Curso de Historia Nacional

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A D V E R T E N C IA
L a m ay o r p a rte del c en ten a r de m apitas h istó rico s que a d o rn ab an el texto
de las ediciones a n te rio re s, desde m uchos años a trá s, y que se reproducen
en la p resen te, con o tro s 16 que a p arecen p o r p rim era vez, son originales,
ideados y tra z a d o s p o r el a u to r, quien se h a visto obligado a h a c e r esta
m anifestación p o r la c irc u n stan c ia de h ab er sido plagiados la m ayor parte
de ellos p o r a lgunos au to res.
A L F R E D O B. G R O S S O
PROFESOR NORMAL
Queda hecho el depósito que mar­
ca la ley y registrada la propiedad
literaria y la artística (todos los
grabados que se encuentran en
esta obra). — L ey 11.723.
C U R S O D E HISTORIA
N A C IO N A L
DEL
M ISM O
AUTOR
EDICION
N ociones de H istoria Nacional .....................................................
H istoria A rgentina y Americana (época colonial). Para el
Curso de 3er. año de los C olegios N acionales y Escuelas
N orm ales ..................................................... ..........................................
NUEVAMENTE REFORMADA
Y AUMENTADA
CASA CALDER1NI
VILLA C O N STITU C IO N - f.C . I. I.M .
9
BUENOS
AIRES
DISTRIBUIDOR EXCLUSIVO: EDITORIAL CRESPILLO
BOLIVAR 369
19 49
DOS
P A L A B R A S
E l presente libro de texto aparece, después de numerosas ediciones
ininterrumpidas, a los cincuenta y cuatro años desde que fuera publicada
la primera edición en 1893.
Egresado, en 1889, de la Escuela N orm al de Profesores de la Capital
_v designado para desempeñar el cargo de maestro en la Escuela de
Aplicación anexa a aquélla, , esta circunstancia nos indujo a preparar una
serie de lecciones de historia argentina con el único propósito de que
ellas nos sirvieran de guía para la enseñanza de esta asignatura. Tres
años después fueron publicadas en un pequeño libro de 120 páginas, que
llevaba como fecha el año 1893. Este texto, con el título de “ N O C IO N E S
D E H IS T O R IA a r g e n t i n a " , destinado a los primeros grados de la
enseñanza elemental, fu é mejorado varias veces, y modificado, algunos
años después, hasta transformarlo en un texto del todo nuevo y original
por la disposición de las láminas que acompañan a las lecciones. E n
estas láminas, que comprenden unas 300 composiciones, están represen­
tados gráficamente los principales acontecimientos de nuestra historia. A l
final del libro fueron agregadas algunas indicaciones acerca de la manera
de utilizarlo.
Enviado este texto, por intermedio del Comité argentino, a la E x ­
posición Internacional de California de 1915 (Sección Educación), cele­
brada con motivo de la inauguración del canal de Panamá, se discernió
al
autor una medalla de oro.
Sobre la base del texto primitivo, y casi al mismo tiempo que éste,
aparecía el C U R S O D E H IS T O R IA N A C IO N A L , m uy ampliado, y con nu­
merosas ilustraciones y el agregado de algunos capítulos referentes al
comercio, a las industrias nativas, a los medios de comunicación y de
transporte, cuestiones, éstas, que no habían sido consideradas todavía
•’a los textos elementales de aquel tiempo.
Transformado y mejorado, también varias veces, el C U R S O D E H I S ­
N A C I O N A L , lo presentamos ahora notablemente ampliado. y
adaptado a los cursos de la enseñanza media.
T O R IA
M ON U M EN TO A COLON
E rig id o en B uenos A ires p o r la colectividad italian a en hom enaje al
C en ten ario de la R evolución
Mantenemos ampliado, el capítulo L E C T U R A S P R E L I M I N A R E S
Por considerar de necesario conocimUnlo todo lo que en dicho capítulo
está expuesto, con el fin de que el lector, sea o no estudiante, se form e
una idea suficientem ente clara d i la época durante la cual se preparó y
realizó el gran acontecimiento del descubrimiento de América.
Siem pre hemos tenido el cuidado de que la exposición fuera no sólo
clara sino también que se adaptara a la mentalidad de los alumnos. El
resultado fu é un éxito, desde los primeros años, que ha perdurado, sin
interrupción alguna hasta el presente.
Durante tan largo tiempo, siempre nos acompañó la opinión favorable
de los maestros, a los que consideramos como los más capacitados para
aquilatar las cualidades didácticas de un texto, ya que están en contacto
directo con quienes deben utilizarlo, que son sus alumnos.
A l publicar la presente edición creemos oportuno agregar algunas
palabras recordatorias como homenaje; a la memoria de don Francisco
Fortuny, pintor bien conceptuado, que se distinguió por su colaboración
artística en cuantas revistas ilustradas existieron en el país desde fines
del siglo pasado, quien se había especializado en la ilustración de cen­
tenares de episodios militares y costumbres del pasado, referentes a la
historia argentina. Fué el ilustrador de nuestros textos, y es por ello
que lo recordamos, como asimismo al exim io dibujante, también falle­
cido, don Ernesto Rovati, por los nítidos retratos y la casi totalidad
de los mapitas realizados a pluma.
Abrigam os la esperanza de que la presente edición, encontrará, entre
los maestros, profesores y estudiantes, la misma aceptación que siem­
pre le fu é dispensada durante un lapso tan largo como es el de cin­
cuenta y cuatro años.
A . B. G.
Buenos Aires, febrero de 1947.
LECTURAS
PRELIMINARES
E uropa al fin a liz a r el siglo XV
Al finalizar el siglo X V , y a asegurado y robustecido el poder
abso lu to de los reyes, com o consecuencia del som etim iento de m illares
de señoríos, se constitu y ero n en E u ro p a varias m onarquías que, m ás
tard e, dieron origen a o tra s ta n ta s naciones m odernas. (!)
Francia. — R einando L uis X I, éste había conseguido som eter a
num erosos señores feudales y dar unidad a sus dom inios, constituyendo
una m o narquía poderosa. Su com ercio, sin em bargo, era escaso y la
m arina era tam bién de poca im portancia. L a población, al finalizar el
siglo X V , alcanzaba tan sólo a cinco m illones de habitantes.
Alemania. — E stab a dividida en varios centenares de pequeños
estados cuyos señores se ocupaban solam ente de sus intereses particu­
lares y de g u errear co n tin u am ente entre sí. E l em perador ejercía, en
realidad, un poder tan sólo nominal.
A unque su com ercio, p rincipalm ente en F landes y en H olanda,
tenía destacada im p o rtan cia, así com o su m arina, ésta no era tan ta
com o para p erm itirle la realización de grandes em presas, en países
lejanos y desconocidos.
Inglaterra. — D espués de una larga, sangrienta y desastrosa gue­
rra civil, llam ada de las D os Rosas (1455-1485), In g la te rra logró
consolidar la paz in terio r y realizar la unidad con la m onarquía
absoluta. E n aquella época tenía pocas industrias y una m arina insig­
nificante todavía. Su población, excluyendo a E scocia, llegaba a un
m illón y m edio de h abitantes.
N o se encontraba, pues, In g laterra, en condiciones p ara organizar
em presas m arítim as destinadas al descubrim iento de nuevas tierras.
España. — T ra n scu rrid o s casi ocho siglos de luchas con los m o­
ros, E sp añ a había conseguido expulsarlos definitivam ente de la pe­
nínsula con la tom a de G ranada (1492). M ediante el m atrim onio de
11)
C onvendría que e l pro feso r diera u n a idea de la época del feudalism o.
doña Isabel de C astilla con el príncipe F trn a n d o d e A ragón, al ocupar
cada uno de ellos su tro n o respectivo, quedó realizada la unidad na­
cional (1479). D esde ese m o m en to el p o d er m arítim o de E sp añ a se
fué acrecentando, así com o su com ercio, que llegó a u n alto grado
de im portancia a la par de sus n um erosas industrias.
E ran apreciadas las telas de seda de G ranada, T oledo, V alencia,
Sevilla y de otras localidades, pues que con tab an con la m orera, cuyo
cultivo perm itía la cría del gusano p ro d u cto r de la
seda.
L anas finas se trab ajab an en las provincias de Segovia, Cuenca
y E x trem ad u ra.
L as ferias que se realizaban en T oledo, Sevilla, Segovia, Burgos
y M edina del Cam po, daban vida a un activo com ercio en toda la
región central de la Península.
Sevilla y B arcelona eran p u erto s de g ra n actividad en el M edi­
terráneo, y a ellos co ncurrían barcos p rocedentes de In g laterra,
Francia, Genova, P isa, V enecia, así como de A lejan d ría y T únez.
L os reyes de A ragón, aun an tes de la unión de este reino al de
Castilla, habían extendido ya sus dom inios a las islas de Sicilia y
de C erdeña, y, m ás tarde, al reino de N ápoles.
E spaña, en ese tiem pp, había conseguido colocarse en el ran g o de
una nación p reponderante en el concepto europeo.
Su población era entonces de quince m illones de hab itan tes.
P o rtu g al. — P o r su situación sobr-e el A tlántico, consiguió alcan­
zar una im portancia tal que rivalizaba con E sp añ a. A l im pulso dado
a sus em presas m arítim as, con el concurso de un crecido núm ero de
expertos navegantes, portugueses algunos, y ex tran jero s otros, debió
el hallazgo de varias islas en el m ar océano, y la ocupación de no
pocas regiones de las dostas occidentales de A frica, an tes todavía
del descubrim iento de A m érica.
Italia. — La península itálica ocupaba en E u ro p a el p rim er rango
por el esplendor de su cultura; pero estaba dividida en num erosos
pequeños estados independientes, a m enudo rivales, p o r las continuas
luchas arm adas, que im pidieron la form ación de una nación unida y
fuerte. E n tre estos estados sobresalían las pequeñas repúblicas de
G énova y V enecia cuyas flotas con tab an m illares de barcos que se r­
vían a la m ayor p arte del com ercio con los pueblos de oriente.
Su im portancia, sin em bargo, decayó a p a rtir del año 1453, con
la caída de C onstantinopla en poder de los turcos. E stos, desde
entonces, constitu y ero n un g ran peligro p a ra los estados italianos
a los que obligaban a perm anecer en un continuo estado de defensa,
y esto no les perm itía distraer fuerzas en em presas m arítim as lejanas.
*
* *
Cabe, pues, afirm ar que E sp añ a y P o rtu g a l eran los países que,
al finalizar el siglo X V , co n tab an con m ás elem entos p ara em prender
la búsqueda de nuevas tierra s en m ares distantes y desconocidos.
Idea gen eral de la civ iliza ció n del v ie jo m undo
en el siglo XV
La instrucción - Universidades - La imprenta
D u ran te la m ay o r p arte de la E dad M edia la instrucción del
pueblo había sido com pletam ente descuidada y, por ello, la igno­
rancia de las gentes fué m uy grande. L a enseñanza prim aria, red u ­
cida a la lectura, escritu ra y algo de aritm ética, se im partía, casi
exclusivam ente, en las iglesias y conven­
tos. E n el orden superior de co nocim ien­
tos, el adelanto se había acentuado en los
principales países, y la im prenta, así como
la preparación del papel, contribuyeron
de m anera eficiente a la difusión de los
conocim ientos por m edio del libro im ­
preso.
M uchos eran los cultores de la cien­
cia, así com o los sabios, y a su form a­
ción contribuyeron las universidades. Así,
en E spaña, ya en el siglo X I I I , existían
las de Salam anca y de V alladolid y, m ás
tarde, se fundaron las de L érida, V a­
lencia, H uesca, A lcalá de H enares y
B arcelona.
Imprenta. — Los libros, en aquella época, an tts de la invención
de la im prenta, se escribían a m ano (m anuscritos) sobre pergam inos
(hojas p rep aradas con piel de carnero u o tro anim al). P o r esta
circunstancia la p roducción de
libros era escasa y m uy costosa.
P a ra la obtención de m uchas
copias se ideó g rab a r las letras
en una p lancha de m adera, de
modo que de cada una de és­
tas se obtenía una página im ­
presa (xilo g rafía). E sto sig ni­
ficó ya un g ran p rogreso.
Ju an G uttenberg, en 1438,
in tro d u jo una g ra n m e j o r a :
im aginó las letras sueltas, p er­
m itiendo, así, colocarlas unas al.
G u ten b erg y la im p ren ta
lado de o tras para fo rm ar las
palabras que -se quisiesen. E stas m ism as letras servían para im prim ir
o tro s libros. G u tten b erg no fué solam ente el inventor de los caracteres de im prenta m ovibles, sino tam bién de la prensa para im prim ir.
Fué, pues, el verdadero inventor de la im prenta.
E ste invento tuvo g ra n trascen d en cia puesto que facilitó la im ­
presión de m uchos libros de toda clase, ab aratan d o su costo y po­
niéndolos al alcance de un nú m ero m uchísim o m ay o r de personas,
las que, así, podían instruirse. E l p rim er libro im preso con caracteres
sueltos, fué una B iblia (1455).
Las ciudades
A p a rtir del siglo X I, debido en g ra n p arte al desarrollo de las
industrias y del com ercio, las ciudades readquirieron la im p o rtan cia
que habían perdido. T od as estaban rodeadas de m urallas, con to rres,
y una o m ás puertas fortificadas que p erm anecían cerradas d u ran te
la noche. L as calles eran ex trem ad am en te angostas, y e sto respondía
al propósito de dificultar, en tiem pos de g u erra, la e n trad a del ene­
migo.
Sobresalían por su gran d io sid ad las iglesias, los edificios públicos
y m uchos palacios particulares, no tab les p o r su arq u ite c tu ra y su
lujo interior. E n éstos se celebraban fiestas espléndidas con un lujo
deslum brante.
L as autoridades de la ciudad residían en un palacio del que se
elevaba una torre, m ás o m enos alta, que se distinguía desde m uy
lejos, y que servía de observ ato rio para poder an u n cia r con sufi­
ciente anticipación la presencia de fuerzas enem igas o cualquier o tro
peligro.
D urante la noche, después del toque de oración, las ciudades que­
daban sum idas en un silencio p ro ­
fundo. N adie salía a la calle sino
p o r necesidades im periosas, pues
, era m uy peligroso hacerlo, p or no
existir alum brado alguno. Los que
se av en tu rab an a salir llevaban una
lin tern a p ara alu m b rar el camino.
E n algunas ciudades existían pa­
trullas que, llevando an to rch as, re ­
co rrían las calles p ara p erseguir a
los m alhechores. ( x)
E n el h o g ar se usaba, a fines
del siglo X V , y por varios siglos
m ás, lám p aras alim entadas con
aceite (candiles) y tam bién velas
de sebo y de cera. E n los palacios
y en to d a casa de personas p u ­
dientes, se usaban candelabros y
a rañ as de m etal de m ucho m érito
P a tru lla n o c tu rn a .
artístico
(1) Los prim eros ensayos de ilum inación pública se hicieron en P a rís en 1524,
ordenandos** que toda c sn U n ie se en • u fren te un farol encendido.
K-i Ma rid no se estableció el alum brado público ha ta 1766 d u ran te el reinado
del pio g re sista C ar'o s I I I . Se a .optó un tir'o de recip ien tes de tie rra cocida, y,
d en tro de ellos, g ra sa o aceite, y una m echa de hilos de algodón.
Las armas de guerra
E n la antigüedad las batallas no eran sino un entrevero de
com batientes, una vez em pezada la lucha, puesto que cada soldado
tenía a su frente uno o m ás adversarios a los que debía m atar,
resultando, así, una lucha cuerpo a cuerpo. A este fin se hacía uso
de hachas, espadas, dagas, lanzas, alabardas, etcétera.
P a ra luchar a distancia, las arm as adecuadas eran : la honda,
p ara lanzar piedras pequ eñ as; el arco, para disparar flechas; la
ballesta, que no era sino un arco de g ran poder cuya cuerda había
que e stira r con un ap arato adecuado provisto de una m anivela.
Con la ballesta se podía lanzar fiecrhas o
dardos a g ra n distancia (pág. 10). L os balles­
teros llegaron a ser tan hábiles que, a pesar
de existir ya las prim eras arm as de fuego,
llam adas culebrinas, preferían la ballesta. Con
ella se podía m a ta r a un hom bre a 200 pasos
de distancia.
Las armas de fuego. — La aplicación de la
pólvora a las arm as de combate fué de conse­
cuencias tales que hizo cambiar por completo
las condiciones del arte de la guerra.
Contrariam ente a lo que podría creerse, la
primera aplicación de la pólvora se hizo a ar„
m as pesadas y que debían apoyarse en el
C
h lT r e Cy0mcablnoPara suf °
X I V >- Sc «»“ aban bombardas
o lombardas (F ig. 6).
Los castillos, edificados siem pre en sitios elevados y casiinacce­
sibles, dejaron de ser inexpugnables, puesto que podían atacarse desde
lejos m ediante el em pleo de las bom bardas, cada vez m ás perfeccio­
nadas. L as prim eras bom bardas se
hicieron de m ad era; pero, m ás ta r­
de, se utilizó el hierro, disponiendo
b arras de este m etal en form a an á ­
loga a la colocación de las duelas
de un tonel, sujetas p o r m edio de
anillas. E l poder de esta arm a era
escaso po rq u e las balas, que en un
principio eran de piedra, al chocar
c o n tra los m uros de las fo rtifica­
ciones, se p artían en fragm entos.
Se necesitaba tan to tiem po para la preparación de cada tiro que
sólo se podía efectuar un núm ero reducido de ellos por día. P o ste­
riorm ente, las bom bardas se hicieron de hierro fundido. Se disponían
sobre un arm azó n de m adera, fijo al principio, (F ig. 6), y m ás tarde,
sobre ruedas.
L a prim era vez que se hizo uso de bom bardas en batalla cam ­
pal, fué en 1346. L as usaron los ingleses co n tra los franceses en la
batalla de C récy, y su eficacia fué casi nula.
— 10 —
—
11 —
L a fig. 8 rep resen ta un pequeño cañ ó n llam ado {aleónete. E n
la p arte po sterio r á se aju stab a una pieza
llam ada recám ara, que
contenía la carga. L a aguja b se introducía en la ab e rtu ra b’ para
su jetar la recám ara.
N o hacía m ucho tiem po que estaban en uso las bom bardas,
cuando se pensó fabricarlas de pequeño tam año y portátiles, na­
ciendo, así, la bom barda de m ano y la espingarda. (V er pág. 10).
P rim e ra aparición de bom bardas en cam po a b ie rto . A ño 1346.
E ra n , estas arm as, sim ples tubos de hierro con un agujero en
el fondo (oído) p ara hacer fuego m ediante una m echa encendida co­
locada en él, en con tacto con la pólvora.
L a espingarda era un arm a incóm oda, pues generalm ente se
necesitaban dos hom bres para aten d erla: el que la sostenía y a p u n ­
taba, y el que aplicaba la m echa para encender la pólvora. Se usaron
las espingardas d u ran te la m ay o r p arte del siglo XV.
Las espingardas perfeccionadas dieron origen a las culebrinas,
y éstas, a su vez, al arcabuz, que se debió a E spaña, y fué el arm a
prep o n d eran te al finalizar el siglo X V , y de todo el X V I. Los
soldados que com batían con el arcabuz eran llam ados arcabuceros.
— 13 —
D el arcabu z se pasó al mosquete (arcabuz perfeccionado). P ara
hacer uso del arcabuz y del m osquete era necesario ap o y ar el arm a
sobre una horquilla para ap u n ta r y encender la m echa (pág. 10).
E l fusil de chispa es de la segunda m itad del siglo X V II. H a ­
cia el año 1700 desalojó definitivam ente al arcabuz y al m osquete.
E n la época de la conquista y colonización de A m érica p or los
españoles, éstos trajero n las diferentes arm as de cada época: bom ­
bardas, cañones, culebrinas, arcabuces, m osquetes y, m ás tard e, el
fusil de chispa. A dem ás de estas arm as de fuego, u saro n : hachas,
lanzas, picas, alabardas, etc. y rodelas (escu d o s), com o a rm a de­
fensiva (pág. 10).
L as arm as de fuego de la p rim era ép o ca' de la con q uista no
resu ltab an siem pre eficaces, debido, en g ra n p arte, al tiem po que
se perdía en cargarlas. E n ciertas ocasiones, los soldados p referían
la ballesta al arcabuz.
La navegación en el siglo X V
La navegación en los tiem pos antiguos había sido siem pre cos­
tanera, y las em barcaciones eran pequeñas. E n el M editerráneo, por
ser un m ar cerrado, los m arinos podían alejarse de las costas y cru ­
zarlo en todas direcciones sin ayuda de la
brú ju la, y sin peligro de extraviarse. P a ra
conocer los rum bos se valían de la posición
del sol, y, d u ran te la noche, de las estrellas,
en p rim er térm in o de la Polar.
M ientras no se conoció la brújula, los m a­
rinos no se av en tu rab an a p e n etra r en la
inm ensidad del océano y se lim itaban a n a­
vegar a lo largo de las costas de E u ro p a
hacia el n o rte del estrech o de G ibra!tar (C o ­
lum nas de H ércu les), y en un corto trech o
de las costas de A frica h asta la a ltu ra de
las islas C anarias. P e ro no era sólo la difi­
cultad p ara o rien tarse lo que arre d rab a a
los marinos^ si osaban in tern arse en el océa­
no A tlántico, sino tam bién las leyendas te­
rro ríficas que se referían a la existencia de
m onstru os m arinos que, creían, atacaban a los barcos y devoraban a
los tripulantes.
El cabo N on, en la costa de A frica, había sido un lím ite, que
los navegantes no se a trev ían a tra sp asa r, y este tem o r duiró un
tiem po larguísim o, repitién d o se el dicho: “ Q uien va a cabo Non,
volverá o non”.
En la m ism a costa de A frica, m ás al su r del cabo Ñ on, se en­
cuentra el cabo B ojador, al que. entonces, daban el nom bre, de “ Finís
A fricae” para significar que era el lím ite del co ntinente a que se
podía llegar, y que el navegante audaz que h ubiera osado tra sp a ­
sadlo, habría naufragado irrem isiblem ente y perecido.
E n el citado paraje del cabo B ojador existe una restinga o len­
gua de arena y piedras bajo el agua
y a poca profundidad, que avanza
varias leguas m ar ad en tro . Se p ro ­
ducen allí unas fuertes y rápidas
corrientes, las que, al chocar contra
los arrecifes, form an olas encrespa­
das y m uy espum osas que, p ara aque­
llas gentes, y en aquellos tiem pos,
ten ían el aspecto de agua hirvien­
do, y así, los m arinos creían que,
efectivam ente, allí las aguas h e r­
vían, y no se anim aban a forzar
el paso.
E se espectáculo de las aguas en el cabo B ojador, inducía a los
m arinos a creer, con m ayor razón, que en la zona tó rrid a
el aire
“quem aba com o elfuego”,
y que, allí, la vida era im posible. D educían de esto que no h abrían podido pasar por ella y llegar a la
zona tem plada del o tro hem isferio.
M ás tarde, cuando ya no tem ían
navegar lejos de las costas, pudie­
ron co n statar que ya, a unas seis
leguas al oeste del tem ido cabo B o­
jador, ningún obstáculo im pedía la
navegación, ni las aguas hervían.
E stas ideas erróneas, adm itidas du­
ran te m ucho tiem po, re ta rd a ro n ,1a
exploración de las costas de A frica.
L a brújula. — L a brújula, en su fo r­
ma primitiva, no era más que una agu­
ja im antada flotando en él agua, en un
pequeño vaso, y empezó a usarse éfi el
I*a zona tó rrid a considerada siglo X I ; pero con escaso éxito. Cons­
inhabitable.
tituyó una mejora la colocación de la
aguja im an tad a sobre un pivote y encerrada en una
caja — “b u sso la”, en italiano— de cuya palabra se d e­
rivó la voz brú ju la. M ejo rada que fué, se acrecentó su
uso, en el siglo- X I I I , en el M editerráneo. P erfeccio­
nada, después, con el ag reg ado de la rosa de los vien­
tos, se generalizó su uso en toda E uropa, en el siglo X V .
La ampolleta. — E ra de gran importancia conocer el
recorrido del barco en un tiempo determinado, y éste se
calculaba, aproximadamente, con el llamado reloj de arena
o “ampolleta”. La figura 13 da una idea clara de ella.
El paso de la arenilla de la ampolla superior a la inferior
se realizaba en media hora. Para calcular el tiempo que
transcurría, era necesario vigilar la ampolleta, pues en el
instante preciso en que la ampolla superior quedaba vacía,
había que dar vuelta a la ampolleta, y asi, sin interrupción
A m polleta
2
-
14-
alguna, se contaban las medias horas. Los grumetes encargados de esta
atención se turnaban día y noche.
H asta la segunda mitad del siglo X V II no se conoció instrumento
alguno para m edir la velocidad de los buques, y era forzoso calcularla
“a ojo” teniendo en cuenta la velocidad del viento, apreciado por su efecto
en las velas, el oleaje, el tiem po tran sc u rrid o indicado p o r la a m ­
polleta y la p ráctica del piloto.
E l astrolabio. — El astrolabio permitía determ inar la “latitud’" o sea
la posición de un punto resp ecto del E cuador, p o r la observación
m eridiana del sol, si era de día, o deducida de la altu ra .de la es­
trella P o la r si era de noche.
C onsistía el astrolabio en un
círculq g rad u ad o provisto de una
alidada con dos pínuias, una en
cada extrem idad. T eniendo su sp en ­
dido de un anillo el aparato, se
m ovía la alidada de m an era que
los rayos solares pasaran, a la vez,
por el orificio de las dos pínulas.
El p u n to lum inoso proy ectad o p er­
m itía leer la a ltu ra del sol sobre
el h orizonte en el círculo g rad u a­
do y conocer, así, la latitud.
E n aquel tiem po los m arinos no
sabían calcular la “lon g itu d ” ; pero
cuando necesitaban llegar a algu­
na tierra cuya latitud conocían,
bastaba, p a ra en co n trarla, situ arse
en el paralelo de aquella latitu d y
seguirlo h asta dar con la tie rra buscada.
Colón, en su viaje de descubrim iento, utilizó la brú ju la, el
astrolabio, la am polleta, la sonda y algunas tablas astro n ó m icas y
cartas m arinas. P osiblem ente utilizó tam bién el cuadrante.
Barcos. — Los barcos que no salían del M editerráneo eran, en gene­
ral, de reducidas dim ensiones, prevaleciendo las em barcaciones de
velas y rem os, com o las galeras, de las
cuales las m ayores tenían
unos 35 m etros de largo.
La navegación en pleno océano, desde m ediados del siglo XV,
cuando ya las leyendas terro ríficas se habían desvanecido, tom ó un
gran im pulso, y los buques fueron ad quiriendo nuevas características.
Así fueron apareciendo tipos de barcos de m ay o r p o rte cada vez,
tales las carabelas, los galeones, las naos y otros.
T ienen que ser m otivo de adm iración p o r la pericia y valor
dem ostrado, los m arinos de aquellos tiem pos, quienes, tripulando
barcos de dim ensiones reducidísim as, y valiéndose, para o rientarse,
de instru m entos poco precisos, se in tern ab an audazm ente a lo largo
de m ares desconocidos sopo rtan d o penurias que hoy nos parecen
increíbles. D ejando de lado la situación de alerta,
casi continua, y
el trabajo excesivo y de sum o peligro d u ran te las tem pestades,
es
posible imaginar lo que sería, entonces, la vida de a bordo, por
lo que respecta al alo jam iento y a la alim entación. K xcepto el cap itán, que tenía su cam arote, los m arineros dorm ían vestidos p ara
estar siem pre listos an te cualquier peligro, y esto, com o bien se
com prende, favorecía la p rocreación de parásito s de toda clase» que
no era posible destruir. E l agua era generalm en te escasa. L os ali­
m entos consistían, principalm ente, en pescado salado, carne de cerdo
salada, bizcocho, etc. E sto s alim entos se echaban a perder^ fácil­
m ente y criaban gusanos en g ran cantidad. E sta alim entación era
causa de enferm edades, en tre ellas la llam ada escorbuto, debida a
la falta de higiene, m ala alim entación, hacinam iento, etc. A ctualm en­
te, con la alim entación sana y la higiene, ha desaparecido casi del
todo.
Conocimientos geográficos de los europeos al finalizar el siglo X V .
V iajeros.
A l finalizar el siglo X V — época de C olón— los pueblos m ás
adelantados eran los europeos y, de éstos, los que habitaban en la
p arte sur de E u ro p a sobre el M editerráneo. A ln estaba, entonces,
el foco de la civilización. Si estos europeos tenían de la m ism a
E u ro p a del n o rte datos incom pletos y erróneos, m uy poco podían,
conocer de la lejana Asia, y m ucho m enos del continente africano,
exceptuando una estrech a faja sobre el M editerráneo.
As-a. — D el co ntinente asiático conocían, los europeos, la exis­
tencia de m uchos países, algunos m uy ricos, pero situados a distan ­
cias tan grandes, que el llegar a ellos resultaba difícil en grado sum o,
debido a la falta de cam inos apropiados y a los peligros del trán sito
p o r regiones in h ospitalarias frecuentadas por bandas de salteadores.
L a p arte m ás frecuentada de A sia era la m eridional: A sia M enor,
Persia, A rabia, In d o stán , Indochina, China (C ath ay ). E n cam b.o,
todo el n o rte lo constituía una extensísim a región desolada y sólo
conocida com o expresión geográfica.
L as noticias y datos que se tenían de esos países ya nom ­
brados, fueron proporcionados por algunos m isioneros intrépidos,
que eran enviados a aquellas lejanas tierra s para la propagación de
la fe cristian a; y por unos pocos com erciantes audaces. F u é así
que el P apa Inocencio
IV envió al franciscano Juan del Pián de
Carpini en m isión an te
el G ran K han (1245).
M ás tarde, el rey de F ran cia L uis IX , con el m ism o fin, buscando
el apoyo de los m onarcas m ongoles, envió a o tro franciscano, G ui­
llerm o de R u b ru k o R ubruquis (1253). L os dos em isarios d ejaro n
sendas relaciones de sus viajes llenos de peligros y privaciones in­
creíbles.
A los m isioneros siguieron los com erciantes, quienes aprovecharon
los datos útiles sobre el com ercio, y las rutas, consignados en las
relaciones m encionadas.
E l m ás fam oso de éstos fué el veneciano M arco P olo, quien p e r­
m aneció m ás de veinte años en los países de O riente, principal­
mente en la China.
— 16 —
D espués de cru zar p o r tie rra —en carav an as— to d a el Asia, de
oeste a este, desde el M editerráneo, llegó a la capital de la China,
Cambalú (m oderno P e k ín ) y tu v o noticias del Ja p ó n (C ip an g o ).
R ecorrió después, la C ochinchina, la P ersia, la A rm enia y, p asan ­
do por C onstantinopla, reg resó a V enecia después de 24 años de
ausencia (1271-1295).
E scribió un libro, que se llam ó E l libro de Marco P olo y tam ­
bién E l M illón, por cuyo m edio hizo conocer en E u ro p a la g eo g ra­
fía de una gran p arte de las regiones del o riente de Asia, con des­
cripciones ta n m aravillosas de aquellos pueblos, que p ro d u jero n en
su tiem po un efecto ex trao rd in ario (1298). E n un principio se con­
sid eraro n fábulas las n arracio n es de P olo; pero, m ás tarde, otros
viajeros com probaron que no to d as eran fábulas, sino expresión de
la verdad. L as relaciones de C arpini, R ubruquis, P olo y otros, a tra ­
jero n en su tiem po y m uchos años después, la atención de toda E uropa,
en particular en tre los com erciantes, y este in terés debía seguir en
aum ento, com o lo com p ru eb a la aparición continua de nuevos m a­
pas en los que figuraban la China, el Jap ó n y o tras regiones de Asia.
M uchos com erciantes, principalm ente venecianos y genoveses,
se iban estableciendo con casas de com ercio en las principales ciu­
dades asiáticas. E x istían guías, y de ellas se conservan algunas, con
descripciones m inuciosas de la ru ta de las caravanas, de las ad u a­
nas, de las pesas y m edidas de cada país, y enum eración de los p ro ­
ductos naturales y m an u factu rad o s de cada región.
C ristóbal C olón conoció el libro de M arco P o lo y, seguram ente,
otros, publicados antes y después, y no hay duda de que la lec­
tu ra de ellos influyó podero sam en te en su espíritu, induciéndole a la
realización de su genial proyecto.
A frica. — De A frica era conocida la p arte no rte sobre el M e­
diterráneo, desde el estrecho de G ib raltar (C olum nas de H ércu les)
h asta el E gipto. E n la p arte oriental era conocida, aunque m uy su p er­
ficialm ente, la costa bañada p o r el m ar R ^ jo ; y, sobre el océano
Indico, h asta lo que hoy se llam a M ozam bique.
L a costa sobre el océano A tlántico, antes del viaje de Colón,
ya había sido reconocida en algunos trech o s de ella, y, en explo­
raciones sucesivas, duran te un lapso de algo m ás de 50 años, desde
el cabo B o/ador (1434) h asta la ex trem idad sur (1487).
Así, fueron visitados y ocupados algunos lugares, tales los lla­
m ados Cabo Blanco, Cabo V erde, Sierra L eona, Guinea, Congo y
otros, h asta que el m arino p o rtu g u és B artolom é D íaz alcanzó la
extrem idad sur (1487).
Las islas at’ánticas. — Los europeos conocieron, an tes del des­
cubrim iento de A m érica, las islas del A tlántico, m ás o m enos p ró ­
xim as a las costas occidentales de E uropa y A frica. T ales las C ana­
rias, P o rto Santo, M adeira, A zores y Cabo V erde.
O ceanía. — L a O ceanía fué co m pletam ente desconocida. Los
europeos tan sólo sabían de algunas de las islns de las Especias.
M arco Polo hizo conocer en su libro “E l M illón” algunas de las
grandes islas malayas: Java, Sumatra y otras, próximas al continente.
Los primeros europeos que las exploraron fueron los portugueses,
a principios del sigilo X V I.
A m érica. — P arece averiguado, com o cierto, que las costas de la
A m érica sep ten trio n al fueron visitadas por navegantes del norte de
E u ro p a — los escandinavos de N oruega— algunos siglos antes que
C olón realizara su expedición.
E sto s escandinavos ya se habían establecido en la isla de Islandia
(861) y, m ás tarde, en Groenlandia (Tierra V erde), donde Erico
el Rojo fundó una colonia (983).
Con posterioridad, un hijo de Erico em prendió una expedición
hacia el suroeste de G roenlandia y descubrió tierra s ex trañ as a las
que dió diferentes nom bres: (H elulandia, Markland'a, Vinlandia), que
serían, se supone, las hoy llam adas Labrador, Terranova y Nueva
E scocia (año 1000).
En su tiem po estos descubrim ientos, si efectivam ente tuvieron
lugar, se consideraron com o de tierras europeas, a la m anera que
lo habían sido G roenlandia e Islandia, y nunca com o form ando parte
de un nuevo continente.
Se dice que los chinos y los japoneses llegaron a territo rio ame­
ricano, en la costa occidental, arribados allí en barcos (ju n co s) arro­
jad o s por alguna tem pestad. N o existe, sin em bargo, ningún dato
cierto que lo com pruebe.
E s lógico, pues, considerar que, al finalizar el siglo X V , los euro­
peos no tenían conocimiento de la existencia del continente americano,
pues el hecho de que los escandinavos hubiesen pisado su suelo, algunos
siglos antes, no quita, de manera a'guna, a Colón, la gloria de haber
sido el descubridor de un nuevo mundo.
Las empresas marítimas del s'fr’o X V antes del descubrimiento
de América.
Portugueses y españoles: rivalidades. Las bulas papales.
L a navegación por todo el M editerráneo no ofrecía dificultades.
F u e ra de él, pasado el estrecho de G ibraltar, se realizaba hacia los
m ares del norte de E uropa, siem pre a io largo de las costas, y a
co rta distancia de ellas, m ien tras no se utilizó la brújula. E n cam ­
bio, hacia el sur del estrecho, costeando el A frica, nadie se atrev ía
a tra sp asa r el cabo B ojador, situado a la altu ra de las islas C ana­
rias (P ara le lo 26a 7’), h asta que lo hizo el p ortugués Gil E an n ej
en 1434, em presa que, en aquella época fué considerada extraordinaria.
D espués de este acontecim iento quedó ab ierto el cam ino hacia
adelante, m otivo antes, de ta n tas dificultades y tem ores. Sólo fal­
taba, para d.sipar las últim as leyendas, p en etrar en la zona tó rrid a
y evidenciar que, en ella, las aguas “ no herv ían ’’, y que la vida,
allí, era p erfectam ente posible.
A n tes de ese año 1434, sin em bargo, ya se habían descub'erto,
o mejor dicho, redescubíerto, algunas islas en pleno mar océano.
—
18 —
De las naciones de E uropa, P o rtu g a l y E sp añ a eran las que se
enco n trab an m ejor situadas p ara acom eter em p resas m arítim as de
im portancia. A sí E spañ a, después de ocupar Tetuán en la costa de
A frica (1402), foco de p ira ta s que infestaban el M editerráneo, tom ó
posesión de las islas C anarias, en el m ism o año. P o rtu g al, por su
p arte, luchando co n tra los m oros, se apoderó de Ceuta, situada sobre
el estrecho (1415). A esta conquista en A frica, siguieron las explo­
raciones h asta que, rein an d o dan Ju a n I, uno de los hijos de éste,
el príncipe E nrique, a quien se llam ó, m ás tarde, ‘‘el N av eg an te”,
aunque no era m arino, dedicó sus entusiasm os y sus riquezas al
fom ento de la náutica y al equipo de expediciones exploradoras. P a ra
llevar a cabo sus proyectos estableció en Sagres, p ro m o n to rio m uy
próxim o al cabo San V icente, su propio domicilio, así com o un ob­
servatorio y u na academ ia de náutica, y llam ó a su lado a les
cosm ógrafos y navegantes m ás entendidos, fueran o no p o rtugueses
(1419). D esde ese m om ento los descubrim ientos de islas y las ex­
ploraciones en las costas de A frica, se iban realizando poco a poco.
Así, fueron ocupadas las islas de Porto Santo (1418), Madera (1419)
y A zores ( x) (1432); y en la co sta africana, el cabo Blanco (1441),
cabo Verde (1445); ía desem bocadura del caudaloso río Senegal
(1445), y la dél Gambia (1446).
A las rivalidades que ya existían entre españoles y portugueses
se ag reg aro n las referen tes al m ejo r derecho sobre las islas Ca­
narias y al m onopolio del com ercio en la G uinea, que había adqui­
rido gran im portancia.
E x istía ya, allí, una factoría p o rtu g u esa p a ra la tra ta de negros,
así com o un com ercio im p o rtan te de cierto s productos que, desde
el interior africano, eran llevados a la costa p or trafican tes árabes.
L a tendencia im perialista de am bos países originó en tre ellos
m ás de un conflicto, y dió lu g ar a la interv en ció n del P ap a, a u to ri­
dad suprem a en aquella época, a quien com petía, en tales con­
flictos, decidir y adju d icar en propiedad las tierra s de infieles o
no pertenecientes aún a naciones cristianas. A sí fué que el P ap a
Nicolás V expidió una bula por la que reconocía a P ortugal el m o­
nopolio del comercio en las regiones africanas desde el Cabo Bojador
hasta la Guinea y más adelante hacia el sur. (E nero de 1454). E sta
bula fué confirm ada por otra del Papa Calixto I I I (M arzo 13 de 1456).
P o rtu g al, am p arad o en los derechos que le adjudicaban las bulas
citadas, continuó enviando expediciones descubridoras que reco n o ­
cieron Sierra L eona y G uinea en 1462. E n 1472 fué cruzado el'
(1 ) A zores. P lu ra l de azor, n o m b re p o rtu g u é s de un ave de rapiña. D ie­
ron ese no m b re a las islas p o r la g ra n c an tid ad d e esas aves que allí en co n tra ro n .
Suele en co n tra rse d iscrep an cia en las fechas del descu b rim iento de las islas
a tlá n tic as. E llo es debido a que a lg u n as fu eron h allad as, sin ocuparlas, por m ás
de un n a v eg a n te en fechas d iferen tes, hecho que está com probado p o r los m apas
antiguos.
A sí, la- isla de M adera, que se da com o d escu b ierta p o r el p o rtugués T ristán
Vaz, ap arece ya en el P o rtu la n o M edlceo del añ o 1351, con el nom bre italiano
d e : isola de lo legno (.isla de la m a d e ra ). A lgo análogo p asa con a lgunas otras,
y con v arias de la» del g ru p o de las C anarias.
Ecuador quedando definitivam ente desvanecido el error de que "la
zona tó rrid a no era hab itab le”. E n 1484 se llegó al Congo y, por
fin, en 1487-1488, B arto lo m é D íaz conseguía llegar a la p u n ta sur
de A frica; pero una g ran to rm en ta lo llevó 40 leguas m ás al este.
R ecorrió la costa h asta m ás allá de la bahía hoy llam ada M ossel
Bay, y luego retrocedió h a sta un cabo que había avistado y lo
llam ó T orm entoso. E l rey de P o rtu g a l cam bió ese nom bre por el
de Buena Esperanza que hoy tiene.
A p esar de las bulas em itidas por los papas, las rivalidades
en tre E sp añ a y P o rtu g a l continuaron. M ás ta rd e se firm ó u n tr a ­
tado p o r el cual se establecía que “las islas C anarias quedarían
definitivamente en poder de España, y se reconocía a Portugal la
posesión plena sobre las islas ya descubiertas y que se descubriesen, así
como las costas de A frica más abajo de las Canarias” (1480).
E l problema del camino a la India
L os turcos otom anos, ya dueños de casi toda el A sia M enor,
iban extendiendo cada vez m ás sus conquistas en E uropa, al m ism o
tiem po que ponían m ayores obstáculos a la en trad a de los com er­
ciantes europeos en sus dom inios. E n 1453 se apoderaron de Constantinopla, capital del reducido im perio griego, acontecim iento que
significó, adem ás de un serio peligro para los pueblos crisúanos
de E u ro p a, “el cierre casi absoluto, p ara éstos, del com ercio con el
A sia”.
E sto s obstáculos ob lig aren a los europeos a buscar una nueva
ruta, que ya no podía ser te rre stre , que les perm itiera llegar direc­
tam en te a las regiones de la In d ia sin depender de l$>s turcos,
enem igos inconciliables de los cristianos. Se explica, asi, en gran
p arte, el increm ento que tuvieron durante el siglo X V las explo­
raciones m arítim as.
A sí, pues, el problem a del cam ino a la India, excluyendo las
ru tas conocidas, ten ía dos soluciones:
1» Encontrar el oriente por el oriente, es decir, yendo hacia el este.
L o s p o rtugueses op taro n por el cam ino del oriente siguiendo
las costas de A frica, pues confiaban en que este continente debía
te rm in a r en una p u n ta en la p arte sur, que les perm itiría doblarla
y e n tra r en el océano Indico y, de ser así, la nueva ru ta que­
d aría encontrada. Y a habían sido descubiertas u ocupadas, por ellos,
com o hem os visto, num erosas islas en el A tlántico; y la costa occi, dental de A frica había sido visitada por los m ism os, en toda su
longitud, con la llegada de B artolom é D íaz al cabo que llam ó
T o rm en to so (1487). F a ltáb ales todavía com pletar el viaje h asta la
India, em presa que llevó a térm ino V asco de G ama (1498), seis
años después del descubrim iento de A m érica por Colón.
7? Encontrar el oriente por el occidente, esto es, yendo hacia el
oeste.
H o m b res sabios de aquella m ism a época, y aún de no pocos
siglos an tes, pensaban que, siendo redonda la tierra, era posible
-
llegar a la India; pero nadie se atrevía a llevar a la práctica em ­
presa semejante.
E sta segunda ru ta no im plicaba, sin em bargo, una solución
porque se interpone el co ntinente am ericano, de existencia insospe­
chada entonces, y
que h ab ría im pe­
dido lleg ar a la In ­
dia, p o r agua, en
línea recta.
Al iniciarse la se­
gunda m itad del si­
glo X V , p re c isa ­
m ente en 1451, o sea
dos añ o s antes de
la caída de Consfantinópla, nacía en
G énova, C ristóbal
Colón. Jo v en aún,
había concebido ya
la idea de alcanzar,
por vía m arítim a,
las regiones de la
India, no por la
fu ta del oriente, que
seguían los p ortuLas rutas a la Indla
gueses, sino por la
de! occidente, basado en la teo ría de la redondez de la tierra.
La península ibérica a fines del siglo X V
A l finalizar la edad m edia, o sea a m ediados del siglo X V , la
península ibérica se en co n trab a dividida en cinco re in o s: Portugal,
Castilla, A ragón, N av a rra y G ranada L o s cu atro prim eros eran crisdanos; y el últim o, árabe.
P o rtu g a l ya había expulsado a los m oros de su te rrito rio al
finalizar el siglo X IV .
Los reinos de C astilla y A rag ó n eran los m ás im p o rtan tes por
su extensión y población. A rag ó n ya se había librado de los m oros.
C astilla todavía guerreaba co n tra los m ism os para expulsarlos defi­
nitivam ente de G ranada, consiguiéndolo sólo en 1492.
La debilidad e im potencia de los reyes que an tecedieron a D oña
Isabel y a D on F ernan d o , en sus dom inios respectivos de Castilla
y A ragón, así com o lo calam itoso del gobierno de aquéllos, eran cau ­
sas nue daban lugar a que la m ism a nobleza, envalentonada, se
rebelara co n tra las autoridades. T odo era una sucesión de luchas
intestinas y de anarquía feudal, de conjuraciones, tum ultos, incendios,
etc. Estas violencias y luchas constituían casi toda la histo ria de
esos reinos en que estaba dividida E spaña.
, Galicia estaba sometida al yugo de algunos nobles, que aterro­
rizaban a las poblaciones y devastaban las campiñas, mientras que
23-
los funcionarios reales jam ás eran obedecidos ni podían cobrar los
im puestos.
A ndalucía era presa de algunos señores, entre ellos el duque de
M edina Sidonia, los cuales se disputaban la preponderancia recu­
rriendo, a m enudo, a las arm as. L as luchas habían desencadenado
las pasiones m ás violentas. E l robo y el incendio de casas y cosechas
se habían extendido a todo el pais sin que los autores de tales he­
chos se preo cu p aran de la autoridad real.
D oña Isabel, al ocupar el tro n o de C astilla (1474), se propuso
concluir con un estado de cosas sem ejante.
La unidad castellano-aragonesa con los reyes católicos
E n 1469 se unían en m atrim onio la princesa D oña Isabel, h e r­
mana del rey E n riq u e IV de C astilla, y el infante D on F ernando,
hijo del rey de A ragón, D on Ju an II.
La princesa Isabel, por m uerte de su herm ano, ascendió al trono
le C astilla en 1474, y el infante D on F ern an d o heredó a su padre,
por m u erte de éste, en 1479. D esde esta fecha, pues, quedaron uni­
das las coronas de Castilla y A ragón.
R ealizada la unión de los reinos, F ern an d o e Isabel, siguiendo
la tendencia general en E u ropa de concluir con los restos del re-
— 24 —
— 25 —
g*aien feudal, y co n stitu ir sobre sus ruinas, nacionalidades fuertes
y organizadas, em prend ieren la ardua tarea de e tab lecer: la uni­
dad nacional, la unidad territorial y la unidad religiosa.
Unidad nacional. — La reina de Castilla, Isabel, dispuesta a a fir­
m ar su au to r.d ad en todo el reino, sin contem placiones, aún tra ­
tándose de los nobles y p ersonajes que m an ten ían el territo rio en
g uerras continuas, a rb itró varios recursos eficaces p ara alcanzar sus
propósitos. P rohibió la construcción de fortalezas- en el interior del
reino, y m andó d estru ir varias decenas de castillos pertenecientes a
otros tantos personajes turbulentos. In co rp o ró a la ccro n a las órdenes
m ilitares, instituciones que poseían g ran d es dom inios y riquezas, así
como num erosas m ilicias organizadas que, si bien habían prestado
grandes servicios d u ran te la reconquista, m ás tarde, cuando ya sus
esfuerzos no eran necesarios, se en tro m etían en los asu n to s políticos
y, a veces, se levantaban en arm as co n tra la autoridad del m onarca.
P a ra concluir con los desm anes y actos de v erd ad ero bandidaje,
que la debilidad y los abusos de los m onarcas anteriores habían p er­
m itido, fué fundada la Santa Hermandad (1476) a -sem ejan za de las
“antiguas herm andades” que se habían creado en algunas ciudades
y villas p ara perseguir a los m alhechores y m an ten er el orden.
L as ciudades y villas debían contrib u ir al so stenim iento de tales
fuerzas. Cada gru p o de cien vecinos debía proveer, equipar y ali­
m en tar a un soldado de a caballo. Se organizaron, asi, fuerzas p er­
m anentes de m illares de soldados. N o sólo in tervenían en el m an te­
nim iento del orden, sino que en tendían en la ad m in istració n de justicia.
E l resultado de esta institución fué tal que, en adelante, el
orden y la tranquilidad, aun en los cam inos, habían m ejorado m ucho.
Unidad territorial. — P ara alcanzar la unidad territorial faltaba
todavía concluir con lo que quedaba de la dom inación de- los á ra ­
bes en la península, es decir, con el reino árabe de G ranada. La
ciudad de este m ism o nom bre, últim o reducto que aú n poseían,
después de una lucha tan larga, cayó el 2 de enero de 1492.
P o r este gran aco ntecim iento el P a p a
Fernando e Isabel el títu lo de C atólicos.
confirió
a los
reyes
Unidad religiosa. — Las riquezas acumuladas por los árabes habían
atraído a España miles de judíos, pues es bien conocida la dedicación
que éstos p restan a toda actividad capaz de producir beneficios. Su
influencia era muy grande y la malquerencia que sentían hacia los cris­
tianos, daba lugar a la perpetración de crímenes frecuentes.
F ern an d o e Isabel, con el apoyo de personalidades influyentes,
obtuvieron del papa Sixto IV la autorización para proceder contra ellos
(1478). Fueron, así, expulsados, acordándoseles un plazo de varios m e­
ses para que enajenaran sus bienes. Un millón de judíos con sus cuan­
tiosos capitales abandonaron el territorio y se establecieron en otros países.
DESCUBRIMIENTO
DE
AMERICA
Cristóbal Colón. Datos biográficos
C ristóbal Colón nació en la ciudad de Genova, o en al­
guna de sus poblaciones circunvecinas, en 1451. E sta fecha
se ha podido establecer, en estos últim os años, por deduc­
ción, de algunas declaraciones del m ism o Colón, que apa­
recen en diversas actas notariales encontradas en la ciudad
de Genova (1).
Sus padres eran tejedores y él m ism o se había dedicado a
este género de trabajo, aunque
en • algunas oportunidades se
daba a la vida del m ar.
No existen pruebas de que
Colón estudiara en la U n iv er­
sidad de P avía (Ita lia ) ni en
otra alguna. Su saber, en el
m om ento de concebir su p ro ­
yecto de descubrim iento, se
reducía a los conocim ientos
elem entales, a s a b e r: lectu ra y
escritura, nociones de aritm é­
tica, gram ática, lengua latina.
Iniciado en la navegación, iba
C ristóbal Colón
adquiriendo en ella los cono­
cim ientos prácticos de la náutica. El dibujo de m apas, así
como el estudio de la geom etría y de a cosm ografía, no los
realizó sino m ás tarde, y por esfuerzo propio, desde que
se estableció en P o rtu g al en 1477, a su regreso de un viaje
a In g laterra, cuando contaba 26 años de edad.
Según propia declaración, se había dedicado a la vida
del mar desde la edad de 14 años, de donde se deduce que
llevaba ya 12 de navegación, tiem po que le perm itió adqui­
rir una gran práctica y otros conocim ientos, fru to del con­
tacto con célebres m arinos.
1. S» bien no se ha enco n trad o , hasta ahora, ningún docum ento auténtico
que c onstituya una prueba fehaciente de la nacionalidad italiana de Colón y de
*u fccha de nacim iento en 1451, se a dm iten hoy casi com o definitivas.
K ntre las m uchas pruebas indiciarías de la iacionalidad y del idioma del
'lisc u b rid o r, pueden c itarse las sig u ie n tes:
— 27 —
Colón en Portugal. Su proyecto.
T oscanelli y Behaim .
E n contrábase Colón en un buque de un convoy de cinco
que, desde el M editerráneo, se dirigía a In g late rra cuando
filé atacado por varios barcos corsarios frente al cabo San
V icente, de cuyo ataque resaltó la pérdida de tres de aqué­
llos, refugiándose los otros dos en Cádiz, de donde pasaron
a Lisboa. M uchos trip u lan tes perdieron la v id a; pero Colón
se salvo ganando la costa a nado. P asó a Lisboa y en uno
de los dos barcos salvados siguió viaje a In g late rra (1476).
A su regreso de In g late rra, Colón se estableció en L is­
boa. Corriendo el año 1477 ó 1478, se casó con Felipa Monis,
hija de B artolom é P erestrello, y allí nació su hijo Diego.
_ P erestrello, en un tiem po, había sido gobernador y co­
lonizador de la isla de P o rto Santo. Colón, durante su resia) E n un te stam e n to de 1498, al in s titu ir el derecho de m ayorazgo, expresa
C o lo n : “ Siendo yo nacido en G énova. .
E n o tra p arte, refiriéndose a la
mism a ciudad, e x p re sa : “ . .. p u e s della salí y en ella n a c í . . . ’*
b)^ E n la redacción de u n a n o ta, e scrita después del d escubrim iento, de
su puno y le tra , en el m arg en de un libro m uy a n tig u o de P im ío el V iejo (la
H isto ria N a tu ra l), obra que fué m uy u tilizad a h a sta el siglo X V I, se descubre
que quien la escribió era italiano. L a n o ta dice a s í:
, . . “del ambra es cierto nascere in india soto tierra he yo ne ho fato
cavare in molti monti in la isola de fe y ti vel de ofir vel de Cipango a la
quale habió posto nome spagnola y ne ho trovato pie (a grande como el
capo ?na, no tota chiara salvo de ciliar o y parda y otra negra y vene asay”.
Q uien q u iera que conozca el idiom a italian o a d m itirá que esta n o ta no pudo
ser escrita sino p o r un italian o que se expresaba m uy m al en castellano y no
por un español que no do m in ara el idiom a italiano.
E xisten c arta s y o tro s m uchos escrito s, red actad ó s en buen castellano de
la época, que h abían sido co n sid erad o s com o a u tó g rafo s de C o lón; pero hoy
puede a firm ar que no fueron re d a ctad o s p o r éste mismo, sino p o r %manuences,
lim itándose Colón a copiarlos de su puño y le tra y firm arlos.
/
dencia en Lisboa, realizó algunos viajes a dicha isla y a
la de M adeira, y aun residió algún tiem po en aquélla con
su familia. Su casam iento con la hija de P erestrello le em­
parentó con personas encum bradas de Lisboa, en tre ellas
el canónigo F ernando M artins.
E sta s circunstancias perm itieron a C olón conocer algunos do­
cum entos y papeles de su suegro, y de otras personas, que le in te re ­
saron h asta el entusiasm o, ta n to m ás en un am biente com o el de
L isboa, cuyo p u erto era uno de los m ás concurridos por destacados
m arinos de distin tas nacionalidades con los que, seguram ente, sos­
ten d ría anim adas discusiones referen tes a los viajes que se hacían
a las costas de A frica y a las islas del A tlántico. E l tem a m ás im ­
p o rtan te debía ser, sin duda alguna, el de la posibilidad de llegar
a la In d ia por una nueva ru ta.
Un sabio físico y cosm ógrafo italiano, Pablo del Pozzo
Toscanelli, puesto en correspondencia con el rey de P o rtu g al
(1474) por interm edio del canónigo F ern an d o M artins, con
quien había intim ado en Rom a, había enviado a éste un
m apa y una carta explicativa acerca de la posibilidad de
llegar a las costas de la C hina y del Japón navegando hacia
occidente, y en breve tiem po.
Colón pudo conocer, posiblem ente, m ientras residió en
Lisboa, la carta y el m apa, dado el parentesco del canónigo
M artins con la fam ilia de su m ujer, Felipa M onis Perestrello.
T oscanelli, según su m apa de 1474, calculaba una longitud de
130°, p ara el m ar océano, e n tre P o rtu g a l y la costa oriental de la
China, quedando el resto, o sea 230°, p ara la p arte te rre stre sobre
el paralelo 41°. P recisam en te lo co ntrario de la realidad. (.Véase píanisferio de C olón).
L a opinión de T oscanelli y de otros hom bres de ciencia, contem ­
poráneos, que sostenían la m ism a tesis, influyó indudablem ente en
el p ensam iento de Colón, quien se iba afirm ando decididam ente en
su proyecto de descubrim iento.
Colón procuraba am pliar su saber y, con tal propósito,
se procuró algunas obras adecuadas, en tre ellas la Imago
M undi (Im agen del M undo) del cardenal francés P edro
d’Ailly, obra fam osa, entonces, publicada en 1410, y que era
una enciclopedia de todo el saber de la época.
E l genovés, afirm ándose en la practicabilidad de su
proyecto, lo propuso, posiblem ente en 1483, a la considera­
ción del rey don Ju an I I de P o rtu g al quien lo som etió al
exam en de varios de sus consejeros.
-2 8 —
Sea porque las pruebas en que se apoyaba no eran con­
vincentes, o por otros m otivos, la propuesta no fúé acep­
tada. Sin em bargo, el m onarca portugués ordenó que una
carabela fuera enviada, con el m ayor secreto, para que pu­
dieran com probarse las aseveraciones de Colón. L a carabela,
después de navegar hasta más allá de las islas de Cabo
Verde, regresó a L isboa sin éxito alguno.
El proceder incorrecto del rey don Ju an II, que Colón
consideró de m ala fe, o, qui­
zá, m otivos de otra n atu ­
raleza poco favorables para
él, le indujeron a abando­
nar a P o rtu g al al finalizar el
año 1484, acom pañándole
solam ente su hijo Diego,
pues su esposa había falle­
cido. M ientras tan to , su her­
m ano B artolom é, que tam ­
bién residía en Lisboa, se
traslad ab a a In g late rra con
el fin de proponer al rey
el misrño proyecto.
A m ediados del año 1484,
encontrándose Colón to d a­
vía en Lisboa, llegaba a esta
ciudad un cosm ógrafo alem án, M artín Behaim , a quien se
le atribuye la confección de un globo terráqueo que presenta
una gran sem ejanza con el m apa de Toscanelli. T an to en
el globo como en el m apa, sus autores com etieron el m ism o
erro r de distancia entre P o rtu g al y la costa oriental de
la China.
Colón en España
Aceptación de su proyecto
Colón, al alejarse de P o rtu g al, decidió pasar a E spaña
resuelto a p resen tar su propuesta a los m onarcas F ernando
e Isabel.
D espués de desem barcar en el puerto de Palos se tra s­
ladó al convento de la R ábida acom pañándole su pequeño
— 29 —
hijo Diego. F u é bien acogido por los P P . fray Ju an P érez
y A ntonio de M archena a quienes expuso sus ideas y los
propósitos que perseguía. P erm aneció en el convento algún
tiem po ganándose el apoyo de los dos franciscanos.
Colón dejó allí a su hijo y em prendió viaje a Sevilla,
de donde pasó a Córdoba. E n esta ciudad obtuvo la pro­
tección de algunos personajes, m uy influyentes, entre ellos
don A lonso de Q uintanilla, tesorero y contador de los re y e s ;
fray H ernando de T alavera, confesor de la reina Isabel,
y fray D iego de Deza. F u é así que los soberanos resolvie­
ron que una ju n ta de sabios exam inara las proposiciones
del futuro descubridor.
M ientras tan to , éste, para p roveer a sus necesidades,
se dedicaba al dibujo de cartas geográficas, pues era hábil
en este arte.
D espués de cinco años de b re g ar sin descanso, con
esperanzas y desilusiones, su p ro p u esta fué considerada de
realización imposible.
Colón, sum am ente afligido, resolvió alejarse de E s­
paña definitivam ente. Se traslad ó a H uelva y, de allí, al
convento de la R ábida, donde había dejado a su hijo Diego,
años antes.
El padre fray Juan P érez le rogó que se quedara al­
gunos días en el convento y esp erara la contestación a una
carta que enviaría a la reina, que se encontraba en el cam ­
pam ento del ejército que sitiaba a la ciudad de G ranada.
A raíz de esto, Colón acudió al llam ado de la reina. Llegó
al cam pam ento real en m om entos en que, vencida la resis­
tencia de los m oros, su rey B oabdil debía en tre g ar las lla­
ves de la ciudad (1). (E n ero 2 de 1492).
L a caída de G ranada, que significaba el fin del dom inio
árabe en toda la península ibérica, hizo que el proyecto de
Colón fuera m ejor estudiado, y fué así que las dificultades
opuestas todavía, fueron vencidas p or la intervención favo­
rable de algunos personajes de g ran influencia que decidie­
ron a la reina Isabel a acep tar el proyecto de la g ran em­
presa del genovés C ristóbal Colón.
(1) F ué ta n sólo cuando se cum plió ¿se gran acontecim iento, que el
P apa. A lejandro V I, confirió a los reyes F e rn a n d o e Isa b el el títu lo de R eyes
C atólicos.
3
-----------—
30 —
31 —
Las capitulaciones firmadas en Santa Fe.
Primer viaje de Colón
Se prepara la expedición en el puerto de Palos.
Descubrimiento del nuevo mundo.
E n el m ism o cam pam ento real de S an ta Fe, frente a
la ciudad de G ranada, se fijaron las capitulaciones entre
los Reyes Católicos y C ristóbal Colón, que firm aron, éste
y la reina Isabel, el 17 de abril de 1492.
D e las capitulaciones convenidas, las principales fu e ro n :
a) Colón era designado Almirante de todas las islas
y tierra s firm es que descubriere o ganase;
b) Se le concedía el títu lo de Virrey y Gobernador
de las m ism as tierras que hubiese hallado o g anado;
c) Le correspondería la décim a parte del producto de
toda m ercancía, perlas, oro, plata, especería, que hallase,
adem as de otros privilegios.
O btuvo, tam bién, la m erced de anteponer el títu lo de
Don a su nom bre.
F irm ados que fueron los docum entos, Colón pasó al
puerto de Palos, donde debía
p rep arar la expedición con la
ayuda m oral y pecuniaria de
M artín Alonso Pinzón, vecino
de Palos, hom bre pudiente y
avezado a la vida del mar.
T om aron p arte tam bién en
la expedición los herm anos de
M artín Alonso, y Ju an de la
Cosa. E ste últim o fué, después,
ilustre cartógrafo.
P a ra efectuar el viaje se
alistaron tres carabelas: la
S anta M aría, la P in ta y la N i­
ña. L a prim era, que era la mayor, tenía unos 39 m etros (3)
e Lirgo y calaba unos tres m etros. L a tripulación, en total,
se com ponía de unas 120 personas, aunque tam bién se ha
fijado el num ero de 90.
(1)
—
Se ha indicado tam bién 26,32 m etro s.
El día viernes 3 de ag o sto de 1492, los expedicionarios
después de confesar y com ulgar, se dieron a la vela p ar­
tiendo del puerto de Palos. T o d a la población había acu­
dido a despedir a los intrépidos expedicionarios, de cuyo
regreso se dudaba por lo arriesgado de sem ejante viaje
hacia lo desconocido.
Colón dirigió el rum bo hacia las islas C anarias, y allí
tuvo que dete­
nerse cuatro se­
m anas, debido a
varias dificulta­
des, entre ellas
los d e s p e rfe c ­
tos sufridos por
la P inta.
D esde el 9 de
septiem bre, Co­
lón em pezó a
llevar dos ano­
taciones distin­
P u e rto de Palos en el río T in to , de donde p artió
donde fué em plazado el m onum ento a
tas del recorri­ Colón. + Sitio Colón.
(V e r pág. 52)
do: una, regla­
m entaria. con los datos verd ad ero s; y, otra, en la que dis­
m inuía el núm ero de leguas recorridas para no alarm ar a
la tripulación.
El 13 de septiem bre se notaron desviaciones en la b rú ­
jula, cosa que nunca habían observado los m arinos y que
asustó a todos. Colón explicó el fenóm eno como m ejor pudo,
y los ánim os se aquietaron.
L legaron, después, a la región de las calm as en que el
m ar suele presentarse com o un espejo. E sto les hizo tem er
no poder reg resar nunca por la falta de viento.
L a m urm uración y el descontento habían tom ado varias
veces un carácter peligroso, debido a que no hallaban tie­
rra alguna después de casi dos m eses de navegación, y
— 32 —
encontrándose a ta n ta distancia de E sp a ñ a ; pero Colón con­
siguió desvanecer esos tem ores y tran q u ilizar los ánim os,
evitando toda insubordinación.
El vuelo de algunas bandadas de pájaros en cierto sen­
tido, indujo a Colón a seguir la m ism a dirección pues su­
puso que lo harían hacia tierra. E l cambio de ru ta fué una
suerte, pues, efectivam ente, llevó los barcos hacia aquélla.
E l día 11 de octubre recogieron un palo labrado, una
caña verde y ram as con frutos. E sto s objetos eran señales
seguras de la proxim idad de alguna tierra.
L a noche del m ism o día 11, Colón distinguió una luz.
A las 2 de la m adrugada del día 12 un cañonazo, disparado
desde la P in ta, después que un
m arino de la misma, R odrigo
de T riana, había dado el g ri­
to de ¡Tierra! fué el anuncio
del descubrim iento.
A l salir el sol, pudieron con­
tem plar una isla en la cual se
veían m uchos árboles y algu­
nos indios en actitud de asom ­
bro. E sta isla fué llam ada de
San Salvador (1). Los indios
la llam aban Guanahani.
Colón t r a t ó de ganarse la
am istad de los indios, los cua­
les se m ostraron m uy bené­
volos y sum isos. Les regalaba
gorras de color, cuentas de vidrio, collares y o tras chu­
cherías que los indios aceptaban m uy contentos.
P articu larid ad es del viaje
M erecen citarse algunos detalles in teresa n tes del viaje de descu­
brim iento llevado a cabo p or C olón con una pericia y una fuerza de
voluntad realm ente adm irables. P o rq u e es necesario ten er m uy p re ­
sente, adem ás , de la poca fe que la generalidad de las gentes tenía
en el éxito de un viaje tan ex trao rd in ario , el cúm ulo de dificultades
de todo género, así com o los tem ores que se abrig ab an p or lo a rries­
gado de la em presa.
(1)
Se cree que es la a ctu al isla de W atlin g .
— 33 —
E n cuanto se perdió de v ista la ultim a isla del grupo de las Ca­
narias, los trip u lan tes em pezaron a dem ostrar sus tem ores. L loraban,
a lg u n o s , porque dud ab an de si pod rían reg resar. E l núm ero de leguas
ya reco rrid as les parecía excesivo y los alarm aba.
*
♦ *
Casi al m ism o tiem po o tro acontecim iento se agregó a la alarm a
provocada p o r las leguas reco rrid as: la desviación de la brújula. S a­
b ía Colón, com o todos los m arinos de su época, que la dirección de la
ag u ja im an ta d a no coincidía exactam ente con el n o rte; pero se crera,
entonces, que eáa desviación perm anecía invariable. E l día 13 de_ septiem bre em pezó a o b serv ar C olon una desviación ex trañ a en la brujula.
Si este hecho causó cierto tem o r al m ism o Colón, es fácil concebir
la alarm a que p ro d u ciría en el ánim o de los pilotos y, principalm ente
de los trip u lan tes, quienes em pezaron, de nuevo, a inquietarse y a
m an ifestar el deseo de reg re sar a E spaña.
C olón no acertab a a explicar el fenóm eno de la b rú ju la; pero sa­
lió del difícil trance, basando el hecho en el m ovim iento de la
E n el presen te m apa e stán señalados, adem ás del itin e ra rio de ida y
vuelta del p rim er viaje, el m ar de los Sargazos, las corrientes^ m arinas que
lo rodean y la dirección N . E . de los vientos alisios.
estrella polar al describir en el espacio un pequeño círculo alrededor
del polo (i).
E l d escubrim iento de la declinación m agnética tuvo u na gran
im portancia, ta n to p a ra la navegación com o p ara las ciencias
y
especialm ente p a ra la física del globo,
fe
*
^
* *
P ocos días después un nuevo m otivo de alarm a puso a C olón en
la necesidad de desvanecer los tem ores basados en o tra leyenda de
(1) L a variación de la brú ju la es debida a la influencia del m agnetism o te rre stre .
—
34 —
las tan tas de aquellos tiem pos. Los navegantes que se habían atrevido
a reco rrer el océano algo m ás al oeste de las islas A zores sabían de
la existencia de algas m arin as*, flo tan tes, que cubrían superficies
m ás o m enos extensas del m ar. Se hablaba, con terro r, de relatos de
algunos m arinos que m anifestaban, exagerando los hechos, que, en
ocasiones, la cantidad de algas era tal que im pedían la m archa de los
buques y que m ás de uno había quedado aprisionado debido, adem ás,
según decían, a la viscosidad del agua y a la falta de viento.
A m ediados del m es de septiem bre aparecieron las prim eras algas
o sargazos. L as carabelas habían p en etrad o en la reg ió n del océano
A tlántico, donde tales algas se en cuentran en can tid ad ex trao rd in a­
riam ente grande. D esde entonces esa región se ha llam ad a M ar de
los Sargazos. L as carabelas se e n co n traro n en esa p arte del A tlántico,
desde , m ediados de septiem bre h asta los prim eros días de octubre.
E sto dió lugar a nuevas m urm uraciones y a escenas de inquietud.
L as carabelas, sin em bargo, cruzaron todo el m a r de los Sargazos sin
experim entar dificultad alg u n a ni aun en las p artes en que las algas
se p resen tab an m ás tupidas.
L as corrientes m arinas que allí existen a rra stra n esos vegetales y
form an con ellos una llanura inm ensa, con partes m ás o m enos
tupidas, y cuya superficie es tan g ran d e que su p era a la extensión
del territo rio de la R epública A rgentina.
*
* *
Otro m otivo de inquietudes p ara los afligidos trip u lan tes, fué el
de los vientos alisios.
Se da el nom bre de vientos alisios a los que, e n tre los trópicos,
soplan constantem ente, y d u ran te todo el año, en la m ism a dirección,
que es la del N . E., en el hem isferio N o rte ; y en la del S. E., en el
hem isferio Sur. E ste viento, casi siem pre favorable, p erm itió a Colón
realizar el viaje de ida en un tiem po relativam ente corto. P recisa­
m ente por esta circunstancia, los trip u lan tes dieron nuevam ente p ru e­
bas de alarm a, pues se daban a p en sar que p ara el reg reso no tendrían
vientos favorables, desde que los alisios soplaban en sentido contrario.
*
* #
E n resum en, desde que C olón se alejó de las islas C anarias, el 6
de septiem bre, h asta el 12 de octubre, tuvo que so sten er una lucha
continua con la tripulación de las tres carabelas, dispuestas siem pre a
insubordinarse. L a distancia recorrida, las variaciones e x trañ as de la
brújula, el m ar de los Sargazos, los vientos alisios, todo parecía con­
ju rarse p ara acobardar a cualquier m arino, aun al m ism o Colón, que
se había aventurado a desafiar las acechanzas de lo desconocido. E s
ju sto tener presente tod as estas circunstancias p ara ap reciar debida­
m ente la pericia, la fuerza de v oluntad y o tro s m éritos del gran
A lm irante.
(1)
L lam adas sargados, en po rtu g u és.
—
35 —
Colón, pues, no sólo descubrió un nuevo m undo, sino tam bién la
declinación de la b rú ju la; y fué, adem ás, quien, prim ero, dió a conocer
la existencia del m a r de los S argazos, y los vientos llam ados alisios.
Exploraciones de Colón. E l regreso
Colón creyó que la isla descubierta pertenecía a las tierras
tan buscadas de la India. L leno de alegría em prendió la ex­
ploración de las tierras próxim as y descubrió variaá islas más
a las que designó con los nom bres de F ernandina, Isabela,
etc., h asta que llegó a la que denom inó de Cuba.
A unque no se conoce con seguridad el lugar preciso
donde desem barcó en esta isla, se da como m ás probable el
llam ado actualm ente P u erto P ad re (O ctu b re 28).
Allí entró en un río m uy ancho en su desem bocadura,
con herm osos árboles, arb u sto s y flores en sus bordes. Colón
fué el prim ero en p isar tie rra de la isla a la que dió el
nom bre de Ju an a en honor del príncipe Juan.
T an herm osa le pareció la isla que, de ella dijo ser: “el
país m ás herm oso que puedan h aber contem plado nunca los
ojos de un m o rtal” . Y tan es así que ha m erecido siem pre
el calificativo de “P erla de las A n tillas” .
H allaron, allí, casas m uy grandes y herm osas, dispues­
ta s sin orden, hechas con ram as de palm eras- P ara la pesca,
los indios disponían de redes y anzuelos, trab ajad o s con
esm ero. T uvieron oportunidad de ver hom bres y m ujeres
que andaban con un tizón hecho con una hoja seca a rro ­
llada en form a de tubo, y rellenado éste con hojas tam bién
secas. Encendido en una extrem idad chupaban de la otra,
y retenían el hum o que, luego, despedían por la boca y la
nariz. Le llam aban tabaco. Los españoles llevaron a E spaña
esta costum bre india de fum ar.
A nte los m aravillosos espectáculos que ofrendaba la
isla de Cuba, Colón creyó que había descubierto el fam oso
C athay.
T an seguro estaba de ello que se preocupó de ponerse
en com unicación con el m onarca o g ran K han de la tie rra
m isteriosa. Sus esperanzas quedaron defraudadas.
M ientras Colón estaba dedicado a explorar las costas de
la isla de Cuba, M artín A lonso P inzón, quien ten ía el mando
-3 8
—
de la Pinta, con toda m ala fe había desertado, una noche, para
ir, secretam ente, a una isla que los indígenas llam aban
Babeque (In ag u a G rande), donde esperaba encontrar g ra n ­
des cantidades de oro, según indicaciones de algunos indios
que llevaba a bordo (N oviem bre 21).
Colón, con la S anta M aría y la N iña, prosiguió la explora­
ción de la isla de Cuba, y, navegando, después, hacia el
sureste, descubrió la isla de H aití a la que dió el nombre de
La Española.
E xploraciones de Colón (P rim e r v iaje).
Reconoció, luego, la isla que llam ó de la Tortuga, y, más
adelante, en la Española, se estableció en una bahía cerca
de la cual habitaba una trib u de indios cuyo cacique o rey
se llam aba G uacanagary. E l cacique y su tribu recibieron a
Colón m uy am istosam ente.
L a noche del 24 de D iciem bre, víspera de N avidad, mien­
tra s Colón descansaba en su cám ara, la Santa María, aunque
el mar estaba en calma, se fué sobre un banco, arrastrada por
m
—
39 —
la corriente. E sto fué debido a que el m arinero tim onel se
había retirado a dorm ir dejando a un novicio en su lugar.
T oda la tripulación dirigida por el A lm irante se entregó
al salv ataje; pero sin resultado. L a Santa María tuvo que
ser abandonada.
G uacanagary en cuanto tuvo conocim iento del naufragio,
intervino con su gente y sus canoas y, asi, pudo ser retirado
de la carabela todo lo que era útil.
P inzón, con la tripulación de la P in ta, no se encontró
en esta grave em ergencia, puesto que, desde el día 21 de
Noviem bre, no se supo m ás de él.
Al A lm irante no quedaba sino la carabela m ás pequeña,
la Niña. La tripulación de la carabela perdida no podía
agregarse a la de la Niña por falta m aterial de espacio.
La situación era gravísim a.
Colón tom ó la resolución de dejar en este sitio, m uy apro­
piado, una p arte de su gente y m andó co n struir un fortín
em pleando para ello las m aderas de la carabela naufragada.
L o bautizó con el nom bre de fuerte N atividad o N avidad.
Q uedaron en el fuerte 39 personas al m ando de Diego
de A rana. H abía entre ellas, un médico, y, adem ás de otros
obreros, un sastre, un carpintero, etc.
L a región donde quedó ubicado el fuerte Navidad era
especialm ente apropiada para fundar u na colonia. Allí cre­
cían m uy bien árboles con abundancia de f r u ta s ; y la tierra,
sum am ente fértil, por lo que estab a a la vista, constituía
una esperanza para los prim eros pobladores.
Los trabajos para la construcción del fuerte y alojam iento
de los que debían ser sus m oradores, estuvieron term inados
al finalizar el mes de Diciem bre. Se em plearon varios días
en prep arar la partida de la N iña para el viaje de regreso.
L a conducta incalificable de M artín Alonso Pinzón, y sus
posibles graves consecuencias, pudieron ser bien apreciadas
por el A lm irante y por la tripulación, al considerar que de­
bían av en tu rarse a cru zar de nuevo el océano con una sola
carabela, la N iña, para reg resar a E spaña. Pudieron, no obs­
tan te, confiar en su buena suerte, pues la carabela se en­
contraba en buenas condiciones m arineras.
A ntes de p a rtir quiso el A lm irante, aunque no dudaba de
—
40 —
la am istad de G uacanagary, realizar un sim ulacro con las
arm as de fuego. M andó efectuar algunos disparos de bom­
barda y de arcabuz para d em ostrar a los indios la potencia
y eficacia de esas arm as.
P artió Colón, por fin, y, en las inm ediaciones de un
prom ontorio, al que llam ó Monte 'Christi, siendo el 6 de
enero, se le presentó, repentinam ente, la P inta, de la que
nada se sabía desde el 21 de noviem bre. P inzón, decepcio­
nado de su inútil excursión, tra tó de excusarse ante el Al­
m iran te de su falta de lealtad.
Y a reunidas las dos carabelas y después de recorrer
todavía la costa de la E spañola h asta la bahía de Sarnana,
p artieron, definitivam ente, el día 16 de enero (1493).
D u ran te los días 13, 14 y 15 de febrero, las carabelas
tuvieron que so p o rtar la acción de una borrasca ciclónica.
E l viento huracanado y las olas gigantescas y cruzadas,
im pedían que las carabelas avanzaran o retrocedieran.
L a P in ta, m andada por Pinzón, desapareció de nuevo
d u ran te la borrasca, prosiguiendo sola, la N iña, el viaje
de regreso a E spaña.
E l peligro era tan grande que Colón, tem iendo un nau­
fragio, escribió en un pergam ino todo lo que pudo sobre
el descubrim iento que había realizado. E nvuelto el perga­
m ino en un tela encerada, fué puesto en un barril y 1^
m andó echar al m ar. O tro barril, con un docum ento igual,
fué colocado sobre el castillo de popa, para el caso que
la N iña naufragara.
F elizm ente Colón pudo llegar a la isla de S anta M aría,
una de las A zores. D ádose a la vela, de nuevo, ancló en el
p u erto de L isboa donde fué agasajado por el rey de P o r­
tugal. P o r fin llegó al p u erto de P alos el día 15 de m arzo
de 1493 a los 7 m eses y 12 días de su partida anclando en
el m ism o sitio de donde había salido.
L a P in ta, que había desaparecido por segunda vez el
14 de febrero, d u ran te la gran borrasca, en tró tam bién ai
puerto de P alos horas después que lo hiciera la Niña.
P inzón m urió pocos días después y se sospechó que
sería de envidia y despecho.
—
41 —
Los intrépidos viajeros fueron recibidos con g randes ho­
nores y en m edio de un entusiasm o ex traordinario. L as cam ­
panas se echaron a vuelo, las cásas de com ercio fueron ce­
rrad as en señal de fiesta, y toda la población tom ó p arte
en una procesión que acom pañó al g ran nav eg an te h asta
la iglesia, en acción de gracias.
E n B arcelona, donde se encontraban los reyes. Colón
fué recibido con los m ás altos honores. (A bril de 1493).
Consecuencias inmediatas del descubrimiento.
España y Portugal.
Bula de Alejandro V I. Tratado de Tordesillas.
U n a consecuencia inm ediata del descubrim iento, fué la
renovación de las anteriores d esav en en cias-en tre E sp añ a y
P o rtu g al, pues el rey de este últim o .país entendía que las
tierra s que acababa de descubrir C ristóbal Colón debían pertenecerle, en m érito de los derechos que le acordaban las
bulas expedidas por el P apa. (P ág s. 18 y 19).
Los R eyes Católicos, ante la actitu d de P o rtu g al, se
apresuraron a acudir ante la au to rid ad del Sum o P ontífice
para que éste les reconociera la posesión de las tie rra s des­
cubiertas. F ué, así, que el P ap a A lejandro V I, expidió una
bula declarando que correspondían a los R eyes Católicos
todas las tierras e islas descubiertas y por descubrirse que,
no perteneciendo a ningún príncipe cristiano, estuviesen si­
tuadas a occidente de una línea im aginaria, traz ad a de polo
a polo, a cien leguas de cualquiera de las islas A zores y
de Cabo V erd e; y que debían pertenecer a P o rtu g al las
tierra s que quedasen al este de dicha línea. (B u la de 4 de
m ayo de 1493 (J).
E l rey de P o rtu g al no tard ó en p resen tar sus quejas
ante el P apa, haciendo la m anifestación de que sus dere­
chos quedaban desconocidos. E s ta contienda se acentuó a
tal pu n to que hubo de deg en erar en un grave co n flic to ;
pero, por fin, las p artes convinieron en firm ar un tra ta d o
por el cual se disponía que la línea pasara a 370 leguas
(1 ) L as dos bulas del P a p a A le ja n d ro V I, em itidas el 4 de m ayo y el 7
de septiem bre de 1493, lo fueron e sta n d o Colón, y a de regreso, en E spaña, y a n te s
de su p a rtid a p a ra el segundo viaje.
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al oeste de las islas de Cabo V erde. El tra ta d o fué firm ado
en la localidad de T ordesillas. el 7 de junio de 1494.
N o s e s u p u s o, enton­
ces, que dicha dem arcación
llegaría a -ser causa de dis­
cordias, no sólo por las po­
s e s i o n e s e n el A tlántico,
sino tam bién en el otro he­
m isferio, porque, yendo los
españoles hacia occidente de
la línea, y los portugueses,
hacia el oriente, y sin lími­
te alguno bien fijado, debían,
encontrarse forzosam ente,
como sucedió con las islas
M olucas.
E sto s hechos fueron el
origen de las cuestiones
que, du ran te varios siglos,
sostuvieron E spaña y P o r­
tugal en Am érica.
habían realizado expediciones clandestinas en fechas próxim as al des­
cubrim iento de A m érica, no sólo con posterioridad a éste sino tam ­
bién con an terio rid ad al mism o.
E sp añ a no ta rd ó en darse cuenta de las consecuencias que se
derivarían del tra ta d o de T ordesillas que, por lo pronto, aseguraba
a P o rtu g al la posesión jurídica de esas tierras. (B rasil).
Y a desde 1493, E sp añ a y P o rtu g a l se recelaban de todo cuanto
im portaba el envío de expediciones al N uevo M undo, y cada una de
ellas m an ten ía ag en tes secretos (espías) en la otra, para estar al
tan to de la p rep aració n y p artid a de tales expediciones, y p ara pre­
venirse de posibles sorpresas.
D u ran te los prim eros años que siguieron al descubrim iento no
faltaron com erciantes que, con propósitos de lucro, arm aran tam bién
expediciones clandestinas al N uevo M undo.
A fines de 1501 los reyes de E sp añ a prohibieron toda expedi­
ción que se o rg an izara “sin licencia ni m andado” para ir a alguna
tierra, ya descubierta o que se descubriese en adelante, bajo pena
de p erd er el navio o navios, así com o todos los p ertrechos, arm as
y m ercaderías, m ás una m u lta en dinero efectivo.
V iajes clandestinos
L as quejas interp u estas an te el P a p a p or el rey de P o rtu g al, así
com o sus insistencias p ara que la “línea” se llevara m ás a occidente,
no se debían a divergencias p or sim ples detalles, sino a m otivos
de gran trascendencia que, más tarde, quedaron revelados. E fectiva­
m ente, algunos a u ­
tores y críticos, con
razo n es b astantes,
han sostenido que
la actitud del rey
de P o rtu g al no se
debió sino al cono­
cim iento, s e c r e t o ,
que tenía, de que,
al llevar la “línea”
m ás al oeste', que­
d aría dentro de es­
te l í m i t e a l g u n a
p arte del continen­
te, ya reconocida o
L os p rin cip ales p u erto s españoles sobre el A tlántico,
avistada por m ari­
de donde p a rtía n casi to d as las expediciones
nos portugueses que
al N uevo M undo.
Segundo viaje de Colón
G rande fué el entusiasm o que produjo el descubrim iento
de Colón, principalm ente en E spaña. L os Reyes Católicos,
com prendiendo su im portancia, dispusieron la inm ediata pre­
paración de
otra expedición con m ayores elem entos. Se
com puso de 17 buques y 1500 hom bres,
y p artió del puerto
de Cádiz el 24 de septiem bre de 1493.
F o rm ab an parte de la ex p ed ició n : el herm ano del A l­
m irante, D iego; el cartógrafo Ju an de la Cosa, el padre
B ernardo Boyl (V icario A postólico) y otros religiosos,
Alonso de O jeda y algunos personajes más.
V enían, adem ás, obreros de to d a clase de oficios, y
se em barcaron ganados, anim ales dom ésticos, perros de pe­
lea, sem illas diversas, p lan tas para aclim atarlas, y provi­
siones alim enticias en abundancia.
Se ve que esta segunda expedición ten ía ya el carácter
de una em presa colonizadora.
Llegado que hubo a la E spañola, después de recono­
cer otras islas, grande fué el asom bro de Colón al encon­
trarse con el fuerte “ N avidad” destruido com pletam ente y
desaparecidos los hom bres que había dejado de guarnición.
Los indios, quizá por haber sido m altratados, fueron quie­
nes incendiaron y destruyeron el fu erte, m atando a la ma-
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yoría de los que com ponían la guarnición. G uacanagara ex­
plicó que un rey, m ás poderoso que él, había sido el au to r
del desastre.
E n un sitio elegido algunas leguas m ás al este del
fuerte destruido, Colón m andó efectuar el trazado de una
ciudad que bautizó con el nom bre de Isabela en hom enaje
a la reina Isabel. E s ta fué la prim era ciudad fundada en
cerarse de las quejas y acusaciones de sus enem igos. (M a­
yo 10 de 1496).
Pocos m eses después de su p artida, B artolom é Colón
fundó, en la m ism a isla E spañola, la población de “Santo
D om ingo”, que es hoy capital de la R epública del m ism o
nom bre. (A gosto de 1496).
el N uevo M undo. Los edificios principales se hicieron de
p ied ra; pero los de poca im portancia se construyeron de
m adera, cañas y barro.
Colón encargó el gobierno de la isla a su herm ano
Diego, m ientras él se dedicaba a la exploración de otras
tierra s y a b u scar oro.
Exploró algunos p untos de la isla de Cuba, pasó a
la de Jam aica, donde no encontró lo que soñaba. Volvió a
la isla de Cuba y, después de descubrir o tras islas, regresó
enferm o a Isabela, donde encontró a su herm ano B arto­
lomé, quien había llegado de E spaña con provisiones, que
aliviaron m ucho las penurias de la población.
El descontento y la indisciplina de los pobladores, así
com o la actitu d hostil de los indios, fueron tales que és­
tos se rebelaron. Los indios fueron vencidos y su cacique,
Caonabó, fué tom ado prisionero.
M ientras tanto, los m ales de la colonia aum entaban.
Colón dejó al frente del gobierno a sus herm anos B arto ­
lomé y Diego, y em prendió el regreso a E spaña para sin­
Tercer viaje de Colón
Colón llegó a E spaña, de regreso de su segundo viaje,
en junio de 1496. A pesar de las inform aciones p resentadas
a los reyes contra el A lm irante, éste supo convencerlos
de su inculpabilidad. Sin em bargo, la situación de Colón
no era nada comoda, a tal pu n to que le era difícil conse­
g u ir los elem entos y el personal necesarios para ap restar
una nueva expedición. H abía tran scu rrid o ya un año des­
de su regreso,
y nada había
obtenido to­
davía. P o r es­
ta m ism a fe­
cha, m ediados
de 1497, el
rey de P o rtu ­
gal enviaba a
V asco de Ga­
m a con la mi­
sión de que,
siguiendo la
ru ta de B arto­
lomé Díaz, com pletara el viaje a la In d ia que éste últim o
no había podido cum plir diez años antes.
E ste hecho influyó seguram ente para que los reyes de
E spaña ordenaran el rápido apresto de la terc era expedi­
ción. P o r fin, a los dos años de su regreso, vencidas todas
las dificultades, p artía Colón de S anlúcar de B arram eda
el 30 de m ayo de 1498.
E n este viaje llegó a una isla, cerca del continente, a
que dió el nom bre de la Trinidad. Reconoció las costas
del golfo de Paria (C osta de las P erlas) y de allí, navegan­
do hacia el oeste, llegó a la isla Margarita. E n co n tró , en
4
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una islita próxim a, unos indios dedicados a la pesca de
perlas y consiguió de ellos una buena cantidad de éstas,
dándoles, en cambio, algunas chucherías.
P rosiguió Colón h asta la E spañola y, allí, encontró la
población en estado de revuelta. Su autoridad fué desco­
nocida obligándole esto a tom ar m edidas enérgicas de re­
presión. T a n to él como sus herm anos eran acusados de ser
los culpables de los m ales que sufrían los pobladores.
L os enem igos de Colón y de sus herm anos m andaron
com unicaciones a E spaña acusándolos de opresores y crueles.
Con el fin de realizar una investigación, los soberanos
m andaron a F rancisco Bobadilla, como “juez pesquisidor”,
p ara que inform a­
ra acerca de la si­
tuación de la co­
lonia. E n cuanto
llegó a S anto D o­
m ingo tom ó pose­
sión abusiva de
la residencia del
A lm irante, estan­
do éste ausente, y
ordenó fuera pren­
oción reh ú sa se le q u iten las cadenas.
dido el goberna­
dor Diego Colón,
engrillado y arrestado en un barco. El A lm irante y su h er­
m ano B artolom é, m om entáneam ente ausentes, en cuanto se
p resen taro n en la ciudad de S anto D om ingo fueron, a su
vez, arrestados.
Em barcados los tres herm anos en una carabela, sin aten­
der razones, fueron engrillados y llevados a España.
Al ra to de darse a la vela, el capitán del barco, m uy
condolido, se propuso quitarle los g rillo s; pero Colón no lo
consintió. P refirió llevarlos h asta el fin del viaje, esperando
que se los q u itaran p o r orden del rey.
Así, el descubridor de un nuevo m undo tu v o que so­
p o rta r la hum illación de llevar las cadenas como un crim inal
vulgar. L legado a E spaña (N oviem bre de 1500), fué puesto
en libertad por m ediación de la reina Isabel.
— 47 —
Vasco de Gama consigue llegar a la India
Importancia de este acontecimiento
D esde que el portugu és B artolom é Díaz había llegado,
al finalizar el año 1487, al cabo que llam ó Tormentoso, no
se habían hecho nuevas ten tativ as p ara llegar a la India.
E sta ru ta quedó olvidada d u ran te 10 años, h asta que el rey
de P o rtu g al, celoso de los descubrim ientos de los españoles,
resolvió em prender de nuevo la gran em presa. Con este pro­
pósito partió de L isboa una expedición al m ando de un joven
e intrépido m arino: V asco de Gama. (M ediados de 1497).
V asco de Gama, doblado que hubo el cabo T orm entoso,
ya llam ado de B uena E sp eranza, tocó la costa oriental de
A frica en varios puntos h asta M elinda, puerto m uy concu­
rrid o por los m arinos que recorrían el m ar R ojo y las re­
giones superiores del océano Indico. D esde M elinda, guiado
p or un piloto ára­
be que le propor­
cionó el rey de es­
ta región africana,
em prendió la tr a ­
vesía en dirección
noreste y llegó a
C alicut en el Indostán. (M ayo 22
de 1498).
El 25 de abril de
1499 llegaba de re ­
greso a L i s b o a ,
C asi <1 lo s d o s
V asco de G am a llega a la In d ia .
años, uno de los barcos de la expedición con sólo la tercera
parte de los 160 hom bres que habían partido.
E ste acontecim iento tuvo consecuencias extraordinarias.
L a nueva vía m arítim a im portaba an u lar la te rre stre que
m onopolizaban los m ahom etanos, y éstos ya no serían los
dueños casi únicos del com ercio con la India. A sim ism o, los
p uertos del M editerráneo, en p articu lar V enecia, y los del
m ar N egro, fueron perdiendo su im portancia a m edida que
crecía la de los situados sobre el A tlántico. Lisboa, uno de
éstos, llegó a tener un m ovim iento extraordinario, por los
— 49 —
num erosos barcos que afluían a él, procedentes de todas
partes.
G randes fueron, tam bién, las ven tajas que ofrecía la
nueva ru ta por la dism inución del costo del tran sp o rte m arí­
tim o, la supresión de trib u to s, transbordos, y otras trab as
costosas, y, como consecuencia, el abaratam iento de todos
los productos asiaticos cuyos precios quedaron asi al alcance
de m ucha gente. El té, el café, y h asta el azúcar dejaron de
ser artículos de lujo.
E n E sp añ a la noticia del éxito de Gam a causó sensa­
ción al m ism o tiem po que desagrado, pues el problem a del
cam ino a la In d ia quedaba resuelto en beneficio de los por­
tugueses.
Pedro Alvarez Cabral
E l éxito alcanzado por V asco de Gama en su expedi­
ción a la India, indujo al rey de P o rtu g al a enviar otra
más poderosa y con m ayores elem entos, con el propósito
de establecerse allí definitivam ente.
A principios del año 1500 (M arzo 9) p artía la expe­
dición del puerto de L isboa al m ando de P edro A lvarez
C abral quien debía seguir la
ru ta de V asco de G am a; pero
se desvió luego hacia el conti­
nente am ericano, donde tocó
tierra y tom ó posesión de ella
en nom bre del rey de P o rtu ­
gal (A bril de 1500). L a llamó
Tierra de la Vera Cruz, de­
nom inación que, m ás tard e se
cambió en Tierra de Santa
Cruz. El punto de arribo, un
puerto n a t u r a l , fué llam ado
“P o rto S eguro”.
Se da como cierto que los
portugueses sabían ya de la
existencia de tales tierras, por
navegantes que habían estado
allí secretam ente, con anterioridad. (V er pág. 42 y 43). E sto
explicaría que la llegada de A lvarez C abral a la costa bra­
sileña no fué casual y debida a una tem pestad, como siem ­
pre se había dicho, sino que arribó allí por un acto deli, berado.
Cabral m andó hacer una cruz, que fué erigida en ese
lugar como sím bolo del derecho de posesión, y en m érito
de que le correspondía por estar situado dentro del lím ite
que le asignaba el trata d o de Tordesillasi
D espués de despachar a uno de los barcos para P o r­
tugal, con la noticia del descubrim iento y tom a de pose­
sión, siguió viaje a la India.
Américo Vespucio. Origen del nombre de América
Am érico V espucio, perteneciente a una distinguida fa­
m ilia florentina, había pasado a E spaña donde e n tró en
relación con un fuerte com erciante italiano, radicado en Se-,
villa, especialm ente dedicado a la organización de expedicio­
nes m arítim as. E l contacto con el arm ador citado, despertó
en él un gran entusiasm o por los viajes.
M ás tarde entró al servicio de E sp añ a y form ó p arte de
la expedición de Alonso de O jeda en 1499. (V éase pág. 52).
Llam ado por el rey de P ortu g al, pasó a su servicio para
tom ar parte en una expedición puesta al m ando de Gon­
zalo Coelho quien debía co ntinuar la exploración de la
costa brasileña cuya tom a de posesión había realizado A l­
varez C abral en “ P o rto S eguro”.
E n m ayo de 1501, p artía la expedición del pu erto de
Lisboa, y, después de to car la costa de Africa, p roseguía
hacia las islas de Cabo V erde. Reconocido el cabo “ San
R oque”, en la costa brasileña, la navegación continuó ha­
cia el sur, creyéndose que alcanzaron el cabo “ S anta M a­
ría”. E n 1502 la expedición regresó a Lisboa. (V er m ap ita).
L a fam a de A m érico V espucio fué debida a sus cono­
cim ientos como cosm ógrafo y cartógrafo, asi como a varias
cartas geográficas que fueron m uy difundidas por to d a
E uropa, u n a de ellas llam ada Mundus Novus. T o d as con­
tenían relaciones de los viajes que había realizado.
E stas cartas, universalm ente leídas, dieron ta n ta fama
al autor, que se llegó a considerar que V espucio había ha­
llado uh nuevo continente y que Colón sólo había descu­
bierto algunas islas.
— 50 —
E n 1507 se publicó un libro de geografia, en latin, cuyo
autor, el a le m á n
Nüc^o
partesfutitlatmsIufl:ratne/&alia
M artín W altzemÜquarta pars per Americü Vefputi5(vtin fequenti
11er decía: “ que no
busaud¡etur)inuentaeft/quáno.ivideo curquis
encontraba ningún
iure vetet ab Amcrico ¡nuentore lagacis ingenij vi
.
°
AmeriV ro Amerigenquali Americi terrà/ liue Americani
m otivo para que no
ca
dicendá:ci & Europa SeAíiaa mulieribus Paafot.
Se llam ara tierra de
tita fintnomina.Eius fitü Sí gentis mores exbis bi
A m érico O A m érica
nis Amerid nauieatíoníbus qua: fequuncliquide
_,
*
,
intciUgidatur.
1
al n u e v o m u n d o
descubierto.
P á rra fo del célebre libro en que ap areció
por p rim era vez el n o m b re de A m érica dado
-p
i
c llg U n O S
*
§10*
ai Nuevo Mundo.
bos terráqueos y en
m apas, im presos pocos años después, los autores adopta­
ron ese nom bre. D esde 1516 en adelante, fué ya universal­
m ente aceptado. E sto constituyó una injusticia, aunque, en
verdad, la culpa' no fué de V espucio, sino de los autores
de libros, m apas y globos geográficos. V espucio, en sus
escritos, no aplicó nunca su propio nom bre a las nuevas
tierras descubiertas.
E n honor del g ran navegante, el N uevo M undo debió
llam arse Colombia, p ara p erp etu ar con esta palabra el nom ­
bre de su descubridor, cuya gloria, a pesar de todo, será
eterna.
Cuarto y último viaje de Colón
Su muerte
El encuentro, por V asco de Gama, de la ru ta para
llegar a la India, im presionó m ucho a Colón, y a que él no
había conseguido otro tan to todavía, siguiendo una ru ta
en sentido contrario. E ste gran acontecim iento le incitó
aún m ás a. p ersistir en su propósito de descubrir el “paso”
o m ar abierto ” que le habría perm itido llegar directam ente
a las regiones del C athay y de Cipango.
Con ese propósito, ya de regreso de su tercera expedi­
ción, se dedicó sin descanso a la preparación de un cuarto
viaje, a pesar de las dificultades que encontraba, debidas a
las acusaciones de sus enem igos que, desde la Española, in­
terponían ante el rey. P o r fin, después de m ás de un año
de esperas, consiguió que se p rep arara una m odesta expediciÓM de cuatro bartrm c'n'n todo lo necesario. E n m ayo de
1502 partía del puerto de Cádiz. A com pañaban a Colón su
herm ano B artolom é, su hijo F ern an d o y varios intérpretes
de lengua árabe
p ara utilizarlos
en el supuesto
caso de llegar
a la India, pues
que éste cons­
t i t u í a el m á s
grande de sus
afanes.
L l e g ó a la
isla E spañola,
sin poder des­
e m b a r c a r en
ella, por disposición del gobernador N icolás de Ovando, en
cum plim iento de órdenes de los reyes.
P rosiguiendo su ruta, navegó hacia el oeste y llegó hasta
las isletas llam adas “Jardin es de la rein a” , para tom ar, luego,
la dirección sur. R ecorrió la m ayor p arte de las costas de
la A m érica C entral y como en algunos sitios, que exploró
m inuciosam ente, encontró cierta can tid ad de oro, y los in­
dios le dieron noticias de la existencia de un país rico,
Colón se afirm ó en la creencia de h aber encontrado tierras
de la In d ia ; pero luego, ante la im posibilidad de continuar
buscando el “paso” deseado, debido a que los barcos se
encontraban en pésim as condiciones y casi inutilizados por
la “carcom a” , se dirigió hacia el norte.
E n la isla de Jam aica tuvo que em barrancar sus barcos
en la playa por hallarse ya to talm en te inservibles. P erm an e­
ció allí un año esperando los socorros que había pedido v a­
liéndose del generoso ofrecim iento de un trip u lan te m uy adic­
to, llam ado D iego M éndez, quien, con otros com pañeros y
algunos indios, se em barcaron en dos grandes canoas resuel­
tos, tem erariam ente, a realizar u n a trav esía de cuarenta
leguas p ara llegar a la E spañola, a la que arrib aro n feliz­
m ente, después de m uchas peripecias.
A uxiliado, por fin, pudo Colón traslad arse a Santo Dom iago, hasta que} abatido por toda d a s e de sufrim ientos, se
— 52 —
— 53 —
em barcó en septiem bre de 1504, para llegar al puerto de
S anlúcar en noviem bre del m ism o año, de donde pasó a Se­
villa, ya enferm o y achacoso. La reina Isabel, que se encon­
trab a tam bién enferm a, falleció
unos 20 días después, en M edina
del Campo. P a ra Colón significó
u na pérdida irreparable porque
ella co n stitu ía el único apoyo
con que podía contar todavía.
E l rey F ern an d o le atendió
b o n d ad o sa m e n te; pero siem pre
se m anifestó esquivo ante sus re­
clam aciones. Así, C ristóbal Co­
lón, el descubridor del N uevo
M undo, m urió en m edio de la
m ayor indiferencia, en la ciudad
de V alladolid, el día 20 de mayo
de 1506, día de la A scensión 1.
La expedición tocó el continente en la región situada al norte
del río A m azonas (actuales G uayarías) y se dedicó a ex p lo rar la
co sta hacia el norte. V isitaron la isla M arg arita y continuaron, luego,
h a sta el lago de M aracaibo. A llí enco n traro n una tribu de indios,
cuyas viviendas estab an co n struidas sobre pilotes, y que, por estar
rodeadas de agua, se com unicaban por un puente con la tie rra
firm e. F ué dado el nom bre de V enezuela a esa población de indios,
p o r su parecido con la ciudad de V enecia, edificada a lo largo de
canales.
L leg aro n al cabo que llam aron “de la V ela”, en la península
de “G u ajira”, y luego reg resaro n a la isla E spañola (H a ití). D es­
pués de c a rg a r palo “ cam peche” y un g ru p o de indios para ser
vendidos com o esclavos, reg resó O jeda a E sp añ a (Ju n io de 1500).
Pero A lonso N iño (1499). — E ste m arino había estado ya en
el "u ev o m undo acom pañando a Colón, com o piloto, en su prim er
viaje.
P a rtió en una carabela trip u lad a p o r algo m ás de trein ta hom ­
bres. Siguió casi el m ism o d erro tero que O jeda, pues arrib ó ta m ­
bién a las actuales G uayanas. C ontinuó h asta la isla “M a rg arita”,
reco rrió la costa h asta V enezuela y, de allí, con un valioso carg a­
m en to de “palo b rasil”, cierta cantidad de oro y, principalm ente, “p er­
la s”, reg resó a la P en ín su la (F e b re ro de 1500).
V icente Y añez P inzón (N oviem bre, 1499). — E ste m arino, uno
de los tres h erm anos que acom pañaron a C olón en su prim er viaje,
se dió a la m ar en dirección a las islas C anarias y de Cabo V erde,
sorprendiéndole un g ran tem poral, hasta que fué avistado un cabo
al que fué dado el nom bre de “ S anta María de la C onsolación’11
(actu al San A g u stín ). S iguieron hacia el norte, a lo largo del con­
tin en te, h asta descubrir el río A m azonas, de cuya grandiosidad en
la desem bocadura, quedaron asom brados.
C ontinuó P inzón reconociendo la costa h asta el golfo de “P a ­
ria ” . A llí cargó palo cam peche y, luego, em prendió viaje de regreso
(S eptiem bre de 1500). P in zó n fué, pues, el descubridor del río
A m azonas.
D iego de Lepe (Enero de 1500). — L epe se dirigió al conti­
nente tocando tie rra un poco m ás al sur del cabo San A gustín, de
donde, subiendo h a sta el A m azonas, p en etró en él, en una buena
extensión. D e allí pasó al golfo de P a ria p ara reg resar a E spaña
sin o b ten er nada que tuviera im portancia.
Rodrigo de B astid as (E nero de 1501). — E ra un escribano que,
con el perm iso concedido p or los reyes, y dispuesto a o b ten er bu e­
nas ganancias, arm ó dos carabelas llevando com o piloto al ya cé­
lebre Ju an de la Cosa. R econoció p arte de las costas de la actual
Colom bia y del istm o h asta cerca de P o rto b elo . C onsiguió negociar
con los indios, y obtuvo una buena cantidad de oro y de perlas;
pero las pésim as condiciones en que se en contraban los barcos, ag u ­
jereados p o r un gusano que abunda en las aguas del mar d e esa
V iajes menores de los españoles
A unque después del p rim er viaje de
Colón, se había despertado y a el in ­
terés p or las tie rra s del nuevo m undo,
el entusiasm o no se acrecentó sino
después del tercer viaje, debido en
g ra n p arte, al d escubrim iento de la
“costa de tas p erlas” que había h e­
cho el mismo Colón (ver pág. 4.5).
P o r las capitulaciones firm adas a favor de C olón por los R e­
yes C atólicos, éstos no podían “conceder perm isos p ara explotar
tierra s que C olón descu b riera” ; pero, a p esar de ta l prohibición,
fueron num erosos los perm isos concedidos a particu lares p ara que,
éstos, efectuaran exploraciones a su costa.
L os principales viajes secundarios llam ados “viajes m en o res” se
realizaron en tre 1499 y 1503.
A lonso de O jeda (M ayo de 1499). — A lonso de O jeda fué
autorizad o por el m on arca p ara ex p lo rar las costas del continente.
L e acom pañaban el cartó g rafo Ju an de la Cosa y A m érico V es­
pucio, quienes, com o el m ism o O jeda, hab ían acom pañado a Colón
en su tercer viaje.
(.1) Se ha podido co m p ro b ar que la festividad de la A scensión correspondió,
en aquel añ o , al día 21 y no al 20 de M ayo.
—
54-
zona, le im pidieron co n tin u ar las exploraciones. Con los buques en
tan m alas condiciones em prendió viaje de reg reso a E sp a ñ a ; pero
los tem porales le obligaron a volver a la E sp añ o la y, en un islote
de las proxim idades, las dos carabelas se inutilizaron, pudiendo
salvar tan sólo lo m ás valioso de lo que cargaban,
l.. :..
La Junta de Burgos — O tros viajes menores
D u ran te los años tran scu rrid o s desde el descubrim iento hasta,
finalizar el siglo X V , los resultados m ateriales obtenidos, no h a ­
bían sido de g ran provecho. A dem ás, d u ra n te esos m ism o s'a ñ o s, los
portugueses, franceses e ingleses ya habían realizado expediciones
descubridoras, con la consiguiente ocupación de las tie rra s descu­
biertas, en las costas de la A m érica del su r y del norte.
E sta com petencia influyó para que el rey F ern an d o , dándose
cuenta del peligro que significaba, resolviera d ar un fuerte im pulso
a nuevas em presas descubridoras y colonizadoras, o rdenando que
éstas fueran prep arad as con la seriedad y técnica debidas.
Fué así que, respondiendo a este propósito, el rey F ernando
dispuso la reunión, en la ciudad de B urgos, de los pilotos Ju an de
la Cosa, A m érico V espucio, V icente Y añez P in z ó n y Ju a n D íaz de
Solís, con el fin de resolver lo pertinente a tan serias cuestiones.
E n esa reunión o ju n ta, que presidía el rey, se convino la crea­
ción del cargo de “piloto m ay o r” a quien .co rresp o n d ería ocuparse
de todo lo referente a las expediciones y em presas de colonización.
Fué designado para ta l cargo A m érico V espucio. (1508).
Se resolvió tam bién que, en adelante, los co m andantes de b a r­
cos deberían acred itar su capacidad de tales- p or m edio de un exa­
m en teórico y práctico. A este efecto se creó en Sevilla una escuela
de náutica.
E n cum plim iento de la m isión que se había im puesto la Ju n ta
de B urgos, el rey F ern an d o ordenó la salida inm ediata de u n a ex­
pedición cuyo fin principal era “b u scar el paso o mar abierto” que
perm itiera llegar a las islas de las especias.
Vicente Y añez Pinzón. — La expedición que se dispuso p re ­
parar, la m andaban V icente Y añez P in zó n y Ju a n D íaz de Solís
(Junio de 1508).
D espués de pasar por la isla de Cuba a rrib aro n al continente,
cuyas costas recorrieron desde las proxim idades del cabo “G racias
a D ios’ h asta el de “San R oq u e”. D e allí reg resaro n a E sp añ a sin
enco n trar el “p aso ” tan buscado (O c tu b re de 1509).
E nciso, O jeda y B alboa. — U n abogado, M artín F ern án d ez
Encjso, que residia en S an to D om ingo, había conseguido, con su p ro ­
fesión, acum ular una re g u la r fortuna.
A lonso de O jeda, ya conocido p or sus em presas anterio res, que
se en contraba tam bién en S anto D om ingo, indujo a E n ciso a d ejar
su profesión y a que le acosupafiara en una expedición, que consi­
—
55 —
deraba sería lucrativa, ofreciéndole, adem ás, el cargo de alcalde
m ay o r de la provincia donde estableciera su gobierno.
V ivía, asim ism o, en la E spañola, un poblador, llam ado V asco
N úñez de Balboa, que poseía y cultivaba una g ran ja; pero que se
encontraba cargado de deudas. Perseguido por sus acreedores, tom ó
la resolución de em barcarse secretam ente en uno de los barcos de
la expedición de E nciso. Se l\izo llevar a bordo, desde su granja,
m etido en un tonel. Cuando el barco estuvo en alta m ar, salió B al­
boa de! tonel, anjte la sorpresa de los expedicionarios. E nciso estuvo
a punto de dejarlo abandonado en una isla desierta; pero, condolido
de su situación, lo retuvo com o un trip u lan te m ás.
O jeda había partid o hacia el D arién an tes que Enciso, y éste
debía reu n írsele p o sterio rm en te (N oviem bre de 1509). L e acom pa­
ñaban Ju an de la Cosa y F rancisco P izarro.
L a expedición tocó en el puerto de C artagena y luego en San
S ebastián donde le esperaban desastres y penurias de toda clase.
F u é en ese lugar donde Balboa, an te el desalentado Enciso, acon­
sejó a éste se trasla d a ra a o tro sitio m ás apropiado, donde encon­
tra ría ab undantes recursos, lugar que ya conocía por haberlo visitado
con B astidas años antes. E nciso aceptó el consejo, y, en el lugar
indicado, dispuso el asiento de su gobierno, dándole el nom bre de
Santa María de la Antigua del D arién, a la que todos se habían
encom endado.
E nciso, que se consideraba teniente de O jeda, y Balboa, in te ­
ligente y de carácter, no ta rd a ro n en revelar sus recíprocas p reten ­
siones.
L o s pobladores concluyeron por negar obediencia a E nciso, y,
de todo ello, resu ltó que éste, viéndose en desgracia, tuvo que ab an ­
donar la colonia y traslad a rse a E sp añ a para entablar una acción
judicial en defensa de sus derechos. F u é escuchado y obtuvo ju s­
ticia, pues se condenó a B alboa a satisfacerle daños y perjuicios.
Descubrimiento del Mar del Sur
Balboa — Su muerte
E n tre las hazañas realizadas por los av entureros que
llevaron a cabo el descubrim iento y conquista de A m é­
rica, una de las m ás notables fué la trav esía del istm o de
P anam á realizada por V asco N úñez de Balboa con el p ro ­
pósito de buscar “el m ar” del o tro lado de las m ontañas.
E m pezó por form ar una agrupación de hom bres vigo­
rosos, resueltos a todas las penurias, y adictos a su persona,
en núm ero de 190, arm ados con arcabuces, ballestas, espa­
das, picas y escudos, llevando también algunos perros adies­
— 56 —
trados para la pelea, que constituían siem pre el te rro r de
los indios.
Se em barcó con elios en un bergantín y nueve canoas
grandes, y se trasladó desde D arién (S anta M aría la A n­
tig u a) a Coiba, región que ocupaba el cacique Careta, Dejó
allí las em barcaciones y la m itad de su gente y em prendió
la m archa por tierra, que resultó en extrem o fatig o sa.¡ T u ­
vieron que escalar serranías y m ontañas escarpadas, cru­
za r tierras p antanosas y bosques tupidos, s:n contar la
acción en erv an te de un calor tropical, y las picaduras de
infinidad de insectos. En cuatro días sólo pudieron avan­
zar diez leguas, no sin librar frecuentes com bates con los
indios. A lgunos de é«tos,
prisioneros, le sirvieron
de guías, forzada o vo­
luntariam ente.
P róxim o ya a la vista
del m ar, pues sólo falta­
ba alcanzar una pequeña
altu ra, Balboa m andó de­
te n e r a sus hom bres, y
se encam inó, solo, h asta
la cum bre para contem ­
plar, el prim ero, desde
allí, la grandiosidad del
panoram a con el inm en­
so m ar casi a sus pies
(S eptiem bre 25 de 1513). Allí se arrodilló para dar g ra­
cias al C reador por haberle concedido una gloria ta n grande.
A cto continuo ordenó que se am ontonaran unas piedras
y se colocara una cruz como sím bolo de la tom a de pose­
sión, y em prendieron seguidam ente el descenso h asta el
m ar.
D espués de recorrer las riberas del golfo en que se en­
co ntraban, al que bautizó con el nom bre de San Miguel,
em prendió el viaje de regreso a D arién, encontrando en
el tray ecto las m ism as dificultades; pero llevando un rico
tesoro en oro y perlas (E n ero 19 de 1514).
E l m ar descubierto por V asco N úñez de B alboa fué
llam ado Mar del Sur.
La América en la época de su descubrimiento
Cuando los europeos dieron principio a la conquista y colonizacion
de las diversas regiones de la A m érica, en co n traro n en ella pueblos
m uy distintos e n tre si por su lengua, por sus costum bres, por su con­
form ación física, color, etc.
R elativ am en te a su civilización en co n traro n pueblos que yacían
en estado de barb arie com pleto; y o tro s que form aban agrupaciones
num erosas, con una organización tal que causaron la adm iración de
los europeos. D e todas las agrupaciones indígenas que poblaban la
A m érica, sólo dos form aban algo así com o E stad o s: la de los
aztecas que con stitu ían el im perio m ejicano; y la de los quichuas,
que form aban el im perio de los Incas, en el P erú .
D ejando de lado a los aztecas y quichuas, así com o algunas a g ru ­
paciones que h ab itab an la A m érica C entral y la actual Colom bia,
(m ayas y m uiscas o chibchas), los
dem ás indígenas de toda la A m é­
rica, desde la zona glacial del n o r­
te, habitada por los esquimales,
h asta la T ie rra del Fuego¿ vivían
en el estado m ás salvaje, y la ma­
y o ría eran guerreros, feroces e
indom ables.
E n tre las tribus que ocupaban
una extensión tan vasta com o la
A m érica del Sur, las costum bres
eran m uy variadas y algunas m uy
raras.
L os individuos de algunas tri­
bus se desfiguraban la cara fijan­
do, en ella, colores diversos; y en
la nariz, en las orejas y en los la­
b i o s , practicaban perforaciones
para introducir objetos de form as
v ariadas. Casi todos se adornaban
con plum as de vistosos colores.
L os caribes de las A ntillas m e­
nores y de V enezuela, eran de los
m ás feroces y el te rro r no sólo de los conquistadores, sino tam bién
de los dem ás indios. T en ían aspecto h o rro ro so por sus caras p in ta­
rrajead as, su largo cabello y su cráneo deform ado por achatam iento
de la fren te que lo producían artificialm ente aplicando a los niños,
desde los prim eros dias de su nacim iento, unas ligaduras com preso­
ras. E sto s indios solían salir en excursión invadiendo otras islas po­
bladas por indios de carácter m anso. L a sola presencia de los caribes
los aterro rizab a.
E n general las arm as eran : el arco, la flecha y la m acana. L a lanza
y las boleadoras eran arm as que se usaban m enos y sólo por algunas
tribus, entre ellas los ch arrú as y los querandíes, que ta n ia resistencia
opusieron al e sta­
blecim iento de los
Españoles en am bas
m árgenes del P lata.
L o s indios de
o tra s tribus, p a ra
hacer m ortales las
heridas, aunque és­
tas no fueran g ra ­
ves, ponían su sta n ­
cias venenosas en
la p u n ta
de las
flechas.
S um am ente dies­
tro s era n algunos
en la caza de ani­
males, ya con el
arco, ya con las
boleadoras.
L o s conquistado­
res e n co n traro n en
la A m érica d e 1
N orte, en la Cen­
tra l y en -la del
Sur, resto s de ciu­
dades que p erten e­
cieron a pueblos
y a desaparecidos
en la época de la
conquista, com o los
mayas, de cu ltu ­
ra superior a la de
los aztecas y p e­
ru an o s que encon­
tra ro n los españo­
les.
L o s mayas ocu­
paban en la A m é,
rica C entral, la pe­
nínsula de Y ucatán y se extendían al sur h a sta el P acífico y p arte
de G uatem ala. Im ponen tes son las ruinas de los tem plos y palacios,
como el d e ICabah, testim onios de su cu ltu ra general.
L os sitios en que se en cu en tran las ruinas se hallaban invadidos
per la maleza a tal punto que, p o r m ucho tiem po, p erm anecieron ocul­
tas en m edio de las selvas sin ser descubiertas por los conquistadores,
lo cual prueba que fueron obra de generaciones m uy anteriores.
L as ruinas halladas en el Y ucatán son las m ás im p o rtan tes de
esos parajes. E n tre los edificios, son notables el que se llam a Casa
del Gobernador, que m ide 116 m etros de largo por 13 de ancho y 8
de a lto ; el castillo de Chichen-Itza, el palacio de Kabah y otros.
L a im presión que. produce la v ista de esta m aravillosa ciudad
derruida, en el centro del despoblado in­
menso, es tan grande, que no es de ex­
trañ ar que los primeros exploradores se
quedasen mudos de asombro al contem­
plarlos. “Asom bro y silencio están aquí
en su puesto, dice N orm án; hablar me
hubiera parecido una profanación. Una
aparición celestial no hubiese podido cau­
sarme mayor impresión que estos impo­
nentes monumentos, estos sepulcros sa­
grados de una civilización desaparecida,
sobre la que se extiende el silencio de las
tumbas". " Cuando llegaron a Yucatán
los españoles de la conquista, ya estaban
convertidas en ruinas la mayor parte de
estas ciudades, y las m uy pocas que aún
se hallaban habitadas tardaron poco tiem­
po en derrumbarse, sin que haya podido
‘averiguarse la verdadera causa de seme­
jante decadencia’’.
E n resum en, conviene tener presente, respecto a la población
de la A m érica en la época de su descubrim iento:
1.
Qtre to d o el N uevo M undo estaba poblado desde las reg io ­
nes frías de
la A m érica del N o rte h asta la T ie rra del Fuego.
2. Q ue las diversas naciones, tribus, etc., de aborígenes, se
diferenciaban un as
de otras, algunas de una m anera
m uy p ro n u n ­
ciada, ta n to p o r su tipo físico com o por su lengua, costum bres,
ideas
religiosas, g én ero de vida nóm ada o sedentaria, etc.
3. Q ue estas agrupaciones no se hallaban todas en com pleto
estado salvaje, pues existían algunas m uy civilizadas, relativam ente,
que aso m b raro n a los conquistadores, por su organización política
y ad m in istrativ a, por sus industrias, sus m onum entos, sus sistem as
de canalización, y p or sus conocim ientoss astronóm icos.
4.
Q ue con an terio rid ad a la existencia de estos im perios exis­
tió en el m om ento de la conquista, una civilización igualm ente o
más ad elantada, todavía, com probada por las ruinas de m agníficas
construcciones que en co n traron los conquistadores y viajeros, y que
se ven aún hoy, principalm ente en M éxico y la A m érica C entral, casi
escondidas en los bosques espesos del Y ucatán, G uatem ala y H o n ­
duras X1).
(1)
P a ra m ás d etalles c o n su lta r H is t. A rg. y A m ericana del m ism o autor.
—
61 —
Indígenas que poblaban el actual territorio argentino
en la época de su descubrimiento
£
C uando los españoles iniciaron la conquista y colonización del
actual territo rio arg en tin o lo poblaban num erosas agrupaciones de
indios que h ablaban lenguas m uy distintas y tenian costum bres ta m ­
bién m uy diversas. Cada grupo com prendía num erosas tribus.
T o d as vivían en com pleto estado salvaje, y sólo tenían alguna
superioridad sobre las dem ás, las que h ab itab an la reg ió n m ontañosa
del n oroeste (d iag u itas).
R especto del vestido, puede decirse que, en un territo rio tan ex ­
tenso, con regiones de aspecto tan diferente, existían desde las tribus
cuyos individuos cu b rían el
cuerpo con pieles de an im a­
les, o con tejidos, h a sta los
que an d ab an casi o com ple­
tam en te desnudos.
T o d as las tribus, con m a­
y o r o m eno r g u sto artístico,
llevaban ad ornos según los
recu rso s n atu rales de la re ­
gión h a b i t a d a y según su
habilidad. L os hacían de m e­
tal, de hueso, m adera, cue­
ro, plum as, dientes, escam as
y espinas de pescado, etc.
O b ten ían el fuego hacien­
do g ira r la ex trem id ad de un
listón de m adera d u ra en una cavidad practicada en un tro zo de
m adera blanda. Con la -'fro tació n se producía una llam a suficiente
p ara hacer a rd e r pasto seco, astillitas y luego leña. (C u ad ro pág. 64).
A lgunos de estos pueblos co n stru ían sus habitaciones con postes
clavados en el suelo y que luego cubrían con cueros, esteras de fibras
vegetales, o ram as y pastos, etc. N o faltaban los que vivían en g ru tas
naturales, y cuevas bajo tierra. L os que h ab itaban en las regiones
donde abundaba la piedra utilizaban tam bién ésta para co n stru ir sus
viviendas. Con m ás o m enos perfección todos fabricaban recipientes
de tierra , cocida o secada al sol (alfarerías).
A quellos que vivían a orillas de los ríos poseían canoas en gran
cantidad y eran m uy d iestros en m anejarlas. (Página» 62 y 64).
L o s indígenas de A m érica no conocían el carro, es decir, ningún
vehículo con ruedas. P a ra el tra n sp o rte por tierra, donde se criaba
la llama, em pleaban ésta com o anim al de carga. F ab ricab an los a p a ­
rejos para la caza y la pesca, así com o sus arm as.
R especto de sus creencias religiosas poco es lo que se sabe con
precisión. A lgunas trib u s ad oraban al sol, al relám pago, etc.; otras
creían en la existencia de espíritus buenos y m alos. T en ían sacerdo­
tes p ara celebrar las cerem onias de ah u y en ta r los espíritus m alos,
y tam b ién cu ran d ero s p ara curar a los enferm os.
5
— 63 —
L a m ayoría se dtiba a la em briaguez con bebidas alcohólicas
que prep arab an haciendo ferm en tar miel de abeja, alg arro b a o maíz.
L as arm as que u saban lás diferentes agrupaciones o naciones,
eran, en tre las principales: arco y flecha, lanza, garrote o macana,
boleadoras, etc. A la prep aració n de sus
arm as, dedicaban la m ayor p arte de su
tiem po y lo hacían con m ucha proligídad. A unque la superioridad de los con­
q uistadores sobre los aborígenes, respec­
to del poder ofensivo de las arm as, era
indudablem ente m uy grande, aquéllos so­
lían encontrarse, m uy a m enudo, en grave
peligro a n te la superioridad num érica de
los indios, cuando éstos a rrem etían en
grandes m asas, casi sin darles tiem po pa­
ra u tilizar sus arm as de fuego.
L os arcabuces exigían dem asiado tiem ­
po p ara p rep arar las carg a y efectuar el
disparo. L os cañones, utilizados princi­
palm ente en la defensa de los puestos
atrincherados, eran de difícil conducción
con m ayor razó n en las regiones m ontañosas.
A dem ás, la preparació n del tiro era en extrem o lenta, pudiendo
hacer unos ocho o diez disparos por hora com o m áxim o, debiendo de­
ja r en friar lás piezas, y proceder a una lim pieza prolija de las m ism as.
ARMAS
usadas por los
españoles
Cañones
Serpentinos
(c a ñ o n e s
ARMAS
usadas por los
indios
—
—
c h ic o s )
F alconetes
A rcabuces
B oleadoras
Arco con fle­
chas ( c o n o sin
v e n e n o ).
P edreros
—
ARMAS
usadas p o r los
españoles
B allestas
Picas o lanzas
E spadas y
puñales
H achas
R odelas o
escudos
ARMAS
usadas por los
indios
—
Lanzas
M acanas
R odelas
(hechas con p ie ­
les de pum a).
Con el an d ar del tiem po, y a consecuencia de las relaciones, cada
vez m ás estrechas e n tre colonizadores y aborígenes, éstos, ya por
cambio, ya p o r robo, adquirían m uchos objetos cuya confección im i­
taban después. De esta m anera m ejoraron sus arm as, sus tejidos, sus
adornos, y llegaron a fabricar m uchos objetos útiles que no conocían,
dando origen a una in.dustria rudim entaria propia. L os indios de las
llanuras, una vez que poseyeron el caballo, aprendieron a fabricar
todas las prendas necesarias para el mismo, aunque solían andar en pelo.
-6 5 —
Las grandes agrupaciones indígenas
E s un hecho constatado, que la naturaleza del territo rio tiene
una influencia m uy m arcada sobre los individuos que lo habitan y
que éstos deben a d a p ta rse a él, de acuerdo con los elem entos y m e­
dios de vida que les ofrezca la región habitada.
L os indígenas del Chaco, por ejem plo, que vivían
en pleno bosque, tenían a la m ano troncos de á r ­
boles, ram as y fibras tejibles apropiadas p ara hacer
esteras y co n stru ir sus chozas o guaridas. L os pue­
blos de la región andina, en cam bio, fabricaban sus
habitaciones con la piedra, que abundaba en las sierras.
Así tam bién en la alim entación, pues m ientras los
indios chaqueños tenían ab undante pesca y caza en
las lagunas, esteros y ríos, los indios serranos se de­
dicaban a la cría de ganados y
o tros anim ales dom ésticos cuya
carne con stituía p arte de su ali­
m ento, adem ás de maíz y otros
v egetales que cultivaban.
A nálogas diversidades existían
en la fabricación de sus arm as
y objetos de uso dom éstico 1.
L as g u erras entre las tribus
distin tas eran frecuentes y san ­
g rien tas quedando en ocasiones,
com o esclavos, los prisioneros
tom ados a la tribu vencida. E s ­
to, así com o la acción g u errera
de los conquistadores, provoca­
ba las em igraciones de indios
y, com o consecuencia, una m ez­
cla m ay o r de pueblos indígenas
y de sus lenguas.
A dem ás, com o los escritores
y m isioneros de la época de la
conquista no dejaron datos b as­
ta n te s y concluyentes, se com ­
prende que no haya sido posi­
ble, h a sta ahora, hacer una clasificación precisa de las distintas
razas o agrupaciones indígenas.
E l te rrito rio arg en tin o tan extenso com o es, presentaba e n to n ­
ces, com o ahora, regiones o zonas m uy diversas, y así tam bién, los
(1 ) E s p recisam ente p o r lo dicho, que, en las ilu stracio n es del te x to , no se
re p re sen ta n tipos de indios cubiertos con prendas de vestir, adornos, etc ., que no
poseían en el m om ento de la conquista.
L as tales ilustraciones, m uy com unes en los tex to s, inducen a equívocos a los
alum nos, pues éstos concluyen por form arse la idea de que tales objetos re p re ­
sentados, eran obra de la in d u stria orig in al de los indios.
-6 6 —
chaquense.
litoral,
pampeana.
-6 7 —
cacán o kaká, idioma distinto del quichua. E n aquella época, sin em ­
bargo, ya la lengua quichua era hablada por algunas tribus diaguitas,
adem ás de la propia, introducida por los naturales del P erú . L a mul­
titud de nom bres de origen quichua que aún se conservan en esa
región, prueban de m anera evidente la influencia de la dom inación
de los incas del P erú .
L as habitaciones de estos aborígenes estaban construidas con pie­
dras planas (lajas) colocadas unas sobre otras sin cem ento alguno.
Nada positivo se sabe sobre la m anera de como hacían el techo.
araucana (N euquén).
patagónica,
fueguina.
R egión serrana del noroeste y central. — Esta región abarcaba
m ás o m enos lo que hoy com prenden las provincias de Ju ju y ,
C atam arca, T u cu m án , L a R ioja, San Ju a n y p arte de las de Salta,
Santiago del E stero , C órdoba,
M endoza y S an Luis. Se in­
cluye tam bién la ex g o b ern a­
ción de L os A n d es.
E n este te rrito rio tan ex­
te n s o -s e en cu entran regiones
m o n tañ o sas con altas m esetas
y serran ías, que form an valles,
fértiles algunos, y áridos otros.
A bun d an tam b ién los aren a ­
les y las salinas. L a v eg eta­
ción com prende, adem ás de
arb u sto s espinosos, algarrobos,
lapachos, talas, molles, ch añ a­
res, etcétera, y los típicos c ar­
dones o cactus que presen tan
el aspecto de candelabros.
E s ^conveniente hacer co n star que los aborígenes de esta región
L a principal industria en que sobresalían era la alfarería con sus
eran los que poseían un g rad o algo m ás elevado de civilización
tinajas, urnas, pucos o tazas, figuritas, etc.
entre todas las agrupaciones que ocupaban el territo rio en la época
H acían tam bién trab ajo s en m adera, hueso y piedra. Sabían tejer
de la conquista; pero no le pertenecían las antigüedades que allí
la lana, que la obtenían de la ¡lama, de la vicuña y de-1 guanaco;, y
se han encontrado, tales las construcciones de piedra, que se supo­
con los tejidos hacían sus prendas de vestir. U saban unas com o ca­
nen fortalezas, “p u cará s” ; habitaciones, h o rnos p ara fundir m etales,
m isas sin m angas, que les llegaban hasta las rodillas; y se calzaban con
urn as y otras alfarerías de las que, algunas, con ten ían resto s hu­
sandalias de cuero llam adas ojotas.
m anos de adultos y de c riatu ras; menhires o sea piedras paradas,
L os diaguitas se alim entaban de productos vegetales; maíz, porotos,
algunas escu lp id as; peiroglifos, etc. L a figura de la pág. 65 re p re ­
zapallos, etc.; pero com ían tam bién carne de guanaco, avestruz, pato,
senta un gran menhir esculpido, de 3 m etro s de largo. D esde la
etc. D el algarrobo, chañar, tuna, etc., obtenían frutas que le servían
m arca a hacia abajo indica la p a rte destinada a ser e n terra d a para
de alim ento y tam b ién para prep arar bebidas ferm entadas.
darle la posición vertical.
L as tribus principales eran: los chalchaquíes, omaguacas, quilmes,
E sto s restos de antigüedades se supone que pertenecieron a un
atacamas, lules. juries, etc. Se incluyen en esta agrupación de diagui­
pueblo que fué vencido y desalojado por otro m ás bárb aro . P arece
tas a los sanavironas, y a los comechingoneS’ Los primeros ocuque la influencia de los In cas del P e rú se dejó sen tir en la región
del noroeste, revelada p or ciertas sem ejanzas en las alfarerías, etc.
C uando en traro n los españoles, esa reg ió n estaba ocupada por los
diaguitas, g ran agrupació n cuyas tribus hablaban, en su mayoría, el
— 70 —
paban el su reste de S a n tia g o del E stero , y los segundos, las sierras s
de C órdoba. E sto s indios, sin em bargo, hablaban u n a lengua d istin ta
de la cacana.
.En San Ju a n vivían los huarpes o guarpes cuya lengua era ta m ­
bién d istinta de la de los diaguitas.
R egión chaqueña. — E sta reglión ab arcab a las actuales g o b ern a­
ciones de F o rm o sa y del C haco y p arte de las provincias de Salta,
S antiago del E ste ro y S an ta Fe. H aibitaban esta región las siguientes
trib u s: abipones, tobas, m ocovies, matacos, agaces, etc.
E stas tribus h ab lab an lenguas m ás o m enos diferentes, y ninguna
era de raza guaraní. L o eran, en cam bio, algunas de las que ocupaban
el actual territo rio parag u ay o al este del río P a ra g u a y ; y los chiri­
guanos en los lím ites con B olivia.
L as costum bres de estos indios
eran m ás o m enos parecidas. Se
alim entaban de p roducto s v eg eta­
les, de pescado y de carn e.
A lgunas de estas tribu s eran m uy
g u erreras e indom ables; otras, m ás
dóciles, se dejaban em padronar.
Sus arm as principales eran el
arco y la flecha, la macana, etc. Su
vivienda la hacían con palos cla­
vados en el suelo y que cubrían
con ram as y p a ja p ara fo rm a r el
techo.
R egión litoral. —- E sta región
abarcaba la actual gobernación de
M isiones y provincias de C o rrien ­
tes, E n tre R íos y S a n ta F e.
V ivían en esta región los tapes,
timbúes, corondás, quiloazas, caracarás, mepenes, mocoretás, minúanes, chanás, etc. D e estas tri­
bus, eran guaraníes los tapes de
M isiones y los chanás del delta del
P a ra n á y sus contornos, incluso la
m argen d erech a de este río. H abía,
adem ás, algunas otras trib u s poco num erosas tam bién de origen
guaraní, infiltradas en esta región. L as costum bres, régim en alim en­
ticio, etc., eran m ás o m enos iguales a las de los pueblos del Chaco.
L os charrúas y los yaros estaban en te rrito rio de la actual R ep ú ­
blica del U ruguay. L os prim eros andaban tam bién en territo rio ac­
tualm ente entrerriano.
R egión pampeana. — E ra la región de las llanuras, que abarcaba
el territo rio que hoy form a la provincia de B uenos A ires, la p arte
sur de las d e M endoza, San L uis y C órdoba, lim itada al sur por
el río N egro.
V ivían en esta región los puelches y los querandíes.
Puelches. — L os puelches habitaban toda la región deslindada
— 71 —
m enos el t e r r i t o i » ocupado por los querandíes. E sto s indios eran
de elevada e s ta tS u y bien conform ados, físicam ente.
Q uerandíes. ■ t Vijrían en el territo rio com prendido- e^tre el#río
Salado por el suiw y cfc¡j£b^-y. ei P a ra n á por e l e s t e ,-llegando hasta
él río C arcañ ará en S a n ta Fe: .
E sto s indios fueron? los que encontró M endsza a l fundar la ciu­
dad de B uenos Aires. A ndaban generalm ente desriudosplos hom bres;
y las m ujeres llevaban u n paño desde la cintura ha-ta las rodillas.
E ran, com o los puelches,.- de elevada estatura. ?§
L os puelches y los ‘ querandíes arm aban sus habitaciones con
pieles de anim ales, que colocaban sobre posYes u 'h o rc o n e s . ’
E l guanaco, el peludo y el avestruz eran los principales an i­
m ales que cazaban y que les proporcionaban el alim ento. -.
L os querandíes p rep arab an algo así como una especie de h a­
rin a reduciendo a polvo el pescado, privado de su grasa y desecado
después. E n la g u e rra , adejjtás de la m acana y las flechas usaban
las lla m a d a s» bolas arío jarjjjas (boleadoras).
R egión araucana. — l^ i form aban la actual gobernación d'd
Neuquén y la parte suroeste de
fa’-fwovincia’. de Mendoza. Re­
gión m u y ^ ^ fíT '^ n o n n e^ crecen
talas, algarrobos, caldenes, etc.
Los moradores del Neuquén,
o sea los araucanos, eran, des­
pués de los diaguitas, los indí­
genas que tenían mayor cultura.
Estos indios, atraídos por algu­
nas ventajas que ofrecía la re­
gión pampeana, ocupada por los
puelches, en la que se hallaban
millares de caballos alzados, fue­
ron avanzando y entraron en
los dominios de ésto-.
Con el andar del tiempo, los
TT
. , ¡
,
i •
j
U n c o n s e jo d e in d io s,
araucanos fueron desalojando,
poco a poco, a los puelches y querandíes, desapareciendo éstos, diez­
m ados p o r las g u erras que sostenían con los españoles y con o tras
trib u s indígenas. R esulta, así, que los indios de la actual provincia
de B uenos A ires, al term in a r el siglo X V I I I , ya no eran los pu el­
ches de los p rim ero s tiem pos de la conquista, sino los de origen
araucano, a los que se continuó designando con el nom bre de pam pas.
R egión p atagónica. — L a región patagónica com prendía las ac­
tuales gobernaciones del R ío N egro, C hubut y S anta C ru^JsM ientras'
la región chaqueña y, aunque en m enor grado, la del litoral, íe des­
tacaban p o r la abundancia de bíisques y corrientes de agua que ofre­
cían g randes v en tajas para las necesidades de la vida, la reg ió n pa­
tagónica se caracterizab a por un suelo desolado y triste, y p o r un a
vegetación raq u ítica y escasa.
L os indígenas de la P a tag o n ia eran designa'dos con el nom bre
de “tehuelch es” (de “tehuel” = sur, y de "ch e’l . = g en te ), es decir
“gente d e j s u r ’V N o todos h ablaban el m ism o idiom a, y, respondiendo
a esta circunstancia $e h an dividido en tehuelches dfel n o rte y tehuelches del sur.
E sto s aborígenes, p o r su alta e sta tu ra y su conform ación física,
bien proporcionada, h an sido considerados com o el tipo m ás herm oso
de todos los que poblaro n el actual te rrito rio argentino.
L os prim eros viajero s que los conocieron los calificaron de g ig an ­
tes, debido a su g ra n a ltu ra ; pero esta apreciación era exagerada.
E ran , sí, los aborígenes m ás altos;
pero no a p u n to tal que se les hubie­
se considerado com o gigantes.
U sab an una especie de calzado de
piel de' guanaco que dejaba am plias
señales de las pisadas. E sta circuns­
tancia fué, quizá, la que dió origen
al calificativo de patagones que les fué
aplicado.
Los tehuelches vivían en toldos h e­
chos con pielés de g uanaco con las
que cubrían un arm azó n de palos
clavados en el suelo.
Se alim en tab an con carne de ani­
m ales, tales el guanaco, el avestruz,
ra ta s y algunos otros. E sto s indios no
prep arab an bebidas alcohólicas; pero,
m ás tarde, el con tacto con los con­
quistadores y o tro s pueblos indígenas,
les hizo adqu;rir el hábito de la em briaguez. E l vestido co n sistía en
una especie de m anto de pieles de guanaco.
R egión fueguina.— L a reg ió n llam ada T ie rra del Fuego, al con­
trario de lo que pudiera creerse, no p resen ta un aspecto del todo
desolado. A unque territo rio m o n tañ o so , p resen ta en la p a rte o rien­
ta l regiones onduladas con valles pintorescos y buena vegetación.
V ivían, y viven aún allí, tres agrupaciones de caracteres y de
idiom a distinto; pero todas de vida n ó m ad a: los onas, los yámanas
o yáganes y los alacalufes.
L os yámanas y los alacalufes son canoeros y excelentes pescado­
res. L os onas no tienen canoas: viven en el in terio r pues se alim en­
tan de los p roductos de la caza y de vegetales. Benefician la carne
de guanaco y pescado, así com o huevos, m ariscos, fru tas, hongos,
raíces, etc.
A lgunos alim entos los com en cocidos, y, otros, crudos. P ro d u ­
cen el fuego golpeando dos piedras apropiadas. E l vestido consiste
en un cuero de guanaco que colocan sobre la • espalda y se envuel­
ven con él. L os canoeros fabrican sus canoas (p irag u as) con m adera y
corteza de árboles. Las atad u ras las hacen empleando barbas de ballera.
E X PL O R A C IO N E S Y D E SC U B R IM IE N T O S
Expediciones clandestinas
Solís. Descubrimiento del Río de la Plata
A los seis años del descubrim iento de A m érica, V asco
de Gam a conseguía, en 1498, doblar el cabo de B uena E s­
peranza y abrir, para P o rtu g al, la ru ta a la India.
N o obstante el gran significado de ese descubrim iento,
P o rtu g al no cejaba en su propósito de establecerse en tie­
rras de Am érica, en m érito del derecho que le daba el
trata d o de T ordesillas. Así, en el año 1500, P edro A lvarez
C abral tom aba posesión del B rasil en nom bre de P o rtu g al.
E spaña, por su parte, se proponía tam bién llegar a la
India por el occidente, y Colón, en su cuarto viaje (1502),
estuvo em peñado en su b ú squeda; pero sin resultado.
En 1513 Balboa descubría el M ar del Sur (O céano P a ­
cífico) divisándolo al realizar el cruce del istm o de P anam á.
D esde ese m om ento se acrecentó el em peño p or des­
cubrir el paso que, a trav és del continente, p usiera en co­
m unicación los dos océanos.
E sp añ a y P o rtu g al se vigilaban m utuam ente con el fin
de conocer los- proyectos de expediciones, o la salida de
o tras que se em prendieran clandestinam ente.
Se ha com probado que unos m arinos portugueses reali­
zaron un viaje clandestino en 1514, que navegaron a lo largo
de las costas del continente, y que llegaron al actuc.1 Río
de la P la ta al que, equivocadam ente, tom aron por un paso
que conduciría, según creyeron, al M ar del Sur.
E xiste un m apa del geógrafo Schöner, del año 1515 en
el que figura ese supuesto paso, dibujado por el au tor, qui­
zá, en m érito de referencias de aquellos m arinos p o rtu ­
gueses. (V éase pág. 77).
Eos R eyes de E spaña, an te los hechos que se iban su­
cediendo, y en la creencia de que existía el citado estrecho,
se apresuraron a despachar con todo secreto, una expedi­
ción al m ando de don Ju an D íaz de Solís, p ara que tom ara
posesión del su p u esto estrecho en nom bre de su Soberano .
(1)
R especto de un viaje de Solís, en
hechos inducen a p e n sa r que n o se realizó.
1512, que se le atrib u y e,
cie rto s
— 7S —
Sclís partió del puerto de S anlúcar de B arram eda el 8
de O ctubre de 1515.
R ecorrió las costas del B rasil y de la actual R epú­
blica O riental del U ruguay h asta una pequeña bahía a la
que dió el nom bre de Puerto de Nuestra Señora de la Can­
delaria (M aldonado), donde desem barcó y m andó levantar
el acta de la tom a de posesión en nom bre del Rey (x).
fueron charrúas sino guaraníes los autores del hecho. Desde
la carabela hicieron disparos con los cañones para atem ori­
zar a los salvajes; pero sin resultado. (Com ienzos de 15í ó ) .
F rancisco de T orres, segundo de Solís, al ver el fin
desgraciado de sus com pañeros, resolvió no continuar la
exploración para encontrar el paso, y regresó inm ediata­
m ente a España.
Al llegar frente a la isla de S anta C atalina naufragó uno
de los tres buques de la expedición salvándose los trip u lan ­
te s ; pero sin poder reg resar a E sp añ a porque los otros dos
se habían adelantado, desapareciendo. E stos m ism os buques
cargaron en la bahía, llam ada hoy de Santos, unos 500
quintales de una m adera tin tó rea usada para curtir, de un
lindo color rojo sangre, parecida a o tra de A sia que los
europeos llam aban brasil, y cuyo nom bre se dió, después,
al país donde aquélla se encontró.
Los trip u lan tes del buque náufrago quedaron entre los
indios h asta la llegada de Caboto en 1526, a quien le dieron
noticias de la existencia de un país, que llam aban del rey
blanco, en donde, según ellos, el oro y la p lata existían en
cantidad. (Se referían, sin dud&, al P erú ).
Magallanes — Descubrimiento del estrecho de su nombre
La vuelta al mundo — Expedición de Loaiza
C ontinuando la navegación llegó, h asta la isla de M ar­
tín García (2), y como quedara asom brado al contem plar
una extensión tan grande de agua que no era salada, como
la del m ar con el cual se com unicaba, la llamó Mar Dulce.
Solís avanzó con la carabela de m enor calado, y desem­
barcó en la costa oriental, m ás al norte de la isla de M ar­
tín García, a la altu ra del actual arroyo de Las Vacas. Le
acom pañaban varias personas más, y, m ientras se en trete­
nían en observar el paraje, fueron atacados a flechazos por
los indios. T odos ellos fueron m uertos a excepción de uno,
F rancisco del P u erto , quien quedó prisionero de los indios.
Parece probado que los indios comieron los cuerpos de
los desgraciados expedicionarios; y se cree, tam bién, que no
H ernando de M agallanes era de origen p ortugués y
había estado al servicio de su p a ís ; pero p or unas des­
avenencias con el rey, pasó a ofrecer sus servicios a E spaña.
El objeto del viaje de M agallanes era el m ism o que se
había encom endado a Solís. P artió aquél del pu erto de
S anlúcar el 20 de septiem bre de 1519 y siguió m ás o m e­
nos, el derrotero de Solís h asta que se internó en el M ar
Dulce.
P asada ya la actual Punta del E ste (M aldonado) divi­
saron “una montaña hecha como un sombrero ’ ( l ) y le
pusieron el nom bre de M onte-vidi. Es el actual cerro de la
bahía de M ontevideo, y así se explica el origen del nom ­
bre dado a dicha ciudad.
(1 ) L a cerem onia era la de costum bre en estos casos. V éase pág. 120.
(2 ) E s ta isla se llamó así, desde entonces, del nom bre del despensero
que iba en una de las carab elas, y que, fallecido, fue e n te rra d o allí.
(1 )
palabras
se
M ás tard e se llamó M onte Santo O vidio, y de la confusión de estas
form ó M ontevideo.
-7 6 -
M agallanes estableció su fondeadero, según se cree, en
una ensenada a la altu ra del arroyo R osario, y allí, frac­
cionó la escuadrilla tom ando para sí el maíndo de una p ar­
te de la exploración, y encargando a sus subalternos otra
p arte de la tarea. L a perm anencia en el Río de Solís o M ar
D ulce duró 23 días (E n ero 10 a febrero 3 de 1520).
Ju a n S errano, que m andaba uno de los barcos de la
expedición, se in ternó unas 25 leguas en el río U ruguay, y
regresó, al com prender que, por allí, no encontraría el es­
trecho buscado.
R eunidos los tres barcos frente a M onte-vidi, M agalla­
nes se dió a la vela con rum bo al sur observando atenta-
m ente la costa de la P atag o n ia con la esperanza de encon­
tra r el paso o estrecho tan deseado 1.
Se detuvo en un puerto natural, que llam ó de San
Julián, donde pasó el invierno en espera de la prim avera.
L os trip u lan tes querían reg resar a E spaña y se resistían a
perm anecer en un sitio tan triste y desolado.
O ) Según E d u a rd o M adero, J u a n R o d ríg u e z S e rran o fué el descubridot
del rio U ru g u a y . (V éase “ H isto ria del P u e rto de B uenos A ires” , pág. 79).
— 77 —
F u é así que una parte de la gente tram ó u n a conspi­
ración y se sublevó. De los cinco buques que tenia M aga­
llanes, tres quedaron m om entáneam ente en poder de los
sublevados; pero, M agallanes procedió con tal audacia y
sangre fría que pudo dom inar a los am otinados. A lgunos
d e éstos pagaron con la vida su insubordinación. L a perm a­
nencia en San Julián fué casi de 5 meses, ocupando el
tiem po en re p ara r los buques y reco rrer el país.
Allí fué donde encontraron algunos indígenas de alta
estatu ra a los que llam aron patagones. (V er pág. 72).
P asado el invierno continuó M agallanes el viaje, lle­
gando a fines de octubre de 1520 a la entrada del estrecho,
ai que llamó de T odos los Santos.
L a navegación por el estrecho duró varios días. P o r
fin, M agallanes tuvo la dicha de contem plar la inm ensidad
del océano que buscaba
con tan to em peño (*).
T om ó rum bo, luego, h a­
cia las islas de las E spe­
cias, sufriendo terribles
tem porales. Llegado que
hubo a las islas Filipinas,
M agallanes perdió la vi­
da de resultas de un com­
bate sostenido con los
salvajes (A bril de 1521).
M uerto M agallanes, Se­
bastián del Cano (2) to ­
mó el m ando de la expe­
dición, llegando en 1522
a E spaña con un solo
buque, la V ictoria, desH em isferio del globo de Schöner. 1515.
pués de tres años de navegación y de penurias de to d a
(1) Se cree que M agallanes conocía los escritos y el globo de S chöner y que
esto le ale n tab a en la prosecución del viaje, no o b stan te las dificultades de todo
género que se le oponían.
E l haber m arcado Schöner dicho estrecho n o podía pro v en ir sino de u n a
sim ple suposición de su existencia, pues nadie lo había descu b ierto an te s de
M agallanes.
(2 ) D. M artín F ern án d ez de N a v arre te, a u to r de la obra “ Colección de
viajes y descubrim ientos” , escribe el nom bre del navegante, Ju an S ebastián E lcan o
por respeto al u s o ; pero conviniendo en que, en el te stam e n to , íirm ó d el C ano.
U n h erm an o del m ism o, p resbítero, firm aba tam bién, del Cano.
-7 8 —
clase. De las 237 personas que com ponían la expedición,
solam ente 18 volvieron al punto de partida. L a hazaña se
consideró extraordinaria, pues, por prim era vez, se había
dado la vuelta al m undo, probando que la teoría de la re­
dondez de la tierra era un hecho positivo, que ya no adm itía
discusión.
A Sebastián del Cano se le dió en prem io un escudo
con una inscripción en latín cuya traducción es: “T ú eres
el prim ero que me ha rodeado” .
Con posterioridad al viaje de circunnavegación, del Cano
había sido nom brado piloto m ayor de la expedición que
G arcía Jofré de Loaiza debía realizar a las M olucas, pa­
sando por el estrecho de M agallanes.
Los grandes y continuos tem porales, soportados durante
el viaje, así como las dificultades para efectuar la travesía
del estrecho, que duró cincuenta días, fueron fatales, particu­
larm ente para L oaiza y del Cano, pues fallecieron co.n cinco
días de diferencia. P o r rara coincidencia, del Cano, el que
tuvo la gloria de haber sido el prim ero que diera la vuelta
al m undo, m urió en pleno océano, sirv ién d o leJíste, así, de
sepultura. (A gosto 4 de 1525).
Otras expediciones. — En busca del paso del noroeste
E l entusiasm o, despertado en E u ro p a por el descubrim iento de
ías tierras del N uevo M undo, iba en creciente aum ento con las n o ti­
cias, m uchas v e­
ces exageradas o
fan tásticas, que se
divulgaban.
E ste entusiasm o
era grande, p rin ­
cipalm ente en E s ­
paña y P o rtu g al.
L os dem ás países
no podían p erm a­
necer indiferentes
y todos tra ta b a n
de co nquistar al­
g una reg ió n del
g ra n c o n ti n e n te
americano, no obs­
ta n te los derechos
L as fltch a s indican las te n ta tiv a s p a ra e n c o n tra r el
^ ° ,r diversas
paso ta n bu scad o .
bulas, 103 Papas
— 79 —
habían o torgado a E sp añ a y P o rtu g al. Así, en 1497-1498 ya Ju an Caboto, padre de S ebastián, al servicio de In g laterra, había realizado
dos expediciones a la A m érica del N o rte; pero sin fu n d ar asientos.
L a afluencia del bacalao a los bancos de T erran o v a fué m otivo de
atracción, allí, por la ab u n dante pesca, y esto influyó p ara que los
exploradores ingleses y franceses visitaran esas regiones.
L os ingleses exploraron las costas del L abrador, T erran o v a, y
m ás al sur, fundando colonias que prosp eraro n m uchísim o.
L os franceses se establecieron en el C anadá; pero sus p ro g re­
sos no fueron tan im p o rtan tes
E l descubrim iento del M ar del S ur por B alboa en 1513: y el del
estrecho de M agallanes en 1520, habían com probado que las tierra s
descubiertas p o r Colón form aban o tro continente y que las de A sia
quedaban m ucho m ás lejos.
Los m arinos se afanaban por en co n trar otro paso porque el de
M agallanes quedaba dem asiado al sur, lo cual exígía un recorrido
enorm e, de ninguna m anera conveniente, para llegar a las Especerías.
M uchos m arinos españoles, portugueses, 'franceses e ingleses se die­
ron con ahinco a buscarlo, recorriendo desde las costas de V ene­
zuela, todo el g o lfo de M éjico; y desde la península de la F lorida
hacia el n o rte; pero siem pre sin resultado. Suponían, por últim o,
tan to era el afán por en co n trarlo, que estaría m ás hacia el norte, y no
cesaban en la, busca del que llam aban
paso del noroeste.
Todavía en 1529 muchos tenían espe­
ranzas de encontrarle, no desmayando
algunos hasta 1535; pero pronto toda es­
peranza quedó desvanecida
La preocupación de los
conquistadores. - Las leyendas Los Césares
D espués de las prim eras explo­
raciones llevadas a cabo en dife­
rentes regiones del nuevo m undo,
em pezaron a correr por E u ro p a
las noticias m ás estupendas re ­
ferentes a ciudades y riquezas
m aravillosas. E n E spaña, princi­
palm ente, se había despertado un
afán irresistible de traslad arse a
A m érica con la esperanza de en­
riquecerse, y eran m uchos los que
(1)
E l paso existe, sin em bargo, e n tre las islas del O céano G lacial y fué d es­
cubierto en 1854.
-8 0 -
solicitaban concesiones del rey de E spaña para llevar a cabo
la conquista de alguna región del continente am ericano creí­
do inm ensam ente rico. M uchos relatos de los indios, sinceros
algunos, propalados otros, quizás, con propósitos preconcecebidos, eran m agnificados por los conquistadores h asta el
pu n to de p asar a ser cuentos o leyendas. E n V enezuela, por
ejem plo, los indios contaban que existía un país en el interior
cuyo rey se hacía cubrir el cuerpo, todas las m añanas, con
polvo de oro que se adhería m ediante una resina perfum ada.
A los españoles que habían quedado en la isla de S anta
C atalina (costa del B rasil), debido al naufragio de uno de
los buques de la expedición de Solís, que regresaba al m ando
de F ran cisco de T o rres, los indios le narraban que en el in­
terior, hacia el noroeste del P araguay, existía un país m uy
rico en m etales preciosos, país al que se dió en llam ar del
Rey blanco (1). T am bién se daba, com o existente en esa re­
gión, u na cierta Sierra de la Plata, m uy rica en m ineral de
plata, y, efectivam ente, había en ello m ucho de verdad (2).
O tra leyenda, que hizo h ab lar m ucho tam bién, fué la
referente a la Ciudad de los Césares, ciudad que se decía
m aravillosa y que se suponía situada en la región p atagó­
nica. F u é tan creida su existencia, que se proyectaron expe­
diciones p ara ir en su busca, por los gobiernos de Tim a,
T u cu m án y Chile. H a sta el m ism o Garay se sintió inclinado
en cierto m om ento a buscarla.
Se daba com o ubicada la ciudad de los Césares en m edio de una
laguna llam ada “P ayegué” cerca de un estero denom inado “Llanquecó”. D ecíase de ella que ten ía m u rallas con fosos y puen te leva­
dizo; que sus edificios y tem plos eran suntuosos y cubiertos de plata
m aciza; y que del m ism o m etal eran las ollas, cuchillos y h asta las
rejas de los arados. D ecíase, asim ism o, que los asien to s eran de oro.
Y no eran solam ente preocupaciones de la g en te ign oran te, fácil­
m ente inclinada, entonces, a creer las cosas m ás absurdas, sino ta m ­
bién de las m ism as autoridades.
A sí, todavía en 1781, la C orte de E sp añ a, influenciada p o r las
num erosas com unicaciones que se referían a este pretendido descu­
brim iento, al que calificaban de Gran N oticia, en carg ó al G obierno
de Chile que to m ara en consideración la p ro p u esta de un cierto ca­
pitán M anuel O rejuela, que pedía tro p a y dinero p ara em prender la
conquista de la “Ciudad de los Césares”. S om etida la pro p u esta a
estudio del Fiscal, éste, basado en las atestaciones que se conser­
(1 )
(2 )
S eg u ram en te se referían al país de los incas peruanos.
Se supone fu era el cerro de P o to sí, m u y rico en plata.
—
81 —
vaban en los archivos (nueve volúm enes de “autos” ), que juzgó
“ concordes”, “explícitas” y “te rm in an tes”, se expidió con el com pleto
convencim iento de la existencia de los “Césares”, pues m anifestaba
que: con sem ejantes atestaciones, parece que ya no debe dudarse
de la existencia de aquellas poblaciones x.
Alejo García y su expedición al Perú
A consecuencia del naufragio, en el golfo de S anta Ca­
talina, de uno de los tres barcos en que reg resab a a E spaña
F rancisco de T orres, segundo de Solís, los náufragos se re­
fugiaron en la isla de S an ta C atalina de donde pasaron a la
costa firm e en un pu n to que se llam ó pu erto de los P ato s
(1526). Se opina, tam bién, que el puerto así llam ado, estaba
en la isla.
E o s trip u lan tes que consiguieron s a l v a r s e quedaron
abandonados entre los indios; pero pudieron vivir en am is­
tad con ellos. U no de los náufragos, A lejo García, reveló
poseer tales condiciones de energía y habilidad, que todos
los com pañeros, espontáneam ente, le reconocieron com o jefe.
Los indios le refirieron que hacia el occidente, en el
interior del país, existía una región donde abundaba, en
gran cantidad, el oro y la plata. García, hom bre em pren­
dedor, concibió el proyecto de ir en busca de ta n rico país.
Sólo unos pocos de sus com pañeros resolvieron seguirle,
así como unos dos mil indios am igos.
Se internó G arcía con su gente, cruzando territo rio b ra­
sileño y paraguayo, h asta llegar, después, a tierras de la
actual C huquisaca.
E n esos parajes consiguió G arcía reu n ir una reg u lar
cantidad de m etal precioso, y, y a satisfecho con el rico bo­
tín, em prendió el re g reso ; pero en una celada que le te n ­
dieron los m ism os indios, perdió la vida, como asim ism o los
pocos españoles que le acom pañaban.
Sebastián Caboto — Exploración de los ríos
Fundación de Sancti Spiritus
Sebastián C aboto fué un m arino veneciano que había
realizado ya algunos viajes a la A m érica del N orte, por
cuenta de In g laterra, y que, posteriorm ente, pasó al ser­
vicio de E spaña para ocupar el cargo de piloto m ayor, en
reem plazo de Solís. F u é enviado con orden de llegar a
(1 )
P e d ro de A ngelis. C olección de o bras. I , p íg . 354.
— 82 —
— 83 —
las islas M olucas, pasando por el estrecho que M agallanes
había descubierto seis años antes. P artió de S anlúcar de
B arram eda el 3 de
abril de 1526, y, en
octubre, fondeaba en
la costa de la isla de
S anta Catalina, cer­
ca de la cual perdió
el principal de los
cuatro buques que
tenía, con todo el car­
gam ento.
Allí encontró a dos
de los náufragos de
la expedición que, al
m ando de Francisco
de T orres, segundo
de Solís, había regre­
sado a E spaña en
1516, los que se le
unieron y le propor­
cionaron datos sobre
las regiones que co­
nocían, inform ándo­
le, tam bién, de las
noticias de que, en
el interior, existía un
país m uy rico en me­
tales de oro y plata
q u e l l a m a b a n del
Rey Blanco. (P ro b a­
blem ente el P erú ).
Tam bién se hablaba
allí de una Sierra de
Ja Plata. (E l cerro
de P otosí).
Caboto, ante estas
in fo rm a c io n e s tan
seductoras, ab ando­
nó*el proyecto de reconocer el estrecho descubierto por M a­
gallanes, y de llegar a las M olucas, com o se le tenía ordenado,
y decidió explorar los grandes ríos con la esperanza de en­
contrar las fabulosas riquezas de que tan to se hablaba.
A fines de febrero entró Caboto al río de Solís. L legó
a la isla que llam ó de San Gabriel, y luego penetró h asta
la desem bocadura del U ru g u ay fondeando en un paraje de
la costa que llam ó San Lázaro. (A bril 6 de 1527).
Caboto encontró allí al g ru m ete Francisco del P u erto ,
el único sobreviviente de la tragedia en que m urieron Solís
y dem ás acom pañantes, que habían bajado a tierra. F ra n ­
cisco del P u erto inform ó a Caboto de todo lo que había
podido conocer durante su estada entre los indios, diciéndole, entre o tras cosas, que si pensaba buscar la región de
las sierras ricas en m inas de oro y plata, debía pasar a un
río, llam ado Carcarañá, y rem o n tar éste, h asta encontrarlasCon este propósito, Caboto dejó en San L ázaro una
fuerza de 12 hom bres y p artió en busca del río m encionado.
E ntró, según se cree, por el brazo llam ado P ara n á de las
P alm as hasta que encontró el C arcarañá buscado, río que,
como el Coronda, desemboca, próxim o a éste, en el P aran á.
E n este punto m andó lev an tar un fortín con terrap le­
nes, palizadas y torreones, al que puso el nom bre de Sancti
Spiritus (junio de 1527). H echo esto m andó buscar a la
gente que había dejado en San L ázaro, que ya estaba m u­
riéndose de ham bre.
Los indios le inform aron que la Sierra de la P la ta que
buscaba, la hallaría rem ontando el P ara n á h asta encontrar
la em bocadura de otro gran río, el P araguay, y luego, re­
m ontando éste, otro que b aja del noroeste. (B erm ejo).
R eunidos todos los barcos y la gente de San L ázaro
en Sancti S piritus, Caboto dejó allí una guarnición de 30
hom bres con la dotación suficiente de arm as p ara su de­
fensa, y em prendió viaje, P aran á arriba, el 23 de diciem­
bre, que fué m uy penoso por la insuficiente hondura del
río, a veces, por los tem porales, los grandes calores y por
la falta de víveres.
—
84 —
L legó, en el P ara n á, h asta un pu n to que llam ó S anta
A na ( 1), poco an tes del salto de Y tú. R egresó h asta la des­
em bocadura del río P ara g u ay (diciem bre 31) y rem ontó,
luego, este rio h asta que encontró otro de aguas turbias, el
actual Berm ejo.
M andó en uno de los buques u n a p arte de su gente
p ara explorar el dicho río, con el propósito, siem pre, de
buscar el cam ino que lo condujera a la tan codiciada Sierra
de la P lata. Sorprendidos y atacados traidoram ente por
unos indios llam ados agaces, m urieron m uchos de ellos en
un lu g ar denom inado Ñ acurutú, inm ediato a u n a isla del
citado río. E n esta acción pereció, según se cree, el gru­
m ete F rancisco del P uerto, que tan útil había sido a Caboto
sirviéndole de lenguaraz.
D ebido a este desastre, a la falta de alim entos, así co­
mo a las noticias, ya seguras, de que se encontraban al­
gunos barcos en el río de Solís, decidió re g resar a Sancti
S piritus. L levaba consigo algunas piezas de plata que le
habían dado los indios y que fueron m otivo, una vez más,
para que se afirm ara en la creencia de que ese m etal exis­
tía en g ran cantidad.
Sebastián Caboto y D iego García
D iego García era un m arino que y a había estado en el
río de Solís, form ando p arte de la expedición del desgra­
ciado piloto descubridor del Río de la P lata.
H ab ía sido autorizado por el rey de E spaña p ara rea­
lizar una expedición análoga a la de Solís.
G arcía en tró en el citado río a fines de 1527 y después
de en co n trarse con barcos de Caboto en la desem bocadura
del U ru g u ay , y obtenido noticias de éste, rem ontó el P a ­
ra n á h asta Sancti S piritus. Allí discutió con el subalterno
de C aboto que había quedado en la fortaleza, y siguió lue­
go rem ontando el río P aran á.
M ientras tan to Caboto, de regreso del río P arag u ay ,
bajab a a Sancti S piritus y, antes de llegar, se encontró
con las naves de que le habían hablado los indios. E ran
los barcos de García. Los dos exploradores bagaron a Sancti
(1 )
I^ugar situ ad o c u tre Y ta t! e Y tá-Y b até.
S piritus para d iscutir sobre el mejor derecho de posesión
del territo rio en que se encontraban.
T a n to C aboto com o G arcía habían convenido con el
m onarca español en realizar un viaje a las Especerías.. U no
y o tro eran, pues, intrusos, sin n ingún derecho para per­
m anecer allí o para hacer exploraciones.
L as dificultades obligaron, m om entáneam ente, a los dos
contendientes a tran sig ir en sus pretensiones. R em ontaron
de nuevo el P ara n á y p arte del P arag u ay , — se cree h asta
el Pilcom ayo— con el propósito de llegar a las regiones
donde se decía que el oro y la p lata ab u n d ab an ; pero todo
fué sin resultado positivo.
B ajaron de nuevo a Sancti S p iritus y, dejando allí, una
guarnición de 80 hom bres, resolvieron pasar al pu erto de
San Salvador situado al n o rte de San L ázaro.
D u ran te la ausencia de Caboto y García, los indios de
los contornos, en gran núm ero, atacaron el fuerte con tal
ím petu que todo fué destruido y quem ado, salvándose de
la m atanza tan sólo los que pudieron refugiarse en uno de
los barcos, pues los otros estaban anegados. L os que se
salvaron, una m itad de los 80, pasaron a San Salvador, con
la triste noticia del desastre. (A gosto de 1529).
C aboto y G arcía p artiero n p ara Sancti S piritus encon­
trando, adem ás de las ruinas de la fortaleza, los cadáveres
de los desgraciados que habían sucum bido.
Sin m edios p ara reco n stru ir la fortaleza, y an te la ac­
titu d de g u erra de los indios, C aboto y García, reg resa­
ron a San Salvador. Como no recibieran ningún auxilio
de E spaña, resolvieron re g resar a la península. (D iciem ­
bre de 1529).
E l pleito e n tre G arcía y Caboto term inó con la pena
de destierro para este últim o, adem ás de una m u lta ; pero,
m ediante el apoyo real, pudo evitar el cum plim iento de las
condenas y conservar el cargo de piloto m ayor.
Son dignos de recordar estos dos hechos de la explora­
ción de C aboto:
Que el fo rtín de Sancti Spiritus, mandado levantar por Caboto cons­
tituyó el primer asiento español en territorio actualmente argentino.
Que en Sancti Spiritus se sembró semilla de trigo, por primera ves,
en las regiones del Plata (1527).
— 87—i
Origen del nombre del Río de la Plata
Se ha atribuido el origen del nom bre dado al Río de
la P lata, al hecho de haber rem itido Caboto a E spaña al­
gunas piezas de p lata com o m uestra de la riqueza, en mi­
nas, de la región que había visitado.
El nom bre que hoy tiene el estuario, llam ado M ar Dulce
por Solís, se em pezó a pronunciar en la costa del Brasil
antes de, la llegada de Caboto.
Cuando Francisco de T orres, segundo de Solís, regre­
saba a E spaña, uno de sus barcos naufragó cerca de la isla
da S anta C atalina, y los m arineros salvados quedaron en
tierra haciendo vida com ún con los indígenas.
A lgunos de estos m arineros, entusiasm ados con los re­
latos de los indios de que al oeste del P arag u ay existían
m etales preciosos, decidieron realizar una excursión hasta
aquellos parajes. F ueron y, efectivam ente, llegaron a lo
cjue se dió en llam ar Sierra de la Plata (en Bolivia) re­
gresando con b astante cantidad de este m e ta l; pero per­
dieron, después, casi todo su tesoro debido a que naufragó
el bote en que lo habían colocado para llevarlo a bordo de
un buque que p artía para España.
E sto s m arineros refirieron a Caboto, cuando éste, vi­
niendo de E spaña, tocó en la isla de S anta C atalina, de paso
para ir a las islas M olucas, que el oro y la plata abundaban
en la S ierra de la P la ta y -que, para llegar allí, por agua,
bastaba e n tra r al río de Solís, rem ontar el P ara n á y el
P ara g u ay e internarse, luego, h asta el punto buscado. E sta
fué la causa principal que indujo a Caboto a no seguir el
derrotero que se le había im puesto.
E n m uchos docum entos del gobierno portugués dirigi­
dos al español (1530 a 1535) relativos a sus pretensiones
a las tierra s bañadas por el M ar Dulce, se designa éste
con el nom bre de Río de la P lata, y no Río de Solís, por­
que el designarlo de esta últim a m anera habría implicado,
en cierto modo, reconocer un descubrim iento español (1).
El nom bre R ío de la P lata, dado en aquellos tiem pos
a toda la región bañada por este río y sus afluentes, pre­
(1)
Según
E d u a rd o
M adero.
“ H is to ria del
P u e rto
de
B uenos A ires” .
valeció, por las circunstancias m encionadas, no por la can­
tidad de plata, escasísim a, que Caboto rem itió a España.
El peligro lusitano
Expedición clandestina de Martín Alfonso de Souza
L a línea de dem arcación del tra ta d o de T ordesillas
(1494), que fijaba los derechos- de ocupación de cierta parte
oriental del B rasil a los m onarcas de P o rtu g al, no fué ob­
servada estrictam ente por éstos, pues, desde un principio,
dem ostraron sus propósitos de ocupar la banda oriental
del Río de la P lata. (V er pág. 41).
E l regreso a E spaña de Caboto y D iego García, y la
difusión de las leyendas acerca del R ey Blanco, así como
de la existencia de m inas de oro y plata, habían despertado
aún m ás el entusiasm o y el interés p or las regiones del
P lata. E stas noticias, conocidas igualm ente en las factorías
portuguesas del B rasil, repercutían en P o rtugal.
F ué así, que el m onarca p o rtugués resolvió enviar una
expedición al Río de la P la ta para ocuparlo; pero el go­
bierno español, al tan to de lo que aquél proyectaba, tom ó
las m edidas necesarias para im pedir la p artid a de la misma,
aunque sin éxito- D icha expedición, que dejó de ser clan­
destina, fué confiada al m ando de M artín Alfonso de Souza.
(D iciem bre de 1530). D espués de so p o rtar un tem poral a la
altu ra del cabo de S anta M aría, con pérdida de algunos
barcos, un herm ano del jefe de la expedición penetró en
el estuario h asta la isla de M artín G arcía, navegó en el
Guazú, y retrocedió para reunirse con M artín Alfonso de
Souza, quien regresó de inm ediato a P o rtu g al (1532).
El fracaso de la expedición de Souza no fué m otivo
suficiente para desalentar al m onarca portugués, quien dis­
puso la preparación de o tra de m ayor im portancia, siem pre
con el propósito de establecerse en el Rio de la P lata.
El peligro lusitano subsistía, pues, y el m onarca es­
pañol, resuelto a obrar de m anera que elim inara definiti­
vam ente las aspiraciones portuguesas, ordenó la prepara­
ción de una gran expedición destinada a ocupar las tierras
del P lata. F ué lasque se puso al m ando del A delantado don
Pedro de M endoza.
i
—
C O N Q U IST A Y CO LO NIZACIO N
Las concesiones de conquista
L a difusión de las noticias de nuevos descubrim ientos
y de la conquista de ricas tierras, daba lugar a num erosas
solicitaciones de licencia para ocupar territo rio s en la A m é­
rica del Sur con el fin de colonizarlos.
E sta circunstancia, y m ás aún, las noticias que llega­
ban al m onarca espa­
ñol de que em presas
portuguesas se dedi­
caban a ocupar te rri­
torios que, por el
tra ta d o de T ordesillas, p e r t e n e c í a n a
E s p a ñ a , influyeron
p ara que aquel mo­
narca decidiera to­
m ar serias m edidas
en defensa de sus
dom inios. Con este
propósito r e s o l v i ó
aceptar “solicitacio­
n es” de quienes to ­
m aran a su cargo y
a su costa, la con­
quista y colonización
de tales dominios.
F u era de la parte
norte del citado con­
tin en te que com pren­
día N ueva G ranada
y V enezuela, ya con­
quistadas y ocupa­
d as; así com o la lla­
m ada N ueva C astilla (P erú ) (1), asignada a Francisco Pizarro, cuya concesión llegaba h asta el paralelo de 14?5; el
E m p erad o r C arlos V hizo estas o tras “ concesiones” de
ocupación, de mar a mar:
89 —
2? La concedida a D iego de Almagro, de 14*5 a 259.
Se llamó “ N ueva T oledo”.
39 L a asignada a D on P ed ro de M endoza, de 259 a
36°. C onstituyóse con ella el A delantazgo del R ío de la
P lata.
49
L a concedida a Sim ón de A lcazava, que pasó des­
pués a F rancisco de C am argo. De 36° h asta el estrecho de
M agallanes. Se llam ó “N uevo L eón” . P o steriorm ente, estas
“concesiones” fueron m odificadas en su extensión y dieron
m otivo a dificultades y pleitos p o r cuestiones de lím ites, no
sólo du ran te el dom inio de la M etrópoli, sino tam bién, m ás
tarde, entre las m ism as colonias y a em ancipadas 1.
T entativas de conquista de la Patagonia
Alcazava. — Camargo
L a P ata g o n ia fué conocida por prim era vez, a lo larg o de sus
costas, p o r H e rn an d o de M agallanes (1520), aunque m uy som era­
m ente, pues el objeto de su viaje no era la exploración ni la con­
quista, sino la búsqueda de un paso que perm itiera la com unicación
de los océanos A tlán tico y Pacífico y poder llegar así, a las islas
de las E specerías.
Expedición de Alcazava. — La prim era em presa que tuvo com o
finalidad la ocupación de tierras de la P atag o n ia había sido conce­
dida a Simón de Alcazava, portugués al servicio de España, en 1534.
Se proponía establecer “asientos” en la P atag o n ia y en la parte
de Chile. N avegó h asta el estrecho y, aunque no intentó pasar por
él, no pudo proseguir, debido a los grandes peligros. Retrocedió y
m andó anclar en un p u erto n atu ral del golfo de San José.
Con el in ten to de llegar al Pacífico, por tierra, A lcazava envió
u n a expedición que llegó, después de grandes penurias agotadoras,
al río L im ay y, m ás allá, h asta la cordillera.
L as dificultades y la falta de provisiones, obligaron a los expe­
dicionarios a re g re sa r al p u e rto de San José. A llí hubo lucha san ­
g rien ta e n tre los trip u lan tes, y el m ism o A lcazava fué asesinado.
L os am otinados se reem b arcaro n y ab andonaron el lu g ar ocupado,
yendo a term in a r el viaje, después de una navegación accidentada,
en la isla de S an to D om ingo, al año de su p artid a de E spaña.
Concesión de Camargo. — F rancisco de C am argo consiguió una
"concesión” a su favor, tran sferida, luego, a F rancisco de R ivera
(1539). E ste salió de E sp añ a, al finalizar ese año, al m ando de una
escu ad ra de cu atro barcos, navegando directam ente hacia el estre­
(1)
C onviene observar que, de las concesiones c ita d as, la de ^Mendoza y
la de A lcazava-C am argo, era n las ún icas cuyos te rrito rio s se ex ten d ían de m ar
a m ar. L as d iras dos que no te n ía n lím ite preciso en el este, hab rían quedado
lim itada* p o r la línea de dem arcació n de T ordesillas.
— 9Q —
cho, a cuya boca llegó en enero de 1540; pero los vientos con trario s
y las fuertes corrientes le im pidieron la entrada, causándole el
naufragio de uno de los barcos, O tro de ellos, que logró p asar el
estrecho, llegó a un pu erto del P erú , ya en estado inservible, y fué
vendido. D e los otros dos, u n o consiguió llegar a E sp añ a, y el
otro desapareció y nada se supo, después, de él.
L a P atag o n ia parecía estar destinada a hacer fracasar todas las
em presas intentadas p ara su ocupación.
Las corrientes colonizadoras del actual territorio argentino
L a región del R ío de la P la ta había sido visitada y
explorada, en parte, por Solís (1516), M agallanes (1520)
y Caboto (1526-1529), expedicionarios que habian venido
directam ente de E spaña.
L os asientos que había establecido Caboto en San Lá­
zaro y en San Salvador, am bos en la costa oriental del río
Uruguay; y Sancti Spiritus en el C arcarañá, fueron aban­
donados y nada quedó de ellos. (V éase m apa pág. 68).
T ran scu rriero n , así, siete años h asta que arribó al Río
de la P lata, directam ente de E spaña, al frente de una gran
expedición, el A delantado don P edro de M endoza, quien,
fundada lá ciudad de B uenos A ires, extendió su acción co­
lonizadora h asta el P ara g u ay donde quedó fundada la ciu­
dad de la Asunción (1537), que llegó a ser un centro de
acción pobladora.
D om inado ya el P erú (1533-1535) por Francisco P i­
zarra y Diego de A lm agro, este últim o preparó una ex­
pedición a Chile, donde esperaba encontrar el oro en abun­
dancia, inducido por falsas referencias de los naturales.
A lm agro p artió del Cuzco en 1535, entró en la región
noroeste del actual territo rio argentino y, desviándose, lue­
go, hacía la cordillera andina, logró trasponerla y llegar
a la costa del Pacífico, la que recorrió h asta el río A con­
cagua. N ad a encontró de lo que buscaba tan afanosam ente,
ni dejó fundada población alguna. R egresó al P erú, dism i­
nuidos sus hom bres en m ás de la m itad, con el relato de
las terribles penurias sufridas (1536).
A lgunos años m ás tarde, uno de los prim eros capita­
nes de P izarro , P edro de V aldivia, intentó, de nuevo, la
conquista de Chile. P artió del Cuzco y, evitando el cruce
de la cordillera, como lo hiciera A lm agro, pasó por los
desiertos de A tacam a y continuó, luego, la ruta de la costa
hasta el río M apocho, en cuyo valle fundó la ciudad de
Santiago. (F ebrero 12 de 1541).
A lgunos años después (1549) fué com isionado el ca­
pitán Juan N úñez de P rado, por el gobierno del P erú,
para que fundara una ciudad en la región del T ucum án,
con el fin de colonizar y de proceder a la reducción y
catequización de los indios. F u é ella la Ciudad del Barco
(1550), cuyo asiento fué cam biado varias veces h asta que­
dar definitivam ente situada, con el nom bre de Santiago
dél Estero, en el sitio que ésta ocupa (1553). E sta co n sti­
tuyó tam bién un centro de irradiación.
F ueron, así, tres las corrientes pobladoras del actual
territorio a rg e n tin o :
1. L a del E ste, venida di­
rectam ente de E spaña.
2. L a del O este, proceden­
te de Chile.
3. L a del N o rte, venida
desde el P erú .
L a ciudad de B uenos A ires,
fundada por M endoza en 1536,
fué ab andonada en 1541, y
sus h ab itan tes fueron tra sla ­
dados a la A sunción. Con la
fundación definitiva de B ue­
nos A ires por G aray, en 1580,
los centros de irradiación y
acción pobladora en aquellos
tiem pos, fueron cu atro:
A sunción.
S antiago del EsteroS antiago (C hile).
Buenos Aires.
F u é en las regiones noroeste
y central donde se fundaron
poblaciones en m ayor núm e­
ro, obedeciendo, en la m ay o ­
ría de los casos, a necesida­
des estratégicas. Con frecuen, . ,
,
° .
.
- i i
L as tre s c orrientes colonizadoras
c ía algunas de estas ciudades
j os cuat ro cen tro s de acción pobladora
s e . fundaban en lugares que,
luego, resu ltab a n poco apropiados, debido a las fiebres palúdicas o
a las inundaciones, y estas circunstancias obligaban a trasladarlas
a p arajes adecuados.
— 92 —
— 93 —
C O N Q U IST A Y CO LO NIZACIO N D E LA REGION
D E L RIO D E LA P L A T A
Se encontraban entre ellas algunas personas que, des­
pués, se distinguieron m ucho, como Ju an de A volas, D o­
m ingo M artínez de Irala y el flam enco U lrico Schm idel,
quien dejó escrita la p rim era h isto ria de la conquista del
Río de la P lata.
E sta expedición fué preparada, como se ve, en grande
escala, pues se tuvo el propósito de establecer poblaciones
_que tuvieran una existencia estable y en condiciones tales
que fuera posible im pedir el establecim iento de poderes ex­
traños en los dom inios de E spaña, p articu larm en te p o rtu ­
gueses.
L a flota se dió a la vela del puerto de S anlúcar de Barram eda el l 9 de septiem bre de 1535 (1).
Tocó en la bahía de Río de Janeiro, desde donde ordenó
a su herm ano D on D iego que se ad elan tara para explorar,
con anticipación, las m árgenes del P lata. Cuando M endoza
entró en él, pasó a la isla de San Gabriel donde ya se en­
contraba su herm ano Don Diego. E xploradas las costas del
estuario, estim ó conveniente establecer el asiento en la m ar­
gen derecha, sitio de b astan te seguridad para los barcos
pequeños, cerca de la desem bocadura de un arroyo que,
después, se llam ó Riachuelo de los Navios (actual R ia­
chuelo).
No se conoce co n seguridad el lu g ar preciso donde M en­
doza m andó levantar la población. Se suponen como pro­
bables:
a) En el declive de la b arran ca del actual parque de
Lezam a, no lejos de la desem bocadura del Riachuelo.
b) Sobre la barranca citada.
c) Sobre la barranca en sitio próxim o al zanjón que des­
em bocaba donde se hallan hoy las calles de Chile e
Independencia (“). (V éanse las lám inas de las págs. 69 y 137).
Se supone que dieron principio a los trab ajo s en los pri­
m eros días del mes de febrero (1536).
El recinto tenía una m anzana de extensión, y se levantó,
en todo su perím etro, un terrap lén con una zanja profunda
El adelantazgo - Don Pedro de Mendoza - Su expedición
Primera fundación de Buenos Aires
A n tig u am en te se daba el títu lo de A delantado, en E s­
paña, a aquella persona que tom aba a su cargo la m isión
de expulsar a los m oros de la península sufragando todos
los gastos necesarios para ello. M e­
diante un c o n tra to celebrado con el
Rey, obtenía, adem ás del titu lo de
A delantado, el de gobernador de la
región que conquistara, así como otras
m uchas ventajas.
P o r analogía se daba tam bién el tí­
tu lo de A delantado a los conquistado­
res enviados por el R ey para to m ar
posesión de los territo rio s descubier­
tos, y organizar el gobierno de los
m ism os.
E l prim er A delantado que vino al
Río de la P lata, reinando en E spaña
Carlos V , fué D on P edro de M endoza,
m ilitar acaudalado y m uy allegado a
la Corte.
M endoza, adem ás de correr con todos los gastos, debía
em barcar toda clase de elem entos p ara em prender la co­
lonización, lev an tar poblaciones y algunas fortalezas, ab rir
un camino hacia el P erú, etc. V enían tam bién algunos sacer­
dotes para em prender la evangelización de los indios.
F u ero n em barcados, igualm ente, algunos caballos y ye­
guas p ara pro p ag ar la cría de la raza caballar.
No se conoce con exactitud el núm ero de personas que
venían en la expedición, com prendiendo las que form aban
la tripulación de los barcos, los soldados, funcionarios, co­
lonos, etc., pues se fija entre 1000 y 2500. Se cree pru d en te
un núm ero no m uy superior a 1000.
mkí i
(1 )
(2 )
L os buques m ayores no pasaban de 250 toneladas.
E s ta opinión pertenece ai señ o r A níbal C ardoso. B uenos Airea en 1536.
7
eti la p a rte exterior. E n varios puntos del terraplén se col
locaron versos (cañones de la época) que fueron bajados de
los buques. L as principales arm as que poseían los soldados
e r a n : arcabuces, ballestas, lanzas, y o tras m ás. •
L o s obreros carpinteros, albañiles, etc., en pocos días
levantaron las prim eras chozas, que no podian ser sino sim ­
ples ranchos de b arro y ram as con techo de paja. L as pro­
visiones traíd as no eran abundantes y pron to em pezaron
a escasear.
E n las inm ediaciones, la caza era abundante, y con ella
se podía abastecer de alim entos a la población. El río ofre­
cía tam bién, pesca suficiente.
La población recibió el nom bre de Puerto de Nuestra
Señora de Santa María de Buenos Aires.
N o se considera cierta la relación de que, al desem ­
barcar, el capitán Sancho G arcía del Cam po exclam ara: ¡Q ué
buenos aires son los de este s u e lo ! y que éste sea el ori­
gen del nom bre dado a la ciudad.
E n cambio, puede adm itirse como m ás probable, la que
se explica por la costum bre, entre los m arinos de algunos
p u erto s de E sp añ a y de otros países, cuando em prendían
un viaje, de hacer ofrendas, expresar votos y súplicas a una
virgen que llam aban del Buen Aires o de los Buenos Aires.
E s de presu m ir que M endoza, antes de p a rtir del puerto
de S anlúcar de B arram eda, cum pliera con esa devoción, con
m ay o r m otivo p o r el m al estado de su salud. E ste sería el
origen del nom bre dado a la ciudad, nom bre que se tra n s­
form ó con el tiem po en Buenos Aires.
Primeras dificultades - Ayolas es enviado en busca de
recursos - Combate de Corpus Christi
E l real es atacado y sitiado - Situación crítica
L os víveres con que contaban los expedicionarios al ins­
talarse en el real — nom bre éste que solía darse a la pobla­
ción— no eran abundantes, y p ro n to em pezaron a escasear.
Los indios que halló M endoza, según Schmidel, eran los
querandíes. H oy se sostiene que eran los llam ados guaraníes
de las islas. (*),
E n las inm ediaciones había caza y pesca su ficientes; pero
la actitud de los indios, am istosa al principio, se cam bió en
hostil, probablem ente por haber sido m altratados.
M endoza había enviado al capitán Ju an de A yolas para
que rem o n tara el P a ra n á en busca de víveres y m ejores tie­
rras. L legó Ayolas h asta cerca
del Carcarañá y,
m ás al norte, so­
bre el brazo lla­
m ado Coronda,
fundó un asiento
que l l a m ó de
Corpus Christi.
( J u n i o 15 de
1 5 3 6 ) . (V éase
m apa pág. 109).
IÍI
ataque al real. Incendio de las chozas.
L ám ina de la obra de Schm idel.
M ientras tantO, M endoza dec ;d jó
c a s t jg a r
a
los indios por su negativa de proveer víveres. M andó a su
herm ano D. D iego que, al frente de algunos soldados de a
pie y de a caballo, arm ados con arcabuces y ballestas, partiera
a cum plir la orden. Se trabó un com bate en un paraje a orillas
del río L uján, cerca de la localidad hoy llam ada E l T igre,
el 15 de Junio de 1536, día de C orpus C hristi. Con este nom ­
bre se designa el com bate, que fué m uy reñido y sangriento,
pues m urieron D. D iego de M endoza y varios oficiales y
soldados, entre ellos el capitán P edro L u ján , de quien, se
cree, tom ó nom bre el río así llam ado.
D espués de este desgraciado suceso los indios, que se h a ­
bían reunido en gran núm ero, prep araro n un serio ataque a
la población, sitiándola prim ero.
'
(1 ) Según P . G roussac, M endoza y Garay.
— 96—
D ebido al sitio los pobladores no podían salir del real
en busca de víveres. L a situación era cada día m ás angus­
tiosa, pues el ham bre se hacía mentir en extrem o. Los indios,
po r fin, se dieron a arro jar m anojos dé paja encendida,
atados a las flechas y a las boleadoras, sobre los ranchos,
y lograron quem arlos casi todos.
L os infelices pobladores tuvieron que buscar su salva­
ción haciendo u na salida del lado de la costa para refugiarse
en los barcos. (Junio 24 de 1536).
E stan d o así las cosas aparecieron unos buques, en uno
de los cuales reg resaba A yolas con algunos víveres.
Mendoza resuelve regresar a España.
Su muerte.
M endoza, visto el éxito de A yolas, se trasladó a la fun­
dación de Corpus C hristi dejando en Buenos A ires parte de
su gente. Al poco tiem po m andó establecer otro asiento o
real unas cinco leguas m ás abajo de Corpus C hristi, al que
llam ó Puerto de Nuestra Señora de la Buena Esperanza.
M endoza despachó nuevam ente, desde allí, a Juan de
A yolas para que rem ontase el P ara n á y fuera en busca de
las regiones ricas en oro y p lata que tan to le preocupaban.
(O ctu b re de 1536). Sintiéndose enferm o, bajó a Buenos
A ires dispuesto a re g resar a España.
L a vuelta de M endoza a Buenos A íres coincidió con
la llegada de un buque con provisiones, proveniente d d
B rasil, para donde lo había m andado el A delantado, siete
m eses antes, y que procuró un gran alivio a la población.
M endoza m andó activar la term inación de tres bergan­
tines que estaban en construcción, para enviarlos al m ando
de Juan de S alazar y de G onzalo de M endoza, al encuentro
de Ayolas.
El pésim o estado de salud del A delantado, quien se ag ra­
vaba visiblem ente sin encontrarle remedio, asi como la falta
de noticias de A yolas, fueron causas suficientes para deci­
dirle a reg resar a E spaña. T om ó algunas disposiciones nom ­
brando teniente de gobernador a Ju an
du rara su ausencia, a F rancisco Ruiz
E n A bril de 1537 partió M endoza
A ires sin poder llegar a destino pues
de A yolas y, m ientras
Galán.
del puerto de Buenos
m urió en alta m ar.
La expedición de Ayolas al Perú. Su muerte.
Origen de la ciudad de la Asunción.
E l propósito principal, el sueño de M endoza, al pro y ectar
su gran expedición al Río de la P lata, había sido el de con­
q u istar la región rica en m inas de m etales preciosos, es decir
la Sierra de la Pla­
ta, de que ta n to se
hablaba. F u é con
ese propósito que
despachó a A yolas
hacia las tierra s del
P e 'r ú d e s d e el
asiento de Buena
Esperanza. (O ctu ­
bre de 1536). Le
acom pañaba, como
segundo, D om ingo
M artínez de Irala.
A yolas rem ontó
el P ara n á y entró
en el P ara g u ay has­
ta un lu g ar ab riga­
do que llam ó Puer­
to de la Candelaria
(F eb. 2 de 1537).
Allí dejó a Irala
con la orden /de que
le esperara h asta su
vuelta. A yolas emN a v io del siglo xvi.
prendió la m archa
a pie hacia el nor­
oeste con algo m ás de un centenar de hom bres. No pudo lle­
gar al P erú ; pero, habiendo conseguido reu n ir algunos datos
— 98 —
— 99 —
y una reg u lar cantidad de oro y plata, resolvió reg resar al
pu erto de la C andelaria.
M ientras Irala perm anecía en ese paraje, llegó allí Ju an
de S alazar para tener noticias de A yolas, en cum plim iento
de la orden que le había dado el A delantado. Como el plazo
convenido con A yolas había transcurrido con exceso, Irala
y S alazar resolvieron retirarse, con el propósito de volver
al m ism o punto.
P o sterio rm en te A yolas consiguió reg resar a la C ande­
laria ; pero no encontró allí a Irala. L os indios payaguás le
tendieron una em boscada y le dieron m uerte, así como a los
españoles e indios am igos que le acom pañaban. Se dijo que
uno de los indios que pudo salvarse fué quien dió noticias
de lo sucedido.
Salazar, antes de regresar al puerto de Buenos Aires
para com unicar a M endoza el resultado de su-m isión, se
detuvo en un sitio sobre el P araguay, a la altu ra de la des­
em bocadura del Pilcom ayo, llam ado Lambaré, en cuyas in­
m ediaciones levantó un fortín de m adera. E ste fué el origen
de la ciudad de la Asunción. (A gosto 15 de 1537).
S alazar llegó a Buenos A ires cuando ya M endoza había
partido para E spaña. E ncontró ocupando el gobierno a F ra n ­
cisco Ruiz Galán.
Irala se ocupó inm ediatam ente de la organización de la
colonia. In stitu y ó un Cabildo (M unicipalidad) y m andó ha­
cer algunas construcciones (T ipo rancho), que debían que­
dar dentro de un recinto cercado con grandes troncos de
árboles.
M andó levantar un censo de los indios m ansos de la
región, y estableció con ellos el sistem a de las “ encom ien­
das” que consistía en el rep arto de las tierras y de los
indios entre los españoles.
L a situación de los colonos de .la A sunción era b astan te
mala, debido a los peligros, las enferm edades y las g randes
privaciones. E n la m í­
sera población de Bue­
nos A ires la situación
era aún peor.
E n esa época (1538)
un barco cargado de
m ercaderías, en viaje
al Pacífico por el es­
trecho de M agallanes,
naufragó frente a la
ildea de Buenos Aires,
salvándose las m erca­
derías. Su capitán, el
genovés León Pancaldo, así como los trip u ­
lantes, fueron los pri­
m eros italianos que se establecieron en esta com arca. Con
las m ercaderías de P ancaldo se alivió por un tiem po la si­
tuación de m iseria de los colonos.
Irala resolvió concentrar en la A sunción a los pobla­
dores de Buenos A ires con todos sus elem entos de trabajo,
arm as, etcétera. El m ismo Irala bajó a Buenos A ires a
hacer cum plir la orden, la cual se llevó a cabo en m ayo
de 1541.
M andó quem ar un buque que servía de fortaleza, la
capilla y todo lo que no era posible llevar, obligando a los
h abitantes a traslad arse a la A sunción, lo cual hicieron a
Trabajos de Irala - Real Cédula de 1537
Despoblación de Buenos Aires
Ayolas, cuando partió del puerto de la Candelaria en
dirección al P erú , había dejado como teniente de gobernador
a Irala, quien, asum ió el m ando en la Asunción.
A fines de 1538 llegó de E spaña a Buenos A ires Alonso
de C abrera, p o rtad o r de una Real Cédula del año 1537 en
la cual se ordenaba que “si el A delantado M endoza no hu­
biese nom brado sucesor, lo designaran los colonos popular­
m ente”. C abrera encontró ocupando el gobierno en Buenos
A ires a R uiz Galán.
C abrera y Galán se traslad aro n a la A sunción y, al
presentarles Irala el título que le había otorgado A yolas, fué
reconocido su legítim o derecho de ocupar el cargo. (Junio
de 1539).
— 100 —
— 101 —
pesar de algunas protestas. Se unieron a éstos, los pocos
que estaban en Buena E speranza y Corpus C hristi.
A los beneficiados con una encom ienda se les daba el
nom bre de “ encom enderos” .
L as encom iendas se daban por dos vidas, es decir,
m ientras viviera el beneficiado con ella, y d u ran te la vida
de su inm ediato sucesor. A lgunas veces se concedían hasta
por tres vidas.
L os indios encom endados residían en las reducciones
o pueblos y, allí, se dedicaban al cultivo de la tierra. De
los productos de ésta, obtenían lo necesario para sí, y para
pag ar el “ trib u to ” al Rey, y la tasa reglam entaria al en­
com endero. M uy a m enudo, el indio encom endado no po­
día pagar el trib u to ni la tasa con dinero, m uy raro éste,
ni con frutos. Sólo le era posible cubrir la deuda con su
tra b a je personal. Así com enzó a p racticarse el llam ado
“servicio personal” del indio, que se propagó por todas
p artes y nunca fué posible evitarlo, a pesar de la buena
voluntad de los m onarcas españoles y de las leyes dicta­
das para suprim irlo. C ierto es que las leyes y ordenanzas,
en la práctica, resultaban de difícil aplicación.
D esde entonces, y por muchos años, las riberas del Plata perma­
necieron despobladas. E n cambio quedaron algunos caballos y yeguas,
base de la riqueza ganadera de la que aprovecharon, 40 años más tarde,los fundadores de la segunda Buenos Aires.
Reducciones de indios - Encomiendas
Servicio personal
D esde los prim eros m om entos de la colonización, los
conquistadores se vieron obligados a som eter a los indios
con el fin de hacerlos tra b a ja r, debido a que las faenas eran
m uchas y los pobladores m uy pocos en núm ero.
De las num erosas trib u s de indios, unas, las de carác­
te r m anso, se som etían m ás o m enos fácilm ente; otras, en
cam bio, no se en tregaban sino ante el empleo de la fuerza.
Con los indios som etidos se form aban reducciones, o
pueblos, en lugares donde existieran aguas, m ontes y tie­
rras apropiadas para la ag ricu ltu ra y la ganadería. Se es­
tablecían en ellas la autoridad de un cacique y de alcaldes
y regidores, todos indios. En las reducciones no podían re­
sidir los españoles ni los m estizos y m ulatos.
A unque las L eyes de Indias prohibían la esclavitud de
los n atu rales y que éstos fueran enajenados o prestados
p or los encom enderos, por lo general todo se practicaba
com o si tales leyes no hubiesen existido.
E n las reducciones del P araguay, los indios se dedica­
ban, principalm ente, a la ag ricu ltu ra y a la ganadería, y
todos ellos debían p agar un trib u to al rey, desde la edad
de 18 años a los 90, en dinero o en fru to s: maíz, trigo, aves
de corral, pescado, etc.
Irala debió recu rrir al reparto de indios entre los po­
bladores, porque, sin el trab ajo de aquéllos, no habría sido
posible llevar adelante la colonización. A cada uno de los
pobladores entregó un “re p arto ” m ás o m enos num eroso
de indios, al que se daba el nom bre de encomienda, puesto
que a aquéllos se les encom endaba no sólo la tenencia
de los indios, sino tam bién el deber de darles un buen
trato , además- de adoctrinarlos en la fe católica.
Mitayos. — D e la palabra mita, de origen quichua, que
significa turno, tom aban el nom bre de m itayos, o indios de
m ita, los “encom endados’’ que trab ajab an por m andato de
sus encom enderos, y por “tu rn o s” . E sto s indios eran sacados
de las reducciones y enviados al trabajo, por grupos, d u ran ­
te algunos m eses del año solam ente, al fin de los cuales
regresaban a sus pueblos o reducciones para descansar y
dedicarse al trab ajo de sus tierras, m ientras eran relevados
por otro grupo. E stos indios m itayos eran destinados, p rin ­
cipalm ente, al laboreo de las m inas y a la pesca de perlas,
donde las h ab ía; y tam bién, en la construcción de casas y
puentes, levantar las cosechas, conducir carretas, servir de
chasquis, etc.
P o r su trabajo debían recibir un salario suficiente con
el que pudieran, pagar el trib u to al rey, y la tasa.
Yanaconas. — E ran los indios que se tom aban prisio­
neros en las guerras que los españoles sostenían con ellos.
P ertenecían a perpetuidad al encom endero.
Los yanaconas eran verdaderos esclavos. T rab ajab an en
las chacras o estancias y en la casa del encom endero. Si
— 102 —
el indio era casado, tam bién debían p re sta r servicio su m u­
jer y sus hijos.
Recibían el alim ento y el vestido y una paga com para­
ble a la que se daba a los esclavos. No podían ser vendidos
ni despedidos p o r vejez o enferm edad.
Los encom enderos no buscaban m ás que satisfacer su
avidez de lucro, pues poco se cuidaban de que los indios
que tenían encom endados se enferm aran y m urieran, vícti­
mas, casi siem pre, del exceso de trabajo y, m uchas veces, del
tra to b rutal, sabiendo que podían substituirlos por otros.
E l Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca
Al recibirse en E spaña la noticia de la m uerte del
A delantado don P edro de M endoza y de la situación crí­
tica en que se encontraban los pobladores en el Río de la
P lata, el m onarca designó otro A delantado firm ando una
capitulación con A lvar N úñez Cabeza de V aca, persona de
influencia en la corte y de m ucho prestigio. Q uedó con­
venido que asum iría el m ando en el caso que A yolas se
encontrara ausente o hubiese fallecido, pues nada se sabia
de él cuando se firm ó la capitulación. Se le autorizó a ocu­
p ar todas las tierras, según lo estipulado con M endoza,
incluyendo, adem ás, la isla de S anta C atalina.
A lvar N úñez, por su parte, se com prom etía a sufragar
todos los gastos y a trae r al P lata, caballos, ropas, provi­
siones, h erram ientas y o tras cosas, así como las arm as ne­
cesarias.
E l segundo A delantado partió del puerto de Cádiz en
diciem bre de 1540 con 400 hom bres, sin c o n tar la trip u la­
ción de los barcos.
L legó a la isla de S anta C atalina en m arzo de 1541.
D espués de realizar algunas exploraciones, despachó a F e­
lipe de Cáceres con parte de la gente para que, entrando
por el P lata y el P araná, siguiera hasta la Asunción.
Cáceres llegó al estuario del P la ta ; pero, no pudiendo
proseguir adelante debido a los tem porales y vientos con­
trarios, regresó a Santa C atalina donde se hallaba todavía
el A delantado. E ncontrábase éste en situación de duda,
respecto del itinerario que debía seguir, cuando tuvo cono­
— 103 —
cim iento que a pocas leguas de S anta C atalina se encontra­
ban dos frailes franciscanos, a los cuales m andó llam ar.
Al poco tiem po llegaron a la m ism a isla nueve espa­
ñoles en un batel huyendo de B uenos Aires. De todos ellos
pudo inform arse A lvar N úñez, de la situación del poblado
de Buenos A ires, de la m uerte de A yolas, y de que era
posible llegar por tierra a la A sunción. R esuelto el A de­
lantado a realizar el viaje por vía terrestre, despachó a
su prim o P ed ro de E sto p iñ án Cabeza de V aca para que
fuese al pu erto de B uenos A ires con auxilios p ara sus po­
bladores, y continuara luego, h asta la A sunción. Así lo
hizo, por fin, en octubre de 1541. A lvar N úñez pasó de
S anta C atalina al continente y siguió viaje p or tie rra ha­
ciendo 400 leguas de cam ino atrav esan d o un territo rio cu­
bierto de bosques, ríos y pantanos. L es fué necesario ab rir
num erosas picadas p ara que p udieran pasar los hom bres
y los caballos. L os indios se m o strab an bien dispuestos
p ara facilitarles alim entos. V erd ad es, tam bién, que A lvar
N úñez correspondía a esta actitu d benévola, regalándoles
b aratijas y o tras prendas m uy
llam ativas.
E n la trav e sía dió con las
fam osas ca ta rata s del Ig u azú
y, desde allí, despachó, en va­
rías canoas, a 30 enferm os y
50 soldados arcabuceros y ba­
llesteros, lo s q u e , b a j a n d o
por el P aran á, en traro n al P a ­
rag u ay h asta la A sunción. L os
dem ás, em barcados, p asa ro n
desde S anta C atalina al P la ta
y, por el P a ra n á y P arag u ay ,
a la Asunción.
A lvar N úñez, por su p arte,
llegó por tie rra a la A sunción
casi sin pérdida de hom bres.
(M arzo 11 de 1542).
Al poco de tiem po de h ab er
uTonSAN .............. .....................
asum ido el m ando pudo darse cuenta de los abusos que
se com etían, principalm ente p or los encom enderos, y de
— 104 —
— 105 —
las medidas necesarias para corregir esos abusos e irre­
gularidades. Las reform as que se proponía implantar A l­
v ar N úñez fueron bien recibidas por ¿odas las personas
de espíritu justiciero.
Sólo los eneom enderdos pro testab an porque, con la nue­
va reglam entación que el A delantado pensaba im plantar,
ya no iban a poder explotar a los pobres indios, que eran
tra ta d o s como anim ales de trab ajo , y p ara im pedir las
reform as, em pezaron a crearle toda clase de obstáculos.
A lv ar N úñez m andó una expedición p ara repoblar el
sitio donde M endoza había fundado la ciudad de Buenos
A ires; pero no tuvo éxito.
T am bién envió a Irala al frente de o tra expedición
p ara que se pusiera en com unicación con él P erú. Irala,
al llegar a los 18°, desem barcó en un un pu n to del río P a ­
rag u ay , que llam ó puerto de Los Reyes, desde donde se
in tern ó en el Chaco y consiguió tener, por boca de los
indios, algunas noticias sobre el país que bu scab a; pero
sin llegar a él.
A lv ar N úñez em prendió tam bién una expedición al Pe­
rú atrav esan d o el Chaco paraguayo, y abriendo picadas en
los bosques im penetrables. D esanim ados los m ás de los
soldados por los terribles sufrim ientos, indujeron al A de­
lantado a volver a la A sunción. A los pocos días de su
llegada estalló un m otín, instigado, según se cree, *por
Irala (A bril 25 de 1544). A lvar N úñez fué preso y en g ri­
llado, y m ás tarde, enviado a E spaña.
E l C onsejo de Indias le condenó a la pena de destierro
en A fric a ; pero después, reconocidas falsas las acusacio­
nes, fué .absuelto y recom pensado.
A consecuencia de la prisión de Alvar Núñez, se for­
m aron dos partidos: el de los leales, constituido por los
4 que perm anecieron fieles al A d elan tad o ; y el de los tu­
multuarios, que lo form aban los auto res del m otín y que
colocaron a Irala, de nuevo, en el gobierno. Los leales
se vieron m uy perseguidos por Irala y sus p artid ario s, y
m uchos fueron condenados a su frir la pena del garrote.
E n ese tiem po tu v o lu g ar una sublevación de indios
que, en núm ero de varios m iles, atacaron a la A sunción,
D uró el com bate varias horas h asta que, rechazados aqué­
llos, se dieron a la fuga y se m etieron en una especie
de corral o em palizada donde aún re s is tie ro n ; pero, por
fin, fueron vencidos.
R establecida la paz, Irala preparó una nueva expedi­
ción al P erú con el fin de ob ten er en L im a la confirm a­
ción de su carg o de gobernador. E n trab a, tam bién, en sus
propósitos, llegar a la tan fam osa y deseada S ierra de la
P lata.
P udo llegar a inm ediaciones del país que b u scab a; pe­
ro, por m ala suerte suya, ya había sido ocupado por los
conquistadores del P erú. Se enteró de los sucesos que ha­
bían ocurrido en el Cuzco, y de que ocupaba el gobierno
el licenciado L a Gasea. E ste había ordenado a Irala que
se detuviera donde estaba, so pena de la vida. Irala, en
ese trance, y desde su cam pam ento, com isionó a N ufrio
de C haves para que se en trev istara con L a Gasea en L im a
y le consiguiera la confirm ación en el m ando. (1548).
D u ra n te la ausencia de Chaves, la gente de Ira la se
insubordinó, obligando a éste a en tre g ar el m ando a Gon­
zalo de M endoza y a em prender el regreso a la Asunción.
Al llegar a San F ernando, p u erto sobre el río P arag u ay ,
los expedicionarios tuvieron conocim iento de los d istu r­
bios que habían ocurrido en la A sunción, de los que re­
sultó la ejecución del g o b ernador interino, F rancisco de
M endoza, que había dejado Irala, y la elección, p o r el pue­
blo, de D iego de A breu. T odo esto influyó, entre la gente
de Irala, para que la autoridad de éste fuese nuevam ente
acatada. (M arzo de 1549).
Segundo gobierno de Irala. — Leales y tumultuarios
Fundación de Santa Cruz de la Sierra
Real Cédula de 1537. Primera elección popular
Al día siguiente de haber sido depuesto A lvar N úñez,
de reg reso de su expedición hacia el P erú , el pueblo nom ­
bró g o b ernador a Irala 1.
(1)
L os españoles de la A su n ció n llegaban a 700 en ese tiem po.
— 106 —
A breu, al ten er conocim iento de que Ira la se acercaba
a la A sunción, huyó a los bosques, donde fué encontrado
y m uerto. (1553).
E n este tiem po, N ufrio de Chaves, de regreso del P erú,
traia a la A sunción las prim eras ovejas y cabras, las que
con el ganado vacuno — 7 vacas y un toro— traídos del
B rasil, y sin olvidar los caballos y yeguas que ya existían
en las pam pas, provenientes de los que había traído M en­
doza, co n stitu y ero n los planteles de la riqueza ganadera de
las regiones del P lata.
A m ediados de 1552 Irala había dispuesto que se aco­
m etiera la em presa de establecer nuevam ente una población
o “asien to ” en una de las m árgenes del P lata. E nvió con
ta l fin, al capitán Ju an R om ero con 150 hom bres, en dos
b erg an tin es. E l lu g ar elegido fué, en la costa oriental, en
la desem bocadura del río San Juan, cerca de la actual Co­
lonia. L a hostilidad de los indios charrúas obligó a los
pobladores, al cabo de dos años, a abandonar el lugar y
a re g resar a la A sunción.
E n 1553 recibió Irala el nom bram iento de gobernador
en propiedad, p o r cédula expedida p o r el rey en noviem ­
b re de 1552. G obernó h asta 1556, año en que m urió, a los
70 de edad. P reviendo su próxim o fin, designó para sucederle en el gobierno, a su yerno G onzalo de M endoza. E ste
m andó p re p ara r u n a expedición con el propósito principal
de fu n d ar una colonia en el alto P arag u ay , confiándola a
N ufrio de Chaves, quien p artió de la A sunción con una fuer­
za de 150 soldados y unos 1500 indios am igos, tra n sp o rta ­
dos en u na veintena de bergantines y algunas em barcacio­
nes m enores. E n un cierto lu g ar del citado río se le unió
un co ntingente de hom bres con caballadas para la travesía
.por tierra. R em ontaron el P ara g u ay h asta Ita tín , pasando
después a o tro punto, llam ado puerto S antiago, en la re ­
gión de los “x aray es” (1558). D esde allí em prendieron la
m archa hacia el in terior h asta llegar a los llanos de Moxos,
donde se dedicaron a sem brar cereales. P erm anecieron allí
h asta la recolección de la cosecha.
D espués de m uchas dificultades y peripecias fundó
Chaves, en tierras de los.indios chiquitos, la ciudad de Santa
— 107 —
Cruz de la Sierra. (F eb rero 26 de 1561). M ás tard e fué
traslad ad a al punto que hoy ocupa.
S anta Cruz de la S ierra adquirió m ucha im portancia
y sirvió de enlace en la nueva ru ta e n tre el P erú y el P a ­
raguay, preferida por sus m ayores facilidades.
G onzalo de M endoza m urió al cabo de un año. L os ve­
cinos, reunidos en el atrio de la iglesia, y de acuerdo con
la real cédula de 1537, procedieron a la elección de gober­
n ador obteniendo m ayoría de votos F rancisco O rtiz de V ergara, tam bién yerno de Irala. (Ju lio de 1558).
E sta fu é la primera elección hecha legalmente por el pueblo, en
los dominios españoles del Plata.
O rtiz de V e rg ara se traslad ó al P erú p ara h acer con­
firm ar su nom bram iento ; pero se encontró con m uchos
p retendientes p ara obten er el puesto, y no tu v o éxito.
Juan y D iego de Sanabria
M ien tras en la A sunción, desde la deposición de A lvar N úñez
en 1544, h a sta 1550, y gobernando Irala, se iban sucediendo graves
acontecim ientos, en E sp añ a eran m uchos los interesados que asp ira­
ban al cargo de A delantado, que se en co n trab a vacante.
E l m o n arca español aceptó la p ro p u esta de Ju an de S anabria,
quien se obligaba a llevar toda clase de abastecim ientos. S anabria,
p o r diversas causas, no pudo cum plir el convenio firm ado, y falleció
a lgún tiem po después. P o sterio rm en te, un hijo suyo, D iego de S a­
nabria, consiguió que se le tran sfirie ra la concesión a su favor (1549).
D iego de Sanabria m andó p re p a ra r una expedición, que p artió a
m ediados de 1550, y que puso al m ando de Ju an Salazar de E sp in o ­
sa, pues aquél quedó en Sevilla ultim ando la prep aració n de algunos
auxilios, con los que debía em prender viaje m ás tarde.
L a flo ta de S alazar fué atac ad a p o r piratas y despojada de la casi
totalidad de lo que llevaba. A l llegar a la isla da S anta C atalina nau ­
frag aro n dos de los barcos. S alazar y una p arte de los expedicionarios,
se establecieron en San V icente, de donde, después de algún tiem po,
se traslad a ro n , p o r tierra, a la A sunción p ara in fo rm ar a Ira la de
los desastres sufridos. E sta pequeña expedición, de unos 30 hom bres,
e n tre los cuales figuraban los herm anos Goes, fué la que condujo
7 vacas y 1 toro , p rim er ganado vacuno que se in tro d u jo en el P a ­
raguay. D iego de S anabria p artió , m ás tarde, de E sp añ a p ara el R ío
de la P la ta ; pero, debido a los tem porales y a las corrientes m a ri­
nas, éstas lo a rra stra ro n , desviándolo de su ruta, h asta C artagena.
D esilusionado p o r los reveses sufridos, resolvió ab andonar la em presa
renunciando a los derechos que había adquirido como Adelantado.
— 108 —
— 109 —
G O BIERNO C O L O N IA L
bandera española no podían hacerlo sin que se solicitara,
antes, la correspondiente licencia y haciendo re g istra r sus
nom bres, tonelaje, clase de carga, etc. Los buques que n a­
vegaban con perm iso de la C asa de C ontratación se llam a­
ban “navios de re g istro ”.
A U T O R ID A D E S D E L G O B IE R N O
C O L O N IA L
T ra n scu rrid o s los prim eros años que siguieron a la
ocupación y población de las diversas regiones de Am érica,
fué necesario crear las autoridades que entendieran en los
asuntos de todo orden, pues no habría sido posibl'e tram itar­
los directam ente con las autoridades residentes en E spaña
sino con una pérdida enorm e de tiem po. R aro era el asunto
o petición, tram itad o s en España, cuya resolución se cono­
ciera por los interesados, residentes en las colonias del P lata,
antes de un año.
L a au to rid ad suprem a era el Rey, a quien asesoraban
funcionarios e instituciones especiales en todos los asuntos
relacionados con el gobierno de las colonias. E x istían ,-así,
autoridades que residían en E sp añ a ; y otras, en las colonias.
T odas las leyes, ordenanzas, etc., que se dictaron por
los reyes de E sp añ a recibían, en su conjunto, el nom bre de
Leyes de Indias 1.
Autoridades que residían en España:
E l R e y .— L os reyes tenían el poder, en aquella época,
por derecho divino, y este poder era legitim ado por el P apa
como rep resen tan te de Dios en la tierra. El poder del -Rey
era ab so lu to : podía nom brar o d estitu ir a los funcionarios
sin dar cuenta de sus actos a nadie.
C o n sejo de In d ia s .— El Consejo de Indias estaba consti­
tuido por veintiún m iem bros, y éstos debían ser todas per­
sonas que hubiesen ocupado altos puestos en el gobierno
de las colonias. E stu d iab a las leyes y decretos y los pro­
ponía al R ey p ara que los hiciera cum plir; proponía igual­
m ente el nom bram iento de los virreyes y dem ás em pleados.
C asa de C ontratació n . — E ntendía en todo lo relativo al
com ercio de las colonias, y a los pleitos que se originaban
por asu n to s com erciales. F ué establecida en Sevilla (1503).
E n los p u ertos de las colonias españolas no se perm i­
tía la en trad a a buques de otra nacionalidad, y aun los de.
(1 )
V e r “ H is t. A rg e n tin a y A m erican a” , p ág . 372, del m ism o a u to r .
Autoridades que residían en Am érica:
V irreyes. — Los virreyes eran designados por el R ey p ara
que lo representaran y gobernaran en su nom bre. E jercían
el gobierno tan to en lo civil como en lo m ilitar y podían
designar los funcionarios p ara m uchos puestos de im por­
tancia. Sus atribuciones Íes daban, pues, un g ran poder.
N o podían casarse, ejercer el com ercio, asistir a bodas
o entierros, ni ser padrinos. E sta s prohibiciones se habían
establecido para que estuvieran desligados de todo com pro­
m iso y pudieran proceder, así, con im parcialidad, en todas
sus resoluciones.
Al term in ar su gobierno debían som eterse a un juicio,
llam ado “de residencia” , en v irtu d del cual eran exam ina­
dos todos sus actos, y de ellos debían dar cuenta.
C apitanes G e n e ra les.— T enían casi las m ism as atrib u cio ­
nes que los virreyes. Chile form aba una C apitanía G eneral.
G obernadores G enerales. — L os gobernadores generales cons­
titu ían la autoridad superior de las provincias en que es­
taban divididos los virrein ato s y las capitanías generales.
D ependían, pues, de los virreyes o de los capitanes gene­
rales, según el caso.
E n Buenos A ires, el P arag u ay , y en T ucum án hubo
gobernadores generales, que dependían del V irrein ato del
P erú. L a provincia o corregim iento de Cuyo dependía de
la C apitanía General de Chile. E sto duró h asta 1776, en cuya
fecha se creó el V irreinato del Río de la P la ta ; y las cu atro
regiones nom bradas pasaron a depender de este últim o aun­
que divididas de otra m anera.
C o rre g id o res.— E ran funcionarios cuyas atribuciones, au n ­
que análogas a las de los gobernadores, estaban lim itadas
a un territo rio m ucho m enor, a veces a una sola ciudad y
su distrito (C orregim iento). L a región de Cuyo, m ientras
8
i
—h i­
dependió de la C apitanía General de Chile, constituía uno
de sus corregim ientos.
Audiencias. — L as A udiencias R eales eran los m ás altos
trib u n ales p ara adm inistrar justicia. De sus sentencias se
podía apelar ante el Consejo de Indias; pero en ciertos y
determ inados casos solam ente. De los fallos de los trib u n a­
les inferiores se podía apelar ante las Audiencias. E n caso de m uerte o de separación del V irrey, la A u­
diencia asum ía el m ando h asta que se nom brara otro.
C abildos. — E ran las autoridades de las ciudades y pue­
blos de im portancia, análogos, en sus funciones, a lo que
hoy llam am os “ M unicipalidad”.
A d m in istrab an los bienes m unicipales y procuraban el
progreso u rbano y el m antenim iento del orden. El “ C abildo”
era la institución m ás dem ocrá­
tica.de aquellos tiem pos, pues los
vecinos form aban parte de ellos,
y, entre sus m iem bros, figuraban
a m enudo los nativos.
Consulados de Comercio—Los Con­
sulados de com ercio se estable­
cieron con el fin de que estudia­
ran las necesidades de las colo­
nias y propusieran las m edidas
convenientes p a r a e l fom ento
del com ercio, de la industria y '
de la agricultura. E n ten d ía tam ­
bién en los litigios de orden co­
m ercial.
Bandos. — A ctualm ente, cuando
la autoridad tiene que prom ul­
g ar una ley, u n a ordenanza, o
un decreto, etc., éstos se dan a conocer publicándolos en los
diarios. E n los tiem pos de la colonia, cuando todavía no
existían publicaciones periódicas, tales ordenanzas se daban
a conocer a los vecinos convocándolos en la plaza pública,
u otro sitio apropiado, con toques de cam pana o redobles
de tam bor. Allí el encargado de esa tarea, al que se daba el
nom bre de “pregonero”, procedía a la lectura del “bando” .
lo s
Cabildos. Su importancia. - Cabildo abierto
C uando se fundaba una ciudad y se efectuaba la cere­
monia alusiva de costum bre, se procedía a lev an tar el acta
de fundación, y a la designación de las personas que debían
constituir el gobierno de la m ism a, es decir, el Cabildo.
L lam ábase tam bién “A y u n tam ien to ” y “ R egim iento”. De
esta últim a designación proviene el títu lo de “ R egidores”
que se daba a sus m iem bros. E n adelante la designación de
los m iem bros del Cabildo ya no la hacían ni el G oberna­
dor, ni el V irrey, ni el pueblo, sino el m ism o Cabildo.
Cada año, el 1? de enero, los regidores cesantes debían
proceder a la elección de sus reem plazantes, p o r cédula
cerrada, en la propia sala capitular.
L os regidores, en algunas oportunidades, eran designa­
dos p o r el g o b ern ad o r; y tam bién solían venderse esos car­
gos en rem ate público.
P a ra ser regidores era necesario ser vecinos, y podían
ser designados tam bién los criollos. E l cargo era g ra tu ito
y no podía ser renunciado. C o nstituía una “carga pública” .
Los cabildos entendían,' como ahora, m ás o m enos, en
todo aquello que se relacionaba con el bienestar y las ne­
cesidades de las poblaciones. L a edificación, la higiene de
las casas y calles, la reglam entación de las fiestas públicas;
la intervención en la venta de los artículos de prim era
necesidad para fijar el precio y ev itar los ab u so s; el orden
público, eran todas cuestiones que reclam aban su atención.
E l núm ero de regidores v ariaba en tre seis y doce, se­
gún la im portancia de la población. Como m iem bros inte­
g ran tes del Cabildo, los principales e ra n :
L o s Alcaldes, llam ados de l 9 y 29 voto, de los cuales el
prim ero era, el que presidia el Cabildo. Am bos ad m in istra­
ban justicia de m enor cuantía.
El P ro cu ra d o r, que defendía los intereses de la institución
y proponía las reform as que creía convenientes.
El E scrib an o P úblico, que debía firm ar las actas y dar fe,
así, de las resoluciones del Cabildo.
— 112 —
El Alférez real, que tenía la m isión de llevar el estandarte
real en las fiestas públicas en representación de la autori­
dad, y como sím bolo de la m isma.
Cabildo abierto. — T o d a vez que alguna cuestión g rave se p re­
sentaba a la consideración del Cabildo, éste m andaba citar a los
vecinos m ás caracterizados de la ciudad para que, unidos a los reg i­
dores, y escuchadas las opiniones de todos, procedieran a solucionar .
de la m anera m ás conveniente el asu n to que m otivaba la convoca­
toria. A estas reuniones de los m iem bros del Cabildo y de los veci­
nos, se les designaba con la denom inación de “cabildo ab ierto ”.
M uy de tard e en tard e se p resen tab an causas que hicieran u r­
gente y necesaria la convocatoria de un Cabildo a b ierto ; pero cuando
esto ocurría, el pueblo, allí reunido, asum ía el c arác te r de “pueblo
soberano” 1.
“ E l gobierno m unicipal nació con la conquista, y hem os v isto
que sus principales p ersonajes com enzaron por estab lecer el régim en
de las com unas en las ciudades que fundaban. Sólo el pueblo inglés
puede rivalizar con las instituciones d em ocráticas que el pueblo es­
pañol heredó de la E d ad M edia. La autonom ía local de los distritos,
el gobierno de propios, com o se llam ó el gobierno vecinal, fué la cuna
de las libertades castellanas y aragonesas. L os m ism os reyes de
A rag ó n y de C astilla reconocieron los fueros de las viejas ciudades,
que eran tan celosas de sus derechos, que obligaron a los m onarcas
a p restar, de hinojos, ju ra m e n to de resp etarlo s, en el acto de su co­
ronación.
L os am antes de los principios dem ocráticos, debem os re sp e ta r las
irstitu cio n es de que gozaba E sp añ a antes del advenim iento de la casa
de A usburgo. E llos rep re se n taro n siem pre la causa de la libertad con­
tr a los avances del poder absoluto de los reyes, y n unca fué m ás
grande y m ás noble la nación española que cuando se arm ó p ara
defender la trad ició n de los principios que»la dom inación de los godos
le había legado en sus cartas y en sus fueros.
L a tradición de la libertad m unicipal se había arraig ad o tan to
en el pueblo español, era tan pro fu n d a la educación que aquella so­
ciedad había alcanzado con ella, que to d as las ciudades libres sin tié­
ronse oprim idas p o r la m ano del poder despótico que am enazaba des­
cargarse sobre ellas y so m eter al vasallaje aquella sociedad viril y
noble que gobernaba su vida, su fo rtu n a y su propiedad, ejerciendo el
m ás legítim o de los derechos del hom bre.
D e m anera, pues, que vem os que el gobierno de las localidades
era un patrim onio político que los conquistadores españoles in tro d u ­
jero n en el N uevo M undo. E ste gobierno rep resen tad o p or los A y u n ­
tam ientos en E spaña, y p or los Cabildos en A m érica, rep resen ta la
ram a m ás popular de las .instituciones con que el rég im en colonial
se fundó en el N uevo M u n d o ” 8.
(1) Y a se verá cóm o el Cabildo ab ie rto celebrado el 14 de agosto de 1806
llegó aT caso de dep o n er n ad a m enos que al V irrey S o b rem o n te, com o consecuencia
de bu a ctitu d d u ra n te la p rim era invasión inglesa.
(2) L ucio V. López. L eccio n es de H is to ria A rg en tin a.
— 113 —
C O N Q U IST A D E L IN T E R IO R D E L P A IS
F U N D A C IO N D E C IU D A D E S
El Tucumán. Expedición de Diego de Rojas
E ra ya conocida en el P erú , aun an tes de la llegada
de los conquistadores, una región del norte del actual te rri­
torio argentino que recibía los nom bres de “Tucma”, “Tucuma” y “Tucmán”. El origen de estos nom bres no ha sido
posible establecerlo de m anera convincente. Se ha creído
encontrarlo en el nom bre de una región del valle Calchaquí, “T ucm anahaho”, palabra com puesta de la voz “T u cm a”
nom bre del poderoso cacique de esa región, y de “ah ah o ”,
pueblo. Así, pues, Tucmanahaho significaría pueblo del ca­
cique “T ucm a” . Con
el an d a r del tiem po
el T ucum án, que era
designado indistinta­
m ente “provincia del
T u cu m án ” y gober­
n a c i ó n d e l T u cu ­
mán”, llegó a abar­
car, m ás o m enos, el
territo rio q u e h o y
com prenden las pro­
vincias de Salta, Jujuy, Santiago del E s­
tero, C atam arca, La
R ioja y p arte de la
de Córdoba y del
Chaco.
E n 1543 el capitán
D iego de R ojas p ar­
tió desde el P erú al frente de una expedición de unos 200
españoles con el propósito de llevar a cabo la conquista del
T ucum án que se creía rico en m etales preciosos.
R ojas entró por el valle de H um ahuaca y se internó,
encontrando seria .resistencia de p arte de los indios. P asó por
el pueblo indio de C hicoana ( S a lta ) ; y, de allí, a Capayán
—
— 115 —
114 —
(C atam arca) donde tuvo que hacer frente a un cacique que
m andaba m ás de un m illar de indios a los que atacó y venció.
P o sterio rm en te m urió en un com bate, a consecuencia de
h ab er estado envenenada la flecha que le había herido.
L os expedicionarios, al m ando de uno de los oficiales,
co n tin u aro n avanzando por tierras de C órdoba y S anta Fe
h asta llegar al sitio donde Caboto había fundado el fuerte
de Sancti S piritus. El jefe que m andaba la expedición fué
asesinado por uno de los oficiales y éste, con los soldados
que le quedaban, unos 80, regresaron al P erú.
E sta expedición fué tan sólo exploradora;- pero tuvo
m ucha im portancia por las noticias que se consiguieron de
esas regiones v isitadas por prim era vez.
Expedición de Núñez de Prado
Fundación de Barco — Prado y Villagra — La jurisdicción
de Chile — Valdivia y Prado
L as dificultades de to d o género encontradas por los es­
pañoles en sus en trad as a las regiones del T ucum án, no
fueron o b stáculo para que se desistiese de llevar a cabo la
conquista y colonización.
E n 1549 se preparó una nueva expedición con el espe­
cial propósito de “ iniciar la conquista del T u cu m án ”, en
cuya em presa ya había fracasado D iego de R ojas, y se con­
fió el m ando de ella a Ju an N úñez de P rado.
P rado, de acuerdo con las instrucciones recibidas, debía
proceder con m oderación en tpdos sus actos, ta n to con sus
subordinados como con los indios, a cuyo efecto le acom pa­
ñaron varios m isioneros para que predicaran el E vangelio a
los n aturales.
N úñez de P rad o p artió de P otosí (octubre de 1549) con
80 hom bres, m ás o m enos, m uchos dé los cuales ya conocían
algo de la región que iban a conquistar, pues habían acom ­
pañado a D iego de R ojas. F orm aba parte de la expedición
un cuerpo de indios peruanos am igos.
E n tró , P rado, por el valle de H um ahuaca y y a en la
región del T ucum án, fundó la prim era ciudad europea ?n
.
esos parajes, (1 5 5 0 ), dándole el nom bre de Ciudad del
Barco, 1 cerca de la actual M onteros, cuyo asiento fué
cam biado varias veces. Som etió con b astan te facilidad casi
todas las trib u s circunvecinas, cuyos caciques le recibieron
am istosam ente.
E n esa m ism a época llegaba a esos parajes F rancisco
de V illagra, quien, proveniente del P erú , se dirigía a Chile,
donde se hallaba V al­
divia. Am bos discu­
tieron, P rad o y V i­
llagra, y hubo lucha
entre sus fuerzas res­
pectivas, quedando
som etido Prado- V i­
llagra, sin em bargo,
dejó a P rado en el
carácter de teniente
de gobernador, des­
pués de haberlo obli­
gado a reconocer que
1 e s a r e g i ó n estaba
/ dentro de la jurisdic­
ción concedida a V al­
divia, gobernador de
Chile.
L a actitud de V illag ra,
ten ien te de V aldivia, te ­
nía su razó n de ser,
p uesto que éste había
obtenido, en 1548, una
concesión p or la cual se
le asignaba un te rrito ­
rio que abarcaba un a n ­
cho de 100 leguas des­
de la costa del Pacífico
y cuyo lim ite, al este,
seguía una línea recta,
Z l t d“ '¡> " ¿ , « 5 * 3 » « d , C órdoba (M eridiano « ) . A l ñ o r « , U
concesión estaba lim itada por el paralelo 27, y al sur, por el 41.
(1 ) F u n d ó la ciudad en hom enaje al P resid e n te de la A udiencia de L im a,
L a G asea, n a tu ra l de E l B arco de A vila, en E spaña.
— 116 —
E sta concesión, que daba jurisdicción al gobierno de Chile sobre
tierras situadas al este de la cordillera de los A ndes, debía producir
conflictos con los conquistadores p rovenientes del P erú , com o efec­
tivam ente, sucedió. A sí, en 1563, por una real cédula, el T u cu m án
fué independizado de
Chile. P o sterio rm en te,
en 1569, al designarse
A d elantado a O rtiz de
Zárate, se r e s t i t u y ó
nuevam ente al A delantazgo del R ío de la
P la ta, con lo s lím ites
que se hab ían fijado
en la concesión o to r­
gada a M endoza, el te ­
rrito rio que había sido
adjudicado a Chile en
el añ o 1548.
P r a d o se som e­
tió ; pero sin ánim o
de cum plir lo pro­
m etido, pues consi­
deraba que el go­
bierno de Chile no
tenía derecho algu­
no para m andar en
el T ucum án. A m e­
diados de m ayo de
1551, trasladó la po­
blación de El B ar­
co a otro sitio en el valle de Calchaquí. (Se cree que fué
en las proxim idades del sitio donde actualm ente está la
población de A ndalgalá).
L a actitu d am enazadora de los indios, obligó a P rado
a cam biar nuevam ente el asiento de la población, y lo
fijó a orillas del río Dulce, a m uy corta distancia hacia el
su r del lugar donde está situada actualm ente la ciudad
de S antiago del E stero. P rad o se dedicó con tesón a la
conquista de extensas regiones hacia el oeste y el sur, so­
m etiendo a num erosas trib u s de indios.
A la llam ada provincia del T ucum án la designó con el
nom bre de Nuevo Maestrazgo de Santiago.
— 117 —
A principios de 1553 llegaba allí Francisco de A g u irre
enviado por V aldivia para p ro seg u ir la conquista del T u ­
cum án. A guirre no encontró en E l B arco a P rado, pues
éste se encontraba ocupado en una exploración a F am atin a,
pero consiguió apoderarse de él y, enviarlo a Chile para
que fuera procesado. De allí P rad o pasó a Lim a y la A u­
diencia ordenó que fuera repuesto en el cargo. Su falleci­
m iento le im pidió reg resar al T ucum án.
A guirre dedicó su actividad al fom ento del trab ajo agrí­
cola y al re p arto de los indios en encom iendas.
Fundación de Santiago del Estero
Nuevos conflictos — El gobernador Juan Pérez de Zurita
L os frecuentes desbordes del río D ulce hacían inhabi­
table el nuevo asiento de Barco (T e rce ra). A g u irre resol­
vió, en vista de tal inconveniente, cam biar otra vez el sitio,
y trasladó la población a un paraje que fué definitivo, poco
distante hacia el n o rte ; pero cam biándole el nom bre por el
de Santiago del E stero. (Julio 25 de 1553) x.
Con la ausencia de A guirre, que había p artid o p ara
Chile (1554), se reavivaron los conflictos, entre los p arti­
darios de aquél, de V illagra, y del m ism o P rado, de quien
habían llegado a S antiago noticias de su rehabilitación, pero
no de su m uerte- E ste estado de discordia y de anim osidad
entre los pobladores, no perm itía que se llevara a cabo
con éxito la conquista del territo rio y el som etim iento de
los indios. T an grave era la situación y tan to s los peligros,
que el teniente de A guirre, capitán Ju an G regorio B azán,
estuvo a punto de abandonarlo todo y m archarse al P erú.
L a oportuna y feliz llegada a S antiago, del general
Juan P érez de Z urita, designado por el gobierno de Chile
para que asum iera el m ando, im portó un g ran alivio para
la población, que se debatía en medio de la m iseria y de
los peligros. L legó con 60 hom bres y otros auxilios.
Con Z urita, hom bre m uy activo y hum ano, se inició
una era de organización y prosperidad general, pues supo
atra e r y som eter a los indios diaguitas y ju n e s, y otros
(1 )
Según u n a cta dada a conocer últim am ente, p o r el doctor A lfredo G árgaro,
en un tra b a jo de investigación.
— 119 —
de la región Calchaquí, reuniéndolós en poblaciones y do­
tan d o a éstas de m isioneros p ara que los iniciaran en la fe
cristiana. Z u rita fundó las ciudades de L ondres en tierra s
de los diaguitas de C atam arca; C añete, en el sitio que había
ocupado la “ B arco” prim era, y “ C órdoba de C alchaquí” 1.
E sta s fundaciones respondían a un plan estratégico de Zu­
rita p ara ten erlas como fortines, en defensa de la ciudad
de S antiago, continuam ente su jeta al peligro de las acom e­
tidas de los indios, y p ara seguridad de las com unicaciones.
E stas tres ciudades tuvieron m uy corta existencia, pues
fueron arrasad as p or los salvajes. E sto tuvo lugar después
que P érez de Z u rita fué arrestad o y expulsado del gobierno
p o r G regorio de C astañeda, ten ien te de V illagra, siendo
éste g o b ernador de Chile.
D u ran te los 15 años transcurridos desde la fundación
de la prim era B arco (1550) h asta 1565, fecha de la funda­
ción de San M iguel de T ucum án, exceptuando ésta, de
to d as las ciudades que se fundaron (B arco, Londres, Cór­
doba de C alchaquí, Cañete, N ieva) y S antiago del E stero,
EÓlo subsistió esta últim a, aunque tam bién estuvo a punto
de desaparecer debido a los frecuentes ataques de los indios.
S antiago del E s te r o 2 fué la capital de la gobernación
del T ucum án d u ran te m uchos años, y asiento del obis­
pado h asta que en 1690 la capital fué traslad ad a a la ciu­
dad de Córdoba.
S antiago del E stero constituyó un g ra n centro de ac­
ción pobladora. (Ver pág. 124).
(1) lla m a d a así p a ra d istin g u irla de C órdoba la L lan a (a c tu a l).
_ T odas estas fundaciones' no c o n sistía n sino en algunos ra n c h o s d e n tro de un
re c in to defendido p o r p alizadas y un m an g ru llo (m ira d o r).
(2) C u aren ta y ocho vecinos encom enderos te n ia en 1583, y el núm ero de
los indios que en estas encom iendas vivían, no era in fe rio r a 12.000 C o n sag rá­
banse al cu ltiv o de la tie rra que p roducía b a sta n te trigo, m aíz, cebada, garban-.
zos, babas y o tro s cereales y h o rtalizas. T en ían viñedos, g ran d es arboledas de
hig u eras y o tro s fru tales. C riaban av estru ces, patos y gallinas. Sus pastizales
estaban llenos de g an ad o de to d a cla se ; sus bosques, de c a z a ; y sus ríos, de
peces. ISn las selvas próxim as a la ciudad, vagaban los pum as y ios ja g u a re s, y
se a rra s tra b a n víboras y serp ien tes peligrosísim as. H ab ía telares donde se tejía
el algodón y la lana que,^ u n a vez beneficiados, iban al P erú , constitu y en d o la
riqueza principal de S antiago. A p rovechaban p a ra sus in d u strias, o exportaban
en g randes can tid ad es, a ñ il y cochinilla. R eco g ían cera y m iel. T en ían u n m olino
y algunas atah o n as.
K . J aim es F rey re. “ E l T u cu m án del siglo X V I ” . P á g . 104.
Otras fundaciones en la región del Tucumán
Ceremonia de la fundación de una ciudad
N o era cosa fácil, en aquellos tiem pos, en m edio de
poblaciones indígenas casi siem pre hostiles, llevar a cabo
la fundación de una ciudad. Cuando llegaba el caso solía
hacerse un llam ado, por voz de pregonero, a cuya solici­
tu d concurrían los vecinos que se com prom etían a to m ar
p arte en la expedición.
H echos los preparativ o s del caso, cargadas las carretas
o las m uías, según fuera el paraje elegido y los accidentes
del camino, reunidos los anim ales de labranza y los g an a­
dos, la colum na pintoresca em prendía la m archa con las
precauciones debidas, en p artic u la r de noche, acam pando
en lugares abiertos para evitar sorpresas.
Llegados, después de m uchos días de viaje, con re­
corrido de buen núm ero de leguas, al lugar ya determ ina­
do, o encontrado conveniente, hacíase alto y, siendo región
poblada por naturales, se procedía al som etim iento de és­
tos, v o luntario o forzado.
L as prim eras poblaciones no habían podido re sistir
m ucho tiem po sin establecer asientos fortificados (fo rti­
nes) dispuestos de tal m anera que pudieran p re sta r ayuda
a los pobladores. Se fundaron, así, ciudades que, en su
origen, tenían sólo carácter estratégico.
L levaba la “ciudad” de S antiago del E stero pocos años
de fundada, y ya había sufrido b astan te con las rebeliones
de los indios. E ra necesario po n erla en estado de m ayor
seguridad y, así, se procedió a la fundación de o tras que,
en su origen, eran puestos avanzados (fo rtin es). A sí se
fundaron L ondres, Cañete, C órdoba de Calchaquí, N ieva
y otras,
E l asiento de estas ciudades era cam biado, algunas
veces, debido a m otivos de destrucción por los indios,
ubicación inundable o antihigiénica, y h asta por la acción
de terrem otos.
L a ingerencia de los gobernadores de Chile en las
provincias situadas al oriente de la cordillera andina, fué
siem pre resistida o apenas tolerada h asta que se puso^ té r­
m ino a esta situación inconveniente con una real cédula
-
— 121
120 —
p ° r la que se consideraba el T ucum án definitivam ente se­
parado del gobierno de Chile y agregado a la jurisdicción
de la A udiencia de C harcas (agosto 29 de 1563).
Asi, pues, las ciudades fundadas en aquella época en
la región del T ucum án, y que subsistieron después, lo fue­
ron cuando ya tal provincia dependía del P erú.
L a región de Cuyo quedaba todavía dependiente de
la C apitanía G eneral de Chile.
San Miguel del Tucumán.— Diego efe V illarroel, so­
brino del gobernador del T ucum án, Francisco de A guirre,
Le\ o a cabo la fundación de una ciudad que debía servir
—
otras, se resolvió el cambio de ubicación, llevándola a cabo
el gobernador D. F ernand o de M endoza Mate de Luna
120 años después, a orillas del río Salí y en el mismo sitio
donde hoy se encuentra. (O ctu b re 4 de 1685).
Córdoba.— La ciudad de Córdoba, fundada en la re­
gión de los indios comechingones, se llam aba la L lan a p ara
d istinguirla de la que se había fundado en el valle dfe
Calchaquí. Se ubicó en un sitio llano, llam ado Quisquisacate, en la m argen izquierda del río Primero, denom inado
Zuquia por los naturales, según el acta de fundación. F u é
su fundador el gobernador don G erónim o L u is de Ca­
brera- (Julio 6 de 1573).
Al año siguiente el m ism o C abrera ordenó que fuera
traslad ad a a la m argen oouesta del río, donde hoy se en­
cuentra. (M arzo 11 de 1574).
Salta. — L a constante am enaza de los indios calchaquíes y om aguacas, que dom inaban el cam ino al P erú , y
hacía peligroso el trán sito por el m ism o, obligó al g o b er­
nador del T ucum án a ordenar la fundación de una ciudad
de carácter estratégico en el valle de Salta. E s in teresan te
referir las dificultades que encontró el gobernador Gonzalo
de A breu, antecesor de H ern an d o de L erm a, para fundar
y a rraig ar una ciudad en' el valle citado.
R eunidas las fuerzas y los elem entos necesarios, em ­
prendió A breu la m archa con el propósito de p asar al va­
lle de Salta (1577).
‘‘N o fué fácil el paso; dijérase que los naturales, desesperados
confederado
p a ra o poner resistencia. V o ltearon árboles en los cam inos, cavaron
hoyos en el fondo de los cuales estacas filosas aguardaban víctim as,
d erribaban rocas al paso de lo tropa en los desfiladeros, desviaban
los ríos de su cauce y em ponzoñaban las aguas. F u era de esas a s­
tucias oponían la penetración, cara a cara, con sus hondas, sus
lanzas, sus flechas y s.us p o rras; pero A breu pasó, alcanzó el valle
de Salta, alzó el rollo y puso al sudoeste de la actual R osario de
L erm a, los cim ientos de una ciudad que llam ó, por segunda vez,
San Clem ente de la N ueva Sevilla. Su e rro r fué salir apenas inicia­
das las construcciones, debilitando la guarnición al llevarse hom bres,
y siendo el resu ltad o desastroso de esa im previsión, la destrucción
de lo alcanzado y la m u erte de m uchos soldados” 1.
a l a d v ertir la im portancia del propósito, se hubiesen
de defensa a Santiago del E stero, pues las poblaciones
de L ondres, C añete y Córdoba de Calchaquí habían sido
atacadas p er los indios y destruidas.
L a nueva ciudad se ubicó a unas doce leguas hacia el
su reste del sitio ocupado por la actual ciudad de T ucum án,
cerca de la villa de M onteros. F ué llam ada San Miguel de
Tucumán y se fundó el 29 de septiem bre de 1565..
E ra un sitio m alsano pues sus h abitantes contraían
la afección llam ada coto (bocio). Sea por esta causa o por
(1)
R oberto L evillier en H is t. de la N ación A rgentina. V ol. III, pág. 374.
— 122 —
Cinco años m ás tarde el gobernador H ernando de Lerma fundó, en el citado valle, una ciudad a la que dió el
nom bre de “ Ciudad de L erm a en el valle de S alta”. (A bril
16 de 1582). Se reducía a un fortín defendido por 40 soldados.
L os pobladores, al parecer, p o r m alquerencia, hacia el funda­
dor, que se había hecho odiar p or sus num erosos atropellos, in ju s­
ticias y crueldades, no designaban la ciudad con el n om bre
de
L erm a com o reza el acta de fundación, sino con la sola d esigna­
ción de Salta, co stum bre que se p erp etu ó h a sta el presente.
E l acto de la fundación de una ciudad, consistía en
una cerem onia como la que revelan los siguientes párrafos,
extractados del acta de la fundación de Salta:
h asta hoy p or de Velazco. Según el acta respectiva, de fecha 20 de
m ayo de 1591, la nueva población recibió el nom bre de ciudad de
T odos los Santos de la Nueva Rioja.
Jujuy.— L a fund ació n de Salta no fué suficiente p ara aseg u rar el
cam ino al P erú . E sta circunstancia hizo necesario el establecim iento
de o tro p u n to e straté g ico m ás al norte.
Con an terio rid ad ya se habían fundado algunas poblaciones como
Nueva Madrid y Nuestra Señora de Talavera. Los pobladores de
la p rim era se in co rp o raro n a la segunda, la que, en 1692, fué destruida
p or un terrem o to . F u é en el valle de Jibijibi (Ju ju y ) donde el ca­
p itán F ran cisco de A rgañaraz, por m andato del g o bernador Ju an
R am írez de V elazco, llevó a cabo la fundación de la ciudad de San
Salvador de Jujuy. (A b ril 19 de 1593).
P or tanto su Señoría el señor Gobernador mandó
hacer e se hizo un hoyo en este dicho asiento donde
cerca de él estaba un p a lo ... e mandó poner e se
puso el 'dicho palo por Picota en dicho hoyo que así
está hecho e acostumbrado hacer en las demás ciu­
dades de estas Provincias, Reinos e señorías de S . M .
e que en dicho Rollo e Picota se ejecute justicia pú­
blicamente contra los delincuentes y malhechores, e
ninguna persona sea osada de lo quitar, mudar y
rem over del dicho lu g a r __ Y estando su señoría el
señor Gobernador en este acto hecho mano a su es­
pada y haciendo las ceremonias acostumbradas dió
tajos y reveses y dijo en voz alta: si había alguna
persona que contradijera el dicho asiento e fu n c ió n t
B no hubo contradicción .......... ¡ ........................
Y en señal de posesión en nombre de S . M . se dispararon arcabuces
e tocaron trompetas, tambores e cajas . .
La Rioja.— Sea por necesidad estraté g ica o no, la fundación de
la ciudad de L a R ioja se llevó a cabo m ediante la realización de una
em presa de carácter com ercial en tre un rico encom endero de S antiago
del E stero y el g o b ern ad o r D on Ju a n R am írez de V elazco, in te re ­
sado en ella. E l em presario debía llevar allí cierto nú m ero de bueyes,
cabras, ovejas, caballos, etc., y, adem ás, h erram ien tas y ropas p ara
los pobladores debiendo cubrir todos los gastos. E n cam bio le co rres­
ponderían beneficios ex p resam ente estipulados en un co n trato (1590).
P artiero n , el g o b ern ado r y el em presario, desde S antiago, acom ­
pañándoles 70 españoles y 400 indios que arrea b an los anim ales y
guiaban 14 carretas cargadas.
D espués de 47 días de una m archa que no estuvo ex en ta de p ri­
vaciones, peligros e incom odidades, debidas a los accidentes del te ­
rreno, recorrieron ciento y ta n ta s leguas h a sta que se detuvieron en
un lugar, en te rrito rio de los diaguitas, al pie de la sierra conocida
I*a vida de los coIoíios. — U n fo rtín . — A l fondo u n m irad o r o m an g ru llo
Catamarca.— L a población de Londres (últim a, 1633), ciudad am­
b ulante com o la de E l Barco, se hallaba ubicada cerca de la actual
villa de Pom án. E x istía tam bién una colonia de españoles en un lugar
llam ado Valle Viejo, en el valle de C atam arca, no lejos del río Tala.
Solicitados los pobladores de am bas localidades p ara que opina­
ran sobre la conveniencia, o no, de fijar el asiento en o tro punto,
re su ltó de ello la fundación de la ciudad que se llam ó de San Fernando
de Catamarca, por D on F e rn an d o de M endoza M ate de L una. (J u ­
lio 5 de 1683). El asien to de la ciudad se estableció a orillas del
río T ala donde se en cu en tra actualm ente. L a traslació n e~ in co rp o ­
ración de los pobladores de Londres y Valle Viejo se había realizado
unos días antes con la cerem onia de la entrega del estandarte real.
— 124 —
—
S U B L E V A C IO N E S
125 —
DE
LOS
C A L C H A Q U IE S
Alzam ientos generales — Bohorques
L as sublevaciones <le indios en el valle de Calchaquí, llam adas
“alzam ientos”, eran frecuentes, aunque sólo asum ian seria gravedad
cuando eran “alzam ientos g enerales” pues entonces tom aban p arte
en ellos m iles de indios pertenecientes a parcialidades diversas que
se “confederaban”.
P rim e r alzam iento general. — R einaba en C alchaquí una tra n ­
quilidad casi com pleta, y g obernaba don Felipe de A lbornoz, cuando,
en 1 6 2 7 ,. se produjo un “alzam iento g en eral” en las sierras y valles
de T ucum án, Salta, Ju ju y y L a R ioja. L a causa “in m ed iata” del
alzam iento fué la siguiente:
A l asu m ir el m ando el nuevo g o b ern ad o r don Felipe de A lb o r­
noz, los caciques de las tribus de C alchaquí, encabezadas p o r un
hijo de C helem ín, se p resen taro n para rendirle el hom enaje y reco­
nocim iento que e ra de p ráctica. E l gobernador, por una descortesía
a la que él a trib u y ó exagerada im portancia, m andó azo tar y co rtar
el cabello a los caciques. L a cabellera significaba p ara ellos una de
las galas que m ás estim aban.
L os 200 indios que form aban la com itiva reg resaro n a sus
respectivos d istrito s llenos de cólera y ju ran d o vengarse. Siguien­
do la costum bre de su raza, las distintas tribus com enzaron a
cam biar, recíprocam ente la flecha, com o sím bolo de lucha contra el
invasor. D e inm ediato se dieron a la tarea de desgajar ram as de
los árboles p ara fab ricar arcos y flechas.
L a g u erra fué terrib le y sin cu artel., L os prisioneros eran sa­
crificados de una y o tra partev L os establecim ientos — estancias
y o tro s— eran saqueados, las iglesias incendiadas y robadas. H a s ­
ta los m isioneros eran vejados, y algunos de ellos perdieron la vida.
D u ra n te la lucha, ta n to los indios com o los españoles sufrieron
d erro tas. E n el sitio de L a R ioja, donde éstos se habían refugiado,
el h am bre había llegado a ta l p u n to que les obligó a sacrificar
los perros p ara alim entarse.
E sto s detalles, sólo dan una pálida idea de los sacrificios, de
las penurias y de los continuos peligros que debían afro n ta r los
pobladores.
L a g u erra duró diez años (1627-1637) aunque algunas tribus,
reacias a todo som etim iento, retirad as a las sie rra s ,' continuaban
resistiendo.
S egundo levantam iento general.— E n 1657, es decir, 20 años
después de term inado casi com pletam ente el prim er levantam iento,
llegaba al T u cu m án un aventurero, P ed ro Cham ico, nacido en Q uito,
y por ser allegado a una fam ilia española, de a p ellid i B ohorques,
se hizo llam ar P ed ro B ohorques. E ste im postor logró captarse la
sim patía de los indios y h asta de los jesu ítas m isioneros y del m ism o
gobernador. E n g a ñ ó a los indios haciéndoles creer que era des­
cendiente de los incas, ofreciéndoles su liberación del dom inio es-
9
— 126 —
— 127 —
paño!; engañó tam b ién al g o b ern ad o r M ercado aseg u rán d o le que,
p o r sus relaciones con p erso n ajes de la fam ilia de los incas, po­
día en tra r en posesión de valiosos teso ro s enterrad o s, cuyos sitios
aquéllos conocían.
L a actitud del g o b ern ad o r no se explica sino p o r la codicia;
pero revela tam bién que le dom inó una candidez estupenda. ,
B ohorques logró, así, con facilidad y sin desp ertar sospechas,
infiltrarse en tre los indios, crearse u n ascendiente extrao rd in ario ,
que le perm itió fijar su residencia en el pueblo de “T o lo m b ó n ”
donde organizó fuerzas arm adas, y reu n ir consejos de caciques,
sin reparos del gobernador.
C uando B ohorques, el falso Inca, tuvo listo su plan, inició el
levantam iento en m edio de la estupefacción general.
E n un g ra n com bate que duró cinco horas, el im postor fué
derrotado. L a lucha continuó p o r algún tiem po con gran desven­
taja p a ra B ohorques, pues sufrió o tro s reveses, h asta que, v ién ­
dose perdido, se entreg ó a los españoles dejando abandonados a
sus parciales, los que prosiguieron la lucha; pero sin é.^ito. B ohorques
fué llevado al P e rú y condenado a la pena de la horca.
CO N Q U ISTA D E LA REG IO N D E CUYO
Consolidación de la conquista
Si bien algunas parcialidades de la reg ió n noroeste se d em o stra­
ron, desde un principio, m uy poco p ropensas a som eterse a la
au to rid ad de los colonizadores, otras, m ucho m ás dóciles, no op u­
sieron resistencia seria alguna. L a actitu d hostil era consecuencia,
casi siem pre, de los excesos, abusos y violencias de los encom en­
deros. A unque existían leyes ex presam ente dictadas en defensa del
indio, sus quejas raram en te o nunca
eran atendidas. E ra lógico,
entonces, que, an te el tra to inhum ano que recibían, concluyeran por
sublevarse. A sí se produjo el p rim er g ran “ levantam iento gen eral”
que duró diez años. E l segundo term in ó hacia 1660 aunque p ersistían
algunos m ovim ientos aislados ya en una región, ya en otra. H a sta
esa época no había sido posible tener definitivam ente som etidas
todas las parcialidades, y la conquista no podía considerarse com ­
pletam ente consolidada.
E l g ob ernador M ercado, p ara term in ar con ese estado de incertidum bre y con las sublevaciones esporádicas, resolvió to m ar una
m edida que le perm itiera d ar tranquilidad, una vez p or todas, al
territo rio ocupado. C onsistió la m edida en sacar las trib u s belicosas
de sus residencias y m andarlas a otros p u ntos distantes. A B uenos
A ires se m andaron los indom ables quilm es a los que se les destinó
el p araje que hoy ocupa la ciudad del m ism o nom bre.
H a sta esa época la vida de los pobladores había estado dedicada
en g ran p arte a la milicia, en d etrim ento del tra b a jo productivo.
L a consolidación de la conquista, ya definitiva, y sin los peligros
de algún levantam ento general, puede establecerse en la sexta década
del siglo X V II, coincidiendo con la época de la “expatriació n ” de
los quilm es.
G eneralm ente se ha entendido por provincia de Cuyo,
el territo rio que corresponde a las actuales provincias ar­
gentinas de San Juan, M endoza y San L u is; pero al o to r­
garse a V aldivia la concesión de tierras, en 1548, la lla­
m ada provincia de Cuyo, com prendía un territo rio m ucho
m ayor aunque no bien precisado. (V éase mapita pág. 128).
Los prim eros españoles que estuvieron en el país de
Cuyo fueron los que, al m ando de F ranciso de V illagra,
viniendo del P erú para pasar a Chile, se detuvieron en el
T ucum án donde P rado había fundado la ciudad de E l Barco.
V illagra, después de som eter a P rado, prosiguió su m ar­
cha en dirección suroeste cruzando la cordillera de los
A ndes por territo rio de la actual provincia de M endoza.
La región de Cuyo estaba habitada por los indios huarpes, de carácter m anso, y m ás dispuestos a som etim iento
que los del T ucum án.
Fundación de Mendoza. — E n 1561 fué enviado P edro
del Castillo por el gobernador de Chile, García H u rtad o de
Mendoza, para que fundara una ciudad en Cuyo, y así lo hizo,
llam ándola Ciudad de Mendoza, en honor del gobernador.
(M arzo 2 de 1561)•
Como el sitio que sirvió de asiento a la ciudad no era
adecuado, por encontrarse en un bajo, el capitán Juan Jufré,
resolvió ubicarla en otro paraje poco distante, (a dos tiros
de arcabuz, dice el ac ta ), y así lo hizo el 28 de m arzo de
1562, en tierras de los huarpes o guarpes,-designándola con
el nom bre de Ciudad de la Resurrección. E sta designación
no prevaleció, perpetuándose, en cambio, la de Mendoza.
San Juan. — El m ism o capitán Jufré, al explorar la re­
gión m ás al norte, encontró conveniente fundar o tra ciudad
en el valle llam ado de Tucuma y así lo hizo dándole el nom ­
bre de San Juan de la Frontera. (Junio 13 de 1562). Solía
llam ársele San Juan del Pico.
Los gobernadores de Chile tenían el propósito de apro­
xim arse al Río de la P la ta p ara facilitar las com unicaciones
con España. L a distancia, sin em bargo, era dem asiado g ran ­
de y difíciles las travesías, pues todo el tray ecto estaba do­
m inado por num erosas trib u s de indios belicosos.
•— 128 —■
San Luis. — R espondiendo a este propósito íué que se
procedió a ubicar un asiento o fortín, en dirección al P lata,
haciéndolo en las serranías de la actual provincia de San
L uis en el sitio llam ado P u n ta de los Venados. L a pobla­
ción quedó designada con el nom bre de San L uis de la P u n ta
(1596). T al fué el ori­
gen de esta ciudad de
Cuyo, de la. que no
existe acta de funda­
ción, que se inició co­
mo fortín, y que llevó
a cabo un com isiona­
do del gobernador de
Chile, D. M artín G ar­
cía Oñez de Loyola.
T oda la región de
Cuyo formó uno de los
o n c e c o rre g im ie n to s
en que se dividió la
gobernación de Chile,
y se regía por un co­
rreg id o r que residía en
la ciudad de M endoza.
San Ju an y San L uis
e r a n r e p r e s e n ta d a s ,
cada una, por un te­
m ien te • de cor/regidor.
E n las tres ciudades
„
de
Cuyo
citadas exis­
t a región de Cuyo
,,
, .. .
.
tian cabildos que ad­
m inistraban los intereses de cada una de ellas.
E sta dependencia de Cuyo del gobierno de Chile, cons­
titu ía una fuente de grandes dificultades, que provenían
de la circunstancia de estar separadas las poblaciones por
la cordillera de los A ndes la que, du ran te el invierno, im­
pedía toda clase de tráfico y de com unicaciones .
L a región de Cuyo dependió del gobierno de Chile
h asta el año 1776, fecha en que quedó incorporada al V i­
rrein ato del Río de la P lata.
— 129 —
CO N Q U IST A Y COLONIZACION
D E LA REG ION D E L RIO D E LA P L A T A
(C ontinuación)
D. Juan Ortiz de Zárate, tercer Adelantado
El terc er A delantado del Río de la P la ta fué D. Juan
Ortiz de Zárate, nom brado por la A udiencia de L im a con
la condición de que hiciera confirm ar su nom bram iento por
el Rey. Con este propósito, p artió Z árate para E sp añ a por
la vía de P anam á (1567). A ntes de su p artid a encargó del
gobierno, y m ientras du rara su ausencia, a Felipe de Cáceres quien, desde Lim a, donde estaba, se traslad ó a Santa
Cruz de la Sierra y, de allí, acom pañándole Ju an de Garay,
pasó a la A sunción donde llegaron en diciem bre de 1568.
Cáceres debía esperar a Z árate en el Río de la P lata,
para auxiliarle a su llegada de España. E n la costa oriental,
frente a la isla de San Gabriel, dejó cartas para él, m etidas
en un zapallo colocado al pie de una cruz, y regresó a la
A sunción (1570). A su llegada allí, se encontró con el pue­
blo medio convulsionado por la acción de un p artid o que
le era contrario. Los cabecillas habían tram ado una conspi­
ración para quitarle el m ando, acto que debía realizarse
prendiéndolo en la iglesia; pero fracasó. (M ayo de 1571).
Cáceres hizo un segundo viaje al P la ta en busca de
Z árate, pero tam poco esta vez pudo saber nada de él, por
lo que regresó a la Asunción. Z árate se hallaba todavía
en E spaña preparando su expedición. Llegó al finalizar el
año 1573.
Los m ismos cabecillas enem igos de Cáceres conspiraron
de nuevo, poniendo o tra vez en práctica el plan de apre­
sarlo en la iglesia, y lo consiguieron m ientras aquél asistía
a m isa (Julio de 1572). F u é enviado a E spaña para ser ju z­
gado; pero fué absuelto.
D epuesto Cáceres, M artín Suárez de Toledo se apoderó
del m ando y fué, luego, confirm ado en él por el voto de
una m ayoría del pueblo.
D u ran te el gobierno de Toledo, Juan de G aray fundó
la ciudad de S anta Fe.
— 130 —
— 131 —
Juan de Garay
Fundación de la ciudad de Santa Fe - Aduanas interiores
Encuentro de Cabrera y Garay • Santa Fe, puerto preciso
Ju an de G aray nació en un pueblo de las provincias
vascongadas en 1527 ó 1529 No hay seguridad acerca de
localidad determ inada.
N
N ada se sabe de su niñez. F u é traído de E spaña y lle­
vado al P erú cuando tenía 15 años de edad, por un tío suyo,
el oidor D. P ed ro de Zárate,- en cuya
casa perm aneció h asta la m uerte del
m ism o (1547).
D esde ese m om ento fué iniciándose
en la vida oficial de la colonia tom an­
do parte activa en diversas expedicio­
nes al alto y bajo P erú, y se hizo no­
ta r por sus condiciones excepcionales.
R esidió unos cuantos años en Santa
C ruz de la Sierra, casado ya, de donde,
acom pañando a Felipe de Cáceres pasó
a la Asunción. (D iciem bre de 1568).
Cáceres, al tom ar posesión del m an­
do, nom bró a G aray Alguacil M ayor
(algo así como Jefe de P olicía).
G aray tenía escasa in stru cció n ; pero
poseía una inteligencia viva y am plia,
espíritu de em presa y de organización,
E sta tu a de J u a n de G aray
,
.
,
energía y perseverancia, y lo que era
m ás raro en aquella época, dado el medio en que actuaba,
la honradez.
T al fué el hom bre que fundó la ciudad de Buenos Aires.
E n tre los pocos que descollaron por la probidad de su con­
ducta y el desvelo por sus gobernados, durante la época
de la conquista y del coloniaje, G aray debe fig u rar como
uno de los prim eros.
(1 ) P . G roussac en “ M endoza y G aray” , lo supone nacido en V illalba
L,osa, o en el caserío de G aray, del A y u n tam ien to de
O rd u ñ a.
E n riq u e de G andía lo da p or nacido en la ciudad
A rgentina. Y ol. I I I , p ág . 286.
de O rd u ñ a . H ist.
de
de la N.
G aray dem ostraba ten er una clara visión del porvenir
cuando insistía a m enudo en aquello de que era necesario
abrir puertas a la tierra, expresión em pleada para indicar
que era de sum a necesidad buscar com unicaciones con el
océano para facilitar­
las con España.
E n el regundo via­
je que hizo Cáceres
al Río de la P lata,
desde la A sunción,
para auxiliar a Zára­
te, caso de que h u ­
biese llegado, G aray
le acom pañó, y se
cree que se entretuvo
explorando el lugar
donde Caboto había
establecido el asien­
to o fuerte de Sancti
S piritus, y que con­
cibió la idea de fun­
dar allí, o en sus in­
m ediaciones, una po­
blación que sirviera
de em barcadero para
las c o m u n ica cio n es
en tre el n orte y el
este del país, con los
puertos de B rasil y
de E spaña (1572).
G aray persistió tan to en esa idea que, al año, apoyado
por el gobernador M artín Suárez de Toledo, preparó u n a
expedición, a su costa, com puesta de 84 personas, de las
cuales 9 eran españoles, y 75 jóvenes criollos. D ispon ían de
55 caballos y un arm am ento de 65 arcabuces y un verso
(cañón) con su dotación de pólvora y balas de piedra.
— 132 —
— 133 —
Parte de la gente hizo el trayecto por tierra, conducien­
do los ganados. L os dem ás expedicionarios bajaron por
el P a ra n á em barcados en un b ergantín y varias barcas y
balsas. R eunida la gente de la expedición en un lu g ar donde
actualm ente se encuentra el pueblecito de Cayastá, se de­
dicó a explorar la región en busca de un sitio apropiado
p ara fu n d ar la ciudad que tenía proyectada resolviendo ha­
cerlo en ese m ismo sitio. E sta b a ocupado en el em padrona­
m iento de indios y en nuevas exploraciones h asta la región
donde estu v iera el fuerte de Caboto, cuando se encontró
con unas fuerzas que m andaba C abrera, gobernador de
C órdoba, que tam bién se encontraba allí para cum plir el
m andato de lev an tar u n a población que facilitara las co­
m unicaciones e n tre el P erú y E spaña.
E ste encuentro casual, que significaba el choque de
las corrientes colonizadoras del n orte y del sur, dió origen,
a un serio entredicho, pues cada parte, alegaba te n e r de­
recho de jurisdicción en esas regiones. E stuvieron a punto
de term in ar en lucha arm ad a; pero, sin a rrib ar a convenio
alguno, am bos contendientes se separaron regresando Ca­
b rera a C órdoba, y G aray, em barcado, al paraje de C ayastá
donde habían quedado algunos de sus hom bres para levan­
ta r la población.
Som etido el pleito a la A udiencia de C harcas, el fallo
fué favorable a G aray.
L a ciudad fué designada con el nom bre de S anta Fe,
y la fundación, según lo establece el acta, se verificó el 15
de noviem bre de 1573 1.
la ag ricu ltu ra. E x istían , adem ás, en todas ellas, algunas pequeñas
industrias que p roducían lo indispensable p ara las necesidades de
la vida. T o d o s estos productos, así com o los que se traían de E s ­
paña, se intercam biaban en tre las diversas provincias con in terv en ­
ción de las aduanas interiores establecidas en las principales ciuda­
des com o C órdoba, T ucum án, Santiago del E stero, Ju ju y y otras.
E stas aduanas percibían ciertos derechos sobre los productos que
se introducían en sus jurisdicciones respectivas.
L as rivalidades fom entadas por el choque de intereses, eran
frecuentes, com o tam bién las restricciones. Así, en 1616, el Cabildo
de B uenos A ires p rohibía la introducción de harina de C órdoba y
T u cu m án porque la producción propia b astaba p ara sus necesidades.
E n tre los pro d u cto s que se exp o rtab an del P a ra g u a y y de M i­
siones- -—p rincipalm ente de las m isiones jesuíticas— la y erb a m ate
ocupaba el p rim er lugar, pues era consum ida en to d a A m érica.
Como las dificultades p ara el tra n sp o rte de cargas al interior
desde el P ara g u a y por el Chaco, eran casi insuperables, hubo nece­
sidad de fijar un p u erto interm edio sobre el P a ra n á desde donde
resu lta ra fácil el acceso a los cam inos que conducían al interior, a
Cuyo y Chile, a Bolivia y al P erú.
•L as ciudades de A sunción y S a n ta F e (2* fundación) encon­
trab an m u tu a conveniencia en el establecim iento de un puerto único,
y pidieron su creación. F u é satisfecho el pedido por una cédula real
del año 1662.
Puerto preciso. — E l puerto de Santa Fe era llamado “Puerto pre­
ciso” por el privilegio que le fué concedido al considerarlo punto
obligado p ara el alm acenam iento de todos los frutos del P arag u ay
y de M isiones, en p articu lar la yerba m ate, destinados al interior,
a Chile y al P erú . E n ese pu erto se pagaban los derechos de en­
trad a y salida de las m ercaderías.
B uenos A ires quedó com o puerto único p ara el com ercio exterior.
Aduanas interiores. Santa F e, puerto preciso
L as regiones pobladas de las provincias del P arag u ay , el T u cu m án, Cuyo y B uenos A ires ten ían c aracterísticas propias, y así
com o en unas dom inaba la g anadería, en o tras estaba m ás difundida
(1 ) M ás o m enos 80 a ñ o s después se resolvió cam b iar el asien to de la
ciu d a d y se reedificó en el sitio donde hoy se e n cu en tra
L a m udanza d u ró v ario s años porque m uchos de los pobladores, a p e sa r de
las calam idades su frid as no se a v en ían a d e ja r sus tie rra s y ranchos. A lgunos
años m ás ta rd e y a no q u ed ab an en el a n tig u o asien to sino algunos re s to s de
paredes de adobe, derru m b ad as, cu briéndolas los yuyos.
E l re p a rto de la tie rra se llevó a cabo, según un d o cu m ento de fecha 20
de febrero de 1653, en el que ap arece desig n ad a la ciudad c o a el nom bre de
S a n ta F e de la V era C ruz.
Llegada del Adelantado Ortiz de Zárate
Su disposición testamentaria
E stab a ocupado G aray en los trab ajo s para poner la
población de S anta F e en estado de defensa contra los in­
dios, cuando recibió noticias de que el A delantado Don Ju an
O rtiz de Z árate se encontraba en el Río de la P la ta y que
solicitaba ser auxiliado.
Zárate, que habia llegado al P la ta algunos m eses antes,
desem barcó en la isla de San Gabriel, y luego pasó a tierra
firme, donde encontró las cartas dejadas por Cáceres con
noticias del país (N oviem bre de 1573).
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G aray bajó desde S anta F e en un b ergantín al que se­
guían varias balsas con algunas provisiones para auxiliar a
Z árate pues éste había sufrido pérdidas sensibles en una
arrem etida de los indios de- la localidad.
Z árate estableció un asiento sobre el río San Salvador
cerca de su desem bocadura en el U ruguay, punto que ya
había sido ocupado m uchos años antes por Caboto
D espués de un año de estada en diferentes parajes (San
Gabriel, San Salvador, M artín G arcía) partió Z árate para la
A sunción donde llegó en F ebrero de 1575, siete años des­
pués de su nom bram iento en Lim a. Su gobierno fue de corta
duración, pues falleció al cabo de un año escaso (E nero
de 1576).
E n v irtu d del derecho de nom brar sucesor que le había
concedido el Rey, dispuso en su testam ento que sería A de­
lantado aquel que se casara con una hija suya que residía
en. C huquisaca. Z árate nom bró a G aray albacea para que se
traslad a ra al P erú y procediera al cum plim iento de sus dis­
posiciones testam en tarias. A un sobrino suyo, M endieta,
designó gobernador interino.
G aray m archó al P erú para hacer cum plir las disposicio­
nes del testam en to de Zárate.
Los pobladores de S anta F e sufrieron m uchas calam ida­
des, sin co ntar la lucha incesante con las indiadas. L as inun­
daciones, las sequías y las m angas de langostas, m ás de
una vez desolaron la región con pérdida de los cultivos y
anim ales, siguiendo a esto el ham bre y la m iseria.
cas, Don Ju an T o rres de V era y A ragón, quedó éste desig­
nado A delantado del Río de la P lata.
T o rres de V era en la im posibilidad de ab an d o n ar la ciu­
dad de Charcas, debido a las dificultades que le prom ovie­
ron algunos com petidores desairados, nom bró a G aray go­
b ernador delegado h asta que aquél pudiera traslad a rse a
la A sunción, cosa que no realizó h asta 1587.
G aray em prendió viaje de regreso a la A sunción por el
interior del país. P asó por J u ju y y Santiago del E stero y se
desvió luego en dirección a S an ta Fe, de donde pasó a la
A sunción llegando allí en S eptiem bre de 1578. Su au to ri­
dad fué reconocida por todos como legal.
G aray, por el conocim iento que tenía de to d a la región
litoral, debió considerar de sum a necesidad, después de fun­
dada S anta Fe, establecer o tro asiento a orillas del P la ta
para facilitar las com unicaciones con E sp añ a y con los
puertos del Brasil.
E n el nom bram iento designando a G aray como goberna­
dor delegado, está estipulado que el A delantado le facul­
taba p ara fundar “en el puerto de buenos ayres una ciudad
yntitulándola del nombre que le paresciese".
El Adelantado Vera y Aragón.
Juan de Garay es elegido Gobernador delegado.
Propósito de repoblación de Buenos Aires.
G aray, para hacer cum plir, como albacea, las disposicio­
nes testam en tarias de O rtiz de Z árate, 'se trasladó al P erú,
desde la ciudad de Santa Fe, por los cam inos del interior
apenas o nada conocidos (1576).
M ás de dos años duró la ausencia de G aray, retenido en
Charcas por el asunto del casam iento de la hija de Zárate.
Casada ésta, por fin, con el oidor de la A udiencia de C har­
Fundación de la ciudad de Buenos Aires por Garay.
G aray, como había hecho anterio rm en te cuando preparó
la expedición p ara fundar la ciudad de Sknta F e, hizo pu­
blicar un bando por el que llam aba a los que estuviesen dis­
puestos a form ar p arte de aquélla p ara llevar a cabo la
fundación de la ciudad que llam ó, después, de Buenos
A ires. G aray les ofrecía solares en la ciudad, chacras y
estancias.
E n tre otros derechos, les reconocía el de apropiarse, de
caballos cim arrones de los que, en las inm ediaciones y en
parajes m ás distantes, se hallaban en cantidades asom brosas.
E ran producto de algunos pocos caballos y y eguas de los
que había traído M endoza 44 años antes. ( ')
Se alistaron unos sesenta hom bres, en su m ayoría jóvenes
(1) L os indios habían "aprendido de los españoles el uso del caballo y tu v ie ro n
tiem po de h acerse h ábiles gin etes. E l caballo significó p a ra los: indios de toda la
pam pa, la posesión del único elem ento que les perm itió la la rg a y tenaz resisten cia
c o n tra las fuerzas re g u la re s h a sta 1880.
— 136 —
criollos, con sus propios caballos, arm as, herram ientas, etc,
U na p arte de los expedicionarios se em barcaron en dos
bergantines y varias otras em barcaciones m enores y balsas.
O tro grupo venia por tierra arreando las tropas de caballos,
vacas, etc. Todos hicieron escala en S anta Fe, donde se agre,
garon algunas personas m ás y se procuraron otros elem en­
tos. E n Junio se encontraron en las m árgenes del P lata, en
lu g ar cercano al que había elegido M endoza.
Siguiendo la costum bre, se m andó clavar en el sitio des­
tinado para plaza pública, un palo en representación del á r­
bol de justicia (R ollo). L uego se verificó la cerem onia de
la fundación leyéndose el acta correspondiente. Como era
de práctica, en esas cerem onias, G aray echó m ano a 1a es­
pada y cortó hierbas y tiró cuchilladas (Junio 11 de 1580).
E l asiento se llamó Ciudad de la Trinidad, Puerto de San­
ta María de Buenos Aires.
E n la distribución de la tierra se determ inó la p arte que
correspondía a cada poblador tan to en la planta urbana
como fuera de ella. Q uedaron reservados lotes para plaza,
iglesias, etc. Las prim eras casas fueron hechas de adobes, (1)
con techo de paja.
Garay, m ás previsor que M endoza hizo levan tar trin ch e­
ras y fortines distribuidos de tal modo que se hacía difícil
la llegada de los indios a las proxim idades de la población.
E l terren o elegido por G aray en la parte alta de la costa,
lim itado al este por el río ; y por dos arrovitos o zanjones al
n orte y al sur, quedaba bien defendido de los ataques que
hubiesen podido llevarle las indiadas. Adem ás, el Riachuelo
de los Navios le servía de puerto cómodo para los barcos
de m enor calado. G aray eligió con m ayor habilidad estra té­
gica que M endoza, el sitio para el asiento de la población.
(V éase el cuadro pág. 68 y m apa pág. 113).
Esos dos zanjones, que servían de desagüe a las aguas
pluviales, corrían por cauces tortuosos, entre m alezas, al­
garrobos y espinillos, y desem bocaban en el río a la altura
de las actuales calles de Córdoba y V iam onte, el del n o rte;
y a la altu ra de las de Chile e Independencia, el del sur. Se
llam aron Terceros en los últim os tiem pos de su existencia.
(1) L ad rillo s de b a rro no cocidos. Se dejaban secar al sol.
x
— 139 —
— 138 —
Aún en la época en que el em pedrado había llegado7 h asta
allí, servían para recoger el agua de las calles laterales m ás
altas, y tan gran d e era el caudal de agua que llevaban los
Terceros, que en el del norte las veredas de las cables m en­
cionadas se elevaban sobre el nivel de la calzadá h asta 2
m etros y m ás. E stos Terceros desaparecieron cuando se
co nstruyó el sistem a de cloacas y desagües, cuyos trabajos
se iniciaron en 1874.
Criollos y peninsulares.
C o n j u r a c i ó n de S a n t a F e.
No tran scu rrió m ucho tiem po sin que entre los españoles
peninsulares y los descendientes de éstos, criollos y m es­
tizos, (m ancebos de la tierra) surgieran las desavenencias
propias de las circunstancias de la vida colonial.
Cuando se fundó la ciudad de la A sunción (1537) el n ú ­
m ero de pobladores españoles era reducido, y seis años des­
pués no llegaban a 600. T odos habían dejado sus fam ilias
en E spaña, y los jóvenes solteros se unieron en m atrim o­
nio con las jóvenes indias de las trib u s am igas.
C uarenta y cinco años después eran ya m uchos los nacidos
en el país de m adre india (m estizos). L os nacidos en el
país de padre y m adre españoles se llam aban criollos. Así,
al fundarse la ciudad de S anta Fe, sobre 84 pobladores había
75 criollos y m estizos; y en la fundación de Buenos Aires,
de sesenta y tan to s sólo 10 eran españoles.
El suceso de S anta F e de que se hace mención, fue una
conjuración que tuvo lugar en esa ciudad, pocos días después
de la p artida de G aray en viaje para la repoblación de B ue­
nos A ires (Junio de 1580).
F ué una conjuración preparada por siete criollos y que
suele llam arse de los siete jefes. Los capitaneaba L ázaro
de V enialbo, uno de los fundadores de la ciudad, designado
R egidor, en el A cta de fundación.
Los conjurados tom aron preso al teniente de gobernador
y convocaron a los vecinos para que nom braran las nue­
vas autoridades. C ristóbal de Arévalo, vecino de prestigio,
fué nom brado gobernador y Lázaro de V enialbo jefe m ilitar.
Se dictó, después, un bando por el cual se daba un plazo
a tddos los vecinos españoles para que abandonaran la po­
blación. A causa de este bando y por otros m otivos, A ré­
valo y V enialbo no pudieron m arch ar de acuerdo y esta falta
de arm onía entre los dos, precipitó su ruina.
El mismo A révalo, asom brado de lo que había hecho,
se puso\de acuerdo con otros criollos y españoles resolviendo
volver l^s cosas a su estado anterior.
Cinco \de los siete fueron asesinados y los otros dos h u ­
y ero n ; péro fueron prendidos en S antiago del E stero p or el
gobernador H ernando de Lerm a, quien los m andó ahorcar.
E l mandoS lo asum ió de nuevo el teniente de gobernador.
Garay, ^visado de lo que había acontecido, se trasladó
inm ediatartiente a S anta F e y consiguió tran q u ilizar los
ánim os y dejar las cosas en orden. R egresó a Buenos A ires
a principios de 1581
Se cree que fué instigado este m otín por el gobernador
de T ucum án Diego de A breu, enemigo de Garay. C uando
tuvo lugar el suceso, A breu ya había sido su bstituido por
H ernando de Lerm a.
F u é tan sólo un m otín, como tan to s otros que tenían por
causa la am bición de m ando, la rivalidad de in tereses y,
en gran parte, el espíritu m otinero que dom inaba a los hom ­
bres de aquellos tiem pos en la vida de la colonia.
Poco m ás tarde, en 1585, en c a rta dirigida al Rey, el te­
sorero H ernando de M ontalvo decía:
"L a gran necesidad questas provincias de presente tienen, es gente
española, porque ay ya m uy pocos de los viejos conquistadores, la jente
de mancebos ansy criollos como mestizos son m uy muchos y cada día
van en mayor a u m e n to ..."
son amigos de cosas nuevas, vanee
cada día más desvergonsando con
sus mayores, tienenlos y antenido, en poco porque si nuestro señor no
remediara lo que sucedió en la ciudad de Santa Fe, víspera de Corpus
Christi, el año de 80, saltará una centella.
Trabajos de Garay.
Escudo de la ciudad de Buenos Aires. Expedición al sur.
G aray organizó los diversos servicios de la población de­
signando sus a u to rid a d e s: Cabildo, alcaldes, regidores, etc.
Cada poblador recibió un solar en la parte urbana (cuarto
de m anzana). E n la sección destinada para quintas y chacras
*— 140 —
— 141 —
tam bién recibió, cada uno, una extensa superficie de tierra.
R eunido el Cabildo a efecto de designar el santo patrono de
la ciudad, lo fué San M artín, obispo de T ours, cuya festi­
vidad celebra la iglesia católica el 11 de noviembre)1.
T am bién dotó de un escudo a la ciudad indicando, él
m ismo, en el acta de fundación, cómo debía se r;/p e ro no
existe ningún grabado original del m ism o *. En/ 1649 el
C abildo acordó el dibujo de un escudo; pero no fué/dispuesto
exactam ente de acuerdo con las indicaciones de ¿Garay.
A fines de 1581 organizó G aray una expedición al sur
de la actual provincia de Buenos Aires, siguiendo la costa
el resto del viaje por tierra, h asta su destino, pasando por
S anta Pe. G aray le prestó toda clase de auxilio» y, con el
propósito, de despedirlo en aquella ciudad, salió de Buenos
A ires em barcado en un b erg an tín con unos 40 hombres' U na noche, m ientras dorm ía, en tierra, fué sorprendido
por los indios, y éstos le dieron m uerte como tam bién a
casi todos ios com pañeros (M arzo de 1583).
L a m uerte de G aray fué m uy sentida y dejó desorien­
tados a los ''pobladores ante la falta de un hom bre capaz,
como él, pará ten er a ray a a las trib u s indígenas.
M ien tras1no fuera nom brado oficialm ente el sucesor, se
procedió a designar una au to rid ad por elección popular en
v irtu d de la cédula real de 1537. Los vecinos se dividieron
en dos b a n d o s: españoles, que sostenían a un candidato es­
p añol; hijos del país, que estaban por un criollo.
Los ánim os se exaltaron a punto de tem erse una lucha
a rm ad a; pero, por fin, todos convinieron en nom brar, inte­
rinam ente, al alcalde de la ciudad, R odrigo O rtiz de Z árate,
hom bre prudente que era bien visto por españoles y criollos.
E l p rim er escudo se h alla d ibujado a plum a en el a c ta del C abildo de 5 de
noviem bre de 1649. E l segundo ha sido reco n stru id o según los d atos de G aray
que co n stan en el a cta de fundación. E l tercero ha sido d isp u esto p o r ordenanza
de fecha 3 de diciem bre de 1923, reform ando algo el que se usó h a sta esa fecha.
Gobierno de Juan Torres Navarrete - Fundación de
Concepción del Bermejo - Llegada del Adelantado Vera y
Aragón a la Asunción - Fundación de la ciudad de Corrientes
atlán tica unas veces, o separándose d e yella algunas leguas,
y llegó h asta las inm ediaciones del cabo C orrientes.
De regreso a Buenos A ires, pasó a S anta F e y a la
Asunción, y a principios de 1583 estaba otra vez en Bue­
nos Aires.
M uerte de G aray - N om bram iento de sucesor
U na expedición procedente de E spaña y dirigida a Chile
por el estrecho de M agallanes, arribó al puerto de Buenos
A ires obligada por un tem poral que inutilizó parte de los
buques. En dicha expedición se hallaba el gobernador de
Chile Alonso de Sotom ayor, quien había resuelto efectuar
(1) El segundo escudo que se reproduce aquí e stá tom ado del folleto " E l
E scudo de A rm as de la ciudad de B uenos A ires” del Sr. E. P e ñ a . N o es sino un
dibujo in te rp reta tiv o , según los datos de G aray que co n stan en el a cta de fundación.
Cuando la noticia de la m u erte de G aray llegó a cono­
cim iento del A delantado, éste, que se encontraba en C har­
cas, designó como sucesor a su sobrino Ju an T o rres N ava­
rrete, quien ocupó el cargo en 1584.
En su tiem po, A lonso de V era , sobrino del A delantado
V era y A ragón, fundaba la ciudad de Concepción del B er­
m ejo con el propósito de que sirviera de apoyo y de lu g ar
estratégico en el cam ino al P erú (A bril 14 de 1585); pero,
debido a las acom etidas feroces de los indios, tuvo una
muy corta existencia. (Ver mapa pág. 124).
T orres N av arrete no tuvo m ás preocupación que la de
sacar provecho del cargo.
L a riqueza del territo rio donde se asentó la población de
Buenos A ires la constituía la g ra n cantidad de caballos y
10
—
142 —
—
yeguas que se habían criado en estado salvaje (cim arrones)
y que el m ismo G aray estim aba en un núm ero rriayor de
80.000 sólo a 30 leguas a la redonda de esa ciudad/(pequeña
aldea de ranchos, entonces). Los vecinos tenían perm iso
para salir, con toda libertad, a cazar los caballos/ que vaga­
ban por el campo. A provechaban la cerda de }la cola casi
exclusivam ente, y por ello es que se designab^. esa faena
con la denom inación de la caza libre de colas/
T o rres N av arrete prohibió la caza libre de colas, de
cuyo beneficio aprovechaban todos los vecinos y m andó
vender en su b asta (rem ate) la concesión del privilegio ex­
clusivo de cazar 30.000 anim ales por año, debiendo darla a
la persona que ofreciese m ayor sum a de dinero. T orres
N av arrete se adjudicó a sí m ismo ese privilegio.
Los vecinos protestaron y entablaron una reclam ación
ante la A udiencia de C harcas, y fueron escuchados recono­
ciéndoseles el dere­
cho de cazar los ca­
ballos c i m a r r o n e s
con entera libertad.
L a cerda, el sebo
y o t r o s productos
sim ilares eran lle­
vados de co ntraban­
do, en pequeños bu­
ques, a los puertos
del B ra sil: San ViL as siete p u n tas av an zad as en el p araje
Cente, etc. A dem as
donde se fundó la ciudad de C o rrien tes
ge
e x p o r t a b a
ya
bizcocho, h arina y otros productos, algunos de ellos de las
nacientes in d u strias del interior.
T o rres de V era llegó a la A sunción en 1587. D urante
su gobierno realizó algunas batidas contra los indios para
castigarlos por sus desm anes.
Fundación de la ciudad de Corrientes. — T erm in ad as las acciones
de gu erra llevadas co n tra los indios enem igos, el A delantado re ­
solvió establecer un asiento o población en sitio estraté g ico en la
rib era izquierda del P aran á, y en el paraje llam ado de las Siete
Corrientes.
143 —
E l \traslado de la gente, así com o de los anim ales, m ateriales
diversos y víveres, se efectuó por agua y por tierra.
E l A delantado bajó por el río P arag u ay , desde la A sunción, con
cu atro bancos y m ás de veinte balsas conduciendo a los pobladores,
los im plem entos de ag ricu ltu ra y el arm am ento. D esem barcó en un
recodo del río que podía servir de puerto, llam ado Arasaty, una de
las siete puntas que dan lu g ar a la form ación de otras tan tas co­
rrientes. Sobre la b arra n c a de ese lugar fijó el A delantado, estando
p resente en el acto, el asiento de la nueva ciudad, que, según
el acta
de fundación, fué llam ad^ Ciudad de Vera (A bril 3 de 1588).
L a ciudad fué llam ada tam bién San Juan de Vera, en honor de
su fu n d ad o r; y de las Siete Corrientes por razón del nom bre que
llevaba el p araje donde fué a s e n ta d a *.
C on el an d ar del tiem po fué designada con el sim ple nom bre
d e' Corrientes. (D esd e fines del siglo X V III).
L a -o tra p arte de la expedición pobladora, que debía seguir la vía
te rre stre , com puesta de 40 hom bres, fué confiada al m ando de A lonso
de V era, apodado el Tupí, sobrino del
A delantado. C om o segundo le acom pa­
ñaba H ern an d o A rias de Saavedra.
E l viaje fué penosísim o, pues debían
conducir desde la A sunción, unos 3000
anim ales, salvando ríos, arroyos y es­
teros. L legado que hubo al río P a ra n á
lo cruzó en un sitio vadeable y se enca­
m inó hacia Arasaty, donde se en contraba
el A delantado, llegando algunos días des­
pués que éste había realizado, en la fo r­
m a acostu m b rad a, la fundación de la
ciudad. (V éase pág. 120).
Asedio del fortín. — E l episodio de la
cruz. — In m ed iatam en te después de ele­
gido el sitio p ara asiento de la ciudad, el
A delantado m andó lev an tar un fo rtín o
reducto de palo a pique y ram as, y unas
rú sticas construcciones p ara guarecerse
provisoriam ente. A cierta distancia, fuera
de la palizada, había sido colocada una
cruz de m adera de urunday.
D esde que los expedicionarios se habían instalado, los indios em ­
p ezaron a hostilizarlos m ás y m ás h asta que el día 9 de abril, seis,
días después de la fundación, en crecido núm ero, llevaron a cabc un
recio ataque.
U ) Se llam ó de las siete co rrie n te s a ese pa ra je , porque la costa presen ta
allí siete p u n tas avanzadas en el rio, dando lugar a la form ación de co rre n ta d a s
ta n fuertes que hacen muy dificil el paso de los barcos.
L a actu al p lanta de la ciudad no es la prim itiva de la fundación. E l tra sla d o
se solicitó del A y u n tam iento cien a ños después (A c ta c ap itu lar del 5 de abril
de 1688).
—
144 —
_ C uenta la tradición que, no pudiendo los indios p en e trar en la
palizada, a pesar d e sus repetidos ataques, procedieron a pren d er fuego
a la cruz, situada a cierta distancia del reducto, porque crej/eron que
a ella se debía el m ilagro de la resistencia de los españole^; pero la
cruz no ardió. L os caciques, pensando que este suceso se debía a
algún poder sobrehum ano, resolvieron hacer la paz.
L a cruz, auténtica, se conserva en el S antuario que lleva su n o m ­
bre, y es m otivo de veneración p or el pueblo creyente. E l episodio
se ha p erpetuado tam bién en el escudo de la Provincia.
E n 1590 el A delantado se m archó a C harcas para en ta­
blar ciertas reclam aciones. E n 1593 partió para E spaña don­
de hizo renuncia del A delantazgo en favor de sus herederos!
Hernandarias. Primeras actividades
Su primer gobierno
H ernando A rias de S a a v e d ra 1, m ás conocido con el
nom bre de H ernandarias, nació en la A sunción. E ra hijo
legítim o de M artín Suárez de T oledo y de doña A na Sanabria, h ija del A delantado Ju an de Sanabria. (V er pág. 107),
C ontrajo enlace con una hija de G aray, en S anta F e (1582).
D esde m uy joven — sólo contaba 15 años de edad— empezó
a servir a los gobernadores del T ucum án y del P arag u ay
tom ando p arte y distinguiéndose siem pre, en las frecuen­
tes luchas co n tra los indios.
A com pañó a G aray en sus num erosas em presas m ili­
tares y colonizadoras, ganando m éritos, tan to por su valor
como por las pruebas que iba dando de sus excelentes con­
diciones para el gobierno.
E n 1588, como hem os visto, fué solicitado por T orres
de V era para que m andara la expedición que, por tierra,
debía unirse a las fuerzas del A delantado en “A ra zati”,
p ara la fundación de la ciudad de C orrientes.
H ern an d arias ocupó el gobierno por prim era vez en
1592, designado por el C abildo de la A sunción en el carác­
te r de teniente de g o b ern ad o r; pero la A udiencia de C har­
cas, a principios de 1593 nom braba para el cargo a F e r­
nando de Z árate. M ientras tanto, H ernandarias se había
hecho n o tar por su actividad en todo lo q u e im portaba un
beneficio para la población, y asegurando a ésta la tra n ­
(1)
_ H a b ía ad o p tad o el nom bre de su abuelo p a te rn o H e rn á n A rias de S aa­
vedra, siguiendo la c o stu m bre de la época.
—
145 —
quilidad, pues »que sabía escarm entar duram ente a los in­
dios cuantas veces era necesario.
Como habían corrido noticias de la presencia de cor­
sarios en las costas del B rasil, se tem ía que p asaran al
Río de la P lata, para atacar a Buenos Aires. F ern an d o de
Z árate se vió obligado a b ajar a esta ciudad, con alguna tro ­
pa, para organizar la defensa, y m andó lev an tar un fuerte,
dotándolo de los elem entos n e c e sa rio s1.
Felizm ente, debido a los grandes tem porales, los b ar­
cos de los corsarios, en p arte destrozados, no pudieron pa­
sar al P la ta (M ayo de 1595).
T am bién H ernandarias se encontraba en Buenos A ires,
y no sólo intervino en la construcción del fuerte, sino que,
designado por Z árate capitán de las fuerzas, acom etió la
em presa de hacer frente a una g ran insurrección de indios
de las islas del P ara n á y alrededores de la ciudad, consi­
guiendo som eterlos y tranquilizarlos.
Z árate renunció, y el V irrey del P erú nom bró, para
reem plazarlo, a Ju an R am írez de V elasco, quien, desde P o ­
tosí, designó a H ernandarias su ten ien te de gobernador y
capitán general (1596) 2.
Segundo gobierno de Hernandarias
Al producirse el fallecim iento de R am írez de Velasco,
en la ciudad de S anta F e (1597), el pueblo de la A sunción,
de acuerdo con lo que establecía la cédula real de 1537, de­
signó popularmente al m ism o H ern an d arias p ara ocupar el
gobierno (E n ero de 1598). E l V irrey del P erú ya lo había
nom brado en diciem bre del año anterior. E jerció el poder
tan sólo h asta m ediados de 1599E sta fué la p rim era vez que en las colonias españolas
de A m érica, se nom braba a un criollo para ocupar tan alto
(1 ) E l fu e rte c o n sistió en u n a m u ra lla de tie rra ap iso n ad a, con sus fosos
c o rre sp o n d ien tes, que rodeaba, p o r los c u a tro costados, la m anzana que hoy
ocupa la Casa R osada. L o defendían 8 cañ o n es. E s ta p rim itiva fortaleza fué
m ejo rad a varias veces y re c o n stru id a con edificación p a ra oficinas' y c asa de
gobierno.
(2) T a n to F e rn a n d o de Z á ra te como J u a n R am írez de V elasco, cuando
ocuparon el g o bierno del T ucum án, habían sido encargados, adem ás, del g o bierno
de la pro v in cia del P a ra g u a y y R ío de la P la ta . E s ta c irc u n stan c ia , que le3
im pedía a te n d e r debidam ente los dos gobiernos, les' obligó a n o m b ra r u n te n ie n te
de gobern ad o r en esta Última provincia, y fué así que, uno y otro, desig n aro n
a Hernandarias.
—
146 —
cargo. E ste hecho no se explica sino por las virtudes per­
sonales de H ern an darias, quien sabía ren d ir culto al cum ­
plim iento del deber con espíritu ecuánim e y justiciero.
" E l 19 de julio de 1598 la Asunción vivió un día de júbilo que
es, a la vez, un día histórico. Entraron en ella “sii señoría el señor
gobernador Hernandarias de Saavedra” y “el reverendísimo señor fra y
Hernando de Trejo, Obispo de Tucumán". A m bos eran hijos de la
misma madre y ambos habían alcanzado, por sus propios méritos, tan
altos cargos. Los dos hermanos entraron en la ciudad por “una puerta
con su cerradura y llave donde estaba la justicia y regimiento’’. Toda
la población se hallaba presente en ese acto. Hernandarias juró cum­
plir todas las provisiones reales y privilegios que el rey y sus ante­
cesores habían hecho a la ciudad. Inmediatamente realizó la ceremonia
de abrir la puerta de la Asunción. Hernandarias, su hermano el obispo,
las autoridades y los vecinos, fueron hasta la iglesia y casa del señor
San Blas, patrón desta ciudad". A llí fueron recibidos-por el provisor
general del obispado, O rtiz Melgarejo, y toda la clerecía. Hicieron ora­
ción y luego llevaron bajo palio al obispo hasta la catedral E l obispo
bendijo a los presentes y de allí se fu é con Hernandarias y el acom­
pañamiento "hasta las casas de la morada de la señora doña María de
Sanabria, su señora y mdre, donde quedaron con el placer y contento
que se puede imaginar". E ste fu é el recibimiento que “con mucha pom­
pa’’ la ciudad de Asunción hizo a su nuevo gobernador Hernandarias
de Saavedra”. 1
C ontinuaba desem peñando, H ernandarias, el cargo de
gobernador, con la actividad infatigable y el espíritu progre­
sista de siem pre, cuando llegó a Buenos A ires D iego R o­
dríguez V aldés y de la Banda, nom brado para Reemplazar
a H ern an d arias (1599) 2.
Tercer gobierno de Hernandarias
Su expedición al sur
P o r fallecim iento de V aldés y de la B anda, H ern an ­
darias fué designado, nuevam ente, gobernador y capitán
general, y por el térm ino de seis años (1602-1609).
(1) M . V . F ig u e re ro y E . de G andía en H is to ria de la N ación A rgentina.
V olum en ITT, página 436.
(2) L legaba V aldés y de la B an d a con el carg o de “ G o b ernador y C apitán
G eneral” , designado p o r el R ey p a ra el gobierno de la soj¿ provincia del P a ­
ra g u a y y R ío de la P lata (E n e ro de 1599).
P asó
a la A sunción,
en ju nio del
m ism o año, p a ra asu m ir el m ando.
E l gobierno de V aldés fué m uy ag itad o , y se carac te riz ó p o r los continuosconflictos que se su scitaro n e n tre él y el obispo, p o r cu estio n es de derechos y
p re rro g ativ as. M urió al cabo de algo m ás de añ o y m edio (1601). D e nuevo
íué designado H e rn a n d arias para reem plazarle.
F u é du ran te este período que realizó una expedición
al sur, hacia la P atagonia, para perseguir a las indiadas
que, con m ucha frecuencia, atacaban a las poblaciones co­
m etiendo robos y crím enes.
R eunió en Buenos A ires los elem entos necesarios para
la expedición, que com prendía, adem ás de los expediciona­
rios españoles y criollos — m ás de un centenar , y \ arios
cientos de indios am igos, un buen núm ero de^ carretas, bue­
yes y caballos, y las provisiones de boca indispensables.
A vanzó la expedición unas 200 leguas, llegando,^ según
se cree, h asta los ríos C olorado y N egro, y aún m ás allá.
Regresó, después, a Buenos A ires sin m ayores contratiem ­
pos (1605) *.
D u ran te este largo gobierno, H ern an d arias tuvo, com o
siem pre, la preocupación de hacer el bien, tan to a los espa­
ñoles y criollos como a los indios. Favoreció m ucho a los
m isioneros franciscanos y a los jesuítas, facilitándoles sus
tareas en las m isiones.
E s de justicia m anifestar que H ern an d arias, du ran te sus
varios períodos de gobierno, se preocupó de la instrucción
popular creando escuelas de prim eras letras dentro de las
exiguas posibilidades de aquel tiem po.
Gobierno de Marín de Negrón
Ordenanzas de Alfaro
H ernandarias entregó el gobierno de Buenos A ires, a
fines de 1609, a D iego M arín de N egrón, que había sido
nom brado por el rey. E ste gobernador reunía excelentes
condiciones, com parables a las de H ernandarias, por su rec­
titu d y por sus preocupaciones en defensa de los n aturales.
M uchas eran las quejas y acusaciones que se in terp o ­
nían contra los encom enderos y los gobernantes, pues que,
no sólo no cum plían las reglam entaciones dictadas en favor
de los indios, sino porque éstos eran explotados y, con de­
m asiada frecuencia, tratad o s inhum anam ente.
(1 ) H a sido considerada falsa la versión, m uy difundida
de
la prisión
H e rn a n d arias por los indios, su evasión y rein co rp o ració n a
los
suyos, y
1
luego lo g rara a ta c a r, de nuevo, a los salvajes para vencerlos y pe » c'anciíá
rescatando, así, a los com pañeros cautivos. M . V . F ig u e re ro
y
L.
en H is to ria de la N ación A rg en tin a, volum en I I I , p ágina 444.
d
—
— 149 —
148 —
Ultimo gobierno de Hernandarias
División territorial
E l C onsejo de Indias, an te acusaciones tan graves, in­
formó al rey aconsejándole que se dispusiera una inspección
en todas las colonias españolas. F u é así que la A udiencia
de C harcas envió, como visitador, al oidor de las misma,
Francisco de Alfaro, quien, después de recorrer las gober­
naciones del T ucum án y del P araguay, y de realizar m inu­
ciosas investigaciones, dictó una serie "de ordenanzas que
se conocen con el nom bre de “ O rdenanzas de A lfaro” (O c­
tu b re de 1611).
D espués de M arín de N egrón, fallecido en 1613, y de
un interinato que duró h asta 1615, H ern an d arias ocupó el
gobierno iniciándolo en la ciudad de S anta F e.
Dos m edidas de la m ayor im portancia habían preocu­
pado siem pre a H ern an d arias:
1» L a de d iv id ir la extensísim a provincia d el Pa­
L as principales disposiciones que establecían las orde­
nanzas en lo referente al tra to que se daba, a los indios
fueron:
raguay y d el Río de la Plata en dos gobernaciones 1,
2» L a reducción de los indios por la conquista es­
piritual.
Supresión total del servicio personal de los indios, que existía desde
los tiempos de Irala, y que no era sino una verdadera esclavitud, puesto
que tanto los hombres como las mujeres y los niños, tenían que realizar
todos los trabajos que a los encomenderos se les ocurrían con la única
recompensa de la comida y del vestido.
Abolición del sistema de las encomiendas, estableciendo, en cambio,
pueblos de indios con autoridades locales propias.
Reglamentación del impuesto que pagaban los indios, autorizando a
éstos a pagarlo con dinero, con productos, o con su trabajo.
Prohibición de la cacería de indios por particulares.
Prohibición de emplear a los indios en el transporte de pesadas
cargas en largos recorridos.
L as ordenanzas de Alfaro, aprobadas por el Consejo
de Indias, fueron confirm adas, con algunas modificaciones,
por cédula real de 1618, y agregadas a la “ Recopilación de
las L eyes de In d ias”.
E stas ordenanzas fueron com batidas por los encom en­
deros porque lesionaban sus intereses, y tantos fueron los
obstáculos que les oponían en su aplicación práctica, que
h asta los m ism os gobernantes se abstenían de hacerlas cum ­
plir. A todo esto se debía la desgraciada condición de los
indios, y no a la falta de leyes protectoras.
E s de ju sticia hacer constar que H ernandarias y Negrón cuentan entre los pocos gobernadores que se preocu­
paban del bienestar de los aborígenes- H icieron valer su
autoridad para que se cum plieran las ordenanzas, y visi­
taban con frecuencia los establecim ientos de indios para es­
cuchar las quejas de éstos.
1. — D ivisión territorial:
P o r una cédula real de 16 de diciem bre de 1617 la go­
bernación del P ara g u ay y del Río de la P la ta fué dividida
en dos gobernaciones in d ep en d ien tes:
a ) Gobernación del Paraguay o del Guayrá. C om prendía en SU
jurisdicción las ciudades de Asunción, Ciudad R eal, V illa
Rica y Santiago de Jerez.
b) Gobernación de Buenos A ires o del Río de la Plata. D en tro
de sus lím ites com prendía las ciudades de B uenos A ires,
S anta Fe, C orrientes y Concepción del B erm ejo.
H ern an d arias se encontraba en Buenos A ires desem ­
peñando sus funciones como gobernador de toda la p ro ­
vincia del P ara g u ay y del Río de la P la ta y debía hacer
entrega del m ando al nuevo gobernante, que debía llegar,
procedente de E spaña. Resolvió, a este efecto, de acuerdo
con el Cabildo, p re p ara r u na recepción digna del nuevo
funcionario.
P asó al desem barcadero del R iachuelo una delegación,
de la que form aban p arte el teniente de gob ern ad o r de
Buenos A ires y el alférez real para recibir al viajero. Se
dispuso, como era de práctica entonces, que se co n stru y era
(1) E s ta división en dos gobernaciones independientes, que debía facilitar
el progreso de am bas, lo fué p a ra la de B uenos A ire s ; pero no p a ra la del
P a ra g u a y , pues que se acen tu ó , en p e rju icio de ésta, la e m igración y, com o
consecuencia, el em pobrecim iento.
F ué designado gobernador de la provincia del P a ra g u a y M anuel de F rías,
quien había tra íd o de E sp añ a la cédula re a l que establecía la división del gobierno.
Como g o b e rn a d o r de la p rovincia de B uenos A ires se designó a l general
Diego de G óngora, quien fué el p rim er g o b e rn a d o r de dich a provincia.
— ISO—
un arco en la calle del “ R iachuelo”, a la entrada de la ciu­
dad, por donde debía realizarse el ingreso. E ste tuvo lugar
el día 17 de noviem bre de 1618.
Se resolvió, tam bién, que se proporcionara:
"a el dicho señor gobernador un caballo y una silla en que entre
a la ciudad, como es c o s t u m b r e y que se corran toros y cañas y
que se prevenga y costee por la dicha cuenta, lo demás necesario al
dicho recibimiento y alojamiento de su señoría el dicho señor gobernador” 1.
M anuel de F rias, no pudiendo traslad a rse inm ediata­
m ente a la A sunción para hacerse cargo de su puesto, de­
signó a H ern an d arias como teniente general para que gober­
n ara in terin am en te en su nom bre, m ientras du rara su au­
sencia, que fué h asta 1621.
Asi, desde 1617 a 1776, año este últim o, en que se creó
el V irrein ato del Río de la P lata, existieron cuatro grandes
divisiones territo riales con lím ites aun no bien definidos.
E sta s fu ero n :
Ia — Gobernación del Paraguay o Guayrá.— C om prendía
el actual P ara g u ay y una zona al este del alto P a ra n á don­
de estab an las m isiones del G uayrá, hoy territo rio brasileño.
2? — Gobernación de Buenos Aires o del Río de la Plata.
C om prendía las provincias llam adas hoy litorales, M isiones,
p arte del Chaco, la actual provincia brasileña de Río G ran­
de y toda la P atag o nia.
3? — Gobernación del Tucumán. — C om prendía, m ás o
menos, las actuales provincias de Ju ju y , Salta, T ucum án,
Santiago del E stero , C atam arca, p arte de L a R ioja y norte
de Córdoba. D ependió de Chile h asta 1563, en cuya fecha
pasó a depender del gobierno del P erú.
4a — Corregimiento de Cuyo. — C om prendía las actua­
les provincias de M endoza, San Ju an y San LuisL as tres prim eras gobernaciones dependieron del V i­
rrein ato del P e rú ; y el corregim iento de Cuyo, de la Capi­
tan ía General de Chile, h asta 1776, en que todas entraron
a form ar p arte del V irreinato del Río de la P lata.
(1 ) L a s c o rrid as de to ro s se realizab an en la plaza M ayor, hoy de M ayo.
P a ra e^e acto, la plaza era cercad a, y, com o dependencia, se co n stru ía u n c o rra l
para los to ro s (to r il). E sta s co n stru ccio n es, com o im provisadas que eran, se re­
tiraban después de te rm in a d a s las fiestas.
— 151 —
— 153 —
— 152 —
Al hacerse cargo M anuel de F rías del gobierno
provincia, H ern an d arias, que lo había desem peñado
ten ien te general de aquél, se retiró a la ciudad de
F e donde vivió, como dice Lozano, "con grande ejemplo,
de su
como
S anta
libre de
oíros cuidados, atendido y respetado como padre de la patria, aunque
él hacia tan poco caso de esas estimaciones, que después que dejó el
gobierno no quería le tratasen de señoría, como por acá se acostumbra,
ni que le diesen otro título honorífico de cuantos tenía bien merecidos”.
Los gobern an tes que m ás se distinguieron fueron: José
de G arro, B runo M auricio de Zavala, P edro de Cevallos y
Ju an José de V értiz, de quienes se hablará m ás adelante.
La ciudad de Buenos Aires en 1658
E ra gobernador de Buenos A ires P edro R uiz de Baigorri cuando, en 1658, llegó a esta ciudad el com erciante
A zcárate du B iscay quien dejó una relación m uy intere­
san te de sus viajes a Am érica. Al describir la ciudad de
Buenos A ires decía, en tre otras c o sa s:
“ E l pueblo está situado en u n te rren o elevado a orillas del
R ío de la P lata, a tiro de fusil del canal, en un ángulo de tie rra
form ado por un pequeño riacho llam ado “R iachuelo”, que desagua
en el río a un cu arto de legua del pueblo; contiene cu atro cien tas
casas y no tiene cerco, ni m uro, ni foso, y nada que lo defienda,
sino un pequeño fuerte de tie rra que dom ina el río, circundado por
un foso y m o n ta diez cañones de hierro, siendo el de m ay o r calibre
de a doce. Allí reside el gobernador, y la g uarnición se com pone
de sólo 150 hom bres divididos en tres com pañías m andados p o r tres
capitanes nom brados p o r éste a su an to jo y a quienes cam bia con
ta n ta frecuencia, que apenas h ay un ciudadano rico que no haya
sido capitán”.
“A dem ás de este fu erte hay un pequeño b alu arte en la Boca
del R iachuelo, donde existe una g u ard ia; m onta dos pequeños cañ o ­
nes de hierro d'e a tres. E ste b alu arte dom ina el p u n to donde a tra ­
can las lanchas para d escarg ar o recibir efectos, estan d o éstas, su­
jetas a ser visitadas p o r los oficiales del b alu arte”.
“L as m ujeres son m ás num erosas que los hom bres, y, adem ás
de españoles, h ay unos pocos franceses, holandeses y genoveses; pero
todos pasan por españoles, pues de o tro m odo, no h ab ría cabida
para ellos, allí, y especialm ente p ara los que, en su religión, difieren
de los católicos rom anos, pues allí está establecida la In q u isició n ”.
“L as casas del pueblo son construidas de barro, porque hay
poca piedra en todos estos países h asta llegar al P e rú ; están te c h a ­
das con cañas y paja y no tienen altos; tienen g ran d es patios, y
d etrás de las casas g ran d es huertas, llenas de naranjos, lim oneros,
higueras, m anzanos, perales y otros árboles frutales con legum bres
en ab u n d an cia” . . .
“L as casas de los h a b itan tes de prim era <:lase están adornadas
con colgaduras, cuadros y o tros ornam ento s y m uebles decentes, y
todos los que se en cu en tran en situación regular son servidos en
v ajilla de p lata y tienen m uchos sirvientes, negros, m ulatos, m esti­
zos, indios, cafres o zam bos, siendo todos esclavos”.
“ L os 22 buques holandeses que encontram os en B uenos A ires a
n u estra llegada, estab an cargados, cada uno de ellos, con 13 a 14.000
cueros de to ro cuando m enos, cuyo valor asciende a 33.500 libras
e sterlin as”.
' “ C uando yo m an ifesté m i asom bro por el núm ero tan crecido
de anim ales, m e refiriero n una estratag em a de que se valen, a veces,
cuando tem en el desem barco de enem igos, que tam bién es a su n to
de m aravillarse, y es com o sigue: arrean tal enjam bre de toros, v a ­
cas, caballos y o tro s anim ales a la costa del río, que es absolutam ente
im posible a cualquier núm ero de hom bres, aún cuando no tem iesen
la furia de estos anim ales bravios, el hacerse cam ino por en m edio
d'e una tro p a ta n inm ensa de bestias”.
El citado viajero, en su viaje al interior, tenía que a tra ­
vesar, con frecuencia, algunos ríos que no eran vadeables
ni a caballo. E ntonces se veía obligado a atrav esarlo s n a­
dando o colocándose sobre un bulto que un indio pasaba,
tirando, al otro lado.
“Yo, dice, no sabía n a d ar y, p o r lo m ism o, tuve que acudir, dos
o tres veces, a este expediente cuando no encontraba paso. E l m odo
de verificarlo era é ste: m i indio m ataba un toro, lo desollaba, y,
rellenando con paja el cuero, cerraba y aseguraba a éste con correas
del m ism o cuero; colocábam e yo sobre él, y el indio cruzaba el río
nadando, llevándom e tras de sí por m edio de una soga atad a al b u lto ” J.
De paso p ara Córdoba, el viajero se detuvo en S anta
Fe, y de esta población decía:
“ E s una pequeña población com puesta de 25 casas, sin m urallas,
fortificaciones, ni guarnición. E s un punto m uy ventajoso porque
es el único paso que hay al P arag u ay , Chile y T ucum án, y en cierto
m odo es el depósito de los efectos que, de allí, se extraen, especial­
m ente la yerba, sin la cual no pueden estar en aquellas provincias”.
. “ C órdoba es un pueblo situado en una llanura agradable y feraz,
a la m argen de un río. Se com pone com o de 400 casas construidas
com o las de B uenos A ires. N o tiene fosos, m urallas ni fortaleza
p ara su defensa”.
(1)
R evista de B uenos A ires. Tom o X I I I , pág. 3.
— 154 —
—
LA C O N Q U IST A E S P IR IT U A L
Organización de las misiones - Los paulistas
E l segundo proyecto de gran trascendencia, atribuido
a H ern an d arias, y que éste venía prestigiando desde los pri­
m eros años de su actuación en el gobierno del P araguay, fué
el de la reducción de los indios por los padres m isioneros.
Com prendió que éstos, al contrario de lo que practicaban
los conquistadores con las arm as y usando la violencia,
conseguirían m e jo r e s
resultados con la pre%
dicación del E vangelio
^ 1
y el empleo de m e’ dios p e r s u a s i v o s y
agradables.
Si bien en las expe­
diciones de los coni q u is ta d o r e s v e n í a n
siem pre algunos reli­
giosos, su acción no
podía ser sino m uy
tv/t '
,
i
San F ran c isco Solano
i ; __•, i
lim itada. M as t a r d e ,
fueron m uchos los religiosos, principalm ente franciscanos,
que venían a las colonias, y cuya acción era siem pre útil
y, en ocasiones, im prescindible p ara conseguir el som eti­
m iento de trib u s consideradas indóm itas. A su abnegación
y a su heroísm o se debió, m uchas veces, la salvación de
poblaciones en teras destinadas a ser sacrificadas por los
salvajes, enceguecidos por el instinto de venganza, m oti­
vado, casi siem pre, por la conducta cruel de algún enco­
m endero o gobernante.
r
E sto s m isioneros se entregaban con gran fervor religioso
a la m isión de atra er a los indios para aquietarlos en sus
instintos salvajes, y convertirlos a la fe cristiana. No había
para ellos dificultades ni peligros, dispuestos siem pre a so­
p o rtar elham bre y todas las inclem encias de la naturaleza,
ya al in tern arse en la espesura de los bosques, plagados de
155 —
anim ales feroces y de alim añas venenosas; ya al cruzar re­
giones áridas donde el agua faltaba en absoluto.
E n tre los m uchos que dedicaron su generosa y abnegada
actividad a esta m isión redentora, cabe citar a F r. Francisco
Solano y a F r. L uis Bolaños.
Solano ejerció su acción en todo el T u cu m án ; y B olaños
en las regiones del P lata, principalm ente en el P arag u ay y
en la actual provincia de C orrientes, donde fundó el san­
tuario de N u estra Señora de Y tatí. Solano es venerado com o
santo por la iglesia católica.
E l dom inio que los m isioneros conseguían ten er sobre los
indios era grandísim o. Refiérese que uno de aquellos, habien­
do sabido que, una noche, los indios debían m atarle, fuese
en m edio de ellos, clavó una cruz en el suelo y, al lado de
ella, se acostó a dorm ir. Los indios, al verle, se ap ro x im aro n ;
pero no se atrevieron a realizar el crim en que habían
m editado.
T am bién los jesuítas tuvieron p arte im portantísim a en la
tarea de evangelizar a los indios fundando m u ltitud de reduc­
ciones que prosperaron rápidam ente.
F u ero n las principales las célebres mi­
siones establecidas en el territo rio que
actualm ente co nstituye la g oberna­
ción de M isiones y p arte de la p ro ­
vincia de C orrientes, sin c o n tar las
del P arag u ay y otras.
Con los indios som etidos o neófitos,
como se les llam aba, se form aban g ru ­
pos o pueblos organizados según un
plan especial. E n cada uno de estos
pueblos había varios padres encarga­
dos del gobierno. T odos los padres de
los diferentes pueblos dependían, a su
.. , vez, de otro llam ado Superior de las
I*a conquista espiritual
. .
.
* r*
j 1
*
m isiones que residía en la C andelaria.
E n cada pueblo había un jefe político, regidores y alcal­
des, indios todos, que form aban un Cabildo; pero sin inicia­
tiv a propia, puesto que no hacían m ás que cum plir las ó r­
denes de los padres m isioneros.
-1 5 6 —
— 157 —
E l aspecto de cada pueblo era m ás o m enos el sig u ien te:
en el centro una plaza y, con frente a ella, la iglesia, el
colegio y la casa donde vivían los padres. L as iglesias se
edificaban de piedra. L as casas eran de adobe, blanqueadas,
techadas con tejas, y tenían anchos corredores o aleros. Las.
habitaciones de los indios, estaban dispuestas en línea recta
a lo largo de las calles y todas eran iguales y m uy' aseadas,
cada u n a de l a s
cuales tenía su co­
rral para anim ales
domésticos-. E n los
alrededores de la
plaza se hallaban
d i s t r i b u i d a s la s
chacras.
A cada jefe de fa­
m ilia se le asignaba
un lote de tierra
que debía cultivar
guiado por los p a­
dres m i s io n e r o s .
Cuando por su es­
tado de v e je z , u
otra causa, se h a­
llaba en la im posi­
bilidad de cultivar
el lote, éste era
e n t r e g a d o a otro
jefe de familia.
E l trab ajo estaba reglam entado em pezando y concluyen­
do, cada día, al toque de cam pana y se le daba el carácter
de fiesta p ara que fuera m ás agradable. P ara trasladarse
al sitio de trab ajo lo hacían m archando en procesión.
Concluido el trabajo, se retiraban a sus casas estándoles
prohibido salir durante la noche.
E n la época de las cosechas los indios llevaban en
procesión una im agen de la virgen que luego era colocada
debajo de una enram ada, y el trabajo se efectuaba al son
de la música.
Los indios trab ajab an para la com unidad y recibían lo
necesario para el sustento. D isponían, como de cosa pro­
pia, de la ropa y objetos de uso personal.
Las cosechas consistían, principalm ente, en algodón,
tabaco, trigo, yérba, azúcar, m aní, etc., que vendían en su
m ayor parte.
M uchos de los neófitos sobresalían en las artes m a­
nuales, como carpinteros, herreros, tejedores, som brereros,
y h asta como escultores y pintores.
T am bién la m úsica era enseñada a los neófitos, y, con
los que sobresalían, se form aban orquestas cuyos in stru ­
m entos eran violines, flautas, clarines y algunos otros. E je ­
cutaban conciertos y entonaban cantos religiosos.
E xistió una im prenta co n struida por los padres y, con
ella, se im prim ieron catecism os y otros libros escritos en
lengua guaraní. E n las escuelas, los indios aprendían a leer
y a escribir, y algo de aritm ética.
L o s p a u lista s.— E n tre las colonias del B rasil existía la d e
S an P ablo, form ada, en su origen, por individuos de pésim os an tece­
dentes, en su casi totalidad, que vivieron durante un siglo con en tera
independencia, sin p re sta r acatam iento a autoridad alguna superor a
ellos. Los descendientes de estos pobladores, m ezcla de europeos, in­
dios y negros, form aban una clase de sujetos de vida nóm ada y de
instin to s salvajes, que vivían del robo y del asesinato, llevando sus
correrías a las reducciones de indios esparciendo el te rro r p o r todas
partes. A estos ho m b res se les llam aba paulistas, por tener su centro
de acción en la reg ió n de San P ab lo ; y, tam bién, m am elucos, debida,
esta últim a designación, a las bom bachas que usaban y que les daban
el aspecto de soldados turcos o m am elucos.
L as m isiones jesuíticas eran invadidas y saqueadas con frecuen­
cia p o r las h o rd as de paulistas, y los m iles de indios que apresaban
eran llevados al B rasil p a ra ser vendidos como esclavos.
V arias de las m isiones y a habían sido asaltadas por los m am elu­
cos, cuando se p ro d u jo la m ás trem enda de las invasiones en la
reg ió n del G uayrá. E n tra ro n en ésta a sangre y fuego con ím petu
salvaje, sin resp etar nada ni a nadie, pues que aun los que se refu ­
giaban en las iglesias, fueran padres m isioneros o no, eran ultim ados
al pie de los altares.
N o eran pocos los gobernadores del P arag u ay que, con el fin de
particip ar de las ganancias, y salvando las apariencias, perm itían que
en la m ism a provincia de su m ando, los paulistas se en treg aran a la
caza de indios, que luego vendían en los m ercados de esclavos del
B rasil.
11
— 158 —
El comercio entre España y el Río de la Plata.
Los piratas.
E sp añ a sacaba de sus colonias de A m érica m uchos
productos n atu rales, entre ellos, y en cantidad grande, ei
oro y la plata. E sto debía originar la envidia y codicia de
las dem ás naciones.
E n la inm ensidad de los océanos, la vigilancia era de
difícil realización en aquellos tiem pos y, aprovechándose de
esta circunstancia, m uchos m arinos de diferentes nacionali­
dades, se dedicaban a recorrerlos en barcos arm ados y
tripulados con hom bres audaces, en su m ayoría delincuentes.
E sto s p iratas tenían puntos de refugio en distintas islas
y en las costas de A m érica y de Africa, desde los cuales
hacían sus sali­
das para recorrer
los m ares y a ta ­
ca r los buques
m ercantes.
L a región don­
de m ayorm ente
operaban los pi­
ratas era en el
m ar de las A n­
tillas d e b id o a
que c a s i to d o
el com ercio de
E spaña con sus
colonias se efec­
tuaba p o r e sa
parte. Se tra b a ­
ban verdaderos com bates navales con resultado a m enudo
favorable a los piratas y corsarios.
E l buque capturado solía ser incendiado por los
piratas
cuando no les convenia conservarlo.
T am bién desem barcaban en ciudades costeras indefen­
(1 ) P ira ta s.— L os p ira ta s eran verdaderos salteadores. A tacaban los barcos, roba­
ban la carga, si poU an, y hundían o incendiaban los buques.
C orsarios.— L os corsarios sólo aparecían en tiem po de guerra y eran autorizados
para atacar y cap tu rar los buques de bandera enem iga. E ra una p ira te ría legal.
— 159 —
sas, y procedían luego al saqueo, al incendio y a la m atanza.
E n 1587, un terrible p irata inglés, llam ado T om ás Cavendish, intentó atacar la ciudad de Buenos Aires.
E n 1628 unos piratas holandeses atacaron la ciudad de
B ahía (B rasil) y se apoderaron de ella. D espués pasaron al
P la ta ; pero el gobernador de Buenos A ires había puesto
ya la población en estado de defensa y los p iratas no se
atrevieron a efectuar el desem barco. E n cambio, dejaron en
diferentes parajes hojas im presas, con el propósito de sem ­
b ra r ideas de libertad, incitando tam bién a las poblaciones
a proclam arse independientes.
Los m arinos no se atrevían a realizar la trav esía de los
m ares sino dotando a los barcos de arm as adecuadas y de
tripulaciones ag u errid as; pero aún así eran atacados.
Se ordenó, entonces, que los barcos navegaran en grupos
(flotas) para protegerse m utuam ente. Iban, adem ás, escol­
tados por escuadras de galeones m andados p or un alm iran ­
te. E stas flotas salían de E sp añ a para sus colonias dos ve­
ces por año. Al llegar la flota, com puesta de gran núm ero de
barcos, a la isla de Haití, (pu erto de Santo Dom ingo) se
subdívidia dirigiéndose una parte, a Veracruz (M é jic o ); y
otra, a Portobelo, en el istm o de Panam á. A lgunos barcos
iban al puerto de Cartagena (C olom bia).
Al Río de la P la ta no arribaban flo tas; pero la larg a dis­
tancia y la prohibición del com ercio directo con E spaña, no
im pedía que, de tard e en tarde, algunos barcos realizaran
solos la travesía, casi sin peligro, pues los p iratas no fre­
cuentaban los m ares donde existían pocas probabilidades
de encontrar alguna presa.
L as m ercaderías que, provenientes de E sp añ a se in tro ­
ducían en las regiones del P la ta y del interior, eran las que
se descargaban en Portobelo. Desde este punto eran lleva­
das, a través del istm o, al puerto de P anam á sobre el P a ­
cífico. E m barcadas allí, de nuevo, se descargaban en los
puertos del Callao y de V alparaiso. Del Callao se tran sp o r­
taban, a lomo de m uía, h asta Salta, T ucum án, Córdoba y
Buenos Aires. D esde T ucum án solían traerse en carretas.
El arreglo de los cam inos perm itió el trán sito de carretas
desde Salta.
— 160 —
U n recorrido tan largo debía dar como resultado el en­
carecim iento excesivo de todos los artículos.
L as regiones que poseían m inas de oro y plata, progresa­
ban m ás rápidam ente, y sus habitantes vivían con m ás hol­
gura. Se consideraban países ricos. E n cambio, las regiones
que no poseían m inas, como el P ara g u ay y Buenos Aires,
tenían que dedicarse a la ag ricu ltu ra y a la ganadería. Los
progresos en estas regiones eran m ucho m ás lentos y ellas
se consideraban países pobres.
Buenos A ires ex portaba cueros de vaca, de caballo, de
carnero, de lobo m arino, carne salada, grasa, sebo, cerda,
lana, astas, harina, etc.
Con los puertos del B rasil existía un com ercio de b astan ­
te im portancia.
L a prohibición de fabricar los productos que enviaba E s­
paña, salvo pocas excepciones, fué causa de que las indus­
trias no prosperaran, y consecuencia, al m ism o tiem po, de
que el com ercio de contrabando se ejerciera en grande es­
cala. M arinos ingleses, franceses, holandeses, etc., frecuen­
tab an el Río de la P la ta para ejercer el com ercio de contra­
bando, y, de esta m anera, contribuían al adelanto de la
colonia.
Cuando los buques salían de los puertos españoles para
las colonias, ya se hallaban preparados, en alta m ar, barcos
ingleses, holandeses y portugueses con cargam entos de m er­
caderías de sus respectivos países que, luego, eran tra n s­
bordados a los buques españoles.
E n el P lata los portugueses eran los m ás activos contra­
bandistas. P rincipalm ente de noche, se aproxim aban cautelo­
sam ente a la costa con sus lanchas, descargaban sus pro­
ductos, em barcaban los que debían llevar de retorno, y des­
aparecían. F acilitaban estas operaciones clandestinas, casi
siem pre, las m ism as autoridades españolas porque recibían,
como recom pensa, una parte de los beneficios.
E spaña nunca pudo evitar del todo el contrabando, y
perdía, con sus prohibiciones, las ventajas que le habría
reportado el com ercio libre. Sev illa y Cádiz eran los únicos
puertos de E spaña que podían com erciar con las colonias.
— 161 —
Se alegaba, entonces, que perm itiendo E spaña a sus co­
lonias la producción de los m ism os artículos que im portaba
en ellas, éstas concluirían p or no com prar los im portados,
puesto que potlían consum ir los propios, y que ello h abría
significado la ruina del com ercio de la m etrópoli.
M uchas m ercaderías ex tran jeras se hacían pasar p or es­
pañolas, para lo cual no era difícil a los com erciantes bus­
car los medios adecuados. D esde B uenos A ires se enviaban
por todo el interior, y, de retorno, se traían productos de la
ag ricu ltu ra y de las m inas.
E spaña dictaba leyes y m ás leyes para evitar el co n tra­
bando ; pero in ú tilm e n te : el contrabando se sostenía, y con
beneficio para todos.
Los portugueses en el Río de la Plata.
Error de los colonizadores españoles.
D espués de la expedición de V asco de Gama a la In d ia
en 1498, el portugués P edro A lvarez Cabral, desem barcó en
la costa norte del B rasil y tom ó posesión de ella en nom bre
de P o rtu g al (1500).
En 1503 Am érico Vespucio, tam bién al servicio de P o r­
tugal, fundó la prim era factoría po rtu g u esa cerca de Porto
Seguro, aunque de escasa im portancia.
Los portugueses, que estaban tan ocupados con sus con­
quistas en Asia, no se preocuparon, en un principio, de estos
descubrim ientos en las regiones del P la ta ; pero, más tard e,
determ inaron hacer otro tanto. En 1531 fundaron la capita­
nía de San V icente, que fué el prim er establecim iento for­
mal de los portugueses, y en el in terior de dicha capitanía
se fundó la colonia de San Paulo (1554), en un lugar donde
existía un colegio que llevaba ese nom bre.
Solis, Caboto, A lvar N úñez, Z árate, etc., tocaron y p er­
m anecieron m ás o m enos tiem po en la isla que, m ás tarde,
se llam ó de S anta C atalina, y en la tierra firm e del Brasil,
sm abrigar dudas de que se encontraban en territo rio p er­
teneciente a España. D esde allí pasaban a la A sunción por
la vía terrestre, o entrando por el P la ta y el P araná.
E spañoles y portugueses, pues, se creían con derecho a
tales tierras, desde que no estaba todavía fijada en el te rre ­
— 162 —
no la línea divisoria del trata d o de T ordesillas. E n m érito
de esto, los portugueses pretendían ten er derecho h asta el
P la ta y el U ruguay.
L a prim era colonia duradera que fundaron los españoles
fué la de la A sunción, en el P arag u ay , y du ran te casi medio
siglo poco o nada se preocuparon de tom ar posesión de las
m árgenes del P la ta som etiendo a los indígenas que las po­
blaban. Ni aún después de fundada la ciudad de Buenos A ires
en 1580, se preocuparon de colonizar el territo rio oriental.
D u ran te todo el siglo X V I sólo fundaron en esa re g ió n :
el fuerte de San Salvador, en 1527, por Caboto, destruido
poco después; una m iserable población en la desem bocadura
del río San Juan, en 1552; y la reconstrucción de San Salva-dor por Z árate en 1574; todos destruidos por los indios.
D u ran te el siglo X V II, sólo se fundó, por los francisca­
nos, uña reducción de indios chanás en una isla cerca de la
desem bocadura del rio N egro en el U ruguay, que se llamó
Santo Domingo Soriano. E n 1708 se trasladó al sitio que
hoy ocupa la población del m ism o nom bre.
L a fertilidad del suelo, la bondad del clima, la riqueza
que rep resen tab a la cantidad enorm e de ganados que vaga­
ban librem ente por el territo rio oriental, y que dió lugar a
que se le llam ara la vaquería de Buenos A ire s ; así como el
propósito decidido de dom inar en la ribera oriental del P la­
ta, fueron causas suficientes para que los portugueses hi­
cieran lo que debían haber hecho, m ucho antes, las autori­
dades esp añ o les: “poblar el territorio o riental” .
Colonia del Sacramento.
Cuestiones entre España y Portugal. Tratado de Utrecht
A fines del siglo X V II E spaña había perdido el presti­
gio de o tras épocas, y fué debido a esta circunstancia que,
con frecuencia, se veía atacada en sus derechos.
L os portugueses se propusieron asentarse en la m argen
izquierda del P lata, para tener una base que les facilitara
ejercer el contrabando.
E l gobernador de Río de Janeiro, D. M anuel Lobo, cum ­
pliendo órdenes de su gobierno, desem barcó con tropas, a r­
tillería y varias fam ilias de colonos, en la costa oriental
frente a la ciudad de Buenos Aires. En este sitio fundó Lobo
una colonia que llamó del Sacram ento denom inándosele,
después, sim plem ente, la Colonia (1680). P ara su defensa se
levantaron trincheras y fortificaciones.
El gobernador de Buenos A ires, D. José de G arro, re­
clam ó ante el de Río de Janeiro exigiéndole que ordenara
la evacuación de la plaza. El gobernador del Janeiro co n tes­
tó que el territorio ocupado era portugués y, por lo tanto,
que tenía derecho en conservarlo. A nte la negativa, G arro
m andó un ejército, form ado de españoles e indios g u a ra ­
níes, que rindió la Colonia después de un asalto en el que
los guaraníes se portaron valientem ente.
Los portugueses quedaron todos prisioneros, incluso el jefe
D. M anuel Lobo, quien fué conducido a Buenos A ires y lue­
go enviado a L im a en donde m urió de pesar al poco tiem po.
Al año siguiente (1681) se firm ó un tratad o entre E spaña
y P ortugal, estipulándose que la Colonia se devolvería a
•os portugueses con todas sus arm as, artillería, etc., y que
las dos naciones nom brarían com isarios para fijar en el te­
-1 6 5 —
— 164 —
rreno la línea de sus respectivas posesiones. L a Colonia fue
entregada, pero los portugueses no dieron pruebas de buena
fe, dificultando la misión de los com isarios (1683). P o rtu g al
alegaba siem pre el derecho de primer ocupante. (C onsecuen­
cia, para los españoles, de no haber colonizado el territorio
oriental desde un principio).
E n m arzo de 1705, V aldez de Inclán, nuevo gobernador
de Buenos A ires, recibió orden del v irre y de L im a r de des­
alojar nuevam ente a los portugueses de la Colonia. E sta
fué sitiada por un cuerpo de m ilicianos y unos 4.000 indios
de las m isiones jesuíticas. Los portugueses, después de re­
sistir du ran te seis meses, consiguieron retirarse, quem ando,
antes, los edificios. Llevaban 22 años de perm anencia en la
Colonia desde que les había sido devuelta en 1681.
P o r el trata d o de Utrecht (1715), que dió fin a la guerra
de sucesión de E spaña, en la que intervino P o rtu g al com o'
aliado de In g laterra, y en contra de E spaña, ésta debía de­
volver a P o rtu g al la Colonia del S acram ento; pero con la
condición de que no extendiera el dominio más allá de una
línea trazad a donde llegara una bala de cañón de cierto ca­
libre determ inado, lanzada desde la Colonia.
L a situación de la Colonia era ventajosa para practicar
el contrabando. F acilitaba la en tra d a y salida de buques
extran jero s cuyas m ercaderías se llevaban clandestinam ente
por todas las poblaciones y a bajo precio.
D esde la isla de San Gabriel, frente a la Colonia, las
lanchas y botes se m etían entre los riachos del D elta y lle­
gaban h asta el riacho de las Conchas, sitio de refugio en
donde dejaban las m ercaderías y, de allí, sacaban los p ro ­
ductos del país, como ser: cueros, sebo, lana, etc., para los
viajes de retorno.
Adem ás, efectuaban continuas correrías por todo el
territo rio , para sacar anim ales que obtenían robándolos, o
dando en cambio, m ercaderías que llevaban clandestina­
m ente a los establecim ientos de indios. L as autoridades de
Buenos A ires favorecían veladam ente este comercio de con­
trabando, porque sacaban su parte de utilidad, y los com er­
ciantes no lo secundaban menos por los beneficios que ob­
tenían de ese com ercio ilícito.
Z a v a l a - F u n d a c i ó n de M o n t e v i d e o
Origen de la ciudad de Paraná
Los portugueses no desistían de su propósito de estaolecerse en toda la costa oriental del P lata, sin derecho al­
guno, com o ya lo habían hecho al fundar, frente a Buenos
Aires, la Colonia del Sacram ento en 1680.
V arias veces intentaron establecerse nuevam ente en pa­
rajes situados' fuera de la jurisdicción cuyo lím ite se había
fijrfdo en 1715; pero sin resultado, porque sus ten tativ as
eran descubiertas a tiem po, y se retiraban.
A fines de 1723, sin em bargo, consiguieron desem bar­
car 300 hom bres bien arm ados. O cuparon la pequeña pe­
nínsula de la actual M ontevideo y levantaron un reducto.
El gobernador B runo M auricio de Zavala, en cuanto
tuvo noticia de esa ocupación por los portugueses, vio­
lando los tratados, pidió explicaciones al gobernador de
la Colonia quien contestó que “ esas tierras pertenecían a
la corona de P o rtu g a l”. A nte sem ejante respuesta, Zavala
m andó p rep arar una flotilla con fuerzas suficientes p ara
desalojarlos; pero los intrusos, al tan to del peligro que los
am enazaba, p r e f i r i e r o n
no aceptar la lucha y se
retiraro n (E n ero 1724).
E n e s e m ism o s i t i o
fundó Zavala la ciudad
de San Felipe y S antiago
de M ontevideo (24 de di­
ciem bre de 1726).
L a prim era población
la form aron 33 perso­
nas de Buenos A ires, a
las que se ag regaron 40
fam ilias traíd as de Gali­
cia y de las C anarias.
Origen de la ciudad de Paraná. — L a ciudad de P aran á, ac­
tual capital de la provincia de E n tre Ríos, no tiene acta de
fundación. D esde que la población de S anta F e se traslad ó
al sitio que hoy ocupa, empezó, aunque lentam ente, la ocu­
pación de las tierras de la m argen izquierda del P aran á.
— 166 —
L os pobladores de am bas m árgenes vivían en continuo
sobresalto, atacados con frecuencia tanto por los indios de
tierra adentro, com o por los que bajaban en canoas por el
P aran á. E sto obligaba, de día y de noche, a los pobladores a
perm anecer siem pre listos para m ontar a caballo y salir al
encuentro de los salvajes.
E n 1671 el Cabildo de S anta F e resolvió establecer en la
m argen izquierda del P araná, en el paraje llam ado la Bajada,
un asiento y encom ienda de indios tocagües. Como las co­
rrerías de los indios, y sus ataques a los poblados no
cesaban, se resolvió levantar un fortín en el m ismo sitio.
L a afluencia siem pre m ayor de pobladores españoles e
indios am igos, dió lugar a la form ación de un rancherío
siem pre en aum ento.
E n 1730, siendo gobernador Zavala, el Cabildo E clesiásti­
co de Buenos A ires creó la parroquia de la Bajada, aconte­
cim iento de im portancia porque, desde ese m om ento, la
población podia desenvolverse con cierta autonom ía. (O ctu ­
bre 23 de 1730). T al fué el origen de la actual ciudad de
P aran á (1).
Las industrias primitivas - El comercio.
L os 40 años que, aproxim adam ente, transcurrieron entre
la fecha del abandono de la población que había fundado
M endoza a orillas del P lata, y la de su repoblación por
Garay, no fueron, en realidad, perdidos. Los m illares de ca­
ballos que se habían procreado librem ente durante todo ese
tiem po, constituyeron una gran riqueza de la cual aprove­
charon los nuevos pobladores. En las regiones del P lata
faltaba el incentivo de las m inas de oro, plata y otros m eta­
les; pero los productos que podían obtener de los caballos
cim arrones, rep resentaban algo de valor tal que fué, preci­
sam ente, la base del progreso y de la riqueza de las regio­
nes del litoral.
D u ran te m uchísim os años, aún después de alcanzada la
em ancipación, el cuero constituyó una m ateria prim a de u ti­
c o E n 1813, gobernando el Segundo T riu n v irato , la población de la B ajada fué
declarada Villa. E n 1826 _fué elevada a la categ o ría de ciudad.
— 167 —
lización general y m uy variada, por la facilidad con que se
presta para la fabricación de utensilios de toda clase.
Con el cuero crudo se levantaban en el cam po viviendas
com pletas o se cubrían los ranchos, y se adoptaba, en subs­
titución de la m adera, para hacer puertas y ventanas.
Se hacían cam as con cueros estirados en un bastid o r de
m adera y se confeccionaban canastos, baldes, odres para
contener líquidos, sacos (llam ados tercios) para la yerba,
petacas, baúles, todos los arreos del caballo, los arneses
p ara el tiro de los carros y m u ltitu d de otros objetos.
L a propiedad com presora del cuero al secar, después de
hum edecido, perm itía utilizarlo tam bién am pliam ente. La.s
ligaduras hechas con tiras de cuero húm edo substituían
perfectam ente al alam bre, cordajes, etc.
L a industria del cuero, curtido o crudo, significó, en cierto
grado, la exclusión de la m adera y del hierro y, com o conse­
cuencia, una m enor dedicación a los oficios relacionados
con la utilización de estas m aterias prim as.
Los h abitantes del litoral se dedicaban principalm ente al
cultivo de la tierra y a la cría de ganados. E sto daba lugar
a un com ercio ya de cierta im portancia, pues se exportaba
carne salada, cerda, sebo, huesos, cueros, astas, etc., produc­
tos que eran llevados en pequeños buques a los puertos del
Brasil, y h asta a la Guinea, en las costas de Africa.
De las nacientes industrias del país se exportaba harina,
bizcochos, tejidos, vinos, aguardientes, etc. El trig o se m o­
lía en atahonas em pleando m uías o caballos para m over las
piedras m oledoras. M ás tard e unos flam encos levantaron el
prim er molino de viento en las cercanías del actual T igre.
A lgunos de los productos m encionados provenían del in­
terior. Así, M endoza y San Ju an producían vinos y ag u a r­
dientes; T ucum án, proveía tabaco, m aderas y su elas; La
Rioja, y m ás aún C atam arca, eran productoras de algodón
que elaboraban para la producción de lienzos y o tras telas
finas que podían com petir con las europeas. C orrientes y
el P arag u ay se distinguían por sus finos bordados y enca­
jes. Todos estos tejidos se hacían en talleres con telares p ri­
m itivos o a m ano, y no había hogar, rico o pobre, en que no
— 168 —
— 169 —
se practicara la pequeña industria del tejido para la confec­
ción de alguna prenda de v estir p ara la familia.
L as prohibiciones de las leyes españolas, establecidas pa­
ra no p erju d icar las industrias de la M etrópoli, im pedían
un m ayor desarrollo, ta n to de las industrias com o del co­
m ercio; pero el contrabando, favorecido, casi siem pre por
las m ism as autoridades, perm itía un m ayor increm ento en
todas las actividades.
Los comuneros del Paraguay
. G obernaba en el P ara g u ay D. D iego de R eyes hom bre
ig n o ran te y tiránico quien fué acusado de m alversación de
dinero, y de Otras irregularidades com etidas en el' desem pe­
ño de su m ando (1717).
L os escándalos fueron tan grandes que la A udiencia de
C harcas m ando un com isionado para que, com o juez pes­
quisidor estudiara los hechos e-inform ara luego sobre ellos.
E ste juez, llam ado José de A ntequera, levantó un sum ario,
com probó casi todos los cargos que pesaban sobre Reyes
■ encarcelo a este y asum ió el m ando.
’
Sobrevinieron, luego, serios conflictos quedando form ados
dos partidos. De una parte estaban los p artid ario s de R eyes:
y, de la otra, A ntequera, apoyado por la m ayor parte de la
población del P arag uay. Intervinieron tam bién en estos coníctos los encom enderos y los jesuítas, contribuyendo con
su acción a m ayores com plicaciones.
P o r fin, después de varios años de trasto rn o s y luchas
A ntequera, refugiado en C harcas, fué encarcelado y rem i­
tido a Lim a. El proceso seguido contra A ntequera contenía
m uchas im putaciones falsas que influyeron en su condena
A n teq u era fue sentenciado a m uerte, ejecutándose la senten­
cia en L im a (1731).
Con la desaparición de A ntequera no term inaron las asritaciones y disturbios en el P araguay. M ientras estuvo preso, en las cárceles de Lim a, otro encausado, llam ado F e r­
nando M ompo, tuvo oportunidad de conocerle y de apro­
piarse^ sus id e a s : M om pó o M om pox consiguió huir de Lim a
y paso al P arag u ay dispuesto a continuar con la propagan­
da que había iniciado A n tequera (1730). U nido a los que
habían sido partidarios de éste, com enzó a propalar sus
ideas sosteniendo que si a los vecindarios no les satisfacía
el m andatario designado por el Rey, el com ún podía resis­
tirlo y dejar de obedecer. Se titu lab an com uneros.
E stas ideas dem ocráticas despertaban la sim patía y el
apoyo de la m ayor parte de las poblaciones, no sólo del
P arag u ay sino tam bién de las dem ás regiones del P lata,
principalm ente de C orrientes cuyo vecindario, m uy vincu­
lado al de la Asunción, adoptó las m ism as ideas.
L a divisa de los com uneros e ra :
“ LA A U T O R ID A D D E L C O M U N E S S U P E R IO R A L A D E L R E Y ”
Cuando en 1732, por orden del gobernador de Buenos
A ires, se in ten tó levantar en C orrientes un cuerpo de 200
hom bres para llevarlos a com batir contra los com uneros que
luchaban en el P araguay , los correntinos se sublevaron al
g rito de:
" ¡V I V A E L C O M U N !”
E sta situación de desorden duró algunos años, y, no obs­
tan te algunas ven tajas y triunfos obtenidos al principio, el
resultado final fué desgraciado para ellos. Zavala intervino,
de orden del virrey del P erú, a la cabeza de un ejército del
que form aban parte, en su m ayoría, indios guaraníes.
D espués de varios encuentros los com uneros quedaron
vencidos, y Z avala entró en la A sunción (M ayo 1735).
M andó ejecutar a los principales jefes rebeldes y aplicó
penas diversas a otros m uchos. De regreso a Buenos Aires,
sintiéndose ya enferm o, se detuvo en Santa Fe y allí murió.
Tratado de permuta - Guerra guaranítica.
L igados por vínculos de parentezco, los reyes de E spaña
y P o rtu g al, trataro n de arreg lar las diferencias relativas a
las posesiones del Río de la P lata, y celebraron un convenio,
firm ado en 1750, que S£ conoce con el nom bre de T ratad o
de P erm uta,
— 170 —
— 171 —
S egún este trata d o P o rtu g al debía en tre g ar la Colonia a
E spaña reconociéndola dueña, adem ás, de todo el territo rio
oriental. E spaña, p o r su parte, debía reconocer como p o rtu ­
gueses los territo rio s de Santa Catalina, Río Grande h asta
las fro n teras del P arag u ay , así como las misiones orientales
que las form aban siete pueblos situados al oriente del alto
U ruguay. (V er m apa pág. 125). A dem ás debía procederse a
fijar en el terren o la línea divisoria y, para ello, se m andaron
com isionados que debían proceder a realizar el convenio.
E os com isionados dieron principio a sus tra b a jo s; pero,
al llegar a la región de las m isiones, se encontraron con la
resistencia de m ás de cien mil indios dirigidos por los 'je­
suítas.
L os indios de las m isiones, según el convenio, debían re­
tira rse abandonando las iglesias, casas, colegios, y las tie­
rras, para ir a establecerse en o tras regiones incultas, en
donde todo debían hacerlo de nuevo. E stas cláusulas del
trata d o causaron la m ayor indignación entre los m isioneros
y los indios, que eran los directam ente perjudicados, y nadie
dejó de reconocer que era una injusticia que redundaba sólo
en provecho de los portugueses.
De todo esto resu ltó una g u erra san g rien ta en tre E spaña
y P o rtu g al, aliadas, por una p a rte ; y los indios guaraníes,
dirigidos por los jesuítas, por otra. A esta g u erra se le
llam ó guaranítica.
L os g u araníes estaban m uy m al arm ados; pero, así m is­
mo, dieron pruebas de valor y arrojo en diferentes ocasio­
nes. Al fin fueron vencidos, después de dos años de lucha.
(1754-1756).
L os indios recibieron orden de volver a sus an tig u as po­
sesiones las que encontraron destruidas y despobladas.
bía celebrado el trata d o de perm uta, ocupó el trono C arlos
III, hom bre liberal y de relevantes condiciones personales.
C om prendió que el tratad o era, adem ás de un grave error,
favorable en todo a P o rtu g al, y consiguió celebrar un con­
venio por el cual se anulaba el “ trata d o de p erm u ta” dejando
lak cosas como estaban antes del conflicto (1761). A pesar de
este convenio la g u erra sobrevino entre E spaña y P o rtu g al.
L a Colonia, m ientras tanto, continuaba en poder de los
portugueses, así como las misiones y R ío Grande.
D. P edro de Cevallos, general español de grandes mérito.s había sido m andado al P la ta con el nom bram iento de
gobernador de Buenos A ires. Al recibir la noticia de la
g u erra que había estallado entre E sp añ a y P o rtu g al, recibió
igualm ente la orden de atacar a la Colonia. Así lo hizo y
la rindió (1762). A vanzó, luego, hacia Río G rande y se
apoderó de varías plazas fu e rtes; pero, m ientras se disponía
a co n tin u ar la cam paña, recibió la noticia de haberse cele­
brado la paz. L a Colonia fué nuevam ente devuelta a P o r­
tu g a l; pero E sp añ a conservó las posesiones de R ío G rande.
Cevallos - Anulación del tratado de permuta.
Toma y devolución de la Colonia.
N i con el tra ta d o de perm uta, ni con la g u erra guaranítica,
se consiguió a rreg lar la cuestión de lím ites entre E spaña
y P ortu g al.
A la m uerte del R ey de E spaña, F ernando V I, quien ha­
Expulsión de los jesuítas - Bucareli - Vértiz
Los jesu ítas habían acum ulado inm ensas riquezas en los
dom inios españoles de A m érica. M uchos miles de indios
estaban som etidos a su autoridad, en las misiones, dedica­
dos al .trabajo y, de éste, obtenían grandes utilidades- P o­
seían inm ensas tierras cultivadas, estancias, colegios, m er­
caderías, etc. Su influencia, era, pues, m uy grande.
P o r esto y por otras razones tam bién, el rey C arlos II I ,
llegó a desconfiar de ellos y decidió expulsarlos. E l encar­
gado de ejecutar la orden de expulsión fué don F rancisco
de P aula B ucareli quien había substituido a Cevallos en el
puesto de gobernador. L a orden se m antuvo en secreto para
que los jesuítas nada sospecharan y pudieran ser tom ados
sorpresivam ente, y así sucedió. U n a vez reunidos en B ue­
nos A ires fueron em barcados y enviados a E spaña (1767).
P a ra reem plazar a los jesu ítas se m andaron frailes fran ­
ciscanos, dom inicos y m ercedarios; pero el cam bio no dió
buenos resu ltad o s: las m isiones se despoblaron.
— 172 —
L os bienes de los jesuítas fueron declarados de propie­
dad del E stado, y el producto de su venta se destinó a la
fundación de escuelas y establecim ientos de beneficencia, y
a la construcción de edificios, entre ellos el que ocupó, un
tiem po, el M useo de H istoria N atural, en la esquina de las
calles P erú y A lsina, edificio que aún existe.
B ucareli se ausentó para E spaña y le sucedió en ¿1
gobierno, D. Ju an José de V értiz, nacido en M éxico (1779).
P ropuso, V értiz, la construcción de un m uelle en Bue­
nos A ires p ara facilitar la carga y descarga de m ercaderías.
T om ó o tras m edidas de utilidad c o m ú n ; pero, entre i sus
actos, el de m ayor trascendencia fué el de la fundación del
Colegio Real de San Carlos, aplicando para su sosteni­
m iento, la re n ta de los bienes confiscados a los jesuítas
(1773). Inició los trabajos para extender la línea de fron­
teras fundando algunos fortines que fueron origen de otras
tan tas poblaciones.
Las islas Malvinas
Se ha atrib u id o al m arino holandés Sebald de W eert,
el descubrim iento de las islas M alvinas aunque el hallazgo
se lim itó a to m ar nota de la situación geográfica (E nero
de 1600) 1. E n febrero de 1764 tuvo lugar un comienzo de
ocupación efectiva por parte de m arineros franceses oriun­
dos del puerto de Saint Maló, llam ados malouins 2. Se es­
tablecieron en la isla oriental, en un sitio que llam aron
Puerto Luis.
(1 ) E l Cap. (R .) H é c to r R . R a tto h a dem ostrado de u n a m anera con­
vin cen te, que, con a n terio rid ad al hallazgo de D e W ee rt, las tales islas debieron
ser a vistadas en 1520 p or E ste b a n Gómez, el p ilo to de la San A ntón, barco,
éste, de la expedición de M agallanes, que había d esertad o desde el estrech o en
dem anda seguram ente, del Cabo de B uena E sp eran za p a ra seguir, luego, el d e rro ­
te ro del A frica hacia E sp añ a, o p a ra ir a las M olucas. Según e sta d e rro ta , a
poco de p a rtir del e strech o , debió a v istar las tales islas.
E n u n m apa g en eral de D iego R ibero (1529) aparecen y a unas islas d e sig ­
nadas con el nom bre de S ansón (¿ S a n A n tó n ?) que, p o r su situ ación, no pueden
ser sino las M alvinas, H a b ría sido, así, un d escu b rim ien to español. (C onsúltese
H é c to r R . R atto en “ H om bres de m a r en la h isto ria a rg e n tin a ” ).
(2 ) P ro n u n c ia r maluén. D e m alouins, nom bre con que se designaba en
F ran c ia a los m arin o s o riundos de S a in t M aló, proviene el n o m b re de M alvinas
dado a las islas (lie s M alouines). En un prin cip io los m ism os españoles las lla­
m aban M aluinas, nom bre que, por el sim ple cam bio de la u en v, se tra n s ­
form ó en M alvinas.
Los ingleses tam bién se establecieron, haciéndolo en un si­
tio de la isla occidental que llam aron P u erto E g m o n t (E n ero
de 1765).
E n 1767 E spaña reclam ó las islas a F rancia y esta nación,
reconociendo la soberanía de E sp añ a sobre tales islas, entregó
el establecim iento de Puerto Luís m ediante una indem niza­
ción en dinero para
cubrir los gastos del
establecim iento. (H a ­
bían sido costeados
por el explorador Bou
gainville).
El establecim iento
de P u erto L uís em pe­
zó a llam arse Puerto
Soledad.
E l gobernador de
Buenos Aíres, B ucarelli, envió una escuadrilla con la orden de buscar el sitio
donde se habían instalado los ingleses, para desalojarlos.
H allado éste (P u erto E g m o n t), y después de dos días de
parlam ento, los ingleses dieron posesión del establecim iento
al jefe español (Junio 10 de 1770). E sto dió m otivo a un
serio conflicto, que am enazó degenerar en g u e rra ; pero te r­
m inó con la restitución a In g la te rra de Puerto E gm ont sin
que ello afectara la cuestión de derecho anterior de sobera­
nía de las islas Malvinas.
Así, pues, los ingleses se reinstalaron en Puerto Egm ont
y los españoles
conservaron Puerto Soledad. (S eptiem bre
16 de 1771).
E stando así las cosas, en 1774 la guarnición inglesa de
Port Egmont, por orden del propio gobierno, tu v o que em ­
barcarse llevando todos sus efectos y m ateriales, incluso las
viviendas de m adera, que eran desm ontables. Sólo quedaron
los parapetos del fuerte. Se ha indicado como causa de este
abandono repentino, la existencia de un convenio secreto
para llevarlo a cabo oportunam ente, com prom iso que se h a ­
bría contraído en 1771.
D esde 1774 perm aneció en las Malvinas una guarnición
12
— 174 —
española, y, m ás tarde, argentina, sin que In g late rra m ani­
festase ningún propósito de reclam ar las islas h asta 1833,
en cuya fecha se posesionó arbitrariam ente de ellas conser­
vándolas h asta ahora en su poder.
Los indios en la provincia de Buenos Aires.
Fundación de fortines y pueblos.
N o fué fácil en todas las regiones del país, so m eter a. los indios y
convertirlos en elem entos de p rogreso de las colonias.
L os guaraníes, agricultores, pacíficos y perezosos, de-vida) sed en ta­
ria, se som etieron, en general, fácilm ente. E n el in terio r los (primeros
Indios pam pas — U na caiga.
colonizadores no fueron tan felices. L o s calchaquíes que, bajo dife­
ren tes nom bres, poblaban una g ran extensión del noroeste (R ioja
hasta B olivia), sostuvieron luchas encarnizadas obligando a los in v a­
sores a ab andonar m uchas de sus prim eras poblaciones. L os esfuer­
zos de los conquistadores p ara co n serv ar o tras de sus fundaciones,
fueron grandes y costosos.
E n la pam pa, los querandíes y, m ás tarde, los puelches, tehuelches,
etc., valientes, g u errero s y de vida nóm ade, tam poco fueron som eti­
dos, salvo en casos aislados y tem porariam ente.
Cuando estos indios supieron ad ie stra r el caballo, y contando con
la posesion de la inm ensa llan u ra de las pam pas, se acentuó aún m ás
— 175 —
su instinto de vida libre y salvaje com o el bru to que m ontaban. L a
g u erra con ellos, se hizo, en adelante, casi perm anente.
N o hay duda que el som etim iento de los indios pam pas encontró
el principal obstáculo en el caballo, que llegó a ser, para ellos, ele­
m ento indispensable para su existencia. Sin em bargo, de cuando en
cuando se levantaban algunos fortines, y se fundaban algunas reduc­
ciones^. de indios p or padres m isioneros. A sí en 1740 dos padres
je su íta1^ fundaron una reducción cerca de la desem bocadura del río
Salado, i que llam aron C oncepción, y m uchos indios se acogieron a
ella. A \pesar de todo, los salvajes, siem pre hostiles, dom inaban la
•mayor p arte del territo rio de la actual provincia de B uenos A ires.
L o s estableciiiiientos rurales eran asaltados con frecuencia. E n
1738 los indios del sur, oeste y norte de la Pam pa concertaron una
alianza y se levantaron, dirigidos por el cacique C aleliyán, y sos­
tuvieron una lucha tenaz con las fuerzas m andadas desde B uenos
A ires. Ricos establecim ientos de cam po de A rrecifes, A reco, etc.,
fueron saqueados. E l pueblo de L u já n fué atacado, y los salvajes
saquearon la población y arrearo n todas las haciendas.
L as correrías, en d istintas épocas, alcanzaron h asta las fro n te­
ras de C órdoba, arrasan d o todo lo que encontraban a su paso.
A fines de 1740 la indiada del cacique C angapol llegó h asta el
partid o de la M agdalena, saqueó las estancias, m ató a m ás de 200
vecinos, y se llevó cautivos a las m ujeres y a los niños. El m ism o
cacique, am enazó, luego, la reducción de la Concepción a orillas
del Salado; pero se consiguió apaciguar sus instintos de destrucción
y a ju sta r la paz con la en tre g a recíproca de prisioneros (1741).
E n 1744, la superficie aprovechada y defendida de la provincia
de B uenos A ires no pasaba de 28.000 kilóm etros cuadrados.
E n 1754 llegaron los salvajes h asta el partido de M atanzas des­
truyéndolo to d o ; pero fueron castigados.
E n 1766 los indios invadieron la zona defendida pasando la
línea del S am borom bón en tregándose al saqueo de las estancias.
CevaDos com binó un plan estratégico contra ellos y consiguió
e scarm en tarlo s; pero no p ara siem pre.
E sta s líneas de avance sufrían retrocesos, ya por el abandono
en que se las dejaba, ya p or ser form idables las invasiones de los
indios. E n general, las ten tativ as de los m isioneros p ara som eter
pacíficam ente a los indios pam pas, tuvieron poco éxito y esto se
debió a que, por naturaleza, eran reacios a toda disciplina, y ávidos
de vida erran te, a que los incitaba la llanura infinita.
E n 1744, la ciudad de B uenos A ires contaba 10.200 h abitantes y
su cam paña 6.033. E n 1778, tenía 24.754 la ciudad y 15.425 la cam paña.
D u ran te el siglo X V II se fundaron algunas poblaciones en la
provincia de B uenos A ires que, en un principio y en su m ayor parte,
fueron fortines o guardias. Así, M ercedes fué un fortín que se lla­
m aba G uardia de L u ján (1779). H a sta 1780 se habían fundado las
poblaciones, fortines o gu ard ias siguientes; (V éase el m apa).
— 177 —
EL
VIRREINATO
E l Virreinato del Río de la Plata
Causas que determinaron su creación. Su jurisdicción (')
-La línea divisoria que fijaba el trata d o de T ordesillas
(1494) no fué nunca trazad a sobre el terreno, y esto fué
m otivo de continuas desinteligencias y pretensiones en tre las
autoridades españolas y portuguesas.
M orón.— (G u a rd ia ) 1600. — P arro q u ia en 1679. A parece com o pago o p a rtid o en 1801.
L u ján .— (C ap illa) 1630. — P a rro q u ia en 1715. P a rtid o en 1744.
B aradero .—- ( V a ra d ero ). — R educción de indios en 1664. P arro q u ia en 1769. E l íitícl
a o rillas del riacho, servia de v arad ero y dió nom bre al riacho y al pueblo.
L as C onchas.— F u n d ad o en 1676. A parece como p artid o en 1744.
Q uilm es. R educción de indios quilm es en 1677. A parece com o p a rtid o en 1769.
San Isid ro . F u n d ad o en 1719. — P arro q u ia en 1706. A parece com o partid o en 1778.
A reco. (S an A n to n io d e). — F u n d ad o en 1725. P a rro q u ia en 1856.
M agdalena.— P u eb lo fundado en 1730. A parece com o p a rtid o en 1774.
San V icente.— F u n d ad o en 1734. — A parece com o p artid o en 1801.
San N icolás.— F u n d ad o en 1749, — A parece com o p a rtid o en 1778. El C ongreso de
1819 lo declaró ciudad por sus servicios co n tra la anarquía.
M erlo.— Su origen fué u n a capilla lev an tad a p o r D. F ran c isco M erlo en 1730. E l
pueblo a ctu al se fundó en 1754.
A rrecifes.— En 1756 ap arece el pueblo con el n o m b re de C apilla de P e ña Iva. S u
nom bre proviene de unos arrecifes que existen en el a rro y o inm ediato al pueblo.
Pilar.— A parece com o g u a rd ia en 1744. El pueblo se fundó en 1772. P a rtid o , en 1801.
Salto.— A grupación de ranchos a orillas del a rro y o “ Saladillo C hico” hacia 1772Su^ n o m b re proviene de un salto que form a el arroyo.
C hascom ús.— U n a población de ran ch o s del p araje llam ado el Z anjón, se tra sla d ó al
sitio actu al en 1777. Su nom bre significa “ P aís de las lagunas” .
M onte y R ojas.— Como g u ard ias en 1779. P a rtid o s, en 1801.
R anchos.— F o rtín en 1779. R ecibió tal nom bre p or un ran ch o que va existía en el sitio.
M ercedes.— G uardia de L u ján en 1779. Se d eclaró V illa en 1846, C iudad en 1865.
N avarro y Lobos.— Como fo rtin es en 1779. P a rtid o s, en 1815.
A reco (C arm en d e ).— Como g u ard ia de A reco en 1779. P a rtid o en 1854.
P ergam ino.— F u ndado a m edía los del siglo X V I I I . P arro q u a en 1779 A parece com o
p artid o en 1801. Su n o m b re, tom ado del arro y o , se a trib u ye a, h ab erse e ncon­
tra d o en las inm ediaciones de éste unos rollos o libros cu b iertos de pergam ino,
p erdidos p or alg u n a de las expediciones que se d irig ían al interior.
San Ped ro .— A parece com o p arro q u ia en 1770. E l pueblo se fundó en 1780.
L as autoridades españolas de la A sunción no se preocupa­
ro n de colonizar las regiones del P la ta hasta 1580, año en
q u e G aray fundó la ciudad de Buenos Aires. D espués de
1617, en cuya fecha se creó la gobernación del m ism o nom ­
bre, separada del P araguay , y con residencia del gobernador
en la nueva ciudad, tam poco hubo preocupación alguna por
colonizar la m argen izquierda del estuario para prevenir la
ocupación de ella por los portugueses.
E n 1580 P o rtu g al fué agregado por Felipe II al reino de
E spaña, por herencia; pero en 1640 consiguió sacudir el yugo
y hacerse independiente. D esde entonces, y con la circuns­
tancia del estado de decadencia en que había caído España,
al finalizar el siglo X V II, los portugueses se envalentona­
ron y dieron nuevo im pulso a sus em presas de colonización
invadiendo territo rio s legítim am ente españoles. Así, en 1680,
se establecieron en un paraje frente a Buenos A ires, y lo
fortificaron. F ué la llam ada Colonia del Sacramento. D esde
entonces el comercio de contrabando tom ó grandes propor­
ciones, facilitado por la presencia de los portugueses en
lugar tan cercano.
H ubo o tras ten tativ as de ocupación en parajes diferenm 1S ^ e ta " es v er A .
B.
G ro sso :
H is to ria A rg en tin a
y A m ericana,
--178 —
—179 —
tes h asta que, a fines de 1723, realizaron un desem barco en
la pequeña península donde fué fundada, m ás tarde, la
ciudad de M ontevideo.
E l atrevim iento de las autoridades portuguesas del B rasil
era cada vez m ayor, y ello debía inducir al gobierno español
a prevenir situaciones aún m ás peligrosas, estableciendo
•un gobierno suficientem ente fuerte como para ser respetado.
L a gobernación de Buenos A ires dependía del v irrey de
L im a. L a distancia enorm e que separaba esta ciudad de la
de Buenos A ires era, entonces, u na dificultad m uy grande
que im pedía las com unicaciones rápidas. A dem ás, la gran
extensión del territo rio hacía necesario, tam bién, subdividirlo
y organizarlo en form a conveniente, con una autoridad que
m ereciera respeto, a fin de prom over el progreso general.
P o r Real Cédula de 8 de A gosto de 1776, se creó el V i­
rrein ato del Río de la P la ta con Buenos A ires por capital.
-El territo rio que se le asignó com prendía:
1. E l territo rio que actualm ente form a la República
A rgentina.
2. L a actual R epública O riental del U ruguay.
3. L a actual R epública del P araguay.
4. L a actual R epública de Bolivia (A lto P erú ).
(El territo rio de Río G rande, que tam bién form aba p arte
del V irreinato, se perdió con m otivo del trata d o de 1777).
V irreinato de Cevallos. E l com ercio libre.
El prim er V irrey que vino al Río de la P lata fué D. P edro
de Cevallos, general distinguido que poseía las condiciones
de energía y habilidad necesarias para concluir, de u n a vez,
con las usurpaciones de los portugueses.
Cevallos venía con un ejército de 9.000 hom bres em barca­
dos en una escuadra de m ás de cien buques. E n F eb rero de
1777 llegó a la isla de S anta C atalina, de la cual se apoderó
sin disparar un tiro. D espués de n o m brar allí autoridades
españolas para reem plazar a las portuguesas, se p reparó para
invadir el territo rio de Río G rande; pero, debido a un tem po­
ral que sobrevino, se dirigió al P lata, desem barcó en M onte­
video y luego m archó a la Colonia. Intim ó a las autoridades
-1 8 0 —
po rtu g u esas la rendición de la plaza y la obtuvo sin con­
diciones.
L a población de la Colonia pasaba de 2000 habitantes y
la edificación era m uy buena, pues las casas se habían cons­
tru id o de piedra, m aterial abundante allí, m uchas con piso
alto y herm osos balcones
y ventanas. L as casas y
las m urallas fueron dem o­
lidas para alejar una nue­
va ten tativ a de ocupación.
Así desapareció una linda
población qué llevaba ya
cerca de 100 años de exis­
tencia.
Cevallos se disponía, de
nuevo, a m archar s o b r e
Río G rande cuando reci­
bió una notificación de
E sp añ a de que se había
celebrado un trata d o de
paz con P o rtu g al.
P o r ese trata d o E spaña
perdía para siem pre, los
territorios de Río G ran­
de y de S anta Catalina.
L a Colonia quedó, defini­
tivam ente, en poder de
E spaña. (T ratad o de San
Ildefonso celebrado el 1» de octubre de 1777).
A dem ás de las m edidas de m ejoram iento general, Ceva­
llos llevó a cabo un acto de gobierno de la m ayor im por­
tancia :habilitó el p u erto de Buenos A ires para el comercio
libre con todos los puertos esp añ oles1.
Sabido es que por el puerto de Buenos A ires no se
perm itía com ercio directo alguno con la m ism a E spaña, ex­
cepto por concesiones especiales raras veces concedidas. E sta
prohibición facilitó el co n trab an d o ; pero benefició a los po­
bladores, tan to de Buenos A ires oomo del in terio r y h asta
de Chile y del P erú.
L a habilitación del puerto de Buenos A ires, invirtió el
rum bo norte-sur del com ercio entre esta ciudad y el in terior
sin excluir las regiones del A lto P erú o Bolivia y aún del
B ajo P erú.
Así, pues, el A lto y el B ajo P erú , el P ara g u ay y tam ­
bién Chile, así como todo el in terio r del actual territo rio
argentino, al m ism o tiem po que podían recibir del p u erto de
Buenos A ires las m ercaderías necesarias, daban salida, a su
•vez, por este m ism o puerto, a los productos n atu rales que
extraían del suelo, y a los m anufacturados de sus nacientes
industrias. (V e r A . B. G ro sso : H is t. A rg e n tin a y A m ericana, pág. 386).
Virreinato de Vértiz: su acción progresista
Real Ordenanza de Intendentes
•A Cevallos sucedió D. Ju an José de V értiz (Ju n io 12 de
1778). Su nom bram iento fué m uy bien recibido pues ya
había dem ostrado sus excelentes dotes dé ad m in istrad o r co­
mo últim o gobernador que fué de la provincia de B uenos
Aires. De su gobierno pro g resista deben citarse las inicia­
tivas y obras s ig u ie n te s:
Fronteras. — L as invasiones de los indios en la provincia
de Buenos A ires eran frecuentes, y para defender, en lo
posible, la p arte poblada, se había establecido ya, en 1744,
una línea de fortines desde la M agdalena, pasando por M o­
rón, M erlo, L uján, Areco, h asta el arroyo del M ed io ; pero
V értiz, en 1779, m andó org an izar una nueva línea m ás le­
jana. E stas líneas de fortines eran de poca eficacia, pues, de
cuando en cuando, se realizaban invasiones form idables con
incendios y saqueos de poblaciones y estancias. (V éase pá­
gina 176).
Censo.— V értiz m andó lev an tar un censo en 1778, que
dió 24.750 habitantes para la ciudad de B uenos A ires, y
12.925 para la cam paña.
— 182 —
E dilicia. — L a ciudad de B uenos A ires se hallaba en un
verdadero estado de abandono cuando V értiz ocupó el go­
bierno. N o había hospitales, alum brado público, servicio de
policía que m ereciera ta¡ nom bre, veredas ni em pedrados.
P a ra m ejorar tan grave es­
tado de cosas, m andó em pe­
d ra r algunas calles, construir
veredas, colocar pasos de pie­
dra en las esquinas de las ca­
lles no em pedradas, y estable­
ció el alum brado público con
velas de sebo. A lgunos años
m ás tard e se em pleó la grasa
de potro, puesta en los can­
diles (1792).
E l P ro to m ed icato . — Como no
existían m édicos, los enferm os
eran asistidos por curanderos
y curanderas.
E n la expedición de Cevallos había venido un médico,
el doctor M iguel O ’G orm an,
y V értiz consiguió que se que­
dara en Buenos A ires. Así se
pudo crear el P rotom edicato
cuya misión e'ra la de fiscali­
zar el ejercicio de la m edici­
na. E sta institución fué el ori­
gen de la prim era escuela de
...... .............
m edicina cuyo director fué el
mismo O ’Gorm an.
B eneficencia. — Fundó la “Casa de N iños E xpósitos”, una
“ Casa de H u érfan o s” y un “H ospicio de M endigos”.
L a im p re n ta .— E n la A m érica española se conoció la im­
prenta, por prim era vez, en M éxico, y, después, en Lim a.
E n el Río de la P lata los jesuítas fueron los prim eros que
tuvieron una im prenta, fabricada en los talleres de sus re­
ducciones, así como la dotación necesaria de tipos de m e­
tal, fundidos tam bién por ellos.
— 183 —
L a prim era im prenta, im portada, la poseyeron los pa­
dres del Colegio de M o n serrat en Córdoba, hacia el año
1764. D espués de la expulsión, en 1767, quedó en poder
de los franciscanos, quienes la tenían abandonada, h asta
que, en 1780, el virrey V értiz la adquirió y la hizo traslad a r
a Buenos A ires. E stab a en buenas condiciones y ten ía una
dotación suficiente de tipos.
P o r dicha im prenta, que se llamó, después, “ R eal Im ­
p renta de N iños E xpósito s” se publicaron bandos, cartillas,
y los prim eros periódicos, que fueron el “T elég rafo M er­
cantil” y el “Sem anario de A g ricu ltu ra y C om ercio” .
C u ltu ra . — M ucho se preocupó V értiz de la cu ltu ra del
pueblo. Cuando era go b ernador había iniciado los cursos
del Colegio de San Carlos (1773), inaugurando éste defi­
nitivam ente, en un acto solem ne, el 3 de noviem bre de 1783
con el nom bre de R eal Colegio C onvictorio Carolino.
M andó levantar una construcción para teatro , que fué
llam ada “ Casa de C om edias”. (V er pág. 221).
A d u a n a .— A bierto el pu erto de Buenos A ires al com er­
cio libre con algunos otros de la P enínsula, se hizo necesaria
la fundación de una aduana p ara la m ejor percepción de las
ren tas del com ercio exterior •(Julio de 1778). E ra u n a ins­
titución de gran im portancia, puesto que no sólo le corres­
pondía la recaudación de los derechos aduaneros, sino que,
con frecuencia, debía evacuar consultas y producir inform es
de carácter financiero.
E xploraciones. — D espachó una expedición para explorar
la P atagonia, m andada por A ndrés y F rancisco B iedm a; y
al m arino V illarino, p ara que explorase los ríos C olorado y
N egro. R esultó de ello la fundación del pueblo de Carm en
de P atagones.
M andó a E n tre Ríos al capitán T om ás R ocam ora para
que procediera a la fundación de las villas de G ualeguay,
G ualeguaychú y Concepción del U ru g u ay (1783).
L a s in ten d en cias.— E n 1782 se expidió una “ Real O rde­
nanza de In ten d e n tes” por la que el territo rio que consti­
tuía el V irreinato del Río de la P lata, quedó dividido en
ocho intendencias, ordenanza que fué puesta en práctica,
m ás tarde, por el virrey L oreto.
— 185 —
— 184 —
L as intendencias fueron las sig u ie n te s:
1.
2.
3.
4.
La Paz
Cochabamba
P otosí
Chuquisaca
5.
6.
7.
8.
Paraguay
Salta del Tucumán
Córdoba del Tucumán
Buenos Aires
E xistían, adem ás, cuatro gobiernos políticos y m ilita­
re s: M oxos, C hiquitos, M isiones y M ontevideo. E stos de- •
pendían directam ente del virrey.
L as intendencias estaban divididas en subdelegaciones
y, de éstas, las que correspondían a las de Salta, Córdoba y
Buenos A ires, dieron origen, m ás tarde, a las actuales pro­
vincias argentinas.
Intendencia de Salta del Tucumán:
A ctual P rov. de Salta
*
» » Ju ju y
»
» » T u cu m án
*
* > C atam arca
*
> » S antiago del Estero
Intendencia de Córdoba del Tucumán:
A ctual P ro v . de C órdoba
*
*
» L a R ioja
*
»
> S an Ju a n .
»
»
» M endoza
*
»
» San Luis
Intendencia de Buenos Aires:
A ctual P ro v . de B uenos A ires
*
» » S an ta Fe
»
>
»
» C orrientes
*
s> » E n tre Ríos
*
R ep. O rien tal del U ruguay.
»
Gob. » M isiones (30 pueblos)
*
»
» P am pa, P atag o n ia, T ie rra del Fuego,
M alvinas (C om andancia de la Soledad)
L a Intendencia de Buenos Aires fué suprim ida y, des­
de ese m om ento, paso a ser regida por el virrey.
P o r real cédula de 6 de m ayo de 1784 se instituyó la
nueva intendencia de P uno cuya capital era la villa del
m ismo n o m b re; pero en 1796 fué incorporada al V irreinato
del P erú.
Sublevación de T upac A m arú
L a vida que pasaban los indios era insoportable, no
sólo por el trab ajo pesado que ejecutaban, sino tam bién por
el trato inhum ano que recibían, sin contar los despojos que
sufrían continuam ente, practicados por los corregidores en
com binación con jueces y gobernantes. Los pobres indios
concluyeron por sublevarse en 1780.
U n cacique, llam ado Gabriel C ondorcanqui, que había
sido educado en un colegio de la ciudad de Cuzco, y que
se consideraba descendiente de uno de los Incas, com pade­
cido de los sufrim ientos de sus com pañeros, se sublevó, con
la idea de restablecer el antiguo Im perio, y tom ó el nom bre
de T upac A m arú. L os indios, se sublevaron en núm ero m a­
y or de 60.000. L a insurrección iba tom ando proporciones
alarm antes y se extendía por to d o el n o rte del V irreinato.
' V értiz despachó un ejército al A lto Perú, en auxilio de
las fuerzas organizadas por el v irrey de Lim a. D espués de
m uchos com bates sangrientos y de crueldades, com etidas
de una y otra parte, los indios fueron som etidos.
T upac A m arú fué tom ado prisionero y condenado a
una m uerte trágica. L e cortaron la cabeza an te la im po­
sibilidad de descuartizarlo a la cincha de cuatro caballos *.
V értiz, en agosto de 1783, pidió ser relevado del m an­
do, pero desem peñó el cargo h asta m arzo de 1784.
Virreinatos de Loreto y Arredondo. E l Consulado
A V értiz le sucedió N icolás C ristóbal del Campo, m ar­
qués de L oreto (1784-1789).
E l v irrey L oreto, m uy honrado, se caracterizó por el
orden que ponía en toda la adm inistración y p o r el celo
con que vigilaba los intereses del fisco, a tal punto que se
hizo im popular por su severidad. F u é contrario a toda ini­
ciativa encam inada a favorecer la instrucción pública, por
el tem or de que las nuevas ideas liberales, que tan to se p ro­
pagaban en esa época, pudieran constituir, m ás tarde, un
grave peligro. F u é así que se opuso a la iniciativa de V értiz
de crear en Buenos A ires una U niversidad.
F om entó la agricultura y la indu stria del tasajo o car­
ne salada. Le correspondió poner en práctica la “O rde­
nanza de intendentes” conform e al proyecto de su antecesor
V értiz. Instaló nuevam ente en Buenos A ires la A udiencia
(1)
V értiz no in te rv in o p a ra nada en el juicio a que fuera som etido T upac
A m arú, ni tuvo conocim iento de la sen ten cia h a sta después de la ejecución. E l
m ism o rey C aries I I I quedó p ro fu n d am en te apenado h a sta el fin de su vida.
-1 8 6 -
— 187 —
Real (1785) que, creada por cédula real de 1661, e instalada
en 1663, había quedado en funciones h asta 1673, es decir,
d u ran te diez años solam ente.
E n ese tiem po llegaron a Buenos A ires los com isiona­
dos que debían realizar los trab ajo s de la dem arcación de
lím ites entre las posesiones de E spaña y P o rtu g al en A m é­
rica, según el tratad o de San Ildefonso de 1777. (Ver pág. 180).
M uchos de ellos, después de cum plida su m isión, se radi­
caron en Buenos A ires y contribuyeron con sus conocim ien­
tos científicos al adelanto del país 1.
A L o reto le sucedió Don Nicolás de A rredondo, hom ­
bre de m éritos y honrado como su antecesor; pero de ideas
m ás liberales (1789-1795) 2.
D u ran te la adm inistración de A rredondo se creó el
C onsulado (1794) cuyo secretario fué el jqven abogado M a­
nuel B elgrano, desig­
nado para este cargo
por nom bram iento he­
cho en E spaña, resi­
diendo él allá, y sin
gestión alguna de su
parte. B elgrano, m uy
versado en cuestiones
económicas, se entre­
gó con entusiasm o al
desem peño de su car­
go, con v'erdadero pro­
vecho para el país.
G obernaba A rredon­
do cuando la corte de
B e lg ra n o , S e c re ta rio del C o n s u la d o
E spaña, p o r c é d u la
de 1791, am plió la libertad de comercio para los barcos de
cualquiera nacionalidad que in trodujeran en el país negros
esclavos, concediéndoles el perm iso de cargar p ara el viaje
de retorno, cueros, huesos, sebo, cerda, lana y otros pro­
ductos naturales *.
A A rredondo le su ced iero n : D. P ed ro Meló de P o rtu g al
y V illena (1795-1797); D. G abriel Avilés y del F ierro, m ar­
qués de Avilés (1799-1801) y D. Ju an del P ino y Rozas
(1801-1804).
G obernando Meló, D. F élix de A zara, ingeniero, presentó
un inform e con un plan de defensa co n tra los indios que
invadían, a m enudo, las regiones fronterizas. M eló m urió
en P ando (B anda O riental) 2.
F ué du ran te el gobierno de Avilés que el español F ra n ­
cisco Cabello fundó el prim er periódico en Buenos Aires
titulado “T E L E G R A F O M E R C A N T IL ” rural, político, eco­
nómico e historiógrafo del Río de la Plata, cuyo prim er
núm ero lleva la fecha l 9 de abril de 1801 3.
E l virrey del P ino im pulsó la instrucción pública, crean­
do u n a cátedra de A natom ía que dirigió el doctor F abre, y,
posteriorm ente, las de m edicina y quím ica.
Se crearon tam bién, por particulares, una escuela de
p intura y otra donde se enseñaba idiom a francés.
E n 1802 el virrey del P ino suprim ió la publicación del
“T elégrafo M ercantil” pero D . H ipólito V ieytes, nacido en
Buenos Aires, fundó el “ S E M A N A R IO D E A G R IC U L T U R A
Y C O M E R C IO ” con un program a m ás am plio que el del
“T elégrafo” . L a propaganda del “ S E M A N A R IO ” se p articu ­
larizaba con el estudio de las cuestiones económicas, prepa­
rando, asi, el terreno en el que germ inaría, m ás tard e, la
sem illa de la libertad. D ejó de publicarse en 1807, con m otivo
de las invasiones inglesas. E l v irrey del P ino m urió en 1804,
sucediéndole el m arqués de Sobrem onte. E ste había sido se­
cretario del virrey V értiz, y, posteriorm ente, gobernador
intendente de Córdoba. F undó el pueblo de San Fernando
e inició los trab ajo s del canal del m ism o nom bre.
(1) M erecen ser citad o s los p rin cip ales de ellos, que fu e ro n : los capitanes de
navio D on D iego de A lvear y D on F élix de A zara, los in g enieros D on P e d ro
C ervino, D on Jo sé C ab rer y D on A n d rés de O y árv id e. T odos ellos p rodujeron
notables inform es, m em orias o relaciones h istó ricas a cerca de los tra b a jo s de la
dem arcación. Los tra b a jo s realizados sobre el te rre n o fueron ím probos, p o r las
pen u rias y dificultades, a veces increíbles, que te n ía n q u e su frir en las regiones
salvajes, b añadas p o r los ríos P a ra g u a y y U ru g u ay , en su curso superior, y sus
num erosos trib u tario s.
(2) E n esa época (1789) estalló la R evolución F ra n c e sa cuyos hechos influ­
yeron, m ás ta rd e , en los aco n tecim ien to s que p reced iero n y siguieron a la R evo­
lución de Mayo,
(1 ) T an gran d e fué el increm ento de e ste com ercio que en c u a tro años se
exportaron m ás de 3.700.000 cueros vacunos.
(2) D e 1797 a 1799 ocupó el p uesto in te rin a m e n te , D on A ntonio O laguer
Feliú que desem peñaba el cargo de g o b e rn a d o r de la plaza de M ontevideo.
(3) El e rro r, que ha perd u rad o h a sta hace m uy poco tiem po, dando como
a parecido el “ T elégrafo M erca n til’' d u ra n te el gobierno del v i r r e y P in o , en vez
d e A vilés, h a sido rectificado p o r el D r. José M . Sáenz V aliente en el “A n uario
de la Sociedad de H istoria A rg e n tin a ” del año 1941, p ág. 288.
— 189 —
— 188 —
La legislación de Indias en la teoría y en la práctica
L os españoles, al establecerse en las regiones conquistadas de
A m érica, trajeron sus costum bres y leyes adaptándolas, en m uchos
casos, a las m odalidades propias de las nacientes colonias de las que
form aban parte las poblaciones indígenas.
A sí nacieron, de m anera continuada, disposiciones de carácter
civil, com ercial, m ilitar y eclesiástico, en tan g ran núm ero que h a ­
cían engorrosa la búsqueda de los docum entos, pues que constituían
un conjunto inform e de cédulas, m andatos y sentencias.
V arias fueron, en d istintas épocas, las recopilaciones, m ás o m e­
nos ordenadas y com pletas, que se realizaron h asta que una ju n ta
de consejeros, de la que fo rm ab a p arte el em inente ju rista D on
Ju an de S olórzano P ereira, que había ocupado cargos de im p o rtan ­
cia en A m érica, ultim ó la com pilación, en 1680, que fué prom ulgada
por el rey C arlos I I en 1681. Su designación fué: Recopilación de
leyes de las Indias.
E sta s leyes dem u estran que era co n stan te el in terés y el des­
velo de los m onarcas españoles p ara p roporcionar el m ejo r bienes­
ta r a los colonos, así com o a los indios, ta n to m ás a éstos últim os,
que eran considerados com o súbditos. Y era con este p ro pósito
que, frecuentem ente, se o rdenaban investigaciones p ara establecer la
veracidad de los cargos que se hacían co n tra los encom enderos y
gobernantes. E n la práctica, las “L eyes de In d ia s” no tuvieron el
éxito que esperaban sus com piladores. Los g obernantes, desde los
m ás altos a los m ás hum ildes, salvo rara s excepciones, eran deshonestos en el desem peño de sus cargos, pues sólo se preocupaban de
o btener beneficios violando las leyes y ordenanzas.
D e nada valía que lós g obernantes, aun sin excluir a los de m ás
alta categoría, tuviesen que p rese n tar un inventario de sus bienes
antes de ocupar el cargo, y ju ra ra n que no cobrarían coim as en el
desem peño de sus funciones.
INVASIONES
ING LESA S
Antecedentes
E n F rancia, luego de la revolución de 1789, un hom bre
de condiciones excepcionales, había conseguido ser procla­
m ado E m perador con el nom bre de Napoleón I. (M ayo de
1804). E ste hom bre, con sus conquistas, había llegado a
ser un peligro para la libertad del m undo. In g laterra tra tó
de form ar una coalición de defensa común y buscó aliados.
E spaña, gobernada por Carlos IV , rey bien intenciona­
do; pero de carácter débil e indeciso, siguió una política, a
veces n eutral y, otras, veladam ente favorable a N apoleón,
con quien llegó a firm ar un tratad o secreto.
(
In g late rra juzgó incorrecta la actitud de E spaña y, ha­
biendo tenido conocim iento de que cuatro frag atas espa­
ñolas llevaban grandes caudales que debían ser entregados,
secretam ente, a N apoleón, ordenó que fueran apresadas.
Cerca de Cádiz, las cuarto fragatas fueron atacadas y
rendidas por la fuerza, excepto una, la “M ercedes”, que
voló, pereciendo la esposa e hijas del general don D iego de
Alvear. D on Diego y su hijo Carlos, se salvaron por el he­
cho de haberse encontrado, casualm ente, en una de las tres
fragatas rendidas. (O ctubre 5 de 1804).
A nte este hecho, E spaña no podía sino declarar la gue­
rra a In g late rra y aliarse a F ran cia (1805).
L a Colonia del Cabo era una posesión de H o lan d a ; pero
como esta nación estaba entregada a la política de N apoleón,
In g late rra, que se encontraba en gu erra con él, resolvió
apoderarse de aquella colonia por considerarla territo rio ene­
m igo. Con este propósito fué enviado el com odoro H om e
P opham al m ando de una escuadra con tro p as de desem ­
barco, uno de cuyos jefes era el general Guillerm o C arr
Beresford.
In g late rra abrigaba tam bién la intención de apoderarse
de las colonias españolas del P la ta ; Popham , que conocía
estas intenciones de su gobierno, decidió realizar la arries­
gada em presa. E m barcó en su escuadra una p arte de las
tropas que había utilizado en la tom a de la Colonia del
Cabo, poniéndolas al m ando del general B eresford, e, inm e­
diatam ente, salió con rum bo a Buenos Aires
Primera invasión
D u ran te la prim era m itad del mes de Junio de 1806 co­
m enzaron a circular rum ores en la ciudad de B uenos A ires
de que habían sido avistados algunos buques de g u erra no
españoles. U n “práctico” que había sido despachado desde
M ontevideo para recorrer el estuario, com unicaba desde la
E nsenada de B arragán, el día 22, que había encontrado
varios buques a pocas leguas de allí, y que había sido per­
seguido de inm ediato, por eílos. Y a no existían dudas acer­
ca de los rum ores y de los propósitos de la expedición avisZ 1) L,a población de la ciudad de B uenos A ires e ra , entonces, de 45.000
habitan tes.
13
*
— 190 —
tada. E stas noticias decidieron, por fin, a Sobrem onte a adop­
ta r las prim eras m edidas de defensa.
G rande era, sin em bargo, la confianza de Sobrem onte, y
lo d em ostraba el hecho de que, el día 24, se entregara, con
toda su fam ilia, a celebrar el cum pleaños de un futuro hijo
político suyo. L a fiesta fam iliar, celebrada en el F u erte, con­
tinuó en el teatro , donde se realizó un espectáculo apropia­
do al acontecim iento, y fué precisam ente allí en su palco,
donde Sobrem onte recibió el p arte de que los ingleses se
prep arab an p ara desem barcar en la costa de Quilines.
H ab ían Conseguido, con un am ago de desem barco en la
E nsenada, en g añ ar a L iniers (*) com andante del puerto.
Se encontraban fondeadas en las valizas interiores algunas
cañoneras y o tras em barcaciones, todas arm adas con caño­
nes de diferentes calibres y tripuladas por cerca de 200 hom ­
bres ; pero no se m ovieron del fondeadero, ni dispararon un
tiro.
El 25, a m edio día, los ingleses desem barcaban ya tra n ­
quilam ente en la playa de Quilm es, y, atravesando los b a­
ñados, ocuparon la población a las 3 de la tard e sin ser mo­
lestados en absoluto.
E n la ciudad, S obrem onte m andó tocar generala en las
calles llam ando a los m ilicianos. Los vecinos acudían tam ­
bién con la m ayor v oluntad para recibir anuías y m uniciones;
pero la falta de organización im pedía que las cosas se hi­
cieran en orden. E n la F o rtaleza todo era confusión. U nos
pedían m uniciones, otros arm as; los jefes daban órdenes a
g rito s y nadie ottedecía.
P a ra contener a los ingleses salieron hacia el puente de
B arracas (p u en te de G álvez) las fuerzas que se habían or­
ganizado con ta n ta precipitación, unos 1000 hom bres,, con
6 cañones, al m ando del In sp ecto r de milicias. P asó éste el
puente a las nueve de la noche del m ism o día 25, y, al
am anecer del día 26, em prendió la m archa hacia Quilm es,
en busca de los enem igos. E sto s atacaron resueltam ente, y
a las prim eras descargas, los m ilicianos dieron m edia vuelta
y se dispersaron dejando algunos cañones y otras arm as en
(1 ) D . Santiago de L,iniers, francés de nacionalidad, nació en N io rt en 1745
— 192 —
poder de los invasores. R eunidos los dispersos se replegaron
hacia el Riachuelo y repasaron el puente, que luego fué que­
mado, para dificultar a los invasores el cruce del río. A estas
fuerzas, desorganizadas, se unieron otras que acudieron de
la ciudad form ando, así, un to tal de unos 3000 hom bres.
Sobrem onte, m ientras tanto, puso en salvo los fondos de
las cajas reales, enviándolos a L u ján para que, de allí, fue­
ran llevados a Córdoba.
L os ingleses, p or su parte, habían continuado el avance
con grandes precauciones, llegando al R iachuelo y a de no­
che, y se prep araro n para atravesarlo contando p ara ello con
los botes y lanchas que les fué posible conseguir.
E l día 27 por la m añana, después de un copioso aguacero,
se inició un fuego graneado por am bas p a rte s ; pero en me. nos de una h o ra los defensores, faltos de organización y au ­
x ilio s , y ya
sin m u n ic io ­
nes, tuvieron
que cesar el
fuego y em­
prender la re­
tirad a perm i­
tiendo, así, a
los invasores
a t r a v e s a r el
río sin m ayo­
r e s d ific u lta ­
des.
S o b re m o n ­
te, sin atin ar
a nada en su
a t o 1o n d r a m iento, orde­
nó que una p arte de las fuerzas se replegara a la F o rtalez a;
y él, con la caballería, se re tiró al paraje llam ado Monte Cas­
tro, al oeste de la ciudad.
D espués de ord enar el repliegue a la F o rtaleza para pre­
parar, en caso' necesario, una capitulación honrosa, sólo se
— 193 —
ocupó de to m ar las disposiciones necesarias para h u ir con
su fam ilia hacia L uján, donde ya se encontraban los cauda­
les, y así lo hizo acom pañándole una escolta.
Como los ingleses exigieran la en trega de los caudales,
S obrem onte tuvo que traslad arse a Córdoba sin ellos. U n
destacam ento de las fuerzas inglesas los tra jo a la ciudad
y luego fueron enviados a L ondres.
L ibres ya de enem igos, los ingleses, siguieron avanzando
sin que nadie opusiera la m enor resistencia. U n parlam en­
tario, desprendido de las fuerzas invasoras, pasó al Fuerte*
se entrevistó con el brigadier José Ignacio de la Q u intana
e intim ó la rendición. C onvenida ésta, el ejército invasor
em prendió de nuevo la m archa entrando en la plaza M ayor
por la calle llam ada hoy de la Defensa, a las 3 de la tarde,
(Junio 27 de 1806).
El brigadier Q u in tan a entregó las llaves del F u erte, y
éste fué ocupado inm ediatam ente por los invasores izando
en él la bandera inglesa.
«■
A ntes de la entrada
se habían producido en
indignación y protesta,
mo de todo el pueblo
de las tropas invasoras en la plaza,
ésta y en el F uerte, escenas de ju sta
tan to de p arte de los m ilicianos co­
allí reunido.
Al destrozo de las arm as y a las m aldiciones, acom pa­
ñaban los gritos de ¡ tra ic ió n ! ¡ tra ic ió n ! pues nadie se resig ­
naba a soportar lo que estaba sucediendo por in eptitud de
los que m andaban, en prim er lu g ar el virrey, que había
huido cobardem ente.
E l general B eresford expidió una proclam a con la espe­
ranza de tran q u ilizar y satisfacer al pueblo. D ecretó la li­
bertad del culto católico y de la prensa, así com o del com er­
cio, y el respeto a la propiedad. L os m iem bros del Cabildo
prestaron juram ento de fidelidad a S. M. B ritánica y que­
daron confirm ados en sus puestos.
L os habitantes conservarían todos los derechos y privi­
legios de que habían gozado h asta entonces.
— 194 —
Trabajos para la reconquista
Liniers y Pueyrredón.
E l pueblo de B uenos A ires, a pesar de los agasajos y bue­
nas disposiciones de las autoridades inglesas, no estaba dis­
puesto a so p o rtar el yugo de los conquistadores.
No se tardó, pues, en buscar los m edios de lib ertar la ciu­
dad de sus opresores, y, anim ados con este propósito, dos
vecinos de ella, el ingeniero D. Felipe Sentenach y D. Ge­
rardo E steb e y Llac, propusieron el proyecto de excavar dos
galerías debajo de la F o rtaleza y del cuartel de la R anche­
ría ( 1), y, m ediante la explosión de dos m inas, hacerlos saltar
con todas las tropas inglesas allí acuarteladas. Los trabajos
de esta excavación se prosiguieron durante algún tiem po;
pero quedaron interrum pidos por abandono del plan pro­
yectado.
L iniers, que se encontraba en la Ensenada, solicitó y ob­
tuvo .el perm iso necesario para en tra r en la ciudad con el
p retex to d,e v isitar a su fam ilia; pero, en realidad, le llevaba
el propósito de conocer la verda­
dera situación referente a las fuer­
zas con que contaba el invasor.
E ncontró, adem ás de la decidida
disposición del vecindario, el apo­
yo favorable de personas influyen­
tes ; pero L iniers, aceptando co­
m o necesarios estos auxilios, pre­
firió pasar a M ontevideo porque
consideró que allí podía estable­
cer la base adecuada para orga­
nizar la reconquista. Con el si­
gilo necesario, L iniers se tra s­
ladó a la Colonia siguiéndole,
después, D. Ju an M artín de P u ey ­
rredón. E n M ontevideo, con el
gobernador R uiz H uidobro; se celebraron ju n tas de gue­
rra, m ientras se hacían los preparativos en am bas orillas
del P lata.
— 195 —
L as autoridades de los pueblos cercanos de L u ján, M o­
rón, P ila r y otros, organizaban grupos m ás o m enos bien
arm ados. E sto podian hacerlo con b astan te facilidad por la
circunstancia de que los ingleses no se m ovían de los a r ra ­
bales de la ciudad, pues no consideraban conveniente ale­
jarse, de ellos.
P ueyrredón regresó a Buenos Aires, anticipándose a
L iniers,-para ponerse al frente de las fuerzas que se habían
estado preparando y cuya m isión era, ante todo, de p ro te­
ger el desem barco de las que debían llegar. A lcanzaba a
poco m ás de 600 hom bres de caballería, mal arm ados y sin
instrucción suficiente, la fuerza a cuya cabeza se puso P u ey ­
rredón, y con ella, sin esperar la llegada de la expedición
de L iniers, m archó hacia la ciudad ocupando el caserío de
Perdriel.
B eresford, al tener conocim iento de la presencia de esas
fuerzas enem igas, despachó al coronel P ack con 500 hom ­
bres y algunos cañones, quien consiguió batirlas fácilm ente.
L os paisanos, m al arm ados y sin disciplina, no pudieron re­
sistir a los aguerridos ingleses. (A gosto 1?).
F u é en esta acción que P ueyrredón, m uerto su caballo,
se salvó saltando sobre el anca de otro que m ontaba uno
de sus soldados.
D ispersados los paisanos de P ueyrredón, éste se tra sla ­
dó a la Colonia, donde ya se encontraba L iniers p rep aran ­
do el em barco de las tro p as reclutadas.
Los ingleses, después del com bate, regresaron a la ciu­
dad, pretendiendo dar a aquél una im portancia que no tenía.
La reconquista
E l plan de L iniers de o rg an izar las fuerzas necesarias
en M ontevideo, tuvo el éxito que esperaba, pues tan to el
gobernador R uiz H uidobro como las dem ás autoridades, des­
plegaron la m ayor actividad. L a fuerza organizada se tra s ­
ladó por tierra a la Colonia donde le esperaba u na escuadri­
lla para ser em barcada.
El día 3 de agosto se em barcó toda la tro p a en m ás de
veinte em barcaciones de diferente tipo, y la escuadrilla se
dió a la vela al anochecer. E l día 4, an tes de am anecer, lie-
— 196 —
— 197 —
g ab a al p u erto de L as Conchas, sin haber sido avistada por
los enemigos. P ueyrredón, que venía tam bién con L iniers,
desem barcó de un bote con anticipación para reu n ir la gente
que debía concurrir con sus caballadas y provisiones al sitio
que indicaran las luces de tres fogones. A las 10 de la m a­
ñana todo el ejército de M ontevideo, fuerte de 1000 hom bres,
se encontraba ya en tierra. P asando por San F ernando y
San Isid ro ocupó la Chacarita el día 9; y el 10, se situó en
los Corrales de Miserere. L as fuerzas sum aban ya 4000
hom bres. P u ey rred ón tom ó el ‘m ando de la caballería.
L iniers despachó a su ayudante H ilarión de la Q uintana
p ara que en treg ara a B eresford, en el F u erte, un pliego con
la intim ación de rendirse. El jefe inglés contestó que se
defendería hasta el caso que le indicara la prudencia, para
ev itar al pueblo m ayores m ales. E sta contestación llegó al
cam pam ento de Liniers, en Miserere, a la m edia noche del
m ism o día 10. Sin perder tiem po, el ejército em prendió la
m archa hacia la plaza del Retiro, teniendo que vencer las
dificultades que le im ponían los fangales del -trayecto.
E l R etiro fué ocupado, desalojando a un destacam ento
inglés de 200 hom bres que allí se encontraba. (D ía 11).
U n a colum na enviada por B eresford en auxilio de los su­
yos, fué obligada a replegarse a la plaza M ayor. E l grueso
de las fuerzas de L iniers pernoctó en la plaza del R etiro,
y el día 12, antes del mediodía, llevó el ataque general
entrando p o r varias calles, que fueron las llam adas hoy
Reconquista, San Martín, etc.
Los ingleses iban siendo desalojados de los puntos prin­
cipales de la plaza que ocupaban, term inando por reple­
garse a la F o rtaleza e izar bandera de parlam ento.
E l pueblo, sin em bargo, no se conform aba con esto y
pedía que se procediera al asalto del F u erte. B eresford, en­
tonces, m andó enarbolar una bandera española, arriando
la blanca.
E sto produjo un entusiasm o indescriptible. B eresford
y todos sus oficiales y soldados salieron de la F ortaleza
con sus banderas, y m archando al com pás de las bandas de
m úsica, p ara ir a depositar sus arm as an te los vencedores.
(A gosto 12).
Los estandartes, las banderas y todo el m aterial de gu erra
quedó como glorioso trofeo de la victoria.
Agitación popular del 14 de Agosto
. Sobrem onte se había desconceptuado debido a su actitu d
pasiva ante el peligro; y el pueblo, representado en su
m ayor parte por los criollos, ya no estaba dispuesto a so­
portarlo com o gobernante.
E stan d o ausente Sobrem onte, y vencidos los ingleses, era
necesario co n stitu ir una autoridad. E l Cabildo, entonces, de­
cidió convocar a los principales vecinos a una reunión (C a­
bildo abierto) p ara que, teniendo en cuenta la situación
anorm al y los peligros que podían sobrevenir, to m ara alguna
resolución.
L a reunión tuvo lugar el día 14. M ás de 4000 personas se
encontraban disem inadas en la plaza M ayor, así como en los
altos y ba­
jos del Ca­
bildo, a n ­
s i o s a s por
conocer las
d e c is io n e s
de la asam ­
blea.
L a mul­
titu d tem ía
que el Ca­
bildo abier­
to t o m a r a
alguna de­
term inación opuesta a sus ideas, y, dom inada por la im pa­
ciencia, se agolpó a las p u ertas de la sala de reuniones, p ro ­
testó a gritos y enérgicam ente, pidiendo que en el acto se
nom brara a L iniers jefe m ilitar.
El pueblo fué escuchado y L iniers asum ió el mando.
Sobrem onte, m ientras tanto, se acercaba a Buenos A ires
al frente de algunas fuerzas, que había reclutado en el in te­
rior, principalm ente en Córdoba. E n contrábase en F onte-
— 199 —
— 198 —
Plano de Buenos Aires en 1805
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zuelas cuando se le inform ó de la resolución que h abía to ­
m ado el Cabildo abierto.
S obrem onte pretendía e n tra r en la ciudad de Buenos
A ires e im ponerse; pero se le hizo com prender que sem e­
jan te actitu d podía dar lug ar a disturbios graves y a la su ­
blevación de las tropas. El resultado fué que el v irrey quedó
suspendido pasando a la A udiencia y al Cabildo todo lo que
correspondía al orden civ il; y a Liniers, el m ando m ilitar.
E l pueblo em pezaba a ten er conciencia de su derecho,
a sentirse soberano.
A S obrem onte se le ordenó que pasara a la B anda O riental
con las fuerzas que traía, y que se hiciera cargo de la de­
fensa de M ontevideo, pues se ten ía la seguridad de que los
ingleses preparaban un ataq u e con grandes fuerzas.
Aprestos militares en Buenos Aires y en Montevideo.
Creación de batallones.
A pesar de h aber sido desalojados los ingleses, éstos no
abandonaron el proyecto de in te n ta r una nueva acción para
apoderarse de Buenos Aires.
E l com odoro P opham había podido salvarse con to d a la
escuadra y su tripulación, y esto le perm itió perm anecer en
el estuario a la espera de los refuerzos que había pedido,
m ientras se entretenía en bloquear los p u ertos denlas dos
m árgenes.
E n B uenos A ires y en M ontevideo se tom aron las m edidas
necesarias para p rep arar la defensa. En la prim era de estas
ciudades se form aron batallones facultando a los soldados
para nom brar a sus oficiales, y, a éstos, para d esignar sus
jefes.
Los criollos form aron la Legión de Patricios, com puesta
de tres batallones, y que estaba al m ando de D. C ornelio
Saavedra. Se form aron tam bién los cuerpos de arribeños, hú­
sares de Pueyrredón, cazadores correntinos, y algunos otros.
L os españoles se designaban según el nom bre de la p ro­
vincia de su nacim iento: catalanes, gallegos, andaluces, etc.
T odas las clases sociales estaban rep resentadas en estos
batallones: m édicos, abogados, com erciantes, obreros, etc.
— 200 —
H a sta los niños form aron grupos arm ados con hondas y se
ejercitaban, a pedradas, en las calles, dirigidos por algunos
de ellos, entre los cuales se hallaban Cornelio Zelaya y un
hijo de L iniers. T odos los cuerpos llevaban vistosos unifor­
mes, adquiridos a su costa.
Pocos m eses después de vencidos los ingleses, había ya
m ás de 8000 soldados b astan te disciplinados y entusiastas.
M ontevideo, com o plaza fuerte, estaba, a fines de 1806,
bien defendida, debido a la actividad de su gobernador don
P ascual R uiz H uidobro. C ontaba con m ás de 150 cañones,
m uniciones en cantidad y víveres para m ucho tiem po. L a
guarnición pasaba de 3000 hom bres.
Segunda invasión - T om a de M aldonado, M ontevideo
y la Colonia - Ju n ta de g u erra del 10 de febrero
D estitución de Sobrem onte
L as prim eras fuerzas pedidas por Popham , provenientes
del Cabo de B uena E speranza, llegaron dem asiado tarde,
pues B uenos A ires ya había rendido a los invasores.
Popham decidió, entonces, posesionarse de M aldonado
y esperar otros refuerzos, ya pedidos.
A m ediados de noviem bre (14 al 16) desem barcaban en
el puertoy de M aldonado, después de una vigorosa resisten ­
cia opuesta por la guarnición, com puesta de sólo unos 200
m ilicianos.
L o s ingleses perm anecieron en M aldonado a la espera
de m ayores fuerzas. L as prim eras, más de 4000 hom bres,
venían al m ando del general A uchm uty. E ste, con todas las
fuerzas, tran sp o rta d as en m ás de un centenar de barcos,
realizó el desem barco en la playa llam ada del Buceo, cerca
de M ontevideo. (E n ero 18).
D espués de una resistencia mal organizada por inep­
titu d y cobardía de Sobrem onte, los ingleses pudieron p er­
m anecer, allí, con suficiente tranquilidad para p rep arar el
asalto a la plaza de M ontevideo. E sta ciudad sólo podía
ser auxiliada desde Buenos Aires, pues Sobrem onte se ha­
bía retirado al cam pam ento de L as P iedras, perm aneciendo
allí en la inacción.
— 201 -
El prim er auxilio, unos 500 hom bres, p artió al m ando de
D. P edro de Arce, el m ismo de la disparada de Q uilm es
durante la prim era invasión. E l convoy, favorecido por una
noche m uy obscura, pudo cru zar el río a la altu ra de
la isla de M artín García, y desem barcar en la costa oriental
algunas leguas al norte de la Colonia, sin ser descubierto
por los barcos enemigos. (E n ero 26). Después de 6 días de
m archa, pudieron llegar a la plaza de M ontevideo y p en etrar
en ella, cuando y a sus defensores estaban por sucum bir
ante los furiosos ataques del ejército invasor. (F eb rero 1?).
Pocos días después de la p artid a de Arce, salía L iniers
con 1500 hom bres y pudo b u rlar tam bién la vigilancia de
los barcos enemigos. D esem barcó al norte de la Colonia
(E n ero 3 0 ); pero sin en co n trar las caballadas y las carretas
que le habían sido prom etidas. E nco n trán d o se ya en la Co­
lonia, dispuesto a proseguir la m archa a pie, recibió la no­
ticia, el día 4, de que M ontevideo había sido tom ada por
asalto el día anterior.
L iniers dispuso el reem barco de las tro p as y el regreso
inm ediato para reforzar y o rg an izar la resistencia en B ue­
nos Aires.
M ontevideo se defendió heroicam ente de los furiosos a ta ­
ques del ejército sitiador y del bom bardeo de la escuadra.
E l tim orato Sobrem onte, en cambio, perm aneció inactivo,
y una vez rendida la plaza, se retiró , con las fuerzas que
m andaba, a Canelones, y luego estableció el cuartel general
a inm ediaciones del arroyo del Rosario.
Los ingleses, para aseg u rar las bases de sus próxim as ope­
raciones contra Buenos A ires, m andaron u na división para
apoderarse de C an elo n es; y otra, m andada por el coronel
Pack, para ocupar la Colonia y San José.
L a noticia de la rendición de la plaza de M ontevideo p ro ­
dujo tal indignación en Buenos A ires, que provocó un m ovi­
m iento revolucionario. E l pueblo acudió num eroso a la plaza
M ayor, para pedir la convocación de un Cabildo abierto. Así
se hizo, y se acordó que S obrem onte quedase suspendido
de los cargos de V irrey, G obernador y C apitán G eneral
(F ebrero 10). L a A udiencia quedó con el m ando p o lítico,
y Liniers, con el m ilitar.
— 203 —
Sobrem onte, desde Soriano, fué traído a Buenos Aires,
donde perm aneció h asta que, llam ado a E sp añ a p ara ser
juzgado, regresó allí a fines de 1809.
E n E spaña, después de un proceso de casi cuatro años
de duración, el C onsejo de G uerra y M arina lo absolvió de
todo cargo con la declaración de que el juicio no afectaba su
honor y fama. Se ordenó que se le abonaran los sueldos de­
vengados, y fué ascendido a m ariscal de campo
E l dom inio de los ingleses de casi Aoda la banda oriental
del río, con la posesión de M ontevideo y la Colonia, signifi­
caba un peligro enorm e para Buenos Aires. L iniers, con el
propósito de am inorar ese peligro, despachó al coronel don
Francisco Javier de Elio, al m ando de 1500 hom bres, con la
m isión de recuperar la Colonia.
Elio pudo desem barcar sin obstáculos en la costa u ru ­
guaya, aproxim arse a la Colonia y atacar de im proviso a la
g u a rn ic ió n ; pero, si en un principio le favoreció el éxito,
el final de su cam paña fué un descalabro com pleto, que le
obligó a reem barcarse abandonando cañones y otro s per­
trechos de guerra. (A bril de 1807).
LA
D E F E N S A
(P rim e ra p a rte )
Desembarco de los invasores - Combate de Miserere
Con la posesión estratégica de M aldonado, M ontevideo
y la Colonia, los ingleses se dedicaron a p rep arar todas sus
fuerzas, que alcanzaban a 14.000 hom bres, para in te n ta r de
nuevo la em presa de conquistar a Buenos Aires.
M ientras el alm irante M urray, con su escuadra, vigilaba
todo el estuario del P lata, el general W hitelocke activaba los
preparativos para la arriesg ad a em presa. E m barcados 12.000
hom bres en m ás de 100 buques, en tre barcos de g u erra y
transportes, zarparon de M ontevideo el 26 de junio de 1807.
E l día 28 dieron com ienzo al desem barco en las cerca­
nías de la Ensenada. El 30 se m ovían hacia la ciudad. L legada
(1)
Sigfrido A. R adaelti. “ L a irrev e re n c ia h istó ric a ” . P ág. 8.
— 204 —
— 205 —
a ésta la noticia del desem barco de los invasores, las autori­
dades dieron las señales de alarm a con el toque de generala,
llam ada con la cam pana del Cabildo, tocando a reb ato ; y
disparo de tres cañonazos desde la F ortaleza. T odos acudie­
ron a ocupar sus puestos, y se pasó revista a las fuerzas
organizadas.
El l* de Julio el ejército, fuerte de unos 7.000 hom bres,
m archó hacia el Riachuelo, pasó el puente de Gálvez, y se
dispuso p ara p resen tar b atalla; pero el enem igo no aceptó.
E sta salida del ejército del ccntro de la ciudad, para ata­
car al enemigo en cam po abierto, fué un grave error, y, m ás
aún, el haberse colo­
cado del otro lado del
Riachuelo, pues en
el caso de un con­
traste, la r e t i r a d a
h abría resultado un
verdadero desastre.
E l día 2 la van­
gu ard ia del ejército
invasor, al m ando de
Gower, realizó al­
gunos m ovim ientos
sim ulando atacar y
retroceder, para no
descubrir su plan es­
tratégico. D é este
m odo se corrió m ás
lejos del puente de
Gálvez y cruzó el
R i a c h u e l o por el
paso Chico para ir a situarse, al oeste de la ciudad, en los
corrales de Miserere
L iniers, entonces, repasó el río y, al frente de unos 1500
hc/mbres — p arte de las tropas que se encontraban en el
Riachuelo — m archó al encuentro de la v an guardia ingle­
sa, ya acam pada en M iserere. Allí se trabó un com bate que
duró apenas una m edia hora, y concluyó con la d erro ta y
dispersión de las fuerzas de la defensa, con pérdida de trece
cañones, m uertos, heridos y prisioneros. (Julio 2).
L iniers había considerado todo perdido, y a tal punto,
que no se preocupó, en los prim eros m om entos, de reu n ir a
los dispersos, y de com unicarse con las autoridades de la
ciudad. Se refugió en una casa donde según su confesión,
“pasó la noche m ás am arga de su vida”.
Si el jefe de la vanguardia inglesa, después del com bate,
hubiese m archado inm ediatam ente sobre la ciudad, habría
encontrado una m uy débil resistencia, porque las fuerzas
dejadas en ellá eran pocas, y la defensa n o había sido pre­
parada. Y las m ism as tropas que habían quedado en el
Riachuelo, ya desm oralizadas, y casi abandonadas, habrían
sido fácilm ente derrotadas porque, en cam po abierto, no
podían resistir a las aguerridas tropas inglesas.
E l grueso del ejército invasor, m ientras tanto, había
m archado para cruzar el R iachuelo m ás al oeste, y lo hizo
por el lugar llam ado paso de Zamora, incorporándose,
después, a la vanguardia, en M iserere.
LA
DEFENSA
(S egunda parte)
Organización de la defensa - Operaciones del 2 al 4 de Julio.
Ataque de los invasores, del día 5 - Su capitulación.
L as prim eras noticias que llegaban del descalabro su­
frido por L iniers en M iserere, alarm aron a la población; y la
en trad a a la ciudad de las tropas fugitivas en desbande, in­
fluyó para que aum entara la desm oralización g e n e ra l; pero
la reacción no tardó en producirse y contribuyó a afirm arla
la actitud y decisión de las autoridades, destacándose entre
todos el alcalde D. M artín de Alzaga.
(1) E m pezaron a funcionar en 1775 y ocupaban una extensión m ayor de lo que es
hoy la plaza 11 de Septiem bre, pues alcanzaba, detrás de la actual estación del F .C .O .,
hasta
la calle C o rrien tes; y de
la Av. P u ey rred ó n a la calle Ecuador.
14
1
M ientras tan to el coronel B albiani con su división de 2000
hom bres y artillería, desde B arracas, se replegó a la ciudad.
R eunidos los principales jefes para deliberar sobre las me­
didas u rgentes que era necesario tom ar, se adoptó un plan
de defensa que consistía en la form ación de cantones distri­
buyendo las tropas en las azoteas, contando, adem ás, con la
ayuda del vecindario (1).
Se resolvió, asim ismo, establecer una línea de atrinchera­
m iento en cuyo recinto estaba com prendida la plaza M ayor
y las m anzanas de edificación que la rodeaban, en una ex­
tensión de tres a cua­
tro cuadras con algu­
nos puestos avanza­
dos. H abía, ad e m á s,,
una guarnición en la
plaza del R etiro que
ocupaba el edificio del
circo de toros, y una
batería sobre la b a­
rranca inm ediata.
E n las esquinas de
la plaza M ayor, y en
o t r a s , se apostaron
cañones pesados, en­
filando "las calles.
E n las casas, contribuyendo todos los m iem bros de cada
familia, aún los niños, se> hacía provisión de cuanto objeto
podía servir para aniquilar al invasor, utilizando h asta el
9-gua hirviendo.
L a inacción en que perm aneció el enemigo, perm itió or­
ganizar la defensa de la ciudad de m anera tal, que todos
sus defensores, llenos de entusiasm o, confiaban en el triu n ­
fo. Sólo faltaba un jefe de prestigio en quien pudiera el
pueblo confiar su destino. E ste fué Liniers.
L iniers, desde la C hacarita, al frente de una colum na de
1000 hom bres con 13 piezas de artillería, form ada con los
dispersos de M iserere que había podido reunir, em prendió
(1) Debe tenerse presente que la población de la ciudad de Buenos A ires era
de 40.000 a 50.000 habitantes.
la m archa hacia la ciudad y entró por el R etiro en medio
de las aclam aciones del pueblo. Aprobó el plan de defensa
que se había adoptado y que ya estaba en ejecución, y se
dedicó, ya como jefe designado de la defensa, a proseguir
los trabajos para com pletarla. (D ía 3).
Día 4 — D esde el día an terior las avanzadas del ejército
invasor habían entrado en contacto con las avanzadas de
los defensores, provocando guerrillas.
Como ya lo había hecho el día anterior,^el enem igo m an­
dó de nuevo un parlam entario intim ando la rendición, y otra
vez' sin resultado. L iniers contestó al general W h ite lo c k e :
“que m ientras tuviese
m uniciones, la p l a z a
no se ren d iría”.
D u ran te la n o c h e
del día 4 se creyó en
la posibilidad de un
a ta q u e ; pero tran scu ­
rrió tranquila. L os in­
gleses estaban ocupa­
dos en p rep arar el
ataque general para
(la m añana del día
siguiente.
A taque a la iglesia de S a n to D om ingo
J)ía 5. - A la m añana
p o r las fuerzas de la defensa.
, ,
ael día 5 un canoneo
general de los invasores fué la señal del ataque.
El ejército enemigo form ando 3 gruesas divisiones, se frac­
cionó en 14 colum nas, las que debían atacar por el norte, el
oeste y el sur, teniendo com o objetivo com ún la plaza M ayor.
No tardaron los invasores en obtener las prim eras v en ta­
jas en los puntos avanzados, apoderándose del Retiro, en
la p arte norte de la ciudad; y de la Residencia, en la p ar­
te sur. Las dem ás colum nas avanzaban a lo largo de las
calles obteniendo éxito en los ataques llevados co n tra algu­
nos puntos, y, así, habían conseguido hacer flam ear la ban­
dera inglesa en los edificios del circo de toros y de la R e­
sidencia, y en las torres de las iglesias de la Piedad, de las
— 208 —
Catalinas y de Santo Dom ingo, pero estas ven tajas debían
d u ra r m uy poco tiem po p ara ellos, pues a m edida que se
acercaba el fin del día, el triunfo se iba m anifestando en
favor de los defensores, que habían luchado heroicam ente x.
(1) E n la to rre del co stad o este de la iglesia de S an to D om in g o (e n to n c e s te n ía
esa s o lam en te ), e stá n m arcad o s los sitio s donde ch o caro n a lg u n as de las balas la n ­
zadas con un cañ o n cito desde el p a tio de u n a casa vecina. L a s que se ven son
de m adera. P a ra los n o m b res a n tig u o s de las calles v éase el plan o de la pág. 198.
-2 0 9 -
L as tropas enem igas sufrieron enorm em ente, pues m ien­
tras avanzaban por las calles, tenían que sufrir no solam ente
el fuego de fusilería que se les hacía desde las azoteas, bal­
cones y ventanas, sino tam bién el daño de toda clase de
proyectiles y las quem aduras de agua caliente. L os ingleses
habían perdido la m itad de sus jefes y oficiales, entre m uer­
tos, heridos y prisioneros, y casi la tercera p arte de la tropa.
Las pérdidas sufridas por los defensores, fueron tam bién
grandes y d o lo ro sas; pero en m enor proporción.
Liniers propuso a W hitelocke la paz bajo la condición de
que se em barcara con todas sus tropas y evacuara tam bién
la plaza de M ontevideo; pero no aceptó, y propuso, en cam ­
bio, para gan ar tiem po, un arm isticio para recoger los heridos.
El general W hitelocke, viéndose perdido, reunió a los de­
m ás jefes en Junta de guerra y resolvió aceptar la proposi­
ción de L iniers
dejando para el
día 7 la ratifica­
ción y firm a de
la c a p i t u l a c i ó n
cuyas principales
base^ fu e ro n :
l p Que los in­
gleses Se re tira ­
rían de Buenos
A ires y de M on­
tevideo, e n e l
p l a z o de dos
meses.
2P Que los prisioneros serían devueltos.
E l anuncio del triunfo definitivo se hizo con repiques de
cam panas y salvas de artillería.
L a victoria alcanzada por el heroico pueblo de Buenos
A íres sobre los ingleses, fué celebrada con gran entusiasm o
no sólo en la capital sino tam bién en las dem ás colonias
españolas de A m érica y en E spaña mismo.
Se hicieron fiestas, celebráronse funerales en honor de los
m uertos, señaláronse pensiones a las viudas y huérfanos.
— 210 —
Se dió libertad a 70 esclavos por su digno com porta­
m iento en la defensa.
Sobrem onte había sido enviado a E spaña, para ser juz­
gado. E l sucesor fué el caudillo de la reconquista y de la
defensa, es decir, L iniers. L a C orte de E spaña le nom bró
virrey, y el 18 de m ayo de 1808, recibía los títu lo s de tal.
Influencia de las invasiones inglesas
L a victoria obtenida sobre los ingleses fué celebrada
en todas las colonias españolas de A m érica, y el entusias­
mo no tuvo lím ites; pero quienes m ás se exaltaron fueron
los nativos de las poblaciones del P la ta porque a su es­
fuerzo fué debido, en prim er térm ino, la gloria del triunfo.
L a escasez de fuerzas españolas en Buenos A ires hizo
necesaria la organización de cuerpos de nativos y éstos
constituyeron la colum na de apoyo para exigir, m ás tarde,
el reconocim iento de sus legítim as dem andas.
El ab u n d an te arm am ento dejado por los ingleses, per­
m itió d o tar a los nativos, del m aterial necesario para llevar,
luego, la idea de la libertad por todo el V irreinato.
L os ingleses que habían quedado en Buenos A ires, y que
frecuentaban las reuniones fam iliares, no perdían ocasión
para hablar del despótico gobierno colonial de España, y de
insinuar a los criollos ideas de libertad y de independencia.
D u ran te el corto tiem po que los ingleses dom inaron en
Buenos A ires, M ontevideo y M aldonado, establecieron el
com ercio libre, lo cual produjo un m ovim iento considerable
en dichos puertos. E ste hecho hizo com prender que al pro­
h ibir E sp añ a el com ercio libre, procedía en contra de los
intereses de la colonia.
E n M ontevideo se publicó un periódico en inglés y cas­
tellano, “T he S outhern S ta r” , (“L a E strella del S ur” ), con
el fin de dar a conocer a los am ericanos que m uchos de los
m ales que sufrían, tenían por causa el gobierno despótico
que E spaña había establecido en sus colonias.
P uede decirse, pues, que si In g la te rra fué vencida en
la lucha, en cambio había triunfado, en parte, por sus ideas,
que quedaron sem bradas en tie rra fértil.
— 211 —
E S T A D O D E L P A IS A L C O M E N Z A R E L S IG L O X IX
La población del país: principales elem entos. - D ivisión de la socie­
dad - E l gaucho - Comercio - Industrias - Carretas - Arrias - Galeras
Balsas y jangadas - M uelle y puerto - Instrucción pública - Periodism o
L o s prim eros pobladores de las diferentes regiones que hoy fo r­
m an el te rrito rio argentino, fueron soldados en su m ayor parte, y
soldados co ntinuaron siéndolo por m ucho tiem po, puesto que debieron
vivir con el arm a al brazo an te la actitud casi siem pre agresiva de los
indios debida, en ciertos casos, al carácter indom able de algunas tr i­
bus; y, en otros, a las provocaciones de los m ism os conquistadores.
L as poblaciones que, en su origen, fueron pun to s de defensa
—fuertes y fortines— eran pequeñas aldeas con edificios de barro,
en su m ayor p arte. S ituadas a largas distancias unas de otras, vivían
aisladas, rodeadas de peligros y en la pobreza.
E sta s viviendas, en la cam paña, eran ranchos de pob re aspecto,
en cuyo in terio r no reinaba la higiene, pues, según dice A zara, refi­
riéndose a sus m oradores, “ sus habitaciones estaban siem pre rodeadas
de m ontones de huesos y carne podrida porque desperdician cu ad ru ­
plicado lo que ap ro v ech an ”.
L a carencia de m edios de tran sp o rte, rápidos; la falta de cam i­
nos adecuados, el peligro a que se exponían las expediciones, etc.,
eran causas m ás que suficientes para que el progreso fuera lento.
Con el an d ar del tiem po sus habitantes, a falta de m inas que le
perm itieran lab rarse una fo rtu n a rápida, no pudieron esp erar una
recom pensa a ta n to peligro y a tan tas privaciones sino en el tra b a jo
asiduo dedicado a la ag ricu ltura, a la ganadería y a las pequeñas
industrias.
E l país ofrecía, pues, poco atractiv o a los aventureros ávidos de
enriquecerse p ro n to y con poco trabajo.
Se form ó, así, una sociedad m ás dem ocrática que en M éxico y
en el P erú , donde la aristo cracia form aba una parte num erosa.
E n el P lata, la in corporación del elem ento indígena al elem ento
español se realizó en pequeña proporción resultando, por consiguien­
te, en su inm ensa m ayoría, un tipo hom ogéneo sin m estización.
E n C orrientes, com o sucedía en el P arag u ay , el elem ento indí­
gena se había confundido m ayo rm ente con el elem ento español, re­
sultando el elem ento mestizo.
L as poblaciones del centro y del norte, a pesar de? contacto con
— 212 —
— 213 —
los indígenas de la región, no se confundieron casi, debido al carác­
te r m enos sum iso de estos indios que el de los guaraníes.
E n S antiago del E stero los pobladores h ablaban el quichua; y en
C orrientes, el guaraní; pero sólo com o dialecto, pues todos hablaban
el castellano.
L a población del país la form aban, pues, los españoles, en tre los
cuales había, generalm ente, algunos nobles, que venían a ocupar los
m ás altos puestos en el gobierno.
L os criollos, que eran los nacidos en el país, y descendientes de
europeos, eran los m ás influyentes después de los españoles.
L os mulatos, provenientes de la unión de blancos y negros; los
zambos, hijos de negros y m u latas; los mestizos, nacidos de blancos
e indias; y, con éstos, los negros, en m u y co rto núm ero, fo rm aban la
clase baja de la sociedad.
E n tre la clase noble y la clase baja de m estizos, mulatos, etc., se
en contraba la que podría llam arse decente, que la con stitu ían los
europeos y criollos, en su m ay o ría dedicados al com ercio, a la in ­
dustria y a la ganadería.
L a p rim era aparició n del gaucho com o soldado, tuvo lu g a r en
1806, tom ando p a rte en el encuentro de P erd riel co n tra los ingleses,
y fué d u ran te esa acción, cuando uno de esos paisanos libró a Pueyrred ó n de caer en poder de los invasores.
E n los días de la R econquista intervinieron varios centenares de
gauchos que lucharon con el lazo y las boleadoras: su acción fué
brillante.
E l gaucho del siglo X V I I I no llevaba barba, pues usaba la cara
rap ad a com o era de uso general entonces. L levaba el pelo largo y
form ando una tren za qué* caía sobre la espalda.
E l tra je era el siguiente: p an taló n corto hasta la rodilla, abotonado
con cu atro botones. Sobresalía del p an taló n un calzoncillo que llegaba
hasta el pie, con bordados y flecos. Cha­
queta muy corta con cuello y solapas;
camisa blanca, corbata o pañuelo, chaleco
muy abierto, sujeto con dos botones, y
éeñidor; sombrero blando de copa algo
có n ica; poncho o manta, generalmente
doblada sobre el brazo. P o r calzado usa­
ba la bota de potro con espuelas. Ade­
m ás, com o objetos infaltables, el re­
benque, y el cuchillo al cinto.
L o s aperos del caballo m erecían del
gaucho tan to o m ás cuidado que su
traje. U sab a recao y lucía ap eros m ás
o' m enos ricos con piezas de plata.
Sus cantos eran corrupciones de ai­
res andaluces: la cifra, el fandango,
el cielo, etc., parecidos a la jo ta , al
bolero.
D esde entonces (1776) em pezaron
a fig u rar los payadores, gauchos can­
tores que alcanzaron, algunos, g ran g t gauciio de fines del siglo XVIII
renom bre.
Proclam ada la Revolución, prestó el tributo de su esfuerzo y de su san­
gre al servicio de la causa libertadora, y, más tarde, formó los contingentes
del caudillaje federal o militó en las filas de los ejércitos unitarios.
D esde antes de 1830, pero principalm ente con la aparición de R ozas
en la escena política, el gaucho de la prim era época em pezó a tra n s ­
form arse según los cam bios políticos y la influencia de la civilización.
E l gaucho. — U n tipo genuino de la cam paña, m erecedor de alg u ­
nas consideraciones, fué el gaucho, que ta n tá influencia tuvo desde
1810, y aún antes, desde las invasiones inglesas, h asta m edio siglo
después.
U n territo rio tan extenso com o el que constituye la pam p a infi­
nita, con un clim a sano y tem plado, surcado p o r innum erables co­
rrien te s de ag u a que riegan un suelo fértil ap to p ara el pastoreo,
y hollado, entonces, por m illares de anim ales que vag ab an librem ente
y a disposición de quién quería apoderarse de ellos, era apropiado p ara
a tra e r a los hom bres dotados de coraje y de espíritu de independencia.
E n esas regiones apartad as, sin lím ites y sin dueños, era fácil es­
tablecerse ocupando algunas leguas de tierra.
A llí, el paisano levantaba la choza en sitio apropiado, y poco debía
preocuparse p ara satisfacer el h am bre y la sed: la carne de sus an i­
m ales, y el agua del arro y o o de la laguna, próxim os, estab an siem ­
pre a la m ano, así com o
la leña p ara el fuego.
P a ra pro cu rarse algún dinero con que adq u irir pren d as de vestir
y otras cosas, le b astab a vender algunos cueros que obtenía al m o ­
m ento cuereando cuantos anim ales quería. P o r fin, con el caballo, su
com pañero inseparable, suprim ía con facilidad las distancias. L os m u ­
chachos) Ctesde los seis o siete años de edad, ya eran jin etes y ay u ­
d ab an a los m ayores en to d as las faenas rurales. N inguno de ellos,
com o se com prende, salvo rarísim as excepciones, aprendía a leer y
a escribir.
A m edida que las seguridades eran m ayores, g racias a las nuevas
líneas de fortines que se iban estableciendo, se extendía tam bién la
ocupación de la tierra, instalan d o estancias en las cuales el gaucho
trab ajab a com o peón.
Comercio - Industrias
M ien tras en B uenos A ires el m ovim iento com ercial provenía del
intercam bio de los p roductos de la ganadería, y, algún tanto, de la
ag ricu ltu ra, en el in terio r las industrias eran relativam ente florecien­
tes, y su rtían de casi todo lo necesario a la vida sencilla de los ha­
b itan tes de todo el país, y, aún, sobraba p ara ex p o rtar al B rasil,
P erú , etc., alg u n o s de sus productos.
A sí, en Córdoba, en Salta, en Tucumán, etc., existían manufácturas
-2 1 4 —
— 215 —
de tejidos de lana y de algodón y se confeccionaban frazadas, ponchos,
alfombras, jergas, etc.
E n la m anufactura del cuero, se prep arab an becerros, badanas, y
otras variedades, que luego se em pleaban en la confección de cal­
zados, correajes, etc.
E n M endoza, San Juan, L a R ioja y C atam arca, se producían vinos,
y se preparaban en abundancia pasas de uvas y de higos, y los orejo­
nes de duraznos que eran alim entos g u stad o s en aquella época.
E n Santiago del E stero , en T ucum án, en Salta, se cultivaba la caña
de azúcar, y en las
regiones p a n tan o ­
sas, el arroz.
E l laboreo de m i­
nas habia adquirido
b a sta n te d esarro llo
en L a R ioja, en Ca­
tam arca, etc.
E n B uenos A ires
eran p ró sp eras las
in d u strias de la pla­
tería, de la ta la b a r­
tería, de la m olien­
da de harinas, etc.
M edios de trans­
p o rte. —• E l tra n s­
p o rte de las m erca­
derías se hacía, y se
hace todavía en al­
gunas regiones, a
lom o de muía y en
carretas de bueyes,
em pleándose el p ri­
m er m e d ia en las
regiones m o n tañ o ­
sas; el segundo, en
las llanas.
N o existían cam i­
nos hechos expre­
sam ente; pero ellos
se form aban solos
con el tráfico con­
tinuado.
“T u cu m án tenía una im portancia com ercial de prim er orden,
fuera d e lo que debía a los p roductos de su suelo y a la g an ad ería”.
“ E ra el depósito de las m ercaderías que tran sitab an en tre B uenos
A ires y el A lto P e rú ”.
“H ab ía en esta ciudad g randes talleres de construcción de carros
o c arretas p ara el tra n sp o rte de los artículos. Calculábase, entonces,
que una c a rre ta de las m ejo r construidas no duraba m ás de dos años
en los cam inos abom inables de S alta a B uenos A ires, y com o por
otra p arte, no se hacía reg u larm ente m ás que un viaje redondo anual­
mente, venía a d u rar dos viajes de ida y vuelta cada m onum ental
vehículo”.
“ U n a tro p a contaba generalm ente catorce carretas y cargaba hasta
dos m il arrobas, térm in o medio. E l flete de un viaje redondo im ­
p o rtab a unos 5.000
pesos fuertes. E l via­
je de S alta a B ue­
nos A ires, en c a rre ­
tas de bueyes, solía
d u rar tres m eses y
poco m enos de vuel­
ta ; si a esto se ag re ­
ga el tiem po de car­
ga y de las incesan­
tes reparaciones que
las carretas dem an­
daban, adem ás de la
incoriveniencia de sa­
lir del n o rte en cierA taque de indios a u n a tr o p a . de c a rre ta s
t o s m e s e s , y en
otros de B uenos A ires, se com p ren d erá que durase un año el viaje
com pleto, que im p o rtab a 900 leguas de ida y v u elta”. C1).
D e C órdoba a B uenos A ires el viaje en carretas ya era m ás
fácil puesto que se pasaba a las llanuras.
E n las carretas había lo necesario para arm ar cam as en que
poder dorm ir. C uando se hacían paradas para com er, sentábanse los
viajeros sobre sus ponchos, rodeando una fogata, y luego hacían,
el debido ho n o r al asado al asador y al mate.
C onstituían un g rave peligro para los viajeros las hordas de indios
y los bandidos que m erodeaban en las cercanías de los cam inos, y
cuya m isión era la de asa ltar las tropas de carretas o las galeras
para en treg arse al asesin ato y al robo. U na de las prim eras provi­
dencias que debía to m a r una pfersona, al ponerse en viaje, era la de
arm arse en toda regla. L os tro p ero s llevaban tam bién uno o dos
fusiles (de chispa) por cada carreta, adem ás de c tra s arm as. Cuan-dc
se daban cuenta de que les am enazaba un asalto de indios, reunían
todas las carretas en tre sí y form aban un círculo de defensa dentro
del cual se encerraban p a ra defenderse de los atacantes.
C hasqui. • C hasquera. - B alsa. - P e lo ta de cuero. - M uías.
.
Ia
^Poca
de
las lluvias, las trav e­
sías se efectuaban
con grandes dificultades debido al desborde de los ríos y arroyos
y a los pantanos que se form aban.
Las carretas. — F u ero n introducidas en A m érica por los españoles
y su construcción variaba de acuerdo con las circunstancias.
I
tí
(1)
P.
G roussac. — M em .
descrip. del
T ucum án.
— 217 —
L as arrias. — E n las regiones del norte, las m uías co nstitu y ero n
siem pre uno de los principales objetos del com ercio. E n Salta, en el
valle de L erm a, se verificaba anualm ente u n a feria p ara la venta de
m uías a la cual acudían com erciantes de to d as las dem ás poblaciones.
L as arrias se form aban g en eralm en te de unos 300 anim ales. D e­
lante iba la llam ada yegua madrina, con u n cencerro colgado al
pescuezo, y detrás seguían todas las m uías. C ada m uía podía llevar
de 200 a 250 kilos de ca rg a y, m archando, ya por cam inos llanos,
ya por senderos escabrosos, al borde de p rofundos precipicios, reco­
rrían unas seis leguas diarias.
L a llegada de una a rria a alguna población era m otivo de re g o ­
cijo porque, adem ás de las m ercaderías, los arriero s conducían la
correspondencia y, com o esto no sucedía m uy a m enudo, no hay
para que decir con cuan ta aleg ría era celebrado el acontecim iento.
C orreos. — L as enorm es distancias que separaban las d istintas
poblaciones del virreinato, y la carencia de vehículos que p rovocaran
relaciones sociales, ya fuera p o r el acercam iento de las personas
o, a lo m enos, por el interm edio de la correspondencia epistolar, o ri­
ginaban su aislam iento.
L os m alos cam inos y lo peligroso de los viajes, d ificultaban las
comunicaciones;^ pero, h asta m ediados del siglo X V III, la falta de
correos fijos fué la causa principal de que esas com unicaciones no
fueran fáciles y m ás frecuentes.
F u é en 1748 que se estableció en el P la ta el servicio fijo de
correos p o r iniciativa de don D om ingo de B asavilbaso, nacido en
B uenos A ires, quien adm in istró el servicio d u ra n te largos años.
L os correos o “chasquis” m arch ab an a caballo, y la co rresp o n ­
dencia la llevaban en una bo lsa o valija de cuero cerrada con llave.
Seguían generalm ente, en su itinerario, los cam inos que to m ab an
las carretas y las arrias.
D e distancia en distancia había puntos de parada, llam ados pos­
tas, en las cuales se efectuaba la m uda de los caballos. L os encargados
de las postas se llam aban m aestros de postas. U n a posta la co n s­
tituía un ran ch o de barro con techo de totora. (V e r pág. . . . ) .
P a ra aseg u rar la distrib u ció n , el correo debía d ar u n recibo fir­
m ado, p o r la correspondencia que recibía y exigirlo, a su vez, de las
personas a las cuales la e n tre g a b a 1. "
Las galeras. — La carreta, com o m edio p ara conducir p asaje­
ros, ten ía com o principal, en tre sus inconvenientes, el de la lentitud.
Con posterioridad a la carreta se in tro d u jo la diligencia o galera.
(1) N o e sta de m ás, aquí, a n tic ip a r estos datos referen tes a l uso, re la ­
tivam ente m oderno, de la^ estam pilla postal. Se usó p o r p rim era vez en 'I n g la ­
te rra en 1840. E n la R ep ú b lica A rg e n tin a , fué la p ro v in cia de C orrientes la p ri­
m e ra que estableció su uso en 1856 siendo g o b e rn a d o r D o n J u a n P ujol, p o r
decreto del 29 de feb rero de dicho año, E l go b iern o de la C onfederación A rg e n ­
tin a em itió estam p illas p o stales en 1858.
E sto s vehículos se fabricaban con m adera del país, y, en su tipo p ri­
m itivo, eran m uy rudim entarios.
L as ruedas, los ejes y o tras p a rtes de tales carruajes, eran re fo r­
zados forrándolos con lonjas de cuero p ara re ta rd a r su deterioro.
P uede co m p ararse la galera de aquellos tiem pos, a una casilla am ­
bulan te; pues todo se hallaba en e lla s p ro v is io n e s alim enticias, útiles
p ara p rep a ra r la comida, cam as, y lo' dem ás que podía necesitarse
al em prender un viaje que solía d u rar m uchos días o meses.
Balsas y jangadas. — L a balsa es la m ás sim ple de las em barca­
ciones prim itivas. L os indios se servían de ellas, y los conquistadores
las ad o p taro n tam bién p ara la navegación fluvial y p ara tra sb o rd a r
las galeras de una orilla a o tra de los ríos, cuando éstos no ofre.cían
facilidades p ara vadearlos.
L as balsas destinadas a la navegación fluvial tenían u na choza o
cabaña en el centro hecha con troncos de árboles y cañas. D en tro de
la choza se g u ard ab a la carg a y se alojaban los viajeros y trip u lan ­
te s. T am b ién se llam aban jangadas.
A lgunas veces se le aplicaba en la p arte delantera una vela sosteni­
da p o r dos palos en form a de A.
A unque estas em barcaciones ofrecían m ucha seguridad, no era
tanta, sin em bargo, com o p a ra atrev erse a navegar lejos de la costa,
en los g ran d es ríos, y es p o r esto que lo hacían siem pre tan cerca
como era posible p ara a tra ca r y aseg u rarlas en cuanto am enazaba
una to rm en ta.
E l tra n sp o rte de carga y viajeros entre B uenos A ires y M ontevideo,
se hacía p o r m edio de lanchas, las cuales, con tiem po desfavorable
y tem pestuoso tard ab an h asta doce días p ara realizar viaje tan corto.
Con v iento favorable em pleaban 24 ho ras o poco más.
M ás tard e se crearon o tras em barcaciones cuya m isión principal
era la de conducir la correspondencia entre las dos ciudades del P lata,
y se llamaban, chasqueras, nom bre derivado de la palabra chasqui.
E stas em barcaciones tenían una vela extraordinariam ente alta que le
perm itía efectuar la trav esía en m ucho m enos tiem po. U n m edio cu­
rioso p a ra atrav e sar los ríos y que fué de uso m uy general, era el de
una especie de b ote de cuero al que se daba el nom bre de pelota. L a
pelota consistía en un cuero seco al cual se le hacía to m ar la form a
de una fuente h onda y se le adaptaban dos listones de m adera p ara
que conservara dicha form a. E l viajero se sentaba dentro de la pelota
y, así, é sta era llevada por un individuo, que, nadando y tiran d o de un
cordel, la dejaba en la orilla opuesta. (V éase pág. 185).
M uelle y puerto. — L as restricciones establecidas al com ercio
habían hecho casi inútil, d u ran te m uchos años, en B uenos Aires,
la construcción de u n p uerto, puesto que el R iachuelo constituía un
apostadero abrigado; pero desde la declaración del com ercio libre
con los puertos de España,- (1778) la construcción, a lo m enos de
un muelle, se hizo necesario, y éste se m andó construir frente a la
ciudad, porque el R iachuelo se en contraba dem asiado distante, y los
cam inos eran pésim os para llegar a él.
E n 1802 se dió com ienzo a la construcción de un m uelle de piedra,
— 220 —
— 221 —
La ciudad de Buenos Aires a fines del siglo X V III.
del río, guardada en tinajones, y com prándola a los aguateros (agua­
d o res), quienes la sacaban del río llenando grandes pipas colocadas
sobre carros especiales tirados por bueyes.
D e noche era necesario llevar una linterna o farolito de m ano p ara
evitar accidentes porque la luz de las velas del alum brado públi­
co era insuficiente.
L as lavanderas efectuaban el lavado de la ropa en los charcos
de agua que se fo rm ab an en tre las toscas de la playa. E l ag u a de los
pozos no era apropiada p ara el lavado porque cortaba el jabón.
N o existía un p u erto adecuado ni m uelle para facilitar el em barco
y desem barco de pasajeros. L as pequeñas em barcaciones atracab an di­
rectam en te a la rib era según lo perm itiera la b a ja n te wdel río; pero
los • buques de m ayo r calado fondeaban a cierta distancia y los p a­
sajeros tenían que tra n sb o rd a rse a los botes y luego a los carros (ca­
rretillas) los que, p or ten er el piso hecho de listones separados, d e ’ában e n tra r el agua si el río estaba agitado.
E n esta m ism a época no había en B uenos A ires sino unos cuantos
coches pertenecientes a p ersonas acaudaladas. L os utilizaban sus
dueños, generalm ente, p a ra traslad a rse a sus quintas o estancias.
M uchísim o tiem po antes que las funciones teatrales, se habían es­
tablecido las corridas de toros. E stas constituían siem pre el núm ero
principal de cualquier fiesta. L as corridas solían celebrarse en ' la
plaza M ayor im provisando p ara ello todo lo necesario. Se adornaban
con banderas, colgajos, etc., los balcones de las casas que rodeaban
la plaza, y las autoridades presenciaban la corrida desde los balcones
del Cabildo. E n 1790, p or p rim era vez, se hizo una con stru cció n fija
en. el te rren o que se llam ó, después, p laza M onserrat, hoy M oreno.
F u é dem olida en 1799, y en 1801 se construyó, con ladrillos y en
cal, una g ra n plaza p ara to reo en la actual plaza San M artín. E ra
de form a o ctagonal y con capacidad p ara 10.000 personas. F u é de­
m olida, a su vez, en 1819 y en su lugar sa levantó un cuartel.
L a p rim era construcción seria p ara teatro se levantó d u ran te el
gobierno de V értiz en la esquina de las calles A lsina y P erú . Se
llama b^ Casa de Com edias. E ra una construcción de m adera, m uy
pobre, con techo de paja, alu m brada con velas y candilejas.
E n la p arte superior del escenario se había puesto esta inscripción:
L a ciudad de B uenos A ires, a fines del siglo X V I I I tenía unos
40.000 h abitantes y era considerada, en tre las ciudades' de la A m érica
española, com o la cuarta en im portancia, ocupando L im a el p ri­
m er puesto.
E l p erím etro que lim itaba la p arte m ás den sam en te poblada lo
form aban la actual calle C orrientes al n o rte; la de C. Pellegrini,
al oeste; y la de
C h il e a l s u r . E l
b arrio del su r era,
e n to n c e s , e l m á s
aristocrático.
E n aquella época
la e d i f i c a c i ó n era
todavía pobre, pues
las casas eran bajas,
en su g ran m ayoría,
y se construían con
la d rillo s asentados
en b arro. L os revo­
ques, que se hacían
tam b ién con b a rro
y se blanqueaban
con cal, p rese n ta­
b an una superficie
m uy desigual que
facilitaba la acum u­
lación de polvo en
cantidad apreciable.
N o se em papelaban,
in te n te s , las p a re ­
d es; pero en cam ­
bio, 1 a s p ersonas
p udientes las hacían
c u b rir con ricos g é­
neros de seda. L os
pisos eran de la­
drillos.
Calle de B uenos Aires1.
- Desembarco. - A g uador L a s c a l l e s n o
D e visita nocturna. - Toreo.
.
,
,
t e m a n a firm a d o s ,
salvo en algunas pocas. L as veredas eran an g o stas y de ladrillos,
m uchas veces en estado deplorable. E n “invierno se cubrían de
b a rro a tal punto que dificultaban la m archa.
D u ran te las lluvias
torrenciales, las aguas co rría n p or las calles com o arro y o s h asta
caer al río.
E n las casas de las principales fam ilias se hacían algibes p ara
recoger el agua necesaria p a ra beber; p e ro la generalidad usaba agua
“E S L A C O M E D IA E S P E J O D E L A V ID A "
" E l patio (p la te a a c tu a l) . te n ía en su p a rte d e lantera v a ria s fiias de toscos
b a rc o s de pino, con respaldo las dos prim eras, y sin él las re s ta n te s , form ando
asientos que podían ocu p ar los que pagaban dos reales en la R eja (b o le te ría ) y siem ­
pre que no se tr a ta ia de g e n te de color o m estizos, a los cuales les estab a p ro h i­
bido o c uparlos” .
U n poco a n te s de la m itad del p atio , d e trá s del últim o banco, e x istía un es*
pació vacio, separado por u n .fu erte palenque, llam ado degolladero, donde podían
e stacio n arse, y g rita r a sus anchas todos los que 110 h ablan pagado sino u n real
de en trad a, n eg ro s, m ulatos, m estizos y soldadesca. (1)
(1 ) D e la obra H ist. del T e a tro en Bs. As. por M ariano G. Bosch.
1S
— 222 —
Los
— 223 —
últimos cuatro años de la dominación
(Ju n io de 1806
- M ayo de
española.
1810)
1806 y 1807
1. Las invasiones inglesas - E l Cabildo abierto del 14 de A gosto:,
suspensión del Virrey. 2. E l general Beresford y sus trabajos en
favor de 1a. independencia. 3. D estitución de Sobrem onte.
1. Sin m encionar o tras consecuencias de las invasiones
inglesas, conviene poner de relieve algunas de ellas, que
tuvieron laKv irtu d de aum entar las divergencias, ya existen­
tes, entre españoles y criollos h asta el pu n to de llevarlos
a la ru p tu ra definitiva.
L a actitu d de Sobrem onte, al abandonar la defensa de
Buenos A ires p ara dirigirse a Córdoba con su
familia, pro­
vocó la indignación general del pueblo que exigió del Ca­
bildo una resolución enérgica.
E n la plaza M ayor y sus alrededores, y en el mismo
edificio del Cabildo, se habían reunido m ás de 4000 per­
sonas para esperar el resu ltad o de la asam blea popular
convocada, verdadero Cabildo abierto, pues el pueblo la
im puso exigiendo la destitución del V irrey (A gosto 14).
E ste acontecim iento no se habría producido con ta n ta una­
nim idad, a no haber existido un am biente espontáneo y
uniform e, no sólo en cuanto al sen tir del elem ento nativo
sino tam bién del español. E ste hecho tuvo todos los carac­
teres de una revolución, y sentó un precedente de tran scen ­
dencia que repercutió en todo el V irreinato y en las dem ás
posesiones españolas.
2. D espués de la reconquista, los jefes ingleses prisione­
ros fueron enviados a diferentes puntos del V irreinato.
B eresford y P ack fueron confinados a L uján dándoseles la
ciudad por cárcel.
B eresford, d u ran te su cautividad, m ás aparente que real,
concibió el proyecto de fom entar, entre el elem ento criollo'
la idea de la independencia, y a ello se dedicó con tesón,
dando a entender, adem ás, que era posible contar, para ello,
con la ayuda de In g laterra. B eresford consiguió iniciar
conversaciones sobre el plan con algunos criollos, en tre
otros, D. S aturnino R odríguez Peña.
Los trabajos de B eresford fueron conocidos y ello m otivó
la orden de arresto contra todos los com plicados; pero
éstos pudieron escapar y traslad arse a M ontevideo, de cuya
plaza pasó R odríguez P eñ a a Río de Janeiro donde se
.estableció. B eresford regresó a In g laterra.
3.
L a conducta cobarde de Sobrem onte en la defensa
de la plaza de M ontevideo, donde se hallaba desde que
había- sido despojado de su autoridad, irritó de tal m anera
a todos, que originó una situación análoga a la del 14 de
A gosto de 1806, y aun m ás resuelta, puesto que el pueblo
exigió que se le destituyera del cargo de virrey. E l Ca­
bildo convocó una Ju n ta de guerra, con intervención de
algunos funcionarios públicos y de vecinos espectables, que
resolvió la suspensión del virrey de todos los cargos, y dis­
puso adem ás, que se asegurase su persona y se ocupasen
sus papeles tomando el mando la Audiencia hasta la resolu­
ción del Rey (F eb rero 10 de 1807).
Sobrem onte fué arrestado en Soriano (B anda O rien tal),
traído a Buenos A ires y conducido luego a E sp añ a para
ser juzgado. El Cabildo y la A udiencia asum ieron el go­
bierno civil, y L iniers tom ó el m ando m ilitar.
L a voluntad del pueblo se im puso una vez m ás y ello'
presagiaba ya que, poco a poco, el poder se afirm aría en
las m anos de los criollos.
L a actuación de L iniers en la reconquista y en la defensa
de la ciudad de Buenos Aires, le valió con toda ju sticia la.
designación para el cargo de virrey, exigida por el pueblo
y confirm ada por el Rey C arlos IV , aunque con carácter
interino (D iciem bre de 1807).
L a confirm ación de L iniers en el cargo de virrey, por
el R ey de España, llenó de alegría e infundió alientos a
todos los nativos y dió origen, de m anera ya bien m arcada,
a la form ación de dos partidos de tendencias irreconcilia­
bles: el de los criollos y el de los españoles.
(1) E n M ayo de 1808 llegó a Buenos A ires el oficio con el nom bram iento.
— 224 —
1808
La invasión napoleónica en España
N apoleón B onaparte, E m perador de Francia, dom inado
por ensueños de conquistas, se propuso realizarlas llevan­
do la g u erra a distintos países.
V ictorioso en todas partes, había encontrado serias difi­
cultades para atra e r a In g laterra y som eterla a sus planes;
pero se obstinó en conseguir sus
propósitos. P ara alcanzarlos necesi­
ta b a el apoyo de P o rtu g a l; pero es­
ta nación se negaba a complacerle.
Napoleón consiguió perm iso del
rey de España, por medio de una
política de engaños, para traslad ar
un ejército a territorio portugués.
De esta m anera Se posesionó de to­
do este país y la fam ilia real p o rtu ­
guesa se em barcó para el Brasil
(N oviem bre de 1807). Conseguido
esto, N apoleón concibe e! proyecto
de apoderarse tam bién de España.
M anda nuevos ejércitos a la P en ín ­
sula y aprovecha de las discordias entre Carlos IV y su
hijo F ernando para conseguir su objeto.
Con el pretexto de conciliarios; pero en realidad para
consum ar su plan, Napoleón los citó a una conferencia en
Bayona, en la que consiguió arrancarles la renuncia de sus
derechos a la corona de España. R etuvo prisioneros a ambos,
e hizo proclam ar rey a su propio herm ano José B onaparte
(1808). Con esto, Napoleón se adueñó de casi todo el te­
rrito rio de E sp añ a aunque sin dom inarla
In m ediatam ente que se conoció en E spaña la abdicación
de Bayona, se constituyeron m ultitud de Ju n tas de gobier­
(1) N apoleón procedió de tal m anera, en B ayona, con la fam ilia reinante en E sp a­
ña, que consiguió la abdicación de C arlos IV en favor del hijo, luego la renuncia de
éste en favor del propio padre, para term in ar con la renuncia del nadre en fay.or de
N apoleón, quien designó a su herm ano Jo sé B onaparte para ocupar eí trono de España.
— 225 —
no y una Junta Suprema Central que ejercía el poder en
ausencia de los reyes.
U na de las prim eras m edidas de la Ju n ta C entral fué la
de ordenar que se procediera a la ju r^ de F ern an d o V II
en todas las colonias españolas.
El pueblo español, indignado, tan to por la usurpación de
N apoleón como por la conducta vergonzosa de C arlos IV
y de su hijo, se levantó en m asa en defensa de su libertad.
E ntonces em pezó aquella célebre y terrible g u erra de g u e­
rrillas que duró seis años.
1808
Abdicación de Carlos IV - La jura de Fernando V II en Buenos
Aires y en M ontevideo - E l Marqués de Sassenay y D . Manuel
de Goyeneche - Buenos A ires y M ontevideo
Liniers, E lío y Alzaga.
E n los prim eros días del m es de A gosto de 1808 llegaba
a B uenos A ires la noticia de que el Rey de E spaña, C ar­
los IV , había abdicado en favor de su hijo F ern an d o . D ebía
procederse, pues, a la ju ra del nuevo m onarca, y el virrey
L m iers fijó el día 12 de A gosto para la celebración de las
fiestas, que du rarían varios d ías; pero, casi al m ism o tiem po,
se supo lo que había pasado en B ayona en tre N apoleón,
C arlos IV y el hijo de éste, F ernando, y esto decidió la
postergación de la ju ra para el día 31.
E n M ontevideo dom inaba, en tre su población, el elem en­
to español, y ocupaba el cargo de G obernador D. Francisco
Jav ier de Elío, que había sido designado p ara ese cargo por
el m ism o L iniers.
Elío, sospechando que la postergación de la ju ra de F e r­
nando V II en Buenos A ires obedecía a algún propósito
oculto de L iniers, desconoció las órdenes de éste y m andó
que en M ontevideo se celebrase la cerem onia el día 12.
D esde ese m om ento las relaciones entre L iniers y E lío
quedaron m uy tiran tes agravándose con la llegada im previs­
ta Je dos p e rso n a je s: el m arqués de Sassenay y el coronel
D. José M anuel Goyeneche. El prim ero era enviado por N a­
— 226 —
— 227 —
poleón para que hiciera reconocer a éste como Soberano.
T ra ía docum entos con la abdicación de F ernando V I I a
favor de C arlos IV , y la de éste en favor de N apoleón. Goyeneche era un com isionado de la Ju n ta de Sevilla enviado
para hacer conocer a las autoridades lo sucedido en E spaña,
y, principalm ente, p ara poner en guardia a las m ism as acer­
ca de los m anejos del enviado de N apoleón y del mismo
L iniers quien, por su condición de francés, había caído bajo
la sospecha de que pudiera en treg arse a él.
E l m arqués de Sassenay, sin detenerse en M ontevideo,
üegó a Buenos A ires el día 13. E l v irrey L iniers convocó al
C abildo y a la A udiencia a una reunión para el 14. En
esa reunión se dió lectura de los docum entos que había
entregado Sassenay. L a situación se consideró grave, y que­
dó re su elto : que el em isario de N apoleón fuese enviado a
M ontevideo p ara que allí se le em barcase con destino a
B ay o n a; y que, anticipando la fecha del 31, se proclam ase
inm ediatam ente a F ern an d o V I I Rey de E spaña. A dem ás
el v irrey dió una proclam a el día 15 p ara disipar los tem o­
re s; pero el resu ltado fué negativo y co n trap ro d u cen te; la
duda respecto de la lealtad de L iniers al m onarca español
no se desvanecía.
E n Buenos A ires se verificó la ju ra de F ernando V II el
día 21 siguiéndole varios días de grandes fiestas.
E l tercer día de las fiestas llegó a B uenos A ires, proce­
dente de M ontevideo, D. M anuel J. Goyeneche. L a actitud
de éste, que llegaba influenciado por Elío, dió lugar a que
L iniers in tim ara a éste la entrega del gobierno al capitán de
nsvío Ju an A ngel M ichelena. Elío, apoyado por el pueblo,
en su m ayoría anti-criollo, se insubordinó, y M ichelena tuvo
que re g resar inm ediatam ente a B uenos A ires.
en la de M ontevideo pueblo y autoridades se sostenían m u­
tuam ente, absorbiendo al elem ento criollo por su inferiori­
dad n u m éric a; en la de Buenos A ires el pueblo, en su m a­
yoría criollo, apoyado en la autoridad del v irrey L iniers y
en el cuerpo de P atricios, m antenía a raya al elem ento es­
pañol, encabezado y dirigido por D. M artín de Alzaga,
Alcalde de prim er voto, o sea P residente del Cabildo.
» \ s í fueron pasando los últim os m eses del año 1808.
Convocado un cabildo abierto, los vecinos de M ontevideo
‘co n stituyeron una Junta de gobierno, presidida por Elío,
quien no sólo desconoció la au to rid ad de L iniers como vi­
rrey, sino que lo denunció a n te la C orte com o traid o r (S ep­
tiem bre 21 de 1808).
Quedó, así, establecido entre las dos ciudades del P lata
un antagonism o extrem o con la diferencia de que m ientras
t B uenos A íres y M ontevideo: su antagonism o.
E n form a gráfica e stán representadas' la preponderancia criolla y la realista, en las
ciudades de B uenos A ires y M ontevideo, respectivam ente. E n B uenos A ires había
equilibrio de fuerzas, aunque dom inando los criollos con el apoyo del V irrey L iniers
y del cuerpo de P atricios. (D os círculos casi iguales). E n M ontevideo, en cambio,
el elem ento criollo estaba en m inoría, y como absorbido por el realista, (C írculo
pequeño dentro del o tro ). L,as flechas contrapuestas indican el antagonism o entre
am bas ciudades y fuerzas.
1809
Conspiración de lo s españoles en Buenos Aires el
1° de Enero de 1809
El éxito que tuvieron los españoles en M ontevideo les
incitó a hacer otro tan to en Buenos Aires. A este efecto
D. M artín de A lzaga, de acuerdo con EHo y la J u n ta de
M ontevideo, tram ó una conspiración con el propósito de
destitu ir a L iniers, desarm ar y disolver los cuerpos de na­
— 229 —
— 228 —
tivos, y c o n stitu ir una Ju n ta com puesta puram ente de
españoles.
L os conjurados se prepararon p ara el día 1Q de E nero de
1809 p ara realizar su intento, aprovechando la circunstancia
de que ese m ism o día era el fijado para efectuar las elec­
ciones de renovación de los m iem bros del Cabildo.
L iniers y S aavedra tuvieron conocim iento de la cons­
piración que tram aban los españoles, y tom aron sus pre­
cauciones.
L legó el l 9 de Enero. E l pueblo se disponía a to ­
m ar p arte en la elección, cuando la cam pana del cabil­
do em pezó a to car a rebato. E s ta había sido la señal
convenida por los con­
jurados.
Inm ediatam ente 1 o s
cuerpos de españoles em ­
pezaron a llegar a la pla­
za M ayor dando gritos
de j Junta como la de E s­
paña! ¡Abajo el francés
Liniers!
U na com isión se d iri­
gió al fuerte a pedir a
L iniers la renuncia de
su cargo.
L os cuerpos criollos,
con su jefe S aavedra a la cabeza, en traro n tam bién a la
plaza dispuestos a sostener a Liniers.
L a com isión que había pasado a la F ortaleza había con­
seguido hacer renunciar a L iniers. E n ese m om ento entra
S aavedra al salón de reuniones de la F o rtaleza y p ro testa
m anifestando que el pueblo no pedía la renuncia de Liniers,
y, tom ando a éste del brazo, le invitó a b ajar a la plaza, para
que se convenciera de que el pueblo no pedía su d estitu ­
ción. L iniers se p resentó al pueblo, y éste prorrum pió en
vivas atronadores g rita n d o : ¡V iva D. Santiago Liniers! ¡N o
queremos que otro nos mande!
D . F eliciano Chiclana, que se había quedado en el salón
del Fuerte, al oír los vivas arrebató el acta de !a renuncia
que se había redactado, y la hizo pedazos en presencia de
todos. L os españoles, ante la actitu d resu elta de los criollos,
se vieron p e rd id o s: su plan había fracasado. D on M artín de
A lzaga y los dem ás m iem bros del Cabildo fueron d este­
rrados a P atagones. (*)
E l resultado de este m ovim iento fué favorable a los
criollos. L os cuerpos de españoles fueron desarm ados y
disueltos, quedando, de esta m anera, p ara los n ativos, el
■predominio m ilitar.
1 80 9
Llegada del Virrey Cisneros a Montevideo - Sus tem ores
L a Junta de M ontevideo, que se había form ado en opo­
sición a L iniers y con carácter independiente de su a u to ri­
dad de virrey, obtuvo el resu ltad o favorable que esperaba
con la m isión que había enviado a España, pues la Junta
Suprema Central designó para el cargo de v irrey en su b sti­
tución de L iniers, a D. B altasar H idalgo de C isneros, y para
el puesto de Inspector general de armas del V irrein ato a
D. F rancisco Jav ier de Elío.
C isneros venía dispuesto a cum plir las órdenes severas
y térm in an tes de d esb a ratar los trab ajo s de carácter rev o ­
lucionario que, desde tres años atrás, habían em pezado a
tom ar m ás vigor y un cariz m ás am enazante p ara las a u to ­
ridades españolas.
Los nativos, al tener conocim iento de la llegada de Cis­
neros a M ontevideo, se alarm aron, m ientras que los p a rti­
darios del régim en colonial cobraron alientos y confiaron
en una próxim a reacción favorable a sus m iras.
E n tre los criollos no había uniform idad de pareceres acer­
ca de la actitu d que debían asum ir. U nos eran p artid ario s
de una insurrección inm ed iata; pero no ten ían m ucha con­
fianza en L iniers porque no lo creían capaz de a fro n tar una
situación sem ejante, dado su carácter indeciso y tim orato.
O tros proponían llevar a cabo el plan que m aduraban, desde
(1) E lío, en c uanto conoció el d e stierro de A lzaga y los dem ás m iem bros del
C abildo, así com o su p arad ero en P a ta g o n e s, m andó un barco que los recogió y
condujo a Montevideo.
-2 3 0 —
— 231 —
algún tiem po atrás, de llam ar a la princesa D oña C arlota
de Borbón, herm ana de F ernando V II, cautivo en F rancia,
que era considerada con legítim o derecho p ara ocupar el
trono en B uenos A ires y conservarlo h asta que cesara la
cautividad de su herm ano.
O tros, todavía, entre ellos Saavedra, aceptaban la opinión
de L iniers de en treg ar sim plem ente el m ando a C isn e ro s;
pero solicitándole no designara a Elío para el cargo de In s ­
p ecto r general de arm as, y que no cam b iara la o rganiza­
ción de las fuerzas m ilitares.
C isneros, por su parte, tem ía presentarse en Buenos A ires
sin to m ar algunas precauciones. Resolvió p asar a la Colonia
con algunas fuerzas sacadas de M ontevideo y, desde allí,
envió al general D. V icente N ieto en el carácter provisorio
de g o b ernador en lo civil y m ilitar.
L as prim eras m edidas de N ieto alarm aro n : m andó arres­
tar a P u ey rred ó n y ordenó que L iniers y dem ás funcionarios
superiores se traslad aran a la Colonia para hacer acto de
reconocim iento al nuevo virrey.
L iniers y las dem ás autoridades pasaron a la Colonia y
p restaro n el acatam iento de costum bre.
M ás confiado ya, Cisneros, resolvió traslad arse a Buenos
Aires, donde llegó la noche del 30 de Julio (1809).
C isneros observó una conducta prudente. No tom ó las
m edidas severas que se tem ían, ni desarm ó los batallones
de criollos, lim itándose a designarlos con un núm ero su p ri­
m iendo el nom bre que llevaban. E n verdad Cisneros se dió
cuenta de que el espíritu de los criollos no era tal como para
atrev erse a com eter excesos contra ellos.
estas m ejoras podían hab er sido m ayores si la lib ertad de
com ercio hubiese sido am plia.
L os h ab itan tes de todo el V irrein ato estaban obligados
a com prar los artículos que se traia n de E spaña, solam ente,
y pagándolos m uy caros. E n cambio, los frutos del país
eran com prados por los com erciantes españoles casi por
nada y los vendían en Cádiz a precios elevados. N adie podía
hacerles com petencia y, asi, obtenían crecidas ganancias.
Y a du ran te el gobierno del v irrey A rredondo, con la
creación del Consulado (1794) y m ediante la acción del se­
cretario, que lo era D. M anuel B elgrano, alg u n as cuestiones
de carácter económico venían siendo estudiadas.
E n las sesiones del C onsulado se producían con fre­
cuencia discusiones apasionadas. Su secretario, B elgrano, de­
cía en una de las sesiones de aquel cuerpo:
“El comerciante debe tener libertad para comprar donde
más le acomode, y es natural que lo haga donde se le pro­
porcione el género más barato para poder reportar utilidad”.
B elgrano y m uchos criollos ilustrados, así como algunos
españoles, sostenían el principio del com ercio libre, eran
libre-cambistas. Los que sostenían el m onopolio de los co­
m erciantes de Cádiz, eran monopolistas.
E stas controversias fueron m uy útiles y se avivaron aún
m ás,' después de las invasiones inglesas cuando, al am paro
de la libertad de com ercio, establecida du ran te el corto pero
fructífero período de su dom inación, se pudieron p alpar
los evidentes beneficios que el com ercio librq rep o rtab a a
las colonias españolas.
V encidos y expulsados los ingleses, y suprim ida la liber­
tad de com ercio, éste em pezó a decaer y las ren tas de la
A duana no alcanzaban ya p ara p ag ar los g asto s de la ad ­
m inistración. A dem ás, los p rep arativ o s de la defensa co n tra
los ingleses ocasionaron gastos, y, unido esto a la m ala ad­
m inistración, resultó que C isneros se encontró con un p ro ­
blem a difícil de resolver.
P a ra cubrir 3.000.000 de pesos que im portaban los gastos,
no se contaba m ás que con 1.200.000. P ara rem ediar el mal,
intentó C isneros lev an tar un em p réstito ; pero no lo con­
1809
Cuestiones económicas.
Representación de los hacendados.
D esde la creación del V irreynato, en 1776, hasta 1810, em ­
pezó para los pueblos del P la ta una época de progreso bas­
tan te acentuado debido a la relativa libertad de com ercio
obtenida desde la época de Cevallos para todos los buques
españoles y extendida, después, a ios buques ingleses y por- *
tu g u e se s; de lo cual resultó un m ayor bienestar general. P ero
— 232 —
— 233 —
siguió. El único rem edio que le quedaba era el de declarar
la libertad de com ercio.
Casi todos los com erciantes españoles eran contrarios a
esta m edida de progreso porque no convenía a sus intereses,
y trab ajaro n em peñosam ente para que no se llevara a cabo.
L os hacendados, que no vendían sus productos sino en
pequeña cantidad y a bajo precio, eran los m ás interesados
en esta cuestión, puesto que, si se llevaba a cabo, sus ventas
iban a au m en tar considerablem ente, y los precios a m ejorar
tam bién. Con este m otivo nom braron al Dr. M ariano M o­
reno, joven abogado criollo, para que, como apoderado, los
rep resen tara en su petición de que se perm itiera el co­
m ercio con los ingleses y portugueses.
M oreno redactó una m em oria en defensa de los peticio­
nantes y la presentó al virrey. E ste notable escrito, que
se conoce con el nom bre de R epresentación de los hacen­
dados, convenció a C isneros quien concluyó por declarar la
libertad de com ercio como se'pedía. (S eptiem bre 30 de 1809).
E sta m edida tuvo consecuencias benéficas para el pueblo;
ella vino a pro b ar la im portancia del com ercio libre. Al cabo
de un año solam ente, las rentas alcanzaron a un to tal de
5.400.000 pesos, c o n tra 1.200.000 a que llegaban antes.
A dem ás, los españoles se m anifestaron tan descontentos
con esta resolución del virrey, que lo consideraron como
traid o r a sus intereses. E sto vino a favorecer a los patriotas,
puesto que C isneros se creaba enem igos entre los mismos
españoles.
acción de sociedades secretas, cuyos m iem bros trab a jab an
en favor de la independencia de A m éric a; pero la causa
inm ediata que alentaba a los pueblos a o b rar todos casi al
m ism o tiempo, era la situación de E spaña, invadida p or los
ejércitos napoleónicos, y que le im pedían p re s ta r m ayor
atención a los, m ovim ientos de insurrección que se p ro d u ­
cían en sus colonias.
La declaración del comercio libre puede considerarse pues, como
una victoria de los criollos.
1809
Primeros movimientos revolucionarios en América - Su simultaneidad.
Cochabamba y La Paz.
Con poca diferencia de tiem po se iban produciendo m ovi­
m ientos revolucionarios de carácter em ancipador en dife­
rentes puntos de las colonias españoias de Am érica.
E sta sim ultaneidad debía reconocer la existencia d? causas
de ca rác te r general, y así era efectivam ente, ap arte de la
A ntes de 1810 ya se habían producido in ten to n as, m ás o
m enos serias, en M éjico, B ogotá, Caracas, Q uito, L a Paz,
C ochabam ba y tam bién en B uenos Aires.
E n 1809 estallaron dos m ovim ientos revolucionarios en
el V irrein ato del Río de la P lata, que se m a lo g ra ro n ; pero
que tuvieron una gran repercusión en todo él y aún fuera
del mismo. E sto s sucesos tuvieron lugar en dos de las m ás
im portantes ciudades del A lto P erú o B olivia: C huquisaca
y L a Paz.
E l m ovim iento de C huquisaca tuvo su origen en un con­
flicto por cuestiones de carácter eclesiástico, en el que se
encontraron de frente la A udiencia y el G obernador de la
P residencia de C harcas D. R am ón García P izarro .
Se form aron, con ese m otivo, dos bandos, uno de los
cuales, el que sostenía a la A udiencia, era apoyado por la
ma-yoría de los criollos. Un día, algunos de éstos fueron
arrestados por orden del G obernador-'Presidente. A conse­
cuencia de esto, el día 25 de m ayo de 1809, el pueblo se
am otinó, prendió al G obernador P izarro en su palacio, lo
encarceló, y constituyó una Ju n ta de gobierno, aunque re ­
conociendo la autoridad del V irrey. En este suceso tom aron
parte D. B ernardo M onteagudo y el coronel D. Juan A n to ­
nio A lvarez de A renales quien, aunque español, había ab ra­
zado la causa de los patrio tas.
Casi a los dos m eses (julio 16) se produjo o tro lev an ta­
m iento en la ciudad de L a P a z ; pero con m iras m ás rad i­
cales pues sus dirigentes tuvieron, desde el prim er m om ento,
el proDÓsito de crear un gobierno independiente en abso­
luto. C rearon, así, una Ju n ta com puesta solam ente de am e­
ricanos y que llam aron tuitiv a, es decir p ro tec to ra de los
derechos del pueblo.
— 234 —
L a noticia de estos sucesos produjo honda im presión en
todo el V irrey n ato. Cisneros, en Buenos A ires, así com o el
virrey del P erú , A bascal, se alarm aron y dispusieron el
envío inm ediato de fuerzas suficien­
tes para ahogar en sus com ienzos es­
tos m ovim ientos de tendencia em an­
cipadora.
C isneros .despachó una expedición,
al m ando del m ariscal D .V icente Nieto,
co n tra C huquisaca; y el virrey del
P e rú envió al general Goyeneche para
sofocar el m ovim iento de L a Paz. Go­
yeneche entró en L a P az a sangre y
fuego. Los principales caudillos del
m ovim iento cayeron prisioneros y fue­
ron ahorcados, unos, y condenados a
la pena del g arrote, otros. El destierro
fué el castigo im puesto a los menos
culpables.
T,a pena del g a rro te .
.
C isneros no perm itió clem encia al­
g u n a para los condenados y autorizó la aplicación de la
pena de m uerte para algunos. E n tre los m ártires que pe­
recieron de m anera tan salvaje, hubo algunos que habían
sido, en C huquisaca, com pañeros de estudio de M oreno y
de otros abogados y vecinos de Buenos Aires.
Cuando se conocieron los detalles de la represión, la in ­
dignación fué grande y general.
Sociedades secretas de finalidad revolucionaria.
U n célebre p atrio ta venezolano, Francisco M iranda, ha­
bía fundado en L ondres una logia secreta, varios años, antes
de 1800, con el propósito de tra b a ja r por la em ancipación
de los pueblos de Am érica.
E n Cádiz se creó otra, dependiente de la de Londres, y
que en 1808 con taba con m ás de cuarenta afiliados, entre
ellos San M artín, A lvear, Zapiola, O ’H iggins, etc.
E n Buenos A ires se había form ado tam bién una socie­
— 235 —
dad cuyos propósitos eran los m ismos, aunque lim itados a
una esfera de acción m ás m odesta.
Se llam ó esta asociación Sociedad de los Siete y cons­
titu ía el fo c o d e
los trab a jo s p r e ­
p a r a t o r i o s de la
futura revolución.
D e sd e m e d ia ­
dos del año 1808,
en a d e l a n t e , los
.sucesos de E sp a­
ña, a s í c o m o los
m o v im ie n to s re­
volucionarios que
se iban producien­
do en d i s t i n t o s
puntos de A m éri­
ca, eran m otivo de
estudio y d i s c u ­
sión en sus reuniones, y todos con una finalidad única, que
era la revolución.
Sus m iem bros e r a n : M anuel B elgrano, N icolás R o d rí­
guez Peña, H ipólito V ieytes, Ju an José P aso, Ju an José
C astelli, M anuel A lberti, A g u stín .Donado y otro s m ás.
P a ra com unicarse y to m ar sus resoluciones se reunían
en sitios diferentes p ir a no hacerse sospechosos, unas ve­
ces en la jabonería de V ieytes o en la q u inta de O rm a, pero
con m ás frecuencia en la de R odríguez Peña.
O tra s veces solían organ izar partidas de caza p ara tra ­
tar, con la seguridad de no ser oídos, de asu n to s graves
relacionados con la causa de la revolución.
“ R efiriéndose a la llam ada “ Sociedad de los siete”, el señ o r Ju an
C an ter sostiene que la tal asociación, considerada com o una logia
revolucionaria bien organizada, no existió n^nca, pues no ha encon­
tra d o ningún docum ento ni trab ajo histórico alguno, que haga m en ­
ción de ella. C onsidera que sólo se tra ta b a de reuniones secretas con
p ro p ó sito s revolucionarios; pero que no constituían ningún núcleo
central dirigente, ( i).
(1 ) J u a n C an ter e n - “ H is to ria de la N ación A rg e n tin a ” . T om o V (secció n 1*)*
pág. 297.
— 236 —
LA
C A U SA S
QUE
-2 3 7 —
REVOLUCION
F A V O R E C IE R O N LA P R O P A G A C IO N
E S P IR IT U R E V O L U C IO N A R IO
DEL
C ausas de naturaleza m uy diversa, algunas de ellas lejanas, habían
venido elaborando, lenta y p rogresivam ente, un espíritu nuevo en la
sociedad colonial despertando, aún entre los m ism os españoles, un am ­
biente de disconform idad con la política económ ica im puesta por
E spaña. L os criollos, adem ás de ése, ten ían otros m otivos m ás de
p ro testa, y todo ello iba avivando el d esp e rta r de un sentim iento que
debía llevar a los pueblos de to d as las colonias españolas de A m érica
a la em ancipación. Y había tom ado tgles p roporciones en todas ellas
este sentim iento, puesto que obedecía a iguales causas generales, que
las ten tativ as se p ro d u jero n en todas casi sim ultáneam ente.
E n tre estas causas de c arácter g en eral pueden citarse :
E l monopolio comercial que implantó España en sus colonias.
La exclusión de los nativos de la administración pública, hecho
ahondaba el antagonismo entre aquéllos y los peninsulares.
La emancipación de las colonias inglesas que constituyeron los Estados
Unidos de N orte América (1776).
La Revolución francesa (1789).
L a invasión napoleónica en España, y su consecuencia la abdicación
de Fernando V i l (1808-1814).
E l monopolio comercial. — E l régim en del m onopolio que había
establecido E sp añ a en sus colonias, favorecía únicam ente a un re­
ducido núm ero de com erciantes de la península y significaba un
perjuicio para todos.
E l co ntrabando aten u a b a en p a rte el encarecim iento de las m er­
caderías: pero tal com ercio clandestino no era suficiente p a ra rem e­
d ia r el mal.
El pueblo necesitaba la lib ertad de com ercio, única m an era de
im pedir que los m onopolistas lo explo taran . E n 1778 m ejoró en
p arte la situación debido a que se p erm itió el com ercio con los
p u erto s de E spaña y los de sus colonias.
L a corta tem porada de dom inación de los ingleses en M ontevideo,
d u ran te
cual dieron las m ayores franquicias com erciales, hizo ver
prácticam en te las ventajas resu lta n te s de la libertad de com ercio.
'3
Las in d u strias perm itid as no p rosperaban en la m edida necesaria
debido a las trab as que se le oponían. E n 1778 se ordenaba al p ro ­
g resista v irrey V értiz que tuviera el m ayor cuidado en no perm itir
que se fab ricaran paños ni se p lan taran vides ni olivos.
L a s poblaciones, an te m edidas tan equivocadas y perjudiciales, no
podían m ira r bien el régim en prohibicionista del gobierno y, así, se
iba p rep aran d o el pueblo p ara obtener, m ás tarde, m ay ores libertades.
La exclusión de los nativos de la administración pública.— L os em ­
pleos de laá d istin tas ram as de la adm inistración, desde los m ás en­
cum brados a los m ás hum ildes, salvo m uy raras excepciones, eran
acaparados p or los españoles.
N o escaseaban los jó v en es am ericanos egresados de las universida­
des de C órdoba, C huquisaca y de las de E spaña, dignos y capaces de
desem peñar los cargos g u b ern ativ o s; pero pocos conseguían ocupar
posiciones destacadas.
E ste estado de cosas, que im plicaba una injusticia, hería a los
criollos en su dignidad personal, y daba lugar a que se acen tu ara
la anim osidad entre españoles y nativos.
La emancipación de las colonias inglesas de Norte Am érica. — L a
insurrección de las colonias inglesas de la A m érica del N orte, que
term inó después de una lucha sangrienta, fué un g ra n acontecim iento
histórico que produjo en E u ro p a una corriente de sim patía.
M ien tras arreciaba la lucha, fué enviado B enjam ín F ran k lin ante
la co rte de L uis X V I en pro cu ra de apoyo, del que resu ltó , dada
la anim osidad existente e n tre F ran cia e In g laterra, una intervención
indirecta y secreta, perm itiendo el envío de m aterial de guerra.
A lgunos jefes y oficiales p artiero n tam bién de incógnito, para
p restar sus servicios a una causa que encontraban ju s ta y noble. E l
M arqués de L a F ay ette, joven de 20 años, fué uno de ellos.
L a causa de los in su rrectos am ericanos había despertado un vivo
entusiasm o en F ran cia avivando el, sentim iento de la libertad. T rece
años después se producía en ella la revolución que abatió la m o n a r­
quía y proclam ó tam bién los principios de libertad y, de igualdad.
L a independencia de los E stad o s U nidos (1776), tuvo, pues, una
influencia y una im portancia efectivas aunque no la fuerza de expan­
sión considerable de la revolución francesa de 1789.
P a ra las colonias españolas de am bas A m éricas, el ejem plo de los
colonos am ericanos del n o rte debió ser alentador.
La revolución francesa. — U na g rave crisis económ ica, adem ás de
o tras causas, no m enos graves, habían puesto a L ais X V I, rey de
F rancia, en una situación insostenible. Filósofos, econom istas, etc.,
habían estado publicando, desde años atrás, m ultitud de libros en los
que exponían las nuevas ideas. L os periódicos y diario-s habían tenido
poco d esarro llo h asta entonces. L a censura previa, p or o tra parte,quitaba im portancia a los artículos cuya publicación se perm itía.
L os libros eran som etidos tam bién a la com isión censora antes de
poderlos publicar. E sto
im pedía, sin em bargo, su circulación
p orque se m andaban im prim ir, en F rancia, clandestinam ente, o fuera
de ella y, luego se vendían secretamente.
110
16
—239E sta s ideas nuevas, a pesar de todas las prohibiciones, se difundían
por m edio de los libros, por todo el m undo y, en las colonias espa­
ñolas, se p ropagaban con facilidad en tre la ju v en tu d estudiosa, g ra ­
cias a que tales libros se tra ían de E u ro p a secretam ente.
B elgrano se en contraba en E sp añ a cuando estalló la revolución en
Francia, y durante una porción de años pudo seguir el desarrollo de
los sucesos y de las ideas. A su llegada a B uenos A ires en 1794,
pudo ser algo así com o el portavoz en tre el num eroso gru p o de sus
com patriotas.
E n la U niversidad de C huquisaca, en la que dom inaba un espíritu
m ás liberal que en la de C órdoba, había p en etrad o algo del espíritu
nuevo de la revolución francesa. M oreno lo cultivó en dicha U n i­
versidad y en la biblioteca que había pu esto a su disposición el
canónigo T errazas. A l re g re sa r M oreno a B uenos A ires venía ya
con su espíritu predispuesto a so sten er tales ideas y a pro p ag arlas.
C astelli, P aso, L ópez, egresados tam bién de aquella U niversidad,
form aron en B uenos A ires, con B elgrano y M oreno, un núcleo a l­
rededor del cual se ad herían o tro s p atrio tas, y que, m ás tarde, seria
el llam ado a im pulsar el m ovim iento de M ayo.
L a invasión napoleónica en España.— L os acontecim ientos que se
h ab ían sucedido en E sp añ a desde 1808 en adelante, m otivados p o r la
política de N apoleón, y que tan to habían conm ovido al pueblo español,
rep ercu tían con parecida in tensidad en todas sus colonias. A sí las di­
v ersas fases de las intrigas fom entadas por N apoleón, de las que re ­
sultaron la abdicación del rey C arlos IV en su hijo F e rn a n d o ; luego la
renuncia de éste en favor de su padre, seguida de la de éste en favor
de N apoleón, así com o las noticias de los triunfos de los ejércitos
franceses que dom inaban y a toda la península ibérica, eran com entadas
de m an era distinta por los españoles y p o r los criollos. U nos y otros
execraban a N apoleón y odiaban al rey intruso, Jo sé B onaparte, de­
signado p o r él; pero, m ien tras los prim eros se apenaban, com o era n a­
tural, de los triu n fo s continuos de los ejércitos invasores, los criollos ,
n o experim entaban el m ism o sentim iento puesto que el triu n fo defini­
tivo de E sp añ a habría significado, quizá, alejar el m om ento opo rtu n o
p ara p rom over un m ovim iento de carácter em ancipador o, en el caso
de iniciarlo, encontrándose E sp añ a co m pletam ente libre, las dificulta­
des h ab rían sido m ucho m ayores, si no insuperables.
In dudablem ente la crítica situación de E sp añ a d urante los p rim e­
ros m eses del año 1810, era op o rtu n a p ara realizar los pro p ó sito s
que abrigaban los p atrio ta s y esta circu n stan cia influyó po d ero sa­
m ente p ara decidirlos a obrar.
D isolución de la Junta Central de Sevilla. — E l m om ento
de la Revolución.
E l año de 1810 se había iniciado en B uenos A ires b ajo los m e­
jores auspicios-. Y a en la elección de los m iem bros del Cabildo, cele­
b rada el día 1“ de E nero, com o era de p ráctica todos los años, sobre -
el n úm ero de diez fueron electos cinco criollos (')• E ste hecho sig­
nificaba que el elem ento nativo em pezaba a ser considerado.
L o s p atrio tas esperaban con m ayor ansiedad que antes, la llegada
de barcos con correspondencia referente a las noticias de E spaña,
E l d í a : 13 llegó a M ontevideo un barco inglés que tra ía noticias
gravísim as. L os ejércitos de N apoleón habían invadido ya la A n d alu ­
cía, y la Ju n ta C entral tuvo que huir de Sevilla y refu g iarse en Cádiz,
y d e f i nitivam ente
en la isla de L eón.
E sta s noticias em ­
pezaron a circular
en B uenos A ires el
día 14, sin que Cis­
n ero s las diera a
conocer o f i c i a l ­
m ente.
E n E sp añ a no
existía ya au to ri­
d ad nacional algu-.
na: ni R ey, ni J u n ­
ta S u p rem a C en­
tra l. E l últim o re s­
to de poder fué la
R egencia, refugiada
en la dim inuta islita de L eón, de­
fendida por la es­
cuadra inglesa.
R otos, pues, los
debiles lazos que m an ten ían aún unidas E sp añ a y sus colonias, éstas
v inieron a en co n trarse en situación de darse un gobierno propio au n ­
que fuera sólo con ca rá c ter provisorio.
E l m om ento propicio esperado p a ra o b rar había llegado.
L a ag itación de que fué presa todo el vecindario era grandísim a.
E l público, en los cafés, en las casas de com ercio, y en las reuniones
privadas, no se ocupaba de o tra cosa, conviniendo en que el gobierno
de E sp a ñ a habia caducado.
C isneros se veía colocado en una situación m uy grave y difícil,
h a sta que el día 18 m andó publicar una proclam a en la que m anifes­
taba, e n tre o tra s cosas, que en el caso de q uedar E sp a ñ a sin poder
legítim o alguno, se p ro cu raría m an ten er el vínculo con la m onarquía
y, en rep resen tació n de ella, se tra ta ría de c re a r una au to rid ad de
acuerdo con los re p resen tan tes de la C apital y de las provincias. L os
p atrio tas n o estaban dispuestos a secundar el tem p eram en to de Cis­
n eros; pero, no queriendo d erram ar sangre inútilm ente, tra ta ro n de
llegar al m ism o fin ad optando m edidas pacíficas y persuasivas.
(1)
D . J u a n J . L ezica (A lcalde de 1er. voto, o sea P re sid e n te ) ; D . M anuel Jo sé
de O cam po, D . T om ás M. de A n c h o re n a, D r. D . J u liá n I,eiva, (S ín d ic o ); D . M a­
nuel M ansilla, (R e g id o r),
-2 4 0 LA
t e ’ -■
SEMANA
20
de
DE
MAYO
Mayo
D esde el día 18 en que C isneros dió a conocer oficial­
m ente las graves noticias que se venían divulgando, los
patriotas' em pezaron a tra b a ja r activam ente celebrando re­
uniones secretas, principalm ente en la casa de R odríguez
P eña y en la jab onería de don H ipólito V ieytes.
E n una de esas reuniones quedó convenido que B elgrano
y S aavedra se en trevistarían con el Alcalde de prim er voto
D. Ju an J. L ezica p ara ponerle al tan to de los propósitos que
perseguían, y p ara pedir, por su interm edio, al virrey, que
convocara a los vecinos
a reunirse en “ Cabildo'
ab ierto ” para que éste re­
solviera si aquél debía o
no continuar gobernando.
C isneros v a c i l a b a en
conceder la reunión del
Cabildo abierto, y nada
resolvía. Decidió, por fin,
y antes de dar una con­
testación definitiva, citar
a los jefes m ilitares a una
conferencia en la F o rta ­
leza, para saber si e sta ­
ban o no dispuestos a sostenerle en su actitud.
L a conferencia se realizó ,1a noche del 20 de m ayo y
nada concreto resultó, a pesar de haber m anifestado los
m ilitares que le negaban el apoyo que él solicitaba.
Los p atrio tas, reunidos en la casa de R odríguez Peña,
esperaban el resu ltado de la reunión que se realizaba en
la F ortaleza. D espués de una acalorada discusión decidie­
ron o b rar enérgicam ente y, para ello, com isionaron a Castelli y a M artín R odríguez para que, en nom bre del pueblo
y de las tropas, exigieran la convocatoria inm ediata de un
C abildo abierto.
M ientras los delegados debían desem peñar su m isión, los
jefes de los cuerpos concurrieron a los cu arteles para estar
listos y proceder de acuerdo con la actitud convenida.
C astelli y R odríguez pasaron a la F ortaleza, penetraron
al salón de recibo, donde hallaron al v irrey ju g an d o a la
baraja con el oidor Caspe y dos personas m ás y, sin vaci­
laciones, le m anifestaron, en nombre del pueblo y del ejército,
que habiendo cesado de derecho en el cargo de virrey, co­
rrespondía al pueblo resolver sobre lo que convenía hacer.
L a sorpresa del virrey fué grande, ante una intim ación tan
resuelta, y se retiró al salón inm ediato para conferenciar
du ran te algunos m inutos con el oidor Caspe. V u elto Cis­
neros al salón, m anifestó a los delegados que deploraba la
actitud asum ida a g re g a n d o : puesto que el pueblo no me
quiere y el ejército me abandona, hagan vds. lo que quieran.
21 de M ayo.
El día 21 por la m añana (L u n es), m ientras el C abildo se
encontraba reunido en sesión tratan d o sobre los sucesos
del día anterior, el pueblo aglom erado en la plaza, pedía
la convocación de una asam blea
popular a lo s'g rito s de ¡Cabildo
I G Ü l E x c m o . C a b ild o co n ­
abierto! ¡Cabildo abierto! E l Ca­
v o ca á V . p a ra q u e se sir­
bildo delegó dos de sus m iem ­
va asistir p re c is a m e n te m a ñ a ­
bros ante el virrey para so licitar­
na 2 Z d e I c o rrien te á las -9
Sin e tiq u e ta alguna , y en cla­ le que accediera a los deseos del
pueblo y evitar, así, las conse­
se d e vecino al C a b ild o ab ier­
cuencias de una conm oción.
to , q u e con an uencia del
E x c m o . Sr. V irey ha a c o rd a ­
E l v irrey dió su consentim ien­
d o c e le b ra r, d eb ien d o m a n i­ to y el Cabildo hizo la convocato­
festar esta esq u e la 'á las T r o ­ ria repartiendo 450 esquelas invi­
pas q u e g uarnezcan las a v e ­
tando a otros tan to s vecinos no­
nadas de esta P laz a , para q u e
tables.
El cuerpo de P atricios fué
se le p erm ita pasar lib re m e n ­
encargado de la conservación del
te :
orden.
L a esquela distribuida para
N um erosas personas, form ando
ásistir al Cabildo abierto.
grupos, perm anecían bajo los bal­
cones del Cabildo esperando im pacientes la contestación y
pidiendo a g rito s que querían conocerla. El síndico Leiva
se asom ó al balcón p ara com unicar la contestación favorable
—
243 —
b)
L a de los que querían que el pueblo designase direc­
tamente los m iem bros de dicho gobierno.
S ustentando estas opiniones concurrieron a la célebre
asam blea del día 22, los vecinos notables invitados a ella.
A brió la sesión el escribano del Cabildo con un discurso
en el que recom endaba prudencia y m oderación. A cto con­
tinuo tom ó la palabra el obispo L ué y, sucesivam ente:
el Dr. Castelli, el fiscal de la A udiencia D r. V illota, el
Dr. P aso y otros.
El obispo L ué concluyó por so stener:
de C isn e ro s; pero el público replicó que lo que quería era la
deposición del virrey. La llegada de S aavedra calm ó a la
m ultitud, que se retiró con la convicción de que en el Ca­
bildo abierto que debía celebrarse, su voluntad sería acatada.
Cabildo abierto del 22 de M ayo: Sus resoluciones.
El día 22 de M ayo por la m añana se realizó el C ongreso
General o Cabildo abierto que constituyó el prim er aconte­
cim iento decisivo que
con el del 25 consum a­
rían la revolución sin
que se d erram ara una
sola gota de sangre.
L a asam blea de veci­
nos notables se verifi­
có en el salón alto
del Cabildo.
“que mientras existiese en España un pedazo de tivr'ra mandada por
los españoles, ese pedazo de tierra debía mandar a las Amérieas, y que
mientras existiese un solo español en las Amérieas, ese español debía
mandar a los americanos, pudiendo sólo venir el mando a los hijos del
país cuando ya no hubiese un solo español en él".
L as opiniones esta­
ban m uy divididas en­
tre los p atrio tas, au n ­
que tres solam ente
reunían el m ayor núE l C abildo a b ie rto del 22 de M ayo,
m ero de adeptos originando, así, tres partidos.
I o E l de los españoles o realistas, que estaban por la
continuación del V irrey en el m ando; pero asociando a él
los m iem bros principales de la A udiencia. Lo apoyaban
el obispo, los oidores y los em pleados públicos.
"que declaraba caduca la autoridad del V irrey y que se facultara al
Cabildo para componer la Junta de gobierno”.
El D r. C astelli rebatió la tesis del obispo L.ué con un
discurso elocuente y persuasivo. Se hizo n o tar igualm ente
el D r. Paso por sus sólidos argum entos y consiguió dom i­
n ar la situación llevando el entusiasm o y la certidum bre del
triunfo al ánim o de todos los criollos.
T erm inada que fué la discusión se procedió a votar. De
todos los votos, fundados, el que obtuvo m ayor núm ero
de adeptos fué el de Saavedra, a sab er:
T riunfó, pues, la opinión m oderada.
No habían term inado aun de v o tar todos los asistentes,
cuando la cam pana del cabildo daba las 12 de la noche.
23 y 24 de Mayo - Reacción española - Intervención
popular - La Junta del 24 presidida por el Virrey
2o E l p artid o m oderado o conciliador que propiciaba la
delegación del m ando en el Cabildo h asta que se organizase
un gobierno provisorio dependiente de la autoridad que exis­
tiese en España.
R eunido el cabildo el día 23 por la m añana, y conside­
rando inconveniente e innecesaria la continuación del con­
greso general, acordó que, no obstante h aber cesado en el
m ando, no fuese separado el V irrey, sino que se le nom brase
acom pañado con quienes hubiese de go b ern ar h asta la con­
gregación de los diputados del virreinato.
L a tarde del día 23 iba tran scu rrien d o y el bando de la
deposición del V irrey no se publicaba. El cabildo, asum ien­
3° El de los que pedían llanam ente la cesación del V irrey
y la form ación de un gobierno esencialm ente popular. Dos
tendencias d istin tas existían entre sus m iem bros, constitu­
yendo dos fracciones:
a)
L a de los que delegaban en el Cabildo la facultad de
o rganizar el gobierno popular
*
— 244 —
do una actitu d reaccionaria, se proponía designar una ju n ta
presidida por el V irrey, incluyendo como vocales, entre
otros, a S aavedra y a B elgrano. E stos, conscientes de la
voluntad popular, asum ieron el carácter de delegados del
pueblo, pen etraro n en la sala de sesiones del cabildo para
m anifestar que no aceptaban su propio nom bram iento y
que rechazaban el de los dem ás vocales; que el pueblo era
presa de g ran exaltación y que exigía la publicación del
bando de cesación del V irrey. P edían, adem ás, que se de­
ja ra para el día siguiente la designación de la nueva junta.
E l cabildo se inclinó ante las razones m anifestadas, y m an­
dó que, inm ediatam ente, se publicase el bando referente a
la separación del virrey.
E l día 24, el C abildo procedió a designar los m iem bros
de la ju n ta incluyendo los nom bres de S aavedra y Castelli,
pero bajo la presidencia del v irrey y conservando éste el
m ando de la fuerza.
D espués de p re sta r juram ento, los m iem bros de la junta,
pasaron a la fortaleza saludados con repiques de cam panas
y salvas de artillería, creyendo haber dom inado la situación.
Todo lo sucedido produjo un gran descontento entre los
p atrio tas y una efervescencia en
los cuarteles, apenas con­
tenida. H ab ía corrido la voz de
que los P atricio s querían
salir a la calle y arreglarlo todo con las arm as.
M ientras tan to la situación se iba poniendo cada vez más
seria, y, an te la im posibilidad de contener el estallido, Saa­
vedra y C astelli se presentaron al v irrey y le exigieron la
renuncia del m ando. Cisneros, viéndose perdido, renunció en
el acto, haciendo lo propio los dem ás m iem bros de la junta.
D u ran te la noche del m ism o día 24, se iba firm ando p o r
centenares de personas, una representación para presentarla
al día siguiente pidiendo que se cum pliera lo que se había
acordado en el cabildo abierto del día 22.
E l 25 de Mayo - Primer gobierno patrio
E l cabildo debía celebrar sesión du ran te la m añana del
25 para to m ar en cohsideración la renuncia de todos los
m iem bros de la Ju n ta, así como la representación del pueblo.
•245 —
Los m iem bros del C abildo se habían reunido desde tem ­
prano y resolvieron no acep tar la renuncia, alegando que
ella, la Ju n ta, debía tom ar las m edidas necesarias p ara hacer
valer su autoridad.
E l pueblo, que desde la noche del 24 sospechaba un
resultado contrario a sus aspiraciones, se iba aglom erando
en la plaza frente a la Casa capitular, a pesar de la llovizna
que caía incesante.
Los entusiastas jóvenes F ren ch y B eruti se habían ocu­
pado, du ran te la noche an terio r, de reclu tar gente de los
suburbios de la ciudad para apoyar con ese elem ento de
acción, el m ovim iento que debía producirse el 25.
Como abundaba público que parecía indiferente o con­
trario, creyeron conveniente buscar la m an era de d istin ­
guirlo. A F ren ch y B eru ti se les ocurrió la idea de dar
un distintivo a todos los com pañeros de causa. C om praron
en una de las m ercerías de la recoba, cintas de color blanco
y celeste, y las distribuyero n en tre los p artid ario s de causa.
A larm ado el Cabildo, al ver la actitu d resu elta del pueblo
aglom erado en la plaza, se m o straba dispuesto a ceder;
pero, antes, intentó todavía acudir al recurso de citar a los
jefes m ilitares de los cuerpos p ara av erig u ar si estaban re­
sueltos a apoyar sus m e d id a s; pero todos ellos m anifestaron
que el pueblo se hallaba m uy exaltado y que no era p rudente
provocarlo, puesto que confraternizaba con las tropas.
M ientras esto sucedía, un grupo num eroso que andaba
por los corredores, y a cuya cabeza iban F ren ch y B eruti,
se agolpaba a las p u ertas de la sala de sesiones del Cabildo
(Sala capitular) dando fuertes golpes sobre ellas, a los g rito s
d e : “E l pueblo quiere saber de qué se trata”.
Como el tu m u lto au m en tab a cada vez m ás, tuvo que
salir al balcón D. M artín R odríguez p ara calm ar al pueblo.
L os m iem bros del Cabildo, dándose cuenta de que no era
posible resistir, pidieron a C isneros que hiciera renuncia
absoluta del gobierno, y así lo hizo; pero los p atrio tas ya
no se conform aban con la separación absoluta de C isneros
ni con otro gobierno que no fuera la expresión de su volun­
t a d : exigieron que fuera proclam ada una lista propia, que
fué la siguiente:
--2 4 6 —
P resid en te: Coronel D. Cornelio S aavedra
V ocales:
D r. M anuel B elgrano
„ Ju an José C astelli
C om andante M iguel de A zcuénaga
P resb ítero M anuel A lberti
D. D om ingo M atheu (español)
„ Ju an L arrea (español)
S e c re ta rio s: D r. M ariano M oreno - Dr. Ju an José Paso
E l m ism o día 25 por la tarde los m iem bros de la Junta 1
prestaro n ju ram en to ante el Excm o. Cabildo.
“La ceremonia de la instalación de la Junta fu é solemne y debió con­
mover profundamente a los patriotas. Los cabildantes esperaron a los
miembros del nuevo Gobierno sentados debajo del regio dosel. A uno y
otro lado del salón formaban dos alas compactas los comandantes de las
milicias, los jefes y la oficialidad del Estado M ayor, con los prelados
de las órdenes religiosas, los empleados y gran número de entusiastas
adherent es al cambio que acababa de tener lugar”.
“Los miembros de la Junta entraron por el centro seguidos de los
vivas y las felicitaciones de la m ultitud”.
E l Alcalde de primer voto se puso de pie. Con él se incorporaron
los demás vocales. E l Síndico procurador (doctor Leiva) abrió los E van­
gelios, y los puso al alcance de la mano de Saavedra. A una señal del
alcalde, Saavedra y los demás se pusieron de rodillas delante de la mesa
municipal tendida de damasco punzó, y sobre ella un lujoso crucifijo
de plata y m arfil. Saavedra puso la palma de la mano sobre los
Evangelios; Castelli puso la suya sobre el hombro derecho de Saave­
dra; Belgrano la puso sobre el izquierdo; y los demás sucesivamente
los unos sobre el hombro de los otros según la posición que ocupaban (2).
H e aquí la fórm ula del ju ram e n to :
¿ Ju rá is p o r Dios', N u e stro S eñor, y estos S an to s E vangelios, re c o n o ce r la
J u n ta P ro v isio n al G u b ern ativ a de las P ro v in cias del R ío de la P la ta a nom bre
de D . F e rn a n d o V I I y p a ra g u a rd a de sus au g u sto s derechos, obedecer sus
o rden es y d ecreto s y no a te n ta r d ire c ta ni in d irec ta m e n te c o n tra su a utoridad, pro p en d ien d o p ública y priv ad am en te a su seg u rid ad y respeto?
P restad o el ju ram en to el Cabildo cedió los asientos del
centro a los m iem bros de la J u n ta y, acto continuo, Saave­
d ra dirigió al público una sentida y grave alocución.
L a Ju n ta se instaló en la F ortaleza, y ésta, desde ese
m om ento, no obstante las m anifestaciones de obediencia a
F ern an d o V II, dejó de ser, definitivam ente, m orada de m an­
datarios de la m onarquía española. L as tropas form adas en
cuadro en la plaza M ayor, prestaron ju ram en to el día 28.
(1 ) Se llam ó J u n ta P ro v isio n al G u b ern ativ a de las P ro v in cias del R ío de la
P la ta por el S eñ o r D on F e rn a n d o V I I . — B ando del 26 de m ayo
(2) V . F . López.
— 248 —
-^249 —
Los miembros de la Primera Junta
L a revolución en el interior
Acatamiento de los pueblos a la autoridad de la Junta Gubernativa
C O R N E L I O S A A V E D R A .— N a c ió en P o to s í el 2u d e fe b re ro d e 1760. E s tu d ió
e n el C o le g io d e S a n C a rlo s. Se d e d ic ó a l c o m e rc io y lo g ró fo r m a rs e u n a p o s ic ió n
h o lg a d a . D e s e m p e ñ ó v a rio s c a rg o s e n el C a b ild o y c u a n d o , d e s p u é s d e la R e c o n ­
q u is ta en 1806, se p r e p a r a r o n fu e rz a s a rm a d a s , fu é d e s ig n a d o je fe d e u n c u e rp o
d e v o lu n t a r io s : los P a tr ic io s . F u é e l P r e s id e n te d e la P r im e r a J u n ta . — M u rió
e n B u e n o s A ir e s e l 29 d e m a r z o d e 1829.
D r . M A R I A N O M O R E N O . — N a c ió en B u e n o s A ire s el 23 d e s e p tie m b r e de
1778. H iz o su s e s tu d io s s u p e rio r e s e n la U n iv e r s id a d d e C h a rc a s , en d o n d e se d is ­
tin g u ió p o r su ta le n to . E n 1805 r e g re s ó a B u e n o s A ire s y e r a R e la to r d e la A u d ie n c ia
c u a n d o se p r o d u jo el m o v im ie n to d e M ay o . C o m o S e c r e ta r io de la P r im e r a J u n ta
se h izo n o ta r in m e d ia ta m e n te p o r s u s c o n d ic io n e s e x c e p c io n a le s p a r a g u ia r la m a r c h a
d e la R e v o lu c ió n . — M u rió en a lta m a r el 4 d e m a rz o d e 1811.
D r . J U A N J O S E P A S O . — N a c ió en B u e n o s A ire s el 2 d e e n e ro d e 1758. E s tu d Ló en , la U n iv e rs id a d d e C h a rc a s y o b tu v o el g r a d o d e d o c to r e n le y es a lo s 21
a n o s d e e d a d . E s tu v o a lg u n o s a ñ o s en el P e rú y r e g r e s ó a su p a ís.
E n 1810 al e s ta lla r la r e v o lu c ió n , o c u p a b a el c a rg o d e A u x ilia r d el F is c a l d e l
K e y . r u é S e c r e ta r io d e la P r im e r a J u n ta , y m á s ta r d e d e s e m p e ñ ó o tr o s c a r e o s
d e im p o rta n c ia . — M u rió e l 10 d e s e p tie m b re d e 1833.
D r . M A N U E L B E L G R A N O . — N a c ió e n B u e n o s A ire s el 3 d e ju n io d e 1770
C u rs ó e s tu d io s e n el C o le g io S an C a rlo s y a los 17 a ñ o s d e e d a d se fué a E s p a ñ a
in g r e s a n d o en la U n iv e rs id a d d e S a la m a n c a . A su r e g r e s o o c u p ó el c a rg o d e
s e c r e t a r io d e l C o n s u la d o . F o rm o p a r te de la S o c ie d a d de los S ie te y d e s p u é s d e
la J u n t a de G o b ie rn o . S irv ió a s u p a ís sin in te r ru p c ió n h a s ta su m u e rte . F u é u n
g r a n p a t r io ta y e je m p lo d e v ir tu d e s c ív ic a s , d ig n o d e s e r im ita d o . — M u r ió e n
B u e n o s A ire s el 20 d e ju n io d e 1820.
D r . J U A N J O S E C A S T E L L I .— N a c ió e n B u en o s' A ire s el 19 d e ju lio d e 1764.
£ u e u n o d e los m a s d e c id id o s y e n tu s ia s ta s p a r tid a r io s d e la r e v o lu c ió n d e M a y o .
r u e m ie m b ro d e la S o c ie d a d d e lo s S ie te . A c o m p a ñ ó a la e x p e d ic ió n al A lto P e r ú
c o m o A u d ito r d e G u e rra . — M u rió en B u e n o s A ir e s el 12 d e o c tu b r e d e 1812.
1 7 C?*
t? * IGÍw E L
1 /5 4 . E s tu d ió e n
l o m ó p a r te en la
M u r ió e n B u e n o s
g E A Z C U E N A G A .- N a c i ó en B u e n o s A ir e s el 4 d e ju n io d e
E s p a ñ a y s irv ió en B u e n o s A ire s c o m o s u b te n ie n te d e a r t ill e r ía
lu c h a c o n tr a los in g le s e s . F u é v o c a l d e la J u n t a r e v o lu c io n a ria !
A ir e s el 23 d e d ic ie m b re d e 1833.
A N U E L A L B E R T I . — N a c ió en B u e n o s A ire s e l 28 d e m a y o d e 1763
b e d e d ic o al s a c e rd o c io g ra d u á n d o s e de d o c to r e n te o lo g ía . O c u p a b a el c a rg o dé
c u r a de la p a r r o q u ia d e S a n N ic o lá s c u a n d o e s ta lló el m o v im ie n to de M a y o . F o r ­
m a b a p a r te d e la S o c ie d a d d e lo s S ie te . F u é r e d a c to r d e la G a c e ta . — M u r ió e n
B u e n o s A ir e s el 2 d e f e b r e r o d e 1811.
D . D O M I N G O M A T H E U .— N a c ió en E s p a ñ a (c iu d a d d e M a ta r ó , C a ta lu ñ a )
el 4 d e a g o s to d e 1766. C u rs ó e s tu d io s n á u tic o s y o b tu v o el d ip lo m a d e p ilo to d e
m a r. E n B u e n o s A ire s fu é c o m e rc ia n te y su p o la b r a r s e u n a f o r tu n a . L u c h ó c o n tr a
lo s in g le s e s en 1806. F u é d ir e c to r d e la fá b r ic a d e a r m a s . — F a lle c ió e n B u e n o s
A ir e s e l 21 de m a rz o d e 1831.
Si bien los m iem bros de la Ju n ta P rovisional G ubernativa
habían prestado ju ram en to de conservar la in teg rid ad del
territo rio , observar las leyes del reino y reconocer la sobe­
ranía de D. F ernando V II, la verdad es que los p atrio tas
no podían su sten tar sem ejantes propósitos. T riu n fa n te la
R evolución y engolfados los p atrio tas en una obra que no
podía adm itir retroceso alguno, pues ello h abría im plicado
correr la suerte que cupo a los revolucionarios de L a P az
el año anterior, no les quedaba más camino que p roseguir la
obra em pezada h asta finalizarla con la em ancipación.
L a Junta Gubernativa, con fecha 27 de M ayo, envió una
circular a todos los Cabildos com unicando su instalación e
invitándolos a p re sta r su reconocim iento y a enviar sus re­
presentantes a la ciudad de Buenos A ires para, una vez re­
unidos, establecer la form a de gobierno. D e las principales
poblaciones del V irreinato, la m ayoría de ellas se pronunció
en favor de la R evolución, y p restaron acatam iento a la Ju n ta.
A unque la Revolución, en su faz m aterial, no había sido
preparada ni se habían hecho trab ajo s p ara fecha determ i­
nada, el acontecim iento encontró, en el acto, suficiente apoyo
en todas partes, porque las opiniones individuales estaban
hechas y el am biente general estaba formado.
Los Cabildos no tard aro n en com unicar su acatam iento
a la autoridad de la Ju n ta , y fueron de los prim eros los de
M aldonado, la Colonia, S anta Fe, San L uis, C orrientes,
Salta, T arija, T ucum án, M endoza, Santiago del E stero y
San Juan, que lo hicieron d u ran te el mes de Junio. P o ste rio r­
m ente, y antes de term in ar el año 1810, m anifestaron tam ­
bién el propio, Córdoba, L a Rioja, Ju ju y , C ochabam ba, La
Paz, O ruro, y otros.
Primeros trabajos de la Junta Provisional
D . J U A N L A R R E A .— N a c ió en E s p a ñ a el 24 d e ju n io d e 1782. F u é c o m e r ­
c ia n te m u y a p re c ia d o p o r s u in te lig e n c ia y c o r re c c ió n . S e a d h irió d e s d e el p r im e r
m o m e n to a l m o v im ie n to d e M a y o , y fu é u n o d e lo s e le m e n to s m á s d e c id id o s en
fa v o r d e la c a u s a e m a n c ip a d o r a . A s u a c tiv id a d e m p e ñ o s a se d e b ió la p o sib ilid a d
d e c r e a r la p rim e r a e s c u a d r illa c u y o m a n d o se c o n fió a D n . G u ille rm o B ro w n .
F a lle c ió el 30 d e ju n io d e 1847.
Los m iem bros de la Ju n ta se habían rep artid o el trab ajo
recayendo éste, principalm ente, sobre los dos secretarios
M oreno y Paso. Los vocales atendían los asuntos que esta­
-2 5 0 —
ban más de acuerdo con sus conocimientos. Así, Larrea
atendía los asu n to s de hacienda; Castelli, los de gobierno;
B elgranp, los de gu erra. M oreno intervenía en todo, pues
su actividad ex trao rd inaria y su preparación se lo perm itían.
U na de las m ás urgentes necesidades, era la de con­
ta r con fondos para hacer frente a los gastos para la com ­
p ra de arm as y otros pertrechos. Se realizó una suscrip­
ción para re u n ir dinero, que encabezó M oreno con 6 onzas
de oro. B elgrano, M atheu y L arrea renunciaron con el m is­
mo fin al sueldo que, como vocales de la Ju n ta, les corres­
pondía. E n todas las poblaciones los p atrio tas prestaban su
concurso donando dinero, productos alim enticios, géneros
para uniform es, anim ales para los servicios del ejército, etc.
Se levantó un em préstito entre los com erciantes y ca­
p italistas con la g aran tía de don Ju an L arrea y de otros.
L a ac titu d de los realistas, que se preparaban para
una contrarrevolución, im pedía que la Ju n ta p re sta ra una
m ayor atención a o tras m uchas cuestiones de im portan­
cia. No obstante, la instrucción pública no fué olvidada, y,
así, adem ás de la creación de algunas escuelas, se fundó
la de m atem áticas, a la que debían asistir los oficiales y ca­
detes, y se dispuso la form ación de una biblioteca pública,
de la cual, M oreno, su inspirador y fundador, fué designado
protector.
Se m andó h ab ilitar el p u erto de la E nsenada para faci­
litar el com ercio de im portación y de exportación, libre
para todas las naciones. Se propuso fom entar la industria
y el cultivo de la tierra, estim ulándolos con facilidades y
prem ios adecuados.
Primeros síntomas de reacción
E n la ciudad de Buenos A ires. — No podía escapar a la pe­
netración de los m iem bros de la Ju n ta, por m ás que sus actos
se realizaban dem ostrando acatam iento a D on F ernando V II,
que los españoles no se conform arían con la nueva situa­
ción nacida a raíz del m ovim iento del 25 de mayo. L a vigi­
lancia, pues, sobre los españoles m ás encum brados, se ejer­
cía m uy estricta para estar en condiciones de to m ar rápi­
dam ente las m edidas represivas del caso.
—
251
—
L a Ju n ta había com unicado a todas las corporaciones
y m agistrados, que debían p re sta r ju ram en to de obediencia
a la m ism a. A lgunos m iem bros de la A udiencia no cum plie­
ron y se produjo un conflicto. (Ju nio).
A principios del m ism o mes, llegaba a Buenos A ires
la noticia de que en Cádiz se había instalado un Consejo
de Regencia en substitución de la Junta Suprema que se
había disuelto. L a A udiencia sostenía que la J m ta P ro v i­
sional debía p re sta r acatam iento al C onsejo de Regencia,
y de ello se originó otro conflicto. '
L a Juftta, en conocim iento de que el ex-virrey C isneros
y los m iem bros de la Audiencia, se preparaban para h uir a
M ontevideo para restablecer allí un centro de resistencia,
los m andó a rrestar y traslad a r a bordo de un buque inglés
para enviarlos a E uropa. (Junio 22 de 1810).
En la ciudad de Mendoza. — L a noticia de la instalación de
la Ju n ta de Buenos A ires llegó a M endoza el 13 de junio
de 1810. al m ism o tiem po que una com unicación del gober­
nador de Córdoba, G utiérrez de la Concha, ordenaba al
com andante de arm as, F au stin o A nsay, que no le prestase
obediencia.
E l día 23, el pueblo de M endoza, a pesar de todo, re ­
solvió, por aclam ación, reconocer la autoridad de la Ju n ta,
nom brar un diputado que lo representase, y obligar a An..say a hacer entrega del m ando y de las arm as. Seis días
después, A nsay, con el apoyo de algunos hom bres que ha­
bía reunido, asaltó el cuartel, rindió la guarnición e im puso
un gobierno que dejaba las cosas más o m enos como esta­
b an; pero el día 16 de julio llegaba a M endoza el regim iento
de arribeños, cuyo jefe, con órdenes de la Ju n ta, arrestó
al com andante A nsay y a otros m iem bros del gobierno,
quienes fueron trasladados a Buenos Aires. M endoza, en­
tonces, se pronunció definitivam ente por la Ju n ta de Bue­
nos Aires.
En otras ciudades del Virreinato. — Córdoba, M ontevideo,
A sunción, C huquisaca y L a Paz constituyeron, desde el
prim er m om ento, centros o focos de reacción realista.
i
-2 5 2 —
L os españoles com prendieron que el único y verdadero
fin a que asp iraban los autores del m ovim iento de M ayo,
era el de alcanzar la em ancipación del país, y era lógico,
que aquéllos, p or su parte, hicieran trabajos encam inados a
recuperar el poder.
E n C órdoba residía L iniers, a quien C isneros había
prohibido perm anecer en Buenos A ires. E ra una residencia
provisional pues existía orden de que debía ausentarse del
país.
E l día 30 de m ayo em pezaron a circular en Córdoba las
prim eras noticias, algo confusas, de lo que había pasado en
Buenos A ires. E l 4 de junio llegó
allí el correo con las prim eras co­
m unicaciones de la Ju n ta y las no­
ticias de los sucesos del día 25.
E n la casa del gobernador G utié­
rrez de la Concha se verificó una
reunión a la que asistieron L iniers,
el obispo O rellana, el deán de la
C atedral de Córdoba D r. G regorio
F unes y otros.
El gobernador se m anifestó dis­
puesto a desconocer a la Ju n ta y a
resistirla. L iniers y los dem ás pre­
sentes opinaron como el gobernador,
a excepción del deán Funes, quien
se retiró después de haber m anifestado su adhesión a la
au to rid ad de la Ju n ta.
M ontevideo, como era de suponer, se dispuso en contra,
y contaba con escuadra, m arinos y jefes m ilitares. C onsti­
tuía un verdadero peligro para Buenos Aires, tan to por
su proxim idad como por su posición estratégica de prim er
orden con la escuadra para dom inar todo el P la ta y sus
afluentes, y sin enem igos que pudieran im pedírselo.
E n el P ara g u ay gobernaba el general Velazco, am igo
íntim o de L iniers, dispuesto en contra de la autoridad de
la Ju n ta Provisional.
E l A lto P erú, a las prim eras noticias se había conm ovido
por la acción de los gobernantes y jefes m ilitares españoles
-2 5 3 —
de prestigio. En C huquisaca se encontraba el general Nieto,
el m ismo que había enviado Cisneros para sofocar el m o­
vim iento revolucionario del año anterior.
E n L a P az se hallaba el general Goyeneche, el que so­
focó la insurrección en la m ism a ciudad, tam bién el año a n ­
terior, y que condenó
a la pena del g arrote
a algunos de los pri­
sioneros.
C h ile d e j ó de s e r
un p e l i g r o , p u e s en
septiem bre del m ism o
año 1810, se h a b í a
Constituido un gobier­
no popular nacido de
una revolución p a c í ­
fica.
Si bien el m om ento
elegido para llevar a
cab'o .el m o v i m i e n t o
em ancipador era opor­
tuno p o r lo q u e res­
pecta a la situación de
E spaña, dom inada por
los ejércitos napoleó­
nicos en casi toda la
península, no d e ja b a
de ser av en tu rad a la
em presa que a c o m e ­
t i e r o n lo s patriotas,
que puede calificarse
de tem eraria.
L o s p a tr io ta s no
contaron en un princi­
pio con jefes superio­
res, y los oficiales eran
los que se habían form ado en la lucha co n tra las fuerzas
inglesas invasoras. H abían probado, sí, su valor y o tras cua­
lidades g u e rre ra s; pero ellas no eran suficientes. N o o b s­
17
— 254 —
tan te, se im provisaron Jefes y ellos supieron ponerse a la al­
tu ra requerida y responder a la confianza que le habían
otorgado.
E sa era la situación en el m om ento de producirse la revo­
lución de Mayo.
La Junta Gubernativa y el Cabildo de Montevideo.
E l Cabildo de M ontevideo al tra ta r sobre la circular de
la J u n ta G ubernativa de Buenos A ires, que solicitaba su
adhesión a la causa revolucionaria se m ostró dispuesto a
resolver la adhesión y así lo h iz o ; pero, ante la noticia,
llegada al día siguiente, de que en Cádiz se había instalado
el Consejo Supremo de Regencia en substitución de la Junta
Suprema Central, disuelta, cambió de actitu d e hizo ju ra r
su reconocim iento al Consejo de Regencia, acto que se reali­
zó con repiques de cam panas, Te Deum y o tras cerem onias.
L a J u n ta de Buenos A ires envió a M ontevideo al Dr.
D. Ju an José P aso para arreglar el desacuerdo, y, al m ismo
tiem po, con la m isión secreta de prom over la insurrección
en la cam paña oriental para lo Cual contaba, allí, con algunas
personas adictas a la causa de la revolución y dispuestas a
defenderla con su acción personal (Junio).
R eunidas en Cabildo abierto las personas notables de
M ontevideo, el D r. P aso expuso los propósitos de la Ju n ta
G ub ern ativ a; pero sin resultado. Como el partido español
estaba en m ayoría, consiguió que 'la asam blea re so lv iera:
que no reconocería la autoridad de la Junta, mientras ésta
no reconociera la soberanía del Supremo Consejo de Re­
gencia. (')
E l D r. P aso regresó a Buenos A ires sin éxito inm ediato,
y la ciudad de M ontevideo constituyó, en adelante, un cen­
tro de resistencia y de am enazas hasta 1814.
Se estaba en eso, cuando la Ju n ta de Buenos A ires, te ­
niendo conocim iento del plan de Cisneros y de los oidores,
de h uir a M ontevideo, los m andó a rrestar y los em barcó
para Europa.
E n Julio hubo de producirse el levantam iento de unas
(1)
Refugiado en la islita de León frente a Cádiz,
—255 —
fuerzas que se hallaban en M ontevideo, en favor de la re­
volución ; pero la conspiración fué descubierta.
E n O ctubre llegó, a M ontevideo el m ariscal D. G aspar
de V igódet designado gobernador de M ontevideo por el
Consejo de Regencia.
Expedición al A lto Perú — Resistencia en Córdoba.
Liniers.
D esde el m om ento que la Ju n ta G ubernativa sub stitu y ó
a las autoridades españolas, no cabía dudar del propósito de
los realistas de recuperar por la fuerza el poder que habían
perdido.
P ara c o n tra rre sta r cualquier m ovim iento de reacción, y
para sostener, al m ism o tiem po, la adhesión de los pueblos
del interior, la Ju n ta procedió a la organización de fuerzas
suficientes y destacó dos expediciones: una al A lto P erú, y
otra al P araguay.
L as colum nas expedicionarias se form aron sacando alg u ­
nas com pañías de los diferentes cuerpos que existían en
Buenos A ires (P atricios, A rribeños, etc.). L a destinada al
A lto P erú iba b astante bien uniform ada y con buen arm a­
m ento (F usiles de chispa, 4 piezas de artillería volante y
2 obúses). D urante la m archa del ejército hacia el in terior
hubo m uchos jóvenes que se incorporaron a sus filas, al­
gunos presentados por sus propias madres.
Se com ponía la expedición de 1150 hom bres al m ando del
coronel don F rancisco O rtiz de Ocam po y llevaba como
segundo al teniente coronel D. A ntonio González Balcarce.
Salió de Buenos A ires el día 7 de Julio de 1810 y, de alli.
pasó a M onte C astro. (') El día 9, después de pasarse re­
vista, em prendió la m archa hacia el interior.
Al aproxim arse a la ciudad de Córdoba O cam po no en­
contró resistencia, porque L iniers, que había em pezado a
organizar algunas fuerzas, no se consideró suficientem ente
fuerte como para resistir y habia em prendido la m archa hacia
el A lto P erú con el gobernador y otros personajes.
L a expedición libertadora entró en la ciudad de Córdoba
( 1 ) E n V ele z S á rs fie ld ( F lo r e s ta ) a in m e d ia c io n e s d e la ca lle
M o n te C a s tr o ) y el a r r o y o M ald o n a d o .
S e g u ró la
(a n te '
1
— 256 —
a principios de A gosto, y Balcarce salió inmediatamente en
persecusión de los fugitivos. E n distintos puntos fueron to ­
m ados Liniers, el gobernador G utiérrez de la Concha y otros.
Se tem ía que L iniers, puesto al frente de una contrarrevo­
lución, y dada su popularidad, hiciera peligrar la causa de
los patriotas.
L a J u n ta los sentenció a la pena de m uerte, de la cual
sólo se salvó el obispo O rellana por su carácter sacerdotal.
L a ejecución se llevó a cabo en un paraje llam ado Cabeza
del T igre, cerca de C ruz A lta. (A gosto 26 de 1810).
La medida tom ada por la Ju n ta de Buenos A ires de m andar
ejecu tar a Liniers, al gobernador de Córdoba y üem ás reos,
pareció terrible, y lo fué
in d u d ab lem en te; pero la
J u n ta consideró que no
había otra, dentro de las
tres que podían ad o p tar­
se :
1* Encerrar a los reos
en una prisión segura.
E sto no se consideró
factible porque no exis­
tía una cárcel apropia­
da. A dem ás, el dejar en
lib ertad a los reos, po­
día dar lu g ar a una con­
trarrevolución.
2® Enviarlos a España
embarcados. T am bién es­
to se consideró im posi­
ble porque la escuadrilla española, que dom inaba el Río de
la P lata, se habría apoderado del buque, y puesto en libertad
a los presos en M ontevideo.
39 Condenarlos a la pena de muerte.
Al ser tom ados los reos en Córdoba, se les encontraron
cartas y otros docum entos que dem ostraban claram ente el
propósito de organizar un plan para sofocar el movimiento
de Mayo, debiendo e n tra r en el com plot los gobernadores
de Córdoba, M ontevideo y de las provincias del A lto Perú.
E n el A lto P erú se tom aron después otro s docum entos
que evidenciaron el plan de los gobernantes españoles. P ara
facilitar la consecución del plan, el v irrey del P erú había
lanzado una proclam a en la que declaraba la incorporación
de las cuatro provincias de Potosí, Charcas, C ocbabam ba y
La P az al V irreinato del P erú y, al m ism o tiem po, m an i­
festaba : que los am ericanos habían nacido para ser esclavos
y vegetar en la obscuridad y abatim iento.
A nte estos hechos y las am enazas m anifestadas, los
hom bres que prepararon y llevaron a cabo el m ovim iento
de Mayo, debían o rien tar sus procederes de acuerdo con el
nuevo aspecto de las cosas.
E sto explica la ejecución llevada a cabo en Cabeza del
T igre y, poco después, la de los generales N ieto y Córdoba
y del Intendente de P otosí, P au .a Sanz.
M oreno y Castelli eran los m iem bros de la J u n ta incli­
nados a las m edidas de terro r, principalm ente el prim ero,
que las justificaba con las siguientes p alab ras:
"H em os decretado el sacrificio de estas víctimas a la salud de tantos
millones de inocentes. Sólo el terror del suplicio puede servir de escar­
miento a sus cómplices’’.
Batalla de Suipacha - Cotagaita
V encida que fué la resistencia organizada en Córdoba
por los realistas, la expedición auxiliadora em prendió la
m arch a; pero no ya al m ando de O cam po sino de Balcarce.
A O cam po se le encom endó o tra misión.
El relevo de Ocam po, se cree, fué debido a su actitu d
indecisa en el cum plim iento de la orden term in an te de eje­
cutar a los conjurados de Córdoba tom ados prisioneros.
D u ran te la m archa la colum na expedicionaria se iba en­
grosando con elem entos sacados de las cam pañas de San­
tiago, T ucum án, S alta y Ju ju y .
Al m ismo tiem po se habían enviado agentes secretos
para provocar la insurrección en las principales poblacio­
nes del A lto Perú.
L os realistas ocupaban algunos puntos de S alta y de
Jujuy y al tener conocim iento del avance de los p atriotas,
— 258 —
retrocedieron hasta s it u a r s e en la o r illa d ere ch a del río
Cotagaita.
Balcarce penetró en el A lto P erú y atacó a los realistas
en C o tag aita; pero, estando sin artillería, fué fácilm ente
rechazado. R etrocedió h asta T upiza y luego h asta Suipacha,
en donde se le incorporaron fuerzas con alguna artillería.
Allí, obtuvo una victoria
gloriosa. L o s r e a l i s t a s
s u f r i e r o n u n a derrota
com pleta, p u e s t o q u e
abandonaron una bande­
ra, cañones, arm as, di­
nero y m uchos prisione­
ros. (N oviem bre 7 de
1810).
D espués de la victoria
de Suipacha el e j é r c i t o
avanzó, por segunda vez,
sobre C otagaita cuya po­
sición fué tom ada. (N o­
viem bre 13).
D u ran te su m archa al
no rte se le incorporó un
grupo de s o l d a d o s que
habían p e r t e n e c i d o al
cuerpo de Patricios, que
el g e n e r a l N ieto había
llevado desde Buenos A i­
res en 1809 para sofocar
el m ovim iento insurrec­
cional de C huquisaca y
a los que, después, por el
solo hecho de ser crio­
llos, encerró en las cárE x p e d ic ió n a l A lto P e r ú
i
j
t»
^
'
a
celes de P o t o s í . A raíz
de la victoria de Suipacha pudieron escapar e incorporarse
al ejército libertador, tom ando a su cargo la persecución
de los generales N ieto y Córdoba a los que apresaron en
el camino, an tes de llegar a O ruro.
— 259 —
Nieto, C órdoba y P au la Sanz, In ten d en te, este últim o, de
Potosí, fueron fusilados.
M ientras tan to los patrio tas habían iniciado la insurrec­
ción en C ochabam ba consiguiendo vencer a los realistas en
Aroma, en trar en O ruro y salvar a un g ran núm ero de pa­
triotas que se hallaban allí encarcelados, y prontos ya para
ser enviados a los calabozos de Lim a. E n tre ellos estaba el
que fué ilustre p atrio ta D. Ju an A ntonio A lvarez de A renales.
Con la victoria de Suipacha, que fué de tan g ran trascen ­
dencia, y la de Aroma, obtenida por los cochabam binos, que­
dó insurreccionado casi todo el Alto P erú con los principales
centros de población, desde T upiza a L a P az y de O ru ro a
Cochabam ba, bajo la influencia de la Junta.
E stas victorias fueron celebradas con un regocijo ex tra­
ordinario en todos los pueblos del V irreynato.
Expedición al Paraguay
El jefe de la expedición al P arag u ay fué el vocal de la
Junta, don M anuel Belgrano.
E n San Nicolás tom ó B elgrano el m ando del prim er con­
tingente de fuerzas, y, de allí, pasó al pueblo de la Bajada
del P aran á, punto en donde debía concentrar las fuerzas.
T odos los vecinos se m o strab an m uy anim ados en favor de
la expedición y donaron caballos y otros elem entos de u ti­
lidad para el ejército.
O rganizado allí un cuerpo de 950 hom bres, B elgrano em ­
prendió la m archa por territo rio entrerrian o y correntino
sufriendo, durante toda ella, las m ás grandes privaciones
y penurias.
D esde la Bajada h asta la Candelaria no encontró m ás
poblados que un pobre núcleo de unos trein ta ranchos en
Curuzú-Cuatiá, y otro de doce, e'n Yaguareté-Corá. E l prim e­
ro de ellos lo m andó delinear, estableciendo tam bién su ju ris­
dicción y expidió, otras disposiciones con el propósito de
reunir a los pobladores disem inados de las cam pañas.
A fines de N oviem bre p artía de C uruzú-C uatiá, al frente
de poco m ás de 1000 hom bres, artillería, carretas, etc. En
D iciem bre (15) la expedición llegaba a la C andelaria, donde
— 260 —
se dedicò a la construcción de balsas, canoas y botes de cuero,
B elgrano había enviado com unicaciones al gobernador Velazco, al Cabildo y al Obispo invitándolos a una conferencia,
puesto que no iba en son de conquista, y para evitar un
inútil derram am iento de san g re; pero no tuvo éxito.
E l 19 de D iciem bre la expedición iniciaba el paso del P a ­
raná por la C andelaria batiendo a una pequeña fuerza ene­
m iga en Cam pichuelo.
E m prendida la m archa hacia la A sunción, y después de
otras acciones favorables, pero de poca im portancia, se tra ­
bó la batalla decisiva
en Paraguar'y.
E l general Velazco,
gobernador del P a ra ­
guay, había reunido un
fuerte ejército de 6000
hom bres, ante el cual
B elgrano, con fuerzas
m uy inferiores, debía
sucum bir, aunque estu­
vo a punto de obtener
allí un triunfo (E nero
19 de 1811).
^
E stab a casi decidida
la victoria en favor de
Belgi ano; pero, habién­
dose descuidado 1 a s
t r o p a s , entregadas a
saquear los equipajes
dejados por el enemigo,
fué atacado de nuevo y
derrotado. B e lg r a n o ,
entonces, em prendió la
retirad a h a s t a el río
T acu arí en cuyas cerca­
nías tuvieron lu g ar al­
gunos com bates. B elgrano quedó con sólo 235 hom bres,
y con este puñado de valientes se le atrevió a un ejército
de m ás de 2500.
— 261 —
B elgrano m andó un parlam en tario al jefe de las fuer­
zas paraguayas, general C abañas, para m anifestarle q u e:
“las anuas de Buenos A ires habían ido a auxiliar y no a conquistar
el Paraguay; fero que, puesto que rechazaban con la fuerza a sus
libertadores, había resuelto evacuar el Paraguay".
Se convino, sin em bargo, un arm isticio del que re­
sultó lo que se ha llam ado la “capitulación de T ac u arí”.
El ejército libertador, reducido a 300 hom bres, em pren­
dió la m archa desfilando, en colum na de honor, ante las
fuerzas paraguayas que p resentaban arm as, m ientras Bel­
grano y C abañas se abrazaban fraternalm ente.
Cabañas, con su estado m ayor, acom pañó al ejército
patrio ta en su retirada, circunstancia que aprovechó Bel­
grano para explicarle los propósitos de la R evolución y
convencer, no sólo al general C abañas, sino tam bién a sus
oficiales. L as ideas sem bradas p or B elgrano dieron sus
frutos m ás tem pranam ente de lo que se podía esperar, pues
el gobernador V elazco fué depuesto, y el P ara g u ay se de­
claró independiente. (M ayo 14 y 15 de 1811).
Se constituyó, luego, una Ju n ta com puesta p or P edro
Juan C aballero, Fulgencio Y egros y G aspar R odríguez de
Francia.
Tratado del 12 de octubre.— E sto s acontecim 'entos dieron
lugar a que la Ju n ta d ’ Buenos A ires enviara a B elgrano
y a V icente A nastasio E cheverría, en misión especial para
salvar ciertas dificultades que habían sobrevenido entre am ­
bas Ju n tas. El resultado fué el tratad o celebrado el 12 de
octubre de 1811. E n tre o tras disposiciones se establecía: el
reconocim iento de la independencia del P ara g u ay ; el auxilio
recíproco en interés com ún, en el caso de alguna invasión
e x tra n jera; la supresión del estanco del tabaco; convenios
sobre el im puesto a la yerba, y acerca* de o tras relaciones
comerciales.
De esta m anera el P arag u ay , encerrado en sus fro n te­
ras, no obstaculizó a los pueblos que luchaban por su inde­
pendencia, ni ayudó a los realistas.
(1 )
L a R e p ú b lic a A r g e n tin a re c o n o c ió
17 de ju lio d e 1852, b a jo el g o b ie r n o d e U r q u u a .
la
in d e p e n d e n c ia
del
P a ra g u a y
el
— 262 —
La Revolución de Mayo y su finalidad
¿Q ué se propusieron los p atrio tas al llevar a cabo el
m ovim iento de M avo? ¿P ensaron, desde el prim er m om en­
to, en la em ancipación, o sólo tuvieron el propósito de cons­
titu ir una autoridad provisoria p ara que gobernara m ientras
durase la cautividad del m onarca F ernando V II?
L os prim eros actos de la Ju n ta dem ostraban, de m anera
evidente, que un propósito em ancipador guiaba a sus m iem ­
bros. Así lo confirm an la orden de ejecutar a L iniers y de­
m ás conjurados de la reacción realista en C órdoba; como
tam bién otra, análoga, dada a Castelli, que acom pañaba la
expedición al A lto P erú como representante de la Ju n ta, de
m andar ejecu tar a N ieto, Sanz y Goyeneche. E ste rigor
extrem o no habría tenido razón de ser sin existir un pro­
pósito deliberado de alcanzar la independencia absoluta.
E l m ism o Cisneros se dió cuenta de los propósitos que
guiaban a los autores de la revolución, pues en el inform e
que pasó al rey, decía:
"La obra estaba meditada y resuelta . . . el objeto es el de una
absoluta independencia de estas Am éricas”.
O tros actos y resoluciones de la Ju n ta parecían, sin
em bargo, d em o strar propósitos contrarios, como lo revelan
el tex to del ju ram en to prestado por los m iem bros de Ia
Ju n ta, y exigido por ésta al A yuntam iento y a las au to ri­
dades civiles y m ilitares (ver pág. 246), así como la pro­
clam a que dirigió la Ju n ta al pueblo' el m ismo día 25, y
que contiene en su texto estas p aab ras:
" . . . l a observancia de las leyes que nos rigen, la común prosperidad
y el sostén de estas posesiones en la más constante fidelidad y adhe­
sión a nuestro m uy amado R ey, el señor Fernando V II
sus legítimos
sucesores en la corona de España. ¿ No son éstos vuestros sentim ientos?
E stos mismos son los objetos de nuestros conatos”.
L as expediciones que se m andaron al P ara g u ay y al
A lto P erú , m archaban enarbolando la bandera española; y
cuando B elgrano, al in au g u rar las baterías en las barrancas
del río P aran á, m andó izar, por propia inspiración, una
bandera blanca y celeste, fué am onestado, ordenándosele
que la arriara y enarbolara la española (F ebrero de 1812).
P ero esto se explica si se tiene presente que, en aquellos
m om entos de peligro, era necesario proceder con prudencia
— 263 —
Saavedra, en sus “M em orias” dice, al referirse a la J u n ta :
“Por política fu é preciso cubrirla con el manto de Fernando V II, a
cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y
mandatos”.
El m ismo Saavedra expresa este sen tif de la o p in ió n :
"E n el mismo Buenos A ires no faltaron hijos suyos que miraran
con tedio nuestra empresa: unos la creían inverif¡cable por el poder
de los españoles; otros la graduaban de locura y delirio, de cabezas
desorganizadas; otros, en fin , y eran los más piadosos, nos miraban
con compasión, no dudando que en breves días seríamos víctim as del
poder y fu ro r español en castigo de nuestra rebelión e infidelidad con­
tra el legítimo Soberano, dueño y señor de la América, y de las vidas
y haciendas de todos sus hijos y habitantes, pues hasta esas calidades
atribuían al R ey en su fanatism o”.
T odo prueba, en definitiva, que los hom bres de la R evo­
lución, no obstante el aparente reconocim iento de la sobera­
nía de F ernando V II, se propusieron, desde que iniciaron sus
actos de gobierno, instalados en el F uerte, en la propia mo­
rada de los V irreyes, alcanzar la independencia absoluta
de España.
Antagonism o entre Saavedra y Moreno - Demócratas y
conservadores - Decreto del 6 de Diciembre
E n cuanto la Junta Gubernativa asum ió el m ando su r­
gieron entre sus m iem bros los prim eros síntom as de desin­
teligencia, origi­
nando la form a­
ción de dos p ar­
tidos políticos.
N o t o d o s los
p atrio tas p e n s a ban d e l mismo
m odo s o b r e el
significado y la
m archa de la re­
volución. U n o s
S a a v e d ra
'
, i i
M o re n o
querían establecer un gobierno m oderado conservando las form as del go­
bierno colonial. Saavedra, enem igo de toda m edida radical,
era el jefe de este partido que se llamó conservador.
O tros pensaban que la revolución no debía liiiiitarse a un
— 264 —
sim ple cambio de autoridades, sino que se debía ir m ucho
m ás lejos. Q uerían reform arlo todo: form a de gobierno, leyes,
costum bres, etc., porque las que existían, propias del gobier­
no despótico que había establecido la España, estaban re­
ñidas con las aspiraciones e ideas democráticas del pueblo.
E ste partido se llam ó demócrata.
L os jefes de las fuerzas, y la opinión pacífica, apoyaban a
Saavedra. Con M oreno estaba la juventud fogosa y en­
tu siasta.
U n incidente, acaecido a principios del mes de Diciembre,
acentuó la disidencia.
L a noticia de la victoria de Suipacha fué recibida con tal
entusiasm o que los oficiales del cuerpo de P atricios resol­
vieron festejarla con un banquete en el cuartel mismo. Al
D r. M oreno le fué prohibida la entrada por el oficial de g u ar­
dia y tuvo que resignarse a reg resar a su casa. A la term i­
nación del banquete, un oficial, llam ado A tanasio D uarte,
pronunció un discurso y, ofreciendo una pequeña corona,
que form aba p arte de un ram illete, a la esposa de Saavedra,
insinuó la idea de la posible coronación de éstos como m o­
narcas.
M oreno tu v o conocim iento, esa m ism a noche, de lo suce­
dido, y, al día siguiente, dió un decreto (D iciem bre 6), que
hizo firm ar a todos los m iem bros de la Ju n ta, incluso el P re ­
sidente Saavedra, por el que se prohibía, en adelante, que se
b rin d ara por o tra cosa que no fuera la p a tr ia ; que todo aquel
que brindase por algún m iem bro particular de la Ju n ta sería
desterrado por 6 a ñ o s; que las esposas de los funcionarios
públicos, políticos o m ilitares no disfrutarían de los hono­
res dispensados a sus m aridos, etc. Al capitán D uarte, a
quien le habría correspondido la pena de m uerte, se le
condenó tan sólo a la de destierro, por considerar que su
actitu d se debió al estado de ebriedad en que se encontraba.
E n una de las disposiciones de este decreto consta aque­
lla conocida frase: “ningún habitante de Buenos Aires, ni
ebrio ni dormido, debe tener impresiones contra la libertad
de su país”.
— 265 —
La incorporación de los diputados a la Junta - Disidencias.
La Junta Grande - Creación de Juntas Provinciales.
Renuncia de Moreno - Su muerte.
Por el acta del día 25 de M ayo, se había resu elto enviar
órdenes circulares a todos los Cabildos del V irrein ato , a
efecto de que procedieran a convocar a los principales vecinos,
para que éstos designaran los rep resen tan tes que deberían
reunirse en la Capital con el m andato de establecer la forma
de gobierno que se considerase más conveniente.
D os días después, por circular del 27, se indicaba que los
diputados “han de irse incorporando a la Junta, conform e y
por orden de su llegada a la C apital”.
Los diputados que iban llegando a la Capital, y que no
eran incorporados a la Ju n ta, em pezaron a ag itarse, ponién­
dose al frente de ellos el deán de la C atedral de Córdoba
D r. G regorio Funes. Su exigencia se fundaba en la circular
del 27 de M ayo, puesto que, por ella, se íes llam aba a incor­
porarse a la Ju n ta.
M oreno, dándose cuenta de los peligros que en trañ ab a la
incorporación,, porque habría resultado, de este modo, una
A sam blea excesivam ente num erosa, se oponía a ella, aus­
piciando, en cambio, la reunión de los diputados en C ongreso
General, como lo prescribía el acta del 25 de M ayo, para
establecer la form a de gobierno.
Saavedra con el deán F u n es y los dem ás diputados, soste­
nían que tenían derecho a com partir del gobierno como repre­
sentantes de los dem ás pueblos del V irrein ato ; y tam bién
argum entaban que la reunión en C ongreso G eneral no era
conveniente, pues se corría el riesgo de producir choques en­
tre el C ongreso y la Ju n ta.
A unque los diputados tenían su parte de razón, no es menos
cierto que su actitud respondía al propósito de dom inar por
el núm ero en el seno de la Ju n ta , de acuerdo con los saavedristas, y poder, así, vencer a M oreno y a sus partidarios.
P o r últim o se resolvió que los diputados, reunidos con los
-2 6 6 —
-2 6 7 —
m iem bros de la Junta, en un m ism o acto, resolvieran si de­
bían o no incorporarse aquéllos a dicha Ju n ta.
R eunidos al efecto el día 18 de D iciem bre, discutieron lo
suficiente h asta que se procedió a la votación, resultando m a­
yoría por la incorporación con sólo los votos de M oreno y
P aso en contra. A nte tal resultado, M oreno presentó su re­
nuncia. Da J u n ta resolvió no acep tarla; pero M oreno insistió
en su resolución agregando que “la renuncia de un hombre
de bien es siempre irrevocable”.
quien debía p a rtir con ellas para L ondres era D. H ipólito
V ie y te s ; pero, debido a que éste se encontraba en el norte
acom pañando al ejército, y coincidiendo esta circunstancia
con la renuncia de M oreno del cargo de secretario, se en­
com endó a éste la im portan te misión.
D u ran te el viaje sufrió una grave enferm edad de la cual
m urió. Sus últim as palabras fu e ro n : “viva mi patria aunque
yo perezca”. E ra la m adrugada del día 4 de M arzo de 1811.
Al conocer Saavedra la noticia ex clam ó : “se necesitaba
tanta agua para apagar tanto fuego”.
La desaparición de M oreno dejó a los saavedristas dueños
de la situ ac’ 'n ; pero no por m ucho tiem po.
E l deán Dr. G regorio F unes fué quien expuso la opinión de
los diputados en la reunión del 18, alegando que les asistía
el derecho de to m ar parte en el gobierno de todo el país,
au to rid ad que la Ju n ta pretendía ejercer por sí sola.
E n estas prim eras luchas políticas tuvo su origen el a n ta­
gonism o entre provincianos y porteños, antagonism o que no
desapareció h asta setenta u ochenta años después.
L a nueva Ju n ta, que suele llam arse Junta Grande en m érito
del crecido núm ero de sus m iem bros, quedó constituida con
el m ismo Saavedra en la presidencia y P aso y V ieytes como
secretarios.
U na m edida im p o rtante que tom ó la Junta (Ju n ta G ran­
de) fué la creación de las Juntas Provinciales, y ella res­
pondía a los deseos m anifestados por las ciudades y pueblos
del in terior de no ser sim ples dependencias de la Capital,
como lo habían sido bajo la autoridad de la p rim era Ju n ta
(F eb rero 10 de 1811).
Se dispuso q u e : en la capital de cada provincia se formaría una junta
compuesta de S miembros que, por ahora, serán el presidente, o el gober­
nador intendente que estuviese nombrado como presidente, y los cuatro
colegas que se eligiesen por el pueblo.
Pocos días después de su renuncia. M oreno fué com isio­
nado para desem peñar una misión diplom ática en Londres.
Se tratab a de establecer relaciones políticas, comerciales, etc.,
pero, principalm ente, de obtener el apoyo de In g late rra a
ios fines de la Revolución. L as instrucciones habían sido
preparadas pocos m eses antes por el m ism o M oreno, y
Llegada de Elío a Montevideo.
E n E nero de 1811 llegó a M ontevideo, de regreso de E s­
paña, D. Francisco Jav ier de Elío con el títu lo de V irrey
del Río de la P la ta que le había conferido el Consejo de
Regencia. (1) D esde el prim er m om ento de su llegada a M on­
tevideo m andó un oficio a la Ju n ta G ubernativa por el que,
después de m anifestar sus propósitos de buena voluntad y
olvido de todo lo pasado, solicitaba que se le reconociera
en el carácter de V irrey (E n ero 5). L a Junta le contestó
en form a categórica desconociéndole toda autoridad. L as re ­
laciones quedaron rotas definitivam ente.
L a contestación altiva de la Ju n ta a Elío decidió a éste a
declararle la g u erra (F ebrero 12). (2)
Elío había traído de E sp añ a algunas fuerzas disciplinadas
y m aterial de guerra, y contaba, además, con una escua­
drilla suficientem ente poderosa como para bloquear el puerto
de Buenos Aires, recorrer los ríos P aran á y U ru g u ay e im­
pedir, así, toda clase de tráfico.
( 1 ) R e c u é rd e s e q u e e n E s p a ñ a la J u n ta S u p re m a d e S e v illa h a b ía s id o d is u e lta
su c e d ié n d o le u n C o n sejo d e R e g e n c ia r e fu g ia d o en la is lita d e L e ó n .
(2 ) L a c o n te s ta c ió n f u é : “ L a E x m a . J u n ta h a e s tr a ñ a d o q u e V . s in c a rá c te r
p ú b lic o q u e lo a u to ric e a e n t r a r e n c o n te s ta c ió n co n ella, le h a y a d irig id o el oficio
d e l 5 d e l c o r r ie n te ; y p re v ie n e a V . q u e e n lo su cesiv o se a b s te n g a d e ig u a l in s u lto •
-2 6 8 -
-2 6 9 -
La primera escuadrilla argentina - Combate de San N icolás
un levantam iento general y espontáneo iniciado en Asencio
por V enancio Benavídez y otros. L a insurrección se exten­
dió rápidam ente por todo el territo rio oriental, form ándose
m ultitud de grupos que luego se reconcentraban o rganizán­
dose contingentes m ayores a las órdenes de algunos p atrio tas
orientales. E n tre los que m ás se distinguieron en el m o­
vim iento insurreccional cabe citar a José A rtigas, quien ha­
bía m ilitado en las filas del ejército español com o capitán
de blandengues. E ncontráb ase en la Colonia cuando, a raíz
de un altercado que tuvo con su jefe, huyó y pasó a Buenos
A ires para ofrecer sus servicios a la Ju n ta. Recibió dinero
y arm as para que cooperara en el m ovim iento insurreccional.
P a ra c o n tra rre sta r la acción de los barcos españoles, la
Ju n ta ordenó la organización de una escuadrilla, y ésta se
obtuvo arm ando en g u erra algunos buques m ercantes. Los
buques fueron tres y se bautizaron con los nom bres de Amé­
rica, Invencible y 25 de Mayo, confiándose su m ando a un
m arino, originario de la isla de M alta, llam ado Ju an B autista
Azopardo. L a escuadrilla se hizo a la vela con destino a Santa
Fe, llevando víveres y algunas fuerzas.
L os españoles de M ontevideo, debieron ser advertidos de
la salida de dicha escuadrilla del puerto de Buenos Aires,
porque inm ediatam ente m andaron en su persecución una
flotilla de doce buques logrando alcanzarla a la altu ra de
San Nicolás.
A zopardo, viéndose atacado por fuerzas ta n superiores,
m ando arrim ar los buques a la costa, e hizo bajar a tierra
algunos cañones para arm ar baterías.
L a lucha fué san g rienta y heroica; pero viendo A zopardo
que todo estaba perdido, y p ara no rendirse, quiso hacer
volar el buque en que se encontraba disparando tiros con­
tra la san tab árb ara, sin conseguir realizar su intento.
E l com bate duró dos horas quedando prisionero A zopardo
e inutilizada la p rim era escuadrilla arg en tin a (M arzo 2 de
1811),.
Uno de los buques estaba al m ando de H ipólito Buchardo
(francés de nacionalidad) el m ism o que, m ás tarde, se hizo
célebre como corsario, recorriendo los m ares al m ando de
la frag ata “La Argentina” y enarbolando el pabellón na­
cional.
Insurrección de la Banda Oriental.
E l general Belgrano - Sitio de Montevideo.
D eclarada la g u erra por Elío a la Ju n ta de Buenos Aires,
empezó en la cam paña oriental, a fines del m es de F ebrero,
A rtigas cruzó el U ru g u ay burlando la vigilancia de la
escuadrilla española y desem barcó cerca de la Colonia con
una partida de 150 hom bres arm ados.
L a Ju n ta designó a B elgrano com o jefe de todas las fu er­
zas que debian operar en el territo rio oriental y, a este efecto,
le instaba para que apresurara la m archa desde el P arag u ay ,
donde se encontraba, porque, dada la m u ltitud de cabecillas
de grupos que se form aban, podían dar lu g ar a rivalidades
y consecuencias graves. En Abril, B elgrano estaba ya en
M ercedes, en cuyo pu n to había logrado reu n ir unos 3000
hom bres. T odas las fuerzas debían m archa hacia M onte­
video para establecer el sitio.
B elgrano no pudo llevar a cabo el plan m ilitar que tenía
trazado por haber sido llam ado a Buenos Aires.
M ientras tanto, después de algunas acciones de m enor
im portancia, las fuerzas españolas fueron vencidas por A r­
tigas en San José (A bril 25) y en Las Piedras, cerca de
M ontevideo (M ayo 18).
D e todo el territo rio oriental sólo la ciudad de M onte­
video quedaba en poder de los españoles, pues la Colonia
fué sitiada y tom ada por Benavidez (M ayo 27). V igodet,
que la defendia, no pudo re sistir: m andó clavar los ca­
ñones y se re tiró a M ontevideo con toda la guarnición.
i«
— 270--
— 271 —
La Sociedad Patriótica - M otín del S y 6 de Abril.
titu y era de la Ju n ta a R odríguez P eña, V ieytes, (’) Azcuénaga y L arrea, y fueran confinados al in terior de las p ro­
vincias, así com o a otros
m iem bros del p artid o de­
m ó crata; que se volviera
a d ar a S aavedra el m an­
do absoluto de las arm as;
que se q u itara a B elgrano el
m ando de las fuerzas qué
operaban en la B a n d a
O riental y se le diera orden
de b ajar a Buenos A ires a
dar cu en ta de su conducta
en la expedición al P a ra ­
guay.
El día 7 de Abril, los cua­
tro vocales destituidos sa­
lieron en un carru aje hacia
la villa de L uján. E n su re­
em plazo se n om braron Otros
de opinión favorable a S aa­
vedra, y, con esto, los con­
servadores pudieron des­
arro llar su política con m ás
libertad.
Saavedra fué acusado de
haber sido el pro m o to r del
m o tín ; pero él, en sus M e­
m orias, p ro testó de tal acusación diciendo que no tuvo
participación alguna en el m ovim iento.
L a incorporación de los diputados a la J u n ta Provisional
había ahondado el antagonism o entre los conservadores o
saavedristas y los demócratas o morenistas.
L a desaparición de M oreno del escenario de la Revolución,
no significó la m uerte de sus ideas ni la de su partido. M uchos
jóvenes que profesaban sus principios fundaron una asocia­
ción que se llam ó Sociedad Patriótica, con el propósito de sos­
ten er y difundir los ideales del gran tribuno desaparecido.
Desde “La Gaceta” el Dr. P edro José A grelo hacía una
activa propaganda en defensa de los m ism os ideales. Fué
presidente de la Sociedad Patriótica D. A ntonio L uis B eruti.
Sus m iem bros usaban
como distintivo u n a
escarapela c e l e s t e y
blanca.
L os socios se reunían
todas las noches en un
local apropiado, y a
esas reuniones podía
a sistir todo el .mundo,
pues la entrada era li­
bre. Se leían disertacio­
nes patrióticas y se dis­
cutía sobre tem as refe^
rentes a los derechos del pueblo, a las d istin tas form as
de gobierno, etc.
D esde las prim eras reuniones de la Sociedad P atrió tica
los m iem bros de la Junta se alarm aron, así como los conser­
vadores, y tra ta ro n de disolverla. P a ra ello fraguaron un
m otín haciendo in tervenir en él a la población de los subur­
bios y a las tropas.
■ E n la noche del 5 al 6 de A bril ocuparon la plaza M ayor,
unos mil quinientos hom bres a caballo que habían sido reu­
nidos en los m ataderos de Miserere por el alcalde G rijera.
Pidieron que se reuniera el Cabildo para hacer, por este
conducto, reclam aciones al gobierno.
L os sublevados exigieron, entre otras cosas, que se des­
JS .
( 1 ) R o d ríg u e z P e ñ a y V ie y te s h a b ía n s u b s titu id o a M o re n o y A lb e rti.
( 2 ) L a p irá m id e , d e s d e su e lev ació n en 1811, s u frió d iv e rsa s c o m p o stu ra ^ y m o d i­
fic acio n e s. E n 1834 e n c o n trá b a s e en e s ta d o la stim o s o así c o m o el p iso , la v e rja ,
lo s p ila re s , etc.
E n 1856-1857 se p r a c tic a r o n re fo rm a s n o ta b le s . E n la cú s p id e se co lo có la e s ­
ta tu a d e la lib e rta d , y , m á s ta rd e , se fe a g r e g a r o n e n los c u a tr o á n g u lo s e n tr a n te s
de la b ase o tro s ta n to s p e d e sta le s p a ra a s e n ta r c u a tr o e s ta tu a s d e ce m en to q u e r e p r e ­
s e n ta b a n el co m ercio , la a g r ic u ltu ra , la s cien cia s y la s a rte s .
C o n p o s te rio rid a d se h ic ie ro n a lg u n a s r e p a ra c io n e s sin im p o r ta n c ia ; p e ro en
1875 se r e tir a r o n es a s c u a tr o e s ta tu a s y se s u b s titu y e ro n p o r o tr a á q u e re p re s e n ta b a n
la g eo g ra fía , la a stro n o m ía , la m e c á n ic a y la n a v e g a c ió n , e s ta tu a s q u e h a b ía n sid o
d e s tin a d a s p a ra el ed ificio d el B an c o de la P ro v in c ia d e B u en o s A ireá.
E n d iv e rsa s o casio n es se tr a tó de le v a n ta r u n g r a n m o n u m e n to en s u b s titu c ió n
de la pirámide, modesta cu extremo como obra de a r t e . O p in a b a n , a lg u n o s , que ella
— 272->
Sitio de M ontevideo
Bloqueo del puerto de Buenos Aires.
E l general R ondeau fué designado para m andar en jefe
las fuerzas que operaban en el territo rio oriental. D esde
M ercedes em prendió la m archa hacia M ontevideo y se si­
tuó en el C errito (') para iniciar el sitio de la ciudad con
todas las fuerzas, incluso las que m andaba A rtigas (Junio
1* de 1811).
L a ciudad de M ontevideo estaba defendida por m ás de
ISO cañones y su guarnición la m andaba el general V igodet.
L a plaza fué som etida a un furioso cañoneo por la a rti­
llería del ejército sitiador. Elío, para vengarse, m andó bom ­
b ard ear la ciudad de Buenos Aires, cosa fácil de hacer pues­
to que los p atrio tas no tenían barcos p ara oponer a la es­
cuadrilla enem iga, desde que los tres prim eros que se habían
arm ado en g u erra fueron destrozados en el com bate de
San Nicolás.
La escuadrilla española, que tenía el excelente refugio
de la bahía de M ontevideo, podía salir y recorrer todo el es­
tu ario del P la ta y sus afluentes el P ara n á y el U ruguay.
E l pu erto de Buenos Aires, desde el rom pim iento de la
Ju n ta con Elío, estaba bloqueado y ello perjudicaba no so­
lam ente las operaciones m ilitares sino tam bién el com ercio
inglés que era m uy im portante. In g laterra, aunque aliada
de E spaña, no podía consentir en que su com ercio sufriera
las consecuencias del bloqueo e intervino en favor de la
reconciliación entre E spaña y el gobierno patriota.
E l m inistro inglés residente en Río de Janeiro, L ord
S trangford, exigió, por fin, a Elío, que no im pidiera el cod e b ía c o n s e rv a rs e in t a c t a ; o tro s p ro p ic ia b a n s u re s ta u ra c ió n en la fo rm a p rim itiv a , y
n o fa lta b a n los q u e se in c lin a b a n p o r la d e m o lic ió n to ta l.
En 1907, p o r d e c re to del P. E- N a c io n a l, se re a liz ó u n c o n c u rs o p a r a eif mo­
n u m e n to c o n m e m o ra tiv o d e la R e v o lu c ió n , re s u lta n d o a p ro b a d o u n o d e los p ro y e c to s ;
p ero , d eb id o a c a u sa s q u e no son d e l c a so e n u m e ra r, q u e d ó en su sp e n so , y lu e g o
s in efecto.
L a p irá m id e d eb ía q u e d a r en ©I in te r io r d el m o n u m e n to a p ro b a d o , y se d eb ió
a e s ta c ir c u n s ta n c ia q u e fu e ra re m o v id a d e su s itio (c e n tro d e u n a d e la s d o s
m an­
z a n a s d e la p la za de M a y o , lim ita d a p o r la s ca lles B o lív a r, V ic to ria , D e fe n s a y R iv a d a v ia ) p a ra tr a s la d a r la al s itio q u e h o y o cu p a. L a s c u a tr o e s ta tu a s , re tir a d a s p a ra
facilita r el
tr a s la d o d e la p irá m id e , n o fu ero n re p u e s ta s.
(1)
No confundir con el cerro de la bahía de Montevidea
m ercio de los ingleses con Buenos Aires m ien tras d u raran
los trab ajo s para llegar a la reconciliación cuyos trám ites,
ya iniciados, no habían term inado aún.
D esastre de H uaqui.
D espués de la victoria de Suipacha el ejército lib ertad o r
em prendió la m archa hacia el Perú.
L a expedición llegó h asta el rio D esaguadero y estableció
el cuartel general en Huaqui
cerca del lago Titicaca.
E n tre Goyeneche, que te ­
nía su cam pam ento m u y
cerca del puente del Inca, y
el rep resen tan te de la Ju n ­
ta, Dr. Castelli, se celebró
un arm isticio que debía d u ­
ra r 40 días.
Seis dias antes de vencer
el plazo fijado, el ejército
realista inició el ataque, del
que resultó un d esastre p a­
ra las arm as de la revolu­
ción (20 de Junio de 1811).
P arte de las fuerzas se
dió a la fuga en dirección
a la P az y a O ru ro ; y p ar­
te, más o m enos en orden,
em prendió la retirad a direc­
tam en te h asta O ru ro en don­
de se organizó el resto de
las fuerzas. Se inició luego,
la retirad a h asta C huquisaca, P otosí, Ju ju y y Salta.
P u ey rred ó n , q u e h a b í a
sido nom brado P resid en te
de la A udiencia de C huquisaca, después de la b atalla de
Suipacha, tom ó a su cargo la difícil y arriesg ad a em presa
de salvar el dinero que existía en la casa de m oneda de
Potosí, como lo consiguió, llevando a cabo aquella célebre
— 274 —
retirad a al frente de sólo cien hom bres, custodiando las m uías
•\ cpn las cargas de dinero y barras de p lata y oro hasta
la provincia de T ucum án. F u é un recorrido de unas 200
•leguas entre serranías y precipicios, soportando las hostili­
dades incesantes de sus perseguidores, sin que las penurias
dieran lugar a quejas de la tropa. (A gosto de 1811).
Consecuencias del desastre de Huaqui.
A gitació n popular.
L a d erro ta sufrida en H uaqui por el ejército libertador
tuvo consecuencias sum am ente graves. L a noticia de este
desastre se conoció en Buenos A ires al cabo de un m es; y
se creyó, luego, que el gobierno la había recibido m ucho an­
tes, y que no la com unicó inm ediatam ente en atención a su
extrem a gravedad.
El mismo ejército que ta n ta gloria había conquistado,
desde su p artid a de B uenos A ires h asta Suipacha, y aún
después, con el pronunciam iento que le siguió de todo el
A lto P erú, tuvo que re tira rse casi deshecho.
A todo esto se agregó el bom bardeo de la ciudad de B ue­
nos A ires por una escuadrilla española que lanzó sobre la
aquélla unas cu arenta bom bas y balas, ocasionando daños,
desgracias personales y gran alboroto (noche del 15 de
Julio, 1811).
L a J u n ta lanzó una proclam a al pueblo llam ándolo a la
calma, al m ism o tiem po que prom etía a rb itra r los m edios
que requerían las circunstancias para afro n tar los peligros
(Julio 20).
L as provincias del A lto P erú quedaron perdidas para
siem p re; pero no era esto sólo lo grave, pues ese desastre
trajo tam bién hondo m alestar en el gobierno y en la opi­
nión pública, que se puso de m anifiesto con p rotestas y
exigencias, responsabilizarldo de todo ello al gobierno y,
en prim er lugar, a Saavedra.
Saavedra, dándose cuenta de que su popularidad había
decaído, así como el prestigio de la Ju n ta, pretextó la nece­
sidad de salir para el interior a efecto de insp eccio n ar'el
ejército que se estaba^ reorganizando en Salta. E sta partida
-2 7 5 —
repentina de Saavedra fué considerada como una huida por
sus adversarios. P residió la Ju n ta h asta fines de agosto.
Al poco tiem po se produjo una conm oción popular y ,#
a consecuencia de ella, el Cabildo pidió la destitución del
secretario de la Junta, doctor Cam pana. L a Ju n ta accedió al
pedido y lo deportó a Chascom ús (Septiem bre 16 de 1811).
Decreto del 23 de septiembre de 1311
Creación del Triunvirato y de la Junta Conservadora
Reglamento Orgánico - Estatuto Provisional
Sublevación de los Patricios
En poco m ás de un año de actuación, la Ju n ta habida
perdido su prestigio y ya no podía gobernar. H abían contri­
buido a producir tal situación estas dos causas p rin cip a le s:
la actitud de los diputados que iban llegando a la C apital, v
que exigían su incorporación a la Ju n ta, de lo que resultó
la Ju n ta G rande; y, en segundo lugar, el m otín del ó de
abril de 1811.
L a Ju n ta, dándose cuenta de ello, consideró necesario
volver a las ideas de M oreno y, antes que se produjera
alguna conm oción popular, resolvió crear un poder ejecuti­
vo, com puesto de tres vocales y tres secretarios sin voto.
(Septiem bre 23 de 1811). L a J u n ta debía quedar form ando
un cuerpo legislativo con el nom bre de Ju n ta C onservadora.
El gobierno se titu laría: G obierno Superior P rovisional de las
P ro v in cias U nidas del R ío de la P la ta a nom bre del Señor F e r­
nando V II.
Los m iem bros del T riu n v ira to fueron :
P o d e r E jecutivo
D r. D. Ju a n Jo sé P aso
C oronel D r. D. Feliciano Chichina
D. M anuel de S arratea
Secretarios
D. B ernardino R ivadavia
D r. D. V icente López
D r. D. José Ju lián P érez
La Ju n ta encargó al deán F unes la redacción de un re­
glam ento constitucional, que se llam ó R eglam ento O rgánico
y que, aprobado por aquélla, lo comunicó al P oder E jecu­
tivo (T riu n v ira to ).
El T riu n v irato no aceptó el R eglam ento por su discre­
pancia de criterio respecto de algunas disposiciones funda­
-2 7 6 —
— 277 —
m entales y, por un decreto, ordenó la disolución de la Ju n ta
C onservadora. (N oviem bre 7).
El T riu n v irato , al rechazar el R eglam ento O rgánico dictó,
en cambio, el E sta tu to Provisional (N oviem bre 22). E ste
E sta tu to tenía esbozados los principios fundam entales del
gobierno representativo. E stablecía los tres poderes aunque
no bien deslindados.
L os m iem bros del P oder E jecutivo debían cam biarse cada
seis m eses y serían designados por la A sam blea Legislativa.
A lgunos de los principios, derechos y garantías, consigna­
dos en el E statu to , fueron adoptados por los constituyentes
de 1853 para la C onstitución que hoy nos rige.
Saavedra, quien, attem ás de P residente de la Ju n ta, era
jefe del regim iento de P atricios, se había ausentado al in­
terio r en misión especial. P o r esta circunstancia se designó
a B elgrano, Coronel de dicho regim iento (N oviem bre 16).
Los soldados de este cuerpo conservaban todavía el uso
de la trenza, adorno que tenían en m ucho aprecio, y cuando
B elgrano ordenó que se la cortaran, desobedecieron y se
atrincheraron en su cuartel. Después de un cuarto de hora
de lucha a tiros, se rindieron (6 y 7 de D iciem bre). Diez
de ellos fueron ejecutados y, otros, encarcelados.
E l T riu n v irato sospechó que los m iem bros de la Ju n ta
disuelta eran los que habían fom entado la rebelión y, por
ello, fueron obligados, en el térm ino de 24 horas, a salir
de la Capital para sus provincias respectivas. E sto acentuó
aún m ás el antagonism o entre los hom bres del interior y
los de la Capital.
de su herm ano F ernando V II y ser coronada reina de es­
tos dom inios u >.
El gobierno de Buenos A íres no dejó de p restar atención
a este proyecto debido a los g raves peligros que se iban
presentando. M ediaba en este asu n to tan serio, el em baja­
dor inglés L ord S trangford, cuyo propósito era de obtener
facilidades para el comercio de su país.
U n fuerte ejército portugués había entrado y a en te rri­
torio oriental. E n realidad el propósito de los portugueses
era, y lo fué por .mucho tiem po, de apoderarse no sólo del
territo rio oriental sino de llevar
el lím ite de éste h asta el río P a ­
raná, anexándose las a c t u a l e s
provincias argentinas de E n tre
Ríos y C orrientes, y M isiones.
Elío, no obstante su consenti­
m iento, entró, después, en dudas
respecto de los verdaderos p ro ­
pósitos que podían abrigar los in­
vasores, puesto que, de conver­
tirse las sospechas en realidad,
los portugueses habrían v u ln era­
do los derechos de E spaña. Elío,
ante la duda, se inclinó a aceptar
un convenio con el gobierno de
Buenos Aires.
A m bas p artes t e n í a n conveniencia en m andar cesar la
g u erra y firm aron un arm isticio (O ctu b re 20 de 1811).
L a invasión portuguesa.
L a R evolución en peligro
L a rendición de la plaza de M ontevideo era asunto que
urgía para poder atender, sin peligro por ese lado, la frontera
del norte, am enazada seriam ente después del desastre de
H uaqui.
Elío no se encontraba tam poco libre de peligros. Reducido
todo su dominio a la plaza citada, se daba cuenta de la im­
posibilidad de resistir m ucho tiem po, y buscó el auxilio de
las fuerzas portuguesas del Brasil.
L a princesa C arlota am bicionaba heredar las posesiones
L a segunda m itad del año 1811, tan to por la situación
interna como por los peligros externos, se iba p resentando
sum am ente grave.
El ejército del norte, vencido en H uaqui se había retirado,
deshecho, h asta Salta para reorganizarse, con pérdida de
(1) La princesa Carlota, casada con el príncipe Regente de Portugal, con motivo
de la invasión napoleónica, había emigrado con toda la corte, trasladándose a
Río de Janeiro (Noviembre de 1807).
Esta princesa era la hija mayor de Carlos IV , rey de España, y hermana, por
consiguiente, de Fernando V II. Encontrándose, éste, cautivo con todos los hermano»
y tíos, era, aquélla, la presunta heredera de la corona de España y de las Indias.
- 278 —
— 279 —
las provincias del A lto P erú. E sta circunstancia perm itió a
los realistas llegar a las fronteras de Salta y Jujuy, y am e­
n azar con una invasión h asta Buenos Aires.
P o r el oriente, un ejército portugués había invadido el
territo rio oriental en ayuda de los españoles, para sofocar
la insurrección que ya había encerrado a Elío en M ontevi­
deo, único pu n to que quedaba a los peninsulares.
A dem ás, el bloqueo del puerto de B uenos A ires, por la
escuadrilla española, im pedía todo com ercio con el exterior
y, por eso m ismo, la introducción de arm as.
Si se ag reg a a todos estos peligros el de la conspiración
que los m ism os realistas preparaban en Buenos A ires, en
com binación con las fuerzas que habrían desem barcado, tra í­
das de M ontevideo, es posible com prender la gravedad del
m om ento por que pasaba la revolución.
A rm isticio del 20 de O ctubre
A ctitud de A rtig as - E xodo del pueblo u ruguayo
L as principales cláusulas del arm isticio firm ado en M on­
tevideo, el 20 de O ctubre de 1811, fueron:
Que el ejército sitiador debía retirarse del territorio oriental.
Que el ejército portugués invasor se retiraría igualmente.
Que cesaría el bloqueo de los puertos y se establecería el tráfico libre.
Con la firm a del arm isticio se obtenían estas v en taja s:
1' — Poder reforzar el ejército del norte con las fuerzas que estaban em­
peñadas en el sitio de Montevideo.
2’— A lejar el peligro de la invasión portuguesa, y otros más que se ha­
brían derivado de ella.
3*—L a libre navegación, y, como consecuencia de este hecho, una mayor
afluencia de barcos en los puertos, y alimento de la renta.
E n cum plim iento de lo estipulado, R ondeau se em barcó
con las tropas para Buenos Aires. A rtigas, contrario al a r­
m isticio, se retiró descontento y lo hizo dejando desiertas
las cam pañas de la región suroeste, pues obligó, con am ena­
zas, a todos los h ab itantes que se encontraban en las regio­
nes del trayecto, sin excepción ninguna, a seguirle h asta el
cam pam ento del Ayuí, situado en la costa en trerriana, fren­
te al Saito. E ran unas 16.000 personas, incluyendo 3.000
hom bres de tropa. Se llamó “ E xodo del pueblo o riental” .
L a interm inable caravana, que la form aban la tropa de
caballería y m u ltitu d de carretas y carros, así como los
ganados arreados, era seguida por las fam ilias que, en su
m ayor parte, m archaban a pie. T oda esa pobre gente se
vió obligada a abandonar sus bienes y com odidades para
cam biar su vida regular, por la de cam pam ento en el Ayuí,
con todas las estrecheces y m iserias im aginables, sufriendo
el ham bre, las inclem encias del tiem po y los horrores de
la falta de higiene en las viviendas im provisadas, que con­
sistían en m iserables ranchos donde se cobijaban familias
enteras, cuando no el suelo pelado y duro debajo de las
ca rre ta s; o los espacios libres en tre los árboles con las
copas de éstos por único techo.
R u p tu ra del arm isticio con M ontevideo
D . Ju a n de R ad em aker y el convenio con el B rasil
Cuando se e s t i p u l ó el arm isticio con M ontevideo, las
fuerzas de la R evolución abandonaron el territo rio o rien ­
tal ; pero los portugueses perm anecieron en él con el p re­
texto de m antener el orden.
V igodet, gobernador de la plaza de M ontevideo, quien
había substituido a Elío, p retextando que fuerzas de A rti­
gas realizaban incursio­
nes en territo rio orien­
tal, y que el gobierno de
Buenos A ires reforzaba
el cam pam ento de aquél
en el Ayuí, rom pió'el a r­
m isticio y d e c l a r ó d e
nuevo la g u erra (E nero
de 1812).
El gobierno de Buenos
A ires, por su parte, adop­
tó el plan de renovar el
s itio ; pero, ante todo, era
necesario im pedir la ac­
ción del ejército portugués, procurando su retiro del te rrito ­
rio oriental. Se acudió, para ello, al Representante de In g la ­
terra, residente en Río de Janeiro, L ord S trangford, quien,
en defensa de los intereses com erciales de su nación, in terv i­
no y consiguió que el B rasil perm aneciera neu tral y que ne­
gociara un arm isticio con el gobierno de Buenos Aires.
Con este propósito llegó, a Buenos A ires el teniente
— 281 —
coronel D. Ju an de R adem aker, en calidad de enviado ex­
traordinario, para convenir las condiciones del arm isticio.
E ste quedó inm ediatam ente aprobado y firm ado (M ayo
27 de 1812).
E ste convenio significó un gran alivio para la revolu­
ción puesto que, retirándose las fuerzas portuguesas de
la B anda O riental, era ya posible reanudar el sitio sin
m ayores peligros. (')
Conspiración de Alzaga.
A lgunas personas de las m ás influyentes del elem ento
peninsular, residentes en Buenos Aires, de acuerdo con otras
de M ontevideo en com binación, a su vez, con las autoridades
realistas de esa plaza, se habian propuesto realizar un m ovi­
m iento revolucionario para restablecer el dom inio español.
El rom pim iento del arm isticio de O ctubre, provocado por
V igodet, no era sino un acto que respondía al plan realista
en preparación, y cuyo estallido debía producirse en los
últim os días de Junio, postergado, después, para el día 5 del
mes de Julio.
E l plan estaba bien preparado, y contaba en Buenos A ires
con elem entos suficientes como para obtener el triunfo, pues
los conspiradores habían conseguido ocultar arm as en dife­
rentes puntos de la ciudad y com prom eter a centénares de
hom bres.
E n Buenos A ires existían m uy pocas fuerzas, pues casi
todas ellas habían sido enviadas al norte o estaban concen­
trad as sobre el U ru g u ay listas para m andarlas al nuevo sitio
de M ontevideo.
D. M artin de A lzaga, el m ás prestigioso, entonces, de los
españoles residentes en el P lata, era la cabeza dirigente de
la conspiración.
L os conjurados debían reunirse una noche en un lugar
convenido para m archar al ataque de los cuarteles y de la
fortaleza. L a escuadrilla española se presentaría en el puer­
to m uy tem prano, para apoyar el m ovim iento con 500
hom bres de desembarco.
(1) Este triunfo diplomático contribuyó a dar mayor brillo a las fiestas en celebra­
ción del segundo aniversario de la revolución.
Coincidiendo con este aniversario, se introdujo la costumbre de llevar a los
niños al pie de la Pirámide de Mayo, para cantar himnos patrióticos. El Gobierno
mandó, también, que en todas las escuelas se realizaran ceremonias análogas se»
mana lmen te.
La conspiración fué descubierta gracias a varias denun­
cias, entre ellas la de un negro esclavo llam ado V e n tu ra,
al servicio de A lzaga en una q u in ta que éste poseía en
B arracas, y que había sido h ablado para que e n tra ra en
el m ovim iento.
E l T riu n v irato tom ó, sin pérdida de tiem po, las m edidas
severísim as que la situación requería para la averiguación
de los hechos y, constatad a la verdad de ellos, procedió
de inm ediato a la aplicación de las penas. A quella misma
noche y días siguientes fueron ejecutados varios de los
conjurados. A lzaga, que se había escondido, fué por fin
hallado y ejecutado (Julio 5 de 1812). Así se siguió p or
m ás de un mes y medio.
El gobierno prem ió al negro V en tu ra, por su actitud,
pagando el precio de su rescate para libertarlo y, adem ás
de un sueldo, le dió un sable y un escudo, que llevaría en
el brazo izquierdo, con la in scripción: Por fiel a la Patria.
La ciudad de Buenos Aires durante los primeros años
de la revolución
N o o b stan te los buenos propósitos dem ostrados en diferentes
épocas, p o r algunos g o b ern an tes pro g resistas, principalm ente durante
el siglo X V II, nunca fué posible colocar la ciudad de B uenos A ires en
condiciones higiénicas, pues todos los proyectos quedaban sin lle­
varse a la práctica debido, en prim er térm ino, a la falta de pavim en­
tos, y h asta a la m ala v o luntad de los vecinos, que p reten d ían hacer
v aler razones inconsistentes.
Se decía, por ejemplo, que con el empedrado de las calles, las casas
correrían el peligro de caerse a consecuencia de las trepidaciones que
producirían las pesadas carretas; y se agregaba que eso exigiría la
dotación de llantas de hierro a las ruedas, y de herraduras a los caba­
llos, y, como consecuencia, un gasto excesivo.
L a prim era cuadra que tuvo empedrado (piedra bruta) fué la actual
de Bolívar entre las actuales de V ictoria y Alsina. Año 1783) K
Pocas fueron las calles empedradas hasta que ocupó el gobierno
don M artín Rodríguez con el progresista ministerio de Rivadavia (años
1822-1824).
E n aquella época la parte más densamente poblada estaba com­
prendida en un rectángulo limitado por las actuales calles Corrientes,
Carlos Pellegrini, Bernardo de Irigoyen y Chile, con el Río de la
P lata al este.
(1 ) E l p rim er adoquinado se hizo en la calle R ivadavia e n tre San M artin
y R econquista, en 1870.
— 282 —
— 283 —
"Los suburbios arbolados, en que se abrigaban las bandas de
m alhechores y prófugos, tan- ex actam en te caracterizados con el nom ­
bre de tunales por C ervino, fo rm ab an al oeste, de n o rte a sud, una
cin tu ra que ceñía a la ciudad d en tro de un sem icírculo de n a tu ra ­
leza indefinida” .
“D el sudoeste al noroeste, las iglesias de la Concepción, de
M onserrat, de la Piedad y de San N icolás, eran los lím ites de la
ciudad culta o, m ejor dicho, donde se b o rrab an las calles ordenadas.
A uno y o tro lado de esos puntos, y aun alrededor de ellos m ism os,
sólo había eriales y huecos desolados, perfectam en te apropiados para
escondrijos de vagos, de esclavos p ró fu g o s y de crim inales”.
“ D etrás de las quintas com enzaba la cam paña ocupada, en la
p arte m ás próxim a, por chácaras o fundos extensísim os e incultos en
su m ay o r parte, erizados de arb u sto s y m alezas, sobre todo los
zanjones del n o rte y del sur que daban curso a los Terceros y que,
hasta 1830, fueron teatro de brujas, de viudas, de penitentes y de
ánimas en pena que, zungadas sobre zancos, an d ab an aterran d o al
pacífico vecindario y a los tran se ú n te s p ara facilitar sus fechorías.
“ E l m al había llegado, en 1812, a ser una calam idad pública,
una plaga social que tenía a terrad o al v ecindario”.
“ E ra indispensable, urgente, ex tirp ar a to d a costa ese desorden
con un rigor inexorable,' su m ario y ejecutivo en los p rocedim ientos”.
“ E n v ista de estos principios y d e.esa necesidad suprem a, se creó
una Comisión de Justicia encargada de p roceder sum arísim am ente,
y nada m ás que a buena verdad sabida, o
probada, en cada caso de crim en co n tra las
p erso n as o co n tra los bienes, elim inando to ­
dos los procedim ientos que pudieran hacer
m oroso o ineficaz el 'castigo aun en los ca­
sos de condena a m uerte, que fueron los
m ás frecu en tes” x.
•
San M artín había nacido en Yapeyú, uno de los trein ta
pueblos de las antiguas Misiones orientales. A la edad de
8 años fué llevado, por su padre, a E spaña, ingresando en
uno de los principales colegios de M adrid.
Em pezó su carrera en A frica, al servicio de España,
com batiendo contra los m oros. D istinguióse, después, en.
m uchas batallas libradas co n tra los portugueses y franceses.
A lvear nació en Santo Angel, pueblo de las Misiones
orientales, el 25 de octubre de 1789. Pasó su prim era ju ven­
tud en E spaña, y allí conoció a San M artín y a otros com ­
patriotas, todos m iem bros de una sociedad secreta estable­
cida en Cádiz, y que era una dependencia de otra, llam ada
Lautaro, que había fundado en L ondres el
venezolano don Francisco M iranda.
San M artín fué destinado inm ediatam ente
a la organización de un cuerpo de caballe­
ría según la táctica europea. T al fué el ori­
gen de los fam osos Granaderos a caballo.
San Martín y Alvear
L os granaderos a caballo
E n m arzo de 1812, y en m om entos
de grandes p tligros, llegaban a B ue­
nos A ires varios jóvenes criollos ani­
m ados por la idea generosa de poner
sa n Martín
Nació en Y apeyú el 25 de su espada al Servicio
febrero de 1778. Murió en
,
f
.
Francia el i7 deagosto volucionaria, que era
de la causa
,
.
re­
la causa de su
de I850patria.
E ran esos jóvenes el teniente coronel dé caballería don
José de San M artín, el alférez de carabineros don Carlos de
Alvear, el alférez de navio don M atías Zapiola y otros más.
(1) ^V icente F. I.ópez. Hist, de U R . A.
“San M artín com o coronel, y A lvear com o co­
m andante, se dedicaron con a rd o r a la form ación
y enseñanza de ese cuerpo. L o prim ero que hizo
fu é 'e sc o g e r hom bres ro b u sto s y jin etes (cosa m uy
fácil entre nosotros) ya sacándolos de los otros cuer­
pos, ya tomándolos de la plebe, ya haciéndolos traer
de San Luis y de Santiago del E stero principalmente,
con algunos paraguayos y litorales bien constituidos
al efecto. Queriendo San M artín que su regimiento
de Granaderos a caballo fuera un modelo, anduvo
pidiendo a las mejores ’familias del país que le diesen
jóvenes, casi niños, de linda figura y de m ejor edu­
cación, de 14 años para arriba. Form ó con ellos una
brillante oficialidad subalterna, y para oficiales supe­
riores de los cuatro escuadrones, llamó a los de la
clase culta, de reputación honorable, que ya hubieran
hecho alguna campaña, como Necochea, Melián, los
hermanos Escalada y muchos otros que ya veremos figurar a su tiempo” .
“Completado el personal, dividieron el regimiento er. cuatro escua­
drones, comenzando los ejercicios, la enseñanza de cada hombre y de
cada caballo, sin descanso en todo el día. L a plaza del R etiro, donde está
su estatua, fué el teatro de esa incesante la b o r; allí las cargas furiosas
y a fondo hacían temblar el suelo como en un terremoto al sonido estri­
dente y marcial de las cornetas y las voces de mando” 1.
(1 )
V ic e n te
F id e l Iyópez. H is t, d e . la: R. A rgentina.
— 384 -
— 285 —
La Logia Lautaro
B elgrano se encontró con un ejército desm oralizado, al que
faltaban uniform es, arm as, m u n icio n es; pero supo infundirle
confianza, y levantar su espíritu. L a m ism a población dió
pruebas de su sentim iento patriótico, pues h asta las m uje­
res se dieron a tra b a ja r en la preparación de m uniciones.
B elgrano avanzó, luego, hacia el norte h asta Ju ju y , don­
de estableció el cuartel general. (M ayo de 1812).
Se aproxim aba el segundo aniversario de la Revolución,
y B elgrano resolvió que fuera celebrado dignam ente, con
la cerem onia del ju ram en to
de la bandera de su creación
que había hecho flam ear, por
prim era vez, a orillas del
P aran á. (V éase pág. 295).
E n Ju ju y , m ientras tan to ,
reinaba la i n t r a n q u i l i d a d ,
pues llegaban noticias de que
l_as tropas españolas se acer­
caban, am enazantes, a la que­
brada de H um ahuaca.
E xistían en E uropa ciertas sociedades secretas de americanos, cuyo
fin era trab ajar por la independencia de América.
«Estas sociedades, que establecieron sus c e n tro s. de dirección en
Inglaterra y España, tuvieron su origen en una asociación que, con aque­
llos propósitos, y con el objeto inmediato de revolucionar a Caracas,
fundó en L ondres, a fines del siglo X V I I I , el célebre general M iranda,
quien buscó sucesivamente el apoyo de Francia, de Estados Unidos y de
Inglaterra en favor de su empresa. E n Londres estaba lo que podía
llamarse el “grande oriente” político de la asociación, y, de allí, p a r­
tían todas las comunicaciones para América. E n Cádiz existía el núcleo
correspondiente a la Península, y, en ella, se afiliaban todos los ame­
ricanos que entraban o salían por aquel puerto. El prim er grado de
iniciación de los neófitos, era el ju ra m en to de tra b a ja r p or la indepen­
dencia am ericana; el segundo, la profesión de fe del dogma republicano.
La fórm ula del juram ento del segundo grado e r a : "Nunca reconocerás
por gobierno legítimo de tu patria, sino aquél que sea elegido por la
libre y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo el sistema repu­
blicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propenderás, por
cuantos medios estén a tus alcances, a que los pueblos se decidan por él".
“E n esta asociación secreta, ram ificada en el ejército y la m arina,
y que, en Cádiz solamente, contaba cuarenta iniciados en sus dos grados,
se afilió San M artín, casi al mismo tiempo que Bolívar, ligándose, así,
por un mismo juram ento prestado en el viejo mundo, los dos futuros
libertadores del Nuevo Mundo, que, partiendo de un mismo centro con
idénticos propósitos, elevándose por iguales medios y a la misma altura,
debían encontrarse, más tarde, frente a frente, en la mitad de su glo­
riosa carrera» J.
Campaña del Alto Perú - Batalla de Tucumán:
sus consecuencias - E l éxodo jujeño
Después del desastre de H uaqui, el ejército libertador
se reorganizó en Salta. P ueyrredón había quedado al frente
del m ism o; pero como fué nom brado m iem bro del T riu n ­
virato, se designó para reem plazarle, al general B elgrano,
el cual se encontraba, entonces, en el pueblo de Rosario,
donde había sido enviado para ponerse al frente de unas
fuerzas que ten ían por m isión vigilar el río P aran á, en esos
parajes, e im pedir el paso a los buques españoles. Allí, Bel­
grano, m andó lev an tar dos baterías, que bautizó con los
nom bres de “ L ib erta d ” , a una, e “ Independencia”, a la
otra (F eb rero 27 de 1812).
Poco tiem po después recibió la orden de pasar a Salta
para to m ar el m ando de las fuerzas que dejaba P ueyrredón.
(1 )
B. Mitre. H itt. de B elg ran o T
2? Pág. 272.
E l éxodo jujeño. — Belgrano,
dada la situación de peligro en que
se encontraba, resolvió retirarse con
toda la población, para privar de
recursos al enemigo. El 29 de ju ­
lio dió un bando por el que se o r­
denaba a todos los habitantes, sin
excepción alguna, que abandonaran
sus hogares, llevándose todas sus
pertenencias.
“Las carretas del comercio salían
cargadas, camino a Tucumán, y las
muías conducían a lugares distan­
tes y ocultos las mercaderías, huyendo del castigo o de la rapacidad;
las alhajas de las iglesias, los archivos públicos de las ciudades, todo,
haciendo conjunto, a semejanza de una nación nómada que se aleja,
emprendió la marcha. A las cinco de la tarde del día 23 de agosto, el
grueso del ejército salió de Jujuy y, poco más tarde, su últim a divi­
sión, que tuvo en las cercanías de la ciudad que recibir y contestar
los primeros tiros, porque el enemigo estaba encima”
Al día si­
guiente, Belgrano entraba en Salta.
De nuevo, desde Salta, an te el avance incesante de los
(1)
B. Frías. Hist. de la prov. de Salta.
— 286 —
— 287 —
realistas, em prendió la re tira d a seguido por la vanguardia
enem iga que le acosaba sin tregua.
P asado el rio P asag e o Salado, y cerca del río L as Piedras,
obtuvo un triunfo de poca im portancia; pero que sirvió para
retem p lar el esp íritu bastan te abatido de las tropas.
B elgrano, desobedeciendo la orden del gobierno de no
dar b atalla y retroceder, decidió detenerse en T ucum án sí
en co n trab a la población resuelta a ayudarle. A nte el peligro
que corrían, los tucum anos, de quedar som etidos de nuevo
al yugo de los realistas, ofrecieron hacer cualquier sacrificio.
P u d o organizarse un cuerpo de caballería de 400 paisanos,
la m ay o ría de los cuales nunca habían oído el silbido de
las balas, em pezando a figurar, así, las caballerías gauchas
que m ás tard e se hicieron célebres con Güemes y otros cau­
dillos. E sto s soldados im provisados vestían ponchos de v a­
riados colores y estaban arm ados, los m ás, de lanza, lazo y
boleadoras.
Ju ju y , S alta y T ucum án se h ab rían perdido, como se perdió
el A lto P erú , y, tal vez, todo, teniendo presente que los rea­
listas habrían avanzado h asta C órdoba, S anta Fe, y, proba­
blem ente h asta B uenos Aires.
L a victoria de T ucum án, en cambio, perm itió al go­
bierno iniciar de nuevo el sitio de M ontevideo, a pesar de la
actitu d equívoca de A rtigas, y en v iar m ás fuerzas a B elgrano
para proseguir la cam paña en el norte.
L a desobediencia de B elgrano, salvó a la R evolución,
quizá de un desastre.
E l jefe español se acercó a T ucum án y m aniobró de tal
m odo com o p ara hacer creer a B elgrano que atacaría la
ciudad por el lado del norte, y llevó, en cam bio, el ataque
por el lado del su r para co rtarle la re tira d a ; pero su estra­
teg ia no le dió re su ltad o y fué vencido.
L a v ictoria de B elgrano fué im portante, pues el general
realista' co n tab a con 3.000 hom bres bien arm ados, m ientras
que los p atrio tas sólo eran unos 1.800. Se tom aron al ene­
m igo 7 cañones, todo el parque, los bagajes, banderas y
cerca de 700 prisioneros (S eptiem bre 24 de 1812).
T ristá n tuvo que re tira rse perseguido p or un destacam ento
de 600 hom bres al m ando de D íaz Vélez. E n un lugar lla­
m ado L as P ied ras D íaz V élez pudo libertar a 80 presos pa­
triotas. Siguiendo luego un cam ino distinto, entró en Salta,
antes que lleg ara T ristán . Los habitantes, que ya conocían
el triu n fo de T ucum án, se pronunciaron con nuevos bríos
en favor de la revolución.
D espués de llegar h asta Ju ju y , ocupado por los realistas,
D íaz V élez regresó a T ucum án habiendo dejado las pobla­
ciones bien dispuestas en favor de la revolución.
_ Si B elgrano hubiese obedecido al gobierno que, con in­
sistencia, le ordenaba la retirada, las actuales provincias de
R evolución del 8 de O ctu b re - S ituación externa e in tern a
S egundo T riu n v ira to
E l año 1812 se caracterizó p o r un estado general de te ­
m or por los peligros externos, y de agitación intensa en la
ciudad de Buenos A ires fom entada por los partidos políticos.
E n Julio se sofocó la conspiración de A lzaga, que es­
tu v o a punto de estallar, y este acontecim iento contribuyó
a ac en tu ar aún m ás la desinteligencia entre los m iem bros
del T riu n v irato , principalm ente en tre P u ey rred ó n y R iva­
davia, quien ocupaba el cargo en reem plazo de S arratea,
que se hallaba con el ejército en las m árgenes del U ru g u ay ,
disponiéndose para el traslad o de las fuerzas con las cuales
debía iniciar el segundo sitio de M ontevideo.
L a opinión pública en la ciudad de Buenos A ires es­
tab a dividida en dos b a n d o s: uno de ellos lo form aba todo
el elem ento m oderado, que no aceptaba la politica dem a­
siado av an zad a; el otro, lo form aban los que habían sido
m orenistas, m uchos de ellos de la Sociedad P atrió tica, y, en
p rim er térm ino, los m iem bros de la L ogia L au ta ro y sus
partidarios. E sto s acusaban al Gobierno de haber descuidado
las necesidades del E jército del N orte, dejándolo en el aban­
dono; de haber ordenado a B elgrano, erróneam ente, la re ti­
rada del ejército, etc. E sto s y otros cargos, in ju sto s al­
gunos, eran im putados al T riu n v irato , cuyo prestigio iba
decayendo cada vez m ás.
L a opinión, en general, esperaba de un m om ento a otro
— 288 —
—
la noticia de alguna d errota de B elgrano y, com o conse­
cuencia, el avance del ejército realista. Los opositores, desde
el seno de la L ogia L au taro , venían preparando un m ovi­
m iento revolucionario.
L a noticia esperada no fué de una derrota, sino de la
gran victoria de B elgrano en T ucum án, llegada el día 5 de
octubre, y esto aum entó el desprestigio del T riunvirato,
puesto que había ordenado a B elgrano que evitara la lucha
y retrocediera.
D e acuerdo con las disposiciones del E sta tu to P rovisio­
nal, en octubre debía procederse a llenar la vacante del
triu n v iro que cesaba el día 6 (S arratea ). Los partidos se
ag itaro n con m otivo de la designación que debía hacer la'
A sam blea de diputados. Al constituirse ésta, hubo quejas
por el rechazo de algunos diputados de las provincias, y se
acusaba al Cabildo y al T riu n v irato d e-q u ere r b u rlar los
derechos del pueblo valiéndose de procedim ientos ilícitos.
L a A sam blea se reunió — excluidos los diputados cuyo
nom bram iento se había observado— el día 6 de octubre
y designó m iem bro del T riunvirato, en substitución de Sa­
rratea, al D r. D. P edro M edrano, quien no pertenecía al
p artid o de la L ogia sino a la fracción saavedrista.
A pesar de los m éritos del Dr. M edrano, su designación
fué m al recibida por la opinión y produjo un gran descon­
tento. L os dem ócratas, dirigidos por el Dr. M onteagudo y
con el apoyo de San M artín, que estaba organizando el re ­
gim iento de granaderos, decidieron ir a la revolución, y
el día 8 de octubre de 1812 ocuparon m ilitarm ente la plaza,
llam ada hoy de M ayo, y elevaron al Cabildo una petición
firm ada por 400 ciudadanos notables, exigiéndole:
1° - D ar por disuclta la Asamblea del día 6 y por nulos sus actos.
2 ° - L a destitución de los miembros del Triunvirato (Rivadavia,
Pueyrredón y Chiclana).
Z.°-Que se designara en su lugar, con carácter provisorio, a :
Dr. D. Juan José Paso
D. Nicolás Rodrigues Peña O
D. Antonio A lvares Jonte.
4.“ - L a convocación de un congreso general constituyente.
E l Cabildo abierto accedió a todo.
(1)
P o r e sta r a u sen te D. N icolás R o d ríg u ez P e ñ a fué designado para suplirlo
D . F ran cisco B elgrano, herm ano del g eneral.
289
—
A los pocos días de instalado, el nuevo gobierno, dió un
decreto convocando a los pueblos para que eligiesen los
representantes para la A sam blea (octubre 24). M andó tam ­
bién reforzar el ejército del n orte y arb itró los elem entos
necesarios p ara renovar el sitio de M ontevideo.
Segundo sitio de M ontevideo - C om bate del C arrito
De acuerdo con el convenio celebrado en m ayo de 1812
(M isión R adem aker), entre el Gobierno de Buenos A ires y el
R egente del Brasil, las fuerzas portuguesas habían evacuado
ya el territo rio oriental, y era posible, así, em prender, sin
m ayor peligro, las operaciones del nuevo sitio de M ontevideo.
S arratea, nom brado generalísim o de todas las fuerzas,
destacó a R ondeau, desde el cam pam ento situado sobre el
U ruguay, con parte de las fuerzas, para que iniciara las
operaciones. (O ctubre 20).
A rtig as había perm anecido, desde el arm isticio de 1811,
en el cam pam ento del A yuí, rebelde hacia el gobierno de
Buenos A ires, y se negó a to m ar parte en las operaciones
con las fuerzas de su m ando; pero algunos jefes y oficiales
y parte de la tropa, en núm ero de unos 1.500 hom bres, an te
la actitud de aquél, lo abandonaron para incorporarse a las
tropas bajo el m ando suprem o de S arratea.
E l sitio de la ciudad se m antuvo sin que se produjeran
hechos de im portancia h asta fines de diciem bre.
V igodet había recibido de E sp añ a alguna tro p a y con
este refuerzo llevó a cabo una salida contra los sitiadores
el 31 de diciem bre (1812).
L as fuerzas de la plaza sitiada salieron en tres colum nas
y cayeron de sorpresa -sobre las fuerzas sitiadoras, las que
se vieron obligadas a batirse en retirad a y en dispersión;
pero la oportuna llegada de un refuerzo cuando los realistas
habían logrado ya llegar h asta el cuartel general de R ondeau,
situado en una altu ra distan te legua y m edia al noreste de
M ontevideo, llam ada el C errito (x), perm itió la reorganiza(1 )
N o confundir con el cerro de la b a h ía de M ontevideo.
'—290 —
—291-
ción de la tropa, hacerla reaccionar y conseguir la derrota
del enem igo. E l com bate fué sangriento con pérdidas sensi­
bles p ara am bas partes.
L a v ictoria del C errito, aunque no fué, en sí, de gran im­
portancia m ilitar, tuvo una influencia m oral m uy grande.
E n adelante la plaza de M ontevideo se redujo a mantener
la defensiva h a sta su rendición en 1814.
A rtigas, m ien tras tanto, había perm anecido en su cam­
pam ento del Ayuí. E n E nero de 1813 partió con sus fuerzas,
desde su cam pam ento, hacia M ontevideo, y, al finalizar el
mes de Febrero, se incorporaba a las fuerzas sitiadoras.
Todos los gobernadores, las autoridades civiles y eclesiás­
ticas, y los generales, etc. debían p restarle ju ram en to de obe­
diencia.
E l dia 31 de E nero de 1813 se realizó la instalación con
grandes fiestas. P o r la m añana se celebró un Tedeum en la
C atedral con asistencia de las autoridades superiores y .gran
afluencia de público. H ubo tam bién cerem onias en la For­
taleza.
No pudieron concurrir los diputados de los pueblos del
A lto P erú h asta que, éstos, estuvieron libres de enemigos.
L os de la B anda O riental fueron rechazados porque no
tenían sus diplom as en form a. P resen taro n sim ples cartas
firm adas por electores que no habían sido designados po­
pularm ente sino en el cam pam ento de A rtigas y bajo la in­
fluencia del mismo.
In stalad a la A sam blea, fué electo P resid en te de la m ism a
D. Carlos de A lvear, por aclam ación y con aplauso general
de todos los concurrentes al acto. (x)
E sta A sam blea, sancionó m uchas leyes de grandísim a im­
portancia, algunas de las cuales revelaban claram ente que
el propósito que guiaba a sus au to res era de llegar a em an­
ciparse por com pleto de E spaña. No o tra cosa significaba
la resolución de que, en adelante, no se haría alusión a la
soberanía de F ernando V II en los ju ram entos y actos de
carácter público. Igual significado ten ía la adopción de un
escudo de arm as en substitución del español.
E n el proyecto de C onstitución que la A sam blea había
encargado a una comisión de personas espectables, en su
artículo 1° d e c ía : “Las Provincias Unidas del Río de la Plata
forman una República libre e independiente”, y éstas eran
las aspiraciones generales.
L a A sam blea, sin em bargo, no discutió siquiera el pu n to
relativo a la C onstitución, a pesar de que la com isión de­
signada p ara proyectarla había llenado su com etido y los
diputados ansiaban aprobarla. E s que, no obstante los bue­
nos deseos, se tenían algunos recelos y había m otivos que
aconsejaban ag u ard ar el m om ento oportuno. U n a form al
L a Soberan a A sam blea G eneral de 1813.
E l T riu n v ira to provisorio, nacido de la revolución del 8
de O ctubre,
se consagró a satisfacer las aspiraciones de
todo el país, que eran de crear
una autoridad legal em anada de
la soberanía de los pueblos. A n­
teriorm ente los diputados eran
elegidos por los Cabildos de las
ciudades. El nuevo gobierno, por
el decreto de 24 de O ctubre, pro­
curó inspirar suficiente confian­
za en la nueva form a de elección
de los diputados, (2) así como la
seguridad de que los derechos de
las provincias estarían asegura­
dos. A dem ás, esta A sam blea te­
nía el carácter de soberana, es
decir, que todos los dem ás pode­
res públicos le serían inferiores en rango, como lo dejó esta­
blecido bien claram ente el D r. P aso en el discurso de aper­
tu ra que pronunció en el acto de la inauguración.
(2)
H a sta entonces' la elección de los dip u tad o s era h ech a p or los Cabildos. P o r el
de creto de 24 de O c tu b re , se estab leció la designación de electo res p a ra que éstos, a
su vez, d e sig n a ra n los dip u tad o s. L a s votacio n es d e b ía n se r públicas y en voz alta .
Se nom bró tam b ién u n a com isión especial, e n carg ad a de p re p a ra r las' cuestiones
que h a b ía n de so m eterse a la co n sid eració n de la A sam blea G eneral.
(1 ) L a A sam blea se in staló en el edificio colonial que ocupaba el C onsulado, y
que estaba donde se edificó, después', el edificio para el B anco de la Provincia.
- 292 —
declaración de la independencia podía com prom eter el apoyo
que prestaba In g late rra a la Revolución, por las buenas re­
laciones que existían entre dicha nación y España, que com ­
batían unidas contra los franceses, y esa circunstancia acon­
sejaba no p recipitar los acontecim ientos. Adem ás E spaña
h ab ía conseguido desalojar casi del todo, de su territorio,
los ejércitos invasores y ese hecho la ponía en condiciones
de poder atender m ejor las necesidades de sus ejércitos en
A m érica y enviar refuerzos, como lo hizo.
-
293 -
podían, sin obstáculo alguno, enviar su escuadrilla a reco­
rre r el U ru g u a y y el P a ra n á p ara procu rarse los víveres
que no podían obtener del in terio r debido al asedio de la
‘Iva prim era m oneda de p lata argentina (acuñada en P o to sí).
E n tre las principales leyes y disposiciones de esta célebre
A sam blea m erecen citarse las siguientes:
O rdenó que se cam biara la efigie real en las m onedas substituyéndola
por el escudo de arm as nacional.
A bolió la com pra-venta de neg ro s y decretó la lib ertad de los que
nacieran después del 31 de E tiero de 1813.
A bolió los títulos de nobleza.
M andó quem ar los in stru m en to s de to rtu ra en la plaza M ayor.
D erogó la ley inhum ana de la m ita y de las encom iendas.
E stableció la libertad com pleta de en trar, com erciar y salir del país
a los extranjeros.
C onsagró el día 25 de M ayo com o fiesta nacional.
E stableció el escudo de arp ias y aprobó el “H im n o N acional” .
A doptó la bandera celeste y blanca, creada y enarbolada, p o r p rim era
vez en R osario, por B elgrano.
Combate de San Lorenzo.
Com e el Gobierno de Buenos Aires, por m últiples dificul­
tades, no había podido crear una escuadra, los españoles
C om bate de San L orenzo.
(D e la H is t. de San M artín por B artolom é M itre)
ciudad. D esem barcaban en las costas donde había haciendas,
se apoderaban de ellas, c saqueaban las poblaciones para
llevarse todo lo que les convenía.
E stas correrías de la escuadrilla de M ontevideo im pedían,
adem ás, el intercam bio de productos en tre m uchas de las
poblaciones ribereñas y Buenos Aires.
E n enero de 1813 el G obierno de Buenos A ires tuvo co­
nocim iento de que una escuadra de once buques debía re­
m ontar el P araná, y cuyo propósito no podía ser sino el de
-294-
— 295 —
siem pre. E n consecuencia, se ordenó a San M artín, entonces
Coronel, que, con una parte de su regim iento de granaderos,
vigilara al enem igo para atacarlo cuando desem barcara.
L os españoles bajaron a tierra frente a un convento, lla­
m ado de San L orenzo, situado a unas cincq leguas al norte
de Rosario.
San M artín, que había m archado cerca de la costa y por
en tre los árboles, ocultó sus 120 granaderos detrás del citado
convento, form ados por m i­
tades. Poco después, m ien­
tra s los españoles se d iri­
gían al convento, a tam b o r
batiente, San M artín salía
de im proviso de su escondi­
te y los granaderos, en dos
colum nas, caían como el ra­
yo sobre los invasores. El
com bate duró un cuarto de
hora, h asta que los es­
pañoles (250 hom bres) em ­
prendieron la fuga, p re­
cipitándose al río, desde las barrancas, m uchos de ellos.
(3 de F ebrero 1813).
m era invasión inglesa. B lancas y celestes fueron, tam bién, las cintas
que, en un m om ento de inspiración, distribuyeron al pueblo, en la
m em orable m añ an a del 25 de M ayo de 1810, los jóvenes F re n c h y
B eru ti. U n a escarapela de los m ism os colores fué el distintivo que
a d o p tó la Sociedad P a trió tic a fundada, a principios de 1811, p o r los
p artid ario s de las ideas dem ocráticas de M oreno.
E n este com bate San M artín estuvo a punto de perder
la v id a. U n a bala de cañón m ató su caballo, y éste, al
caer, le ap retó u na pierna contra el suelo. E n esta situ a­
ción, apareció un soldado que, con gran esfuerzo, consi­
guió lib rar a su jefe del peso del caballo y defenderlo de
los golpes enem igos. El soldado recibió dos heridas m ortales
y m urió dos horas después, exclam ando: ¡ Muero contento,
hemos batido al enemigo!....
E ste valiente soldado fué el sargento Juan B autista Cabral.
L o s em blem as a rg e n tin o s: la B a n d era y el E scudo.
E l H im n o N acional.
L o s colores blanco y azul se hab ían p opularizado a tal p u n to
fuera o no casualidad, siem pre que los p a trio ta s debían hacer
de alg ú n distintivo, acudían a ellos.
E l blanco y el azul fueron los colores p red o m in an tes en los
form es que u saron los diferentes cuerpos creados después de la
que
uso
u n i­
p ri­
L a B andera
A principios de 1812 el G obierno tuvo noticias de que, en M onte­
video, se estab a p rep aran d o una escuadrilla que debía re m o n ta r el
P a ra n á p a ra realizar sus acostum brados ataques seguidos de saqueos.
B elg ran o fué enviado a R osario con la m isión de im pedir el paso
a la escuadrilla. E l 10 de febrero llegó allí y, sin pérdida de tiem po,
m an d ó lev a n ta r dos baterías, u na en la b arran ca y o tra en un a isla
inm ediata, que fueron b autizadas, respectivam ente, con los nom bres
d e “ L ib e rta d ” e “In d ep en d encia”.
B elgrano, en la exaltación de su espíritu, no podía ad m itir que
los soldados que estaban a sus órdenes, usaran los m ism os sím bolos
que las fuerzas realistas enem igas. A sí fué que, con el pro p ó sito de
salv ar esta inconveniencia, propuso que se ad o p tara una escarapela.
E l G obierno, co nsiderando fundada la petición de B elgrano, d is­
p uso “que la E scarap ela N acional de las Provincias U n id as del R ío
de la P la ta sería de color blanco y azul celeste” (F e b re ro 18 de 1812).
P o co tiem po después, toda la división que m andaba B elgrano,
v estía la escarapela decretada; pero esto no colm aba sus nobles as­
piraciones, faltaba algo to d av ía: faltaba u na bandera.
E l día 27 de febrero debía efectuarse la cerem onia de la inaugu­
ració n de las b aterías. B elgrano no se sentía dispuesto a izar en ellas
la b an d era española y, sin esta r autorizado, hizo en arb o lar un a de
su creación ad optando los colores blanco y celeste, y de ello d'ió
cu en ta al G obierno, m an ifestando que: “siendo preciso enarbolar
ban d era y no teniéndola, la m an d é h acer celeste y blanca, conform e
a los colores de la escarapela nacional. E sp ero que sea de la ap ro b a­
ción de V. E .”
B elg ran o m andó fo rm ar la división en batalla, sobre la b arran ca
del río, en p resencia' del vecindario. R ecorriendo, luego, la línea a
caballo, m andó fo rm ar cuadro y, levantando la espada, se dirigió a
las tro p as en estos térm in o s: “ Soldados de la p a tria : en este p u n to
hem os ten id o la gloria de v estir la escarapela nacional; en aquél
(señ alan d o la b atería “ In d ependencia” ) n u estras arm as au m en tarán
sus glorias. Ju rem o s vencer a n u estro s enem igos interiores y ex te­
riores, y la A m érica del Sud será el tem plo de la Independencia y
de la L ib ertad . E n fe de que así lo juráis, decid co n m ig o : ‘ ¡ V iva
la p a tria !” L o s soldados co n testaro n con un prolongado “ ¡V iv a.
E l G obierno desaprobó la actitu d de B elgrano y le_ ordenó arriar
la ban d era, ocultarla, y enarbolar, en adelante, la realista que siem
p re se había usado.
— 296 —
B elgraiio nó alcanzó a conocer esa resolución p o rq u e cuando
llegó la n ota oficial, ya se había m archado hacía Ju ju y sin sospe­
char que su proceder había sido censurado. H allándose en Ju ju y ,
sin que la nota oficial le hubiese alcanzado todavía, quiso conm e­
m o ra r el 29 aniversario del 25 de M ayo y aprovechó esa circu n sta n ­
cia p ara hacer bendecir, y ju ra r p or las tropas, la sag rad a insignia.
E n la iglesia de Ju ju y fué bendecida por el canónigo D r. G o rriti
a quien se la presentó B elgrano, en presencia de las au to rid a d es.
H o ra s m ás tarde, el m ism o B elgrano, la p resen tó a la tro p a y fué
aclam ada acom pañando a los v íto ­
res y a la m úsica el tro n a r de los
cañones.
E sta cerem onia im presionó in ten ­
sam ente a la tro p a y al pueblo de
Ju ju y , llenándolos de entusiasm o
p atrió tico y fortificando la fe en la
causa sag rad a de la libertad.
B elg ran o dió cuenta al T riu n v i­
ra to de la en tu siasta conm em ora­
ción y del espíritu levantado de las
poblaciones (25 de M ayo de 1812).
L a contestació n del G obierno
p ro d u jo en el ánim o de B elgrano
la m ás g ran d e de las decepciones,
pues, de nuevo, era censurado cuan­
do, p o r el contrario, esperaba una
fran ca aprobación.
E s que los hom bres que ocupa­
ro n el poder d u ran te los dos p ri­
m ero s añ o s de la R evolución g o ­
b ern ab an en no m b re de D . F e rn a n ­
do V II y no querían aparecer
ab iertam en te com o insurjentes.
L a g ran victoria de T u cu m án re ­
habilitó a B elgrano, y la co n stitu ­
ción del 29 T riu n v ira to significó
una política m ás resu elta hacia los
ideales del pueblo.
A sí pudo B elgrano, sin n ingún
tem o r de ser contradicho, hacer flam ear p or terc era vez el pabellón
azul y blanco al celebrar la cerem onia del ju ra m en to de obediencia
que debía p re sta r la tro p a a la S oberana A sam blea.
El día 13 de F eb rero de 1813, siete días an tes de d arse la batalla
de Salta, y después de pasado el río P asaje, tuvo lugar
la solem ne
cerem onia
en la que B elgrano, después de p asar rev ista al ejército,
form ado en cuadro, m andó leer en alta voz
la circular del G obierno
que declaraba la suprem acía de la A sam blea G eneral, y que disponía,
adem ás, le p restasen ju ram e n to de obediencia.
— 297 —
1
«
F u é presentada, a ese efecto, escoltada p o r u na com pañía de g ra ­
naderos, una bandera azul y blanca, la m ism a que había sido bende­
cida en Ju ju y , y que B elgrano, ante la censura del G obierno, resolvió
g u a rd a r p a ra exhibirla él día de una g ran victoria. Siete días despues
el g ran acontecim iento p ro n o sti­
cado se realizaba en Salta.
El general B elgrano, desen­
vainando la espada y señalando
la bandera presentada p o r el co­
ronel D íaz V élez, dirigió al ejér­
cito estas palabras: “E ste será
el color de la nueva divisa con
que marcharán al combate los
defensores de la Patria”.
E n seguida prestó, en p resen ­
cia de las tropas, el ju ram en to
de obediencia a la soberana
A sam blea; y tom ándolo indivi­
dualm ente a los jefes de cuer­
po, interrogó de nuevo a las tr o ­
pas con las fórm ulas p rescrip tas
p o r el G obierno, y tre s m il voces repitieron al m ism o tiem p o : ¡Sí,
ju ro ! E n to n ces, colocando su espada horizontalm ente sobre el asta
de la bandera, desfilaron sucesivam ente todos los soldados y besaron,
uno p or uno, aquella cruz m ilitar, sellando con su beso el ju ram en to
que acababan de p re s ta r”. (D
Terminada la ceremonia se grabó en el tronco de un árbol gigan­
tesco esta inscripción: “R ío del Juramento”. Y más abajo:
Triunfareis de los tiranos
Y a la patria daréis gloria,
Si, fieles americanos,
Juráis obtener victoria.
La bandera que creó B elg rano se com ponía de dos fajas solamente
y no tenía escudo.
E n Ju ju y se conserva una b an d era con un escudo, com o se ve en el
presente dibuio, que le fué agregado con posterioridad. L os paños
se han desteñido a tal punto, que el celeste es casi im perceptible
y, p ara ev itar m ayores daños, ha sido adherida a o tra bandera.
’L a A sam blea G eneral C o n stituyente autorizó, aunque no hay cons­
tancia oficial de ello, la adopción de una bandera nacional com puesta
de tres fajas colocadas perpendicularm ente al asta, u na blanca, en el
m edio: y dos celestes a los lados.
E l C ongreso N acional, reunido en T ucum án, dispuso, con f e c h a
25 de Julio de 1816, que fuese distintivo peculiar de las P ro v in cias U ni­
das de Sud A m érica la b an d era celeste y blanca usada h asta entonces.
Con fecha 25 de Febrero de 1818 el mismo Congreso, en Buenos
(1) B. M itre. — H ist. de Belgrano.
— 298 —
— 299 —
A ires, dispuso que fuera distintivo de la b an d era m ay o r o de g uerra,
un Sol pintado en el centro.
E n 1884 se dicto un decreto fijando el uso de la ban d era m ayor
o de g u erra y el de la ban d era m enor, en los siguientes térm in o s:
E l ekcudo d e arm a s tiene, pues, su o rig en en el sello que usó la
A sam blea G eneral y que é sta m ism a m andó u sar al P o d e r E jecutivo.
E l escudo arg en tin o no tiene águilas ni leones: sus atrib u to s sim ­
bolizan ideales g ran d es y elevados. L as m anos en trelazadas signi­
fican la u n ió n y la fra tern id ad ; el g o rro frigio es el sím bolo d e la
lib ertad ; y \ a co ro n a de laurel sim boliza la gloria. El^ Sol, p o r últim o,
indica el nacim iento de una n ueva nación cuyo destino ilum ina. L o s
colores del escudo son los m ism os que los de la bandera.
■Ui1' 1?i —;
b? " tiera arg en tin a con el Sol, únicam ente podrá izarse en los edificios
públicosi de la N ación o en las fortalezas, en los buques de la A rm ada y en el E jército.
A rt. 2»
E n las fiestas publicas y conm em oraciones p atrió ticas, los ciudadanos
po d ran hacer uso de la bandera arg en tin a sin el Sol, izándola en sus edificios; siendo
extensivo este derecho a los extranjeros que quieran asociarse.
3° ~ § ue.da prohibido enarbolar en tierra los pabellones de otros E stados
con excepción de las casas de sus A gentes D iplom áticos y Consulares.
A rt. 4o — E n el orn ato de fachadas de edificios o locales preparados p a ra festeios
públicos, podran u sar in d istintam ente los colores de todas las banderas, y en los
trofeos que se form en, la arg en tin a ocupará siem pre el centro.
E n Ios ríos y radas de la R epública, con excepción de la bandera
acional de g u erra, reservada a los buques de la arm ada, p o d rán u sarse las banderas
de señales que so n de práctica en la mism a.
u n c ie ra s
B elgrano, el p a trio ta v irtuoso, uno de los p ad res de la indepen­
dencia argentina, fué, pues, el cread o r de n u estro pabellón. P o r esto
la estatu a ecuestre que se levanta en la plaza de M ayo, lo rep resenta
sosteniendo en su diestra el sím bolo de la nacionalidad argentina.
E l E scudo.
A si com o los ejercites de la p a tria hab ían dejado de u sa r la b an ­
dera enem iga y m archaban al com bate a la som bra del pabellón
celeste y blanco creado p o r B elgrano, asi tam b ién la S o b eran a A sam ­
blea h a b í a
creado o t r o
de los b laso ­
nes d istin ti­
vos de las
n a c io n a lid a ­
des: el escu­
do de arm as.
A u nque no
se c o n o c e
d i s p ó s ic i ó n
alg u n a espe­
cial fijando
la fo rm a y
a trib u to s del
escudo, exis­
te ur. decreSello que usó la
\°
¿cha
^
^
^ 1813 indi
P°der Ejecutivo
cando el sello que debía u sar el S uprem o P o d er E jecu tiv o para
au to riz a r sus propios actos.
S o b eran a A sam blea
D ECRETO
, 1, LL ASr n b ' ea (j T ra l ° r<Jena que eI Suprem o P o d er E jecutivo use el m ism o sello
«Pa
s , f p° Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del circulo
la de Suprem o P o d er E jecutivo de las Provincias U nidas del R ío de la P la ta .
TOMAS V A L L E
H I P O L I T O
V I E Y T E S
P resid en te
D iputado Secretario
E l H im n o N acional.
T re s años hab ían tra n sc u rrid o ya desde el día que, en la plaza
M ayor, se diera el g rito de ¡L ib ertad ! F altaba, a p e sa r de todo,
un c a n to heroico que, in terp re tan d o los sen ti­
m ientos p atrió tico s del pueblo, au m en tara aun
m ás su entusiasm o y su fe p o r la causa d e la
R evolución. N o era posible ya aparecer g u a r­
d an d o fidelidad y vasallaje a F ern an d o V IL
P o r varios m otivos no se proclam aba solem ­
n em ente an te el m undo la independencia; p e ro
lo acontecido co n la b an d era e ra un sig n o evi­
dente d e lo que los pueblos anhelaban. L a
aprobación, p o r la A sam blea, de la M arch a
P a trió tic a fué o tro hecho que resp o n d ía al m is­
m o sen tim iento com o lo d em uestran, en p a rti­
cular, los versos:
“ Se lev an ta a la faz d e la tie rra
U n a nueva y gloriosa nación”.
L a m em orable A sam b lea encargó a fray C ayetano R o dríguez y
a don V icente L ópez que p re sen taran , c ad a uno, u n him no p a trió ­
tico p ara elegir, luego, uno
de los dos.
L a noche del 8 de M ayo
de 1813, el D r. L ópez había
asistid o en el te a tro a una
rep resen tació n d e c a r á c t e r
patrió tico . A n tes d e te rm i­
n a r la función, y sintiéndo­
se inspirado, salió del tea­
tr o y se encam inó a su casa,
disponiéndose en el acto a
escribir. Su canción p a trió ­
tica, p resen tad a a la A sam ­
blea, fué ap ro b ad a p o r acla­
m ación en la sesión del 11
de M ayo, m an d án d o se que
se cantase en to d as las fies.
.
ta s oficiales, y que los n iñ o s de las escuelas, en los aniversarios
p atrio s, salu d aran al Sol n acien te en to n an d o las estro fas de
-3 0 0 —
-3 0 1 —
E l prim er ensayo del him no, p u esto en m úsica p o r don B las
P a rera, tuvo lugar en el salón del C onsulado con el co n cu rso de
lo m ás selecto de la sociedad/de aquel
tiem po.
/
D espués de casi un siglo de vida
libre, ap ag ad as ya las pasiones y re n ­
co res que, cocno resabio^ de luchas
pasadas, hab ían q u ed ad o /to d a v ía ; es­
trech ad o s los vínculos que u nían la
jo v en nación arg en tin a a /la m a d re p a­
tria; y considerando que', al c a n ta r ín ­
te g ra la p rim e ra estrofa del him no,
uno d e los versos h ería el sentim iento
p atrió tico de los españoles, se crey ó
o p o rtu n o su b san ar este inconveniente.
C om o no era pro p io m odificar el him ­
no, se *dió un decreto estableciéndose
que, en las cerem onias oficiales, se
can taría u n a estrofa fo rm ad a de los
B las P a re ra , au to r de la m úsica
prim eros c u atro _v erso s del him no y
del H im no N acional
de los cu atro Últimos.
D espués de este acto m em orable, el ejército em prendió
la m archa hacia S alta y, ejecutando un m ovim iento estra­
té g ic a acam pó al norte de la ciudad cortando, así, a T ristán ,
la retirada hacia Jujuy.
L a b atalla, fué reñida y, viéndose perdido, T ristán , se
encerró V n’la ciudad. Com prendiendo que toda resistencia
\
era inútil, ofreció rendirse
(20 de F ebrero de 1813).
Campaña del A lto Perú - Batalla de Salta.
V encidos que fueron en T ucum án, los realistas, em pren­
dieron la retirad a hacia Salta perseguidos por un destaca­
m ento de 600 hom bres al m ando de D íaz V élezi quien
regresó a T ucum án a fines de O ctubre.
M ientras tan to B elgrano ocupaba su tiem po, casi sin
descanso, en reorg anizar el ejército y predisponer de nuevo
las poblaciones del A lto P erú en favor de la revolución,
p ara lo cual anunciaba com o próxim a, la m archa de su
ejército.
T ristá n recibió refuerzos del A lto P erú y reorganizó
tam bién su ejército aum entándolo a 3.500 hom bres.
M ientras B elgrano no form alizó su m archa de avance,
p artidas volantes de gauchos hostilizaban a T ristán sin des­
canso y le im pedían desprender fuerzas lejos de la ciudad.
B elgrano, que había reunido 3.000 hom bres, em prendió
la m archa desde T ucum án el 12 de E nero de 1813 fijando
com o punto de concentración el río P asaje, que fué vadea­
do del 9 al 11 de F ebrero. El día 13, form ado el ejército en
la m argen derecha del río, hizo que todo él prestase juram en­
to de obediencia a la Asamblea General Constituyente.
T odo quedó en poder de
B elgrano: cañones, bande­
ras, bagajes y cerca de 3.000
soldados, así com o los je­
fes y oficiales.
B elgrano concedió la ca­
pitulación con el com prom i­
so, para los rendidos, de ju­
rar que no volverán a to ­
m ar las arm as co ntra los pa­
triotas. Como la m ayoría de
los ju ram en tad o s eran am e­
ricanos, B elgrano creyó que,
al volver a sus hogares, ha­
rían propaganda revolucio-n aria y predispondrían a las
poblaciones en favor de ella,
preparando, así, los ánim os
para cuando él en tra ra de
nuevo en el A lto P erú con
el prestigio de la g ran vic­
toria de Salta. L as esperan­
zas de B elgrano se realiza­
ron en parte solam ente porque m uchos de los ju ram e n ta­
dos volvieron al ejército realista.
Llegados los trofeos de la victoria a Buenos A ires, el
Cabildo presentó a la A sam blea las banderas españolas
tom adas en S alta (M ayo 14). L a Soberana A sam blea de­
cretó un prem io para el general B elgrano consistente en una
espada y en 40.000 pesos fuertes en fincas del E stado.
20
■
— 302 —
B elgrano, dando m u estras nuevam ente de su grandeza
de alm a y de su desinterés, resolvió destinar los 40.000 pe­
sos p ara la creación de cuatro escuelas.
E l v irtu o so p atrio ta contestó con estas p alabras:
"Creo digno de m i honor y de los, deseos que me inflaman por la
prosperidad de m i patria, el destinar esa suma a la dotación: de cuatro
escuelas en las ciudades de Tarija, Jujuy, Santiago y Tucuinán”.
Campaña en el Alto Perú - Los juramentados de Salta
Vilcapujio y Ayohuma
D espués de la batalla de Salta, las fuerzas realistas que
se en co n trab an en Ju ju y , Suipacha y otros puntos, se re ­
plegaron a P o to sí en donde se hallaba Goyeneche.
De Potosí, Goyeneche pasó a O ruro. Al acercarse la
colum na de los ju ram entados de Salta, que regresaban a
sus hogares, el jefe realista m andó que se detuvieran en una
población inm ediata, p a ra evitar toda com unicación con sus
tropas. L es dirigió una proclam a invitándolos a que se in­
corporaran de nuevo al ejército a que habían pertenecido,
asegurándoles que quedarían absueltos del juram ento por el
A rzobispo de Charcas. Solam ente siete oficiales y 300 sol­
dados aceptaron el ofrecim iento. Con ellos form ó un b ata­
llón que se llam ó Batallón de la Muerte.
B elgrano pasó de S alta a Ju ju y y luego a la villa de
Potosí, que y a había ocupado la vanguardia.
A principios de septiem bre de 1813 el ejército patriota,
fuerte de unos 3.500 hom bres, no del todo bien equipados,
salía de P otosí llegando a fines del m ism o m es a los lla­
nos de Vilcapujio. P ezuela tenía 4.000 hom bres.
El l 9 de octubre em pezó el ataque de p arte del ejército
realista, (m uchos de sus soldados eran nacidos en el país).
E l resultado de la b atalla era ya una victoria para los
p atrio tas, cuando, de im proviso y sin saber cómo, se pro­
dujo una confusión que degeneró en desbande. P ezuela apro­
vechó esa circunstancia, y, con el apoyo de un refuerzo que
acababa de recibir, ganó la batalla.
B elgrano, en situación tan crítica, depositó to d a su es­
peranza en la bandera de su creación, haciéndola flam ear en
la cum bre de un cerro vecino. P a rte de los dispersos, al
divisaí este sím bolo de la p atria, corrieron a rodearla. R eu­
nidos unos 400 hom bres, em prendió la retirad a hacia Potosí.
Con los dispersos que
se habían refugiado en
C huquisaca y otros pu n ­
tos, y con los refuerzos
de otras poblaciones que
recibió B elgrano, al ca­
bo de un m es el ejército
p atrio ta estaba o tra vez
organizado, pero fué ven­
cido nuevam ente por P e­
zuela en la b atalla de
Ayohuma el 14 de N o­
viem bre. A consecuencia
de esto, tuvo que re tro ­
ceder h asta Ju ju y , en
donde pudo o rganizar un
ejército de 1.800 hom ­
bres. Como el enem igo
avanzaba sobre Ju ju y ,
B elgrano retrocedió has­
ta T ucum án donde hizo
en treg a del m ando al ge­
neral San M artín (E nero
de 1814).
Con estos desastres, el
peligro de la invasión de
las fuerzas realistas h asta T ucum án y aun m ás adelante, era
inm inente. E ste peligro, sin em bargo, desapareció, casi, por­
que tres guerrilleros esforzados y fam osos hostilizaban sin
descanso, con sus caballerías gauchas, a los realistas, m ante­
niendo siem pre vivo el sentim iento patrio, e im pidiendo la
invasión m ás acá de las fro nteras de Salta. E sto s g u errille­
ros fu e ro n : W arn es y A renales, que desarrollaron una acción
incansable en el A lto P erú o B olivia; y Güemes, en las
fronteras de Salta, que m antuvo a raya con sus invencibles
gauchos, a las tropas realistas.
— 304 —
-3 0 5 - -
L a Soberana Asamblea y los peligros del momento
Sesión extraordinaria del 8 de septiembre
El gobierno, en situación tan crítica, resolvió enviar
una expedición de auxilio al ejército del N orte, al m ando
del entonces coronel San M artin, con atribuciones para re­
levar a B elgrano y asum ir el m ando de todas las fuerzas.
M ientras tanto, se apresu rab a la creación de una es­
cuadrilla, así como el alistam iento del ejército que organi­
zaba A lvear en los Olivos, para estrechar el sitio de M on­
tevideo, y conseguir la p ro n ta rendición de la plaza.
E sp añ a había conseguido, con el auxilio de In g late rra
y de P o rtu g al, libertarse de las fuerzas invasoras de N apo­
león. F ern an d o V II recobró su libertad y volvió a ocupar
el trono de E sp añ a (D iciem bre de 1813).
P ara los pueblos de A m érica que luchaban por su in­
dependencia, la rehabilitación de E spaña im portaba un pe­
ligro, porque ponía a ésta en condiciones de poder enviar
ejércitos y pertrechos de g u erra en abundancia. G randes
eran, pues, los peligros al finalizar el año 1813, porque si
la plaza de M ontevideo, ocupada por los realistas, se sos­
tenía aún el tiem po suficiente para que la abastecieran con­
siderablem ente, podía convertirse en una base de opera­
ciones, tan fuerte, como para ap lasta r a las fuerzas de la
Revolución o poco m enos. R endir la plaza era cuestión de
vida o m uerte.
E l general A lvear, m ientras tan to , dedicaba su activi­
dad a la preparación de un ejército auxiliar destinado a re­
forzar al que sitiaba la ciudad de M ontevideo.
E n septiem bre (1813) R ondeau, que dirigía el sitio de
la plaza de M ontevideo, com unicaba, desde ella, que una
división española acababa de desem barcar en el puerto. E sta
n oticia produjo gran alarm a e hizo com prender, en tales
m om entos, la necesidad de crear un P oder Ejecutivo^ con
facultades suficientes para áfro n tar la gravedad de la situa­
ción. Fué, así, convocada la A sam blea a sesiones extra­
ordinarias, y el día 8 de septiem bre aprobó una resolución
por la que autorizaba al P oder E jecutivo (T riu n v ira to ),
a proceder por sí, con absoluta independencia, para afro n tar
la gravedad de la situación. Al m ismo tiem po se declaró
en receso h asta el 1? de octubre, en cuya fecha volvió a
reunirse. L a situación, sin em bargo, no había cam biado.
El día 20 del m ism o mes de octubre, llegaba a Buenos
A ires la noticia de la d errota de B elgrano en V ilcapujio,
y su efecto en la opinión pública fué desastroso; pero cau­
só verdadero pánico la noticia posterior del desastre de
A yohum a y de la retirad a del ejército p atrio ta h asta Jujuy.
San Martín y Belgrano. E l abrazo de Y atasto
San M artín y Belgrano no se conocían personalm ente; pero, desde
algún tiempo antes de su encuentro, habían sostenido una correspon­
dencia recíproca que tuvo la virtud de establecer entre ellos una gran
simpatía.
Así, Belgrano, desde Humahuaca, al saber que era San M artín el jefe
del ejército que marchaba en su auxilio, le escribía: “N o sé decir a
Vd. cuánto me alegro de la disposición del Gobierno para que venga
de je fe del auxilio con que se trata de rehacer este desgraciado ejér­
cito . . . Vuele, si es posible; la patria necesita de que se hagan esfuerzos
singulares, y no dudo que Vd. los ejecute, segiín mis deseos, para que
yo pueda respirar con alguna confianza, y salir de los graves cuidados
que me agitan incesantemente. Crea Vd. que no tendré satisfacción m a­
yor que la de estrecharlo entre mis brazos, y hacerle ver lo que aprecio
el mérito y la honradez de los buenos patriotas como Vd.”
Posteriorm ente le expresaba desde Ju ju y :
“M i corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que
Vd. se me acerca porque estoy firm em ente persuadido de que con Vd.
se salvará la patria, y podrá el ejército tomar un diferente aspecto . . .
Espero en que Vd. me ayude y conozca la pureza de mis intenciones,
que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general
de la patria y sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”
.. .empéñese Vd. en volar, si le es posible, con el auxilio, y en venir no
sólo como amigo, sino como maestro mío, m i compañero y m i jefe si
quiere; y persuádase que le hablo con m i corazón, como lo compren­
derá con la experiencia constante que haga de la voluntad con que se
dice suyo — Manuel Belgrano.
En la posta de Yatasto, situada en el camino de Tucumán a Salta,
fué donde estos dos proceres se encontraron por primera vez, y, allí,
se dieron el abrazo que selló entre ellos una amistad que no se desmin­
tió jamás. “ San M artín se presentó a Belgrano pidiéndole órdenes como
subordinado. Belgrano le recibió como al salvador, al Maestro, y debió
ver en él un sucesor. Empero, a aquél le repugnaba asumir el mando en
jefe, humillando a un general ilustre en la desgracia y ni aún quiso
ocupar el puesto de Mayor General para que había sido nombrado os-
— 306 —
— 307 —
terriblemente, creyendo que esto lastim aría a los jefes fundadores de
aquel glorioso y desgraciado ejército, y asi lo m anifestó al gobierno” 1.
E l gobierno, sin embargo, desoyendo la opinión de San M artín, or­
denó a éste que asumiera el mando en jefe del ejército.
“Belgrano se puso a sus órdenes en calidad de simple jefe de regi­
miento, y dió el ejemplo de ir a recibir humildemente las lecciones de
táctica y disciplina que dictaba el nuevo general. Desde este día, estos
dos hombres que habían simpatizado sin conocerse, que se habían pro­
metido amistad al verse por prim era vez, se profesaron una eterna y
mutua admiración. Belgrano murió creyendo que San M artín era el
genio tutelar de la A m érica del Sud. San M artín en todos los tierripos,
y hasta sus últimos días, honró la memoria de su ilustre amigo, como
una de las glorias más puras del Nuevo Mundo” x.
E l p rim er D irector Suprem o fué D. G ervasio A ntonio
de Posadas, designado por la Soberana A sam blea el 22 de
enero de 1814. Se hizo cargo del puesto el 31 del m ism o mes.
Dos cuestiones graves debían llam ar la atención del
D irector S uprem o: la lucha con el poder español, y las cues­
tiones internas, com plicadas con la actitu d de A rtigas.
Lo que m ás u rgía era la rendición de M ontevideo.
P osadas designó los siguientes m in istro s: D e G obierno:
D r. Nicolás H e rre ra ; de G u erra: coronel F rancisco Jav ier de
V ian a; de H acienda: Ju an L arrea.
E L D IRECTO RIO
Creación de un Poder Ejecutivo unipersonal
Posadas, Director Supremo
L a A sam blea General, que estaba en receso, fué citada
a una sesión ex traordinaria a fin de que tom ara en consi­
deración el proyecto de suprim ir el régim en de triunviros,
y crear un P o d er E jecutivo “unipersonal” p ara que la ac­
ción del gobierno fuera rápida y eficaz en los m om entos
de g ran peligro. E l día 22 de enero de 1814, después de
discutido el proyecto, la A sam blea'ordenó que el P oder E je­
cutivo se concentrara en una sola persona con el títu lo de:
“ Director Supremo de las Provincias U ni­
das del Río de la Plata”.
La A sam blea sancionó, tam bién, que
el D irector Suprem o tendría el tra ta ­
m iento de “ E xcelencia” y que llevaría
"una banda bicolor, blanca al centro, y azul a
los costados, terminando en una borla de oro,
como distintivo de su elevada representación" 2.
El D irector Suprem o debía d u ra r dos
años en el desem peño del cargo, acom ­
pañándole un cuerpo consultivo con el
nom bre de Consejo de Estado com pues­
to de nueve m iem bros y cuya presiden­
cia ocupó D on Nicolás R odríguez P eña
por designación de la m ism a A sam blea.
(1) B artolom é M itre. H is t. de San M artín . T. I , p ág . 202-203.
(2 )
E ste es el an teced en te h istó rico relativ o a la banda que usan los actuales
P resid en tes, y que Posadas, p rim er D ire c to r Suprem o, fué el p rim ero en usarla.
La segunda escuadrilla argentina. Brown
D esde fines de 1812 se había renovado el sitio de la
plaza de M ontevideo, sin poderla tom ar, pues estab a for­
m idablem ente defendida.
Si se conseguía d estru ir la es­
cuadrilla española, los sitiados no
habrían popido procurarse víveres y
la rendición hubiese sido inevitable.
El m inistro de H acienda, L arrea,
desplegó gran actividad para orga­
nizar una escuadrilla, com puesta de
cuatro buques m ayores y dos me­
nores, adem ás de algunos lanchones.
E l m ando de la escuadrilla se con­
fió a Guillerm o B row n 1. E ste m a­
rino, era capitán de un buque m er­
cante que traía un cargam ento de
m ercaderías de E uropa, y fué apresado por los barcos es­
pañoles bloqueadores. B row n perdió el buque y la carga.
H allándose B row n en B uenos A ires se ofreció para lle­
var a cabo un ataque contra un barco español que se hallaba
en la E nsenada. Concedida la autorización, asum ió el m an­
do de dos lanchas, tripuladas por m arinos ingleses, y con­
siguió, con gran audacia, abordar al barco enem igo y apre­
sarlo. T raído a Buenos A ires, fué vendido y pudo B row n,
(1 )
N ació en Foxford (Irla n d a ) en 1777. M urió en B uenos A ires, 1857.
— 308 —
así, resarcirse de las pérdidas que había sufrido. E ste suceso
acreditó aún m ás al intrépido m arino y se ganó la con­
fianza del G obierno, que le confirió el m ando en jefe de
la escuadra que se estaba alistando. B row n enarboló su
insignia en la frag ata H ércules.
P a ra trip u la r los barcos, se aceptó el servicio de m arinos
de diferentes nacionalidades. H abía franceses, n orteam eri­
canos, portugueses e italianos, predom inando los ingleses.
No faltaban los criollos que, a pesar de ser novicios, die­
ron repetidas m u estras de su valor. Al lado de B row n, se
form aron los prim eros m arinos de la arm ada argentina.
L a escuadra española constaba de 14 buques de guerra
y de otros tan to s m ercantes arm ados al efecto. E stab a or­
ganizada en dos divisiones, de las cuales, la de m ayor poder,
defendía a M ontevideo y hacía crucero en toda la anchura
del P la ta ; la de los barcos livianos, al m ando del com an­
dante Jacin to R om arate, adem ás de contribuir al bloqueo
del puerto de B uenos A ires en com binación con la división
de M ontevideo, g u ardaba las bocas del U ru g u a y y del P a ­
raná, y hacía incursiones por los m ism os y sus brazos y"
afluentes.
A rtigas y el sitio de M ontevideo
A rtigas, desde que el G obierno de B uenos Aires concertó
el arm isticio con E lío, el 20 de octubre de 1811, había per­
m anecido en su cam pam ento del Ayuí h asta que en el mes
de enero de 1813, después del com bate del Cerrito, se tra s ­
ladó con las fuerzas bajo su m ando h asta cerca de M ontevi­
deo. P a ra incorporar sus fuerzas a las del sitio, A rtigas exi­
gió que S arratea, jefe de todas las fuerzas sitiadoras, aban­
donara el m ando; pero como no se accedió a su pedido,
m andó arreb atar, por m edio de sus subalternos, las caballa­
das, bueyes, carretas, etc., privando al ejército sitiador de es­
tos prim ordiales elem entos de m ovilidad. (F ebrero de 1813).
P a ra no hacer peligrar la situación de todo el ejército
sitiador, el T riu n v ira to tu v o que tran sig ir con las exigencias
-3 0 9 -
de A rtigas y ordenar a S arratea que reg resara a Buenos
Aires, substituyéndole R ondeau. E n F ebrero, A rtig as se in­
corporó al ejército sitiador.
M ientas tan to en los Olivos se estaban preparando tro p as
para reforzar el ejército sitiador cuyo m ando asum iría el
general A lvear, reem plazando a R ondeau.
M ás tarde, cuando se constituyó la Soberana A sam b’ea,
los diputados que había enviado A rtig as fueron rechazados
por ilegalm ente designados. R esuelta una nueva convoca­
ción para designar otros, los electores se reunieron cerca
de M ontevideo para llenar su com etido, y lo realizaron
sin que A rtigas im pusiera su voluntad. (D iciem bre de 1813).
En E nero, al mismo tiempo, que desem barcaban en el
puerto de M ontevideo tro p as realistas de refuerzo, el ejér­
cito sitiador conoció la noticia de la derrota de Ayohum a.
A rtigas, en m om entos tan graves, abandonó el sector
confiado a sú m ando, con la casi totalidad de sus fuerzas,
dejándolo desguarnecido. V igodet, creyendo que todo era
un ardid de guerra, no aprovechó la op o rtu n id ad -q u e se le
presentaba de sorprender a las dem ás fuerzas sitiadoras con
probabilidad de batirlas.
R ondeau tom ó las m edidas que la grave situación requería
y pudo cubrir la parte de la línea que A rtig as había dejado
sin defensá. (E n ero 20 de 1814).
E l D irector P osadas, ante la deserción de A rtig as, expidió
un m anifiesto en cuyos considerandos se calificaba a éste
de bandido, perjuro, traid o r a la patria, decretando, a la
vez, un prem io para quien lo en treg ara vivo o m uerto.
(F ebrero 11 de 1814). ( !).
A rtigas, entonces, declaró form alm ente la g u erra al Go­
bierno de Buenos Aires. P asó a E n tre Ríos y llevó el es­
píritu de rebelión a todo el litoral. Allí encontró algunos ele­
m entos que le prestaron apoyo.
(1) M ás ta rd e el m ism o D ire c to r P o sad as, con el propósito de re s ta b le c e r la
a rm o n ía , inició los trá m ite s p a ra una reconciliación con A rtig a s y a ella se
llegó haciéndole algunas concesiones y derogando el decreto que se había dado
poniendo a p recio su cabeza (A gosto de 1814).
1
-3 1 0 —
Combates navales - La escuadrilla de Romarate inutilizada
La escuadra de M ontevideo destruida
L a isla de M artín García, por su situación, tenía un gran
v alor estratégico, y V igodet resolvió apoderarse de ella, y
lo consiguió fácilm ente, m andándola fortificar sin pérdida
de tiem po (N oviem bre de 1813). L a escuadrilla de R om arate
podía, así, en adelante, resg u ard arse perfectam ente bajo los
fuegos de los cañones de la isla.
B row n, p o r su parte, form ulo sus planes de cam paña
naval que debía em pezar por la destrucción de la escuadrilla
de R om arate.
A principios de m arzo salió B row n hacia la isla de Mar-
tín G arcía, en busca del enemigo. Los com bates, con suerte
altern ativ a, d u raron varios días h asta el 17 en que la isla
fué atacad a con éxito com pleto y la escuadrilla enem iga
huyó, rem ontando el U ruguay, h asta el Arroyo de la China.
-3 1 1 —
L as fortificaciones de la isla fueron reparadas y se dejó
allí una guarnición suficiente p ara im pedir la salida de R o­
m arate quien quedó encerrado en el bajo U ru g u ay com o en
una tram pa sin lograr hacer valer las fuerzas que le quedaban.
Conseguida la inutilización de la escuadrilla realista de
R om arate, B row n se dedicó inm ediatam ente a la reo rg an i­
zación y refuerzo de la escuadra para iniciar la acción con­
tra la división realista abrigada en el puerto de M ontevideo.
E n A bril estableció el bloqueo de dicha plaza y ese hecho
tenía una im portancia enorm e .porque, desde ese m om ento,
la navegación, por el P la ta y sus afluentes quedaba libre de
peligro p ara el com ercio con el pu erto de Buenos A ires y
para el abastecim iento del ejército sitiador de M ontevideo.
E n la plaza de M ontevideo se esperaba la llegada de varios
barcos con tropa, pertrechos de g u erra y dinero, provenien­
tes de E sp añ a y del P erú, y com o tem ían, los realistas, que
cayeran en poder de la escuadra bloqueadora de B row n, re ­
solvieron ordenar la salida de su escuadra para llevar un
ataque a la de éste esperando confiadam ente en el triunfo.
(N oche del 13 de M ayo).
B row n, que se dió cuen ta de los m ovim ientos de la es­
cuadra enem iga, tom ó todas las disposiciones del caso y
m aniobró en form a apropiada p ara alejar los buques ene­
m igos del puerto y de las b aterías de tierra. T odo resultó
com o lo había deseado, pues atrajo la escuadra realista
frente al Buceo.
D espués de reñidos com bates, que duraron tres días,
B row n consiguió dispersar los buques enemigos, apresando
tres de ellos; algunos otros se incendiaron y los dem ás tu ­
vieron que acercarse a tierra para ponerse al abrigo de los
cañones de los fuertes (M ayo 14 a 17 de 1814).
L a destrucción de la escuadra realista im portaba para la
ciudad de M ontevideo, la rendición m ás o m enos próxim a,
porque ya no podia recibir por la vía fluvial, como antes,
las provisiones necesarias para la alim entación de los habi­
tantes (10.000) y de una guarnición de 6.000 hom bres.
— 312 —
Rendición de la plaza de M ontevideo
El día 8 de m ayo de 1814, ya sin tem er la acción de la
escuadra realista, A lvear se em barcaba en el puerto de Bue­
nos A ires con las fuerzas que había estado organizando en
Los Olivos, para reforzar al ejército sitiador de M ontevideo.
El mismo día que B rown concluía con la escuadra rea­
lista (17 de m ayo), A lvear llegaba al cam pam ento del C errito
para hacerse cargo del m ando del ejército, reem plazando
a R ondeau, y se dispuso a redoblar los esfuerzos para to ­
m ar la plaza cuanto antes.
V igodet procuró e n tra r en negociaciones con el Go­
bierno de Buenos A ires y, tam bién, por conducto secreto,
con A rtigas, para com binar, con éste, algún plan contra las
fuerzas de A lv ear; pero sus gestiones no le dieron resultado.
El 20 de junio quedó cerrado un convenio entre A lvear
y V igodet, por el cual éste debía hacer entrega de la plaza.
El día 22 las fuerzas de A lvear ocuparon las fortalezas
del C erro ; y el 23, entraron en la ciudad tom ando posjesión
inm ediatam ente de todos los puntos estratégicos.
Q uedaron en poder del vencedor m ás de 300 cañones,
8000 fusiles, granadas, pólvora y una gran cantidad de per­
trechos de guerra de toda clase. T odos los jefes y oficiales,
y más de 5.000 hom bres de tropa, quedaron prisioneros.
D espués de la capitulación, un jefe subalterno de A r­
tigas, O torgués, enviado por aquél con algunas fuerzas, se
acercó a M ontevideo y reclam ó la entrega de la plaza. Alvear se opuso, y durante la noche, entre el 24 y el 25 de
junio, cayó sobre las fuerzas del jefe artig u ista y las dis­
persó.
— 313 —
San Martín es nombrado Gobernador de Cuyo - Sus trabajos
D espués de las derro tas de V ilcapujio y A yohum a, el
general San M artín fué designado para reem plazar a Belgrano en el m ando del ejército del n o rte; pero, de acuerdo
con su m odo de apreciar lo ineficaz que había sido y que,
en adelante, seguiría siendo la cam paña m ilitar en el norte,
resolvió organizar otro ejército expresam ente destinado a
llevar la g u erra al P erú,
pasando antes a Chile,
donde existía un gobier­
no patrio ta ch ilen o 1.
R enunció al m ando del
ejército del norte, dando
como causa el hallarse
enferm o, lo c u a l e r a
cierto, y se retiró a las
sierras de Córdoba para
curarse. L uego pidió que
se le nom brara G oberna­
dor In ten d en te de Cuyo,
y el D irector P osadas accedió a ello. (A gosto 10 de 1814).
San M artín estableció un cam pam ento, como a una legua
de distancia de la ciudad de M endoza, llam ado el Plum erillo.
Allí, al toque de diana, un cañonazo daba la señal del co­
m ienzo del trab ajo y de los ejercicios.
E n julio fué enviado por el Gobierno de Buenos Aires,
como gobernador de M ontevideo, N icolás R odríguez P eña
con el título de “ D elegado E x trao rd in ario ”.
“ L o s ejercicios d u rab an tres o cuatro horas por la m añana, con
breves intervalos de descanso, y se repetían por la tarde. E l día lo
em pleaban, los soldados, haciendo su propio calzado o fabricando
fo rn itu ras y utensilios, porque cada uno tenía, adem ás de su servicio
de arm as, la obligación de ser artesan o de sí m ism o. E l general, por
la noche, reco rría las academ ias teórico-prácticas de táctica de los
batallones y escuadrones, que convertía en escuelas de arte m ilitar y
de estrategia, suscitando cuestiones facultativas fuera del program a,
proponiendo la solución de lances de guerra que podían ocurrir en
el curso de una cam paña. B. M itre - H ist. de San M artín ).
H ubo, después, algunos encuentros sangrientos entre
fuerzas del D irectorio y de A rtigas hasta que, en febrero
de 1815, las tropas argentinas evacuaron la ciudad de M on­
tevideo, entrando a ocuparla el subalterno de A rtigas, F e r­
nando O torgués.
(1 ) E n esa época, C hile era libre, pero en octu b re de 1814 los p a trio ta s
chilenos fueron vencidos en R ancagua y quedaron de nuevo b a j o el y u g o realista.
E l plan prim itivo de San M artín consistió en llevar la g u e r r a al p o d e r r e lista en el P erú, desde Chile, donde contaba con el a u x i li o d e las fuerzas P '
trio ta s chilenas. La d e rro ta de éstas en R ancagua significó p a r a b a n M a r
•
grave preocupación, puesto que, desde e>e m om ento, su plan exigía, a
liberar a Chile venciendo, allí, al poder realista.
— 315 —
El caudillismo - La guerra civil en el litoral - Artigas.'
(Recapitulación)
L as intendencias y provincias que fo rm aban el V irre y n a to d el R ío
de la P lata, eran regiones extensas cuyas capitales constituían los
únicos núcleos de población de alg u n a im portancia, p u es los dem ás
cen tro s p o blados n o era n sino aglom eraciones de ran ch o s en tre los
que se destacaban algunas pocas casas m ejo r construidas.
E l gobierno estaba gen eralm en te en m anos de un -grupo o cam ari la de vecinos que disp o n ían -de to d o com o de cosa propia, y, con
frecuencia, un solo individuo, con o sin m éritos, llegaba a im ponerse
de ta l m a n e ra que nada p odía h acerse sin su beneplácito, convir­
tiéndose en caudillo de la localidad.
A m enudo era dado v e r cóm o h asta los go b ern ad o res eran depues­
tos a consecuencia d e algún m o tín fraguado, casi siem pre, p o r am biciosos aviaos d e ocupar el gobierno.
E ste estado de cosas, a n te rio r a la revolución de M ayo subsistió
y aun se acentuó, desde que el m ism o sentim iento del gobierno p ro ­
pio,^ en cuyo nom bre se llevó a cabo la revolución, se despertó con
caracter local en los pueb lo s del in terio r y, m ás acentuadam ente, en
Ah-es
c o n tra el predom inio del g o b iern o c en tra l de B uenos
L os caudillos salían siem pre d e la clase m ilitar, desde que sólo
p o r la fuerza podían llegar al p o d e r y so sten erse en él, y esa fuerza
la en contraban en las m asas sem ib árb a ras de las cam pañas que los
seguían a todas p artes su m isas y fanatizadas.
A rtig aPsn m e r Caudlll° de g ra n infIuencia, nacido de la revolución, fué
• £ r ‘'5 aS' 'Ja tKr a , .ííe M °ntevideo, se había criado en el cam po y fué
n.p de co n trab an d istas en las fro n teras con el B rasil, m edio d e vida
que le perm itía estar en relación con los com erciantes d e M ontevideo,
un cu ^r™ K
k í servicio de las autoridades españolas ingresando en
I n í í j . cab allería d estin ad o p recisam en te a la p ersecución de los
en e ? t \ nrt w ! yCU a!r f 0Q
S ^ tu g u e s e s ^
realizaban sus incursiones
m ie n to * n ! T
k‘ 1 .
m stru cci0 n era escasa, pues sus conoci­
m ientos no p asab an de los m uy elem entales que, en aquel tiem po
era posible adquirir en la escuela p rim aria.
P '
h An í ', í u n é- U*°, de los Prim eros que iniciaron la in su rrecció n en
f .. í ,
O riental c o n tra las au to rid ad es españolas, sirviéndose de
N o , a T , ent.o s que h ab ía o btenido d el G obierno de B uenos A ires.
r o n 1J
arg-°’ e,n asu m ir una a ctitu d de desobediencia para
con la auto rid adJ nacional.
A l celeb rarse el arm istico con los realistas d e M ontevideo — O ctua la COSta e n tre rria n a estableciendo el
cam pam ento del A yui, donde perm aneció cerca de catorce m eses con
« e L v i ^ L V ” 3 f an p a r te d,e la P ^ l a c i ó n o r ie n ta l o b lig a d a a
se g u irle a b a n d o n a n d o su s c o m o d id a d e s e in te re s e s .
D esde que se estableció en el A yuí, (N oviem bre de 1811), no
dejó d e ejercer su influencia en todo el lito ral p a ra hacerse d e algunos
p artid ario s, h alag án d o lo s con su apoyo, p a ra establecer su dom inio
ab so lu to en las p rovincias litorales.
E l T riu n v ira to h a b ía enviado a S a rra te a a la costa e n trerrian a del
U ru g u a y p a ra o rg an izar las fuerzas que debían iniciar el segundo
sitio d e M ontevideo. Se estableció S a rra te a cerca del cam pam ento
del Ayuí y p u d o c o m p ro b ar el estado deplorable, en todo sentido, en
que se en co n trab an las füerzas d e A rtig as allí acam padas.
C uando S arratea, c o m o g e n eral en jefe, ordenó la m a rc h a de todas
las fuerzas, incluso las de A rtig as, éste se consideró desairado porque
quería m an d ar él las operaciones, a p e sa r de que todo el m aterial de
g u e rra acum ulado allí h ab ía sido ¡proveído p o r el G obierno d e B ue­
nos A ires.
A rtig a s se n egaba a o rd en ar la m aro h a de sus fuerzas p a ra la línea
del sitio; p ero só lo consiguió detener algunos cuerpos, pues h a sta
jefes o rientales com o V ázquez, V arg as y V iera, desaproban do su
actitud, se in co rp o raro n a las fuerzas qu e m andaba S arratea.
A rtig as m anifestó g ra n d escontento an te lo sucedido, y com o
S arratea no aten d iera sus exigencias, de que se le devolvieran los
cuerpos que se h abían retira d o de su cam pam ento, se quedó en el
Ayuí; pero no inactivo, pues em prendió, por m edio de sus su b a lte r­
nos, una larg a serie de acciones d e g u e rra p a ra a rre b a ta r las caballa­
das, bueyes, etc., a S a rra te a y p a ra obstaculizar la vigilancia que las
fuerzas de é ste ejercían con el p ro p ó sito de im pedir que los realistas
se ab astecieran de víveres.
E sta tira n te z d e relaciones se m an tu v o largo tiem po sin que lo­
g ra ra n un avenim iento cu an tas m ediaciones se pusieron en juego. E l
caudillo o rien tal ponía com o condición indispensable p ara in co rp o rar
sus fu erzas a las sitiadoras, que S a rra te a fuera separado del m ando.
E s ta situación, llena de peligros, y a que el G obierno de B uenos
A ires no to m ab a n inguna resolución al respecto, decidió a R ondeau
y a o tro s jefes, a pedir a S a rra te a la renuncia del m ando. S a rra te a
accedió a ello y se re tiró con los jefes orientales V ázquez, V iana
V aldenegro y otros, a los que A rtig as no toleraba.
E l G obierno tu v o que tran sijir, p ara evitar m ay o res m ales, y
acep tar los hechos producidos. A rtigas, entonces, resolvió llevar sus
fuerzas a la línea del sitio. (F e b re ro d e 1813).
M ien tras se desarrollaban estos sucesos en el te rrito rio oriental,
te n ía lu g ar en B uenos A ires la instalación de la A sam blea G eneral
C o n stitu y en te (E n e ro 31 d e 1813).
A rtig as, y a in corporado a l ejército sitiador, resolvió enviar d ip u ­
tad o s a la S o b erana A sam blea y, sin estar investido de au to rid ad
leg ítim a alguna, reu n ió d e su cuenta, en su propio cam pam ento, a
un cierto n ú m e ro de p erso nas p a ra que, como electores, d esig n aran
los diputados a la A sam blea G eneral (A b ril). E sto s electores no eran
— 317 —
— 316 —
verdaderos rep resen tan tes de los pueblos, pues no habían sido desig­
nados popularm ente.
L os electores, bajo la influencia de A rtig as, n o m b raro n cinco dipu­
tados, y éstos p artiero n para B uenos A ires llevando, com o poderes,
sim ples cartas firm adas p or los citados electores. A rtigas, adem ás, les
entregó una carta para D. D ám aso L arra ñ a g a , residente en B uenos
A ires, y unas instrucciones, con el m an d a to expreso de imponer la
aceptación de ellas.
R echazados que fueron sus diputados, A rtig as tra tó de rem ediar,
en parte, la irregularidad de la elección; p ero sin resultado.
E n D iciem bre se llevó a cabo o tra elección preten d ien d o A rtigas,
com o siem pre, hacerla a su m an era; pero la opinión no se som etió
a sus pretensiones, y los rep resen tan tes, reunidos en C ongreso en
sesión solem ne el 10 de D iciem bre (1813), declaraban que la provin­
cia oriental sería una de las del R ío de la P lata. D ispuso, adem ás,
que su gobierno sería una Junta Gubernativa com puesta de tres
m iem bros. N om bró nuevos diputados para la A sam blea C onstituyente,
y A rtig as quedó despojado del ca rá cte r de Gobernador y Capitán
General que le había conferido su C ongreso de A bril.
L a actitud del C ongreso de D iciem bre revelaba claram en te que la
opinión sana del pueblo o rien tal era co n traria a A rtig as. E l caudillo
oriental, despechado, resolvió retira rse de la línea del sitio y ro m p er
las relaciones con el G obierno de B uenos A ires. F u e entonces cuando
el D irecto r P o sad as dictó el decreto que lo declaraba tra id o r y ene­
m igo de la patria, ofreciendo reco m p en sar con 6.000 pesos’ al que lo
en treg ara vivo o m uerto.
A rtigas, con p arte de sus fuerzas, m arch ó h a c ia , el no ro este y
llegó a la aldea d e Belén sobre el U ru g u ay . D e allí se puso en
com unicación con los caudillos que ya habían em pezado a fig u rar en
E n tre R íos y C orrientes y tam b ién en S a n ta F e, en C órdoba, etc.
R endida que fué la ciudad de M ontevideo, se instaló un g o bierno
designando p a ra d esem peñ arlo a D . N icolás R o d ríg u ez P eña.
E l coronel O torgués, su b altern o de A rtig as, se aproxim ó a M o n te­
video y exigió, en nom bre de éste, la en tre g a d e la ciudad. S o bre­
vino un estado de g u e rra con altern ativ as favorables a las fuerzas de
B uenos A ires, algunas, y o tra s no, h a sta que se resolvió p o r el D i­
rectorio la desocupación d e M ontevideo y el re tiro de las fuerzas p a ra
llevarlas a luchar co n tra los realistas en la fro n te ra norte.
Con el abandono de la ciu d ad de M ontevideo y de to d o el te rrito ­
rio oriental al dom inio de A rtig as, y a no tenía éste p o r qué co n tin u ar
la lucha co n tra el gobierno de B uenos A ires; pero su am bición des­
m edida, le m ovía a llevar la g u e rra a las provincias arg en tin as.
A lgunas de sus actitudes se debían, sin d uda alguna, a influencias
de sus consejeros.
C uando el D irecto r P o sa d as com isionó al coronel Jo sé Melián p ara
fo rm ar en E n tre R íos c u a tro regim ientos, le fué im posible cuxn-
%
plir su com etido porque el paisanaje se m ostraba insubordinado. E n
Concepción del U ruguay, G ualeguaychú, G ualeguay, N ogoyá y en la
B ajada del Paraná,- encontró la m ism a hostilidad a todo lo que em a­
naba del gobierno central *.
T riu n fa n te A rtig as sobre las fuerzas que el G obierno de B uenos
A ires m an d ara a territo rio oriental para com batirle, acentuó su ac­
ción en E n tre R íos p or m edio de subalternos tales com o E usebio
H ereñ ú , jefe de las p rim era s m ontoneras del litoral.
L as poblaciones de la provincia de C orrientes, sufrieron tam bién
du ran te algunos años las consecuencias de la influencia artig u ista
que se ejercía p or m andones autoritarios, entre ellos el indio A ndrés
T ac u a rí o A ndresito, nacido en S anto T om é.
' S an ta Fe, lim ítrofe, río por medio, con E n tre R íos y C orrientes,
no se libró del peso de los caudillos y de la anarquía.
E n el litoral, los caudillos que, m ás tarde, alcanzaron g ra n in ­
fluencia y larga dom inación, fueron E stanislao L ópez en S an ta Fe,
y F rancisco R am írez en E n tre Ríos.
A sí nació el caudillism o en el litoral, que, poco a poco, se p ro ­
p a g ó , a o tras provincias.
A rtig as nunca pretendió sep arar la provincia oriental p ara consti­
tu ir un E stad o independiente, ni aceptó cuando el gobierno nacional
le ofreció dicha independencia. E s presum ible que am bicionara el so­
m etim iento de las provincias litorales a su voluntad, quizá el de
todas, y que ésa fuera la v erdadera causa de su negativa a aceptar
la independencia de su tierra.
El gobierno directorial de Posadas
(V isión de c o njunto)
Situación general - Fernando V II y la expedición del general Morillo
A rtigas y el Directorio - L ey del 29 de agosto: misiones diplomáticas
Sedición del 7 de diciembre - Renuncia de Posadas
Alvear, Director Supremo - A cción gubernativa de Posadas
L a situación del país al finalizar el año 1813, adem ás de incierta,
era en extrem o grave. Se acrecentaba el pesim ism o a m edida que
se sucedían las noticias de acontecim ientos adversos, que ponían
en peligro la m archa de la revolución.
A las victorias de T u cu m án y Salta, que habían sido m otivos
de regocijo y entusiasm o, le sucedieron las derrotas de V ilcapujio y
A yo h u m a con la inm inente posibilidad de que el enem igo llegara
a C órdoba y a la m ism a B uenos A ires. A esto había que ag reg ar
el desem barco de fuerzas españolas en M ontevideo —m ás de 3.000
hombres— que eran una avanzada del ejército de 20.000, con el que F e r­
nando^ V II se proponía recuperar el dominio de sus colonias de América.
Ocupó de nuevo el trono en marzo de 1814 en virtud de un tratado que
firm ó con Napoleón el 11 de diciembre de 1813.
(1)
A. Z inny . H ist. de los G obernadores.
21
— 318 —
F ácilm ente se puede concebir lo que h ab ría sucedido en el caso
de que a las fuerzas realistas, atrin ch erad as en M ontevideo, se h u ­
biesen unido las del gen eral M orillo, de que ta n to se hablaba, con­
siderando que no habría sido posible im pedir su desem barco en
aquella plaza o en B uenos A ires, puesto que no existía u n a escuadra
suficientem ente fu erte p ara oponerle.
A com plicar la situación contribuía A rtigas, desde la B anda
O riental, con su actitu d disolvente y h ostil con que obstaculizaba
la acción m ilitar del D irectorio, em peñado éste, en la preparación
de las fuerzas que debían ser enviadas a refo rzar las que operaban
en el norte.
L a Soberana A sam blea, en el m es de diciem bre, designaba al
coronel San M artín, gen eral en jefe del ejército auxiliar del P e rú ;
y al coronel A lvear,
gen eral de las fuerzas
de
la capital y de la
provincia de B uenos
A ires.
C om o vem os, el año 1813 term in ab a dejando al país en u n am ­
biente pleno de tem ores e incertidum bres y nada hacía presag iar un
cam bio favorable.
1814. E l añ o 1814, se iniciaba con un cam bio de régim en, que
respond ía a las exigencias de u n a p arte de la opinión pública, que
pedía con urgencia la creación de un go b iern o unipersonal, al que
se consideraba necesario en esos m om entos de g ran d es peligros.
E n tre los m uchos p artidarios de tal régim en, uno de los m ás
decididos era A lvear, a quien, entonces, se le atribuía' el p ro pósito de
suceder a P osadas cuando éste term in a ra su m andato.
P o sad as asum ió el m ando en enero de 1814. D e inm ediato tuvo
que hacer frente a la persisten te actitu d de rebeldía de A rtigas, quien,
después de d esertar del sitio de M ontevideo (enero 20), se dió a
la tarea de reu n ir fuerzas p ara h ostilizar a las directoriales. E ste
proceder del caudillo oriental fué causa de tal indignación general,
que el D irector Posadas, con dictam en de sus m inistros y acuerdo
del Consejo de E stado, lo declaró fuera de la ley y puso a precio
su cabeza.
Con la acción de la escuadra m an d ad a p or B row n. y del e jé r­
cito sitiador, a las órdenes de A lvear, la plaza de M ontevideo se
rindió, nb o b stan te ciertas connivencias del caudillo orien tal con
V igodet.
L a noticia de la rendición de M ontevideo causó sensación en
B uenos A ires, y fué m otivo de inm enso júbilo. E l g ra n peligro que
representaba el poder español en ese b aluarte, había desaparecido;
pero la situación general no perdía su gravedad.
E ra necesario reforzar la defensa de la fro n tera n o rte enviando
las fuerzas disponibles, incluso las que habían actuado en el sitio de
M ontevideo; pero A rtig as no se ap artab a de su posición de reb e l­
día. E l D irector, por interm edio de A lvear, inició negociaciones con
el caudillo y, p ara facilitarlas, revocó el decreto que lo ponía fuera
de la ley, declarándolo buen servidor de la p atria y confiriéndole el
cargo de com andante general de la cam paña de M ontevideo. L as
negociaciones, sin em bargo, no tuvieron éxito.
— 319 —
A rtig as llevó su acción a las provincias del litoral, prom oviendo
en ellas la rebelión co n tra el gobierno directorial. H u b o luchas en tre
fuerzas del D irectorio y del caudillo uruguayo en la B anda O riental
y en E n tre R íos.
^
* *
E n medio de tan tas circunstáncias adversas, es com­
prensible que los hom bres de la revolución se sin tieran can­
sados de tan to s sacrificios estériles, y que m uchos de ellos,
aunque profesando ideales dem ocráticos, aceptaran la idea
de crear una m onarquía en el R ío de la P lata. E s así que
el 29 de agosto, reunida la A sam blea en sesión secreta,
facultaba al poder ejecutivo para e n tra r en relaciones con
la corte de E spaña y, en v irtu d de esta autorización, nom ­
braba a R ivadavia y a B elgrano p ara el desem peño de esa
misión. (V éase pág. 334).
A lvear, m ientras tanto, creyendo que A rtigas sería do­
m inado, se dió a la tare a de organizar un gran ejército en
los Olivos, con el que pensaba llevar a la práctica la idea
que le tenía obsesionado: la cam paña m ilitar en el norte,
cuyo objetivo era ocupar la ciudad de Lim a. P a ra realizar
su plan necesitaba el m ando en jefe de todas las fuerzas
necesarias, incluso las destacadas en Jujuy, y no le fué
difícil obtener tal designación, ya que Posadas y los m iem ­
bros de la A sam blea, en su m ayoría, pertenecían, com o él,
a la logia L autaro.
P artió A lvear a su destino, acom pañándole un lucido
E stado M ayor y una división de infantería y artillería.
E l ejército realista se había retirado, dejando a Salta,
desde el mes de mayo, obligado a ello por los gauchos de
Güemes, que lo acosaban sin descanso, y a la d erro ta que,
a sus espaldas, infligiera el general A renales a una división
del general P ezuela en el com bate de la Florida, el 25 de
m ayo de 1814.
Cuando P ezuela recibió la noticia de la rendición de
M ontevideo, com prendió que había pasado la oportunidad
para invadir e in te n ta r auxiliar a esa plaza.
E n Buenos A ires existía un am biente de gran in tran q u i­
lidad acrecentado con la ausencia de A lvear en viaje a Ju ju y
para reem plazar a R ondeau, pues tem íase el estallido de al­
gún m ovim iento revolucionario preparado por los opositores.
-
320
—
L os principales jefes del ejército del norte, cuando tu ­
vieron conocim iento de la designación de A lvear, y de que
éste ya se encontraba en viaje para ir a tom ar el m ando
de ese ejército, se com prom etieron a no reconocerlo, e indu­
jeron a R ondeau a que resistiera la entrega del m ando.
A lvear, ya al llegar a Córdoba, tuvo noticias de la sedi­
ción del ejército (diciem bre 7). Resolvió, entonces, regre­
sar a Buenos Aires, sin pérdida de tiem po, en previsión de
posibles sucesos graves.
El día 2 de enero de 1815, llegaba A lvear a la C apital,
y el 3, P osadas convocaba con toda urgencia a la Asam blea,
a sesiones ex traordinarias para el día 5. E l día 9 presentó
su renuncia.
Al tratarse, ese mismo día, la dim isión de Posadas, hubo
un anim ado debate, oponiéndose algunos asam bleístas a su
acep tació n ; pero los partidarios de A lvear votaron por ella,
pues así se les presentaba la ocasión buscada para llevarlo
al D irectorio. A cto continuo se procedió a la elección del
sucesor, recayendo, precisam ente, en la persona del gene­
ral A lvear x.
E l período de gobierno de P osadas,' no obstante su du­
ración de sólo un año, fué próspero y fecundo en hechos de
trascendencia. E n tre éstos pueden citarse:
L a creación de la escuadra.
L a destrucción de la escuadra española y, como consecuencia, la
libre navegación. '
La toma de la plaza de Montevideo y de un abundante armamento
que permitió abastecer a todos los ejércitos.
L a terminación de la guerra con España en el R ío de la Plata.
A sim ism o dictó decretos dando existencia legal a nue­
vas provincias con las m ism as facultades, derechos y pre­
rro g ativ as que las dem ás. E stas provincias fueron:
Oriental del Río de la Plata (marzo 7).
E ntre R íos (septiembre 10).
Corrientes, incluso Misiones (septiembre 10).
Salta, con los distritos de Jujuy, Orón, Tarija y Santa M aría (8 de
octubre.
Tucumán, con Santiago del Estero y Catamarca (8 de octubre).
(1 ) El m ism o día 10, en que A lv ear p restab a ju ra m e n to y asum ía el m ando,
D o rreg o sufría una d esastro sa d e rro ta en G uayabos (S alto o rie n ta l) que le infli­
giera una fu erte m o n to n e ra a rtig u is ta m an d ad a p or F ru ctu o so R ivera.
-3 2 1 —
Directorio
de
Alvear
Situación crítica - Envío de García a Río de Janeiro - Alvear y
A rtigas - Sublevación de Fontezuelas - Revolución popular del
15 de abril - Caída de Alvear - Disolución de la Asamblea
L a elevación de A lvear al cargo de D irector Suprem o
en m om entos en que la opinión pública había sido sacudida
por las noticias del estado de rebelión del ejército del norte,
hacía presagiar graves acontecim ientos.
L a situación del nuevo D irector, en el orden político,
era en extrem o crítica. A la sedición del ejército del norte,
se agregaba la insurrección de A rtigas, la am enaza laten te
del general M orillo, y la actitu d de resuelta hostilidad del
partido opositor. E ra tan alarm ante la situación, que el mi­
nistro de gobierno, doctor Nicolás H errera, expresaba q u e:
“era preferible entregarse a una potencia
cualquiera, que a las venganzas de Fer­
nando V I I y a las furias lie la anarquía”.
E n enero, respondiendo a este fin,
A lvear resolvió enviar a Río de Ja ­
neiro al doctor M anuel José García,
quien fué portador de dos notas,
una para lord S trangford, m inistro
inglés en Río, y o tra para el mi­
nistro de negocios ex tran jero s de
Gran B retaña a quien le sería en­
tregada por Rivadavia en L ondres
(ver pág. 334).
Con respecto a A rtigas procuró
llegar a un arreglo sobre la base
de reconocer la absoluta independencia de la B anda O rien­
tal, siem pre, que, por su parte, se retirara de las provin­
cias litorales invadidas por fuerzas que le obedecían. Como
A rtigas no aceptase, se renovaron las hostilidades. P o r fin,
deseoso A lvear de term in ar con el obstáculo que significaba
la actitud de A rtigas, ordenó al coronel Soler que abando­
nara la plaza de M ontevideo con todas las fuerzas, arm as y
pertrechos (F ebrero 25 de 1815). A rtigas pudo ocupar,
así,
lo único que le faltaba del territo rio o rien tal; pero esto no
bastó para dejar satisfechas sus am biciones.
322 —
-3 2 3 -
E n cu an to a la opinión pública opositora, A lvear creyó
dom inarla asum iendo, de hecho, la dictadura, pues no sig­
nificaban o tra cosa las m edidas que decretó, con dictam en
del “ Consejo de E stad o ” , entre otras, la de “pasar por las
arm as’’ a todo individuo, español o am ericano, que atacara
el sistem a de libertad e independencia, y a los que inventa­
ra n noticias alarm antes contra el Gobierno (M arzo 28).
F racasad as las ten tativ as para llegar a un arreglo con
A rtigas, A lvear se propuso som eterlo por la fuerza. O rdenó
la salida del cam pam ento de los Olivos, de 3.000 hom bres
hacia S anta Fe, cuya vanguardia, al m ando del coronel Ig ­
nacio A lvarez T hom as, debía d estru ir las fuerzas artiguistas,
que se disponían a avanzar sobre la capital.
resistir a los acontecim ientos y an te una form al intim ación,
term inó por enviar a la A sam blea C onstituyente su ren u n ­
cia de D irecto r; pero no del m ando en jefe del ejército. E sta
renuncia parcial m otivó nuevas dilaciones.
E l día 15 una gran m uchedum bre exaltada invadía las
plazas llam adas, entonces, de la V ictoria y 25 de M ayo. U n a
delegación de los principales prom otores, encabezada por
el coronel E stanislao Soler, gobernador intendente, se p re­
sentó en la sala capitular del Cabildo para explicar las razo­
nes del m ovim iento popular y presen tar un p etitorio para
que se intim ara a A lvear la en trega del m ando del ejército.
Pidió, tam bién, que se declarara caduca la autoridad de la
A sam blea C onstituyente.
Cuando parecían ya agotados los recursos pacíficos, y
se tem ía la lucha arm ada, la intervención am istosa del cónsul
británico y del com andante de la fragata “ H a sp a r”, como
m ediadores, hizo posible firm ar un convenio por el cual
Alvear hacía entrega del m ando del ejército y se le daba
una g aran tía para salir del país. A lvear se traslad ó a la fra­
g ata inglesa y partió para el B rasil (A bril 17). Sólo go­
bernó tres meses y algunos días.
^
A rtigas detuvo su m archa hacia Buenos A ires; R ondeau,
desde el norte, ofreció su apoyo a la nueva situación, y San
M artín, desde M endoza, hizo análogo ofrecim iento. L os de­
más gobernadores m anifestaron su adhesión.
*
* *
—
A lvear, por su parte, en com binación con las ruerzas de
A lvarez Thom as, tenía planeado el ataque al mismo A rtigas,
p ara anularlo por com pleto; pero ocurrió lo inesperado,
A lvarez T hom as, entendido de antem ano con los opo­
sitores de A lvear, y con A rtigas, se sublevó en un paraje,
situado entre P ergam ino y A rrecifes, llam ado “F ontezuelas”
(A bril 3 de 1815).
E n la C apital, desde que se conoció la noticia dé la
sublevación, los días iban transcurriendo en medio de agi­
taciones populares de carácter revolucionario auspiciadas por
los enem igos del D irector. A lvear, en la im posibilidad de
San M artín, g o b ernador intendente de Cuyo, en cuanto tuvo co­
nocim iento de la designación de A lvear en el carácter de D irecto r
Suprem o, solicitó licencia p a ra separarse del cargo, dando com o m o­
tivo el m al estado de su salud. A lvear la autorizó y designó, en su
reem plazo al coronel G regorio P erdriel. E sta resolución provocó u na
conm oción tan grande del pueblo m endocino, que éste obtuvo la
reunión de un Cabildo abierto. E n éste, no obstante la declaración
de San M artín de que su separación era voluntaria, se im puso la
voluntad del pueblo en el sentido de solicitar al D irecto r S uprem o
la continuación de San M artín en el gobierno de Cuyo. A lvear se
avino a ordenar a P erd riel que se retirara, y com unicó a San M artin
que “quedaba en libertad de continuar o dejar su gobernación . . .
E ste aco n tecim ien to ‘afirm ó a San M artín en el cargo que desem ­
peñaba y en el afecto del pueblo m endocino. C ontribuyó, en cambio,
a m inar la influencia política de A lvear com o D irecto r Suprem o.
-3 2 4 -
— 325 —
E1 Cabildo, la Junta de Observación y el E statuto Provisional
L a am enaza del fuerte ejército que, por orden de F ern an d o V II,
se estaba p reparando en Cádiz para destinarlo al R ío de la P lata,
persistía aún, y ejercía una influencia tal en el espíritu de las gen­
tes, que las predisponía al desánim o y a los peores presagios re s­
pecto de la suerte de la re v o lu c ió n x.
A sí se explica, en p arte, que en el m es de julio de 1815, siendo
D irector interino A lvarez T hom as, no hubiese resultado fácil encon­
tr a r un sacerdote de renom bre que se prestara, com o en años a n te ­
riores, a p ronunciar un panegírico, alusivo a la revolución, el día 9
de julio de aquel año.
E l tal episodio es el siguiente:
“Entre las solemnidades con que se celebraba en Buenos A ires el
aniversario de la revolución de 1810, figuraba el panegírico que de ella
hacía un sacerdote de renombre en la iglesia Catedral. A este acto asistían
las autoridades
cantidad de pueblo ávido de estímulos al sentimiento de
la libertad que lo empujaba. En el año 1815 no se encontró un solo indivi­
duo del clero secular ni regular, que quisiese pronunciar ese panegírico.
Todos se excusaron alegando que Fernando V i l ocupaba el trono de la
metrópoli, y que, en semejante circunstancia, era imprudente provocar su
enojo con esa especie de propaganda subersiva de su autoridad. E l cabildo
de Buenos A ires acudió al padre Castañeda. Este triunfó, con su patriotis­
mo, del escrúpulo que aquéllos fundaban, en realidad, en las negociaciones
que entretenía el directorio argentino en Europa para coronar un monarca
cualquiera en las provincias del R ío de la Plata. Y contestó al alcalde de
primer voto: “aunque fuese en la punta de una lanzaharía la pública
profesión de su fe política". Lo cumplió, en efecto, pronunciando un elo­
cuente sermón que le valió calurosas felicitaciones".
“Las autoridades directoriales se mostraron, con él, reservadas hasta el
punto de no invitarle al Fuerte después del Te Deum, como era de costum­
bre. "En cambio, la juventud y una masa de pueblo le llevó en andas por
la calle, hasta que él mismo se vió obligado a contener esta procesión pa­
triótica que, de otra manera, habría llegado hasta el mismo convento de
la Recolección" 2.
A n te el peligro que im portaba, con la caída de A lvear,
la ausencia de una autoridad suprem a en m om entos de ta n ta
inquietud, el Cabildo asum ió esa autoridad, provisoriam ente,
el día 16; y el 18 dictó un “bando” en el que m anifestaba
que, en la im posibilidad de convocar inm ediatam ente a elec­
ciones en todas las provincias, “era urgente la designación
de un gobierno provisorio” y que ella se haria por electores
elegidos por los ciudadanos de la Capital.
R eunidos los electores el día 21 de abril para designar
la persona que debia llenar el cargo de D irector Suprem o,
recayó en la persona del general José R ondeau. P o r encon­
trarse éste al frente del ejército del norte, determ inó que
asum iera el m ando m ilitar el coronel Ignacio A lvarez Tilo­
m as; y el político, el A yuntam iento de la ciudad de Buenos
A ires. E sta solución .tenía el grave inconveniente de haber
creado un gobierno de dos cabezas.
El Cabildo, en unión con los electores, procedió a nom ­
b ra r una ju n ta de cinco personas, que se llamó Ju n ta de
O bservación, la que se encargó de redactar, para el nuevo
gobierno, un E sta tu to Provisional (aprobado el 5 de m ayo
de 1815).
L a Ju n ta de O bservación, con las disposiciones del
E sta tu to de su creación, quedaba convertida en un verda­
dero fiscal de los actos del D irector Suprem o, a tal punto,
que podía vetarlos.
El E sta tu to de 1815, considerado como el m ás com pleto
de los elaborados h asta entonces, establecía ya los tres po­
d eres: L egislativo, E jecutivo y Judicial. D isponía la con­
vocatoria para un congreso general que debía reunirse en
un lugar interm edio de las provincias, y fijaba como sede
del m ismo, la ciudad de T ucum án 1.
*
*
*
E l m ovim iento del 15 de abril, que pro d u jo la caída de A lvear,
no m ejoró la situación política interna, ni evitó las nuevas com ­
plicaciones que, unidas a las existentes, im pedían fortalecer el poder
suprem o p ara hacer fren te al peligro externo.
(1 )
in a u g u ró sus sesione»- e1 24 de m arzo de 1816, y fué el que proclam ó
la independencia el 9 de julio del m ism o año.
Interinato de Alvarez Thomas
E l D irector interino A lvarez T hom as asum ió el m ando
el día 6 de m ayo, es decir, al día siguiente de ser aprobado
el E sta tu to Provisional.
P a ra el nuevo D irector, la situación se p resentaba llena
de dificultades, y éstas se acrecentaron con las graves m e­
didas tom adas contra los hom bres que habían form ado parte
(1 ) D iversas causas, e n tre ellas la caída de la plaza de M ontevideo, influyeron para que la expedición fantasm a se destinara, en secreto, a. Venezuela»
L legó a la costa de C um aná en ab ril de 1815. La noticia, p o r dem ás tra n q u ilr
zadora, no llegó a B uenos A ires sino m ucho m ás tarde.
(2) A dolfo Saldías. V ida y e sc rito s del P . C astañeda.
— 326 —
— 327 —
del gobierno anterior. T odos fueron encarcelados, procesa­
dos y condenados a destierro, en tre ellos P osadas, V ieytes,
N icolás R odríguez Peña, M onteagudo, así como Nicolás H e­
rrera, Ju an L arrea y el coronel Javier de V iana, que fueron
m inistros de A lvear y lo habían sido antes, de Posadas.
Se sirvió de la influencia de A rtigas para realizar su
m ovim iento sedicioso contra A lvear; pero no pudo librarse,
después, de las pretensiones del mismo. L e ofreció tra ta r
sobre la base de reconocer la independencia de la provincia
o rien tal; pero no le fué posible llegar a convenio alguno y
las relaciones quedaron rotas.
Som etidas las provincias de E n tre R íos y C orrientes
por A rtigas, éste había extendido su dom inio a la de S anta
Fe. E n ésta, que en ese tiem po era tan sólo una dependencia
del gobierno de Buenos Aires, las opiniones encontradas de
sus hom bres, inclinados unos a la influencia de A rtig a s ; y
otros, a la de Buenos A ires, dieron origen a serios conflictos
que obligaron al D irector a despachar algunas fuerzas al
m ando del general V iam onte p ara en trar en territo rio santafecino. H ubo sublevaciones de fuerzas artig u istas y éstas
forzaron a V iam onte a encerrarse en la ciudad de S anta F e
obligándole a capitular (m arzo 31 de 1816).
E sto s sucesos repercutieron en Buenos A ires causando
extrañeza y estupor.
E l D irector interino se propuso dom inar por las arm as
a las provincias litorales. Dió el m ando del ejército acanto­
nado en San Nicolás, al general B elgrano que acababa de
llegar de E uropa.
N o tard ó B elgrano en darse cuenta del estado de indis­
ciplina en que se encontraban esas fuerzas, y de las dificul­
tad es que le rodeaban, circunstancias que le hacían difícil
el cum plim iento de su m isión, y prefirió buscar un arreglo
am istoso con A rtigas. Con este fin com isionó al general D íaz
V élez, jefe de su vanguardia, para que se entrevistara con
los hom bres dirigentes de S anta Fe.
D íaz V élez, extralim itándose en sus atribuciones, y sin
autorización para ello, firm ó el pacto, que se llamó de
Santo Tom é, con el representante del litoral, Cosme Maciel
(A bril 9 de 1816). Por. este pacto se com prom etían a exigir
la renuncia de A lvarez T hom as y la separación de B elgrano
del m ando de las fuerzas, de las cuales tom aría la jefatu ra
el general E ustaquio D íaz Vélez.
A lvarez T hom as tu v o que renunciar an te la J u n ta de
O bservación, la cual, ju n tam en te con el Cabildo, designa­
ron al general A ntonio González Balcarce como D irector
interino, ya que el titu lar, general R ondeau, perm anecía al
frente del ejército del n orte (abril 16 de 1816). D e todo ello
se dió cuenta al C ongreso reunido en la ciudad de T ucum án.
Interinato de Balcarce
L a designación de B alcarce fué recibida por la opinión
con satisfacción general, incluso por el m ismo A rtig a s ; p ero
el Soberano C ongreso de T ucum án, al tener conocim iento
de la renuncia de A lvarez T hom as, forzada, tem iendo m a­
yores com plicaciones, se apresuró a nom brar un D irecto r
Suprem o, haciéndolo en la persona de D. Ju an M artín de
Pueyrredón. (M ayo 3). Balcarce debía, pues, ocupar el cargo
interinam ente h asta que P u ey rred ó n llegara a la C apital.
E n Buenos A ires se p ro dujo un m ovim iento de resis­
tencia al D irector P ueyrred ó n , m ovim iento sostenido p o r los
elem entos federales, y apoyado por el D irecto r interino
Balcarce. Los agitadores querían que la provincia de B ue­
nos A ires se gobernara a sí m ism a, y, adem ás, se proponían
quitar al C ongreso y al D irector Suprem o algunos recursos
con que siem pre habían contado.
L a Ju n ta de O bservación y el Cabildo, apoyados por los
partidarios de P ueyrredón y del C ongreso —la p arte m ás
sensata de la opinión— resistían esa política.
P in tan d o la situación en esos m om entos, “L a G aceta
de Buenos A ires”, que sostenía la política de P u ey rred ó n
y del Congreso, publicaba en el N ’ 62 del 6 de ju lio :
...jQ u é es esto? La Patria amenazada todos los días de nuevos ries­
gos y sus hijos, lejos de socorrerla, sólo se ocupan en destruirse tinos a
otros y en arruinar la libertad y el orden, pronunciando estos santos nom­
bres: "¡Representantesi ¡Cabildos abiertos! ¡Unidadl ¡Federación!’’—
¡Pretextos!
El mal no está en los diferentes sistemas gubernativos, está en el co­
razón de nosotros mismos. No son las opiniones las divididas, son las
i
—
-
328 —
personas. ¿Siguen las discordias, los partidos, las rivalidades, los enconos,
los deseos de vengarse? Pues lo conseguirán unos u otros, pero ni el “pro­
vincialismo", ni el "capitalismo"i , ni todos los sistemas del mundo salva­
rán la patria. Todos decimos al mismo tiempo que daremos mil vidas por
la salud de los pueblos; pero faltam os a la verdad con insolencia. “N o
hay tal, no hay tal”. N osotros que no sacrificamos a la felicidad pública
las más despreciables rencillas ¿seremos capaces de derramar nuestra
sangre en su obsequio? Los hombres en todos los tiempos son los mismos,
en las revoluciones no hay otra ventaja sino que es más fácil conocerlos—
Una de dos: o nos reconciliamos tales como somos, o el Estado p e rece...
S in unión no hay esperanza de salud aunque no tuviéramos enemigos".
M ientras en Buenos A ires la agitación reinante era in­
tensa, el Soberano C ongreso, reunido en T ucum án, pro­
clam aba ante el m undo la Independencia de las Provincias
Unidas de Sur América.
E l día 11 de julio, y como consecuencia de una asam blea
p opular en la que los agitadores estaban en gran m inoría,
la J u n ta de O bservación y el Cabildo procedieron radical­
m ente, separando del cargo de D irector interino al general
Balcarce. E n reem plazo de éste se designó una com isión
gubern ativ a com puesta de D. F rancisco A ntonio de E sca­
lada y D. M iguel de Irigoyen, h a sta que llegara P ueyrredón, quien el día 10 se había puesto y a en m archa desde
T ucum án hacia la C apital.
Tercera campaña del Alto Perú
Batalla de Sipe - Sipe
'
C uando el general San M artín, que había reem plazado
a B elgrano en el ejército del norte, dejó el m ando del m is­
m o para establecerse en Córdoba por m otivos ,de salud, le
su b stitu y ó el general R ondeau.
Con este nuevo jefe, por su debilidad de carácter, la
disciplina empezó a resentirse, y la sedición del 7 de diciem ­
bre contra A lvear, agravó aún m ás el estado de descom po­
sición de ese ejército. F ué en tales condiciones que m archó
R ondeau al A lto P erú, desde Ju ju y , con 4.000 hom bres (fe­
brero de 1815).
E n su avance tuvo conocim iento de la existencia de un
destacam ento realista en un lugar llam ado Puesto del Mar­
qués (cerca de Y aví). A tacado el enem igo sorpresivam ente,
(1 )
Se re fe ría al predom inio de la C aoital
329 -
fué vencido y obligado a em prender una fuga desordenada,
(A bril de 1815).
A m edida que R ondeau
avanzaba, el g e n e r a l P ezuela retrocedía abandonan­
do las posiciones que tenía
ocupadas (C otagaita, P o to ­
sí, C huquisaca, C hayanta).
Cerca de esta últim a, una
colum na a r g e n t i n a , des­
prendida para a t a c a r p o r
sorpresa a una fuerza re a­
lista acam pada en Venta y
Media, s u f r i ó u n a grave
d errota. (2 0 de o c t u b r e
de 1815)1.
El ejército patrio ta se re­
plegó hacia C ochabam ba y
se situó en Sipe-Sipe, am ­
plia l l a n u r a r o d e a d a de
m ontañas. Pezuela, d e s d e
las alturas circundantes de
V ilu m a , bajó al llano y
atacó al ejército p atrio ta
sufriendo, é s t e , u n a gran
d errota (N oviem bre 29 de
1815). R ondeau, ante sem e­
jan te desastre, tuvo que re­
troceder h asta Ju ju y y Salta con los resto s desorganiza­
dos de su desgraciado ejército 2.
(1) F u é en esta acción de “ V e n ta y M edia” , que, el entonces m ayor, José
M aría Paz, sufrió una herida en el brazo derecho que lo dejó m anco. _
(2) L a b atalla de V ilum a o Sipe-Sipe tu\1o u n a g ra n rep ercu sió n en E s ­
p añ a y h a sta en F ran c ia , R usia y o tra s naciones que form aban
p a rte de la
S an ta A lianza. F e rn a n d o V I I con sideró dom inada la revolución en el R io de la
P la ta y vencida la insurrección en A m érica. P a ra fe stejar el acon tecim ien to
m andó c a n ta r un T e-D eum en todas las catedrales y e ch ar a vuelo las cam panas.
B ien considerado el hecho, había razones, entonces, p a ra no creerlo d e sa ti­
nado. B asta observar el m apita de la pág. 333 y co n sid e ra r que, dado el e sta a o
de an arq u ía in terio r, el general Pezuela, vencedor en V ilum a, y designado virrey
del P erú, estaba en la posibilidad de invadir desde el n o rte .
M éxico, N ueva G ranada, V enezuela Chile, estaban de nuevo b a jo el
de las fuerzas realistas. N o o b sta n te e sta situación de aplastam ien to g en eral, p
e o s m eses después, y com o u n desafío, se dió el g rito de l I n d e p e n a e n c i .
pj c é l e r e C ongreso reunido en T u c u m á n , el 9 de julio de 1816.
— 330 —
Güemes y la defensa de la frontera norte
L os gauchos de Güemes
L a retirad a del ejército h asta Salta, com o consecuencia
de la g rav e d erro ta de Sipe-Sipe, confirm aba la opinión de
San M artín ,de que la g u erra por el lado del A lto P erú, no
d aría resultados favorables y definitivos. T ales cam pañas
quedaron, pues, abandonadas p ara siem pre. E n adelante, las
provincias d.e Salta y Ju ju y soportarían el peso de la guerra
co ntra los realistas.
E l com andante M artín M iguel de Güemes, que había
intervenido con sus gauchos en la acción del P u esto del
M arqués, s e /e tir ó a Salta donde se hizo elegir, popularm ente,
gobernador. (M ayo 6 de 1815). Su gobierno tom ó las ca­
racterísticas de una autoridad independiente y casi absoluta.
No obstante ciertas actitudes de re­
serva y de hostilidad, asum idas por
Güemes, s u p o , é s t e , m antenerse en
buenas r - e la c io n e s con el Gobierno
general de Buenos Aires, y sin dejarse
influenciar por A rtig as ni por los cau­
dillos del litoral que obedecían a éste.
Cuando R ondeau, con todo el ejér­
cito en retirada, se iba acercando a
S alta, encontró hostiles a los habitan­
tes, y en actitud de franca agresividad
a tos guerrilleros de G üem es; pero
éste se avino, después de algunas neun convenio con R ondeau, por el cual
"se juraba paz sólida, amistad eterna, olvido del pasado, y armonía
general. . . ofreciendo, la provincia, auxiliar al ejército con caballos
y víveres’’.
San M artín, al conocer este convenio, que le perm itiría
organizar tran q u ilam ente en M endoza el ejército libertador,
escribía a Godoy Cruz, diputado del C ongreso de T u cu m á n :
"M ás que m il victorias, he celebrado la m il veces fe liz unión de Güe­
mes con Rondeau; así es que las demostraciones en ésta, sobre tan
fe liz incidente, han sido una salva de veinte cañonazos, iluminación,
repiques y otras mil cosas’’.
— 331 —
Güemes, al dar cuenta al Gobierno, del convenio cele­
brado, se puso a sus órdenes pro testan d o unión y fratern i­
dad y ofreció sacrificarse por la causa común 1.
R ondeau renunció el m ando del ejército y fue desig­
nado, para reem plazarlo, el general B elgrano, quien bajó
a. T ucum án en cuya ciudadela estableció el acantonam iento
de las tropas. (A gosto de 1816).
M ientras Güemes defendía la fro n tera n o rte con sus
aguerridos gauchos, el ejército de B elgrano constituía una
fuerza de reserva y, por lo tan to , inactiva.
“Sólo un hombre de la abnegación y patriotismo de Belgrano, re ­
vestido de su autoridad moral, pudo aceptar la inmensa responsabilidad
de tan oscura como difícil posición, y desempeñarse en el sentido del
bien general, manteniendo el orden en el ejército, la quietud en los
pueblos, la armonía con Güemes, la seguridad de los gobernantes, y la
confianza y el aliento de los que iban a ponerse al frente de las opera­
ciones activas en Salta y en M endoza. Bien que no fuera el hom bre
de las circunstancias, era siem pre reputado como uno de los p ri­
m eros generales de la N ación a pesar de sus d e rro ta s 2.
(1) G üem es fué un caudillo com o tam bién lo fueron A rtigas y m uchos o tro s ;
pero es conveniente poner de relieve, y com o co n tra ste, la actitu d del prim ero y la
del segundo, fren te a lo que debía ser prim ordial para to d o s : vencer al enem igo
com ún. T am bién G üem es tuvo sus am biciones personales de predom inio en la p ro ­
vincia de su n a c im ie n to ; pero supo a n te p o n er a ellas el ideal de la p a tria grande
y rechazar las insinuaciones de A rtigas.
(2 ) B. M itre. H is t. de B elgrano, t. I I , pág. 415.
— 332 —
— 333 —
Güemes contó para luchar con éxito contra las ague­
rrid as fuerzas realistas, sin tener en consideración el valor
y el arro jo tem erario de sus gauchos, con la naturaleza del
territo rio que debía ser el campo de su s'operaciones. Así,
el terreno m ontañoso de la región norteña, con abundancia
de precipicios y bosques espinosos, casi im penetrables, se
p restab a adm irablem ente para la g u erra de guerrillas.
D e la clase trab ajad o ra de las cam pañas, obtenía Güe­
m es la m asa com batiente, audaz, fuerte, ca.paz de soportar
todas las privaciones im aginables, y conocedora, adem ás, de
todoá los cam inos y senderos h asta los rincones m enos
sospechados. Del elem ento culto, principalm ente, salieron los
oficiales como Pachi G orriti, A rias, Saravia, A lvarez P rado
y otros.
L as partidas de Güemes no daban descanso a les co­
lum nas realistas, pues las hostilizaban día y noche, atacán­
dolas de im proviso, saliendo de entre los bosques. O tras
veces, sim ulaban huir y luego, con gran tem eridad, arrem e­
tían con sus lazos y boleadoras, enlazando, a veces, algún
oficial o soldado, llevándoselo a la rastra.
Chile —vencidos los p atrio tas chilenos en R ancagua
(O ctubre de 1814)— quedó, de nuevo, som etido al dom inio
de los realistas, y, éstos, pudieron contar, así, con fuerzas
suficientes para in ten tar el cruce de ,1a cordillera andina y
darse la m ano con
l a s vencedoras en
Sipe Sipe que ha­
b í a n avanzado y a
hasta las ciudades
de Ju ju y y Salta.
Del lado del B ra­
sil, una i n v a s i ó n
portuguesa h a b í a
ocu pado ya casi
t o d o el territo rio
oriental, aunque era
tolerada disim ula­
dam ente, como m e­
dio para an u lar la
acción disolvente de
A r t i g a s , m ientras,
por otra parte, p er­
m itía a t e n d e r las
necesidades im p e ­
riosas del ejército
que San M artín pre­
p araba en M endoza.
A esto habría que ag reg ar la am enaza sub sisten te de
la llegada de un fuerte ejército realista al Río de la P la ta,
así como la actitud hostil de A rtig as con su L iga del L i­
toral dom inando en todo éste y h asta en Córdoba.
E l cuadro era, pues, som brío, en tales circunstancias,
como p ara infundir desfallecim ientos.
Situación del país en 1815 -1816
Peligros externos e internos. Liga de Artigas
Si los años 1814 y 1815 habían sido años de prueba,
no sólo para las P rovincias U nidas del Río de la P lata,
sino tam bién para toda la A m érica del S ur y México, el
año 1816 no se presentaba bajo m ejores auspicios.
P o r el norte, la desastrosa retirada de R ondeau hasta
Salta dejaba abierta la frontera, y Pezuela, vencedor en
Sipe-Sipe, quedaba en excelente situación para invadir, auxi­
liado con las nuevas fuerzas aguerridas llegadas de E spaña
que se le habían incorporado.
Felizm ente, Güemes, con sus gauchos adiestrados para
la g u erra de guerrillas en el laberinto de las escabrosas
sierras y m ontañas de S alta y Ju ju y , pudo tener a raya a
los realistas, pues que éstos fracasaron en cinco tentativas
de invasión.
Las misiones diplomáticas
Rivadavia - Belgrano - García
Al finalizar el año 1814 p artían de Buenos A ires, R iva­
davia y B elgrano en m isión diplom ática a E uropa, con el
propósito de conseguir la m ediación y el apoyo de In g la-
I
— 334 —
-3 3 5 —
térra en la negociación con E spaña de algún convenio que
aseg u rara la independencia de A m érica e im pidiera o re ta r­
dara la salida de la expedición del general M orillo.
E n Río de Janeiro debían perm anecer algún tiem po
p ara en trev istarse con el m inistro inglés, allí residente, lord
S trangford, p ara exponerle los propósitos que llevaban y
sondearlo para descubrir las inclinaciones de su política.
R ivadavia y B elgrano llegaron a R ío de Janeiro en el
mes de enero de 1815 ignorando la sublevación del ejér­
cito de R ondeau en Ju ju y , el día 7 de diciem bre, y sus con­
secuencias, esto es, la renuncia de P osadas y la designa­
ción de A lvear como D irector Suprem o.
La misión de García. — A lvear, ante el cúm ulo de dificul­
tades en que se debatía, creyó conveniente enviar a don
M anuel José G arcía ante la C orte de P o rtu g al, residente
en R ío de Janeiro. G arcía era portador de dos notas sella­
das, una p ara el M inistro de Relaciones E xteriores de In ­
glaterra, y o tra para el m inistro inglés en Río de Janeiro
lord S trangford.
L a nota destinada al m inistro británico de Relaciones
E xterio res la entregó G arcía a R ivadavia, quien nunca la
hizo llegar al d estinatario en Londres. A lvear, en esta nota,
que perm aneció cerrada du ran te m uchos años, expresaba:
que las P rovincias U nidas del Río de la P la ta eran inhá­
biles para gobernarse por sí m ism as y que necesitaban u n a
m ano exterior que las guiasen, antes que cayeran en los
horrores de la anarquía. Y agreg ab a:
inglés, y yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlo
de los males que la afligen”.
“Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus
leyes, obedecer su gobierno, y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se
abandonan, sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo
P a ra u n a m ejo r com prensión de los hechos, debe te n e rse p re sen te lo sig u ie n te:
1. L a C orte de P o rtu g al, huyendo de N apoleón, se traslad ó, desde 1808 a
R ío de Ja n e iro y allí p erm an eció el go b iern o con el P rín c ip e R egente D on Jua».
2. In g la te rra te n ía firm ado un tra ta d o de com ercio con E sp a ñ a, (Ju lio de
1814). P o r esto, lord S tran g fo rd no po d ía ap o y ar la c au sa de los am ericanos.
3. E n tre P o rtu g a l y E sp añ a e x istía una seria desavenencia, disim ulada, por
la que el p rim ero reclam aba de la segunda, la devolución de dos plazas fuertes
que N apoleón h ab ía inco rp o rad o a la últim a.
4. F e rn a n d o V I I recuperó su lib ertad y fué re stau rad o en el tro n o (m arzo
de 1814). In m e d ia ta m e n te ordenó que se a lis ta ra la expedición que debía p a rtir
de Cádiz para el R ío de la P lata.
5. N apoleón, vencido, abdicó en ab ril de 1814, y fué asilado en la isla de
E lba. Al año escaso, se evadió y desem barcó en F ran c ia re c u p eran d o el poder
(m arzo d e 1815).
6. N apoleón, vencido en W aterlo o , abdica p or seg u n d a vez. (Ju n io 22 de 1815).
L a otra nota de A lvear, d estinada a S trangford, no le
fué entregada por García. E ste la retuvo y dió copias de
ella a los com isionados. E n cambio, solicitó y o btuvo de él
que le acordara una entrevista. E n ésta solicitó el apoyo mo­
ral de In g la te rra y h asta su protectorado, com o lo ten ía ex­
presado A lvear en la nota que no le había sido en treg ad a.
García, especulando sobre u na seria desavenencia que
v existía entre E sp añ a y P o rtu g al, sugirió al gobierno p or­
tugués que ocupara la B anda O riental, incluso la plaza fuer­
te de M ontevideo. D e haber quedado aceptado por am bas
partes este plan, a la escuadra española le h abría sido im­
pedido el desem barco de las fuerzas expedicionarias. T am ­
bién habría quedado anulada o m uy dism inuida la acción de
las bandas artig u istas que dom inaban el territo rio oriental.
D ebe tenerse presente que In g late rra y E sp añ a tenían
concertado un convenio com ercial por el cual la p rim era
gozaría de algunas ventajas, m ientras que, por su parte, se
com prom etía a “im pedir que sus súbditos proporcionaran
arm as y elem entos m ilitares a los revolucionarios am eri­
canos”.
E ra lógico, pues, que no obstan te las ten tativ as que
se hicieran ante la C orte p u rtu g u esa y an te el m inistro lord
S trangford, los com isionados nada consiguieran.
D esengañados por este prim er fracaso, R ivadavia y
B elgrano dispusieron su p artid a p ara L ondres (m arzo de
1815). G arcía quedó en Río de Janeiro.
M isión de Rivadavia y Belgrano en Europa. —D esaparecido N a­
poleón de la escena política —recluido en la isla de E lba—
las naciones que form aron p arte del congreso de V iena con­
firm aron a F ernando V II en el trono de E spaña, y su p a­
dre C arlos IV firm ó una declaración por la que hacía cesión
del trono a favor de su hijo (enero de 1815).
Los com isionados B elgrano y R ivadavia llegaron a L o n ­
dres en m ayo del m ism o año, y allí se encontraron con Sarra te a y tuvieron conocim iento de la vuelta de N apoleón a
F ran cia (m arzo), acontecim iento que había de significar,
para ellos, un trasto rn o en el desarrollo de los planes que
llevaban.
— 336 —
— 337 —
S arratea había sido enviado a E uropa, con anterioridad,
com o agente confidencial y con análogos propósitos a los
que llevaban B elgrano y R ivadavia.
C om prendieron los com isionados que no tendría éxito
el plan, sugerido por algunos, de proponer la independencia
de las colonias españolas constituyendo una o varias m o­
narquías coronando a un príncipe que contara con la apro­
bación, no sólo de F ernando V II, sino tam bién de las po­
tencias aliadas. De In g late rra nada les era dable esperar en
tales m om entos, por los recientes com prom isos que aquélla
había contraído, y por la nueva situación de las potencias
europeas.
E n razón de esas circunstancias, los com isionados re­
solvieron separarse, perm aneciendo B elgrano y S arratea en
L ondres y debiendo pasar R ivadavia a E spaña para tr a ­
b ajar cada uno en su esfera de acción.
F u é entonces cuando intervino S arratea para disuadir
a R ivadavia de su propósito de trasladarse a España, pues
que tenía un plan, ya bosquejado, para coronar en Buenos
A ires al principe Francisco de Paula, herm ano de F ern an ­
do V II, como rey constitucional.
R ivadavia y B elgrano, aunque republicanos convenci­
dos, al darse cuenta de que los m onarcas europeos no tran si­
gían con tales principios, debían hacer algunas concesiones
a las ideas m onárquicas si esperaban tener algún éxito, y
concluyeron por aceptar el plan de S arratea para evitar que
el país cayera de nuevo bajo el yugo de F ernando V II.
E l plan consistía en im p lan tar en A m érica una m onar­
quía independiente y constitucional que se d e n o m in a r ía
Reino U nido de la P lata, P e rú y Chile, coronando al infante
F rancisco de P aula, hijo de C arlos IV . E ste y la reina m a­
dre aceptaron entusiasm ados el proyecto. R ivadavia y Bel­
grano, dada la situación difícil en que se debatían los paí­
ses de A m érica, vencidos en todas partes, y sin en c o n trar
apoyo en E uropa, se inclinaron tam bién a acep tar el plan
con espíritu optim ista y buena fe.
S arratea había estado en buenas relaciones con un cierto
conde de C abarrús, descendiente de una fam ilia de m ucho
prestigio, y que frecuentaba la corte de F ernando V I I ; pero
éste term inó por desterrarlo por sus intrigas y por el apoyo
que había prestado a José B onaparte. M uy am igo del rey
padre, Carlos IV , urdió con éste, la reina m adre y M anuel
Godoy, P ríncipe de la Paz, el plan para establecer la m o­
narquía independiente ya citada.
F ué así que, con todas las instrucciones y docum entos
del caso, y con el dinero necesario, partió C abarrús de L on­
dres para Italia donde debía en trev istarse con Carlos IV .
E ran los m om entos en que N apoleón, vencido en W aterlo o ,
abdicaba por segunda vez y para siempre.
L a caída de N apoleón im portaba un rudo golpe ases­
tad o al proyecto, y C arlos IV , acobardado, desistió de
prestarle su apoyo, en contra de la opinión de la reina
m adre, de C abarrús y de Godoy, que insistían en p roseguir
los trabajos para realizarlo. H a sta fué propuesto el expedien­
te de secuestrar al infante y conducirlo a Buenos Aires. Bel­
grano y S arratea se opusieron y todo term inó en la nada.
F inalizaba el año 1815. B elgrano y R ivadavia debían
j-egresar a su p a tr ia ; pero el prim ero dispuso, bajo su re s­
ponsabilidad, que R ivadavia perm aneciera en E u ro p a p ara
atender una negociación que había iniciado en la corte de
M adrid por interm edio del em bajador en L ondres.
E l 15 de noviem bre los dos grandes hom bres se sepa­
raron y no volvieron a verse en la vida.
R ivadavia se presentó ante la corte, y le fué concedida
u n a audiencia por un m in is tro ; pero, después de varias
entrevistas, sin resultado, se le intim ó que abandonara el
territorio en el térm ino de 24 horas.
Plan de Sarratea. — Conviene tener presente que, caído
N apoleón, F ern an d o V II ocupó de nuevo el trono de E s­
paña, como m onarca legítim o, y que su padre, Carlos IV ,
el rey destronado, se retiró a Rom a con su familia, con­
servando sus p rerrogativas reales y con el goce de una
pensión vitalicia.
Cuando R ivadavia y B elgrano llegaron a L ondres, se
encontraron con que Napoleón ocupaba de nuevo el trono
de F rancia. E ste acontecim iento favorecía a Carlos IV pues­
to que, siendo éste un am igo considerado de aquél, la nueva
situación podía beneficiarlo en el caso de que se intentara
realizar el plan de S arratea.
— 338 —
EL
CON GRESO
DE
TUCUM AN
P ueblos representad o s. - P u e y rre d ó n , D irecto r Suprem o
C uando se produjo la revolución federal del 15 y 16
de abril de 1815, cuyas consecuencias inm ediatas fueron la
caída del D irecto r A lvear y la disolución de la Soberana
A sam blea del año X II I, se había dispuesto la convocación
de un nuevo Congreso general, que debía llenar el m an­
dato que dicha Soberana A sam blea no había cum plido, esto
es, de dictar una constitución definitiva.
E l D irecto r A lvarez T hom as había enviado el Estatuto
Provisional a todas las provincias y encarecido su acepta­
ción, puesto que dejaba, a cada una, libertad completa para
elegir su gobernador, sin intromisión del gobierno de B ue­
nos A ires. Sin em bargo, E n tre Ríos, C orrientes y S anta
Fe, influenciadas p or A rtigas, no lo aceptaron ni enviaron
rep resen tan tes al Congreso. Córdoba y Salta, debido a la
m ism a causa, asum ieron, al principio, una actitud adversa
o v acilan te; pero term inaron por enviar sus diputados.
D e los pueblos que constituían el V irreinato, algunos
quedaron sin representación. D el A lto P erú, a consecuen­
cia de la d erro ta de Sipe-Sipe, sólo pudieron concurrir al­
gunos em igrados de esas provincias. Así, tan sólo tuvieron
rep resen tan tes Charcas, Chichas y Mizque. E l P ara g u ay ya
se había separado y aislado. L a provincia O riental, som e­
tida a A rtigas, estuvo ausente. L a inauguración de las se­
siones tuvo lu g ar el 24 de m arzo de 1816.
L os sucesos de abril, que originaron la caída de A lvarez
T hom as, influyeron tan decididam ente en el espíritu de los
congresales, que hicieron ap resu rar la designación de un
D irector Suprem o que fuera reconocido por todas las pro­
vincias como autoridad nacional. E sta designación, hecha
por un C ongreso Nacional, fué un acontecim iento de gran
trascendencia y el prim ero en im portancia realizado por el
Congreso.
F u é igualm ente acertada la elección, haciéndola recaer
en la persona de D. Ju an M artín de P ueyrredón. (M ayo 3).
P ueyrredón, antes de baj^r a Buenos A ires para hacerse car­
go de su puesto, decidió pasar a Ju ju y para darse cuenta
personalm ente de las necesidades del ejército en esa fro n tera
y para com binar con
Güem es la d e f e n s a
de la misma.
“Al mismo tiem po,
y casi s i m u l t á n e a ­
m ente con el nom bra­
m iento del director
P ueyrredón, estalla­
ban en Buenos A ires
las agitaciones, que
hubieron de privar a
la revolución del con­
curso eficiente de es­
te poderoso c e n t r o
de a c c i ó n y direc­
ción. Si, como lo pre­
te n d ía el partido que
en Buenos A ires se
levantó en a q u e l l a
época, con t e n d e n ­
cias a concentrarse
en el aislam iento pro­
vincial (q u e e r a lo
que entonces se en­
tendía por federalis­
m o), si tal idea hu­
biese t r i u n f a d o , el
Congreso habría que­
dado d e s p o ja d o de
toda autoridad mo­
ral, y el D i r e c t o r
n o m b r a d o , sin los
medios m ateriales pa­
ra hacer Gobierno. E ntonces, todo el litoral argentino, an ar­
quizado y rebelado en parte, y aislado en el resto, h ab ría
quedado en cierto modo desligado de la com unidad arg en ­
tina, no siendo difícil que al fin prevaleciesen en todo él
— 340 —
— 341 —
las tendencias disolventes de A rtigas,' como sucedió en el
año 1815. De este modo, el C ongreso de T ucum án habría
quedado r e d u c i d o a la
nulidad, como queda di­
cho, y el D irectorio de
. P uey rred ó n no hubiera
sido sino la som bra de
una som bra.
A fo rtu n a d a m e n te , los
principios conservadores
prevalecieron en Buenos
A ires. L a opinión públi­
ca se pronunció enérgi­
cam ente en el sentido de
apoyar al C ongreso y sos­
ten er al nuevo D irector.
El Cabildo y la Ju n ta
de O bservación se pusie­
ron a la cabeza de esta
opinión, y lo s T e r c i o s
Cívicos de la ciudad y
suburbios, le prestaron
s u irresistible a p o y o ,
m anteniendo en respeto
a los jefes m ilitares de la
capital, que am enazaban
con una revolución.
D eclarada b a j o estos
auspicios la independen­
cia de las P r o v i n c i a s
Unidas, el director P uey­
rredón pudo e n tra r co­
mo en triunfo a la capital
de la República, ceñido
con la aureola del pric o rre d o r in te r n o
donde
s e p r o c la m ó
y
la
sa la de la c a s a
in d e p e n d e n c ia
TTlf*r f f f l h p r t i a n f p
n a r* ir^ n a 1
gODernante nacional
que h u b i e r a tenido el
país en el curso de siete años de revolución” *.
(1)
B. M itre. H ist. de B elgrano, t. I I , pág. 630.
N om brado que fué el D irector Suprem o, el C ongreso
debía ocuparse de o tras cuestiones; pero de todas ellas, las
de capital im portancia eran estas dos:
1* Proclamar la independencia.
2° Adoptar la form a de gobierno.
Los m iem bros del C ongreso eran instados co n stan te­
m ente para que llevaran a cabo el acto audaz de la procla­
m ación de la independencia. H abían
transcurrido ya tres m eses y la pro­
clam ación tan a n s i a d a no se hacía.
San M artín, pocos m e s e s antes, es­
cribía a uno de los diputados hacien­
do r e s a l t a r la necesidad de que el
C ongreso llevara a cabo un acto de tal
trascendencia, ante las dem ás nacio­
nes, que le perm itiera a él pisar el te­
rritorio chileno y batir al enemigo no
como insurgente, sino como generalí­
simo de una potencia soberana.
P a ra sostener una decisión de tal m agnitud, el C ongreso
podía contar:
l 9 Con Güemes, que defendería con sus valerosos
fronteras de Salta y Jujuy impidiendo, así, la entrada de
hasta Tucumán y Córdoba, pues tal era el plan que tenían
2'> Con los ejércitos que, al mando deBelgrano y de
se hallaban respectivamente, en Tucumán y Mendosa.
3o Con el apoyo de la mayoría de los Gobernadores.
gauchos, las
los realistas
preparado.
San M artín,
P ro clam ació n de la Independencia
El día 8 de julio se reunieron los D iputados en sesión
p riv ad a y discutieron el punto relativo a la independencia
con tan to calor y entusiasm o, que se com prom etieron todos,
a tratarlo al dia siguiente.
El día 9 de julio de 1816, ante un público num eroso,
atraído por la im portancia de un acto tan solem ne, los
diputados fueron p re g u n ta d o s: si querían que las provin­
cias de la Unión fuesen una nación libre e independiente
de los reyes de España.
T odos los diputados', puestos de pie, contestaron que Sí,
— 342 —
por aclam ación. D espués cada diputado em itió su voto indir
vidualm ente.
E l pueblo que presenciaba la m em orable escena, acom ­
pañó con aclam aciones jubilosas la m anifestación que se
acababa de hacer de m anera tan resuelta y espontánea.
L uego se extendió el acta respectiva en la que se con­
signó que las P rovincias U nidas r o m p ía n los v io l e n t o s
vínculos que las ligaban a los reyes de España, que recupe­
raban. los derechos de que fueron despo­
jadas y se investían del alto carácter de
u ñ a nación libre e independiente.
E n el acto de la proclam ación ocupó
la presidencia D. F rancisco N arciso de
L aprida, quien había sido electo en turno
para el mes de julio. R efrendaron el acta,
com o secretarios, el D r. D. Ju an José
P aso y el Dr. D. José M ariano Serrano.
E n el acta de la sesión secreta cele­
b rada el 19 de julio, se dispuso que en
la del día 9, proclam ando la Independen­
cia, después de las expresiones “sus su­
cesores y m etrópoli”, se agregase: y de toda otra domina­
ción extranjera.
S e dió como razón, para justificar el agregado, que de ese modo
se sofocaría el rum or esparcido de que el D irector del Estado, el general
Belgrano y aún algunos viiembros del Congreso, alimentaban ideas de
entregar el país a los portugueses.
E l día 21, en la m ism a sala de sesiones, se ju ró solem ­
nem ente la Independencia concurriendo al acto las autori­
dades civiles y m ilitares, el clero, las com unidades religio­
sas y un g ran núm ero de ciudadanos.
E l día 25 el C ongreso tom ó una resolución disponiendo
que una vez proclam ada la Independencia de las Provincias
Unidas de Sur América fuera su p e c u lia r d is t in t i v o la
bandera c e l e s t e y b la n c a de que se ha u sa d o hasta el
presente, etc.
— 343 —
E n todas las ciudades se realizaron fiestas en hom enaje
al gran acontecim iento. T am bién los ejércitos y las au to ri­
dades p re sta ro n el ju ram en to en solem nes cerem onias.
A C T A
E n la b en em érita y m uy digna ciudad d e San M iguel de T ucum án, a nueve d'.as
del m es de Ju lio de 1816, te rm in a d a la sesión o rdinaria del C ongreso de las P ro v in ­
cias U n id as, co n tin u ó sus a nteriores’ discursos sobre el g ran d e, aug u sto y sagrado
objeto de la independencia de los pueblos que lo form an. E ra u n iv ersal, c o n sta n te y
decidido el clam or del te rrito rio en te ro p o r su em ancipación solem ne del poder despó­
tico de los reyes de E s p a ñ a ; los R ep rese n ta n tes, sin em bargo, c o n sa g ra ro n a ta n arduo
a su n to toda la profundidad de stis ta le n to s, la re c titu d de sus in ten cio n es e interés
que dem anda la sanción de la su erte suya. Pueblos re p resen tad o s y posterid ad , a su
té rm in o fueron p re g u n ta d o s : si q uerían que las provincias de la U n ió n fuesen una
nación libre e independiente de los reyes de E sp añ a y su M etrópoli,. A clam aron,
prim ero, llenos del san to ard o r de la ju sticia, y uno a uno re ite ra ro n sucesivam ente
su unánim e, espontáneo y decidido v oto p o r la independencia del país, fijando en
su v irtu d la d e term inación s ig u ie n te :
N os, los R ep resen tan tes de las P rovincias U nidas de Sud A m érica, reunidos en
C ongreso G eneral, invocando al E te rn o que preside el U niverso, en el no m b re y por
la au to rid ad de los pueblos que representam os, protestan d o al Cielo, a las N aciones
y hom bres todos del Globo la ju stic ia que regla n u estros votos : declaram os solem ­
n em ente a la faz de la tie rra que es voluntad unánim e e indubitable d e estas P ro ­
vincias, ro m p e r los violentos vínculos que las ligan a los reyes de E sp añ a, recuperar
los derechos de que fueron despojados e investirse del a lto c a rá c te r de una N ación
libre e independiente del rey F e rn a n d o V I I , sus sucesores y m etrópoli. Q uedan, e
c onsecuencia, de hecho y de derecho con am plio y pleno poder, p a ra d a rse las orm a
que exija la ju stic ia e im pere el cúm ulo de sus actuales circunstancias, i odas y
— 344 —
una de ellas asi lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose, por nuestro
m edio, al cum plim iento y so stén de esta su v o lu n tad , bajo del seguro y g a ra n tía
de sus vidas, h ab eres y fama.
C om uniqúese a quienes corresp o n d a p ara su publicación, y en obsequio al re s­
peto que se debe a las N aciones, d etállen se en un m anifiesto los g ravísim os funda­
m entos im pulsivos de esta solem ne declaración. D ada en la Sala de Sesiones, firm ada
de n u estra m ano, sellada en el Sello d el C ongreso y re fren d a d a por n u estros
D iputado s S ecretario s.
L os D iputados que firm aron el a cta fueron:
P o r B uenos A ire s : D r. D. A ntonio Sáenz, D r. P e d ro M ed rano, D r. J o sé Darrag u e ira . F ray C ayetano Jo sé R odríguez. Dr. E steb an A g u stín Gazcón, D r. Tom ás
M. de A nchorena y D r. J u a n Jo sé Paso (S ec re ta rio ).
C ó rd o b a: D . E d u a rd o P érez B ulnes, D. G erónim o S. de C ab rera, D. J o sé A n ­
tonio C abrera.
San J u a n : D . F ran c isco N arciso de L a p rid a (P re s id e n te ), F ra y J u s to de S anta
M aría de O ro.
M endoza: D . T o m ás G odoy C ruz y D. J u a n A g u stín M aza.
T u c u m á n : D r. P ed ro M iguel A ráoz y D r. Jo sé Ig n acio Tham e».
C a ta m a rc a : D r. M anuel A. A cevedo y D r. Jo sé C olom bres.
S a lta : D r. M ariano Boedo y D r. José Ig n acio G orriti.
C h arca s: M arian o Sánchez de L o ria, D r. Jo sé Severo M alab ia y D. Jo sé M a­
riano S erran o (S ec re ta rio ).
S antiago del E s te r o : D. P edro F ran cisco de U ria rte y P e d ro L eón Gallo.
J u ju y : Dr. T eodoro Sánchez de B ustam ante.
R io ja : D r. P ed ro Ig n acio de C astro B arros.
C hichas: D r. Jo sé A ndrés Pacheco d e M eló.
M isque: Dr. Pedro Ignacio Rivera.
D isidencias so b re la fo rm a de gobierno. — S an M artín y
B elgrano. — L a idea m onárquica. — E l P . O ro
E n las sesiones posteriores
a las del 9 de Julio, el
Congreso entró a ocuparse de la form a de gobierno que
había de darse al E s­
tado.
L a opinión estaba didida en dos bandos:
uno era el de los que
propiciaban la form a re­
publicana, y el otro, el
de los que sostenían la
form a m onárquica.
D e los m iem bros que
com ponían el Congreso,
la m ayoría de ellos eran
t—L a p ro te sta de F r. J u s to de S a n ta
republicanos por princíM aría de O ro
pi0 ; pero, ante la situa­
ción de peligro agravada por la actitud de los caudillos, m u­
chos, dejando m om entáneam ente de lado sus convicciones,
— 345 —
se plegaron a la idea m on arq u ista tan sólo para salvar la
causa de la em ancipación.
Así San M artín, en ca rta dirigida a Godoy Cruz, le m a­
nifestaba que en el caso de ser D iputado al C ongreso p ro ­
cedería como “un am ericano republicano por principios e
inclinación; pero que sacrificaría esto m ism o en bien de su
• p atria”.
Los que propiciaban la m onarquía estaban divididos en
' dos g ru p o s : uno de éstos, a cuya cabeza se hallaba B elgrano,
proponía la coronación de un descendiente de los Incas. Se
suponía que los miles de n a tu ra ­
les del alto y bajo P erú se levan­
tarían en m asa co ntra las a u to ri­
dades españolas y apoyaría al
m onarca proclam ado. E l o tro g ru ­
po sólo aceptaba la coronación de
un m iem bro de las casas rein an ­
tes europeas.
P o r últim o estaban los rep u b li­
canos, que eran m inoría, rep re­
sentados por F ray Ju sto de San­
ta M aría de Oro y por el D r. T o ­
m ás M. de A nchorena.
E l padre Oro, ante la m ayoría
m onarquista de los congresales,
m anifestó que “para proceder a
declarar la form a de Gobierno,
era preciso consultar previam ente a los pueblos, y que en el
caso de procederse, sin aquel requisito, a ad o p tar el sistem a
m onárquico constitucional, pedía perm iso para re tira rse del
C ongreso”.
L a im presión causada por el fraile p atrio ta tuvo u n a in­
fluencia decisiva en el ánim o de los diputados. En Buenos
A ires el proyecto de m onarquía era m otivo de acerbas crí­
ticas y de una gran oposición.
El debate sobre el proyecto de m onarquía quedó cerrado
en la sesión del 6 de A gosto du ran te la cual el Dr. A nchorena,
diputado por Buenos Aires, expuso los inconvenientes de la
form a m onárquica y las ven tajas de la republicana federal.
— 347 —
— 346 —
y
H e aquí uno de los m uchos casos que podrían citarse, y
que se refiere a la actitu d del cura D. A lejo de A lberro, al
pasar por la región y V illa de H um ahuaca, la expedición
que iba al N orte.
E n los m om entos de la revolución, el clero, entre el ele­
m ento ilustrado, se contaba como el m ás num eroso, pues las
únicas profesiones liberales a que podía aspirar la juventud,
eran la abogacía y el sacerdocio.
P a ra las fam ilias significaba una am bición y un honor
co n tar con algún sacerdote en su seno. (x) Ellos intervenían
en casi todos los acontecim ientos de orden social y, con fre­
cuencia, en los asuntos de fam ilia, como consejeros.
E n una época en que la prensa casi no existía, y que las
pocas escuelas se reducían a las que sostenían los conventos,
se com prende que la influencia del clero, en verdad, debía ser
grande.
L as poblaciones, com prendiendo no solo a los criollos,
sino tam bién a les m estizos, y a los naturales que form aban
p arte de ellas, no podían su straerse a la influencia de los
sacerdotes y, forzosam ente, debían conform ar sus ideas, sus
opiniones, a las de éstos.
Así, pues, su influencia sobre la m archa de la revolución,
desde los prim eros m om entos, debía ser m uy grande, pues
según fuera su actitud, favorable, indiferente o contraria a
ella, así tam bién se habría orientado, en general, la de las
poblaciones.
"La población de toda aquella comarca, crecida y fuerte para la guerra,
fué levantada toda entera en fa vo r de la revolución merced al laudable
y ardoroso empeño del D r. D . A lejo de Alberro, el ilustre cura de aquella
doctrina, y ofrecida al capitán Güemes para que sirviera en la expedición
E l C ongreso dejó de lado el proyecto de m onarquía
quedó aplazado definitivam ente.
Influencia del Clero en la Revolución.
“Infundiendo en ellas el sentimiento del honor c ív k o ; despertando el
amor entusiasta hasta el heroismo por la libertad e independencia de la
tierra en que habían nacido; instruidos y aconsejados en el pulpito, en el
hogar, en cualquiera de sus reuniones del deber en que estaban de luchar
para ser hombres libres, aquellos habitantes, aquellos pueblos que repre­
sentaban las antiguas y esforzadas tribus humahuacas sometidas, tras larga
guerra, por la espada del conquistador europeo, y que de tanto honor iban
a cubrir ahora las armas de¡ la república, se pasaron en masa de la servi­
dumbre del rey de Bspcma a los estandartes redentores de la revolución.
S u cura, su maestro, su apóstol y su guía dábales el ejemplo, antes que
todo, desprendiéndose de cuanto poseía acopiado en su morada para su
subsistencia particular". ( 2)
(1 ) E n S a lta , la so la ca sa tic M endiozola co atab a coa cu atro herm anos clírigos.—
B. F r ía s . - H is t. de M . Güemes y de Salta.
U ) H ist, de 11. Güemes y de Saluu
libertadora que se acercaba; pues animado del común celo por la libertad
que enaltecía tanto a todos stis conciudadanos en el norte, el cura Alberro
unió a su ministerio sacerdotal el nuevo apostolado de la revolución, lle­
vando al seno de aquellas poblaciones la vos y el fuego de la patria”. (*)
P o r fo rtu n a para la revolución, desde el prim er m om en­
to, y así en adelante, en las circunstancias m ás difíciles, el
Clero, en su inm ensa m ayoría, se m ostró decidido p artid ario
de ella.
E n las varias grandes asam bleas figuró siem pre nu m ero ­
so, destacándose entre las fig u ras de m ayor ilustración. Así,
en la A sam blea del año X I I I aparece representado en buen
nú m ero ; y en el C ongreso de Tucum án, de 29 firm an tes del
A cta de la independencia, 16 eran sacerdotes.
Entrevista de Pueyrredón y San Martín en Córdoba.
Plan de reconquista de Chile.
P uey rred ó n había pasado a Ju ju y , antes de b a ja r a Bue­
nos A ires, p ara im ponerse personalm ente del estado y ne­
cesidades del ejército allí situado y para com binar con Güe­
mes la defensa de las fro n teras de Salta y Ju ju y . (Junio
de 1816).
D e regreso a T ucum án asistió a la proclam ación de la
Independencia y el día 10 de Julio em prendía la m archa
hacia la C apital; pero en Córdoba debía detenerse p ara ce­
lebrar una conferencia con San M artín a fin de com binar el
plan de operaciones m ás conveniente contra los realistas
(15 y 16 de Julio de 1816).
(1) H ist. de M . G üemes y i e Salta. - JB. F rías.
— 348 —
— 349 —
D. T om ás Guido, siendo oficial m ayor del M inisterio
de la G uerra, había redactado una m em oria relativa al
paso de los A ndes y en
ella exponía las ideas de
San M artín. (M ayo de
1816).
E n la conferencia cele­
brad a en Córdoba quedó
aprobado el plan, y San
M artin pudo, entonces,
en treg arse con todo em ­
peño a poner el ejército
de los A ndes en pie de
guerra.
San M artín com prendió
que para vencer a los
realistas e r a necesario,
ante todo, apoderarse de la ciudad de Lim a, centro de sus
recursos. E n alguna ocasión había dicho, refiriéndose al
A lto P e r ú : “La patria no hará nada por este lado del norte
que no sea una guerra defensiva”.
E l plan consistía en lo siguiente:
T res proceres contribuyeron, pues, y en el grado que a
cada uno le corresponde, a la realización del paso de los
A n d e s : San M artín, P ueyrredón y Guido.
I o Organizar un ejército bien armado y disciplinado.
2° Pasar a Chile, atravesando los Andes, e independizarlo.
3o Crear allí una escuadra, organizar un nuevo ejército argentino-chileno,
desembarcar con él en las costas del Perú, y marchar sobre la ciudad de
Lima.
San M artín, en M endoza, se dedicó con toda confianza
y decisión a la preparación del ejército libertador consi­
guiendo resultados que pueden considerarse asom brosos en
una región casi sin com ercio ni industrias y con pocos h a­
bitan tes. (L a ciudad de M endoza, tenía en 1814, unos 2.500
h ab itan tes y toda la región de Cuyo 40.000).
P ueyrredón, en el carácter de D irector del E stado, ins­
titu y ó inm ediatam ente el Ejército de los A ndes asignándole,
adem ás, una sum a m ensual m ayor que la ya fijada y pro­
veyó de m anera decidida a todas las necesidades.
D irectorio de P u e y rred ó n - Invasión portuguesa.
M isión diplom ática de G arcía en R ío de Janeiro.
A ctitud de A rtigas.
Al m ismo tiem po que el C ongreso de T ucum án discutía
la cuestión relativa al proyecto de m onarquía, se tram itab a
tam bién una negociación ante la Corte del Jan eiro rela­
cionada con el m ismo asunto y que consistía en aceptar,
en caso extrem o, la coronación de un infante del B rasil
u otro extranjero, que no fuera de E spaña, sobre la base
de la independencia de las P rovincias Unidas.
Q uien entendía en estos trab ajo s en la C orte del B rasil
era el m inistro D. M anuel José García, quien hacía y a tiem ­
po que propiciaba el citado plan.
Como entre E spaña y P o rtu g al existía una seria tensión
que hacía tem er un rom pim iento de relaciones, García, apro­
vechando de esa circunstancia, había ideado un plan que
prom etía ser de conveniencia en aquellos m om entos difí­
ciles, una vez que los portugueses hubiesen ocupado la p ro­
vincia O riental. Se habrían producido estos hechos :
I o E spaña consideraría que la ocupación de territorio oriental por fu e r ­
zas portuguesas implicaba una usurpación, y de ello resultaría, quizá, un
rom pim iento de hostilidades.
2 “ E l ejército de 2 0 . 0 0 0 hom bres que se alistaba en E spaña no podría
llenar su m isión, al llegar al P lata, puesto que los portugueses, teniendo
en su poder el puerto de M ontevideo y toda la costa oriental, se opondrían
al desembarco.
3 o E l ejército portugués, posesionado del territorio oriental o de parte
de él, anularía del todo, o casi, la acción de A rtigas.
4 ° E l Gobierno de B uenos A ire s, pudiendo disponer de las fu e r za s que
se oponían a A rtig a s, podía destituir parte de ellas para re fo rza r el ejército
de S a n M artín, en M endoza, y el de B elgrano en Tucum án.
E l Gobierno portugués alegaba como m otivos de la inva­
sión, que elem entos de las fuerzas de A rtigas llevaban a
cabo incursiones en territo rio del B rasil para ro b ar y com eter
otros actos de vandalaje. A gregaba que si el G obierno a r­
gentino tenía a A rtigas por súbdito, debía llam arlo al o rd e n ;
23
— 351 -
y que, en caso contrario, tendría derecho de perseguirlo en
el territo rio donde realizaban, él o sus secuaces, las acciones
que se le im putaban.
G ran p arte de la opinión se m ostraba inquieta, tan to más
que la actitu d del Gobierno no se m anifestaba resuelta y
decidida ert favor o en contra de la invasión. M ientras el
C ongreso seguía estudiando reservadam ente el asunto por
interm edio del m i n i s t r o García, el D irector P ueyrredón,
presionado en g ran parte por la oposición, tra ta b a de opo­
nerse y a este efecto ofreció auxilios a A rtig as; pero éste
exigía hom bres, arm as, buques, dinero, etc., y no quería re­
conocer la autoridad del D irector Suprem o y del Congreso.
M ientras tan to , el ejército portugués, fuerte de 10.000
hom bres, al m ando del general Lecor, había invadido el te­
rrito rio oriental. L as protestas fueron, entonces, grandes y
se hicieron graves acusaciones al Gobierno, en tre otras, la
de que patrocinaba un proyecto de m onarquía.
A rtig as hizo grandes esfuerzos para rechazar a los inva­
so res; pero fué derrotado en todas p artes y el 20 de enero
de 1817 los portugueses entraban en M ontevideo recibidos
con júbilo por sus habitantes.
L a B anda O riental quedó incorporada al B rasil con el
nom bre de P rovincia C isplatina.
A rtig as, vencido y abandonado, tuvo que refugiarse en
C orrientes y luego en el P arag u ay , desapareciendo de la
escena política. (Septiem bre de 1820). E l doctor F rancia,
tirano del P arag u ay , lo tuvo casi secuestrado en el pueblecillo de C u ruguaty. V ivió, luego, cerca de la Asunción.
M urió en 1850 a la edad de 86 años.
El espíritu creador de San Martín - E l ejército libertador
La bandera de los Andes
San M artín poseía condiciones excepcionales de gran
organizador, como lo dem ostró él m ismo, en un oficio diri­
gido al D irector P ueyrredón de fecha 9 de noviem bre de
1816. D ecía:
“A dm ira que un país de mediana población, sin erario público,
sin comercio ni grandes capitalistas; falto de maderas, pieles, lanas y ga­
nado, en mucha parte de su territorio, y de otras ¡».finitas materias primas
y artículos bien importantes, haya podido elevar de su m ism o seno
un ejército de 3.000 hom bres, despojándose h asta de sus esclavos,
únicos brazos p ara su ag ricu ltura, o cu rrir a sus pagas y su b sisten ­
cia y a la de m ás de mil em igrados; fom entar los establecim ientos
de m aestranza, laboratorios de salitre, pólvora, arm erías, parque,
sala de arm as, batán, cuarteles, cam pam ento; erogar m ás de 3.000
caballos, 7.000 m uías, innum erables cabezas de ganado vacuno; en fin,
p ara decirlo de una vez, d ar cuantos auxilios son im aginables, y que
no han venido de esa cap ital p a ra la creación, p rogresos y sostén
del ejército de los A n d es”.
E l ejército libertador, con el cual San M artín ,d eb ía re a­
lizar la gran em presa acom etida, se com ponía de 4.000 sol­
dados, 1.200 milicianos encargados de la conducción de
los m ateriales de g u erra, víve­
res y anim ales. D e éstos se lle­
varon 10.000 m uías de carga,
1.600 caballos de pelea y 600
reses en pie.
E ligió por p atro n a del ejército
a la virgen del C arm en y creó
tam bién una bandera.
E l 5 de E n ero de 1817, resu elta ya
la m archa para el día 7, S an M ar­
tín m andó que se ju ra se la p a tro ­
na del ejército y la n u eva insignia.
San M artín, tom ando la bandera,
subió con ella a una plataform a
levantada en la plaza. T o d o s los
cuerpos p resentaron las arm a s: los_
tam bores batieron m arch a de h o ­
nor y siguióse un religioso silencio.
E l general, con la cabeza descu­
bierta, pronunció con v ib ran te voz: — “¡Soldados! E sta es la prim e­
ra b an d era independiente que se bendice en A m érica”. L a batió por
tres veces, y el pueblo y las tropas lanzaron un estru en d o so : ¡V iva
la patria! — Y con acento m ás esforzado, ag reg ó : “ ¡Soldados! Ju ra d
sostenerla m uriendo en su defensa como yo lo ju ro ” ■
—• ¡L o ju r a ­
m os! respondieron todos a una voz y una triple descarga de fusilería,
a que se siguió u n a salva de 25 cañonazos, saludó la b an d e ra re d e n ­
tora de la m itad de la A m érica M eridional. (')
E l paso de los A ndes - Batalla de Chacabuco
El paso de un ejército de las tres arm as, con to d as sus
im pedim entas, a través de los desfiladeros de la cordillera
(1 ) B artolom é M itre. - H is t, de San M artín.
-3 5 2 —
de los A ndes, había sido considerada una em presa im posi­
ble de realizar. San M artín, aún en el caso de que no h u ­
biese triunfado en Chile, se habría inm ortalizado con sólo
la hazaña del paso de los Andes.
Con el fin de engañar a los realistas respecto del punto
elegido en la cordillera para el paso del ejército libertador,
San M artín celebró parlam entos con los indios de las re ­
giones del sur de
M endoza p ara
o b t e n e r el p er­
miso de pasar las
tropas p o r e s a
p arte y e x ig i e n ­
d o de lo s m i s ­
m os que g u ard a­
ra n el s e c re to
debido.
Los indios, in­
capaces de g u a r­
dar s e c r e t o s de
esa n a t u r a l e z a ,
com unicaban to ­
do a los realistas.
E sto era, preci­
sam ente, lo que
buscaba San M artín y, así, consiguió engañar a los jefes
españoles.
E l ejército realista, en Chile, fué dividido y destacado
en varias regiones de la cordillera para detener el avance de
los p atrio tas en los puntos donde creían posible la inva­
sión. E ngañados, así, los realistas se presentaron débiles en
todas partes y sin posibilidad de reconcentrarse a tiem po.
E l 17 de enero de 1817 el ejército de los A ndes, divi­
dido en tres cuerpos, salía de M endoza en m archa para
Chile. U n a p arte del ejército, a las órdenes de L as H eras,
debía m archar por el paso de Ü sp allata; y otras divisiones,
m andadas por Soler y O ’H iggins, debían seguir por el ca­
m ino del paso de ios P atos.
T odo el ejército se encontró reunido en el valle de A con­
cagua, al pie de las serranías de C hacabuco, el 10 de fe­
-3 5 3 —
brero. E l 12, a las 2 de la m adrugada, el ejército se puso
en m archa nuevam ente p ara su b ir a la cum bre y b ajar al
otro lado .de la sierra. L a cuesta de Chacabuco fué el campo
de batalla.
Los realistas se quedaron sorprendidos al verse atacados
de frente y de flanco. L a batalla concluyó con u n a esplén­
dida victoria del ejército libertador.
Los realistas, considerando ya im posible toda resisten ­
cia, abandonaron la ciudad de Santiago durante la noche
y se dirigieron a V alparaíso en cuyo puerto se em barcaron,
en parte, para el P erú.
El día 14 San M artín en trab a triu n fan te en S antiago,
capital de Chile, recibido en m edio de un entusiasm o in ­
descriptible.
E l día 15 se reunió un Cabildo abierto, y San M artín
fué proclam ado D ir e c to r S u p r e m o de C h ile; pero no aceptó
tan alto honor y renunció, indicando que se no m b rara a
O ’H iggins. El 16 fué proclam ado D. B ernardo de O ’H ig g in s
por el pueblo reunido en Cabildo abierto.
D espués de la batalla de Chacabuco, San M artín bajó
a B uenos A ires con el propósito de obtener del D irecto r
P ueyrredón m ás recursos con que' au m entar el ejército, y
elem entos para organizar una escuadra.
E l Cabildo de Santiago, al ten er conocim iento de la par­
tid a de San M artín, le ofreció 10.000 onzas de oro p ara
cubrir los gastos personales, que le había ocasionado la
cam paña; pero rehusó esa sum a en beneficio propio, y la
aceptó p ara destinarla a la creación de una biblioteca.
E n su oficio al C abildo m anifestaba:
"L a ilustración y fom ento de las letras es la llave maestra que abre
las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos: yo quiero que
todos se ilustren en los sagrados derechos que forman la ciencia de tos
hombres libres".
C am paña del su r de Chile - C urapaligüe y G avilán
Sitio y asalto de T alcahuano
Con la d errota de Chacabuco no quedó aniquilado el
poder español en Chile, porque en el su r se organizaron
fuerzas suficientes como para resistir y prolongar la guerra.
— 354 —
-3 5 5 —
E l general realista Ordófiez se fortificó en T alcahuano
y, allí, organizó un ejército de 1.000 hom bres, que se a u ­
m entó a 2.000 con un refuerzo que le envió el V irrey de
Lim a.
L as H e ras m archó al su r y llegó, cerca de la ciudad de
Concepción, a un lu gar llam ado C urapalihue o C urapaligüe.
O rdóñez lo atacó
allí; p e r o f u é re ­
chazado y tuvo que
retirarse, c a s i en
f u g a , refugiándose
en la s fortificacio­
nes de la pequeña
península de T a l ­
cahuano. (A bril 4
de 1817).
L as H e r a s esta­
bleció, después, su
cam pam ento, en el
c e r r o del G avilán
y, al mes justo, el
5 de m ayo, O rdóñez
efectuó u n a salida
para atacarlo en di­
cho p u n to ; pero, a
pesar de ser supe­
rio r en fuerzas, su ­
frió u n a com pleta
derrota. O r d ó ñ e z
quedó encerrado en
T alcahuano y, allí, resistió el sitio de los patriotas hasta
fines de 1817.
O ’H ig g in s tom ó la dirección de las operaciones y, h a­
biendo sabido que el general O sorio debía desem barcar
en T alcah u an o con un refuerzo de 3.000 hom bres, decidió
ap resu rar las operaciones.
E l 6 de diciem bre de 1817 se efectuó el asa lto ; pero
con un resultado negativo y desastroso por las pérdidas
sufridas.
Campaña del sur de Chile - Cancha Rayada - Maipú
El V irrey del P erú, Pezuela, al tener conocim iento de
ía derrota sufrida por los realistas en Chacabucó, preparó
un ejército de 3.000
hom bres, que puso
al m ando del gene­
ral O sorio, p ara au ­
xiliar a O rdóñez, si­
tiado en T alcahuano.
Osorio llegó a T a l­
cahuano después del
asalto.
E l ejército p atrio ­
ta, después del re­
chazo sufrido en T a l­
cahuano, levantó el
sitio y se re tiró al
n orte para reunirse
a las fuerzas que te­
nía San M artín.
O sorio s a l i ó de
T a l c a h u a n o y se
acercó, a T alca, y,
an te el p e l i g r o de
ser atacado p o r San
M artín, se e n c e r r ó
en la ciudad. Com ­
prendiendo que esta­
ba perdido, decidió,
por consejo de O rdó­
ñez, caer de sorpresa
sobre el ejército paO ’H iggins levanta el sitio y m a rc h a h a sta San
F e rn a n d o en cuyo punto se incorpora San M a rtin ,
viniendo desde el cam pam ento de L aa T ablas. E l
ejército unido se pone en m archa en busca de O sorio cerca de T alca, en donde sufre el d e sa s n e de
C ancha R ayada. A éste siguió la bata lla de M aipú.
Una
f r : 0 +a
_
'
m ientras
...
,
,
el
noche,
.»
•,
ejercito
p ip ru ta b a
libertador ejecuiaud
aJ^unOS
m ovim ien-
tos para presentar batalla al siguiente día, con la segu
ridad del triunfo, fué atacado de im proviso por os
— 356 —
realistas en un lugar, c e r c a d e T alca, l la m a d o C ancha
R ayada (x) (M arzo 19 de 1818).
E n el cam pam ento de los p atrio tas se produjo una con­
fusión esp an to sa; los batallones argentino-chilenos se hacían
fuego entre sí, pues no podían conocerse en la obscuridad
de la noche; las m uías y los caballos huían cargados con
las m uniciones y víveres. O ’H iggins fué herido en un bra­
zo. E l ejército realista quedó, tam bién, desorganizado y
tuvo m ás m uertos y heridos que el ejército libertador, y
num erosos dispersos; F u é tal su descalabro que no pudo
iniciar la persecución sino a los dos días.
L as H eras salvó ín teg ra su división y pudo llegar a
Santiago llevando la esperanza a sus habitantes. San M artín
y O ’H iggins se dirigieron a San F ernando, y, allí, reunieron
los dispersos y organizaron una colum na con la que pasa­
ron a S antiago. A los tres días se incorporó la colum na de
L as H eras y una sem ana después el ejército libertador
estaba en condiciones de hacer frente al enemigo.
E l 5 de abril, 17 días después de C ancha R ayada, cho­
caron nuevam ente los dos ejércitos en M aipú, a 3 leguas
al su r de Santiago.
L os realistas fueron com pletam ente derrotados dejando
todas las arm as y bagajes en poder del vencedor. Con esto
Chile quedó libre.
Las montoneras.
L os caudillos no podían disponer de los elem entos ne­
cesarios p ara arm ar y o rganizar a los gauchos como fuer­
zas regulares. Inferiores en núm ero, casi siem pre, tuvieron
que ad o p tar una táctica especial que les perm itiera m overse
rápidam ente para atac ar o desbandarse, cuando las circuns­
tancias así lo requerían.
Im itab an , en parte, el modo de com batir de los indios.
Sus arm as eran generalm ente el sable y la lanza (m edia
tijera de esquilar o un cuchillo sin m ango atados a una
caña tacuara, m uchas veces) pero tam bién disponían de fu­
siles o carabinas.
(1)
C a n c h a R a y a d a es u n a lla n u ra a l n o r te d e T a lc a , q u e s'e rv ía, e n to n c e s , de
c a m p o d e c a rr e r a s . I£1 c a lific a tiv o R a y a d a se le d a b a p o r u n a s r a y a s m a r c a d a s
en el te r r e n o y q u e s e r v ía n de s e ñ a le s .
— 357 —
El aspecto de las m ontoneras era im presionante. Refi­
riéndose a la infantería dice el general Paz en cierta parte
de sus M em o rias:
“ P resen ta ro n su línea, que siguió avanzando; pero que hizo alto
p a ra d ejar o b ra r a los que llam aba su infantería; ésta consistía en
unos hom bres arm ad o s de fusil y bayoneta, que venían m ontados
_>• h ab itualm ente, que só­
lo echaban pie a tierra
en ciertas circunstan­
cias del c o m b a t e .
C uando estaban des­
m o n tados nunca fo r­
m ab an en orden uni­
do, y siem pre iban
dispersos com o caza­
dores, form aban p are­
jas, y p ara ello hacían
serv ir sus am istades y
relaciones personales;
de m odo que tenían
ese vínculo m ás para
p ro teg erse m u tu am en ­
te y no ab an d o n arse
en el conflicto”.
“A presencia d e l
enem igo, y sin des­
m o n tarse, se desplegaban en guerrillas, y cuan­
do hab ían llegado a la distancia conveniente,
echaban pie a tie rra quedando, uno, con los
dos caballos; y avanzándose el com pañero, de
algunos pasos, p a ra hacer fuego, el que con­
tinuaba m ien tras se creía conveniente.
“A lgunas veces se conservaba a caballo el
uno teniendo de la rienda el caballo del que
se había desm o n tad o ”.
Si eran cargados y se veían obligados a perder terreno, saltaban
en sus caballos con ra ra destreza, y an tes de un m inuto habían
des­
aparecido. Si por el contrario, huía el enem igo, m ontaban con igual
velocidad p a ra p erseguirlo; y entonces obraba como caballería por
m ás que sus, arm as fuesen las m enos adecuadas. E sta era la fam osa
táctica de la in fantería de A rtigas con la que había triunfado de los
ejército s de B uenos A ires y que, a juicio de aquellos, era el últim o
esfuerzo del ingenio h um ano”.
El general M itre dice tam bién, refiriéndose a las fuerzas
de L ó p e z :
“L a colum na de L ópez presentaba un aspecto original y v erd a­
deram ente salvaje”.
"S u escolta, com puesta de dragones arm ados de fusil y sable lie-
— 358 —
— 359 —
vaba por casco (com o los soldados de A tila una cabeza de oso) la
p arte superior de la cabeza de un b u rro con las orejas enhiestas
por crestón. L os escuadrones de gauchos que le acom pañaban, ves­
tidos de chiripá colorado y bo tas de potro, iban arm ados de lanza,
carabina, fusil o sable in d istintam ente, con boleadoras a la cintura,
y enarbolaban en el som brero, llam ado de panza de b urro, que usa­
ban, una plum a
avestruz, distintivo que, desde entonces, empezó
a ser propio de los m o n to n ero s”.
“ L os indios, con cuernos y bocinas p o r tro m p etas, iban arm ados
de chuzas em plum adas, cubiertos en g ran p arte con pieles de tig re
del Chaco, seguidos por la chusm a de su tribu, cuya función -militar
era el m erodeo” .
Tenía que atender al equipo del ejército de los Andes,
a las cuestiones de la invasión p o rtuguesa en la B anda
O riental, a la actitud hostil de los caudillos del litoral, y
a la oposición tenaz de los federales de la C apital que
am enazaban con una revolución. A pesar de todo, en m e­
dio de tan tas dificultades, no dejó de p re sta r atención a
m uchas cuestiones de adm inistración pública introduciendo
m ejoras de im portancia.
P ueyrredón. contaba con el apoyo de San M artín, en M en­
doza; con el de B elgrano, en T u cu m án ; y con el de Güemes.
Lo sostenían, tam bién, el C ongreso y un partido num eroso
de personas de posición.
E ste partido que sostenía el unitarism o, creía necesario
un gobierno central, fuerte y respetado, que contara con
todos los elem entos necesarios para llevar adelante, ante
todo, la causa em ancipadora dejando para después las cues­
tiones internas. T odos ellos eran republicanos por convicción,
y si m uchos apoyaban la idea m onarquista, lo hacían única­
m ente porque veían peligrar la causa de la em ancipación.
C om batía a P ueyrredón, al C ongreso y al partido que
los sostenía en la Capital, otro partido del que form aban
p arte algunos m ilitares distinguidos como D orrego, Balcarce, F rench, etc., algunas personas ilustradas, así como una
num erosa m asa popular. E ste partido, federalista, quería que
las diferentes provincias fueran autónom as y, por consiguien­
te, com batía la tendencia u n itaria del D irector y del Congreso.
Don M anuel M oreno, herm ano de don M ariano, el doctor
don P edro José A grelo y el coronel D orrego eran redactores
de un periódico, titulado “ La C rónica A rg en tin a”, desde
cuyas colum nas atacaban de una m anera violenta al D i­
rector P ueyrredón, principalm ente por m otivos de la in­
vasión portuguesa y por el proyecto de m onarquía de que
tan to se hablaba.
P ueyrredón tuvo conocim iento de que se p reparaba un
m ovim iento revolucionario y, antes que estallara, m andó
prender a M oreno, Agrelo, Chiclana y a otros, em barcán­
dolos para los E stados U nidos (F eb rero de 1817). D orrego
había sido desterrado anterio rm en te por la misma causa.
¿2
—M o n to n e ro * L le v a b a n b o ta de p o tro
(ü a ra a d o
de
p an z a
de
y
s o m b re ro de c u e ro
b u rr o ).
Directorio de Pueyrredón - Unitarios y federales.
Reglamento de 1817.
Cuando P ueyrredón se hizo cargo del D irectorio, la si­
tuación del pais era grave, tan to por los peligros externos
como por las dificultades internas.
— 361 —
-3 6 0 -
P u eyrredón procedió sin apasionam iento; pero con ener­
gía, porque creyó necesaria m edida tan extrem a para sal­
v ar la situación.
L as relaciones que debían existir para el pronto despa­
cho de los asuntos de gobierno, entre el Congreso, reunido
en T ucum án, y el D irector Suprem o, residente en Buenos
A ires, eran dificultadas grandem ente por la distancia y por
el estado de anarquía de las provincias interm edias. E sta
situación m otivó la traslación de la A sam blea a la Capital.
E n M arzo de 1817 abrió sus sesiones en Buenos A ires y
continuó discutiendo el proyecto de constitución ; pero, de­
bido a las divergencias surgidas, dictó un R eglam ento P ro ­
visorio, basado en los principios unitarios, y que sólo regi­
ría h asta que se dictara la constitución definitiva (D iciem ­
bre 3 de 1817).
L a principal de las divergencias estaba en el punto re­
lativo a la elección de los gobernadores y, así, m ientras el
E sta tu to de 1815 prescribía que serían nom brados por los
electores de cada una de las provincias (tendencia federal),
el R eglam ento P rovisorio establecía que lo serían por el D i­
recto r del E stad o tom ados de una lista de personas que le
rem itirían todos los Cabildos (tendencia u n itaria). (1)
S anta Fe, E n tre Ríos, C orrientes y, se com prende, la
B anda O riental, designaron candidatos que respondían a la
influencia de A rtig a s ; pero las dem ás provincias m andaron
sus listas como lo disponía el R eglam ento de 1817.
La guerra civil en el Litoral - Convenio de San Lorenzo.
Al rechazo, por los caudillos, del R eglam ento Provisorio
de 1817, había seguido el estado de guerra civil entre aqué­
llos' y el Gobierno de Buenos Aires. E ste estado de guerra
fué provocado, en parte, por el D irectorio porque, con el
propósito de llevar el orden a esas provincias y som eterlas
a la autoridad nacional, prom ovió la sublevación, contra los
caudillos, de algunos elem entos subalternos, como H ereñú
(1 ) E s d ig n o d e h a c e r n o ta r q u e la s m o d ific a c io n e s d e l R e g la m e n to , en es a p arte,
fu é h e c h a p o r a lg u n o s d e los m ism o s a u to r e s d e l E s ta tu to , y q u e de los1 m ie m b ro s
d e la s d o s c o m is io n e s d e s ig n a d a s p a r a r e d a c ta r y re v isar el p ro y ecto d e R eglam ento,
s ó lo u n o , A n c h o re n a , e r a n a t u r a l d e B u e n o s A ire s ,
y otros, apoyados por algunas fuerzas regulares. E l resu l­
tado fué contraproducente y desastroso a pu n to tal que el
D irector P ueyrredón tuvo que pedir a San M artín y a B el­
grano que concurrieran con las fuerzas nacionales bajo su
m ando a sostener la autoridad del Gobierno.
San M artín, victorioso en M aipú, y que se hallaba en M en­
doza con una p arte de su glorioso ejército, que había repa­
sado los Andes, tem eroso de que se contam inara con el es­
píritu de los m ontoneros, no se preocupó m ayorm ente. Bel­
grano obedeció la orden y en A bril se hallaba en territo rio
santafecino (1819).
F uerzas del caudillo López habían detenido al correo que
llevaba la correspondencia de San M artín para el Gobierno,
y se incautaron de ella. López se enteró de su contenido, y
pudo, así, com prender que podía ser estrechado por las
fuerzas com binadas del G obierno nacional, y se retiró hacia
la población de R osario buscando en tablar negociaciones de
paz con el general V iam onte, jefe de fuerzas nacionales allí
destacadas. Se firm ó un arm isticio prelim inar el 5 de A bril
de 1819, aprobado d esp u é s.p o r B elgrano el 12 del m ism o
m es y que se conoce con el nom bre de Convenio de San L o ­
renzo.
Constitución de 1819 - Renuncia de Pueyrredón.
A los diez días de la firm a del Convenio de San Lorenzo,
que había hecho presagiar una era de tranquilidad, el Con­
greso dictaba la tan esperada C onstitución de las P ro v in ­
cias U nidas de Sur Am érica, basada en los principios u n i­
tarios y dividida en los tres p o deres: L egislativo, E jec u ti­
vo y Judicial.
E l P oder L egislativo lo form aban dos cám aras: la de Se­
nadores y la de R epresentantes (D ip utados).
El P oder E jecutivo debía desem peñarlo un ciudadano con
el títu lo de D irector del E stad o y ser elegido por las dos
cám aras reunidas en Asam blea.
El P oder Judicial residiría en una A lta C orte de Ju sticia
y sus m iem bros debían ser nom brados por el D irecto r del
E stado con acuerdo de la cám ara de Senadores.
— 362 —
-3 6 3 —
E sta C onstitución, como el R eglam ento P rovisorio de
1817, llevaba o tra vez en sí el germ en de la discordia en el
pu n to relativo a la designación de los gobernadores.
El 25 de M ayo de 1819 fué ju rad a la C onstitución en casi
todas las provincias y por los ejércitos del A lto P erú y de
los Andes. (1)
A unque p or el Convenio de San Lorenzo del 12 de Abril,
la situación había m ejorado, era m uy presum ible que ese
estado de tranquilidad relativa sería m om entáneo, y así fué
efectivam ente, pues las provincias del litoral, como en casos
anteriores, no aceptaron la C onstitución, y sus caudillos se
p repararon para com batir la política del D irectorio.
E n tre el D irecto r y el Congreso, adem ás, no reinaba la
arm onía necesaria sobre la m anera de encarar ciertas cues­
tiones de política, y todo ello decidió a P ueyrredón a aban­
donar el cargo. P resentó su renuncia fundada en que se
debía proceder a la elección de D irector del E stado de acuer­
do con la C onstitución recientem ente aprobada. H ubo em pe­
ños p ara que P u ey rredón re tira ra la renuncia, pero, ante su
insistencia, le fué aceptada (Junio 9 de 1819). F u é desig­
nado, para reem plazarle, el general R ondeau. (Junio 10).
P u ey rred ó n ocupó el Gobierno en una época de las m ás
difíciles. D u ran te su adm inistración, que no duró sino tres
años escasos, realizó una obra fecunda, de verdadero esta­
dista. Supo orillar con habilidad serias dificultades, y pro­
cedió con firm eza y con severidad, cuando fué necesario,
sin llegar al lím ite de lo excesivo.
E sto obligó a R ondeau a dedicar su actividad a la p repa­
ración de un gran ejército sobre la base de las fuerzas re g u ­
lares que constituían los ejércitos del norte, de los A ndes
(C uyo), y de Buenos A ire s; y en previsión de un posible
ataque a la C apital por las fuerzas españolas, expidió una
proclam a a los habitantes de la m ism a incitándolos a estar
preparados para hacer fren te al peligro.
L a oposición a la política del D irector iba en aum ento,
a pesgr del Convenio de San L orenzo celebrado en tre la
provincia de Buenos A ires y E stanislao López, caudillo de
S anta Fe, en A bril de 1819.
E n tre las causas principales que incitaban a los caudillos
a llevar la g u erra a Buenos A ires deben citarse la oposi­
ción de aquéllos a aceptar los principios de la constitución
de 1819, netam ente u n ita ria ; y el repudio de los proyectos
para fundar una m onarquía en el Río de la P la ta que p atro ­
cinaban algunos hom bres de Buenos Aires.
Los caudillos López y R am írez, dirigieron proclam as a los
pueblos invitándolos a llevar la gu erra a la ciudad porteñ a
(O ctu b re de 1819).
E l D irector R ondeau ordenó que el ejército del n o rte y
el de los A ndes (C uyo) bajaran a Buenos A ires para o rg an i­
zar un fuerte ejército con que hacer frente a los caudillos.
San M artín, deseoso de llegar, cuanto antes, al logro de
su plan libertador desobedeció la orden y regresó a Chile
para em prender la expedición al Perú. D ejó tan sólo algunas
fuerzas en Cuyo para que se pusieran al servicio del D irec­
torio, al m ando del coronel R. A lvarado. (V er m apita 328).
El general B elgrano, que tenía el m ando de las fuerzas
que constituían el ejército del norte, acantonadas en C ór­
doba, se retiró m uy enferm o a T ucum án y dejó en su lu g ar
al general Francisco de la Cruz. E ste jefe, obedeciendo a
la orden del D irectorio, em prendió la m archa hacia Buenos
A ires; pero una parte del ejército se le sublevó an tes de
llegar a destino.
El general José M aría P az dice en sus “ M em orias” :
“La guerra civil repugna generalmente al buen soldado, y mucho
más desde que tiene al frente un enemigo exterior y cuya principal
m isión es combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejercito,
Directorio de Rondeau.
L os caudillos contra Buenos Aires - Desobediencia de San Martín.
El general R ondeau fué nom brado D irector del E stado
(Junio 10) en m om entos en que la situación in tern a del país
era sum am ente difícil, agravada por las noticias de la inm i­
n en te llegada de la gran expedición m ilitar que se estaba
organizando en Cádiz y destinada al Río de la P lata. (2)
(1) N o la firm aron los D iputados p or S a lta y San Ju an .
io ifl) -^e^ zmen.te
Peligro se desvaneció algunos meses después. A l finalizar el año
1819, en las filas dej, ta n ta s veces m entado ejército que, efectivam ente, se estaba
preparando, se produjo un m otín oti? term inó con una sublevación contra el R ey
encabezado poi R afael del R iego (E n ero i® de 1820),
-3 6 4 —
-3 6 5 -
pues que habíam os vuelto espaldas a los españoles para ven irn o s a
ocupar de n u estras querellas dom ésticas. Y a la verdad, es sólo con
el m ay o r dolor que un m ilitar, que p o r m otivos nobles y p atrió tico s
ha alcanzado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espadíi
en sangre de h erm an o s”.
“ D ígalo el general San M artín, que se p ropuso no hacerlo y lo ha
cum plido. A ún hizo m ás en la época que nos ocupa; pues, conociendo
que no podía ev itar la desm oralización que tra e la g u e rra civil, p ro ­
curó su stra e r su ejército al contag io desobedeciendo las ó rd en es del
G obierno, que le p rescrib ían que m arch ase a la C apital a cooperar
con el del P e rú y el de B uenos A ires. Si el gen eral S an M artín h u ­
biese obrado com o el gen eral B elgrano, pierde tam b ién su ejército
y
hubiera hecho la gloriosa cam paña de L im a, que ha in m o rta ­
lizado su nom bre".
independencia, habían sufrido eji su inacción en los cam pa­
m entos, la influencia perniciosa de las pasiones p artid istas.
Así, el ejército del n o rte al em prender la m archa desde el
cam pam ento del P ilar (C órdoba) al m ando del general F ra n ­
cisco de la C ruz, y a estaba influenciado por el general Ju an
B autista Bustos.
Al llegar el ejército a la posta de A requito, una p a rte de
él fué sublevad^) por el citado general B ustos apoyado por
varios oficiales (E n ero 8 de 1820). (x) O tra parte, con el
general Cruz,
s e opuso a 1
m ovim iento y
em prendió 1 a
m archa hacia
B uenos A ire s ;
pero, h ostili­
zado por fu er­
zas m ontone­
ras de López
y por los m is­
mos subleva­
dos, tuvo que
e n t r e g a r el
resto de las
fuerzas al ge­
neral B ustos.
B ustos re ­
chazó las p ro ­
posiciones de
l o s caudillos
del litoral y se
m archó a Cór­
doba con las
fuerzas q u e
había sublevado. Poco tiem po después se hizo proclam ar
gobernador.
110
D irectorio de R ondeau - Sublevación de A requito
L os ejércitos nacionales del N orte y de los Andes, acos­
tum brados a la lucha por un ideal grande, como era el de la
(1) E n tre ellos el,’ entonces, com andante José M arja Paz.
24
I
L a noticia de la sublevación de A requito repercutió in­
m ediatam ente en todo el país. El 9 de Enero el regim iento
Cazadores de los Andes, que se hallaba en San Juan, £ué
sublevado p o r el capitán M ariano M endizábal.
E l coronel R udecindo A lvarado, ante el tem or de que el
resto de las fuerzas, acantonadas en M endoza, siguieran el
ejem plo de las de San Juan, las llevó a Chile repasando
los Andes. (*)
Con estos hechos, todo Cuyo se anarquizó y, desde ese
m om ento, quedaron las tres circunscripciones de M endoza,
San Ju an y San Luis constituidas en estados federales de
hecho, y cada una se dió un gobierno propio.
R especto de la sublevación de A requito, de la cual fué
actor, dice el general P a z :
“P uedo aseg u rar con la m ás perfecta certeza que no h ab ía la m enor
inteligencia, ni con los jefes federales ni con la m o n to n era santafecina;
que tam poco entró, ni p or un m om ento, en los cálculos de los rev o ­
lucionarios unirse a ellos, ni hacer gu erra ofensiva al G obierno ni a
las tropas que podían so sten erlo ; tan sólo se pro p o n ían separarse
de la cuestión civil y reg re sa r a n u estras fro n teras, am enazadas por
los enem igos de la independencia; al m enos, éste fué el sentim iento
general m ás o m enos m odificado, de los revolucionarios de A requito:
si sus votos se vieron después fru strad o s, fué efecto de las circuns­
tancias, y m ás que todo, de B ustos, que sólo tenía en v ista el gobierno
de C órdoba, del que se apoderó p a ra estacionarse definitivam ente” .
Cepeda - C aída del D irectorio - T ra ta d o del P ila r. .
Al finalizar el año 1819, los caudillos del litoral habían
invadido ya territo rio de la provincia de B uenos Aires, y el
D irector R ondeau, a su vez, había ordenado a San M ar­
tín y a B elgrano, que acudieran con sus respectivas fuerzas,
en defensa de la au toridad nacional am enazada.
L a negativa de San M artín, así como la sublevación de
A requito, dejaron a R ondeau con sólo las fuerzas de la
C apital para hacer frente a los caudillos López y R am í­
rez ; pero salió a cam paña con ellas, sin em bargo, estable­
ciéndose cerca del lím ite interprovincial con Santa Fe.
Balcarce m andaba la infantería y la artillería de dichas
fuerzas.
(1 ) San M artín ya h ab ía reg resad o a Chile.
El choque se produjo en la cañada de Cepeda, próxim a al
arroyo del M edio, el l 9 de F eb rero de 1820. L a caballería
porteña, m andada por R ondeau fué dispersada. Balcarce em ­
prendió la retirada sin sufrir pérdidas y, llegado que hubo
a San Nicolás, em barcó las tro p as en u n a escuadrilla para
regresar a Buenos Aires.
L a noticia de la d errota de R ondeau produjo en B uenos
A ires un gran pánico, pues se afirm aba que Balcarce había
m u erto y que todo el
ejército había sido ani­
quilado.
L a situación era en
extrem o grave, p u e s
adem ás de la desorga­
n i z a c i ó n y falta de
unidad en las ideas y
propósitos, se tem ía
la en trad a de los m on­
toneros en la ciudad.
“Los mismos hombres
que habían iniciado y se­
guido el m ovim iento re ­
volucionario desde 1810;
los militares bravos y lea­
les que habían figurado
en sus ejércitos y que habían vencido en batallas; las masas popu­
lares que habían acompañado a los unos y a los otros en su acción
y en su reacción, se encontraban, en esos m om entos, desorganizados,
sin rumbo^, y desconociéndose en medio de los sucesos que se pre­
cipitaban, con una rapidez vertiginosa”.
“T odo se hallaba anarquizado, no habiendo, felizm ente, sino una
sola idea, un solo principio, una sola bandera, la unidad nacional,
que se había salvado de aquella hecatom be política, en la que p ere­
cieron las m ás g ran d es reputaciones de la época, y en la que no con­
siguieron salir ilesos los hom bres que m ayores servicios habían p res­
tado h asta entonces al país”. (!)
E ncontrándose ausente el D irector, h ab ía'quedado al fren­
te del gobierno el Alcalde de prim er voto del Cabildo D.
Juan P edro A guirre quien, con m edidas enérgicas m andó
(1) L uis V . V arela. — H ist. C onstitucional de la R. A.
— 368 —
o rg an izar la defensa poniendo al frente de ella al general
E stanislao Soler.
E l Congreso, prolongándose la ausencia de R ondeau, ha­
bía designado al m ism o A guirre D irector interino con las
facultades suficientes que requería la situación, para poner
en pie respetable de defensa la ciudad y la provincia.
L os días del mes de F ebrero hasta el 23 se pasaron en
Buenos A ires en m edio de la m ayor incertidum bre, del mie­
do, a veces del pánico, como no se había presenciado nunca.
E l Cabildo envió una circular a los dem ás del interior,
com unicando que las provincias se encontraban en estado de
hacer lo que más conviniese a sus intereses y régimen interior.
E sta declaración im portaba proclam ar la disolución na­
cional y colocar a la P rovincia de Buenos A ires en igual
condición que las dem ás, perdiendo, la ciudad, el rango de
C apital que siem pre había tenido.
L as negociaciones entabladas entre los caudillos y las
autoridades de Buenos Aires, m antuvieron la situación en
continua duda, pues tam bién existían divergencias entre los
m ism os caudillos. E stos exigieron, y obtuvieron, la disolu­
ción del C ongreso y la destitución del D irector R ondeau.
L a Ju n ta E lectoral, reunida el día 17 de F ebrero, designó
g o b ernador provisorio a D. M anuel de S arratea.
S arratea, pocos días después, se trasladó al cam pam ento
de R am írez con el propósito de llegar a un convenio con
los caudillos. R esultó una convención de paz, llam ada del
P ila r por haberse celebrado en el pueblo del m ism o nom ­
bre, convención firm ada por S arratea, gobernador de B ue­
nos A ires, con los caudillos Francisco R am írez, de E n tre
Ríos, y E stanislao López, de S anta Fe. (F eb rero 23 de 1820).
D e acuerdo con unas cláusulas secretas Buenos A ires de­
bía en treg ar a los caudillos arm as, m uniciones y dinero.
D e las bases de esta
dillos no buscaban la
se com prom etieron a
congreso general con
nacional.
convención se desprende que los cau­
disolución nacional. P o r el contrario
in v itar a las provincias a reu n ir un
el propósito de constituir la unidad
— 369 —
LA
ANARQUIA
B alcarce, S a rrate a y los caudillos — Convenio del A rroyo del M edio
D ía de los tre s gobernadores
El trata d o del P ilar, como ya había sucedido con el
convenio de San Lorenzo, no significó, como era de esperar,
una paz duradera. Los partidarios del gobierno caído reac­
cionaron y Se propusieron d errib ar a S arratea con el auxilio
de las fuerzas que Balcarce había salvado del cam po de
batalla de- Cepeda y que, pof vía fluvial, desde San N icolás,
trasladó a los Olivos. De allí pasó B al­
carce a la ciudad de Buenos A ires,
. despertando la duda sobre su posible
actitud. (M arzo l 5).
El día 6 de m arzo se produjo la su ­
blevación tem ida. S arratea fué depues­
to y Balcarce asum ió el mando.
S arratea huyó y se dirigió al cam ­
pam ento de los caudillos, c o n c u y a
ayuda volvió sobre la capital (m arzo
12) y recuperó el m ando; pero, a conB eigrano
secuencia de una asonada m ilitar, diri­
gida por ’A lvear, se vió obligado a renunciar, y la Ju n ta
E lectoral designó gobernador interino a su propio p resi­
dente Ildefonso Ram os Mexía. (M ayo 2).
El general Soler, que- se encontraba en el cam pam ento de
L uján con las fuerzas, aspiraba a ocupar la gobernación. I n ­
dignado porque en la C apital se había em pezado a o rg an i­
zar otras, considerando que tan sólo él, como com andante
general de arm as, tenía facultad para hacerlo, supo proce­
der de modo tal que, convocado un Cabildo ab ierto 1, éste
le nom bró G obernador y C apitán G eneral de la provincia
(Junio 20). Con este título, Soler se acercó a la ciudad al
frente de una parte de la tropa, y exigió que se le r e c o n o c ie ­
(1 )
L,a V illa de L u ján te n ía c ie rta im portancia. D esde m ucho tiem po atras,
era cabeza de A y u n tam ien to y su Cabildo e ra el único en toda la cam pana.
— 370 —
ra y se le proclam ase. R am os M exía renunció inm ediata­
m ente ante el Cabildo.
E stos sucesos dieron lugar a que el día 20 de Junio de
1820 hubiera tres autoridades sim ultáneam ente: el Cabildo,
Ram os M exía, y Soler. F ué llam ado por esta circunstancia
día de los tres gobernadores.
El día 23, en la Sala C apitular del Cabildo y con asisten ­
cia de los m iem bros de la Ju n ta E lectoral, Soler prestó ju ­
ram ento del cargo. c2)
L a elevación de Soler al gobierno de Buenos Aires, sig­
nificó para los caudillos López y R am írez, una casi seguridad
del no cum plim iento, por los hom bres de Buenos A ires, del
tratad o del P ilar. L a lucha, pues, de nuevo, no se hizo e s­
perar. López, auxiliado por algunas fuerzas m andadas por
A lvear y por un m ilitar chileno, José M iguel C arrera, inició
de nuevo la cam paña contra Buenos Aires.
Soler dejó en la ciudad a D orrego (3) com o jefe de la
defensa, m ientras él salía al encuentro de L ó p e z ; pero fué
com pletam ente derrotado
en la Cañada de la Cruz
(Junio 28).
Soler renunció y D o­
rrego fué designado por
el Cabildo gobernador in­
terino (Julio 4).
L as tropas de López,
A lvear y C arrera pusie­
ron sitio a la ciudad de
B uenos A ire s ; pero el co­
ronel D orrego, auxiliado
M u erte del g en eral B e lg ra n o .'
P °r M artín R odríguez,
L am adrid y R o z a s , con
fuerzas reclutadas en el sur de la provincia de Buenos
Aires, batió a López en varios encuentros, y este caudillo
tuvo que lev an tar el sitio y retirarse hacia S anta Fe.
(1) E l m ism o d ía fallecía en B uenos A ires el g e n eral B elgrano.
(2) E l 24 de Ju n io A rtig a s fué com pletam ente d erro tad o p o r R am írez a inm e­
diaciones de la B ajada viéndose obligado a h u ir y a asilarse en el P a ra g u a y , des­
apareciendo p a ra siem pre de la escena p o lítica.
(3) Dorrego, Manuel Moreno, Agrelo y otros, que habían sido desterrados a
Estados Unidos por «1 D irector Pu«yrred6n (1817) ya habían vuelto del destierro.
D orrego fué, por fin, derrotado y se nom bró gober­
nador provisorio, por la Ju n ta E lectoral, al general M ar­
tín R odríguez (Septiem bre 26), quien fué derrocado a los
pocos días; pero, habiendo salido de la Capital, buscó el
auxilio de Rosas, com andante de cam paña, y, con este
apoyo, llevó un ataque al centro de la ciudad, quedando
vencedor. R odríguez se hizo cargo del m ando nuevam ente
(O ctubre 5).
M archó, luego, al encuentro de López y celebró con él
una convención de paz, con la mediación de B ustos, go­
bernador de Córdoba, llam ada del “A rroyo del M edio” (no­
viem bre 24 de 1820). Se había establecido en ella la reunión
de un congreso nacional en la ciudad de C órdoba; pero no
ge pudo llevar a cabo por la falta de adhesión de varias
provincias.
L o s caudillos del lito ral: A rtigas, R am írez y L ópez
D esaparición de los dos prim eros
L a celebración del tratad o dei P ilar entre S arratea por
Buenos A ires, R am írez por E n tre Ríos, y López por S anta
Fe, dió origen a una seria p ro testa de A rtigas, pues se rea­
lizó sin- su intervención. R am írez y López, por su parte, no
estaban dispuestos a sop o rtar la introm isión del caudillo
oriental en. sus respectivas provincias, y se propusieron anu­
lar su influencia.
A rtigas, vencido ya com pletam ente por los portugueses,
y sin elem entos con que poder resistir, cruzó el U ru g u ay
y pasó a E n tre Ríos en la creencia de que R am írez aca­
taría su autoridad, como antes, pero se equivocó. R am írez,
m ás poderoso que él, ahora, le intim ó se re tira ra de E n tre
Ríos. Se trabó la lucha entre am bos caudillos y, después
de varios com bates, A rtigas fué batido y obligado a in ter­
narse en el P arag u ay desapareciendo, así, de la escena (Ju ­
nio a Septiem bre, 1820).
R am íjez, quien se hacía llam ar el Supremo Entrerriano,
soñaba su b stitu ir a A rtigas. Influenciado por un chileno,
José M iguel C arrera, y por A lv ear; e incitado por la am bi­
ción de llegar a ser el dom inador en todo el R ío de la P lata,
decidió llevar la g u erra al Gobierno de Buenos Aires.
-3 7 2 —
— 373 —
E l G obernador de esta provincia, que lo era D. M artín
R odríguez, estrechó las relaciones con el caudillo de S anta
Fe, E stan islao López, y de esa arm onía nació el propósito
com ún de an u lar la influencia de R am írez que constituía
una am enaza p a r a
S anta F e y Buenos
Aires.
R am írez p r o t e s t ó
ante López por haber
celebrado éste, sin su
conocim iento, la con­
vención de paz de 24
de N oviem bre con la
provincia de Buenos
A ires y, considerándo­
se perjudicado en sUs
am biciones, inició las
hostilidades s o b r e
S a n t a F e viéndose
forzado a luchar con­
tra las fuerzas de L ó­
pez y o tras de B uenos
A ires y de Córdoba.
D espués de varios en­
cuentros desfavorables
R am írez fué com ple­
tam en te d e r r o t a d o ,
viéndose obligado a
huir con una pequeña
escolta. A lcanzado por
una p artid a de soldados santafecinos, fué m uerto al que­
rer defenderse.
interio r som etidas p or nuevos m andones salidos de los ejércitos re g u ­
lares y con la com plicidad de una p arte de éstos.
N o fig uraro n en este m ovim iento las provincias del norte del V irreynato, p orque se hallaban ocupadas por los ejércitos realistas, ni figu­
ra ro n después, porque la p érd ida de contacto con las dem ás, d u ran te
vario^ años, las llevó, poco a poco, hacia la separación definitiva,
constituyéndose con o tra s del A lto P erú en nación independiente
(B olivia - 1825).
Ya a fines de 1819 D. B ern ab é A raoz había conseguido, a conse­
cuencia de la sublevación de una división de 500 hom bres, acantonada
en T ucum án, apoderarse del gobierno de la provincia (N oviem bre
11 de 1819).
E l foco de este m ovim iento estaba en C órdoba encabezado p o r el
general Ju an B au tista B ustos, jefe interino del E. Ai. del ejército
del norte. L o sucedido en T u cu m án era el prim er acto de lo que v en ­
d ría posteriorm ente, pues el m ovim iento tenía ram ificaciones en o tras
provincias.
D el ejército reg u lar sublevado en A requito, la m itad, m ás o m enos,
entró en el m ovim iento. E l general F rancisco de la C ruz con el resto
del ejército se puso en m arch a hacia B uenos A ires; pero, casi inm e­
diatam ente, se vió acosado p o r las fuerzas sublevadas y p o r m o n to ­
n eras del litoral, y tuvo que e n treg arles el parque con el resto de las
fuerzas. B ustos, con casi todo el ejército, m archó hacia C órdoba a su ­
m iendo una actitu d de espectativa. E l ejército reg u lar del A lto P e rú
quedó, así, devorado p or la anarquía.
P a rte del ejército de San M artín que había luchado en Chile había
repasado los A ndes y se en co ntraba dividido en tres porciones acan ­
to n ad as &n M endoza, 'San Ju a n y San Luis. E sta distribución de las
fuerzas la había dispuesto San M artín para “p reserv ar a la provincia
de Cuyo del contagio de la anarquía, m ien tras llegaba el m om ento
de re p a sa r los A ndes p ara u nirse a sus com pañeros del occidente de
la cordillera con nuevos co n tingentes de soldados y caballos”.
L a oficialidad y la tro p a, fo rm ada ésta en su m ayor parte, p o r sol­
dados nativos de las provincias del interior, se m o strab an poco p ro ­
picios a in terv en ir en la lucha con los caudillos, ni a re g resar a Chile
p a ra p asar luego, em barcados, al P erú . E sto s m otivos, y o tro s m ás,
sin co n tar lo que significaba, en esos m om entos, la existencia de p a r­
tidos locales opositores, fueron causas que originaron m otines y su ­
blevaciones.
E n la m ad rug ad a del día 9 de E n ero de 1820, se p rodujo en San
Ju a n la sublevación del regim iento C azadores de los A ndes, p rep a­
rad a p or el coronel M ariano M endizábal. E ste m ovim iento repercutió
in m ediatam ente en todo el país, agravando aún m ás el efecto ya
producido, p or la sublevación de A requito del día anterior.
E l coronel A lvarado, desde M endoza, se propuso som eter a los
sublevados; pero, dándose cuenta que en la propia tro p a se notaban
sín to m as de insubordinación, desistió de asum ir esta actitu d y resolvió
rep asar la cordillera sin p érd ida de tiem po, y llevar los C azadores y
G ranaderos de los A ndes a Chile, donde jra se encontraba San M artín.
A sí evitó que m ás de m il soldados disciplinados del ejército regular.
E l año X X . — D isolución nacional.
(R ecapitulación)
Al iniciarse el año X X todo el país se hallaba conmovido e iba a
iniciarse un estado de desorden y de disolución nacional. Ya no eran
solamente las provincias del litoral las que se hallaban sometidas a la
voluntad exclusiva de sus caudillos. A hora iban a agregarse las del
-
374-
se contam inaran bajo la influencia de las pasiones p a rtid istas, como
sucedió con el ejército del n o rte en A requito.
E sto s sucesos m o tiv aro n en Cuyo la separación de las tres cir­
cunscripciones que form ab an esa provincia, quedando, desde entonces,
constituidas en estados federales de hecho: M endoza, San Ju an y
San Luis.
E l m al ejem plo se p ropagó a distin tas provincias produciéndose
cam bios políticos con deposición de sus autoridades, en T ucum án,
Santiago del E stero , L a R ioja, C atam arca y en las tres de C uyo re ­
cientem ente creadas, con aparición de nuevos caudillos, e n tre ellos
Felipe Ib arra, que llegó a d om inar en S antiago del E ste ro d u ran te
30 años; y F acundo Q uiroga, el dom inador de I-a R ioja.
B ustos llegó a te n e r en C órdoba, m om entáneam ente, cierta p re­
ponderancia. F u é nom brado gobernador, y com o contaba con un
ejército a sus órdenes, pudo asum ir una actitud destacada con m iras
a una actuación de o rd en nacional. Se puso en com unicación con
San M artín, con G üem es y con o tro s caudillos, y m andó circulares
a las provincias a efecto de que to m aran p arte en un C ongreso que
se proponía reunir. T o d o esto, sin em bargo, no condujo a nada.
A rtigas, a consecuencia de la d e rro ta definitiva que le infligió R a ­
m írez en E n tre R íos, tuvo que asilarse en el P a ra g u a y de donde el
dictador F ran cia no le dejó salir m ás. Q uedaron, así, dom inando en
el litoral tan sólo L ópez y R am írez.
Así, aisladas las provincias y sin recursos, cayeron bajo el yugo
de caudillos astutos, algunos sem í-bárbaros, que las explotaban como
cosa propia, algo com parable al m anejo de una g ra n estancia de la
época.
P ro clam ad a que fué la independencia del país, algunas provincias
no procedieron a jurarla de inm ediato; y los países ex tran jero s no
habían reconocido aú n a . la nueva Nación. N o o b stan te estas cir­
cunstancias, y a pesar, tam bién, del estado de disolución en que se
en contraba el país, es necesario hacer co n star que los pueblos y los
m ism os caudillos no dejaban de considerar que la unión nacional era
un ideal com ún. E lla existía de hecho.
“E s que — felizm ente p a ra el sentim iento arg en tin o — la idea de
la nacionalidad era üna sem illa fecunda lanzada en tierra fértil, el
m ism o día en que se iniciaba la R evolución de M ayo. E n cualquier
cam po donde esa sem illa cayese, sus fru to s serían los m ism os. E n los
ejércitos disciplinados, com o en las m o n to n eras d esorganizadás; en
los gobiernos regulares, com o en las dictaduras de los cam pam entos;
en los foros y en los T rib u n ales donde se discutía y se ad m in istrab a
la justicia con arreg lo a las leyes escritas, y en los úkases de los
m andones que disponían de la vida y de los bienes de los vencidos, —
en todas p artes y en todos los m om entos, esa idea de la unidad na­
cional, acom pañaba a los hechos buenos y m alos, g ran d es o pequeños
de los dos bandos en lucha; ya fuese sostenida ésta p o r los G obiernos
contra los caudillos, o ya fuese que los caudillos se com batiesen
en tre sí. (!)
(1)
X,uis V. \ arela. — H ist. C onstitucional de la R. A.
Form ación de las Provincias.
El territorio que hoy form a la República A rgentina, y
que era parte del V irreynato del Río de la P lata, com prendía
En cada una de estas intendencias existían varias ciu­
dades de cierta im portancia que, m ás tarde, dieron nom bre
a o tras tan tas provincias.
E n 1814, siendo D irector Suprem o don Gervasio P osa­
das, se dictaron decretos dando existencia legal a algunas
provincias. E xistían, pues, en esa fecha, las siguientes:
— 377
P rovincias creadas con territo rio de la an tig u a intendencia
de Buenos Aires, subsistiendo una con este últim o nom bre:
B uenos A ires (com prendiendo S an ta F e )
E n tre R íos (1 ) (S ep tiem b re 10 de 1814)
C o rrien tes (incluso M isiones) (S ep tiem b re 10 de 1814)
O rie n ta l (M arzo 7 de 1814).
C readas con fecha 29 de noviem bre de 1813 por la A sam ­
blea, con territo rio de la antigua Intendencia de Córdoba
subsistiendo una con el m ism o nom bre:
C órdoba (com prendiendo L,a R io ja)
Cuyo (M endoza, San Ju an , San L u is).
Con territo rio de la antigua Intendencia de Salta, subsistienuo una con el m ism o nom bre:
S alta ( com prendiendo Ju ju y )
T u cu m án (com prendiendo C atam arca y S. del E ste ro ) (O c t. 8 d e 1814).
D e 1814 a 1820 estas provincias sufrieron todas las cala­
m idades de las luchas civiles, y en particu lar el año 1820.
E ste fué el año de la desorganización com pleta, en que
desapareció la au to ridad nacional, y cada una de las provin­
cias quedó librada al capricho de sus caudillos.
E xplicación de la lám ina.
1. B uenos A ires com prendía esta provincia y S a n ta F e. E stanislao
L ópez se hizo a sí m ism o G obernador de S an ta F e separándose de
B uenos A ires, dom inio que ejerció h a sta su m u erte (1818-1838).
2. 3. R am írez hab ía proclam ado la R epública de E n tre R íos (E n tre
Ríos, C orrientes y M isiones). D esaparecida esta R epública efím era,
C orrientes se separó de E n tre R íos (O c tu b re 12 de 1821).
4. B ustos dom inaba en .Córdoba (C ó rd o b a y R io ja). L a R ioja se
separó de C órdoba (1820).
5. L a provincia de T u cu m án co m prendía T u cu m án , S an tiag o del
E ste ro y C atam arca.
Ju an Felipe Ib a rra se apoderó del gobierno de S an tiag o del E stero ,
separándose de T ucu m án (1820). D om inó 30 años.
B ernabé A raoz se hizo a sí m ism o G obernador de T u cu m án (T u c u ­
m án y C atam arca, 1819), y se hizo n o m b rar P resid en te, con tratam ien to
de E xcelencia y uso de b a stó n y b anda presidencial, etc. (M arzo 1820).
C atam arca se separó de T u cu m án (A gosto 25 de 1821) y la ridicula
R epública de A raoz, se disolvió.
^
6. P ro v in cia de C uyo (M endoza, S an Ju a n y San L u is).
E l capitán M endizábal anarquizó las fuerzas del ejército de los
A ndes que se en co n trab an en Cuyo. M endoza, San Ju an y San L uis
quedaron, desde ese m om ento, constituidas en provincias (1820).
7. E n S alta (S a lta y Ju ju y ) dom inaba G üem es desde años an te­
riores. Ju ju y se separó de S altaren 1834.
L a provincia oriental quedó segregada p ara siem pre (1828).
(1) P o r el m ism o decreto se*designó como capital de la provinc'a de E n tre R íos la
V illa de C oncepción del U ruguay.
Expedición al Perú: el acta de Rancagua. — Conferencia de
Miraflores. — Campaña de la sierra. — Proclamación de la
independencia del Perú.
L ibertado Chile, quedaba cum plida una de las p artes
esenciales del plan de San M artín. F altábale ocupar la ciu­
dad de L im a para com pletar su obra.
Así como fué necesaria la creación de una escuadra para
concluir con el poder naval de los españoles en. el Río de
la P la ta y conseguir, así, apoderarse de M ontevideo, era
igualm ente indispen­
sable crear una ar­
m ada en el Pacífico
para poder llevar a ca­
bo la expedición al
P erú y ocupar la ciu­
dad de Lim a.
San M artín, después
de M aipú, regresó a
Buenos A ires y entró
de noche en la ciudad
para su b straerse a las
fiestas p rep arad as en
su honor (M ayo de
1818).Sin em bargo, no
pudo evitar que se le
rin d iera el hom enaje
debido en el C ongre­
so, pues fué p resen ta­
do a la A sam blea, en
sesión ex traordinaria,
recibiendo en ese acto
-^Expedición al P e rú
una g ran ovación.
L a presencia de San M artín en Buenos Aires obedecía a
la necesidad de entrevistarse con el D irector P u ey rred ó n a
efecto de a rb itra r los m edios para prep arar una escuadra
y otros elem entos para el ejército argentino-chileno desti­
nado a luchar en el P erú.
-3 7 8 -
— 379 —
L os obstáculos que encontraba San M artín du ran te su
estada en Buenos Aires, Chile y M endoza, desde m ediados
de 1818 a principios de 1820 para p rep arar su plan liber­
tador, eran grandes. Se quejaba, tan to del gobierno chileno
como del argentino, porque no le proveían los fondos nece­
sarios para la g ran em presa em ancipadora. E xistía, además,
el peligro de la anunciada expedición española de 20.000
hom bres, así como el estado de anarquía del pais, hechos
que ponían a San M artín en la altern ativ a de acudir ai
llam ado u rg en te del D irector R ondeau, ante la actitud am e­
nazante de los caudillos, o de llevar a cabo la cam paña li­
b ertad o ra del P erú , desobedeciendo la orden.
E n tales circunstancias, San M artín, encontrándose en
M endoza, tom a la resolución de com unicar al gobierno que,
por el precario estado de su salud, se ve obligado a trasla­
darse a los baños de C auquenes. (M en d o za, D iciem bre 7 - 1819).
L a desobediencia de San M artín la m otivó el m uy elevado
propósito de salvar, ante todo, la gran causa de la inde­
pendencia sudam ericana.
Conferencia de M iraflores.— E l general Pezuela, v irrey del
Perú, al tener conocim iento del desem barco del ejército li­
bertad o r en P aracas, propuso a San M artín ab rir negocia­
ciones p ara tra ta r la paz. San M artín aceptó la invitación,
y las conferencias de los delegados se celebraron en la pe­
queña población de M iraflo­
res (O ctubre 12 de 1820). D e
una y otra parte se propusie­
ron fórm ulas de arreg lo ;
pero no fué posible arrib ar a
convenio alguno.
Campaña de la sierra. — F ra ­
casadas las negociaciones de
M iraflores, se iniciaron las
hostilidades. San M artín en­
vió una división al interio r
del país, al m ando del general
A renales, p ara llevar a las
poblaciones el espíritu de la
revolución y sublevarlas en
favor de la independencia.
A renales m archó con $us
fuerzas a la sierra y realizó
una cam paña obteniendo éxi­
tos repetidos: Jauja, Junín y
Pasco. San M artín, por su
parte, reem barcó sus tropas,
las desem barcó en H uacho, y
estableció el cam pam ento en
H uaura, al norte de Lim a.
A renales, después de la
victoria de Pasco, condujo su
ejército, en m archa triu n fan ­
te, al cam pam ento de San
M artín.
E l acta de Rancagua. — A principios de E n ero San M artín se tr a s ­
ladó a Chile con el fin de dedicarse a la organización del ejército
expedicionario. P oco tiem po después en treg ó a L as H e ra s un pliego
cerrado con la indicación de que no fuera abierto sino en presencia
de todos los oficiales del ejército de los A ndes acan to n ad o s en R an ­
cagua. E l sobre fué ab ierto el 2 de A bril de 1820 y se procedió a la
lectu ra del pliego en él contenido. S an M artín p resen tab a la renuncia
del cargo de G eneral en Jefe del ejército de los A ndes, fundada en
que su autoridad era nula puesto que em anaba de las que rep resen ­
taban el C ongreso y el D irecto r S uprem o de las P rovincias U nidas,
que y a no existían.
P o r decisión unánim e de los oficiales p resen tes se decidió que
la au to rid ad que investía el g en eral S an M artín no ha caducado, ni puede
caducar, porque .su origen, que es la salud del pueblo, es inmutable.
D e lo resu elto se firm ó u n a acta, el 2 de A b ril de 1820, que se
conoce con el nom bre de A cta de Rancagua.
La expedición. — D esignado San M artín por el gobierno
chileno generalísim o de la expedición, zarpaba ésta del puer­
to de V alparaíso, el 20 de A gosto de 1820, en 16 tran sp o r­
tes con cerca de 4500 hom bres. L a escuadra, m andada por
el m arino inglés A lejandro T om ás C echrane, estaba for­
m ada p o r 8 barcos de g u erra y algunos cañoneros, adem ás
de los tran sp o rte s citados. El desem barco se efectuó en la
bahía de P aracas, cerca de Pisco (S eptiem bre 8 de 1820).
Conferencia de Punchauca.— L a grave situación en que se
encontraba el ejército realista dió lugar a que un g ru p o
de jefes y oficiales, disconform es de la pasividad del ge-
/
— 381 —
— 380 —
neral en jefe y virrey, P ezuela, le exigieran la entrega
del m ando m ilitar y político al general L a Serna.
E l nuevo v irrey decidió inm ediatam ente proponer nue­
vas conferencias, y a este efecto se concertó un arm isticio
de 20 días p ara que San M artín y L a S erna se entrevistaran.
La conferencia se inició en a hacienda de P unchauca, — cinco
leguas al norte de L im a—• donde los dos altos jefes se abra­
zaron cordialm ente al encontrarse (Junio 2 de 1821). L as
proposiciones de San M artín no podían ser aceptadas por el
virrey L a Serna, puesto que una de ellas establecía el reco­
nocim iento de la independencia de parte de España. L a con­
ferencia, pues, no tuvo éxito.
L as fuerzas realistas no podían perm anecer m ás tiem po
encerradas en la ciudad de Lim a, escasas de víveres, y en
una situación extrem a tal que, m ás de mil enferm os en los
hospitales fueron encom endados a la hum anidad del general
San M artín. L a Serna anunció por medio de una proclam a
su decisión de evacuar la ciudad, y em prendió la retirada
hacia las sierras. (Julio 6).
U na división del ejército libertador entró en L im a el
día 9 de julio de 1821. El día 10, ya de noche, entró San
M artín, de incógnito, como acostum braba hacerlo después
de sus grandes victorias. Sólo le acom pañaba un ayudante
y sin darse a conocer.
E l día 28 de julio de 1821, desde un tablado levantado
en la plaza M ayor de Lim a, y ante una concurrencia entu­
siasta, San M artín proclam ó la independencia del P erú.
El general Sucre entró en Q uito y declaró su incorpo­
ración a Colombia. E sta declaración, apoyada por B olívar,
podía originar serias consecuencias, puesto que los ciudada­
nos quiteños y guayaquileños querían unirse al P erú.
San M artín, que había deseado, desde un principio, una
entrevista con B olívar para ponerse de acuerdo acerca de
la prosecusión de la cam paña em ancipadora, le había es­
crito, en ese sentido, algunos meses antes de su en trada en
Lim a.
C onvenida la entrevista, San M artín, después de dele­
gar-el gobierno del P erú en la persona del m arqués de T o rre
Tagle, se em barcó para Guayaquil. De allí pasaría a Q uito,
donde esperaba encontrar a Bolívar, según se había conve­
nido de antem ano.
Al desem barcar fué aclam ado con entusiasm o por el
pueblo. Los dos grandes hom bres se abrazaron por prim era
vez, y fué tam bién la últim a. (Julio 26 de 1822). D espués
de las cerem onias de las presentaciones en el salón de ho­
nor, y retirada la concurrencia, los dos quedaron solos y
celebraron una conferencia de algo m ás de dos horas, sin
testigos.
El día 27, San M artín ordenó que se tuviera listo su
equipaje, pues pensaba em barcarse esa m ism a noche. A la
una de la tard e concurrió a la casa de! L ib ertad o r y cele­
braron una' conferencia secreta y sin testigos, de cuatro ho­
ras. “A las 5 de la tarde, sentábanse, uno al lado del otro,
a la m esa de un espléndido banquete. Al llegar el m om ento
de los brindis, B olívar se puso de pie, invitando a la con­
currencia a im itar su ejem plo y dijo:
C onferencia de G uayaquil - San M artín y B olívar
Por los dos hombres más grandes de la Am érica del Sud: el General
San M artín y yo.
Al m ismo tiem po que se desarrollaba en el P erú la
cam paña lib ertad o ra al m ando de San M artín, el general
Simón Bolívar, venezolano, realizaba otra análoga desde
V enezuela y Colombia hacia el sur para libertar al Ecuador.
E l general José A ntonio Sucre, al frente de una fuerte
división del ejército de B olívar y con la cooperación de una
fuerza de 1000 hom bres que le envió San M artín, en su m a­
yoría argentinos, venció a los realistas en a b atalla de P i­
chincha, asegurando, así, la independencia del E cuador (M a­
yo 24 de 1822).
San M artín, a su turn o , contestó m odestam ente; pero
con palabras conceptuosas que parecían responder a una
pieocupación secreta:
Por la pronta conclusión de la guerra, por la organización de las
diferentes repúblicas del continente, y por la salud del Libertador de
Colombia.
“Del banquete pasaron al baile. B olívar se en treg ó con
juvenil ardor a los placeres del vals, que era una de sus
pasiones. San M artín perm anecía frío espectador, sin tom ar
p arte en la anim ación general, observando todo con cir­
25
—
382 —
cunsp ecció n ; pero parecía estar ocupado por pensam ientos
más serios. A la una de la m añana llam ó a su edecán, el
coronel R ufino Guido, y le dijo “V am os, no puedo soportar
este bullicio.” Sin que nadie lo advirtiese, un ayudante de
servicio le hizo salir por una puerta excusada — según lo
convenido con Bolívar, de quien se había despedido para
siem pre— , y lo condujo hasta el em barcadero. U na hora
después, la goleta “ M acedonia” se hacía a la vela, condu­
ciendo al P ro tecto r del P e rú ” x.
Resultados de la conferencia. — De lo hablado en la confe­
rencia de G uayaquil, nada se dió a conocer por los dos
lib ertad o res; pero ha sido posible establecer los puntos
tratados, por inducción y por los resultados “conociéndose
los docum entos correlativos que la precedieron y la siguie­
ron, y los hechos que la explican”. Sin duda' alguna, pues, las
cuestiones principales que debieron ser trata d as fu e ro n :
a) La que afectaba los intereses del Perú y de Colombia y que
era la de Guayaquil.— Bolívar, después de anexar a Colombia
la provincia de Q uito, había ocupado la de G uayaquil, aun
antes de la llegada de San M artín a ese puerto, de donde
proseguiría para Q uito, lugar que había sido designado para
la conferencia. E l P ro tecto r se encontró, con la sorpresa con­
siguiente, con un hecho co n su m ad o : la anexión de G uaya­
quil a Colombia.
b) La referente a la organización de las nuevas naciones indepen­
dizadas. — San M artín y Bolívar no coincidían respecto de la
form a de gobierno que convenia a las nuevas naciones del
continente. E l prim ero, aunque profesaba el ideal republi­
cano, se inclinaba, en esos m om entos, a la m onarquía cons­
titucional por considerarla m ás apropiada para asegurar la
paz ante los peligros de la posible anarquía, ya que los pue­
blos no estaban todavía preparados para la dem ocracia. Bo­
lívar era republicano aunque con tendencias hacia el impe­
rialism o.
c) L a relativa a la terminación de la guerra del Perú. — San
M artín no abrigaba tem or alguno respecto de la suerte fu­
tu ra del P erú en el orden m ilita r; pero consideraba que la
prolongación de la g u erra causaría la ruina de las pobla­
ciones y que era un deber sagrado evitar tan grandes males..
~
O)
B. M itre. Hitft. d« San M artín . T. I I I , pág. 621.
— 383 —
P or esto, pidió a B olívar su cooperación para acelerar y te r­
m inar la lucha. El L ib ertad o r ofreció tan sólo mil y pico
de soldados. San M artín necesitaba unos 4.000 hom bres para
que con ellos y las fuerzas con que contaba en el P erú , le
fuera posible term inar la g u erra en pocos meses.
A nte las evasivas de Bolívar, San M artín term inó por
decirle que estaba resuelto a com batir bajo sus órdenes co­
mo segundo; pero aquél le m anifestó que su delicadeza no
le perm itiría jam ás m andarlo. San M artín se convenció, ya
con toda evidencia, que su persona constituía el único obs­
táculo que im pedía a Bolívar acudir al P erú con todo su
ejército.
A bdicación de San M artín
Cuando San M artín partió para Guayaquil, había con­
fiado el gobierno al m arqués de T o rre T agle, como delegado,
de cuyos m inistros uno era B ernardo M onteagudo, quien se
había hecho odiar por sus abusos y persecuciones co n tra los
españoles y contra los p atrio tas que le eran contrarios.
, D u ran te la ausencia de San M artín, se produjo en Lim a
una asonada cuyos autores exigieron la renuncia del m inistro
M onteagudo a quien se obligó a salir del país. (Julio 1822).
E l P ro tecto r, ya descontento de lo acontecido en la con­
ferencia de Guayaquil, quedó fuertem ente decepcionado an ­
te la grave situación política que encontró en L im a (A g o s­
to). Así se fortaleció su propósito de abandonar el Perú.
Convocó al C ongreso co n stituyente e inauguró sus se­
siones con gran solem nidad (20 de septiem bre de 1822). Se
despojó en su presencia de la banda bicolor, sím bolo de su
autoridad de P ro tecto r del P erú , expresando:
“A l deponer la insignia que caracteriza al jefe supremo del Perú,
no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos de m i corazón.
Si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el ejercicio del poder
que el imperio de las circunstancias me hizo obtener. H oy felizmente
que lo dimito, pido al S er Supremo el acierto, luces y tino que necesita
para hacer la felicidad de sus representados. Desde este momento queda
instalado el congreso soberano, y el pueblo reasume el poder en todas
sus partes”.
A cto continuo, colocó sobre la m esa seis pliegos cerra­
dos y se retiró entre vivas y aplausos atronadores. U no de
los pliegos contenía la renuncia irrevocable de todo m ando.
-- 3 8 4 —
— 385 —
E l congreso le nom bró generalísim o de los ejércitos de
m ar y tierra, de la R epública con una pensión vitalicia de
doce mil pesos anuales. San M artín aceptó el títu lo y el be­
neficio; pero rehusó el m ando efectivo.
E l C ongreso le acordó el títu lo de f u n d a d o r d e l a
l i b e r t a d d e e p e r ú con el uso de la banda bicolor y el grado
de capitán g en eral; la erección de una estatu a y la coloca­
ción de un busto en la biblioteca ,por él fundada.
San M artín tenía su residencia habitual en una quinta
cercana a la ciudad de L im a y allí se retiró en la tard e del
m ismo día, acom pañándole su antiguo y gran am igo, el ge­
neral T om ás Guido. E n cierto m om ento de sus conversacio­
nes, y asediado por las p reguntas de Guido acerca de la
abdicación del m ando y su retiro, le dió a conocer la p rin ­
cipal de sus razones diciéndole: “ B olívar y yo no cabem os
en el P erú. H e penetrado sus m iras, he com prendido su
desagrado por la gloria que pudiera caberm e en la prose­
cución de la cam paña. E l no excusaría medios, por audaces
que fueran, para p en e trar en el P erú seguido de sus tro ­
pas, y quizá, entonces, no pudiese yo evitar un conflicto,
dando así al m undo un hum illante escándalo” 1. . .
E sa m ism a noche del 20 de septiem bre de 1822, se
despidió de su am igo y confidente con un fuerte abrazo, y
partió a caballo con la sola com pañía de su asistente en
dirección a la costa para em barcarse para Chile en el ber­
g antín “ B elgrano” . Así se despidió para siem pre de las pla­
yas del Perú.
Al desem barcar en el puerto de V alparaíso, su gran am i­
go O ’H iggins, que ocupaba el poder, le envió su carruaje,
así como sus ayudantes, quienes le presentaron los saludos
oficiales.
E n Chile perm aneció durante algunos meses, de donde
pasó a M endoza para ocuparse en las labores del campo,
sin sospechar que h asta ese su retiro tranquilo llegarían los
insultos y las calum nias.
A gobiado por la m uerte de su esposa y por las perse­
cuciones de sus enem igos políticos, resolvió abandonar su
retiro de M endoza y pasar a Buenos A ires con el propósito
de alejarse del país. Se em barcó el 10 de febrero de 1824 lle­
vando consigo a su hija única, M ercedes, de 7 años de edad.
*
Bolívar, como generalísim o, continuó la cam paña liber­
tadora, que se prolongó dos años más. L as batallas y com ­
bates fueron num erosos y, en todos ellos participaron y se
distinguieron los-jefes, oficiales y soldados argentinos.
L as batallas decisivas fuero n : la de Ju n ín (A gosto 6
de 1824) y la de A yacucho (D iciem bre 9 de 1824). Con
estas victorias la lucha estaba term inada y la independen­
cia de todos los pueblos del continente quedaba definitiva­
m ente sellada.
(1) T om ás Guido. R etira d a de San M artin . D e “ R ev ista de B uenos A ires” ,
Año I I , n ú m ero 13.
Gobierno de M artín R odríguez - R ivadavia
T ra ta d o cuadrilátero - L ey de olvido - A dm inistración p ro g resista
D espués de las luchas y disturbios del año 1820, el ge­
neral M artín R odríguez, que ya desem peñaba interinam ente
e] cargo de gobernador fué designado en propiedad, y p or
3 años, por la Ju n ta de R epresentantes. (M arzo 31 de 1821).
Con R odríguez quedaron afianzados la tran q u ilid ad y
el orden, y su gobierno fué uno de los m ás pro g resistas que
tuvo el país.
E ueron sus m in istro s: B ernardino Rivadavia, en el ram o
de gobierno y relaciones ex terio res; M anuel José García, en
el ram o de hacienda; y el general Francisco de la C ruz, en
el de guerra. Los dos prim eros llegaron de E u ro p a en el
mes de mayo.
R ivadavia fué el alm a de este período de gobierno du­
ra n te el cual se llevaron a cabo m ejoras de im portancia en
el orden político, adm inistrativo, educacional, m ilitar, ju d i­
cial y eclesiástico.
Se suprim ieron los cabildos creando, en cambio, juzgados de paz
y de prim era instancia, y jefatu ras de policía.
Se fom entó la instru cció n pública aum entando y m ejorando las
escuelas. Se inau g u ró la U n iversidad de B uenos A ires, siendo su
p rim er R ecto r el p resb ítero D r. A ntonio Sáenz. (E n to n ce s existia
sólo la de C órdoba). Se fundó la Sociedad de B eneficencia y se
in stitu y eron los P rem io s a la virtud.
Se creó el B anco de D escuentos, con un capital de un m illón
de pesos, que dió origen al que se llam ó, después, B anco de la P ro ­
vincia de B uenos A ires.
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Se creó la primera moneda de cobre, que se mandó acuñar en
E uropa.
Se inició tam bién la refo rm a eclesiástica contando, p a ra llevarla
a
con el con ur"-o de rl.^unos m iem bros distinguidos del clero
ar.
tino, c mo el deán F unes, los doctores V alentín y G regorio
G óm ez y m uchos otros sacerdotes que enco n trab an convenientes las
reform as de R ivadavia.
A fin de aseg u rar la paz con las provincias se firm ó un
tratad o , que se llam ó cuadrilátero, porque fueron cuatro las
que interv in iero n : Buenos Aires, S anta Fe, C orrientes y
E n tre Ríos. (E n ero 25 de 1822) x.
E ste trata d o aseguró la paz entre las provincias del lito­
ral, y debía servir de base para p rep arar la incorporación de
las dem ás y aseg u rar su concurrencia al congreso proyectado.
A dem ás de resp etar la autonom ía, estas provincias se com ­
prom etían a u nir su poder m ilitar en defensa común.
Se dictó una ley, que se llamó L ey de Olvido, con el
fin de p ro cu rar la concordia, olvidando las rivalidades y en­
conos políticos, a cuyo efecto se perm itió el regreso al país
a todos los desterrados. (M ayo 7 de 1822).
E n 1821, 1822 y 1823 se realizaron cam pañas contra los
indios pam pas interviniendo Juan Manuel» de R ozas y otros
jefes.
E n 1822 el Gobierno de los E stados U nidos reconoció
la independencia de las P rovincias U nidas del Río de la
P la ta. Se firm ó tam bién un trata d o prelim inar de paz con
E sp añ a (Julio 4 de 1823).
In g la te rra acreditó un agente consular y se firm ó con
dicha nación un tra ta d o de am istad y comercio, ratificado
en 1825. (V éase página 387).
Se prom ulgó una ley autorizando al P oder E jecutivo
para in v itar a las provincias a enviar representantes para
la reunión de un congreso nacional (M arzo 6 de 1824).
E l general M artín R odríguez term inó en paz su progre­
sista gobierno. F u é el prim er gobierno constitucional que
tuvo la provincia de Buenos Aires.
P a ra sucederle fué electo por la Ju n ta de R epresentantes
e! general Ju an G regorio de L as H eras, recientem ente lle­
gado del P erú , y nuevo, por consiguiente, en el escenario
(1)
g o b ern ad o r de E n tre R íos era el gen eral L,ucio M ansilla, quien, a la
m uerte de R am írez, se ap oderó del gobierno.
— 387 —
p o lítico ; pero altam ente conceptuado como probo ciudadano
y soldado de brillante carrera (A bril 2 de 1824). Se recibió
del m ando el 9 de Mayo.
Gobierno del General Las Heras.
M isión de Rivadavia a Europa - Tratado de amistad y comercio
con Gran Bretaña.
L as H eras, al hacerse cargo del poder, buscó la coope' ración de los m inistros que habían acom pañado a R odrí­
guez que lo eran D. M anuel José García, el general F ra n ­
cisco de la Cruz, y R ivad av ia; pero el últim o no aceptó.
García, adem ás del m inisterio de hacienda, que y a des­
em peñaba, se hizo cargo de los de gobierno y de relaciones
exteriores. El general Cruz continuó
en el de g u erra y m arina.
El gobierno de L as H eras fué exce­
lente, tan to como el de su antecesor
R odríguez. L a adm inistración de am ­
bos g o b ernantes había im presionado
favorablem ente a los pueblos de las
dem ás provincias, y servido de ejem ­
plo.
Rivadavia, quien se había traslad a­
do a E u ro p a a principios de 1825 (F e ­
brero 15), había aceptado la m isión,
ante el gobierno de la G ran B retaña,
de obtener la ratificación de un tratad o de am istad y co­
m ercio que se había negociado en Buenos A ires con el mi­
nistro residente de aquella nación. (*) E ste tratad o sirvió de
base a otros análogos celebrados, posteriorm ente, con las
dem ás naciones. E n él se establecía:
La recíproca libertad de comercio, vivir, casarse y transitar en los terri­
torios de ambas naciones.
E l libre ejercicio del culto con ambas naciones, con las facultades nece­
sarias para erigir templos.
Libertad de comprar, vender y arraigarse con bienes raíces, etc.
(1)
Firm ado en Buenos A ires por L as H eras, G arcía y el M inistro inglés Sir
W oodbine P arish, el 2 de Febrero de 1825. R atificado en L ondres por R ivadavia
con el R ey Jorge IV y el m inistro Jo rg e C anning el 12 de M ayo de 1825.
- 388 —
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R ivadavia se ocupó tam bién de im pulsar la explotación
de las riquezas m ineras del país y, a ese efecto, tra tó de
buscar capitalistas que se interesaran en tales em presas. Su
iniciativa fracasó por falta de estím ulos.
Dos grandes acontecim ientos de carácter nacional tu­
vieron lu g ar du ran te el gobierno de L as H e r a s : la reunión
del C ongreso N acional, dispuesta al finalizar el gobierno
de R odríguez, siendo m inistro R ivadavia, y la iniciación
de la g u erra con el Brasil.
C ongreso de 1824. L ey F u n d am en tal
A los deseos y a la necesidad que sentían los pueblos
de que existiera una autoridad superior que representase
a las provincias como unidad nacional', ante las naciones ex­
tran jeras, se unía tam bién, como m otivo decisivo, la cir­
cunstancia de los peligros de una g u erra con el B rasil como
consecuencia de la ocupación de la provincia O riental por
los portugueses.
La anim osidad contra Buenos A ires se había atenuado
un tanto, d u ran te los años que siguieron al X X , y el mo­
m ento era propicio para reu n ir un congreso nacional.
Con el propósito de p rep arar el terreno y de conocer
el am biente favorable o no de los pueblos, habían sido
enviados ya a las provincias por R ivadavia, du ran te el go­
bierno de R odríguez, algunos com isionados. L as inform a­
ciones de éstos indicaban que el sentim iento de los pueblos
era favorable, pues estaban cansados del estado , de an a r­
quía casi continuo.
C ontribuía a form ar este am biente propicio, la actitud
de L as H eras, quien, inclinado hacia el federalism o, procuró
contem porizar con los caudillos para no alterar la paz rei­
nante.
Recibidos los inform es, el Gobierno presentó un M en­
saje a la L eg islatu ra para hacerlos conocer y solicitar la
autorización necesaria para invitar a las provincias a en ­
viar rep resen tan tes para la reunión de un C ongreso Nacional.
Quedó fijada la ciudad de Buenos A ires para sede del
Congreso, teniendo lugar la inauguración solem ne el 16 de
D iciem bre de 1824 inspirando la confianza general de que
de él surgiría, defi­
nitivam ente, la or­
ganización del país.
E s digno de h a­
cer n o tar que a este
Congreso concurrie­
ron tam bién los re­
presentantes de las
provincias litorales,
cosa que no había
s u c e d id o en 1816.
E ra la p rim er vez
que las provincias
del litoral, y tam bién
M isiones, enviaban
rep resentantes a un
C ongreso Nacional.
E l C ongreso san ­
cionó, ante todo, el
proyecto de ley lla­
m ado L ey F u n d a­
m ental (E n ero 23 de
1825).
El artículo 1° con­
tenía la declaración
expresa de que todas
T ejed o ras — T rapiche.
las provincias ratifi­
caban la proclam a­
ción de la independencia hecha por el C ongreso de T ucum án
en 1816 y que la consideraban como un pacto de unión.
L a m ism a ley disponía en otros a rtíc u lo s:
Que el Congreso General de las Provincias Unidas del Río de la Plata
era constituyente.
Que las provincias, hasta la promulgación de la Constitución, se regirían
por sus propias instituciones.
Que la Constitución que sancionase el Congreso sería ofrecida a la con­
sideración de las provincias pudiendo éstas, aceptarla o rechazarla.
- 390—
Que se confiara, provisoriamente, al Gobierno de Buenos Aires el desempeño del Poder Ejccutiiifi Nacional.
E l Gobierno de la provincia de Buenos A ires, aceptó in­
m ediatam ente la m isión que se le encom endaba.
Conflicto con el Brasil - Expedición de los 33 orientales.
Reincorporación de la Banda Oriental - Preparativos de guerra.
L os portugueses, bajo el pretexto de las repetidas inva­
siones de las m ontoneras de A rtig as en las fronteras del
B rasil, habían invadido y ocupado el territo rio oriental desde
1817.
M ás tarde, ya desaparecido A rtigas, se reunió un
congreso de orientales en M ontevideo que decidió anexar
la provincia oriental al B rasil tom ando el nom bre de Estado
Cisplatino (Julio de 1821). Como el B rasil, en esa fecha, era
una colonia portuguesa, el E stad o C isplatino quedaba bajo
la bandera de P o rtu g al.
Cabe ten er presente que a consecuencia de la invasión de P o rtu g a l
p o r los ejércitos de N apoleón, el rey Ju a n V I, en vez de en treg arse
al conquistador, com o hizo F e rn a n d o V I I en E sp añ a, abandonó su
país y se trasladó al B rasil con su corte, m inistros y altos funcionaríos (N oviem bre de 1807). P erm an eció en el B rasil h asta el año 1821
en que, ante el desco n ten to de los p atrio tas brasileños, de la dom i­
nación de P o rtu g al, se vió obligado a re g re sa r a L isboa dejando como
R egente en el B rasil a su hijo el príncipe P edro.
U n a asam blea convocada en 1822, proclam ó la independencia del
Brasil y su separación de P o rtu g al (S eptiem bre 7). Poco después fué
proclam ado E m p erad o r el príncipe P edro, quien tom ó el nom bre de
P ed ro I. (2)
Los g o bernantes de B uenos A ires se daban cuenta que el
(1) V éase p ág in a 311.
(2) A l p ro d u cirse el m ovim iento em an cip ad o r en el B rasil, las tropas p o rtu ­
guesas que se en co n trab an en M ontevideo, unos 2000 v eteran o s al m ando del b rig a ­
dier A lvaro D a C osta, p e rm an eciero n fieles a P o rtu g a l au n q u e el g o b e rn a d o r de la
plaza, g eneral L ecor, estu v iera de p a rte
de los independientes.
E l jefe de la g u a rn ic ió n , D a C osta,
se sublevó c o n tra el g o b e rn a d o r E e c o r
obligándole a ab an d o n a r la ciudad de M on tev id eo (S ep tiem b re 11 de 1821).
D a C osta ofreció al go b iern o de B uenos A ires re tir a r sus tro p a s em barcándo­
las para P o rtu g al, y e n tre g a rle la p la z a ; pero como la acep tació n podia pro d u cir
com plicaciones, y como, adem ás, faltab an elem entos p a ra a fro n ta r u n a g u e rra , el
G obierno resolvió in te n ta r, an te todo, la v ía diplom ática y, a este efecto, envió a
R ío de Ja n e iro al D r. V a len tín Gómez p a ra re c la m ar la desocupación de la plaza.
(A gosto de 1823).
D a C osta, en co n trán d o se en la ciudad de M ontevideo, sitiad a por L e c o r y en
situación d ifícil, resolvió neg o ciar con él la e n treg a de la plaza, y se em barcó con
las tropas p a ra P o rtu g al. M ontevideo y to d a la p ro v in cia o rie n ta l quedaron, así, en
poder de los brasileños.
E l D r. Gómez regresó a B uenos A ires sin o b te n e r re su ltad o alguno favorable.
B rasil, aunque declarado independiente, no se desprendería
de la provincia oriental (E stad o C isplatino) y que el peligro
de un conflicto era m ás que probable.
M uchos orientales que habían sido contrarios a la anexión
de la provincia oriental al B rasil, apoyados por los arg en ti­
nos encabezados por D orrego y p or la prensa de Buenos
Aires trabajaban en
el sentido de rein­
corporar dicha pro­
vincia a las demás
hermanas.
R e s p o n d ie n d o a
estos propóistos, en
abril de 1825, un
g ru p o de 33 orien­
tales, m andados por
Ju an A ntonio La-<
valleja, salieron de
las costas de B ue­
nos A ires en dos
lanchones y, nave­
gando con la m ayor
precaución por en­
tre las islas del del­
ta del P a ra n á , se
in tern aro n en el rio
U ru g u a y y tocaron
tierra oriental a las
once de la noche
del 19 de abril de
1825 a orillas de un
arroyuelo del distrito de la Agraciada. Allí ju raro n libertar
la patria o morir en la demanda. Al dia siguiente se in tern a­
ron hacia el norte aum entando las filas du ran te la m archa.
Se apoderaron del pueblo de Soriano y, allí, L avalleja lanzó
una proclam a llam ando a los orientales a em puñar las arm as.
Se acercaron a Mercedes; pero, m uy inferiores en núm ero
a los brasileños que defendían la villa, resolvieron retroceder
e internarse hacia San Tosé.
— 392 —
- -393 —
E l general R ivera, que estaba al servicio del general L ecor
y que había sido enviado para b atir a L avalleja, se pasó a
éste con todos sus hom bres, engrosando, así, la colum na li­
bertadora.
D espués se apoderaron de varias poblaciones im portantes
y pusieron sitio a la ciudad de M ontevideo. (M ayo 7).
L avalleja estableció el cam pam ento general en la F lorida
y prom ovió la sublevación de todo el territorio. Convocó a
los pueblos a enviar rep resentantes a la A sam blea General
que se instaló en' la villa de la Florida.
Allí se declaró al U ruguay, de hecho y de derecho, libre e
independiente del rey de P ortugal, del em perador del B ra­
sil y de cualquier otro poder del universo.
Se resolvió, tam bién, la incorporación de la provincia
O riental a las P rovincias U nidas del Río de la P la ta (A gosto
25 de 1825).'
D espués de este acontecim iento los orientales obtuvieron
dos triunfos sobre los brasileños, venciéndolos en el com bate
de Rincón de H aedo (S eptiem bre 24) y en la b atalla de Sarandí (O ctu b re 12).
L a noticia de estos triunfos produjo en Buenos Aires un
g ran entusiasm o y el Gobierno tuvo que dejar su actitud
vacilante y aceptar la reincorporación de la provincia
O riental.
L a gravedad del conflicto con el B rasil im puso al go­
bierno arg en tin o la necesidad de prepararse, para el caso
de guerra, organizando fuerzas suficientes bien pertrechadas,
y alistando buques de guerra, pues se carecía de escuadra.
E l Brasil, en cambio, poseía una escuadra ap reciab le; pero
carecía de tropas. P a ra tenerlas eficientes contrató en A us­
tria 5000 soldados veteranos con sus jefes y oficiales.
E l general L as H eras m andó organizar un ejército en la
costa en trerrian a, sobre el río U ruguay, que se llam ó ejér­
cito de observación, a cuyo frente se puso al general M artín
R odríguez (A gosto de 1825).
E l entusiasm o de los pueblos por la probabilidad de la gue­
rra, y la tendencia federalista dem ostrada por L as H eras,
fueron causas que influyeron para que las provincias en­
viaran sus contingentes de tro p as para el ejército que se
estaba organizando en el cam pam ento sobre el U ru g u ay .
L a declaración del C ongreso de la F lo rid a de incorpo­
ra r la provincia o riental a las dem ás arg entinas, enviada
al C ongreso constituido en Buenos A ires, ponía a éste en
la actitud única de aceptarla, y así fué votada. (O ctu b re 25
de 1825).
E l C ongreso argentin o com unicó al gobierno del B ra­
sil que reconocería de hecho la incorporación de la pro v in ­
cia O riental y que proveería a su defensa y seguridad. A nte
esta m anifestación, el B rasil declaró la gu erra a las P ro ­
vincias U nidas. (D iciem bre 10 de 1825).
D eclarada la guerra, el ejército de observación abandonó
el cam pam ento sobre el U ru g u ay y pasó a territo rio o rien ­
tal p ara en tra r en cam paña. (E n ero de 1826). (Véase pág. 401).
L ey de P residencia
R ivadavia - L ey de capitalización - L as H eras y R ivadavia
L a grave situación producida por la g u erra con el B ra­
sil, había hecho necesaria la creación de un gobierno de
carácter nacional para que fuera posi­
ble afro n tar la lucha con éxito.
E l C ongreso se apresuró a sancionar
una ley estableciendo las bases para
la designación del P oder E jecutivo N a­
cional con el títu lo de P resid en te de
las P rovincias U nidas del R ío de la
P lata. (F ebrero 6 de 1826).
P a ra ocupar tan alto cargo fué de­
signado D. B ernardino R ivadavia, el
m ás encum brado de los personajes del
partido unitario, y que había llegado
R ivadavia
de E uropa pocos m eses antes.
Los federales no m iraron con buenos ojos esa designa­
ción, y m ayorm ente los caudillos, que veían p elig rar sus
situaciones.
R ivadavia tom ó posesión del cargo en e l s a l ó n d e l a
F o rtaleza ante las autoridades y altos em pleados, h a c i é n d o e
-- 3 9 4 —
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en treg a del m ando el G obernador de la provincia de B ue­
nos A ires y E ncargado del P oder E jecutivo, general Las
H eras. (F eb rero 8).
Poco después de asum ir el m ando, presentó Rivadavia
al C ongreso un proyecto de ley, que fué sancionado, de­
signando la ciudad de Buenos Aires para Capital de la
Nación (M arzo 4 de 1826).
E l propósito de la ley de capitalización era, como lo in­
dicaba el M inistro A güero en el C ongreso:
Inm ediatam ente surgieron p ro testas afirm ándose, por algunos\ que el Congreso, siendo sólo constituyente, no podía
sancionar la supresión de la provincia de Buenos A ires ni
nom brar P oder E jecutivo Nacional.
“de que la Capital sea el centro de donde salgan a todos los
la periferia, todos los auxilios, todos, los recursos, todos los
facilidades que deben prestarse, para que los pueblos prosperen
a aquel engrandecimiento a que son llamados y que ha sido'el
todos los*saerificios, y es hoy, el de sus justos deseos”.
puntos de
bienes y
y lleguen
objeto de
E l resto de la provincia de Buenos A ires quedaba for­
m ando una nueva provincia; pero, transitoriam ente, bajo la
d e p e n d e n c ia del
P o d e r E je c u tiv o
Nacional.
.E l G o b e r n a d o r
Las H eras, al reci­
bir la notificación
de que el Gobierno
de la Provincia de
B uenos A ires debía
cesar en sus funcio­
nes, de acuerdo con
la ley del 4,de M ar­
zo , se m a n i e s t ú
disconform e, y re­
clam ó ante ei P re ­
sidente y luego an­
te el C ongreso; pe­
ro sin resultado. Quedó cesante en v irtud de un decreto
del P. E. (M arzo 7 de 1826).
(1 ) La extensión territo rial que se le daba com prendía desde el Duerto de Las
Conchas, stguiendo la costa del R ío de la P lata, hasta el ouerto de la E nsenada. Por
el oeste el lím ite seguía el curso del río de las Conchas h a sta el p uente de M árquez,
y, desde éste, una línea paralela al R ío de la P lata h asta dar con el de Santiago
(E n se n a d a).
L as H eras, quedado cesante, y disgustado de la m archa
de los Acontecimientos políticos en que había intervenido,
se ausentó para Chile, y allí perm aneció h asta su m uerte
sin volvfer a pisar, .p o r un solo m om ento, el suelo de su
patria.
Con la sanción de la ley que suprim ía la provincia de
Buenos A ires, como estado autónom o, la lucha entre federa­
les y unitarios se intensificó con carácter de intransigencia.
Se había puesto al frente de la oposición el coronel M a­
nuel D orrego, quien com batía rudam ente a R ivadavia desde
las colum nas de un periódico que fundó con ese propósito,
titulado “ El T rib u n o ”.
M ientras la oposición le hostilizaba, y el estado de g u erra
con el B rasil reclam aba gran p arte de su tiem po, R ivada­
via atendía tam bién, asiduam ente, las necesidades de la ad­
m inistración pública.
M andó establecer escuelas en la cam paña, de acuerdo con
su preocupación constante de com batir el analfabetism o.
R eorganizó el departam ento de T opografía y E stadística, y
le pertenece la ordenanza, para la ciudad de Buenos A ires,
relativa al trazado de avenidas, cada cuatro cuadras, y la
referente a ochavar las esquinas.
T om ó m uchas otras iniciativas y proyectó obras de im ­
portancia que no le fué posible realizar.
U na ley que, de aplicarse, habría tenido una g ran tra s ­
cendencia, fué la ley agraria llam ada de enfiteusis. Con la
aprobación de esta ley, R ivadavia se proponía prohibir la
apropiación individual de la tierra, así como la supresión
de todos los im puestos, substituyendo éstos por una renta
única que se obtendría entregando la tierra, no en propie­
dad, sino en arriendo duran te un cierto tiem po. Cada diez
años, o período de m ás o m enos tiem po, se nom brarían co­
misiones especiales de personas entendidas para que valo­
raran de nuevo la tierra con las m ejoras introducidas.
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-3 9 6 —
L a poca aceptación que m ereció la ley agraria de enfiteusis,
y el m om ento poco propicio para im plantarla, fueron causas
suficientes para que no prosperara. L a gran extensión/de tie­
rra sin dueño, o sea de pertenencia del E stado, ofrecía,/sin em­
bargo, una relativ a facilidad para aplicarla, facilidad que
hoy no existe.
U n itarism o y federalism o.
Si entre los m iem bros que form aban el C ongreso de 1826,
hubo quienes afirm aban que era de tendencia federal la
m ayoría de la opinión, otros, en cambio, sostenían todo lo
contrario.
E n una sesión del C ongreso decía el Dr. G orriti, dipu­
tado por Ju ju y , acerca de esa cuestión:
“ Pero, sobre todo, ¿cóm o podem os im aginar que h ay a en la m asa de
la población esa tendencia a la federación si no la conocen, si no saben
lo que es? E ste es el fenóm eno m ás ex trao rd in ario del universo: su­
ponerse deseoso de una cosa de la que no se tiene la m en o r idea.”
“T am poco presum o yo que los pueblos tienen ese conocim iento y dis­
cernim iento claro de lo que es la unidad, y p or eso yo no diré que es
esto lo que quieren las m asas; lo que quieren es lo que haga su felici­
dad, y, p o r lo m ism o, a las m asas les es indiferente conseguir estos
bienes por un sistem a o p o r o tro. E s, pues, del re so rte del C ongreso
el ju zg ar esto y calcular las cosas”. (*)
E n o tra sesión del m ism o Congreso, "uno de los diputados, ■
el señor P ortillo, al oir la m anifestación de un colega, de
que los pueblos estaban por la federación, exclam aba:
“Si algunos están por la federación son los g o bernadores que los ti­
ranizan. Si soltaran el b a stó n p or un poco de tiem po, m ien tras se p ro ­
nunciaban los pueblos en lo to can te a sus actuales gobernadores, ahí
está el m odo de p robarse y av erig u ar la v erd ad : que suelten el bastó n
m ien tras dejan a lós pueblos expedirse librem ente. Y o quisiera que vi­
nieran los señores D iputados p ara o b serv ar conm igo y v eríam os en to n ­
ces si querían federación, o si son los que dom inan a los pueblos los
que la quieren. ¿C óm o no han de q uerer federación bajo el yugo en
que están ?”
E l diputado G orriti, uno de los varios com isionados que
fueron enviados al interior para explicar y aconsejar a los
cauctillos la conveniencia de aprobar la C onstitución, inform aba\ al C ongreso del resultado de su m isión en Córdoba
diciendo entre otras cosas.
. . . Luego, las autoridades de C órdoba resisten la C onstitución, no
p o r la f^rm a de gobierno adoptada, no por las leyes de que, sin fun­
dam ento) se quejan, sino p orque es C onstitución; y del m ism o m odo
re sistirá^ o tra cualquiera que im ponga un orden que sea necesario
resp e ta r; porque ellas no quieren o tro orden que el actual desorden
con que hacen gem ir a los ciudadanos m ás respetables y en que p re ­
ten d en envolver a toda la N ación...”
“ E n ho n o r de la provincia de C órdoba, es mi obligación m anifestar
al C ongreso las p articu lares consideraciones que me ha dispensado lo
selecto del vecindario de aquella ciudad. E llos han venido a derram ar
en mi pecho la efusión de su respeto al cuerpo nacional, su g ratitu d por
los asiduos trab ajo s em pleados en beneficio de los pueblos, su conten­
to y satisfacción p or la C onstitución.”
“ E llos esperan que, a pesar de la resistencia que hoy experim enta
po r p arte de las autoridades, que sacrifican la causa pública a sus m i­
ras privadas, algún día h a rá la prosperidad de esa desgraciada provin­
cia. M e han asegurado contestes que éste es el sentim iento de la p ro ­
vincia toda; m e han suplicado que así lo exponga al C ongreso y m e es
m uy g rato llenar este deber”. (!)
E sto mismo, m ás o m enos, acontecía en las o tras pro­
vincias.
Am bos partidos, el unitario y el federal, se proponían
“vencer la anarquía y el caudillism o por medio de la cultura*
y de la civilización, haciendo sentir sobre las m asas popula­
res del país, la influencia de las instituciones ex tran jeras cu­
yos principios R ivadavia había conocido de cerca en E u ro ­
pa ; y D orrego, M oreno y otros, en los E stados U nidos”.
“ E n lo que diferían era en los m edios que habían de em plearse para
alcanzar estos fines.”
“R ivadavia creía que era indispensable constituir u na autoridad pode­
rosa, la cual, p or estar colocada sobre todas las dem ás autoridades p ro ­
vinciales, pudiese im poner soluciones y suprim ir obstáculos en la o rg a­
nización definitiva del país. D orrego, pensaba que lo m ism o podría con­
cillarse utilizando los elem entos prim itivos, p ara am oldarlos a la civi­
lización p or m edio de transacciones y sin violencias”. (2)
L a verdad es que la opinión ponderada de todo el país de­
seaba y propiciaba el advenim iento de un gobierno nacional
(1)
(1)
Sesión del 4 de O ctubre de 1826.
i2)
D e la obra “ R ivadavia” por A. Lam as.
Luis V . V arela. — H is t. C onstitucional de la R. A rgentina.
26
- m -
— 399 —
de cualquier tend en cia; pero que asegurara el im perio de la.
ley, de la paz y del trabajo.
E l ilustre R ivadavia, el gran estadista, se equivocó, quizá,
al creer que era posible, entonces, som eter a los caudillos y
a las m asas incultas que seguían inconscientem ente a aqué­
llos ; pero no lo estaban m enos los que creían que cqn el fe­
deralism o de los m andones, adueñados de. las provincias, era
posible p ro c u rar a éstas los m ism os bienes, desde qué, en su
m ayoría, no contaban ni con los elem entos intelectuales sufi­
cientes para o rganizar gobiernos capaces, ni con los m edios
económicos p ara sostenerlos. (1)1
E stas eran las razones de más peso que daban los que con­
sideraban im practicable el régim en federal.
E n uno de los debates del Congreso, al querer dem ostrar el
diputado Galisteo que las provincias estaban preparadas para
la federación, le contestó el general L ucio M ansilla:
cuar la consulta por interm edio de sus Ju n tas o A sam bleas
representativas. Él resultado fué el s ig u ie n te :
Provincias pronunciadas por la federación: E n tre Ríos,
S anta Fe, Córdoba, M endoza, San Ju an y Santiago del
E stero.
P o r la unidad de régim en: T ucum án, Salta, Ju ju y y Rioja.
P o r lo que resolviese el C ongreso: C orrientes,.C atam arca,
San Luis, M ontevideo y T ari ja.
No em itieron voto: Buenos A ires y Misiones.
H ubo, pues, m ayoría por el régim en unitario, desde que
once provincias estuvieron por la unidad, o no m anifestaron
opinión contraria, y sólo seis se m anifestaron francam ente
por la federación.
L as dos cuestiones m ás escabrosas que, en su discusión
por el Congreso, podían ser m otivo de serias desavenencias,
eran las que se referían a la form a de gobierno y a la de­
signación de los gobernadores.
A este respecto la C onstitución aprobada estab lecía:
A rt. 7. — L a N ación A rg en tin a a d o p ta p a ra su g o b ier­
no la fo rm a re p re se n ta tiv a , rep u b lica n a , co n so lid a d a en
u n id a d d e régim en .
Respecto del nom bram iento de los G o b ernadores:
A rt. 130. — En cada P ro vin cia h a b rá un G o b ern a d o r
qu e la rija , b a jo la in m e d ia ta d ep e n d e n c ia d e l P re si­
d en te d e la R epú blica.
A rt. 132. — E l P resid en te n o m b ra a los G o b ern a d o res
d e las P ro vin cia s a p ro p u esta s d e tern a s de los C o n sejo s
de A d m in istra c ió n . (x)
Según la com isión del C ongreso designada para estu d iar
el proyecto de constitución, el artículo referente a la elec­
ción de G obernador, establecía que la designación de éste
sería hecha por el P residen te con aprobación del S en ad o ;
pero el m ism o R ivadavia influyó para que el citado a rtíc u ­
lo se m odificara en el sentido de que los pueblos in tervinie­
ran en la designación de los gobernadores. El P residente
“Se dice que las provincias están preparadas p ara la federación! Se
quiere crear en ellas autoridades propias; y desafío al señor diputado
a que me diga si en S anta Fe hay siquiera un letrado p ara com poner
el P o d er J u d i c i a l ...” G alisteo. — “N o 4 o tiene". — “No lo tiene, p ro ­
siguió M ansilla, ni lo tiene E n tre R íos donde tan sólo un fraile fra n ­
ciscano hacía de letrad o ; ni lo tiene M isiones; ni C orrientes, que no
tiene m ás que al doctor Cossio. ¡C erca de 150.000 habitantes, señor,
donde no hay un solo letrado p ara com poner uno de los poderes p ú ­
blicos! Y lo que sucedería con el P o d er Judicial sucedería con el L e­
gislativo, el cual no se h a podido im p lan tar h asta ah o ra sino en tres o
cuatro provincias, que son precisam ente las que se han pronunciado
p o r el régim en de la u n id ad ”. (2)
Constitución de 1826: los consejos de administración.
O posición federal
L a com isión designada por el C ongreso para estudiar y
p re sen tar el proyecto de constitución, se encontró ante di­
ficultades difíciles de superar, a pesar de encontrarse en
g ran m ayoría los m iem bros del C ongreso inclinados a la
unidad de régim en.
L as provincias habían sido consultadas respecto de la for­
m a de gobierno que creían m ás conveniente, y debían eva­
(1 ) V éase en la p ág in a 466 los d ato s del censo p ra c tic ad o en 1869. Dé ellos puede
in ferirse cual sería la situ ació n del paísí en 1826, o sea casi m edio siglo antes.
(2 ) A dolfo Saldías. — H ist. de la C onfederación A rg en tin a.
(1) E l Consejo de A dm inistración era un cuerpo político com puesto de 7 a 15
m iem bros elegidos por el pueblo, según la población de cada provincia, análogo a
las aciuales legislaturas.
— 400 —
— 401 —
nom braría a éstos eligiéndolos de una tern a que designarían
los consejos de adm inistración.
R esulta, pues, que el P residente no elegía por su propia
voluntad, com o lo exige ei régim en unitario, sino designando
uno de los tres candidatos elegidos, aunque indirectam ente,
p or los pueblos.
“E l M ensajero”, periódico que sostenía la política del Go­
bierno, al co m en tar esta m odificación del art. 132 decía:
El general L as H eras siendo gobernador de la provincia
de Buenos A ires había m andado organizar un ejército de
8.000 hom bres en la costa entrerriana, sobre el río LTruguay,
que se llamó
ejército de ob­
servación, a
c u y o frente
estaba el ge­
neral M artín
Rodríguez
(A g o s to de
1825).
E n E n ero
de 1826 dicho
ejército aban­
donó su cam­
p am ento y pa­
só a territo rio
oriental.
“Estos Consejos, compuestos de ciudadanos que el pueblo elige di­
rectamente en cada provincia y que entienden en todo lo relativo a
la administración interior de cada una de ellas, nombra tres indivi­
duos para el
destino de Gobernador, y al Presidente no le
queda
otra facultad más que la de elegir uno de ellos. Nos parece poder
asegurar que los pueblos no han concebido la idea de una liberalidad
igual en esta m ateria; y que si es cierto que la elección de sus go­
bernadores ha sido siempre uno de sus principales motivos de queja
y desavenencias, hoy no les queda ni un pretexto remoto en que fun­
darlas”.
■ G ran p arte de las disposiciones de la C onstitución de 1826,
salvo algunas modificaciones, fueron reproducidas en la de
1853 que, con algunas m odificaciones, nos rige actualm ente.
L a disposición del artículo 132 im plicaba la desaparición
de los caudillos, tan apegados al poder com o pocos am igos
de aju starse a ley alguna. No era posible, pues, que B us­
tos, Ib arra, López, Q uiroga y otros caudillos m ás, aceptaran
esa C onstitución.
A la oposición de los caudillos del litoral y del in terio r se
unió la propaganda de algunos porteños, encabezados por el
coronel D. M anuel D orrego, quienes em prendieron contra
R ivadavia y el partido unitario una cam paña tenaz y vehe­
m ente desde las colum nas de los periódicos.
L a C onstitución fué dictada, por fin, el 24 de Diciem bre
de 1826.
Guerra con el Brasil.
Campaña terrestre - Ituzaingó.
L a gravedad del conflicto con el Brasil im puso al gobierno
argentino, desde un principio, la necesidad de prepararse
p ara el caso de guerra.
C am paña te rre s tre .
m ando en jefe del ejército, y estableció el
definitivam ente, en las m árgenes del A rroyo
te del Río N egro.
Al finalizar el año 1826, del 25 al 28 de
prendieron la m archa las tres divisiones del
de ser revistadas y proclam adas.
E l general
A lvear, nom ­
brado M inis­
tro de G uerra
por el P resi­
dente R ivada­
via, su b stitu ­
yó a Rodríg u e z en el
cuartel general,
G rande, afluen­
•*
D iciem bre, em­
ejército después
E l prim er cuerpo qUe co n stitu ía la vanguardia, estaba
al m ando de L av alleja; el segundo era m andado personal­
m ente por A lvear, y el tercero estaba a las órdenes del g e­
— 402 —
neral Soler. L os brasileños tenían como general en jefe al
m arqués de B arbacena.
A lvear se apoderó de Bagé, San Gabriel y S anta Tecla
y sus fuerzas triunfaron en varios e n c u e n tro s: el entonces
coronel L avalle venció en Vacacay, y M ansilla en O m bú
(13 y 16 de F eb rero de 1827).
A lvear, m ien tras tanto, buscaba un terreno llano a propó­
sito para que pudiera m aniobrar, la caballería y, para conse­
guirlo, ejecutó varias m archas estratégicas, dejando aban­
donados deliberadam ente algunos equipajes con el propósi­
to de hacer creer al jefe brasileño que huía por el tem or de
ser 'vencido.
Como lo supuso A lvear, los brasileños em prendieron su
persecución du ran te varios días: Llegado que hubo a los lla­
nos de Itu zain g ó m andó form ar el ejército, unos 7.000 hom ­
bres, en línea de batalla y se dispuso a la lucha. Los brasile­
ños eran 9.000.
L a batalla duró unas seis horas al cabo de las cuales el
ejército enem igo em prendió la retirada con pérdida de 1.200
hom bre, cañones, banderas y todos sus bagajes, (F ebrero
20 de 1827). E l ejército argentino-oriental tuvo unas 500 ba­
jas, entre las cuales cabe m encionar la de los coroneles B randzen y Besares, que m urieron gloriosam ente al frente de sus
tropas.
E l general A lvear, con el propósito de com pletar el resu l­
tado favorable de la guerra, m archó hacia Río G rande para
ocupar la provincia de este n o m b re ; pero le faltaban p e rtre ­
chos de guerra, m ás soldados, y las caballadas necesarias
p ara reponer las que habían sucum bido y las que se encon­
trab an inutilizadas, que eran m uchísim as. Como no consi­
guiera nada de lo pedido, dadas las dificultades en que se
encontraba el Gobierno (de R ivadavia y de D orrego), y co­
mo, adem ás, la perm anencia del ejército en territo rrio brasile­
ño se hacía im posible, resolvió llevar las fuerzas a la villa de
Meló, en el cerro L argo, para establecer sus cam pam entos o
cuarteles de invierno. Allí el ejército perm aneció inactivo
h asta finalizar el año. (1827).
— 403 —
M ientras tanto se tram itab a la paz con el Brasil, se pro­
ducía la renuncia de Rivadavia, a la que siguió el in terinato
del Dr. D. V icente López, y la designación de D orrego como
gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado,
adem ás, de lo relativo a la g u erra y a las relaciones ex­
teriores.
Campañas navales.
Inm ediatam ente de declarada la guerra, la escuadra brasile­
ñ a estableció el bloqueo del puerto de Buenos A ires, y una
escuadrilla se introdujo en el U ru g u ay para im pedir que se
pasaran tropas y m ateriales de g u erra de la costa en trerriana a la oriental.
L a A rgentina no poseía una escuadra suficientem ente po­
derosa para hacer frente a la brasileña, que se com ponía de
unos 80 buques de alto bordo fuertem ente arm ados. F ue
necesario, pues,
o rganizar u n a ,
que estuviera en
condiciones d e
oponerla a 1 a
enem iga.
Se adquirieron
algunos buques
y s e arm aron
con to d a rapidez,
dándose el m an ­
do al ya célebre
alm irante Brown.
A pesar d e
que la escuadra
C om bates navales
arg en tin a
fu e
siem pre inferior a la brasileña, triunfó o resistió con honor
en todos los com bates navales. El prim ero de ellos se libró
frente a P u n ta L ara (F ebrero de 1826) del que resultaron
algunos m uertos y heridos.
Después, los encuentros fueron frecuentes, algunas veces
sin im portancia; pero en todos ellos dem ostró B row n una
gran audacia y pericia.
x E l 11 de junio de 1826, estando anclados 11 buques argen­
tinos frente a B uenos A ires, en un lu g ar de aguas hondas lla­
m ado L os Pozos, se vieron atacados de im proviso por 31
buques enemigos, los cuales, después de un cañoneo de una
hora, fueron rechazados y se retiraro n sin causar daño.
E l 30 de julio se trabó otro com bate, tam bién en Los P o ­
zos, que duró cerca de 8 horas, tom ando p arte en él 23 b u ­
ques brasileños. R esultaron averiados varios buques enem i­
gos, que se los llevaron a rem olque.
B row n perdió la 25 de Mayo, que había sido atacada y
destrozada por cuatro buques enemigos. R esultaron cerca
de 40 bajas en tre m uertos y heridos.
L os brasileños, con el propósito de im pedir la entrada de
los buques argentinos al río U ruguay, y de dejar, así, aislado
al ejército arg en tino que operaba en el B rasil, m andaron
una escuadra a situarse en la desem bocadura de aquel río.
B row n fortificó la isla de M artín García, y luego llevó
un ataque a la escuadra enem iga, frente a la isla del Juncal,
consiguiendo ren d ir quince buques y tom ar prisionero al
com andante Sena P ereira, (F ebrero 9 de 1827).
E sta victoria se festejó en Buenos A ires con g ra n entu­
siasmo. Se adornaron las calles levantando arcos triunfales
y hubo m úsicas, repiques y diversiones populares.
E l C ongreso votó, por esa hazaña, un escudo de honor
p ara los m arinos con esta in scrip ció n :
"G L O R IA
A L O S V E N C E D O R E S E N LAS AGUAS D E L U k U G U A Y
E L 9 D E F E B R E R O D E 1827” .
H ubo otros m uchos com bates, tan to en las aguas del
P la ta como en el A tlántico, pues B row n había llevado a
cabo operaciones navales h asta el m ism o Río de Janeiro,
consiguiendo ap resar algunos buques y conducirlos a Bue­
nos Aires. ■
F ren te a O uilm es obtuvo B row n otra victoria sobre la
escuadra brasileña, haciendo volar, de ésta, uno de sus bu­
ques con 120 hom bres. (F eb rero 24 de 1827).
E n el pu erto de P atag o n es — desem bocadura del río N e­
gro— u n a escuadra brasileña sufrió un desastre completo.
Se tom aron varios buques enem igos y otros fueron averiados.
A tres de los barcos rendidos en la acción de P atagones
se les cam bió el nom bre que llevaban
y
se bautizaron co
los de las tres acciones m ás notables de la g u e r ra : Ituzaíngó,
Juncal y P atagones.
E n estas cam pañas navales se distinguieron E spora, Ro­
sales, Jorge, T horne y otros.
N egociaciones de paz con el B rasil
R enuncia de R ivadavia
L a oposición de las provincias al gobierno nacional se
acentuó después de dictada la C onstitución de 1826, que sólo
fué aceptada por algunas.
E l ejército que operaba en el B rasil necesitaba m ás sol­
dados; pero los caudillos no se preocupaban de m andarlos
en núm ero suficiente puesto que los necesitaban para m an­
tenerse en el poder y para sostener sus luchas civiles.
A lvear, con los- refuerzos necesarios habría podido in ter­
narse en el territo rio de Río G rande con la casi seguridad
del éxito, y el resultado de la g u erra habría sido otro.
L a situación, en tales m om entos, era tan com plicada y
grave que R ivadavia se vió obligado a tram itar la paz con
el B rasil, y para ello, designó a don M anuel José García, en­
viado extraordinario, con autorización para aju star un conve­
nio prelim inar de paz que fuera honroso para las dos partes.
García negoció (24 de M ayo de 1827) una convención que
establecía en tre otras cosas:
Que la República Argentina renunciaba a todos los derechos que po­
dría pretender sobre la provincia Oriental.
Que la provincia Oriental se gobernaría con autoridades propias; pero
presididas por el Emperador del Brasil. (H abría resultado algo así como
un protectorado).
A los pocos días de haber llegado García a Buenos A ires
(Junio) se divulgaron las cláusulas de la convención preli­
m inar de paz, y ello produjo una g ran sorpresa dando origen
a m anifestaciones de desagrado, pues se juzgaba que el ci­
tado convenio im portaba una verdadera ignom inia.
Los hom bres de todos los p artidos se indignaron, y la
excitación popular fué enorm e.
-4 0 6 —
R ivadavia repudió inm ediatam ente la convención, y díó
un decreto desaprobándola (Junio 25). El C ongreso se ad­
hirió a la repulsa del P. E.
No o bstante la actitu d de R ivadavia, la opinión pública,
en general, le hacía responsable de la gravedad de la situa­
ción tan to ex terna como interna. E sto determ inó su propó­
sito de abandonar el poder.
H ab ría podido sostenerse en é l ; pero, dándose cuenta de
que la lucha sería estéril, y que se resolvería en perjuicios
para el país, cuyos sagrados intereses anteponía a toda am ­
bición personal o de partido, resolvió retirarse del gobierno.
P resen tó su renuncia ante el C ongreso el 27 de junio de
1827. Decía en ella:
“Q uizá hoy no se hará justicia a la nobleza y sinceridad de m is sen­
tim iento, m as yo cuento con que, al m enos, m e la h ará algún día la
posteridad, me la h ará la histo ria.”
E n su m ensaje de despedida decía R ivadavia:
“A rg en tin o s: no em ponzoñéis mi vida, haciéndom e la injusticia de
suponerm e arred rad o p o r los peligros o desanim ado p o r los obs­
táculos. Y o hubiera a rro strad o sereno aún m ayores inconvenientes
si hubiera visto, por térm in o de esta abnegación, la seguridad y la
v en tu ra de m i patria. C onsagradle en teram en te v u estro s esfuerzos.
A hogad, an te sus aras, la voz de los intereses locales, de la d iferen­
cia de partidos, y, sobre todo, la de los afectos y odios personales,
tan opuestos al bien de los E stad o s, com o a la consolidación de la
m oral pública.”
Se m archó a E uropa, dolorido y decepcionado, de donde
regresó en 1834 para vindicarse de acusaciones injustas.
“N adie ha hecho m ás que él en favor de la civilización y de la le­
galidad, en estos países; nadie ha am ado con m ás desinterés, m ás
lisonja, m ás de veras al pueblo; nadie ha resp etad o m ás que él la
dignidad de sus com patriotas. T u v o la conciencia de n u estras nece­
sidades, y se desveló por satisfacerlas. T ra jo a su rededor todas las
inteligencias, diólas im pulso y las abrió un te atro útil y b rillante de
acción buscando en el ex tran je ro las especiales de que carecíam os.
C om pensó los servicios y las v irtu d es; p rotegió las arte s; acató las
ciencias y confió m ás en el poder de la razó n que en el de la fuerza
m aterial. Su m érito será positivo com o su gloria será etern a.” 1
(1 )
D r. J u a n M. G u tié rre i.
— 408 —
— 409 —
RIVADAVIA
Ley de 3 de Julio de 1827 - El Dr. Vicente López,
es designado presidente provisorio
E l m ás g ran d e hom bre civil de la tie rra de los arg en tin o s.
(B . M itre)
D on B ernardino R ivadavia era un hom bre dotado de las cualida­
des requeridas para presidir un país de hom bres libres. E sta d ista de
vistas profundas; pero con m ás co razó n que cabeza p a ra con­
fiar, com o confiaba, en que los dem ás p articip arían de sus principios
liberales y progresistas, y seguirían con la fe del patrio tism o la serie
de sus tra b ajo s; alm a virtu o sa a la cual sólo ag itaro n las palpitacio­
nes de la p atria por el eco de los intereses m ás caros; del desorden
que se debía contener; de la reform a que se debía atac ar; de los
beneficios de la paz y de la lib ertad a que ya tenía derecho el país
que los había sem brado en toda tie rra de A m érica donde clavó sus
b anderas victo riosas: inco rru p tib le y severo en todos los actos de
su vida; orgulloso de la au toridad que investía, por la au toridad m is­
m a a la que quería ro d e a r de p restigio g ran d io so ; fu erte co n tra ese
seductor inconstante que se llam a el fervor popular, acaso porque
confiaba en el favor m ás elevado que le aco rd aría la posteridad,
R ivadavia conságró sus afanes a d o tar a su país de instituciones li­
bres, introduciendo y generalizando los m edios p ara practicarlas;
dem oliendo los obstáculos que contra ellos levantaba el coloniaje;
llevando la luz de la refo rm a al corazón de la sociedad; dirigiendo
todos los reso rtes de la adm inistración al objetivo que se había tr a ­
zado;
y estim ulando a los órg an o s legítim os del pueblo para que
hiciesen suya esta verdad era revolución en las ideas, en las costu m ­
bres y en las cosas. P ersu ad id o sinceram ente de la conveniencia de
cim entar una nueva evolución orgánica sobre bases d istintas de las
que determ inaba el T ra ta d o del P ilar, solicitó y obtuvo de las P r o ­
vincias que se defiriese la reunión del C ongreso A rg en tin o , retira n d o
al efecto los diputados de B uenos A ires que se h allaban en C órdoba.
Su pensam iento y su acción se in cru staro n , p or decirlo así, en
las relaciones de gobierno. P o r la p rim era vez en B uenos A ires y
en la R epública em pezó a desenvolverse el régim en rep resen tativ o
bajo form as regulares y orgánicas. P o r su iniciativa se dobló el n ú ­
m ero de rep resen tan tes del pueblo y se estableció que serían ele­
gidos directam ente por sufragio universal. E l P o d er E jecutivo d e­
claró innecesarias las facultades ex trao rd in arias que se confiaba a
los anteriores gobiernos revolucionarios, y se sometió en todos sus actos
al contralor del Poder legislativo, el cual reasumió las atribuciones inhe­
rentes a la soberanía de la Provincia, que investía. Se organizó el Poder
Judicial independiente, dentro de la órbita de las responsabilidades expre­
sas de los magistrados superiores e inferiores. E l Poder Ejecutivo se im­
puso la obligación de dar cuenta anualmente del estado de la A dm inistra­
ción y de las rentas invertidas con arreglo a las leyes de presupuesto y
de impuestos, las cuales debía votar el Poder Legislativo. Quedó estable­
cida la más amplía publicidad de los actos gubernativos, de form a que
el -pueblo los conociese y juzgase diariam ente1.
(1 )
A dolfo Saldías1: H is t, de la C onfederación A rg en tin a, t. I, pág.
110.
Al ser aceptada por el C ongreso General C o n stitu y en te la
renuncia de R ivadavia, éste accedió a ejercer el m ando
h asta que fuera designada la persona que debía subrogarlo.
El citado C ongreso dictó la ley del 3 de Julio de 1827
disponiendo la designación de un presidente de la R epú­
blica con la calidad de provisorio, h asta ..la reunión de la
C onvención Nacional, que sería convocada oportunam ente.
E l día 5 de Julio fué designado para desem peñar ese car­
go el D r. V icente López quien, du ran te su interinato, tom ó,
entre otras, las siguientes reso lu cio n es:
Convocó a elecciones para representantes a la Legislatura de Buenos
A ires (Julio 7).
Relevó al general A lvear del mando del ejército de operaciones con­
tra el Brasil y nombrando en su reemplazo al general D. J m n Antonio
Lavalleja.
N ombró a D. Juan Manuel de Rozas Comandante general de milicias
de caballería existentes en la proznneia de Buenos Aires.
L a designación de Rozas tuvo gran trascendencia puesto
que las m ilicias puestas bajo su m ando eran las únicas de
que se podía disponer en esos m om entos, y, tam bién, por­
que con ellas pudo actuar al poco tiem po, de m anera des­
collante.
Elección de D orrego - G uerra con el B rasil: Convención
prelim inar de paz
C onstituida la C ám ara de R ep resentantes de la P ro v in ­
cia de Buenos Aires, fué electo G obernador y C apitán Ge­
neral el coronel M anuel D orrego a quien el P resid en te
provisorio D r. V icente López, dió posesión del m ando en
el salón de actos de la F o rtaleza (A gosto 13 de 1827). Con
esto, el C ongreso General C onstituyente quedó disuelto,
desapareció el gobierno presidencial y todo lo que había
cam biado con la capitalización de la ciudad de Buenos A ires
y la supresión de la provincia, volviendo al estado en que
se encontraba antes de la presidencia de R ivadavia, pues
se renovaron todas sus autoridades.
Y a designado el coronel D orrego gobernador de la p ro­
vincia de Buenos A ires, la Ju n ta de R epresentantes sancio­
— 410—
nó una ley por la cual, él mismo, quedaba encargado de
todo lo concerniente a la g u erra nacional y a las rela­
ciones exteriores (A gosto 27).
D orrego, una vez en el gobierno, estrechó aún m ás sus
relaciones con los caudillos federales consiguiendo algunos
contingentes de tropas para proseguir la g u erra con el
Brasil.
E n tre o tras m edidas im portantes de su gobierno cabe
citar la supresión de las levas, que consistían en prender a
los hom bres en las calles de los poblados y en la cam paña,
llevándolos a los cuarteles para transform arlos en soldados.
P ero lo que m ás preocupaba a D orrego era alcanzar la tranquilidad en la
Capital, la paz in terior y la paz con
el B rasil. E ste país no se encontraba
en m ejores condiciones que la R epú­
blica A rg en tin a para continuar la
guerra, pues tan to por tie rra como
por m ar, sus fuerzas habían sufrido
serios reveses. A dem ás, de todo el te­
rrito rio oriental no quedaba a los
brasileños sino las ciudades de M on­
tevideo y la Colonia.
L avalleja había reem plazado a Alvear en el m ando del ejército acam ­
pado en el cerro L argo, y continuó la cam paña; pero
sin que se pro d u jeran encuentros de im portancia.
E ra, pues, de m utua conveniencia la celebración de la
paz, y tu v o una intervención destacada para facilitarla, el
m inistro de la Gran B retaña, residente en Río de Janeiro,
quien, interesado m ayorm ente por la defensa de los intere­
ses del com ercio inglés, que sufría las consecuencias del es­
tado de guerra, hizo pesar su influencia ante el E m perador
del B rasil para que éste insinuara un avenim iento.
D orrego, con el propósito de ap resu rar las negociaciones
de paz, envió al Janeiro a los generales T om ás Guido y
Juan R am ón Balcarce. Allí, el 27 de A gosto de 1828, se fir­
mó una convención prelim inar de paz que fué ratificada por
la Convención N acional de S anta Fe.
— 411 —
Convención N acional de S anta Fe - L a paz con el B rasil
Independencia de la B anda O riental
D orrego, desde que asum ió el gobierno, buscó la recon­
ciliación de las provincias celebrando pactos con las de Cór­
doba, S anta Fe y otras, invitándolas a tom ar p arte en la
•Convención N acional'que se reuniría en la ciudad de S anta
Fe de acuerdo con la ley de 3 de julio de 1827, y que debía
ocuparse de la designación de P residente de la República.
L a Convención tardaba en in augurar sus sesiones, y B o­
rrego urgía para que lo 'h iciera en breve tiem po, con el fin
de ratificar el trata d o de paz con el Brasil.
P o r fin, el 26 de septiem bre de 1828 quedó aprobado el
tratad o de paz. L a cláusula m ás
im portante del trata d o era
la que estipulaba la independencia absoluta de la Banda
O riental.
L a opinión pública, aunque descontenta por la renuncia
de los derechos argentinos a la provincia que había m oti­
vado la guerra, celebró con fiestas el acontecim iento.
La Convención no pudo dedicarse a otros trabajos, pues
los diputados por Córdoba, que respondían al gobernador
ju a n B autista Bustos, pretendían trasladar la sede de la
Convención a aquella c iu d a d ,p a ra facilitar los propósitos
que aquél abrigaba de suceder a D orrego con m iras a la
fu tu ra presidencia. E sto dió lu g ar a que la Convención te r­
m inara disolviéndose dejando defraudada las esperanzas que
el país cifraba en ella.
Revolución un itaria del l 9 de Diciem bre
Fusilam iento de D orrego - Sus consecuencias
El partido unitario, vencido y desalojado del poder por
los federales, se propuso recuperarlo derribando a D orrego.
Los propósitos que abrigaban los unitarios no constituían
un secreto para nadie, y los federales sospechaban que el
ejército que debía regresar de Brasil, estaría com prom etido
en el m ovim iento con varios jefes superiores, entre ellos los
generales Lavalle y P az, quienes habían tom ado sobre sí la
tarea de actuar, cada uno, en una región determ inada del
— 412 —
p a ís : el prim ero debía operar en el lito ra l; y el segundo, en
el interior, para lim piar de caudillos la República, según
decían.
L a división que desem barcó prim ero (26 a 29 de N oviem ­
bre) fué la que había m andado el general L a v a lle ; pero
este jefe se encontraba ya en Buenos A ires desde varios
m eses atrás, pues se había retirado del ejército de operacio­
nes a consecuencia de una herida de bala que había recibido
P a rte p o sterio r del F u e rte . Se ve la p u e rta , llam ada del S ocorro, que
daba sobre la playa, d en tro del recin to am u rallad o , p or donde huyó D orrego
en la m ad ru g ad a del I o de D iciem bre
en el com bate de Y erbal (M ayo de 1828). D u ran te su per­
m anencia en Buenos A ires pudo Lavalle darse cuenta de la
situación política y p rep arar el golpe prem editado.
E l m ovim iento tem ido estalló en la m adrugada del día
I o de Diciem bre (1828). El gobernador D orrego había sido
p re v en id o ; pero, dem asiado confiado, no pudo evitar que el
general Lavalle ocupara la plaza de la V ictoria con parte de
las tropas de la que había sido su división. (x)
(1)
E l gen eral Paz no se en co n trab a aún en B uenos A ires.
— 413 —
D orrego, sin elem entos suficientes con que poder resistir,
abandonó el F u e rte por la p u erta del fondo — llam ada del
Socorro — que daba sobre la playa, m ontó a caballo y huyó
hacia el sur en busca de D. Ju an M anuel de Rozas con cuya
ayuda pudo organizar, en C añuelas, un ejército de unos 2000
hom bres, reunidos rápidam ente, y, con ellos, em prendieron
la m archa hacia S anta Fe, buscando el apoyo del caudi­
llo López.
El jefe de la revolución, general Lavalle, declaró caducas
las autoridades, y convocó al pueblo a una reunión p aja re­
solver lo que reclam aran las circunstancias. E sta asám blea
popular, a la que concurrieron solam ente los u nitarios, se
realizó en la capilla de San R oque, adyacente a la iglesia de
San F rancisco, y re ­
sultó designado go­
bernador provisorio y
capitán g e n e r a l de
Buenos A ires el gene­
ral Lavalle.
L avalle, an te el pe­
ligro que im portaba la
actitu d de resistencia
de D orrego y Rozas,
delegó el m ando en el
alm irante B row n (x)
y salió inm ediatam en­
te en busca de aquéllos p ara lib rar b atalla (D iciem bre 6).
D orrego y R ozas fueron alcanzados por L avalle y derro­
tados com pletam ente cerca del pueblo de N av arro (D iciem ­
bre 9).
Los vencidos, al frente de m uy pocas fuerzas, huyeron h a­
cia el norte en busca del coronel A ngel Pacheco, am igo ín­
tim o de D orrego. Rozas, desconfiado, se separó de D orrego
y se trasladó a S anta F e donde m andaba el caudillo López.
(1 ) D e 4 de D iciem bre de 1828 a 4 de M arzo de 1829, sucediéndole, tam bién
com o delegado, el g eneral D . M a rtín R odríguez h a sta el 26 de Ju n io , en cuya fecha
reasum ió el m ando el general Lavalle.
27
— 414 —
— 415 —
D orrego, en cambio, prefirió dirigirse a A reco donde creía
estuviese el citado coronel Pacheco. E n el trayecto encon­
tró al regim iento de húsares que m andaba elcom andante
E scrib an o ; pero éste, no obstante ser su am igo, se negó a
reconocerle en su carácter de autoridad legal.
E l com andante E scribano, que y a conocía lo acontecido
en N avarro, detuvo a D orrego como prisionero, pasándolo,
luego, al cam pam ento de Lavalle, en N avarro. L avalle le hizo
com unicar que iba a ser fusilado, dándole dos horas de tiem ­
po para que to m ara sus últim as disposiciones. (D iciem bre 13).
E l fusilam iento de D orrego, gobernador legal de la pro­
vincia de Buenos A ires, fué un gravísim o error, del cual el
m ism o L avalle se arrepintió m ás tarde.
Cuando se conoció la noticia de la tragedia, el asom bro fué
general en todo el país. L as pro­
vincias, exceptuando T ucum án y
Salta, p ro testaro n por interm edio
de sus legislaturas y gobernadores,
y se p repararon para la guerra. Si­
guió, así, a todo esto, una época de
luchas civiles que retardó, de nue­
vo, la organización nacional.
R ozas, al in terv enir en estos su­
cesos, adquirió aún m ayor presti­
gio del que ya tenía, principalm ente
en tre el gauchaje y las indiadas de
la provincia de B uenos Aires. E s
ju sto decir que, tam bién, entre la clase culta, contaba con m u­
chísim os partid ario s y sim patizantes. D e no haber sido
derrocado el gobernador legal D orrego, ya en arm onía con los
caudillos, y con la g u erra exterior concluida, habría sido
evitada, m uy probablem ente, la subida de R ozas al poder.
Campaña del general Lavalle
(D esp u és del com bate de N a v arro )
L avalle y P az eran los jefes m ilitares de la revolución uni­
taria del I o de D iciem bre, y para llevarla a su fin, se habían
asignado, cada uno, un campo de acción determ inado. L ava­
lle debía actu ar en el litoral contando para ello con dos jefes
adictos a su causa, los coroneles R auch y E stom ba, que de­
bían hacer frente á las fuerzas (m ontoneras e indiadas) m an­
dadas organizar por R ozas en la provincia de Buenos Aires.
E l general P az (J), por su parte, debía operar en el in terio r
ocupando la ciudad de Córdoba como base de sus operaciones.
L avalle y P az se encontraron, con sus fuerzas respectivas,
en un paraje llam ado Los Desmochados, del territo rio de
S anta Fe, y celebraron una conferencia sobre la m archa de
los acontecim ientos. (A bril 3 de 1829).
Allí, Lavalle tuvo conocim iento de la noticia, que P az
había m antenido secreta, de la d erro ta com pleta del coronel
R auch y de su m uerte (M arzo 28). Casi al m ism o tiem po
la división que m andaba el coronel E sto m b a quedó deshecha
debido a un repentino ataque de dem encia que sufrió dicho
jefe, quien m urió
dos m eses después.
E sto s dos graves
sucesos fueron cau­
sa del trasto rn o de
los planes de gue­
rra de L avalle y
Paz. E sto s se sepa­
raro n el m ism o día
de la conferencia en
L os D esm ochados,
dirigiéndose P az al
interior, quedando
librado a su solo
esfuerzo, sin espe­
ranzas de r e c i b i r
auxilios de Buenos A ires; y Lavalle retrocedió preocupado
por la situación en que podía llegar a encontrarse, dada la
im portancia que asum ía la form ación de m ontoneras prom o­
vidas por R ozas en toda la cam paña de la provincia de B ue­
nos Aires.
Lavalle, en su m archa de retroceso, era perseguido por las
fuerzas que m andaban López y R ozas, h asta que en las cer(1)
E l g e n eral Paz, al mesf ju sto de la revolución del I o de D iciem bre, había lle­
gado a B uenos A ires, de regreso del B rasil, con la segunda división del e jército
(E n e ro I o de 1829). O cupó inm ediatam ente el cargo de M inistro de G u erra h a sta
m ediados del m es de M arzo. Con fuerzas v e te ra n as suficientes m archó a l in te rio r
p a ra proceder de acuerdo con L avalle, a la lucha c o n tra los caudillos.
— 416 —
canias del p u en te de M árquez (sobre el río de las Conchas)
se produjo el encuentro, que term inó con la d errota de Lavalle (A bril 26 de 1829). (x)
L ópez, al ten er conocim iento del triunfo de P az sobre B us­
tos, y tem iendo que invadiera su provincia, se separó de R o­
zas y regresó con sus tropas a S anta Fe, dejando a su aliado
el m ando de las fuerzas. El general Lavalle, después de la
derrota, se acercó a B uenos A ires situándose en un paraje
a poco m ás de tre s leguas al suroeste de la ciudad, llam ado
L os Tapiales.
Convenciones de Cañuelas y de Barracas.
Provisoriato del general Viamonte.
E l gobernador provisorio de Buenos A ires, general L ava­
lle, dándose cuenta de la difícil situación en que se encon­
trab a, se inclinó a buscar un arreglo con Rozas y, con tal
propósito, se traslad ó al cam pam ento de éste en Cañuelas,
y de la conferencia que tuvieron resultó un convenio, que
suele llam arse Convención de Gañuelas, que tenía por fina­
lidad hacer cesar la lucha (Junio 24 de 1829). (2) Se dispuso,
tam bién la elección inm ediata de representantes para que,
éstos, designaran la persona que ocuparía el cargo de go­
bernador provisorio.
Se estableció, adem ás, u n a cláusula secreta según la cual
debía triu n far en las elecciones u n a lista convenida. E n la
ciudad obtuvo el triunfo una lista unitaria, obtenido por m e­
dios incorrectos. L os federales p ro testaro n por este resultado.
L avalle se negó a p re sta r su aprobación a estas eleccio­
nes, rechazadas por Rozas, y para asegurar la paz, firm ó
con él (C onvención de B arracas) un acuerdo adicional a la
convención del 24 de Junio, designando al general V iam onte
go b ernador provisional. (A gosto 24). V iam onte asum ió el
m ando el 26.
E l general Lavalle, después de estos sucesos, se re tiró a la
B anda O riental para dedicarse a la agricultura. E m igraron,
asim ism o, m uchos u nitarios de los m ás conspicuos.
(1 ) P oco s d ía s a n te s, el 22 de A b ril, el g e n eral P a z d e rro ta b a a B ustos en San
R oque (C ó rd o b a).
(2 ) E l 22 de Ju n io , el m ism o P a z h ab ía d e rro ta d o a Q u iro g a en L,a T ablada.
— 417 —
Campaña del general Paz.
San Roque. La Tablada. Oncativo.
M ientras el general L avalle se encontraba con su ejército
cerca de la provincia de S anta F e, el general P az, desde
Buenos A ires, m archó a San N icolás donde se reunió con
aquél, que se prep arab a para
llevar la g u erra al caudillo L ó ­
pez.
D espués de este encuentro
se separaron conviniendo en
en trev istarse de nuevo el día
3 de A bril en los Desm ocha­
dos p ara convenir su actu a­
ción respectiva. A sí lo hicie­
ron, separándose luego en sen­
tido opuesto.
E l general P az se dirigió a
Córdoba y en tró en posesión
de la ciudad, pues el go b er­
nador B ustos se había retirad o con las fuerzas de su m ando
a la localidad llam ada San Roque, situada al pie de la sierra,
a 9 leguas al oeste de la ciudad.
P az propuso a B ustos buscar una transacción y, a este
efecto, se realizaron conferen cias; pero sin resultado. B ustos
tra ta b a de g anar tiem po, pues esperaba refuerzos desde di­
ferentes puntos y, en particular, de Q uiroga.
P az, finalm ente, resolvió atacarlo, y así lo hizo, infligién­
dole una ta n grave d errota que le costó m ás de 200 prisio­
neros, 8 cañones y un inm enso parque. (A bril 22 de 1829).
B ustos, después de su derrota, se fué a L a R ioja en busca
de Q uiroga, que estaba organizando sus fuerzas.
E n M ayo ya se m ovía Q uiroga con su ejército, desde los
llanos de L a Rioja. D ando una g ra n vuelta se presentó so­
bre la ciudad de Córdoba por el lado del sur.
P az salió de C órdoba al encuentro de aquel y después de al­
gunos m ovim ientos estratégicos realizados por am bos ejér­
citos, Q uiroga consiguió p en e trar en la ciudad bu rlan d o la
vigilancia de P a z ; pero no pudo tom ar la p arte atrincherada.
á
— 418 —
Q uiroga propuso a la guarnición que se rindiera ofrecien­
do condiciones fa v o rab les; pero am enazando, en caso con­
trario, con pasar a todos a cuchillo. L a rendición fué acep­
ta d a ; pero Q uiroga no cum plió del todo sus prom esas y
ordenó algunas ejecuciones.
P az llevó el ataque al grueso de las fuerzas de Q uiroga si­
tu ad as en un lu g ar llam ado L a T ablada, a poco m ás de una le­
gua de la ciudad hacia el noroeste, en la banda opuesta del río.
E l ejército de Q uiroga quedó com pletam ente destruido.
E l caudillo huyó con un grupo de soldados de caballería (Ju ­
nio 22 y 23).
V encido Q uiroga, ya pudo el general P az atender con m a­
yos asiduidad a todo lo relativo al gobierno de la provincia.
Q uiroga, por su
parte, se dedicó a
preparar un nue­
vo ejército para
caer por segunda
vez sobre Córdo­
ba. Al a ñ o ,a p ro ­
xim adam ente, de
la b atalla de L a
T ablada, se pre­
sentó de nuevo
p ara desquitarse
de aquella derro­
ta. Se situó en
una llanura que
se prolonga por
leguas hacia el
sur y el este de
la ciudad de Cór­
doba, y en un si­
tio llam ado O ncativo o L aguna L arga, fué atacado por Paz.
A llí su frió o tra d erro ta tan com pleta como la anterior de­
biendo darse a la fuga con pocos hom bres (F ebrero 25, 1830).
D espués de estas derrotas, Q uiroga, el T igre de los L la ­
nos, bajó a Buenos Aires.
— 419 —
— 420—
— 421 —
L A G E S T A C IO N D E LA D IC T A D U R A D E R O ZA S
m odo la cam paña de las invasiones de los indios; arm as que le fue­
ron en treg ad as.” (*)
“ D esde que se instaló en los C errillos contrajo su atención a poblar
las estancias que estab an b ajo su dirección, de gente que le fuese
adicta. L os d eserto res del ejército, los que huían del enrolam iento
o reclutam iento, los escapados de las prisiones, todos eran recibidos
allí. L as autoridades resp etab an los cam pos de don Juan, M anuel; asi
era que el que eh traba a re ­
fugiarse en ellos, podía con­
ta rse seguro de im punidad.
R osas tenía especial cuidado
en p ro teg er a sus pobladores.
Si alguno de ellos era encar­
celado, al m om ento se aper­
sonaba a las autoridades, em ­
pleaba sus relaciones podero­
sas de familia, no dejaba nada
p o r m over h asta conseguir la
libertad del individuo. P o r es­
te m edio, todos esos pobla­
dores m iraban a R osas no
sólo com o a un patró n , sino
com o a un p ro tecto r.”
“E sta protección im ponía
a los hom bres obligaciones
de trab ajo . E l poblador te ­
nía que dedicarse a las ocu­
paciones del cam po y vivir
del fru to de sus faenas. L a
ociosidad, la em briaguez y
el robo eran castigados con
severidad, y, a m ás, con el
re tiro de la protección que
equivalía a volverlos al ejér­
cito, o a las cárceles. A llí no había m ás voz que la de R osas. L o que
él o rdenaba se hacía sin réplica. L o que él sentenciaba, se ejecutaba
sin dem ora.” (2)
D. Ju an M anuel de Rozas.
A ntecedentes personales
"D . Ju an M anuel de R osas (!) nació en B uenos A ires el 30 de
M arzo de 1793. F u ero n sus p ad res don L eó n O rtiz de R ozas y la
señora doña A gustina L ó p ez de O sornio, nacidos en B uenos A ires.”
“N ad a de notable ofrecen los prim eros
añ o s de la vida de don Ju a n M anuel.”
“A los ocho años de edad fué puesto
en la escuela de don F ran cisco X avier
A rgerich, en cuyo establecim iento a p ren ­
dió a leer, escribir y c o n tar.”
“L a p rim era invasión de los ingleses
in terru m p ió las funciones del estableci­
m iento, y el niño R osas, com o m uchos
otros, se fué al cam po de L iniers. C uando
se anunció la segunda invasión, sentó pla­
za en el cuerpo de M iqueletes de caba­
llería, y siguió la cam paña h asta la ex­
pulsión de los ingleses. E n seguida dejó
la casaca y se retiró con sus p ad res a la
estancia del R in có n de L ópez. (2)
“ L a revolución de la independencia le
fué ex tra ñ a y m ás bien la m iró con aversión que am or. A sum ió un
rol in d iferen te’ o prescindente. E l m ism o espíritu anim aba al resto
de la fam ilia.”
“D on Ju an M anuel co ntaba entonces 18 años de edad. A ctivo, in ­
fatigable p ara el trabajo, dió g ran d e desarrollo a las labores que le
confiaron sus padres, deseoso de lab rarse una fo rtu n a rápida, y sin
preocuparse de la revolución que bullía p o r todas p artes.”
E n sociedad con D . Ju a n N . T e rre ro y D. L uis D o rreg o estableció
el prim er saladero que hubo en la provincia de B uenos A ires — p a r­
tido de Q uilm es — en 1815.
M ás tard e la m ism a sociedad adquirió una g ran ex tensión de cam ­
po, situada en la G uardia del M onte para dedicarse a explotar el ne­
gocio de pastoreo. E l núcleo principal del establecim iento recibió el
nom bre de L os C errillos.
“E n 1818 se apersonó al g o bierno del general P u ey rred ó n , solici­
tando algunas arm as p ara a lista r alguna gente que garan tiese en algún
(1) D . J u a n M anuel escribía su apellido con s, m ientras que sus otros dos her­
m anos Prudencio y G ervasio, lo escribían con z. E l apellido Rozas viene de rozar.—■
L. V . M an silla: Rozas.
(2) Situada en la especie de península form ada entre la orilla derecha del curso
inferior del río Salado y la costa atlántica.
(1 ) Creó, asi, u n cuerpo arm ado que aum entó poco a poco en núm ero, conclu­
yendo por ser u n verdadero escuadrón, y, m ás tarde, u n regim iento. Como los sol­
dados vestían de color rojo (colorado) eran llam ados los colorados de Rozas o
los colorados del M onte.
_
.
(2 ) E n un R eglam ento de estancias, d él que fué autor, consta esta disposición:
“ E l peón o capataz que ensille un caballo ajeno o haga uso de u n anim al ajeno,
sea de la clase que sea, com ete u n delito ta n grande que no lo p a g ará con nada
a b so lu tam e n te ; será penado con echarlo en el m om ento, de las haciendas a mi
cargo, y, a m ás, será castigado seg ún lo m erezca” .
Sarm iento, en “ Facundo” tra e esta a n é c d o ta :........... “ E n cuanto al cuchillo
ninguno de sus peones lo cargó jam ás, n o obstante que la m ayor p a rte de ellos
eran asesinos perseguidos por la justicia. U n a vez él, por olvido, se ha p uesto el
puñal en la cintura, y el m ayordom o se lo hace n o ta r; R ozas se ba ja los calzones
y m anda que le dén los azotes, que es la pena im puesta en su estancia al que
lleva cuchillo” . H echo auténtico, confesado por Rozas mismo.
I*
-4 2 2 “D e este modo se creaba R ozas un poder considerable en la cam ­
paña, form ando en cada establecim iento una especie de feudo. P odían
considerarse sus estancias, poblaciones que vivían independientes de
las autoridades de la nación”.
“A sistía a las diversiones de sus pobladores, comía con ellos, les
disputaba el prem io en las carreras, en el juego de la so rtija y en
los dem ás ejercicios ecuestres del hom bre de la cam paña.
“R ozas era uno de los m ejores jinetes de su tiem po. E l p o tro
indóm ito cedía a la pericia que tenía en el m anejo del an im al”.
“M ientras fue estanciero, vestía de chiripá, chaqueta y poncho.’’
“ Sin haber dado pruebas de valo r personal, se creia valiente por
el apoyo, de sus servidores; pero no se atrevía a o b rar p or sí cuando
veía peligro. Su valor estaba en ordenar, sus afanes en evitar ries­
gos, sus desvelos en precaverse de todos.”
“ Confiado en su saber, no se conform aba en p asar desapercibido
por los hom bres cultos y estudiosos cuando venía a la capital. De
allí, el que odiase a los hom bres de letras que oscurecían su saber,
su ojeriza con la ciudad, su odio a las costum bres europeas y a las
reform as que no com prendía. Y com o en la cam paña, en m edio de
sus pobladores, era la voz, el pensam iento y la au to rid ad respetada,
el prim ero de todos, am ó a la cam paña, al gaucho, al ig norante y con
él sus usos y costum bres.”
“D esde entonces R ozas com prendió que m ien tras-la ciudad dom i­
nase a la cam paña, él no sería una figura espectable, y que el día
en que la cam paña dom inase a la ciudad, sería el prim ero en tre los
prim eros.”
“ El sentim iento general de la nación era p lan tear el sistem a fe­
deral, y los partidos, en vez de en carrilarlo, lo com batían, y, al com ­
batirlo, abrían sendas espaciosas al gauchaje para precipitarse e x tra ­
viado tras de la presa desangrada; p o r las pasiones fratricidas y los
errores m ás absurdos provenientes del pasado.”
“R ozas tenía sus trab ajo s adelantados en cuanto a su poder de
estanciero. E l caos del año 20 le vino a sacar de ese rol para lan­
zarlo a la vida pública.” 1
A contecim ientos que contribuyeron a encum brar a Rozas
Visión retrospectiva (1820 - 1829)
Y a en 1820, cuando el caudillo L ópez, apoyado por A lvear, y el
chileno C arrera, sitiaba la ciudad de B uenos A ires, el coronel D orrego,
que ocupaba el cargo de g o b ernador provisorio, había requerido el
auxilio de Rozas, quien acudió con las milicias reclutadas por él mism o
en su estancia de “L os C errillos”. A lejados los caudillos y persegui­
dos, A lvear y C arrera fueron vencidos en San N icolás, y luego lo fué
el mismo López cerca del arroyo de Pavón. (V er pág. 370).
E nvalentonado D orreg o continuó solo su cam paña porque R odríguez
y R ozas querían aceptar las condiciones de paz que proponía López.
(1 )
H is to ria de R ozas • M anuel B ilbao.
D o rreg o y R ozas no se entendían en lo referente a la actitud que
debían asum ir con L ópez; pero éste y R ozas se habían com prom etido
a m an ten er la paz, según se desprende de lo que sucedió después,
exigiendo L ópez que ocupara el gobierno de B uenos A ires un hom ­
bre que se inclinara a aquélla y que propiciara, adem ás, un a alianza
con S anta F e. C1)
E n co n trá n d o se el go b ernador provisorio D orreg o en cam paña
co n tra L ópez, el g o b ern ad o r substituto, B alcarce, convocó al pueblo
de toda la provincia a elecciones p ara com poner la Ju n ta que debía
elegir g o bernador.
N o se había in stalad o todavía la J u n ta electoral, cuando se co­
noció la d erro ta d esastro sa y sa n g rien ta que había sufrido D orrego
en el G am onal (2) (sep tiem bre 2).
L a d e rro ta sufrida p o r D o rreg o causó g ran alarm a en B uenos A i­
res, pues se tem ía que siguiera a ella una invasión de las m ontoneras.
E n tre los com ponentes de la Ju n ta electoral no existía unanim i­
dad p ara la designación de gobernador, y en una sesión de aquélla,
a la que asistió R ozas, éste declaró:
“ que si el general R o d ríg u ez no re su lta b a electó, él no po d ía m antener, por su
p a rte , las seguridades que te n ía dadas al g o b e rn a d o r de S an ta F e respecto del
a rre g lo definitivo de paz, p a ra lo cual h a b ía sido com isionado, y que así se lo
e sc rib iría a López p a ra que éste obrase en sentido de sus c onveniencias” .
E l hecho fué que los rep resen tan tes presentes resolvieron votarlo.
L a Ju n ta electoral se instaló el 8 de septiem bre, y el 26 del m ism o
m es designó g o b ern ad o r interino al general D. M artín R odríguez,
perteneciente al gru p o de los directoriales o unitarios.
A los pocos días los p artid ario s de D orreg o y otros descontentos
se confabularon para derribar el gobierno de Rodríguez, y prepararon
un m ovim iento revolucionario dirigido por el coronel P agóla, que
estalló el l 1? de octubre. Los revolucionarios en traro n a las plazas
llam adas entonces de la V ictoria y 25 de M ayo (s). y se apoderaron
del Cabildo y del F u erte, bajo el fuego de los defensores, y que­
daron dueños de la ciudad'.
R odríguez, con sus ayud antes y algunos partidarios, salieron del
F u e rte (4) y se m arch aro n estableciendo un cam pam ento a pocas
leguas al su r de la ciudad. Allí recibió el auxilio de R ozas quien
co ncurrió con sus colorados del M onte perfectam ente equipados. Con
esta ayuda, R o dríguez pudo recu p erar la ciudad después de varios
días de una lucha incesante y encarnizada com o nunca se hab ía visto,
a excepción de la que ofreció la defensa contra los ingleses. (O c tu ­
bre 3 a S).
(1) López te m ía , adem ás, las am biciones de R am írez, caudillo de E n tre
R íos,
y, p o r esta causa, buscaba la paz y la alianza con B uenos
A ires.
(2) C añada del G am onal, situ ad a en las nacien tes del a rro y o Pavón.
13) V éase página 445.
'
(4)
R odríguez, com o lo hiciera D o rre g o 8 años después, aban d o n ó el F u e rte
saliendo- por la p u e rta llam ada del S ocorro. (V éase pág. 412).
— 424 —
E l triunfo fué dignam ente festejado, y los colorados, acam pados en
la plaza, fueron agasajado s p o r el pueblo, que no cesaba de adm irar
a los valientes gauchos, peones de estancias del sur, y que R ozas h a ­
bía sabido disciplinar. D esde ese m o m en to R ozas, p o r su heroico
com portam iento al frente de sus ya célebres colorados, acrecentó aún
m ás su popularidad y su prestigio. Fué, p or eso, prem iado con el grado
de coronel de caballería de línea y jefe del 59 reg im ien to de la m is­
m a arm a.
M ientras tenían lu g ar estos sucesos el coronel D o rreg o se acercaba
a B uenos A ires al fren te de 1400 ho m b res que había conseguido re ­
unir después de su d e rro ta en el G am onal, y estaba y a en L u ján cuando
tuvo conocim iento de que había sido designado g o b ern ad o r el general
R odríguez. D orreg o resolvió no re sistir a la nueva au toridad y p re­
sentó su renuncia retirán d o se al pueblo de San Isid ro .
E l g o bernador R odríguez, de nuevo en posesión del gobierno, re a ­
lizó una conferencia con E stan islao L ó p ez en una estancia a inm edia­
ciones del arroyo del M edio, con la presencia de R ozas, p ara arreg lar
las cuestiones pendientes.
D espués de convenidas las condiciones p a ra la celebración de la paz,
L ópez pidió a R odríguez que, atendiendo a la situación de ru in a de
S anta Fe, el gobierno de B uenos A ires, m ucho m ás rico, co ntribuyera
con u na ayuda consistente en cierta cantidad de ganados p a ra ser dis­
tribuidos entre los vecinos que hubieran sufrido pérdidas m otivadas
p o r las devastaciones de las últim as luchas.
R odríguez opuso reparo s a esto p o r las dificultades que ello im por­
tab a; pero R ozas se ofreció p ara salvar las dificultades obligándose
personalm ente a en treg ar a S anta F e 25.000 cabezas de ganado.
Sin que figu rara esta condición en el convenio de paz, éste fué fir­
m ado el 24 de N oviem bre de 1820. E l com prom iso que co n trajo R ozas
se hizo constar en un artículo separado.
A pesar de las dificultades para cum plir el com prom iso contraído,
Rozas, con el concurso de m uchos de sus am igos estancieros, consiguió
d ar cum plim iento a lo prom etido.
E ste acto de Rozas, al m ism o tiem po que le valió la am istad de
L ópez, le elevó en el concepto público no sólo en las provincias de
B uenos A ires y S anta F e sino tam b ién en todo el in terio r del país.
L a situación de paz y de prosperidad, alcanzada en la provincia de
B uenos A ires, después de un año de desórdenes y escándalos conti­
nuos, se debió, en g ran parte, a la influencia y a la in tervención de
R ozas, y la opinión así lo reconocía. (!)
U n a vez celebrada la paz en tre B uenos A ires y S anta Fe, R ozas no
aparece de m an era ostensible en la política h asta la presidencia de Ri(1 ) E l D r. D . V icen te F. López, enem igo acérrim o de Rozas, ha dicho al re s ­
pecto : “ 1 ,0 que ah o ra nos corresponde estab lecer, es que el sen tim ien to unánim e
de la p a rte cu lta del pueblo y de todas aquellas clases que tienen in tereses norm ales
ligados a los in tereses legítim os del país, era, que en la jo rn a d a del 5 se hab ía
salvado el orden social, ev itán d o se uno de los cataclism o s que tra s to rn a n funda­
m entalm ente la vida re g u la r de los pueblos” .
D e la R ev ista del R ío de la P l a t a : H is to ria del añ o 20.
— 425 —
vadavia pues ocupó su tiem po en aten d er sus negocios y en la g u erra
c o n tra 'lo s indios; pero interviene en los trabajos contra el proyecto de
la federalización de la ciudad de B uenos A ires y sus suburbios. E s el
-alma de esta cam paña y reco rre todo el sur de la provincia buscando
firm as p a ra un m em orial que se debía p resen tar al C ongreso solici­
tando el rechazo del proyecto.
E n ese tiem po la influencia, de R ozas era ya decisiva en la p ro v in ­
cia de B uenos A ires
Su ingerencia fué p red o m in ante en los sucesos que siguieron a la
revolución del 1? de D iciem bre de 1828, celebrando con L avalle el
convenio de C añuelas Y si p o steriorm ente alcanzó el gob iern o de la
provincia de B uenos A ires no fué debido solam ente a sus m anejos
p ara conseguirlo, sino tam bién a la popularidad y al ascendiente que
se había conquistado no sólo en la cam paña sino tam bién entre el ele­
m ento m ás calificado de la ciudad.
A co stu m b rad o a la disciplina en sus propios actos, y a im ponerla
’ rig u ro sam en te en sus estancias, sin intervención de nadie, llegó a con­
cebir la 'posibilidad d e g o b ern ar el país aplicando, p o r sim ilitud, los
m ism os principios con los cuales m anejaba sus estancias, libre de toda
ingerencia de poder alguno, y fué así que al ser designado, p o r prim era
vez, en 1829, g o b ern ad o r de la provincia de B uenos A ires le fueron
concedidas “facultades e x trao rd in arias”, com o asim ism o, en 1835.
R ozas había sabido en g añ ar a g ra n p arte de la opinión y atraerla
a sus designios; pero no tard ó en dar a conocer sus aviesos propósitos
con las persecuciones y las violencias de todo género, y, así, las es­
peranzas de los que confiaban en un gobierno honesto fueron desva­
neciéndose poco a poco. U n poco m ás y la tiran ía seria un hecho.
P rim er gobierno de Rozas.
(1829 - 1832)
E l general V iam onte había sido designado en v irtu d del
convenio celebrado entre Lavalle y R ozas (A gosto 24) para
ocupar el gobierno ta n sólo con carácter tran sito rio y a
efecto de proceder a la constitución de un gobierno legal
convocando al pueblo a elecciones.
Se consideró después, que, no siendo posible realizar elec­
ciones en toda, la provincia, dadas las circunstancias anorm a­
les del m om ento, era conveniente co n stitu ir la m ism a legis­
latu ra que había quedado disuelta a consecuencia de la re­
volución del l 5 de Diciem bre. El m ism o Rozas, que aspiraba
al gobierno, aconsejó este tem peram ento.
E s digno de hacer constar que Rozas, sin investidura al­
guna, ejercía una influencia tal que, en ocasiones, interve­
— 426 —
nía abusivam ente m enoscabando las p rerro g ativ as del go­
bernador.
E l g o b ernador V iam onte convocó a sesiones a la legisla­
tu ra que había sido disuelta el I o de D iciem bre de 1828, la
que se constituyó al año justo, es decir, el 1? de Diciem bre
de 1829.
Pocos días después de constituida esta legislatura, eligió
g o b ernador a D. J u a n M anuel de R ozas (D iciem bre 6).
L a elección se hizó acordándole las “facultades extraordi­
n arias” que ju zg ara necesarias para aseg u rar la libertad del
país y la tran q u ilid ad pública.
R ozas asum ió el m ando el día 8 de Diciem bre. Se enca­
m inó a la F o rtaleza acom pañado de una gran m ultitud, y
una vez instalado recibió las felicitaciones de m uchísim as
de las principales personalidades. (1)
R ozas form ó su m inisterio con hom bres espectables m uy
bien co n cep tu ad o s: el general T om ás Guido, que había sido
secretario de San M artín ; el D r. M anuel José García, y el
general Ju an R am ón Balcarce.
L a adm inistración pública fué dirigida con severidad y,
así en poco tiem po, el estado de las finanzas m ejoró nota­
blem ente, a pesar de los grandes gastos que requería el
sostenim iento de la g u erra con el general P az y con los
indios. L a esperanza en una era de tranquilidad y de pro­
greso era, pues, general.
Al poco tiem po, sin em bargo, em pezaron las persecucio­
nes, y la prensa opositora fue am ordazada.
Los hom bres del partido unitario que habían actuado de
una m anera ostensible, debieron buscar su salvación o su
tran q u ilid ad en la em igración.
Liga del interior. - Liga del litoral
Pacto federal de 1831.
L ig a d e l in te r io r .— El general Paz, después de la vic­
to ria sobre Q uiroga en O ncativo, pudo hacer prosperar su
plan de som eter las provincias del in terio r a la política uni(1) Ju an José Paso, M iguel de A zcuénaga, D om ingo M ath e u : generales B al­
carce, Soler, Guido, A lv e ar; señores T om ás M. de A n choiena, G regorio Tagie,
M anuel Jo sé G arcía, V alen tín Gómez y o tro s m uchos.
-4 2 7 -
taria, y para lograrlo despachó algunos jefes con fuerzas su­
ficientes. Así fueron som etidas las provincias de L a Rioja,
San Juan, M endoza, San Luis, S antiago del E stero y C atam arca cuyos gobernadores fueron derrocados. L as de T ucumán y Salta ( x) ya estaban de su parte.
Los gobernadores de estas provincias, dirigidos p or el ge­
neral P az, gobernador de C órdoba, celebraron un convenio
o liga de carácter principalm ente ofensivo y defensivo au s­
piciando tam bién la o r­
ganización de la R ep ú ­
blica. (Julio 5 de 1830).
P o sterio rm en te sé creó
un “ Suprem o P oder M i­
lita r” provisorio , que­
dando sujetas a dicho
poder tan to las fuerzas
veteranas como las m i­
licias de las m ism as
provincias. (A gosto 31
de 1830). F u é d esigna­
do el general P az para
ejercer el cargo de Jefe
suprem o m ilitar.
A lgunos de los p a rti­
darios de L avalle y P az
residentes en territo rio
oriental, en com bina­
ción con varios jefes
que se encontraban en
E n tre Ríos, se lev an ta­
ron en arm as, (N oviem ­
bre I o de 1830) y depusieron al gobernador de esa provincia
E ste m ovim iento, realizado para secundar al general P az,
después de algunos com bates desfavorables y de desavenen­
cias entre sus m ism os jefes, term inó en un fracaso completo.
L iga d e l litoral. — A nte la actitu d de los u nitarios que
se m ostraban resueltos a co n tin u ar la lucha, no o b stan te el
(1) Juju y form aba parte de Salta. O btuvo su autonom ía en 1834.
/
— 428 —
fracaso de Lavalle, los federales, con R ozas a la cabeza,
resolvieron oponer a la “L iga del in terio r” la “L iga del
lito ral”, de carácter ofensivo y defensivo.
E sta liga o convenio, llam ada tam bién “P acto F ederal de
1831”, fue firm ado en la ciudad de S anta F e por las pro­
vincias de B uenos A ires, S anta F e y E n tre Ríos (E nero 4
de 1831). M ás ta rd e se adhirió tam bién la provincia de
C orrientes.
E ste “P acto F ed eral de 1831” era el convenio m ás im­
p o rtan te de los que se habían celebrado h asta entonces en­
tre las provincias con el propósito de organizar el país. Con­
tien e disposiciones tan im portantes que es considerado como
una de las bases que sirvieron a los constituyentes de 1853
para re d actar la C onstitución dictada en ese m ism o año.
P o r el artículo 15 de dicho pacto se establecía:
A rt. 15. Interin dure el presente estado de cosas, y mientras no se es­
tablezca la paz pública de todfls las Provincias de la República, re­
sidirá en la Capital de Santa Fe una comisión compuesta de un diputado
por cada una de las tres provincias litorales, cuya denominación será'
C om isión re p resen tativ a .d e los G obiernos de las P ro v in cias litorales de
la R epública A rgentina, cuyos Diputados podrán ser removidos al arbi­
trio de sus respectivos gobiernos, cuando lo juzguen conveniente, nom­
brando otros inmediatamente en su lugar”.
E n tre las m uchas atribuciones de esta Comisión pueden
c ita rs e :
“Invitar a todas las demás provincias de la República cuando estén en
plena libertad y tranquilidad a reunirse en federación con las tres
litorales; y a que por medio de un C o n g reso G eneral F ed erativ o se
arregle la administración general del país, bajo el sistema federal, í«:
comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución dé
las rentas generales y el pago de la deuda de la República, consultando
del m ejor modo posible la seguridad y engrandecimiento general de la
República, su crédito interior y exterior, y la soberanía, libertad e inde­
pendencia de cada una de las Provincias”.
L a paz no podía existir entre estas dos “L ig as”, pues
rep resentaban ideas e intereses m uy distintos, y la guerra
sobrevino inm ediatam ente.
— 429 —
La lucha entre las dos Ligas.
Prisión del general Paz - Sus consecuencias.
L a tranquilidad que existía en las provincias que form aban
la “L iga del in terio r” era m uy relativa, y la situación del
general P az iba poniéndose en extrem o com prom etida, pues
la m ism a p ro­
vincia de C ór­
d o b a se ei;
c o n t r a b a , en
parte, convul­
sionada.
F irm ad o que
fué el P acto
F e d e r a l de
E n ero 4 de
1831, los fede­
rales no ta r ­
daron en ini­
ciar las h osti­
lidades, avan­
zando en tres
colum nas que
las m andaban
Estanislao
L ópez, J u a n
R a m ó n B alcarce y F a ­
cundo Q u iroga.
López, desde S anta F e, y Balcarce con las fuerzas de
B uenos A ires, debían un irse y actu ar sobre Córdoba. Quiroga debía llevar su acción contra las provincias de Cuyo.
C am p a ñ a d e Q uiroga. — Q uiroga, por m ediación de
Rozas, sacó 200 bandidos de las cárceles de Buenos A ires
y enganchó cerca de un centenar de aventureros, y con ellos
pasó al cam pam ento que R ozas había establecido en Pavón.
28
— 430 —
Salió de allí y a principios de M arzo cayó sobre la villa de
Río C uarto, defendida por P ringles y Echeverría, la que
consiguió tom ar, después de tres días de lucha, a consecuen­
cia de la traición de uno de los oficiales de la plaza (M arzo 5).
Q uiroga siguió hacia San Luís, y en el trayecto alcanzó
al coronel P rin g les quien, con algunas fuerzas, había podido
salir de Río C uarto. V encido por fuerzas m uy superiores y
apresado, un capitán de las fuezas de Q uiroga lo mandó
m atar. San Luis cayó en su poder. C ontinuó Q uiroga obte­
niendo triunfos y, así en una cam paña de poco m ás de tres
m eses, fueron cayendo en su poder San Luis, M endoza, San
Juan, L a R ioja y C atam arca.
E n todas esas ciudades im puso fuertes contribuciones a
los unitarios, y num erosos fueron los atentados de toda cla­
se que com etió, sin co ntar las condenas a m uerte ejecutadas
de m anera salvaje.
Q uiroga afirm ó, así, nuevam ente, su predom inio absoluto
en todas las provincias de Cuyo, del N orte y centrales, ex­
ceptuando Córdoba y Santiago del E stero.
P a z, L ó p e z y B a lcarce. - P risió n d e l G en era l P a z.— E s­
tanislao López con las fuerzas de su provincia y con los contin g u en tes de las de
E n tre R íos y Co­
rrientes, debía in­
vad ir la provincia
de Córdoba, y es­
peraba el concurso
del ejército de B ue­
nos A ires que avan­
zaba al m ando del
general Balcarce.
Y a algunas fuer­
zas destacadas por
López habían ocu­
pado algunos de­
p a r ta m e n to s del
noroeste de la citada provincia, y una división del ejército
de Balcarce, que actuaba en la región sur de la m isma, había
obtenido varios triunfos.
— 431 —
El general P az iba a encontrarse rodeado de fuerzas ene­
m igas, con Q uiroga a su espalda, y López y B alcarce a su
frente. F u é así que concibió el plan de atacar separadam ente
a éstos antes que realizaran la unión de sus fuerzas respec­
tivas, y se movió en busca de L ópez; pero éste eludía el
com bate en espera del auxilio de Balcarce. E ncontrándose
Paz en las inm ediaciones del paraje llam ado E l Tío, al que­
rer reconocer p er­
sonalm ente el te ­
rreno y la posi­
c i ó n del ejército
de López, se halló
de pronto, por una
coincidencia fatal,
casi solo, con una
partida enem iga.
P az intentó h u ir;
pero fué reconoci­
do por los solda­
d o s federales, y
uno de ellos con­
siguió b o l e a r el
caballo que mon­
t a b a el general.
P az cayó al suelo
y fué tom ado p ri­
sionero (M ayo 10 de 1831). F u e conducido al cam pam ento
de López y luego a la ciudad de S anta F e, donde perm ane­
ció preso, durante cuatro años y varios meses, en un edificio
llam ado la A duana.
L a noticia de la prisión de P az llevó la alarm a a todas las
provincias que le respondían, y entre los jefes principales
que le secundaban sobrevino la discordia, a lo que se ag re­
gó la deserción en gran núm ero, en las filas del ejército.
L as consecuencias fueron ta n graves que im portó la ruina
definitiva del partido unitario.
(1) A llí, en la m ism a cárcel, c o n tra jo enlace con u n a sobrina^ suya. E n Sep­
tiem bre de 1835 fué tra sla d ad o a la cárcel del Cabildo de Lftján.
— 432 —
E l general L am ad rid tom ó el m ando del ejército y se reti­
ró a la ciudad de C órdoba, la que tuvo que abandonar pa­
sando a S antiago del E stero y luego a T ucum án.
L as persecuciones contra las personas que respondían a la
política de Paz, se iniciaron inm ediatam ente. M uchos prisio­
neros, en tre ellos algunos sacerdotes, fueron llevados a San­
ta Fe. R ozas, que se encontraba en San N icolás, exigió la
en treg a de los p reso s; pero López se negó a satisfacerle.
P o r fin, ya pasados cinco meses, se los rem itió. T odos fue­
ron ejecutados incluso un niño de 14 años que se había uni­
do, en el trayecto, al grupo de prisioneros para acom pañar
a uno de ellos, que era su padre. W
R ozas no llevaba aún dos años de gobierno y y a se de­
m o straba ta n desalm ado y sanguinario como Q uiroga.
Q u iroga y L a m a d rid . — Q uiroga, quien ya dom inaba en
las provincias de Cuyo y en las de la R ioja y C atam arca,
al ten er conocim iento que L am adrid se encontraba en T u ­
cum án con una p arte m uy reducida del ejército que había
llevado desde Córdoba, corrió a buscarlo con sus m ontone­
ros, que sum aban unos 2000 hom bres, y en la sangrienta ba­
talla llam ada de la “C iudadela” de T ucum án, obtuvo un
triu n fo com pleto. (N oviem bre 4 de 1831).
A esto siguieron las escenas de un desenfreno salvaje, rea­
lizadas por la tro p a entregada a los atropellos de toda clase
y a los saqueos. U nos ochenta honrados vecinos fueron con­
denados a m uerte. M ultitud de fam ilias, aterrorizadas, bus­
caron su salvación vagando por las sierras.
E l año de 1831 term inaba, pues, encontrándose el país so­
m etido al dom inio de tres h o m b re s: López, R ozas y Q uiroga.
R o za s y Q u iroga. — R ozas dom inaba en la sola pro­
vincia de Buenos A ire s ; pero los recursos de ésta eran enor­
m em ente superiores a los de todas las dem ás provincias
ju n tas. R ozas había acrecentado ya tan to su influencia que
no tard ó en considerarse con las fuerzas necesarias p ara ser
el árb itro absoluto en todo el país.
(1 ) E l jefe encargado de la ejecución, condolido de la po b re c ria tu ra pidió
u n a nueva orden de Rozas. E s te no adm itió razones y ordenó que se llevase a
cabo la ejecución.
— 433 —
D esaparecido Paz, Q uiroga estaba llam ado a ser un obs­
táculo para las am biciones de Rozas, y uno de ellos debía
concluir por ser dom inado o sacrificado por el otro.
F in del prim er gobierno de Rozas.
Gobierno de Balcarce
R evolución de los R estauradores.
Con la prisión del general P az y la derro ta de L am adrid
p or Q uiroga, en la batalla de la “ C iudadela”, el partido
unitario quedó definitivam ente vencido, y las provincias
que habían constituido la “L iga del in terio r”, volvieron a
ten er gobiernos federales, algunos de los cuales se adhirie­
ron inm ediatam ente a la “ L iga del lito ral”.
L a “ Comisión rep resen tativ a” in stitu id a por el P acto F ede­
ral de 1831, inició los trabajo s con el propósito de que todas
las provincias enviaran sus rep resen tan tes al “ C ongreso
G eneral F ed erativ o ” que debía reunirse según el pacto citado.
Rozas, López y Q uiroga propiciaban la reunión del citado
congreso; pero, por causas diversas no fué posible llevarlo
a cabo.
— 434 —
— 435 —
V encido el térm ino de tres años por el cual había sido de­
signado R ozas gobernador, la C ám ara de R epresentantes le
eligió de nu ev o ; pero R ozas renunció, y así lo hizo tres
veces, dando com o causa, entre otras, la de que, estando el
país pacificado, tenia resuelto expedicionar contra los indios
para aseg u rar, dentro de las fronteras, la tran q u ilid ad de las
poblaciones lejanas.
Los adictos a R ozas em pezaron a hostilizar a Balcarce
acúsándolo de haberse aliado a los unitarios. (1) E m peñados
en producir su caída no esperaban sino una ocasión propi­
cia, y ésta se presentó con m otivo de la acusación fiscal
contra el periódico opositor, “El R estau rad o r de las L ey es”,
por sus ataques al Gobierno, en extrem o agraviantes.
Como el título del periódico era dado tam bién a Rozas, los
partidarios de éste querían dar a entender a las m asas que
el acusado era, aunque indirectam ente, el m ism o Rozas.
El día fijado p ara que tu v iera lu g ar la acusación fiscal,
las galerías y alrededores de la Casa dé Ju sticia fueron ocu­
pados por m ás de un m illar de personas que proferían gritos
hostiles al Gobierno, y otros de “ ¡V iva D. Ju an M anuel de
R o z a s!”, “¡ V iva el R estaurad o r de las L e y e s !” .
Los grupos iban aum entando cada vez m ás, tom ando el
aspecto de una m uchedum bre sublevada (O ctu b re 11). Obe­
deciendo ésta a la voz de sus cabecillas, se retiró hacia B a­
rracas form ando, allí, un cam pam ento cuyos concurrentes, en
varios días, sum aban unos 8000 hom bres. L a ciudad fué
rodeada, quedando, así, establecido el sitio.
Balcarce com prendió que no tendría m edios para sofocar
el levantam iento y renunció (N oviem bre 3 de 1833). E sta
fué la revolución llam ada de los restauradores.
L a L eg islatu ra nom bró, sin dilación, ese mismo día, al
general V iam onte.
P o r fin fué nom brado el general D. Ju an R am ón Balcarce
quien no acep tó ; pero la L eg islatu ra insistió en la elección,
y Balcarce term inó por aceptar haciéndose cargo del m ando
el 17 de D iciem bre de 1832.
“ L a revolución de los restauradores, en su aspecto social, fué el
alzam iento tu m u ltu o so de las tu rb as de la ciudad y de los gauchos
de la cam paña, instigados y apoyados por R ozas, co n tra la burguesía
y la clase dirigente p o rteñ a que sostenía a las autoridades legales.
R ozas, p or p rim era y única vez de su vida, se ap artab a de su norm a
de so sten er el orden, p ara fo m entar la rebelión”.
B alcarce, en su carácter de G obernador, com unicó su nom ­
bram iento a los gobernadores de las dem ás provincias para
m anifestarles, adem ás, que:
. . . l o s prin cip io s consignados p o r su ilu stre an teceso r, el b rig a d ie r D . J u a n M anuel
de R ozas, to rm arán in a lte ra b le m en te la p o lític a del a ctu a l G obierno de B uenos A ire s” .
No o b stan te esta declaración, B alcarce dió com ienzo a
una política m ás liberal, equidistante de federales y unitarios,
sin som eterse a la influencia exclusiva de los rozistas.
(1)
M ien tras R ozas p erm an ecía au sen te, su esposa doña E n c a rn a c ió n Ezcurra hab ía convertido su casa en c en tro de espionaje y de in trig as para o b stac u li­
zar la m a rc h a del gobierno de B alcarce, prim ero, y de V iam onte, después.
R efiriéndose a doña E n c a rn a c ió n , dice el D r. Jo sé M. R am os M ejía en su
obra “ Rozas y su tiem p o ” : “ A llá por el año 1833 hubo un m om ento en que to d a la
p o lític a a rg e n tin a estuvo en sus m anos. E l servil aca ta m ie n to que le p re stab a n las
m ás a lta s personalidades, era u n a dem ostración del inm enso poder que ya te n ía
Rozas' aún a tre scien ta s leguas del cen tro de sus m aquinaciones. M ilitares de g ra d u a ­
ción, alto s em pleados y go b ern ad o res, form aban la num erosa c o rte de sus ad m ira d o re s".
“ Con una audacia ta n in telig en te com o provechosa a la S an ta Causa, llevaba
su influencia h a sta la redacción de los diarios adictos que de ella tom aban los
p u ntos de las polém icas p e rsonales” .
— 436 —
“E l respeto al gobierno y principio de autoridad, desapareció para
ser reem plazado por la dem agogia tu rb u len ta, que sólo obedecía a la
voz del caudillo”.
“ E l derrocam iento del g o bern ad o r B alcarce, im puesto a la Sala de
R ep resen tan tes p o r los ciudadanos, convirtió al P o d e r E jecu tiv o y a
la L eg islatu ra en frágiles arm azones que sólo rep resen tab an una
parodia y una so m b ra”. I1)
— 437 —
luego hacia el n oroeste, llegó al cerro P a y é n enarbolando en él ¡ej
p abellón argentino.
E l fracaso de las divisiones de la derecha y del centro no perm itió
a R ozas finalizar el plan proyectado, y a principios de 1834 em p ren ­
dió el regreso. D ejó guarniciones en Choele-C hoel, en río Colorado,
y en algunos fortines.
Rozas y la conquista del desierto
R ozas, al dejar el gobierno, abrigaba el propósito de llevar
a cabo u n a expedición en gran escala a los desiertos para
desalojar a las indiadas que los ocupaban, y obligarlas a
trasp a sar el río N egro para dejar este río caudaloso como
frontera. E ste proyecto, R ozas lo venía m adurando desde
años atrás. E l plan consistía en m andar tres divisiones para
atacar a los salvajes desde el norte, el este y el sur, y tenien­
do como punto de encuentro y final de la cam paña, la re ­
gión llam ada de “L as M anzanas”, que ocupaba el cacique
Saihueque, en las nacientes del río N egro.
L as tres divisiones iniciaron su m a rc h a com binada a principios de
1833. Se había dado el com ando de la expedición a F acu n do Q u iro g a:
pero éste renunció, quedando R ozas en el c a rá c te r de general en
Jefe con el m ando, adem ás, de la división del sur.
L as dos prim eras divisiones, llam adas de la derecha y del centro,
m andadas respectivam ente p o r F élix A ldao y R uiz H uidobro, aunque
obtuvieron algunas v en tajas, fracasaro n p o r falta de elem entos y
otras dificultades, y se retira ro n . Q uedó solam ente la división del
sur, llam ada de la izquierda, m andada p o r R ozas y que o btuvo un
éxito tal que h ab ría sido com pleto a no haberle faltado la coopera­
ción de las otras dos divisiones.
R ozas llegó al río C olorado y en sus m árg en es estableció el cu a r­
tel general, ocupando las dos rinconadas de la desem bocadura. (2)
De allí despachó destacam entos p ara que siguieran p o r am bas
m árgenes del río N egro. E sta s fuerzas m arch ab an arro llan do to d as
las indiadas que en contrab an en su m arch a aniquilándolas si no se
rendían.
E n la isla de Choele-Choel fueron atacadas y rendidas las indiadas
que allí se habían refugiado. P ro sig u ien d o la m archa llegó la ex ­
pedición a la confluencia de los ríos L im ay y N euquén.
O tra división, siguiendo el curso del río C olorado y desviándose
A lgunas agrupaciones de indios perm anecieron tranquilas dedicadas
al p asto reo y al com ercio de pieles; otras, en cuanto las divisiones
em prendieron el regreso, dieron com ienzo a nuevas correrías. O)
D e lo acertad o del plan p ropuesto por R ozas, y realizado en parte,
lo d em u estra el hecho que, 46 años m ás tarde (1879), se llevó a cabo
p or segunda vez, con resu ltad o com pleto, por el gen eral Ju lio A.
R oca, quien, en n ota al m in istro de g u erra D r. A dolfo A lsina, decía:
“A m i juicio el m ejo r sistem a de concluir con los indios, ya sea extin­
guiéndolos o arro llán d o lo s del otro lado del río N:egro, es el de la
g u e rra ofensiva, que es el m ism o seguido por R ozas, quien casi con­
cluyó con ellos”.
R ozas reg resab a de su expedición con el prestigio de un triunfador,
que le valió el títu lo de “ H éro e del desierto”.
(1) D r. C arlos Ib a rg u re n , “J u a n M anuel de R o sas” .
(2) A llí fué donde _el célebre n a tu ra lis ta C arlos D arw in e n co n tró a H ozas y,
auxiliado p o r éste, realizó alg u n as ex cu rsio n es de c a rá c te r científico.
(1 )
L o s desultados de la cam paña fueron de cierta im p o rtan c ia : 1415 indios
m uertos, 2024 indios de am bos sexos prisioneros, y 409 cautivos cristianos, hom bres
y m ujeres, rescatados. Se q u ita ro n a los indios 8055 anim ales.
L a expedición al desierto.
Interinato del general Viamonte.
La Sociedad Popular Restauradora.
Caído Balcarce a consecuencia del m ovim iento revolucio­
nario de los p artidarios de Rozas, encontrándose éste ausen­
te, ocupado en la cam paña contra los indios, fué designado
gobernador por la L egislatura, provisionalm ente, el general
V iam onte (N oviem bre 3 de 1833).
V iam onte inició su gobierno anim ado por los m ejores
própositos. D esignó m inistros al general D. T om ás Guido y
al Dr. D. M anuel José García, am bos de opinión federal
como V iam onte, y personalidades bien conceptuadas por
su inteligencia y honorabilidad. L a adm inistración de V ia­
m onte, como la de Balcarce, que hacían recordar por lo
buenas, los gobiernos de R odríguez y de L as H eras, fueron
de corta duración debido a las hostilidades y exigencias de
los rozistas.
L os unitarios, por su parte, tan to los em igrados, desde la
B anda O riental, como los que residían en el país, no cejaban
en sus trab ajo s para recuperar el poder, y esta actitu d alar­
m aba a los federales. Se hablaba de la existencia de un plan
para apoderarse de la provincia de E n tre Ríos y atraerse al
gobernador López de S anta F e cón el fin de llevar luego
la g u erra co n tra Buenos A ires. T am bién se hablaba de un
plan de m onarquización de todos los países sudam ericanos
en que estaría em peñada E spaña en com binación con otras
cortes europeas.
Coincidió con la propagación de estos rum ores la llegada
de E u ro p a de Dr. B ernardino R ivadavia, ausente desde va­
rios años atrás, y a quien se quería suponer iniciado en el
citado plan.
L os federales consideraban peligrosa la perm anencia de
R ivadavia en el país, y exigían que se le prohibiese desem bar­
car. V iam onte se negaba a tom ar una m edida sem ejante
co n tra tan ilustre ciu d ad an o ; pero al fin tuvo que ceder ante
la im posición p rep onderante de los directores de la “Socie­
dad P o p u lar R estau rad o ra”. R ivadavia regresó a Europa.
D esde 1833, gobernando Balcarce, ya existía una agru p a­
ción, así llam ada, de la que form aban p arte m uchas personas
distinguidas del ejército y de las d istintas clases de la so­
ciedad. Se había form ado con el propósito de ro b u stecer la
acción del partido federal; pero esta acción degeneró bien
p ro n to p ara conver­
tirse en defensora de
la p o l í t i c a p erso n a­
lista de R ozas exclu­
sivam ente, y esto lo
dem ostraba la v i o ­
lenta oposición con­
tra Balcarce y V ia­
m onte, a p e s a r de
ser federales (1).
L as personas des­
afectas a R ozas no
se encontraban m uy
s e g u r a s e n la ciu­
dad, ni aún en sus
P rep a ra n d o la vuelta de R ozas al gobierno
p r o p i o s dom icilios,
pues con alg u n a fre­
cuencia, individuos em ponchados salían de noche a reco­
rrer las calles solitarias y a disp arar tiro s contra las casas
de aquéllos, sin excluir la del m inistro García y la del ge­
neral Félix de O lazábal (2).
V iam onte no podía continuar gobernando an te las difi­
( 1 ) C uando R ozas asum ió de nuevo el poder, a la Sociedad R esta u ra d o ra
se la designaba con el no m b re de M azorca. (V éase pág. 447).
D esde entonces algunos elem entos, los peores, que form aban p a rte de ella, áe
dieron a com eter los crím enes m ás salvajes.
(2)
E n una c arta de doña E n c a rn a c ió n a R ozas, de fecha 4 de diciem bre de 1833,
citada
por el D r. José
M.R am os
M ejía en la obra
m encionada, ap arec e n estos
p á rra fo s: “ N o se hubiera ido O lazábal (don F é lix ), si no hubiera yo buscado g e n te
de m i confianza que le h a n baleado las v en tan as de su casa, lo m ism o que la del
godo Ir ia r te y el facineroso U g a rte c h e ; esa noche p a tru lló V iam onte, y yo m e
re ía del susto que se h a b ía n llevado.
“ N o escribas a a lgunas p erso n as de las que fueron amigas' an tes, sin que y o te
diga antes cómo se han portado, si no quieres padecer e q u iv o c ac ió n ; pues co m o
yo he estado aquí los conozco bien, y vos no tienes m otivo p ara sab e r” .
E n o tra c a rta de fecha 9 de m ayo de 1834 escribe a R o zas:
. . . “ tu v ie ro n m uy buen efecto los balazos y alboroto que hice h a ce r el 29 del
pasado, com o te dije en la m ía del 28, pues a eso se h a debido que se vaya a su
tie rra el facineroso canónigo V id al” . D e la ob ra “J u a n M anuel de R ozas” , citada.
E n ese suceso, que doña E n c a rn a c ió n llam aba “ a lb o ro to ” , m urió de un balazo
el joven E ste b a n B adlam , sobrino del D r. M arian o M oreno, que pasaba c asu a l­
m ente p o r la m is m a a c e r a .
-4 4 0 -
cultades que le creaban
gidos por la esposa de
que había convertido su
V iam onte presentó
los rozistas y otros secuaces, d iri­
R ozas, doña E ncarnación E zcurra,
casa en centro de intrigas.
la renuncia. (Junio 5 de 1834).
IS L A S M A L V IN A S
D esde 1774, en cuya fecha In g la te rra m andó re tira r la g u arn ició n
que tenía establecida en Puerto Egm ond, su b stitu y én d o la E sp añ a,
p o r derecho propio, h a sta 1810 y, en adelante, p o r una g u arn ició n
arg en tin a, aquella nación no m anifestó p ro p ó sito alguno de p osesión
sobre las M alvinas h a sta 1833. (V éase pág. 172).
E n 1824 el G obierno de B uenos A ires había concedido a D .
L uis V e rn e t una de las islas del g ru p o p a ra fu n d ar una colonia
aprovechando lo que ya ex istía en ella.
Con fecha a n terio r a la de la concesión V em et, el G obierno a r ­
gentino había prohibido la pesca a los buques ex tra n jero s d en tro de
la jurisdicción legal co rresp o n d ien te a las islas. V e rn e t condujo colo­
nos, in stru m en to s de labor, anim ales de v arias especies, etc, invirtiendo en ello un fuerte capital.
N o debía ta rd a r en p rese n ta rse la o casió n de a lgú n incidente
m otivado p o r la presencia de b arco s dedicados a la pesca de anfibios,
en los parajes de jurisd icció n prohibida.
V e rn e t hizo ap resar varios barcos p escadores, de b an d e ra n o rteam e­
ricana, cuyos capitanes, desoyendo las advertencias de prohibición,
p roseguían sin m ay o r cuidado en su tarea. E l conflicto se p ro d u jo con
reclam ación y p ro te sta del C ónsul de E sta d o s U nidos. E l a su n to se
tra m itó en B uenos A ires y no estab a aú n solucionado cuando llegó
— 441 —
la noticia al G obierno de que en E n ero de 1833 se presentó en Puerto
Luis de la Soledad una co rb eta inglesa cuyo com andante efectuó allí
un desem barco, y to m ó posesión, por la fuerza, de las islas citadas,
intim ando^ a la g u arn ició n a rg en tin a que se retirara.
E l G obierno de B uenos A ires, al te n e r conocim iento del suceso
entablo una reclam ación en form a, sin resultado positivo, reclam ación
repetida con posterioridad.
D esde 1833, pues, la G ran B retañ a retiene sin interrupción las islas
M alvinas; pero la R epública A rg en tin a no ha renunciado el legítim o
derecho que le asiste sobre ellas. (V er pág. 143).
Interinato del Dr. Maza — Misión de Quiroga
al interior. - Su muerte
Inm ediatam ente de aceptada la renuncia de V iam onte, la
C ám ara de R epresentantes nom bró gobernador a R o zas;
pero éste no quiso aceptar el cargo, y así hizo p o r cuatro
veces seguidas h asta que, viendo su obstinada actitud, la L e­
g islatu ra designó sucesivam ente al D r. D. T om ás A nchorena, a D. N icolás A nchorena, herm ano del anterior, a D. Ju an
N. T errero, socio de Rozas, y al general D. A ngel Pacheco,
renunciando todos a acep tar el gobierno. (')
D u ra n te los tres m eses que siguieron a su renuncia, V ia­
m onte tuvo que perm anecer en el cargo esperando, en vano,
la designación de un sucesor, y u rg ía para que se le relevara
del m ando. P ero estas actitudes de
R ozas no eran sino m ani­
festaciones de su acostum brada política.
Lo que R ozas daba a entender con sus insistentes ren u n ­
cias, era que no aceptaría el cargo sin facultades ex trao rd i­
narias.
El interinato de V iam onte finalizaba con el m es de Sep­
tiem bre, y como éste había term inado sin que se designara
sucesor, correspondía ocupar el cargo, provisionalm ente, al
presidente de la L egislatura, que lo era el D r. D. M anuel V i­
cente M aza. (O ctubre I o de 1834).
L a posición del D r. M aza en su nuevo cargo no era nada
cómoda, pues su acción se lim itaba sim plem ente a ejecu tar
las órdenes que, sin ser au to rid ad , le insinuaba Rozas.
Los gobernadores de T ucum án y de Salta, por cuestiones
(1 )
E n este tiem po (Ju n io ) Rozas' se e n co n tra b a y a en B uenos A ires. T odos
sab ían que hab ía re g re s a d o ; pero nadie sabía in d ic a r su paradero, en los alrededores
de la ciudad. M ien tras, con sus corifeos y la cooperación de su señ o ra, p re p a ra b a
las intrigas.
442 —
de predom inio en las dem ás provincias del norte, se habían
trab ad o en lucha degenerando, ésta, en g u erra civil.
El Dr. M aza llam ó a Q uiroga para encom endarle la m isión
de traslad arse al in terio r con el fin de obtener, con su me­
diación, el cese de la g u erra civil.
F acundo Q uiroga se encontraba en B uenos A ires desde
principios de 1834, y su tra to frecuente con los principales
hom bres, incluyendo entre éstos a los m ism os unitarios, pa­
recía haberle transform ado en su persona y en sus ideas. D e­
m ostró tam bién g ra n interés por la organización del país
bajo el régim en federal, y aceptó la m isión que le propuso
el Dr. Maza. E a idea de esta m isión le fué sugerida por Rozas.
Q uiroga, an tes de ponerse en m archa, conferenció con
R ozas y luego partieron am bos acom pañándoles el coronel
Dr. José S antos O rtiz. (D iciem bre 17 de 1834). R ozas le
acom pañó h asta San A ntonio de Areco, donde conferenciaron
por últim a vez, despidiéndolo con la prom esa de enviarle,
p o r chasque, una carta explicativa de su pensam iento acerca
de la m isión que llevaba.
Q uiroga, encontrándose en S antiago del E stero, recibe la
carta de Rozas, y de su contenido deduce que éste procede
con doblez y que le engaña. Decide re g resar inm ediatam ente
y se pone en camino. Al llegar a un lu g ar de la provincia de
Córdoba, e n t r e
Sinsacate y T o to ­
ral, llam ado Ba­
rranca-Y aco, fué
asaltad a la galera
en que iba, por
u n a partida m an­
dada por el capi­
tá n Santos Pérez.
Q uiroga recibe un
balazo en un ojo,
que le im pide de­
fenderse, y es ul­
tim ado a puñala­
das. L a m ism a suerte corrieron José S antos O rtiz, al aso­
m arse por la portezuela, que le acom pañaba como am igo y
— 443 —
secretario, y todos los dem ás, incluso un niño hijo del
m aestro de posta. (F ebrero 16 de 1835).
No se puede decir con seguridad quienes fueron los que
ordenaron el asesinato de Q uiroga. Se ha señalado a López,
de S anta Fe, y a Rozas. El hecho es que, para Rozas, Q ui­
roga era un gran obstáculo p ara el logro de sus planes, y
su desaparición le era necesaria.
Q uiroga fué un caudillo cruel que había en sangrentado
las provincias y com etido en ellas toda clase de tropelías, sin
consideraciones para nadie, salvo en alguno? casos m uy con­
tados. Sin em bargo, quizá arrepentido, du ran te su p erm a­
nencia en Buenos A ires, en la intim idad con los hom bres es­
pectables, tales como el general A lvear, confesó sus errores
y se m anifestaba pesaroso de no haber aceptado la consti­
tución de 1826.
D el proceso instruido referente al asesinato de Q uiroga,
resu ltaro n culpables D. José V icente Reinafé, g o b ernador de
Córdoba y sus tres herm anos. T raídos a Buenos A ires por
orden de R ozas fueron fusilados en la plaza de la V icto ria a
excepción de uno de ellos que consiguió fugar. H ubo otros
condenados que sufrieron la m ism a pena por au to res m ate­
riales del asesinato.
Con la desaparición de Q uiroga, R ozas quedó dueño de la
situación. López de S anta F e no era y a sino un caudillo de
segundo orden ante el poder, cada vez m ás fuerte, de Rozas.
— 444 —
LA
— 445 —
T I R A N Í A
Rozas es elegido gobernador con la suma del
poder público. - El plebiscito.
Ah com enzar el año 1835, la situación política era sum a­
m ente grave en B uenos A ires y el D r. M aza, ante la im po­
sibilidad de co n tin u ar gobernando, se dirigió a la L eg islatu ra
para p re sen tar la renuncia del cargo que ocupaba in teri­
nam ente.
C ontribuyó p ara em peorar aún m ás esta difícil situación,
la noticia del asesinato de Q uiroga, la que, conocida en B ue­
nos A ires en los prim eros días del mes de M arzo, produjo
una sensación enorm e.
, L a L eg islatu ra, reunida en sesión perm anente el día 7 de
M arzo re so lv ió :
1°.— A ceptar la renuncia del D r. M aza debiendo continuar en el des­
empeño del cargo hasta que fuese designado el ciudadano que aebía
substituirle.
2°.—Nombrar, por el término de cinco años, gobernador y capitán ge­
neral de la provincia al general D. Juan Manuel de Rozas, depositando
en su persona toda la suma del poder público de la provincia por el tiem­
po que, a su juicio, fuese necesario, sin más condiciones que la de " de­
fender la religión católica y la causa de la federación".
R ozas solicitó de la L eg islatu ra algunos días de espera
para contestar, y lo hizo fijando como condición necesaria
que su designación fuese confirm ada por un “ plebiscito” .de
m odo que “en todos tiem pos y circunstancias se pueda ha­
cer constar el libre pronunciam iento de la opinión general” .
L a-L eg islatu ra designó l'os dias 26 27 y 28 de M arzo para
que se realizara el plebiscito. R esultó que solam ente 8 de los
ciudadanos inscriptos, votaron en contra de la ley del 7 de
M arzo que oto rg ab a a R ozas facultades extraordinarias.
L a L eg islatu ra com unicó a R ozas el resultado del plebis­
cito realizado en la ciudad, y le m anifestaba que en la cam ­
paña el resultado sería análogo puesto que por actos an te­
riores ese sentim iento ya había quedado dem ostrado.
29
— 447 —
— 446 —
En este, como en todos los actos de R ozas, se ocultaba siempre
un pro p ó sito m alicioso y trascen d en tal. N o era la confirm ación de
la ley ni el núm ero de votos lo que él buscaba, p o rq u e de ésa y de
o tra m anifestación de opinión pública se b u rlab a y sabía bien a
que atenerse. L o que él buscaba era un p retex to , ap aren tem en te
legal, p a ra castig ar a los que in cu rrieran en hostilid ad co n tra su go­
bierno legítim o com o traidores, con la p ru eb a en la m ano de que
habían violado el voto y el ju ra m e n to con que ellos m ism os habían
consagrado su p o d er” 0 ) .
Las fiestas parroquiales. - La Mazorca.
R ozas se recibió del m ando el 13 de A bril y este aconteci­
m iento fué celebrado con grandes fiestas de carácter popular
en cada una de las parroquias.
L a cerem onia de la asunción del m ando se realizó en los
salones del F u erte trasladándose R ozas allí, con su comitiva.
“A clam aciones delirantes, vaivén de la m u ltitud, m úsicas m ilitares,
indican que el cortejo sale de la L eg islatu ra. L a carro za m arch a con
lentitud, tirad a por la delegación de los “re sta u ra d o res”. R ozas, ves­
tido de gala y ru tilan te de entorchados, p asa severo y enigm ático
com o una esfinge. De v en tan a s y pu ertas, balcones y azoteas, cae una
lluvia de flores a rro jad a p or las dam as elegantes, cuyos peinetones
eran tan grandes que los “p arap eto s p arecían decorados con caladas
rejas de c^rey”. E l besam anos en el F u e rte se prolongó h a sta m uy
tard e; el populacho desahogaba en v íto res su entusiasm o y se re g o ­
cijaba con la función de volatines fren te al Cabildo. M ás tarde, la
quietud n o ctu rn a del vecindario era in terru m p id a p or el clam oreo de
catervas de jin etes que g alopaban p o r las calles g ritan d o con voz
aguardentosa, los vivas al ilustre re sta u ra d o r y los m ueras a los
salvajes, inm undos, esquerosos u n itario s” (2).
L as fiestas populares eran celebradas, consecutivam ente,
en cada u na de las parroquias, y el atractivo culm inante
de las variadas cerem onias era el paso del carro triu n fal con
el re trato de Rozas.
“D e rep en te siéntese un ruido y alg azara de “vivas” en las calles
extrem as de la p arroquia: la m u ltitu d se aglo m era: seis u ocho jinetes
vestidos de gauchos, con bolas y lazos y ricam ente aperados, a tro ­
pellan abriéndose ancho paso. E ra la Sociedad Popular de los Restau­
radores (la M azorca) que en trab a por la calle paseando el re tra to de
R ozas trasu n ta d o en un espléndido cuadro d e cuerpo entero y sobre
un tro n o ro d an te que a rra stra b a n a m ano cen ten ares de corifeos. En
derredor, una tu rb a fanática, cohetes, bom bas y vivas, atro n ab an el
aire. D esg raciad o del que no se pusiere de pie o no se descubriese
d elante de la efigie” 0 ) .
T am bién en la cam paña se realizaron fiestas, y aún alg u ­
nos caciques am igos como C atriel y Cachul, que vivían con
sus trib u s en las Salinas y T apalqué, celebraron el aconte­
cim iento a su m anera.
M uchos de los frentes de casas de fam ilia osten tab an ta ­
pices, colgaduras y banderas punzóes, llevando algunas de
ellas, inscripciones alusivas.
D e estas inscripciones hubo una que llam ó m ucha la aten ­
ción y que dió origen al calificativo de m azorqueros con que,
en adelante, eran designados los rozistas por los unitarios.
T am bién se aplicaba la designación de “L a M azorca” a la
“Sociedad P opular R estau rad o ra”. (2)
A l poco tiem po de haber asum ido Rozas el m ando, dió
principio al régim en de las arbitrariedades. D estitu y ó a cen­
tenares de em pleados por la única circunstancia de no ser
adictos a su política. M ás de ciento cin cuenta jefes y
oficiales fueron separados de las listas m ilitares, y m andó
fusilar a tres de ellos acusados de haberse com plotado con­
tra el gobierno.
E l color azul era considerado como el sím bolo de los
unitarios y era peligroso el o stentarlo. B astaba que una fa­
m ilia usara en la m esa un servicio de loza o porcelana con
(1 ) D r. V icente F. López. — O bra citada.
(2) Se da el nom bre de m azorca a la espiga que form an los frutos <de ciertas
plantas com o el maíz.
E n una de las m uchas casas adornadas, se expuso un cuadro en el que se había
pintado una m azorca de maíz. A l pie del cuadro se leía una com posición en verso, de
tres cu arte tas con estos títu lo s :
i V IV A
AL
(1 )
(2 )
D r. V icente F . López. — M anual de la H ist. A rgentina. E l D r. López,
tigo de los sucesos de aq u el tiem po, tenía entonces 2 0 años de edad.
D r. C arlos Ib a rg u ren . — J u a n M anuel de Rozas.
UNITARIO
I*A M A Z O R C A !
CUE
SE
D ET EN G A
A
MI RARLA
tea*
D e la obra H i s t de la Confederación A rgentina, por A. Saldias.
— 448 —
adornos de color azul p ara que, al saberlo los m iem bros de
la M azorca, asaltaran éstos la casa y redujeran todo a pe­
dazos.
Se obligaba, por decreto, a los m aestros, em pleados y ni­
ños de las escuelas a u sar la divisa federal.
E s indudable que no todos los crím enes se com etían por
orden directa de R ozas; pero él habría podido m uy bien
ev itar que tales crím enes fueran com etidos. D e cualquier
m anera que se consideren los hechos, R ozas será siem pre
culpable, sin que m erezca perdón alguno.
L a Sociedad P o p ular R estauradora había sido fundada
du ran te el gobierno de Balcarce y de ella form aban parte
m uchas personas m uy bien conceptuadas; pero tam bién
figuraban individuos de malos antecedentes siem pre dis­
puestos a com eter atropellos y a llegar al asesinato.
— 449 —
tos al servicio del tirano. E sta fué la M azorca cuyos crím e­
nes, cada vez m ás atroces, culm inaron en 1840.
R ozas busco siem pre la adhesión de la g en te hum ilde, y
le eran particularm ente adictos los negros. H ab ía en la ciu­
dad de Buenos A ires, en aquel tiem po, de doce a quince mil
de aquéllos, que le eran m uy fieles. E n algunos barrios de
la ciudad, dom inaban los negros casi exclusivam ente y for­
m aban agrupaciones que reconocían a un jefe al que ciaban
el títu lo de rey. Rozas, para tenerlos de su parte, solía asis­
tir con su fam ilia a las fiestas que celebraban, t1)
L os docum entos oficiales em pezaban con estas p alab ras;
/ V iva la Confederación A rgentina!
¡M ueran los salvajes, inmundos, unitarios!
' Se obligaba a los hom bres a llevar en el ojal del saco una
cinta de color rojo, y a las m ujeres, un m oño del m ism o
color en la cabeza. M uchas veces, en el atrio de las iglesias,
las señoras se veían obligadas a dejarse fijar en el cabello,
con brea, las cintas “coloradas”.
M uchísim os ciudadanos tuvieron que au sen tarse del país
para no exponer su vida, estableciéndose, principalm ente, en
M ontevideo y en Chile. D esde allí hacían una propaganda
incesante contra el tiran o por medio de escritos que p ubli­
caban en libros, periódicos y diarios.
Complicaciones con Bolivia.
I_a pisadora de m a íz . — 2. L a c u n a en el ra n c h o
(Dibujos de P a llie re — A ñ o 1840)
L as actividades de la Sociedad P opular R estauradora hi­
cieron degenerar sus propósitos prim itivos convirtiéndola
en una asociación dom inada por un grupo de forajidos pues­
D esde algún tiem po an tes que R ozas ocupara el gobierno
de B uenos A ires, existían, en tre éste y el de Bolivia, alg u ­
nas cuestiones de las cuales una se refería a la restitu ció n
de la provincia de T arija.
P osterio rm en te los em igrados u nitarios establecidos en
Bolivia, habían conseguido o rg an izar en ese país algunas
fuerzas arm adas, protegidos por el general A ndrés de S anta
Cruz, P resid en te de aquella nación, y p ro tecto r de la Confe­
deración P erú-B oliviana. E ste hom bre am bicionaba extender
su dom inación sobre los países vecinos y, con este fin, había
Ia parroquia d e la Concepción estab a el núcleo másf grande de la pobla­
ción n eg ra y, a llí, tam bién vivían y te n ía n su club los m iem bros de la M azorca.
— 450 —
llevado sus agresiones a Chile y pretendía hacer la m ism a
cosa con la C onfederación A rgentina.
L os u n itario s con las fuerzas organizadas en Bolivia, lle­
varon a cabo algunas incursiones en las provincias del nor­
te, respondiendo a sus m iras políticas contrarias a Rozas.
Rozas, conocedor de la ayuda que S anta C ruz prestaba a.
aquéllos, co ntra todo principio de neutralidad, p ro testó en
form a.
T odos estos hechos, así como el deseo de R ozas de res­
catar la provincia de T arija, le decidieron a en tab lar recla­
m aciones; pero como S anta C ruz las desatendiera, le decla­
ró la guerra, (M ayo 19 de 1837).
L a lucha no tu v o gran im portancia pues no se em peñaron
fuertes contingentes de tropas, ni tuvieron lugar im portan­
tes acciones de guerra.
S anta C ruz en conflicto con C h ile ; y Rozas, obligado a
aten d er las dificultades que le creaban los unitarios, adem ás
de la actitu d am ena~nnte de R ivera, concluyeron por con­
ce rtar la paz, (M arzo de 1839).
Rozas y el Estado Oriental
Conflicto con Francia. — Bloqueo dp los puertos.
Negociación- Mackau
(Gobernaba en la R epública O riental del U ru g u ay el ge­
neral D. M anuel O ribe enem igo del general D. F ructuoso
R ivera a quien había sucedido en el m ando.
No convenía a Rozas que el E stado O riental sirviera de
refugio a sus enem igos políticos, que eran num erosos y per­
tenecientes a diversos partidos, entre ellos, m uchos federales.
R ivera aspiraba a ocupar, de nuevo, el gobierno de su
país y para conseguirlo se levantó en arm as con el concurso
del general Lavalle como jefe m ilitar, éste, de los em igrados
argentinos, (Julio de 1836).
E sta alianza de los em igrados con R iyera, respondía a una
conveniencia recíproca p ara luchar contra Rozas.
P o r ese m ism o tiem po, se produjo un conflicto entre la
C onfederación y la F rancia, que era consecuencia de una
ley del año 1821, p o r la cual se obligaba a los extranjeros a
—
451 —
p restar el servicio m ilitar urbano. E l ag ente consular francés
presentó una queja relativa a la aplicación de dicha ley a
los súbditos de su país sin obten er resultado en sus gestiones.
E sta situación se m antuvo indecisa h asta que en 1837 el
vice-cónsul francés reclam ó que se exim iera del servicio
m ilitar a varios franceses que lo prestaban, así como la
libertad de un litógrafo y dibujante, H ipólito Bacle, que se
encontraba preso, porque se le acusaba de ejercer el espio­
naje al servicio del general S anta Cruz.
R ozas consideró agresivas e in ju stas las reclam aciones del
cónsul francés, y se negó a tra ta r con él. P o r últim o el alm i­
ran te de la escuadra francesa estableció el bloqueo del puerto
de Buenos A ires y de todo el litoral, cuya consecuencia fué
la paralización com pleta del com ercio de im portación y de
exportación. (1). E sta situación dió origen a un conflicto
entre el alm irante francés y el gobierno oriental. A conse­
cuencia de esto la isla de M artín García fué atacada y ren ­
dida por los m arinos franceses; pero sólo después de una
heroica resistencia de la guarnición cuyo jefe y soldados
fueron puestos en libertad con un honroso testim onio por su
brillante com portam iento. (O ctu b re de 1838).
Así R ivera, con el apoyo de la escuadra francesa y el con­
curso de las fuerzas que m andaba Lavalle, pudo después de
una larga lucha con triunfos y reveses recíprocos, vencer a
O ribe definitivam ente. (Junio de 1838).
R ivera quedó dueño de toda la cam paña, y apoyado por la
escuadra francesa, estableció el sitio de la ciudad de M onte­
video. O ribe se vio obligado a entab lar negociaciones de paz
que term inaron con su renuncia. (O ctu b re de 1838).
R ivera asum ió el m ando con carácter provisorio, y posterriom ente fué electo P resid en te constitucional. (M arzo I o
de 1839).
D esde ese m om ento, ocupando R ivera la presidencia del
U ruguay, fué más fácil, para la “ Comisión A rg en tin a”, llegar
a un acuerdo con aquél y con el alm irante de la escuadra fran­
(1 ) M o n te v id e o e ra el c e n tr o d e p ro p a g a n d a d e lo s e m ig ra d o s c o n tr a el d ic ta d o r,
y allí se con stitu ó una “ Comisión A rgenti”
cuya acción fué de g ra n
eficacia para p re p a ra r las cam pañas contra Rozas. Crecido era el núm ero
de a rgentinos opositores al déspota. Allí se lia ían establecido los herm anos
V arela, M árm ol, M it*ef E cheverría, A lberdi, S a rm ien to ; F ría s y m uchos
otro s.
— 452 —
— 453 —
cesa, para llevar a cabo una acción conjunta contra Rozas.
R ivera lanzó una proclam a declarando la g u erra al tirano,
con la m anifestación de que ella no se llevaba al benem érito
pueblo argentino, sino contra el tirano del pueblo inmortal
de Sud América, (M arzo 10 de 1839).
Iniciadas las hostilidades, R ozas m andó organizar un
ejército p ara llevar la g u erra al U ruguay. E ste ejército, fuer­
te de 5 a 6000 hom bres, invadió el territo rio oriental al m ando
del general E chagüe, que era gobernador de E n tre Ríos.
D espués de varios m eses ocupados en m archas y m anio­
b ras estratégicas, R ivera derrotó com pletam ente a E chagüe
en la b atalla de C agancha, obligándole a evacuar el territo rio
o riental con los restos de su ejército. (D iciem bre 29 de 1839).
E l conflicto con F ran cia se m antuvo todavía cerca de un
año h asta que, con la llegada del enviado diplom ático y vice­
alm irante de la escuadra francesa A rm ando de M ackau, se
firm ó u n a convención de paz. (O ctubre 29 de 1840).
E s ta convención, que se conoce con el nom bre de “ N ego­
ciación M ackau”, fué de graves consecuencias para R ivera
y para los jefes u n itarios, pues, m ientras éstos perdían un
aliado y el apoyo de la escuadra, R ozas se desem barazaba
de un enem igo y, con él, desaparecía el bloqueo de los
puertos.
La Asociación de Mayo
testaciones ex tern as y p ro p agandistas en la práctica de los hechos.
E ra n p arte del p ro g ram a la cuestión de la soberanía del pueblo; el
sufragio y la dem ocracia; la p ren sa; el asiento y distribución del
im puesto; el B anco y el papel m oneda; el crédito público; la in d u s­
tria p asto ril y ag ríco la; la inm igración; las m unicipalidades; la po­
licía; el ejército de línea y la milicia nacional” W).
A m ediados de 1837 unos cu aren ta jóvenes, en tre los que se e n ­
co n trab an E steb an E chev erría, Ju a n M aría G utiérrez, Ju an B au tis­
ta A lberdi y V icente F id el L ópez, se reu n iero n con el p ro p ó sito de
co nsagrarse a tra b a ja r p o r el p ro g reso y la felicidad de la p atria.
P rom o vió la form ació n de esta sociedad' D. E ste b a n E ch ev erría
quien explicó a los afiliados cual era la situación política del país y
las tendencias de los partidos que se d isputaban el predom inio del
gobierno.
E sta sociedad se llam ó A sociación d e Mayo. E l p ro g ra m a que
form uló E cheverría, y que p ro p u so a los asociados, co nstituye lo
que se llam a “D ogm a social de la A sociación de M ayo”. F u ero n
invitados a inscribirse en la sociedad todos los arg en tino s sin dis­
tinción de partidos.
“El dogm a socialista, tal cual lo concibió y elaboró E cheverría,
abarcá los fu ndam entos o principios de toda u n sistem a social y po ­
lítico. E ra, en se n tir de su au to r, un credo, una bandera, un programa
para la nueva asociación, la cual debía ser doctrin aria en sus m ani-
E n sus com ienzos las actividades de los m iem bros de la A sociación
se desenvolvían con to d a libertad, pues, aparentem ente, en sus re­
uniones se tra ta b a n asu n to s de carácter literario; pero, poco después,
recayeron sospechas sobre la A sociación, y sus m iem bros, an te el
peligro que los am enazaba, com enzaron a d isgregarse hasta que la
sociedad dejó de existir.
Las reacciones contra Rozas
L a política a rb itra ria de Rozas, provocó una reacción ge­
neral en todo el país, que acercó a los hom bres bien inten­
cionados de los partidos u n itario y federal, los que, d ejan ­
do a un lado sus cuestiones pasadas, se uniform aron en este
propósito com ún y único: lu ch ar h asta d errib ar al tirano.
N u m e r o s o s e r a n lo s
opositores a R ozas que
habían em igrado estab le­
ciéndose en M ontevideo,
en el B rasil, en Chile, etc.,
y que, desde sus respecti­
vas residencias, lo com ba­
tían por m edio de la pren ­
sa y del libro.
D esde la subida de R o­
zas al poder por segunda
vez, en 1835, h asta su caí­
d a en 1852, la reacción se
m antuvo constante, y a en
un punto, ya en otro, y
C orrientes fué la provin­
cia que hizo m ás esfuerzos
p ara ab a tir al déspota, por
lo que h a sido llam ada la
predilecta del sacrificio.
(1) A . Saldías. — H is t. d e la C onfederación A rg e n tin a .
-4 5 4 —
— 455 —
L os d istintos esfuerzos o cam pañas libertadoras que se o r­
ganizaron fu e ro n :
l 9 El pronunciam iento de C orrientes (1839).
29 L a conspiración de M aza y revolución del su r (1839).
30 L a cam paña de Lavalle y segundo levantam iento de
C orrientes, (1839-1841).
49 La coalición del norte, (1840-1841).
5« C am paña del G eneral Paz y tercer levantam iento de
C orrientes, (1840-1841).
6o C uarto levantam iento de C orrientes. El Gral P az (1845).
7’ C am paña libertadora de U rquiza, (1852).
El ejército de C orrientes resultó deshecho y la provincia
quedó bajo la influencia de Rozas. Berón de A stra d a fué el
prim ero de todos los gobernadores de provincias, que osara
levantarse contra Rozas.
Pronunciamiento de Corrientes contra Rozas.
Berón de Astrada.
L as provincias habían otorgado a R ozas la facultad para
entender en todo lo relativo a las relaciones .exteriores. El
gobernador de la provincia de C orrientes, G enaro Berón de
A strada, lanzó un m anifiesto por el que invitaba a los go­
bernadores de las provincias a despojar a R ozas de la re­
presentación exterior y a declararle la guerra.
B erón de A strad a en com binación con la “ Comisión a r­
g en tin a” de M ontevideo, celebró un acuerdo con R ivera (1)
y con los agentes de F rancia, que prestarían la ayuda de sus
fuerzas navales.
.
. ,
B erón de A strada, como lo tenía prom etido, levanto un
ejército de unos 5.000 hom bres para e n tra r en cam paña;
pero R ivera, que tam bién había declarado la g u erra a Rozas,
en M arzo, perm aneció inactivo y dejó a B erón de A strada
abandonado a su suerte.
., .
,
C orrientes fué invadida por un fuerte ejercito al m ando
del gobernador de E n tre Ríos, general D. Pascual Echagüe,
y de U rquiza. E n la sangrienta b atalla de Pago Largo fue
derrotado Berón de A strada y quedó m uerto
con varios
centenares de soldados, m uchos de los cuales fueron sacrifi­
cados de u na m anera horrorosa, (M arzo 31 de 1839).
(1) R ivera ya h abía d e clarad o la gu erra a Rozas. (M arzo 10 de '8 3 9 )
(2 ) D e la espalda d e B erón de A strada le sacaron u n a lo n ja de piel con la que
te m andó hacer una m anca que íué regalada a Roza».
Revolución del sur. — C onspiración de M aza
E n Buenos A ires, casi al m ismo tiem po que era sofocado
el levantam iento de C orrientes, se descubría una conspira­
ción, en la que se había com prom etido el ten ien te coronel
Ram ón Maza.
E n la cam paña sur de la provincia de Buenos A ires se
había constituido tam bién un foco revolucionario que debía
operar en com binación con el m ovim iento de la C apital y
con una fuerza al m ando del general Lavalle que debía des­
em barcar en la costa de T u y ú , pero que no se presentó.
El Dr. don M anuel
V icente M aza, pre­
sidente de la L egis­
latu ra, y padre del
coronel Ram ón M a­
za, fué asesinado en
su propio despacho
p or suponérsele cóm ­
plice. Su hijo fué fu­
silado p o r la m ism a
causa.
L os jefes princi­
pales que debían le­
v an tarse en el su r de
la provincia de B ue­
nos A ires, en combi­
nación con los con­
ju rados que respon­
dían al coronel M aza, y con el general Lavalle. fu e ro n : M a­
nuel Rico, en D olores; P edro Castelli, en C hascom ús; y
Am brosio Crám er, en M onsalvo.
El general L avalle en vez de desem barcar en el T uyú,
como había prom etido, se dirigió a E n tre Ríos. Los con-
— 456 —
ju rad o s del sur, a p esar de la desm oralización en que se
encontraban por la ejecución del coronel M aza, y por la
ausencia del general Lavalle, se levantaron en los tres pue­
blos citados.
D. P rudencio R o zas,'h erm a n o del tirano, desde el A zu l;
y el coronel G ranada, desde T apalqué, unieron sus fuerzas
y alcanzaron a los revolucionarios en Chascom ús y los de­
rro taro n . (N oviem bre 7 de 1839).
P erseguidos y tom ados m uchos de ellos, fueron ejecutados.
L a cabeza de Castelli fué expuesta en la plaza de Dolores.
E l coronel Rico con 600 hom bres pudo llegar al T u y ú y sal­
varse en los botes de la escuadra francesa bloqueadora.
D esde ese m om ento la situación se puso m ucho m ás g ra­
ve y peligrosa p ara los que no podían to lera r la política y
el salvajism o del tirano.
Campaña de Lavalle contra Rozas
Segundo levantamiento de Corrientes - Muerte de Lavalle
L as fuerzas navales francesas habían desalojado de la isla
de M artín G arcía a la guarnición p u e s ta 'p o r R ozas y, allí
había establecido su cam pam ento el general Lavalle.
A principios de septiem bre, la L egión libertadora, fuerte
de 550 hom bres, llevada en 4 buques franceses, desem barcó
cerca de “ G ualeguaychú” (L a n d a), de donde m archó hacia
el n o rte y, próxim o al arroyo “Y eru á”, venció a las fuerzas
del G obernador delegado de E n tre Ros.
C orrientes debía auxiliar a Lavalle, y al conocerse la no­
ticia del triunfo de “Y eru á”, se levantó en arm as por se­
gunda vez. (S eptiem bre 22 de 1839).
L avalle pasó a C orrientes, y allí pudo equipar las fuer­
zas para pasar de nuevo a E n tre Rios, en cuyo territo rio
sostuvo dos encuentros de resultados indecisos. (D on Cris­
tóbal y Sauce Grande).
L avalle abandonó el territorio entrerriano por el “ D iam an­
te” y, tran sp o rta d o su ejército en buques de la escuadra
francesa, desem barcó en San P edro (A gosto 5 de 1840).
D espués de algunos encuentros sin im portancia, llegó y
— 457 —
acampó en Mer­
lo a pocas horas
de Buenos Aires.
(A gosto 1840).
R ozas se con­
sideró p e r d id o
p orque no dispo­
nía d e fuerzas
suficientes c o n
q u e defenderse.
L a v a l l e p erm a­
neció inactivo du­
ra n te varios días
y contram archó
luego hacia S an­
ta Fe. E sto favo­
reció a R o z a s ,
quien, sin hacer
nada de su p ar­
te, se salvó.
De S anta Fe,
L avalle p a s ó a
C órdoba en don­
de fué alcanzado
y v e n c id o por
O ribe en el com ­
bate de Quebra­
ch o H e r r a d o
(N oviem bre 28
de 1840). A lcan­
zado nuevam en­
te en T ucum án
f u é b a t i d o en
F a m a illá (Sep­
t i e m b r e 19 d e
1841).
L avalle, en si­
tuación tan der
—
458 —
sastrosa, huyó hacia Ju ju y con el propósito de pasar a Bolivia, alojándose, m ientras tanto, con algunos oficiales y
soldados, en una casa
de la ciudad,
U na p artid a de la
localidad, sin sospe­
char siquiera que el
general Lavalle se en­
contraba allí, iba a
prender al dueño de
la casa; pero, avisada
de que en ella se en­
contraba alojada una
fuerza fugitiva, hizo
una descarga contra
la puerta, retirándose
en seguida, y una de
las balas produjo la
m uerte del g e n e r a l .
(O ctu b re 9 de 1841).
Su cadáver fué lleva­
do a Bolivia, gracias
a la fidelidad de los
suyos, y depositado,
C a m p a ñ a de L a v a lle
c o n Jo s h o n o r e s a q u e
era acreedor, en la catedral de Potosí.
<;ido com pletam ente en Rodeo del M edio (M endoza^-y-tuvo
que refugiarse en Chile, (Septiem bre 24 de 1841).
Los degüellos y atrocidades que se com etieron en las cinco
provincias de la coalición por los jefes de las fuerzas de
Rozas, fueron de refinada crueldad.
El G obernador de T ucum án, doctor M arco A vellaneda, y
algunos oficiales fueron presos y decapitados en M etán.
L a cabeza de A vellaneda fué colocada en la p u n ta de un
palo y expuesta en la plaza de Tucum án.
L a d a m a p o r te ñ a e n el te m p lo (1 8 4 0 ). ( D ib u jo d e A . P a llie re )
La coalición del norte
T ercer levantam iento de C orrientes. — C am paña libertadora
I
del general P az. — B atalla de Caa-Guazú.
L a reacción co ntra Rozas, a pesar de los fracasos sufri­
dos, se m antenía viva. E n el interior y en el norte se com bi­
n ó un plan, encabezado por don M arco A vellaneda, para
v oltear al tirano, entrando a form ar parte de él las provin­
cias de T ucum án, Salta, C atam arca, L a R ioja y Jujuy. Al
frente de esta coalición se había puesto el general L a M adrid
quien contaba con la cooperación del general Lavalle.
H ubo varios encuentros desgraciados para las arm as liber­
tadoras. Lavalle, vencido por Oribe, en “Q uebracho H e rra ­
do” y en “ F am aillá”, no pudo ser eficaz. L a M adrid fué ven-
E l general P az, después de su cam paña en el in terior y
de caer prisionero en “E l T ío ”, (1831) había perm anecido
encarcelado en S an ta F e ; y luego, reclam ado por Rozas, éste
lo tuvo preso en L uján.
H abían transcurrido ya 8 años, cuando R ozas lo m andó
poner en libertad creyendo atraerlo a su p artid o (1839).
P az debía perm anecer en Buenos Aires, en relativa libertad,
pues tenía la ciudad por cárcel.
E l benem érito general resolvió, algún tiem po después,
poner de nuevo su espada al servicio de la causa libertadora
ii
-
460-
y, en la noche del 3 de A bril (1840), se evadió con algunos
com pañeros. Se in ternaron todos en el río, con el agua al
pecho, h asta alcanzar un lanchón que los esperaba y condujo
a uno de los buques franceses bloqueadores.' De éste, en
dos botes, pasaron a la Colonia sanos y salvos.
E l general P az se trasladó, después, a C orrientes, y allí,
con los auxilios del G obernador F erré, se entregó a la tarea
de o rganizar el tercer ejército correntino contra, Rozas
E n poco m ás de tres meses había conseguido form ar un
cuerpo de ejército con qué poder hacer frente al general
Echagüe, G obernador de E n tre Ríos.
D espués de varios encuentros sin im portancia, tuvo lugar
una g ran batalla en el paso de Caa-Guazú, sobre el río
Corrientes, en la que Echagüe sufrió una d errota com pleta
(N oviem bre 28 de 1841).
Con la victoria de Caa-Guazú, P az quedó dueño de E ntre
Ríos y fué nom brado G obernador de la provincia; pero
Ferré, desconfiando de Paz, se dejó influenciar por las intri­
gas de R ivera, y este cambio de‘ actitud entorpeció la conti­
nuación de la cam paña. P az se retiró a M ontevideo y todas
las v entajas obtenidas, que le habrían puesto en condiciones
de pasar el P ara n á y m archar hacia B uenos A ires, se redu­
jeron a nada. La suerte no abandonaba a Rozas.
Invasión al Uruguay.— Batalla del Arroyo Grande.
Sitio de Montevideo.
La paz celebrada con la F rancia por el tra ta d o de M ackau,
dejaba libre la navegación del P la ta y sus afluentes, y esto
perm itió a R ozas -bloquear el puerto de M ontevideo y faci
litar las operaciones del ejército de invasión al U ruguay,
fuerte de 14.000 hom bres. E ste ejército, al m ando de Oribe,
cruzó el río P ara n á y se situó cerca del A rroyo G rande (2).
Rivera, casi al mismo tiem po, pasó a E n tre Ríos con todas
sus fuerzas, a las cuales se unieron las del litoral form ando,
así, un total de 8.000 hom bres.
E l encuentro de las fuerzas de O ribe y las de R ivera tuvo
lugar cerca de las puntas del Arroyo Grande, y allí sufrió
( 1 ) E l gen eral L a valle, p o r su p a rte , estab a en cam paña en el interior.
(2) A rroyo q u e separa los d ep artam en to s de C oncordia y Colón*
— 461 —
R ivera una com pleta y espantosa derro ta perdiendo todo el
parque, bagajes, caballadas, etc. (D iciem bre 6 de 1842. Riverá huyó con pocos hom bres y pasó a territo rio oriental.
D espués dé esta victoria, O ribe cruzó el río U ru g u a y y
m archó lentam ente hacia M ontevideo, situándose en la co­
lina llam ada el C errito, cerca de M ontevideo, e inició el céle­
bre sitio qüe duró cerca de nueve años (F eb rero 16 de 1843).
L as autoridades de M ontevideo, ante el peligro que se
aproxim aba, a consecuencia de la d erro ta de R ivera, ordena­
ron la creación de un ejército, poniéndolo a las órdenes del
general Paz, quien se consagró com pletam ente a la organi­
zación de la defensa de la ciudad.
El general P az fué incansable en su tarea': m andó lev an tar
m urallas, creár talleres para la fabricación de arm as, o rg a­
nizó batallones, y echó m ano de cuanto recurso podía serle
útil en m om entos tan desesperantes.
El núm ero crecido de extranjeros residentes en M ontevideo
perm itió la form ación de varias leg io n es: la de los arg en ti
form ada por los em igrados; la de los franceses; la de los
españoles, y la de los italianos, m andada por José Garibaldi.
E n to tal las fuerzas de la defensa de M ontevideo sum aban
7.000 hom bres. E n tre los jefes argentinos, adem ás del gene­
ral P az, e s ta b a n : R ondeau, O lazábal, O lavarría, M artín Ro­
dríguez, Iriarte, N icolás de V edia y otros.
T odas las operaciones que se realizaron du ran te el sitio,
constituyen lo que se llam ó la Guerra Grande.
Los em igrados argentinos establecidos en M ontevideo,
constituían una agrupación num erosísim a, a la que se unían
gran núm ero de extranjeros que habían abandonado la ciu­
dad de Buenos A ires por serlés odiosa la política del dicta­
dor. M ontevideo se convirtió, así, en un verdadero foco de
oposición activa, y de tenaz propaganda revolucionaria.
R ozas tenía, pues, un interés grandísim o en apoderarse
de M ontevideo.
Intervención de Francia e Inglaterra
Combate de Obligado
El estado de g u erra entre R ozas •y la B anda O riental,
que perjudicaba grandem ente los intereses com erciales, no
30
— 462 —
sólo de los pueblos
sino tam bién de las
dem ás naciones, in­
flu y ó p a r a q u e
F ran c ia e In g la te ­
rra intervinieran.
E n abril de 1845
el general R i v e r a ,
que guerreab a con­
tra las f u e r z a s de
R o z a s en la cam ­
p aña o r i e n t a l , fué
v e n c id o co m p leta­
m ente p or U rq u iza
en I n d i a M uerta.
L a ciudad de M on­
tevideo vino a que­
dar, así, aislada.
E l g o b i e r n o de
M ontevideo e n tr ó ,
entonces, en nego­
c i a c i o n e s con los
p le n ip o t e n c i a r i o s
de F ran cia e In g la ­
terra. E sto s hicie­
ron p ro p o s ic io n e s
de p az a R o z a s ;
pero el tiran o las
rechazó.
E ntonces le e n ­
viaron un u ltim á­
tu m dándole 8 días
de tiem po p ara que
re tira ra las tro p as
del territo rio orien­
tal.
— 463 —
T am poco tom ó en cuenta Rozas el u ltim átu m , y las
fuerzas navales franco - inglesas atacaron la escuadrilla que
m andaba B row n, al servicio de Rozas, y se apoderaron de
los buques en la rada de M ontevideo. D espués de esto la
escuadra anglo - francesa se dedicó a bloquear los p u ertos
argentinos, y p arte de ella rem ontó el P araná.
R ozas había hecho colocar en el P aran á una cadena m uy
gruesa, de una a o tra banda del río, en un sitio llam ado
V uelta de O bligado, para im pedir el paso de los buques
cargados de m ercaderías que los com erciantes de M ontevi- deo pretendiesen m andar a los puertos de C orrientes y del
P araguay.
L a escuadra anglo-francesa atacó las fuerzas qué, desde
la costa, defendían el paso, las que fueron vencidas, a pesar
de la brav u ra con que pelearon, como lo reconocieron los
m ism os jefes de las escuadras, en los p artes que p asaron a
sus alm irantes. (N oviem bre 20 de 1845).
E l com bate de O bligado fué una victoria de las fuerzas
navales de F ran cia e In g la te rra ; pero hizo honor a las arm as
argentinas, que defendieron en aquella o p ortunidad la so­
beranía nacional.
N ueva cam paña del general P az co n tra R ozas
C uarto levantam iento de C orrientes.
Convenio de A lcaraz— Vences.
E l pueblo correntirto había sentido siem pre una aversión
m anifiesta para con el tirano Rozas, y no desperdiciaba oca­
sión para sublevarse con el propósito de derribarle del poder.
E ncontrándose E n tre Ríos con pocas fuerzas p ara su
defensa, pues U rquiza había pasado al U ru g u a y , C orrientes
se pronuncio de nuevo. Un centenar de personas, encabe­
zadas por don Joaquín M adariaga, invadieron desde el
B rasil, atravesando el U ruguay, por un paso que se llam ó
desde entonces, P aso de los Libres.
El G obernador que había puesto R ozas en C orrientes
huyó y, en poco tiem po, toda la provincia estuvo de pie.
El general P az fué llam ado por M adariaga para ponerse
al frente 4 e Ia cam paña. P az aceptó, abandonando la plaza
de M ontevideo, pues ya se encontraba ésta en condiciones
de defensa. Se em barcó p ara Río de Janeiro y, de allí, pasó
a C orrientes (Julio de 1844).
E l general P az debía organizarlo todo. El P araguay,
aliado a C orrientes, m andó un contingente de varios miles
de h o m b res; pero m uy bisoñOs. P az disciplinó lo m ejor que
pudo las fuerzas y esperó la invasión que debía llevarle
U rquiza.
L a in d u s tria del cuero.
La v an guardia del ejército correntino la m andaba don
Ju an M adariaga quien, no cum pliendo las órdenes de Paz,
atacó a U rquiza. F u é vencido y cayó prisionero. M adariaga,
p ara salvar la vida, se com prom etió con U rquiza a expulsar
al general P az de C orrientes, a cuyo efecto participó estas
circunstancias a su herm ano don Joaquín,
-4 6 6 -
E l general P az habría conseguido d erro tar a U rq u iz a;
pero el gobernador don Joaquín M adariaga, dificultó el
plan estratégico de aquél y sublevó las tro p as obligándole
a retirarse al P araguay.
Los M adariaga y U rquiza firm aron el convenio de Alcaraz (agosto 15 de 1846) uno de cuyos artículos se refería
al restablecim iento del Pacto del Litoral de 1831 por el que
se indicaba la reunión de un congreso federal.
R ozas, al ten er conocim iento de la celebración del tra ­
tado, se indignó contra U rquiza, acusándole de haber cele­
brado, por su sola cuenta, pactos sobre cuestiones que sódo
a él correspondía entender. U rquiza tuvo que anular el tra­
tado y obligó a los M adariaga a que aceptasen otro convenio
im puesto por Rozas.
Los M adariaga, que habían pactado de buena fe, poco
después reanudaron la l u c h a . En el p o t r e r o de Vences,
M adariaga fué derrotado por U rquiza, y la provincia quedó
som etida a la influencia de éste. (N oviem bre 27 de 1847).
— 467 —
E n las ciudades del in terio r la vida tran scu rría tranquila, sin o sten ­
tación ni lujo desm edido: la sencillez en todo, era el carácter de la
vida dom éstica y social. E n el campo, los h abitantes llevaban una vida
de estrecheces y de privaciones, en g ran parte debido a su escaso
apego al trab ajó continuado, rayano en la ociosidad.
“A producir este resu ltad o desgraciado, dice Sarm iento, debe haber
contribuido la in corporación de indígenas que hizo la colonización,
pues las razas am ericanas viven en la ociosidad y se m uestran inca­
paces, aún por medio de la com pulsión, p ara dedicarse a un trabajo
duro y seguido”.
Ojeada al pasado
(Epoca de las luchas civiles)
L a lucha p o r la independencia, que reclam aba el concurso de todos
los hijos del país, en p arte; pero p rincipalm ente el largo período de
las luchas fratricidas, san g rien tas y feroces, a veces, hab ían a rru i­
nado el com ercio, las pequeñas in d u strias nacientes, im pedido el
cultivo de la tierra, ah u y en tan d o al ex tran jero , etc.
Así, pues, la p rosperidad del país, relativ am en te a su com ercio y
a sus industrias, no había variado, en general, de lo que era en 1810;
debiendo exceptuarse, sin em bargo, a B uenos A ires, que d isfru tó del
periodo de paz y de pro g reso de las ad m inistraciones de R o dríguez
y de L as H eras.
C ontribuía a que este estado de lucha fuera casi perm anente, la
falta de m edios de com unicación entre ciudades ubicadas a distancias
grandísim as unas de otras, y m ás aúii, de B uenos Aires.
E n tan extensa superficie sólo dos ciudades m erecían este nom bre:
B uenos A ires y C órdoba. L as dem ás eran poblaciones de segundo y
tercer urden; sim ples aldeas, alg u n as; aglom eración de ranch o s, otras,
E stas ciudades presentaban todas el m ism o aspecto con sus calles
cortadas en ángulo recto, su cabildo y su iglesia, y algunos conventos,
com o únicos edificios de im portancia, siguiéndoles un as cuantas casas
de m aterial con techos de tejas, y luego algunos centenares de ran­
chos estableciendo el contacto entre el centro del poblado y la cam paña.
T ipo de Jos antiguos pueblos pobres.
Siem pre refiriéndose a este hecho, decía en aquella época, el m ism o
S arm iento:
“ D a com pasión y v erg ü en za en la R epública A rg en tin a com parar
la colonia alem ana o escocesa del sur de B uenos A ires y la villa que
se form a en el in terio r; en la p rim era las casitas son pintadas, el fren­
te de la casa siem pre aseado, adornados de flores y arbustillos g ra ­
ciosos; el am ueblado sencillo pero com pleto; la vajilla de cobre o
estaño, reluciendo siem pre; la cam a con cortinillas graciosas y los
h ab itan tes en un m ovim iento y acción continuos”.
“ L a villa nacional era el reverso indigno de esta m edalla; niños
sucios y cubiertos de h arapos viven en una jau ría de p erro s; hom bres
tendidos por el suelo en la m ás com pleta inacción, el desaseo y la
p o b reza en to d as p artes, una m esita y petacas por todo am ueblado,
— 469 —
ranchos m iserables por habitación, y un aspecto gen eral de barbarie
y de in q iria los hacen no tab les”. (Ó
E s t o s hom ­
bres tan dados
a la ociosidad,
q u e m u y poco
cultivaban la tierra p ara p ro cu ­
ra rse el alim ento
necesario, o n a­
da, puesto que
con poco trab ajo
lo obten ían de
la carne dé sus
m ajadas, consti­
tu ían el elem en­
to a p ro pósito
p a ra el lev an ta­
m ien to de m o n ­
ton eras.
A sí se explica
en p arte, la faci­
lidad y la deci­
sión con que es­
tos hom bres, sin
intereses a rra i­
gados, acudían
al llam ado de los
c a u d i l l o s para
em p u ñ ar las a r­
m as y exponer
su vida en d e ­
fensa d e u n a
causa que nin ­
gú n beneficio les
rep o rtab a, ni cuy o s principios
e n t e n d í a n . En
aquella época las
e s c u e l a s no
T
* El e je e ra d e m a d e ra d u ra . L a s r u e d,a s e r a n abundaban
y los
La carreta.
u . .
re fo rz a d a s con lo n ja s d e cu e ro .
an an a D eiO S S e
contaban no so­
lam ente entre los h abitan tes de la cam paña, sino entre las personas
acom odadas. E n 1816, Sarm iento, encon trán d o se en las sierras de
San Luis, enseñó a leer a seis jóvenes de fam ilias pudientes, el m e­
nor de los cuales tenía 22 años.
(1) Sarm iento - Facundo.
T o d as las poblaciones del interior, principalm ente las ciudades
capitales de provincia, estab an expuestas, con frecuencia, a sufrir los
vejám enes, cuando no las consecuencias del odio y de la venganza
p artid ista de los m o n to n ero s que, m uy a m enudo, se en tregaban al
saqueo de las casas de sus enem igos im poniendo contribuciones fo r­
zadas de dinero, y p erp etran d o asesinatos, degollaciones, etc. E n las
cam pañas era cosa co rrien te que se apoderaran de ías haciendas de
sus enem igos llegando su m aldad, a veces, h asta el punto de em pren­
derla con pobres infelices a los que quem aban sus rú stico s m uebles
y d estrozaban h a sta los cach arros y ollas de barro.
P a ra a ten d e r a sus contiendas p artid istas los caudillos descuidaban
la defensa de las líneas de fro n teras y los indios llevaban a cabo sus
invasiones, casi im punem ente, com etiendo crím enes h o rrorosos.
H acia 1821 S an ta Fe, p or ten er desguarnecidas las fro n teras sobre
el Chaco, vió d estru id as sus quintas, quem ados sus ranchos, y casas,
m u erto s sus m oradores, y, aún, tuvo que so p o rtar las hostilidades de
esos m ism os salvajes cuyos toldos los instalaron a sólo un a legua
de distancia de la ciudad.
H echos análogos sucedían en las fro n teras de B uenos A íres, C ór­
doba, San'tiago del E stero , San Luis, etc.
E n algunos m om entos, cuando m ás recrudecía la lucha entre el
G obierno de B uenos A ires y los caudillos, o entre éstos m ism os, la
cam paña ofrecía un espectáculo de desolación que apenaba.
L os cam pos quedaban desiertos, pues las faenas se in terru m p ían
p orque los cam pesinos ab an d onaban los establecim ientos rurales, ya
p ara fo rm ar en las m o n to n eras y ejércitos de los caudillos, ya des­
apareciendo p ara lib rarse de un servicio que no respondía a las pe­
nurias y peligros que le esperaban.
E n los ran ch o s sólo quedaban las m ujeres y los niños, expuestos a
sufrir las brutalidades de los m ontoneros.
Se com prende que, con un estado de cosas sem ejante, la población
no podía au m en ta r sino en centros de cultura com o B uenos A ires.
Así, la población de todo el país, que hacia 1819 era de unos
530.000 habitantes, en 1837 llegó a 635.000 acusando un aum ento de
solo 1/6 % anual. L a principal causa de este aum ento ta n poco sen­
sible era el estado de g u e rra casi perm anente que existía desde 1819
en adelante. D u ra n te todo ese tiem po el país perm aneció estacionario,
en general, sin in m ig ran tes que cultivaran la tierra, sin industrias, y,
lo que era peor, con tendencia a desaparecer lo poco que ya existía.
Com o ejem plo de decadencia a que habían sido reducidas algunas
ciudades del interior, S arm iento cita, en F acundo, el siguiente in te rro ­
gato rio que som etió al canónigo de la catedral de C órdoba don M a­
nuel Ignacio C astro B a rro s que había dejado la ciudad de L a R ioja
desde cu atro m eses atrás.
¿A qué núm ero ascenderá aproxim adam ente la población actual de
la ciudad de la R ioja?
R. — Apenas m il quinientas almas. Se dice que sólo hay quince varo­
nes residentes en la ciudad.
¿Cuántos ciudadanos notables residen en ella?
R. — E n la ciudad serán seis u ocho.
¿Cuántos abogados tienen estudio abierto?
R. - Ninguno.
¿Cuántos médicos asisten a los enfermos?
R. - Ninguno.
¿Cuántos jueces letrados hay?
R. - Ninguno.
¿Cuántos jóvenes riojanos están estudiando en Córdoba o Buenos
Aires
R .— Sólo sé de uno.
¿Cuántas escuelas hay, y cuántos niños asisten?
R. — Ninguna.
¿H ay algún establecimiento público de caridad?
R. — Ninguno, ni escuela de primeras letras. El único religioso fra n ­
ciscano que hay en aquel convento, tiene algunos niños.
¿Cuántos templos arruinados hay?
R. Cinco: sólo la M atriz sirve de algo.
¿Se edifican casas nuevas?
R. — Ninguna, ni se reparan las caídas.
¿ H a aumentado o disminuido la población?
R. — H a disminuido más de la mitad.
¿ Predomina en el pueblo algún sentimiento deterro r ?
R. — M áxim o. S e teme hablar lo inocente.
P or una situación semejante pasaban otras ciudades como San Luis,
Santiago del Estero, etc.
— 473 —
— 472 —
Urquiza y Rozas
Pronunciamiento del 1» de Mayo de 1851
Con la desaparición de los caudillos López y Q uiroga
de la escena política, R ozas habia quedado como el caudillo
m ás poderoso y resp etad o ; pero m ás tarde, surgió otro,
cuyo p restig io había ido creciendo h asta el pu n to de sobre­
p u jarlo y, p or fin, vencerlo: este caudillo fué U rquiza.
E l general D. Ju s to José de U rquiza en su juventud,
hacia 1830, había sido unitario. M ás tarde, cuando y a R ozas
se había afianzado en el poder, se puso de p arte de los
federales.
E stu v o al servicio de la política de R ozas y su influen­
cia fué creciendo en todo el litoral h asta que, com o gober­
n ad o r de la provincia de E n tre Ríos, su
prestigio llegó a ser ta n grande que ala r­
m ó al tirano.
E x istía n ya entre R ozas y U rquiza
algunos resentim ientos, y éstos se acen­
tu aro n después del com bate de la V uelta
de O bligado y paso de la escuadra anglo-frañcesa, y m ás aún después del
convenio de A lcaraz, que U rquiza había
celebrado c o n lo s M a d a r i a g a de Co­
rrientes, convenio que tu v o que m odifi­
car por im posición del dictador.
U rq u iza no estaba en un to d o de acuerdo con la política
de R ozas y se im puso el com prom iso de hacer valer todo
el poder que había sabido acum ular p ara librar al país de
la tiran ía b árb ara que lo tenía sojuzgado. P rocedió con la
prudencia necesaria p ara no descubrir sus propósitos y p re­
paró una cam paña en regla para derrocar al tirano.
R ozas rep resentaba al E jecutivo N acional en todo lo
relativo a las relaciones exteriores, paz y guerra, facultades
que las provincias le habían delegado en v irtu d del P acto
del L ito ral de 4 de enero de 1831.
T odos los años R ozas presentaba su renuncia del cargo
de g o b ernador de la provincia de Buenos A ires, fundándola
en razones de salud, renuncia que nunca era aceptada por
la Sala de R ep resentantes. E s ta sanción, que im plicaba de-
legar en Rozas, tam bién la defensa de los asu n to s nacio­
nales, provenía de una leg islatu ra provincial y no de una
autoridad nacional. P o r consiguiente, U rquiza, así com o h a­
bía reconocido en R ozas al rep resen tan te de una au to rid ad
nacional, con todo derecho podía no continuar reconocién­
dole las atribuciones de tal.
F u é así que, con fecha l p de m ayo de 1851, el go b ern a­
dor de la provincia de E n tre Ríos, general
U rquiza, expidió el trascen d en tal d e c r e t o
que se conoce con el nom bre de pronuncia­
m iento del 1? de mayo de 1851, aprobado
p o r la L eg islatu ra de aquella provincia. El
artículo 2° del citado decreto establecía q u e :
“retiraba las facultades delegadas al Gobernador de
Buenos A ires en lo relativo a las relaciones exteriores,
guerra y paz, y que quedaba su provincia en actitud
de entenderse directamente con los demás gobiernos
del mundo hasta que fuera consolidada la N ación”.
E l 25 de m ayo dirigió U rq u iza una sen ti­
da proclam a a los pueblos, que term in ab a a s í :
Pueblos confederados: la provincia heroica que me
ha honrado con la dirección de sus destinos ha hecho
resonar en todos sus ángulos el clamor uniform e de
“libertad, organización y guerra al despotismo”. N ues­
tra hermana, la ilustre provincia de Corrientes, ha res­
pondido ya y ligado su resolución magnánima a la de
E ntre Ríos, y la grande alianza argentino-americana,
libertadora de las repúblicas del Plata, tiene a su favor
el poder de las armas, la elevada justicia de su causa
y las bendiciones de los buenos.
,E1 29 de m ay ° se ñ rm ó el tra ta d o de
alianza de la provincia de E n tre R íos con la
de C orrientes, así com o con el gobierno de
la defensa de M ontevideo y con el Brasil.
.Soldado de cabaíie ría de U rq u iz a
La expedición libertadora - Capitulación de Oribe
La escuadra brasileña
Paso del Tonelero - Batalla de Caseros - Fuga de Rozas
E ncontrándose en territo rio oriental el ejército de O ribe,
que sitiaba la ciudad de M ontevideo, h ab ría sido peligroso
para U rquiza iniciar directam ente la cam paña co n tra R ozas
— 474 —
— 475 —
en territo rio de la provincia de Buenos A ires, puesto que
O ribe habría podido, a su vez, cruzar el U ruguay e invadir
las provincias de E n tre Ríos y C orrientes. Era, pues, nece­
sario, lib ertar la ciudad de M ontevideo venciendo a Oribe.
F u é así que pasó prim ero, a territo rio uruguayo, el general
Garzón, oriental, y luego le siguió U rquiza. (Junio de 1851).
V arios jefes de las fuerzas de O ribe, con toda la tro p a de
su m ando, se pasaron al ejército libertador. O ribe, dándose
cuenta de que estaba perdido, celebró un convenio de paz
p o r el que se declaraba que no había vencidos ni vencedores.
(O c tu b re
8 de
1851). Con esto, sin
d e r r a m a r sangre,
tuvo fin el sitio de
M ontevideo a los
9 años m enos 4 me­
ses y 9 días.
R eforzado el ejér­
cito lib ertad o r con
la incorporación de
las fuerzas que ha­
bían servido a O ri­
be, U rquiza repasó
P áso del P a ra n á p o r el e jé rc ito de U rquiza.
el U ru g u a y y re­
unió sus fuerzas en Gualeguaychú de dónde pasó al Diaman­
te estableciendo, allí, el cuartel general.
Incorporadas que estuvieron las fu erza s'o rien tales y b ra­
sileñas, el ejército llegó a contar 24.000 hom bres.
A fines de D iciem bre el llam ado Ejército Grande empezó
el pasaje del río P ara n á por el lugar denom inado Punta
Gorda (D iam ante). Los buques de la escuadra brasileña y
las balsas cargadas de tropas y pertrechos bélicos; los miles,
de caballos y de soldados atravesando a nado el río ancho y
profundo, la anim ación reinante en am bas orillas, todo daba
i la escena un aspecto grandioso.
El 25 dé Diciem bre todo el ejército se hallaba ya en la
irilla opuesta esperando sólo la orden de m archa del genealísimo U rquiza hacia Buenos Aires.
Rozas dispuso su ejército (22.000 hom bres) en Santos
Lugares, de donde pasó a un paraje llam ado Caseros. Allí
lo atacó U rquiza obteniendo el triu n fo m ás com pleto (F e ­
brero 3 de 1852). Q uedaron en poder del vencedor m ás de
7.000 prisioneros, cerca de 60 cañones, carros y carretas en
núm ero m ayor de 1.000, caballadas, etc.
Rozas, en cuanto com prendió que el resultado de la lucha
le era adverso, huyó del campo de batalla hacia la ciudad,
deteniéndose en
un lu g ar de los
s u b u r b i o s (ac­
tu al plaza 29 de
N oviem bre) pa­
ra re d actar su
r e n u n c ia , q u e
envió a la L e­
g i s l a t u r a , y se
r e f u g ió , luego,
en la casa del
1 m inistro b ritán i­
co. D u ra n te la
noche se em bar­
có con su hija
M anuelita en un
buque inglés que
lo condujo a In ­
g laterra, r a d i ­
cándose cerca de
S o u th a m p to n .
Allí vivió, dedi­
cado a los tra b a ­
jos rurales, hasta que m urió el 14 de M arzo de 1877 a los
84 años de edad.
Gobierno provisorio del Dr. Vicente López
1
D urante la tarde del m ism o día de la batalla, los
F ebrero soldados dispersos del ejército de Rozas, y aún
4
el mismo populacho de la ciudad y de los su b u r­
bios, se entregaron al saqueo, y éste continuó
durante la noche.
L a huida de Rozas im portaba la ausencia de toda au to ri­
dad y el consiguiente peligro de m ayores excesos.
— 476 —
— 477 —
E l día 4, una com isión de vecinos caracterizados, presi­
dida por el obispo E scalada, se apersono m uy de m añana al
general U rquiza, que se encontraba en su cuartel general de
San B enito de P alerm o, para inform arle de los saqueos y pe­
ligros a que estaba expuesta la población, urgiéndole la de­
signación de un gobierno con autoridad suficiente para
im poner el orden y tran q u ilizar al vecindario.
U rquiza accedió de inm ediato, y el m ismo día 4 nom bró
gobernador provisorio de la provincia de Buenos A ires al
D r. V icente L ó ­
pez, el au to r del
H im no Nacional.
E ste acto im pre­
sionó bien a la
opinión p o r q u e
i m p o r t a b a no
entrom eterse di­
r e c t a m e n t e en
los asuntos in­
t e r n o s propios
de la provincia
de B uenos Ai-
In v itad o U rquiza por el gobierno provisorio para asistir
a una recepción dispuesta en su honor, no concurrió p re­
textando que: otras atenciones le reclam aban.
E ste hecho, así como el relativo a la exhibición del cintillo
punzó en el som brero, por U rquiza, eran tales como para
dejar en m uchos espíritus u na im presión de desconfianza,
pues tem ían que pudiera erigirse en dictador. Los aconteci­
m ientos m ás sim ples eran abultados o tergiversados, y todo
ello contribuía a form ar un am biente de desconfianza entre
los que profesaban ideas contrarias.
re s
Soldado de c ab a lle ría de R ozas en S a n to s L u g a re s.
U rq u iza dispuso tam bién la intervención de algunas fuer­
zas para que procedieran a la represión enérgica con orden
de fusilar en el acto a los individuos que fueran sorprendi­
dos com etiendo algún delito.
Con estas m edidas term inaron los saqueos y volvió a
reinar el orden y la tranquilidad.
Con el propósito de que el pueblo ^trib u tase los
F eb rero agasajos y honores debidos al ejercito libertador,
'9
se designó el día 19 de febrero para celebrar el
acontecim iento. L a ciudad fué em banderada, y las
calles por donde debía pasar el ejército, fueron cubiertas de
flores.
U rquiza, que m archaba a caballo al frente de las tropas,
llevaba puesto un som brero de copa con una ancha cinta
punzó, y vestía uniform e de parada cubierto con un corto
poncho blanco. A su paso era aclam ado por el pueblo con
en tu siasm a delirante.
La misión de Irigoyen
E l espíritu de resistencia a U rquiza, no sólo en Buenos
A ires sino tam bién en algunos otros puntos del interior, eran
indicios de una situación que podía degenerar en
M arzo
una g u erra civil. U rquiza, con el propósito de
1
allanar las dificultades, procuró hacer com pren­
der a los gobernadores que la autonom ía de sus
provincias sería respetada. Con este propósito encom endó
al D r. B ernardo de Irigoy en la m isión de entrev istarse con
aquéllos y com unicarles los elevados propósitos que le
guiaban. Irigoyen partió p ara el desem peño de su m isión el
l 9 de M arzo de 1852.
L as explicaciones de Urquiza encontraron eco favorable en
todas las provincias.
E l Protocolo de Palermo
El general U rquiza había establecido el cuartel general
del ejército y su residencia personal en San Benito de P a ­
lerm o. Allí recibía las visitas de los principales personajes
de la política, federales y unitarios, estos últim os
A bril
llegados de la expatriación, con el propósito de
6
cam biar ideas acerca de lo que m ás convenía h a­
cer para em prender la difícil y com pleja tare a
de la organización del país, que era el g ran anhelo del li­
bertador.
El 6 de A bril de 1852, reunidos en P alerm o el general
U rquiza, el gobernador provisorio de la provincia de B ue­
31
— 478 —
nos A ires Dr. V icente L ópez; el gobernador de C orrientes,
general B enjam ín V iraso ro ; y el Dr. M anuel Leiva, en
representación del gobernador de S anta Fe, firm aron un
convenio, que suele llam arse Protocolo de Palermo, basado en el
pacto federal de 4 de E nero de 1831.
P o r el citado protocolo se autorizaba al gobernador y
capitán general de E n tre Ríos, general U rquiza, a regir las
relaciones exteriores de la C onfederación h asta que, reuni­
do el C ongreso Nacional, éste estableciera, definitivam ente,
el poder a' quien debía corresponder el ejercicio de aquel
cargo.
Acuerdo de San Nicolás
E l 8 dé A bril, por orden de U rquiza, se envió una circu­
lar a los gobernadores invitándolos a concurrir a una re­
unión que ten d ría lugar el día 20 de M ayo en la ciudad
de San N icolás de los A rroyos.
A bril
g
E n la citada nota circular se expresaba el deseo
«de solem nizar el g ran día 25 de M ayo con la ap ertu ra
de una C onvención N acional en la que los m andatariostodos de la C onfederación puedan au n ar sus pensam ientos políticos
y tra ta r de
cerca los intereses generales de ella, .de la m an era m ás
eficaz y que m ás tienda a la realización del g ran pensam iento de la
época: la confraternidad de los gobiernos y de los pueblos».
M ientras se hacían los preparativos para la, reunión de
los gobernadores en San N icolás de los A rroyos, la provin­
cia de Buenos A ires procedía a la elección de.
M ayo rep resen tantes p ara la nueva L egislatura. E sta
13
quedó in stalada el día I o de Mayo, y el día 13
nom bró gobernador en propiedad al m ism o go­
bernador provisorio D r. V icente López, a quien, pocos días
después, se autorizó p ara concurrir a la reunión de San N i­
colás. E l día 20 quedó constituida la asam blea.
M ayo L as discusiones eran interm inables y acaloradas
20
por la diversidad de opiniones em itidas. P o r fin,
después de diez días de
deliberaciones, se pudo
firm ar el acuerdo, que com prendía 19 artículos. L os prin­
cipales de éstos d isp o n ían :
— 479 —
M ayo
—Investir al general Urquiza con el título de Director
ti
Provisorio de la Confederación Argentina con mando
efectivo de todas las fuerzas militares.
— Convocar un Congreso General Constituyente que se compondría de
dos diputados por cada provincia.
— Dictar por el Congreso General tina Constitución, que sería federal.
■
— Sancionada la Constitución, se procedería a la elección de Presidente
de la República.
El gobernador López, aunque no ten ía autorización para
ello, firm ó el acuerdo. A su regreso a Buenos A ires lo re­
m itió a la Sala de R epresen tan tes con un proyecto de ley
para su aprobación.
Oposición de Buenos Aires. - Las sesiones de Junio. Rechazo del acuerdo. - Golpe de Estado de Urquiza
L a noticia de la firm a del acuerdo, conocida en Buenos
A ires antes de su publicación oficial, produjo una im pre­
sión de gran descontento, y la opinión general exigía el
rechazo del mismo.
E l gobernador López envió un m ensaje a la C ám ara de
R epresentantes pidiendo la aprobación del acuerdo. Se fijó
el día 21 de Junio para que tu v iera lugar el debate.
La excitación en Buenos A ires era enorm e, alen tad a por
la prédica de la prensa, co n traria y favorable al acuerdo.
D u ran te la sesión del día 21, toda la población se inte­
resó apasionadam ente siguiendo las altern ativ as del debate.
T an enorm e era el interés de la m asa p opular por
Junio la aprobación o el rechazo del acuerdo que h asta
21 y 22 l° s com erciantes cerraron sus casas p ara que el
personal pudiera conocer m ás de cerca la m ar­
cha de los debates.
T om aron p arte principalísim a en las discusiones el coro­
nel M itre, el D r. D alm acio Vélez Sarsfield y otros, ha­
blando en contra del acuerdo. E n cambio, los m inistros,
D r. Ju an M aría G utiérrez, y D r. V icente F idel López, hijo
éste del gobernador, lo defendieron. E l acuerdo fué re­
chazado.
E l gobierno llegó, así, a encontrarse en u na situación
insostenible, circunstancia que originó la renuncia del go-
—480-
bernador, Dr. López, y la de los m inistros citados
Ju n io
(Junio 23).,
23
L os debates que tuvieron lugar en la Sala de
R ep resentantes los dias 21 y 22 de Junio, que
term in aro n con el rechazo del acuerdo, agitaron tan apa­
sionadam ente la opinión de los porteños, que se hicieron
m em orables y eran designados con el nom bre de «las jo r­
nadas de Junio».
L a L eg islatu ra aceptó la renuncia del gobernador López
y designó, para reem plazarle provisionalm ente, al general
M anuel Guillerm o P into, presidente de la L egislatura.
El golpe de Estado.— El general P in to debía p re sta r ju ra ­
m ento y asum ir el m ando el día 24; pero no alcanzó a cum ­
plir tales actos porque el D irector P rovisorio de
Ju nio la Confederación, U rquiza, hizo llegar una nota
24 y 26 a Ia cám ara, el mismo día, declarando disuelto
.ese cuerpo legislativo y m anifestando que había
resuelto asum ir el gobierno de la provincia, provisoriam ente,
por considerar a ésta en estado de anarquía. E sa actitud de
U rquiza constituía un golpe de E stado. A dem ás, m andó ce­
rra r la casa donde sesionaba la L egislatura, destituyó al
gobernador interino recientem ente nom brado, general P into,
y designó nuevam ente al D r. V icente López p ara desem pe­
ñ ar el cargo. (Junio 26).
L os diputados opositores m ás exaltados, M itre, Vélez Sarsfield, P ó rtela y otros, fueron presos y llevados a un buque
de gu erra. L a ciudad fué ocupada m ilitarm ente y la prensa
opositora fué acallada, cerrándose las im prentas. Sólo se per­
m itió la salida del diario oficial «El P rogreso».
U rq u iza dió tam bién un m anifiesto explicando las causas
que le obligaban a to m ar tan graves m edidas.
Al cabo de un m es (Julio 24) López renunció nuevam ente
el cargo reasum iéndolo U rquiza con un «Consejo de E stado»
que le asesoraría cuando aquél así lo creyera conveniente.
D u ran te los pocos m eses que el D r. López estuvo al fren­
te del gobierno de la provincia de Buenos A ires, su acción
fué benéfica y fecunda, no obstante el m om ento de inse­
gu rid ad en que le tocó actuar. T uvo que reorganizarlo to d o :
— 481 —
la recaudación de las rentas, el restablecim iento de los tri­
bunales de justicia, la instrucción pública, etc.
No fué m enos fecunda la obra del D irector P rovisorio. Le
preocupó la seguridad de las fronteras, la reorganización de
las aduanas, la casa de m oneda, etc. P rotegió el com ercio y
la in d u stria y m uy p articu larm en te la ganadería. E stim uló
la fundación de la Bolsa de Com ercio y organizó la m unici­
palidad de Buenos Aires.
D esignó una com isión de jurisconsultos p ara red actar los
códigos civil, com ercial, penal y de procedim ientos.
Revolución del 11 de Septiembre
L a secesión de Buenos Aires
A raíz del golpe de estado del 24 de junio, como hem os
visto, el D irector U rquiza designó gobernador provisorio al
Dr. V icente L ó p e z ; pero éste, encontrando dificultades en el
desem peño de su cargo, renunció al cabo de un mes. A sum ió
el m ando, entonces, el mismo U rquiza, conservándolo h asta
principios del m es de septiem bre.
D u ran te todo este tiem po, había reinado en B uenos Aires
una calm a que era sólo aparente, pues existía el tem or de que
se im plantara una nueva dictadura, o que estallara una re ­
volución.
El D irector U rquiza debía au sen tarse de B uenos A ires
para asistir a la instalación del C ongreso C o n stitu y en te en la
ciudad de S anta Fe. Dejó, como gobernador delegado, al ge­
neral José M iguel Galán, y el día 8 de septiem bre se em barcó
para S anta Fe.
L a revolución que se había estado preparando estalló en •
la noche del 10 al 11. El jefe de las fuerzas sublevadas era
el general José M .-P irán a quien secundaban el general Ma^ dariaga, los coroneles H ornos, Ocam po y otros. E l día 11 por
la m añana, esas fuerzas ocuparon la plaza de la V icto ria y
el F uerte.
_ El gobernador, general Galán, se retiró con sus fuerzas
sin atacar a los sublevados.
Los com andantes generales de cam paña de toda la provin­
cia de B uenos A ires, así como los jefes de las guarniciones
— 483 —
de fro n teras se pusieron inm ediatam ente a las órdenes del go­
bierno nacido de la revolución.
L a L eg islatu ra, disuelta por el golpe de E stado, así como
el gobernador P in to, fueron reintegrados en sus- cargos res­
pectivos.
P o r una ley de la L eg islatu ra de. B uenos A ires, de 21 de S eptiem ­
bre, se declaró que la provincia de B uenos A ires no reconocería
n in g ú n acto em anado del congreso a reu n irse en S anta F e. P o r otra
ley declaraba la cesación del encargo de m a n ten er las relaciones
exteriores de la R epública, delegado en el gen eral Ju sto Jo sé de
U rquiza.
E n otro artículo de la ley se disponía que fuese el G obierno d e '
B uenos A ires el que tuviese la rep rese n ta c ió n d el E stad o ante el
e x tran jero , en lo que tuviese relació n con dicho E stad o .
E stas resoluciones im portaban la secesión o sea la sepa­
ración de la provincia de Buenos A ires de las trece provin­
cias herm anas.
U rquiza, al ten er conocim iento de la revolución estallada
en la ciudad de Buenos Aires, había resuelto caer sobre ella
al frente de un ejército, y em prendió la m archa hasta San
N icolás; pero luego desistió de ello. E nvió una com unicación
al gobernador interino, general P into, m anifestando que ha­
bía resuelto re tira r sus tropas de la provincia de Buenos
A ires y dejai; a ésta librada a sus designios, siem pre que se
m an tu v iera en paz y que su autoridad de D irector fuera res­
petada.
M ientras en Buenos A ires tenían lugar estos acontecim ien­
tos, los diputados de todas las provincias se aprestaban p a ra
traslad arse a S anta F e, citados para concurrir a la in au g u ra­
ción de las sesiones del C ongreso C onstituyente cuyo acto
debía ten er lu g ar en noviem bre de 1852.
La provincia de Buenos Aires — Acción porteña en el interior
Invasión a Entre Ríos — Revolución del coronel Lagos
Sitio de Buenos Aires
E l 30 de octubre de 1852 era elegido gobernador de la pro­
vincia de Buenos Aires, el Dr. V alentín A lsina por un período
de tres años.
A lsina era un unitario exaltado y su influencia sobre m u­
chos hom bres de valer, civiles y m ilitares, era m uy grande,
y con el apoyo de los m ismos, se propuso anular el prestigio
del general U rquiza obstaculizando su obra.
Ya con anterioridad, siendo gobernador provisorio el ge­
neral P into, habían sido enviados algunos em isarios, entre
ellos el general P az, p ara dar a conocer a los gobernadores
los propósitos por los cuales se había realizado la revolución
del 11 de septiem bre, abrigando la esperanza de atraerlo s a
la política de Alsina. El general P az fué detenido en S anta
Fe, y la misión que llevaban él y los dem ás fracasó.
El gobernador Alsina, guiado siem pre por la m ism a idea,
planeó una invasión a la provincia de E n tre Ríos para levan­
tarla contra U rquiza. Con tal propósito fueron enviados dos
expediciones m ilitares a las órdenes de los generales M adariaga y H ornos, quienes desem barcaron, respectivam ente, en
Concepción del U ru g u ay y en G u aleg u ay ch ú ; pero fueron
rechazados.
E ste hecho contribuyó a enconar los ánim os entre los hom ­
bres de Buenos A ires y los de la Confederación.
E n el mes de diciem bre del mismo año, el coronel H ilario
L agos, m ilitar que, no ob stan te su an tig u a opinión rozista,
había sido designado com andante general del centro, se su­
blevó contra A lsina y sitió la ciudad de Buenos A ires con
sus fuerzas de gauchos m ontoneros.
El Dr. A lsina renunció el día 6 de diciem bre sucediéndole
interinam ente el general Pinto.
El D irector, U rquiza, procuró que cesara la lucha p or las
vías conciliatorias; pero sin resultado, h asta que, él m ismo,
intervino uniéndose a las fuerzas sitiadoras. N uevas te n ta ­
tivas de paz no dieron m ejor resultado.
En el ejército sitiador cundía la indisciplina a tal punto
que varios ayudantes del coronel L agos desertaron lleván­
dose parte de las fuerzas y las caballadas. P ara ag rav ar aún
m ás la situación del ejército sitiador, el jefe de la escuadrilla
^ de la Confederación, Ju an H. Coe, se vendió al gobierno de
Buenos A ires por una fuerte sum a de dinero, y entregó
todos los barcos (Junio de 1853).
Como no había sido posible concertar un convenio de paz,
no obstante la intervención de m inistros ex tranjeros como
m ediadores, U rquiza resolvió lev an tar el sitio y re tira rse a
E n tre Ríos (Julio de 1853).
-4 8 4 —
— 485 —
E sta actitu d del D irecto r provisorio, retirándose de la
provincia de Buenos A ires, im portaba dejar a ésta libre y
dueña de sus actos.
Los hom bres de B uenos A ires, negándose a to m ar p arte
en el C ongreso de S an ta Fe, no lo hacían por ab rig a r p ro ­
pósitos separatistas. Su actitu d provenía tan sólo del tem o r que
el país llegara a ser dom inado nuevam ente por una dictadura.
E l C ongreso prestó su aprobación a las actuaciones del
D irector provisorio y encargó a una com isión de su seno la
redacción de un proyecto de constitución. Los co n stituyentes
tuvieron en cuenta para realizar este trabajo, los antece­
dentes históricos desde el Reglamento Orgánico de 1811,
redactado por el deán F unes, y el E statuto Provisional del
m ismo año.
Con posterioridad se preparó otro proyecto por encargo
de la A sam blea del año X I I I ( V é a s e p á g . 2 9 1 ) . A éste siguie­
ron : el E statuto Pro­
visional de 1815, que
fué el mismo de 1811,
reform ado; el R egla­
mento Provisional de
1817 y las constitu­
ciones d e lo s a ñ o s
1819 y 1826.
M ientras U rq u iza se en co n trab a todavía en San Jo sé de Flores,
ocupado en las operaciones del sitio, el C ongreso de S an ta F e san ­
cionaba la C onstitución. (M ayo I o). E l D irecto r provisorio la p ro ­
m ulgó p o r decreto del día 25 de M ayo, en la m ism a localidad de
San Jo sé de Flores.
El Congreso Constituyente: antecedentes doctrinarios
e históricos.
Echeverría y Alberdi. - La Constitución
E n el A cuerdo de San Nicolás había quedado convenida
la reunión de un C ongreso G eneral C onstituyente que lo
co n stitu irían dos diputados por cada provincia, y que te n ­
dría la m isión de dictar una constitución estableciendo el
régim en federal.
E l Congreso, reunido en la ciudad de S an ta Fe, tenía el
doble carácter de constituyente, y de P oder L egislativo en
lo referente a cuestiones de orden nacional.
T odas las provincias estuvieron representadas, con excep­
ción de la de Buenos A ires.
E l general U rquiza, retenido en E n tre R íos para afro n tar
la invasión de las fuerzas de Buenos A ires, no pudo concu­
rrir a la inauguración del C ongreso; pero envió un m ensaje
p ara que fuera leído en ese acto.
R efiriéndose a la no concurrencia de Buenos Aires, decía
el D irecto r U rq u iza en su m ensaje:
«L a situación actu a l de*la provincia de B uenos A ires y la ausen­
cia de sus rep resen tan tes en v u estro seno, la p erjudican sobrem anera.
E s ésta, entre todas las h erm anas, la que m ás hondas herid as recibió
de la adm inistración p ro fu n d am en te inm oral y eg o ísta de don Ju an
M anuel de R osas, y la que m ás reclam a rep aració n de gravísim os
males».
« P o rq u e am o al pueblo de B uenos A ires, m e duele de la ausencia
de sus rep resen tan tes en este recinto. P e ro su ausencia no quiere
significar un apartam ien to p ara siem pre: es un accidente transitorio.
L a geografía, la historia, los pactos, vinculan a B uenos A ires al res­
to de la nación. Ni ella puede existir sin sus h erm an as, ni sus h e r­
m anas sin ella. E n la b an d era arg e n tin a hay espacio p ara m ás de ca­
torce estrellas; pero no puede eclipsarse u n a sola».
E xistían, a d e m á s ,
algunos pactos in ter­
provinciales, a sab er:
T r a t a d o d e l P ila r
(18 2 0 ); T ra ta d o cua­
drilátero (1821); el
P a c t o f e d e r a l de
in ii
E l h istórico cabildo de S a n ta F e donde fué
l o o l , CJU6 6 Tcl C l m as
sancionada la C onstitución de 1853
im portante de los convenios interprovinciales.
Los constituyentes del 53 conocían algunas obras especia­
lizadas en estudios constitucionales. Así, de E steb an E ch e­
varría era conocida la obra titu lad a “D ogm a S ocialista”, p u ­
blicada en 1837, cuyo contenido doctrinario está dividido en
15 tem as, de los cuales el 129 es : Organización de la patria sobre
la base democrática.
Conviene observar, para evitar un mal entendido, que en
el “D ogm a S ocialista” E ch ev erría no expone una doctrina
de !a índole del socialism o actual.
-4 * 6 -
F u é conocida tam bién una publicación llam ada “El F ede­
ra lista” cuyos autores, norteam ericanos, fueron H am ilton,
M adison y Jay. Los tres habían intervenido en las discusio­
nes de la convención general reunida en Filadelfia que dictó
la constitución de los E stados U nidos (1787).
L a tarea que debían afro n tar los congresistas era compleja
y difícil, tan to m ás que, en ese tiem po, no poseían libros donde
estuvieran expuestos los principios de un régim en de gobier­
no rep resen tativ o federal, excepción hecha de “ El F ederalis­
ta ” ; pero éste había desaparecido de m anera m isteriosa. (1)
E ntonces llegó a m anos de los diputados, m uy op o rtu n a­
m ente, el libro del Dr. Ju an B autista A lberdi titulado “ B a­
ses y puntos de p artida para la organización política de la
R epública A rg en tin a” . A lberdi, a pe­
dido de los diputados, redactó un pro­
yecto de constitución que sirvió de
guía a la com isión que tenía el encargo
de p reparar, a su vez, el proyecto que
sería som etido al C ongreso para su
discusión.
Los congresistas tom aron en cuen­
ta todos los antecedentes doctrinarios
e históricos, los pactos y tratad o s in­
terprovinciales, así como las cons­
tituciones de 1819 y 1826, am bas
unitarias.
L as sesiones del C ongreso duraron
viem bre de 1852 h asta el 30 de A bril de 1853. El 1" de M ayo
filé firm ada por los diputados de todas las provincias, excep­
to por los de Buenos Aires. U rquiza la firm ó y prom ulgó en
San José de F lores el día 25 del mismo mes. El día 9 de Julio
fué ju rad a por todas las provincias m enos la de Buenos Aires.
L a C onstitución de 1853 es, en gran parte, reproducción
de la de 1826, m uchas de cuyas disposiciones están tom adas
al pie de la letra.
(1) R especto del libro “ E l F e d e ra lista ” , dice M arian o A. P elliaa en su H ist.
A rg e n tin a : R eferíanos el d ip u tad o G utiérrez, que d u ra n te las sesiones p re p a ra ­
to rias había •visto y hojeado en la s e c re ta ría del C ongreso, U 7 i e jem plar del
“ F e d e ra lis ta ” , que perteneció a R iv era I n d a r te ; pero que, cuando llegó el m o­
m ento de p ro y e c ta r la c o n stitu ció n , aquel libro no estaba ya en el C ongreso. T. I I
página 447. — E dición de 1810.
— 488 —
Con posterioridad, cada una de las provincias dictó su pro­
pia constitución de acuerdo con los principios de la cons­
titu ció n nacional, siendo la prim era la de M endoza, proyec­
tad a p o r A lberdi, quien la explicó en el libro “D erecho pú­
blico provincial” .
E l Estado de Buenos Aires
L os acontecim ientos que tuvieron lu g ar en Buenos A ires
después de Caseros, p articularm ente desde el día de la en­
tra d a triu n fal de las fuerzas de U rquiza en la ciudad, el día
19 de febrero, indujeron al pueblo porteño a m irar con des­
confianza ciertos actos del libertador porque creía descubrir
en ellos los indicios de una posible dictadura. U rquiza, a su
vez, veía en el pueblo
de Buenos A ires un
esp íritu de hostilidad
hacia él. (V éase pág. 433).
Como consecuencia
de la revolución del
11 de Septiem bre de
1852, la provincia de
B uenos A ires quedó,
de hecho, s e p a r a d a
de la Confederación
E l a n tig u o m uelle de pasajeros
L a C ám ara de R epresentantes de la provincia, siendo
gobernador provisorio el D r. P a sto r O bligado, sancionó su
propia C onstitución (A bril 11 de 1854). F u é ju rad a solem ­
nem ente el 23 de_Mayo por el pueblo de la C apital y en los
partidos de la cam paña.
De acuerdo con la C onstitución sancionada, las dos cá­
m aras, reunidas en asam blea, elegían el gobernador del
E stado.
E l prim er gobernador constitucional fué el m ism o doctor
O bligado, elegido por tres años (1854- 1857).
D u ran te su gobierno se dictó una ley autorizando la cons­
trucción de un m uelle, que fué inaugurado en 1855 y dem o­
lido en 1890.
E l 30 de A gosto de 1857 se inauguró el p rim er ferro-carril
que tuvo el país (F . C. O.) desde la ciudad de B uenos A ires
hasta la F lo resta (V élez Sarsfield) con un recorrido de
10 Km . í 1)
Se em pezó la construcción de un edificio p ara aduana,
d etrás de la actual Casa de G obierno (dem olido en 1894).
Al Dr. O bligado sucedió el Dr. V alen tín A lsina p ara el
período 1857 - 1860. E n este tiem po se produjo el rom pi­
m iento entre el gobierno del E stad o de Buenos A ires y el
de la C onfederación.
La lucha con los indios
L a s luchas civiles casi continuas en que se vió envuelto el país,
hab ían im pedido p re s ta r la atención debida a m uchas cuestiones de
la m ayor im portancia p ara el
progreso del m ism o, en tre ell^s
la relativa a los audaces avan­
ces de los indios sobre las po­
blaciones apartadas.
E n las pam pas, los indios
contaban con dos aliados de
prim er orden que le perm itían
sostener verdaderas cam pañas
m ilitares con las fuerzas reg u ­
lares y, a veces, h a sta salir vic­
toriosos. E sto s aliados eran:
el caballo y el desierto.
E l caballo les p erm itía pre“ I.a P o rte ñ a ” . P rim e ra locom otora del
sen tarse rep en tin am en te sobre
F .C .O . E x iste n te en el M useo de I»uján
las tropas regulares y , a rm a­
dos tan sólo de la.nza, cuchillo
y boleadoras (algunos con arm as de fuego) arrem etían con furia,
dando alaridos
que estrem ecían, p ara desaparecer sin que fuera
posible alcanzarlos. E llos conocían al dedillo to d av ía v asta región
pam peana, m ien tras
que los jefes de las expediciones
no podían
siem pre a v en tu rarse p o r regiones aún desconocidas.
L os indios pam pas tenían m uy educado el sentido de la vista y
esto les perm itía descubrir, desde las lom as y de m uy lejos, las fu er­
zas que los perseguían. L as fam ilias de los salvajes podían, así, ab an ­
( l ) L , a estación estaba situ ad a en la m anzana que hoy ocupa el te a tro Colón.
L a vía cruzaba la a ctu a l plaza L avalle, por la calle de este nom bre h a sta C a­
llao, de donde seguía p o r una curva en S que cruzaba la m anzana (a c tu a l calle
R au c h ) b a sta C orrientes y luego, por e sta calle h a sta llegar a la a ctu a l A venida
P u eyrredón. P o r é sta seg u ía h a sta la a ctu a l calle Bmé. M itre, y, por ésta, lle­
gaba h a sta la a n tig u a e stación O nce p a ra seguir, com o actu alm en te, h a sta la
F lo resta (V élez S arsfield).
-4 9 0 donar los toldos y refugiarse en sitios seguros o guaridas, an tes que
sus perseguidores les diesen alcance.
Los indios del Chaco m olestaban las poblaciones de S an ta Fe,
C órdoba, S antiago del E ste ro y S alta en sus fro n teras con aquel
te rrito rio ; pero sus m edios de lucha eran diferentes. L os bosques,
que eran casi im penetrables, y los esteros, hacían innecesario, para
estos indios, el uso del caballo.
L a n o ticia d* esta m a ta n za produjo g ra n im presión en B uenos A ires. P a ra
c astig a r a los salvajes p a rtió el entonces coronel B artolom é M itre quien cayó
sobre la v anguardia de los indios establecidos con sus to ldos a o rillas del
a rro y o T apalqué. L os indios sufrieron una seria d e rro ta ; pero el descuido de
los vencedores, que se ha b ía n en tre g a d o a saq u ear el cam pam ento enem igo,
perm itió a aquéllos que re accio n aran y volvieran a la lucha con mayores: bríos.
Su género de vida era, pues, distinto del de los pam pas. E stos
vivían del pillaje m ientras que las trib u s chaqueñas (chunupies, to ­
bas, vilelas, chiriguanos, abipones, etc.) m uy trab ajad o ras, co m er­
ciaban con las poblaciones cristianas a las que vendían cueros de
anim ales feroces, plum as de aves, objetos de sus industrias, etc.
Los chiriguanos, en S alta y Ju ju y , trab ajab an com o peones y con
buen resultado, especialm ente en las p lantaciones de la cañ a de
azúcar.
A ún actualm ente, entre las peonadas que trab aja n en los obrajes
del Chaco y en otras faenas del cam po y de la in d u stria de las
provincias del norte,
es aprovechado el b ra­
zo de estos indígenas
en g ran núm ero.
R ozas m antenía bue­
nas relaciones con los
principales caciques y
algunos de éstos, co­
m o C allvucurá y Cachul, en el sur, y Coliqueo, en el oeste, le
p restaro n su a y u d a
alistán d o se co n tra el
ejército lib ertad o r de
U rquiza.
D espués de la caí­
da de R ozas, y du­
ran te varios años, los
indios em prendieron,
de nuevo, una serie de invasiones que causaron la despoblación y el
abandono de gran d es extensiones de tierra, ya ocupadas, prin cip al­
m ente en la provincia de B uenos A ires.
P o d ría creerse que la g u e rra que se sostenía con los indios que
ocupaban las dilatadas llan u ras del sur y del oeste de la provincia
de B uenos A ires, consistía ta n sólo en una especie de paseo que
realizaban los ejércitos expedicionarios
los que,
bien pertrechados
y con artillería, y dirigidos p or jefes distinguidos y valientes, debían
obtener siem pre fáciles victorias. N o era así sjn em bargo.
E n 1856 se organizó u n e jército de veteranos, fuerte de 3000 ho m b res con
12 cañones y 2000 caballos, al m ando del g eneral H o rn o s y llevando com o jefe
de estado m ayor al en to n ces coronel Em ilio M itre.
C allvucurá h ab ía reunido 500 jin etes, form ados en varias divisiones, que co­
m andaban sus te n ie n tes C achul, C atriel, N a m u n cu rá y otros. A sa lta ro n el pueblo
del A zul y lo en tre g a ro n al saqueo m a ta n d o a tre scien to s vecinos (1855).
L a s fuerzas de M itre , tu v iero n que acu d ir
form ación de cu ad ro s p a ra re s istir y salvarse.
a
la
suprem a
m aniobra
de
la
C allvucurá supo a tra e r a stu tam e n te al g eneral H o rn o s a u n “ te m b la d eral” , y,
a llí, c argando a fondo, lo d e rro tó a ta l punto que “ la caballería huyó d espavo­
rid a y se re tira ro n penosam ente los infantes con los cañones, dejando en el cam po
18 jefes y oficiales y 250 soldados m uertos, 280 heridos, con pérdida de caballos,
a rm as y m uniciones’’.
\
“ E l bravo coronel c o rre n tin o M anuel O cam po com andaba el regim iento de
c o racero s de 2 0 0 plazas. E l cuerpo salió hecho del cam po de ba ta lla, y cuando
los indios O nceaban ferozm ente y p o r la espalda a los ate rra d o s fugitivos, O cam ­
po lanzó el escuadrón de E sc alad a , hijo del g eneral del m ism o nom bre, a
p ro te g e r la re tirad a , dando ta n ta s c arg as a fondo que, al fin, los indios esquivaban
los sables de los c o racero s” .
“ L os indios se -lanzaron al saqueo, llegando h a sta el río S a la d o ; pero H o rn o s,
que era ta n activo com o bravo, reu n ió los re sto s de sus m ejores tro p a s y los
asaltó te m e ra ria m e n te en los a rro y o s de los H uesos, del A zul y de C hapalcuvú,
venciendo p arcialm ente unas veces, conservando apenas el cam po las o t r a s ; pero
im pidiendo en todas que co n tin u a se el e strag o a te rra d o r del m alón.
“ L as b a ta llas y e n cu e n tro s p arciales, si bien co n te n ían m o m en tán eam en te las
invasiones, no podían influir en n u e stra adversa posición al fre n te de la b arbarie
ensoberbecida, y, p o r el co n tra rio , la fortuna m ilitar de C allvucurá re sp lan d e c ía
cu lm in a n te ” . ( 1 )
L o que sé acaba de leer es suficiente para com prender cuantas
e ra n las
dificultades, los peligros y las p enurias de toda clase que dem an d ab a la g u erra
c o n tra el indio.
E s ta lucha in cesan te debía te rm in a r unos 25 años m ás ta rd e con la expedición
que d irigió el g e n eral D . J u lio A. R oca en 1879.
Presidencia de Urquiza - Organización de los poderes
públicos de la Confederación - Acción administrativa
Sancionada la C onstitución N acional el Io de M ayo de
1853, y aprobada por las provincias, excepción hecha de
Buenos A ires, el D irector P rovisorio, general U rquiza, con­
vocó a elecciones de P resid en te y Vice, resu ltan d o electos
el m ism o U rquiza, y el Dr. Salvador M aría del C arril, res­
pectivam ente.
Buenos A ires no tom ó p arte en esos comicios por la cir­
cunstancia de estar separada de la Confederación. T ucum án
(1 ) “ C allv u cu rá” . — D r. B¡. S. Zeballos.
— 492 —
y S antiago del E stero no realizaron elecciones por estar en
g u erra en tre ellas.
L os dos m andatarios electos prestaron juram ento el 5
de m arzo de 1854.
E l P resid en te form ó su m inisterio designando, por de­
creto de 6 de m arzo, en la ciudad de S anta F e, a los si­
guientes ciudadanos:
D r. B enjam ín G orostiaga, m inistro del Interior.
D r. M ariano F rag ueiro, m inistro de H acienda.
D r. Ju an M. G utiérrez, m inistro de Relaciones E xteriores.
D r. S an tiag o D erqui, m inistro de Justicia e I. Pública.
Gral. R udecindo A lvarado, m inistro de G uerra y M arina.
E l día 7 de m arzo se decretó la clausura del C ongreso
G eneral C onstituyente, que había term inado su com etido.
In m ed iatam en te de constituido el gobierno, sus m iem ­
bros se traslad aro n a la ciudad de P aran á, la que fué federalizada provisoriam ente, así como todo el territo rio de la
provincia de E n tre Ríos, quedando su jeta a las autoridades
nacionales.
L as dos cám aras del C ongreso L egislativo quedaron
constituidas en el m es de octubre del m ism o .año (1854),
y la prim era reunión ordinaria tuvo lu g ar el día 22 en la
iglesia m atriz.
E l poder judicial no fué posible constituirlo íntegram en­
te desde un principio por la ausencia y renuncia de algu­
nos m iem bros de la Suprem a C orte de Justicia.
L a gestión ad m inistrativa de U rquiza, a pesar de la se­
paración de Buenos Aires, que obstaculizaba, en parte, la
realización de sus propósitos, fué fecunda en obras útiles.
P restó g ran atención a la instrucción pública, difundien­
do las escuelas y otros institutos de enseñanza. El histórico
colegio del U ru g u a y lo haba fundado U rquiza siendo go­
bern ad o r de E n tre R íos (1849).
N acionalizó la U niversidad de C órdoba y el Colegio de
M o nserrat de la m ism a ciudad.
F om entó las industrias, la navegación y la colonización.
L a colonia “ E sp eranza” se form ó con fam ilias de inm i­
— 493 —
g ra n te s suizos. L a de “San Jo sé”, en E n tre Ríos, la fundó
el m ism o U rquiza por iniciativa personal.
Se celebraron trata d o s con G ran B retaña, F ran cia y E s ­
tados U nidos para la libre navegación de los ríos P a ra n á
y U ruguay.
M andó co n tra ta r ingenieros para p ro y ectar líneas férreas
y estudiar la navegabilidad de los ríos interiores. P ro cu ró
la venida al país de hom bres de cienca p ara que lo es­
tudiaran.
E n lo relativo a política exterior, organizó la represen­
tación diplom ática en los principales países extranjeros.
Intervino, com o m ediador, en un grave conflicto en tre
el P ara g u ay y E stad o s U nidos, consiguiendo que las p ar­
tes contendientes celebraron un honroso tra ta d o de paz.
No o b stan te los buenos propósitos que anim aban a los
hom bres de la C onfederación, la provincia de Buenos A ires,
que poseía el pu erto y que acap arab a casi to d as las re n ta s ’
constituía un serio obstáculo p ara que aquélla pudiera des­
envolverse en la m edida necesaria.
L a situación era tal que, m ien tras el E stad o de Buenos
Aires^ desenvolvía su acción sin inconvenientes, la Confe­
deración tenía que afro n ta r una situaciónn financiera de su­
ma gravedad.
U rquiza observaba una política de carácter conciliador
con Buenos A ires; pero un fuerte partido opinaba que era
necesario obtener la incorporación de aquella provincia
aun em pleando la fuerzá.
E l Estado de Buenos Aires y la Confederación - Convenios
de 1854 y 1855 - Los Derechos diferenciales
El período presidencial de U rq u iza tran sc u rrió casi ín te­
gro m ientras el E stad o de B uenos A ires perm anecía sepa­
rado de la C onfederación. A quél y ésta estaban dedicados a
la organización de sus respectivas instituciones, obstaculi­
zadas por frecuentes y recíprocas desavenencias que term i­
naron, después, en lucha arm ada.
□
— 494 —
Cuando se levantó el sitio de la ciudad de B uenos Aires
(1853) el coronel L agos y otros jefes, descontentos, se re ti­
raro n con g ran p arte de sus fuerzas, asilándose en S anta
Fe. E sta s fuerzas invadieron la provincia de Buenos A ires
al m ando del general Jerónim o Costa, del coronel L agos y
otros jefes; pero fueron derrotadas en los cam pos de “El
T a la ” (N oviem bre 8, 1854).
E l gobierno de B uenos A ires entabló reclam aciones al
de P aran á. De éstas resultó la firm a de un convenio por el
cual, am bas p artes, se com prom etían a m an tener la paz,
evitando nuevas in v asio n es; a dirim ir cualquier diferencia
por m edios am isto sos; y a procurar que cesara la separa­
ción política. (D iciem bre 20 de 1854).
A principios del
convenio del 20 de
convenía p restarse
rior, y no p erm itir
mes de E nero, como com plem ento del
D iciem bre, se firm ó otro por el cual se
m utuo apoyo en caso de ataque exte­
la desm em bración territo rial.
Se establecía el trán sito libre, tan to m arítim o como de
cabotaje y terrestre, sin im poner ningún recargo a los de­
rechos que y a hubiesen sido pagados por una de las p artes
en cualquiera de las adyanas de la C onfederación o del
E stad o de B uenos A ires (E n ero 8 de 1855).
L a aplicación de estos trata d o s no fué de resultados fa­
vorables, como se esperaba, a los intereses de la Con­
federación.
L a arm onía, derivada de los dos convenios citados, duró
poco tiem po. Al cabo de un año una fuerza de m ontoneros,
entre los cuales había m uchos em igrados, m andados por
el general Jerónim o Costa, desem barcaron en p á ra te . F u e r­
zas de B uenos A ires salieron a su encuentro, y los derro­
taro n y dispersaron, siendo fusilados m uchos de ellos (E n e­
ro 26 de 1856). E ste hecho dió lugar a la anulación de los
convenios de 1854 y 1855 y, nuevam ente, las relaciones entre
los gobiernos de P ara n á y Buenos A ires asum ieron un
carácter de anim osidad.
Los Derechos diferenciales. — L as finanzas de la C onfedera­
ción no m ejoraban de m anera suficiente, a pesar de los
— 495 —
convenios de 1854 y 1855 que llevaban ya un año de apli­
cación. L a re n ta aduan era co n stitu ía el problem a finan­
ciero de m ayor im portancia para el gobierno de P aran á, y
éste procuraba resolverlo arb itran d o algunas m edidas ade­
cuadas.
L as m ercaderías que traía n los barcos que llegaban de
u ltram ar al puerto de B uenos A ires, pagaban los derechos
de im portación en él establecidos. E stas m ism as m ercade­
rías, al salir del lím ite de la provincia, reem barcadas o lle­
vadas por vía terrestre, estaban su jetas al pago de los dere­
chos de aduana establecidos por la C onfederación. Sopor­
taban, pues, el pago de dos derechos.
E l C ongreso nacional de P aran á, p ara salv ar esta situ a­
ción desfavorable, después de largas y acaloradas discu­
siones, votó una ley creando los llam ados Derechos diferenciales,
que se aprobó por sólo dos votos de m ayoría (Junio 26
de 1856).
E stablecía dicha ley que las m ercaderías de u ltram ar des­
em barcadas en Buenos A ires, con pago de derechos, debían
p agar otro m ás, y m uy elevado, en el pu erto de R osario, al
ser llevadas allí, m ientras que si tales m ercaderías eran des­
em barcadas directam ente en ese puerto, el derecho que de­
bían p agar era m uy reducido.
L os que en el C ongreso defendieron y votaron la ley de
los derechos diferenciales com probaron, más tard e, el fra­
caso de la m ism a. E n Buenos A ires se consideró que la san­
ción de esa ley obedecía a u n a política de hostilidad, y, fué
m otivo de recrim inaciones.
R om pim iento arm ado en tre la C onfederación y el E stad o
de B uenos A ires - Cepeda - P acto de San José de F lores
E l p rim er gobernador constitucional del E stad o de B ue­
nos A ires, D r. P a sto r O bligado, term in ab a su período de
tre s años el 5 de M ayo de 1857, y había que proceder a la
elección del sucesor.
E n esa época existían en Buenos A ires dos p artidos po­
líticos: uno que sostenía al gob iern o ; y otro de oposición al
— 496 —
mismo. El primero, localista e intransigente, era contrario
a la unión, m ientras que el segundo apoyaba la idea de la
incorporación, previa la reform a de la C onstitución del 53.
E n M arzo de 1857 debían verificarse las elecciones para
el cargo de gobernador del E stad o de Buenos A ires y en
ellas tom aron p arte los dos partidos políticos citados.
T riu n fó el candidato del partido del gobierno, D r. V alen­
tín A lsina, enem igo político de U rquiza (A sum ió el m ando
el 5 de M ayo de 1857). E sto significaba que la incorpora­
ción quedaría aplazada du ran te sus tres años de gobierno,
salvo algún acontecim iento im previsto. Todo lo contrario
habría sucedido si el triunfo hubiese correspondido al can­
didato del p artid o opositor, es decir al de los que propi­
ciaban la unión. E l general U rquiza, por su parte, ansiaba
tam bién que la unión fuera un hecho.
L os rozam ientos y conflictos repetidos entre los dos go­
biernos, tom aron un carácter grave con m otivo de un de­
creto del gobierno de Buenos A ires por el que se ponían
trab as al com ercio libre de los frutos del país provenientes
de las provincias confederadas (F eb rero I o de 1859). E s el
caso que tales productos quedaban equiparados, según el
decreto, a los im portados del extranjero.
_
E l C ongreso Nacional, ante este nuevo acto de hostilidad,
asum ió una g rave actitu d facultando al P resid en te para pro­
curar la incorporación de la provincia de B uenos A ires por
medio de negociaciones pacíficas o por la fuerza de las
arm as.
L os dos gobiernos se ap restaro n para la lucha. L a m e­
diación del m inistro de los E stados U nidos p ara evitar la
g u erra civil y llegar a un arreglo no tuvo éxito.
— 497 —
(jarearse en San N icolás y re g resar a Buenos A ires (O ctu ­
bre 23 de 1859).
U rquiza siguió avanzando, y estableció su cam pam ento
en San José de F lores procediendo, luego, a sitiar la ciudad.
P a ra evitar la continuación de la lucha, el general U r­
quiza aceptó la m ediación ofrecida por algunos m inistros
diplom áticos extranjeros, en tre ellos el del P arag u ay , F ra n ­
cisco Solano L ó p e z ; pero im puso como condición la ren u n ­
cia del gobernador Dr. A lsina, quien la presentó el 8 de
N oviem bre.
D espués de varias conferencias se celebró un convenio,
llam ado P a cto de San Jo sé de F lo re s, firm ado el 11 de N o ­
viem bre de 1859, cuyas principales cláusulas e r a n :
"A rt. I o. Buenos A ires se declara parte integrante de la Confederación
Argentina, y verificará su incorporación por la aceptación y jura solem­
ne de la Constitución Nacional."
"A rt. 2°. Dentro de veinte días después de verificado el presente con­
venio, se convocará una Convención que examinará la Constitución san­
cionada en Mayo de 1853, vigente en las demás Provincias A rgentinas”.
E l art. 5 establecía que si la Convención Provincial hubiese m anifes­
tado el propósito de introducir reform as en la Constitución mencionada,
esas reform as serían sometidas a la aprobación de una' Convención N a ­
cional, reunida para el caso, a la cual la provincia de Buenos A ires se
obligaría a mandar sus diputados.
F irm ado el P acto, el general U rq u iza levantó el sitio y
se retiró a E n tre Ríos, con todo el ejército, para asum ir, de
nuevo, la presidencia.
E l ejército de la C onfederación, fuerte de unos 14.000
hom bres, lo m andaba el general U rq u iz a; y el de Buenos
Aires, de 9.000, fué confiado al m ando de B artolom é M itre,
elevado al grado de general.
P a ra dar cum plim iento al pacto de San José de Flores
en la provincia de B uenos A ires, se convocó a elecciones
para la designación de los convencionales que debían com­
poner la C onvención Provincial. E s ta se reunió en el mes
de E nero de 1860, y la C onstitución de 1853 fué aprobada
con la sola reform a de algunos artículos y el agregado
de otros.
L os dos ejércitos se encontraron en la cañada de Cepeda,
y las fuerzas del general M itre fueron vencidas, aunque sin
sufrir una d erro ta com pleta, pues la infantería pudo em-
L a Convención N acional que debía estu d iar las reform as
se reunió en S anta F e d u ran te la presidencia del doctor
D erqui.
— 498 —
— 499 —
Presidencia del Dr. Derqui
Reformas de la Constitución - Integración de la unidad
nacional - Acontecim ientos de San Juan - Ruptura de relacio­
nes entre Buenos Aires y el Gobierno Nacional - Pavón.
E n Septiem bre de 1860 se reunió en la ciudad de S anta
F e la C onvención N acional que debía estudiar las reform as
a la C onstitución del 53, propuestas por la Convención P ro ­
vincial de Buenos A ires.
E l g eneral U rq uiza term inó su período de gobierno en
paz con Buenos A ires, aunque la incorporación de esta pro­
vincia a la C onfederación no se había
verificado aún oficialm ente.
P a ra sucederle, fué electo el doctor
S antiago D erqui, acom pañándole co­
mo V ice-P residente, el general Juan
E steb an P ed ern era (M arzo 5 de 1860).
F u é d u ran te su presidencia que la
C onvención P rovincial de Buenos A i­
res, instalada el 5 de E nero de 1860,
siendo gobernador el general M itre,
realizó la ta re a de revisar la C onstitu­
ción de 1853.
De las reform as propuestas, las principales fueron las siguientes:
A rt. 3°. — D eterm in ab a que la C apital sería la ciudad de B uenos
A ires. L a C onvención p ropuso que lo fuera la ciudad que se decla­
rase C apital de la R epública p or una ley especial del C ongreso, p re­
via cesión del territo rio que se tuviera que federalizar con ap ro b a­
ción de la L eg islatu ra a que perteneciese.
A rt. 6o. — P o r este artícu lo el G obierno F ed eral p odía in terv en ir
en las provincias p ara restab le cer el orden, o ase g u ra r la defensa
nacional, aun sin solicitud del gobierno de aquéllas.
L a C onvención propuso que el G obierno F ed eral p u d iera in terv e­
n ir p ara g a ra n tiz a r la form a republicana de gobierno o repeler inva­
siones exteriores; pero p ara el caso que las au to rid ad es hubiesen sido
depuestas p o r sedición o p or inv asió n de o tra provincia, sólo pudiera
in tervenir el G obierno F ed eral, a requisición de sus au to rid ad es cons­
tituidas.
R especto d e la designación “ C O N F E D E R A C IO N A R G E N T IN A ’-' quedó
establecido que las denom inaciones adoptadas sucesivam ente desde
1 8 1 0 h a sta el presente, a sab er: P R O V IN C IA S U N ID A S D E L R IO D E L A
P L A T A — R E P U B L I C A A R G E N T IN A — C O N F E D E R A C IO N A R G E N T IN A
serian, e n adelante, nom bres oficiales ind istin tam en te p ara la designa­
ción d e l G obierno y te rrito rio de las P rovincias em pleándose las
palabras N A C IO N A R G E N T IN A e n la form ación y san ció n de las leyes.
A probadas las reform as, la C onstitución fué prom ulgada
definitivam ente por el presidente D erqui el 1° de O ctubre.
El gobierno de Buenos A ires la prom ulgó el día 12 del
m ism o m es, fijando el día 21 para que fuera ju rad a solem ­
nem ente. E n la catedral de Buenos A ires y en las iglesias
de todas las provincias se cantó un Tedeum en acción de g ra­
cias por haber quedado in teg rad a la unidad nacional.
E n la plaza de la V ictoria, congregadas las autoridades
y el pueblo, ju raro n solem nem ente la nueva C onstitución.
M itre, con ese m otivo, escribió al general U rq u iza:
« E ste ju ra m e n to reco n stitu y e legalm ente la N ación que, si p o r ta n ­
tos años estuvo sólo u n id a por los vínculos sagrados de la m an co ­
m unidad de la h istoria y de los sacrificios, lo está ahora p o r la com u­
nidad de instituciones, de leyes y de autoridades generales.»
E l general M itre, gobernador de la provincia de Buenos
A ires, con el propósito de solem nizar el g ran aconteci­
m iento, invitó al presidente D erqui y al general U rquiza,
gobernador de E n tre Ríos, a presenciar las «fiestas julias»
en Buenos Aires.
E ste acontecim iento fué de ta n ta im portancia que rep er­
cutió en todo el país, porque significaba la elim inación de
todas las dificultades que habían im pedido sellar la unidad
nacional; pero no fué así. E a ru p tu ra se produjo algunos
m eses después inesperadam ente.
El general U rquiza, gobernador de la provincia de E n tre
Ríos, había invitado al presidente de la República, D r. D er­
qui, y al general M itre, gobernador de la provincia de B ue­
nos A ires, para que le hicieran una visita en E n tre Ríos.
E ncontrábanse, los nom brados, en Concepción del U ru ­
guay, en m om entos en que se anunciaban graves aconteci­
m ientos en San Juan. Eos tres gobernantes m encionados,
para evitar probables consecuencias fatales, enviaron, de co­
m ún acuerdo, una carta firm ada colectivam ente, al gober­
nador de la citada provincia, coronel José A ntonio V irasoro,
— 500 —
— 501 —
invitándolo a ren u n ciar el cargo para facilitar un arreglo
pacífico. P o r ra ra coincidencia, el 16 de N oviem bre, el m is­
mo día consignado en la carta, era asesinado el gobernador
V irasoro en su propia casa.
E l P residente D erqui pasó a Córdoba para o rg an izar fuer­
zas, y el general U rquiza, al servicio del G obierno del P a ra ­
ná, hizo otro tan to en E n tre Ríos. E n tre am bos, sin em bargo,
las relaciones no eran m uy cordiales.
E l D r. A ntonio A berastain, considerado cómplice de ese
delito, tom ó el m ando de la provincia como gobernador
(D iciem bre 29).
U rquiza, al frente de las fuerzas nacionales, y M itre a la
cabeza del ejército de Buenos A ires, se encontraron otra
vez, frente a frente. El choque tuvo lu g ar en P av ó n quedan­
do triu n fan te el general M itre, m ás por las consecuencias
favorables, inm ediatas de la batalla, que como hecho de
arm as, pues U rquiza se retiró del campo de la acción con
algunos cuerpos que no habían com batido (S eptiem bre 17
de 1861). El general M itre avanzó hacia el R osario y el ge­
neral U rquiza se retiró a E n tre Ríos dispuesto a iniciar con­
venios de paz.
E ste hecho m otivó la intervención del Gobierno N acional
confiando su representación al coronel Juan Sáa, gobernador
de San L uis, con el carácter de interventor. E l gobernador
A berastain al frente de sus fuerzas se dispuso para la resis­
tencia. El encuentro con las del interventor tuvo lugar en
E l P ocito y fué san griento en exceso. A berastain fué fusi­
lado, y varios centenares de prisioneros m urieron lanceados.
(E n ero 11 de 1861).
E l presidente D erqui presentó su renuncia al C ongreso y
se re tiró a M ontevideo (N oviem bre 5 de 1861).
E o acaecido en San Ju an fué m otivo de gran indignación
en todo el país, y el gobernador de Buenos A ires, M itre, pro­
testó enérgicam ente ante el P residente D erqui por la m a­
tanza de E l P ocito exigiendo el castigo de los culpables.
El gobierno nacional aprobó la actuación del in terv en to r;
pero, en.,lo relativo al fusilam iento de A berastain, lo conde­
naba y resolvió m andar procesar al Coronel Clavero que era
el jefe a quien el in terv en to r había en c arg ad o 'la custodia de
los prisioneros. Clavero, cuya culpabilidad fué com probada,
huyó a Chile.
A este g rave acontecim iento, y a otros conflictos, se agre­
gó el rechazo de los diputados de Buenos A ires al C ongreso
N acional de P aran á porque h a bían sido elegidos según la
ley e lec to ra l d e la p rovin cia , en v e z de serlo de acu erdo
con la ley elec to ra l de la C onfederación .
E l general M itre «G obernador de B uenos A ires E n cargado
del P oder E jecutivo Nacional»
Ley de com prom iso
L a caída del gobierno de la Confederación hacía necesario
reg u larizar provisoriam ente el ejercicio de los P oderes h asta
, que el C ongreso N acional resolviera lo que correspondiese.
A este efecto las provincias delegaron en el general M itre el
desem peño del P oder E jecutivo Nacional, conservando el
puesto de gobernador de la provincia de Buenos A ires, y
que ejercería am bos cargos bajo la denom inación de « g o b e r .
N A D O R D E B U E N O S A IR E S , E N C A R G A D O
N A C IO N A L » (A b ril 1 2 de 1862).
DEE
PO D ER
E JE C U T IV O
E ste hecho fué el m otivo inm ediato del rom pim iento,
puesto que el Gobierno de Buenos A ires se negó a ordenar
nuevas elecciones según la ley de la Confederación.
R ealizadas las elecciones para que las provincias designa­
ra n sus rep resen tan tes al Congreso, éste inauguró solem ne­
m ente sus sesiones el 25 de M ayo de 1862, encontrándose,
así, reunidos los rep resentan tes de todas las provincias.
Buenos A ires se dispuso a la resistencia y a la lucha,
m andando o rg an izar un ejército. E l Gobierno del P araná,
a su vez, decidió in tervenir en la provincia rebelde a efecto
de restablecer el im perio de la ley.
E l m ism o día, los diputados y senadores, invitados por el
E ncargado N acional, general M itre, concurrieron a un T e­
deum en la C atedral en acción de gracias por el fausto acon­
tecim iento. P o r fin la unidad nacional era un hecho.
— 502 —
— 503 —
P o sterio rm en te el C ongreso N acional sancionó una ley por
la que se ordenaba proceder a la elección de P residente y
Vice - P resid en te de la N ación en el térm ino de tres m eses
(Junio 5 de 1862).
M itre, y era llam ado por esa circunstancia, «m itrista»; el otro,
el «autonom ista», de oposición a M itre, ten ia por jefe al
Dr. Adolfo A lsina. Los autonom istas o alsinistas fueron de­
signados con el m ote de «crudos» por los nacionalistas, y
éstos, a su vez, eran llam ados «cocidos» por los autonom istas.
R ealizado el escrutinio, resultó electo, por unanim idad,
P resid en te de la República, el general B artolom é M itre; y el
Dr. M arcos P az, Vice - P resid en te por m ayoría (O ctubre 5).
U na de las cuestiones de m ayor im portancia que se dis­
cutía con acaloram iento y que debía tra ta r el Congreso, era
la relativ a a la designación de la C apital de la República. El
general M itre, a este respecto, propiciaba la federalización
de toda la provincia de Buenos A ire s ; pero la L eg islatu ra de
la m isma, se opuso a ello.
P o r fin, el 8 de O ctubre de 1862, y a electo M itre para la
presidencia, el C ongreso N acional y la L eg islatu ra de Bue­
nos A ires, sancionaron la llam ada «L ey de Com prom iso»
cuyos dos prim eros artículos disponían:
E sto s dos partidos subsistieron du ran te m uchos años y,
al m ism o tiem po que procuraban hacer triu n fa r sus princi­
pios y llevar sus hom bres al gobierno, m antenían vivo el
espíritu dem ocrático.
Presidencia del General Mitre
Proclam ado el general M itre P resid en te C onstitucional de
la R epública el 8 de O ctubre de 1862, se fijó, por ley de la
m ism a fecha, eldía 12 para que asum iera el m ando ante el
C ongreso N acional reunido en A sam blea.
L os elevados propósitos que guia­
ban al general M itre al iniciar su
gobierno, quedaron evidenciados al
conocerse los nom bres de las perso­
nalidades, de tendencia distin ta, que
debían com poner el m inisterio, y que
fu e ro n :
1°. Declárase la ciudad de Buenos Aires, residencia de las autoridades
nocionales con jurisdicción en todo el municipio, hasta tanto que el
Congreso dicte la ley de Capital permanente.
,
2". Las autoridades provinciales continuarán igualmente residiendo en
la Capital, si ellas mismas no creyesen conveniente trasladarse a
otro punto. ( J)
Interior
D r.
Relaciones E xteriores D r.
Justicia, C. e I. Pública
H acienda
D r.
Con la presidencia del general M itre, se iniciaba la orga­
nización definitiva de la Nación.
Guillermo Rawson
R ufino de Elizalde
Dr. Eduardo Costa
Dalmacio V é 1e z
Sársfield
Gral. J. A. Gelly y
Obes
L o s p a r tid o s p o lític o s .— L a residencia de las autoridades
nacionales en la ciudad de Buenos A ires era m al soportada
po r los porteños en general, celosos de la «autonom ía» de
la provincia con su C apital y, por lo m ismo, se m ostraban
tem erosos de que re su rg iera la idea de la federación de toda
la provincia, propiciada por M itre d u ran te su presidencia.
L a tare a que debían acom eter los hom bres del gobierno
era constructiva y, por lo mismo, abrum adora, pues casi todo
estaba por hacer.
L as apasionadas discusiones acerca de tan grave cuestión,
contribuyeron en grado sum o a la form ación de dos partidos
políticos: uno era el nacionalista, que apoyaba al general
L a situación estable y la honesta adm inistración del ge­
neral M itre, facilitaron la inm igración, y el com ercio cobró
m ayor im pulso.
(1) L a ley de com prom iso e stab lecía un. té rm in o de cinco años. A l finalizar el
plazo (1867), n ad a se había resu elto . E s ta situ a ció n d u ró h a sta 1880.
G eneral M itre
G uarra y M arina
Se m ejoró elservicio de m ensajerías y de correos. Se esta­
bleció uña línea telegráfica entre Buenos A ires y R osario; y
otra, subfluvial, entre Buenos A ires y M ontevideo.
— 504 —
E n lo referente a ferro-carriles, después de la prim era línea
»del O este, in augurada en 1857 durante la secesión de la pro­
vincia de Buenos Aires, se inauguraron los siguientes:
E n diciem bre de 1862 se dió comienzo a los trabajos del
ferro-carril del N orte (B uenos A ires a T ig re) que p artía des­
de la estación R etiro.
E n febrero de 1863 se iniciaron los trab ajo s del ferro-carril
de Buenos A ires a la E nsebada.
L a ciudad de R o sario hacia 1863, tal com o se divisaba, entonces, desde
las c erca n ía s de la estación del F. C. C. A.
E n 1865 se inauguró la prim era sección del F. C. S. (P laza
C onstitución a Jeppener) llegando h asta Chascom ús en el
mismo año (*).
(1 ) L a em presa estableció una lín ea de tra n v ía s desde la estación, por la calle
de L im a, h a sta la calle B elgrano, p a ra facilitar el traslad o de los pasajeros, del
cen tro a la e stació n y vice-versa. E sta fué la p rim era lín ea establecida en la ciudad
de B uenos A ire s ; pero com o au x iliar del ferro-carril.
L a prim era línea u rb a n a de tra n v ía s se estableció a fines de 1869, cuyo reco­
rrido era desde la R eccleia a la plaza V icto ria y a la de C onstitución.
-5 0 6 —
E n 1863 se firm ó un contrato de concesión para la cons­
trucción del F. C. C. A., de R osario a Córdoba. F u é inaugu­
rada u na p arte en 1866 (R osario a T o rtu g as) llegando a Cór­
doba en 1870.
E n lo relativo a instrucción pública se fom entó la ense­
ñanza p rim aria y secundaria, creándose escuelas, colegios
nacionales, y m ejorando las universidades de C órdoba y
B uenos Aires.
F u é organizada la Suprem a C orte de Justicia, trib u n al que
no fué posible in teg ra r durante la presidencia del D r. D erqui.
N o faltaron du rante el gobierno de M itre algunos levan­
tam ien to s de caudillos que no se m ostraban dispuestos a
reconocer las nuevas autoridades nacionales legalm ente cons­
tituidas. El m ás im portante de estos levantam ientos fué el
que encabezaba A ngel V icente Peñaloza, llam ado «El
Chacho» (1861).
E nseñoreado de su provincia, L a Rioja, resistió la inva­
sión que le llevó el coronel Sandes, pues sostenía que era
violada la autonom ía de la provincia. Al frente de sus mon­
toneros recorre P eñaloza las provincias de C atam arca, Cór­
doba, San Luis, San Ju an y otras^som etiendo a las poblacio­
nes a sobresaltos continuos. R etirado a su provincia de L a
R ioja, en O lta, fué sorprendido en su casa y m uerto (N o­
viem bre de 1863).
D u ran te el período presidencial del general M itre se de­
cretaron siete intervenciones a las provincias para restable­
cer el orden, o reponer a los gobernadores depuestos.
F,1 C ongreso aprobó el trata d o de paz celebrado con E sp a­
ña por el cual esta nación reconocía la independencia de la
R epública A rg en tin a (N oviem bre 6 de 1863).
Al prom ediar la presidencia del general M itre, tom ó el ca­
rácter de sum a gravedad un conflicto, por cuestiones de
lím ites, entre el P arag u ay y el Brasil, agravado por la intro­
m isión de am bos países en la política interna de la R epública
del U ruguay.
L as com plicaciones que sobrevinieron originaron la gue­
rra, declarada por el P arag u ay al B rasil, en la que intervino
tam bién la R epública A rgentina.
— 508 —
Guerra con el Paraguay - Sus antecedentes
Cuando el general B elgrano invadió el P arag u ay con el
propósito de obten er la adhesión de sus autoridades a la
Junta, no fué feliz en su cam paña; pero las ideas que dejó
allí fueron decisivas porque a los pocos m eses estalló un
m ovim iento revolucionario que derribó del poder al G oberna­
dor Velazco.
E l P ara g u ay se declaró independiente y no prestó su con­
curso al sostenim iento de la guerra por la independencia, ni
intervino en las luchas civiles que sobrevinieron después.
H a sta 1840 el P ara g u ay fué gobernado por el D r. José
G aspar R odríguez de F rancia. A éste le siguió en el gobierno
don Carlos A ntonio López, y luego un hijo de éste, F ran cis­
co Solano. A m bos p rocuraron im pedir que el espíritu revolu­
cionario y el azote de las g uerras civiles pen etraran en aquel
país. P o r eso el P ara g u ay se m antuyo en un aislam iento
com pleto.
E n tre el P ara g u ay y el B rasil existía, desde m uchos años
atrás, una cuestión de lím ites que m antenía tiran tes sus
relaciones. Solano López, previendo la posibilidad de una
g u erra, se iba preparando p ara ella. Creó un arsenal para la
fundición de cañones y fabricación de toda clase de p ertre­
chos de guerra.
M ilitarizó el país a ta l punto que, al declararse la guerra,
disponía y a de un ejército de 80.000 hom bres bien equipados.
E l B rasil no m iraba con buenos ojos el engrandecim iento
del P arag u ay , y su Gobierno no abandonaba el propósito de
declararle la g u erra algún día.
E n tre el B rasil y la R epública O riental, las relaciones no
eran tam poco cordiales debido a una cuestión por indem ni­
zaciones que se exigían m utuam ente.
E l B rasil, consecuente con el proyecto de llevar la guerra
al P arag u ay , tra tó de ten er de su parte a la República O rien­
tal ; pero como ésta no secundaba sus planes, intervino en
su política interna, favoreciendo una invasión del general
F lores, que se proponía ocupar el gobierno del U ruguay.
E l B rasil había enviado a M ontevideo un com isionado
para arreg lar las cuestiones pendientes; pero debido al re­
— 509 —
chazo, por parte del G obierno oriental, de una nota del en­
viado brasileño, consideraba altanera, éste dirigió un ulti­
m á t u m dando seis días de plazo, para que se le diera la
satisfacción reclam ada.
E l P araguay, considerando peligrosa, para sí m ism o, la
actitu d dél B rasil para con el U ru g u ay , m andó una n o ta al
G obierno del Im perio en la que m anifestaba que protes-
I,a cazuela del a n tiguo te a tro Colón, 1864
¡aria contra la ocupación de un p u n to c u a lq u ie ra d el
territo rio orien ta l p o r fu e r z a s brasileñas. (A gosto de
1864).
E l B rasil no se preocupó de la p ro testa del P ara g u ay y
auxilió al general Flores con fuerzas de m ar y tierra. El
P araguay, entonces, declaró la gu erra al Im perio. (S eptiem ­
bre de 1864).
L as hostilidades em pezaron apoderándose los paraguayos
de un vapor brasileño, el «M arqués d e O linda», que rem on­
taba el P arag u ay llevando a su bordo al P resid en te de la
provincia brasileña de M atto Grosso (N oviem bre 16 de 1864).
Un mes después una fuerza p arag u ay a invadía la provincia
del m ismo nom bre.
— 510 —
Invasión paraguaya a la provincia de Corrientes.
Actitud del pueblo argentino. - La triple alianza
Solano López, para llevar la g u erra al territo rio brasileño
de Río G rande, necesitaba pasar por territo rio argentino y,
con este fin, dirigió una n o ta a B uenos A ires solicitando el
perm iso para atrav esar
la provincia de C orrien­
tes. E l Gobierno arg en ­
tino negó el perm iso so­
licitado, cum pliendo, así,
con las leyes de n eu tra­
lidad.
López, entonces, deci­
dió declarar la g u erra a
la R epública A rgentina e
inm ediatam ente, sin co­
m unicar esta declaración,
envió una escuadrilla de
cinco barcos al puerto de
C orrientes la que atacó
a dos buques de la escuadra argentina, allí fondeados, el 25
de M ayo y el G u alegu ay, de los cuales se apoderó. (*) P o ­
cos días después un fuerte ejército paraguayo desem barcó en
el m ism o puerto, al m ando del general Robles, y se apoderó
de la ciudad.
Cuando llegó a Buenos A ires la notica del ataque b ru tal a
los buques argentinos, y, poco después, la de la invasión, el
pueblo de la C apital y de todo el país se indignó e incitó al
P resid en te M itre a obrar enérgicam ente. E sto dió origen a la
llam ada T r ip le A lia n z a cuyo tratado, entre el Brasil, la R e­
pública A rg en tin a y la República O riental del U ruguay, fué
firm ado el Io de M ayo de 1865.
*
♦ *
«E n cuanto cundió en C orrientes la noticia de la tom a de los
vapores, el G obernador L a g ra ñ a y todas las autoridades se retira ro n
( 1 ) L a arm ada arg en tin a, cuando estalló la g u erra, se reduela a tres pequeños
vapores de ru e d a s ; el G uardia N acional, el 25 de M ayo y el G ualeguay, apresados
estos dos últim os, por los paraguayos.
— 511 —
al m om ento p ara evitar el placer que daría a sus repentinos enem igos
de caer en su poder».
« E l p rim er acto de aquel p atrio ta g o bernante fué u na p roclam a
incendiaria que dirigió al pueblo reflejando con viva elocuencia al
oprobio de la invasión e incitando a la provincia p ara que se le v a n ta n
en m asa y defendiera sus derechos y su independencia h a sta el úl­
tim o extrem o. E sta proclam a profusam ente corrió de rancho en ran ch o
y de ram ad a en ram ada, y los corazones correntinos h irvieron de
venganza y de coraje».
« E l pueblo se levantó com o un solo hom bre presentando el prim er
núcleo de resistencia heroica los bravos jinetes de C áceres, de R eguera
de P aiva, de R om ero, de A zcona, y de otros caudillos co rren tin o s
que en este m om ento no recordam os».
«E m pezó, entonces, esa g u erra inabordable de fatigas y de penurias,
de zarpazos de fiera a stu ta : esa g u erra de m o ntoneras tan peculiar de
los argentinos, ésa g u e rra que hem os enseñado a los bo ers y que
ta n ta s g lorias conquistó en las luchas de la- independencia. E m pezó
el asalto del gru p o con su ím petu sobrehum ano y su a rte ría de g a to
m ontés. L a so rp resa con estrép ito inferna!, vibrando el pánico en
m edio de la tem p estu o sa noche, el sobresalto diario sin treg u a ni des­
canso, a toda hora, al rayo del sol, a la siesta, a la luz de la luna».
. «A rm ados van esos ho m b res de una larga lanza cuya m o h a rra ha
sido im provisada con u n a vieja tijera de tu z a r clavada en el quincho
del ran ch o indigente y algún trabuco naranjero, recortao, o carcom ida
carab in a de chispa que se g u ard a en un rincón de la so litaria choza
com o u n recuerdo sag rad o de los bellos tiem pos del g en eral P az.
A irosos, sentados con el cuerpo derecho sobre una d u ra m o n tu ra donde
van atad as las boleadoras y el lazo, cabalgan un fu erte y delgado
corcel de g u erra ad iestra d o a la fatiga com o el caballo del indio. A sí
arm ad o s y equipados, ráp id o s com o los núm idas de A níbal, to rean sin
descanso al audaz invasor y desaparecen con la velocidad del viento
que sacude las crines de sus caballitos criollos, desaparecen com o una
visión de la im aginación alterada, com o una prestidigitación de g u erra
arg e n tin a que surge rep en tin a en todos los bélicos escenarios de n u es­
tra histo ria de proezas, ya sea en el llano, en el bosque, en la m o n ta­
ñ a; desaparecen a n te el ím petu de la m asa inabordable p a ra v o lv er
a h o stilizarla con v en taja en la noche, en la tarde, en la m adrugada,
en m edio de la tem p estad que retu m b a estridores form idables».
« E sta ab u n d an te h ostilidad es la espina m ás incóm oda que p roduce
la g u e rra de recursos, hiere constante, form a la úlcera y ag u san a la
m oral del ejército m ás bien tem plado. E sas son las tro p as ligeras que
m arch an sin im pedim ento, sin tre n de puentes, sin parques, sin am bu­
lancias, ni estados m ay o res ni cañones, ni nada que dem uestre el
pesado perfeccionam iento de la g u erra; los caudalosos ríos los pasan
a nado, el sol y la lluvia los soportan sin tiendas de cam paña, uno
solo a rra strá n d o se h asta el desprevenido real enem igo, a rro ja allí en
una noche el sobresalto. E sta m asa nacional es el nervio duro de la
— 513 —
gu erra, especie de buenos arg entinos que han nacido p ara hacer fla­
m ear la independencia nacional a todos los vientos».
« E ste herm oso pueblo co rrentino cuya historia está escri.a con la
san g re de los bravos y de los m ártires, este pueblo que nos dio el
p rim er general de la A m érica, al crear la prim era resistencia contra
las tro p as de Robles, dá tiem po a que se pueda org an izar el ejército
aliado y se lleve al terren o estratégico y táctico el m editado plan del
gen eral M itre».
G E N E R A L J O S E I. G A R M E N D IA
R ecuerdos de la g u e rra del P araguay,
Reconquista de la ciudad de Corrientes
por las fuerzas argentinas.
Su abandono. - Combate naval del Riachuelo.
O rganizadas las prim eras fuerzas que debían m archar al
teatro de la guerra, salió una colum na al m ando del general
. W enceslao P aunero conducida en
varios barcos de las escuadras
brasileña y argentina.
E l día 25 de M ayo de 1865
llegó la escuadra frente al puerto
de C orrientes y, en la tarde del
ttiism o día, em pezó la difícil y
peligrosa operación del desem ­
barco bajo el fuego del enemigo.
L a lucha fué terrible peleándose
de am bas p artes con el m ayor
arrojo para term in ar con la derro­
ta de los invasores.
Sin em bargo, al día siguiente
por la noche el ejército triu n fan ­
te se reem barcó abandonando la
ciudad recuperada con tan to sacrificio. L a causa de este
abandono estaba en que las fuerzas p araguayas invasoras —
no contando las que ocupaban la ciudad de C orrientes —• se
hallaban escalonadas a lo largo de la costa co rren tin a sobre
el P araná, h asta Goya, y en actitu d de invadir E n tre Ríos.
E n cambio, con esta brillante acción de g u erra se obligó a
Robles a suspender su invasión al E n tre Ríos y a retroceder
a la ciudad de C orrientes, para recuperarla.
33
-■514 —
— 515 —
C o m b a te d e l R iach uelo.— E stando, de nuevo, la ciudad
de C orrientes en poder de los paraguayos (evacuada en la
noche del 26 de M ayo por las fuerzas arg en tin as) tu v o lugar
un com bate frente a la desem bocadura del arroyo R ia ­
chuelo, en el que la flotilla paraguaya sufrió la pérdida de
4 buques, huyendo los dem ás. (Junio 11, 1865) (F ig. 257).
C am paña del U ru g u a y : Y atay y U ruguayana.
M ientras el general Robles invadía la provincia de Co­
rrien tes y operaba sobre el P aran á, o tro ejército de 12.000
------------------------------------— hom bres, al m an­
do del general Estig arrib ia, invadía
la m ism a provin­
cia corriéndose so­
bre el U ruguay,
quedando, así, se­
parados los d o s
ejércitos p o r la
e x t e n s a e im pe­
netrable l a g u n a
Iberá.
S o l a n o López
com etió un grave
erro r al m andar
estas fuertes co­
lum nas a operar
ta n lejos de su ba­
se de operaciones
y sin poderse co­
m unicar entre si.
A dem ás, E stig a rribia, situado en
U ruguayana, que­
daba, separado de
D uarte, acam pado
en Y atay,
j i con un
rio de por medio tan ancho como el U ruguay, y difícil de
cruzar frente a un enem igo.
“——
—
— --
E l general M itre aprovechó de este erro r p ara aniquilar
a los dos cuerpos, uno después de otro, como lo hizo.
E l general P aunero, cuando abandonó la ciudad de Co­
rrientes, al día siguiente de haberla reconquistado, desem ­
barcó con sus tropas en la E sq u in a y, allí cerca, organizó
una colum na con la que m archó a incorporarse, en Paso d e
los Libres, a las fuerzas del cam pam ento de C oncordia.
Los fuerzas aliadas, m andadas por el general F lores, a ta ­
caron a los paraguayos en Y atay.
L a lucha fué sangrienta, pues los p araguayos no se
rendían, aun cuando se en co n traran solos, y rodeados de
enem igos. M urieron m ás de 1.500 paraguayos quedando otros
tantos prisioneros, de los cuales 300 heridos. (A gosto 17
de 1865).
E l ejército aliado efectuó, después, el pasaje del U ru ­
guay y puso sitio a la plaza de U ru g u ay an a ocupada por
E stigarribia.
El jefe paraguayo no quiso rendirse, en un principio;
pero, ante una situación tan difícil, rodeado por un ejército
m ucho m ás num eroso, capituló con todas sus tropas. (Sep­
tiem bre 18 de 1865).
F altab a arro ja r las fuerzas paraguayas que ocupaban
la ciudad de C orrientes y la costa del P aran á. Allí se dirigió
el ejército aliado.
Evacuación de C orrientes por el ejército paraguayo
E l ejército aliado
en m archa hacia el Paso de la P a tria
D espués de la rendición de U ru g u ay an a, el ejército
aliado repasó el U ruguay, y cruzó la provincia de C orrientes
dividido en varias colum nas, dirigidas hacia el P a so d e la
Patria. E sta travesía se efectuó en medio de las m ayores
dificultades, debido a la natu raleza anegadiza del terreno.
«L am entable cuadro p resen tab an esas valientes tro p as entum ecidas
de frío. E n cinco_ m eses de cam paña, tan enorm e fué la m ortandad
com o p ara desanim ar a un b rav o : la tercera p arte de su efectivo;
solo los furores del cólera o de la fiebre am arilla pudieron igualar
\
-5 1 6 —
-5 1 7 —
una tal devastación de la m uerte. L a m iseria llegaba a su colmo,
no por falta de víveres sino por su destrucción, todo estaba m ojado;
todo escaseaba no por carencia de dinero, sino de artícu lo s; los vi­
vanderos, las carretas de víveres; todo quedaba a trá s em pantanado.
R ecordam os que teníam os 60 libras esterlinas en el bolsillo y no
había quien nos vendiera un puñado de sal, ni un m endrugo de
pan. V ivíam os entre el b arro, el agua no cesaba, y así pasam os quince
días en la m archa y en el estacionam iento; tiem po cruel, indom able,
con la ropa em papa­
da sobre el cuerpo;
solo la ju v en tu d po­
día resistir ta n ta p ri­
vación, tan ta deses­
peración, ta n ta nos­
talgia». C1)
El ejército pa­
raguayo que per­
m anecía inactivo
c e r c a d e B ella
Vista, em prendió
la retirada hacia
C orrientes arrean ­
do tbdos los. ani­
m ales de las es­
tancias, y apode­
rándose de cuanto
podía serle ú t i l .
Consiguió abandon a r e 1 territorio
argentino a n t e s
que el e j é r c i t o
a l i a d o llegara a
tiem po de im pedir
su reem barco, lo
c u a l , de haberse
c o n s e g u id o , ha­
bría perm itido ren­
dirlo o aniquilarlo.
(1 ) G ral. Jo sé I. G arm en d ia. R ecu erd o s de la g u e rra del P a ra g u a y .
P aso del P aran á - P rincipales acciones de g u erra h asta
C u rtr aytí - E vacuación de H u m aitá - C am paña del Chaco
M uerte de López
R eunido todo el ejército aliado sobre el Paso d e la P a tria
(m argen arg en tin a) se preparó la invasión. E sta se inició a
mediados de abril, y continuó du ran te varios días, sufriendo
algunas pérdidas de im portancia. L as prim eras fuerzas pa­
raguayas que ofrecieron resistencia fueron arrolladas, y aban­
donaron un fuerte allí existente, desm antelado ( I t a p i r ú ) .
L as fuerzas aliadas avanzaron luego h asta el P aso de la
P atria (lado paraguayo) donde las fuerzas de López se
habían atrincherado. C onsiderando insegura su situación en
Paso d e la P a tria resolvió López internarse para resistir
detrás de un bañado extenso y profundo, cubierto de pajonales
— 518 —
y árboles form ando un todo enm arañado casi im penetrable
(E stero B ella co ).
Allí, en el E stero Bellaco, se dió la prim era b atalla im­
p o rtan te en la que la vanguardia del ejército aliado, m an­
d ada por el general Flores, fué atacada de sorpresa sufriendo
pérdidas enorm es; pero con la oportuna intervención de
o tras fuerzas aliadas, los paraguayos fueron rechazados. (2
de M ayo de 1866).
A la b atalla de E stero B e­
llaco, sin co n tar los com­
b ates diarios de m enor im­
portancia, le s i g u i ó la de
T n yu tí, la m ás g ran d e de
to d a la g u erra por lo san­
g rien ta y por el núm ero de
com batientes que intervinie­
ron (24 de M ayo).
O tra b atalla igualm ente
san g rien ta fué la del S auce
(16, 17 y 18 de julio).
D espués se llevó a cabo
el plan de atac ar al enem igo
desde el río P ara g u ay con
la cooperación de la escua­
dra. M ediante el, bom bar­
deo, y el a s a l t o p o r l a s
fuerzas de desem barco, a
las trin ch eras de C uruzú,
éstas fueron tom adas. (Sep­
tiem bre 3 de 1866).
I n m e d ia ta m e n te d e b i ó
llevarse a cabo el asalto a
las trin ch eras de C u ru p a ytí, pero no se hizo. El tiem po per­
dido en la celebración de una co n feren cia1 en tre el ge­
neral M itre y el tirano López, perm itió a éste term inar a
tiem po, allí, las obras de defensa. Cuando se inició el asalto,
ya era tarde, y resultó un desastre. L a escuadra brasileña
(1 )
T uvo lu g a r en u n sitio llam ado Y a tay tí-C o rá (sep tiem b re 12 de 1866).
— 519 —
no había destruido las trincheras, como estaba convenido, de
modo que los soldados del ejército aliado, a pesar de su
heroico com portam iento, no habían ido sino a un sacrificio
estéril. (S eptiem bre 22 de 1866). D espués del m alogrado
asalto de C u r u p a y tí los ejércitos perm anecieron casi en la
inactividad du ran te un año y medio.
P a rte del ejército de López había pasado a la m argen de­
recha del río P ara g u ay en donde sufrió algunas derrotas
que le infligieron las fuerzas
aliadas las que, en parte, tam ­
bién habían pasado al Chaco.
M ás tard e la escuadra con­
siguió forzar el paso de H u ­
m a itá y llegar h asta la A sun­
ción (F eb rero 1868) 1.
L a guarnición que López ha­
bía dejado en H u m a itá , y que
se encontraba ya sin provi
siones y com pletam ente aisla­
da, consiguió re tira rse de no­
che sin que se dieran cuenta
de ello las fuerzas aliadas.
(M ayo 24-25 de 1868).
Con la caída del extenso
c a m p o atrincherado d e H u­
m a itá en poder del ejército
aliado, López no podia pensar
sino en o p o n e r resistencia.
Con la m ayor p arte de sus
fuerzas, y seguido por el ejér­
C am paña del C haco y del P ik iciry
cito brasileño, se re tiró al nue­
vo cam pam ento que había es­
tablecido en la desem bocadura
del T eb icu ary.
D espués se estableció m ás
al norte levantando una línea
( 1 ) E l 2 de enero de 1868 m oría en
V icepresidente en ejercicio, d o cto r M ar
m ando en jefe al general brasileño m arqu
1 . C am pam ento de López a orillas del
T ebicuary, que p ro n to abandonó. 2.
T rin c h eras en las inm ediaciones del
a rro y o Pikiciry. 3. Itin e ra rio del e jé r­
cito aliado que, pasando por el Chaco,
efectuó el m ovim iento envolvente. El
e jé rc ito de López fué a ta ca d o , así,
p o r la retag u ard ia.
— 520 —
-5 2 1 —
atrin ch erad a que tom ó el nom bre de un arroyo inm ediato,
el P ik iciry, y fortificando el paso de Angostura.
E l ejército aliado efectuó un m ovim iento envolvente, pa­
sando por el Chaco, p ara atacar por la retaguardia, en el
P ik ic ir y a las fuerzas de López, m ientras otro cuerpo de
ejército tenía la m isión de atacarlas por el frente.
H ubo du ran te esta cam paña del Chaco, que duró sólo
unos cuatro m eses, m uchos com bates y algunas batallas has­
ta que, atacado López en su cam pam ento de Itá-Iuaté (L o ­
m as V alentinas) fué com pletam ente derrotado salvándose
con la fuga. (D iciem bre 27 de 1868).
E l ejército vencedor m archó a la ciudad de la A sunción,
la que fué ocupada el día 1? de E nero de 1869. Se creó un
gobierno provisorio que debía actuar h asta que se organiza­
ra un gobierno definitivo.
López no pudo ser capturado inm ediatam ente. Consiguió
rodearse de algunas fuerzas y oponer resistencia a sus per­
seguidores; pero, alcanzado por fin, en las inm ediaciones del
río A q u id a b a n , en Cerro-Corá, m urió defendiéndose. (M ar­
zo I o de 1870).
E fectuadas las elecciones, resu ltó electo para P resid en te
don D om ingo F au stin o Sarm iento, quien se hallaba en los
E stad o s U nidos, y para el cargo de V icepresidente fué
electo el doctor don A dolfo A lsina.
M ucho se ocupó S arm iento del progreso del país en todas
sus m anifestaciones, dem ostrando especial in terés p or la
instrucción pública. A um entó, así, las
escuelas prim arias, fundó algunas es­
cuelas norm ales y fom entó la creación
de bibliotecas populares.
B ajo su presidencia se levantó el p ri­
m er censo del país du ran te el año 1869.
F un d ó el Colegio M ilitar, que empe­
zó a funcionar en 1870, en el caserón
de don Ju an M anuel de R ozas en
P alerm o de San Benito
Celebró la llegada a la c i u d a d de
Córdoba del ferrocarril C entral A rg en tin o (1870), e inau­
guró en la m ism a ciudad, la p rim era exposición nacional de
la industria arg en tin a (1871).
Creó tam bién, en Córdoba, un observatorio astronóm ico.
R eorganizó la escuadra, y fueron encargados los p rim e­
ros buques de g u erra m odernos, para aquella época: aco­
razados “El P la ta ” y “ L os A ndes”, y cañoneras “ P a ra n á ”
y “U ru g u a y ” .
E n 1871 se desarrolló en la ciudad de Buenos A ires un
terrib le flagelo: la fiebre am arilla. M urieron de ella m ás de
trece mi personas en sólo cinco meses.
R evolu ción d e L ó p e z Jordán.— E n 1870, el general U rquiza fué asesinado en su residencia de San José en E n tre
Ríos (A bril 11).
A este hecho siguió, inm ediatam ente, una sublevación en
varios departam entos que convulsionó toda la provincia.
L a L egislatura nom bró G obernador al general R icardo L ó ­
pez Jordán.
Testam ento político del general Mitre.
Presidencia de Sarmiento - Revolución de López Jordán
Revolución de 1874.
Al acercarse 'el térm ino del período presidencial del gene­
ral M itre, aparecieron varios candidatos para ocupar la pre­
sidencia de la R epública.
E l general M itre, siendo aún P residente, dió un alto ejem ­
plo de m oral política al observar una actitud prescindente en
la lucha electoral. D esde el P araguay, en una ca rta política
dirigida al doctor don Juan M. G utiérrez, (*) exponía sus
opiniones sobre los candidatos que se disputaban el triunfo,
así com o'el propósito de no inm iscu irse en la lucha electoral
y así lo hizo, cum pliendo su prom esa, dejando d erro tar
el candidato de sus sim patías que lo era el doctor don Rufino
de Elizalde.
( 1 ) D ocum ento conocido con el nom bre de «Tests.m rnto político del gen. M itre>.
(1) P alerm o fué convertido en paseo público, e inaugurado con g randes fiestas
el 11 de noviem bre de 1875, con el nom bre de P a rq u e 3 de F e b re ro . E l caserón
e sta b a situado donde se e n cu e n tra em plazado el m onum ento de S arm iento. F u é
dem olido en 1899.
— 522 —
— 523 —
El gobierno nacional se limitó a desconocer a López Jordán
como G obernador de E n tre R íos; pero éste se levantó en
arm as y ordenó la m ovilización de la guardia nacional con­
siguiendo reu n ir fuerzas que pasaban de 10.000 hom bres.
prendió la huida hacia Salinas G randes llevándose una p arte
del grueso botín que habían robado; pero dejó 70.000 vacas,
15.000 caballos, todas las ovejas y varios centenares de indios
m uertos y heridos.
L as fuerzas nacionales pasaron a E n tre Ríos, y después
de m uchos encuentros y com bates sangrientos, en los que
los revolucionarios llevaron la peor parte, López Jordán tuvo
que p asar a la provincia de C orrientes, después de casi un
año de luchas y correrías, en donde sus fuerzas fueron des­
hechas por el G obernador de dicha provincia, coronel Baibiene, en Ñaembé, en la que se distinguió el teniente coronel
Julio A. Roca por una oportuna carga de infantería. (E nero
26 de 1871).
E n 1873 volvió a insurreccionarse, y este levantam iento
asum ió proporciones alarm antes por los elem entos con que
llegó a contar. T am bién esta vez fué derrotado por com pleto
consiguiendo escapar asilándose en territo rio uruguayo.
R evolu ció n d e 1874. — E n octubre de 1874 term in ab a
Sarm iento el período presidencial de seis años.
V arios candidatos habían sido proclam ados p or los p ar­
tidos p ara ocupar la presidencia, h asta quedar reducidos a
dos: el general M itre y el doctor Nicolás A vellaneda.
L a lucha con el indio. — Sarm iento se preocupó del serio
problem a del indio en la provincia de Buenos Aires, y en
1872 envió una comisión para efectuar reconocim ientos;
pero el astu to cacique Callvucurá>> desconfiado, organizó sus
indiadas y llevó a cabo la m ás grande y terrible de las inva­
siones ,destruyendo e incendiando todo lo que encontraba a su
paso, y llevándose 150.000 cabezas de ganado y 500 cautivos.
C allvucurá fué a dar, después, al fuerte de San Carlos (P a r­
tido de B olívar), donde, contra él, lucharon ju n tas las fuer­
zas nacionales y las indiadas de los caciques am igos C atriel
y Coliqueo. Allí se dió una de las más sangrientas, batallas
que se hayan sostenido con los salvajes. E stos, como era su
costum bre, arrem etían con un estrépito de gritos, verdade­
ram ente aterrad o r a tal punto que hasta los m ism os caba­
llos de los cristianos tem blaban.
Y a . . . y a . . . y a . . . y a a . . . y a a a ... y a a a a ... y a a a a a ...
tales eran los alaridos con que atronaban los aires, capaces de
ab a tir los espíritus m ás tem plados.
La lucha fué espantosa, de a pié y a caballo, a lanza, sable,
cuchillo, y bola, aunque tam bién intervino la artillería.
P o r fin, C allvucurá, derrotado, y deshechas sus fuerzas, em­
El doctor A vellaneda se había distinguido como M inistro
de Instrucción P ública du ran te la presidencia de Sarm iento.
R eunido el Colegio E lectoral resu ltó proclam ado el doc­
tor Avellaneda.
El partido m itrista atrib u y ó el triunfo de A vellaneda a
fraudes electorales y, no estando dispuesto a conform arse,
preparó un m ovim iento revolucionario que estalló el 24 de
septiem bre de 1874, es decir, 18 días antes que A vellaneda
asum iera el m ando.
El general M itre, quien se había trasladado a la Colonia,
desem barcó con algunas fuerzas en las costas del Tuyú,
en la provincia de Buenos A ires, y se corrió hacia el oeste
para buscar la incorporación del general A rredondo quien,
a su vez, había ido al interio r para reu n ir elem entos.
No obstante el estado de revolución en que se encontraba
el país, el doctor A vellaneda ocupó la presidencia de la Re-pública el 12 de octubre.
L a revolución no prosperó pues el general M itre fué ven­
cido en L a V erd e (N oviem bre 26 de 1874) por el coronel
A rias; y el general A rredondo, lo fué en S an ta R osa (M en­
doza) por el entonces, coronel Julio A. Roca (D iciem bre 7).
Censo de 1869
D urante la presidencia de Sarm iento se levantó el prim er
censo general del país. (D el 15 al 17 de septiem bre de 1869).
L a poblacion total, excluidos los indios, era de 1.736.923 habitantes,
distribuida de la siguiente m anera:
— 524 —
— 525 —
D atos del censo de 1869
Presidencia de Avellaneda.
A unque la revolución fue vencida, el Dr. A vellaneda tuvo
que luchar con la oposición tenaz del partido m itrista a tal
punto que se vió obligado a buscar la cooperación de aquel
partido prom oviendo una política de
concordia que se llamó la C onciliación
(1877).
L a adm inistración de A vellaneda, a
pesar de la oposición de los partidos,
d u ran te la prim era época, y de la
crisis económ ica que sobrevino, no fué
escasa en iniciativas fecundas en todas
las ram as de la adm inistración.
E n 1875 se inauguró la línea del
F . C. C. N orte h asta la estación ReD r. N icolás A vellaneda
1
•
.
i
-r»
creo y, al ano siguiente, de Recreo a
T ucum án. T am bién se proyectaron otras líneas y se cons­
truyeron algunos ram ales de las existentes.
D u ran te su gobierno quedó arreglada la cuestión de lím ites
con el P araguay, que había sido som etida al fallo del P resi­
dente de los E stados U nidos (1878).
E n 1879, p o r p r i m e r a v e z se enviaron cerea les a los m er­
cados de E uropa, siendo, así, una fecha m em orable por su
significado.
P O B L A C IO N
B uenos A ire s.......................
S anta F e ...............................
E n tre R io s ...........................
C o rrie n te s..............................
C o rd o b a ..................................
* San L u is ................................
S antiago del E s te r o ...........
M en d o za .................................
San J u a n ................................
L a R io ja ................................
C a ta m a rc a ..............................
T u c u m a n ...............................
S a lta ..........................................
J u ju y ........................................
CA SA S
C apitales
A zotea y
tejas
M adera y
paja
495.107
177.787
89.117
10.670
134.271 * 6.513
129.023
11.218
210.508
28.523
53.294
3.748
132.898
7.775
65.413
8.124
8.353
60.319
48.746
4.489
79-.962 ' 5.718
108.953
17.438
88.933
11.716
40.379
3.071
27.835
3.230
3.176
3.648
2.499
120
237
2.309
5.343
1.066
1.496
1.569
1.703
527
50.803
11.837
19.576
17.209
27.141
7.849
7.814
6.558
3.080
5.684
9.827
13.744
10.789
6.091
Provincias
( L a p o b la c ió n d e c a d a p ro v in c ia in c lu y e la de su c a p ita l)
D ada e n cifras red o n d as,- la población era de 4.000.000 en 1895; de 7.000.000 en
1910; y de 16.000.000, o m ás, actu alm en te.
L a sola ciudad de B uenos A ires tenía m ás h ab itan tes (177.787) que
las trece capitales de las dem ás provincias (127.356).
S egún el censo se contab an 6.276 soldados en operaciones en ol
P arag u ay y 41.000 argen tin o s en el ex tran jero .
L a población de indios estaba distrib u id a así: Chaco, 45.291;
M isiones, 3.000; P am pa, 21.000; P atag o n ia, 24.000.
E n 1869 la R epública ten ía 181 centros poblados que fueron
clasificados com o urbanos, de los cuales 7 solam ente podían conside­
rarse ciudades por p asar de 10.000 habitantes.
N inguna ciudad', excepto B uenos A ires, llegaba a 30.000 habitantes.
99 centros tenían una población com prendida e n tre 1.000 y 10.000
alm as; 74 aldeas no alcanzaban a c o n ta r 1.000 h ab itan tes cada una.
L as dem ás poblaciones eran pequeños ran ch erío s que no alcanzaban
a m erecer el carácter de cen tro s urbanos.
A dem ás de las ciudades que figuran en el cu ad ro h ay que citar
la de R osario que, entonces, ten ía 23.149 h.
L os datos citados del p rim er censo — realizado casi 60 años después
de la revolución de M ayo— son dignos de m editación p o r las deduc­
ciones que ellos pueden sugerir, y referidas éstas, p o r com paración,
a épocas anteriores y posterio res a aquella fecha.
* C oncepción del U ru g u ay .
La cuestión fronteras en la Provincia de Buenos Aires.
La conquista de la Pampa.
L o s indios pam pas m an ten ían estrechas relaciones com erciales con
los h ab itan tes de las provincias m eridionales de Chile. L os ganados
que ro b ab an en las estancias argentinas, en núm ero de m uchos
m iles de cabezas p or año, eran vendidos en Chile a bajo precio y
sin dificultades de ninguna especie, porque las autoridades chilenas
to lerab an este com ercio, y h asta lo facilitaban.
L a s reclam aciones del G obierno argentino no daban resultado
alguno en la p ráctica, p recisam ente porque la supresión de este
com ercio h ab ria im p o rtad o la ruina de aquellas regiones chilenas
que, d u ran te tan to s años, se habían beneficiado.
E n la provincia de B uenos A ires las industrias ru rales em pezaban
a en trar, en esta época, en un período de franca prosperidad de­
bido a la dedicación de algunos h om bres em prendedores; pero la
falta de seguridad hacía necesaria la intervención del G obierno p ara
resolver radicalm ente esta cuestión de fronteras.
— 526 —
— 527 —
Plan del Dr. A lsina.— El m in istro de G u erra y M arina, D r. Alsina,
pro y ectó una solución del problem a, y a él dedicó una v oluntad y
una actividad extraordinarias.
E l D r. A lsina, con su plan de avance, p roponía la ocupación del
río N eg ro ; pero p ara un fu tu ro que él m ism o lo consideraba m uy
lejano. Se oponía a la g u erra ofensiva a fondo, y aspiraba solam ente
a avances progresivos
p o r líneas fortificadas
paralelas, y obligando a
los caciques á celebrar
tratad o s, am igablem ente
o p o r la fuerza.
M andó, así, fo rm ar
una línea defensiva con
C orte tran sv ersal de la zanja y p arap eto de pun to s fortificados —
la linea de defensa.
fortines — y, p ara im ­
pedir, en lo posible, el
paso de las indiadas, en toda la longitud de la línea m andó excavar
una zanja con un p a ra p e to del lado in tern o .
E l plan de A lsina no dió, ni podia dar, todo el resu ltad o que él
esperaba; pero sirvió de base p ara realizar penetraciones parciales
en los dom inios de los indios, y p a ra realizar estudios topográficos
del territo rio , casi del todo desconocido, y que sirvieron p ara
realizar la cam paña del general R oca pocos añ os después. Se
constru y ero n 82 fortines y m ás de 200 K m s. de zanja.
E ra necesario conocer las regiones áridas, sin agua y sin íeñ a; los
sitios pantanosos —■ tem bladerales — ; la to p o g rafía
de to d a la
pam pa m isteriosa, en fin, p ara expedicionar, después, con toda
seguridad, sin ten er que acudir a la práctica de los indios baquianos
que, a m enudo, engañab an a los jefes p ara ex trav iarlo s y perderlos.
E l D r. A lsina se hallaba en el cam pam ento de “ C arh u é” con las
fuerzas de operaciones desplegando g ran actividad; p ero ia grave
enferm edad de que padecía le obligó a re g re sa r a B uenos A ires.
Falleció el 29 de D iciem bre de 1877.
Plan del general Roca.— E l general R oca, designado m inistro de G ue­
rr a y M arina en reem plazo del D r. A lsina, era p artid ario de la g u erra
ofensiva a fondo, y opinaba que las fuerzas debían av an zar h asta los
últim os confines habitad o s p o r los indios llevando la fro n tera
al
río N egro.
E l general R oca había podido estudiar las m odalidades y virtudes
g u e rre ra s de las trib u s pam peanas d u ran te cu atro años, y p ara
com batirlas con éxito, adap tó a aquéllas una táctica adecuada y,
en parte, sem ejante. A la m ovilidad que d istinguía a las indiadas,
opuso una característica análoga, suprim iendo la artillería, triplicando
las caballadas y disponiendo que cada soldado fuera tan liviano
com o el indio.
E l ham bre y la sed eran los dos g ran d es peligros p ara la expedi­
ción, y que podían m alo g rarla. E ra, pues, necesario que no faltara
el agua potable y el p asto p a ra q u e los caballos no se m u rieran de
h a m b re y d e sed.
A dem ás de las cu atro s divisiones principales, y de algunas co­
lum nas secundarias, que debían in tern arse desde la segunda línea
de fron teras, una 5* división, partiend o desde el fuerte San R afael
(M endoza), debía m arch ar hacia el sur, paralelam ente a la cordillera,
h asta las nacientes del río N egro.
E l general R oca, com o com andante en je ­
fe, salió de B uenos A ires con p a rte de las
fuerzas que debían realizar la cam paña, el
16 de A bril de 1879, haciendo el viaje en
ferro - carril h asta el Azul, p u n to term inal,
entonces, de la vía férrea. L as dem ás fuerzas
y a se en contraban distribuidas en la fro n tera,
y listas p ara en tra r en acción.
D esde el A zul se trasladó h asta Carhué don­
de quedó establecido el cuartel g eneral. D es­
de los distintos fortines de la línea, em pren­
dieron m arch as com binadas las diversas co­
lum nas. E l día 25 de M ayo el gen eral R oca
com unicaba al G obierno su llegada a Choele Choel, con una p arte de la división a sus
órdenes y que, en la m añana, las tro p as habían
saludado con entusiasm o el día de la patria.
L a p rom esa que había hecho el g en eral R oca,
al p a rtir de B uenos A ires, de que el día 25
de M ayo estaría en Choele - Choel, se había
cum plido.
L as diversas colum nas cum plieron perfec­
tam en te con la p arte que a cada un a co rres­
pondía y, al cabo de unos ocho m eses, la
El cacique Pmcén
línea militar del R ío N egro quedaba establecida
y, al m ism o tiem po, aseg u rada la conquista de
400.000 K m s.2 de territo rio .
E l lím ite entre las tie rra s de jurisdicción na­
cional y las provinciales de B uenos A ires, S anta
Fé, C órdoba, S an L u is y M endoza, en la región
conquistada, quedó fijado p o r ley en la siguiente
fo rm a:
E l m eridiano 5o (con relación al de B uenos
A ires) desde el río Negro al paralelo 35“.
E l paralelo 35° h a sta e n co n trar el m eridiano
10° .
E l m eridiano 10°. h asta en co n trar el río Colora­
do.
E l curso del río Colorado y el de su afluente
el Barrancas, rem on tán d o lo , h asta la cordillera.
E sta s líneas fu ero n alterad as m ás tarde (véase
»1 m m s l
.
c
,
L o s resu ltad o s de la cam pana fueron m uchos
y, e n tre ellos pueden citarse :
M angrullo de m a terial del fortín M elincué, hoy pueblo de San
u rb a n o
(S a n ta
F e ),
E x iste aún.
— 528 —
L a conquista de 400.000 K m s.2 de te rrito rio y su pacificacio.
definitiva.
E l rescate de algunos centenares de cautivos.
E l final de los sacrificios inútiles de fuezas del ejército em peñadas
antes, en una lucha continua.
L a supresión de los cuantiosos trib u to s que se concedían a los indios
Al acercarse el térm ino de la presidencia del doctor Ave­
llaneda, los partidos activaron ios trabajos electorales pres­
tigiando sus candidatos respectivos.
A consecuencia de la m uerte del doctor Alsina, el general
Roca, que le sub stitu y ó en el m inisterio de guerra, com pletó,
term inándola definitivam ente, la cam paña contra los indios
pam pas. El éxito de esta cam paña acrecentó el prestigio de
su personalidad, circunstancia que m ucho favoreció la pro­
clamación de su candidatura a la presidencia de la República.
El doctor Carlos T ejedor, notable personalidad de esa
época, que ocupaba el gobierno de la P rovincia de Buenos
A ires, fué el candidato que sostenían esta m ism a provincia
y la de C orrientes.
— 529 —
L a candidatura del general Roca era sostenida p or los
gobernadores de las dem ás provincias.
Las relaciones entre el G obernador T ejedor y el P resid en te
A vellaneda llegaron a un estado de tiran tez extrem a.
Como en la m ism a ciudad de Buenos A ires residían las
autoridades nacionales y las de la provincia, y unas y otras
tenían fuerzas arm adas, el peligro de encuentros sangrien­
tos era inm inente cada dia.
El P residente A vellaneda se instaló en B elgrano, localidad
que fué, durante algunos meses, el asiento de las autoridades
de la Nación. E n la Chacarita se estableció el cam pam ento
de sus fuerzas. E l conflicto term inó, por fin, en lucha arm a­
da con grave derram am iento de sangre, en los com bates del
P u en te d e B arracas, P u en te A lsin a y de los Corrales. (20
y 21 de Junio de 1880).
Inm ediatam ente se iniciaron negociaciones de paz y el
doctor T ejedor, para facilitarlas, presentó su renuncia, reem ­
plazándole el Vice G obernador
doctor José M aría M oreno — so­
brino del procer de M ayo — quien
com unicó al P oder E jecutivo N a­
cional su acatam iento y m andó
licenciar las fuerzas que habían
defendido la ciudad.
L a cuestión “C a p ita l”. -— L a
ciudad de Buenos A ires era, al
propio tiem po, Capital de la pro­
vincia del mismo nom bre y asien­
to provisorio de las autoridades
nacionales.
Se tra tó de solucionar de u na ve3 esta cuestión, ya inten­
tad a otras veces sin resultado, y el P resid en te A vellaneda
rem itió al Congreso, reunido aún en B elgrano, un proyecto
de ley por el cual se declaraba Capital de la R epública A r­
gentina la ciudad de Buenos A ires. El proyecto fué sancio­
nado (S eptiem bre 20 de 1880 (x). L a L eg islatu ra de la pro­
vincia de Buenos A ires, después de anim adas discusiones,
votó la cesión de la ciudad para Capital de la República.
(1 ) E n 1887 la provincia de B uenos A ires cedió lo* te rrito rio s de F lo res y B el­
g ra n o p a ra inco rp o rarlo s a la ciudad de B uenos A ires am pliando, a sí, e l'D is tr ito
F ederal.
i
34
— 530 —
— 531 —
F ederalizada la ciudad de B uenos A ires, hubo necesidad
de dar una nueva capital a la provincia del m ism o nom bre
y, con este objeto, se fundó la ciudad de L a P la ta el 19 de
N oviem bre de 1882 por el doctor D ardo R ocha, G obernador
que había sido , electo después de los sucesos del 80.
L a era de progreso que caracterizó la presidencia del geral Roca, alcanzó proporciones ex traordinarias en to d as las
actividades du ran te los prim eros años de la adm inistración
del D r. Ju árez C elm an; pero una m ala gestión económ ica y
financiera, con el agregado del abuso del crédito concedido
por los B ancos oficiales, determ inó la b an carro ta de estos
institutos y llevó al país a una grave y aguda crisis. E sto, y
una política electoral sin escrúpulos, practicada por los polí­
ticos que rodeaban al P resid en te Juárez, y fom entada por
éste, produjeron una explosión incontenible de la opinión.
P residencias de Roca y de Ju árez Celman.
E l doctor A vellaneda, vencida la resistencia de Buenos
Aires después de los com bates de P u en te Alsina, etc., pudo
term in ar su período
presidencial y hacer
en treg a del m ando
al general Roca.
á
L a presidencia del
general Roca se dis-
____
rrocarriles y al desarrollo del com er­
cio y de las indus­
trias, cuya importancia- puso de m anifiesto la E xposición
C on tin en ta l in augurada en M arzo de 1882.
E n 1881 se firm ó con Chile un trata d o de lím ites fijando
como línea, divisoria la de las m ás altas cum bres de la cor­
dillera de los Andes.
Se creó el R egistro Civil y se inauguraron en la Capital
55 edificios para escuelas.
E l In ten d en te don T orcuato de A lvear transform ó la
ciudad de Buenos A ires con m uchas obras de em belleci­
m iento debiéndose a su iniciativa y a su energía la apertu ra de la A v e n id a d e Mayo.
E n 1882 se co n trató la construcción del puerto de la
ciudad de Buenos A ires cuyos trab ajo s se com enzaron a
principios de 1886.
T erm inado su período presidencial, que fué llam ado de
G en erai
R o ca
F u é así que se organizó un g ran partido de oposición — la
Unión C ívica ■
—- entrando a form ar p arte de ella los hom bres
más em inentes y representativos de diversos p artid o s: el ge­
neral M itre, los D res. B ernardo de Irigoyen, A ristóbulo del
Valle, V icente F. López, P edro Goyena, José M. E strad a y
otros. F ué presidente de la U nión Cívica y jefe, después, del
m ovim iento revolucionario, el Dr. L eandro N. Alem.
E f m ovim iento estalló el 26 de Julio de 1890 en la misma
ciudad de Buenos
A ires y contaba con la adhesión de m u­
chos altos jefes y oficiales del ejército.
Los batallones sublevados se concentraron en el parque de
artillería, (1) y desde allí y de algunos
cantones im provisados en las azoteas de
casas vecinas, se com batió, a intervalos,
contra las fuerzas legales d u ran te tres
días.
A pesar de los im portantes elem entos
con que contaba, a los cuatro días la Ju n ­
ta revolucionaria firm ó una c a p itu lac ió n ;
pero el D r. Juárez no pudo sostenerse en
el poder y tuvo que renunciar (A gosto 6).
E l Dr. Carlos P ellegrini, V ice-PresiD r C arlos P e lle g rin i
dente, term inó el período constitucional
de seis años el 12 de O ctubre de 1892.
E l D r. P ellegrini logró m ejorar la situación general del
país y creó el Banco de la N ación A rgen tin a, institución
que se afianzó cada vez m ás en el concepto público.
(1) Sitio ocupado hoy por el edificio de los T ribunales.
— 532 —
— 533 —
P residencias posteriores
un extrem o tal, que hizo tem er una guerra, que habría sido
causa de daños inm ensos para am bos países; pero la p ru ­
dencia evitó el rom pim iento.
El Gobierno ar­
gentino, en prev i s i ó n de lo
que podía suce­
der, aum entó la
escuadra adqui­
r ie n d o algunos
buques de g ue­
rra de g ran po­
der.
E l doctor U riD r. M anuel Q uintana
buru entregó el D r. José F igueroa A lcorta
mando al general
Roca el 12 de O ctubre de 1898, ocupando éste, así, por se­
gunda vez, la presidencia de la República.
E n 1902, habiéndose reagravado la cuestión de lím ites con
Chile, se tem ió que la g u erra fuera inevitable; pero, feliz­
m ente, predom inó o tra vez el buen sentido y se recurrió al
arb itraje som etiéndose la cuestión a su M ajestad B ritánica
cuyo fallo fué acatado por los dos países. E ste hecho cons­
titu y e un tim bre de honor para las
dos naciones que han dado un ejem ­
plo de cómo pueden solucionarse
las cuestiones m ás arduas, sin re­
cu rrir a los m edios violentos y ho­
rrorosos de la guerra.
T erm inado su período de seis años,
el 12 de O ctubre de 1904, entró a
ocupar la prim era m ag istratu ra el
doctor don Manuel_ Q uintana.
E l doctor Q uintana no tuvo tiem ­
po de encarrilar la situación política
como se podía esperar de sus altas
Dr. Roque sácuz Peña
cualidades de hom bre de Estado,.
pues enferm ó al poco tiem po de asum ir el m ando, y falle­
ció al año y meses de su investidura (M arzo 12 de 1906). El
Sucedió a Pellegrini el doctor Luis Sáenz Peña, probo
ciudadano que había figurado entre los principales de la
Unión Cívica.
El doctor Sáenz P eña tuvo que actuar en una época difícil
a tal punto que en nueve m eses de go­
bierno se produjeron más de veinte crisis
m inisteriales.
E n 1893 se produjo un m ovim iento re­
volucionario, con levantam ientos en va­
rias provincias, dirijido por el Dr. A lem ;
pero fué sofocado al poco tiem po.
E l país quedó pacificado aparentem ente,
y la situación del Dr. Sáenz P eña se
hacía insostenible, h asta que se vió obli­
gado a renunciar (E nero 22 de 1895). E n ­
tró a desem peñar el P. E. el Vice - P re- D r. L u is Sáenz Pen*
sidente Dr. José E v aristo U riburu.
E n 1895 se solucionó la antigua cuestión de lím ites con
el Brasil, m ediando como árb itro el P residente de los
E stados Unidos.
D u ran te la presidencia del doctor U riburu se reunió en
Buenos A ires una C onven ción N a c io ­
nal con la m isión de reform ar algunos
artículos de la C onstitución (M arzo 15
de 1898).
Los artículos reform ados, fueron el 37
y el 87.
El artículo 37, reform ado, establece que
la C á m a ra de D ip u ta d o s se com pondrá
de representantes elegidos en la propor­
ción de uno por cada 33.000 habitantes
(antes 20.000) o de una fracción que no
D r. José E. U rib u ru
baje del núm ero de 16.500 (antes 10.000).
P o r el artículo 87 se crearon ocho m inis­
terios en vez de los cinco que establecía la C onstitución del 53.
L a cuestión de lím ites con la R epública de Chile llegó a
— 534 —
— 535 —
Vice - P resid en te, doctor José F igueroa A lcorta, asum ió el
m ando h asta la term inación del período presidencial el 12
de O ctubre de 1910.
Coincidió con este período presidencial la celebración del
p rim er centenario de vida libre de la
N ación A rgentina. E ste prim er c e n te ­
nario encontró a la Nación, en m archa
decidida hacia u n 'p o rv e n ir grandioso.
L as diversas exposiciones, celebra­
das en hom enaje al gran acontecim ien­
to, fueron una dem ostración evidente
del progreso que había alcanzado el
país en todas las m anifestaciones de la
actividad hum ana.
E l Dr. F ig u ero a A lcorta entregó el Dr- V icto rin o de la P laza
m ando al D r. R oque Sáenz Peña, el 12 de O ctubre de 1910.
D u ran te el gobierno del D r. Sáenz P eña se dictó una leyde elecciones estableciendo el voto obligatorio y secreto.
E sta ley, debida a su iniciativa, ha sido de gran trascenden­
cia por sus benéficos resultados.
E l D r. Sáenz P eña falleció el 9 de A gosto de 1914 en­
tran d o a desem peñar el P oder E jecu ­
tivo el V ice - P resid en te D r. V ic to ­
rino de la P laza.
El Dr. de la P laza tuvo que hacer
frente a una crisis económ ica b astan te
seria, agravada por la g u erra europea
que se inició en A gosto de 1914 y cuya
repercusión fué grande en todos los
países.
Al am paro de la ley electoral de
D. H ip ó lito irig o y e n voto secreto y obligatorio,
y de la prescindencia del Dr. de la P laza en la lucha presidencial, el
pueblo de la R epública pudo v o tar librem ente obteniendo
m ayoría de votos el ciudadano D. H ipólito Irigoyen quien
asum ió el m ando el 12 de O ctubre de 1916.
L a g u erra m undial, que perduraba desde 1914 con algunas
ventajas p ara el com ercio y las industrias del país, había
contribuido, tam bién, a crear, con o tras causas, una situ a­
ción difícil, agravada por las convulsiones de carácter social.
P a ra el período 1922 -1928 fué electo el Dr. M arcelo T.
de Alvear.
Su gobierno se caracterizó p or u na adm inistración ordena­
da y una política encuadrada dentro de los principios cons­
titucionales.
E n las elecciones para el período 1928 -1934 triu n fó D.
H ipólito Irigoyen ocupando, así, por segunda vez, la pre­
sidencia de la Nación.
P róxim o a cum plir dos años de gobierno, estalló un m ovi­
m iento revolucionario, de carácter cí­
vico - m ilitar, que le obligó a resig n ar
el m ando.
E l día 5 de Septiem bre de 1930, el
señor Irigoyen había delegado el m an­
do en el V ice-Presidente, Dr. E n riq u e
M artínez, quien decretó inm ediatam en­
te el estado de sitio.
El día 6, el general José F. U rib u ru ,
jefe de las fuerzas revolucionarias, haD r. M arcelo T. de A lvear
c{a su en trada en la ciudad de Buenos
A ires en medio de las aclam aciones del pueblo.
El V ice-P residente, en ejercicio de la presidencia desde
el día anterior, tuvo que dim itir, y el señor Irigoyen, que se
había retirado a la ciudad de L a P lata,
redactó tam bién, allí, su renuncia del
cargo de P residente.
El m ism o día 6, quedó constituido
un gobierno provisional asum iendo la
presidencia del m ismo, el g e n e r a l
U riburu.
D iversas fueron las causas que m oti­
varon el estallido de la revolución que
obligó al presidente Irigoyen a renunciar.
G ral. J o sé F . U rib u ru
E l gobierno provisional acom etió de inm ediato la tare a de
co n ju rar los peligros de la grave situación financiera.
— 536 —
— S37 —
P o steriorm ente dió un decreto convocando para el día 8
de N oviem bre (1931) a elecciones de electores de presidente
y vice de la República, diputados nacionales, senadores por
la Capital, gobernadores y vices, y
legisladores provinciales.
T om aron p arte en los comicios
dos agrupaciones cuyas fórm ulas
proclam adas eran el resultado de la
concordancia o alianza de partidos,
y que llevaban como candidatos pa­
ra- el prim er térm ino de sus fórm u­
las respectivas al general A gustín
P. Ju sto y al D r. L isandro de la
T orre.
R ealizadas las elecciones, y ya
constituidas am bas cám aras legisla­
tivas, el gobierno provisional dió un
decreto citándolas p ara que, reunidas en asam blea, pfocedieran a hacer el escrutinio (febrero 16 de 1932).
E lectos, por m ayoría absoluta de votos, el general A gustín
P. Ju sto y el Dr. Julio A. Roca, fueron proclam ados, res­
pectivam ente, P residente y V ice-P residente de la Nación.
P o r el mismo decreto se estableció que el período de seis
años em pezaría a contarse desde el día 20 de febrero de 1932,
aniversario de la batalla de Salta. El m ism o día el general
U riburu hacía entrega del gobierno al presidente electo, acto
que significaba el retorno a la norm alidad.
L a adm inistración del general
Justo, no obstante las dificultades
de todo orden que tuvo que afron­
tar, fué fecunda en m edidas de ca­
rácter económico y financiero, que
perm itieron m ejorar la difícil situa­
ción del país.
P ara el período 1938 - 1944 fueron
electos y proclam ados, el Dr. Ro­
berto J. O rtiz y el Dr. Ram ón
S. Castillo.
Dr Roberto M 0rtiz
El doctor O rtiz inició sus tareas bajo los m ejores au s­
picios, encarando el estudio de num erosos problem as de
vital im portancia. Cabe señalar, como hecho de g ran tra s ­
cendencia, acaecido durante su gobierno, la declaración de
la g u erra europea.
U n a grave enferm edad de la vista le obligó a delegar el
m ando en el vicepresidente doctor Ram ón S. Castillo.
E l día 4 de junio de 1943, se produjo un m ovim iento
m ilitar que desplazó al doctor Castillo, quedando co n stitui­
do un gobierno provisional con el general A rtu ro R aw son
como P re s id e n te ; el general P edro P. R am írez fué designado
m inistro de G uerra.
El general R aw son renunció casi inm ediatam ente, sucediéndole el general P edro P. R am írez. D u ran te su actu a­
ción, y como consecuencia de la g u erra europea, se rom pie­
ron las relaciones diplom áticas con A lem ania y el Japón
(E n ero de 1944).
E n el mes d e'feb rero el general R am írez delegó el m ando
en el vicepresidente, general Edelm iro J. F arrell, y, en
m arzo del m ism o año, presentó su renuncia, quedando, así,
confirm ado el general F arrell en el
cargo de P residente.
D u ran te la adm inistración del ge­
neral F arrell se dictaron num erosos
decretos-leyes en favor de la clase
trabajadora. Se declaró, asim ism o, la
guerra a A lem ania y al Japón.
Al finalizar el año 1945 se convo­
có para el día 24 de febrero de 1946,
a elecciones de diputados nacionales
y electores de presidente y vicepre­
sidente de la Nación en las provin­
cias y Capital F ederal, y electores de
G eneral J u a n D . P e ró n
senadores nacionales de esta últim a. P racticado el escrutinio
de las elecciones — las más libres que se hayan realizado—
resultó triu n fan te para el período 1946-1952, la fórm ula cons­
titu id a por el general Juan D. P erón y el doctor J. H o rtensio Q uijano, como P resid en te y V icepresidente, respectiva­
m ente. A sum ieron el m ando el día 4 de junio de 1946.
— 538 —
N D IC E
Pág.
D os palab ras .............................................
3
L E C T U R A S P R E L IM IN A R E S
E u ro p a al finalizar el siglo X V . —
Id e a g en eral de la civilización del
viejo m undo en el siglo X V : L a
instru cció n . — U n iv ersid ad es. —
L a i m p r e n t a ...........................................
7
L as ciudades .............................................
8
L as arm as de g u e r r a .............................
9
L a navegació n en el siglo X V . . . .
12
C onocim ientos geográficos de los eu­
ropeos al finalizar el siglo X V . —
V i a j e r o s ...................................................
15
L as em presas m arítim as del siglo X V
an tes del d escubrim iento de A m é­
ric a . — 1 P o rtu g u eses y esp añoles:
rivalidades. — L as bulas papales
17
E l problem a del cam ino a la In d ia
19
L a península ibérica a fines del si­
glo X V ...................................................
22
L a u n idad castellan o -arag o n esa con
los1 reyes católicos .............................
23
D E S C U B R IM IE N T O D E
A M E R IC A
C ristóbal Colón. D ato s b io g rá fic o s ..
25
Colón en P o rtu g al. — Su proyecto.
T oscanelli y B ehaim .........................
26
Colón en E sp a ñ a. — A cep tació n de
su p r o y e c t o .............................................
28
L as capitu lacio n es firm adas en S a n ­
ta F e. — Se p re p a ra la expedición
30
en el pu erto de P alos ....................
P rim e r viaje de Colón. — D e sc u b ri­
m ien to del N uevo M undo ...........
31
32
P a rticu la rid a d e s del viaje ..................
E xploracio n es de C olón. — E l re ­
greso ........................................................
35
M apa g e n eral de las A n tillas ........... 36-37
C onsecuencias inm ediatas del descu­
brim iento . — E sp añ a y P o rtu g al.
B ula de A lejan d ro V I. —* T ra ta d o
de T o rd esillas ......................................
41
V iajes clandestinos ..................................
42
Segundo viaje de C o ló n .........................
43
' T e rc e r viaje de Colón .........................
45
V asco de G am a consigue llegar a la
In d ia .
—
Im p o rta n cia de este
a c o n te c im ie n to ......................................
47
P ed ro A lvarez C abral ...........................
48
A m érico V espucio. — O rig en del
nom bre de A m érica ...........................
49
C uarto y últim o viaje de Colón. —
Su m u e r t e ...............................................
50
V iajes m enores de los e s p a ñ o le s ...
52
L a ju n ta de B urgos. — O tro s via­
jes m enores ..........................................
54
D escubrim iento del M ar del S ur. —
Balboa. —• Su m u e r t e .........................
55
L a A m érica en la época de su- des­
cubrim iento ...........................................
57
Pág.
In d íg en as que poblaban el te rrito rio
a rg en tin o en la 'época del descu­
b rim ien to ..........................................
61
L as gran d es agrupaciones indígenas
65
E X P L O R A C IO N E S Y D E S C U ­
B R IM IE N T O S
Solís. — D escu b rim ien to del Río de
la P la ta . —» Expediciones clan ­
d estinas ...............................................
73
M agallanes. — D escubrim iento del
estrecho. ^— L a vuelta al m undo.
E xpedición de L oaiza ................
75
O tras expediciones. — E n busca del
p aso del noro este .........................
78
La preocupación de los co n q u istad o ­
res. — L as leyendas. — L os Cé­
sares .....................................................
79
A lejo G arcía y su expedición al P e rú
81
S ebastián Caboto. — E xploración de
los ríos. — F u n d ació n de S ancti
S p iritu s ...................... ......... v ............
81
Seb astian C aboto y D iego G a rc ía ..
84
O rigen del nom bre del R ío de la
P la ta ........................................................
E l peligro lusitano. — E xpedición
c lan d estin a de M a rtín A lonso de
Souza ........................... ........................
87
C O N Q U IS T A Y C O L O N IZ A C IO N
L as concesiones de conquista. —*
T e n ta tiv a s de con q uista de la Patag o n ia. — A lcazava. — C am argo
89
L as co rrie n te s colonizadoras del ac­
..............
90
tu a l te rrito rio arg en tin o
C O N Q U IS T A Y C O L O N IZ A C IO N
D E LA R E G IO N
D E L R IO D E LA P L A T A
El adelantazgo. — D on P edro de
M endoza. — Su expedición. — P r i­
m era fundación de B uenos A ires
92
P rim eras dificultades. — Ayolas. —
C om bate de C orpus C hristi. — El
real es atacad o y sitiado
..............
94
M endoza resuelve re g re sa r a E spaña.
Su m u erte ..............................................
96
O rigen de la ciudad de la A sunción.
E xpedición de A yolas al P e rú .—•
Su m uerte. — T rab ajo s de Ira la .—
R eal Cédula de 1537. — D espobla­
d o s de B uenos A ires ....................
98
R educciones de indios. — E n co m ien ­
das1. — S ervicio personal. — Y a ­
naconas. — M i t a y o s ........................... 100
El A delantado A lvar N úñez Cabeza
de V aca ................................................. 102
Fundación de S an ta Cruz de la Sie­
rra. — Segundo gobierno de Irala.
Leales y tu m u ltu ario s. —• Real Cé­
dula de 1537. — P rim era elección
p op u lar ................................................... 104
Ju an y D iego de Sanabria . . . . . . .
107
— 539 —
Pág.
G O B IE R N O C O L O N IA L
A utoridades del gobierno c o lo n ia l.. 108
L os cabildos. — Su im portancia.—
Cabildo a b ie rto .................................... 111
C O N Q U IS T A D E L I N T E R IO R
D E L P A IS
E l T ucum án. — E xpedición de D ie­
go de R ojas ........................................... 113
E xpedición de N úñez .de P rad o . —
F u ndación de B arco. — P rad o y
V illagra. — L a ju risdicción de
114
Chile. — V aldivia y P rad o ...........
F u ndación de S antiago del E ste ro .—•
N uevos conflictos. — E l g o b e rn a ­
d o r J u a n P érez de Z u r i t a ......... T ..
117
O tra s fundaciones en la región del
T u cu m án . — C erem onia de la fu n ­
dación de una ciudad ....................
119
Sublevaciones de los calchaquíes. —
A lzam ientos generales'.— B ohorques
125
C onsolidación de la c o n q u i s t a ...........
126
C O N Q U IS T A D E LA R E G IO N
D E CUYO
F u n d ació n de las ciudades de M en­
doza, San J u a n y San L u is ...........
127
C O N Q U IS T A Y C O L O N IZ A C IO N
D E LA R E G IO N D E L R IO D E
L A P L A T A (con tin u ació n )
D on J u a n O rtíz de Z árate, te rc e r
A delantado .............................................
129
J u a n de G aray ........................................
130
F u ndación de la ciudad de S a n ta Fe.
E n c u e n tro de C ab rera y G a ra y ..
131
A duanas interio res. — S a n ta F e
p u erto preciso ......................................
132
L legada del A delantado O rtíz de Z á­
ra te . — Su disposición te stam e n ­
ta ria ..........................................................
13 3
El A delantado V era y A ragón. —
J u a n de G aray es elegido gober­
n ad o r delegado. — Pro p ó sito de
repoblación de B uenos A ires . . . .
134
F u n d ació n de la ciudad de B uenos
A ires p o r G aray. —* T razado de
la ciudad ...............................................
13 5
Criollos y peninsulares. — C o n ju ra­
ción de S an ta F e ............................. 138
T rabajos de G aray. — Escudo de la
ciudad de B uenos A ires. — E x p e ­
dición al s u r ..........................................
139
M uerte de G aray. — N om bram iento
de sucesor ............................................. 14 0
G obierno de J u a n T o rre s N avarrete.
F u n dación de la ciudad de Co­
rnejo. — L legada del A delantado
V era y A ragón a la A sunción. —
Fundación de la ciudad de Co­
rrien tes ...................................................
141
R e m a n d a ría s . — P rim e ra s activ id a­
des. — Su p rim er g o b ie rn o ...........
144
Segundo gobierno de H e rn a n d arias
145
T e rc e r gobierno de H e rn a n d a r ia s ..
146
G obierno de M arín N egrón. —• O r, denanzas de A lfaro ........................... 147
U ltim o gobierno de H e rn a n d a ria s.—
D ivisión t e r r i t o r i a l .............................
149
M apa de las cu atro gobernaciones 151
L a ciudad de B uenos A ires en 1658
152
LA C O N Q U IS T A E S P I R I T U A L
O rganización de las m isiones. —1 San
F ran cisco Solano y F r . L uis Bolaños. -— L os paulistas ....................
E l com ercio e n tre E sp a ñ a y el R ío
de la P la ta . — L os p ira ta s .........
L os portugueses en el R ío de la
P la ta . — E rro r de los colonizado­
res españoles ........................................
C olonia del S acram ento. — C uestio­
nes e n tre E spaña y P o rtu g a l. —
T ratad o de U tre c h t ...........................
Zavala. — F u n dación de M ontevideo
O rigen de la ciudad de P a ra n á .
L as in dustrias prim itivas. — E l c o ­
m ercio .....................................................
L os com uneros del P arag u ay ...........
T ra ta d o de perm uta. — G u erra g u a ­
ra n í tica ...................................................
Cevallos. A nulación del tra ta d o de
perm uta. — Tom a y devolución de
la C o lo n ia ...............................................
E xpulsión de los jesuítas. — B ucareli. — V értiz ......................................
L as islas M alvinas .................................
Los indios en la provincia de B ue­
nos A ires. — F u ndación de fo rti­
nes y pueblos ..................................
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E L V IR R E IN A T O
E l V irrein a to del R ío de la P la ta .
C ausas que d e te rm in a ro n su c re a ­
ción. — Su jurisdicción ................ 177
M apa del V irrein a to
..................... 178
V irrein ato de Cevallos. — E l com er­
cio libre ................................................. 179
V irrein ato de V é rtiz : su acción p ro ­
gresista. —* R eal O rdenanza de
In te n d e n te s ..........................................
181
Sublevación de Tupac-A m arú .........
184
V irrein a to s de L o reto y A rredondo.
E l C onsulado ...................................... 185
L a legislación de In d ias en la te o ­
ría y en la p ráctica
..................... 188
IN V A S IO N E S IN G L E S A S
A n tecedentes ............................................. 188
P rim era invasión .................................... 189
T rab a jo s p ara la reconquista. — Liniers y P u ey rred ó n
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