Rita De Maeseneer and Jasper Vervaeke

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Un fósforo en la oscuridad. Conversación con
Juan Gabriel Vásquez
Rita De Maeseneer and Jasper Vervaeke
Universiteit Antwerpen
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es una de las voces más
innovadoras de la última década. Estudió derecho, pero en 1996 su vida tomó otro rumbo,
cuando decidió vivir en París yendo a la zaga de los autores del boom y de la lost generation.
Después de una estancia de un año en las Ardenas belgas, se radicó en Barcelona. Desde
entonces Vásquez se ha ido convirtiendo en una de las figuras más emblemáticas de una
nueva generación de escritores hispanoamericanos. Tras la aparición a finales de los noventa
de dos obras que Vásquez mismo califica de ‘prematuras’, el escritor publicó el libro de
cuentos Los amantes de Todos los Santos (2001). Sus novelas Los informantes (2004) e
Historia secreta de Costaguana (2007) recibieron críticas particularmente elogiosas tanto en
España como en Latinoamérica, y ya fueron traducidas a varios idiomas. Con El ruido de
las cosas al caer obtuvo el Premio Alfaguara en 2011. Además de narrador, Vásquez también
es traductor del francés y del inglés y es autor de una serie de ensayos, reunidos en El arte
de la distorsión (2009) y de una biografía de Joseph Conrad, llamada significativamente El
hombre de ninguna parte (2004). Vásquez es columnista semanal del periódico colombiano
El Espectador.
En sus novelas llama la atención el interés por la historia con minúscula, la historia
personal y/o familiar, en constante relación con la Historia. En esta Historia con mayúscula
Vásquez parece más bien hurgar en lo desconocido. Por ejemplo, en Los informantes explora
un periodo poco conocido de la historia de Colombia, ya que la intriga se construye a
partir de la manera como en los años cuarenta el Estado colombiano trató a los emigrantes
alemanes sospechosos de tener simpatías fascistas. Historia secreta de Costaguana, por otra
parte, se remonta a finales del siglo XIX cuando fue construido el Canal de Panamá con
todas las intrigas que conllevó. En la última novela, El ruido de las cosas al caer, Vásquez
escarba en una problemática de fuerte arraigo en la literatura colombiana: el narcotráfico.
Pero lo aborda de una manera bien particular, más tangencial. El acento no está en la
violencia de los carteles, ni en la figura icónica de Pablo Escobar, aunque el capo está
presente desde las primeras páginas mediante los hipopótamos de su zoológico. En cambio,
a la vez que evoca la época de los ochenta desde el punto de vista de la generación que
creció bajo el narcoterrorismo, la novela se remonta a las décadas anteriores para tratar de
desentrañar los orígenes, la gestación de la violencia.
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El eje central de las novelas de Vásquez siempre lo constituyen las vivencias de unos
personajes cuya búsqueda existencial y personal les enfrenta a lo circundante. A menudo
las pesquisas de los narradores tienen algo enigmático, de novela policial y tienen al lector
en vilo. En los textos se medita sobre el lado oscuro, las tinieblas del ser humano: la culpa,
el azar, el miedo, la traición, el mal, la siempre conflictiva relación con el padre. Se trata
de una indagación en las grandes preguntas existenciales sin dar respuestas monolíticas.
Como lo apunta Carlos Fuentes en La gran novela latinoamericana, Vásquez nos ofrece “la
zona gris de la acción y de la conciencia humana” y al hacerlo “nos coloca ante disyuntivas
morales e históricas inevitables.” Las alabanzas de Fuentes honran mucho a Vásquez:
“Que yo haya podido hablar con Carlos Fuentes, que yo pueda, teóricamente al menos,
encontrarme con García Márquez o Vargas Llosa, es como si un escritor francés del siglo
XXI pudiera ir por la calle y hablar con Victor Hugo o Flaubert. Me llena de emoción que
los fundadores de nuestra tradición, con cuyos libros yo crecí, emitan esas opiniones sobre
mis libros, sin que ni por un instante me crea el cuento ni les dé la razón.”
Los textos de Vásquez presentan una gran densidad, su estilo sumamente cuidado
embauca al lector. El placer de la lectura aumenta aún gracias al diálogo sutil con diferentes
escritores, tanto de dentro como de fuera del ámbito hispánico. Autores de la talla de Jorge
Luis Borges o de Philip Roth dejan su impronta sobre Los informantes. Historia secreta de
Costaguana no sólo es una original respuesta a Nostromo, la obra maestra de Joseph Conrad
ubicada en una ficticia república latinoamericana llamada Costaguana. El escritor mismo
también destacó el diálogo con, entre otros autores, Orhan Pamuk y Salman Rushdie,
influencias a las que cabe agregar la tensión, subyacente pero palpable, con Gabriel García
Márquez. En su novela más reciente, El ruido de las cosas al caer, se percibe un mayor énfasis
en el legado poético colombiano.
La entrevista se basa en el encuentro con Vásquez que se realizó en el Instituto
Cervantes de Bruselas el 21 de febrero 2012 gracias a la ayuda de la Embajada de Colombia
ante el Reino de Bélgica. En aquella ocasión, tras una introducción de Rita De Maeseneer,
Jasper Vervaeke entrevistó al autor sobre su última novela y sus proyectos actuales y futuros.
Rita De Maeseneer, Jasper Vervaeke: A diferencia de Los informantes e Historia
secreta de Costaguana, dos novelas que supusieron una amplia investigación histórica, en El
ruido de las cosas al caer la excavación parece haber sido más bien personal, íntima.
Juan Gabriel Vásquez: Las tres novelas tienen en común una obsesión que me va a
acompañar siempre: la obsesión por la memoria, por el hecho de recordar. Si Colombia es
un país desmemoriado, muchas veces se debe a que su presente es tan urgente que no nos
da tiempo de concentrarnos en comprender el pasado. La urgencia del nuevo problema
social, del nuevo escándalo político, de la nueva crisis, tiene como consecuencia eliminar
el espacio de atención que necesitamos para fijarnos en el pasado, donde están las claves de
lo que pasa ahora. Las novelas pueden abrir ese espacio donde uno se puede fijar durante
un tiempo sostenido en esas cosas para las que la vida presente no da tiempo. Siempre he
sentido que recordar es un acto moral. La novela como género me interesa sobre todo por
lo que tiene de resistencia contra el olvido. Dice Carlos Fuentes que no hay futuro vivo con
un pasado muerto, y yo también creo que las novelas tratan de mantener vivo el pasado,
justamente con el objetivo de que podamos mirar hacia adelante después.
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Pero es cierto que mientras que mis dos primeras novelas hacen todo esto a través
del examen de momentos anteriores a mi nacimiento, momentos que yo no pude
haber conocido, ésta, en cambio, explota mis memorias privadas, mis recuerdos de lo
que fue crecer en la Bogotá de los años ochenta y noventa, que estaba marcada por el
narcoterrorismo. Crecer con las bombas, crecer con los ‘magnicidios’ —que es como la
prensa llamaba a los asesinatos de políticos y otras figuras importantes de la vida pública
colombiana— , crecer con esa especie de contaminación a la que nos sometió el fenómeno
del narcotráfico, marcó mi vida y la de toda una generación en Colombia. Sobre esto hay
mucha información disponible: uno puede ir a YouTube y ver el video del asesinato de
Luis Carlos Galán [político liberal (1943–1989), asesinado por orden de Escobar], en
las hemerotecas colombianas se pueden encontrar fotos de las bombas de Pablo Escobar,
se puede encontrar el número de víctimas que produjo una cierta bomba en un avión,
pero mi preocupación fue que nada de esto nos habla del impacto que esta época tuvo en
nuestras vidas internas, nuestras vidas emocionales, morales. Eso no está documentado:
un historiógrafo, o un periodista, no tiene acceso a las emociones, al trastorno moral que
eso significó para los que lo vivieron. El novelista, en cambio, es un historiador de las
emociones. Puede crear un espacio donde tienen existencia esas cosas de las que nadie más
tiene prueba. Y mucho de eso tenía que ver con mi biografía, mi memoria. El narrador
de la novela comparte ciertos rasgos banales de mi vida, pero a partir de allí ya no somos
iguales, porque a él le pasan una serie de cosas que a mí nunca me han pasado. Por eso,
cuando a mí me preguntan —y espero no estar adelantándome a una de tus preguntas— si
la novela es autobiográfica…
DM/V: No, no me parece una pregunta pertinente…
JGV: Bueno, me preguntan eso con cierta frecuencia, y mi respuesta siempre es: sí,
es una novela autobiográfica, pero no porque esté basada en cosas que me pasaron, sino
porque está basada en cosas que yo no quería que me pasaran. Es decir, no está construida
con mis experiencias, sino con mis miedos, y creo que los miedos y las ansiedades son tan
autobiográficos como la experiencia misma.
DM/V: Otra diferencia con las novelas anteriores es la presencia de la poesía:
mientras que en Los Informantes e Historia secreta de Costaguana prevalecía el diálogo con
otros textos narrativos, en El ruido de las cosas al caer llaman la atención las referencias
poéticas. Se citan versos de José Asunción Silva, de Aurelio Arturo,… ¿Qué nos puede
comentar al respecto?
JGV: Hay un tercer poeta colombiano, que no está citado con su nombre, ni siquiera
en cursiva sino mezclado con un párrafo: León de Greiff, que es más o menos un término
medio, si se habla de fama, entre Aurelio Arturo y José Asunción Silva. Siempre he sido un
muy buen lector de poesía, aunque mi cultura poética no es muy extensa: para mí conocer
a un poeta es ser capaz de recitarlo de memoria, y eso yo lo puedo hacer con unos diez
poetas, no más. Pero ese conocimiento es muy intenso. Tengo una concepción poética de
la escritura de novelas. Para mí el valor supremo en un párrafo es cómo suene. Cómo suena
la prosa, es lo que me dicta lo que pasa en la novela. El valor supremo es la eufonía, por eso,
si en la traducción hay que cortarle una mano al personaje para que la frase suene mejor,
mis traductores tienen todo el derecho de hacerlo.
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La pasión por los ritmos del lenguaje, por la palabra justa, que son los criterios
con los que trabaja el poeta, está muy presente en la novela. Héctor Abad Faciolince, un
escritor colombiano a quien admiro mucho, fue el primero en notar que el título El ruido
de las cosas al caer es un verso endecasílabo. Y esto no es banal. Las lenguas tienen ritmos
que le son naturales, y su poesía clásica generalmente está escrita en estos ritmos. El ritmo
clásico del drama francés, en el que escribían Racine y Corneille, es el verso alejandrino.
Shakespeare escribía en pentámetros yámbicos, que son cinco unidades de dos sílabas,
una corta y una larga. Es la razón por la que los personajes de Shakespeare respiran con
tanta naturalidad: “This is the winter of our discontent” [primer verso de Richard III], es
un pentámetro yámbico. En español, nuestras medidas naturales son el octosílabo y el
endecasílabo, y por eso no es gratuito que el título sea un endecasílabo. Historia secreta
de Costaguana es otro endecasílabo. Si a uno le preocupa la escritura de ficción con los
criterios de un poeta, inevitablemente acaba entrando en estas obsesiones.
DM/V: En El ruido de las cosas al caer se enfrenta a la temática más antigua, más
fundamental de la narrativa colombiana: la violencia. Se ha venido tratando en todas las
grandes novelas colombianas, desde La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, hasta
varias de las obras de Gabriel García Márquez. Luego está La virgen de los sicarios (1994)
de Fernando Vallejo, novela ésta que fundó el prolífico subgénero de la sicaresca. Más
recientemente, dos autores que como usted han gozado de una impresionante acogida
tanto dentro como fuera de Colombia, han vuelto a abordar esa misma temática, pero
desde ángulos diferentes: el primero sería el ya citado Héctor Abad, quien en El olvido que
seremos (2006) lo hace en clave íntima, autobiográfica, y el segundo sería Evelio Rosero,
quien en Los ejércitos (2007) evoca un pueblo colombiano azotado por la violencia echando
mano de un imaginario reminiscente de Rulfo. ¿Dónde ubica su propia novela respecto
de esta tradición, y, más específicamente, respecto de los libros más recientes, los de Abad
y Rosero?
JGV: La violencia obsesiona a los escritores colombianos. En la tradición occidental,
el género de la novela casi siempre ha sido una respuesta a los conflictos sociales. La novela
colombiana siempre ha respondido a la violencia colombiana. Lo que sucede es que no
siempre los novelistas han sabido hacerlo. Eso lo explica muy bien García Márquez en su
artículo ‘Dos o tres cosas sobre la novela de la Violencia’ (1960), en el que critica a los
novelistas de la década de la Violencia (1948–1958) que se precipitaron a escribir sobre ese
tema. Dice García Márquez que no se tomaron el tiempo de aprender a escribir novelas,
y entonces lo que terminaron haciendo fue una mera reproducción muy literal, muy
sensacionalista, de los hechos, y fracasaron. Fue una gran enseñanza para las generaciones
posteriores. Nos enseñó que para hablar de la violencia desde la novela, uno de los primeros
mandamientos es no hablar de ella directamente: la literatura entra siempre por una puerta
lateral, tiene una mirada sesgada que distorsiona la realidad, que no nos entrega lo que ya
podemos encontrar en los noticieros de televisión o en los periódicos. Si la literatura no
puede darle al lector algo que no puede encontrar en otra parte, no vale la pena.
Las novelas que acabas de mencionar tienen eso en común. La virgen de los sicarios
es una extraordinaria novela, no por lo que cuenta, sino por la voz del narrador, que es
una voz absolutamente fascinante, absolutamente nueva en la literatura colombiana, una
voz que estiliza la violencia. Lo que La virgen de los sicarios nos cuenta, así contado no lo
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podemos encontrar en los periódicos. Héctor Abad hace lo mismo en su extraordinaria
memoria, y también lo hace Evelio Rosero, con una influencia muy notoria de Rulfo,
pero echando mano además de otros recursos típicos de la novelística de su generación.
He notado que varias novelas de los latinoamericanos nacidos a finales de la década de los
cincuenta —Evelio Rosero, Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Rey Rosa— se enfrentan
a la temática de la violencia por medio de la figura de la locura. Sus personajes enloquecen
por lo que ven, y eso les permite dar dos pasos a un lado y contar todo con ojos nuevos,
con una voz nueva, y no reproducir la realidad literal que todos conocemos.
Mi novela trata de hacer lo mismo. Mi personaje no está loco, pero la novela intenta
crear lo que antes no estaba allí, mediante una mirada intimista, personal y memoriosa
sobre hechos públicamente notorios. No pretendo dar soluciones al gravísimo problema
del narcotráfico. La literatura no tiene el poder de cambiar nada. Desde donde se cambian
las cosas es desde el poder. Pero una novela sí tiene el poder de afectar nuestras conciencias,
nuestra comprensión del mundo. No desearía que fuera más allá. William Faulkner decía
que la literatura es como un fósforo que uno enciende en un campo oscuro. En un campo
oscuro un fósforo no sirve para iluminar nada, pero sirve para que nos demos cuenta de
cuánta oscuridad hay.
DM/V: A la hora de escribir El ruido de las cosas al caer, usted ya era un autor
internacionalmente reconocido. Me pregunto hasta qué punto esto influyó en la escritura
(el lenguaje, la composición, los guiños intertextuales) de El ruido de las cosas al caer, ¿tomó
en cuenta un público, un mercado más amplio, internacional, o es algo que no se plantea?
JGV: No, no tengo en mente ningún público. Es una cosa tan abstracta que para
un novelista puede ser incluso una especie de tirano. No soy un novelista que escriba
para sí mismo, escribo con la idea de que las novelas son cartas muy sofisticadas que
uno escribe a sus lectores. Tengo en mente a un lector que comparte mis preocupaciones
literarias, morales, históricas y sociales. Escribo para ese lector que se parece mucho a mí
pero que al mismo tiempo es alguien a quien no conozco y con quien trato de establecer
una comunicación. Quizás porque yo leo así. Cuando leo a Roth o a mis grandes muertos
—Conrad, Tolstoi, Cortázar— siento que el mayor privilegio de un lector de novelas
consiste en estar pasando un tiempo muy concentrado con una conciencia superior, quiero
decir, con alguien que está más consciente del mundo: un gran novelista es alguien que
se da cuenta de más cosas. Tolstoi tiene muchos momentos en los que mediante una
descripción de un detalle nos hace darnos cuenta de una emoción humana que nunca
habíamos conocido o que conocíamos sin saber que la conocíamos. Es lo que según Javier
Marías hacen los grandes novelistas: no generan conocimiento, sino reconocimiento.
Vamos pasando por sus páginas y de repente nos decimos: carajo, yo sabía esto, pero no
sabía que lo sabía.
DM/V: A través de las relaciones intertextuales, en sus textos va estableciendo lazos
con sus familiares literarios, va construyendo su canon personal. ¿Cómo ve este concepto
de canon?
JGV: Nunca he tenido confianza en el canon como idea excluyente. Me siento
más a gusto con el concepto de la tradición, pero eso no quiere decir que no crea en las
jerarquías. Al contrario de mucha crítica creo que hay novelas más importantes que otras
novelas. Pero lo lindo de la tradición es que se forma no sólo con el canon sino también
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por oposición al canon. Muchos de los grandes novelistas surgen como lo que Vila-Matas
llama escritores raros. Si hoy en América Latina uno no puede hablar de tradición sin
hablar de García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar, tampoco puede hablar de
tradición latinoamericana sin Felisberto Hernández, Arlt, Lezama Lima, Puig, que son
escritores que siempre estuvieron en tensión con los grandes escritores de su tiempo, pero
que no por ello dejaron de hacer escuela. Cuando hablamos de tradición se permite esto.
Cuando hablamos de canon no, es una idea limitante, contraria al espíritu de la literatura.
DM/V: Hace poco participó en el volumen Cuando nunca perdíamos. Quince
escritores, quince maneras de ver al Barça. Es un libro que reúne memorias de quince
escritores aficionados al Barça. Durante nuestro encuentro anterior me contó que de joven
jugaba fútbol y que en el campo ocupaba la posición, ya anacrónica, del líbero. Además, en
una de sus columnas, nos recuerda que también a Albert Camus le gustaba ir al estadio...
¿Qué nos puede comentar sobre su pasión por el balón? ¿Guarda alguna relación con
la literatura? ¿Acaso la afición por este deporte de equipo se erige en contrapeso al acto
solitario que es escribir?
JGV: Todos los escritores aficionados al fútbol dedicamos mucho tiempo a buscar
una comunicación entre ambas cosas, a tratar de justificar el fútbol con literatura.
Entonces uno cita a Camus, quien decía que en los terrenos de fútbol y en el teatro había
recibido todas las grandes lecciones de su vida. Puede ser cierto: en el fútbol hay victoria
y derrota, hay angustia, hay honor y deshonra, hay impostura, traición, pero también hay
esfuerzo y virtud, es decir, allí está todo lo que explora también el novelista. O uno cita a
Nabokov, que en su juventud era portero —cuando no estaba atrapando mariposas, estaba
atrapando balones—. Además, hay una comunicación en el otro sentido: futbolistas que
han sido grandes lectores. Jorge Alberto Valdano [ex futbolista y entrenador argentino]
es un gran lector que además escribió un par de libros fantásticos sobre el fútbol; Josep
Guardiola cuenta que cuando era capitán del Barça y el equipo llegó a la final de la copa
de campeones, que se jugó en el estadio de Wembley en 1992 y que el Barça ganó, justo
antes de salir al campo había terminado de leer Belle du Seigneur de Albert Cohen. Cuenta
Guardiola que terminar de leer esa gran novela le dio una especie de impulso vital para
salir a jugar. Aunque esa relación entre el fútbol y la literatura siempre me ha interesado,
buscarle una justificación es una pérdida de tiempo. Dice Javier Marías que el fútbol es la
recuperación semanal de la infancia. Esto basta como justificación.
DM/V: El hecho de ganar el Premio Alfaguara conllevó un año lleno de viajes,
entrevistas y conferencias. ¿Cómo evalúa este año durante el cual ha estado constantemente
en el punto de mira?
JGV: Seiscientas entrevistas sobre el mismo libro son demasiadas. El Premio Alfaguara
tiene una bendición que al mismo tiempo es una tortura: la obligación de presentar el
libro en todos los países de habla hispana. Para un viajero impenitente como yo esto es
fantástico, me permitió conocer países a los que sin un pretexto claro probablemente
nunca habría ido. Por otra parte, trabajo muy bien en los aviones y en los hoteles, en estos
lugares que a tantos escritores les generan alergias. Hoy en día dialogar con los lectores, ir
a encuentros literarios, conocer gente, forma parte de la vida de un novelista, y me gusta,
pero después de una serie de esas actividades siento una necesidad muy intensa de soledad,
de volver a encerrarme.
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DM/V: ¿En qué ha estado trabajando en todos estos aviones?
JGV: He estado pensando en el próximo libro. Mis libros necesitan un periodo de
decantación muy largo. El tiempo que pasa entre el primer pálpito, como decía Nabokov,
y el comienzo de su escritura, es muy largo. Entonces es lo que hice en los aviones: tomar
notas, imaginar, leer. Un vuelo transatlántico es un espacio de lectura que ya nadie tiene.
Son siete horas de lectura sin interrupción, un espacio que todo lector serio agradece.
Tener un vuelo de ida y vuelta de dieciséis horas es una especie de beca de lectura.
DM/V: En ‘Apología de las tortugas’, uno de los ensayos recopilados en El arte de la
distorsión, confiesa que “después de los espacios abiertos que son las novelas” suele sentir
“un pequeño malestar agorafóbico, y con él la necesidad de volver por un instante, antes
del monstruo siguiente, a la soledad cariñosa de los cuentos” (82). Tanto este ensayo como
los cuentos de Los amantes de Todos los Santos datan del 2001, y desde entonces no ha
vuelto a publicar ningún libro de cuentos…
JGV: Mi próximo libro será una novela, pero hay un libro de cuentos cocinándose.
Desde el 2001 he escrito muchos cuentos, pero sólo cuatro que valgan la pena, que resistan
el paso a las tapas. Dice mi amigo Rodrigo Fresán que hay libros de cuentos y libros con
cuentos. Los libros con cuentos son el resultado de ese momento en que un escritor abre su
cajón, saca diez cosas que tenía guardadas allí y las manda al editor. Pero a mí me gustan
los libros de cuentos, que son libros que están concebidos como sistema, en los cuales los
cuentos tienen relaciones entre sí, tienen ecos y temas que se repiten, juegan entre ellos
para producir algo mayor que la suma de sus partes. Me parece fantástica la idea de Tobias
Wolff de que un libro de cuentos debe ser como una novela en la que los personajes no se
conocen entre sí. Así funciona Dublineses de Joyce. Los mejores libros de cuentos ofrecen
miradas poliédricas sobre las mismas emociones, sobre las mismas obsesiones. De manera
que los cuatro cuentos que tengo escritos están formando eso. Ahora falta diseñar los
demás que completen el retrato.
DM/V: Tiene planeado volver a mudarse a Colombia. ¿De qué manera piensa que
influirá en su carrera literaria ese regreso, después de llevar más de quince años viviendo
fuera?
JGV: No lo sé, pero me gusta esa incertidumbre. No regreso a Colombia por razones
literarias, aunque una vez tomada la decisión me di cuenta inmediatamente de que como
todo en mi vida eso tenía que ser material, tenía que ser pretexto para escribir una novela
que llevo cazando varios años. Por primera vez será una novela en la cual la investigación
documental no sea un dolor de cabeza. Escribir desde Barcelona sobre la Colombia del
siglo XIX o de los años cuarenta ha sido un dolor de cabeza, porque la documentación es
difícil. Es que no me interesa lo que se puede encontrar en internet, me interesa darles a
los lectores cosas que no puedan encontrar en ninguna otra parte que en mi novela. Eso
requiere una investigación de material de archivos, me obligaba a suspender la novela hasta
volver a ir a Colombia, o a pedirle a alguien que me consiguiera un dato ridículo que sólo
estaba en una polvorienta biblioteca del centro bogotano. Entonces esto se simplificará.
Por lo demás yo también me pregunto con curiosidad genuina cómo me va a afectar el
regreso, porque siempre he sostenido que la distancia me ha beneficiado mucho, gracias
a ella aprendí cómo se escribe sobre mi país. La distancia genera una cierta impunidad,
es cómoda. Me gusta la sensación de extrañeza. En este sentido una de las razones por
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las que el regreso a Colombia me genera curiosidad es porque Bogotá se ha vuelto una
ciudad extraña para mí. Al llegar allí, voy a sentir esa tensión. No me interesa sentirme
completamente cómodo, completamente en poder del lugar, y supongo que todas esas
sensaciones también se transformarán en literatura.
Obras de Juan Gabriel Vásquez
Persona. Bogotá: Magisterio, 1997. Print.
Alina suplicante. Bogotá: Norma, 1999. Print.
Los amantes de Todos los Santos. Bogotá: Alfaguara, 2001. Print.
Los informantes. Madrid: Alfaguara, 2004. Print.
Joseph Conrad. El hombre de ninguna parte. Bogotá: Panamericana, 2004. Print.
Historia secreta de Costaguana. Madrid: Alfaguara, 2007. Print.
El arte de la distorsión. Bogotá: Alfaguara, 2009. Print.
“Apología de las tortugas.” El arte de la distorsion: 75–82. Print.
El ruido de las cosas al caer. Madrid: Alfaguara, 2011. Print.
“Treinta años después.” Cuando nunca perdíamos. 15 miradas sobre el Barça. Ed. Munné, Antoni. Madrid,
Alfaguara, 2011: 207–22. Print.
Página Web Oficial
www.juangabrielvasquez.com
Selección de Acercamientos Críticos a la Obra de Juan Gabriel Vásquez
Carpio Franco, Ricardo. “Espejos, simulacros y distorsiones: Hacia una tipología de la ‘metaficción
historiográfica’ en Historia secreta de Costaguana, de Juan Gabriel Vásquez.” Espéculo: Revista de estudios
literarios 44 (2010): n. pag. Web.
Giraldo, Luz Mary. “Del lugar de paso al lugar para el olvido: Bibliowicz, Schwartz, Vásquez.” En otro lugar:
Migraciones y desplazamientos en la narrativa colombiana contemporánea. Bogotá: Editorial Pontificia
Universidad Javeriana, 2008:115–28. Print.
Montoya, Pablo. Novela histórica en Colombia 1988–2008. Entre la pompa y el fracaso. Medellín: Editorial
Universidad de Antioquia, 2009: 82–95. Print.
Quesada Gómez, Catalina. “Vacillements: poétique du désequilibre dans l’oeuvre de Juan Gabriel Vásquez.”
Les espaces des écritures hispaniques et hispano-américaines au XXIe siècle. Eds. Ramos-Izquierdo,
Eduardo and Marie-Alexandra Barataud. Limoges: Presses Universitaires de Limoges, 2012: 75–85.
Print.
———. “Una letteratura postnazionale.” Nuova prosa 56–57 (2011): 33–50. Print.
Semilla Durán, María Angélica. “Le récit cannibale: Historia secreta de Costaguana, de Juan Gabriel Vásquez.”
Hommage à Milagros Ezquerro. Théorie et fiction. Eds. Ramond, Michèle, Ramos-Izquierdo, Eduardo,
and Julien Roger. París: Rilma 2, 2009: 545–61. Print.
Vervaeke, Jasper. “Una mirada en los abismos de la historia. La impronta de Pynchon, Borges y Sebald sobre
Los informantes de Juan Gabriel Vásquez.” A publicarse en: Revista de Estudios Colombianos. Print.
Selección de Entrevistas con Juan Gabriel Vásquez
De Maeseneer, Rita and Jasper Vervaeke. “Escribimos porque la realidad nos parece imperfecta. Entrevista
con Juan Gabriel Vásquez.” Ciberletras 23 (2010): n. pag. Web.
Jaggi, Maya. “A life in writing: Juan Gabriel Vásquez.” The Guardian 26 Jun. 2010. Web.
Manrique Sabogal, Winston. “Las esquirlas del miedo. Entrevista con Juan Gabriel Vásquez.” El País-Babelia
14 may 2011: 4–6. Print.
Paternostro, Silvana. “Juan Gabriel Vásquez.” Bomb Magazine 110 (2010). Web.
Plaza, Caridad. “Diálogo de la Lengua. Mano a mano entre el novelista peruano Santiago Roncagliolo y Juan
Gabriel Vásquez, escritor colombiano.” Quórum 16 (2006): 105–18. Print.
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