Capella de Ministrers Dedicate alle Dame PARA LAS DAMAS Los acontecimientos que interesan al historiador profesional han ocultado con frecuencia, lo que Unamuno llamaba intrahistoria, ese conjunto de casi imperceptibles cambios que van configurando la sociedad de cada época, bien sea a través de las canciones, las costumbres domésticas, las relaciones matrimoniales y familiares, o la manera de vestir. El tiempo actual presenta cada día en los medios de comunicación infinitos ejemplos de nuestro modo de vivir y de comportarnos, pero si volvemos la vista hacia atrás dos o tres siglos, no resulta fácil saber como se vivía entonces, como se relacionaba la gente. El siglo XVIII había sido poco estudiado desde ese punto de vista. Pero la añorada escritora salmantina Carmen Martín Gaite (1925-2000) nos dejó un trabajo extraordinario al respecto en su libro Usos amorosos del dieciocho en España (Madrid, 1972). Allí nos descubre un fenómeno curioso surgido a mediados del siglo XVIII, casi al mismo tiempo que la llamada tonadilla escénica. Se llamaba “el cortejo” y suponía un cambio radical en las severas costumbres sociales españolas. Las damas del siglo XVIII podían relacionarse con el sexo contrario, tener un amigo que no fuese alguien de la familia. Y entre otra moda que llegaba de Italia, “el cicisbeo” (chichisbeo), de susurrar, hacer confidencias, es decir, galantear, y hasta la posibilidad de tener un amante sin ser por ello apartada de la sociedad. Los modernos e ilustrados aceptaron pronto “el cortejo” y una buena parte de las españolas de las clases altas lo acogieron con entusiasmo. En el clero se produjo una escisión. Ciertos abates “correveidiles” influyeron en la práctica de “el cortejo”, ya que ellos mismos podían llegar a serlo. Pero los predicadores tradicionales a lo “Fray Hortensio”, seguían pidiendo el recato del siglo XVII, donde sólo las modosas y obedientes podían tener un marido. Este les imponía sus gustos sin que ellas pudieran rechistar. El “estrado”, donde pasaban el día las mujeres con sus criadas, empezó a dar paso a las tertulias mixtas, más abiertas y dispuestas a poner en tela de juicio dogmas religiosos, políticos o sociales. Tales tertulias llegaron a convertirse en “saraos”, donde se cantaba y se bailaba el minué y la contradanza. Esta última llegó a contar con ciertas fórmulas, implícitas en el saber contradanzario, como “el molinillo” y “el desmayo”. Frente a ello, los tradicionales seguían los “pasos de danzar a la española” (seguidillas, fandangos y otros tañidos) que había publicado en Madrid Pablo Minguet e Yrol (c.1710-1801) en 1764. Pero el mismo Minguet, consciente de la numerosa presencia de maestros de danza y de música que los costumbristas consideraban una peste, había publicado en 1733 un Quadernillo curioso de veinte contradanzas nuevas... y años más tarde Arte de danzar a la francesa, adornado con quarenta láminas que enseñan el modo de hacer todos los passos... (Madrid, 1755). La demanda de bailes de moda llevó a Minguet a publicar una Explicación y demostración de los bayles que más se usan en las cortes de Europa... con 25 danzas y 6 contradanzas nuevas. Tanto Minguet como Bartolomé Ferriol, autor de unas Reglas útiles para los aficionados a danzar (Capua, Campania, 1745) compitieron por el título de introductores de la danza francesa en España, y es cierto que, a fin de siglo, el Teatro de los Caños del Peral vio, en bailarines como María Medina (esposa del célebre coréografo Salvatore Vigano, casado, por cierto, con la bailarina María Esther Boccherini, hermana del compositor) la anhelada fusión de la danza española en el marco del ballet clásico académico. No debe sorprender que entre los adelantados del ballet romántico, encontremos a dos compositores mediterráneos que pasaron esos años por Madrid: Fernando Sor (Ferrán Sors) y Vicente Martín (Vicent Martín i Soler). Ni que el bolero o el fandango llegasen a la Viena de Gluck, Mozart y Beethoven. A París, por supuesto... y a Londres. En este ambiente debemos situar las diez contradanzas de don José Marset que, siguiendo la moda instaurada por Minguet y Ferreol, publicó a fines de 1767 una serie de contradanzas también con sus figuras coreográficas. Debían bailarse en el salón del coliseo de los Caños del Peral, donde Marset era maestro director de baile, lo que significaba mucho en aquel momento. Marset, del que ignoramos si era francés o español, fue conocido en Madrid con el sobrenombre de Pó. Muy próximas a ese mundo, pero en un clima más recatado y menos caprichoso, de “voluptuosidad decente”, como dijo entonces de las españolas la duquesa de Abrantes, debemos situar las doce delicadas “canzonette italiane” de Vicente Martín y Soler (1754-1808), uno de los más destacados compositores líricos del siglo XVIII. Aunque las XII canciones de Soler se interpretan habitualmente con clave, arpa o guitarra, la versión de Carles Magraner para el disco es una adaptación para dos violines, violonchelo, guitarra y clave, con lo que las Capella de Ministrers obras adquieren un mayor colorido instrumental y a veces su sonoridad nos aproxima a la de las arias de ópera. Eso mismo ocurre en las Contradanzas de Marset, que en su original están escritas para violín sólo.Aplaudido en su Valencia natal, de cuya catedral había sido infante de coro, y en Madrid, en Italia (Nápoles, Lucca, Parma, Turín, Brescia, Venecia), Viena, San Petersburgo y Londres; la vida de Soler, de incesante actividad en múltiples campos de la música, cuenta ya con importantes estudios biográficos. El epitafio de Martín en el cementerio de Bassili-Ostrof, en San Petersburgo, resumió esa existencia al decir “admirado en las principales ciudades y cortes de Europa, no solo por su talento sino también por sus bellas cualidades humanas”. Sin duda su talento y bonhomía le hizo ser querido y admirado por tanta gente culta, desde escritores tan relevantes como Apóstolo Zeno y Lorenzo da Ponte hasta la emperatriz Catalina II de Rusia. Y principalmente por su colega Wolfgang Amadeus Mozart, que citó Una cosa rara en la cena de Don Giovanni y compuso muy bellas arias sustitutorias para la ópera de Martín Il burbero di buon cuore (El gruñón de buen corazón), exactamente Chi sa, chi sa qua sia Kv. 582 y Vado, ma dove? Kv. 583. Y eso que a finales de aquel mismo año, Martini lo Spagnolo, como era llamado don Vicente, llegaba a conseguir un éxito vienés superior al de Las bodas de Figaro. Fue con la ópera Una cosa rara, ossia Belleza ed onestà, convertida pronto en un acontecimiento lírico en toda Europa. Y todavía el año de Don Giovanni, Martín conseguía más fama por su buen hacer y su afabilidad con L’ arbore di Diana, estrenada en el Teatro del Burg de Viena el 1 de octubre de 1787. Las XII Canzonette italiane, que se pueden acompañar al clave, al arpa o a la guitarra son un buen ejemplo del estilo melódico claro y sencillo, dulcemente expresivo, del maestro valenciano. Fueron editadas en Londres por la firma Longman an Broderip, fundada en 1767, y que publicó obras de Storace, Pleyel, Johan Christian Bach, Carl Stamitz y otros a fines del siglo XVIII. Están dedicadas a las damas, en este caso a damas ingenuas y modosas, fieles y enamoradas. Solo el texto de una de ellas La natura, revela algo que empezaba a ocurrir en las ciudades españolas importantes. La revaloración de lo popular, de lo cual eran vehículo las actrices famosas como María Ladvenant, Catalina Pacheco La Catuja, María de Guzmán Guzmana la Buena, María la Chica La Granadina, Nicolasa Palomera Nicolasita, la arrebatadora andaluza María Antonia Vallejo Fernández La Caramba y otras. Su ascensión en la escala social llevaba al pueblo llano a imitar a la nobleza y alta burguesía. La primera que marca esa moda es la duquesa de Alba. Es la primera en aplebeyarse. Cayetana viste con redecilla, va sola por la calle, acude al Paseo del Prado por la noche. Por otra parte, los petimetres y usías envidiaban el comportamiento erótico de majas y manolos. Las majas demostraban más “despejo” en el amor que las Dedicate alle Dame madamas y petimetras. Acaso estas sólo sabían de conversación y ni eso, porque la ignorancia entonces de buen parte de ellas las llevaba a hablar de tonterías y a sus cortejos. Las XII Canzonette son un buen ejemplo del espíritu de la burguesía. Denotan el conocimiento de la escritura vocal del compositor español cuando trabajaba pensando en los salones de su tiempo. Tiene hallazgos formales interesantes, como el “da capo” de la primera estrofa de La mercede, a modo de final de un aria, o la muy mozartiana última línea “da ristoro al mio dolor”. Es curiosa la meditativa y ligeramente dramática primera estrofa de La costanza, y la animación que, como era preceptivo, adquiere la segunda, apagándose en el “non so” final. En La natura, que se podría cantar por ambos sexos, recordamos en su rápido y mozartiano inicio a los personajes de Zerlina y Masetto del Don Giovanni. La volubile alterna un terceto fresco y alegre con otro, de diferente carácter, más lento y dudoso, en especial cuando se da por segunda vez y repite el último verso. La estructura es AABAABA. Cuando Martín y Soler llegó a Viena en la primavera de 1785 inició una intensa relación con el poeta y dramaturgo Lorenzo da Ponte (Ceneda, 1749-Nueva Cork, 1838), de familia judía, cuyo verdadero nombre era Emanuele Conegliano. Da Ponte llevaba ya cuatro años en Viena y era conocido por haber colaborado con Salieri, maestro de capilla del Emperador. Todos los músicos de Viena le solicitaban dramas y comedias para componer óperas, pero él solo quería trabajar para Salieri, Mozart y Martín, en especial para el valenciano, a quien consideraba el Petrarca de la música. Los éxitos de su colaboración vienesa (Il barbero di buon cuore, Una cosa rara y L´Arbore di Diana, son bien conocidos. Fueron tan grandes que le llevaron hasta San Petersburgo, llamado por Catalina II de Rusia. Quiso Martín llevarse a Da Ponte, pero los compromisos de este lo impidieron. A la muerte del emperador José II, el poeta italiano se trasladó con su amante, la joven Nancy Grahl, a Londres, tras numerosas peripecias. En la capital inglesa se hizo cargo del aristocrático King’s Theater, en Haymarket, sede de la ópera italiana. Convocó entonces a su admirado amigo “il bravo spagnuolo”, que acudió desde las orillas del Neva a las del Támesis. Para el King’s Theater compuso Martín tres obras: La capricciosa corretta, L’Isola del piacere, aunque en la edición londinense de Joseph Dale (editor de Clementi, Dussek, etc) figura como Nell’Isola del piacere (En la isla del placer), y el intermedio La nozze dei contadini spagnuoli para ser interpretado con L’Isola del piacere. Tanto La capricciosa corretta, basada en The Taming of the Shrew (La doma de la bravía) de Shakespeare como L´Isola del piacere, tenían libretos de Da Ponte. En esta grabación de Capella de Ministrers se incluyen tres arias de Nell’Isola del piacere, cantadas en su estreno londinense, en mayo de 1795, por la soprano Anna Morichelli Capella de Ministrers Bosello, una de las grandes sopranos de la época. Había cantado en Rusia, Austria, España, Francia y Portugal junto al célebre “castrato” Girolamo Crescentini y con el tenor Matteo Babini. Estrenó Il trionfo di Clelia, de Angelo Carchi y Volodimiro, de Domenico Cimarosa. Se la consideró de su tiempo la mejor Nina, protagonista de la ópera de Cimarosa Nina, ossia la pazza per amore (Caserta, 1789), modelo del género francés llamado “comédie larmoyant”. Recordemos que, en 1788, la mezzosoprano ferraresa Adriana Gabrielli había protagonizado el estreno de L’Arbore di Diana en Viena. Da Ponte se enamoró de ella, promoviendo su ascenso hasta el punto de lograr que Mozart le escribiese varias arias. Se cree que el oratorio de Da Ponte, Il Davide, escrito para ella, se hizo con música de Mozart adaptada de Davide penitente. Durante dos años, Da Ponte y Martín fueron aplaudidos en el corazón de Londres, pero una nueva aventura amorosa del italiano provocó una ruptura, ya definitiva, y el regreso del español a San Petersburgo, donde pasó los últimos diez años de su vida dedicado a la enseñanza en el Colegio Smolni, institución destinada a educar a las hijas de la aristocracia. Todavía compuso algún ballet para Charles Le Picq (1749-1806), un alumno de Noverre que había bailado en París y en Londres y, desde 1786 se hallaba en San Petersburgo como profesor y coreógrafo junto a su esposa la bailarina Gertrude Le Picq. Las tres arias de Da Ponte para la Armelina de L’Isola del piacere dejan bien clara su capacidad dramática y expresiva, su dominio de la difícil combinación música-escena y, por supuesto, sus perfectos conocimientos de la escritura vocal. Sin duda Da Ponte era un admirador de Calderón. Basta leer el texto de la romanza, aquí recogida, de L’Isola del piacere, Spunto una rosa, evidente trasunto de aquel célebre soneto Estas que fueron pompas y alegría, incluido en El príncipe constante del gran dramaturgo madrileño. A propósito, Madrid siempre se mostró atento a la obra de Martín y Soler y todas sus óperas sobre Da Ponte se ofrecieron en Los Caños del Peral poco después de sus respectivos estrenos europeos. L’Isola del piacere se estrenó en la capital española el 25 de julio de 1799 con el título de L’Isola piacevole, aunque muy probablemente se cantó en lengua castellana como se hizo con su trilogía vienesa. La conmemoración del segundo centenario de la muerte de Luigi Boccherini (1743-1805) ha probado la consideración que, en la actualidad, merece el gran músico toscano como uno de los grandes maestros del clasicismo. Su aportación a la música instrumental es de enorme importancia, tanto en el terreno sinfónico como en el de la música de cámara. Un especialista mozartiano como Georges de Saint Foix, no excluye la posibilidad de que Mozart estudiase las obras de Boccherini publicadas por Artaria en Viena. Y el musicólogo Giorgio Pestelli asegura que, “al comienzo de los años setenta, Boccherini se sitúa en igualdad respecto a Haydn y a Mozart por sus dotes melódicas, madurez técnica en el tratamiento del cuarteto, variedad lingüística y entusiasta apertura hacia los valores de la época”. Dedicate alle Dame Pero antes de su llegada a España en 1768 junto al violinista Filippo Manfredi, sus obras de cámara primerizas habían sido admiradas en Italia, Alemania, París y Londres. Duetos, cuartetos de cuerda, sonatas para violonchelo y alguna ambiciosa obra vocal como el oratorio “Giuseppe riconosciuto”, eran excelentes cartas de presentación para el joven toscano. Entre sus obras juveniles destacan las sonatas para dos violines y violonchelo, seis de las cuales fueron publicadas por el editor escocés Robert Bremner, de Edimburgo, instalado en el Strand de Londres, (frente a la espléndida Somerset House) desde 1762. En ella apreciamos la fuerte personalidad del maestro de Lucca, su habilidad contrapuntística y la delicadeza y elegancia de su inspiración. De la Sonata en Re mayor, Op. 4 nº 5 (G.87) se ha elegido para este disco un bello minueto. Tenemos fundadas sospechas de que Boccherini trató y admiró en Madrid a Vicente Martín Y Soler, y muy posiblemente conoció a Giacomo Casanova, el gran amigo de Da Ponte, en la corte española. También tuvo relación Boccherini con la zarzuela y la tonadilla escénica hasta el punto de haber dejado una obra bien representativa del género zarzuelístico: Clementina, con texto del gran sainetero madrileño don Ramón de la Cruz. El reinado de Carlos III (1759-1788) supuso para España la puesta al día en variados aspectos del arte y de la ciencia. Ello tuvo su reflejo en las costumbres y el pensamiento de los españoles, mejor preparados cuando él comenzó a reinar que cuando se inició el reinado de su padre Felipe V. Era inevitable que en aquel lento proceso de renovación a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII, las corrientes ideológicas más avanzadas, sobre todo aquellas que condujeron a la Revolución en Francia, fueran introduciéndose en España. Pero también las costumbres de la aristocracia y de la alta burguesía del país vecino tomaron carta de naturaleza en ciertas capas de la sociedad española. Y fueron estas costumbres disolutas las que determinaron el nacimiento de corrientes teatrales castizas, derivadas de la tradición pero abiertas a las nuevas ideas y hábitos de la aristocracia ilustrada, a la que trataban de imitar. Surgen así los sainetes de Don Ramón de la Cruz frente al teatro encorsetado, academicista y ajeno a la verdadera existencia cotidiana, de los continuadores del teatro calderoniano. Y para los intermedios de las grandes óperas italianas o al estilo italiano, surge la tonadilla escénica. Los autores de sainetes y de tonadillas crearon un tipo de teatro que ponía en pie las cosas de cada día y los tipos, realmente pintorescos, que llenaban las calles, las posadas, las ventas y los caminos de España. Los hombres y mujeres del pueblo, exaltados por los escritores castizos, fueron tomados como modelo de sinceridad y de nobleza. Unas seguidillas de don Ramón de Cruz dicen: Vale más un cachete/ de cualquier maja/ que todos los halagos de las madamas/poruqe se arguye/ que esto es cariño/ y lo otro embuste. Capella de Ministrers A la etapa de madurez y apogeo de la tonadilla, según la clasificación de don José Subirá, pertenece lo mejor de la obra de Blas de Laserna y de Nieva (1751-1816), conocido como “el Mozart de la tonadilla” o, según otros “el Lope de Vega de las tonadillas”. Son muchas, en efecto, las que ha legado a la posteridad aquel incansable trabajador. Músico de gran calidad y oficio, dedicó prácticamente toda su actividad a la tonadilla escénica (compuso cerca de 600), pero conviene saber que, además de servir a las compañías madrileñas de los teatros del Príncipe y de la Cruz, figuró entre los músicos que acudían a los conciertos en el palacio de Benavente en las Vistillas, donde tuvo que conocer a Boccherini. Allí más de una vez se interpretaron sinfonías de Haydn con materiales copiados integramente por él. Se tiene noticia también de su contribución a la vida sinfónica madrileña con un concierto para dos trompas y otro para dos oboes, en el cual su hijo Eugenio actuó como uno de los solistas; obras que se tocaron junto a sinfonías de otros autores, entre ellos “el señor Mozart”. Blas de Laserna compuso su tonadilla a sólo (para un intérprete único) Las murmuraciones del Prado en 1779. Estaba destinada a la soprano andaluza María Mayor Ordóñez, conocida como la Mayorita, radicada en Madrid desde 1768, el mismo año de la llegada de Boccherini. Era por entonces la actriz y cantante más reputada, bien conocida ya como Mayora. Se la admiraba por la dulzura de su voz y era apreciada más en lo serio y dramático que en lo castizo. Su especialidad era encarnar muchachas tímidas y asustadizas, oprimidas por sus padres o tutores. Mayora había protagonizado, a poco de llegar a Madrid, la zarzuela de Rodríguez de Hita Las segadoras de Vallecas, texto de Ramón de la Cruz. Ese mismo año, 1778, cantó La consulta de Fernando Ferandiere, que acababa de llegar de Cádiz, como ella, y al año siguiente dos magníficas tonadillas de Blas de Laserna: El majo y la italiana fingida, para ser cantada por La Caramba (María Antonia Vallejo) y por Miguel Garrido, pero donde actuaba como sobresalienta o sustituta la célebre cantante granadina. Y en segundo lugar, ahora como primera figura, Las murmuraciones del Prado. Era el Paseo del Prado desde el siglo XVII ese “mar profundo donde navegan naves de todos los rumbos”. Las petimetras a la moda, se acercaban al Prado, según el biógrafo de La Caramba, Nicolás González Ruiz, con “basquiña de raso bordada con abalorios y guarnecida con flecos, capa de raso azul adornada de pieles de marta, mantilla de flores con encaje negro, zapatos bordados y medias de seda, que a pesar de la longitud de la falda, no dejaban de tener su valor en algún momento”. Dedicate alle Dame Debía causar sensación Mayora en Las murmuraciones por la belleza y suavidad de la música. No es de extrañar que se la elogiase en estos términos: Cuando por sus conductos cristalinos el aire gira con gorjeos graves, es tan grande el dominio de su acento que de almas que arrebata llena el viento. Acaso por esas cualidades para ablandar con lágrimas los pechos de piedra, como ella cantaba en La consulta, Pablo del Moral encomendó a Mayora su tonadilla El entusiasmo, cuyas difíciles coloraturas nos dan una idea del su alto nivel técnico. En Las murmuraciones del Prado lo demostraría con creces. ANDRES RUIZ TARAZONA.