mimí derba: realidades

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México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19
MIMÍ DERBA: REALIDADES
Octavio Rivera Krakowska
Universidad Veracruzana
UNO
M
imí Derba es una figura importante de la cultura en México
como actriz, no como escritora. Con su trabajo en el teatro
mexicano, en los primeros años de su
desarrollo profesional, y en el cine ―ya desde 1917―,
construyó una sólida y permanente carrera actoral.
En la filmografía de Derba, elaborada por Emilio
García Riera, se cuentan 74 cintas (Miquel, 149151), 1 nueve de ellas consideradas dentro de las cien
mejores de la industria fílmica nacional. 2
Mimí Derba, nació en la Ciudad de México y
fue la cuarta hija de Jacoba Avendaño y Francisco
Pérez de León. La niña, nacida el 9 de octubre de 1893, 3 recibió el nombre
de María Herminia. En casa la llamaban “Mimí”. Años después, al inicio de
su carrera y en la búsqueda de un nombre artístico, decidió usar el de
“Mimí” con un apellido creado a partir del nombre de los laboratorios
farmacéuticos italianos “Carlo Erba” fundados en 1853. Surgió así “Mimí
Derba” (Miquel, 11-12). El eco italiano de su nombre artístico no deja de
El listado no incluye: Entre la vida y la muerte (inconclusa) (1917) ni La linterna de Diógenes (La
linterna mágica) (1924/1925) mencionadas en: http://www.imdb.com/name/nm0220230/. Sobre
La linterna de Diógenes, Miquel señala que “En Crónica del cine mudo mexicano, Ramírez afirma que
quizá apareció en otra película muda, La linterna de Diógenes, en 1924 o 1925. Pero no hay mayores datos sobre esta cinta” (n. 8, 81).
2 Las 100 mejores películas del cine mexicano. http://cinemexicano.mty.itesm.mx/pelicula1.html.
3 También se mencionan 1888 y 1894 como fechas del nacimiento de la actriz. Sigo la fecha que
ofrece Miquel, 9.
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aludir al éxito e influencia que las divas del cine italiano tuvieron en el
México urbano de la época. Si, como señala Tunón, de ellas se imitaban
“los vestidos y los gestos” y “se accedía al sueño de la pasión, de la intensidad amorosa que, según se difundía, era pan cotidiano en la vida de Pina
Menichelli, Francesca Bertini, Lyda Borelli y otras”, por lo cual “El atuendo
y la expresión glamorosos asoman en las fotografías de esos años, tanto en
las damas de sociedad como en las actrices mexicanas del tipo de Mimí
Derba” (155), podemos añadir que la actriz mexicana da un paso más: da
un toque italiano a su propio nombre.
Las primeras noticias de las incursiones de Derba en el mundo del
espectáculo refieren sus participaciones, en 1911, en La Habana, en una
compañía de zarzuela, como segunda tiple, en las obras El congreso
feminista y Molinos de viento. En México, cantó, el mismo año, en el Salón
Rojo, en una función a beneficio de Rafael Gascón, músico aragonés. En
1912, el Teatro Lírico presentó a una compañía de zarzuela. Una de las
figuras principales era Mimí Derba ―quien debutaba en la obra de Carlos
Arniches El cabo primero― ostentando ―según Diego Miranda, uno de sus
fervientes admiradores―, “simpatía”, “belleza y una voz hermosísima”
(Miquel, 16-17).
A partir de este año el camino artístico de Derba fue en ascenso.
Desde entonces ―y hasta 1921, fecha de la edición de su libro Realidades―, trabajó en el teatro lírico y en el dramático, hizo giras, participó
en las primeras películas de ficción que se hicieron en México, formó parte
del grupo de fundadores de la primera compañía cinematográfica
mexicana (Sociedad Cinematográfica Mexicana Rosas, Derba y Cía., mejor
conocida como Azteca Film), escribió una obra dramática Al César… (1915)
tigresa, razón por la cual muchos la consideran la primera directora de
“[…] Al César… se representó sólo tres veces y Mimí abandonó sus pretensiones como dramaturga
para regresar a la zarzuela” (Miquel, 27).
4
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compañía: En defensa propia. Además, parece que dirigió la cinta La
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―misma que se puso en escena― 4 y el guión de una de las películas de su
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cine en México. Mimí Derba se retiró del teatro en 1938, con una temporada de varios meses en el Palacio de Bellas Artes (Miquel, 120-121), pero
continuó con su carrera cinematográfica hasta el mismo año de su muerte,
acaecida en 1953, año en que filmó Casa de muñecas, dirigida por Alfredo
B. Crevenna, basada en la obra dramática de Ibsen.
DOS
Durante el periodo de alrededor de diez años, de 1912 a 1921, en el inicio
de su vida profesional, Derba, escribió también breves crónicas y pequeñas
historias que aparecieron en publicaciones periódicas. La actriz reunió los
textos ―quizá no todos― y, como se ha dicho, se publicaron ―al lado de
algunos inéditos― bajo el título de Realidades en 1921. Cabe hacer las
siguientes observaciones en relación con el título del libro. En la edición
que guarda la Biblioteca Nacional de México, la obra está registrada con el
título que lleva en la portadilla: Páginas sueltas (Derba, Mimí, Páginas
sueltas. [México: F.E. Graude], 1921. 112 p.: il.; 22 cm. Clasificación: G
M868.4 DER.p., No. de sistema [000155245]). En el ejemplar de mi
propiedad, el libro lleva en la cubierta el título de Realidades y en la
portadilla el de Páginas sueltas, el nombre de la tipografía es “Graue”.
Quizá por tener un título en la cubierta y otro en la portadilla, Agustín
Sánchez González en su libro La banda del automóvil gris, señala la
existencia de dos obras: “Su belleza [la de Derba] aunada a la inteligencia
que mostraba y que plasmó en libros como Realidades y Páginas sueltas,
provocó que el poeta Alfonso Camín escribiera: ‘Mimí Derba, Mimí Derba,
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5 En torno a estos versos hay varias versiones. Como vemos, Sánchez González dice “otra parte de
Minerva” y no indica la fuente. La página: http://www.etcetera.com.mx/pag146bne61.asp
(consultada el 17 de febrero de 2009), los cita como “Mimí Derba, Mimí Derba, / con dos partes de
Afrodita / y una parte de Minerva” y señala como fuente: Carlos Monsiváis, Celia Montalbán (te
brindas voluptuosa e impudente), Sep / Cultura-Martín Casillas, Col. Memoria y Olvido: Imágenes
de México, núm. XIV, México, 1982, p. 21. Miquel escribe: “tres partes de Afrodita / y una parte de
Minerva” (87) sin señalar su fuente. Personalmente, no he podido consultar la obra de Monsiváis ni
la de Camín.
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con tres partes de Afrodita y otra parte de Minerva’” (96). 5 Los versos de
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Camín, si bien, no dudamos que, en su momento, fueran un homenaje a la
tiple, suenan como un flaco favor a la inteligencia femenina y, más bien
subrayan el ideal masculino de las cualidades de la mujer, particularmente de la que se muestra en el escenario del teatro popular: la belleza
corporal. 6
Ángel Miquel, recoge los versos para hablar del libro de Derba: “Las
partes de Afrodita eran bien conocidas y se habían celebrado desde su
debut en la escena. La de Minerva se había hecho patente en la escritura
de una obra de teatro y de breves textos que aparecieron en diferentes
revistas; ahora en 1921, tenía un nuevo fruto en un libro en el que se
reunían sus textos publicados con algunos inéditos y que fue titulado
Realidades”, y en nota a pie de página explica: “El mismo año Mimí
publicó Páginas sueltas, al parecer igual a Realidades excepto en la
portada” (87-88). Aunque no conozco el ejemplar de la Biblioteca Nacional,
lo cual despejaría dudas, coincido con la opinión de Miquel. Una nota más
en relación con este asunto: en la bibliografía de su libro, Miquel señala
como editorial: “Andrés Botas e hijo” como la casa que publicó la colección
de crónicas de Derba (136). En adelante me referiré al libro como
Realidades. En la biografía que Miquel dedica a la actriz incluye como
“Anexos” algunos de los textos de Realidades: “Silueta…”; “Noche Buena”;
“No volváis los ojos atrás…”; “El poeta” y “El ‘fifí’”. Posiblemente esta sea la
única reedición, parcial, del libro.
TRES
En el mundo del teatro y el cine en México no ha sido frecuente que
ocasiones por un profesional de la escritura que contribuye en la
Alfonso Camín (Roces, Xixón 1890 - Porceyo, Xixón 1982). Es posible que Camín haya conocido a
Mimí Derba en La Habana en 1916. Camín es el autor de la letra de la canción Macorina a la que
puso música e interpreta Chavela Vargas.
6
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sido quizá el género en donde algunos se han internado, acompañados en
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actores y actrices trabajen en la expresión literaria. La autobiografía ha
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realización de la tarea. Entre los pocos textos autobiográficos que
encontramos, las voces femeninas están en El teatro en mi vida (1956) de
María Tereza Montoya; Todas mis guerras (1993) de María Félix (asesorada
por Enrique Krauze); Yo, Marga. Memorias de Marga López (2005) de Marga
López (asesorada por Marisol Vázquez Ramos) y existen, por supuesto,
algunas biografías o “testimonio recogido”, temas que no tocaré de
momento. Las vidas narradas, los asuntos, el tono, han ido de la mano con
los propósitos de escritura de las actrices, su posición en el mundo del
espectáculo, y las expectativas que pueden generar en sus posibles
lectores. Con la intención de revisar las incursiones de actores y actrices
mexicanos en la literatura es que ahora me detengo en el libro de Mimí
Derba, en orden cronológico, una de las primeras manifestaciones de que
tengo noticia.
Para el medio periodístico de la época, y sus lectores, las
contribuciones de una cantante y actriz de enorme éxito como el que
gozaba Derba podían resultar atractivas. Su caso, actriz y escritora,
guardadas las proporciones y la importancia de la obra literaria, recuerda
el de la francesa Colette, ya presente en la narrativa, con su nombre, desde
1904 (Dialogues de bétes), aunque sus primeras novelas (las cuatro de la
serie de Claudine y Minne) ―editadas bajo el nombre de su entonces
marido Willi (Henry Gauthier-Villars)― aparecieron a partir de 1900.
Colette
debutó
como
actriz
en
1906,
actividad
que
desarrolló
aproximadamente durante 20 años, y empezó a colaborar con crónicas y
cuentos para el diario Le Matin ya en 1910. 7
Si en París, el ejemplo de Colette era escandaloso, el caso de Derba
en el mundo periodístico mexicano de la época es, de entrada, poco
del género chico. Sus colaboraciones aparecieron entre otras publicaciones
7
Véase “L’Album-Masques/Colette” 1979 y algunas de sus crónicas en Colette 1976.
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por ser una “glamorosa” figura pública querida por el público, una estrella
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común, por ser mujer, pero atractivo, también por ser mujer, y, sobre todo,
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periódicas en México en Rojo y Gualda. Semanario español. (México, 19161920); Castillos y Leones (México, 1921-1922); y en Novedades. Revista
literaria y de información gráfica, según apunta Miquel (21). Derba hizo
una gira a La Habana entre fines de marzo y junio de 1916 en donde
representó el personaje principal de Maruxa obra de Amadeo Vives (Miquel,
35), entonces escribió, por lo menos, tres textos destinados a la revista
Bohemia de aquella ciudad.
Al hablar de la infancia de la actriz, Miquel, su biógrafo, señala que:
Con un padre abogado y una madre que disfrutaba de la literatura,
en la casa de los Pérez de León no eran extraños los libros ni las
revistas culturales de los últimos tiempos del Porfiriato. En ese
medio, Mimí se convirtió en una ávida lectora; entrevistada en su
juventud, contó que entre sus autores preferidos estaban buenos
escritores de la época como el portugués José María Eça de Queiroz,
y los españoles Ignacio Marquina y Jacinto Benavente. También
confesó que acostumbraba escribir textos con intención literaria
desde sus años escolares (10).
Y más adelante, añade, a propósito de Realidades:
La autora dijo a un periodista que en su opinión era un libro de
juventud que no se hubiera atrevido a mandar a la imprenta “a no
ser por el empeño benévolo de algunos amigos”. También reveló que
tenía la costumbre de escribir de noche, después de las funciones de
zarzuela, aún agitada por las emociones de la escena y en sesiones
que a menudo se prolongaban hasta la madrugada. Intentaba
escribir sin rebuscamientos ni artificios, expresando directamente el
sentimiento, y su maestro literario era “el inmenso Queiroz”, aunque
en los últimos tiempos había también leído con gusto al español
Pedro Mata (88).
De este modo, Miquel explica la afición a los ejercicios literarios de la
actriz, la “parte de Minerva” que poseía, según los entusiastas versos de
Camín, y que parece que siguió cultivando después de la edición de
118).
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década de los treinta escribió “argumentos para radionovelas” (Miquel,
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Realidades, textos que, al parecer, no se publicaron. Más tarde, en la
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CUATRO
Realidades está compuesto por 28 textos escritos entre 1913 y 1920
(1913: 5; 1914: 2; 1915: 2; 1916: 5; 1918: 1; 1919: 2; 1920: 6; S/F: 5), y el
orden que guardan en el libro no es lineal, cronológicamente hablando. El
libro se encuentra dividido en dos partes a juzgar por la sorpresiva
aparición de una “Segunda parte. Perfiles trágicos” (Derba, 73) en donde se
hallan textos de características similares a los de una “primera parte”,
nunca señalada como tal (“Páginas sueltas” ¿sería la primera parte de una
obra que lleva el nombre general de Realidades?) y, algo nuevo en el libro:
retratos de tipos urbanos.
El libro no se presenta como una autobiografía, ni su autora, siendo
tiple y actriz, se detiene en hablar del teatro, ni del incipiente cine. De
entre los breves textos sólo uno se refiere a las mujeres del espectáculo
teatral, como veremos más adelante. En 1921, Mimí Derba tenía 28 años y
abrigaba el deseo de escribir, según declara la voz narrativa de “¿Qué
escribiré?...” (1916):
Quisiera escribir algo muy bello, algo muy tierno, que bajara al
corazón de mis lectores, de mis lectoras, sobre todo, ¡que para
comprender el dolor, la ternura, la pasión, las mujeres!... Quisiera
escribir muy lindamente un cuento de amor, que así llegaría más
pronto hasta la sensibilidad de las damas que me leyeran! (13), 8
y había cultivado, con esfuerzo, ese deseo, aún cuando no se encontrara
Como se ve en esta cita textual sólo aparece el signo de admiración final. La edición presenta un
buen número de errores ortográficos. En adelante citaré textualmente y sólo en algunos casos me
permito indicar el error con un “[sic]”.
8
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¡Ay de mí! si yo pudiera traducir todos los pensamientos que nacen
en mí ante la inquieta inmensidad del mar, ante su belleza, ante su
misterio… si yo pudiera dibujar con palabras todos los sueños que
me arrullan, todas las ideas que como mariposillas de amor y de luz
surgen en la obscuridad de mi cerebro, al contemplar las olas que se
estrellan a mis pies con estrépido [sic] de hecatombe, entónces [sic]
no hallarían torpeza ni vacilación en mis palabras, entónces [sic]
251
satisfecha:
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lanzaría mis páginas a la publicidad, segura de dar con ellas algo
muy mío, algo que por ser honestamente sentido, sería bello!... pero,
¡no puedo! El mar me impresiona, me absorbe, pero la emoción no
sube a mis labios, me envuelve el corazón tan callada, tan
ténuamente [sic], que no acierto a esbozar siquiera mi idea!... ¿Y el
cielo?... ¡El cielo es algo en cuya inmensidad se pierde el pensamiento…! (13-14).
El motivo de la necesidad de escribir y la dificultad que implica
―presente en este texto, en el titulado “Silueta” (1913), y de alguna manera
en “Que nos contestó Mimí” (1913)―, manifiestan el tópico de la lucha
entre el querer y el poder, y se resuelven, por una parte, en la expresión
por escrito de la necesidad misma y, por otra, en los textos de que se
compone el libro. La imagen visual de esta mujer que se enfrenta a sí
misma mediante el acto de escribir y que, como hemos visto, evoca al mar
y al cielo, se expresa, también, en el grabado firmado por J. Barrón que
ilustra la tapa de Realidades: de pie, frente al borde de la cresta de una
ola, sobre la agitada superficie marina, vemos de espaldas el cuerpo de
una mujer desnuda con su brazo derecho levantado como señalando al
infinito. Su mano izquierda parece descansar sobre su pecho. Una mitad
del grabado muestra el mar, la otra el cielo. El cuerpo de la mujer está
enmarcado por una enorme nube que el viento arrastra hacia donde
apunta el brazo y hacia donde, aparentemente, dirige su mirada la mujer.
Derba dice que no le atrae escribir sobre “¡Ciencias, política,
religión!... ¡no por Dios!... no tengo saber bastante para tratar asuntos tan
escabrosos, ni debo hacerlo, además… ¡las mujeres no debemos hablar de
lo que los hombres han inventado!... ¡allá ellos!” (13); y aparentemente
tampoco le interesa hablar de ella misma porque a la pregunta: “Por qué
no escribe usted alguna impresión más personal, de sí misma, a través de
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Llevo en el fondo del alma, un descontento muy grande por todo lo
que me rodea, hasta de mí misma; lo que hago, lo que digo, nunca
me satisface; vivo la vida… ¡por vivirla! sin llevar ni una ambición, ni
una esperanza para el mañana. ¿De este desencanto nace mi amar-
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sus sensaciones de artista y de mujer?” (33), responde, entre otras cosas:
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gura?... ¿o de mi amargura nace el desencanto?... ¡que sé yo!... ¿Ve
usted, amigo mío, por qué no quiero hablar de mí? (33).
Si Derba omite, en general, las impresiones de una artista del
escenario sobre la vida teatral ―a pesar del éxito que se había ganado―, y
si eso era lo que le pedían, hay otras facetas, de artista y de mujer, que,
evidentemente, concreta en la de escritora.
La única experiencia teatral de la que habla es desoladora y se
encuentra en “Reflexiones” (1916). A cinco años de dedicarse al teatro, la
narradora habla de las mujeres del teatro en el día, durante un ensayo:
Contemplo con pena a las mujeres con las caras marchitas por el
vicio, unas, por la edad, otras y el mayor número por ambas cosas;
con los cuerpos ajados, manoseados, débiles y enfermos; con las
voces roncas, destempladas o dulzonas (105).
Las contemplo una a una; estudio sus gestos, sus miradas,
escucho sus palabras, los relatos de sus aventuras, de sus dolores
intensos, de sus grandes y espantosas miserias; y a través de
aquellas muecas groseras, de aquellas palabras vulgares, cuando no
obscenas; de aquellas risas irónicas, burlonas, provocativas, me
parece hallar una profunda tristeza, un mal disimulado arrepentimiento (105-106).
“Reflexiones”, desde el punto de vista de una tiple, confirma la idea
generalizada sobre la corista: “pecadoras”, miserables, prostitutas, infelices. Mujeres como las que aparecen en el tercer acto de Así pasan…
(1908) de Marcelino Dávalos o la Magdalena de Arcos en Via Crucis (1925)
de José Joaquín Gamboa. Mujeres que, sin embargo, tienen la capacidad
de hacer gozar a los otros, incluso a la misma Derba, cuando en el lugar
teatral hay “brillantes luces”, “ricos y llamativos trajes”, máscaras de
alegría: “[…] por la noche, y a la luz de las candilejas, a la luz de la
lanzan miradas picarescas y apasionadas…” (106). Para Derba, la triste
condición de estas mujeres, con quienes comparte una parte esencial de
su vida, no radica en la profesión que ejercen sino en la falta de una
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nuamente, los cuerpos graciosos envueltos en gasas y sedas, los ojos que
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mentira, hasta me agradan las bocas purpurinas que sonríen conti-
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educación moral: “¡Pobres pecadoras!... Quizá con un buen ejemplo, con
una madre cariñosa y honrada al lado, con un poco de moralidad en torno
vuestro, no hubierais caído tan bajo, ni hubierais resbalado tan al fondo!”
(105). No es el “teatro” lo reprobable, y habría que insistir en esto, sino el
tipo de vida que llevan algunas de las mujeres que forman parte de este
mundo.
De entre las figuras femeninas de sus textos es precisamente la de la
“madre” ―la que puede dar “buen ejemplo”, “cariñosa y honrada”― la única
a la que se le exalta. El modelo de madre, por supuesto, es el de la que
vela por su casa y sus hijos ―el libro está dedicado a su propia madre,
viuda a los 28 años, y que se había casado a los 16 años con un hombre
de 53 (Miquel, 9)―, tipo de mujer que confirma las ideas que sobre ella se
subrayan en las últimas décadas del siglo
XIX:
“El teatro de la mujer es el
hogar; alta es ya su misión como madre y como educadora no sólo de la
familia sino del género humano […]” (Tuñón, 134). Así, en los textos de
Derba, son dignas de admiración: la madre que abriga a su hijo bajo la
lluvia (“Silueta”, 1913); la que se encarga del nieto abandonado (“Invernal”,
1916); la que sufre por el jovencito que está injustamente encarcelado
(“Crepuscular”, 1919); incluso la que roba para comprar las medicinas del
hijo enfermo (“Los avaros”, 1919). No todas las madres, por el hecho de
serlo, merecen el aprecio social, no la que se niega a acompañar a la hija
que muere de tuberculosis abandonada por el hombre por quien ha huido
del hogar (“El perdón”, 1916); no a la que vende a la hija para asegurar su
futuro económico (“Madres que no lo son”, 1920), situación, está última,
que Julia Tuñón indica no era extraña, en algunos estratos sociales, en los
años de la Revolución: “A menudo las familias medianamente acomodadas
De entre las mujeres jóvenes y casaderas, Derba presenta una
amplia variedad de matices, la mayor parte de ellas, atormentadas por
asuntos del corazón: la que no admite que no ama a su novio, pero
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como amantes y protectores a hombres poderosos” (155).
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sufrieron abruptos descensos sociales, que obligaban a las hijas a aceptar
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tampoco que él no la ama (“Carta” s/f) y la que no reconoce que en verdad
lo ama y es correspondida (“Alma de mujer”, 1914); la figura recurrente de
la mujer engañada y abandonada (“Recuerdo”, 1913; “El perdón”, 1916;
“La apuesta”, 1916; “No volváis los ojos atrás”, 1920; “De la vida vulgar”,
s/f; “Las frívolas”, 1918; “Nada nuevo”, s/f); la jovencita ilusionada con la
posibilidad del amor (“Soñadora”, 1915); la que piensa que el marido la
engaña (“El retrato”, s/f); la que por vanidad quiere que la amen
(“Tomando el thé”, s/f); la que se divierte buscando que engañen a otra
mujer (“Las frívolas”, 1918), y, quizá, ella misma, la mujer prudente que
escucha y aconseja, presente en muchos de los textos del libro. Realidades
puede querer dar la impresión de estar lejos de hablar de la vida personal
de la autora, pero no deja de construir, a través de la palabra escrita,
experiencias que, si no fueron personales, sí tienen la intención de
aparentarlo.
La narradora, en todos los textos es una voz femenina, mantiene, en
general, los mismos rasgos: una mujer joven, introvertida, observadora,
con aires románticos y nostalgia por un mundo quizá posible, pero no el de
la “cruda realidad”. Las “realidades” de la mujer que narra sus experiencias son las de la habitante de una gran ciudad, pertenece a la clase
media y ha resuelto, más allá de lo elemental, su vida económica sin
necesidad de la presencia masculina. Esta mujer parece vivir sola. Las
referencias, en su caso, a la convivencia con madre, padre, hermanos,
esposo, hijos o cualquier otro tipo de relación familiar no aparecen. Las
amistades, siempre mujeres, son simples compañías, ninguna amiga
íntima. Si son jóvenes, y en general lo son, quieren enamorarse, están
enamoradas, creen estar enamoradas o quieren ser el objeto del amor, y
hijos, por la soledad en la que viven, por la falta de recursos económicos,
por la incapacidad de comunicarse con alguien.
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veces inteligentes. Las adultas, como hemos visto, suelen sufrir por los
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muchas son alocadas, ingenuas, traidoras, tontas, interesadas, pocas
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El mundo en el que vive la narradora, la empuja a no dejarse llevar
por las emociones superficiales del amor, propias de las jovencitas de sus
textos, ni por ciertos aspectos de una “modernidad” siglo
XX.
Este mundo
le sabe a ligereza, a frivolidad, a la posibilidad de perderse para sí misma
para darle gusto a otro o, lo que puede ser peor, para, engañándose, darle
gusto a la superficial vanidad personal de sentirse amada. En “Carta a una
amiga” (1913), la narradora le escribe a una joven de 17 años que sufre
porque el novio la ha dejado. A esta niña le dice “[…] entregaste tu corazón
por entero, mostraste tu alma blanca y transparente, tu alma toda
ternura, toda bondad y no sólo no te comprendieron, si no te burlaron!”
(29). El problema radica en el aspecto frívolo de querer ser “moderno”, y
¿qué es para la consejera el hombre moderno en los albores del siglo?:
deberán dejar atrás la educación tradicional que han recibido ―formación
que la narradora no juzga inconveniente― y ponerse un disfraz: entrenarse, vestirse y comportarse casi como un hombre:
Mujeres en la literatura. Escritoras
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Así, las mujeres que quieran relacionarse con este tipo de hombre,
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Tu ex-novio es un hombre del siglo XX, un hombre horriblemente
moderno... ¡Todo practica! De aquellos que leen un verso sin comprenderlo, y no por falta de criterio, si no por falta absoluta de
sentimiento: que bostezan oyendo música delicada, que se aburren
espantosamente en el treatro [sic], y gozan, en cambio, con todo su
corazón, en una corrida de toros. De los que se burlan de la mujer
que lee, que escribe, que dá a conocer sus ideas... No quieren creer
ni en broma siquiera, que nosotras seamos no ya superiores, pero ni
siquiera iguales a ellos, no conciben que nosotras podamos conocer
algo de la vida! Nos consideran de novias como... ¡como la flor que se
ponen en el ojal! como un adorno que se pueden quitar de encima
cuando mejor les parece!... Si pasamos de novias a esposas... ¡oh,
entonces nuestra situación varía! Si antes tenían placer en mostrarnos, en exhibirnos, ahora solo buscan la manera de ocultarnos!
De esposas somos... ¿Qué te diré? ¡bueno! pues algo así como una
butaca cómoda, (si bien nos va) en la que suelen pasar sus ratos de
fastidio, de mal humor, de cansancio, o sus enfermedades... ¡Dios
mío! el hombre del día juzga a la mujer inútil, completamente inútil.
¡Como para todo hay máquinas! Y además cocineros, lavanderos,
modistos, bordadores... ¡Para qué sirve la mujer! Estos caballeros
hasta llegan a olvidarse que han tenido madre, y supongo que ésta
les habrá servido de algo ¿nó?... [sic] (29-30).
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¿Sabes cuál es la mujer ideal para el hombre moderno? la que viste
falda estilo sastre, blusita americana con cuello, corbata y puños,
sombrero Panamá y zapatos de doble suela y tacón de piso; la que
hace su toilette rápida y despreocupada y se marcha a la oficina; la
que monta a caballo como un hombre, que hace gimnasia, sabe box,
esgrima, lucha greco-romana. Esto es su vida material. Ahora en la
moral: la que es libre como el aire, que va sola a todas partes sin
consultar siquiera a su madre, padre o persona mayor que esté a su
lado; la que si tiene un novio no le pregunta: “¿Me quieres mucho?”
sino “¿Tienes mucho?”, esta es la mujer acabada para la mayoría de
los hombres de ahora (30).
De esta manera, el asunto se resuelve, no en el fondo, no en el afán
de buscar un distinto tipo de mujer que enfrente los nuevos tiempos, sino,
tristemente para la mujer, sólo para trabajar por la conquista amorosa del
hombre moderno:
[...] ¿quieres reconquistarlo? Pues deja el piano, tus labores, no leas
más versos, no cantes más canciones románticas; no le hables de tu
amor, si no de los negocios que ha emprendido tu padre y en los
cuales has tomado parte activa; aprende a montar, no como una
elegante amazona, (también esto es novelesco según ellos) sino como
un intrépido jinete; aprende a remar, a tirar al blanco, a jugar a la
pelota, en una palabra; hazte una mujer moderna, con faldas estilo
sastre, blusita americana y sombrero Panamá, y verás... eres bonita,
rica y además serás una hija de Eva, digna en todos sentidos de
alternar con los tipos del siglo XX... ¡Te sobrarán partidos! (30-31).
En los textos, el hombre interviene como novio, como amante, como
simple “amigo”, rara vez como marido o como padre. El hombre invariablemente abusará de la mujer, no importa si ella es conservadora o
moderna. La única manera de evitarlo parece ser la soledad, la cual no es,
sin embargo, para la narradora, una condena. Los hombres son una
especie de la cual, muchas veces, habría que alejarse. Los jóvenes sólo
buscan placeres sin responsabilidades, divertirse usando, y abusando, de
hablar de él. Entre un hombre y una mujer rara vez se da dentro de las
Mujeres en la literatura. Escritoras
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el amor “en serio” es peligroso. Pero ¿qué es el amor? Quizá sea imposible
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las mujeres. Cuando aparece alguno distinto hay que ponerse en guardia,
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“realidades” de la narradora. Los hombres mayores son la burla de los
jóvenes, los ricos son avaros, y no falta el viejo “rabo verde”.
En este mundo, los únicos seres humanos que parecen merecer ese
nombre son los niños y las ancianas, rara vez un hombre de edad
avanzada. En la línea de la estética del melodrama del siglo
XIX,
la infancia
es pura, es esperanza y está desvalida, los viejos son buenos pero nadie los
oye, ni los necesita. La mujer que habla de sus “realidades”, y que parece
no abrigar esperanzas, se fortalece observando la vida y se atreve a
exponerla para intentar generar un cambio: la posibilidad de modificación
de esa “realidad”. No deja de ser significativo que la década de 1910,
periodo en el cual, Derba compone sus textos, y momento en que México
pasa por su primera gran revolución del siglo
XX,
la autora maneje algunos
recursos del melodrama. Quizá se podría ver en sus textos, como señala
Thomasseau, a propósito de los éxitos del melodrama en el teatro del siglo
XX:
“[…] que, tal como ocurrió a lo largo de toda su historia, el melodrama
―siempre estrechamente imbricado al tejido social― volvía a gozar del favor
público en las épocas de crisis sociales y nacionales, en momentos en que
los valores se redefinían y en que se volvía a experimentar el gusto por los
contrastes marcados y la necesidad de una creación mítica y compensatoria” (149-150). En los textos de Derba no se puede decir que exista
claramente una “creación mítica y compensatoria” que resuelva la
angustia social, pero en la exposición y el tratamiento de sus historias, en
las actitudes de algunas de sus figuras femeninas, y especialmente en la
posición de la narradora, se manifiesta la degradación social y la necesidad
de cambio frente a las miserias y oscuridades del alma, de la desigualdad
económica, de los abusos de un sexo sobre el otro.
íntimas de la voz narrativa a las cartas que escribe a las amigas, a diálogos
que mantiene con ellas sobre los hombres, a historias de su entorno.
Considero que la selección de los textos y el lugar que ocupan en este
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orden cronológico lineal, su disposición, lleva al lector de las reflexiones
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Como arriba he dicho, el orden de los textos en el libro no sigue un
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orden están dispuestos para permitirle al lector saltar de un asunto a otro,
le ofrecen una variedad, similar a la que podría encontrar si leyera los
textos en el orden en que lo deseara. Organizados así desdibujan, quizá, la
evolución de las inquietudes literarias y las emociones personales de la
autora.
Leídos en orden cronológico puede ser interesante detenerse, ahora,
por lo menos, en los textos iniciales, los de 1913. El primero es “Recuerdo”
el relato en primera persona del sentimiento de una mujer aún enamorada
que llora el rechazo y abandono del amante, y que el que le sigue es el que
habla de los hombres “modernos” y el tipo de mujeres que buscan (“Carta
a una amiga”). En “Silueta”, el tercero, tenemos por primera vez la
confesión de la escritora sobre el deseo y la angustia de escribir ―en el
orden del libro es el primero―; y continúa con “Que nos contestó Mimí”
que, como vimos, trata sobre la petición que le hace su editor de que
escriba de sí misma “a través de sus sensaciones de artista y de mujer”.
En el cuarto, y último de aquel 1913, “Noche de invierno” escrito en el
mismo mes de noviembre, como el anterior, la escritora se pone a prueba
con el relato de dos hermanas que encuentran a unos niños dormidos en
el quicio de una puerta, a los que, sin despertarlos, dejan dinero en las
manos y un abrigo. Revisados de esta manera, Derba parece ejercitarse,
por una parte, en el compromiso que implica la creación literaria, en
distintas formas de escritura que seguirá desarrollando y a las que
añadirá, más tarde los “diálogos” y los retratos urbanos: “El poeta” que se
suicida; “El fifí” joven con poder económico que inhala cocaína; “Uno muy
conocido”, el viejo rabo verde, estos últimos presentes en su producción de
1920. Por otra, quizá este orden muestre algo del proceso personal de la
con la escritura como una posibilidad de expresión que va más allá de la
necesidad de verbalizar el dolor del sentimiento.
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falta de “modernidad” como una de las razones del rechazo, el encuentro
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autora: la necesidad de escribir como parte del desahogo del abandono, su
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A la luz de sus películas que la mantienen aún viva ―uno de sus
papeles más recordados es el de “Doña Charito” la soberbia abuela rica en
Ustedes los ricos (1948) dirigida por Ismael Rodríguez―, de la cuidadosa
biografía que Ángel Miquel le dedica y a través de su texto Realidades, nos
queda la imagen de una mujer que durante aproximadamente cuarenta
años de figurar en la historia de la cultura teatral y cinematográfica del
México revolucionario y posrevolucionario que se buscaba a sí mismo, se
mantuvo con un vigoroso ímpetu creativo que se probó en varios campos:
tiple, actriz de teatro y cine, empresaria y escritora, con entereza y respeto
por su profesión y por su condición femenina en la primera mitad del siglo
XX.
BIBLIOGRAFÍA
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Mujeres en la literatura. Escritoras
Página
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