Texto completo digital - Naturalis

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El poblamiento de América. Arqueología
y bio-antropología de los primeros americanos
Gustavo G. Politis, Luciano Prates y S. Iván Pérez
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Politis, Gustavo G.
El poblamiento de América. Arqueología. - 1a ed. - Buenos Aires :
Eudeba, 200.
200 p. : il. ; 14x20
cm.
ISBN 978-950-23-1646-8
1. Arqueología. I. Título
CDD 930.1
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
1ª edición: noviembre de 200
© 2008 Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
Diseño de tapa: Silvina Simondet
Diagramación general: Félix C. Lucas
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su
almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u otros
métodos, sin el permiso previo del editor.
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Agradecimientos
A Rodrigo Angrizani por sus sugerencias sobre la arqueología de Brasil y a
Donald Jackson y César Méndez por sus comentarios sobre la arqueología de
Chile. A Luis Borrero, Gustavo Martínez, Tom Dillehay, Elieen Johnson, Michael
Johnson, Albert Goodyear, Anna Roosevelt, Carlos Aschero, Lautaro Núñez,
Nora Flegenheimer, Diana Mazzanti, Augusto Cardich, Laura Miotti, Rafael
Paunero, Carlos López Castaño, Javier Aceituno, Arturo Jaimes, Eduardo Tonni,
Alfredo Carlini, Águeda Vilhena Vialou y Mauricio Massone, quienes
desinteresadamente accedieron a la inclusión en el libro de imágenes de su
propiedad. A Mariano Bonomo, María Gutierrez, Laura Miotti y Adolfo Gil por
proporcionarnos material bibliográfico de difícil acceso. A Violeta Di Prado por
su colaboración en la organización de la bibliografía. A Diego Gobbo por su
constante auxilio en la confección de los mapas y figuras.
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1. El poblamiento americano en contexto
En este libro pretendemos presentar de una manera clara y sintética el estado
actual del conocimiento sobre el poblamiento indígena de América. Aquí
intentaremos resumir y discutir de manera crítica las diferentes hipótesis que se
han generado para explicar cuándo y cómo fue ocupado el continente por primera
vez. Buscaremos también explorar la variabilidad de los modos de vida de los
primeros pobladores americanos. A través de esto intentaremos dar algunas
respuestas a la preocupación creciente por conocer y entender el proceso de
poblamiento del continente desde su inicio hasta la actualidad y reconstruir las
trayectorias históricas de los pueblos más antiguos que lo habitaron.
En principio, sabemos que los primeros seres humanos del continente llegaron
desde algún otro lado. Ya ha quedado descartada la posibilidad de una evolución
humana autóctona: ciertamente la humanidad no tuvo su origen en América. En
segundo lugar, sabemos que estos primeros pobladores tenían un modo de vida
que los antropólogos denominan “cazador recolector”. Esta categoría analítica,
de uso generalizado, engloba a distintas sociedades que se sustentan
básicamente de la caza, la recolección y/o la pesca y que no tienen agricultura/
horticultura (si la practican es a muy pequeña escala y poco relevante como
fuente de alimentos) ni tampoco ganadería; el único animal doméstico presente
con frecuencia en estas sociedades es el perro. Se trata de grupos pequeños,
constituidos por pocas familias, sin jerarquías sociales y con estrechos lazos de
solidaridad y de cooperación mutua. Aunque hay varias excepciones, en general
los cazadores recolectores presentan un alto grado de movilidad residencial, es
decir, que mudan sus campamentos con mucha frecuencia y tienen circuitos de
nomadismo que en parte están regulados por las estaciones y por la
disponibilidad de recursos alimenticios. También las diferentes prácticas sociales
influyen en estos desplazamientos residenciales. Aunque las sociedades de
cazadores recolectores no poseen religiones estructuradas en los mismos
términos en que la sociedad occidental conceptualiza a los sistemas de creencias
más o menos formales (tales como el cristianismo o el islamismo), sí poseen una
compleja cosmología a través de la cual conciben y explican el mundo y los
fenómenos vitales. En ella lo natural y lo sobrenatural no se encuentran
segregados, sino que constituyen dominios inextricablemente ligados. Se concibe
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a la naturaleza saturada y gobernada por espíritus de todo tipo y a los seres
humanos articulando en este universo sagrado y profano (Figura 1).
Figura 1. Cazador Awá del Amazonas de Brasil preparando flechas
(foto Gustavo Politis).
Más allá de algunas certezas, el poblamiento indígena de América ha sido
uno de los temas centrales en el debate de la antropología americana y, a pesar
de la abundancia de los datos disponibles en la actualidad, aún quedan puntos
centrales por resolverse. Entre muchos otros, no hay consenso acerca de cuándo
llegaron los primeros seres humanos al continente, qué vía de entrada utilizaron
y qué tipo de tecnología empleaban. La resolución de estos interrogantes se
vuelve aún más compleja debido a varias circunstancias. Primero, los habituales
problemas de preservación que tienen los sitios arqueológicos –conocidos en
arqueología como “procesos naturales de formación de sitios”– impiden que los
materiales depositados en su interior queden “congelados en el tiempo” y, por
lo tanto, no permiten reconocer con facilidad lo ocurrido en ellos. En consecuencia,
los rastros de las actividades humanas del pasado se encuentran enmascarados
y distorsionados por diversos agentes que los modificaron desde el momento
de su depositación hasta su descubrimiento. Segundo, los sitios arqueológicos
asociados al poblamiento temprano pudieron verse especialmente afectados
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debido al impacto de la última glaciación sobre el ambiente en general y sobre
los materiales arqueológicos en particular. Por último, y enfocando el problema
desde una perspectiva político-académica, el tema del poblamiento americano
ha estado teñido de falsos nacionalismos (¿qué país no querría tener al “primer
americano”?) y se ha prestado para especulaciones sensacionalistas, siempre
alimentadas por los medios de comunicación y, en algunos casos, impulsadas
por algún arqueólogo entusiasmado con la fama que podría otorgarle haber
encontrado “al americano más antiguo”.
Las formas de abordaje del tema del poblamiento han variado con el tiempo. En
los primeros siglos luego de la colonización europea de América, las explicaciones
se basaron en interpretaciones libres de textos bíblicos o clásicos griegos y romanos.
Un poco más tarde se sostuvieron en las similitudes morfológicas (p. ej. anatómicas)
registradas entre los indígenas americanos vivientes y los de otras regiones del
viejo mundo (especialmente de Asia). Recién en el siglo XIX se incorporaron a la
discusión las evidencias obtenidas de los restos arqueológicos y bioantropológicos
hallados en América y en los sectores adyacentes de Asia. Más tarde, a finales del
siglo XX, la craneometría y los estudios de ADN le dieron una nueva dimensión al
tratamiento del problema y a las formas de contrastabilidad.
En las últimas tres décadas, las investigaciones sobre este tema se han
multiplicado exponencialmente como resultado de varias causas. Primero, su
debate continúa siendo central para la arqueología y la antropología biológica
del continente. Segundo, la discusión tiene atractivos que exceden los ámbitos
disciplinarios porque ha capturado la atención de la prensa y se ha usado para
reivindicar intereses nacionalistas, a menudo con tintes de sensacionalismo
mediático. Tercero, el poblamiento inicial del continente siempre ha sido interesante para las instituciones que financian las investigaciones científicas. En
este sentido, un sitio cronológicamente ubicado a fines del Pleistoceno, es decir,
con más de 10.000 años de antigüedad, está mejor posicionado que otros para
capturar más atención y, en principio, más fondos para su investigación. Cuarto,
los sitios del Pleistoceno final adquieren relevancia científica internacional, excediendo rápidamente el impacto exclusivamente local que tiene la mayoría de
los sitios arqueológicos de cazadores recolectores americanos (Politis y Gnecco,
2003). Y quinto y último, la ocupación humana inicial del continente ha sido una
de las arenas elegidas por la academia norteamericana para dirimir las tensiones
internas. De esta manera, la estructura del debate sobre este tema se diferencia
nítidamente de otros aspectos de la antropología americana y tiene una resonancia mucho mayor.
Para finalizar con esta breve introducción es importante aclarar que, aunque
intentaremos dar un tratamiento balanceado a los distintos tipos de evidencia
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generados a lo largo del continente sobre el poblamiento americano, pondremos
mayor énfasis en los ejemplos argentinos y del Cono Sur americano. No sólo
porque a través de ellos puede ilustrarse con bastante claridad el complicado
proceso de indagación arqueológica relacionado con los primeros seres humanos
de América, sino porque sería imposible tratar con la misma profundidad todas
las regiones de este basto territorio.
1.1 Las primeras explicaciones sobre el poblamiento de América
Las primeras explicaciones generadas por la sociedad occidental para dar
cuenta del origen e historia de los indígenas americanos llegaron tan pronto
como la noticia de su presencia comenzó a trascender en Europa. Difícil resultaría
imaginar que los círculos de intelectuales y científicos de los siglos XVI y XVII
no tuvieran una respuesta frente a la repentina aparición de “nuevas gentes”
habitantes de un lejano y extenso territorio hasta entonces desconocido para
Occidente. No bastaba con dar un significado claro y preciso a ese “nuevo
mundo” sino que ese significado no debía presentar grandes incongruencias
respecto del modo de ver y explicar la realidad que tenía la sociedad de aquel
entonces. A partir de fines del siglo XV y de manera ininterrumpida, se han
presentado muchas hipótesis sobre el origen, la antigüedad y las características
del poblamiento humano de América. A pesar de eso y aun cuando los modelos
propuestos en las últimas décadas echan cada vez más luz sobre el problema, la
respuesta parece estar aún lejana.
Las primeras teorías referidas al origen de los primeros americano obtuvieron
sus principales fuentes de argumentación y explicación de los documentos
bíblicos y, en menor medida, de viejos mitos europeos. Esto no es extraño si se
considera que en el mismo momento en que se produjo la llegada de Colón a
América, las monarquías religiosas constituían el principal poder político en
Europa. En este contexto, la explicación de los fenómenos del mundo quedaba
bajo el dominio de la iglesia, la que a su vez debía buscar en las sagradas
escrituras la fuente principal del conocimiento. A partir de allí y durante los dos
siglos posteriores, varios eruditos intentaron encontrar en la Biblia la clave para
la resolución del problema del origen de los pueblos americanos. Como resultado
de este proceso se generaron diversas hipótesis, entre las cuales pueden
mencionarse dos que adquirieron cierta popularidad: una proponía que las
sociedades americanas eran descendientes de Noé y otra que defendía la idea
que su origen debía buscarse en el mito de las Diez Tribus perdidas de Israel.
Sobre la primera de estas hipótesis existen muchas variantes, siendo la enunciada
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por Benito Arias Montano, en la segunda mitad del siglo XVI, una de las más
difundidas. Según este autor, los primeros seres humanos que poblaron el
continente americano, y de quienes descenderían los indígenas encontrados allí
en el siglo XV, fueron tataranietos de Noé. Uno de ellos habría ingresado por el
actual territorio de Brasil, mientras que el otro lo habría hecho por el noroeste de
Norteamérica alcanzando desde allí por vía terrestre lo que es hoy Perú. Un
detalle interesante del trabajo de Montano es la confección de un mapa del
mundo donde se muestran los diferentes continentes y los itinerarios seguidos
por sus primeros moradores.
En lo referido al mito de las Tribus Perdidas de Israel, las variantes también
son muy diversas. Entre sus más reconocidos defensores se encuentran el padre
Bartolomé de las Casas, en el siglo XVI, el Fray Gregorio García, a principios del
siglo XVII, y otros destacados científicos de la primera mitad del siglo XIX como
Alexander Von Humboldt y Lord Kingsborough. En términos generales, esta
teoría propone que los antecesores de los actuales indígenas americanos deben
buscarse en las tribus hebreas que formaban el reino de Israel en Galilea,
expulsadas cuando su territorio fue conquistado por los asirios en el siglo VIII
antes de Cristo. Los argumentos utilizados para la defensa de esta idea fueron,
entre otros, las supuestas semejanzas en aspectos intelectuales y lingüísticos y
en relatos míticos de judíos e indígenas americanos. Las dos hipótesis bíblicas
descritas comparten la concepción de los indios americanos como sociedades
primitivas y diferentes a la europea, en todo coincidente con la visión dominante
en la sociedad occidental de ese momento y congruente con los objetivos
políticos y económicos que eran apropiarse de los territorios y recursos
disponibles en el continente recién “descubierto”.
Otra hipótesis muy difundida sobre el origen de los aborígenes americanos,
y una de las más populares entre los cronistas y pensadores del Renacimiento,
es la que vincula a estos grupos con la mítica isla de Atlántida de los relatos de
Platón. Según cuenta el mito, esta isla se encontraba ubicada más allá del estrecho
de Gibraltar (punto más cercano entre los actuales territorios de España y
Marruecos) y habría estado habitada por una grandiosa civilización desaparecida
cuando todo su territorio se sumergió por completo en el océano Atlántico. Un
pequeño grupo de habitantes de Atlántida habría logrado sobrevivir al cataclismo
huyendo hacia América y llevando con ellos el germen de las grandes ciudades
americanas de México y Perú con las que se encontraron los primeros europeos
que arribaron al continente.
Muchas otras ideas se propusieron para explicar la procedencia de los
primeros aborígenes americanos, la mayoría de ellas carentes de todo sustento
empírico. Tal es el caso del origen mongol propuesto por Jean Laet y John
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Ranking o el origen fenicio defendido por Narciso Alberti Bosch, Henry Onffroy
de Thoron, Pierre-Daniel Huet y Antonie Court de Gébelin. Si bien ninguna de
estas alternativas podría ser defendida seriamente en la actualidad, esto no
implica negar que se hayan producido otros arribos al continente después de su
poblamiento inicial y antes del mal denominado “descubrimiento de América”
ocurrido en 1492. Por el contrario, son bastante sólidas las evidencias que sugieren
la llegada de embarcaciones vikingas al norte de Norteamérica antes del siglo
XV (Lee, 1979; Scout, 1993). Del mismo modo que los vikingos, algunos otros
pueblos estaban tecnológicamente capacitados para alcanzar las costas
americanas antes del siglo XVI, resultando poco probable que esto no haya
ocurrido. Si así fuera, este ingreso desde el Viejo Mundo, antes de Colón, no
dejó una huella muy marcada ni en la composición genética de los indígenas
americanos ni en su cultura material.
Para concluir con esta reseña sobre las primeras teorías sobre el origen de
los aborígenes de América debe hacerse referencia a las notables consideraciones
efectuadas por el sacerdote jesuita José de Acosta a finales del siglo XIX. Su
relevancia radica en que, con gran intuición, planteó con claridad los aspectos
básicos y más consensuados de las teorías modernas sobre el poblamiento
americano. En su libro titulado Historia natural y moral de las Indias publicado
en 1894, sostuvo que el origen de los indios americanos no debía buscarse en
las Diez Tribus Perdidas de Israel, ni tampoco en mercaderes fenicios y aún
menos en afortunados sobrevivientes de la mítica isla de Atlántida. Por el
contrario, sostuvo que se trataba de grupos simples, posiblemente cazadores,
que habrían ingresado al continente a través del punto de mayor proximidad
entre este y Asia, es decir, por el estrecho de Bering. Uno de los aspectos más
interesantes de su idea fue que estos cazadores muy probablemente alcanzaron
estas nuevas tierras como resultado de una expansión natural y progresiva a
través del territorio y no como un plan preestablecido ni como resultado de una
gran catástrofe.
Contemporáneamente a la publicación de la tesis del padre José Acosta, el
investigador argentino Florentino Ameghino dio a conocer algunas ideas sobre el
origen de los indígenas americanos. En un primer momento, propuso que en las
pampas argentinas los indígenas habían convivido con la megafauna pleistocénica
(Figura 2), lo que recién sería ampliamente aceptado por la comunidad científica
después de la década de los treinta. Pocos años más tarde, llevó su razonamiento
mucho más allá y, luego de un estudio comparativo de fósiles de todo el mundo,
propuso el origen sudamericano de todos los mamíferos, incluidos por supuesto
a los seres humanos. Describió cuatro especies diferentes de homíninos –
Tetraprothomo, Triprothomo, Diprothomo y Prothomo– a los que consideró
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evolutivamente emparentados y antecesores de los seres humanos modernos.
Para Ameghino la humanidad se había originado en las pampas argentinas y
habría derivado de un primate del Terciario de Patagonia, el Homunculus. Toda
una revolución para la paleo antropología de fines del siglo XIX.
Figura 2.“Descuartizando un gliptodonte”, mural pintado en el hall del Museo
de Ciencias Naturales de La Plata por Luis de Servi en 1888 e inspirado en las ideas
de Ameghino.
Si bien el trabajo de Ameghino tuvo un gran impacto en la comunidad científica
internacional, sus ideas sobre el origen local de los humanos serían rebatidas de
manera contundente a principios del siglo XX por el antropólogo checo y primer
curador de la colección de antropología biológica del Smithsonian Institution de
Washington: Aleš Hrdlicka
š (1912). En este sentido, no sólo determinó que los
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restos descritos por Ameghino no correspondían a primates extinguidos, sino
también que los materiales arqueológicos atribuidos a ellos eran mucho más
modernos. No obstante, y contra la creencia de Hrdlicka,
otro de los pilares de
š
las ideas de Ameghino, la coexistencia de la megafauna pleistocénica con los
primeros indígenas que llegaron a América, fue confirmada más adelante por un
gran volumen de información arqueológica que trataremos con mayor detalle en
los siguientes capítulos.
1.2 El origen de los seres humanos y su dispersión a través
del mundo
Antes de introducirnos de lleno en los problemas específicos relativos a los
primeros habitantes americanos, es necesario hacer un breve recorrido por los
orígenes de la especie humana y su dispersión a lo largo del mundo. Sin dudas,
este constituye uno de los temas de mayor interés y más extensamente tratado
en la actualidad por la arqueología y la paleoantropología. Dónde surgieron y
cómo poblaron el mundo nuestros ancestros más remotos sigue generando
controversias y discusiones en el ámbito científico y académico. Sin entrar en
detalles sobre la gran diversidad de opiniones vertidas en torno a este tema y
aun con riesgo de sobre-simplificar un complejo proceso evolutivo, intentaremos resumir los principales y más consensuados aspectos del problema. En
primer lugar, hay un relativo acuerdo con respecto a que tanto los seres humanos modernos, así como varias de las especies filogenéticamente más vinculadas con ellos, habrían tenido su lugar de origen en el continente africano (para
un resumen reciente de esta discusión véase Díez Martín, 2005). En algún momento entre los 5 y 7 millones de años atrás se separaron la línea evolutiva que
conduce hacia nuestros “primos” actuales más cercanos (los chimpancés) y el
linaje que originó al ser humano moderno (Homo sapiens). En este último linaje
de primates se incluyen distintas especies que fueron apareciendo y extinguiéndose en diferentes momentos a los largo de los últimos millones de años y que
para denominarlas en conjunto se utiliza el término de “homíninos”. La nómina
de especies incluidas en esta categoría general y el vínculo evolutivo establecido entre ellas se modifica y actualiza constantemente conforme se incorporan
nuevos hallazgos o se proponen formas alternativas para explicarlos. Los
homíninos más primitivos, y más alejados evolutivamente de los seres humanos
(p. ej. Australopithecus anamensis, Australopithecus afarensis –la famosa
Lucy–, Australopithecus africanus y Auntralopithecus boisei), vivieron en el
sur y centro-este de África entre 5 y 2 millones de años atrás. Su forma de vida
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habría sido bastante similar a la de los grandes primates actuales (gorilas, chimpancés y orangutanes). Estos grupos no habrían elaborado instrumentos de
piedra y su dieta habría sido centrada en el consumo de vegetales (Figura 3).
Australopithecus boisei
Australopithecus africanus
Figura 3. Reconstrucciones de Australopithecus africanus y Australopithecus boisei
(tomadas y modificadas de Leakey y Lewin, 1980).
Hace alrededor de 2,5 millones de años apareció el primer representante del
género Homo (Homo habilis1). Este género, que incluye al ser humano moderno
y a sus más cercanos parientes (todos ellos extinguidos), se caracteriza por un
mayor tamaño cerebral que los Australopithecus y por la capacidad de producir
una tecnología bastante compleja. Homo habilis no sólo fue el primer homínino
1
Algunos investigadores contemporáneos proponen incluir a Homo habilis en el
género Australopithecus.
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que confeccionó instrumentos de piedra, sino que, a diferencia de sus predecesores, habría incorporado la carne como un nuevo y ocasional componente de su
dieta. La mayor parte de los restos de Homo habilis documentados hasta el momento también procede del sur y centro-este de África, no reconociéndose evidencias claras de su expansión fuera de dicho continente (Figura 4).
Figura 4. Reconstrucción de Homo habilis
(tomada y modificada de Leakey y Lewin, 1980).
Una segunda especie de Homo (Homo erectus u Homo ergaster) surgió
también en África oriental hace alrededor de 2 millones de años, posiblemente a
partir de Homo habilis. Este grupo, con características muy similares a los
humanos modernos, aunque algo más robusto y con un cerebro un poco más
pequeño, fue el primer homínino en salir de África, alcanzando la mayor parte del
sur de Europa y Asia. La adaptación de Homo erectus a un rango diverso de
ambientes tropicales y subtropicales, en algunos casos con inviernos fríos,
pudo lograrse gracias a un acervo tecnológico mucho más diverso y complejo
que el de Homo habilis, incluyendo el uso sistemático del fuego y una gran
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diversidad de instrumentos de hueso, madera y piedra. El consumo de carne, y
por lo tanto la caza de animales, no sólo se transformó en una práctica ocasional,
sino en un aspecto tan relevante en la subsistencia como la recolección de
vegetales. Los representantes más recientes de esta especie vivieron hace
alrededor de 200.000 años, e incluso más tardíamente (Figura 5). En un trabajo
recientemente publicado (Lumbley y col., 2006) se dieron a conocer las evidencias
más antiguas conocidas hasta ahora de homíninos en Eurasia (alrededor de 1,8
millones de años). Sin embargo, esta vez no se trataría de H. erectus, sino de una
nueva especie (Homo georgicus) hallada en Georgia.
Figura 5. Reconstrucción de Homo erectus
(tomada y modificada de Leakey y Lewin, 1980).
El último grupo de homíninos sobre el que trataremos aquí, y el más parecido
a los humanos actuales, es el de los neandertales. Aunque hasta hace poco
tiempo se consideraba a ambos como sub-especies de Homo sapiens (Homo
sapiens sapiens y Homo sapiens neanderthalensis, respectivamente), la
identificación de diferencias cada vez más marcadas entre ellos condujo a que
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desde los últimos años se haya preferido considerarlos especies diferentes:
Homo sapiens y Homo neanderthalensis (McDougall y col., 2005). Los
neandertales se habrían diferenciado de Homo erectus hace alrededor de 300.000
años y habrían ocupado Europa y el oeste de Asia. Se caracterizaban por una
marcada adaptación a climas fríos, muy característicos de buena parte de la
Eurasia de tiempos glaciales. Su cerebro era igual o más grande que el de los
seres humanos modernos, su contextura robusta y su musculatura bien
desarrollada. Estos homíninos consumieron una gran diversidad de fauna, en
especial grandes mamíferos, muchos de ellos actualmente extinguidos, tales
como renos, mamuts, rinocerontes lanudos, bisontes y caballos (Figura 6).
Figura 6. Reconstrucción de Homo neanderthalensis
(tomada y modificada de Leakey y Lewin, 1980).
Uno de los aspectos más debatidos de la historia evolutiva humana es el
momento y lugar de aparición de los humanos anatómicamente modernos y su
relación con los neandertales. En este sentido, parece claro que alrededor de los
30.000 años antes del presente (de aquí en adelante “antes del presente” se
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expresará “AP”), a comienzos del Paleolítico superior, los neandertales
desaparecieron de Europa y con ellos toda evidencia de los artefactos de piedra
que los caracterizaban. La tecnología lítica asociada con los neandertales es la
del Paleolítico medio, muy diferente del Paleolítico superior, característico de los
primeros humanos modernos. En el Paleolítico superior ya se usaban artefactos
mucho más elaborados, confeccionados sobre fragmentos de piedra
especialmente preparados denominados hojas. También se incorpora con mayor
sistematicidad una gran diversidad de materiales, además de la piedra, para
confeccionar instrumentos y adornos (hueso, madera, marfil, etc.). A partir de
este momento las sociedades comienzan a manifestar un creciente interés por
aspectos simbólicos y religiosos, los cuales se vuelven al mismo tiempo cada
vez más complejos (véase Gamble 1990).
Frente a este escenario de cambio repentino surgió un interrogante principal:
¿los humanos modernos (Homo sapiens) evolucionaron a partir de los
neandertales o evolucionaron paralelamente reemplazándolos y/o
desplazándolos? Sin profundizar sobre la diversidad y complejidad de opiniones
y variables involucradas en esta discusión, las evidencias más recientes sugieren
que los neandertales y los antecesores de los humanos contemporáneos vivieron
en la misma época. Los primeros neandertales ocuparon principalmente Europa,
Oriente Medio y parte de Asia hasta que los segundos, Homo sapiens, originados
en África, se irradiaron por el resto del viejo mundo entre aproximadamente
100.000 y 60.000 años AP.
Desde que Homo sapiens es el único de los homíninos viviente en la tierra,
la especie evolucionó a un ritmo acelerado si tenemos en cuenta el corto tiempo
que transcurrió desde su origen. Sin embargo, desde aquel momento, los procesos
de cambio más significativos fueron culturales. El progresivo aumento de la
capacidad de los seres humanos para manipular el ambiente, para comunicarse y
para producir una gama de instrumentos cada vez más diversa y compleja les
permitió adaptarse y habitar en lugares del planeta que no pudieron ocupar con
éxito otros homíninos. América fue el último de los continentes poblados por la
especie, el tramo final de una larga expansión que había comenzado en África
mucho tiempo atrás. Después de América, sólo quedaron por poblar la Antártida
y algunas islas, pero la llegada al nuevo continente representó un éxito adaptativo
sin precedentes para la humanidad: los principales lugares del planeta habían
sido ya ocupados.
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1.3 El problema del poblamiento inicial de América
Hasta hace poco, la arqueología del poblamiento de América estuvo dominada por preocupaciones empíricas y, aunque produjo una gran cantidad de información, no generó discusiones teóricas significativas ni motorizó avances
metodológicos importantes. Hasta la década del ochenta predominaban los
enfoques histórico-culturales que tenían como objetivo situar en el tiempo y en
el espacio a las llamadas “culturas arqueológicas”. La búsqueda de estas
“culturas” implicaba asumir que los grupos humanos específicos producían
asociaciones más o menos constantes de materiales (en cuanto a las materias
primas utilizadas para la confección de instrumentos de piedra, técnicas de
manufactura empleadas y tipos de instrumentos confeccionados) que podían
ser identificadas arqueológicamente. Estas asociaciones (denominadas
industrias o fases o incluso culturas) eran consideradas verdaderos indicadores
de grupos étnicos y, por lo tanto, podían ser utilizadas para identificar y diferenciar
etnias específicas. Se imaginaba a estos grupos llevando artefactos con
características propias y distintivas de un extremo a otro del continente y, en
consecuencia, se interpretaba al área de dispersión de estos tipos artefactuales
característicos como reflejos directos de “su” territorio. Se hacían comparaciones
a larga distancia sobre la base de similitudes de objetos aislados, siendo las
puntas de proyectil los elementos preferidos para tales argumentos. El famoso
libro de síntesis del arqueólogo norteamericano Gordon Willey, An Introduction
to American Archaeology (1969 y 1971), es un buen ejemplo de esto.
El debate sobre el poblamiento americano se ha polarizado desde 1927 en
dos opiniones que a veces parecen más actos de fe que hipótesis basadas en los
pilares de la ciencia contemporánea. A partir de la visita de un panel de expertos
al sitio Folsom, la discusión giró en torno a si las bandas de cazadores recolectores
que utilizaban una particular punta de proyectil acanalada (también denominada
Folsom en honor al sitio homónimo) especialmente diseñada para cazar grandes
mamíferos –actualmente extintos– en las llanuras norteamericanas eran,
efectivamente, los primeros pobladores del continente o si hubo un poblamiento
más antiguo, de gente que no utilizaba este tipo de puntas. Con el descubrimiento
en 1929 del sitio Blackwater Draw, un poco más antiguo que Foslom, cerca de la
ciudad de Clovis, en Nueva México, se consolidó la idea de que los primeros
pobladores habían llegado al continente en el último milenio del Pleistoceno
(alrededor de 11.000 años AP) y que eran cazadores de mastodontes
(Haplomastodon), mamuts (Mammuthus columbi) y de una especie extinta de
bisontes (Bison antiquus). En este sitio se registraron puntas de proyectil similares a las Folsom conocidas actualmente como “Clovis”. Como se desarrollará
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con mayor profundidad más adelante, hoy sabemos que los límites cronológicos
de la llamada “cultura Clovis” se encuentran alrededor de los 11.200 años
radiocarbónicos AP. Sobre la definición de estas cronologías es importante hacer aquí un paréntesis y aclarar que las fechas expresadas en “años
radiocarbónicos antes del presente” (años 14C AP) no son equivalentes a fechas
calendáricas convencionales, sino que, para ello, debe aplicarse un factor de
corrección o calibración que enmienda un error inherente al método de datación
radiocarbónico. Para efectuar esta corrección existen dos modalidades que, por
haber sido desarrolladas para muestras del Hemisferio Norte, necesitan una
segunda corrección para materiales procedentes de Sudamérica2 (Rubinos Pérez,
2002). Teniendo esto en mente y a fin de evitar la introducción de nuevos factores de distorsión, en este libro nos referiremos exclusivamente a edades
radiocarbónicas, pues es así como son habitualmente informadas por los investigadores en sus publicaciones. Sin embargo, para tener una idea de la magnitud
de las diferencias entre ambas edades, se puede considerar de manera aproximada que una muestra de 12.000 años 14C AP tiene una antigüedad cercana a los
14.000 años calendáricos AP.
Anclados en la discusión generada alrededor de las ocupaciones más
tempranas del continente y de las características de los grupos asociados a
ellas, en las décadas de los sesenta y setenta proliferaron los arqueólogos que
proponían la existencia de sitios anteriores a Clovis (o sea previos a 11.500 años
14
C AP, que era la edad máxima de Clovis considerada en aquellos tiempos). El
debate alcanzó en ese momento un punto álgido y en él participaron muchos
arqueólogos norteamericanos (véase entre muchos otros Bryan, 1973, 1975;
Haynes, 1974; Lynch, 1974; Martin, 1973; McNeish, 1976), aunque algunos investigadores latinoamericanos como Augusto Cardich, Juan Schobinger, Rodolfo
Casamiquela, José Luis Lorenzo, Gonzalo Correal y José Cruxent también hicieron oír su voz. Sin embargo, pocos de los supuestos sitios pre-11.500 años 14C
sobrevivieron a las críticas minuciosas que reclamaban, para su aprobación,
contextos poco alterados con asociaciones estratigráficas claras y dataciones
radiocarbónicas confiables.
En la década del ochenta los trabajos de síntesis presentaron y discutieron,
basándose casi exclusivamente en la información aportada por sitios
arqueológicos, los modelos más importantes de la época (p. ej., Ardila y Politis,
1989; Dincauze, 1984; Lynch, 1991; Owen, 1984). Uno de los modelos reconocía
2
Aunque esta segunda corrección requiere un volumen mayor de datos para su ajuste,
la cantidad de años implicados en el error (alrededor de 25) no sería relevante.
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a la cultura Clovis como la primera población que ocupó el continente aproximadamente unos 11.500 años 14C AP, descendiendo de antecesores asiáticos
mongoloides. Este modelo era el más “conservador” y fijaba un piso cronológico
a partir del cual todos los investigadores estaban de acuerdo. Es decir, el continente americano había sido poblado por lo menos a fines del Pleistoceno por
gente especializada3 en la caza de mastodontes y bisontes que utilizaba tipos de
puntas de proyectil técnicamente muy elaborados: las llamadas puntas Clovis.
El segundo modelo proponía antigüedades un poco mayores (entre 15.000 y
20.000 años) y se basaba, entre otros, en los datos que Richard McNeish había
publicado sobre la Cueva de Pikimachay en los Andes Centrales (Perú) y en la
evidencia que comenzaba a emerger en ese entonces de dos de los sitios más
significativos y debatidos del continente: Monte Verde, en el sur de Chile, y la
cueva de Meadowcroft, en el centro-este norteamericano. Algunas dataciones
obtenidas en sitios sudamericanos tales como los 13.000 años 14C AP de Taima
Taima, en Venezuela, o los 12.600 años 14C AP en la cueva de los Toldos, en la
Patagonia argentina, eran a veces tímidamente considerados. El tercer modelo
proponía antigüedades mucho mayores, entre 60.000, 70.000 y hasta 100.000 años,
y basaba su argumentación en sitios como Pedra Furada, en Brasil, y el cuestionado Calico Hill, en Estados Unidos. Mientras que el primero de estos sitos está aún
en pleno debate, el segundo ha sido ya dejado de lado. Por último, unos pocos
investigadores como María Conceçao Beltraõ y Henry de Lumley propusieron,
incluso, antigüedades extremas dentro del Pleistoceno medio basándose en las
dataciones del sitio Toca da Esperança, en Brasil (Lumley y col., 1988).
En las dos últimas décadas, la evidencia arqueológica se multiplicó y se
sumaron numerosos sitios antiguos ubicados en áreas poco exploradas hasta
ese momento, como Alaska o la cordillera central de la Argentina y Chile. También
se propusieron otras alternativas a la hipótesis que defiende un único origen
asiático de los primeros americanos, siendo la más provocativa la expuesta por
los arqueólogos norteamericanos Dennis Stanford y Richard Bradley, planteada
sin mucho éxito algunas décadas atrás por otros científicos. La idea central es
que en algún momento del Pleistoceno tardío, posiblemente entre 15.000 y 20.000
años atrás, poblaciones que habitaban originariamente Europa occidental habrían
arribado al nuevo continente bordeando las extensas áreas englazadas del
3
En un trabajo reciente (Waguespack y Surovell, 2003), en el que se estudian los restos
de animales asociados a los principales y mejor preservados sitios Clovis, se concluye que,
si bien se explotaban numerosas especies de fauna, había una clara especialización en la caza
de proboscidios (mamuts y mastodontes) y, en menor medida, bisontes.
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Atlántico norte. El principal argumento utilizado para este planteo fueron las
similitudes registradas entre la tecnología y morfología de los artefactos líticos
de los contextos Clovis (de Norteamérica) y Solutrenses (del Paleolítico superior
europeo). Una de las principales características de los sitios Solutrenses es la
presencia de una tecnología de puntas de proyectil similar a la Clovis. A pesar
del impacto que generó esta teoría, la comunidad arqueológica contemporánea
la ha considerado poco probable, y parece estar más de acuerdo en que las
similitudes tecno-morfológicas entre artefactos Clovis y Solutrenses son más
aparentes que reales y, muy posiblemente, producto de procesos independientes
que habrían resultado en puntas parecidas.
En las últimas dos décadas también se empezaron a considerar más
sistemáticamente los datos dentarios y de morfología craneofacial a partir de
los cuales se propusieron nuevas interpretaciones. Uno de los más populares
se conoce como “modelo de las tres migraciones”, basado en análisis dentales
no métricos y apoyado por evidencias genéticas y lingüísticas (por ej., Turner,
1986). Este modelo propuso tres oleadas de población: la más antigua, que habría
dado origen a los amerindios, y otras dos más recientes, la na-dene y la esquimal.
Posteriormente se propuso una cuarta, la paleoamericana, que debió anteceder a
las otras tres (Neves y Pucciarelli, 1989; Neves y col., 1993). El análisis de los
pocos esqueletos tempranos encontrados indicó que no poseen afinidades
morfológicas con los esqueletos asiáticos sino con las poblaciones de África y del
Pacífico sur (Neves y col., 1999). Los trabajos sobre ADN mitocondrial han
producido avances significativos en la última década, aunque generaron figuras
muy divergentes sobre el número de migraciones involucradas y la época de
entrada de las primeras poblaciones (véase discusión reciente en el capítulo 6).
A pesar de estas líneas de investigación novedosas generadas alrededor del
problema del poblamiento, el enfoque que aún predomina es el arqueológico,
sobre todo porque los restos humanos asociados a sitios tempranos son muy
escasos, en general no están completos y no se han podido obtener de ellos
secuencias confiables de ADN. En consecuencia, el sustento de los modelos
actuales descansa en la evidencia material obtenida en los sitios mediante
excavaciones sistemáticas. A través de ellas se ha podido obtener abundante
información sobre la tecnología (casi exclusivamente del material lítico), las
asociaciones faunísticas y la cronología de las ocupaciones más tempranas. En
el debate actual, la conjunción de estos elementos tiene la prioridad para validar
sitios y teorías. Aun así, la información genética, en particular la obtenida del
ADN mitocondrial de indígenas actuales, está entregando también información
significativa y cobrando cada vez más protagonismo en los argumentos
explicativos del poblamiento de América.
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1.4 El escenario del poblamiento: los cambios climáticos
y ambientales
Las variaciones climáticas ocurridas en el planeta durante los últimos 30.000
años ocupan un lugar preponderante en la discusión sobre el poblamiento. El
clima fue uno de los agentes principales que, en diferentes momentos, condicionó
el ingreso de las poblaciones humanas en el continente, principalmente por su
efecto sobre las variaciones en el nivel del mar y en el avance y retroceso de los
hielos continentales. También el clima influyó sobre la dispersión de las especies
de animales y vegetales a lo largo de América, muchas de ellas importantes para
la subsistencia de las primeras sociedades indígenas que arribaron a este
territorio. Las condiciones climáticas constituyen, por lo tanto, un factor
importante que no sólo habría influido en que las sociedades aborígenes ocupen
determinados lugares del espacio y no otros, sino en que los restos generados
por ellas se preserven o sean visibles en el paisaje actual.
Si bien desde hace varios milenios no existe comunicación terrestre entre
América y Asia, la vinculación entre ambos bloques continentales ha
experimentado numerosos cambios a lo largo del lapso geo-cronológico conocido
como Cuaternario, que incluye los últimos 1.600.000 años. Actualmente, el lugar
de mayor proximidad entre ellos se encuentra en el estrecho de Bering, que
separa el noreste de Siberia y noroeste de Alaska. Este estrecho comunica también
el océano Ártico -por el norte– y el océano Pacífico –por el sur– y tiene un ancho
cercano a los 90 km entre costa y costa. A pesar de que esta situación no se ha
modificado significativamente desde hace alrededor de 10.000 años, durante los
últimos 100.000 años el ascenso y descenso del nivel del mar ha dejado
esporádicamente al descubierto el fondo del estrecho, posibilitando la emergencia
de un puente terrestre entre Asia y América.
Entre los procesos que más afectaron la variación en el nivel de los océanos
y, por lo tanto, las posibilidades de emergencia del lecho marino del estrecho de
Bering y de ingresar por tierra en América, se encuentran los cambios de
temperatura ocurridos a nivel global. El Cuaternario se caracteriza por la ocurrencia
sucesiva y cíclica de períodos de marcado descenso de las temperaturas. En
estos períodos se produjo un crecimiento significativo del tamaño de las masas
de hielo en todo el planeta, por lo cual también se los conoce como Edad de los
Glaciares o Era de las Glaciaciones; las épocas de mejoramiento climático entre
glaciaciones se conocen como interglaciales. Se cree que la sucesión de épocas
glaciales e interglaciales continuará registrándose en el futuro y que en la
actualidad nos encontramos en una época interglacial que se inició hace algo
más de 10.000 años (Tonni y col., 1998).
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Sobre las causas que generaron la ocurrencia de las glaciaciones se han
propuesto diversas hipótesis. En la mayoría de los casos, la distribución temporal
de esos ciclos fue atribuida a diferentes factores astronómicos (véase síntesis
en Tonni y col., 1998). Entre ellos pueden mencionarse: a) el cambio en la forma
de la órbita terrestre (de excéntrica a circular y viceversa) que ocurre cíclicamente
cada 100.000 años, que provoca una intensificación de las estaciones en un
hemisferio y moderación en otro cuando la órbita adquiere forma de máxima
excentricidad; 2) el cambio en la inclinación del eje de rotación de la Tierra (entre
21,5º y 24,5º) que ocurre cíclicamente cada 41.000 años, que produce inviernos
más fríos y veranos más cálidos cuando el ángulo de inclinación es mayor; 3) el
cambio producido por el “bamboleo” (o precesión) del eje de rotación de la
Tierra, cuyo giro completo de 360º ocurre cada 23.000 años, aproximadamente.
Además de los factores enumerados, también se propuso la influencia de la
ubicación de las manchas solares y de la concentración de gases en la atmósfera
sobre los cambios de clima operados en el planeta a lo largo de su historia.
El último de los eventos glaciales ocurridos en la Tierra comenzó hace alrededor de 75.000 años y se caracterizó por la alternancia de períodos muy fríos
(conocidos como estadiales) separados por intervalos con mejoramiento climático
temporario (conocidos como interestadiales). Durante los estadiales se dieron
los máximos avances de los glaciares –que cubrieron una tercera parte de la
superficie total de Eurasia y América del Norte–, mientras que en los
interestadiales la superficie de las áreas englazadas se redujo considerablemente. Los cambios climáticos que acompañaron a la última glaciación no sólo comprenden modificaciones bruscas en las temperaturas medias registradas en el
planeta, sino también variaciones bastante recurrentes en las condiciones de
humedad. Por lo general, los episodios de descenso de las temperaturas fueron
acompañados por períodos de mayor aridez, mientras que los más cálidos se
caracterizaron por condiciones más húmedas.
El crecimiento del volumen de hielo ocurrido en la Tierra durante los pulsos
de temperaturas bajas de la última glaciación implicó que gran parte del agua,
anteriormente contenida en los océanos, quede retenida en los glaciares,
principalmente en las zonas frías más próximas a los polos y las de mayor elevación
sobre el nivel del mar. Este proceso trajo aparejado el descenso del nivel de los
océanos, que en algunos momentos alcanzó marcas cercanas a los 100 metros
por debajo del nivel actual. El efecto directo más notable de estos cambios fue
que grandes superficies que se encontraban debajo del agua emergieron y pasaron a formar parte de las masas continentales. El proceso inverso ocurrió durante los intervalos de aumento de las temperaturas, en los que el derretimiento de
los hielos devino en una elevación del nivel de los mares y en el avance de los
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mismos sobre extensas áreas continentales. Estas variaciones fueron acompañadas también por cambios notables en la distribución de los organismos vivos
y, por lo tanto, en la fisonomía general del paisaje. A diferencia de los seres
humanos, que pueden adaptarse a una inmensa variedad de ambientes –gracias
a las ventajas que les da la cultura–, la mayoría de los demás organismos vivos
sólo puede sobrevivir en condiciones ambientales y climáticas específica. Por
ese motivo, cualquier cambio en dichas condiciones conlleva a una reorganización
del ecosistema en la que pueden ocurrir extinciones, generación de nuevas
especies, arribo de especies de otros lugares y migración de especies locales.
Durante los períodos de avance de los glaciares registrados en la última
glaciación, el área actualmente ocupada por el estrecho de Bering –sumergida
sólo 40 m debajo del mar actual–, se encontraba emergida (Figura 7) y el ancho
de la faja de tierra en este sector habría alcanzado los 1.000 km (Mandryk y col.,
2001). Esta gran porción emergida que unía Siberia y Alaska, conocida con el
nombre de “puente de Beringia”, cumplió un rol central en el proceso de
poblamiento humano del continente americano. Sin embargo, aun cuando la
presencia de un área continental uniendo Asia y América era una condición
necesaria para que las poblaciones humanas del Viejo Mundo puedan ingresar
vía terrestre a Norteamérica, no constituía una condición suficiente para que el
ingreso se produjera. Tan importante como eso era que las condiciones de
habitabilidad en Beringia y las áreas colindantes de Asia y América fueran
adecuadas para los grupos humanos. Para explorar en profundidad el contexto
climático y ambiental que rodeó el poblamiento americano es necesario enfocar
con mayor detalle lo ocurrido antes y después del último período frío (estadial)
de la última glaciación, más específicamente entre los 25.000 y 12.000 años 14C
AP en los alrededores de Beringia.
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Figura 7. Mapa de Beringia con la línea de costa hacia finales de la última glaciación.
Más allá de las diferentes opiniones respecto del momento de apertura y
cierre del puente terrestre de Beringia durante el último avance glaciar (estadial),
este habría estado disponible de manera casi permanente al menos entre los
27.000 y 12.000 años 14C AP. A pesar de las bajas temperaturas medias, que
podrían estimarse en alrededor de 11º C más bajas que las actuales, esta región
habría permanecido durante largos períodos libre de hielos continentales. Puede
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imaginarse que se trataba de un ambiente frío y seco, similar al de la actual
tundra4 esteparia característica de una extensa región del norte de Asia (Figura
8). En el este de Siberia así como en buena parte de Beringia, los glaciares
habrían estado restringidos a las zonas montañosas quedando amplias áreas
bajas de estepas abiertas (Brigham-Grette y col., 2004). Estas condiciones no
sólo habían permitido la subsistencia de poblaciones humanas, sino también de
varias especies de grandes mamíferos (p. ej. mamuts, bisontes y caballos)
adaptados a este tipo de climas y que, como se verá más adelante, se extinguieron
en su mayoría hace alrededor de 10.000 años.
Figura 8. Paisaje de la tundra siberiana (tomada y modificada de McGhee, 1996).
4
Un ambiente de tundra puede caracterizarse como un desierto polar que permanece
la mayor parte del año congelado. Sólo existe un período muy corto en el que los vegetales
pueden crecer y la diversidad de organismos que lo habitan es baja. En la actualidad los
ambientes de tundra se encuentran restringidos a regiones muy marginales como en el
extremo norte de Asia, Europa y Norteamérica y el sur de Groenlandia.
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Sin embargo, aunque en los momentos más fríos del último estadial las condiciones en algunos sectores de Siberia, en el puente de Beringia y en Alaska pudieron ser propicias para la ocupación humana, en Norteamérica existían barreras de
hielo infranqueables que habrían vuelto poco menos que imposible el ingreso por
las zonas interiores del continente. La mayor parte del territorio actual de Canadá
se encontraba cubierta por una formidable barrera de hielo continental constituida
por dos grandes bloques: uno en el centro y este (o bloque Laurentiano) y otro en
el oeste (o bloque Cordillerano). Recién a partir de los 11.500 años 14C AP se habría
comenzado a abrir un angosto corredor libre de hielo (o “corredor de Alberta”)
entre ambas masas glaciales (Mandryk y col., 2001) (Figura 9). No obstante, las
condiciones climáticas extremadamente duras que se habrían registrado en el interior del corredor habrían vuelto muy difíciles las condiciones para el desplazamiento humano y la supervivencia (Clague y col., 2004).
Figura 9. Corredor de Alberta entre los bloques glaciares Laurentiano (al este)
y Cordillerano (al oeste).
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En el litoral marítimo del Pacífico norte, el período de cobertura total de la
superficie con glaciares fue más corto que en el sector continental contiguo,
comenzando hacia los 20.000 años 14C AP y finalizando alrededor de los 1413.000 años 14C AP (Clague y col., 2004). Antes y después de esas fechas, en la
faja costera existió un área paralela al océano donde las condiciones
paleoambientales habían posibilitado el desplazamiento y subsistencia de grupos aborígenes. Diversos estudios permitieron determinar la presencia de una
amplia diversidad de vegetales y de animales terrestres y marinos, muchos de
ellos potencialmente aprovechables para los cazadores recolectores (peces,
moluscos, aves y mamíferos). Es posible, incluso, que en el momento de máxima
expansión glacial, los caribúes y los osos hayan encontrado en la costa un
refugio apto para la supervivencia (Heaton y col., 1996).
En suma, durante la última glaciación iniciada hace alrededor de 75.000 años,
la comunicación terrestre entre Asia y América a través de Beringia estuvo
disponible en los períodos de máximo descenso de las temperaturas. Si bien en
el último de esos eventos el puente emergió al menos entre 24.000 y 12.000 años
14
C AP, el paso terrestre hacia América habría estado obstruido buena parte de
este lapso por la presencia de grandes glaciares continentales ubicados en el
actual territorio de Canadá. Los únicos espacios libres de hielo contemporáneos
al puente terrestre habrían sido la faja de costa pacífica del sur de Alaska y oeste
de Canadá (entre 24.000 y 18.000 años 14C AP y a partir de los 14.000 años 14C AP)
y el corredor continental ubicado entre los glaciares Cordillerano y Laurentiano
(entre 24.000 y 20.000 años 14C AP y a partir de los 11.500 años 14C AP). No
obstante, el pasaje por el corredor continental durante su última apertura posiblemente sólo fue practicable luego de los 11.500 años 14C AP por las duras
condiciones climáticas allí desarrolladas.
En el caso de Sudamérica, las condiciones ambientales durante los últimos
20.000 años siguieron la misma tendencia, sobre todo en cuanto a la contracción
y avance de los glaciares, al aumento y descenso del nivel del mar y a los
cambios en las condiciones de temperatura y humedad, aunque con dos aspectos
diferenciales para subrayar. Primero, todos estos cambios tuvieron una
manifestación más atenuada que en otros sectores del planeta y, por lo tanto,
una menor incidencia en la variabilidad ambiental. La menor extensión del manto
glaciar continental –restringido casi exclusivamente a los sectores andinos altos
y a la porción más meridional– determinó efectos menos severos y marcados
que los registrados en Norteamérica donde el poderoso impacto del máximo
avance gracial produjo condiciones bastante homogéneas, con predominio de
paisajes de estepas con climas fríos y áridos. En Sudamérica, las condiciones
fueron similares pero menos extremas, permitiendo el mantenimiento de una
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mayor variedad de paisajes, con presencia de ambientes más templados que los
típicamente periglaciales. El segundo aspecto a considerar es que aun cuando el
pico de máxima expansión de los glaciares ocurrió entre los 20.000 y 18.000 años
14
C AP, el clima continuó siendo seco en Sudamérica durante varios milenios.
Las condiciones más húmedas recién se registran hacia finales del Pleistoceno,
es decir hace alrededor de 10.000 años. Aun así, si nos encontráramos en la
región patagónica a finales del último máximo glacial podríamos imaginar un
escenario bastante diferente al de nuestros días. En primer lugar, encontraríamos
la costa atlántica muy lejos de la línea litoral actual debido a que el nivel del mar
estaba alrededor de 100 m por debajo. Los hielos eternos, restringidos hoy a
ciertos sectores cordilleranos altos, habrían alcanzado una baja altitud, aunque
siempre en áreas peri-cordilleranas. El clima habría sido significativamente más
frío, registrándose temperaturas ubicadas entre los 3 y 6º C por debajo de las
medias actuales (McCulloch y col., 1997). En cuanto al territorio pampeano, el
escenario también se nos presentaría diferente. La costa atlántica se habría
ubicado a más de 200 km de la línea de costa contemporánea. El paisaje era
similar al que actualmente se desarrolla en el norte de la región patagónica –frío
y semiárido– con vegetación esteparia baja y con grandes acumulaciones de
arena transportadas por el viento (Tonni y col., 1998). Los paleontólogos Eduardo
Tonni y Alberto Cione arribaron a esta conclusión, entre otras evidencias, por la
identificación de varias especies de animales típicamente patagónicas en la región
pampeana de fines del Pleistoceno (p. ej: cuis chico patagónico, zorro colorado,
piche y ñandú petizo). Aunque hasta esta región no llegaron las masas de hielos
continentales, en determinados lugares se formaba una delgada cubierta de
hielo (denominada “calota glacial”), característica de áreas ubicadas en el faldeo
y a los pies de los Andes (Tonni y col., 1998).
Los cambios climáticos ocurridos en todo el planeta entre finales del
Pleistoceno y principios del Holoceno también impactaron en las zonas tropicales
sudamericanas. Entre los 18.000 y 12.500 años 14C AP se habrían registrado
condiciones más frías que las actuales, contribuyendo a la formación de áreas
abiertas de sabana. Las áreas de selva, que dominan actualmente la mayor parte
del norte de Sudamérica, habrían quedado reducidas a parches dispersos que
funcionaron como refugios para plantas y animales tropicales (Oliver, 2002).
Para finalizar, debe señalarse que, si bien las condiciones de mayor aridez y
bajas temperaturas de finales del Pleistoceno fueron globales, en Sudamérica no
habrían sido tan extremas como en Norteamérica. Un emergente de estas
diferencias es la ausencia de evidencias claras, en el Hemisferio Sur, del período
denominado “Younger Dryas” (Coronado y col., 1999). El Younger Dryas, definido
inicialmente para Europa, constituye un período de gran aridez y descenso de
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las temperaturas ocurrido a finales del Pleistoceno (véase p. ej. Haynes, 1991) y
que es fácilmente reconocible en una gran parte de Norteamérica por la
depositación de una capa de sedimentos con características muy particulares.
1.5 Las extinciones masivas de mamíferos luego del último
avance glacial
Uno de los aspectos más fuertemente asociados con el debate sobre el
poblamiento americano, además de los cambios climáticos de finales de la última
glaciación, es la extinción masiva de los grandes mamíferos terrestres ocurrida
entre el Pleistoceno final y el Holoceno temprano (aproximadamente entre 12.000
y 8.000 años 14C AP). Durante este período numerosas especies desaparecieron
del continente (y de la faz de la Tierra) en un lapso relativamente corto,
principalmente en Sudamérica. Aquí, el 80% de los mamíferos de más de 44 kg de
peso y el 100% de los mayores de 1.000 kg se extinguió en unos pocos milenios
(Cione y col., 2003). Entre las especies desaparecidas se encuentran gliptodontes,
perezosos terrestres gigantes, toxodontes, mamuts y mastodontes (Figura 10).
Desde ese momento no existe megafauna en este sector de América comparable,
por ejemplo, a la que habita actualmente el continente Africano (p. ej. elefantes,
rinocerontes e hipopótamos). El mamífero terrestre sudamericano más grande
viviente es el tapir que llega a lo sumo a los 300 kg de peso, un pobre remanente
de una riquísima fauna de grandes animales que había existido en el continente
durante todo el Cuaternario.
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Figura 10. Reconstrucciones de especies de megafauna fósil sudamericana
(tomadas de Carlini y Tonni, 2002).
Un rasgo característico de las extinciones de mamíferos de gran tamaño en
Sudamérica es que, a diferencia de otros eventos similares ocurridos en diversos
lugares y tiempos, no parece haber afectado prácticamente a otros grupos de
plantas ni animales. Teniendo en cuenta esto y la contemporaneidad de las
extinciones con cambios climáticos globales y con el ingreso de Homo sapiens
en este territorio, varios investigadores comenzaron a evaluar la influencia de
estos factores en el desencadenamiento de la desaparición de la megafauna. Si
bien han sido evaluados otros posibles agentes determinantes de este proceso
(p. ej. enfermedades infecciosas, desequilibrios ecológicos) (Cione y col., 2003),
su importancia en las discusiones fue mucho menor. Las preguntas más recurrentes y controvertidas formuladas en torno a este tema fueron: ¿qué ocasionó
la desaparición de los grandes mamíferos americanos a finales de la última
glaciación? y ¿qué impacto tuvieron en ella los cambios climáticos post-glaciales y el arribo de los primeros grupos humanos?
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Las posibles respuestas a estos interrogantes podrían ser ordenadas según los agentes considerados más influyentes en el desencadenamiento del
proceso de extinción. En este sentido, podría comenzarse por aquellas según
las cuales los humanos constituyeron el principal factor. Uno de los primeros
defensores de esta idea fue Paul Martin, quien en 1967 propuso que la extinción habría sido ocasionada por voraces cazadores que ingresaron en el continente a través del Estrecho de Bering hace unos 11.000 años. La alta especialización de las técnicas desarrolladas para la caza de mamíferos de gran tamaño, sumada a la inexperiencia de las presas frente al nuevo y desconocido
predador, habrían conllevado a grandes matanzas y consiguiente extinción de
las especies de mayor tamaño. Entre las principales debilidades de esta tesis
pueden señalarse: a) son escasas las evidencias arqueológicas de matanzas
de una magnitud tal que hayan implicado, por sí solas, la extinción de la
megafauna; b) las evidencias arqueológicas disponibles sugieren que sólo
una baja proporción de las especies extinguidas fueron cazadas por los indígenas a fines del Pleistoceno; c) existe un sólido cuerpo de información que
sugiere que en muchas regiones del continente las especies se extinguieron
antes de la llegada de Homo sapiens y que, por otro lado, algunas especies coexistieron con los seres humanos durante varios milenios.
La hipótesis opuesta a la anterior es la que sostiene que el proceso de
extinción de megafauna se produjo por los cambios ocurridos en el ambiente a
finales del Pleistoceno y que la acción antrópica no tuvo un efecto significativo
en este proceso. Desde esta perspectiva, sostenida por varios investigadores
(véase por ejemplo la revisión hecha por Barnosky y col., 2004), la marcada
variación en el clima, signada por una tendencia general hacia el aumento de la
temperatura y la humedad, habría sido muy desfavorable para ciertas especies
de mamíferos, sobre todo los de gran tamaño. La mayor parte de ellas estaba
adaptada a los ambientes abiertos, secos y fríos predominantes durante tiempos
glaciares. El cambio de escenario habría conducido a la drástica reducción de
este tipo de paisajes y, por lo tanto, a la extinción de los animales de mayor
tamaño, que serían más sensibles a estas alteraciones. Entre los aspectos más
débiles de esta hipótesis se ha sugerido, por ejemplo, que cambios climáticos
similares ocurrieron varias veces con anterioridad durante todo el Cuaternario y
no generaron extinciones masivas (para profundizar véase discusión en Politis y
col., 1995 y Barnozky y col., 2004.)
Las dos hipótesis generales enunciadas hasta aquí pueden considerarse
posiciones ubicadas en extremos opuestos de la discusión. Sin embargo, la que
más consenso parece tener actualmente (apoyada entre otros por los
investigadores argentinos Luis Borrero y Eduardo Tonni) es aquella que ve a las
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extinciones de la megafauna como el resultado de la conjunción de diversos
factores. Básicamente, se ha propuesto que los cambios ambientales de finales
del Pleistoceno habían ya impactado fuertemente sobre las poblaciones de megamamíferos y que los cazadores tempranos habrían acentuado esta tendencia,
sea mediante la caza o a través de la modificación efectuada sobre el ambiente
(véanse también Politis y col., 1995 y Cione y col., 2003). En este escenario, los
primeros indígenas que llegaron a América podrían haber dado el “golpe de
gracia” a varias especies que luego de cientos de miles de años de evolución en
el continente estaban agotando su capacidad adaptativa (como por ejemplo los
gliptodontes o los perezosos gigantes) o pudieron haber jugado un rol más
decisivo en la extinción de otras especies que aparentemente estaban aún en
pleno proceso de radiación adaptativa, como los caballos americanos.
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2. La arqueología del poblamiento americano:
las evidencias del Hemisferio Norte
A partir de las últimas décadas del siglo XIX y en consonancia con las
tendencias surgidas en Europa a partir del impulso del evolucionismo darwiniano,
se comenzó a indagar en América sobre la antigüedad y el origen de las primeras
ocupaciones humanas. Desde entonces, cientos de sitios arqueológicos a lo
largo y a lo ancho de todo el continente fueron considerados candidatos a
ocupar un lugar relevante en la mesa de discusiones, aunque sólo una pequeña
proporción de ellos ha logrado mantenerse. Con diferentes criterios y no siempre apelando a aspectos estrictamente científicos, algunos de estos sitios fueron severamente criticados y rechazados, otros aceptados y otros ni siquiera
considerados. En los siguientes apartados se presenta una síntesis general de
las principales evidencias arqueológicas registradas en el Hemisferio Norte.
Para la organización de esta información haremos referencia primero a las correspondientes al noreste de Asia y luego a las de Norteamérica.
2.1 Las poblaciones siberianas del Pleistoceno final
Hasta hace algunas décadas se creía que el este de Asia había sido ocupado solamente por humanos anatómicamente modernos (Homo sapiens
sapiens), de los cuales existen abundantes evidencias arqueológicas. Sin
embargo, los estudios más recientes sugieren cada vez con mayor fuerza que
Homo erectus pudo haber alcanzado algunos sectores del continente como
Mongolia, China e incluso el centro de Siberia. Si bien la información
cronológica precisa es escasa, también se detectaron en Siberia artefactos
líticos característicos del Paleolítico medio y, por lo tanto, posiblemente
asignables a neandertales. Aun cuando esta información muestra que los
seres humanos y posiblemente también algunos de sus más próximos parientes habían alcanzado sectores cercanos al Estrecho de Bering mucho
tiempo antes del poblamiento inicial del continente americano, la identificación de quiénes y cuándo lo hicieron es una tarea bastante más compleja.
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En el sector de Asia más próximo al antiguo puente terrestre de Beringia, es
decir en Siberia, son diversas las evidencias sólidas de poblaciones humanas en
momentos anteriores a los 10.000 años 14C AP (para profundizar véase p. ej.
Goebel, 2004). Los estudios realizados en varios sitios permiten estimar la presencia de grupos cazadores recolectores desde hace alrededor de 30.000 años
14
C. Estas ocupaciones podrían organizarse cronológicamente en dos grandes
grupos: a) las previas al último máximo glacial (antes de los 20.000 años 14C AP y
b) las posteriores a dicho evento (luego de los 18.000 años 14C AP). Es posible
que durante el lapso intermedio entre ambos momentos, en el cual se produjo el
máximo episodio de descenso de las temperaturas, las duras condiciones
climáticas hayan limitado la dispersión de los grupos humanos en este territorio.
Si bien esta hipótesis parecería estar apoyada por la ausencia de registros arqueológicos confiables de ese período en la mayor parte de Siberia, aún no
puede descartarse totalmente que haya sido habitada. Hay que tener en cuenta
que toda esta región se mantuvo mayoritariamente libre de hielos durante los
últimos 70.000 años, tal vez por la escasa acumulación de nieve, lo cual no
implica necesariamente condiciones inhabitables para los humanos. Es interesante subrayar que simultáneamente a este aparente despoblamiento del noreste de Siberia, se registró un rápido aumento de la ocupación humana en la región
ubicada más hacia el sur, en los alrededores del mar de Japón. Esto podría estar
indicando un desplazamiento de los grupos hacia las regiones costeras donde la
disponibilidad de recursos habría sido mayor (Fumiko Ikawa-Smith, 2004).
Los sitios arqueológicos correspondientes al primero de los períodos
mencionados (antes de los 20.000 años 14C AP, Figura 11) conocidos en el este
de Siberia son muy pocos y, en algunos casos, sus antigüedades han sido
cuestionadas. Sólo en unos pocos sitios anteriores a los 18.000 años puede
defenderse la hipótesis de que los seres humanos acumularon los artefactos
líticos y restos de animales. Entre ellos pueden citarse los sitios Alekseevsky y
Nepa I, ambos ubicados en el centro de Siberia y estudiados por Zadonin y col.
(1991). En Alekseevsky, un grupo de cazadores recolectores habría establecido
un campamento temporario en proximidades del río Lena hace alrededor de 24.50023.000 años 14C AP. Allí habrían efectuado diversas actividades como confección de instrumentos de piedra y procesamiento y consumo de animales. Entre
los artefactos líticos no se registraron instrumentos bifaciales (p. ej. puntas de
proyectil), lo que parece ser una característica común en los sitios de este período. Los artefactos más comunes son los instrumentos unifaciales tallados como
raspadores (para trabajar el cuero), lascas con filo (posiblemente para cortar
materiales blandos como carne) y perforadores. El único animal posiblemente
cazado y consumido por los ocupantes del sitio fue el reno (Rangifer tarandus).
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La presencia de este animal en el sitio también confirma su cronología previa al
avance glacial porque sólo habitó esta zona durante episodios de aumento de
las temperaturas. Este sitio podría considerarse una de las pocas evidencias más
o menos firme de ocupación humana temprana en el este de Siberia
El sitio Nepa I se encuentra a pocos kilómetros al norte del anterior. Los resultados de su estudio fueron publicados en 1991 por un equipo de arqueólogos
rusos y resumidos más recientemente por Goebel (2004). También se trata en este
caso de los restos de ocupaciones de cazadores recolectores establecidos en
proximidades del río Nishnaia Tunguska alrededor de 26-33.000 años 14C AP. Además de identificarse numerosos artefactos líticos, en su mayoría desechos de talla,
se registraron varias especies de grandes mamíferos posiblemente transportados
hasta el lugar para su procesamiento y consumo. Entre ellos se encuentran restos
de caballo (Equus), rinoceronte lanudo (Coelodonta antiquitatis), auroch (Bos
primigenius, considerado el antecesor salvaje del ganado vacuno) y ciervo (Cervus
sp.). Como en el caso del reno, el tipo de ciervo hallado también confirmaría la
antigüedad del sitio porque sólo habitaba áreas vegetadas típicas de ese período
(floresta boreal o floresta esteparia).
Otro sitio de importancia que debe ser mencionado es Ust’-Kova, ubicado algo
más al este que los anteriores, en proximidades del río Angara (Siberia central). La
importancia de este sitio radica en que los cazadores recolectores establecidos allí
alrededor de 23.000 años 14C AP, habrían empleado una tecnología ausente en la
mayor parte de los sitios contemporáneos de esta región. A diferencia de ellos, se
evidenció aquí el empleo de puntas de proyectil bifaciales, lo que le valió a este sitio
ser considerado una de las evidencias más firmes de la existencia de grupos siberianos
ancestros de “Clovis” (véase p. ej. Goebel y col., 1991). Los ocupantes de Ust’-Kova
también dejaron aquí restos óseos de mamut, rinoceronte lanudo, caballo, bisonte,
cérvidos y numerosos objetos de arte confeccionados sobre marfil. Si bien el carácter
arqueológico de la mayoría de los materiales del sitio no ha sido puesto en duda, la
asociación y la validez de los fechados no ha sido plenamente aceptada y, por lo
tanto, algunos autores como Goebel (2004) recomiendan ser cautelosos.
En efecto, si bien existen probables evidencias de ocupación del extremo
noreste de Siberia antes del último avance glacial, estas son muy pocas y no
pueden ser consideradas concluyentes. Esto se debe a que la información
disponible sobre ellas y el estudio de los procesos de formación de los sitios no
permite confirmar que los conjuntos hayan sido generados por seres humanos
ni que correspondan al período de tiempo considerado. Con las evidencias
disponibles en la actualidad es difícil imaginar que antes del último máximo
glacial se haya producido el poblamiento de América a través de este sector
continental del norte de Siberia.
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Como fue señalado, los cazadores recolectores del Pleistoceno final se habrían
retirado de la mayor parte de Siberia al comienzo del máximo avance glacial (ca.
20.000 años 14C AP). Posiblemente se dirigieron hacia el sur buscando tierras
más cálidas y húmedas donde los recursos eran más abundantes y las
condiciones climáticas más templadas. Dos mil años después (ca. 18.000 años
14
C AP) y luego del restablecimiento de las condiciones algo más cálidas, habrían
avanzado nuevamente hacia el norte. Este desplazamiento no sólo se infiere por
el aumento bastante repentino en la densidad de sitios en toda Siberia, sino en
la correlativa disminución de evidencias de ocupación en algunos sectores
ubicados al sur, como el archipiélago de Japón. Rápidamente, los cazadores
recolectores siberianos parecen haberse dispersado por un amplio territorio
dominado por tundra esteparia, siendo sus evidencias arqueológicas mucho
más numerosas y algo diferentes a las del período anterior. Los investigadores
que han trabajado en esta zona denominan a este período como Paleolítico
superior final e incluyen en él a todas las sociedades siberianas que se
establecieron allí entre los 18.000 y los 11.000 años 14C AP. Si bien para este
período se definieron dos entidades culturales regionales diferentes –Dyuktai y
Afontova-Kokodevo– ambas son quasi contemporáneas y comparten la mayoría
de los rasgos de su cultura material. Algunos de los sitios arqueológicos
asociados con ellas son Afontova Gora y las cuevas Dyuktai y Khaergas.
Figura 11. Mapa de Siberia con la línea de costa durante el Pleistoceno final y con la
ubicación de los sitios arqueológicos mencionados en el texto: 1- Afontova Gora; 2Ust’Kova; 3- Nepa 1; 4- Alekseevsky; 5- Mal’ta; 6- Studenoe; 7- Ust’Menza; 8Cueva Khaergas; 9- Cueva Dyuktai; 10- Ushki.
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Los cazadores recolectores de este período se habrían organizado en pequeñas bandas, posiblemente constituidas por varias familias emparentadas. La
poca extensión y simplicidad de los campamentos, la ausencia de estructuras de
almacenamiento y la identificación de diferentes eventos de ocupación en algunos de ellos sugieren que estas bandas trasladaban sus residencias con mucha
frecuencia (posiblemente después de algunas semanas) y que los reocupaban
repetidas veces (Goebel, 2004). La alta movilidad residencial pudo estar vinculada con el seguimiento de las manadas de animales que constituían su principal
recurso de subsistencia. La economía de estos grupos habría estado basada en
la caza de cérvidos (p. ej. ciervos colorados, Cervus elaphus) y, en menor medida, caballos (Equus sp.) y bisontes (Bison sp.). También fueron importantes
algunas especies de menor tamaño como liebres árticas, zorros polares y lobos.
La caza de mamuts parece haber sido excepcional. Como aspecto más característico de la tecnología lítica empleada por estos cazadores puede destacarse la
elaboración de instrumentos sobre lascas pequeñas, obtenidas de bloques de
piedra especialmente preparados, denominadas micro-hojas. Estas micro-hojas
pudieron ser empleadas para la confección de un tipo especial de instrumentos
denominados “compuestos” (Figura 13). También eran comunes los instrumentos con dos caras bien definidas o bifaciales, como puntas de proyectil, e instrumentos confeccionados sobre huesos y asta (p. ej. agujas, cuchillos y puntas de
proyectiles). De los sitios Studenoe 1 y Ust’Menza 1, ubicados en el este de
Siberia, provienen las evidencias más tempranas de cazadores en esta región
luego del máximo avance glacial. Una particularidad de estos sitios es la presencia de áreas de habitación de forma circular, de 4-5 m de diámetro y delimitadas
con acumulaciones de piedra.
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Figura 12. Instrumento compuesto confeccionado con microlitos
(tomada de Andrefsky, 1998).
La forma de vida de estos grupos presenta algunas diferencias respecto de
los establecidos poco tiempo antes en el sur de Siberia. Los estudios efectuados
en el sitio Mal’ta sugieren que allí los aborígenes podrían ser comparables con
los del este de Europa (p. ej. Ucrania y República Checa) adaptados a la tundra.
Ellos ocupaban los campamentos durante un tiempo más prolongado, utilizaban
viviendas semi-subterráneas más grandes confeccionadas con paredes de cueros
sostenidas con defensas de mamuts y cornamentas de ciervo (Figura 13). También
construían estructuras especiales para el almacenamiento de alimentos. Estos
cazadores recolectores habían desarrollado un arte mobiliar bastante complejo y
diverso, entre los que se incluyen brazaletes y estatuillas de marfil y hueso,
escasamente representado en el centro y este de Siberia. Una estatuilla de marfil
representa una mujer que viste una prenda con capucha similar a la utilizada por
los esquimales (Fiedel, 1996).
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Figura 13. Izquierda: excavación de una vivienda semisubterránea de huesos y
defensas de mamut en el sitio Mezhirich, Ucrania. Arriba a la derecha: reconstrucción
del mismo tipo de vivienda en el Museo de Paleontología de Kiev, Ucrania (tomadas
de Soffer, 1985). Abajo a la derecha: reconstrucción tomada de Mongait (1959).
Para finalizar con la caracterización de los cazadores recolectores siberianos
es necesario hacer referencia a dos sitios arqueológicos (Ushki 1 y 5) ubicados
más hacia el este, en la península de Kamchatka, a orillas del lago Ushki, e
investigados inicialmente por Dikov en 1965; Ushki 5 fue re-estudiado
recientemente por un equipo ruso-americano encabezado por Dicova, Waters y
Goebel (Goebel, 2004). Ambos sitios presentan una antigüedad de entre 10.000 y
11.500 años 14C AP y su importancia radica en que los cazadores recolectores
que los ocuparon a finales del Pleistoceno no dejaron evidencias de utilización
de tecnología lítica de micro-hojas, como sí se observó entre los grupos
contemporáneos de Siberia central. También confeccionaron grandes viviendas
semi-subterráneas –similares a las del sur de Siberia y Europa oriental–, puntas
de proyectil bifaciales y raspadores. La subsistencia habría sido establecida
sobre la base del aprovechamiento de bisontes, caballos, cérvidos y, en menor
medida, aves y peces. Aquí también se registraron restos de perro doméstico5,
cuya presencia pudo implicar cambios significativos en las estrategias utilizadas
5
Recuérdese que el perro, sin dudas el animal más fuertemente ligado a las sociedades
humanas en la mayor parte del planeta, fue domesticado a partir del lobo (Cannis lupus)
con anterioridad a los 12.000 años. 14 C AP.
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para las cacerías. Uno de los aspectos más relevantes de estos sitios para la
discusión del poblamiento americano es que, como se profundizará a
continuación, tienen atributos semejantes a los contextos arqueológicos más
antiguos de Alaska central, conocidos como Complejo Nenana (Figura 14).
Figura 14. Excavaciones en el sitio Broken Mammoth, Alaska central
(tomada de Hoffecker, 2005).
2.2 El poblamiento de las planicies interiores de Norteamérica
Los principales y más fuertes debates surgidos en torno al poblamiento americano
tuvieron su punto álgido en Estados Unidos. Este debate no sólo estuvo enfocado
en cuándo se produjo el ingreso de la especie humana en el continente, sino también
en el quiénes fueron los primeros americanos. Un hito importante en la trayectoria de
este debate se produjo a partir de la década del treinta, cuando la mayoría de los
arqueólogos estadounidenses pareció coincidir, por fin, en que los pobladores más
tempranos convivieron con los grandes mamíferos extinguidos luego del último
avance glacial. Esto implicaba el reconocimiento de que la presencia humana en el
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nuevo mundo se remontaba, cuanto menos, al Pleistoceno final, idea poco favorecida luego de la estrepitosa caída de la hipótesis del origen americano de la humanidad
propuesta por Ameghino y de la popularidad que tenían las ideas de Hrdlicka
š sobre
un poblamiento muy tardío –posterior a los 10.000 años AP– de América. Aun
cuando la coexistencia entre sociedades cazadoras recolectoras y megafauna había
sido planteada varias décadas antes, sólo a partir de los años ‘30 recibió una aceptación masiva por parte de la comunidad arqueológica norteamericana.
Figura 15. Mapa con la ubicación de los sitios de Norteamérica mencionados en el
texto: 1- Broken Mammoth/Mead/Swan Point; 2- PET-408; 3- Richardson Island/Kilgii
Gwaay; 4- Colby; 5- Daisy Cave/Arlington Springs; 6- Murray Springs; 7- Folsom;
8- Clovis; 9- Lubbock Lake; 10- Jake Bluff; 11- Paleo Crossing; 12- Saltville; 13Meadowcroft Rockshelter; 14- Cactus Hill; 15- Topper; 16 Gault.
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La generalizada aceptación de esta idea fue inducida por un hallazgo
efectuado cerca de Folsom, una pequeña ciudad ubicada en el estado de Nuevo
México (Estados Unidos). Allí fueron encontrados objetos líticos con evidencias
de haber sido confeccionados por seres humanos en asociación inequívoca con
restos óseos de una especie extinta de bisonte (Bison antiquus). El más elocuente
de estos hallazgos fue una punta de proyectil incrustada entre las costilla del
bisonte. Como fue señalado al principio de este libro, el escepticismo reinante en
el ámbito académico de esa época respecto del temprano poblamiento de América
llevó a que varios arqueólogos de reconocida trayectoria viajen al sitio y prueben
directamente la veracidad del hallazgo. El resultado de la visita fue la aceptación
unánime de esta evidencia y el reconocimiento del origen humano de la acumulación
de los huesos y de los artefactos líticos. Algunas décadas después, y luego de la
aparición del método de datación radiocarbónica, los restos de esta ocupación
fueron fechados en poco más de 10.000 años 14C AP. Los indígenas, que ocuparon
este sitio y muchos otros con similares características detectados con posterioridad,
confeccionaban un tipo particular de punta de proyectil caracterizada por la
presencia de una acanaladura longitudinal en una o ambas caras (véase Figura
16). El análisis de estos contextos permitió plantear que se trataba de bandas
altamente móviles que organizaban su vida en torno a la caza de bisontes.
Figura 16. Puntas Folsom (tomada de Jenning, 1978).
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En las décadas siguientes al descubrimiento del sitio Folsom, los hallazgos
de materiales líticos asociados con megafauna se hicieron cada vez más
frecuentes. Entre estos nuevos sitios, además de incluirse muchos atribuidos al
tipo “Folsom”, se destacan otros que comparten varias características con ellos
pero que son un poco más antiguos. Estos conjuntos, ya mencionados también
con anterioridad, se conocen genéricamente como Clovis (entre otros, Paleo
Crossing, Murray Springs, Colby, Jake Bluff, Gault, Lubbock Lake –Figura 17–,
etc.) y, por muchos motivos, pronto se convertirían en el centro del debate sobre
el poblamiento americano. Estos sitios fueron reportados en diferentes puntos
del actual territorio de los Estados Unidos y sur de Canadá y definidos a partir
de sus distintivos y más recurrentes componentes: 1) manufactura y utilización
de un tipo especial de grandes puntas de proyectil bifaciales (hasta 15 cm de
longitud) con una acanaladura en una o ambas caras –similares a las Folsom–
cuya función habría sido facilitar y fortalecer su sujeción con el astil de madera6
(Figuras 18a y b); 2) empleo de materias líticas en forma de grandes hojas obtenidas
mediante percusión de bloques conocidos como “núcleos de hojas” (no se
registraron evidencias de uso de micro-hojas como las típicas del Paleolítico de
Siberia); 3) confección y uso de instrumentos de marfil (p. ej. agujas y puntas de
proyectil) y utilización de ocre rojo7. Incluso, algunos autores (como Haynes,
1982) creyeron suficientes estos atributos para considerar que Clovis no sólo
constituye un tipo especial de contexto arqueológico sino también una “cultura”,
es decir, el correlato arqueológico de un grupo cazador-recolector discreto claramente diferente de otros.
6
Una evidencia directa de que la acanaladura fue empleada para facilitar la unión de la
punta lítica con el astil es la presencia de pulido intencional de los laterales afilados de la
base adyacentes a la acanaladura. Este pulido se habría efectuado para eliminar el filo
cortante de la punta a fin de evitar que perjudique las correas de cuero empleadas para la
atadura (Fiedel, 1996).
7
En las sociedades aborígenes de la Patagonia era muy común la aplicación del mismo
tipo de ocre sobre el rostro no solo como ornamento sino también para proteger la piel
contra el viento, el sol y las bajas temperaturas.
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Figura 17. Foto de la excavación del sito Lubbock Lake, Texas. Se observa el área de
excavación en 1977 de un lugar de matanza y procesamiento de bisonte durante los
tiempos de Folsom. Este evento está datado en 10.300 años 14C AP (foto cortesía
Elieen Johnson y Museum of Texas Tech University).
Figura 18a. Punta del tipo Clovis procedente del sitio Cactus Hill
(foto cortesía Michael Johnson).
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Figura 18b. Reconstrucción de punta Clovis enmangada
(de Bruce Bradley, tomada de Discovering Archaeology 2(1), 2000).
Luego de una reevaluación reciente de la cronología de todos los sitios Clovis
efectuada por los investigadores norteamericanos Michael Waters y Thomas
Stafford, se concluyó que su edad más probable estaría entre los 11.050 y los 10.800
años 14C AP. Los tres más antiguos se encuentran en el centro-este, centro y sudeste
de Estados Unidos (Montana, South Dakota y Florida), mientras que los más recientes
aparecen en el centro y sudoeste. Teniendo en cuenta esta antigüedad y la ubicación
geográfica de los sitios, no se reconoce ninguna tendencia que sugiera alguna
dirección específica en el desplazamiento de los grupos (p. ej. norte-sur, este-oeste,
etc.). Lo único que parece claro con la evidencia actualmente disponible es que la
gente que generó los conjuntos Clovis ocupó una extensa región en un período
relativamente corto, con una duración poco mayor a los 200 años.
La aparente homogeneidad de los sitios Clovis, su amplia y rápida dispersión
espacial y, sobre todo, su cronología temprana, le dieron a esta “cultura
arqueológica” un papel central en la arqueología americana. Rápidamente, los
arqueólogos norteamericanos acordaron en considerar a la “gente Clovis” como
principal protagonista en el escenario del poblamiento americano. Es decir, Clovis
se convirtió en el referente arqueológico de los primeros humanos que ocuparon el continente y una base cronológica y cultural sobre la cual existía un
consenso generalizado entre los especialistas. La discusión que cobraría cada
vez mayor significación se refiere a si había o no gente en el continente al
momento del arribo de Clovis. El modelo de poblamiento que defiende a Clovis
como la manifestación cultural, la huella humana más antigua en América es
conocido como Clovis-first (Clovis-primero) y se mantiene con mucha vigencia
y apoyo en el ámbito académico, principalmente en América del Norte. En términos
generales, desde este modelo se propone que alrededor de 11.500 años 14C AP (o
11.050 según plantearon Waters y Stafford recientemente), las primeras bandas
de cazadores recolectores que ingresaron a América lo hicieron a través del puente
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intercontinental de Beringia. Una vez en Alaska, estas bandas habrían alcanzado
el centro y sur de Norteamérica a través del único corredor libre de hielos disponible en ese momento (corredor de Alberta), ubicado, como se adelantó, entre los
enormes glaciares que cubrían la mayor parte del actual territorio de Canadá. Estos
indígenas organizaron su economía, movilidad y asentamiento sobre la base de la
práctica de la caza especializada de mamíferos de gran tamaño, como mamuts y, en
menor medida, bisontes (véase por ejemplo Haynes 2002). Para ello utilizaban
armas arrojadizas similares a lanzas con puntas líticas muy elaboradas –como las
descritas con anterioridad– y, posiblemente, empleaban al mismo tiempo sofisticadas
técnicas de caza comunal (Figuras 19a y b). La velocidad de dispersión de la
“gente Clovis” habría estado vinculada con las pocas dificultades para el avance
por la gran abundancia de recursos animales –y relativa facilidad para la caza por
no estar acostumbrados a este nuevo predador– y por la ausencia de otras sociedades potencialmente competidoras.
Figura 19a. Hombres cazando mamuts (de Greg Harlin, tomada de Common
Ground, Archaeology and Ethnography in the Public Interest, spring/summer 2000,
pág. 27. National Park Service Archaeology and Ethnography Program, Washington).
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Figura 19b. Reconstrucción de una escena de caza comunal de bisontes
(tomada y modificada de Jennings, 1978).
Hasta aquí la hipótesis de que los grupos Clovis fueron los primeros humanos en dispersarse por el continente americano parece la forma más simple y
parsimoniosa de ordenar la información. Más aún considerando la ausencia de
evidencias humanas más tempranas que Clovis en Beringia, la aparente
imposibilidad de ingresar a América por vía continental durante y algún tiempo
después del máximo avance glacial y, posiblemente también, la extinción repentina
de la megafauna objeto de caza de estos grupos. Esta aparente fortaleza del
modelo Clovis-primero llevó rápidamente a su aceptación casi dogmática y a
que toda nueva evidencia humana con una cronología más temprana a la de
Clovis (o sea pre-Clovis) sea considerada per se poco confiable por la comunidad
científica. De la misma manera, también fueron sospechados, y en algunos casos
desestimados, los contextos arqueológicos de igual cronología pero con
asociaciones y tipos de materiales diferentes a los esperados en un sitio Clovis.
A pesar de que el modelo Clovis-primero se ha mantenido vigente en el
ámbito científico, principalmente norteamericano, la información generada durante
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las últimas tres décadas ha ido modificando y minando cada vez más este escenario del debate. Con esto en mente, cabría hacerse en este momento dos preguntas importantes: 1) ¿se conocen en América del Norte reportes de sitios
arqueológicos con una antigüedad mayor que la de los sitios Clovis más
tempranos? y 2) ¿todos los sitios fechados dentro del período de expansión de
Clovis presentan contextos asimilables a esta “cultura” (en el sentido de Haynes
1982)? En cuanto a la primera pregunta, se debe remarcar que hay varios sitios
en los que se han obtenido fechas previas a los 11.050 años 14C AP. Aunque la
mayor parte de ellos no se ha mantenido en pie luego de la exhaustiva
reevaluación de todas las evidencias y del estudio de los procesos de formación
de estos sitios, en algunos casos no pueden ser descartados.
Uno de los más conocidos y debatidos sitios pre-Clovis es Meadowcroft
Rockshelter (Pensylvannia) excavado por James Adovasio y su equipo a fines
de los ´70 y principios de los ´80 (Figura 20). Este sitio se encuentra en el interior
de una cueva 8 cerca de un cauce tributario de río Ohio. Es un sitio
multicomponente, es decir, que presenta evidencias de haber sido ocupado en
diferentes momentos a lo largo del tiempo. Según los fechados efectuados sobre
los materiales de los niveles más profundos, sobre los cuales existe un exacerbado
debate, el sitio habría sido ocupado por un pequeño grupo de cazadores
recolectores alrededor de 14.000 años 14C AP. Uno de los aspectos más interesantes de este sitio además de su antigüedad es que los moradores de la cueva
habrían llevado una forma de vida y empleado tecnologías diferentes a la de los
cazadores Clovis. En efecto, la subsistencia no estuvo basada en la caza especializada de mamíferos de gran tamaño sino que se habría establecido sobre el
aprovechamiento de una gama de recursos mucho más amplia y diversa, o sea,
un tipo de economía generalizada. Los ocupantes de la cueva no sólo habrían
aprovechado venados y otros animales de menor porte sino también diversos
productos vegetales. En cuanto a los instrumentos líticos empleados, y a
diferencia de la gente Clovis, en Meadowcroft Rockshelter se usaron con
frecuencia materias primas líticas en forma de pequeñas hojas obtenidas mediante
una sofisticada y estandarizada técnica, similar a la conocida para el Paleolítico
de Siberia. La única punta de proyectil identificada no presenta la acanaladura
característica de las Folsom y Clovis.
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La alta frecuencia de sitios arqueológicos ubicados en el interior de abrigos rocosos,
como cuevas o aleros, es un aspecto recurrente en todo el continente y responde a las
mayores posibilidades que presentan para conservarse y para ser hallados. Por lo tanto,
esto no implica que las sociedades aborígenes hayan empleado los aleros más asiduamente
que los espacios abiertos para sus asentamientos.
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Es importante señalar que, para algunos investigadores (p. ej. Fiedel, 2000),
las evidencias vinculadas con los procesos de formación del sitio no son lo
suficientemente sólidas para sostener la cronología propuesta. Entre los
argumentos más utilizados se ha planteado, en primer lugar, que quienes lo
estudiaron no han definido con suficiente claridad la estratigrafía del sitio ni los
procesos involucrados en su formación. En segundo lugar, debido a que la
asignación antrópica de algunos de los materiales fechados no ha sido
corroborada satisfactoriamente, no puede considerarse confiable la cronología
obtenida. Por último, la reconstrucción paleoambiental sobre la base del polen y
de la fauna indica un ambiente mucho más templado que el esperable hace
14.000 años atrás para una zona muy cercana al frente glacial. Otro aspecto
crítico de Meadowcroft que debe ser mencionado y que varios autores comparten
(p. ej. Grayson, 2004) es la falta de una publicación que reúna y sintetice la
información general del sitio.
Figura 20. Excavaciones en el sitio Meadowcroft Rockshelter (tomada de Fagan, 1995).
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Otro sitio muy conocido, e integrante del selecto grupo de posibles candidatos
para probar la existencia de cazadores recolectores pre-Clovis en América del
Norte, es Cactus Hill (Figura 21). Este sitio se encuentra en la cuenca del río
Nottaway, a pocos km de la costa sudeste de los Estados Unidos, en el estado
de Virginia. A diferencia de Meadowcroft Rockshelter, está ubicado en un espacio
a cielo abierto. Allí los equipos dirigidos por McAvoy y Johnson, que trabajan
en simultáneo en el mismo sitio, hallaron restos con una antigüedad cercana a
los 15.000 años 14C AP (Goebel, 2004). Como en el caso anterior, estos grupos
habrían utilizado materias primas líticas obtenidas de núcleos de micro-hojas. Se
registraron también varios instrumentos bifaciales de reducidas dimensiones,
principalmente puntas de proyectil. Si bien se encontraron escasas evidencias
de los recursos utilizados por los grupos humanos que lo ocuparon (entre ellos
algunos quelonios –tortuga– y venado de cola blanca –Odocoileus virginianus–),
McAvoy y McAvoy (1997) sugieren que el tipo de tecnología podría estar
asociado con cazadores recolectores generalizados, con una economía similar a
la inferida para los habitantes de Meadowcroft Rockshelter. Algunos milenios
después de que los cazadores recolectores más tempranos de Cactus Hill abandonaron el lugar, y luego de que los materiales fueron cubiertos por sedimentos,
otro grupo se habría establecido en el mismo espacio cerca de los 11.000 años
14
C AP. Este último grupo también dejó allí algunas puntas de proyectil, entre
otros artefactos líticos, las cuales fueron asignadas a Clovis. Es necesario señalar que también varios autores han puesto en tela de juicio la validez de la
cronología asignada a la ocupación más temprana. Entre las principales críticas,
sintetizadas recientemente por el arqueólogo nortemericano Robert Kelly, puede mencionarse que los materiales Clovis y pre-Clovis, separados
cronológicamente por más de 2.000 años, sólo están separados estratigráficamente
por una delgada capa de sedimentos que difícilmente pudo ser acumulada en un
período tan largo. Esto se apoya en que el contexto sedimentario del sitio (un
depósito de duna) sugiere tasas de depositación mucho más alta.
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Figura 21. Trabajos de excavación en el sitio Cactus Hill (foto cortesía Michael Johnson).
Para finalizar este resumen sobre las principales evidencias arqueológicas
con antigüedades mayores que los 11.500 años 14C AP debe hacerse referencia
a dos sitios: Saltville y Topper. El primero se encuentra en el valle del mismo
nombre, en el estado de Virginia. Allí se recuperaron algunos artefactos líticos
asociados con restos óseos de mamut y buey almizclero (Ovibos moschatus). La
identificación de evidencias de modificación intencional en este último resto
permitió a McDonald y Kay (1999) plantear que fue empleado como instrumento
por los ocupantes del sitio. Uno de los fechados radiocarbónicos efectuados se
realizó sobre una muestra de este hueso y dio una edad de ca. 14.500 años 14C
AP. Si bien este sitio se encuentra en estudio y la información publicada es
todavía escasa, se ha propuesto que fue ocupado por cazadores recolectores
generalizados durante la explotación estacional del área durante el Pleistoceno
final (Adovasio y Pedler, 2004). El sitio Topper (Figura 22) se encuentra en una
terraza alta del valle del río Savannah, en Carolina del Sur, cerca de un afloramiento
de rocas recurrentemente utilizado por sociedades aborígenes en el pasado
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como cantera para la provisión de materias primas para sus instrumentos (Goebel
2004). Entre las capas superiores y medias de este sitio se registraron evidencias
de sucesivas ocupaciones humanas, desde cazadores recolectores Clovis hasta
aborígenes contemporáneos a la época colonial. Debajo de estos niveles se
registró una capa de sedimentos aluviales datados en 16.000 años 14C AP que
contenía numerosos artefactos líticos: micro-hojas, lascas con posibles
evidencias de haber sido utilizadas para corte y núcleos de micro-hojas con
posible tratamiento térmico (es decir, la piedra empleada como materia prima fue
calentada antes de su manufactura para mejorar su calidad para la talla) pero no
se registraron artefactos bifaciales. Las características de los instrumentos de
piedra de este sitio no permiten asimilarlos a ningún otro conjunto antiguo de
Norteamérica. Debido a que las fechas inferidas para este componente no fueron
obtenidas de materiales arqueológicos sino de sedimentos (por un método
denominado datación OSL) y a que los artefactos líticos son muy escasos, este
sitio no es considerado aún como una evidencia sólida de ocupación pre-Clovis.
Figura 22. Excavaciones en el sitio Topper (foto cortesía Albert Goodyear).
Volviendo a la segunda de las preguntas referida a si existen en América
contextos arqueológicos contemporáneos y, al mismo tiempo, no asimilables a
Clovis, la respuesta es que sí. En diferentes sectores del Hemisferio Norte se
identificaron evidencias arqueológicas de cazadores recolectores cuyos correlatos
materiales son diferentes a los contextos Clovis. En primer lugar deben
mencionarse los sitios conocidos de modo genérico como pertenecientes al
complejo Nenana (ubicados en el valle homónimo en el centro de Alaska). Hasta
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hace pocos años, se caracterizaba a las sociedades vinculadas con este complejo como muy vinculadas, y hasta posibles antecesoras, de los grupos Clovis.
Esta vinculación fue establecida principalmente sobre dos aspectos: 1) una
antigüedad similar a la de Clovis, incluso unos siglos más antigua (ca. 11.800
años 14C AP) y 2) la presencia de una tecnología lítica con puntas de proyectil
–aunque más pequeñas y sin acanaladura– y la ausencia de una tecnología de
micro-hojas (típicos caracteres Clovis). Sin embargo, el panorama se ha vuelto
cada vez más complejo desde la aparición de numerosos contextos muy similares a estos, pero algunos con presencia de tecnología de micro-hojas. Entre
estos sitios pueden incluirse los ubicados algo más al Oeste, en el valle del río
Tanana, tributario del Nenana (p. ej. Broken Mammoth, Mead y Swan Point).
Estos sitios fueron interpretados como áreas domésticas (campamentos) donde
se efectuaron distintas actividades como el uso de fogones, el procesamiento
de cuero, la manufactura y mantenimiento de instrumentos líticos y el procesamiento y consumo de animales. Los mamuts sólo habrían constituido una parte
de la dieta de estos grupos, ya que también aprovecharon ciervos, caribúes, bisontes y algunas especies de aves. Todos estos sitios habrían sido generados por
pequeños grupos de cazadores recolectores generalizados altamente móviles que
aprovechaban estacionalmente distinto tipo de recursos y que se establecieron
allí al menos hace unos 11.800 años 14C AP. Frente a este panorama, la discusión
acerca de que es exactamente lo que los arqueólogos llamamos Clovis, de sus
orígenes y de sus antecesores, se vuelve cada vez más difícil. Lo único que parece
claro a la luz de la nueva información es que, independientemente de cuándo
arribaron los primeros indígenas al continente, el proceso de expansión, la adaptación a los diferentes ambientes y la diversificación tecnológica se desarrolló de
una manera más compleja que lo que el modelo Clovis- primero sugiere.
2.3 Las sociedades tempranas de la costa pacífica
de Norteamérica
Las investigaciones arqueológicas en el litoral oeste de Norteamérica adquieren una especial relevancia en el contexto del poblamiento inicial del continente y, al mismo tiempo, imponen serias dificultades para su abordaje. Su relevancia radica en que esta faja de costa pudo haber constituido una vía de
comunicación utilizada por los primeros aborígenes llegados desde Asia. Incluso,
la información paleoclimática y paleoambiental sugiere que esta vía habría estado
libre de hielos más tempranamente que el corredor de Alberta –ubicado al este
de la cordillera– y que, tal vez, ofreció mejores condiciones de habitabilidad para
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los primeros pobladores. Sin embargo, debido al aumento del nivel de los océanos en tiempos post-glaciares (alrededor de 150 m en el sur de Alaska), la mayor
parte de la antigua faja litoral se encuentra actualmente sumergida. Esto implica
que los restos de las ocupaciones humanas establecidas aquí a finales del
Pleistoceno también se encuentran bajo las aguas y, por lo tanto, presentan
grandes dificultades para ser hallados e investigados. Además muchos pudieron simplemente desaparecer durante el proceso de ascenso marino.
A pesar de las limitaciones señaladas, las investigaciones en el extremo
oeste del continente están generando abundante información sobre los
habitantes tempranos de esas regiones. Los fechados más tempranos fueron
obtenidos en dos sitios, Daisy Cave y Arlington Springs, ubicados en las islas
Channel, en California, cuya cronología los ubica entre los 10.500 y 11.000 años
14
C AP (Erlandson y col., 1996; Johnson y col., 2000). Aunque las fechas no son
tan antiguas como las registradas en el interior del continente, las características
de los hallazgos ponen de relieve que estas poblaciones desarrollaban una
forma de vida muy diferente a la de los cazadores de tierra firme. Estos grupos no
sólo habrían empleado embarcaciones para moverse mar adentro, sino que
disponían de una tecnología especializada para el aprovechamiento de los
recursos del mar, como anzuelos y redes de fibra vegetal y se alimentaban
principalmente de moluscos, peces y mamíferos marinos. Sociedades con
características similares, aunque algunos siglos más tardías, habrían ocupado
varias islas ubicadas entre la isla canadiense de Vancouver y el sur de Alaska (p.
ej. sitios Kilgii Gwaay, Richardson Island, PET-408; Fedje y col., 2004). En este
caso también habrían subsistido sobre la base del aprovechamiento de los
recursos del mar, lo cual fue corroborado mediante estudios específicos de
paleodieta efectuados sobre huesos humanos de más de 9.000 años 14C AP
(Dixon, 1999). Este tipo de análisis, consistente en la identificación de
componentes isotópicos diagnósticos en los huesos, permitió determinar que la
dieta habría estado compuesta principalmente por productos marinos. La
tecnología lítica utilizada por estos grupos (algunos bifaces lanceolados e
instrumentos unifaciales) no tiene analogías claras con otros artefactos de sitios
contemporáneos. El último aspecto relevante de estas sociedades es la intensa
intercomunicación que se habría producido entre las diferentes islas, sea por
comercio o por traslado de los propios grupos. Esto se infiere de la presencia en
algunos sitios de instrumentos elaborados con rocas procedentes de otras islas
de la misma región.
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2.4 México y Centroamérica
En el territorio actual de México existen numerosos estudios en los que se
propone la existencia de registros arqueológicos con antigüedades mayores a
los 20.000 años (Mirambell, 1994). Sin embargo, la precisión de las descripciones
de los materiales y de las metodologías aplicadas para su análisis es insuficiente
aún para considerarlos como pruebas seguras de un poblamiento pre-Clovis de
América. Teniendo en cuenta los estándares de la ciencia arqueológica
contemporánea y la escueta documentación proporcionada sobre estos sitios,
puede señalarse que la mayor parte de ellos no exhibe contextos que justifiquen
su aceptación plena (Acosta Ochoa, 2007; Dixon, 1999). El problema principal
que presentan es la dificultad para determinar si los materiales fechados tienen
la misma antigüedad que las evidencias arqueológicas allí registradas y, en
algunos casos, si estas últimas evidencias son realmente materiales producidos
por humanos. Entre estos sitios pueden mencionarse Rancho La Ampola y el
Cedral (San Luis de Potosí), donde se propone la presencia de cazadores
recolectores de más de 30.000 años de antigüedad a partir del fechado de carbones
interpretados, sin evidencias suficientes, como el producto de fogones. Tampoco
son sólidos los argumentos para sostener las dataciones más antiguas del
conocido sitio Tlapacoya 1, ubicado en la cuenca de México. Allí se identificaron
algunos posibles artefactos líticos, varios restos óseos de fauna extinguida y
una estructura circular interpretada como un fogón de cuya ceniza se obtuvieron
fechados de alrededor de 24.000 años 14C AP.
Figura 23. Mapa con ubicación de los sitios de México y Centroamérica mencionados
en el texto. 1- El Cedral y Rancho La Ampola; 2- El Peñón 3; 3- Tlapacoya 1; 4Valsequillo; 5- Los Grifos; 6- Las Palmas/Naharon/Aktun Ha (México); 7- Los
Tapiales (Guatemala); 8- Corona; Agua Dulce; Cueva de los Vampiros (Panamá).
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Sobre la ocupación temprana de México hay que mencionar también la conocida localidad arqueológica Valsequillo (ubicada al sur de Puebla) que ha sido
objeto de numerosas investigaciones y polémicas desde mediados del siglo XX.
De esta zona proceden numerosos reportes de sitios con una gran abundancia
y diversidad de fauna extinguida como bisontes, caballos, antílopes, gliptodontes
y perezosos. Si bien en estos sitios las evidencias humanas de más de 20.000
años eran hasta ahora muy fragmentarias y endebles, sobre todo por los problemas que presentan en cuanto a la cronología y los procesos naturales de formación, investigaciones recientes dirigidas en el área sugieren una ocupación temprana. En un trabajo publicado hace poco tiempo (González y col., 2006) se
propone una edad de 40.000 años para una serie de huellas dejadas
presumiblemente por seres humanos en un sedimento blando. Estas huellas
habrían sido producidas por un grupo de personas de diferentes edades en una
capa de cenizas volcánicas depositadas sobre la playa de un antiguo lago cercano al volcán Toluquilla. La fosilización de los rastros se produjo porque fueron
rápidamente cubiertos por el lago y tapados con depósitos de limo. La exposición posterior de estos sedimentos a causa del descenso del nivel del lago y la
erosión del limo depositado sobre las huellas permitió observarlas nuevamente
en el paisaje actual. Es importante aclarar que este sitio aún debe ser considerado con precaución debido a que otras investigaciones efectuadas en la misma
localidad por Renne y col. (2005) sugieren una edad de más de un millón de años
para la capa de cenizas sobre la que se encuentran las huellas. Si así fuera, sería
muy poco probable que las hayan producido seres humanos. No obstante, si la
profundización de los estudios, que se encuentran en sus etapas iniciales de
desarrollo, confirma la antigüedad de este sitio, pronto podría convertirse en la
evidencia sólida más temprana del poblamiento americano. Esto obligaría, al
mismo tiempo, a reevaluar y re-estudiar cuidadosamente los numerosos sitios
ubicados en otras zonas de México actualmente no considerados confiables.
Aun reconociendo que la hipótesis de la ocupación muy antigua del actual
territorio de México carece de respaldo empírico, debe señalarse que existen
evidencias concretas de presencia humana pre-Clovis o para-Clovis (es decir
contemporáneo de Clovis) en este sector del continente. Entre estas evidencias
se destacan los restos humanos de 11.650 años 14C AP hallados recientemente
en el sitio Naharon, en la península de Yucatán (Quintana Roo) (González González
y col., 2006; González González y Rojas Sandoval, 2004). Uno de los aspectos
más interesantes de estos materiales y de muchos otros de cronología similar o
algo más tardía procedentes de la misma región es que fueron detectados en el
interior de sistemas de cuevas sumergidas. El escaso movimiento o baja energía
del agua en estas formaciones ha permitido un alto grado de preservación de los
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conjuntos arqueológicos. Varios esqueletos humanos registrados en estas cuevas (como Las Palmas y Aktun Ha) presentan edades máximas similares a los de
otras zonas de México como El Peñón III y Tlapacoya 1, ubicadas entre los 9.000
y 11.000 años 14C AP. Estas cuevas fueron recurrentemente utilizadas por sociedades aborígenes cuando el mar Caribe registraba una cota de 50 m por debajo
de su marca actual. Como fue señalado con anterioridad, el avance de los mares
sobre los continentes a finales del Pleistoceno se debió al derretimiento de los
glaciares, cuyo efecto más visible fue el anegamiento de amplias extensiones de
ambientes litorales y de los sitios arqueológicos generados con anterioridad por
las sociedades establecidas en la costa. Sólo en el extremo este de la península
de Yucatán se identificaron más de 150 cuevas de este tipo, en algunas de las
cuales se hallaron abundantes y diversos restos arqueológicos. El estudio de
este tipo de conjuntos es muy costoso y constituye la tarea principal de un área
especial de la arqueología denominada arqueología subacuática.
Un tema sobre el que todavía no se conoce demasiado en la región es el
referido a las sociedades vinculadas con Clovis. A pesar de la amplia distribución
en las planicies norteamericanas ubicadas más al norte, los contextos
tecnológicos de este tipo son escasos en México. La mayoría de ellos se registró
en el noroeste del territorio y, debido a que generalmente proceden de sitios
superficiales, no ha sido posible determinar su antigüedad. El único dato con
cronología precisa de puntas acanaladas en México procede del sitio Los Grifos,
en el Estado de Chiapas, con una edad sorprendentemente joven para este tipo
de registro (9.400 años 14C AP). Incluso, algunas puntas acanaladas presentes
en este sitio son algo diferentes a las Clovis, asemejándose en algunos casos a
las denominadas puntas “cola de pescado” que, como se verá más adelante, son
características de ocupaciones antiguas de Sudamérica. Lo que parece claro es
que si bien los cazadores de fauna extinguida (p. ej. mamuts) de finales del
Pleistoceno ocuparon buena parte de esta región, no utilizaron de forma
generalizada una tecnología de puntas acanaladas.
La situación del conocimiento sobre el poblamiento temprano de
Centroamérica presenta algunas similitudes con el panorama observado en
México. Aquí también se conocen referencias de materiales atribuibles a
momentos tempranos pero la información obtenida de los sitios de donde
proceden no es suficiente para establecer asociaciones contextuales y
cronológicas precisas. Tal es el caso de los hallazgos de puntas de proyectil
acanaladas, tanto Clovis como del tipo “cola de pescado”, en numerosos sitios
–en su mayoría superficiales– de Guatemala, Belice, Costa Rica, Panamá y
Honduras (Ranere y Cooke, 1991). Los únicos sitios con puntas acanaladas y
edades bien definidas son “Los Tapiales”, en Guatemala (fechado entre 9.000 y
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11.000 años 14C AP) y la Cueva de los Vampiros, en la costa pacífica de Panamá
(fechado entre 9.000 y 11.500 años 14C AP), este último con puntas “cola de
pescado”. Otros sitios tempranos de Panamá con fechas cercanas a las mencionadas pero sin hallazgo de puntas son los abrigos de Aguadulce (ca. 10.700
años 14C AP) y Corona (ca. 10.500 años 14C AP). A pesar de que las limitaciones
señaladas no permiten alcanzar un alto grado de resolución en las interpretaciones
sobre la vida de las sociedades en el pasado, la combinación de los datos disponibles con la información paleoambiental permitió a Ranere y Cook (1991) inferir
algunas tendencias generales. Estos autores concluyen que los cazadores
recolectores tempranos de Centroamérica se organizaban en pequeñas bandas
altamente móviles que explotaban una amplia diversidad de los recursos típicos
del área boscosa que ocupaban. A pesar de la mayor temperatura y aridez registradas durante finales del Pleistoceno, la mayor parte de esta región habría estado
ocupada por bosque. Esto refleja una importante diferencia respecto de la concepción generalizada según la cual las sociedades que empleaban puntas acanaladas
ocupaban las grandes praderas habitadas por los grandes mamíferos
pleistocénicos.
A modo de cierre, y teniendo en cuenta las evidencias discutidas en este
capítulo, pueden señalarse varias tendencias generales que permiten, al menos,
sintetizar el estado de la situación. Primero, parece claro que las ocupaciones
más tempranas se establecieron en Norteamérica entre los 12.000 y 17.000
años 14C AP. Segundo, hacia los 11.000 años 14C AP, los grupos asociados con
estas ocupaciones ya se habían distribuido a lo largo de una amplia diversidad
de ambientes y exhibían una gran variabilidad adaptativa, desde cazadores
especializados en la captura de megafauna pleistocénica ocupantes de las
planicies interiores, hasta grupos típicamente litoraleños que aprovechaban
recursos del mar. Tercero, hacia esta misma fecha no se observa ninguna
tendencia en cuanto a la cronología y distribución espacial de los sitios y, por
lo tanto, no sugieren una direccionalidad en el desplazamiento de los grupos.
Esto podría indicar que ellos no se encontraban en ese entonces en proceso
de expansión sino que, posiblemente, la irradiación se había producido algunos
milenios antes.
En términos generales, la idea del ingreso de un grupo colonizador único en
el continente hace poco más de 11.000 años 14C AP, como proponen los defensores
del modelo Clovis-primero, parece improbable. No se esperaría, en este caso, un
proceso de expansión y diferenciación adaptativa tan veloz. Tampoco parece
consistente el modelo con la ausencia en Siberia de una tecnología equivalente
a la de Clovis, lo cual se esperaría si el desplazamiento de esta cultura desde el
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viejo mundo fue tan rápido como se propone. Esta hipótesis también ha
encontrado serias dificultades para explicar el ingreso de los grupos a través del
corredor de Alberta, donde las condiciones debieron ser extremas para la supervivencia. Debe también señalarse que, así como la simplicidad del modelo Clovisprimero no parece explicar la complejidad del registro arqueológico de
Norteamérica y Siberia, tampoco existen evidencias sólidas de ocupaciones
significativamente más tempranas (por ejemplo algunos milenios antes). Como
se ha señalado, la mayoría de los sitios aspirantes a probarlas no han podido
todavía volverse completamente confiables.
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3. Los sitios controversiales de América del Sur
Gran parte de la discusión sobre el poblamiento americano en las últimas dos
décadas se ha concentrado en tres sitios sudamericanos que tienen implicancias
significativas para entender el proceso general de dispersión de Homo sapiens
en el continente y para desafiar el modelo Clovis-primero: Monte Alegre publicado
en Science en abril de 1996 por Anne Roosevelt y un extenso equipo de
colaboradores; Toca do Boquerão do Pedra Furada (de aquí en adelante Pedra
Furada) investigado por un equipo básicamente franco-brasileño a cargo de
Niède Guidon, y aún escasamente publicado, y Monte Verde, cuyo estudio a
cargo de Tom Dillehay y su equipo ha producido decenas de artículos, incluyendo
dos completos libros que contienen todos los análisis efectuados en el sitio
(Dillehay, 1989, 1997).
Otros sitios, con dataciones pre-11.200 años 14C AP, ocupan un lugar periférico
en el debate, debido a que: a) no han sido apropiadamente publicados, b) los
hallazgos no son tan espectaculares, c) las evidencias son aún débiles y/o c) no
han entrado en el circuito central de la discusión por motivos difíciles de
comprender. Entre estos sitios olvidados o subvalorados están: Taima-Taima
(Bryan y col., 1978; Ochsenius y Gruhn, 1979), Cueva Lago Sofía 1 (Prieto 1991),
El Abra (Van der Hammen, 1992) y algunos abrigos del este de Brasil, tales como
Santa Ana do Riacho y Lapa do Boquete (Prous, 1991, 1992-92, Kipnis 1998), que
están bien publicados y presentan niveles datados entre 12.070 y 11.950 años
14
C AP. Recientemente también ha ingresado al debate el sitio de Santa Elina en
el Estado de Mato Grosso en Brasil con dataciones de alrededor de 25.000 años
14
C AP (Vilhena Vialou, 2005).
Por otro lado, hay algunos sitios cuya cronología aún no es clara o, al menos,
habría que confirmarla con más dataciones radiocarbónicas antes de incluirlos
en un supuesto grupo pre- 11.200 años 14C AP. En este grupo se encuentran
sitios como Tibitó en Colombia (Correal Urrego, 1981) y la Cueva 3 de Los
Toldos en la Patagonia argentina (Cardich y col., 1973). El de Tibitó es uno de los
casos más interesantes. Nadie ha dudado del carácter arqueológico del sitio,
que presenta una muy buena asociación de artefactos líticos con restos de los
animales que vivían en aquel momento en la región. Parece bastante claro que al
abrigo de una gran roca en un borde de la sabana de Bogotá, un grupo de
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indígenas cazó, despostó y comió un caballo americano, un mastodonte y venados a finales del Pleistoceno. Sin embargo, la única datación radiocarbónica que
se ha obtenido, de 11.740 años 14C AP, es insuficiente para ubicar a este sitio en
un hipotético grupo de sitios pre-Clovis. Como ha quedado demostrado en
muchas ocasiones, una sola datación no es suficiente para precisar la ubicación
cronológica de un evento de ocupación humana en la escala de los cientos de
años. Muchos factores pueden contaminar la muestra o pueden ocurrir errores
durante la secuencia de pasos seguidos durante el proceso de análisis
radiocarbónico. Considerar un único fechado pocos años más antiguo que el
límite cronológico de Clovis para proponer al sitio como una evidencia sólida preClovis es arriesgado. Sobre la base de la asociación faunística confiable, de la
situación estratigráfica clara y de una datación solitaria, lo único que tiene cierto
grado de certeza es que el evento de ocupación humana en Tibitó sucedió en
algún momento del Pleistoceno final. Con la evidencia disponible no se puede
precisar si este momento fue sincrónico, anterior o posterior a Clovis en América
del Norte.
El otro caso interesante para mencionar es el del Nivel 11 de la Cueva 3 de
Los Toldos de la Patagonia argentina, ya que durante décadas se ha propuesto
a este como un candidato firme para una ocupación pre-Clovis de América del
Sur (Cardich y col., 1973). En este nivel se obtuvo una única datación de 12.600
± 600 años 14C AP, proveniente de carbones dispersos. En este mismo nivel
había restos de guanaco asociados con artefactos espesos confeccionados
sobre una roca silícea de muy buena calidad. La datación fue realizada en 1972
en el laboratorio BVA Arsenal Viena, por Lucio Cardich (el hermano del investigador y uno de los co-autores del trabajo) y tuvo un carácter experimental.
Además no tiene número de registro de laboratorio (el F.R.A. que aparece entre
paréntesis luego de la datación significa Fechados Radicarbónicos Argentinos). Esto en sí mismo no es una causa para desechar la datación pero sí obliga
a replicarla, cosa que aún no se ha hecho. Es decir, el fechado realizado debería
complementarse con otros proveniente de muestras del mismo nivel, para poder
precisar la antigüedad del evento humano.
En el Cono Sur existen varios sitios tempranos que han producido edades
pre-11.200 años 14C AP, pero la mayoría de ellas han sido descartadas debido a
que la repetición de dataciones sobre las mismas muestras o muestras relacionadas
ha dado edades más jóvenes. Esto alerta una vez más sobre la cautela que hay
que tener para incorporar las dataciones radiocarbónicas a la discusión de la
interpretación de los eventos culturales. Algunos ejemplos ilustran esta situación.
En el sitio de Cueva del Medio, en el sur de la Patagonia, se obtuvo una datación
sobre un hueso calcinado que estaba en un fogón de indiscutible origen humano.
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Si bien el resultado fue de 12.390 ± 180 años 14C AP, esta fecha fue inicialmente
considerada con mucha cautela por Hugo Nami (1987:97), el investigador a cargo
del sitio. Dataciones posteriores de muestras del mismo fogón y del mismo nivel,
realizadas por Nami y Nakamura (1995), arrojaron edades más recientes, que
llevaron a precisar la ocupación humana del sitio entre 11.200 y 9.500 años 14C
AP. En el sitio Tres Arroyos, en Tierra del Fuego, Mauricio Massone reportó
una datación de 11.880 años 14C AP obtenida a partir de carbón de un fogón de
los niveles más profundos del sitio y asociado con artefactos líticos y huesos de
guanaco. Como en el caso anterior, análisis posteriores de muestras del mismo
fogón y de otros fogones del mismo nivel dieron edades más modernas: 10.280,
10.600 y 10.580 años 14C AP. En el sitio La Moderna, en la región pampeana de la
Argentina, se obtuvo una edad de 12.350 años 14C AP a partir de un hueso de un
gliptodonte (Doedicurus clavicaudatus) que estaba asociado con artefactos
cortantes de cuarzo cristalino, con los que probablemente despostaron la presa;
sin embargo, tres dataciones posteriores del mismo hueso y de otra muestra
relacionada dieron edades mucho más jóvenes: 7.010, 7.510 y 7.460 años 14C AP,
que condujeron a ajustar la antigüedad del evento entre 7.000 y 7.500 años 14C
AP (Politis y Gutierrez, 1998). Por último, en el sitio Piedra Museo, en la meseta
patagónica de la Argentina, Laura Miotti y Roxana Cattáneo (1997) publicaron
un fechado de 12.890 años 14C AP, obtenido a partir de un hueso de caballo
americano extinguido (Equus neogeus) proveniente de los niveles arqueológicos
más profundos del sitio. Sin embargo, un conjunto de dataciones posteriores de
muestras del mismo nivel entregaron edades más jóvenes que varían entre 11.000
y 10.400 años 14C AP (Miotti y col., 2003; Steele y Politis en prensa). De esta
manera, la primera datación de 12.890 queda desplazada del grupo de edades
obtenidas y aparece como la menos probable de las dataciones.
En suma, como se ha visto, la situación y el estatus de los sitios pre-11.200
años 14C AP son bastante complejos y diversos. Ahora bien, como se ha expresado,
el debate reciente se ha concentrado en tres sitios sudamericanos: Monte Alegre,
Pedra Furada y Monte Verde. Una revisión de la discusión que gira en torno a
ellos ayudará a comprender mejor el estado actual de la discusión y los
interrogantes que aún subsisten en el tema del poblamiento de América del Sur.
3.1 Monte Alegre (Brasil)
La denominación del sitio de Monte Alegre se refiere a los hallazgos de la
cueva Caverna da Pedra Pintada, conocida por su arte rupestre. Esta cueva está
localizada en un sector de las planicies altas, 10 km al oeste del río Amazonas.
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Allí Anne Roosevelt y un equipo de colaboradores (1996) hicieron una extensa
excavación hasta llegar a una profundidad de 2,25 m (Figura 24). En los niveles
más antiguos del sitio (16 y 17), se recuperaron más de 30.000 desechos de talla
de piedra y 24 instrumentos de forma bien definida. Las materias primas más
usadas fueron la calcedonia, el cuarzo cristalino y el cuarzo lechoso. Todas
estas rocas afloran en las inmediaciones del sitio, pero no dentro de cueva, lo
cual implica descartar que los materiales provengan del desprendimiento de
bloques de las paredes del abrigo. En el conjunto lítico se reconocen distintas
técnicas de talla de la piedra, que incluyen la reducción por percusión y por
presión, a través de las cuales se obtuvieron instrumentos con filos retocados
en una y ambas caras. También se infirió la aplicación de tratamiento térmico a
las rocas que, como fue señalado, tiene como finalidad mejorar las propiedades
para su manufactura.
Figura 24. Vista del sitio Piedra Pintada durante las excavaciones
(foto cortesía Anna Roosevelt).
En los niveles antiguos de Pedra Pintada se hallaron maderas quemadas
dentro de fogones, miles de frutos y semillas carbonizados pertenecientes a
especies de la floresta tropical que fueron colectados durante la ocupación del
sitio (la mayoría de las especies representadas existen actualmente en los relictos
de floresta en las áreas vecinas). Los restos de animales, la mayoría de los cuales
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corresponde a presas consumidas durante la ocupación del lugar, están mal
preservados e incluyen fragmentos de huesos de roedores, tortugas de tierra y
de agua, víboras, anfibios y mamíferos terrestres grandes no identificados.
También abundan los moluscos bivalvos y los gasterópodos.
Se obtuvieron 56 dataciones de los niveles 16 y 17, a partir de maderas y
semillas carbonizadas, que varían entre aproximadamente 11.200 y 10.000 años
14
C AP. Para Roosevelt y col. el arribo de seres humanos a la cueva está marcado
por el grupo de cuatro dataciones que van de 11.145 a 10.875 años 14C AP. Con
el objeto de contrastar estas dataciones se procesaron tres muestras de
sedimento con métodos complementarios de datación tales como el método de
OSL (Optically Stimulated Luminiscense) y 10 artefactos líticos quemados
fueron datados por TL (termoluminicencia). Las fechas obtenidas por estos
métodos se ubican entre 16.000 y 9.500 años AP y abarcan el posible rango de
años calendáricos estimados sobre la base del carbono 14. Como conclusión,
Roosevelt y col. postularon que la cueva fue visitada periódicamente por grupos
indígenas durante más de 12.000 años. Durante estas visitas comieron frutos y
varios animales terrestres y fluviales, fabricaron artefactos líticos y pintaron las
paredes de la cueva.
Las principales críticas a esta investigación provienen de algunos
proponentes del modelo Clovis-primero, tales como C. Vance Haynes y Betty
Meggers. Los cuestionamientos apuntaron a la antigüedad de la ocupación más
temprana y a la publicidad que se le dio a este sitio presentándolo en los medios
como un hallazgo sin precedentes en la región. Varios investigadores (C. Vance
Haynes, Ken Tankesrley y Dina Dincauze) creen que una edad de 10.500 años
14
C AP es más segura, ya que notaron que las dataciones más antiguas tienen
mayores errores. Por otro lado, Stuart Fiedel (1996) analizó las dataciones teniendo en cuenta las recientes evidencias de anomalías de 14C en el período
involucrado y calibrando las fechas de Monte Alegre y las de Clovis, llegó a la
conclusión que podría haber habido un intervalo de 700 a 2.000 años entre
Clovis y la fase inicial de Monte Alegre. Para este autor, esta diferencia sería
suficiente para explicar la ocupación de Monte Alegre por gente descendiente
de Clovis. Para Tom Dillehay y Betty Meggers, la publicidad que se le dio al sitio
es injustificada. Se debe destacar que luego de la publicación en Science, la
noticia fue tapa del New York Times y del International Herald Tribune, además
de aparecer extensas notas al respecto en periódicos de todo el mundo. Una vez
más, el origen de los primeros americanos cobraba gran relevancia mediática
ocupando la tapa de diarios y revistas de alto impacto.
En esta discusión quedan claras algunas características del debate. Una es
que el sesgo Clovis-primero determina el enfoque del problema y la validación
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de las evidencias. Para Haynes, Dincauze y Fiedel, el sitio es cuestionable no
por el contexto ni por la publicidad, sino por la interpretación supuestamente
incorrecta de las dataciones más antiguas que desafiaba el modelo pre-existente.
El segundo punto que emerge claramente es el relacionado con las tensiones
político académicas de Norteamérica y el papel que juega en este escenario cada
uno de los investigadores involucrados. Por último, ¿es la publicidad que recibe
en los medios, la mayoría de las veces exagerada, un motivo para criticar una
investigación arqueológica? Viendo como muchos hallazgos arqueológicos han
sido presentados a la prensa en los últimos años, la respuesta obvia es no.
Más allá de la precisión cronológica de los fechados de Monte Alegre, parece
bastante claro que, teniendo en cuenta los estándares contemporáneos de
aceptación de dataciones radiocarbónicas, la ocupación inicial del sitio no puede
ser considerada pre-Clovis, pero sí sincrónica con Clovis (o para-Clovis). Esto
tiene dos implicancias fundamentales: a) que había bandas de cazadores
recolectores explotando los recursos de la floresta tropical amazónica a fines del
Pleistoceno, contrariamente a los modelos que postulan la inviabilidad de las
economías no-agrícolas en los ambientes de selva tropical (véase discusión en
Politis y Gamble, 1994) y b) que estas poblaciones no serían descendientes de
Clovis ya que ni la cronología, ni la tecnología, ni la economía apoyan una
relación de origen entre estos y los ocupantes de Monte Alegre. Por último, es
claro que este sitio no es el único ni el primero en evidenciar una ocupación
para-Clovis en el este brasileño pero, sin dudas, constituye una evidencia muy
fuerte apoyada por una gran cantidad de datos de diversa índole.
3.2 Pedra Furada (Brasil)
En el área arqueológica de Sierra de Capivara en el Estado de Piauí (Brasil)
los trabajos llevados a cabo por Niède Guidon y su equipo detectaron 244 sitios
arqueológicos, 209 de los cuales presentan pinturas rupestres y en tres se
obtuvieron fechados anteriores a 12.000 años 14C AP. Entre estos últimos, todos
ubicados en asociación con abrigos rocosos, se encuentra el famoso sitio Pedra
Furada, donde se obtuvieron dataciones radiocarbónicas de casi 60.000 años
AP. También se propuso, sobre la base de dataciones de los niveles que tenían
fragmentos de rocas pintadas, una antigüedad para el arte rupestre más antiguo
de 29.860 años 14C AP (Parenti, 2001).
El sitio de Pedra Furada está ubicado en plena caatinga brasilera, un ambiente
boscoso árido del nordeste del país. Se trata de un sitio dentro de un abrigo de
paredes altas e imponentes (Figuras 25a y b). Las primeras excavaciones fueron
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llevadas a cabo entre 1978 y 1980 y tuvieron como objetivo determinar la
antigüedad del arte rupestre que cubre las paredes de la cueva. El descubrimiento
de artefactos de piedra y la obtención de dataciones de más de 25.000 años 14C
AP promovieron una investigación más intensa en los años subsiguientes.
Además, los estudios arqueológicos se articularon con un programa de
preservación del patrimonio, de educación regional y de desarrollo sustentable
de la comunidad local. Como consecuencia de esto se gestionó la creación del
Parque Nacional Serra da Capivara y se obtuvieron fondos internacionales para
promover el mejoramiento de la educación y la calidad de vida de los habitantes
locales (véase resumen de esto en Pessis y Guidon, 2007).
Figura 25a. Vista del sitio de Pedra Furada durante la visita de 1995. Casi todo el
sedimento de la cueva ya había sido excavado (foto Gustavo Politis).
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Figura 25b. Vista de una de las áreas excavadas del sitio Pedra Furada durante
la visita de 1995 (foto Gustavo Politis).
Como fue señalado, las investigaciones estuvieron a cargo de Niède Guidon,
secundada por Anne Marie Pessis, Fabio Parenti y por un grupo de colaboradores
franceses y brasileños. El sitio no ha sido publicado en detalle en su totalidad,
aunque hay varios artículos que discuten diferentes aspectos (p. ej. Guidon y
Arnaud, 1991; Guidon y Delebrias, 1986; Guidon y col., 1994; Parenti, 1993) y
hace pocos años finalmente se publicó la tesis de Fabio Parenti (2001) la que ha
tenido, lamentablemente, poca difusión. La excavación entregó varios miles de
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restos de carbón en diferentes niveles, restos de semillas y hojas en los niveles
pleistocénicos, más de 8.000 piezas líticas y 156 “rasgos arqueológicos”, esto
es, estructuras de fogón o modificaciones antrópicas del sedimento (Parenti,
1995:20). La antigüedad del sitio fue establecida mediante 55 dataciones
radiocarbónicas (de las cuales 46 se distribuyen entre 6.150 y casi 60.000 años
14
C AP) obtenidas a partir de muestras de carbón de los fogones. Los niveles
más antiguos entregaron 600 piezas líticas confeccionadas exclusivamente con
rocas locales: cuarzo y cuarcita, que afloran en la Sierra de Capivara (Figura 26).
Estos artefactos muestran una sorprendente estabilidad tecnológica a lo largo
del tiempo caracterizada por la reducción unifacial de las piezas (es decir, talladas en una sola cara) sin claros patrones de lascado y un mínimo retoque. Los
autores consideran que esta tecnología era de carácter expeditivo, es decir, que
los instrumentos fueron confeccionados con poca inversión de trabajo, sobre
rocas abundantes cerca del sitio y, posiblemente, descartados luego de su uso
en el mismo lugar de fabricación.
Figura 26. Artefacto lítico de cuarzo cristalino de los niveles más antiguos del sitio
Pedra Furada (foto Gustavo Politis).
Durante la excavación, el sitio fue visitado por varios investigadores de
distintos países, tales como Paul Bahn, Richard Bednarick, Carlos Gradín y Ana
Aguerre. La mayoría de ellos se llevó una opinión positiva, tanto de la calidad de
los trabajos como de las interpretaciones de los datos. Algunos años después
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de terminada la excavación, los investigadores a cargo organizaron una nueva
visita al sitio en 1993. El objetivo principal fue presentar las conclusiones de su
trabajo y discutir in situ varios aspectos de sus interpretaciones con los
investigadores invitados, en su mayoría norteamericanos. Como resultado de esta
visita de cinco días, se publicaron por lo menos dos artículos. Uno de ellos, del
argentino Juan Schobinger (1994), fue absolutamente favorable, mientras que el
otro, de David Meltzer, Tom Dillehay y James Adovasio (1994), fue demoledor.
Las principales críticas de estos autores fueron: a) que los agrupamientos de
artefactos que supuestamente representaban diferencias en la manera de hacerlos
a lo largo del tiempo (denominados “fases”) y, por lo tanto, reflejaban distintos
eventos de ocupación del sitio, se habían efectuado sobre la base de la secuencia
de dataciones radiocarbónicas y no de diferencias tecnológicas y contextuales
reales, 2) que había varias fechas rechazadas por Guidon y su equipo sin
expresarse los motivos del rechazo, 3) que el carbón a partir del cual se realizaron
las dataciones podría provenir de quemazones naturales de los bosques que
forman la caatinga y no de fogones de origen humano, 4) que todos los
supuestos artefactos confeccionados en cuarzo y cuarcita no son tales sino
fragmentos de roca no trabajados por humanos procedentes del techo de la
cueva. Durante las lluvias torrenciales, estos fragmentos se desprenden y, al
caer decenas de metros y golpearse unos con otros, generan patrones de fractura
similares a los producidos mediante la talla intencional, 5) que no estaban claros
los criterios para la selección de los supuestos artefactos hechos por seres
humanos de los rodados caídos del techo y fracturados naturalmente, 6) que el
carácter cultural de los artefactos no estaba adecuadamente demostrado. Además
de esto se efectuaron otras críticas extremadamente duras e inmerecidas tales
como la acusación de que durante la excavación no se prestó atención a la
estratificación interna o que los métodos de excavación parecieron emplear picos
y palas más que cucharines o instrumentos pequeños. En este sentido, los
investigadores norteamericanos plantearon algunas dudas y problemas de las
interpretaciones del sitio que deben ser clarificadas. No obstante, fueron
demasiado lejos en su ejercicio crítico y no balancearon adecuadamente los
datos a favor y en contra de cada uno de los aspectos cuestionados. Las
respuestas de Guidon y su equipo (1995) aclararon varios de los puntos, en
especial los referidos a los criterios de selección de artefactos y a los métodos
de excavación, como así también a lo relacionado con la formación de los fogones. Sin embargo, también cayeron en argumentos ad hominem. En primer término, descalificaron a Meltzer, Dillehay y Adovasio por no ser especialistas en
arqueología de sitios pleistocénicos de regiones tropicales (no sólo esta es una
especialidad demasiado específica, sino que las críticas deberían considerarse
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en sí mismas sin considerar el origen). En segundo lugar, apoyaron sus
explicaciones en la supuesta preservación “intacta” del depósito, lo cual es
imposible en cualquier sitio arqueológico.
Además de estos argumentos ad hominem de Guidon y col., debe señalarse
que varias de las críticas efectuadas por Meltzer, Adovasio y Dillehay aún no
han sido respondidas. Básicamente, no se analizaron profundamente los procesos
de formación del sitio, especialmente aquellos que pudieron haber producido la
migración vertical de materiales en el sedimento. El estudio de estos procesos es
crucial y su reconocimiento en algunos niveles o sectores no tiene por qué
conducir necesariamente al rechazo de toda la evidencia del sitio, pero sí lo pone
en un plano más realista. También es difícil de sostener que de los cientos de
piezas encontradass todas hayan sido confeccionadas con la rocas que afloran
en el techo de la cueva, cuando sabemos que desde momentos muy antiguos,
las rocas de buena calidad “viajaban” con la gente de un lugar a otro. Por último,
como bien lo expresó Luis Borrero (1995), debería proponerse alguna explicación
para algo difícil de entender: por qué Homo sapiens vivió sin cambios tecnológicos
significativos en Pedra Furada, durante más de 40.000 años, mientras que en el
resto del mundo, ese lapso se caracteriza, precisamente, por la dinámica y la
variabilidad en la maneras de confeccionar artefactos de piedra.
Luego de las críticas y las respuestas, y una vez detenido el fuego cruzado,
el sitio entró en un cono de sombra respecto a su credibilidad y quedó en una
especie de “limbo” arqueológico. Para algunos investigadores, sobre todo
norteamericanos como Brian Fagan, el sitio está fuera de la discusión del
poblamiento debido a que ninguna de las evidencias de ocupación pleistocénica
es firme y, por lo tanto, no pueden ser tomadas en cuenta. Otros arqueólogos
menos involucrados en el debate sobre el poblamiento de América, sobre todo
europeos, creen que aún hay que darle crédito al sitio y que las críticas han sido
en parte injustificadas y basadas más en una suerte de “imperialismo académico”
que en la rigurosidad científica. Sin duda, los hallazgos de Pedra Furada no
pueden ser descartados de plano, pero es claro que el proyecto de investigación
tiene sus pro y sus contra. Por un lado, hubo largas campañas de excavación
sistemática y cuidadosa gracias a las cuales se obtuvo un número significativo
de información mediante métodos de análisis minuciosos. Por otro lado, la falta
de publicación adecuada (parcialmente subsanada con la publicación reciente
de Fabio Parenti en el 2001), la ausencia de un estudio sistemático de los procesos
de formación de sitio, la asunción de que los depósitos estaban intactos y la
dificultad que implica admitir la inmovilidad tecnológica por más de 40.000 años,
hacen que el sitio no pueda ser aceptado aún como una evidencia contundente
de un poblamiento americano hace 60.000 años.
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La cuestión sigue abierta pero como Guidon y su equipo continúan trabajando en el área, seguramente el avance de las investigaciones podrá aclarar un
panorama que aún se presenta confuso. De hecho, en 2006 se hizo una nueva
reunión de arqueólogos en el lugar. Esta vez la mayoría de los participantes
fueron brasileños y franceses, lo que permite presuponer que había menos
tensiones. Falta aún saber cuáles fueron los ecos de esa reunión ya que los
resultados aún no se han publicado.
Por último, parece relevante tener en cuenta los restos óseos humanos
antiguos hallados en la misma región que Pedra Furada que dieron edades mucho
más recientes. Entre ellos se pueden mencionar los de Toca da Janela da Barra
do Antonião datados en 9.760 ± 140 años 14C AP y los enigmáticos dientes y el
fragmento de cráneo de Garrincho datado en 12.210 ± 140 años 14C AP. Estas
fechas están dentro de las edades del Pleistoceno final relativamente frecuentes
en América del Sur (véase el capítulo siguiente), pero muy alejadas de las más
antiguas de Pedra Furada.
3.3 Monte Verde (Chile)
En 1979 el arqueólogo norteamericano Tom Dillehay comenzó la excavación
del sitio Monte Verde, que se encuentra a orillas del arroyo Chinchihuapi, algunos
kilómetros al norte de Puerto Montt, en el sur de Chile (Figura 27a). La noticia de
su descubrimiento llegó a la Universidad Austral de Valdivia, cuando fue informado el hallazgo de huesos de mastodonte que afloraban en las barrancas del
arroyo. Dillehay comenzó rápidamente la investigación del sitio con la premisa
de que se trataba de un tipo de evidencia arqueológica inusual y distinta a la
esperada en contextos arqueológicos tan antiguos. Hasta 1984 se realizaron
varias temporadas de campo y se involucró a numerosos especialistas tales
como el arqueólogo Mike Collins, el geólogo Mario Pino y el paleobotánico Jack
Rossen, entre muchos otros más. El sitio recibió rápidamente las primeras críticas
del arqueólogo norteamericano Junius Bird y de la mayoría de los proponentes
del modelo Clovis-primero que cuestionaron la cronología y rechazaron el
carácter antropogénico de los depósitos arqueológicos (véanse entre otros
Lynch, 1990; West, 1993). En 1997, Dillehay (1997) publicó el segundo libro
sobre el sitio (el primero referente a los aspectos geológicos y paleombientales
había salido en 1987), en el cual expandió las hipótesis previas y detalló la
información de base del sitio. En este segundo volumen se consolidó la
proposición de la existencia de un nivel de ocupación humana que llamó Monte
Verde II (MV-II), constituido por los restos de un asentamiento residencial que
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habría sido ocupado durante alrededor de un año, entre 12.300 y 12.800 años 14C
AP (sobre la base de varias dataciones). En este nivel Dillehay y su equipo
recuperaron fogones, cimientos de viviendas de maderas cubiertas con cueros,
restos de mastodonte y una gran variedad de maderas y hojas de plantas
comestibles y medicinales. Una de las características del sitio es la poca
elaboración de los artefactos de piedra, probablemente porque se habrían utilizado
rocas naturalmente fracturadas obtenidas de la orilla del arroyo Chinchihuapi.
Algunos fragmentos de puntas de proyectil, piedras alisadas para moler y varias
raederas dobles (Figura 27b) son los únicos artefactos estandarizados hallados
en el sitio. En niveles más profundos, Dillehay y su equipo también recuperaron
posibles artefactos asociados a un fogón del cual se obtuvieron dos dataciones
muy antiguas: 32.840 y 33.900 años 14C AP. Este conjunto, cuyo origen antrópico
ha sido tomado por Dillehay con mucha cautela, fue denominado Monte Verde
I (MV-I) y está sólo presente en una pequeña porción del sitio. En este nivel más
profundo las evidencias de acción humana son muy débiles y ambiguas.
Figura 27a. Reconstrucción del sitio Monte Verde. Tomado de Discovering
Archaeology 6 (1).
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La investigación de Monte Verde estuvo signada de fuertes controversias.
Por un lado, la visita inicial del prestigioso arqueólogo norteamericano Junius
Bird, quien declaró al contexto arqueológico como de origen natural, influyó sobre
la opinión de varios arqueólogos, especialmente los entusiastas del modelo Clovisprimero. Por otro lado, el carácter expeditivo y poco elaborado de la mayoría de los
artefactos líticos y la preservación de restos vegetales, entregaban una imagen
muy distinta de la esperada para un sitio de cazadores recolectores del Pleistoceno
final. Dillehay publicó varios artículos, dio avances parciales de la investigación y
contestó la mayoría de las críticas. Sin embargo, el punto de inflexión en la historia
de la investigación de Monte Verde fue en 1997 cuando se publicó el segundo
volumen sobre el sitio y cuando un grupo de arqueólogos expertos en el tema
visitó el lugar y revisó los restos hallados que, en ese momento, se encontraban en
la Universidad de Kentucky y en la Universidad Austral del Valdivia.
Figura 27b. Artefactos líticos procedentes del sitio Monte Verde
(Foto cortesía Tom Dillehay).
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Mucho se ha escrito sobre el sitio de Monte Verde y sobre las interpretaciones
de Dillehay. Las opiniones han sido mayoritariamente a favor y eventualmente en
contra, pero han estado cargadas de una pasión y una enjundia difíciles de
encontrar en el debate de otros temas de arqueología americana. La visita a Monte
Verde por un panel de expertos en 1997, pretendió reproducir la reunión que 70
años antes otro grupo de investigadores distintos, pero con intereses similares,
había realizado en el sitio Folsom de las planicies norteamericanas. Como fue
discutido anteriormente, allí se había concensuado la aceptación del modelo de
poblamiento americano a finales del Pleistoceno sobre la base de la opinión de los
expertos quienes certificaron que una punta de proyectil estaba efectivamente
incrustada entre las costillas de un bisonte extinguido. Como expresó uno de los
participantes de la nueva reunión en Monte Verde (Haynes, 1999), y tratando de
reproducir lo ocurrido en Folsom, se hizo explícito que luego de la reunión debería
llegarse a un consenso. ¿Por qué un grupo de especialistas debería llegar
obligatoriamente a un consenso luego de unos pocos días revisando rápidamente
los hallazgos y visitando los sectores marginales del sitio? ¿Por qué no dejar que
la opinión surja más espontáneamente de la comunidad arqueológica luego de la
lectura, análisis y discusión del último volumen de Monte Verde?
Luego de la visita de principios de 1997 hubo una cobertura periodística
impresionante. Nuevamente, el debate sobre el poblamiento inicial del continente
llegaba a la portada de importantes medios gráficos de comunicación. Poco
tiempo después salió publicado el segundo volumen referido al sitio. Este
lanzamiento mediático estuvo liderado por la National Geographic Society que
financió gran parte del viaje y no era extraño ver imágenes en los diarios
mostrando al panel de expertos sosteniendo una bandera de la National
Geographic Society. Varias publicaciones científicas tales como Current
Research in the Pleistocene o Mammuth Trumpet se sumaron a la ola triunfalista
y decretaron también la caída por siempre jamás de la “Cortina Clovis”. Algunos
artículos también se basaron en la visita para confirmar el abandono definitivo
de Clovis-primero (como por ejemplo el de Adovasio y Pedler de 1997) o
remarcaron el valor confirmatorio de la visita: “Los expertos certificaron dos
años atrás que Monte Verde en Chile es el sitio más antiguo de las Americas”
(Discovering Archaeology 6 (1):1). Pareciera que la visita de los expertos y el
marketing de algunas instituciones norteamericanas pudo más que los años de
trabajo de Tom Dillehay y de tantos otros científicos sudamericanos que desde
tiempo atrás han aportado diferentes evidencias que desafiaban el modelo Clovisprimero. Lo que parecería requerir estándares de verificación superlativos y
pruebas de contundencia absoluta, para algunos terminó siendo aceptado por
la fuerza del consenso de un puñado de arqueólogos.
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Aparentemente, durante la visita hubo discusiones e interpretaciones alternativas sobre algunos de los múltiples aspectos del sitio, pero estas quedaron
resumidas a pocas líneas en un artículo publicado por Meltzer y una larga lista
de co-autores, todos ellos participantes del viaje. La sustancia de estos desacuerdos era lo más interesante y quizás hubiera sido una mejor contribución a
la comprensión de los procesos culturales y naturales que formaron el sitio si los
autores hubieran explicitado estas discusiones y sus visiones alternativas sobre aspectos específicos de Monte Verde. Sin embargo, el prestigio de algunos
de los participantes, el peso de “haber estado en el sitio”, y el incomprensible
imperativo de los organizadores del viaje de tener que lograr un consenso (favorable) llevó a presentar una versión confirmatoria y conclusiva del sitio, a pesar
de que, de modo paternalista, los autores sugieren al público que lea el segundo
volumen de Monte Verde para hacer su propia evaluación.
Parece claro que los problemas o dudas que genera un sitio (todo sitio los
genera en algún punto) no pueden ser resueltos mediante la visita de un grupo
de especialistas, durante poco tiempo, a un sector marginal de un sitio excavado
más de 15 años atrás. La visita puede ser importante (sobre todo si se hace
durante la excavación) y si, como resultado de ella, se abre el debate, se determinan
temas para profundizar y emergen desacuerdos y discrepancias en las
interpretaciones. Estas posiciones alternativas son absolutamente esperables
en un sitio tan complejo y trascendente como Monte Verde.
Sin embargo, debido a la extraña dinámica de este debate, una nueva discusión
estalló en 1999. No en un medio científico con un proceso de evaluación estricta
(como se esperaría dada la trascendencia del tema) sino en Discovering
Archaeology l (6), una revista de divulgación popular sobre arqueología. En
esta revista, un detallado análisis del segundo volumen de Monte Verde, llevado a cabo por Stuart Fiedel (un defensor furioso del modelo Clovis-primero)
plantea inconsistencias en los trabajos publicados por Dillehay referidos a la
proveniencia y catalogación de artefactos y a la falta de registro detallado de los
hallazgos más relevantes del sitio (tales como las puntas y raederas). La mayoría
de las críticas parecen triviales y son el resultado de los problemas de un proyecto de larga data con la participación de muchos especialistas, durante los
cuales puede haber discrepancias por ejemplo en la catalogación o en la ubicación de algunos objetos específicos. Algunos problemas derivaron también de
un error editorial al no incluir en la versión publicada las numerosas correcciones que los autores habían hecho sobre las pruebas de imprenta (esto llevó
además a la publicación extra de una extensa fe de errata). En su respuesta en la
misma revista, Dillehay y col. (1999) aclaran la mayoría de estas dudas. Sin
embargo, en los comentarios del final, un grupo de arqueólogos (la mayoría de
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los cuales previamente ya había dudado de Monte Verde, tales como West y
Anderson) le otorga a estos problemas un rol crucial en la credibilidad del sitio:
¿por qué una discusión tan detallada, y con tanto impacto en el ámbito científico, en una revista de divulgación popular? ¿Por qué la discrepancia en la
proveniencia de algunos materiales provoca esta reacción extrema entre algunos investigadores? Pocos arqueólogos descalificarían una investigación tan
larga y compleja por algunas inconsistencias en la catalogación y publicación
del registro de artefactos.
Por otro lado, y siguiendo la misma lógica de argumentación, debemos señalar
que también resulta difícil aceptar el enunciado de Dillehay de la primera página
del segundo volumen de Monte Verde en la que expresa que es un sitio genuino y
que tanto el registro geológico como el arqueológico estaban intactos (Dillehay,
1997:1). El mismo autor reconoce y analiza páginas más adelante algunos de los
factores naturales que habrían afectado al sitio, aunque los considera secundarios
y de mínimos efectos post-depositacionales. El punto es que el propio concepto
de “intacto” es insostenible para definir la situación de cualquier sitio arqueológico.
Esto no cuestiona los méritos de Dillehay ni la calidad de su trabajo, como tampoco
reduce la confiabilidad del sitio. Simplemente lo pone en una dimensión más real.
No es necesario probar algo difícil de sostener como es lo intacto de un sitio, para
proponer que había gente en Monte Verde hace 12.500 años 14C AP con un estilo
de vida bastante diferente al imaginado para Clovis.
Por último, el mayor aporte de Monte Verde no fue romper con el modelo
Clovis-primero –algo que como ya dijimos había sido logrado antes– sino generar
un nuevo estándar de búsqueda y de interpretación para los sitios tempranos de
América del Sur. Si las interpretaciones de Dillehay son correctas, las chances
de que aparezcan sitios similares en ambientes parecidos son altas. Nuestra
habilidad para buscarlos, nuestra metodología para investigarlos y nuestra
capacidad para entenderlos deberán cambiar para dar cuenta de esta situación,
hasta ahora inimaginada.
Como hemos visto en este capítulo, el registro arqueológico de América del
Sur ha entregado información de relevancia para abordar el poblamiento inicial
de América. Varios sitios han sido datados en más de 11.200 aunque aún de
manera insuficiente. Algunos son fuertes candidatos a ser considerados evidencias previas o contemporáneas a Clovis. Otros han dado edades mayores a
11.200 pero dataciones posteriores indicaron antigüedades cercanas a 11.000
años 14C AP y, por lo tanto, han sido re-evaluados. Por último, de los tres sitios más
debatidos recientemente, Monte Verde y Monte Alegre han sido razonablemente
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datados entre ca. 12.500 y 11.000 años 14C AP y están indicando un modo de
vida con un fuerte énfasis en la recolección de productos vegetales. Estos sitios
muestran un escenario bastante diferente de Clovis. En el caso de Pedra Furada,
es crucial entender los procesos de formación del sitio y clarificar aún algunos
puntos antes de su incorporación plena a los modelos de poblamiento americano. Sobre todo, sería importante hallar en las inmediaciones contextos similares
que puedan sustentar desde una perspectiva regional algunas de las interpretaciones de Guidon y su equipo.
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4. La arquelogía del poblamiento
de América del Sur
Las huellas de los pobladores más antiguos de América del Sur se encuentran en muchos sitios arqueológicos de varias regiones y ambiente diferentes.
Sin embargo, el relevamiento que existe del continente es aún muy desigual. En
algunas regiones no se han efectuado investigaciones sistemáticas diseñadas
para detectar y estudiar sitios antiguos y, por lo tanto, se sabe muy poco del
poblamiento temprano. Tal es el caso de la selva amazónica (con la excepción de
algunos pocos sitios como Monte Alegre), de gran parte de la cuenca del Orinoco,
de la región chaqueña y del bosque pluvial de la falda oriental de los Andes. Los
vacíos de información en estas regiones son enormes y se deben a dos causas
fundamentales: por un lado, la poca “visibilidad arqueológica” de los sitios más
antiguos y, por otro, la falta de proyectos de investigación sostenidos que
aborden este tema. Afortunadamente, otros sectores del continente son
relativamente bien conocidos y se dispone para ellos de una buena base de
datos. Entre estas regiones se encuentran la Patagonia argentino-chilena, las
llanuras pampeanas de la Argentina y Uruguay, los valles centrales de Chile, la
sabana de Bogotá, la costa norte de Perú y el Planalto brasileño. Asimismo, hay
un heterogéneo grupo de lugares donde se ha recuperado información interesante
pero aún escasa, como las tierras altas de los Andes, la región cuyana, la faja
árida del noreste de Venezuela y las estribaciones andinas septentrionales de
Ecuador y Colombia. En este capítulo resumiremos y discutiremos la información
disponible para América del Sur, con excepción de la que proviene del Cono Sur,
que debido a su abundancia y complejidad, será tratada con mayor detalle en el
capítulo siguiente.
4.1 El Norte de América del Sur
Este sector es clave para entender el poblamiento de América porque, si
aceptamos la evidencia de que la direccionalidad del poblamiento fue norte-sur
y de un origen asiático de los primeros americanos, o por lo menos de una
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proporción importante de ellos, el istmo de Panamá se presenta como un “cuello
de botella” que se abre a una amplia región con una gran variedad de ambientes.
Básicamente, las mejores evidencias de los primeros pobladores provienen de
los cordones nor-andinos y de las tierras áridas del noreste de Venezuela. También
hay información reciente sobre la ocupación antigua del continente en el valle
del río Magdalena (Colombia) y numerosos hallazgos superficiales que sugieren
una alta antigüedad, aún no confirmada.
Figura 28. Ubicación de los sitios mencionados para el Norte de Sudamérica.1- Taima
Taima; 2- El Vano (Venezuela); 3- Porce; 4- La Palestina; 5- San Juan de Bedout/
Nare; 6- El Abra/La Pileta; 7- Tibitó; 8- Tequendama; 9- Sauzalito/Pital/El Recreo;
10- El Totumo; 11- Pubenza; 12- La Elvira/San Isidro (Colombia); 13- El Inga/San
José; 14- Cubilán; 15- Chobshi (Ecuador).
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Los primeros datos sistemáticos de sitios del Pleistoceno final fueron presentados por el arqueólogo Gonzalo Correal Urrego y el palinólogo Thomas Van
der Hammen sobre la base de sus trabajos en la cordillera oriental de Colombia.
En los bordes de la Sabana de Bogotá, excavaron los abrigos rocosos de
Tequendama (Figura 29 y 30) y El Abra y el sitio a cielo abierto de Tibitó. Los dos
primeros han entregado restos de varias ocupaciones humanas muy antiguas
desde aproximadamente 12.500 años 14C AP hasta tiempos de la conquista europea.
Ambos sitios son intrigantes porque muestran entre sí algunas similitudes y
diferencias llamativas. En ninguno se hallaron puntas de proyectil de ningún
tipo, algo muy extraño para finales del Pleistoceno ya que para ese momento se
reconocen en América varios modelos de puntas. Tampoco se recuperaron restos de la fauna pleistocénica que, para ese momento, debía habitar toda el área
de la Sabana de Bogotá. En Tequendama las primeras ocupaciones humanas del
abrigo se dataron entre 12.500 y 10.100 años 14C AP, mientras que para el Abra
hay una datación cercana de 12.400 años 14C AP. En ambos sitios se hallaron
restos de los animales medianos y pequeños tales como venados (Odocoileus),
conejos (Sylvilagus), ratones (Sigmodon), curíes (Cavia) y armadillos (Dasypus).
Los artefactos líticos hallados son también muy sugestivos y, como tantas otras
cosas de estos primeros pobladores, plantean muchos interrogantes. En los
niveles más antiguos de Tequendama se recuperaron instrumentos unifaciales
bien confeccionados sobre un tipo de una materia prima de muy buena calidad
(un chert llamado lidita) que proviene del valle del río Magdalena. Estos artefactos aparecen sólo en Tequendama, en los niveles más antiguos, y luego desaparecen del registro. Sin embargo, en este mismo sitio, y también en El Abra, se
hallaron unos instrumentos poco elaborados, confeccionados sobre un chert
local de menor calidad, que fueron usados con cierta continuidad durante casi
diez mil años. Estos instrumentos tienen solamente un borde retocado por presión (para regularizar el filo) y, por ese motivo, se los ha denominado “tradición
de los artefactos con filo arreglado”. Correal Urrego y Van der Hammen han
planteado que ambos abrigos eran ocupados durante estadías cortas por gente
que probablemente pasaba la mayor parte del año en el tropical y caluroso valle
del río Magdalena.
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Figura 29. Trabajos de excavación en el Sitio Tequendama (tomada de Correal
Urrego y Van der Hammen, 1977).
Figura 30. Abrigos de la Sabana de Bogotá (tomadas de García, 1985).
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El tercer sitio importante de la Sabana de Bogotá es el de Tibitó (Figura 31),
ya tratado en el capítulo anterior, hallado a orillas de una antigua laguna
pleistocénica. Allí se recuperaron restos de dos géneros de mastodonte
(Haplomastodon y Cuvieronius), de caballo americano (Equus) y de venado en
estrecha asociación con algunos instrumentos líticos y un fogón. El sitio, datado
en 11.740 años 14C AP, fue interpretado por Correal como un sitio de cacería y
despostamiento de animales pleistocénicos. Este es el único sitio con estas
características en toda la cordillera oriental.
Figura 31. Vista del sitio de Sitio Tibitó en la Sabana de Bogotá
(tomada de Correal Urrego, 1981).
Fuera de las cordilleras, las investigaciones sobre el poblamiento temprano
en Colombia se han focalizado en el valle del río Magdalena. En 2001 Correal
Urrego y Van der Hammen presentaron evidencias de una asociación de
artefactos líticos en el sitio de Pubenza 3, en el valle medio del río, datadas en
ca.16.500 años 14C AP. Recientemente un nuevo trabajo de Correal y col. (2005)
amplió los datos sobre este interesante sitio. Aquí se hallaron en sedimentos
correspondiente a un pantano de aguas salobres restos de mastodonte
(Haplomastodon sp.), gliptodonte (Glyptodon sp.) y mamíferos medianos
(Odocoileus sp.) y pequeños, todos ellos asociados con algunos artefactos de
sílice con claros rastros de uso. De estos estratos se han obtenido dos dataciones,
una efectuada sobre gasterópodos terrestres que dio 16.550 años 14C AP. y otra
sobre carbón vegetal de 16.400 años 14C AP. Estas dataciones plantean todo un
desafío para el modelo Clovis-primero y para los demás modelos de poblamiento
de América del Sur y transforman al sitio en uno de los candidatos más fuertes
para apoyar un modelo de poblamiento americano de entre 15.000 y 20.000 años
AP. Sin embargo, debido a que estas fechas aún no han sido replicadas y a que
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los resultados de la investigación del sitio todavía no fueron publicados en
detalle, esta información debe ser tomada con cautela. Tampoco está claro en la
última publicación de Correal y col., a pesar del detalle de algunos análisis, la
relación estratigráfica entre las dataciones y los conjuntos líticos y faunísticos.
Correal halló otros dos sitios, El Totumo en la Sabana de Bogotá y La Pileta
en el valle del río Magdalena, ambos con artefactos simples (definidos como “de
borde arreglado”) asociados con restos de mastodonte (Cuvieronius) y megaterio
(Megatherium). Si bien ninguno de estos sitios ha sido datado, la asociación
con fauna pleistocénica plantea de por sí una posibilidad muy interesante que
debería ser profundamente estudiada.
Las investigaciones que Carlos López y su equipo (López, 2003) han llevado
a cabo en el valle del Magdalena son las que más firmemente permiten anclar las
primeras ocupaciones indígenas de este valle. López excavó seis sitios a cielo
abierto ubicados en una terraza del Pleistoceno final-Holoceno temprano del río.
En tres de estos sitios, La Palestina (Figura 32), San Juan de Bedout y Nare
obtuvo siete dataciones radiocarbónicas muy consistentes que permiten
ubicarlos alrededor de los 10.400 años 14C AP. En estos campamentos antiguos
se hallaron artefactos de cuarzo lechoso y chert y fuertes indicadores de uso de
la técnica de talla bipolar.9 Entre los artefactos más interesantes se encuentran
raspadores plano-convexos y puntas de proyectil triangulares con un pedúnculo
muy estrecho. Los pocos restos faunísticos hallados sugieren una dieta basada
en el consumo de animales de ambientes acuáticos tales como manatíes, tortugas, caimanes y peces, además de algunos mamíferos terrestres medianos. No
es claro aún si la ausencia de fauna pleistocénica en el sitio se debe a que estos
animales ya se habían extinguido en la región o si no se encontraban dentro de
las preferencias alimenticias de estas poblaciones, probablemente más orientadas
a la explotación de los recursos fluviales que abundaban en el valle del río
Magdalena. López ha propuesto, basándose también en los estudios de microdesgaste de los filos de los instrumentos llevados a cabo por Nieuwenhius, que
muchos de ellos fueron usados para procesar pescado y que las puntas de
proyectil podrían haber servido no sólo para cazar fauna terrestre, sino también
fluvial (manatí y carpincho o capibara) o, incluso, como arpones para pescar.
9
La técnica de talla bipolar consiste en la percusión de un trozo de roca apoyado
sobre un yunque, utilizando un percutor de piedra. Esta variante técnica se empleaba
generalmente cuando el tamaño del bloque de roca a reducir presentaba dimensiones
demasiado pequeñas como para ejecutar cómodamente percusión a mano alzada.
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Figura 32. Excavación del sitio La Palestina a orillas del río Magdalena, Colombia
(foto cortesía Carlos López Castaño).
En la otra gran cuenca colombiana, el valle del río Cauca, también un potencial
corredor de entrada en América del Sur, las investigaciones sistemáticas son
aún escasas. En este valle se destaca el hallazgo efectuado por Rodríguez (2002)
quien recuperó una punta de proyectil de marfil (un hallazgo inédito en América
del Sur) asociada con varios huesos de mastodonte (Stegomastodon). Rodríguez
también informa sobre abundantes restos de mastodontes en el valle, ninguno
de los cuales ha sido aún datado.
En la cordillera central colombiana las evidencias indígenas tempranas
muestran un panorama distinto. En el valle medio del río Porce, un valle
transicional entre el bosque húmedo tropical y el bosque pedemotano, Neyla
Castillo y Javier Aceituno (2006) recuperaron restos de ocupaciones que van
desde los 10.000 años 14C AP hasta el 3.500 años 14C AP. A diferencia de lo que
sucede en el valle del Magdalena, en el río Porce la tecnología está fuertemente
vinculada con la manipulación y consumo de especies vegetales, el desmonte,
la limpieza del bosque y con el trabajo de la madera y el hueso (Figura 33). En el
valle del río Calima, en la cordillera occidental, también hacia el 10.000 años 14C
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AP, en los sitios de Sauzalito, El Recreo y Pital, se ha observado una tecnología
lítica muy simple (yunques, machacadores, martillos y azadas) que reflejan una
explotación de los recursos forestales y, eventualmente, alguna forma incipiente
de horticultura tropical en el Holoceno temprano (Aceituno 2007).
Figura 33. Hachas procedentes del Sitio Porce 1 (foto cortesía Javier Aceituno).
Más hacia el Sur, en el valle del río Popayán, existen dos sitios, La Elvira y
San Isidro, que fueron investigados por Cristóbal Gnecco y que muestran
nuevamente la diversidad tecnológica de fines del Pleistoceno. Los habitantes
de estos sitios, datados en 10.050 y 9.530 años 14C AP, utilizaron materias primas
de muy buena calidad, como el chert y la obsidiana, para confeccionar artefactos
unifaciales y bifaciales (que incluían puntas de proyectil de varios tipos). En San
Isidro, además, se hallaron otros tipos de artefactos tales como molinos planos,
hachas y cantos rodados con surco.
Continuando hacia el Sur, ya en el macizo andino ecuatoriano, las evidencias
de los primeros pobladores son aún esquivas. En un grupo de sitios conocidos
como El Inga y San José, el arqueólogo Williams Mayer-Oakes recuperó en
superficie y en terrenos arados en la tierras altas, muchísimas puntas de obsidiana
lanceoladas y triangulares –con y sin pedúnculo–, algunas muy parecidas a las
del sitio La Elvira, en Popayán. Sin embargo, estas puntas no han sido aún
datadas y ni siquiera se sabe si son contemporáneas o si, por el contrario, se
usaron y descartaron en diferentes momentos del Pleistoceno tardío y el
Holoceno. En las dos cuevas excavadas en la región, Chobshi y Cubilán, se
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encontraron varios tipos de puntas de proyectil (pedunculadas y apedunculadas),
datadas entre ca. 10.500 y 9.100 años 14C AP. Los ocupantes de estas cuevas se
habrían concentrado en la cacería de mamíferos medianos y pequeños, sin
registrarse hasta el momento evidencias de explotación de fauna pleistocénica.
Hacia el noreste de la cordillera de los Andes, los rastros de los primeros
pobladores se restringen a los hallazgos realizados en el sitio Taima Taima, en la
península de Paraguaná, en el noroeste de Venezuela. Este es un sitio
emblemático de la arqueología americana de cazadores recolectores porque en él
se hallaron las primeras evidencias sólidas de la cacería de mastodontes con
puntas de proyectil muy características denominadas El Jobo (Figura 34). Estas
puntas, de forma lanceolada y de sección romboidal o bi-lenticular, son muy
frecuentes en esta región y podrían constituir uno de los tipos de armas de
cacería que tuvieron los primeros indígenas que entraron en América del Sur.
Taima Taima se encuentra en las orillas de un surgente de agua (Figura 35) y fue
excavado primero por el famoso investigador José Cruxent y, más tarde, por un
equipo dirigido por Alan Bryan y Ruth Grhun. Durante las excavaciones en el
sitio se identificaron cuatro unidades estratigráficas y en la más antigua, claras
evidencias de acción humana: varias puntas El Jobo fragmentadas asociadas
con huesos de mastodonte. Además, en los trabajos de 1976 se recuperó un
fragmento de punta en la cavidad pélvica de un mastodonte joven y restos
dispersos de varios animales extintos. Todo este conjunto fue datado sobre la
base de varios fechados entre 12.400 y 12.600 años 14C AP. El mismo tipo de
puntas aparece en superficie en el noroccidente de Venezuela, en especial en
las terrazas del río Pedregal y en el único caso en que pudieron datarse fue en
el sitio el El Vano. Allí, Arturo Jaimes (1999) encontró tres fragmentos de estas
puntas y otros artefactos asociados a restos de un megaterio (Eremotherium
rusconii) con una antigüedad de 10.710 años 14C AP. El sitio fue interpretado
por Jaimes como un área de cacería de megaterio similar, en términos generales,
a Taima Taima.
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Figura 34. Puntas del tipo El Jobo del occidente de Venezuela
(foto cortesía Arturo Jaimes).
Figura 35. Cráneo de Glyptodon hallado en el sitio de Taima Taima
(foto cortesía Arturo Jaimes).
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Como corolario se puede señalar que la información resumida en este apartado
muestra algunas tendencias muy interesantes, sobre todo si tenemos en cuenta
que los primeros indígenas que llegaron al continente debieron pasar
necesariamente por las cordilleras colombianas, por los valles de los grandes
ríos (Cauca y Magdalena) o surcar la costa Caribe o Pacífica. Con excepción de
esta última zona (muy boscosa, muy lluviosa10 y muy difícil para la investigación
arqueológica) para todas existen por lo menos algunas pistas de poblamiento
temprano. Entre sus rasgos más relevantes puede destacarse que varios sitios
presentan dataciones pre o para-Clovis (es decir con edades que van del 11.000
al 13.000 años 14C AP) y evidencias de una gran diversidad adaptativa de sus
ocupantes. Como se ha expresado, los sitios que han dado las edades más altas,
tales como Taima Taima o Tequendama, han sido datados hace décadas y se han
planteado dudas acerca de la precisión de estas dataciones. Sin duda, deberían
ser sometidos a nuevos análisis de 14C usando múltiples muestras y procesándolas con metodologías más modernas (AMS). Ya hemos señalado lo aleatorio
que puede resultar sostener la cronología de un sitio sobre una única muestra
analizada. Aun así, la ausencia de fechados más recientes no es un justificativo
para descartar per se edades de más de 11.000 años 14C AP. Entre los sitios que
han dado antigüedades más altas, el de Pubenza 3, con ca. 16.400 años 14C AP
años, es uno de los más interesantes y promisorios.
El otro rasgo relevante de la arqueología de la región es la variedad de
tecnologías y estrategias adaptativas que coexistían por lo menos entre 11.000 y
10.000 años 14C AP. Esto es sorprendente si se considera que esta diversidad se
manifiesta en sitios relativamente próximos en el espacio, aunque en muy
diferentes ambientes. Dicha variedad incluye desde las muy estandarizadas
puntas lanceoladas del tipo El Jobo, de las tierras áridas del occidente venezolano,
hasta los refinados artefactos unifaciales de lidita de Tequendama, en la Sabana
de Bogotá. Debe agregarse también la variedad de artefactos pulidos y lascados
empleados para manejar el bosque tropical de la cordillera central y la diversidad
de puntas de proyectil de obsidiana y chert del valle de Popayán y del Inga, en
Ecuador. En cuanto a las estrategias de subsistencia, las diferencias entre las
zonas son muy grandes. El manejo del boque y el uso de los recursos vegetales
parecen haber estado presentes desde el Pleistoceno final, por lo menos en la
cordillera central. Para estos momentos ya se usaban herramientas especialmente
diseñadas para estas funciones, tales como hachas, azadas y molinos. En la
10
Este sector de litoral pacífico constituye una de las áreas más lluviosas del planeta,
alcanzando un promedio anual cercano a los 8.000 milímetros.
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cordillera oriental, en las tierras áridas peri-caribes y en el valle del río Magdalena, la
cacería se concentraba en tres especies extinguidas: mastodonte, caballo americano
y megaterio, junto a otros tipos de fauna menor como los venados. La abundancia
de sitios con mastodonte, aunque no todos datados aún, apoya la idea de que estos
megamamíferos eran una de las presas favoritas y que además debieron ser
relativamente abundantes y estar disponibles hasta el fin del Pleistoceno. Aunque
es probable que en algunas regiones se los cazara con las puntas del tipo el Jobo,
seguramente para fines del Pleistoceno ya se habían desarrollado varios tipos de
punta de proyectil, incluido uno muy parecido a las sureñas “cola de pescado” que
se halló en las tierras áridas de Venezuela y en el Inga, en Ecuador.
4.2 La costa central del Pacífico
Como hemos visto, una de las posibles vías de ingreso de los seres humanos
en América desde Asia pudo haber sido el litoral Pacífico. Sin embargo, esto
tiene un problema crucial, ya que los sitios litorales de fines del Pleistoceno
están bajo el agua o fueron erosionados por el rápido ascenso del nivel del mar
ocurrido en la transición Pleistoceno-Holoceno. Para la costa pacífica de América
del Sur este problema ha sido resumido y discutido por Mark Aldenderfer (1999).
Este autor estimó que las consecuencias más significativas del cambio climático
del Pleistoceno tardío en el litoral del Perú habrían sido: 1) el aumento del nivel
del mar, con temperaturas oceánicas más frías, lo que habría producido
variaciones en la disponibilidad de los recursos costeros y habría generado
cierta inestabilidad ambiental y 2) la formación del desierto costero. El efecto del
incremento del nivel del mar a fines del Pleistoceno fue significativo a lo largo de
la costa norte de Perú, donde entre 50 y 75 km de plataforma continental fueron
inundados alrededor de los 10.000 años 14C AP. Este efecto perduró con menor
intensidad hasta aproximadamente 5.000 años 14C AP, cuando se estabilizó la
línea de costa. En el sur del litoral peruano, las consecuencias del aumento del
nivel del mar fueron mucho menores, quedando sumergidos solamente 2 a 4 km
de plataforma continental. La creciente aridización, sumada a las temperaturas
oceánicas más frías y al direccionamiento de las tormentas de este a oeste,
generaron las nieblas litorales persistentes y un extenso desierto costero en la
vertiente occidental de los Andes. Este desierto habría comenzado a formarse
después de los 10.000 años 14C AP y, mientras su aridez iba en aumento, los
indígenas que explotaban los recursos marinos se volvían cada vez más dependientes de los lugares con agua dulce, tales como los estuarios de los ríos y los
manantiales costeros. Aldenderfer plantea que la explotación de diferentes áreas
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con recursos específicos concentrados, mediante un complejo sistema de movilidad, habría sido progresivamente impedida o vuelto más compleja por la necesidad de mantenerse cerca de las escasas fuentes de agua. Esto habría conducido a que algunos grupos comiencen a explotar un rango más amplio de especies
marinas hacia finales del Pleistoceno.
Figura 36. Sitios mencionados de la costa central del Pacífico. 1- Las Vegas-80
(Ecuador); 2- Amotape; 3- La Cumbre; 4- Quirihuac; 5- Pan-12-158; 6- Cueva del
Guitarrero; 7- Cueva Huargo; 8- Telarmachay; 9- Pachamachay; 10- Uchumachay;
11- Pikimachay; 12- Quebrada de los Burros.
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Algunas zonas del litoral Pacífico de América del Sur han provisto a los
arqueólogos algunas claves para entender las adaptaciones costeras de los
primeros pobladores. En el sito Quebrada de Los Burros, en la costa sur de Perú,
Danielle Lavallée recuperó miles de artefactos líticos asociados a instrumentos
de hueso y de valva relacionados con actividades de pesca. En este sitio había
fogones, huellas de los postes utilizados como estructuras de soporte para las
viviendas y áreas de actividad que indicaban la reiteración de tareas domésticas
en un mismo lugar. En estos campamentos se hallaron huesos de varias especies
de peces que viven es distintos hábitats: el sector próximo a la costa del mar, la
zona epipelágica de aguas poco profundas y las aguas abiertas. Esto implica
necesariamente el uso de diferentes técnicas de pesca como redes, anzuelos y
arpones y hasta la capacidad de navegación mar adentro. También se aprovecharon diversos tipos de moluscos que pueden ser recogidos fácilmente en la
playa (p. ej. Concholepas concholepas y Mesodesma donacium). Por último, la
presencia de algunos huesos de camélidos, cérvidos, pájaros y batracios está
indicando que en algunos momentos de la ocupación antigua del sitio se explotaron varios recursos terrestres. Todo este contexto está datado entre ca. 10.000
y 6.000 años 14C AP. Si a esto sumamos otros sitios que muestran una adaptación
costera similar, tales como el sito Amotape en la costa norte del Perú fechado en
11.200 años 14C AP y los niveles Pre-Vega en el sitio Las Vegas-80 datados entre
10.800 y 10.000 años 14C AP, se despliega ante nosotros un complejo panorama de
ocupación litoral bien consolidado entre 11.000 y 10.000 años 14C AP.
En el famoso valle de Moche, en la costa norte del Perú, se han hallado dos
registros muy interesantes: La Cumbre y Quirihuac. El primero está formado por
un grupo de sitios a cielo abierto y el segundo por un abrigo rocoso pequeño.
Algunos sondeos hechos en La Cumbre permitieron recuperar restos de
mastodontes y caballos americanos, pero no claramente asociado con los
materiales líticos. En Quirihuac no se hallaron huesos de fauna pero sí restos
humanos datados en el Holoceno temprano (Chauchat, 1988: 50-51). Analizando
las dataciones de estos sitios y de algunos otros cercanos, Mark Aldenderfer
(1999) concluyó que la presencia humana más temprana en las tierras bajas del
flanco oeste de los Andes centrales puede ser ubicada razonablemente entre
13.000 y 11.000 años 14C AP.
En la planicie costera del norte del Perú se conocen ciertas áreas con una alta
densidad de sitios antiguos, lo que sugiere, a su vez, cierta concentración de
gente a finales del Pleistoceno. En los valles de Cupiznique y Zaña, Chauchat y
su equipo (1992) registraron más de 300 sitios asignados a lo que se ha
denominado la cultura o complejo “Paiján” (Figura 37). Como hemos dicho, en
esa zona la plataforma submarina es relativamente ancha y, por lo tanto, los
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sitios costeros del Pleistoceno final están hoy bajo el agua. Los sitios Paiján se
encuentran actualmente a 10-35 km de la costa, y durante el momento de su
ocupación habrían estado a más de 25 km. Generalmente están sobre colinas
bajas o pequeñas elevaciones, lo cual les provee una buena visibilidad y acceso
a las áreas más ricas en recursos. Estos lugares habrían funcionado como campamentos de pequeños grupos o familias con adaptaciones asociadas con la
explotación de recursos litorales y de la planicie costera luego que los grandes
mamíferos del Pleistoceno se extinguieron en la región (Dillehay y col., 2003).
Figura 37. Sitio del complejo Paiján del valle de Jetepeque en el Norte del Perú
(foto cortesía Tom Dillehay).
4.3 Andes centrales
Las tierras altas de los Andes centrales fueron el escenario de un acalorado
debate en la década del ochenta, luego que Richard McNeish y col. (1981)
plantearan la existencia de ocupaciones humanas entre 20.000 y 14.000 años 14C
AP en la cueva Pikimachay, en Ayacucho (Perú), a una altura de ca. 2.850 m.s.n.m.
El problema central de este sitio es que en los niveles más antiguos, denominados
fases Paccaicasa y Ayacucho, los supuestos artefactos asociados a megaterio y
a las dataciones más tempranas son del mismo tipo de material que la roca que
compone las paredes de la cueva (un problema similar al plantado en el capítulo
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anterior para el sitio Pedra Furada). Esto generó fuertes dudas, como lo expresaran varios arqueólogos (Rick, 1988; Lynch, 1990), sobre el carácter humano de
estos artefactos. Por este motivo, el sitio no es considerado en la actualidad
como una sólida prueba de ocupación pre-12.000 años 14C AP.
En las tierras altas de los Andes centrales los rastros de los primeros pobladores se encuentran en varias cuevas de la alta Puna, por encima de los 4.000
m.s.n.m. (Telarmachay, Pachamachay, Uchcumachay y Pan-12-58) o en sitios de
valles localizados en alturas intermedias (Cueva Guitarrero, Cueva Huargo y
Pikimachay). En general, estos sitios se asocian a conjuntos de artefactos caracterizados por puntas de proyectil foliáceas o lanceoladas de formas diversas y a
restos de camélidos y cérvidos. Sin duda, los guanacos, las tarucas
(Hippocamelus antisensis) y los grandes roedores como las vizcachas y las
chinchillas se encontraban entre las principales presas de estos primeros pobladores andinos. Los animales pleistocenicos no parecen haber tenido una gran
importancia en su dieta ya que sus restos son muy escaso: las posibles extremidades de milodon o caballo americano de la Cueva Huargo, los restos de
megaterios ya discutidos de Pikimachay y algunos huesos sin identificación
precisa de fauna pleistocénica de Uchcumachay asociados con algunos pocos
artefactos líticos que aún no han sido datados.
La antigüedad de la llegada de los primeros pobladores a las tierras altas de
los Andes centrales se basa en la datación de pocos sitos. En Guitarrero, una
sola fecha de 12.560 años 14C AP debería ser descartada porque otras cuatro del
mismo nivel dieron edades más modernas de entre 9.790 y 9.140 años 14C AP. En
Pachamachay, la única datación de 11.800 años 14C AP tiene una desviación muy
grande (de casi mil años) con lo cual se vuelve poco apropiada para discutir el
poblamiento temprano a partir de ella. Luego de una revisión exhaustiva las
dataciones radiocarbónicas disponibles y de las evidencia de los conjuntos
líticos, faunísticos y vegetales, Aldenderfer (1999) se inclina por una entrada
relativamente tardía, probablemente cerca de los 11.000 años 14C AP, o incluso
posterior (10.500 años 14C AP).
4.4 Cuenca amazónica y las tierras bajas de Brasil
Aunque desde el siglo XIX se ha venido discutiendo sobre la asociación
entre restos humanos y fauna extinta, la ocupación pleistocénica en el actual
territorio brasileño está lejos de ser un tema resuelto (Schmitz, 1990). De hecho,
la mayor parte de esta inmensa región no ha sido investigada arqueológicamente.
Además de esto, hay varios factores que, en cierto modo, disminuyen las
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posibilidades de estudiar los sitios antiguos. En primer lugar, los sedimentos del
Pleistoceno final sufrieron dramáticos procesos erosivos en la transición hacia
el Holoceno, dificultando el hallazgo de contextos arqueológicos de este período
en lugares a cielo abierto (Prous y Fogaça, 1999; Schmitz, 1990). En segundo
lugar, y como en el resto de América, las fluctuaciones en el nivel del mar
sumergieron la costa pleistocénica y, con ella, las evidencias de las poblaciones
costeras más antiguas. En tercer lugar, en buena parte del territorio de Brasil hay
problemas de conservación del material arqueológico debido a que las
características ambientales que allí imperan provocan la rápida descomposición
de los restos orgánicos. Frente a estas circunstancias y en el estado actual del
conocimiento, tratar el tema del poblamiento temprano de Brasil es antes de todo
un intento de articular informaciones aisladas entre sí por centenares de kilómetros
de vacíos e incertidumbres.
Figura 38. Mapa con los sitios de la cuenca amazónica. 1- Toca da Pedra Pintada;
2- Boqueirao da Pedra Furada; 3- Santa Elina; 4- Lapa do Boquete; 5Lapa Vermelha, Lagoa Santa y Santana do Riacho; 6- RS-S-327 y RS-TQ58; Sitios del curso medio del río Uruguay.
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Como lo han expresado recientemente Prous y Fogaça (1999), los sitios fechados entre 13.000 y 50.000 años 14C, tales como Pedra Furada, presentan, de manera
general, interrogantes respecto de su definición estratigráfica y de la relación entre
el material datado y los restos materiales asociados con la acción humana. Menos
problemáticos son los sitios con dataciones radiocarbónicas ubicadas entre 10.000
y 12.000 años 14C AP. A pesar de que no todos los sitios de este período cuentan con
el mismo grado de confiabilidad, las evidencias disponibles apuntan a la presencia
humana en varios estados brasileños: Minas Gerais, Mato Grosso, Pará, Piauí y Rio
Grande do Sul. La situación es diferente en los sitios de entre 8.000 y 10.000 años 14C
AP, cuya abundancia y distribución espacial son mucho mayores.
En el sudeste de Brasil, en la región de Lagoa Santa (Minas Gerais), las
investigaciones arqueológicas referidas al poblamiento americano tienen una larga
tradición. El naturalista danés Peter Lund realizó estudios en el siglo XIX y, por
primera vez, registró la asociación entre megafauna extinta y restos humanos. No
obstante, los estudios realizados a lo largo de los últimos 40 años no han logrado
identificar pruebas inequívocas de la explotación sistemática de este tipo de recurso
faunístico por grupos humanos en este sector (véase discusión en Dias, 2004). En
la gruta Lapa Vermelha IV, investigada en la década del setenta por la arqueóloga
francesa Annette Laming-Emperaire, fueron hallados huesos de un perezoso
terrestre extinto (Glossotherium gigas) y artefactos tallados en cuarzo, datados
en 9.580 años 14C AP. Unos dos metros más abajo apareció el esqueleto parcialmente
articulado de una mujer (llamada después Luzia) en niveles datados entre 10.220 y
12.960 años 14C AP. El nombre de Luzia dado por Walter Neves parece la versión en
portugués de Lucy, el famoso fósil de Australopithecus afarensis de 3,5 millones
de años encontrado en África en la década del setenta. Sin embargo, la datación
realizada directamente sobre de los restos humanos de la mujer proporcionó una
datación de 9.330 ± 60 años 14C AP (Prous y Fogata, 1999; véase también capitulo
6). El análisis de más de 200 cráneos exhumados en Lagoa Santa permite inferir la
existencia de cierta homogeneidad entre estos antiguos habitantes, así como que
sus características morfológicas apuntan a un origen premongoloide (Dias, 2004,
se profundizará sobre este punto en el capítulo 6).
Según Dias y Jacobus (2003), el medio río Uruguay es la única región del Brasil
meridional que presenta una cronología consistente asociada a la transición
Pleistoceno-Holoceno. Los trabajos desarrollados por Eurico Th. Miller entre las
décadas del sesenta y del setenta permitieron identificar 24 sitios ubicados entre
12.770 y 8.585 años 14C AP. Estos hallazgos fueron atribuidos a dos “fases”
arqueológicas distintas. La primera, llamada Ibicuí, está representada por sitios a
cielo abierto localizados en barrancas de afluentes del río Uruguay, asociados a la
formación geológica Touro Passo (con una datación de 11.010 años 14C AP). Un
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fechado de 12.770 años 14C AP fue obtenido a partir de un cráneo de Glossotherium
myloides que se encontraba depositado junto a más de una decena de artefactos
líticos poco elaborados. Estudios sobre la formación de este sitio llevados a cabo
posteriormente reconocieron ciertas incongruencias que ponen en duda la relación
entre el material fechado y los vestigios líticos (Milder, 1995).
La segunda fase, llamada Uruguaí, está compuesta por 21 sitios a cielo abierto
situados en la frontera de Brasil, Argentina y Uruguay y los fechados
radiocarbónicos permiten ubicar a estas ocupaciones entre 10.810 y 8.585 años
14
C AP. Tal como sintetizan Dias y Jacobus (2003), diez de estos sitios presentan
dataciones con buen grado de asociación entre los materiales fechados (carbones
de fogones) y los restos materiales de origen antrópico (desechos de talla,
puntas de proyectil triangulares con pedúnculo y bolas de boleadora).
En la región noreste del Estado de Rio Grande do Sul, los rastros de pobladores
tempranos quedaron contenidos en los sedimentos de dos aleros cuya cronología
los ubica entre 9.430 y 8.020 años 14C AP. Estos sitios son RS-TQ-58: Garivaldino,
investigado por Mentz Ribeiro a fines de la década del ochenta y RS-S-327:
Sangão, inicialmente excavado por Miller en la década del sesenta y retomado
por Dias y Jacobus en años recientes.
Como se ha discutido antes, los fechados más tempranos de Amazonia fueron
obtenidos por la arqueóloga Anna Roosevelt en la cueva Pedra Pintada, en
Monte Alegre, con un piso cronológico de ca. 11.200 años 14C AP. Aún no se
han hallado otros sitios con similar antigüedad y las evidencias de ocupación
humana en el resto de la cuenca son más modernas. A partir de diferentes métodos
de datación (más de 50 dataciones de 14C y termoluminescencia) y de informaciones procedentes de diversas partes de Amazonia (Serra dos Carajás/Pará,
cuenca del río Jamari/Rondônia, bajo río Negro/Amazonas, región del río Caquetá/
Colombia y alto Orinoco/Venezuela), se ha sugerido que, a partir de los 7.000
años AP, gran parte de la región ya estaba ocupada por grupos cazadores
recolectores (Góes Neves, 2006).
En el centro-oeste de Brasil, en el Estado de Matto Grosso, Agueda y Denis
Vialou excavaron el abrigo de Santa Elina (Figura 39), donde hallaron dos niveles
muy antiguos con restos de un perezoso gigante terrestre (Glossotherium) asociado con algunos artefactos líticos. El nivel superior ha sido ubicado
cronológicamente en 10.120 años 14C AP a partir del fechado de carbones de un
fogón. Además de grandes huesos del esqueleto de perezoso se hallaron más de
200 artefactos de limolita y sílice. Más abajo, en la unidad inferior (Unidad III), en
dos niveles distintos (III-3 y III-4) aparecieron más de 300 fragmentos de huesos
de glosoterio (partes de la mandíbula, huesos del cráneo, vértebras y huesos
dérmicos). Dos de ellos fueron perforados intencionalmente y uno abradido. En
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estos dos niveles de la Unidad III, también se hallaron 81 artefactos líticos de
rocas no locales (entre ellos 27 instrumentos) y un fragmento de madera que dio
una edad de 22.500 años 14C AP. Además se hicieron otras dos dataciones de
este nivel con un método diferente al de 14C (Uranio-Thorio) que dieron 27.000 y
25.000 años AP. Este nivel más antiguo se transformaría entonces en uno de los
más firmes candidatos a probar una ocupación humana muy antigua de América.
Figura 39. Vista de la excavación del sito Santa Elina en Brasil (foto cortesía Agueda
Vilhena Vialou y de la Editora da Unversidade de Sao Paulo, Brasil).
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El Abrigo de Santa Elina presenta un contexto muy interesante no sólo por
las dataciones, sino por la presencia de los huesos perforados y abradidos de
glosoterio. Sin embargo, hay algunos puntos que es necesario aclarar. En primer
lugar, el sitio está en proceso de excavación y aún debe ser mejor entendida la
secuencia estratigráfica completa y explicados los procesos de formación del
sitio. En segundo lugar, en cada uno de los niveles aparecen esqueletos casi
completos de glosoterio. Dado el tamaño de estos animales, se esperaría que
sólo sean ingresadas algunas partes de ellos a los campamentos por las dificultades implicadas en su transporte. Por lo tanto, es necesario evaluar si uno o
ambos esqueletos de glosoterio no representan episodios de muerte natural, en
cuyo caso los huesos perforados habrían sido modificados con bastante posterioridad a la fecha de muerte. Esta alternativa fue rechazada por Agueda y Denis
Vialou quienes sostienen que la cueva no habría funcionado en ningún momento como una madriguera de glosoterio y que el agente formador del depósito es
básicamente el humano. De todas maneras, el sitio se presenta como un buen
candidato para proponer una ocupación muy antigua de América del Sur y
seguramente las investigaciones que están en curso irán aclarando las dudas
que aún subsisten. La reciente publicación de una monografía sobre el sitio es
un gran paso en esta dirección (Vialou, 2005).
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5. El fin del viaje: el Cono Sur
Si el sector noroccidental de América del Sur fue la vía de entrada de los
primeros indígenas a Sudamérica, el Cono Sur puede considerarse la línea de
llegada. Fue el último rincón continental en ser poblado y el final de la radiación
adaptativa del género Homo. El arrivo a Tierra del Fuego fue ni más ni menos que
el final del largo viaje emprendido desde el África sub-sahariana decenas de
miles de años antes. La llegada al extremo sur de América presentó nuevos
desafíos: había que enfrentarse y adaptarse nuevamente al frío, a la nieve y al
viento helado, un ambiente que estos primeros pobladores habían dejado atrás
milenios antes, cuando sus antepasados cruzaron el puente de Beringia y bajaron por Alaska y Canadá hacia el sur, alcanzando ambientes más templados y
cálidos. Sin embargo, como veremos a lo largo de este capítulo, la ocupación del
Cono Sur parece haber ser sido relativamente rápida. Las huellas de la ocupación inicial de esta porción del continente son relativamente abundantes. Sin
duda esto se vio favorecido por la continua sedimentación que predominó durante todo el Cuaternario en la región pampeana y en las planicies del Uruguay
y del sur de Brasil, lo que resultó que muchos sitios arqueológicos fueran cubiertos rápidamente por sedimentos eólicos (loess) y, de esa forma, queden preservados de la acción de los agentes atmosféricos. En la Patagonia, la protección que
ofrecían las cuevas fue un atractivo para los primeros cazadores recolectores y
favoreció su habitación de manera redundante durante milenios. Afortunadamente, en el interior de estos reparos también fueron frecuentes los procesos de
sedimentación que sepultaron y protegieron a los restos dejados por sus antiguos ocupantes. Sin embargo, los sitios pampeanos y patagónicos no estuvieron
exentos del efecto de otros agentes (carnívoros, roedores, etc.). Desde el momento mismo del abandono de los sitios, estos comenzaron a actuar y a perturbar los
restos materiales dejados durante las ocupaciones indígenas. Es por esto que los
estudios arqueológicos deben contemplar también la investigación de todos los
factores naturales que afectaron a los sitios a fin de mitigar las distorsiones que
estos producen y de minimizar los errores de interpretación.
En este capítulo se resumirá la rica información arqueológica obtenida en el
Cono Sur y se evaluará y discutirá su importancia en el contexto general del
poblamiento americano.
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Figura 40. Mapa con los sitios del Cono Sur.1- Alero de las Circunferencias; 2Huachichocana; 3- Incacueva; 4- Salar de Punta Negra; 5- Cueva El Alto 3; 6- Intihuasi; 7Pay Paso; 8- Y58; 9- Sitios de la cuenca media del río Negro; 10- DO3; 11- K87; 12- Cerro
Los Burros; 13- Los Helechos; 14- La Moderna; 15- Cerro el Sombrero; 16- Abrigo Los
Pinos; 17- Cueva La Brava; 18- Amalia; 19- Cueva Tixi; 20- Cueva Burucuyá; 21- Cerro
La China; 22- El Guanaco; 23- Arroyo Seco 2; 24- Paso Otero 5; 25- Campo Laborde; 26Quereo/El Membrillo/Santa Julia/Las Monedas; 27- Tagua Tagua; 28- Marifilo; 29- Cueva
Epuyán Grande; 30- Cueva Traful 1; 31- Cuyín Manzano; 32- El Trébol; 33- Monte Verde;
34- Baño Nuevo; 35- Los Toldos; 36- Piedra Museo; 37- El Ceibo; 38- Cueva Casa del
Minero; 39- Cerro Tres Tetas; 40- Cueva del Milodon; 41- Cueva del Medio; 42- Cueva
Fell; 43- Cueva Palli Aike; 44- Cueva Lago Sofía; 45- Tres Arroyos.
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5.1 Las llanuras pampeanas
El poblamiento humano de las llanuras pampeanas se habría iniciado alrededor de los 12.000 años 14C AP. En esta región se hallaron dieciséis sitios arqueológicos muy antiguos, de los cuales once se localizan en el extremo sudeste del
sistema serrano de Tandilia. En este sector, dos equipos de investigación dirigidos por Nora Flegenheimer y Diana Mazzanti, respectivamente, detectaron sitios en el interior de cuevas y aleros, e incluso en espacios a cielo abierto. Entre
los lugares utilizados por los primeros pobladores de la región están los cerros
La China y El Sombrero y las cuevas Los Helechos, Tixi, Los Pinos, Burucuyá,
La Brava y Amalia. En la llanura Interserrana (ubicada entre los sistemas serranos
de Ventania y Tandilla) se encontraron tres sitios a cielo abierto: Arroyo Seco 2,
en la margen derecha del primer brazo de los Tres Arroyos, Paso Otero 5, en el
curso medio del río Quequén Grande, y El Guanaco, a unos 13 km de la costa en
el partido de San Cayetano. Dos sitios más: La Moderna, en las nacientes del
arroyo Azul, y Campo Laborde, en las cabeceras del Arroyo Tapalqué, tienen
restos de fauna pleistocénica asociada y, a pesar de que esto podría sugerir una
alta antigüedad, las dataciones radiocarbónicas de ambos sitios señalan una
edad entre 7.500 y 8.000 años 14C AP. La Moderna es un sitio muy interesante
porque en él se registró la explotación de Doedicurus clavicaudatus, una de las
especies más grandes de gliptodontes. Asociados a los restos de este animal se
registraron artefactos líticos muy simples de cuarzo cristalino y de cuarcita, que
fueron empleados probablemente para despostar a la presa. Los análisis
preliminares que se han desarrollado en el sitio Campo Laborde (Figura 41),
sugieren que representaría un lugar de caza y desposte de un megaterio
(Megatherium americanum) a orillas de un pantano. En el sitio se halló una gran
cantidad de restos óseos en buen estado de preservación junto con algunos
artefactos fracturados de cuarcita. Uno de ellos podría ser el pedúnculo de una
punta de proyectil lanceolada de un tipo muy poco común en momentos
tempranos. Campo Laborde y La Moderna fueron interpretados como sitios de
cacería y despostamiento a orillas de antiguos pantanos de los últimos grandes
mamíferos que sobrevivieron en la región pampeana hasta bien entrado el
Holoceno (Politis y Messineo, en prensa).
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Figura 41. Vista de la excavación del sitio Campo Laborde (foto Gustavo Politis).
Las localidades arqueológicas cerro La China y El Sombrero, constituidas
por varios aleros y sitios a cielo abierto ubicados en las Sierras de Lobería,
albergan numerosas evidencias de la ocupación temprana de la región pampeana.
En el cerro La China se identificaron tres sitios que representan distintos
momentos de ocupación humana, desde el Pleistoceno final hasta el Holoceno
tardío. Las dataciones más antiguas rondan los 10.800 años 14C AP y, en los tres,
los restos se ubican en un perfil estratigráfico similar. Los conjuntos arqueológicos son casi exclusivamente líticos y fueron confeccionados principalmente
sobre cuarcitas procedentes de las sierras de Tandilla, aunque de distintos afloramientos: unos muy cercanos a los sitios (de la Formación Balcarce) y otros
alejados algunas decenas de km (de la Formación Sierras Bayas). Muchos de los
artefactos son bifaciales (es decir, tallado en ambas caras) y uno de los instrumentos más típicos son las puntas de proyectil del tipo “cola de pescado”
(Figura 42). Este tipo de punta ha sido hallado en varios sitios del Cono Sur
americano y tiene una antigüedad muy acotada de entre 10.000 y 11.000 años 14C
AP. En estos sitios no se han preservado los huesos, pero se halló asociada una
placa de Eutatus seguini (un armadillo extinguido de gran tamaño).
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Figura 42. Puntas cola de pescado de los sitios cerro El Sombrero y cerro La China.
Las tres piezas de la columna de la derecha son los pedúnculos de las puntas
fracturadas (foto cortesía Nora Flegenheimer).
A pocos kilómetros de cerro La China se hallaron otros dos sitios ubicados
en un lugar que se distingue claramente en el paisaje pampeano: el cerro El
Sombrero (Figura 43). En la cima de este cerro se recuperaron cientos de artefactos
líticos bien terminados, incluyendo varios pedúnculos de puntas del tipo “cola
de pescado” y algunas pocas puntas enteras. En un pequeño abrigo en la ladera
del cerro se hallaron también materiales similares junto con fragmentos de carbón
datados entre 10.200 y 10.800 años 14C AP. Estas evidencias llevaron a
Flegenheimer a proponer que el cerro El Sombrero habría sido ocupado en el
mismo tiempo que el cerro La China y que los cinco sitios de ambas localidades
pertenecerían a las mismas poblaciones indígenas. La cima del cerro habría
funcionado como un lugar donde se repararon proyectiles, reemplazando las
puntas fracturadas por otras nuevas (lo que explicaría la cantidad de pedúnculos
rotos hallados). Por otro lado, la extraordinaria visibilidad lograda desde la cima
pudo constituir un atractivo particular ya que desde allí pudieron detectarse las
presas de caza y, eventualmente, la presencia de otros indígenas.
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Figura 43. Cerro El Sombrero (el más alto a la derecha),
(foto cortesía Nora Flegenheimer).
Estos hallazgos han permitido comenzar a examinar algunos aspectos
novedosos de estos primeros pobladores pampeanos. Por un lado, en la cima
del cerro El Sombrero, la presencia de puntas de proyectil muy pequeñas, de
mala calidad tecnológica y poco eficientes para la cacería, sugiere que los niños
pudieron confeccionarlas durante el proceso de aprendizaje de las actividades
de los adultos. Por otro lado, Flegenheimer y Bayón han planteado que existe
una relación inversa entre la cantidad de cuarcita utilizada en los sitios y la
distancia a los afloramientos de estas materias primas. En las sierras de Tandilla,
las cuarcita blancas son las predominantes (en algunos casos llegan hasta el
80% de los materiales hallados en los sitios más modernos), pero en los sitios
más antiguos las cuarcitas de colores (de calidad similar a la blanca) son las más
representadas aun cuando los afloramientos de estas rocas están más lejos.
Esta relación es difícil de explicar en términos económico-utilitarios porque sería
el producto de los factores sociales, simbólicos o estéticos involucrados en la
selección de las materias primas. Por último, la presencia de rocas exóticas en
estos sitios, como un tipo de arenisca silicificada provenientes del centro-sur de
Uruguay o de Entre Ríos, ha llevado a plantear un sistema de redes sociales de
interacción entre los indígenas que habitaron la llanura pampeana y los “campos”
uruguayos hace más de 10.000 años.
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En el borde oriental del sistema serrano de Tandilia, Diana Mazzanti ha detectado también rastros muy interesantes de los primeros pobladores de la región. En la cueva Tixi (Figura 44), en la Sierra de la Vigilancia, se recuperaron
evidencias correspondientes, probablemente, a las mismas poblaciones que
ocuparon los cerros La China y El Sombrero. En el nivel arqueológico más
profundo del sitio se hallaron restos de fogones, artefactos líticos variados y
restos de mamíferos, ofidios, aves y peces. Aunque el guanaco y el venado de
las pampas fueron los animales más explotados, la dieta de estos aborígenes
incluyó también fauna más pequeña como vizcachas, armadillos (incluso el armadillo extinto Eutatus seguini) y coypo. Los artefactos líticos, como en el caso del
cerro El Sombrero, fueron confeccionados con materias primas locales (cuarzo y
cuarcita) y de otros afloramientos un poco más lejanos, dentro del sistema serrano
o de la costa del mar. En el lugar se habrían llevado a cabo todas las etapas de la
confección de los artefactos, desde la talla inicial a partir de un bloque de roca
natural hasta el retoque final para darle la forma deseada. Dos dataciones
radiocarbónicas de fogones arrojaron edades de 10.045 y 10.375 años 14C AP.
Figura 44. Vista de la entrada de la cueva Tixi, en el sector suroriental del sistema de
Tandilia (foto cortesía Diana Mazzanti).
En el abrigo Los Pinos, ubicado a sólo 5 kilómetros de la cueva Tixi, Mazzanti
halló seis fogones, una amplia variedad de instrumentos líticos y una punta de
proyectil del tipo “cola de pescado”. En este abrigo se obtuvieron dataciones
radiocarbónicas de ca. 10.500 años 14C AP. En la cueva Burucuyá y en el sitio La
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Amalia se hallaron fogones y artefactos similares. Todos estos abrigos fueron
datados entre 10.000 y 10.500 años 14C AP.
Mazzanti propone que todos estos sitios serían parte de un sistema de
campamentos indígenas en el borde oriental del sistema serrano de Tandilla,
caracterizado por usos diferentes de reparos rocosos. Tanto cueva Tixi como
abrigo Los Pinos y Amalia fueron ocupados recurrentemente a lo largo del
tiempo, mientras que las cuevas Burucuyá, La Brava y otros aleros como El
Limón, del Diez y El Mirador, corresponderían a ocupaciones efímeras de la
transición Pleistoceno-Holoceno. Los estudios de procedencia de materias
primas líticas provenientes de los niveles arqueológicos de cueva Tixi y del
abrigo Los Pinos indican que algunas rocas habrían sido obtenidas en áreas
alejadas, como por ejemplo el sistema serrano de Ventania, unos 300 km al
oeste. Como en el cerro el Sombrero, esto sugiere un alto dinamismo en la
movilidad de los indígenas pampeanos.
En el área Interserrana se han detectado pocos sitios con evidencias de
ocupaciones correspondientes a la transición Pleistoceno-Holoceno, pero
muestran un patrón de actividades diferente al de los sitios serranos. A orillas
del Arroyo Seco, un grupo de aficionados a la arqueología, Aldo Elgart, Julio
Mottola y Alfredo Morán, hallaron hace más de 30 años un sitio excepcional
denominado Arroyo Seco 2 (Figura 45). En una lomada baja, ubicada entre el
arroyo y una pequeña laguna, se encuentran superpuestos los restos de varios
campamentos indígenas, producto del uso del lugar en forma redundante, pero
no continua, durante miles de años. Las primeras evidencias de ocupación de
esta lomada están datadas sobre la base de una serie de fechados efectuados
sobre huesos de fauna extinguida y se ubican entre 10.000 y 12.100 años 14C AP.
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Figura 45. Vista de la excavación del sitio Arroyo Seco 2 en la región pampeana
de la Argentina (foto Gustavo Politis).
A pesar de la imposibilidad de identificar ocupaciones discretas (es decir,
claramente separadas entre sí) y de la dificultad para precisar exactamente los
artefactos líticos y los restos de fauna que corresponden a los primeros habitantes del sitio, hay algunas tendencias que parecen bastante claras para el lapso
Pleistoceno final-Holoceno temprano. En principio, el lugar habría funcionado
como un campamento residencial donde se habría llevado a cabo la última parte
de la confección de artefactos líticos, sobre todo sobre cuarcitas del sistema de
Tandilia. La subsistencia estuvo basada en la explotación de guanaco, venado,
ñandú y algunos mamíferos extinguidos tales como caballo americano (Equus e
Hippidion) y megaterio (Megatherium americanum). El área de explotación de
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los recursos consumidos en el sitio incluyó distintas zonas: la llanura, la costa
atlántica y los dos sistemas serranos más cercanos: Tandilia y Ventania.
Las dataciones más antiguas de Arroyo Seco 2 han sido problemáticas
porque los primeros resultados sobre huesos de fauna pleistocénica dieron
edades discordantes que iban de 12.240 a 7.320 años 14C AP. Sin embargo, nuevos
fechados permitieron definir mejor el rango cronológico de estas primeras
ocupaciones humanas. A partir de ellos se concluyó que la fauna extinta del sitio
Arroyo Seco 2 proviene de al menos cinco especies diferentes (megaterio,
glosoterio, toxodonte y los caballos americanos), y que se formó al menos en
tres eventos diferentes. Estos incluyen la matanza de un megaterio hacia los
12.175 años 14C AP, de un toxodonte hacia los 11.750 años 14C AP y de un caballo
americano hacia los 11.200 años 14C AP. Estos tres eventos estarían representando las primeras ocupaciones humanas del sitio y las más antiguas de la región.
En Paso Otero 5, sobre la margen derecha del río Quequén Grande, Gustavo
Martínez y María Gutierrez hallaron un sitio con huesos de guanaco y de varias
especies pleistocénicas –muchos de ellos quemados– asociados con artefactos
líticos (entre ellos dos fragmentos de puntas “cola de pescado”) y desechos de
la talla de cuarcita y sílice (Figura 46). Entre los restos óseos de especies extintas
es significativa la abundancia y la variedad (megaterio, caballo americano,
toxodonte, glosoterio, gliptodonte y un camélido extinguido). Se ha sugerido
que el sitio habría funcionado como un campamento de caza donde se carnearon
algunos grandes mamíferos obtenidos en las cercanías y, eventualmente, se
usaron sus huesos como combustible para el fogón. Dos dataciones obtenidas
sobre huesos quemados de especies pleistocénica dieron edades levemente
superiores a 10.000 años 14C AP.
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Figura 46. Trabajos de excavación en el sitio Paso Otero 5
(foto cortesía Gustavo Martínez).
5.2 Las planicies del Uruguay
Las investigaciones arqueológicas de la transición Pleistoceno-Holoceno
del Uruguay se encuentran aún en las etapas iniciales, aunque en los últimos
años se incrementó significativamente la generación de datos nuevos. Según
Suárez y López (2003) las evidencias arqueológicas sugieren dos períodos para
la ocupación antigua de las llanuras uruguayas: uno más temprano, entre 11.000
y 10.000 años 14C AP, y otro más tardío, entre 9.900 y 9.100 años 14C AP. Los sitios
arqueológicos conocidos son a cielo abierto y se hallan situados en tres áreas
principales: el área del Río Uruguay-Cuareim, la cuenca media del río Negro y la
costa atlántica.
El primer período se halla representado en la cuenca media del río Uruguay.
La fecha más antigua registrada proviene del sitio arqueológico Y58 situado al
sudoeste de la localidad Isla de Arriba. Allí se recuperaron tres conjuntos de
desechos de talla de calcedonia y jaspe. Por debajo de uno de estos conjuntos
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se halló un fragmento de carbón del cual se obtuvo un fechado de 11.200 años
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C AP. Este fechado es sólo tentativo porque los materiales líticos no se hallaban directamente asociados con el carbón y, por lo tanto, el contexto arqueológico sería más moderno. Otro de los sitios tempranos es el sitio K87 ubicado en
la margen izquierda del río Uruguay, en la localidad arqueológica Arroyo del
Tigre. Los materiales hallados en el nivel inferior de este sitio incluyen un instrumento de molienda, pequeñas lascas y un fragmento de bifaz sobre calcedonia.
Una muestra de carbón asociada con este contexto fue fechada en ca. 10.000
años 14C AP (Hilbert 1991). Por último, el sitio DO3 (localidad Capilca) se encuentra ubicado en la margen izquierda del río Uruguay, en proximidades de la desembocadura del Arroyo Itacumbú. En la ocupación más antigua se hallaron lascas,
núcleos, raspadores, raederas e instrumentos bifaciales sobre lascas en
calcedonias y areniscas silicificadas. Por debajo de este nivel lítico se obtuvo
una fecha sobre madera de 9.320 años 14C AP, la cual también debe ser tomada
con precaución porque no correspondería al contexto cultural.
En la cuenca del río Cuareim se encuentra la localidad arqueológica Pay Paso
(límite entre Uruguay, Argentina y Brasil) en la que se hallaron tres sitios interesantes.
Uno, Pay Paso 1, se ubica sobre un albardón y fue investigado en la década del
ochenta por Antonio Austral y excavado recientemente por Rafael Suárez. En el
nivel arqueológico inferior se recuperó una punta de proyectil bifacial de arenisca
silicificada y algunos instrumentos bifaciales y unifaciales. También se identificó un
fogón en cubeta que contenía fragmentos de carbón vegetal, cenizas y una placa de
caparazón de gliptodonte. Este sitio fue interpretado como un campamento a cielo
abierto reocupado en reiteradas ocasiones y por períodos breves. Una de las
principales actividades realizadas por sus ocupantes fue la talla de instrumentos
líticos. Cuatro fechados sobre carbón fueron obtenidos de este sitio ubicando la
ocupación entre los 9.900 y 8.570 años 14C AP. Los otros dos sitios, Pay Paso 2 y 3,
se encuentran a 450 m y a 7 km del anterior, respectivamente, y presentan estratigrafías
muy similares. El primero aparece sobre una terraza fluvial del río Cuareim y el segundo
sobre un albardón. En el sitio 3 se observa un nivel arqueológico con siete fogones
en cubeta, asociados con grandes lascas, láminas e instrumentos unifaciales. Hasta
el momento ninguno de estos sitios ha sido excavado.
En la cuenca media del río Negro, ubicada en el área central de Uruguay se
hallaron 56 puntas del tipo “cola de pescado” en sitios arqueológicos
superficiales (Figura 47). Este tipo de registro sugiere que la cuenca se encontraba habitada por cazadores recolectores en la transición entre el Pleistoceno y el
Holoceno. Sin embargo, aún no se han efectuado excavaciones sistemáticas en
sitios tempranos que permitan conocer mejor el contexto y cronología precisa de
a estas puntas.
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Figura 47. Puntas de proyectil procedentes del centro de Uruguay
(tomada de Suárez y López Mazz, 2003).
El último sector con evidencias de ocupaciones antiguas en Uruguay es el
litoral atlántico. La mayoría de los hallazgos efectuados en este sector corresponde también a recolecciones superficiales de puntas “cola de pescado”, en
este caso, en las cercanías de Cabo Polonio, Balizas, Buena Vista, río Solís
Grande, etc. Uno de los pocos sitios que ha sido excavado es Cerro de los
Burros (Figura 48), localizado en el sur de las sierras Las Animas. En dicho sitio,
Ugo Meneghin recuperó dos puntas “cola de pescado” del mismo tipo y obtuvo
dos fechados radiocarbónicos coherentes con la distribución cronológica de
este tipo de artefacto: 10.690 y 11.690 años 14C AP.
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Figura 48. Excavaciones en el sitio Urupez (cerro Los Burros)
(tomada de Meneghin, 2005).
5.3 Comentarios sobre el poblamiento de las llanuras
de la Argentina y Uruguay
Cuando miramos el mapa de los sitios más antiguos de la llanura pampeana,
vemos una mayor concentración de hallazgos en el sudeste del sistema serrano
de Tandilia. Más allá de las particularidades de cada uno de estos sitios, todos
comparten rasgos similares como las técnicas de talla empleada para la confección
de instrumentos, la presencia de algunos artefactos específicos como las puntas “cola de pescado”, los porcentajes en el uso de la materia prima lítica (fundamentalmente cuarcitas de grano fino llamadas ortocuarcitas), el patrón de asentamiento y la cronología (básicamente entre 11.000 y 10.000 años 14C AP). Es
probable que los sitios del área Interserrana, tales como Paso Otero 5, Arroyo
Seco 2 y el Guanaco también estén relacionados.
Si se asume que ambos grupos de sitios son, en términos generales,
sincrónicos y productos de las mismas poblaciones (aunque obviamente no
de los mismos individuos), las diferencias entre ellos pueden permitirnos
examinar tres aspectos: el uso del ambiente, la movilidad y la organización
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social. Los sitios de la llanura son a cielo abierto, uno es un campamento
ocupado con cierta redundancia (Arroyo Seco 2) y otro un área de uso de
huesos de megamamíferos como combustible (Paso Otero 5). En estos casos,
la presencia de grandes animales pleistocénicos sugiere algún tipo de estrategia cooperativa de cacería e implica, posiblemente, un número importante
de individuos en las cercanías (las familias de los cazadores, el resto de la
banda). Esto mismo se podría hacer extensivo hasta el Holoceno temprano, a
juzgar por la evidencia de los sitios Campo Laborde y La Moderna. Esta
relación entre estrategias cooperativas y tamaño de la presa ha sido identificada en varios grupos cazadores recolectores del mundo. En los cuatro
sitios, el área ocupada y el espacio disponible eran amplios y los restos
aparecían relativamente dispersos. Por el contrario, los sitios del sector
suroriental de Tandilia están en aleros o cuevas, con espacios restringidos
y, en varios de ellos (por ej., cerro El Sombrero abrigo 1, Cueva Tixi, etc.), la
disponibilidad de lugar habitable era muy limitada. La asociación faunística
en estos últimos sugiere el consumo de especies de mediano tamaño
(guanacos, cérvidos y Eutatus) y pequeñas (roedores), la mayoría de las
cuales podría ser obtenida por individuos solos o con la ayuda de su familia
nuclear. Los sitios serranos podrían ser entonces interpretados como el resultado de la ocupación de pocas personas (una o dos familias nucleares o
una partida de cacería).
Teniendo en cuenta las hipótesis previas, puede proponerse un modelo que
explique las diferencias y semejanzas entre los sitios de Tandilia y los del área
Interserrana, como generados por las mismas poblaciones indígenas en dos
momentos de agregación social diferentes. Arroyo Seco 2 y Paso Otero 5 (y
eventualmente en momentos más tardíos Campo Laborde y La Moderna) podrían
ser el resultado de períodos durante los cuales los grupos familiares co-residían
y realizaban tareas que requerían de la cooperación de miembros de varias familias
(por ejemplo, caza comunal de grandes mamíferos). Los sitios del sudeste de
Tandilia serían el producto de la fisión de estas bandas (periódica o estacional),
en grupos pequeños (de pocos individuos). Estos grupos habrían desarrollado
actividades específicas en el ambiente serrano, entre las cuales la búsqueda de
materias primas rocosas fue seguramente una de las más importantes. Este
proceso de fusión y fisión de bandas es frecuente entre los cazadores
recolectores y refleja un patrón social y una estrategia socio-económica de
explotación del ambiente y ocupación del territorio.
Para el resto de la región pampeana, las únicas evidencias de ocupación
antigua corresponden al Holoceno temprano y proceden del sitio Casa de Piedra
(en el valle del río Colorado), investigado por Carlos Gradín y Ana Aguerre a
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comienzos de la década del ochenta. Sin embargo, debe destacarse que en la
Pampa Seca las investigaciones no han sido tan intensas y en la mayoría de los
casos los hallazgos corresponden a sitios ubicados en el Holoceno medio y
tardío o en momentos históricos.
En consecuencia, se observa que los sitios más antiguos se ubican en los
sistemas serranos o en la llanura interserrana, lo que sugeriría que los primeros
pobladores tuvieron una fuerte dependencia de la materia prima lítica. Algunas
áreas más alejadas de los afloramientos naturales de roca, posiblemente tuvieron
una menor densidad de ocupación. Aun así debe considerarse que, debido a
que no se conoce con precisión como los procesos naturales afectaron la
visibilidad y preservación de los sitios tempranos en los diferentes puntos de la
región pampeana, no debe descartarse un rol importante de esta variable en la
densidad de los sitios en el área.
Como ha sido planteado, los recursos líticos en la región pampeana están
altamente localizados y se han empleado diferentes estrategias para su
aprovisionamiento y manejo. Las rocas preferentemente utilizadas por los
indígenas pampeanos fueron cuarcitas de la Formación Sierras Bayas, distante
aproximadamente entre 30 y 150 km de los sitios en cuestión. Por otro lado, se
han registrado bajos porcentajes de rocas provenientes de fuentes más distantes
aunque disponibles regionalmente (por ej., riolita del sistema serrano de Ventania
y rodados costeros). Recientemente se identificó en los niveles más antiguos de
los sitios de cerro La China y El Sombrero la presencia de areniscas silicificadas
rojizas provenientes de fuentes ubicadas en el sur y centro de Uruguay, en la
llamada Formación Queguay. A partir de esta evidencia Flegenheimer y col.
plantearon que la presencia de rocas exóticas (procedentes de más de 500 km de
distancia) y las similitudes en la tecnología empleada, indicarían la existencia
hacia fines del Pleistoceno de interacciones sociales regulares entre los indígenas
de la región pampeana y los del sur de Uruguay. Aunque ambas áreas están
actualmente separadas por el ancho río de La Plata y su estuario, se debe tener
en cuenta que, en ese momento, era un curso de agua significativamente más
angosto que en la actualidad (Figura 49). A pesar de que el cauce era profundo,
algunos sistemas deltaicos identificados en la antigua línea de costa, podrían
haber favorecido el paso de las primeras poblaciones. Deberán profundizarse
más las investigaciones sobre la movilidad de estos indígenas para determinar si
estas rocas fueron trasportadas directamente por los grupos que las utilizaron o
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si llegaron a la región pampeana por intercambio.
Figura 49. Mapa de la región pampeana con la línea de costa a finales del Pleistoceno
(tomada y modificada de Politis y col., 2004).
Con respecto a la explotación de los animales, para el Pleistoceno finalHoloceno temprano se ha planteado que los grupos cazadores recolectores
emplearon una estrategia generalizada, siendo el guanaco la especie
mayoritariamente explotada. En la mayoría de los trabajos se hizo hincapié en el
rol secundario y/o oportunístico que cumplió la megafauna en la subsistencia
de estos grupos en el Cono Sur y, principalmente, en Pampa y Patagonia. En
trabajos recientes, Martínez y Gutierrez (2004) y Mazzanti y Quintana (2001)
plantean una economía regional generalizada para este período para las áreas
Interserrana y Serrana de Tandilia, sugiriendo que los grupos humanos habrían
explotado un amplio espectro de recursos. Sin embargo, se pueden observar
diferencias importantes en el uso de los recursos faunísticos entre los sitios
ubicados en estas dos áreas. Por un lado, en la zona serrana el único sitio que
presenta evidencias de registros faunísticos es cueva Tixi. En este sitio se ha
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registrado un total de 16 géneros de los cuales nueve presentan evidencias de
haber sido explotados. Todas las especies consumidas son de tamaño mediano
y pequeño, siendo Eutatus seguini (un armadillo) la única fauna extinta
representada. Por otro lado, en el área Interserrana todos los sitios tempranos
presentan restos de fauna extinta en sus contextos. En estos sitios se ha
registrado un total de 34 géneros de los cuales siete presentan evidencias de
explotación: megaterio, las dos especies de caballo americano (Hippidon sp. y
Equus sp), camélido extinguido (Hemiauchenia sp.), una de las especies de
gliptodonte (Doedicurus sp.) y, posiblemente, guanaco y venado de las pampas.
Estas dos últimas especies han sido registradas sólo en Arroyo Seco 2 y, como
se ha expresado, no es posible aún asegurar que efectivamente estén asociadas
con los restos de fauna extinta, sobre todo luego de que dos dataciones sobre
huesos de guanaco dieran edades más jóvenes: 7.340 y 8.390 años 14C AP.
Esta diferencia en la explotación de los recursos faunísticos entre las dos
áreas podría responder principalmente a la disponibilidad de las especies en los
diferentes ambientes, a la funcionalidad de los campamentos (actividades
múltiples vs. específicas) y a las estrategias sociales empleadas por las
poblaciones en la explotación de los recursos (fusión vs. fisión de bandas). Pero,
aun dentro de una economía regional generalizada, en la región pampeana parece
claro que en el área interserrana la megafauna extinta cumplió un rol importante
en la subsistencia de los primeros grupos humanos.
5.4 El poblamiento de la Patagonia
La Patagonia argentino-chilena es uno de los lugares con más evidencias de
los primeros pobladores de América. En esta región, los sitios más antiguos se
concentran en el sector sur, entre el río Deseado y el estrecho de Magallanes,
con excepción del sitio Tres Arroyos que se encuentra en la isla de Tierra del
Fuego. Como se resumirá y discutirá en este apartado, en esta vasta porción
continental se han hallado varios sitios ocupados por seres humanos hace más
de 10.000 años.
La Patagonia tiene una larga tradición en investigaciones arqueológicas
iniciada a finales del siglo XIX. Probablemente, el primer acontecimiento que
capturó la atención de los científicos de la época fue el hallazgo de restos de
cuero y heces fósiles de milodon en supuesta asociación con artefactos
confeccionados por indígenas en la cueva Eberhard o Cueva del Milodon (Figura 50a y b). Se organizaron expediciones, se cavó en la cueva aquí y allá y hasta
se supuso que los milodones aún podían estar vivos en algún lugar remoto de la
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Patagonia. Gracias a las investigaciones de Luis Borrero y su equipo, hoy sabemos que la cueva fue usada recurrentemente como madriguera por milodones
entre 13.500 y 10.500 años 14C AP y que durante ese período no fue ocupada por
indígenas. Si estos hubieran llegado al extremo sur del continente durante ese
lapso, ¡una madriguera de milodones difícilmente haya constituido un lugar muy
atractivo para establecer un campamento! Las primeras ocupaciones indígenas
de la cueva se registran recién 8.000 años 14C AP, dos milenios después de la
extinción de los perezosos gigantes en la región. Los cazadores recolectores
que ocuparon la cueva en ese momento basaban su dieta y la mayor parte de su
economía en el aprovechamiento del guanaco.
Figura 50a. Vista del exterior de la Cueva del Milodon (foto cortesía Luis Borrero).
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Figura 50b. Vistas del interior de la Cueva del Milodon durante tareas de excavación
(fotos cortesía de Luis Borrero).
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En la década del treinta la zona fue visitada por el arqueólogo norteamericano
Junius Bird quien descubrió e hizo excavaciones en dos cuevas que a partir de
entonces se hicieron famosas en la arqueología sudamericana: Cueva Fell (Figura 51) y Pali Aike (Bird 1988). En ambas halló huesos de guanaco, caballo americano y milodon asociados con puntas de proyectil “cola de pescado”, de forma
similar a las que décadas después se hallarían en otros lugares de la Patagonia,
en las llanuras pampeanas y en los valles centrales de Chile. También había
fogones y una variada gama de artefactos líticos, lo que confirmaba que las
cuevas habían sido ocupadas por seres humanos a fines del Pleistoceno. La
importancia crucial de los trabajos de Bird en la zona radica en que pudo probar
que en América del Sur los megamamíferos pleistocénicos efectivamente coexistieron con los primeros seres humanos que llegaron al área y retomar una
hipótesis que había caído en desgracia luego de que Hrdlicka
š demoliera el modelo
de Ameghino. Años después, y ya con las ventajas del método de datación
radiocarbónica, Bird volvió a la Patagonia y extrajo muestras de carbón de ambas
cuevas para obtener de ellas cronologías precisas. Los resultados confirmaron
sus sospechas iniciales: el contexto había sido depositado a finales del
Pleistoceno, entre 10.000 y 11.000 años 14C AP. En años recientes, los estudios
de Luis Borrero y Fabiana Martin indican que algunos de los huesos de caballo
tienen marcas de dientes de félidos, lo que sugiere que su acumulación pudo ser
el producto de la acción de los carnívoros o que los primeros pobladores estuvieron carroñeando las presas cazadas por los grandes felinos patagónicos.
Figura 51. Excavaciones en el sitio Cueva Fell (tomada de Borrero y McEwan, 1997).
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A pesar de que los hallazgos estuvieron pobremente publicados, la secuencia
arqueológica de ambas cuevas se convirtió en una referencia obligada donde
“anclar” otros sitios de Patagonia que estaban aún sin datar. La extrovertida y
carismática personalidad de Junuis Bird, además de su posición profesional
como investigador del National Museum of Natural History de Nueva York,
fueron sin duda algunas de las causas que influyeron en la difusión y aceptación
de sus ideas. Sólo años después y luego de su muerte, John Hyslop pudo reunir
y ordenar la información inédita sobre las investigaciones de Bird en Patagonia
y publicar en 1988 un ameno libro complementado por el diario personal que
llevó en aquellos tiempo Peggy Bird, su esposa.
En la década del cincuenta, el investigador austríaco Oswald Menghin buscó
en Patagonia los últimos restos del derrotero de los cazadores del Paleolítico del
Viejo Mundo con el fin de completar su modelo global sobre la “Edad de la
Piedra”. Su búsqueda lo llevó al Cañadón de Los Toldos, en el norte de la
provincia de Santa Cruz, donde excavó dos cuevas y propuso una secuencia
arqueológica que tenía algunas similitudes con la construida por Bird para Fell y
Pali Aike. Para Menghin, la ocupación temprana de la cueva 3 de Los Toldos
(Figura 52a) podría ser incluso anterior a la de la cueva Fell. En ambos casos se
trataba de cazadores de guanaco, de caballo americano y de milodon, que a
finales de la última glaciación utilizaban las cuevas patagónicas para establecer
sus campamentos. Años después, a principios de la década de los 1970, Augusto Cardich y col. (1973) re-excavaron esta cueva, ampliaron la muestra de artefactos líticos (Figura 52b) y de restos faunísticos y obtuvieron algunos carbones
para su datación. De ellos surgió la famosa fecha de 12.600 años 14C AP que,
como ya hemos dicho, necesita ser confirmada con nuevos análisis para ser
considerada una evidencia firme.
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Figura 52a. Vista de del cañadón donde se observa la entrada de la cueva 3
de Los Toldos (foto cortesía Augusto Cardich).
Figura 52b. Fragmentos de instrumentos líticos procedentes de Los Toldos
(foto cortesía Augusto Cardich).
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En las décadas siguientes, la historia de la investigación de la ocupación
temprana de Patagonia muestra un incremento sin precedentes, tanto en cantidad
de sitios excavados como en proyectos de investigación sostenidos. Es así
como se incorporaron a la discusión nuevos sitios que permiten trazar un
panorama mucho más claro de las primeras poblaciones humanas en la región:
Cueva del Medio, Cueva Lago Sofía 1, Tres Arroyos, Cueva Casa del Minero,
Cerro Tres Tetas, Piedra Museo y El Trébol (entre muchos otros). Estos sitios
comparten, en su mayoría, algunas características que sugieren que fueron
generados por poblaciones emparentadas. Estos rasgos comunes son: 1) se
encuentran en el interior de cuevas o pequeños aleros donde los grupos establecían sus campamentos; 2) el rango cronológico de las ocupaciones más antiguas va de aproximadamente 11.500 a 10.000 años 14C AP; 3) tienen artefactos
líticos similares producidos con la misma tecnología, que incluye en algunos
sitios las puntas del tipo “cola de pescado” y la talla bifacial; 4) en ellos se
utilizaron las mismas rocas: sílices y calcedonias locales de muy buena calidad
para confeccionar instrumentos; 5) basan su subsistencia, al menos en lo referente a la contribución animal en la dieta, en el consumo de camélidos (principalmente guanaco) y en segundo lugar milodon y caballo americano.
Sin embargo, algunos de estos sitios tienen características particulares que
permiten conocer mejor la forma de vida de los primeros pobladores. Las
investigaciones de Laura Miotti y Mónica Salemme en uno de los aleros de
Piedra Museo (Figura 53), en la cuenca del río Deseado, han recuperado artefactos,
restos de animales y fogones en la Unidad 6, datada entre 10.390 y 11.000 años
14
C AP. Como ya se ha expresado la datación de 12.890 años 14C AP procedente
de esta unidad no ha sido replicada en sucesivas dataciones y, por el momento,
debe ser dejada de lado. Este nivel ha sido interpretado por Miotti y Salemme
como el lugar de carneo de animales probablemente cazados en las orillas de un
lago cercano inexistente en el paisaje actual. Es interesante la variedad de animales que se habrían explotado para este momento: caballo americano (Hippidon
saldiasi), milodon, guanaco y los dos géneros de ñandú (Rhea y Pterocnemia).
También se recuperaron restos de un camélido pequeño (Lama gracilis), del
tamaño de una vicuña, que actualmente no existe en la Patagonia. Los artefactos
usados para procesar las presas fueron cuchillos (algunos bifaciales) y lascas
cortantes, todos confeccionados en sílices y calcedonias de muy buena calidad.
Se halló también un fragmento de punta de proyectil “cola de pescado” pero en
un nivel superior, un poco más moderno.
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Figura 53. Vista del Alero de Piedra Museo (foto cortesía Laura Miotti).
En dos cuevas cercanas, Cueva Casa del Minero (Figura 54) y Cerro Tres
Tetas, Rafael Paunero identificó ocupaciones también muy antiguas, ubicadas
entre 11.500 y 11.000 años 14C AP (véase una vista panorámica del paisaje
patagónico en la Figura 55). La primera de estas cuevas es muy interesante
porque una caída de rocas del techo habría “sellado” un estrato en donde se
hallaron varios fogones muy bien representados, algunos artefactos líticos (un
cuchillo y una readera) de sílices de muy buena calidad, algunos artefactos de
hueso y cientos de desechos de talla. También había restos de comida que
incluían huesos de guanaco, ñandú y de los dos camélidos extintos
(Hemiauchenia lama y Lama gracilis). Dos dataciones provenientes de carbón
de los fogones dieron 10.967 y 10.999 años 14C AP. En el segundo sitio también
se registró una importante variedad de artefactos confeccionados sobre diferentes
rocas silíceas y fogones que fueron datados entre 10.260 y 11.560 años 14C AP.
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Figura 54. Sitio Cueva Casa del Minero (foto cortesía Rafael Paunero).
Figura 55. Vista del Cañadón de la Mina (foto cortesía Rafael Paunero).
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Más al sur, además de las famosas cuevas de Fell y Pali Aike, los hallazgos de
Cueva del Medio y Cueva Lago Sofía permiten completar un panorama similar al
de la Cuenca del Deseado. Las investigaciones de Hugo Nami en Cueva del
Medio, muy cerca de la cueva del Milodon, sugieren que por lo menos durante
algunos períodos, o en algunas zonas del extremo sur, el caballo americano
(Hippidion) y el milodon fueron presas de caza frecuente y que, probablemente,
las puntas “cola de pescado” hayan sido una de las armas utilizadas para su
captura. En la cueva Lago Sofía (Figura 56), un pequeño abrigo en el Seno Última
Esperanza, en Chile, Alfredo Prieto halló fogones asociados con huesos quemados de caballo americano, milodon y guanaco y con varios raspadores y raederas.
Una sola datación de este nivel cultural arrojó una edad de 11.570 años 14C AP.
Figura 56. Sitio Cueva Lago Sofía (tomada de Borrero y McEwan, 1997).
Por otro lado, el sitio de Tres Arroyo (Figuras 57 y 58) muestra que la isla de
Tierra el Fuego fue ocupada sincrónicamente con el resto de la región, situación
esperable porque durante ese momento la isla estaba unida al continente ya que
aún no se habría formado el Estrecho de Magallanes. Este sitio es un pequeño
alero ubicado en el istmo de la Bahía Inútil y Bahía San Sebastián. Allí Mauricio
Massone también halló restos de guanaco, caballo americano y milodon
asociados a restos de artefactos líticos, incluido un posible fragmento de “punta
cola de pescado”.
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Figura 57. Vista de la cueva Tres Arroyos en el sector chileno de la isla de Tierra
del Fuego (foto cortesía Mauricio Massone).
Figura 58. Vista de la planta de excavación del sitio Tres Arroyos
(fotos cortesía Mauricio Massone).
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Lo que están sugiriendo estos sitios antiguos de la Meseta del Deseado y
del extremo sur del continente (incluyendo la isla de Tierra del Fuego) es que las
primeras ocupaciones humanas se habrían establecido entre 11.500 y 11.000
años 14C AP. Posiblemente las poblaciones involucradas estaban colonizando
una nueva región y utilizando las cuevas para establecer sus campamentos
residenciales y sus estaciones de cacería. Estos grupos humanos poseían una
tecnología que incluía la talla bifacial sobre materias primas de muy buena calidad,
pero aparentemente en este momento inicial de ocupación aún no utilizaban
puntas de proyectil “cola de pescado”. Estas puntas comienzan a ser usadas en
la región unos pocos cientos de años después, entre 11.000 y 10.500 años 14C
AP. Los animales explotados por excelencia fueron tres: guanaco, las dos especies
de caballo americano y milodon. Estos habían variado en importancia según el
sitio y el momento de ocupación pero, sin duda, representaban la base de la
subsistencia. Los primeros pobladores también cazaron dos especies de camélidos
extinguidos: Hemiaucahenia lama y Lama gracilis. La presencia recurrente en
estos sitios de restos de dos grandes carnívoros extinguidos: un felino (Pantera onca mesembrina) y un cánido (Canis [Dusicyon] avus) sugiere que los
seres humanos no eran los únicos predadores de los herbívoros patagónicos.
Por último, en el extremo norte de la Patagonia argentina, la mayor parte de los
sitios tempranos (Cueva Epuyán Grande, Cueva Traful 1 y Cuyín Manzano) son
algo más tardíos que en el sur y no presentan fauna pleistocénica. La única
excepción la constituye el sitio el Trébol, ubicado en una cueva localizada en un
ambiente boscoso-lacustre cercano a la ciudad de San Carlos de Bariloche (provincia de Río Negro). Aquí, el arqueólogo Adam Hajduk y su equipo (2004) han
registrado recientemente restos de un campamento de entre 10.000 y 10.500
años 14C AP con evidencias de explotación de milodon.
5.5 El Noroeste y las Sierras Centrales
En el Noroeste argentino se estudiaron varias cuevas en las tierras altas de
la Puna y en las quebradas que la surcan. Estos estudios indican que la región
fue ocupada a fines del Pleistoceno, alrededor de los 10.800 años 14C AP. Como
lo ha resumido Carlos Aschero (2000), las principales evidencias proceden de
tres cuevas que, debido a la sequedad del ambiente, presentan excelentes
condiciones para la preservación de los materiales arqueológicos: Inca Cueva 4,
Cueva III de Huachichocana y Alero de las Circunferencias. En la Cueva III de
Huachichocana, los ocupantes más antiguos enterraron los huesos de un joven
que habría muerto en otro lugar algún tiempo antes. La práctica de enterrar a una
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persona y, luego de la descomposición total o parcial de los tejidos blandos,
exhumarla para enterrarla nuevamente en otro sitio, se conoce en arqueología
como entierro secundario. En cuanto a Inca Cueva 4 (Figuras 59a y b), Aschero
cree que constituía uno de los puntos preestablecido dentro de un circuito de
nomadismo estacional, de retorno programado y que el área de habitación fue
ocupada reiteradamente entre fines del Pleistoceno y principios del Holoceno.
La preservación de fibras vegetales y animales, la presencia de plantas recogidas
en floración y la asociación faunística, permiten concluir que se trataba de un
campamento habitado a fines de la primavera y en el verano, período en el cual
sus ocupantes cazaban y consumían vizcachas de la sierra (Lagidium sp.), otros
roedores y, en menor medida, guanacos y huemules del norte (Aschero 2000).
Figura 59a. Vista del sitio Inca Cueva 4 (foto cortesía Carlos Aschero).
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Figura 59b. Materiales arqueológicos recuperados de la capa 2 (9.200-9.900 años
AP) en el sitio Inca Cueva 4 (foto cortesía Carlos Aschero). De izquierda a derecha:
cordeles de lana de camélidos, fragmento de cuarcita con pintura roja, artefacto de
cuarcita con las caras pulidas (arriba); torzal de cuero (centro); bollón de pelo de
huemul y dos fragmentos de piel de camélidos (abajo).
En ninguno de estos tres sitios se halló fauna pleistocénica, que probablemente se había extinguido poco tiempo antes de 10.000 años 14C AP. En efecto,
son muy interesantes los recientes descubrimientos de Jorge Martínez y un
grupo de colaboradores quienes hallaron restos de bosta de caballo americano
y megaterio en las cuevas Cacao y Peña de las Trampas en la zona de Antofagasta
de la Sierra, de las cuales se obtuvieron fechas de 13.350 y 12.510 años 14C AP. En
ambas cuevas las evidencias de ocupación humana aparecen unos milenios más
tarde, alrededor de 10.000 años 14C AP.
Del otro lado de la cordillera, en el Norte de Chile, las evidencias son similares.
En esta región, después de 11.000 años 14C AP, las condiciones de humedad
aumentaron en las tierras altas, lo que pudo haber incidido en su poblamiento.
En las serranía de Tuina, en la Puna de Atacama, se hallaron varios aleros en
quebradas ubicadas entre 2.800 y 3.600 m.s.n.m, con restos arqueológicos datados
entre 10.300 y 10.800 años 14C AP. Estos restos son básicamente hueso de fauna
andina moderna (camélidos) asociados con artefactos líticos entre los que se
destacan las puntas de proyectil de forma triangular. Según el arqueólogo Lautaro
Núñez, estos sitios habrían sido estaciones integradas en circuitos trashumantes
entre los oasis del pie de Puna, las quebradas intermedias y la alta Puna; aunque
las dataciones para los sitios del pie y de la alta Puna indican ocupaciones
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humanas un poco más tardías (aproximadamente 9.000 años 14C AP). De gran
interés es el hallazgo de Lautaro Núñez en el Salar de Punta Negra, en el extremo
meridional de la Puna de Atacama, donde recuperó puntas triangulares asociadas
a otras del tipo “cola de pescado” y triangulares con pedúnculo similar a las de
los sitio Paiján de Perú. Si estas puntas hubieran sido sincrónicas, podemos
imaginar un escenario regional antiguo muy dinámico, probablemente con una
alta circulación de gente, de artefactos y de ideas.
Las Sierras Centrales son un cordón de sierras bajas que se ubican en el
centro de la Argentina (provincias de Córdoba y San Luis). Allí, Alberto Rex
González llevó a cabo su trabajo pionero en la gruta de Intihuasi, donde registró
una secuencia de ocupación humana iniciada en el Holoceno temprano, aproximadamente 8.000 años 14C AP. En este lugar identificó restos de cazadores
recolectores cuyas principales presas eran el guanaco y los cérvidos y que
empleaban un tipo de punta de proyectil lanceolada y sin pedúnculo denominada Ayamapitín. A pesar del temprano interés por los estudios de las poblaciones
tempranas en estas sierras, hay muy pocos sitios que se remonten al Pleistoceno
final. Uno de los candidatos más firmes es la cueva El Alto 3, recientemente
estudiada por Diego Rivero y Eduardo Berberián. Allí se recuperaron evidencias
de las primeras poblaciones, conformadas por un instrumento de ópalo, algunos
núcleos de cuarzo y varios centenares de desechos de talla del mismo material.
En este contexto no se han hallado puntas de proyectil ni restos de hueso y,
debido a que estos últimos están ausentes en toda la secuencia, es probable que
hayan sido afectados por problemas de preservación. Las dos dataciones de
este nivel dieron edades de 11.040 y 9.790 años 14C AP.
En suma, las evidencias aquí resumidas indican que la ocupación de las
tierras altas del Noroeste argentino y Norte de Chile y de las Sierras Centrales de
la Argentina se produjo alrededor de 11.000 años 14C AP. Es probable que en el
caso del área Andina estas primeras ocupaciones hayan sido estacionales, o
sea, que la gente subía a las tierras altas en momentos específicos del año a cazar
vizcachas, guanacos y huemules, pero que, probablemente, pasaba gran parte
del año en tierras más bajas. Estas ocupaciones estarían imbricadas en circuitos
de nomadismo que incluirían áreas distintas y que se habrían establecido sobre
la base de la fluida circulación de bienes y de personas. Dentro de estos circuitos,
algunos lugares como el caso de Inca Cueva 4 habrían sido ocupados recurrente
y periódicamente.
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5.6 Los valles centrales de Chile
En el norte semiárido de Chile, cerca de la localidad de Los Vilos, se hallaron
varios sitios interesantes en una quebrada conocida por la abundancia de restos
de fauna pleistocénica. En la década del setenta, Julio Montané hizo las primeras
excavaciones en el sitio de Quereo, retomadas y profundizadas años después
por Lautaro Núñez. Allí se recuperaron abundantes restos de fauna extinta asociados con algunos artefactos líticos con escaso trabajo de manufactura, posiblemente acumulados como resultado de dos eventos de caza y despostamiento.
Teniendo en cuenta las características topográficas del terreno (un área de abrevadero con laderas empinadas) y la ausencia de puntas de proyectil en el conjunto, los investigadores plantearon un modo particular de cacería. Según ellos,
los animales fueron asechados en los sectores altos de las quebradas contiguas
a los bebederos y atacados con grandes bloques de roca arrojados desde allí. El
primer evento está datado en aproximadamente 11.600 años 14C AP e involucra a
mastodontes (Cuvieronius sp.), caballo (Equus sp.) cérvido extinto (Antifer
niemeyeri), milodon (Mylodon sp.) y camélidos (Palaeolama sp. y Lama sp.).
En el segundo episodio de caza predominan los caballos americanos y su cronología es cercana a los 11.000 años 14C AP. Sin embargo, las evidencias para el
primero de estos eventos no son aún conclusivas y la estrategia de cacería
imaginada es difícil de probar con la información disponible. Por ahora debemos
considerarla como una posibilidad que debe ser contrastada.
A pocos km de la Quebrada de Quereo, en la Quebrada del Membrillo, Donald
Jackson y César Méndez descubrieron cuatro conjuntos arqueológicos de interés
para la discusión del poblamiento temprano del área. Los materiales quedaron
parcialmente expuestos en la superficie del terreno luego de que la capa de sedimento
que los cubría fuera eliminada por deflación. La excavación de dos de estos conjuntos
expuso un contexto similar al recuperado en Quereo, constituido por restos de
milodon en asociación con grandes bloques de roca. La única posible evidencia de
participación humana es el hallazgo de un hueso de milodon con posibles marcas de
corte, generadas por un instrumento de filo. El fechado radiocarbónico obtenido de
este conjunto sugiere una edad de 13.500 años 14C AP. Las concentraciones óseas
también incluyen huesos de caballo y camélido extinto asociados con numerosas
lascas, algunas de las cuales fueron ensambladas hasta formar el núcleo original del
que se extrajeron. Para Jackson estos sitios representan dos eventos diacrónicos de
caza y despostamiento, uno más temprano que involucró a Mylodon y otro posterior
que incluyó a Palaeolama y Equus. Estos eventos habrían sido relativamente
sincrónicos con los de Quereo y ambos testimonian técnicas de caza utilizadas
estratégicamente en sectores específicos del paisaje.
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En las cercanías de este sitio, otro yacimiento, Las Monedas, muestra una
situación similar a la observada en los dos niveles de Quereo y de El Membrillo.
En el sitio se registraron restos de caballo nativo, Palaeolama y Mylodon en
aparente asociación a restos líticos confeccionados sobre rocas locales. Los
intentos de dataciones de estos niveles han fracasado por la falta de colágeno
en los huesos. El contexto de hallazgo de los restos probablemente corresponda
a su redepositación desde un lugar cercano (Méndez y col., 2005/06).
Las evidencias más claras para estos primeros pobladores provienen del
sitio Santa Julia, 9 km al norte de Quereo, donde Jackson y Méndez descubrieron
un pequeño campamento residencial de actividades múltiples con evidencias de
consumo de un caballo americano y de la manufactura de artefactos líticos. Los
tipos de roca utilizados son tanto locales como foráneos y se debe destacar que
el cristal de roca usado en la confección de puntas de proyectil provendría de al
menos 30 km de distancia. El contexto recuperado indica una ocupación de corta
duración donde, en torno a un fogón, los cazadores recolectores antiguos
desarrollaron sus actividades cotidianas, tales como la elaboración de instrumentos líticos, el reactivado de sus filos, el despostamiento de presas y otras
labores de procesamiento. Cuatro dataciones radiocarbónicas indican que las
actividades fueron llevadas a cabo en un único evento ocurrido alrededor de
11.000 años 14C AP.
Más al sur, en los valles templados de Chile, son conocidos los ricos
yacimientos de Tagua-Tagua, una laguna cuya disecación a fines del siglo XIX
expuso abundantes restos de fauna pleistocénica. A fines de la década del sesenta,
Julio Montané excavó el primer sitio arqueológico antiguo del lugar: TT1. Este
sitio y otro muy cercano (TT2) fueron trabajados más recientemente por el equipo
dirigido por Lautaro Nuñez (Figura 60). Ambos sitios fueron interpretados como
lugares independientes de matanza y faenamiento de megamamíferos. Aunque
más del 90% de los restos de fauna corresponde a mastodonte (Stegomastodon),
también hay evidencias de explotación de otros animales tales como un cérvido
extinto y caballo americano (Equus sp.). Dentro de los mastodontes abundan
los sub-adultos, lo que estaría indicando que se prefirieron las presas jóvenes.
Los artefactos descartados en el sitio son escasos (50 en TT1 y 79 en TT2) pero
la diversidad en el tipo de rocas seleccionadas (obsidiana, cristal de roca, rocas
basálticas y sílices) y la lejana procedencia de las materias primas apoyan la idea
de una tecnología conservada de artefactos. Este tipo de tecnología se observa
generalmente cuando, debido a la escasez de rocas locales aptas para la manufactura de instrumentos, los individuos llevan consigo instrumentos
multifuncionales que conservan largo tiempo. Estos instrumentos son generalmente de rocas de muy buena calidad. En TT2 Núñez y su equipo hallaron tres
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puntas “cola de pescado” asociadas a los huesos de mastodonte y una pieza
excepcional que recuerda a las puntas acanaladas norteamericanas, un intermediario
(lo que se usa entre el astil y la punta lítica) de marfil confeccionado con la defensa
de un mastodonte neonato y decorado con incisiones de motivos geométricos
repetitivos. Ambos contextos han sido fechados con tres dataciones cada uno: TT1
va de 11.400 a 11.000 años 14C AP y TT2 de 10.200 a 9.700 años 14C AP.
Figura 60. Excavaciones en el sitio Tagua-Tagua 2; véase en primer plano una pelvis
de mastodonte (foto cortesía Lautaro Núñez).
Como lo señalan Jackson, Méndez y De Souza (2004) en una revisión sobre
el poblamiento del Centro Norte chileno, los conjuntos arqueológicos más difíciles
de evaluar son los componentes más antiguos de Quereo y El Membrillo. En
ambos sitios se han planteado algunos problemas con las dataciones y con la
evidencia cultural, que para algunos investigadores no tiene una “firma” humana
tan clara. Serán necesarias entonces nuevas excavaciones y mayor número de
dataciones para poder evaluar más correctamente estas evidencias que hoy se
presentan como probables ocupaciones de corta duración. Como lo han planteado
los mismos autores, tal vez podría no tratarse de eventos de caza, sino de actividades
de carroñeo sobre animales recién muertos o moribundos. Las evidencias
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arqueológicas más tardías de ambos sitios también representarían ocupaciones
efímeras, pero en ellas la intervención humana se ve con más claridad. En estos
niveles hay marcas de corte y despostamiento en huesos de mastodonte, caballo
y paleolama. Todo ello muestra una fauna que, con excepción del caballo, era
diferente a la que se cazaba en el mismo momento del otro lado de la cordillera.
En cuanto a la tecnología, cabe destacar que las puntas “cola de pescado” están
presentes también en el centro de Chile, en el Norte Árido e incluso en la costa del
Perú, lo que indica una amplia dispersión de este tipo particular de instrumento.
Resulta difícil comprender una dispersión geográfica de tal magnitud sin apelar a un
sistema de circulación a larga distancia de personas, bienes o ideas.
Por último, los recientes datos del pequeño abrigo de Marifilo 1 en los bosques
templados del centro sur de Chile muestran que unos 10.190 años 14C AP esta
zona ya estaba ocupada por cazadores recolectores que cazaban al pequeño
ciervo pudú (Pudu pudu), al zorro gris (Pseudalopex griseus) y consumían
Diplodon chilensis (un tipo de almeja de agua dulce). Si esto se suma a la
evidencia de Monte Verde presentada con anterioridad, puede imaginarse un
escenario de gran variabilidad adaptativa de los cazadores recolectores de fines
del Pleistoceno en el sur de Chile.
5.7 Algunas reflexiones sobre el Cono Sur
Las evidencias resumidas previamente indican que las llanuras de la Argentina
y Uruguay fueron inicialmente pobladas por seres humanos ca. 12.100 años 14C
AP, casi simultáneamente con los valles del centro-sur de Chile. La Patagonia
fue ocupándose durante el milenio posterior, quizás como una consecuencia
lógica de la expansión gradual de las poblaciones humanas hacia el sector más
meridional del continente. En las Sierras Centrales, la ocupación parece ser sincrónica con la de Patagonia, aunque la menor intensidad de las investigaciones
en esta región no permite identificar un patrón cultural.
Estos datos no apoyan el modelo de poblamiento americano “Clovis-primero”.
Como se ha demostrado, al mismo tiempo que los cazadores recolectores Clovis
se extendían por las planicies norteamericanas, las llanuras pampeanas, los valles
chilenos y el extremo sur del continente ya estaban habitados. Esto no implica,
sin embargo, sostener una ocupación humana muchos milenios más temprana
dado que, como también se ha discutido, no hay evidencias sólidas de presencia indígena en el Cono Sur antes de 12.500 14C AP.
En términos de subsistencia, los cazadores recolectores de la Pampa y la
Patagonia basaron parte de su dieta en el consumo de los mamíferos terrestres,
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siguiendo una economía generalizada. Sin embargo, es posible establecer algunas
diferencias de una región a otra. Mientras en el sur de Patagonia el guanaco
parece haber sido la presa principal (exceptuando el registro de Cueva del Medio),
los otros camélidos extinguidos, los caballos americanos y los milodones habrían
sido recursos secundarios, en el área interserrana de la región pampeana los
mamíferos pleistocénicos parecen haber constituido, en algunos momentos,
presas importantes. Aún no se ha podido abordar con datos confiables el aporte
de las especies vegetales a la dieta, ni tampoco se conoce la posible contribución
de los recursos marinos. En relación con esto último se debe recordar que los
sitios arqueológicos costeros de los primeros pobladores están actualmente
bajo el agua o fueron destruidos por el ascenso del nivel del mar luego de la
finalización de la última glaciación.
Una de las características de varios de los sitios de las llanuras pampeanas
es la presencia de puntas de proyectil “cola de pescado”, similares a las halladas
por primera vez en el nivel inferior de cueva Fell. La forma y la antigüedad de
estas puntas (entre aproximadamente 11.000 y 10.000 años 14C AP), además de
algunos elementos contextuales, permiten relacionarlas con las puntas de forma
similar de la Patagonia, de Uruguay y de Chile. Nuevamente, esto indicaría que
para finales del Pleistoceno las poblaciones del Cono Sur habrían compartido
algunos conceptos tecnológicos y estilísticos tales como la reducción bifacial y
la producción de puntas con una morfología muy similar. Para Flegenheimer y
Bayón, la forma singular de las puntas conllevaría un significado social (social
meaning) compartido por los habitantes de esta región. Sin embargo, como
hemos resumido, en las ocupaciones más antiguas tanto de las llanuras
pampeanas (Arroyo Seco) como de la Patagonia (Cerro Tres Tetas, Cueva Casa
del Minero, Cueva Lago Sofía, Piedra Museo, etc.) y Chile Central (Tagua-Tagua
1) no aparecen estas puntas “cola de pescado”, ni ningún otro tipo de punta, lo
que abre un interrogante sobre las armas de caza de las primeras poblaciones
que avanzaron sobre el extremo sur del continente americano.
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6. La información biológica acerca del origen
y evolución de los pueblos americanos
Las investigaciones bioantropológicas desarrolladas durante los siglos XIX,
XX y XXI en torno al proceso de poblamiento de América se orientaron,
principalmente, a establecer el origen y el momento en que los primeros
pobladores ingresaron al continente. Al mismo tiempo, se intentaron reconocer
las relaciones de parentesco, los patrones de migración y las características
demográficas de los grupos. Desde un punto de vista biológico, la discusión de
estos temas requiere tomar en consideración la variación morfológica y genética
transmitida de generación en generación (denominada variación heredable), ya
que en ella se reflejan las relaciones de parentesco entre las poblaciones. En este
sentido, los datos biológicos más importantes son aquellos que contienen
información sobre ancestros comunes, sobre la expansión, contracción y
reemplazo de poblaciones y sobre los procesos denominados flujo génico y
deriva génica. El estudio de la evolución biológica de las poblaciones americanas se ha basado en análisis de datos morfológicos efectuados sobre restos
óseos (del cráneo y del resto del esqueleto) y dentales, así como de datos
genéticos (grupos sanguíneos, ADN mitocondrial, cromosoma Y). Entre ellos,
los empleados con mayor frecuencia han sido obtenidos de la morfología del
cráneo y del ADN mitocondrial (ADNmt), los cuales contienen diferente tipo
de información evolutiva. En este capítulo sintetizaremos la información
disponible para ambos tipos de datos y discutiremos los aportes de estas
evidencias para la interpretación del poblamiento antiguo de América. Aunque
no de manera exhaustiva, también nos referiremos a los aspectos históricos
de las investigaciones bioantropológicas, fundamentales para contextualizar
y comprender el escenario en que se desarrollaron las discusiones. En
términos organizativos, el problema será sintetizado considerando el tipo de
información empleada en los trabajos (morfométrica y genética), aunque esto
no significa que los resultados obtenidos en unos no tengan implicancias en
los obtenidos en otros.
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6.1 La información morfológica craneofacial
La evolución de las poblaciones aborígenes americanas ha sido intensamente estudiada desde fines del siglo XIX a partir de evidencia morfológica
craneofacial, es decir, del estudio y comparación de la forma del cráneo de los
individuos. Al igual que con las investigaciones arqueológicas, entre los antecedentes más tempranos de trabajos bioantropológicos desarrollados en América es posible destacar las realizadas por Florentino Ameghino en la provincia
de Buenos Aires (Argentina) y por Peter Lund en el estado de Minas Gerais
(Brasil). Los trabajos de estos estudiosos son particularmente importantes porque aportaron las primeras evidencias acerca de una posible gran antigüedad
del hombre en América.
A mediados del siglo XIX, el danés Peter Lund exploró varias cavernas
calcáreas en la región de Lagoa Santa, ubicada en el estado de Minas Gerais.
Entre las primeras grutas visitadas se encuentra la famosa Lapa Vermelha. En
estas cavernas encontró restos humanos asociados con animales extinguidos, a
partir de lo cual propuso la co-existencia de ambos en el continente americano.
Rápidamente reconoció también varias diferencias morfológicas entre estas
poblaciones aborígenes y muchos otros pobladores americanos, suficientes
para distinguirlas con la denominación de “hombre de Lagoa Santa”.
Algo más al sur y algunas décadas más tarde (fines del siglo XIX y principios
del XX), Florentino Ameghino recorrió intensamente la Pampa argentina
generando un gran volumen de información paleontológica y arqueológica. Entre
los hallazgos más famosos se encuentra el de arroyo Frías, en el norte de la
provincia de Buenos Aires. En este lugar extrajo restos óseos humanos
localizados a gran profundidad, en aparente asociación con puntas de proyectiles,
huesos quemados, partidos y pulidos y con restos de megafauna (por ejemplo,
milodonte y especies fósiles de tuco tucos y armadillos). Como ya dijimos, a lo
largo de su vida científica defendió la hipótesis de que la humanidad se había
originado en América, particularmente en la región pampeana. Según este
investigador, las migraciones humanas que poblaron el resto del mundo tuvieron
su punto de origen en este sector del Cono Sur.
Las investigaciones más modernas desarrolladas ya en el siglo XX han
concordado en asignar un origen extra-continental a los pobladores americanos
nativos. Hay cierto acuerdo general en cuanto a la hipótesis que las poblaciones
de habla aleuta-esquimo, ubicadas en el extremo norte de Norteamérica,
constituyen grupos asiáticos que ingresaron más tardíamente al continente y,
por lo tanto, poseen una historia evolutiva que las diferencia del resto de las
poblaciones americanas (entre los antecedentes más recientes podemos citar al
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de Greenberg y col., 1986 y al de Neves y Pucciarelli, 1989). Sin embargo, desde
comienzos del siglo XX se ha mantenido un intenso debate acerca del origen de
las demás poblaciones americanas (generalmente denominadas amerindias), siguiendo los pulsos de los nuevos hallazgos y los avances teórico-metodológicos
de la disciplina. En líneas generales es posible identificar la coexistencia de dos
propuestas para explicar la variación morfológica observada en las primeras
poblaciones americanas. Una es el modelo de múltiples oleadas ya propuesto
entre otros por el antropólogo italiano (aunque radicado en la Argentina) José
Imbelloni en 1937 y reformulado en los últimos años por Walter Neves y Héctor
Pucciarelli. El otroplantea un origen asiático único, cuyo origen se remonta a la
propuesta de Aleš Hrdlicka
š en 1912 y que sobre la base de otras líneas de
evidencia fue propuesto también por Greenberg y col. en 1986. En el resto de
este apartado presentaremos la evidencia más relevante y los principales argumentos planteados para la discusión de ambos modelos.
Las primeras investigaciones que discutieron estos modelos se caracterizaron
por un enfoque tipológico basado en la clasificación de los individuos en razas
o tipos raciales definidos a partir de un conjunto de rasgos característicos.
Dentro de este marco, los grupos humanos fueron vistos como unidades estáticas
sólo sujetas al cambio por migración. La variación interna, es decir, la diversidad
morfológica que existe en el interior de cualquier población, generalmente fue
ignorada. Estos estudios señalaron que los aborígenes que ocuparon diferentes
regiones del continente americano pertenecían a diferentes grupos biológicos o
razas. En primer lugar, se planteó la existencia de dos razas en América, aunque
el desarrollo de las investigaciones condujo a incrementar este número hasta
nueve como lo propuso José Imbelloni en 1938. En particular, se planteó la
existencia de una raza antigua, denominada raza de Lagoa Santa, Láguida o
paleoamericana según diferentes autores (véase discusión de estos temas en
Imbelloni, 1937 y Perez y col., 2007), que habría poblado el continente previamente al arribo de los otros grupos con diferentes características morfológicas.
Dentro de la raza más antigua se incluyeron a los Yámanas de Tierra del Fuego
(Argentina y Chile), los Botocudos de Brasil, los Pericú de Baja California (México), así como a los habitantes prehistóricos de Lagoa Santa descubiertos por
Lund. Los rasgos morfológicos característicos atribuidos a los láguidos fueron
la baja estatura, el cráneo angosto y alargado (es decir, dolicocefalo), la bóveda
elevada, la frente ancha, la cara ancha y baja, las órbitas altas y el paladar corto
(Figura 61).
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Figura 61. Individuo proveniente de la antigua Laguna del Juncal en
la desembocadura del Río Negro (Argentina), depositado actualmente en el Museo
Etnográfico “Juan B. Ambrossetti” de Buenos Aires (Argentina). Los individuos
de esta región fueron clasificados como láguidos por Marcelo Bórmida.
La antigüedad de los primeros grupos fue establecida sobre la base de la
presencia de caracteres morfológicos considerados primitivos (tales como una
gran dolicocefalia) compartidos con los grupos de Tasmania, Australia y
Melanesia. Con todos ellos compartían además su distribución en los sectores
marginales del planeta. Según Imbelloni (1937), estos primeros grupos primitivos
se habrían dispersado ocupando todo el continente, luego, al ingresar grupos
más evolucionados (principalmente de ancestría mongoloide) (Figura 62) habrían
desplazado y arrinconado progresivamente a las primeras poblaciones que sólo
sobrevivieron en ciertas áreas marginales (Figura 63). Estas ideas fueron muy
difundidas a principios del siglo XX para explicar el poblamiento americano.
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Figura 62. Izquierda: Individuo proveniente de la isla Navarino, al sur de la isla
grande de Tierra del Fuego, depositado en el Instituto de la Patagonia Austral de
Punta Arenas (Chile). Los individuos de esta región fueron clasificados a principios
del siglo XX como láguidos y reclasificados en la década del treinta como fuéguidos
por José Imbelloni. Derecha: Individuo proveniente de los Valles Calchaquíes en Salta
(Argentina), depositado actualmente en el Museo Etnográfico “Juan B. Ambrossetti”
de Buenos Aires (Argentina). Los individuos de esta región fueron clasificados
tradicionalmente como ándidos.
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Figura 63. Distribución geográfica de los grupos clasificados como láguidos (negro) y
fuéguidos (gris) por José Imbelloni. Este investigador separó el grupo racial fuéguido
del láguido en 1938. Los nombres señalan las regiones con poblaciones
paleoamericanas relictuales según Neves y col.
A principios del siglo XX pocas voces se alzaron contra estos planteamientos. Tampoco hubo una resistencia local contra las ideas de Ameghino sobre el
origen autóctono de la humanidad. La figura más destacada en contra de las
propuestas de Imbelloni y Ameghino fue Aleš Hrdlicka,
š quien postuló un origen
asiático único para todos los aborígenes americanos basándose en la
homogeneidad de los cráneos asignados a tiempos tempranos. Este autor consideró que estos cráneos podían ser incluidos en el rango de variación de los
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aborígenes recientes y, por lo tanto, no podían ser distinguidos de ellos. La
propuesta de Hrdlicka
š negó fuertemente la existencia de orígenes independientes para las diversas poblaciones americanas.
La idea de una migración previa a la que dio origen a los amerindios modernos,
fue retomada con un renovado interés en los últimos veinte años. De acuerdo
con varios autores, tales como Walter Neves, Héctor Pucciarelli, Gentry Steele y
Joseph Powell, los análisis craneométricos realizados a partir de muestras del
Holoceno temprano-medio de Norte y Sudamérica indican consistentemente
que los cráneos antiguos se diferencian de las poblaciones nativas recientes
(Steele y Powell, 1992; Neves y Pucciarelli, 1989), mostrando similitudes con
poblaciones recientes del sudeste asiático, Australia y África.
Aunque los restos humanos más tempranos son muy escasos, se ha
recuperado un número suficiente de individuos del Holoceno temprano-medio
para permitir la realización de análisis comparativos de la morfología craneofacial.
(Tabla 1 y Figura 64). Entre los hallazgos realizados en América del Norte, el caso
del esqueleto encontrado en 1996 en Kennewick, Washington (Estados Unidos),
ha sido el más controvertido y merece una consideración particular. El hallazgo
de este individuo ancestral dentro del territorio de las tribus Umatilla, ha tenido
una gran repercusión tanto en los círculos científicos como políticos. Desde un
punto de vista científico se consideró muy valioso debido a la importancia que
tendría para la discusión sobre el origen de los primeros habitantes del continente
americano, dada su gran antigüedad (aproximadamente 8.400 años 14C AP) y sus
características morfológicas distintivas. Desde un punto de vista político, el
hallazgo suscitó un intenso debate en el escenario de un conflicto de intereses
entre las comunidades aborígenes, que reclamaban su repatriación y re-entierro,
y la comunidad científica preocupada por la posible pérdida de importantes
evidencias del poblamiento americano. El primer análisis morfológico realizado
sobre este individuo lo asignó al grupo caucásico –europeo– (Chatters, 1997),
lo que condujo a postular que los habitantes tempranos de América del Norte
podrían haber llegado desde el continente europeo. Sin embargo, análisis
posteriores efectuados por Joseph Powell y Jerome Rose en 1999 señalaron que
este individuo se diferenciaba de las poblaciones europeas y presentaba
similitudes con grupos del este asiático y Polinesia. Asimismo, estos estudios
determinaron que no presenta características morfológicas atribuibles a las
poblaciones aborígenes modernas de América. Las tribus Umatilla, Yakama,
Colville, Nez Perce y Wanapum solicitaron que se considerara la repatriación de
este individuo, amparándose en la ley de Native American Graves Protection
and Repatriation Act (NAGPRA, 1990). Esta ley establece los procedimientos
para el tratamiento y devolución (repatriación) de esqueletos, objetos sagrados
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y funerarios, así como otros elementos del patrimonio cultural, pertenecientes a
las comunidades nativas de Norteamérica. La principal discusión planteada fue la
pertinencia de comprender este hallazgo bajo la ley de NAGPRA, ya que dada la
antigüedad y las diferencias morfológicas con las poblaciones aborígenes modernas
no podía establecerse su vinculación con las tribus americanas actuales.
Sitio
Anzick
Arlington Springs
Ubicación
Antigüedad en
años 14CAP
Restos
Montana, USA
10.950
Fragmentos de cráneo
Santa Rosa Island,
10.950
Femur
10.670
Esqueleto
California, USA
Buhl
Idaho, USA
Marmes
Washington, USA
10.100
Fragmentos de cráneo
Kennewick
Washington, USA
8.400
Esqueleto
Warm Mineral Springs
Florida, USA
10.250
Fragmentos postcráneo
Gordon Creek
Colorado, USA
9.700
Esqueleto
Wilson Leonard
Texas, USA
9.600
Esqueleto
Horn Shelter
Texas, USA
9.500
Esqueleto
Grimes Shelter
Nevada, USA
9.470
Esqueleto incompleto
Spirit Cave
Nevada, USA
9.400
Esqueleto
Wizards Beach
Nevada, USA
9.250
Esqueleto
On-Your-Knees Cave
Prince of Wales Island,
9.200
Esqueleto
Alaska
La Brea
Los Angeles, USA
9.000
Esqueleto
Pelican Rapids
Minnesota, USA
7.850
Esqueleto
Browns Valley
Minnesota, USA
8.700
Esqueleto
Tabla 1. Sitios antiguos con restos humanos en Norteamérica.
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Figura 64. Distribución geográfica de los sitios antiguos con entierros humanos.
En 2001 Richard Jantz y Douglas Owsley evaluaron la variabilidad morfológica
de los cráneos antiguos norteamericanos y sus similitudes con la morfología
craneofacial de las poblaciones más recientes. Estos investigadores analizaron
medidas de once cráneos procedentes de diversos sitios datados en el Holoceno
temprano-medio (9.400 a 4.700 años 14C AP). Los resultados indicaron que existe
una gran heterogeneidad entre los cráneos antiguos, distinguiéndose tres grupos sobre la base del grado de similitud morfológica. Las comparaciones con
muestras recientes de aborígenes americanos y de otras poblaciones del mundo, revelaron también que no existían similitudes entre los grupos más antiguos
y más tardíos de América del Norte, confirmando los resultados de Steele y
Powell. Estos resultados mostraron que la población temprana de Norteamérica
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presentaba rasgos craneofaciales diferentes al patrón morfológico observado
en los cráneos de los indígenas más modernos. Estos autores señalaron que sus
resultados indican que no existiría una relación biológica cercana entre las poblaciones tempranas y tardías de Norteamérica, apoyando la idea de discontinuidad y complejidad en el poblamiento americano.
Las investigaciones recientes más intensas sobre el poblamiento de América
usando información morfológica craneofacial, así como los planteos más formales
de modelos para explicarla, provienen de dos investigadores sudamericanos:
Héctor Pucciarelli (Argentina) y Walter Neves (Brasil). Diversos trabajos
realizados por ambos desde fines de la década de 1980 han señalado nuevamente
las diferencias entre las muestras de Lagoa Santa y otras muestras amerindias y
la similitud de las primeras con poblaciones australianas y africanas. Para explicar
estas diferencias morfológicas, plantearon la existencia de dos componentes
biológicos, uno correspondiente a la entrada de poblaciones humanas
denominadas paleoamericanas durante el Pleistoceno final (ca. 12.000-15.000
años 14C AP), y otro a la entrada posterior (ca. 8.000-9.000 años 14C AP años) de
las poblaciones con características morfológicas mongoloides que dieron origen
a las poblaciones recientes, denominadas amerindios. Dentro de este modelo,
los primeros habitantes de América serían los paleoamericanos, los cuales se
habrían extinguido con la entrada más tardía de las poblaciones con características
mongoloides.
Neves y Pucciarelli señalaron que las muestras de paleoamericanos y
amerindios presentan importantes diferencias morfológicas craneofaciales. Los
amerindios se caracterizarían por un neurocráneo corto y ancho (braquicéfalo),
caras anchas y desplazadas hacia atrás y órbitas y nariz altas, mientras que los
paleoamericanos presentarían un neurocráneo largo y angosto (dolicocéfalo),
caras proyectadas hacia delante y orbitas y nariz bajas (Figuras 65, 66 y 67).
Estas características de los grupos paleoamericanos son atribuidas a una
morfología “generalizada” por estar presentes en los restos más antiguos de
Asia y África, en contraposición a la morfología considerada como “especializada” o mongoloide observada en los grupos asiáticos más modernos.
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Figura 65. Individuo proveniente del sitio Arroyo Seco 2, Buenos Aires (Argentina).
Los individuos de este sitio presentan cráneos dolicocéfalos como aquellos
provenientes de la región de Lagoa Santa.
Figura 66. Individuos provenientes de Santana do Riacho, en la región de Lagoa Santa, Minas Gerais (Brasil). Según Neves y col. estos cráneos muestran las características morfológicas del componente biológico paleoamericano.
Modificado de Neves y col., (2003).
Los primeros trabajos desarrollados por Neves y Pucciarelli se centraron en
los restos provenientes de la región de Lagoa Santa en Minas Gerais. Entre las
muestras estudiadas provenientes de esta región es destacable el individuo de
Lapa Vermelha IV, conocido como Luzia, que ya hemos mencionado en capítulos
anteriores. A pesar de que el individuo fue presentado como el más antiguo de
América, con una cronología ubicada entre 11.500 y 11.000 años 14C AP, los
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intentos de datarlo directamente no dieron resultados debido a la falta de
colágeno.11 Sólo se obtuvo una datación de los ácidos que se lavaron de la
muestra y que dio una edad de 9.330 años 14C AP considerados por Neves como
una “edad mínima”. Sin embargo, no está clara la relación entre la antigüedad del
individuo y la fecha obtenida y, menos aún, entre las dos dataciones del nivel
del sitio (10.220 y 12.960 años 14C AP) y los restos de Luzia allí enterrados. Por lo
tanto, la alta antigüedad atribuida por Walter Neves a Luzia necesita ser ratificada
con evidencias más sólidas. Un aspecto que merece también un breve comentario
es el debate generado en torno a la reconstrucción de los tejidos blandos
(músculos y piel) realizada a partir del cráneo usando técnicas forenses. Esto
tuvo gran repercusión mediática en Brasil y el mundo debido a que se efectuó
una reconstrucción con marcadas características de poblaciones africanas.
Figura 67. Individuo proveniente de Ancón (Perú), depositado actualmente
en el Museo de La Plata (Argentina). Este individuo presentaría
una morfología mongoloide.
Algunos trabajos recientes efectuados por Rolando González-José y col.
han planteado que las diferencias entre paleoamericanos y amerindios también
están presentes en muestras provenientes de México. Según estos investigado-
11
El colágeno es un componente orgánico de los huesos del cual procede el carbono
utilizado para efectuar los fechados por el método del 14C.
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res, los cráneos de esta región asignados al Holoceno temprano, procedentes de
los sitios de Peñón III, Metro Balderas, Cueva del Tecolote y Chimalhuacán (Tabla
2) exhiben una gran similitud morfológica craneofacial con las muestras de Lagoa
Santa y, al igual que ellas, se diferencian de las más tardías.
Sitio
Ubicación
Antigüedad en
años 14CAP
Restos
Tequendama
Tequendama, Colombia
5.550-7.500
Esqueleto
Arroyo Seco 2
Buenos Aires, Argentina
6.300-7.800
Esqueleto
Lapa Vermelha
(Lagoa Santa)
Minas Gerais, Brasil
9.000
Esqueleto
Santana do Riacho
(Lagoa Santa)
Minas Gerais, Brasil
8.000-9.500
Esqueleto
Cerca Grande
(Lagoa Santa)
Minas Gerais, Brasil
9.000
Esqueleto
Sumidouro
(Lagoa Santa)
Minas Gerais, Brasil
2.500-6.000
Esqueleto
Peñon III
México (Lago Texcoco)
10.750
Esqueleto
Baño Nuevo
XI Región, Chile
9.000
Esqueleto
Tabla 2. Sitios antiguos con restos humanos en Centro y Sudamérica.
El modelo formulado inicialmente por Neves y Pucciarelli plantea que la
morfología mongoloide típica de los amerindios habría surgido en Asia en tiempos
recientes, probablemente durante el Pleistoceno final/Holoceno temprano. Por
lo tanto, el ingreso de las poblaciones paleoamericanas con una morfología
generalizada sería previo al momento de la diferenciación de la morfología
mongoloide. Las primeras poblaciones con una morfología “generalizada” habrían
partido de África entre 60.000 y 100.000 años atrás, luego habrían seguido una
ruta sudasiática y, a partir de allí, habrían poblado Australia (entre 40.000 y
60.000 años 14C AP y América entre 15.000 y 20.000 años 14C AP) (Figura 68). Esto
explicaría la similitud entre las muestras paleoamericanas y las poblaciones
actuales de África y Australia. Finalmente, alrededor de 8.000 y 9.000 años 14C
AP se habría producido un ingreso independiente de las poblaciones asiáticas
de morfología mongoloide, que dieron origen a los amerindios. En algunos
trabajos de este grupo de investigación se ha planteado que las poblaciones
paleoamericanas probablemente siguieron una ruta costera Pacífica para entrar
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al continente, mientras que los grupos mongoloides ingresaron a Norteamérica
cuando esta estaba libre de hielos (Figura 68). Según Neves y col. (2003) este
escenario es más probable que uno que contemple una evolución y diversificación morfológica independiente de ambos componentes (paleoamericanos y
amerindios o mongoloides) en el interior de América.
Figura 68. Representación del modelo de dos componentes biológicos. Las líneas
negras representan el componente biológico paleoamericano y las líneas blancas representan el componente mongoloide. Se muestran también las dataciones de los eventos de dispersión de las poblaciones en miles de años (ma).
Modificado de Neves y col., (2003).
En los últimos años Rolando González-José, Walter Neves y col. han modificado el modelo original de migración y reemplazo de los dos componentes biológicos. Estos investigadores han propuesto que en algunas regiones geográficas
aisladas del continente americano habrían persistido, hasta tiempos históricos,
poblaciones relictuales correspondientes al componente biológico paleoamericano.
Las regiones habitadas por estos grupos serían Tierra del Fuego, la Sabana de
Bogotá y Baja California, coincidiendo con los planteos originales acerca de la
distribución de la raza de Lagoa Santa (Figura 63). En 2003 González-José y col.
analizaron muestras provenientes de un grupo etnográfico denominado Pericú
que habitó la región de Baja California durante tiempos históricos. Estos investigadores plantearon que los Pericú presentaban grandes similitudes morfológicas
craneofaciales con los grupos paleoamericanos. Asimismo, señalaron que aunque
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no pueden descartarse las adaptaciones a las condiciones ambientales locales
como un factor causal para explicar las similitudes morfológicas entre estos dos
grupos, probablemente los cambios climáticos del Holoceno generaron las condiciones de aislamiento de las poblaciones de la península de Baja California, restringiendo el flujo génico con los grupos mongoloides del continente y resultando en la persistencia hasta tiempos históricos de la morfología paleoamericana en
esa región. En otras palabras, estos autores plantean que la península de Baja
California actuó como un refugio para los grupos paleoamericanos.
Una argumentación similar ha sido mantenida recientemente por Martha Lahr
para explicar la singularidad de la morfología craneofacial de las poblaciones humanas
de Tierra del Fuego (Figura 69), así como su aparente similitud con los grupos
paleoamericanos. La singularidad de los grupos indígenas del sur de Patagonia y
Tierra del Fuego ha sido intensamente estudiada desde fines del siglo XIX. Desde
las primeras investigaciones se han remarcado las diferencias morfológicas entre
estas poblaciones y las otras poblaciones sudamericanas, así como las similitudes
con grupos australianos (para un ejemplo véase Imbelloni, 1937). En particular, tanto
las primeras investigaciones, como algunas de las más recientes, han considerado
que el alto grado de robustez y dolicocefalia de estas poblaciones apoyaba la idea de
un origen filogenético diferente, señalando la entrada de grupos australoides en un
momento previo al ingreso de las poblaciones asiáticas que dieron origen a la mayoría
de las poblaciones americanas (amerindios).
Figura 69. Diferencias morfológicas en robustez y dolicocefalia entre un individuo
proveniente del sur de Patagonia continental (izquierda; proveniente del norte del
estrecho de Magallanes, depositado en el Instituto de la Patagonia Austral de Punta
Arenas, Chile) y un individuo proveniente de Pampa Grande en Salta (Argentina)
(derecha; depositado en el Museo de La Plata, Argentina).
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Los estudios que apoyan el modelo de dos componentes biológicos en el
poblamiento americano presentan algunas debilidades, particularmente al abordar la discusión acerca de la variación craneofacial de las poblaciones de América del Sur. En primer lugar, los fechados realizados directamente sobre los
restos óseos ubican cronológicamente a los cráneos disponibles para este tipo
de estudios principalmente a finales del Holoceno temprano y en el Holoceno
medio (4.000-8.000 años 14C AP). Este seria el caso de Lagoa Santa (entre 2.500 y
9.000 años 14C AP, Neves y Hubbe, 2005) y Tequendama (entre 5.800 y 7.300
años 14C AP, Correal Urrego y Van der Hammen, 1977). Sin embargo, Neves y col.
los han asignado al Pleistoceno final o al Holoceno temprano. Por ejemplo, para
los restos óseos humanos de Tequendama se consideró una fecha de 9.740 años
14
C AP que corresponde con la ocupación del sitio (Neves y col., 2007), pero no
con los entierros humanos que tienen un rango de fechados de 7.300 a 5.800
años 14C AP (véase Correal Urrego y van der Hammen, 1977). Asimismo, las
muestras de Lagoa Santa, como ya expresamos para el caso de Luzia, han sido
asignadas al Pleistoceno final (ca. 12.000 años 14C AP; por ejemplo GonzálezJosé y col., 2003; Neves y Pucciarelli, 1989) aunque los esqueletos tienen un
rango de fechados de entre 2.500 y 9.000 años 14C AP, concentrándose la mayoría de ellos entre ca. 4.000 y 8.000 años 14C AP (véase lista de fechados en
Dillehay, 2000; Neves y Hubbe, 2005). El rango de fechados de estos sitios
coincide con el rango de otras muestras tempranas disponibles para análisis
morfométricos en Sudamérica (como, por ejemplo, Arroyo Seco 2 ca. 6.300-7.800
años 14C AP, Scabuzzo y Politis, 2007; Baño Nuevo ca. 8.500-9.000 años 14C AP,
Mena y Reyes, 2001; Camarones 14 ca. 6.500-7.000 años 14C AP; Schiappacasse
y Niemeyer, 1984). Por lo tanto, este grupo de fechados no permite sostener la
existencia de diferencias morfológicas craneofaciales entre poblaciones anteriores y posteriores al límite 8.000-9.000 años 14C AP.
Otro punto importante que debilita el argumento mantenido por Neves y col.
es que los análisis efectuados sobre muestras sudamericanas del Holoceno
medio han ignorado la posible influencia de las diferencias geográficas en los
caracteres craneofaciales de las poblaciones analizadas. Las diferencias entre
paleoamericanos y amerindios sudamericanos se han establecido,
principalmente, sobre la base de comparaciones entre los individuos del sitio
Lagoa Santa (ubicado al este del continente) y muestras procedentes de Perú
(ubicadas al oeste del continente). Es ampliamente aceptado que las muestras
del Holoceno tardío de estas regiones presentan importantes diferencias
morfológicas (véase por ejemplo Imbelloni, 1938; Neves, 1989; Pucciarelli y
col., 2006), similares a aquellas reconocidas entre los componentes biológicos
paleoamericano y amerindio.
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Como se mencionó más arriba, una segunda hipótesis, formulada
originalmente por Aleš Hrdlicka,
š plantea que todas las poblaciones americanas
comparten un origen común y que descienden, por lo tanto, de una única
población asiática o de un conjunto de poblaciones asiáticas biológicamente
relacionadas. Joseph Powell y Walter Neves plantearon en 1999 que una
alternativa plausible al modelo de dos componentes biológicos es que la variación
morfológica observada en América sería el resultado de la acción de procesos
microevolutivos (ocurridos en el continente) como la deriva génica, el flujo y la
selección natural, que habrían actuado localmente sobre estos grupos. Esta idea
concuerda con el modelo mantenido por Turner II (1984) y Greenberg y col.
(1986), que sugiere sobre la base de información lingüística y morfológica dental
y craneofacial, que todas las poblaciones americanas (con excepción de los
aleutianos y los esquimales) descienden de una única o varias poblaciones
asiáticas relacionadas que ingresaron a América a fines del Pleistoceno.
El proceso de diferenciación biológica dentro del continente es un escenario
altamente probable si consideramos un poblamiento relativamente rápido y con
poblaciones pequeñas, como se ha sugerido a partir de la información genética
(véase discusión de este punto en el siguiente apartado) y arqueológica (véase
por ejemplo Borrero, 1999). En este escenario, la deriva génica12 habría tenido
una gran importancia, actuando rápidamente y favoreciendo la acción de la
selección natural sobre pequeñas poblaciones que se dispersan en América
(véase Wright, 1931, para una explicación de cómo pueden actuar estos
mecanismos conjuntamente). Estos factores pueden generar cambios
morfológicos rápidos que podrían explicar la variación presente en el continente,
después de 5.000-9.000 años desde la entrada de las primeras poblaciones, fecha
que corresponde con las muestras más antiguas de restos óseos disponible
para realizar análisis morfológicos.
En particular, Barrientos y col. (2003) han mostrado que las muestras del
Holoceno medio/temprano de América (entre ellas Arroyo Seco 2, Lagoa Santa,
Tequendama, Spirit Cave, Kennewick) ya presentan una gran variación métrica
facial, mostrando que la deriva génica ya podría haber generado esta gran
variación facial. Estos resultados obtenidos para Sudamérica son concordantes
con aquellos obtenidos en 2001 por Jantz y Owsley para Norteamérica. Asimismo, para el Holoceno tardío de Sudamérica varios trabajos han señalado la
12
Este mecanismo evolutivo actúa en poblaciones de pequeño tamaño, favoreciendo la
fijación de variantes genéticas raras por azar. Se ha propuesto que la combinación de deriva
y selección natural puede generar un cambio evolutivo relativamente rápido (Wright, 1931).
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existencia de una gran heteregoneidad en la morfología craneofacial (por ejemplo, Pucciarelli y col., 2006), asociándose principalmente con la latitud
(Rothhammer y Silva, 1990). En este contexto, algunos investigadores como
Rothhammer y Silva han reafirmado la importancia de la acción de mecanismos
microevolutivos que actuaron localmente en América para dar cuenta de la variación observada.
De acuerdo con el modelo de origen común y diferenciación local, la variación
observada entre las muestras de Lagoa Santa y otras muestras americanas podrían
reflejar diferencias morfológicas surgidas en el interior del continente. Sin
embargo, los análisis que se han efectuado hasta el presente no permiten discernir
claramente entre la hipótesis de los dos componentes biológicos mantenida por
Neves y Pucciarelli y la alternativa de evolución local mantenida por Powell y
Neves. Por lo tanto, es necesario un análisis que contemple una cobertura
espacial y temporal más amplia para conocer en qué medida las diferencias
señaladas entre los esqueletos de Lagoa Santa y otros esqueletos americanos
son temporales o son diferencias geográficas que se generaron tempranamente.
En particular, es necesario contar con restos humanos más antiguos para poder
esclarecer la variación y evolución craneofacial de las poblaciones indígenas
tempranas del continente americano.
En el próximo apartado discutiremos los resultados de los análisis genéticos,
particularmente de los datos de ADN mitocondrial. Estos datos presentan ciertas
ventajas, en relación con los morfológicos, para el estudio del origen e historia
evolutiva de las poblaciones americanas.
6.2 La información del ADN mitocondrial
El ADN mitocondrial, debido a sus características especificas, constituye
una excelente fuente de información para el estudio de relaciones evolutivas
entre las poblaciones humanas. En particular, el material genético contenido en
este ADN se hereda exclusivamente por vía materna y, por lo tanto, no se produce
recombinación entre el ADN materno y paterno, transmitiéndose intacto de las
madres a todos los hijos e hijas. Asimismo, la secuencia genética generalmente
no es modificada por la influencia ambiental durante el transcurso de la vida de
13
Se llama tasa de mutación a la cantidad de mutaciones producidas en un determinado período de tiempo. Es decir, baja tasa de mutación implica que las mutaciones se
producen con una baja frecuencia.
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los individuos y presenta una tasa relativamente alta de mutación.13 Otra característica muy importante del ADN mitocondrial es que su tasa de mutaciones es
relativamente constante y puede ser conocida para un grupo particular si hay
buena información arqueológica para calibrarlo. Esto sumado a que las mismas
son en general neutras (es decir que no son favorables ni desfavorables para los
individuos que las portan) lo convierten en un buen “reloj molecular”, que
puede ser usado para datar la divergencia entre variantes (por ejemplo entre
diferentes haplogrupos) del ADN mitocondrial. En otras palabras, los cambios
(mutaciones del ADN mitocondrial) tienen una tasa de ocurrencia regular en el
tiempo. Es decir, si se compara el ADN mitocondrial de dos individuos y se
cuantifican las diferencias que presentan, puede estimarse el tiempo transcurrido
desde que sus líneas de descendencia se separaron, esto es, el momento en que
vivía su último antepasado común.
En los últimos años ha habido un creciente interés por recolectar este tipo de
evidencia y actualmente existe una gran cantidad de datos disponible para numerosas poblaciones americanas. Los resultados obtenidos a partir de estos
estudios señalan que el ADN mitocondrial de las poblaciones actuales puede
ser clasificado en cuatro grupos principales, sobre la base de la presencia o
ausencia de ciertas mutaciones. Estos cuatro grupos o haplogrupos han sido
denominados A, B, C y D. Asimismo, se encuentra otro haplogrupo denominado
X, aunque en menor frecuencia y con una distribución geográfica muy
restringida. En conjunto, comprenden aproximadamente el 95-100% de toda la
variación en el ADNmt de los indígenas americanos. Los haplogrupos principales
definen linajes mitocondriales independientes.
Merriwether y col. mostraron en 1995 que estos haplogrupos registrados en
las poblaciones históricas de América presentan ciertos patrones en su
distribución geográfica (Figura 70). El haplogrupo A muestra un decrecimiento
en su frecuencia en un sentido norte-sur, mientras que los haplogrupos C y D
muestran un aumento en su frecuencia en el mismo sentido. El haplogrupo B se
encuentra en mayor frecuencia en la región central del continente. Tanto el
haplogrupo A como el B están ausentes en el extremo sur de América. Finalmente, el X sólo ha sido detectado en poblaciones de Norteamérica y está ausente
en Sudamérica.
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Figura 70. Distribución de los haplogrupos fundadores para las poblaciones aborígenes americanas. Un gráfico de torta con diferentes grises es mostrado para cada
haplogrupo en varias regiones. La categoría “Otros” representa haplogrupos europeos o africanos que no son nativos de América. En el mapa se representa también la
distribución de los grupos con lengua aleutiana-esquimal (negro), na-dene (gris) y
amerindia (blanco). Modificado de Schurr (2004).
Los análisis de ADN mitocondrial y otros marcadores genéticos (como los grupos sanguíneos) han mostrado consistentemente semejanzas entre las poblaciones
aborígenes americanas y las poblaciones asiáticas, particularmente con aquellas
localizadas en la región central y este de Asia. En 2004, Schurr sugiere que estas
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similitudes indican que los grupos procedentes de esta región habrían colonizando
el continente americano. Sin embargo, el momento de ingreso, el número y tamaño
de las poblaciones ancestrales continúa siendo un tema de controversia.
En cuanto al número de migraciones se han propuesto uno o varios eventos
migratorios sucesivos. Actualmente, existe cierto acuerdo en que las poblaciones
ancestrales de los pueblos na-dene y aleutianios-esquimales habrían ingresado
independientemente del resto de los aborígenes al continente, portando sólo
algunos de los haplogrupos americanos, aunque Sandro Bonatto y Francisco
Salzano en 1997 han dado explicaciones alternativas para dar cuenta de la variación
mitocondrial en estas poblaciones. Estos pueblos presentan principalmente
secuencias del haplogrupo A (así como una menor diversidad en este haplogrupo)
y D; no presentan el B y tienen frecuencias muy bajas del C (Merriwether y col.,
1995; Torroni y col., 1993). Los datos genéticos coinciden con los resultados
morfológicos al indicar que los pueblos aluetianos-esquimales habrían ingresado
independientemente de las otras poblaciones americanas
El momento de ingreso de los primeros grupos humanos al continente se ha
establecido mediante el estudio de la antigüedad de los linajes maternos. Diversas
investigaciones señalan que los cuatro haplogrupos americanos se habrían
diferenciado en Asia entre los 15.000 y 40.000 años antes del presente (véanse
Horai y col., 1993; Schurr y Sherry, 2004; Silva y col., 2002). Estas estimaciones
se basan en la cantidad de mutaciones acumuladas dentro de cada haplogrupo;
como fue señalado, dado que la tasa de mutación del ADNmt es conocida, la
antigüedad puede calcularse a partir de la proporción de mutaciones diferentes
desde la secuencia fundadora. La técnica empleada es la denominada “reloj
molecular” que establece que el grado de divergencia entre los linajes es función
del tiempo transcurrido desde su separación. Satoshi Horai y col. en 1993
propusieron que los cuatro haplogrupos principales habrían ingresado a América
a través de cuatro eventos migratorios independientes, ocurridos entre 14.000 y
21.000 años atrás. De acuerdo con este modelo, el patrón latitudinal observado
en las poblaciones más recientes de América reflejaría el ingreso de diferentes
poblaciones, en sucesivas oleadas, cada una de las cuales portaba sólo uno de
los haplogrupos principales. Sin embargo, hay que considerar con cuidado esta
relación directa establecida entre la divergencia de haplogrupos y la
diversificación de las poblaciones humanas, debido a que es posible la
coexistencia de varios haplogrupos en una misma población.
Por otro lado, Bonatto y Salzano sugirieron que el análisis de la diversidad
dentro de los cuatro haplogrupos apoya fuertemente un origen único y temprano, entre 25.000 y 40.000 años atrás, para todas las poblaciones americanas. La
hipótesis de un origen único fue sustentada por estos autores basados en la
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gran similitud en la diversidad interna de los cuatro haplogrupos. Asimismo, los
análisis filogenéticos y simulaciones computacionales efectuados por estos
investigadores indicaron que los cuatro haplogrupos sufrieron un “cuello de
botella” seguido de una gran expansión poblacional entre 25.000 y 40.000 años
atrás. El escenario propuesto considera que los grupos procedentes del norte o
centro de Asia, portando los cuatro haplogrupos principales, habrían pasado
por un evento de reducción drástica del tamaño poblacional (cuello de botella),
probablemente en Beringia y previamente a la dispersión por el continente americano. Este evento de reducción en el tamaño poblacional generó una gran
disminución de la variación en el ADNmt. El modelo plantea también que al
ingresar al continente se habría producido una rápida expansión demográfica.
La distribución latitudinal en las frecuencias de haplogrupos podría ser explicada por esta expansión de la población original. A medida que los grupos se
dispersaron fueron quedando aislados unos de otros y, entonces, la deriva
génica podría ser el agente causal de la disminución en la cantidad de haplogrupos
presentes en los extremos del continente y la diversificación genética entre las
poblaciones. Los análisis más recientes continúan apoyando el modelo de
Bonatto y Salzano, aunque señalan que la diferenciación inicial de los
haplogrupos americanos no sería tan antigua y se habría producido alrededor
de 15.000-20.000 años AP (véase Schurr y Sherry, 2004; Silva y col., 2002).
Theodore Schurr y Stephen Sherry (2004) plantearon que la ausencia de los
haplogrupos americanos en Asia y la presencia únicamente de sus variantes
ancestrales sugiere que estas fechas representan el momento de diferenciación
de la población ancestral de los grupos americanos.
Los resultados alcanzados con el análisis de la variación del ADNmt en
poblaciones recientes tienen algunos problemas. En particular, las conclusiones
de los estudios moleculares se basan en el supuesto de que la diversidad en el
ADNmt deriva de los cinco haplogrupos fundadores. Si ingresaron otros
haplotipos (es decir más de un haplotipo fundador por haplogrupo), las
estimaciones de la diversidad antigua en América efectuadas previamente serían
incorrectas. Asimismo, la precisión de los fechados del momento de entrada
realizados con datos moleculares depende de la calibración del “reloj molecular”,
por lo que errores de esta calibración podrían llevar a cálculos también erróneos.
En este sentido, la investigación del ADN antiguo (ADNa) brinda la oportunidad única de evaluar hipótesis generadas a partir de los estudios de ADN moderno. Mientras estos últimos hacen predicciones acerca del pasado basadas
en la coalescencia de linajes, los estudios de ADNa permiten ubicar temporal y
geográficamente dichos linajes. Los primeros estudios de ADNa revelaron que
la mayoría de las secuencias podían ser adscritas a alguno de los haplogrupos
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conocidos en las poblaciones recientes. Sin embargo, Brian Kemp y col. publicaron en 2007 un estudio de ADNmt antiguo sobre la base del análisis de restos
óseos excavados en un sitio arqueológico localizado en Alaska (On-Your-KneesCave; datado en alrededor de 9.200 años 14C AP), en el cual determinaron la
presencia de un haplotipo fundador adicional del haplogrupo D traído a América
por los primeros pobladores. Estos resultados sugieren que los modelos previos han considerado una variación del ADNmt muy baja en las primeras poblaciones americanas y, por lo tanto, es probable que el tamaño de la población que
originalmente pobló América haya sido mayor a lo propuesto previamente. Asimismo, Ripan Malhi y col. en 2007 analizaron tres individuos del Holoceno
medio (ca. 5.000 años 14C AP) de Norteamérica y reportaron la presencia del
haplogrupo M en dos de los individuos, común en el este de Asia, pero ausente
hasta este análisis en América. Este estudio proveyó más evidencia a favor de la
hipótesis que las poblaciones antiguas de América tenían una diversidad
genética mayor a la reconocida hasta recientemente. Kemp y col. también sugieren que las calibraciones previas del reloj de ADNmt podrían haber subestimado
la tasa de evolución molecular. Si esto es así, las edades basadas en esas estimaciones podrían ser demasiado antiguas, dando cuenta de algunas discrepancias
observadas entre la evidencia genética y arqueológica en relación con el momento en que se pobló el continente. En este sentido, también proponen una
antigüedad para el poblamiento de América de ca. 13.500 años AP. Estas discrepancias entre los modelos basados en ADNmt moderno (por ejemplo el modelo
de Bonatto y Salzano) y los hallazgos recientes del ADNa afectan la interpretación del tiempo de entrada calculado por medio de la diversidad dentro de un
haplogrupo, dada una tasa particular de mutación (véase Malhi y col., 2007 para
una mayor discusión de este punto) y, por lo tanto, se necesitan re-formulaciones
de estos modelos que tomen en cuenta parámetros más realistas a la luz de los
nuevos hallazgos.
Para algunas regiones, como el sur de Sudamérica, los análisis efectuados
sobre ADNmt antiguo provenientes del Holoceno medio y tardío han mostrado
que el mismo patrón de variación geográfica observado en las muestras modernas
está presente, también, en las muestras prehistóricas. Carles Lalueza y col. (1997)
mostraron que el ADNmt obtenido a partir de muestras de restos óseos humanos
procedentes del extremo sur de Patagonia y de la desembocadura del Río Negro
(Argentina), puede ser adscrito a los haplogrupos C y D. Es decir, los mismos
que se encuentran presentes en las poblaciones aborígenes contemporáneas de
la región. Estos resultados indican que todas las muestras estudiadas se ajustaron a la variación mitocondrial establecida para Sudamérica sobre la base de las
poblaciones actuales. Es de particular importancia que estos investigadores
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analizaron varias muestras del Holoceno medio del extremo sur de Patagonia
(Cueva Lago Sofía [ca. 3.900 años 14C AP] y sitio Marazzi [ca. 5.500 años 14C AP])
así como varias del Holoceno tardío inicial de la antigua Laguna del Juncal (ca.
2.500-3.500 años 14C AP) en la desembocadura del Río Negro (Argentina). Estos
resultados permiten sugerir que el patrón de variación en el ADN mitocondrial
en el sur de Sudamérica se habría establecido con anterioridad a los 5.000 años
14
C AP. Asimismo, los análisis recientes de Gonzalo Figueiro de muestras
provenientes del sitio Arroyo Seco 2 (ca. 6.300-7.800 años 14C AP) indican frecuencias más altas de los haplogrupos C y B y más bajas para el hapogrupo D,
con ausencia del haplogrupo A (Figueiro 2006), reproduciendo también el patrón observado en los grupos aborígenes contemporáneos de la región. Sin
embargo, es necesario contar con más información de ADNa proveniente de
sitios del Pleistoceno final y Holoceno temprano para alcanzar una mayor
comprensión de la dinámica de la variación mitocondrial en esta región de América.
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7. Comentarios finales
A través de este breve recorrido por la historia del poblamiento inicial del
continente americano, hemos tratado de sintetizar lo que sabemos sobre el tema
y las muchas dudas que aún subsisten. Aun así, creemos haber cumplido con el
objetivo de organizar y reconstruir el complejo escenario del debate. Al mismo
tiempo, intentamos que en este escenario estén presentes las ideas que son más
relevantes y que más impacto generaron en la discusión contemporánea. En
este apartado pretendemos destacar y vincular las principales conclusiones
surgidas de cada uno de los capítulos.
Caben pocas dudas de que el ingreso de los primeros americanos se produjo
desde Siberia a través del puente terrestre de Beringia o bordeando su costa
siguiendo una ruta litoral o marítima. Como fue señalado, este puente no emergió
de manera continua, sino sólo en algunos períodos y estuvo acompañando los
pulsos de enfriamiento registrados durante las glaciaciones. Si bien quedó
expuesto entre alrededor de los 27.000 y 11.000 años 14C AP, los hielos continentales que cubrían buena parte del Hemisferio Norte habrían vuelto impracticable
el ingreso en América por el interior entre 22.000 y 11.500 años 14C AP y por la
franja de costa pacífica entre 18.000 y 14.000 años 14C AP.
Por otro lado, la información arqueológica disponible permite reconocer varias
tendencias generales: a) la mayor parte de los sitios tempranos de Siberia son
posteriores al inicio del último máximo avance glacial (ca. 20.000 años 14C AP) y,
entre ellos, no se han identificado conjuntos tecnológicamente asignables a Clovis.
Los propuestos como más tempranos no presentan contextos suficientemente
confiables, con excepción de Alekseevsky (23.000 años 14C AP), en el que sólo se
realizó un fechado radiocarbónico; b) en Norteamérica, existen sólidas evidencias
de ocupaciones previas a los 11.200 años 14C AP, tanto en el norte (p. ej. sitios del
complejo Tanana, en Alaska) como en el sur (p. ej. el esqueleto humano del sitio
Naharon, en México); c) los sitios con cronologías mayores a los 13.000 años 14C
14
Este hallazgo adquiere significativa relevancia porque el fechado fue efectuado
directamente sobre restos humanos. De ese modo no se vuelve necesario probar lo que
generalmente ha sido más difícil en la mayor parte de los sitios: la asociación entre la
muestra fechada y el contexto humano.
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AP no han sido hasta el momento suficientemente documentados y, por lo
tanto, deben considerarse con cautela y d) entre los 10.500 y 11.200 años 14C AP,
el Hemisferio Norte estaba ocupado en la mayor parte de su territorio (planicies,
costa y zonas periarticas y subtropicales) por sociedades con adaptaciones
muy diversas (cazadores recolectores generalizados, cazadores especializados
de megafauna y cazadores-recolectores-pescadores marinos).
Considerando en conjunto las evidencias paleoambientales y arqueológicas
surge con claridad que el modelo denominado Clovis-primero debe ser definitivamente descartado para explicar el primer ingreso de sociedades humanas en América. No sólo porque ya existen rastros confiables de ocupaciones previas en ambos
hemisferios, sino porque es extremadamente alta la variabilidad y distribución espacial de los grupos contemporáneos e inmediatamente posteriores a Clovis. Por otro
lado, este modelo tiene uno de sus principales argumentos en la premisa de una
dispersión extremadamente rápida de la “gente Clovis”, en cuyo caso deberían
encontrarse correlatos de ellos en Siberia, cosa que no ha ocurrido hasta ahora.
Entonces, aceptando que ya había seres humanos en América antes que
Clovis, la pregunta es ¿cuándo llegaron? Si bien no es posible dar una respuesta
definitiva a este interrogante, en principio es poco probable que esto haya
podido ocurrir entre 18.000 y 14.000 años 14C AP (momento de máximo avance
glacial), ya que los hielos continentales no lo habrían permitido, ni siquiera
siguiendo una ruta litoral. Tampoco puede descartarse un ingreso previo a este
lapso (entre 18.000 y 25.000 años 14C AP) como lo ha propuesto recientemente el
investigador norteamericano Davis Madsen (2004), pero no existen aún
evidencias sólidas y absolutamente confiables que lo apoyen, tal como hemos
resumido en los capítulos previos. Por lo tanto, la hipótesis más parsimoniosa es
la que propone un ingreso algo posterior, posiblemente hacia los 14.000 años 14C
AP. Si esto ocurrió así, el paso debió efectuarse por la faja litoral del sur de
Beringia y noroeste de Norteamérica, único espacio libre de hielos continentales
hasta la apertura del corredor de Alberta hacia los 11.500 años 14C AP (como
propuso inicialmente Fladmark –1979– y apoyaron luego otros investigadores
como James Dixon, Darly Fredje, George Wisner, entre muchos otros). Esto
implica, al mismo tiempo, que buena parte de los sitios generados por estos
primeros inmigrantes se encuentren actualmente bajo el mar.
Una antigüedad de ca. 14.000 años 14C AP para el poblamiento coincide con
algunos modelos basados en ADNmt que proponen que la diferenciación inicial
de los haplogrupos americanos se habría producido alrededor de 15.000-20.000
años AP (véase Schurr y Sherry, 2004; Silva y col., 2002) y se acerca mucho
también a la cronología de 13.500 años 14C AP para el poblamiento americano
propuesta en 2007 por Kemp y col. sobre la base del estudio de ADNmt antiguo.
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Además, está en concordancia con la propuesta de varios investigadores sobre
la base de estudios craneométricos, tales como algunos de los modelos de
Neves y Pucciarelli acerca de la entrada de una primera población paleoamericana
entre 15.000 y 20.000 años 14C AP. Por último, una fecha de ca.14.000 años 14C AP
es coherente con la cronología disponible para los sitios tempranos de Siberia.
Las dataciones más antiguas en América del Sur, con cierto grado de contrastación,
se remontan al lapso 12.000 a 13.000 años 14C AP y se encuentran en sitios tales
como Monte Verde en el sur de Chile, Arroyo Seco 2 en la región pampeana de la
Argentina y, probablemente, en Taima Taima en el noroccidente venezolano, en
Lapa Vermehla IV, en Mina Gerais, en el cráneo de Garrincho en la caatinga brasileña
y en algunos sitios dispersos de las tierras bajas occidentales de Perú (Aldenderfer,
1999). Aunque esta escasez y dispersión de rastros arqueológicos puede indicar
una baja densidad de ocupación y gente recién llegada a un nuevo continente, las
evidencias de Monte Verde sugieren un cuadro más complejo: poblaciones asentadas durante largos períodos en un mismo sitio, con un conocimiento bastante acabado del ambiente y de sus recursos. Sin embargo, el tipo de vida propuesto para los
habitantes de Monte Verde no se ha encontrado aún en ningún otro sitio del
Pleistoceno final. Lo más cercano quizás podría ser el caso del sitio Monte Alegre
(Brasil) donde, para un período posterior, se registraron evidencias de un uso temprano e intensivo de la cueva por grupos que incluían en su dieta un fuerte componente de especies vegetales del bosque amazónico.
Sobre la base de la evidencia arqueológica disponible, no hay ningún sitio
que pueda ser firmemente datado en más de 13.000 años AP, aunque hay algunos
candidatos interesantes para superar esta barrera. Como ya dijimos, uno podría
ser Pedra Furada pero este sitio debe aún resolver varios de los problemas
planteados por distintos investigadores, tanto los relativos a los procesos
naturales de la formación del sitio como a la explicación de la supuesta estabilidad
tecnológica por más de 40.000 años usando siempre las mismas rocas, que además
son las que naturalmente se encuentran en la cueva. El abrigo de Meadowcroft
es otro candidato pero aún hay cuestiones que resolver (véase por ejemplo la
discusión de Grayson, 2004). Aunque Adovasio y su equipo han explicado
satisfactoriamente los problemas de contaminación de carbón en las muestras
datadas, queda aún por solucionar la discrepancia entre la antigüedad de los
niveles más antiguos y la reconstrucción paleoclimática de los mismos, la que
no coincide con la esperada para un ambiente periglacial hacia 14.000 años 14C
AP. En ambos sitios, una extensa monografía donde se describan y discutan
todos los aspectos de las evidencias es absolutamente necesaria para poder
evaluar los hallazgos correctamente y discutirlos en el marco de los modelos de
poblamiento americano. Otros candidatos fuertes pero aún en proceso de exca167
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vación son el sitio de Pubenza 3, en el río Magdalena de Colombia, y el abrigo de
Santa Elina, en el Estado de Mato Grosso en Brasil. Si cualquiera de estos
lograra efectivamente consolidar las dataciones que se han presentado para las
ocupaciones humanas de sus niveles más profundos, tendríamos que considerar entonces seriamente una cronología de ingreso anterior al máximo avance
glacial, o sea mayor a 18.000 años 14C AP. Esta posibilidad queda abierta.
Entre 12.000 y 11.000 años 14C AP se multiplican los rastros de indígenas en
América y ya hay indicios de ocupación humana en los principales ambientes
sudamericanos: Patagonia, Andes, Planalto Brasilero y tierras bajas tropicales.
Esto refuerza la idea de que ya había gente en el continente antes de 11.200 años
14
C AP porque sería difícil explicar una explosión demográfica tan rápida y una
adaptación a ambientes tan distintos. Un milenio después la mayoría de las
grandes regiones americanas ya estaba ocupada por grupos indígenas que
diversificaron sus modos de vida y se adaptaron a condiciones muy diversas.
Esta adaptación regional eficiente de los cazadores recolectores del Pleistoceno
final y Holoceno temprano ha llevado a Dillehay y col. (2003) a proponer que
esto podría ser parcialmente explicado por una aparición temprana en América
del Sur de una incipiente complejidad socio-económica. Esta complejidad
temprana habría proporcionado las condiciones para una serie de cambios
revolucionarios que se dieron poco tiempo después y que transformaron
sustancialmente a estas sociedades. Estos cambios incluyeron la aparición de
cultígenos en Perú, quizás hace unos 8.000 años, la producción de alfarería, al
menos hace 6.000 años en algunos lugares de Colombia, Ecuador y probablemente
Brasil, el desarrollo de técnicas de momificación de cuerpos humanos hace unos
7.000 años en el norte de Chile y el inicio de la arquitectura monumental en
Ecuador y Perú alrededor de 5.000 años AP.
Algunos tópicos acerca del poblamiento americano han sido clarificados al
estudiar la información biológica de las poblaciones actuales y prehistóricas. En
primer lugar, la evidencia genética muestra claramente que las poblaciones
americanas tienen un origen biológico asiático, probablemente del centro de
Asia. Esta evidencia también indica que la diferenciación biológica de las
poblaciones fue probablemente un fenómeno local y no el resultado de múltiples
migraciones (con la probable excepción de los grupos aleutiano-esquimales).
Sin embargo, la evidencia biológica es más débil para considerar el momento en
que los primeros pobladores ingresaron al continente así como las características
demográficas de este proceso. Aunque algunas de las estimaciones más recientes
(por ejemplo Silva y col., 2002) acerca del momento de ingreso son coherentes
con la información arqueológica, es claro que todavía es necesario un mayor
número de estudios para que las mismas resulten confiables.
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Los estudios de ADNmt de poblaciones actuales han influido profundamente
en la visión del poblamiento americano. Aunque como hemos señalado más arriba
existen limitaciones en el uso exclusivo de datos genéticos de poblaciones contemporáneas para inferir eventos de la historia evolutiva de los primeros americanos.
Los estudios de ADNa han mostrado ser muy útiles para evaluar los modelos generados sobre la base de ADNmt moderno. Sin embargo, estos estudios son aún
limitados en número y, principalmente, son escasos los restos del Pleistoceno final
que han sido analizados. Esto mantiene en la oscuridad la variación mitocondrial de
este período crucial para entender el origen y evolución de las poblaciones humanas
de América. Es necesario contar con un mayor cúmulo de información de ADNa del
Pleistoceno final y Holoceno temprano para alcanzar una mejor comprensión de la
variación e historia evolutiva de los primeros aborígenes americanos.
La revisión efectuada aquí muestra también que la evolución morfológica
craneofacial en América es un problema que requiere mayor investigación. Las
muestras disponibles hasta el presente no pueden ser usadas para conocer las
características morfológicas craneofaciales de los primeros pueblos americanos
(las poblaciones del Pleistoceno final). Si aceptamos que el poblamiento ocurrió
14.000 años 14C AP, los esqueletos de Lagoa Santa y Tequendama (fechados
entre 6.000 y 9.000 años 14C AP) provienen de poblaciones que habitaron
Sudamérica entre 5.000 y 7.000 años después de la entrada de los primeros
pobladores. El análisis de estos sitios, junto con otros provenientes del mismo
momento (tales como Arroyo Seco 2 y Baño Nuevo), sólo nos permite abordar la
variación craneofacial en el Holoceno temprano/medio de Sudamérica. Debido
al tiempo transcurrido desde el poblamiento inicial del continente y a sus características, las causas de la variación morfológica craneofacial de estas poblaciones podrían ser discutidas a la luz de factores microevolutivos que actuaron
localmente durante los primeros milenios del poblamiento. En este sentido, si
empleamos evidencia morfológica craneofacial en el estudio del proceso de
poblamiento americano debemos considerar algunas características de los factores causales para la correcta interpretación de los resultados obtenidos. Las
diferencias morfológicas craneofaciales entre dos poblaciones pueden ser el
resultado de la acción de factores como la selección natural o la deriva génica
sobre la variación heredable. Además, la morfología craneofacial puede variar
por la acción de factores ambientales que producen modificaciones no-heredables durante el desarrollo de los individuos (esto es denominado plasticidad
fenotípica). Entonces, la selección natural y la plasticidad fenotípica podrían
generar semejanzas morfológicas entre dos poblaciones americanas, o entre una
población americana y otra extra-americana que se encuentran en contextos
ambientales similares, pero que no tienen una relación genética estrecha. Esta
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situación podría conducir a la interpretación errónea de las semejanzas
morfológicas entre dos poblaciones si se asume que las mismas sólo representan relaciones de parentesco (es decir, relaciones evolutivas).
Los problemas presentados por la información morfológica para el estudio del
poblamiento americano pueden ser ejemplificados cuando pensamos en el
poblamiento del sur de Sudamérica. El estudio de relaciones evolutivas entre
poblaciones humanas de esta región estuvo limitado a datos morfológicos hasta
recientemente. Sin embargo, a principios de 2000, un estudio de ADN mitocondrial
publicado por Mauricio Moraga y col. muestra que todas las secuencias obtenidas en las poblaciones del sur de la Patagonia y Tierra del Fuego son adscritas
fácilmente a los haplogrupos amerindios C y D (resultados similares fueron obtenidos en 2004 por Garcia-Bour y col.). Entonces, la información genética disponible señala que las diferencias morfológicas craneofaciales observadas entre las
poblaciones de Tierra del Fuego/sur de Patagonia y el resto de las poblaciones
americanas han surgido localmente en la región y no están relacionadas con la
retención de caracteres morfológicos ancestrales y el aislamiento geográfico de
las poblaciones de Tierra del Fuego, como ha sido frecuentemente hipotetizado
(véase una discusión más amplia de este tema en Pérez y col., 2007).
Para cerrar este breve viaje por los orígenes de los indígenas americanos,
debemos concluir que, como tantos otros temas de la arqueología y la
antropología contemporánea, aún estamos lejos de llegar a una resolución final.
Hoy creemos que los primeros seres humanos llegaron al continente en algún
momento del Pleistoceno final, hace aproximadamente 14.000 años 14C AP, o
quizás algunos milenios antes. Sabemos también que eran Homo sapiens, seres
humanos anatómicamente modernos y que tenían un modo de vida cazador
recolector, altamente nómade, y quizás estaban profundamente interesados en
saber qué había más allá. Su inmensa curiosidad exploratoria, el aumento
demográfico de las bandas generación tras generación y su flexible capacidad
adaptativa los llevó a colonizar en pocos milenios todos los rincones del
continente, desde las altas Punas andinas hasta los fríos canales del Atlántico
sur. Con el tiempo, sus descendientes evolucionaron, se transformaron y adoptaron diversos modos de vida. Algunos de ellos produjeron innovaciones tecnológicas trascendentes tales como la alfarería, la metalurgia, la arquitectura
monumental y la astronomía. También domesticaron una inmensa variedad de
plantas que luego del siglo XVI cambiarían la dieta de toda la humanidad. El
maíz, el tomate, la papa, el zapallo, los porotos y muchos otros vegetales fueron
productos americanos de enorme impacto en la alimentación de todo el mundo.
Este fue entre tantos otros el legado de aquellos seres humanos que miles de
años atrás se internaron a explorar y poblar un nuevo mundo.
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10. Glosario
Abrigo: área que por estar asociada a un muro de roca se encuentra protegida de
algunos agentes atmosféricos como la lluvia, el viento y el sol (p. ej: cueva,
alero, gruta). En estos espacios se generan con frecuencia buenas
condiciones para la formación de sitios arqueológicos en estratigrafía.
Ad hominem: proviene del latín y significa “dirigido a la persona” o “contra el
hombre”. Es una falasia lógica en la cual se responde a un argumento atacando
a la persona. Es un recurso retórico muy usado.
ADN mitocondrial: material genético de las mitocondrias (organelas que generan
energía para una célula eucariota). Se hereda generalmente por vía materna y
no recombina, por lo cual puede ser usado para construir linajes maternos.
Afloramientos: áreas en las cuales se exponen en superficie rocas y/o minerales
específicos. Los afloramientos de materias primas de buena calidad para la
confección de instrumentos líticos suelen ser lugares recurrentemente
utilizados por las sociedades del pasado.
Artefacto: objeto mueble con evidencias físicas de haber sido utilizado, modificado
y/o confeccionado por humanos.
Asociación faunística: restos de animales asociados con un conjunto
arqueológico determinado.
Banda: unidad social constituida por una o varias familias emparentadas y que
generalmente no supera el centenar de individuos. Es la típica unidad de las
sociedades cazadoras-recolectoras.
Beringia: denominación del área ubicada entre los ríos Kolyma –en el noreste de
Rusia– y Mackenzie, en el noroeste de Canadá. También se incluye con
frecuencia la extensa región sumergida que se encuentra debajo del actual
estrecho de Bering.
Bioantropología: rama de la antropología. Disciplina científica que estudia los
patrones y procesos de variación biológica de los humanos modernos y
otras especies relacionadas de primates.
Calcedonia: roca silícea traslúcida de origen sedimentario muy utilizada por los
grupos aborígenes por su buena calidad para la confección de instrumentos
mediante talla.
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Campamento de caza: área de establecimiento temporario de un grupo humano
(generalmente adultos hombres) durante una partida de caza.
Campamento residencial: área principal de establecimiento de un grupo de cazadores recolectores móviles.
Cantera: área de obtención de materias primas de origen mineral.
Carroñeo: acción de obtener carne de animales cuya muerte fue ocasionada con
anterioridad y a causa de un agente diferente al que la aprovecha.
Columna estratigráfica: representación gráfica de una columna de sedimentos
de un determinado perfil.
Componente arqueológico: asociación de materiales arqueológicos generada
durante un evento de ocupación de un sitio o durante más de un episodio
cuasi-contemporáneos.
Contexto arqueológico: conjunto de restos culturales ordenados de manera
significativa en una matriz de suelo. En un contexto arqueológico el significado
de un objeto sólo puede entenderse a partir de su relación con los demás.
Craneofacial: designación que se da en conjunto a los huesos de la bóveda
craneana y la cara.
Craneometría: conjunto de técnicas utilizadas para el estudio cuantitativo de la
variación craneofacial.
Cuarcita: roca de origen metamórfico utilizada con frecuencia por grupos
aborígenes para la confección de instrumentos líticos. En la región pampeana
argentina es una de las principales materias primas empleadas.
Cuaternario: período geológico ubicado entre los 1,6 millones de años atrás y
nuestros días, caracterizado por la ocurrencia cíclica y periódica de eventos
de enfriamiento en todo el planeta conocidos como glaciaciones.
Cuchillo: instrumento lítico obtenido mediante talla caracterizado por la presencia
de un filo con bisel simétrico destinado a la función de cortar en forma
perpendicular.
Cuello de botella: fenómeno de reducción drástica en el número de miembros de
una población que generalmente produce un muestreo aleatorio del material
genético.
Cultura material: correlato material de cualquier acción humana ocurrida en el
pasado.
Datación: método estandarizado tendiente a determinar la edad de un objeto.
Uno de los más comunes utilizados por la arqueología es el de 14C.
Deflación: erosión eólica que barre los fragmentos finos del suelo. Es predominante en las regiones secas y resulta muy intensa cuando el suelo carece
de manto vegetal.
Deriva génica: mecanismo evolutivo que afecta la frecuencia de genes en una
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población de una generación a la siguiente debido a factores aleatorios
(fortuitos, casuales).
Desecho de talla: artefacto lítico producido secundariamente durante la reducción de un núcleo o manufactura de un instrumento lítico. Una lasca puede
producirse por presión o percusión intensional.
Despostamiento: procedimiento tendiente a fragmentar un animal en unidades
anatómicas menores.
Especie: en un sentido biológico puede ser definida como un grupo de individuos interfértiles (que pueden reproducirse entre sí) y que, a su vez, dejan
descendencia fértil.
Estación de cacería: espacio en el que un grupo de personas efectuó la matanza
y/o procesamiento inicial de un animal.
Estadial: período específico dentro de una glaciación en el cual se registraron
pulsos de máximo avance de los glaciares.
Estepa fría: ambiente con clima frío que presenta al matorral como rasgo
vegetacional dominante.
Estratigrafía: en arqueología, disposición de los materiales arqueológicos en
estratos o niveles específicos de una secuencia sedimentaria.
Etnias: grupo de personas que se autodefine como parte de un mismo grupo de
pertenencia.
Evolucionismo cultural: teoría que entiende el cambio social en analogía a los
procesos inherentes a la evolución biológica de las especies.
Familia (en biología): categoría taxonómica que agrupa a un conjunto de géneros.
Familia nuclear: grupo familiar básico constituido por los padres, sus hijos y
eventualmente alguno parientes cercanos.
Fenotipo: conjunto de características físicas, comportamentales, fisiológicas,
etc. que surgen durante el desarrollo de un individuo.
Fisión de bandas: proceso caracterizado por la disgregación de una banda en
unidades menores. Ocurre generalmente en momentos específicos del año
cuando los grupos reducen el tamaño y aumentan la movilidad.
Flujo génico: mecanismo evolutivo que afecta la frecuencia de genes de una
población debido al intercambio de genes con otras poblaciones.
Fusión de bandas: proceso inverso al de fisión, caracterizado por la conformación
de grupos de mayor tamaño a partir del reagrupamiento de unidades menores.
Género: categoría sistemática que reúne a un grupo de especies.
Genotipo: conjunto de genes de un organismo. Constituye el material hereditario y necesario para la conformación de un individuo.
Glaciaciones: períodos ocurridos cíclicamente desde hace 1,6 millones de años
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durante los cuales el clima fue particularmente riguroso en todo el planeta
debido a las bajas temperaturas.
Haplogrupo: variante del ADN mitocondrial establecida en base a la presencia
de mutaciones características. Los haplogrupos son propios de las poblaciones de cada continente y aparecieron hace miles de años.
Haplotipos: subgrupos de los haplogrupos cuyas secuencias de mutaciones
características son más específicas y recientes.
Hiatus: interrupción o separación espacial o temporal. En arqueología se denomina hiatus al espacio de tiempo que separa dos ocupaciones de un mismo
sitio.
Hoja: tipo de lámina con bordes paralelos o sub-paralelos que se obtiene de
núcleos especialmente preparados para tal fin.
Holoceno: uno de los dos períodos en que se divide el Cuaternario, ubicado
entre los 10.000 años AP y la actualidad.
Instrumento: en arqueología, todo artefacto al cual puede atribuirse una utilización cierta.
Instrumento bifacial: instrumento cuyas dos caras han recibido trabajo de talla.
Instrumento unifacial: instrumento que sólo ha sido trabajado mediante talla en
una de sus caras.
Instrumento de molienda: instrumento utilizado de a pares para reducir sustancias intermedias a un tamaño más pequeño que el original. En arqueología se
asocian con frecuencia al procesamiento de productos vegetales y se los
conoce también como morteros, manos y molinos.
Interestadial: período específico dentro de una glaciación en el cual se registran
pulsos de mejoramientos relativos del clima (p. ej: aumento de la temperatura
y disminución del tamaño de las áreas englazadas).
Interglacial: período ubicado entre glaciaciones en el cual las temperaturas ascendieron a nivel global, predominando condiciones templadas. En ellos no
se incluyen los mejoramientos temporarios breves registrados dentro de una
glaciación (interestadiales).
Lámina: tipo de lasca de escaso espesor cuyo largo máximo es igual o mayor al
doble de su ancho.
Lasca: desecho de talla en el que puede definirse la dirección del golpe a partir
del cual se extrajo.
Linaje: en un sentido social es un grupo que se considera descendiente de un
antepasado común conocido.
Megafauna: (del griego mega, “grande”) es un término que se usa en paleontología
para designar a los grandes animales terrestres –en particular mamíferos– de
varios cientos a miles de kilogramos. En América casi toda la megafaina se
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extinguió entre fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno (12.000 -8.000 AP).
Meteorización: proceso por el cual los materiales se rompen y descomponen al
estar expuestas a los agentes atmosféricos.
Microlito: artefacto lítico muy pequeño que funciona como uno de los numerosos
componentes de un instrumento compuesto.
Modificación antrópica: rasgo morfológico de un objeto arqueológico producido
por la actividad humana (p. ej. marca de corte en restos óseos).
Movilidad residencial: mecanismo mediante el cual un grupo aborigen no
sedentario organiza y ejecuta el traslado de las unidades domésticas de un
lugar a otro.
Neurocráneo: designación que se da en conjunto a los huesos de la bóveda
craneana.
Núcleo: artefacto lítico del cual se obtienen fragmentos de materia prima (p. ej.
lascas, hojas) mediante la aplicación de técnicas de talla.
Paleoambiente: ambiente de un lugar específico en algún momento del pasado.
Paleobotánica: área de la botánica cuyo objeto de estudio son las formas
vegetales fósiles.
Paleoclima: clima del pasado.
Paleodieta: composición alimentaria de poblaciones humanas del pasado.
Paleoindio: período que se refiere al momento en que llegaron los primeros
habitantes humanos del continente americano.
Paleolítico Inferior: parte del Paleolítico que comienza con la aparición de las
primeras herramientas fabricadas por homíninos hace 120.000 años.
Paleolítico Superior: parte del Paleolítico que comienza hace aproximadamente
35.000 años y termina alrededor de 10.000 años AP. Se diferencia del Paleolítico Inferior por el empleo de técnicas más sofisticadas y por la producción
de instrumentos más complejos.
Palinología: área de la biología que estudia el polen. Los estudios polínicos
contribuyen con la reconstrucción de la vegetación y del clima del pasado.
Perforador: instrumento de piedra utilizado para perforar materiales más blandos
mediante rotación o punción.
Pleistoceno: uno de los dos períodos en que se divide el Cuaternario, ubicado
entre los 1.600.000 y 10.000 años AP.
Procesos de formación: procesos naturales y culturales involucrados en la formación de un sitio arqueológico, desde su generación hasta el momento de
su estudio.
Procesos post-depositacionales: procesos naturales y culturales que afectaron
la preservación y organización de los materiales arqueológicos de un sitio
luego de su formación.
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Punta de proyectil: cabezal punzante de piedra, hueso o madera unido a un astil
de madera.
Raedera: instrumento lítico confeccionado mediante talla sobre una lasca mediante el retoque unifacial de uno de sus lados. Se utilizaron generalmente para
efectuar actividades como raspar, separar la carne del hueso y trabajar madera.
Raspador: instrumento lítico con filo retocado en ángulo abrupto, cuyo uso más
frecuente habría sido el raspado de cueros durante el trabajo de curtido.
Raza y tipo racial: “raza” es sinónimo de sub-especie en la biología moderna y
representa a un grupo de organismos que poseen caracteres biológicos distintivos. En cambio, la idea de “tipo racial” fue usada a principios del siglo XX
para designar grupos de individuos con homogeneidad biológica interna y
claramente diferenciados de otros. Varios tipos raciales humanos fueron definidos para cada continente (por ej.: Imbelloni, 1938). Las ideas raciales de la
primera mitad del siglo XX difieren marcadamente de las ideas que existen
actualmente en la biología y están más relacionadas con la filosofía aristotélica.
Relaciones evolutivas: relaciones biológicas que reflejan principalmente el aporte
de información genética entre poblaciones. El grado de relación representa
la cantidad de atributos compartidos por las poblaciones.
Relaciones filogenéticas: relaciones evolutivas que muestran la relación ancestrodescendiente entre un grupo de poblaciones o especies. Generalmente son
graficadas en forma de árbol.
Retoque: extracción o serie de extracciones efectuadas mediante talla sobre una
forma base (p. ej. lasca) a fin de obtener un instrumento.
Selección natural: mecanismo evolutivo que consiste en la reproducción diferencial de los diferentes genotipos de una población en un ambiente determinado.
Serológicos: relativo a la sangre.
Sílice: mineral caracterizado por el motivo elemental tetraédrico. Las rocas silíceas
reúnen generalmente muy buenas aptitudes para la confección de instrumentos de filo.
Sincrónico: Se dice que dos eventos son sincrónicos cuando se producen en el
mismo momento.
Sitio arqueológico: acumulación espacial discreta de materiales producida por
actividades humanas.
Solutrense: período cultural de la prehistoria europea anterior al Magdaleniense
(cercano a los 20.000 años AP). Durante el Solutrense se fabricaron puntas
planas y delgadas en forma de hoja, trabajadas por ambas caras.
Tipología: organización sistemática de los artefactos arqueológicos en tipos a
partir de atributos morfológicos específicos.
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Tratamiento térmico: en arqueología, proceso de cambio intencional de la temperatura de una materia prima lítica a fin de cambiar sus propiedades físicas
y mejorar sus aptitudes para ser tallada.
Trayectoria: serie de estadíos que atraviesa un sistema a lo largo del tiempo
según la “teoría de sistemas”.
Tundra: ambiente de desierto polar que permanece la mayor parte del año congelado. Sólo existe un período del año muy corto en el que los vegetales
pueden crecer y la diversidad de organismos que lo habitan es baja. En la
actualidad los ambientes de tundra se encuentran restringidos a regiones
muy marginales como en el extremo norte de Asia, Europa y Norteamérica y
el sur de Groenlandia.
Visibilidad arqueológica: potencial de un ambiente específico para preservar y
hacer visibles las evidencias arqueológicas de los grupos humanos que lo
ocuparon en el pasado.
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Sobre los autores
Gustavo G. Politis es licenciado en Antropología (1978) y doctor en Ciencias
Naturales (1984), en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. Desde 1988 es profesor en esa casa de estudios y en
la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires en el campus
de Olavarría. En 1987 ingresó al CONICET como investigador y actualmente es
Investigador Principal. Ha sido becario post-doctoral en la Universidad de
Kentucky (EE.UU.) y en el Smithsonian Institute y Profesor Visitante en las
universidades de Cambridge (1991), Southampton (1992-1993) y Stanford (2001).
Actualmente es también profesor visitante en varias universidades latinoamericanas que tienen programas de posgrado. Fue Becario Guggenheim en 2003 y
obtuvo el premio “Bernardo Houssay” en 1987 y 2003. Sus temas de investigación son la arqueología de la región pampeana, el poblamiento de América, la
etnoarqueología de los cazadores-recolectores amazónicos y la teoría arqueológica. Ha publicado 120 artículos en revistas y libros de la especialidad: Ha escrito tres libros y editado otros siete.
Luciano Prates nació en Río Colorado, provincia de Río Negro. Obtuvo los
títulos de licenciado en Antropología (2001) y doctor en Ciencias Naturales
(2007), ambos en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad
Nacional de La Plata. En la misma casa de estudios se desempeña como docente
y realiza actividades de investigación en el Departamento Científico de Arqueología. Ha recibido becas de estudiante (de la CIC) y de post-grado (del CONICET),
en la mayoría de los casos para efectuar estudios arqueológicos en Norpatagonia.
Durante su formación doctoral y post-doctoral realizó actividades académicas y
de investigación en las universidades de París, Rennes (Francia) y Londres
(Inglaterra). Ha participado en numerosas reuniones científicas nacionales e
internacionales y publicado más de quince trabajos científicos en libros y revistas
sobre arqueología de las regiones pampeana y patagónica y un libro sobre la
arqueología del valle del río Negro.
S. Ivan Perez nació en Morea, partido de 9 de Julio, provincia de Buenos
Aires. Ha obtenido los títulos de licenciado en Antropología (2001) y de doctor
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en Ciencias Naturales (2006) en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la
Universidad Nacional de La Plata. Es investigador del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y docente en la cátedra
Orientaciones en la Teoría Antropológica en dicha Facultad. Su principal interés
se centra en el estudio de los patrones y procesos de variación craneofacial en
poblaciones humanas de Sudamérica, empleando información morfológica,
filogenética y ecológica. Ha dictado cursos de grado y postgrado en el área de
estadística y análisis de datos. A lo largo de su carrera ha recibido becas en el
país y en el exterior, entre las cuales se destacan la Beca Doctoral del CONICET
y la Beca Posdoctoral de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São
Paulo (FAPESP, Brasil). Ha participado en numerosos encuentros científicos,
coordinado simposios y ha publicado más de 30 trabajos en libros, revistas
nacionales e internacionales.
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Índice
Agradecimientos ............................................................................................. 5
1. El poblamiento americano en contexto ........................................................ 7
1.1 Las primeras explicaciones sobre el poblamiento de América ............. 10
1.2 El origen de los seres humanos y su dispersión a través del mundo .. 14
1.3 El problema del poblamiento inicial de América .................................. 20
1.4 El escenario del poblamiento: los cambios climáticos
y ambientales............................................................................................ 24
1.5 Las extinciones masivas de mamíferos luego
del último avance glacial ........................................................................... 32
2. La arqueología del poblamiento americano: las evidencias
del Hemisferio Norte ..................................................................................... 36
2.1 Las poblaciones siberianas del Pleistoceno final ................................ 36
2.2 El poblamiento de las planicies interiores de Norteamérica ................. 43
2.3 Las sociedades tempranas de la costa pacífica de Norteamérica ........ 56
2.4 México y Centroamérica ..................................................................... 58
3. Los sitios controversiales de América del Sur ........................................ 63
3.1 Monte Alegre (Brasil).......................................................................... 65
3.2 Pedra Furada (Brasil) ........................................................................... 68
3.3 Monte Verde (Chile) ............................................................................ 74
4. La arqueología del poblamiento de América del Sur ................................. 81
4.1 El Norte de América del Sur ................................................................ 81
4.2 La costa central del Pacífico ............................................................... 92
4.3 Los Andes centrales ........................................................................... 95
4.4 La cuenca amazónica y las tierras bajas de Brasil .............................. 96
5. El fin del viaje: el Cono Sur .................................................................... 102
5.1 Las llanuras pampeanas ................................................................... 104
5.2 Las planicies del Uruguay ................................................................ 112
5.3 Comentarios sobre el poblamiento de las llanuras
de la Argentina y Uruguay..................................................................... 115
5.4 El poblamiento de la Patagonia......................................................... 119
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5.5 El Noroeste y las Sierras Centrales ...................................................
5.6 Los valles centrales de Chile ............................................................
5.7 Algunas reflexiones sobre el Cono Sur ............................................
6. La información biológica acerca del origen y evolución
de los pueblos americanos .........................................................................
6.1 La información morfológica craneofacial..........................................
6.2 La información del ADN mitocondrial ..............................................
7. Comentarios finales ................................................................................
8. Bibliografía .............................................................................................
9. Glosario ...................................................................................................
Sobre los autores .........................................................................................
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Colección Ciencia joven
1.
Una expedición al mundo subatómico. Átomos, núcleos y partículas
elementales, Daniel de Florian
2.
Números combinatorios y probabilidades, Ricardo Miró
3.
Las plantas, entre el suelo y el cielo, Jorge Casal
4.
Introducción a la geología. El planeta de los dragones de piedra, Andrés Folguera, Víctor A. Ramos y Mauro Spagnuolo (coords.)
5.
Biomateriales. Una mejor calidad de vida, Gustavo S. Duffó
6.
Reproducción humana, Marta Tesone
7.
La física y la edad de la información, Marcelo J. Rozenberg
8.
Biodiversidad y ecosistemas. La naturaleza en funcionamiento, Claudio
M. Ghersa
9.
100 años de relatividad, Diego Harari y Diego Mazzitelli
10. Entre el calamar y el camello. O del control del medio interno, Carlos
Amorena y Alejandra Goldman
11. Por los senderos de la noche. Guía de viaje para mochileros del Universo, Pedro Saizar
12. La física de los instrumentos musicales, Javier Luzuriaga y Raúl O. Pérez
13. La intimidad de las moléculas de la vida. De los genes a las proteínas,
Martín Vázquez
14. El lenguaje de las neuronas, Osvaldo Uchitel
15. Biología marina, Pablo E. Penchaszadeh y Martín I. Brögger
16. El universo de las radiaciones, Jorge Fernández Niello
17. Construyendo con átomos y moléculas, Índigo
18. Evolución y selección natural, Esteban Hasson
19. El aire y el agua en nuestro planeta, Inés Camilloni y Carolina Vera
20. Respuesta inmune. Anticuerpos, alergias, vacunas y reproducción humana, Ana Cauerhff, Guillermo Horacio Docena, Carlos Alberto Fossati y
Fernando Alberto Goldbaum
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21. Contaminación y medio ambiente, Daniel Cicerone
22. El sol, Marta Rovira
23. Drogas hoy. Problemas y prevenciones, Wilbur Ricardo Grimson
24. El origen de los primeros Estados. La “revolución urbana” en América
Precolombina, Marcelo Campagno
25. Investigación en cáncer y citogenética, Christiane Dosne Pasqualini y
Susana Acevedo
26. El VIH/Sida desde una perspectiva integral, Fundación Huésped
27. El mundo mediterráneo entre la Antigüedad y la Edad Media 300-800
d.C, Pablo Ubierna
28. Introducción a la filosofía, Francisco Bertelloni y Antonio Tursi
29. Los juegos de Minerva. La historia de las ciencias de la naturaleza en
trece escenas con comentarios, Miguel de Asúa
30. El derecho de elegir. Conversaciones con los jóvenes, Héctor Shalom
31. Biología Tumoral. Claves celulares y moleculares del cáncer, Elisa Bal
de Kier Joffé, Lydia Puricelli y Daniel F. Alonso
32. La memoria animal: adquisición, persistencia y olvido, Héctor
Maldonado
33. Una mirada fisicoquímica a través del vidrio, Horacio R. Corti
34. La razón de las hormonas. El porqué de las glándulas endocrinas,
Ernesto J. Podestá
35. Citoesqueleto y vida celular, Walter Berón, María Isabel Colombo, Luis
Alberto López, Luis Segundo Mayorga y Miguel Ángel Sosa
36. Los primeros americanos. Arqueología y bio-antropología de los primeros americanos, Gustavo Politis, Luciano Prates e Iván Pérez
De próxima aparición
Nanotecnología. El desafío tecnológico del Siglo XXI, Galo Soler Illía
Genética humana y salud, Víctor Penchaszadeh
Las guerras de la independencia, Gustavo Paz
El ATP. El transporte y la energía, Juan Pablo Rossi y Gustavo Rossi
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