celebration of Fernando Rosso poetic works exploring its ethical dimension. * Escritor y periodista cultural. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 Keywords: Poetic translation, ancient philosophy, popular literature, Fernando Rosso. 169 Universidad Católica Boliviana 1. Poesía, lectura y traducción Por lo mismo que vivimos en tan agitados e inciertos tiempos, cuando se espera que cualquier fulano que regularmente publica en los periódicos se ponga a sentenciar en el ruedo, abogar por un bando y vituperar al otro, muy convencido de desarrollar y exponer muy clara su propia claridad; por lo mismo, decía, (sólo) por hoy prefiero, personalmente, dedicar estas líneas a asuntos mucho más triviales, muy irresponsablemente, como quizá dirán algunos, que de esos nunca faltan. ¿Y a qué quiero dedicarme aquí? Pues con su permiso, quiero dedicarme al tema de la poesía. Pero, ojo, haciéndolo desde el punto de vista más llano, amable y si quieren hasta popular. Nada de teorías literarias o similares. Para dejar esto más claro, confesaré que pienso, sobre todo, en algunas anécdotas extraordinarias que cuenta Carlos Monsivais en su bellísimo libro Aires de familia, en el que se dedica a historiar, narrar y dar cuenta de cómo funcionaba, funciona, el ámbito de lo que decimos “cultura” en Latinoamérica. Y ello, conste, con la mirada puesta en lo “popular”. Y así entonces cuenta cosas como estas: Revista número 25 • noviembre 2010 170 Cuando el poeta mexicano Amado Nervo –que todo mundo se sabía de memoria en Latinoamérica- falleció, creo que en Buenos Aires, y un barco fue navegando con el féretro hacia México, ocurrió que en cada puerto en que la nave atracaba en su periplo la esperaban multitudes. ¡Había un duelo continental! Lloraba, la gente, la gente que había leído, y amado y aprendido los versos de Nervo. O bien, del portentoso poeta colombiano Peces-Barba, se cuenta de las multitudes que asistían a sus recitales de poesía. El libro de Monsivais cuenta anécdotas como esas a montones. Y aquí perdóneseme que no me anime a contar más, pues temo que se me dé por fabular. Valido de historias tan conmovedoras como esas, vuelvo ahora al tema de la poesía en general, para subrayar esto que todos ya sabían: la poesía (o digamos de momento que alguna poesía) afecta al lector, sin necesidad de que éste sea “cultivado”. Por ejemplo, quienes hayan cursado siquiera unos cursos de secundaria, ¿no se sintieron, siquiera un tanto, emocionados y tocados por los conocidos versos de Gustavo Adolfo Bécquer que dicen: “Y volverán las oscuras golondrinas / de tu balcón sus nidos a colgar”? ¿Y no los estremeció la “peregrina paloma imaginaria” de Jaimes Freyre? Antes de seguir, vale destacar una pequeña, inquietante y tentativa observación: el niño, el adolescente, son mucho más capaces de ser afectados por unos bellos versos. Que más luego, pareciera, se cierra el alma ante esas cosas. Vale la pena recordar, abundando en esa intuición, a ese pequeño montón de gente a la que se le da por confesar, con trago y medio, que de muy joven “escribía poesía”. (Pasemos de largo aquí el caso in- verso y tan patético de aquellos que ¡siguieron haciéndolo!). Pero dejemos tan complejas disquisiciones y volvamos, como lo habíamos prometido, a tratar de la poesía en el nivel más elemental, aquél en el que ella es, llanamente y como lo dijo Wallace Stevens, “la alegría del lenguaje”. Esto es, la capacidad que ella puede tener a veces de agitar el corazón, remover el alma de cualquier ser humano que no sea un patán embrutecido. A fin de ilustrar y demostrar esa sensata aseveración, os regalo, como primer ejemplo, estas líneas del gran Vicente Aleixandre: Cuando contemplo tu cuerpo extendido, como un río que nunca acaba de pasar (…) ¿Qué hombre decente en este mundo no habría querido que se le ocurra decir eso? En todo caso, y menos mal, puede recitarlo. Y, ya que aquí nos dedicaremos sólo a salvar versos “para todos” de muy inmediato efecto espiritual, uno más de Aleixandre y que enojará a algunos que no siga: Dime pronto el secreto de tu existencia, (…) Y siguiendo esta política de las citas incompletas, para todos, véase esto del gran Carlos Pellicer: besos (…) Paramos aquí lo de las citas ejemplares, tal vez para indignación de un Lo complejizaremos de la siguiente forma: así como muchas veces uno se siente traspasado, desbordado, maravillado o aplastado por algunos poemas que lee en su propia lengua, pues así también le ocurre cuando se topa con otras maravillas -en otras lenguas dichas. Y uno no puede creer, se aprende de memoria tales versos, etc. Más tarde (ahorramos aquí un proceso largo, a veces incluso doloroso) al gozoso sufriente se le ocurre la idea alevosa, desvergonzada, irrespetuosa, imperdonable, de traducir a su lengua esas líneas que tanto ama en el otro idioma. Y baste, ya en fin, de tanta cháchara. Se trata todo esto, de una vez, de unos versos prodigiosos tomados de la pieza Measure for measure del libretista, popular en sus días, William Shakespeare. Esta maravilla inaudita dice así en inglés: Take, Oh, take those lips away, That so sweetly were forsworn; And those eyes, the break of day, Lights that do mislead the morn: But my kisses bring again, bring again Seals of love, but sealed in vain, sealed in vain. 171 Revista número 25 • noviembre 2010 Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus 0.01 de los lectores. Aun así, y en todo caso, creemos haber demostrado el meollo simple de lo muy simple –y desactualizado, por cierto, obsoleto, por cierto- que inmediatamente quisiéramos complicar. Universidad Católica Boliviana Comentar ese milagro poético tomaría más espacio del que disponemos aquí y más competencia de la habida. Mejor, entonces, ir de una vez al grano. La traducción que ofrezco es una primera versión, tentativa como lo es toda traducción. Es esta: ¡Aparta, ay aparta de una vez esos tus labios que tan dulcemente se fugaron! ¡Y aquellos tus ojos en los que el día rompe, luceros que a las primeras luces extravían! Pero igual dame, dame y dame más tus besos Esos que tanto el amor sella Una vez y todavía otra más en vano, en vano. 2. Bandoleros, santos y canciones Revista número 25 • noviembre 2010 172 El doble del héroe, su esbozo, su perfecto negativo, su tentación y su fracaso heroico, es la figura del bandido, del bandolero. Y dándole una vuelta de tuerca más, el bandido a su vez puede transvertirse en santo. El héroe, el bandolero y el santo: una trica de ases más insigne, imposible. Pero en todo caso, la figura del bandolero tiene y tuvo diversos avatares y encarnaciones. Hoy el paradigma del bandido (que ya ni bandolero) es el narcotraficante. Como quiera, la evolución de esa figura queda retratada por la historia de las baladas, tangos o corridos que siempre acompañaron las hazañas, los puñales, las muertes y las balas de los bandoleros: del romance español al narco-corrido mexicano. Todos hemos conocido, si no amado, personajes literarios o semiliterarios de esta catadura. Desde Robin Hood, el bandolero de los bosques, a Sandokán, el bandolero de los mares. Y ahí están Billy the Kid y Butch Cassidy, los gauchos Vairoleto y Mate Cocido o el cangaçeiro Lampiao. Una de las novelas más grandes (si no la más grande) de América Latina entera, justamente, trata de cangaçeiros: Gran Sertao: Veredas de Guimaraes Rosa. La historia del bandolerismo viene de lejos, cada país tuvo sus salteadores o bandidos. Las etimologías, como siempre, son interesantes. Cuando hace siglos pululaban los cuatreros en las cercanías de Sevilla, se trataba de contrarrestar el fenómeno de los “llamados por entonces bandidos, por haber sido pregonados en algún bando de busca o captura, forajidos, por haber sido expulsados o huidos de alguna ciudad, relegados, acotados o encartados. Salteador viene de saltus, “bosque” en latín, porque era el lugar preferido para sus fechorías…” (Wikipedia). Las historias de bandoleros, aunque muy reales, obedecen a un patrón bastante similar en todos los casos: en vida el bandolero comete una venganza, un crimen y luego se embosca o echa al monte, se convierte en un proscrito, roba a los ricos, es generoso con los pobres, su temeridad y valentía lo empujan a las gestas, los asaltos, las huidas y las balas, hasta que un día, inevitablemente, muere como un héroe, en su propia ley. Ya muerto, en muchos casos, su tumba se convierte en lugar de peregrinación, empieza a obrar milagros. No en vano, como todos los oficios o los rubros, el de bandolero también tiene su santo: San Pedro de Armengol (también las putas tiene una santa, pero no recuerdo ahora cuál es), el bandolero español tarragonés que luego fue rescatado por la Iglesia o, más propiamente, por la canalla eclesiástica, como dice Badiou. De semejantes personajes y la literatura fraguada en torno a ellos ya decía Julio Caro Baroja, el gran iniciador de la historia cultural: los temas se ajustan a la capacidad de un público ávido de relatos tremendos o tremendistas, sean protagonistas de ellos los santos o los pecadores: y si son santos que antes fueron pecadores, mejor que mejor. Es que más que las propias gestas, desventuras y glorias de los bandoleros, lo que más asombra es la extraordinaria y voluminosa literatura popular, canciones y música que los acompañó en vida o celebró póstumamente. Toda una llamada literatura de cordel surgió paralelamente de esos bajos fondos de la vida y de las letras1. La literatura de cordel Desde los versos del cordel, pues –hay que repetirlo–, hasta el narco-corrido, mucha agua y sangre pasaron bajo los puentes de este mundo. En la revista referida en la nota se da cuenta de las asombrosas crónicas en verso con que en Buenos Aires y Santiago de Chile, por ejemplo, se daba cuenta de lo que hoy llamamos periodismo amarillo. Está la Lira popular chilena (18801910), una de cuyas partes era de versos por fusilamiento y cuyo repertorio consistía, sobre todo, en la defensa del pobre frente al rico, en el elogio de los perseguidos por la ley. En el caso del cancionero criminal argentino, éste bordea el lunfardo como lengua de las hampas, a la vez que asiste al nacimiento del tango arrabalero. Así, en el tango prostibulario de fines del XIX se encuentran canciones con estos extraordinarios títulos: “La clavada”, “Con qué tropieza que no entra”, “Cachucha pelada”, “La concha de la lora”… Y si bien no puede decirse de ellos que tengan nada poético, 173 Revista número 25 • noviembre 2010 1 Buena parte de la información de esta nota proviene de la abultada revista francesa Caravelle (más de 350 págs.), dedicada a estudios hispano-luso americanos; el número 88 está dedicado al bandolerismo, bajo el título Chanter le bandit: Ballades et complaintes d’Amerique Latine. es un tipo de poesía, originalmente oral, y después escrita en los llamados pliegos de cordel puestos en venta en tendederos de cuerdas, de ahí su nombre. Fueron típicas en España y Portugal y tuvieron mayor éxito aun en Brasil. Los autores, o cordelistas, recitaban los versos de forma melodiosa acompañados de viola. La historia de la literatura de cordel comienza con el romancero luso-español de la Edad Media y del Renacimiento. El nombre de cordel está ligado a la forma de comercialización de los folletos en Portugal, donde eran colgados en cuerdas” (otra vez Wikipedia). Universidad Católica Boliviana sí en cambio en otros casos las composiciones tocan la poesía. Tan cerca como en 1976, un operativo policial permitió sorprender (gracias, por supuesto, a una mujer) a Isidro Velásquez, que junto con un socio se había estado dedicando a asaltar y asolar los caminos del Norte argentino. De los varios versos cantados que se le dedicaron, destaca éste: Isidro Velásquez ha muerto Enancado a un sapucay, Pidiéndole rescate al viento Que lo vino a delatar. Revista número 25 • noviembre 2010 174 Los casos de los que da cuenta la revista que aquí nos guía son muchísimos y sin duda darían para todo un libro. El grueso de los grandes personajes y las baladas o corridos que van con ellos parecen haber florecido, sobre todo, en México, Argentina y Brasil (y no se salva cierto vals peruano). Quedémonos con algunos casos o ejemplos. Por la extensión y actualidad de su culto, está el de Jesús Malverde, quien fue un bandolero de principios del siglo pasado. Como suelen rezar las leyendas de estos personajes, Malverde robaba a los ricos y repartía entre los pobres… Pero un buen día la policía le tendió una redada y lo acribilló a tiros. Prohibieron que su cuerpo sea enterrado y a raíz de ello, a manera de cubrirlo, la gente al pasar tiraba piedras a su cuerpo. Alguien que tiró una recuperó inmediatamente el caballo que daba por perdido. El rumor creció y la gente iba a tirar piedras, a pedir cosas, hacer promesas. Y tal fue la cantidad de piedras que se creó un montículo y sobre él se construyó una capilla. Hasta hoy, a un siglo de la muerte de Malverde, la capilla es visitada masivamente, mientras que corridos, exvotos y promesas florecen en una cantidad inusitada. Suelen ser de este tono: Al ánima de Malverde la manda vine a pagar; los milagros que él me hizo con nada puedo olvidar; por eso vine a cantarle a su templo en Culiacán. Y está el caso de Lampiao en el nordeste del Brasil, en los sertones. Quien haya leído Gran Sertón Veredas, de Guimaraes Rosa, (o La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa), ya de por sí siente un escalofrío ante la sola palabra: cangaçeiro. Y fue justamente Lampio el creador de la moda del cangaçeiro: grandes sombreros con monedas al frente, anillos y joyas, fusiles atravesados al cuerpo, sedas, botas, puñales en ambos lados –y canciones y caballos, montes y galopes. Lampiao es también de principios del siglo pasado. Su reinado de fechorías duró nada menos que veinte años y tiene ribetes ex- traordinariamente románticos: una vez vio a una muchacha muy bella a la vera del camino, inmediatamente y por supuesto la raptó en el caballo y se la llevó. Era María Bonita, con quien vivió el resto de su vida. Hasta el día, claro, en que él y sus hombres sufrieron una encerrona de las fuerzas policiales y fueron todos acribillados, María Bonita incluida. Luego fueron decapitados y sus cabezas (eran nueve) fueron exhibidas en una especie de museo. Éste fue visitado por decenas de miles de gente de todos los alrededores, mientras el cancionero dedicado a Lampiao debe bastar para varios miles de páginas. El título ese no es un error, no es una errata, aunque de alguna forma la filoposía y a veces las palabras o actos que se cometen en un estado filopósico no dejan de inscribirse, justamente, bajo el signo de la errata. ¿Pero qué es la filoposía? Para saberlo hay que remitirse al hermosísimo libro “Qué es la filosofía antigua” de Pierre Hadot. En él Hadot hace un recorrido erudito por la filosofía antigua, mostrándola como un modo de vida, como un verdadero ejercicio espiritual. En sus primeras páginas, rastrea la misma palabra filosofía; cuándo surgió, cuándo fue por primera vez usada, etc. Y bien, es en esas páginas donde nos encontramos con este párrafo, traducido fielmente de la página 37 del libro: Heródoto revela pues la existencia de una palabra que tal vez ya estaba de moda y que en todo caso habría de estarlo en la Atenas del siglo V, la Atenas de la democracia y los sofistas. De una forma general, desde Homero, las palabras compuestas con philo- servían para designar la disposición de alguien que encuentra su interés, su placer, su razón de vivir, en consagrarse a tal o cual actividad: philo-posia, por ejemplo, es el placer y el interés que se toma en la bebida, philo-timia es la propensión a adquirir honores, philo-sophia será pues el interés que se toma por la sophia. Lo de la filosofía ya lo sabíamos todos. Lo de la filotimia lo recordarán muy 175 Revista número 25 • noviembre 2010 Para cerrar la nota, conviene referirse a otra relación de literatura y bandidaje. Las figuras del afuera es el título del libro de Keneth White dedicado a los grandes de la literatura. Rimbaud, Thoreau, Miller y tantos más, en tanto que personajes fuera de la sociedad, fuera de dioses, patrias y de familias, son otros grandes forajidos. Waldlänger es el título de otro libro, éste de Ernst Jünger; la palabra se traduce como el emboscado o el rebelde y, literalmente, quiere decir “el que se va a la selva”, el que apela al “recurso de la selva”. En el mismo libro asevera Jünger que “el individuo cercado prospera en el ámbito del arte”. El artista, que es la figura que nos faltaba, es quien busca un “ajuste de cuentas” con la sociedad y así se convierte en rebelde, “pues la calidad de autor sólo representa uno de los nombres de la independencia”. 3. La filoposía y los filóposos Universidad Católica Boliviana pocos. Pero de todas formas, aquí, la palabra extraordinaria, la palabra deslumbrante, es la de la filoposía. Ya quedó bien explicada: la filoposía es la afición a la bebida. Un estado filopósico, por ejemplo, sería la embriaguez. Un filóposo, luego, alguien que se ejercita en el arte o disciplina de la filoposía. posium, como cualquiera que lo haya leído podrá recordarlo, es también la historia de una farra. En sus inolvidables primeras páginas, en efecto, Pausanias y Aristodemo hablan sobre la bebida, mientras algunos cuentan que padecen del malestar que sucedió a una noche anterior excesivamente filopósica. La filoposía, por otra parte, no sólo que poco ha compartido de las glorias de la filosofía. A decir verdad, incluso puede afirmarse que, en general, filoposía y filosofía tomaron caminos muy diferentes, casi nunca convergieron. Después de todo, la filosofía fue una ocurrencia local, inicialmente originada en el milagro griego, mientras la filoposía es universal. Con todo, es pertinente recordar a los primeros filóposos, a los grandes fundadores de la disciplina filopósica. A partir del Banquete, en el que filoposía y filosofía se encarnaban en un mismo héroe, lo cierto es que los caminos de la filoposía y los de la filosofía se separaron. Para dar un ejemplo saltando unos siglos, resulta así inimaginable que Kant, en este sentido, haya tenido la menor tentación filopósica. A lo sumo tomaría un licor de anís tras las comidas, pero antes de encarar el mismo anís como una cuestión filopósica, no habrá pasado de considerarlo como una micro estrategia dietética. El primero de ellos, evidentemente, es Noe. En Génesis 9:20-21, en efecto, vemos que no sólo inventó el vino, sino que es descrito como un borracho: “Entonces Noé comenzó a cultivar la tierra y plantó una viña. Y bebiendo el vino, se embriagó y quedó desnudo en medio de su tienda”. Revista número 25 • noviembre 2010 176 Tras el rubor que hace pasar Noé a los filóposos, como el equívoco padre fundador de la disciplina, estos se sienten aliviados, sin embargo, gracias a la otra gran figura que se sienta a su lado: la de Sócrates. Y no solo eso, pues ocurre que el Banquete de Platón, en el cual se traza la gloriosa semblanza de Sócrates –que bebe siempre lo que parece- como un gran filóposo, es además el primer gran tratado de filoposía. Es que el Banquete, o Sim- El divorcio que se sucedió a través del tiempo entre la filoposía y la filosofía tuvo otra cara, dura, terrible y también gloriosa: la filoposía se refugió, a veces a escondidas, a veces radicalmente, en las artes. A partir del siglo XVI, en efecto, es en los grandes poetas donde hay que buscar a los filóposos más notables. Chaucer, Rabelais, Bocaccio, vuelven a cantar los excesos del vino y de las intensidades parejas con que la dicha sexual aporta a la plenitud de las prácticas filopósicas. La figura del poeta vinosus, en todo caso, queda completamente afianzada. El hic bibitur rabelaisiano se convierte en una divisa, en una enseña. Debido a que el escueto espacio del que disponemos en esta página no nos permitiría excedernos en señalar los innumerables hitos de la Historia de la filoposía, permítasenos mencionar sólo algunos y muy arbitrariamente. Las grandes corrientes filopósicas2 En alguna página que tiene por ahí, Octavio Paz, pese a no haber sido ningún filóposo –lejos de ello- establece una aguda distinción entre las bebidas –posein- destiladas y las fermentadas. Ejemplifica luego su distinción entre estas grandes corrientes filopósicas oponiendo el whisky al vino. Una pequeña fenomenología del estado filopósico y social en que resulta el ejercicio de una u otra de tales corrientes filopósicas lo lleva, sin que él se de cuenta –y pese a no filoposar- a acercar la destilación al materialismo y la fermentación al idealismo, a oponer la brusca y urbana inmanencia del whisky al estacional y agrario trascendentalismo del viñedo. A partir de tales reflexiones, apunta al carácter comunitario del consumo de las posein fermentadas, al solitario de las posein destiladas. Lo notable, cuando uno revisa estas distinciones esenciales, radica en las consecuencias sociales, personales e históricas en que, a través de los pueblos europeos, tales corrientes llegaron a manifestarse. Para ir rápido, atengámonos ini- Gran parte de la gran literatura anglosajona, en efecto, está constituida por inmensos filóposos. Ejemplos que se le viene rápido a uno a la cabeza: Dylan Thomas, Auden, Malcom Lowry, Scott-Fitzgerald, Dashiell Hammet… Y eso por hablar de los más recientes. Que cualquiera que revise las biografías de una buena antología de literatura anglosajona se quedará pasmado. Pero ya que entramos a hablar de las relaciones de la filoposía y de los pueblos, no dejemos de señalar la suerte de los alemanes y los chinos en cuanto compete a este campo de la gnoseología corporal y espiritual. En cuanto a los primeros, ya habíamos mencionado el caso de un Kant, por demás extensible no solo al resto de los filósofos germanos, sino a sus otras lumbreras. ¿Acaso podría imaginarse alguien a un Goethe, a un Thomas Mann ebrios? Jamás de los 177 Revista número 25 • noviembre 2010 2 Por razones de espacio, nos abstendremos de considerar, en este breve tratado, las relaciones por demás complejas entre el cristianismo y la filoposía. Si bien por una parte el vino, en cuanto posein, ocupa un lugar central en la mitología cristiana, sus relaciones con la filoposía propiamente dicha son por demás ambiguas. Con todo, la figura del cura ebrio, filóposo eclesial, es muy cara a los pueblos. El púlpito ebrio, en este sentido, quizá sea uno de los espacios privilegiados desde los que se imparte el sermón poético. cialmente a dos ejemplos y muy a grosso modo: en la literatura francesa brillan los grandes filóposos por su ausencia. Villon, Verlaine, Baudelaire… muy pocos más. Que hay montón de pasados de uno u otro tipo, de acuerdo, pero filóposos propiamente dichos… Hijas de Descartes después de todo, las letras francesas no conocieron una práctica seria de la filoposía. ¡El mundo anglosajón en cambio! Para decirlo de una forma un tanto tajante y quizá exagerada: es en él que la filoposía sentó más definitivamente sus reales. Universidad Católica Boliviana 178 jamases. Pero aquí viene lo más sorprendente: ¡que fueron, más bien, los grandes músicos los más destacados filóposos! ¡Bach incluido! Consta en los diarios de su mujer, Ana María Magdalena Bach, en efecto, que una buena parte del exiguo presupuesto familiar se iba en pagar los vinos de Johann Sebastián. Y luego Mozart, Beethoven, Schubert… todos una punta de filóposos. Casi finalmente, tenemos el caso de los chinos. Es que ellos fueron, quizá, los mayores filóposos conocidos. Los ejemplos son montones pero aquí no podemos extendernos en presentar un resumen abreviado de la poesía china filopósica. Bástenos recordar al gran Li Po, el eximio poeta de la dinastía Tang. Si ya los jarrones Tang son de por sí famosos, cuánto más lo son, en el mundo de las letras, ¡las copas Tang en que bebió Li Po! La leyenda en torno a la muerte o desaparición de Li Po (como bien lo recuerda Pound en un poema), por otra parte, ya dice bastante: estando en un profundo estado filopósico, Li Po quiso abrazar la luna y, al tratar de hacerlo, perdió el equilibrio en el puente en el que estaba y fue a parar al río –y se ahogó. Vale la pena recordar los primeros versos del poema Mientras bebo, solo, a la luz de la luna: Un vaso de vino entre las flores: Revista número 25 • noviembre 2010 bebo solo, sin amigo que me acompañe Levanto el vaso e invito a la luna: con ella y con mi sombra seremos tres. Hasta ahí, pues, un breve recorrido por la historia de la filoposía. Aún nos faltaría referirnos, en alguna ex- tensión de este resumen, a los casos de la filoposía en el campo de la poética boliviana, cuando no al de la posein del maíz fermentado de los valles. Pero eso queda para otra ocasión. Entretanto, ¡Salud! 4. Rosso o la ética de la constatación -Es lo que cabe -dijo Zeque. Jesús Urzagasti, Un verano con Marina San Gabriel. La parca obra poética de Fernando Rosso, desde “El danzante y la muerte” de 1983, pasando por “Aire hereje” (1986), “Parte de copas” (1989), hasta “Los días” de 1995, y últimamente “El eje de las horas (2oo7)”, con algunos pequeños añadidos y variaciones aquí y allá, está reunida toda, por una parte en un volumen titulado “Los días” y por otra, casi con el mismo contenido, en “El danzante y la muerte”, ambos en las Ediciones del Hombrecito Sentado, la última del 2003. La brevedad de la obra, hace pensar en la excepcional estirpe del “escritor que no escribe”, tan cara por ejemplo a Blanchot cuando habla de Joubert y de la que forma parte una minoritaria multitud secreta y cuidadosa. Pero, también, puede que esa misma brevedad obedezca a una voluntad de vaga precisión, signada ella por los protocolos del pudor -o del pundonor, como con justeza cabría decirlo en este caso- y la involuntaria voluntad de ser fiel a un mismo camino, voz y hálito. Así, sin impaciencia, es ajena a cualquier tentación retórica que incurra en contraer epifanías al mayor. No hay prisa, pues uno aguarda (y por tanto su espera es infinita), pero al mismo tiempo es aguardado, es decir ya ha sido recibido, Es que, se sabe, alguien nos está llamando siempre y nos espera Ocurre que en un caso como este, la práctica, la entrega a la poesía, es hasta cierto punto ajena a los frutos que ella misma pudiera producir. En este contexto, la práctica de la poesía es también una condición poética con que se vive la vida y de la cual la escritura, en el fondo, a veces puede ser más bien su subproducto, cuando “Lo que busco se mide en mí y en mi se queda”. Tan es así que no podrá decirse, de quienes la ejercitan, eso de que “Por sus frutos los conoceréis”. Más bien: por sus silencios los conoceréis, por sus manos vacías los conoceréis: “Sólo el humo se salva”, dice Rosso. Con puntualizaciones, declaraciones o versos de tal naturaleza, de tan aparente simplicidad ya se nos sitúa, de hecho, en la prodigiosa fenomenología horaria (cómplice de “la amistad del tiempo”) de la que se sirve Rosso a la hora de vivir las horas (“Tarde”, “Los días”, etc.) que pasan por el mundo, entre las que pasa el mundo. Para escuchar o hacer resonar (como en un reloj de pared) este aspecto deudor, cómo no, de una suerte de observatorio atmosférico y existencial, veamos esta frase que aparece en “Tarde”: “La vida cuadra” Aquí la palabra “cuadra”, puede resonar en dos sentidos simultáneos: por una parte podemos escuchar que La Vida (ella misma, sí) cuadra en, cabe en –¿en qué?. No lo dice el poema, ya que eso no puede ni decirse ni saberse. Por otro lado, la misma palabra nos indica que es la vida la que “cuadra” –algo a/con algo. Es decir es la que hace cuadrar –caber- algo que cabe. ¿Algo a qué? 179 Revista número 25 • noviembre 2010 Por cosas así, muchos de sus poemas, en su temple y parquedad, son tan tributarios de la tradición de la sentencia, se emparentan con el relámpago aforístico, el dicho o la canción, el juramento. En efecto, antes que desarrollos poéticos sembrados de imágenes, adjetivaciones, colores y paisajes, narraciones, en seco aquí se enuncia y se proclama nada más que el evento simple de aquello que es tal cual es. O, dicho de otra forma, simplemente se constata que es así lo que es, y así, por ejemplo, ocurre que “Alegra saber del mediodía”. Pero esta alegría quizá vaya va más allá de la simple constatación del mediodía. En El eje de las horas, esto se precisa: “El mediodía/ declara el orden de las cosas”. Universidad Católica Boliviana Ocupémonos más bien, muy simple y prácticamente, de los instrumentos con los que se mide, se evalúa, se inspecciona tal cuadrar, que en última instancia además, traza la cuadratura del círculo de vivir. ¿Con qué instrumento? Pues, como cabe que sea, con el cuadrante. En el caso específico que nos ocupa, con el cuadrante solar. El Larousse define al cuadrante solar como “superficie plana en la que se han trazado unas líneas, que permiten conocer las horas de acuerdo con la sombra proyectada por el sol”.). Es decir, y en otras palabras, la observación del paso del día y de las horas: las mañanas, las tardes, la llegada de la noche… Y la “superficie plana”, aquí, es además la página. Se escriben o inscriben las mediciones: “Ya todo parece ido/pero la hora media todavía”. Estas mediciones, sin embargo, son actos profundamente enraizados en la vida misma o, más que actos, actuaciones, en los dos sentidos de la palabra, tanto los movimientos en un drama como las efectuaciones de un proceso: “Templo la hora”. Extremando las cosas, para Meschonic, el poema no dice, el poema hace, así como no celebra, sino transforma. Revista número 25 • noviembre 2010 180 Se da pues parte y se da cuenta, en los poemas de Rosso, de lo que ocurre, lo que pasa, lo que es, como cabe que sea, cumpliéndose así con una ética de la constatación, desdoblada, también en una exigencia para lo cual lo que es, al mismo tiempo debe ser lo que cabe que sea, pero en el sentido, tam- bién, de la promesa: que lo que es, tal como es, sea también lo que quepa que sea: lo que le venga bien que sea: lo que cuadre. Una tal ética de la constatación, como acepción de lo que ocurre, como aquello que es lo que cabe que ocurra, es la que cree que las cosas son como tienen que ser, como cabe y cuadra que sean. Ello inmediatamente nos remite a la hae ccitas de Duns Scoto, como “la característica que las cosas tienen de ser esto que ahora está aquí”. Pero la cosa va más allá, o llega más aquí, cuando Deleuze-Guattari convierte la haeccitas latina en hecceité francesa, a la que definen en estos términos: “Una estación, un invierno, un verano, una hora, una fecha tienen una individualidad perfecta y a la que no le falta nada, sin que se confundan con la de una cosa o un sujeto” (Mille Plateaux, p. 318) ¿Pero qué es lo que diferencia a la pragmática y gramática cotidiana de la constatación (se ha puesto el sol) de la poética, de la ética de la misma (ya otra) constatación? Pues, que en el segundo caso, el dar cuenta de que el sol se pone, da cuenta, a su vez, de quien cuenta y canta que ese sol se pone, de el temple con que recibe tal hecho: Toda esta tarde se vaya Y celebrando la víspera Siga el mundo Copa a la redonda El transcurrir se realiza entonces acompañado de una señalización intensiva de las etapas, los estadios (tar- de, noche –raras veces mañana), los humores, mientras “El tiempo deja su atadura/al tino de la vida”. Dentro de este ejercicio en el que se van escanciando las horas, como el vino, todo parece apuntar a que el momento del día que se va es el de su mayor esplendidez – resulta como menos “espontánea” que la matinal: a la tarde, el día se ha hecho, a lo largo del día, como es ahora: después de las lluvias y cuando sale el sol, o cuando el atardecer se pone muy rojo, etc., (“crece el cielo lejos de la mañana”). El día ha pasado por avatares, ha madurado. “Hay miradas que ayudan a la tarde a anochecer”, dice Roberto Juarroz. Sin embargo, inevitablemente se esconde entonces, y quizá peligrosamente, una voluntad de fidelidad hacia la noche, hacia lo oscuro, la embriagada noche del alma y de los días en que resplandece algo no intercambiable. Tan así que en sus más graves momentos, esa voluntad ebria por la noche también puede llegar a extremos destemplados, que uno se imagina fuera de cabida: “Pero no me engañará/ Tu cielo por mi noche”. Pero es posible que ese mismo estar fuera de cabida, a su vez nos anuncie, también y debido a su propia suspicacia, la inversión que cabe: Temblor que ajusta El peligro de todo esto es que algo (¿el mismo autor?) se quede encerrado en un arte y una práctica de la degustación, sea atrapado por los prestigios de la celebración, se rinda ante los beneplácitos de lo inconsecuente. Que caiga presa, es decir, de una política del asentimiento cuya propia voluntad de celebración se base en el escamoteo de lo no asintiente. Sin embargo, tal peligro queda conjurado por la exigencia de que se ve acompañada cualquier delectación celebratoria: la de que, lo que sea, sea también lo que quepa que sea, lo que cuadre que sea. La transmutación de lo que es, tal cual es, en aquello que está al filo de lo que debiera ser, solo se opera en el lenguaje, que, como se sabe es entonces que tiene lugar, lo hace gracias a la parte de “tarea espiritual” que Mallarmé achacaba a la poesía: “La Poesía es la expresión, por el lenguaje humano conducido a su ritmo esencial, del sentido misterioso de los aspectos de la existencia: ella dota así de autenticidad a nuestra estadía y se constituye en la única tarea espiritual”. Es a esa escuela que pertenece, como toda poesía verdadera, la que se encuentra en las páginas de Fernando Rosso. 181 Revista número 25 • noviembre 2010 Vilo que ama Con lo que, al filo de las horas y la vida, pues, hay o está lo que nos tiene en vilo, pero justamente entonces lo hace al mismo tiempo que ama, amor que nos sume en un temblor que nos ajusta, es decir nos cuadra. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 182 Referencias bibliográficas 1. Aleixandre, Vicente. 1977. Obras completas. Vol. 1, poesía. Madrid: Aguilar ediciones. 2. Caravelle. “Chanter le bandit: Ballades et complaintes d’Amerique Latine”. N° 88. 3. Guimaraes Rosa. Joao. 1966. Gran Sertón: Veredas. Barcelona: Seix Barral. Tr. Luis Crespo. 4. Hadot, Pierre. 1998. Qué es la filosofía antigua. Madrid: F.C.E. 5. Jaimes Freyre, Ricardo. 1918. Castalia bárbara. La Paz: Editorial Los Andes-Gonzáles Medina. 6. Monsivais, Carlos. 2000. Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Barcelona: Anagrama. 7. Pellicer, Carlos. 1982. Poesía. La Habana: Casa de las Américas. 8. Shakespeare, William. 1951. Obras completas. Tr. Luis Astrana Marin Madrid: Aguilar ediciones 9. White, Kenneth. El testamento de Ovidio. Bolonia: Il Pomiero. 1997. Miguel de Cervantes Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 185 - 197 Una lectura provisoria sobre el lector brumoso Alonso Quijote A provisional reading Alonso Quijote, the hazy reader Cristian Vera Ossina* Resumen: A partir de un forma de lectura ensayística, el autor propone distinguir en Don Quijote de la Mancha una propuesta subterránea de subversión de la lectura tradicional de la literatura, postulando el inicio con esta obra de una escritura “ilegible”, es decir, destinada a no ser leída, por oposición a la línea hermenéutica, que insiste en el descubrimiento de sentidos plenos en el texto literario. Sugiere además que esta inesperada revolución de la lectura que presenta el Quijote encuentra una línea de continuidad en proyectos literarios posteriores, como los de Sterne, Mallarmé y Lacan. 185 Palabras clave: Escritura, sentido, lectura, hermenéutica, Don Quijote de la Mancha. Universidad Católica Boliviana San Pablo. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Abstract: From an essay reading standing point, the author proposes here to uncover in Don Quijote de la Mancha an underlying plan that challenges the traditional way of reading literature, suggesting that this masterpiece is the beginning of an “illegible” writing. Writing that is not intended to be read as hermeneutics insists: trying to unveil full senses in the literary text. Instead the unexpected revolution the Quijote presents in the rhetoric of reading is set in a line of continuity with subsequent literary projects such as Sterne’s, Mallarmé’s and Lacan’s. Keywords: Rethoric of reading, writing, hermeneutics, Don Quijote de la Mancha. ____________________ Texto quiere decir Tejido, pero si hasta aquí se ha tomado este tejido como un producto, un velo detrás del cual se encuentra más o menos oculto el sentido (la verdad), nosotros acentuamos ahora la idea generativa de que el texto se hace, se trabaja a través de un entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido –esa textura– el sujeto se deshace en él como una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela. Roland Barthes, Lección inaugural Comienza el delirio interpretativo cuando al hombre, inadvertido, lo sorprende un miedo repentino en la selva de los símbolos. André Breton, El amor loco (…) no es una hermenéutica: pinta en vez de excavar (…) Roland Barthes, Lección inaugural Advertencia: Revista número 25 • noviembre 2010 186 Este texto no teme a la ambigüedad espectral de los molinos, ni a la implacable monstruosidad de los gigantes. Tampoco subestima las potencialidades de su objeto. Por el contrario, se hunde sin certeza alguna en él. En este acto el texto es un modesto tejido de hebras sueltas, desmesuradas, confusas, provisorias. Hebras que intentan perseguir las huellas de lo poético. Hebras que en su soltura enredan los mecanismos, los supuestos “atributos” enunciativos del académico, del crítico que redacta el texto; y al hacerlo extravía al autor en los poderes vertiginosos de la palabra. El texto, entonces, intenta registrar la bruma del delirio interpretativo del lector Alonso, sin más herramienta que la propia ficción… La quijotesca empresa de Alonso Quijano desordena la prolija estantería que impone el orden monolítico de la lectura y en este vertiginoso afán el aséptico ejercicio lector se enreda en una intrincada maraña laberíntica, que lo subsume a la lógica voraz del pantano en la que no hay piso teórico que soporte sus manías, sus prácticas, sus poses, sus caprichos e incluso mida la profundidad de 187 Revista número 25 • noviembre 2010 sus abismos. En esta segunda oración valga enunciarlo y subrayarlo: se trata de una empresa difícil de asir por la versatilidad y transparencia de sus engranajes y piezas que forman parte de esa gran maquinaria que se alimenta en el leer y que fluye por las coordenadas de lo poético y del delirio. La corajuda lectura de Alonso Quijano, arbitraria, se derrite –como se derriten los sesos de Alonso travestido en Quijote– y de ella fluye su caliente magma que viaja por las débiles costuras de una vieja armadura oxidada, tal cual resbalan las poéticas letras en los arriesgados caligramas de Apollinaire, tal cual se chorrean los relojes pintados por Dalí que extrañamente proyectan la hora ausente de los sueños perpetuos; así las leves partículas lectoras del hidalgo lector Alonso se desvanecen irresponsables, invadiendo como moscas aladas el decadente macrocosmos del estrecho canon, literalmente lo infectan. Canon de múltiples brazos que en cada texto impone la bruma de lo que se debe leer y lo que no; ese que pedazo a pedazo desentraña sin deseo al cuerpo rugoso e infinito de la ficción. Alonso, enjuto lector de nadas, al leer la ociosa inutilidad de la ficción, multiplica los ecos vacíos que se esconden detrás de todo proyecto de lectura. En otras palabras, instaura un quiebre en las imposiciones del canon. El hidalgo lector Quijano, al leer, ficcionaliza el deseo voraz por desentrañar el tuétano irreductible de la ficción. Y en este afán insinúa perverso que, al leer ficción desde la irrupción quijotesca, se suspenden los vicios explicativos –en otros términos: los vicios explicativos caen en las voraces arenas movedizas del pantano; también se suspende a todos aquellos entramados expositivos que Quijano trastoca en complejos escenarios para construir la parodia del desciframiento. La obsesión absorbente de la exégesis, esa suma milimétrica de valores que se acopian en las insípidas lecturas con la empresa de Alonso se embarrancan al precipicio donde caen los escombros del edificio del erudismo. Y es que el manchego Alonso es el arrojado lector que con el instrumental poco afilado de la lecto-locura aborda la temida operación de leer con todo el espesor y los contornos de su magullado cuerpo acompañado de sus menudencias. Éste es el resquicio que configura su empresa: leer desde la flaqueza del cuerpo viejo, con los infinitos ramajes que ofrecen sus nervaduras y la espigadura de sus extremidades. Quijano, como un confuso héroe trágico, sobreviviente manchego de la épica lectora medieval, asume que su gesta frente al texto consiste en encarar las múltiples dimensiones del temible fantasma del sentido, junto con sus sombras, que se apropian de aquello que lo tenue esconde detrás de las bambalinas de la ficción. Así, el “positivo” hábito humanista del leer, instrumento para cultivar y reproducir las ficciones políticas de las élites, hace un crack en los circuitos lectores del frágil lector Alonso; en quien la lectura visibiliza las costuras de un rostro que lo dibuja más perverso, más confuso, más poético, más grotesco; rostro carcomido por ese esquivo bicho de la ambigüedad que se incuba en la versatilidad de la ficción y se fermenta en los prodigios siempre impalpables que, a su vez, se refugian en los costados porosos del sentido. El atrevido acto quijotesco de leer avienta a Alonso a los meandros más confusos, Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 188 allí donde las aguas revoltosas de las palabras confunden el devenir opaco del río libresco, y como un inmenso aluvión embisten a los letrados muros donde se capturan los núcleos que incentivan el trazado ilusorio de las verdades. La hazaña lectora de Alonso Quijano deja de ser una herramienta manipulable, aplicable a otros horizontes, a otros textos; al contrario, adquiere los vestigios y formas que queda de una anárquica masa diluible. Su lectura –si es que así se puede nombrar a su inútil hazaña quijotesca– se transforma en un molde contradictorio, ensimismado, solipsista, especular e infinito, desde el cual se configura un complejo tejido de insinuaciones de lectoras. Molde que desde el capricho lee sombra donde el sentido impone leer el rigor de la luz. Molde que, inmerso en la cápsula del delirio, lee ficción donde el sentido impone leer el peso autoritario de lo real. Molde que bajo la oxidada armadura lee la sinuosidad de La Mancha, donde el sentido impone leer el realismo académico de la referencia histórica que se circunscribe en La Mancha. Molde que a través del Aleph quijotesco lee en la ficción el refilón pluridimensional de lo siniestro donde el sentido impone leer la descripción lineal de las buenas costumbres de la historia. Pero, ya es tiempo de pasar a otro párrafo. Saltemos a él… Parcialmente en este pantanoso e infinito ámbito ficcional, todas las estructuras de lectura –aun las más complejas– se hunden en las arenas movedizas de lo quijotesco, incluso aquellas ilusorias certezas elementales que impulsan al manchego lector a entrelazar la incertidumbre que se incuba en las letras (en el reverso de las palabras, en el envolvente tejido textual que cubre la lectura ficcional); pausadamente son devoradas por las arenas movedizas de la ficción, que se tragan enormes trozos de su empresa. Las dentelladas son tan explícitas que es posible observar las cicatrices del proyecto lector de Alonso en su magullado y golpeado cuerpo. Quijano es un lector que difumina, evapora y fractura esa manía de excavar profundos pozos en los textos para extraer e industrializar el sentido. Y es que las arenas movedizas desestabilizan las raíces de las estructuras que se afanan en diseccionar las fauces intrincadas de la ficción quijotesca, que no hacen otra cosa que enmohecer los engranajes fundamentales del leer. El insomne lector Quijano –crónico lector– mastica letras, devora párrafos, carcome libros, disecciona personajes, deambula en laberintos ficcionales, con su disfraz de “viejo, seco, enjuto” trastoca el núcleo del ejercicio de la lectura. Y aquí detengo rápidamente la expansión del párrafo, pensando sobre todo en la salud visual del lector y no solamente en un asunto estructuralargumentativo. Alonso, astillero, adarga, aldea, abismo, son cinco palabras móviles sobre las que gravita el inicio de esta empresa lectora. Estas palabras sostienen el temido remolino ficcional que arrasa y amputa a todo el humus textual y transforma a la ficción en un extenso palimpsesto donde se traspapelan los escombros del sentido. Humus con el cual –según la doctrina de la academia– se nutren las necesidades primordiales de los lectores, especialistas, semiólogos, eruditos, filólogos, hermeneutas y otras versiones y especies que devienen de la institucionalización lectora. La empresa del lector Alonso no hace más que montar en escena –sobre los escombros del sentido, sobre este transitado palimpsesto– un extenso entremés que satiriza las mecánicas con las que científicos de la lectura, eruditos de la historia de la ficción, críticos agudos y filósofos que ven más allá de las aguas turbias, descifran códigos, despejan accidentes y nebulosas para revelar la esencia, apartando los velos de la apariencia para descubrir aquello que se denomina como la verdad. La lectura de Alonso instaura la polémica antiesencialista de la ficción, como una ligera y compleja parodia de la metáfora de la profundidad, de la noción de que hay significados profundos ocultos para el vulgo, significados que sólo pueden conocer los bastante afortunados como para descifrar un código muy difícil. La lectura de Alonso es producto exclusivo del atributo del asombro. Una extraña virtud que la recoge de los escombros del erudismo con los alicates y las tenazas que proporciona el sentido del humor y de la tragedia. Es una lectura que instaura abismos insondables en su ilegibilidad, que perfora la virtud intrínseca de destilar sentidos del supuesto tuétano de la máquina de los textos. La de Alonso es una lectura que galopa por la periferia de la experimentación, a tal punto que su acción se transforma en un acto silencioso: un arte tenue, invisible, inaudible, intraducible. Irreverencia que su cuerpo pagará con la muerte, la extinción del cuerpo. Sin embargo, su lectura no parará de galopar y de enloquecer los circuitos que limitan el perímetro de acción semántica de la máquina textual. Pero, iré explorando más capas de esta cebolla nombrada como lectura quijotesca. Al hacerlo intento dejar de lado el miedo a la redundancia y escapo del rigor y de la precisión de la novedad argumentativa. Alonso danza sobre el caliente magma, acción que trasciende los estrechos límites medievales e instaura en occidente la apertura de múltiples resquicios para transitar hacia los pantanosos laberintos del sentido por los senderos que ofrece la locura. Como muestra de esta empresa, ya en los textos busca desentrañar las íntimas “entrincadas razones” que le abundan, que se envuelven 189 Revista número 25 • noviembre 2010 Alonso, los ratos que estaba ocioso (que era la mayor parte del tiempo), se entrega a habitar el ámbito lineal que surcan los relatos de caballería (¿qué nebulosa oscurece el sentido común de su lectura?). Se empapa de sus desvaríos, de los mecanismos que instaura su ingenua fantasía, de toda esa pátina resbalosa que bordea y se cultiva en la lecto-locura. Alonso traga el polvo añejo que duerme en la superficie de las hojas, de la tinta. También absorbe esos pulgones líricos que se comen enormes fragmentos de las páginas. Palpa incluso la curvatura de la caligrafía de los textos y cree. Instaura su fe literaria. Alonso saborea ese juguito que chorrea de las palabras. Universidad Católica Boliviana como una maraña de intestinos inasibles, que le alimentan y que, a su vez, le agotan y le despiertan subrepticias intenciones lectoras que le impulsan a habitar la ciénaga del delirio. El ingenioso lector Quijano, compulsivamente, levanta la cabeza del texto, y es en esta mecánica que bulle el núcleo viscoso de su lectura. Alonso, en el instante que separa la cabeza del texto, escucha los ecos de la ficción y regresa a él cargado de insumos que detonan zonas textuales, transformando las palabras en dinamitas poéticas. Abandona el texto donde se cifran las vicisitudes de su inagotable deseo de leer, y vuelve a él para transformarlo, para trastocarlo, y sobre esos cimientos construye la más arriesgada empresa de lectura. Empresa que no teme al fracaso. En este espacio el leer se traduce en una empresa excéntrica. Valga introducir en esta ficcionalización argumentativa sin rumbo la incertidumbre de una duda: ¿Qué tipo de operaciones1, de cirugías2, de estrategias3, de sistemas algebraicos4, se deben “aplicar” a la lectura del lector Alonso para proyectar una trama, una narrativa científica que traduzca el valor literario en una plataforma eficiente para erigir otra lectura? ¿Este texto tendrá un lector que hilvane su sentido o será que se trata de una sangría textual por la que fluye la sangre inevitable del sentido? Detrás de la trama de este obsesivo lector –precisamente en el obturado ámbito de sus sombras– se encuentra cifrada y ficcionalizada la mecánica que constituye el tuétano equívoco y esquivo de la literatura: el sentido. Bajo el orden de esta salvaje obsesión se teje una matriz desde las entrañas mismas del delirio y sobre ella es que se han montado todos los mecanismos del leer. Leer no es más que esa fría costumbre por saciar esa obsesión de negociar con la arbitrariedad de asignar sentido en medio de la tupida selva de los símbolos. Mecanismo que ostenta la ruptura infranqueable entre las palabras y las cosas, fractura insuperable entre las intenciones del autor y las del texto, asfixiante quiebre entre los deseos arbitrarios e interesados del lector y la bruma poética dibujada en los textos. Y es que el sentido irrumpe en la lectura de la ficción quijotesca como lo sobrenatural irrumpe en la monotonía de lo prosaico y lo pervierte todo, lo enmohece todo, lo envuelve todo, lo traspasa todo. El sentido despliega su melosidad. Melosidad que tiñe de un profundo azul metileno la 190 Revista número 25 • noviembre 2010 1 Operaciones: la palabra es enojosa, porque su sentido se enreda inevitablemente con el campo quirúrgico, el matemático y el militar, o no: quizás sea oportuna, porque estos sentidos no desaparecen del todo cuando el descuido mecánico de la jerga crítica contemporánea la usa en forma generalizada para referirse a sí misma. 2 Cirugías: puesto que, cuando diseca el cuerpo textual, aspira a dejar su marca de superficie, a escribir encima, a ser lectura canónica, o por lo menos, pasaje obligado hacia la lectura del texto, su “objeto” o su “cadáver” (se reconocerán aquí las metáforas de la vulgata derrideana). 3 Estrategias: puesto que la crítica es una combatiente en las batallas literarias (la frase es de Benjamín), y también porque, como estrategia convencida, descubre las maniobras y las tácticas que los escritores, los grupos y los textos mismos ejecutan en la historia, en los discursos o en el interior de los “campos” literarios (se advertirá aquí la omnipresencia de Foucault, y la de Bourdieu). 4 Sistemas algebraicos: puesto que, extraviada en su propio murmullo discursivo y abandonada hoy por las certezas estructurales y metodológicas, añora ese rigor perdido, ese tutelaje disciplinario que la acomodaba en los “sistemas” (“murmullo” y “sistema” son dos palabras que han definido a dos Barthes diferentes, contradictorios, coexistentes hasta el final). superficie reticulada del texto, esbozando la poética de lo inútil. No hay palabra, no hay coma, no hay párrafo, ni intención quijotesca que se libere del corrosivo ácido del sentido. La porosidad del sentido lo subsume todo a los rigores y a los garabatos de su agresivo mandato. Sin embargo, en el ejercicio delirante de Alonso el gobierno del sentido palpa su impotencia. Su lectura es una batalla en contra de la implacable colonización del sentido. Contra la vastedad de su imperio… Y lucha con los instrumentos que proporciona el desvarío, tomando las rutas imperfectas del extravío. Son las herramientas de la ficción que encierran al sentido en un extraño cerco, en el centro del laboratorio de la biblioteca de Quijano. Por tanto, la ficción quijotesca escenifica los movimientos del sentido, los replica, juega con sus máscaras, transita en sus mecanismos, en sus fugas, pulveriza su extraño fundamentalismo, lo encierra en una probeta y lo expande en el yermo de La Mancha. En el centro de esta mecánica lectora el sentido se transforma en una pastilla irreductible, en un fantasma que lo envuelve todo con las mañas de su égida sombra. Alonso Quijano no sabe qué hacer con él, sobre todo con su ubicuidad; entonces, literalmente pierde el juicio en la insaciable búsqueda del sentido, como metodología, como pre – texto para escudarse en su asfixiante aporía. Sentido fantasmal (casi transparente) que reproduce sus más profundos miedos, de formas invisibles y espejadas. Para Quijano la sinuosidad del sentido es un inmenso puzzle incompleto, por el que transita en medio de la somnolencia lectora intentando completarlo, ficha a ficha, y en ese absurdo redibujar las anacrónicas matrices de la narrativa caballeresca (tarea imposible, le dicen las voces que infectan su contexto de verdad: tanto el Cura, como el Barbero, además del Bachiller Sansón, más los Canónigos y un largo etcétera de sujetos abruman la empresa). 191 Revista número 25 • noviembre 2010 Pero, en esta faena por completar el mosaico, el rompecabezas, el sentido indócil –como no podía ser de otra manera– complota en la exigua obsesión de Quijano. El rompecabezas se transforma, entonces, en un laberinto de zonas inaccesibles que al abordarlas desciende a la maquinaria que motiva a la lectolocura. Aquella donde la arbitrariedad secuestra desde las raíces al sentido común. Y es en ese sin sentido que el corajudo Alonso lee… El sentido es a la ficción quijotesca, como la palabra picante a la poesía, como el círculo al cerco, como la bruma a lo tenue, como Sancho a don Quijote, como el rucio a Rocinante, como Cervantes al canon. Sin miedo a la redundancia y a la expansión, valga anotar las siguientes ideas: el sentido antes de que surja la ficción y sobre todo antes de la irrupción lectora de Alonso era una suma de metáforas que configuran el muro de la verdad mediante los mecanismos institucionales del saber. La práctica lectora del ingenioso lector fractura el sentido, le extrae el es- Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 192 tigma de sustancia, de títere pasa a ser titiritero. La ficción quijotesca escenifica ese procedimiento con los condimentos de la parodia, de la ironía, del humor, del surrealismo. Con este proceder el sentido como un ratón inefable transita en medio del libro –tanto en los que lee Alonso como el que leemos nosotros sus quijotescos lectores–, también se moviliza por el suelo y el entretecho de la venta, en los bordes de los laberínticos caminos de La Mancha. Hasta se podría decir que Alonso teje y articula los trastos de armadura que pesados marcan el transcurso de la ficción con el único fin de protegerse de la radiación inmisericorde del sentido. Del mismo modo que un día Gregorio Samsa despertó transformado en un repugnante bicho, el lector Alonso despierta trastocado por el bicho de la lectura, de la ficción; ensortijado en su magma, dibujado con las manchas de la locura. Bicho que lo infecta del delirio procaz y del desvarío poético. En medio de este aquelarre el ingenioso hidalgo Alonso arbitrariamente ha decidido renacer bajo la anacrónica estructura de un obsoleto héroe de ficción. Y éste es el primer paso para ejercer su arriesgada empresa. Literalmente deviene otro. Se reinventa desde las nervaduras del lector, como en un proceso larvario en el que la oruga se transparenta oscura en el halado transitar de una taparako forrado con fragmentos de lata que provienen de las sombras de un antiguo paladín. El lector Alonso desea cambiar de piel y nacer a mitad de un nuevo y excéntrico camino, in medias res... Se reconstituye transformándose en un caballero andante, al que bautiza con el nombre que corresponde a la insignificante pieza que protege la rodilla de los armados caballeros: el quijote. Subsumido en los rasgos de la locura de su proyecto, al mismo tiempo que se enriquece desata toda posibilidad de cordura, se nombra entonces como don Quijote de la Mancha. Alonso Quijote rescata su mal compuesta celada de la gélida galería de los héroes de caballería. Alonso don Quijote es una réplica exacta e imprecisa a la vez, un destartalado doble del modelo del caballero andante, sometido en perfecta cirugía a la matriz que reproduce el molde, a imagen y semejanza, representación esperpéntica conforme a los designios de la ficción caballeresca. Alonso Quijote se encuentra en plena metamorfosis de modesto lector aldeano a ingenuo defensor armado de las causas justas. Don Quijote se halla entrampado en medio de una red de peligrosas líneas de fuga que le bifurcan el deseo en múltiples posibilidades de tránsito. Alonso Quijote observa el horizonte manchego, ya sea deseando el pasado, cediendo al goce de vivir plenamente la literatura, la supuesta edad clásica-dorada-añeja, por ello es que se desea bajo el manto del bien, y ostenta un deseo de justicia. Esto en la superficie de la empresa. Y aquí es importante rescatar un detalle: tanto la novela como su personaje padecen la enfermedad letrada. Síntomas evidentes en su andar libresco. Desde el delirio que proviene de esa patología reconstruye el mundo a través de los trazos de lecturas acumuladas, que sustituyen los entramados de lo real5 por las referencias que circulan al interior del mundo de las letras; justamente entiende que lo real es una ausencia, un vacío, casi un eco impalpable. En este acto el homem de lettres se enferma de una fiebre exhaustiva de citas, se hunde en un juego de referencias, sustituye la fantasmagoría del mundo por una compleja capa de capas de narrativas que se acumulan y aglomeran una sobre otra, para luego mezclar esas narrativas compulsivas en la paradójica y contradictoria empresa que encara Alonso Quijote, quien transita sobre un tendal de puntos suspensivos que permiten visualizar los alcances de una crisis que se va instaurando en cada uno de sus pasos. Transita con el fin de arrojarse a los laberintos de La Mancha. La metamorfosis de Quijano en Quijote es el reverso de la empresa de Descartes: el sujeto dibuja lo real a partir de sus complejas e invisibles categorías, de sus caprichos, de sus manías, reglas subordinadas a los guiños de la literatura, de la ficción, de lo poético, del delirio… En la empresa del neurótico lector Alonso se articula una suma heterogénea de tipologías lectoras; afanes lectores que superponen un complejo ajtapi de saberes. Saberes donde operan el fetichista, el obsesivo, el paranoico, el histérico6. Atributos y manías lectoras que enredan las hebras con las que se tejen las virtudes ociosas e inútiles del leer; actitud irreverente en un contexto político que ya tramaba la expulsión de los moros, de los judíos y que perseguía a todos aquellos que complotaban con el fundamentalismo religioso. En ese ámbito, el lector Alonso Quijote, transeúnte de La Mancha, dibuja en los cimientos del saber occidental las estructuras que desempeñan simultáneamente una apariencia de verosimilitud y una incertidumbre de verdad. La herramienta fundamental de esta aventura es la paradoja. Sin embargo, se trata de una paradoja que se incuba en el afán lector de Alonso Quijote y que apunta a ejercer una lectura a 5 El término real permite establecer una diferencia con el término “realidad”, cuya impronta sustancialmente positiva suele estar, en literatura, constituida sobre la base de los realismos. La concepción lacaniana de lo real –entendida como aquello que se resiste a ser formulado (simbolizado) y a ser representado (imaginado)– permite desplazar el eje de lectura desde la realidad “tal cual es” hasta esa falta que supone lo irrepresentable. Pero dando una vuelta de tuerca más al término real, hay pensadores que encuentran justamente en esa falta el motor productivo del arte. Toni Negri se refiere a lo real en el arte como un encuentro, un acontecimiento que irrumpe en el desierto de la abstracción postmoderna. “Cuando se arrebata la realidad a la verdad no se le puede seguir llamando verdad. Es lo real lo que se ha vuelto verdadero” (Negri, 2000:23). Por su parte, Deleuze llama a la unidad real mínima “agenciamiento”, y un escritor sería para él quien inventa agenciamientos a partir de otros ya inventados. En ese sentido, el escritor, a diferencia del “autor”, es el que escribe con el mundo, no en nombre de éste. Por eso, para el autor “lo real siempre se deja para mañana” (Deleuze, 1996:60). El lector Alonso habita esa ausencia que se resiste a ser representada. En su empresa extrae la realidad a la verdad. En otras palabras, asume que lo real siempre se deja para mañana… proyectarse en él)” (Barthes, 1996:104). Revista número 25 • noviembre 2010 6 Roland Barthes aborda estas tipologías lectoras; dice: “Se podría imaginar una tipología de los placeres de lectura –o de los lectores de placer–; esta tipología no podría ser sociológica, pues el placer no es un atributo del producto ni de la producción, sólo podría ser psicoanalítica, comprometiendo la relación de la neurosis lectora con la forma alucinada del texto. El fetichista acordaría con el texto cortado, con la parcelación de las citas, de las fórmulas, de los estereotipos, con el placer de las palabras. El obsesivo obtendría la voluptuosidad de la letra, de los lenguajes segundos, excéntricos, de los meta-lenguajes (esta clase reuniría todos los logófilos, lingüistas, semióticos, filólogos, todos aquellos para quienes el lenguaje vuelve). El paranoico consumirá o producirá textos sofisticados, historias desarrolladas como razonamientos, construcciones propuestas como juegos, como exigencias secretas. En cuanto al histérico (tan contrario al obsesivo) sería aquel que toma al texto por moneda contante y sonante, que entra en la comedia sin fondo, sin verdad, del lenguaje, aquel que no es el sujeto de ninguna mirada crítica y se arroja a través del texto (que es una cosa totalmente distinta a 193 Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 194 partir del no leer (no es casual que su trascendental acompañante de aventura sea un no lector, el gran Sancho, el lúcido iletrado que arrastra con humor e ingenio el peso absurdo de las sombras del inservible y anacrónico caballero). Alonso Quijote lee bajo las aguas alborotadas y brumosas de un conjunto de ausencias, de vacíos, de hiatos, de negaciones, de quiebres, de nubarrones. En este accionar la tesitura de su ejercicio lector se transforma en un complejo hacer que niega la lectura y compromete incluso al autor que escribe… A continuación una modesta vuelta de tuerca hará que la trama argumentativa trastoque las rutas de esta ficción interpretativa que necesariamente tomará otra senda. Una senda que se caracteriza por el laberinto que ofrece el No. 1. Génesis del No Luego de leer (¿?) la aventura lectora del lector Alonso Quijote, ¿se puede seguir buscando el sentido o el significado de un texto? ¿No es acaso su peripecia lectora la ficción que desahucia la remota posibilidad de recuperar el fantasmal sentido de la obra? ¿No es acaso el Quijote la ficción que escenifica la construcción de una lectura a destiempo: anacrónica, excéntrica, peligrosa? ¿Cómo se escribe una sistemática lectura que no lea? ¿En qué piensa una lectura quijotesca que se propone no leer? ¿Qué sentidos fluyen en una no lectura? ¿Cómo leer desde el no? ¿Qué clase de hermenéutica, de mecánica lectora se despliega en una no lectura? ¿Qué hace el lector cuando la escritura no se deja leer? En el capítulo uno de la primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha surgen datos que construyen esta compleja peripecia alrededor del no. De entrada sabemos que el lector Alonso, por “el poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”. Alonso era un adicto lector del famoso Feliciano de Silva y de sus “entrincadas razones”. Su obsesión llegó a tal que “(...) el pobre caballero [perdía] el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello”. [Cap I-I] Otro de los vicios lectores del obsesivo Alonso refiere a su pasión excesiva por leer la extraña obra de Jerónimo Fernández. Obra en la que el autor termina pidiendo a su lector que encuentre unos manuscritos en griego perdidos por el gigante Fristón. En otras palabras, la escritura de Fernández apela al lector a concluir la intriga. Detalle que despierta la incómoda obsesión de Alonso por desentrañar el centro de la fábula: “Pero, con todo, alaba en su autor [se refiere a la obra de Jerónimo Fernández] acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete”. [Cap. I-I] Por un lado, entonces, se tiene el afán de Alonso por desentrañar el sentido de la obra de Feliciano de Silva (mediante una maniática mecánica lectora); por otro, la obra de Fernández reclama del lector Alonso despertar su potencialidad de escritura y de fabulador. La lectura y la escritura se interceptan, como en un pálido eclipse. ¿Cómo responde a estos dos afanes el lector Alonso? Desde el no. He aquí la aparición de una nueva especie de lector, destinado a sembrar pánico y terror por toda la literatura occidental. Nos referimos al lector que no lee, acompañado de su cómplice: el escritor que no se deja leer. Contra una opinión muy difundida que establece que la lectura es una relación –casi natural– entre un lector y un escritor, la aventura de Alonso se niega empecinadamente a que haya relación entre el escribir y el leer. E instaura ese quiebre, ese orificio por el cual se desangra la equilibrada armonía literaria. El pacto entre lector y autor se fractura a tal punto que arroja a Alonso a salir de este embrollo por la puerta ficcional de la locura… 195 Revista número 25 • noviembre 2010 “En efeto, rematado ya su juicio, –dice el narrador– vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”. [Cap. I-I] Alonso no desmenuzará hasta la última partícula el sentido que proviene de las novelas que lee, tampoco escribirá la continuación de las historias caballerescas que con tanta pasión y fe aborda. Asume una sutil negación y deviene en la más loca empresa de la no lectura: armarse caballero andante para irse por el mundo entre sus oxidadas armas, en una época donde los caballeros eran un objeto de lustre en los museos. Abandona el arma de doble filo de las letras y opta por la excentricidad tóxica e inútil que impulsa a perseguir la fugacidad del sentido. Transforma su lectura en un vertiginoso y fisurado hacer. El Ingenioso Hidalgo Alonso ni lee, ni escribe, simplemente atraviesa la vastedad de la Mancha adherido a su particular empresa del no. Postula un modelo de la no lectura y pulveriza la idea de un autor que se comunica mediante su escritura. La escritura, o es un imposible o es una trama que especula con lo inacabado… Al escenificar lo leído, al “ejercitarse” en todo aquello que Alonso Quijote había leído que los caballeros andantes se “ejercitaban”, no interpreta, no desentraña el sentido, sino que opta por habitar el sinsentido de su lectura. Y desde esta fisura lee erróneamente, tergiversadamente, brumosamente, configurando el caótico mundo que de forma compulsiva rodea a Alonso y que al mismo tiempo lo acosa y lo agota en su vértigo. En sí la propia novela encara el conflicto de leer la fisura y con ella afronta la encrucijada de los sentidos encontrados, perdidos, invisibles; sentidos inexistentes, parciales y provisorios. La novela escenifica la apariencia de heterogéneas interpretaciones motivadas por la negativa del leer. A cada paso que da el inocente lector en la enormidad de la obra se encuentra con guiños que exponen la peripecia quijotesca que opta por el irreverente no; frente a una numerosa hueste de in- Universidad Católica Boliviana quisidores que quieren trasladar a Alonso Quijote al platónico mundo lineal de la razón, tanto el Cura como el Barbero, además del Bachiller Sansón, más los Canónigos, se entretienen en el intento de traer de la periferia del sinsentido y del delirio interpretativo a las cabales coordenadas del monolito institucional que captura en probetas el sentido para administrarlo con fines políticos, religiosos, en sí para manipular los costados exiguos del poder. A diferencia del hermetismo y de la ilegibilidad, no es la dificultad o la imposibilidad de descifrar un escrito lo que determina la empresa de Alonso, sino que se trata de un corte, de una ruptura configuradora. El que enfrenta Alonso no es un texto oscuro o indescifrable sino un texto que exhibe burlonamente un autor sin lector y un lector sin autor. Semejante idea echa por tierra una de las evidencias mayores de la literatura. Esto es: que los lectores leen aquello que los autores escriben. O lo que es lo mismo: que la lectura es un acto sometido a la escritura. La ficción quijotesca es el macedoniano encuentro entre un lector que no lee con un autor que no escribe. 2. Contagioso No En 1759, año de la publicación de los dos primeros volúmenes de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, surge uno de los primeros contagios de la quijotesca no lectura y de la escritura que no se lee. En el capítulo vigésimo del primer volumen, podemos leer: Revista número 25 • noviembre 2010 196 -- ¿Cómo ha podido usted, señora, ser tan displicente al leer el capítulo anterior? En él indicaba yo que mi madre no era papista. -- ¿Papista? Usted no decía tal cosa. -- Señora, con su permiso voy a repetirlo de nuevo: en otras palabras y por deducción directa, le indicaba semejante hecho. -- Entonces, señor mío, debo de haber saltado una página. -- No, señora, no se ha perdido usted ni una palabra. -- Entonces, estaba dormida. -- No, señora, mi orgullo me impide aceptar semejante supuesto. -- Pues confieso que no entiendo nada de nada. -- Esto es, señora, lo que le reprocho. Como castigo le impongo que vuelva la página hacia atrás en cuanto haya usted terminando de leer este párrafo y lea usted por completo el capítulo anterior. He aquí la reaparición de ese lector que nace en las disquisiciones intrincadas del lector Alonso. Ese lector que incendia la armonía de la literatura occidental. Nos referimos nuevamente al lector que no lee, acompañado de su cómplice: el escritor que no se deja leer. Para frenar los estragos que podía provocar semejante sofisma, el siglo XIX inventó a Schleiermacher, y Schleiermacher volvió a descubrir la hermenéutica, un antídoto contra este tipo de veneno inventado por la extravagancia del lector Alonso. Muchos dejaron escapar un largo suspiro, creyendo que la literatura, o mejor dicho, una de sus mayores instituciones, que es la interpretación, había quedado a salvo. Pero se equivocaron. Saltó Baudelaire, picado por el bicho de lo quijotesco, afirmando: “El mundo solo se mueve por el malentendido universal, por el malentendido todo el mundo se pone de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mundo se comprendería, no podría entenderse jamás”. Y es Mallarmé quien saborea el quiebre instaurado por Alonso Quijote: “Impersonificado, el libro, del mismo modo que uno se separa como autor, no exige cercanía del lector”. Para silenciar de una vez para siempre estos cantos de sirena que nacen en el Quijote, el siglo XX inyectó un nuevo antídoto. En realidad, se trataba de la hermenéutica decimonónica, pero con una nueva fórmula, adaptada a los tiempos modernos y con un nuevo nombre: “teoría de la recepción”. La teoría de la recepción intentó convencer que entre el autor y el lector hay un nudo que garantiza la circulación de los mensajes. A este nudo Wolfang Iser le llama interacción; Robert, Jauss, lógica de la pregunta y la respuesta; Umberto Eco, cooperación; Stanley Fish, comunidad interpretativa. Pero no pudieron apagar la gasolina incendiaria de Alonso Quijote. Gasolina que llega hasta Lacan, quien escribe: “El escrito es, en mi opinión, algo hecho para no ser leído”. Y es Macedonio Fernández quien lleva hasta límites insospechados la empresa de la no lectura de Alonso y de la no escritura; dice: “Escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leído tanto”. 197 ¿Acaso no es con Macedonio Fernández que este círculo excéntrico de la lectura de Alonso Quijote se avienta sobre su propio orificio? Referencias bibliográficas Barthes, Roland. 1996. El placer del texto. México: Siglo XXI. 2. Deleuze, Gilles. 1996. Crítica y clínica. Barcelona: Anagrama. 3. Negri, Toni. 2000. Arte y multitud. Madrid: Editorial Trotta. Revista número 25 • noviembre 2010 1. Sófocles Ciencia y Cultura Nº 25 Noviembre 2010 199 - 209 Reverberaciones de la Antígona de Sófocles en Jacques Lacan y Wolfgang Goethe Sophocles' Antigone repercussions on Wolfgang Goethe and Jacques Lacan Omar Rocha Velasco* Resumen: El presente artículo plantea un recorrido por las conversaciones entre Wolfang Goethe y Johann Peter Eckermann sobre la Antígona de Sófocles, siguiendo los comentarios que Jacques Lacan hace al respecto en su seminario sobre la ética del psicoanálisis, esto lleva necesariamente a comparar las distintas visiones que adoptan, tanto Hegel como Lacan, sobre las preguntas más polémicas para aproximarse a esta tragedia: ¿Por qué castigar a un muerto? ¿Por qué invadir territorios que no corresponden a los atributos humanos? ¿Qué fue lo que llevó a Creonte a lanzar la tremenda prohibición de enterrar a un muerto? ¿Cómo explicar el accionar de Antígona? ¿Qué fue lo que la que la motivó a cuestionar la prohibición de su tío? ¿Qué significación tiene su decisión y morir antes que ceder? 199 Palabras clave: ética, héroe trágico, tragedia, Antígona, Creonte, Sófocles, Goethe, Eckermann, Lacan, Hegel, Steiner, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. [email protected] Revista número 25 • noviembre 2010 * Universidad Católica Boliviana Abstract: This article presents a tour of the talks between Wolfgang Goethe and Johann Peter Eckermann on Sophocles’ Antigone, following the comments made about Jacques Lacan in his seminar on the ethics of psychoanalysis, this necessarily leads to compare the different views that take, both Hegel and Lacan, on the most controversial questions to approach this tragedy: Why punish a dead man? Why invade territories that do not correspond to human attributes? What was it that led to the tremendous launch Creon prohibition of burying the dead? How to explain the actions of Antigone? What was the question that prompted the ban on his uncle? What is the significance of its decision and die rather than surrender? Key words: Ethics, tragic hero, tragedy, Antígona, Creonte, Sófocles, Goethe, Eckermann, Lacan, Hegel, Steiner. ___________________ 1. Revista número 25 • noviembre 2010 200 Dos hombres conversan, uno vive los últimos años de su vida y el otro sigue con pasión la voz de quien considera su gran maestro, los gestos y la actitud nos remiten a lo que fueron las enseñanzas de Sócrates y Cristo. Pura oralidad, ninguno escribió una sola línea, fueron sus discípulos los encargados de difundir esa enseñanza haciéndole una jugarreta al olvido, pergeñando notas, haciendo que la memoria recupere algo de lo que se dijo. Tal la imagen de Johann Peter Eckermann en sus conversaciones con Johann Wolfgang Goethe. La voz del maestro resuena todavía en los oídos del discípulo, pero el peligro de olvido es inminente: para escribir las dos primeras partes tenía “viento a favor” (Goethe había muerto hace poco), dice Eckermann, pero para la tercera parte la voz está callada desde hace muchos años. Sin embargo, es necesario revivir el pasado y mostrar “las grandes ideas y caracteres como montañas lejanas”, es necesario evocar la voz de Goethe, “revivir el curso de las ideas y de las expresiones como si las hubiera oído ayer” (Eckermann, 1920: 6). Difícil tarea, pues se trata de construir un recuerdo, de mirar notas, de poner en marcha esa capacidad humana que mira hacia el pasado, que reconstruye e inventa, que le hace un rasguño al olvido. A Goethe le interesaba todo, la lengua, la política, la ciencia, la literatura, la música, etc. Eckermann comparte momentos gratos junto a quienes frecuentan la casa del gran maestro, es testigo de la fascinación de Goethe por la experimentación con nuevos elementos, como el yodo y el cloro; también es testigo de la construcción y defensa de la teoría de los colores; sigue elucubraciones sobre el mundo antiguo, sobre los grandes hombres chinos, indios, persas, griegos; sigue con atención los complementos y acotaciones a lo que el maestro escribió; y también sueña, sueña que está en una ciudad extranjera y que se encuentra con Fausto y Mefistófeles, ambos absolutamente bellos, uno más viejo que el otro, ambos caminando entre la gente sin hacerles caso. Goethe es la expresión moderna de la confluencia de la ilustración y el romanticismo, es la fascinante figura que hacia el final de su vida conversa con Eckermann, quien durante todos los días de su vida tendrá el recuerdo de esa voz que se apaga: “Calló Goethe. Más yo guardé en mi corazón sus palabras grandes y buenas” (Eckermann, 1920: 334). 2. ¿Cuál fue la lectura que hizo Hegel sobre Antígona? En términos generales podríamos decir que él ve en Antígona el conflicto entre dos formas de derecho: el de la familia y el del Estado. Siguiendo a George Steiner, podríamos decir que Hegel se preocupó por la tragedia desde muy temprano, él y otros pensadores de occidente “vieron en Antígona la presencia suprema que entró en el mundo de los hombres” (Steiner, 1986: 27). Antígona es afín al pensamiento de Hegel, cayó como anillo al dedo, comparable a lo que fueron los poemas líricos y las odas de Hölderlin para Heidegger. Continuemos todavía las consideraciones de Steiner. La generación de Hegel idealizó la antigua Hélade, el filósofo llamó “el doloroso anhelar” al impulso de los modernos por recordar la antigua Grecia. Preguntar filosóficamente era como preguntar a Minerva1. Surge la oposición entre Religión y Estado, “la religión es la nodriza de los hombres y el Estado la madre”, dirá Hegel en 1795. Es en este contexto que surge la primera mención explícita a Antígona. Hegel realza la condición esencialmente social del ser humano, cuestiona, y esto en una discusión con Fichte, la autorrealización moral del individuo. Pone acento en la historicidad y el carácter colectivo de las 1 No olvidemos la famosa sentencia de Hegel: “Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, sino sólo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo” (Hegel, 1968: 37). 201 Revista número 25 • noviembre 2010 La Antígona de Sófocles ha motivado el comentario y la preocupación de formidables pensadores, quizá fue la obra más importante para tratar preocupaciones del pensamiento occidental durante los tres siglos que anteceden al que vivimos. Sin embargo, y a pesar de la riqueza de los comentarios e interpretaciones, todavía quedan discusiones sobre aspectos claves de la tragedia, algunas de ellas están expresadas en las siguientes preguntas. ¿Por qué castigar a un muerto? ¿Por qué invadir territorios que no corresponden a los atributos humanos? ¿Qué fue lo que llevó a Creonte a lanzar la tremenda prohibición de enterrar a un muerto? ¿Cómo explicar el accionar de Antígona? ¿Qué fue lo que la motivó a cuestionar la prohibición de su tío? ¿Qué significación tiene su decisión y morir antes que ceder? He aquí la presentación de respuestas surgidas de las conversaciones de Eckermann con Goethe, exploradas por Jacques Lacan y que cuestionan las aportaciones de Hegel sobre esta tragedia. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 202 decisiones éticas que el individuo está obligado a tomar. Esto genera una contradicción en la conciencia, el hombre no puede alcanzar una posición ética y autoconsciente fuera del Estado. Dichas consideraciones “son los gérmenes de su teoría de la tragedia” (Steiner, 1986: 29), junto al comentario sobre la figura de Abraham. Este personaje bíblico es para Hegel la representación del monoteísmo judaico, “responde a un pathos de alienación”; es la ciega aceptación de dictados morales y racionales que son externos a él. Es el abandono del ser más íntimo del hombre “que se entrega a una trascendencia extraña a él”. Por eso no existe la tragedia en el monoteísmo judaico. En cambio, en el mundo griego la cosa es diferente. El ideal griego está mezclado con la fecundidad de la tragedia, que es el fruto de las concepciones helénicas particulares de ley y castigo. Estas concepciones se fundan en la relación “agonística”, entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre consigo mismo y entre el hombre y los dioses. Lo dicho anteriormente corresponde todavía a una incipiente teoría de la tragedia. Hegel estudia a varias de ellas y su razonamiento en términos generales es el siguiente: todo conflicto supone división de uno mismo, el conflicto y el choque son necesarios para el despliegue de la identidad individual y pública. La vida no puede estar ligada a la división (alejarse de la armonía con la vida es propio del judaísmo), la vida como unidad es en definitiva la meta del hombre auténtico y por eso el conflicto engendra la “culpa trágica” (Steiner, 1986: 27). Durante un tiempo Hegel creyó que esta culpa podía ser superada por el “alma bella”, Cristo o el Hyperión de Hölderlin son un ejemplo, aunque el conflicto y los sufrimientos llevan a la muerte, no acarrean una alienación de la unidad existencial. Luego, Hegel cambia de perspectiva y observa que la autorrealización está en lo heroico, el hombre (o la mujer) heroicos deben pasar por “ese crepúsculo de la mañana que es la conciencia desdichada”. Éste es un momento indispensable para la autorrealización del espíritu en la historia. Es en este punto que aparece la contradicción esencial. Se presenta una polémica entre el hombre como ser estatal y el hombre como ciudadano (motivaciones familiares, económicas y de conservación). ¿Cómo resolver esos dos ejes? Centrando la atención en la tragedia, donde están delineados el conflicto y la resolución. El Estado es considerado por Hegel como Estado de guerra (también puede ser llamado Estado Nación), ser ciudadano es portar el derecho privado. Los impulsos de éste no son guerreros, ni el campo de batalla, ni el sacrificio cívico tienen cabida, sólo la preservación de la fa- milia. El Estado trata de absorber la esfera familiar, pero no lo hace totalmente, porque si lo hiciera destruiría todo aquello que lo alimenta. Las ideas que plantean el conflicto entre el Estado y la familia provienen directamente de la Antígona de Sófocles (Steiner se empeña en mantener a rajatabla esta afirmación, a pesar de las constantes referencias que Hegel hace a las Euménides, de Esquilo). En otras palabras, el conflicto Estado Nación y familia (entre los derechos de los vivos y de los muertos, entre la decisión legislativa y ética consuetudinaria, etc.), tienen que ver con Antígona, porque allí están expuestos estos temas de forma primordial. Este es el marco en el que se desenvuelve la dialéctica de la colisión de lo universal y lo particular, de la esfera del hogar femenino y el foro masculino, de las polaridades de las sustancias éticas que se cristalizan alrededor de valores inmanentes y trascendentes. Todos estos binomios (Hombremujer, Estado-familia, derecho de los muertos-derecho de los vivos, viejos-jóvenes, hombres-dioses, etc.) giran en torno a las consideraciones anteriores. Muchos de los análisis que luego se hacen de esta tragedia parten de tales ideas y logran llevar más agua a ese molino. 3. En el seminario sobre la Ética del Psicoanálisis (1991)2, Jacques Lacan pensó que Goethe estuvo más acertado y advierte que toda la lectura que éste hace de esta tragedia -alternativa a la de Hegel-, parte de una de las conversaciones que mantuvo con Eckermann: 2 El paréntesis hace referencia al año de publicación en castellano, sin embargo, el seminario fue dado del 18 de noviembre de 1959 al 6 de julio de 1960. 203 Revista número 25 • noviembre 2010 “Un individuo no puede cobrar auténtico conocimiento de sí mismo hasta no haberse realizado por obra de la acción” (Ibid: 34). Por eso el ser para Hegel es pura “traducción”, es decir, “despertar en el amanecer de la acción”, “ir de la latencia del yo, del adormecimiento del yo a la acción”. Es en este sentido que la Antígona de Sófocles cobra tanta importancia, su acto existencial es el advenimiento del ser. Obrar no es sólo ocuparse o preocuparse (como en el caso de Ismena, la hermana de Antígona). Obrar equivale a sustancia ética o moralidad. Sustancia ética y ser personal son tautologías para un ser íntegro, para “un espíritu lúcido en sí mismo, para estos hombres lo justo es la sustancia absoluta”. La Antígona leída por Hegel es toda sustancia ética, en ella el espíritu se hace actual, la sustancia ética encarna. Sin embargo, surge una inevitable división, una inevitable polarización. Lo absoluto sufre una división al tener que pasar por la dinámica de la condición humana e histórica. El hombre, por ser medio de esta división, debe sufrir el carácter agonístico de la experiencia ética/dialéctica y debe ser destruido por ella. Esa destrucción es lo que constituye la dignidad del hombre, lo que permite la unificación de la conciencia y el espíritu, “al otro lado de la historia” (Ibid: 35). Entonces adviene la muerte. Universidad Católica Boliviana Goethe, sin duda, rectifica aquello de lo que se trata en Hegel, quien opone a Creonte y Antígona como dos principios de la ley, del discurso. El conflicto estaría ligado entonces a las estructuras. Goethe muestra en cambio que Creonte, impulsado por su deseo, se sale manifiestamente de su camino y busca romper la barrera apuntando a su enemigo Polinice, más allá de los límites dentro de los que le está permitido alcanzarlo –quiere asestarle precisamente esa segunda muerte que no tiene ningún derecho a infligirle. Creonte desarrolla todo su discurso en este sentido y esto sólo basta para precipitarlo hacia su pérdida. Si no está dicho exactamente así, está implícito, entrevisto, por Goethe. No se trata de un derecho que se opone a un deber, sino de un perjuicio que se opone ¿a qué? A algo diferente que es lo que Antígona representa. Les diré qué es, no es sencillamente la defensa de los derechos sagrados del muerto y de la familia, tampoco todo lo que se nos quiso representar como la santidad de Antígona. Antígona es arrastrada por una pasión y trataremos de saber de qué pasión se trata (Lacan, 204 Revista número 25 • noviembre 2010 1960: 306). Sigamos más de cerca los pasos dados por Lacan en relación a la Antígona de Hegel. La conversación de Eckermann y Goethe, a la que se hace referencia, se llevó a cabo el 28 de marzo de 1827. La evocación hecha por Eckermann lleva el sello de esa relación maestro - discípulo que no necesita estar mediada por una clase o un curso formal. Se trata simplemente de la instauración de un espa- cio de conversación en la que uno de los que interviene proporciona algunos libros, que sirven de provocación, a su interlocutor. Y, justamente, todo lo relacionado a Antígona parte de un libro de Hinrichs –un discípulo de Hegel– que Goethe aconseja leer a Eckermann. El libro trataba sobre la esencia de la tragedia antigua y se detenía sobre todo en Edipo y Antígona. Eckermann, como confirmando su virtud de buen conversador, lee cuidadosamente el libro (confiesa que lee también las obras de Sófocles para estar a tono) y emprende el diálogo con Goethe. En principio el gran maestro cuestiona algunos aspectos oscuros del lenguaje de Hinrichs, muestra su molestia por aquellos capítulos que no se dejan entender, “qué dirán los ingleses y los franceses si ni nosotros entendemos a nuestros filósofos” (Eckermann, 1920: 119), le espeta a su interlocutor. Poco a poco van entrando en materia y aparece una primera estocada: Su idea de la familia y el Estado –respondió Goethe– y de los conflictos trágicos que de ellos pueden dimanar es exacta y fecunda, indudablemente; pero no puedo conceder que sea la más justa y mucho menos la única para la tragedia. Sin duda que todos vivimos en familia y en el Estado, y que no es fácil que nos alcance un destino trágico que no nos afecte como miembros de ambas. Sin embargo, podemos ser muy bien personas trágicas, quedando en segundo término nuestra condición de miembros de la familia o del Estado. Porque lo que origina la tragedia es el conflicto in- soluble, y éste puede ser originado en la contradicción de circunstancias de un orden cualquiera, con tal que esté sólidamente afirmado en la naturaleza y que sea genuinamente trágico. La tragedia de Ayax la produce el demonio de la honra mancillada, y la de Hércules, el de los celos amorosos. En ninguno de los dos casos aparece el menor conflicto de afecto familiar o de virtudes políticas (Eckermann, 1920: 120). La conversación continúa y llega al punto exacto que Lacan retoma para plantear su comentario sobre la tragedia de Sófocles. Es decir, el accionar de Creonte y Antígona. [...] Creon no obra por virtud política, sino por odio al muerto. El hecho de que Polinicio tratase de recuperar la herencia de su padre, de la que había sido violentamente desposeído, no constituía tan inaudito crimen contra el Estado que no fuese suficiente pena contra él la muerte y hubiese que exigir también el castigo del cadáver inocente. Finalmente, Goethe plantea una duda filológica a Eckermann. Piensa que la última parte de la tragedia en cuestión, esa en la que Antígona justifica sus acciones diciendo que las hizo porque se trataba de su hermano (no lo hubiera hecho por su hijo, si fuese madre, ni por su marido si fuese esposa), era falso, muy rebuscado y artificioso. Esta duda confirma que realmente Goethe concebía que la tragedia iba por otro lado, que no apuntaba a esa relación de parentesco o a la reflexión moral, como pretende Hegel. Yo no me opongo –dijo Goethe– a que un poeta dramático se proponga ejercer un efecto moral; mas para tratar de hacer desfilar clara y eficazmente el argumento de su obra ante los ojos del espectador, de poco pueden servirle sus objetivos morales. Lo que necesita es una gran capacidad de exposición y un gran conocimiento de la escena para saber qué es lo que tiene que hacer. Si en el argumento incide un efecto moral, éste aparecerá aunque el poeta sólo se haya ocupado de desarrollarlos con eficacia y arte. Y un poeta que posea un alma tan grande como la de Sófocles producirá un efecto moral haga lo que haga. Además, 3 Ponemos los nombres tal cual aparecen en la edición en español con que contamos. 205 Revista número 25 • noviembre 2010 En general, nunca debiera llamarse virtud política a un proceder que va contra la virtud en general. El que Creon prohiba que Polinicio sea sepultado, con lo cual no sólo determina que el cadáver putrefacto envenene el aire, sino que es causa de que perros y aves de rapiña arrastren trozos arrancados al muerto, profanando con ellos hasta los mismos altares, este proceder que ofende a los hombres y a los dioses no sólo es virtud de Estado, sino un verdadero crimen de Estado. Además contra él están cuantos intervienen en la obra; están contra él los ancianos que forman el coro, lo está el pueblo en general; está contra él Tiresias, y hasta su propia familia está contra él. Mas él no escucha nada, sino que sigue su camino criminoso hasta que consigue aniquilar a todos los suyos y hasta que él mismo, al final, ya no es sino su sobra (Eckermann, 1920: 122)3. Universidad Católica Boliviana Revista número 25 • noviembre 2010 206 Sófocles conocía la escena y dominaba el oficio tan bien como cualquiera (Eckermann, 1920: 124). Lacan le da mucha importancia al pasaje final en el que Antígona justifica sus actos haciendo referencia a su relación fraternal con Polinice. Resalta, sobre todo, la capacidad de lectura y anticipación de Goethe, pues este pasaje ha intrigado, e intriga todavía, a los comentaristas de Antígona, y en muchas ediciones es considerado como una interpolación indigna de ser incluida en el texto de Sófocles. En definitiva, Lacan encuentra el camino que le permite ver más allá de Hegel. Respecto al pasaje que provoca la duda filológica de Goethe, Hegel lo considera, más bien, de vital importancia. Muestra que la relación hermano-hermana es una relación privilegiada en el seno de la familia. Son la misma sangre, cosa que no acontece entre marido y esposa. “Entre ellos no hay impulso sexual, o si lo hay (Hegel admite implícitamente esta posibilidad), ha quedado superado” (Steiner, 1986: 36). La relación entre padres e hijos está sellada por el egoísmo. Los padres buscan en los hijos la continuidad de su ser. “Hermano y hermana se hallan uno frente al otro en la desinteresada pureza de la libre decisión humana. Su afinidad trasciende lo biológico para hacerse electiva”. La mirada que tiene Antígona hacia su hermano pasa al plano ontológico. En la muerte, los varones de la familia pasan nuevamente al cuidado del seno femenino. Es un retorno al hogar, un retorno a la primigenia custodia femenina. Desde este punto de vista, los ritos de entierro son tarea particular de la mujer. Esta tarea le corresponde a la hermana si no están presentes la madre o la esposa. Por eso el “acto de Antígona es el más sagrado que pueda cumplir una mujer” (Ibid.). En la tragedia que venimos trabajando, el Estado no quiere renunciar a la autoridad sobre el muerto. En muchos casos el Estado es el que se encarga de los muertos, les rinde honores, los hace héroes, etc. Pero en el caso de Polinices, el Estado, representado por Creonte, va más allá de sus propios límites, le quita la posibilidad de volver a la tierra, a la custodia de los dioses domésticos, le priva de volver a la negatividad otorgada por la mujer. El Estado transgredió el derecho de los muertos y por eso surge el conflicto. La dialéctica de la colisión de lo universal y lo particular, de la esfera del hogar femenino y del foro masculino, de las polaridades de sustancias éticas tales como se cristalizan alrededor de valores inmanentes y trascendentes, se concreta ahora en la pugna entre el hombre (Creonte) y la mujer (Antígona) por el cuerpo del muerto (Polinices). El mero hecho de que se entable semejante pugna define la culpabilidad de la mujer a ojos de la Nación-Estado (Ibid.). El castigo de Creonte es político, la acción de Antígona es ontológica. Puestas así las cosas, cabría decir que Antígona alcanza un vuelo mucho más alto que el de Edipo, o que el de cualquier personaje trágico que es presa del destino. Aceptar el destino es lo que les pasa a los personajes trágicos. Antígona, en cambio, asume su propia suerte, ella es plenamente consciente de su acción, aun antes de plantearse una aceptación de su destino. “Antígona posee una comprensión de la calidad de su propia culpa que Creonte no posee”. Es cierto que Antígona eleva al más alto rango la relación familiar con su hermano. La significación de este pasaje puede encontrarse en un intento de fusión que ella busca en la muerte. El hermano es irreemplazable porque la matriz común ha desaparecido (en la tragedia de Sófocles, Yocasta está muerta, otras versiones la consideran todavía viva). La elección de Antígona implica quedar muerta junto a su hermano, es una fusión que hace de dos, uno. 4. Para Aristóteles la estructura de la tragedia en general es básicamente la misma y Lacan sitúa a Antígona de Sófocles en el “punto de mira que define el deseo”4. ¿Cuáles son las razones? En primer lugar, Antígona nos liga a la turbación, algo de ella nos intranquiliza, y esa intranquilidad está dada por un elemento fundamental: la muerte. Efectivamente, el castigo que Creonte impone a Antígona es el de la muerte. Pero no se trata de una muerte cualquiera, sino una “segunda muerte”, la muerte en vida, la vida que vive la muerte, “ella que, en vano, tratara de efectuar un doble entierro al hermano, precisamente ella recibe la tumba que hubiera querido para Polinices”. En segundo lugar, Antígona fascina por su belleza. Lo bello, para Lacan, no es un valor estético –que más que nada estaría dado por un consenso, por una norma social, al igual que el bien. La función de lo bello es más compleja que una apreciación. Ciertamente, lo bello tiene relación con el deseo, una relación ambigua, ya que lo bello, en realidad, tiene como función suspender, disminuir, desarmar el deseo (Ibid: 287). 4 No olvidemos que para Lacan, en los momentos del desarrollo de este seminario, la revelación del carácter decisivo del ser humano, el lugar donde se sitúa el deseo, es en la relación del hombre con el significante. 207 Revista número 25 • noviembre 2010 Desde la perspectiva de Lacan, que sigue muy de cerca a Goethe, Antígona nos muestra un límite. Si se supera este límite estamos ante algo irreversible, algo que no puede dar vuelta atrás. Es un más allá de la desgracia que convierte a Antígona en un ser sin compasión ni temor. Antígona entra entonces en una zona que la sitúa entre dos muertes: muerta simbólicamente (no realmente, porque será enterrada viva) y en esa tierra de nadie desde la que ella profiere la misma frase que su padre Edipo: ¡no haber nacido! La vida es aborrecible para Antígona, no es adorable, sólo puede ser pensada desde ese límite donde ella perdió ya la vida, donde ella ya está más allá, pero desde allí ella puede verla, vivirla bajo la forma de lo que está perdido. Por eso Lacan retoma la tragedia, permite acercarnos a este límite con el que tiene que vérselas el psicoanálisis como experiencia que obra con el deseo. Universidad Católica Boliviana Antígona, pues, “fascina con su brillo insoportable, con lo que tiene, que nos retiene y que a la vez nos veda en el sentido en que nos intimida; en lo que tiene de desconcertante esta víctima tan terriblemente voluntaria” (Ibid: 298). Éste es el atractivo que hace presente el verdadero alcance de la tragedia, este lado de la turbación, el lado que Aristóteles supo mostrar al guiarnos por la tragedia a partir de las dos pasiones que la caracterizan: temor y compasión. Es a través de estas pasiones que somos purgados –catarsis– como espectadores, esa purificación se da justamente por intermedio de una imagen entre otras: la de Antígona. La imagen de Antígona se impone ante todas las otras imágenes. Todas las demás imágenes parecen desvanecerse ante ella, todas se reducen, pierden su brillo ante ella. ¿A qué se debe? Justamente a la belleza de Antígona. Ella extrae su brillo de ese lugar, del lugar de la belleza que el Coro supo destacar. Antígona es la guardiana de ese límite, frente a la potencia aniquiladora de la ley de la ciudad ella se erige cuidando un más allá5. El límite no se puede franquear sin lesionar el sentido mismo de lo humano, por eso es que Antígona es tan importante para los psicoanalistas. Revista número 25 • noviembre 2010 208 Antígona representa al héroe de la tragedia. Ella sufre el horror del suplicio, ser enterrada viva, estar entre la vida y la muerte. “El tercio central de la obra está centrado en la apofanía detallada que se nos da de lo que significa la posición, la suerte de una vida que 5 El límite nos muestra siempre que hay un más allá. va a confundirse con la muerte cierta...”. Por otro lado, cuando Antígona evoca al hermano irremplazable (evocación que hace Lacan de Goethe), es la indicación más clara y rigurosa en cuanto al carácter intransigente y pasional que caracteriza a Antígona. Antígona es el único héroe trágico de la obra: su pasión6 es absoluta, es un ser inflexible, inhumano, que ‘sale de los límites humanos’; pero sobre todo..., es la única que se sitúa, hasta el final, más allá del temor y la piedad (Lacoue-Labarthe, 1997: 26). Éste es el gran aporte de Goethe y la inversión que hace sobre esta heroína trágica: Antígona no es víctima de la hamartía7, como Creonte, ella es víctima de la hibrys8. Está, pues, más allá. En cambio Creonte, que podría representar al héroe –por querer honrar a quien defendió la patria y deshonrar 6 El término es romántico por excelencia, nos conduce a cierta inclinación desmedida por una cosa; a una afición vehemente que llega incluso a subyugar al que la padece y que puede llegar a expresarse en el cuerpo como enfermedad o desorden. La pasión tiene que ver, cómo no, con el sufrimiento, de allí su inevitable relación con los tormentos que Jesucristo padeció por redimir al género humano. Por último, la pasión se une a la acción –a pesar de la inicial posesión de la que es objeto el sujeto– y a la muerte, sobre todo, a aquella de los nervios, que fue la que padecen y padecieron los apasionados. 7 Hamartia, del griego “error”, es un error de juicio cometido por un héroe trágico. Mientras que las intenciones de los personajes y los defectos personales desempeñan un papel central en este proceso, hamartía se refiere específicamente a la acción errónea del personaje. Este error puede ser el resultado de una falta de conocimiento o defecto moral y por lo general trae consigo la tristeza, la caída o la muerte del héroe. Los resultados de hamartía suelen ser lo contrario de las expectativas del personaje. (http://www.lular.info). 8 Uno de los conceptos fundamentales en la configuración de la poética de la tragedia griega clásica es el de hybris: orgullo, altanería, insolencia, soberbia, impetuosidad, inquietud, arrebato, ultraje, violencia, desenfreno, empecinamiento, daño (http://www.dramateatro. com). a quien no–, no hace más que caer en lo que se llama la hamartía o el error de juicio. Error de juicio en tratar de hacer cumplir su voluntad y propagarla como ley pensando lograr el bien de todos, pero que, sin embargo, es una ley injusta, soberana, incuestionable, que rebasa todo. Sin embargo “...el bien no podría reinar sobre todo sin que apareciese un exceso real sobre cuyas consecuencias fatales nos advierte la tragedia” (Lacan, (1960): 310). Creonte, finalmente, se deja guiar por el temor, por eso no es heroico. En realidad, él desea el bien, responde a su vocación política, al cargo por el que debe a la comunidad (a la polis). Por ello su edicto tiene la forma kantiana y habla con el lenguaje de la razón práctica: no se puede honrar de la misma manera a los que defendieron a la patria y a los que la atacaron. Desde el punto de vista kantiano se trata de una máxima que puede ser dada como regla de razón con valor universal (Lacoue-Labarthe, 1997: 26). De esta manera se revela que la tragedia es la principal objeción a la ética del bien, pues muestra que “el bien no podría reinar sobre todo, sin que aparezca un exceso de cuyas fatales consecuencias ella nos advierte” (Lacan, 1991: 354). Efectivamente, algo queda siempre fuera del bien y de lo bello, fuera de la ley, siendo un campo donde el que incurre, comete una falta a esa ley, pero tal vez sin cometer un error de juicio. Referencias bibliográficas 1. Aparicio, Agustín, Néstor Braustein y Frida Saal (compiladores). 1988. “Un diván para Antígona”. En: A medio siglo del malestar en la cultura de Sigmund Freud. México: Siglo XXI. 2. Aristóteles. 1963. Poética. (Traducción del griego por Francisco de P. Samaranch). Madrid: Aguilar. 3. Eckermann, Johann Peter. [1822-1832] 1920. Conversaciones con Göethe en los últimos años de su vida, Tomo III. Madrid: Calpe. 4. Guyomard, Patrick. 1997. El goce de lo trágico: Antígona, Lacan y el deseo del analista. Buenos Aires: Ediciones La Flor. 5. Hegel, Georg Wilhelm. 1954. Estética. El Ateneo. Buenos Aires. 6. ------------ 1968 Filosofía del Derecho. Editorial Claridad. Buenos Aires. 7. Lacoue-Labarthe, Philippe. 1997. “De la ética: a propósito de Antígona”. En: Varios. Lacan con los filósofos. México: Siglo XXI. 8. Lacan, Jacques. [1960] 1991. La ética del psicoanálisis: Seminario 7. Paidós. Buenos Aires. 9. Steiner, George. 1984. Antígonas: una poética y una filosofía de la lectura. Barcelona: Gedisa. http://www.lular.info/a/idioma/2010/09/Que-es-Hamartia.html (fecha de consulta 11/10/2010). http://www.dramateatro.com/joomla/index.php?option=com_content&view=article&id=77:hybrisy-castigo-en-la-tragedia-y-la-historiografia-griegas&catid=5:ensayos&Itemid=9 (fecha de consulta 11/10/2010). Revista número 25 • noviembre 2010 Internet 209 Política editorial de la revista Ciencia y Cultura Ciencia y Cultura es una revista de la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” (La Paz-Bolivia) que salió por primera vez en 1997. Se publica semestralmente, en junio y diciembre. Su objetivo es difundir, en números monográficos, los trabajos de investigación en ciencia, cultura y arte, que son de interés de la UCB. En ocasiones, la revista publica los resultados de seminarios o jornadas que organiza la Universidad para el debate de temas específicos de actualidad, con la colaboración de especialistas invitados. El Departamento de Cultura de la UCB, responsable de la edición y elaboración de la revista, invita, para cada número, a especialistas académicos a formar parte del Consejo Editorial, de acuerdo al tema monográfico. La revista cuenta con su propio registro ISSN. Envío de textos: Los artículos deben ser enviados a los siguientes correos electrónicos: [email protected] [email protected] Asimismo, se los puede remitir en un medio magnético a: Departamento de Cultura y Arte Universidad Católica Boliviana “San Pablo” Avenida 14 de septiembre 4807, esq. Calle 2 Obrajes, La Paz- Bolivia o en su defecto a: 211 Revista número 25 • noviembre 2010 Departamento de Cultura y Arte Universidad Católica Boliviana “San Pablo” Avenida 14 de septiembre 4807, esq. Calle 2 Obrajes, La Paz- Bolivia Casilla 4850 La Paz- Bolivia Universidad Católica Boliviana Normas de aceptación de trabajos Los trabajos enviados tienen que ser originales e inéditos y no deben encontrarse en proceso de evaluación en otro medio de difusión. El autor cede los derechos de propiedad del artículo sólo hasta que lo publica la revista, por lo que tiene total libertad para usar su trabajo en nuevas ediciones o en otros medios de difusión. Los artículos deberán ser enviados en versión impresa y electrónica, siguiendo las siguientes normas: Extensión entre 12 y 20 páginas (un máximo aproximado de 10.000 palabras). Formato de letra Times New Roman, 12 puntos e interlineado sencillo. Referencias bibliográficas y notas de acuerdo a la normativa MLA, numeradas y en orden alfabético. 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La evaluación atiende a aspectos tales como la originalidad del artículo, la calidad académica, la relevancia, la metodología y la literatura de sustento. REVISTA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” ∙ Nº 25 ∙ NOVIEMBRE DEL AÑO 2010 Avenida 14 de septiembre N° 4807, calle 2 de Obrajes www.ucb.edu.bo • [email protected] La Paz, Bolivia ISSN: 2077 - 3323 Nº 25 NOVIEMBRE AÑO 2010 ARTÍCULOS Y ESTUDIOS IDEAS Y PENSAMIENTOS En este número: Lecturas bolivianas: entre la crítica y la creación CIENCIA Y CULTURA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” REVISTA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA BOLIVIANA “SAN PABLO” ISSN: 2077 - 3323