AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS La lucha contra el tiempo Julián Sanz Pascual Se trata de un largo recorrido sobre lo que es el tiempo. Sólo voy a citar las conocidas palabras de San Agustín: ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero, si quiero explicárselo al que me pregunta, no lo sé. Lo que sí sé sin vacilación es que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese no habría tiempo futuro; y si nada existiese no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, el pretérito y el futuro, ¿cómo pueden ser si el pasado ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al tiempo presente, si permaneciese siendo presente y no pasase a ser pretérito, ya no habría tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo, es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya razón de ser es dejar de ser, de tal modo que no podemos decir del tiempo que existe, sino cuando tiende a no existir?1. Nuestro olvidado filósofo catalán Jaime Balmes (1810-1848), recogiendo esta misma idea del obispo de Hipona, dice: El tiempo no parece que pueda ser distinto de las cosas; porque, ¿hay quien pueda pensar ni imaginar lo que es una duración distinta de lo que dura, una sucesión distinta de lo que sucede? ¿Será una sustancia? ¿Será una modificación inherente a las cosas, pero distinta de ellas? Todo lo que es algo, existe, y, sin embargo, el tiempo no lo encontraréis existente nunca. Su naturaleza se compone de instantes divisibles hasta el infinito, esencialmente sucesivos y, por tanto, incapaces de simultaneidad. Imaginad el instante más pequeño que queráis, ese instante no existe, porque se compone de otros infinitamente pequeños que no pueden existir juntos. Para concebir un tiempo existente es necesario concebirle actual, y para eso es nece- 1 San Agustín, Confesiones, XI, cap. 14, 17. 45 ACTA La lucha contra el tiempo sario sorprenderle en un instante indivisible; mas éste ya no es tiempo, ya no envuelve sucesión, ya no es duración en que haya un antes y un después2. La conclusión, tanto en Balmes como en Agustín, es el absurdo de que sólo existe el tiempo que no dura nada, es decir, sólo existe el tiempo que no existe. A pesar de todas estas dificultades para comprender lo que sea el tiempo, de lo que todos estamos seguros es de que el paso del tiempo produce efectos que resultan inevitables, lo que imprime en todas las cosas una fugacidad que resulta angustiosa para el hombre. à 1. La fugacidad de todas las cosas y las ansias de inmortalidad Una de las convicciones más profundas y universales que tiene el hombre es que todos somos dinámicos, que somos temporales. Aunque quizá se trate de una convicción más teórica que práctica, al menos si nos atenemos a la vida que hace mucha gente, la que se ha instalado en este mundo de tal manera que parece se va a quedar aquí para toda la eternidad. A este objetivo corresponde sin duda el sentido tan profundo como arraigado que en nuestras sociedades ha ido adquiriendo el derecho de propiedad, el que busca una seguridad absoluta para el futuro mediante la acumulación de riquezas prácticamente sin límite alguno. Los grandes faraones de Egipto con sus célebres enterramientos bajo enormes y costosísimas pirámides constituyen un buen ejemplo de lo que decimos, de hasta qué punto puede llegar el hombre en su falta de sentido en la lucha contra el paso del tiempo. Se trata de una forma de inmortalidad material individualizada, muy poco realista en todo caso, demasiado cara además, al menos en relación a la inmortalidad ideal más generalizada que prometen las religiones, que ya está al alcance de todas las fortunas, pues para conseguirla basta con el acatamiento incondicional a un determinado credo. El único problema es que esta inmortalidad se pone en un lugar nada asequible desde aquí, en el que además no existe libro de reclamaciones. 2 46 Figura 1. Conjunto de las pirámides de Gize--h. à 2. El instinto de conservación y la angustia por el paso del tiempo Mas dejando a un lado lo de la inmortalidad, lo que parece claro es que en el hombre está profundamente arraigado el instinto de conservación, el que le lleva a luchar contra el paso del tiempo como si éste fuese su más encarnizado enemigo. Así, el célebre panta rei (παντα ρει) de Heráclito, todo pasa, nada permanece, constituye un especial motivo de angustia, la angustia que recogió de una manera especial la literatura existencialista del siglo XX, que identificaba el ser con el tiempo, de manera que nuestra esencia es el tiempo, algo completamente inasible y tan fugaz que se nos va de las manos así que pretendemos tocarlo. Esto al menos es así si entendemos el tiempo como absoluto, como algo único y continuo que fluye de manera irreversible y fatal para todos. Jaime Balmes, Filosofía fundamental, BAC, Madrid 1963, pp. 500-1. Figura 2. Desarrollo de la abeja (metamorfosis). La lucha contra el tiempo Conviene añadir que esta angustia no le afecta sólo al hombre, sino a todas las cosas de la naturaleza, tanto de la animada como de la inanimada. La única diferencia estaría en el grado de conciencia que el hombre puede tener de esta fugacidad, que es mucho mayor, suponemos, que la del resto de los seres, incluidos los del mundo animal más próximos. Todas las cosas son dinámicas, me parece que de esto estamos todos convencidos, pero también podemos estarlo de que todas ellas pugnan por permanecer, por no dejar nunca de identificarse consigo mismas, lo que se convierte en una lucha eterna y sin cuartel contra el tiempo y los destrozos que al pasar se producen. Pongamos otro ejemplo: si nos presentan por primera vez a una persona y nos preguntan si la conocemos, nuestra respuesta va a ser que no, que no la conocemos. El caso es que la estamos viendo, incluso tocando y oliendo, pero no la conocemos. Lo que nos falta es una imagen del pasado con la que pudiéramos identificar la que tenemos en el presente. Es que el conocimiento no nos le da la imagen presente, sino la identificación con la pasada. En otras palabras, el conocimiento se produce cuando aplicamos un principio intelectual, en este caso el de identidad, que es seguramente el más elemental y el más universal de todos, el que da la más inmediata respuesta al efecto demoledor del paso del tiempo. à Se trata de una cuestión muy vieja que ya afrontó Epicuro mediante lo que se ha llamado la teoría de la anticipación. A la anticipación la entiende como comprensión, opinión recta: cogitación, o como un general conocimiento innato, esto es, la reminiscencia de lo que hemos visto muchas veces, verbigracia, tal como esto es el hombre; pues luego que pronunciamos hombre, al punto por anticipación conocemos su forma, guiándonos los sentidos.... Ciertamente no inquiriríamos lo que inquirimos si antes no lo conociésemos3. 3. Somos memoria Al decir que somos memoria, no estamos haciendo literatura, sino ciencia de verdad. El mundo no existiría sin memoria, al menos no lo podríamos conocer, pues sería algo absolutamente macizo y sin sentido. Nosotros concretamente, cuando hablamos, cuando pensamos, lo hacemos desde el pasado, desde la información que guardamos en la memoria. La dificultad de los enfermos de alzheimer, por ejemplo, para conocer el presente es que han perdido los circuitos cerebrales donde se guarda la información. Se quedan sin referentes del pasado con los que poder identificar las percepciones del presente. De manera más general se puede decir que cualquier persona sólo conoce el presente en función de la información que guarda en su memoria, es decir, el conocimiento que se nos produce de lo que es el presente va a depender de lo que nos haya quedado del pasado, de lo que guardemos de él en la memoria. Quizá para comprender esto bien, habría que recuperar la clásica noción de entendimiento (de intendere = dirigirse, aplicar). Según esta noción, para comprender algo necesitamos apuntar a ello intencionalmente con alguna idea que tenemos en la memoria. Es más, la riqueza o pobreza del conocimiento no va a depender de la mayor o menor agudeza de nuestros sentidos, incluso auxiliados por los mejores instrumentos de ampliación y de medición, sino de la pobreza o riqueza de ideas de que dispongamos. Si a un profano le ponen ante un televisor abierto, su conocimiento va a ser muy pobre, pues a lo sumo va a poder aplicar ideas muy generales; por el contrario, para un experto el conocimiento va a ser muy rico, pues dispone de ideas más precisas con las que se puede informar. 3 à 4. La memoria y la flecha del tiempo Mas, ¿cuál es el recurso de que se valen generalmente los seres para tener éxito en esa lucha, para hacer frente a ese fatum que a todos los amenaza desde la cuna y que parece decretado por algún Dios bastante melancólico? Por fijarnos sólo en el hombre, es evidente que lucha con todos los recursos a su alcance para hacer frente a los deterioros que el paso del tiempo va produciendo en su realidad física, los recursos que su industria o la de los demás le ofrecen: cosméticos y afeites, incluso hasta la cirugía estética si llega el caso; no digamos nada de todos los remedios que hoy nos proporciona la medicina en su lucha contra las enfermedades, contra los deterioros que el paso del tiempo produce en nosotros. Ahora bien, todos estamos persuadidos de que a la larga ésa es una guerra que la tenemos perdida: podemos dilatar el tiempo, podemos estirarlo hasta los noventa o cien o algún año más, pero todos llevamos impresa en nuestros genes una fecha de caducidad más o menos fija, la que al final inexorablemente se cumple. Nos queda el recurso de permanecer en nuestros descen- Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres, Aguilar, Madrid 1959, p. 506. 47 ACTA La lucha contra el tiempo dientes biológicos, también en alguna de nuestras obras de mayor o menor calado, incluso en decisiones que hemos tomado en vida con la garantía legal de que se han de respetar después de la muerte. Sin embargo, esa garantía legal tampoco es que sea demasiado consistente, pues nadie nos puede asegurar que, una vez que hemos cerrado el ojo, alguien no vaya a desatar lo que tan duramente creíamos tener tan atado y bien atado. No obstante, el recurso más universal que la naturaleza ha encontrado para hacer frente al paso del tiempo es la memoria, el recuerdo de las experiencias pasadas al objeto de que en lo sucesivo se pueda aprender de ellas: de los errores para no volverlos a cometer, de los aciertos para aprovecharlos lo mejor posible. Cuando hemos hablado de la flecha del tiempo (ver: VI, 7), hemos dicho que su rasgo más característico y singular es que resulta irreversible: en el tiempo no hay marcha atrás. Sin embargo, esta irreversibilidad, si fuese absoluta, sería absolutamente destructiva para la realidad, pues, al quedarse ésta sin pasado, haría imposible el presente, y por lo tanto también el porvenir. Esto, de acuerdo con lo que hemos dicho del principio de causalidad: post hoc, ergo propter hoc, lo que precede es la causa de lo que le sigue. Si lo que precede desparece, si es borrado absolutamente por el paso del tiempo, difícilmente podrá ser la causa de lo que le debía seguir. Entonces, lo que suponemos que ya ha pasado, de alguna manera tiene que permanecer, y esta manera no puede ser otra que la memoria. La memoria es lo que permanece, lo que queda de lo que ha pasado, siendo la causa de lo que sigue, bien que no necesariamente en el instante inmediato, sino que puede serlo en un tiempo muy posterior. El lenguaje ordinario en su uso más corriente nos ofrece magníficos ejemplos de esta memoria: cuando yo digo una palabra, al instante siguiente ha desaparecido su materialidad, las palabras se las lleva el viento; sin embargo, en el que la oye queda la memoria, el recuerdo, lo que permite que de inmediato, con un determinado contexto, pueda hacer saltar un primer significado, y poco tiempo después ese mismo término, sin necesidad de repetirlo, con otro contexto, pueda hacer saltar un nuevo significado que rebota contra el primero, que es lo que desata la risa. Es lo que ocurre en los chistes verbales, según ya hemos expuesto en el capítulo VII, 8. Permítaseme un nuevo chascarrillo. Iba un señor haciendo deporte por el campo y, sin darse cuenta, se metió en unas instalaciones militares. Entonces le salió al encuentro un sargento que le dijo: ¿No ha visto que a la entrada había un letrero que decía Pro- 48 hibido el paso? Entonces también el hombre se justificó: Sí, pero es que yo iba al trote. Es evidente que en este caso el tiempo sí es reversible, pues en la contestación que da dicho señor el tiempo da marcha atrás para que el término paso signifique de forma completamente distinta a como lo había hecho en las palabras del sargento. En el lenguaje, pues, la flecha del tiempo sí tiene un doble sentido. à 5. La memoria inconsciente en el mundo inanimado En el mundo inanimado, lo mismo que en el animado, el paso del tiempo destruye las cosas; sin embargo, de ellas siempre queda algo que se conserva en su memoria, una memoria que, pasado el tiempo, puede causar. Ahora bien, para entender esto es necesario que precisemos lo que es destruir, que no es aniquilar, sino simplemente descomponer. Y aquí es donde puede estar la clave, en que el poder del tiempo a su paso es mucho menor de lo que a primera vista parece, pues no aniquila las cosas, sino que simplemente las descompone, que no es otra cosa que separar sus elementos, intemporizarlos. Esto no anula sus posibilidades de recomposición, posibilidades que de alguna manera quedan en su memoria, la que el tiempo no siempre puede borrar. Incluso la descomposición que produce el paso del tiempo abre o descubre nuevas posibilidades de composición que antes no tenía o no se conocían. Esta doctrina, en el fondo, está recogida en una vieja cuestión de la mejor filosofía clásica, que distinguía entre esencia y substancia. La esencia es lo que son las cosas, que es lo que destruye el paso del tiempo; substancia (de sub = debajo, y sto = estar) es lo que está debajo, lo que permanece en el cambio, según se definía en los antiguos manuales de filosofía. Para nosotros aquí la esencia sería la composición, mientras que la substancia serían los componentes. El tiempo descompone, sí, pero no destruye. Quizá estas olvidadas nociones de la vieja filosofía se puedan asimilar a un principio de la física que es bastante moderno, que la energía ni se crea ni se destruye, sino sólo se transforma. Es más, si aceptamos la teoría de Einstein de que la materia es energía, bien podemos concluir también que la materia ni se crea ni se destruye, sino sólo se transforma. El tiempo, pues, ni crea ni destruye la materia, sino sólo la transforma. Entendiendo aquí por destruir aniquilar y por crear sacar de la nada. Ahora bien, entendemos que es el tiempo relativo el que ni crea ni destruye, el tiempo que de alguna manera podemos comprender La lucha contra el tiempo y manejar porque tiene marcha atrás, como hemos visto que ocurre en el lenguaje, no el tiempo absoluto, el que no tiene marcha atrás y que no sabemos lo que realmente es. Del tiempo absoluto lo único que podemos decir es que, si aniquilase todas las cosas al pasar, se aniquilaría a sí mismo, pues al desaparecer todo lo que tiene movimiento ya no habría tiempo. Lo mismo podemos decir si suponemos que algo se puede crear en el sentido de sacarlo de la nada. La nada sería la más absoluta inmovilidad, y de la más absoluta inmovilidad es imposible que surja la movilidad, y sin haber algo que se mueva no puede existir el tiempo. Como se ve, estos son los absurdos a que se puede llegar con las ideas absolutas, no así cuando se las relativiza, que nos permite una cierta comprensión y manejo. ¿Y no es esto precisamente lo que han tenido que hacer los físicos modernos para poder progresar en su ciencia, lo que les ha llevado a desentenderse del tiempo absoluto para tener que conformarse con el relativo? Mas, volviendo a la memoria, parece incuestionable que en los seres vivos la hay, ¿pero la hay también en el mundo inanimado? Si el paso del tiempo, como hemos dicho, no aniquila, sino que únicamente descompone, es evidente que en el mundo inanimado, en la medida en que es compuesto, discontinuo, además de los componentes, queda al menos memoria de la composición de donde procede, incluso aparece una nueva memoria de todas las composiciones posibles que desencadenan los elementos una vez separados. Una de las cosas que a mí más me sorprendieron cuando en el bachiller estudié la cristalografía fue la capacidad que tiene el magma eruptivo incandescente para organizar su materia molecular en torno a unos determinados retículos de manera que puede producir bellos cristales. Según se nos decía, para que esto fuese posible eran necesarias tres condiciones básicas: 1ª, que el enfriamiento se hiciese con la debida lentitud, es decir, que se hiciese con el tiempo suficiente; 2ª, que no hubiese presiones exteriores; 3ª, que la quietud dentro del fluido incandescente fuese absoluta en el sentido de que no hubiese corriente alguna. Cuando estas condiciones se dan, que no son más que las de la libertad necesaria, se produce la materia cristalina, cuando no se dan, se produce la materia amorfa. Parece indudable que para que la cristalización se produzca, además de las condiciones mencionadas, ha de haber una memoria en las moléculas, la que las va a llevar a que se organicen de una determinada manera y no de otra. Ahora bien, ¿esta organización se ha de producir necesariamente y de forma absolutamente previsible? Suponemos que sí, lo que quiere decir que se trata de una memoria todavía inconsciente, al menos para las moléculas. Figura 3. Cristal de cuarzo bipiramidal. à 6. La memoria consciente en los seres vivos. El olvido En los seres vivos la memoria ya parece incuestionable, únicamente quedaría por precisar cuándo ésta empieza a resultar consciente. La cualidad de consciente indica que el efecto puede no ser necesario, sino que, dentro de las alternativas de composición posibles que aparecen, se va a elegir una u otra de acuerdo con una voluntad. Hoy la genética nos enseña que cada ser vivo se origina en un embrión en el que está escrita toda o parte de la historia de sus antepasados o de muchos de ellos. La vida, desde la más primitiva bacteria hasta el hombre, sólo ha sido posible porque la naturaleza ha dotado a los individuos de una memoria que ha ido recogiendo las experiencias negativas y las positivas, y que se ha perpetuado a través de las semillas en las plantas, del embrión en los animales. Así, podemos entender la vida como historia, no como algo fijo y asentado para siempre. La gestación de un niño, por ejemplo, se produce en función del programa del embrión en el que está la memoria orgánica entre otras, la que sólo se activa adecuadamente si las condiciones del embarazo no introducen factores que impidan el proceso natural. Es claro, según se nos dice, que en la propia memoria genética del embrión puede haber copias erróneas, lo que después se manifiesta en deformaciones y dificultades para el desarrollo posterior. Hoy la biología nos dice que el hombre en su genoma de más de treinta mil genes comparte información en altas proporciones con otras especies animales, más a medida que son más próximas a nosotros. 49 ACTA La lucha contra el tiempo Figura 4. Genoma humano. Del ser humano al esquema molecular del ADN (La enciclopedia EL PAÍS). Parece claro que todavía estamos hablando de una memoria inconsciente, bien que hoy la ciencia ha sido capaz de conocerla y de encontrar la manera de intervenir en los mecanismos que esta memoria desencadena a fin de adelantarse, si es posible, a los efectos no deseados y corregirlos. Pero la naturaleza no se ha conformado con esa memoria genérica que suponemos inconsciente, aunque sí muy inteligente a veces, sino que ha dotado a algunas especies de la facultad de adquirir una memoria consciente individual, la que en el hombre ya puede ser personal, la que le permite luchar contra el paso del tiempo no sólo en cuanto que individuo, sino en su proyección social, política, cultural y otras. Sin duda que otras especies vivas también tienen memoria individual, pero en ningún caso suponemos que sea personal y menos con el alcance de la del hombre, sin duda mucho mejor dotado anatómica e histológicamente, pero además apoyado muy eficazmente en la memoria cultural y en todos los instrumentos de que se ha ido dotando, de manera especial los que le proporcionan los lenguajes. Hoy la informática, que no es más que un lenguaje tratado mecánicamente, se ha convertido en un gigantesco depósito de memoria artificial como jamás el hombre pudo haber soñado. Hoy como nunca estamos seguros de que la escritura se ha convertido en un fantástico elixir para la memoria, por emplear una frase de Platón, que nos puede garantizar el depósito casi absoluto de cuanto ha pasado, al menos de lo que sabemos hasta hoy, y 50 cada vez más de lo que irá pasando. Ahora bien, ¿quedan así resueltos todos los problemas del presente y aún los del futuro? Hay una frase de Thomas Hobbes (1588-1679) recogida por Balmes que puede ser un buen aviso: Si yo hubiese leído tanto como ellos, sería tan ignorante como ellos. Esto quiere decir que el exceso de información, el exceso de memoria, lejos de ser unas alas, se puede convertir en un lastre que impida remontar el vuelo. La sabia naturaleza ha inventado la memoria para hacer frente al paso del tiempo, sí, pero también ha inventado el olvido; y es que, sin una selección de lo que ha pasado, difícilmente vamos a poder abrirnos paso hacia un futuro prometedor. En el propio hombre individual los efectos beneficiosos del olvido son evidentes, pues tan difícil le es caminar por la vida con falta de memoria como con su exceso. Así, entre las patologías de la memoria está la dificultad para olvidar que tienen algunas personas, a veces patologías muy graves, las que le pueden llevar a tener recuerdos no sólo obsesivos que le impidan el desarrollo de una vida normal, sino también compulsivos, los que le lleven a hacer cosas que no quisiera. Estamos hablando ya de la memoria subconsciente, la que, según la teoría freudiana, todavía es posible elevar a nivel consciente; pero luego está la inconsciente, la que, según esa misma teoría, es imposible elevar a nivel consciente, lo que ya la convierte en una patología que puede ser muy grave. Todo esto nos lleva a plantearnos la memoria en sus dos aspectos fundamentales: uno positivo y otro negativo. Consecuentemente esto nos lleva también a valorar el paso del tiempo en dos sentidos, uno positivo y otro negativo. El positivo es la descomposición de lo que hay, que resulta inevitable para permitir el progreso, para crear nuevos mundos en el lenguaje cosmológico de Epicuro; el negativo es la dificultad que en esa descomposición puede haber para conseguir nuevas composiciones positivas. La muerte de una persona joven suele ser muy negativa por las posibilidades de futuro que cierra; la de una persona mayor y ya inútil puede ser positiva en el sentido de que deja de ser un lastre y porque además deja un hueco para los que vienen detrás. Esto al margen, claro está, de los problemas afectivos que genera. La muerte tiene como negativo la conciencia que destruye, junto con los valores de la madurez y de la experiencia que se pierden. Es claro que para preservar esto queda la memoria cultural. Sin embargo, es claro también que hay elementos de esta memoria que pueden constituir un lastre para el progreso intelectual, el lastre de las contradicciones, lo que exige la pérdida de la memoria, o lo que es lo mismo, la recuperación de la inocencia. Es indudable que la muerte La lucha contra el tiempo es necesaria para que siga siendo posible la vida. A no ser que la vida se convierta en algo inmóvil, lo que ya no sería la vida. De mis lecturas de joven recuerdo un libro que en otro tiempo fue muy leído, Viajes de Gulliver, del autor inglés Jonatan Swift (1667-1745). En uno de sus viajes hace esta consideración: Los más viejos conservan siempre la esperanza de vivir un día más y consideran la muerte como el mayor de los males, del que la Naturaleza siempre les acucia que se aparten; únicamente en la isla de Luñag el ansia de vivir no es tan fuerte, por el continuo ejemplo de los struldbrugs que tienen ante sus ojos. Poco más adelante cuenta la miseria en que vive esta gente precisamente por la excesiva longevidad que pueden alcanzar sus miembros, que nunca se van a morir. Entre otras miserias, cuenta ésta: Como el lenguaje del país es sobremanera fluctuante, los struldbrungs de un época no comprenden a los de otra, ni son capaces, al cabo de doscientos años, de seguir ninguna conversación aparte de algunas generalidades con sus prójimos mortales; de suerte que viven con la misma desventaja de los extranjeros en su propio país4. El problema de entendimiento que plantea un exceso de longevidad se debe a que la realidad es dinámica, lo que exige un ajuste mental permanente, el que suelen ir haciendo las nuevas generaciones, lo que choca con la inmovilidad a que inevitablemente conduce la vejez, al menos una vejez tan desfasada como la que propone Jonatan Swift en este libro, de varios cientos de años, la que impediría la necesaria renovación de la memoria. à 7. La memoria a nivel cósmico Hemos visto que los seres vivos han podido y a veces han sabido hacer frente a los efectos destructivos del dinamismo a que están sometidos por su naturaleza temporal, y lo han hecho gracias a la memoria genética, la que han podido ir transmitiendo a sus descendientes de manera inconsciente, la que se ha ido enriqueciendo con las nuevas y sucesivas experiencias de las generaciones posteriores. ¿Se puede decir que esto ocurre también a nivel cósmico? Hoy la ciencia nos dice que el cosmos es un ser con historia, que un día nació y se fue haciendo hasta hoy, incluso se supone que un día dejará de existir. Su 4 pasado, sin duda, no es una mera negación de la esencia, de la composición que se destruye con las explosiones, por ejemplo, sino que queda la substancia, los componentes. El proceso entonces no es más que una descomposición de los todos para dejar en las partes escrito el futuro. ¿Se puede hablar de un código genético en el cosmos de manera similar al que entendemos en los seres vivos, el que supone acumular experiencias negativas y positivas que permiten corregir y aprender? El presente estaría escrito en el pasado y el futuro en el presente. Únicamente nos quedaría por aclarar dos cosas: 1ª, si en el cosmos existe un soporte físico concreto en el que queda asentado el código genético de la memoria de manera similar al que descubrimos en los seres vivos. 2ª, qué grado de determinación se da en él. En cuanto a lo primero, lo único que podemos decir es que el hombre ha sido capaz de descubrir en la lectura del libro de la Naturaleza, que es algo del presente, muchos de sus secretos del pasado y lo que le ha permitido otear el porvenir. En cuanto a lo segundo, al grado de determinación o de necesidad de lo que se desprendería del estudio de ese código genético, nos interesaría saber si hay algún margen para la corrección por parte de alguna inteligencia consciente, la que nos proporcionaría la esperanza de un futuro no absolutamente cerrado, sino siempre algo abierto a la incertidumbre. Sobre esto bien poco podemos decir, pues ya nos tendríamos que salir de la razón para entrar en el mundo de la imaginación, por no decir en el de la fantasía, que puede ser muy loca. Entonces, esta incertidumbre, ¿quién la ha de gobernar? ¿El puro azar? ¿O puede haber alguna clase de voluntad cósmica que la dirija, aunque sólo se limite a reorientar los peligrosos descarríos que en el loco deambular del cosmos se pueden producir? Es indudable que estamos interpretando el cosmos de manera antropomórfica, de manera similar a como lo han hecho todas las culturas con la idea de Dios, por ejemplo, las que le presentan como el inventor del hombre, siendo que al parecer es más bien al revés, que el hombre es el inventor de Dios. ¿El hombre es también el inventor del cosmos? Pensamos que no. Lo que sí es cierto es que toda la información que tenemos o creemos tener de él la entendemos en la medida que se adapta a nuestra capacidad de comprensión. Einstein lo decía de esta manera tan simple y tan profunda a la vez: Lo asombroso del cosmos es que lo podamos comprender. Jonatem Swift, Viajes de Gulliver, Aguilar, Madrid 1962, pp. 388 y 392. 51 ACTA à La lucha contra el tiempo 8. La historia del hombre Hemos estado hablando de la historia del tiempo; sin embargo, lo que realmente nos interesa es la historia del hombre, y este hombre es historia en la medida en que es temporal. A la vez esta temporalidad es positiva en la medida en que nos permite ser y alcanzar cotas que nos proponemos. El drama se produce porque el tiempo que nos da la vida y todas sus posibilidades al mismo tiempo nos las va quitando según pasa. De aquí nuestra angustia, nuestra lucha contra el tiempo, una lucha que nos marca en toda nuestra realidad, la que tiene sus versiones más brillantes en la literatura, en poemas tan hermosos como el tan conocido de Jorge Manrique a la muerte de su padre, que no es otra cosa que un canto a la memoria: Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando: cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor. 52 Subrayamos los tres últimos versos, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor, como la expresión más viva del absurdo que constituye la esencia del hombre en cuanto ser temporal, la contradicción permanente en la que se tiene que mover, la que nos lleva a valorar lo que no tenemos por encima de lo que tenemos, el tiempo pasado por encima del tiempo presente. Esto es tanto como decir que lo que más valoramos, lo único que nos importa es la memoria, el tiempo en cuanto que deja de ser temporal. Es la nostalgia blanda, el recurso más universal del hombre para hacer frente a esa angustia que le produce el paso del tiempo, el recurso de la memoria, la que nos lleva a hacer sustantivo lo que ya no existe, la eterna lucha del hombre contra su caducidad. Y esta es nuestra historia, nuestra angustiosa historia, la que nace de nuestra temporalidad, temporalidad de la que muchos han tratado de escapar sin reparar en medios, sin darse cuenta de que la única salida que le queda al que así huye son los abismos de la nada.