La búsqueda de la verdad y el sentido de lo americano en José Enrique Rodó Por: Marcia Collazo Ibáñez Ha dicho Carlos Real de Azúa (1967:71) en referencia a Rodó, que su obra es algo así como el Palacio Legislativo: “solemne, mayestática, suntuosa, casi siempre fría. Todo el mundo sabe que está allí, pero la inmensa mayoría sólo la conoce por fuera”1. El elegante acierto de estas palabras no nos exime de responsabilidad por el aparente olvido en que hemos dejado caer al autor de obras como Ariel, El Mirador de Próspero y Motivos de Proteo, conocidas y profusamente comentadas en todo el mundo occidental. Puede decirse que Rodó ha pasado a integrar de tal manera el imaginario colectivo que se ha producido respecto de su figura, una suerte de naturalización oficialista o estatal en buena medida ciega, sorda y anquilosante en cuanto a las profundidades vivas de su obra. Este es, sin duda, uno de los mayores y más frecuentes peligros que acechan a los hombres y las mujeres que pasan al acervo identitario de la simbología nacional. La publicación de Ariel, en 1900, marcó un jalón importante tanto por su invocación a la América latina como por su advertencia contra la América sajona, y la obra fue recibida con entusiasmo en los más variados ámbitos disciplinares. En los primeros años del siglo XIX se multiplicaron de tal manera las reediciones que su propio autor perdió la cuenta; y mereció en su momento elogiosos comentarios de escritores y filósofos como Miguel de Unamuno, Juan Valera, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Francisco García Calderón y muchos otros. Y agrega Real de Azúa que ni una sola de las mayores autoridades de las letras iberoamericanas dejó de colocarlo entre los más grandes –es decir, entre gentes como Sor Juana Inés de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Andrés Bello, Sarmiento, José Martí, Ruben Darío-2. Pero más allá de tales consideraciones, bueno es detenerse un momento en los propios contenidos de la obra rodoniana, a la manera de quien desentierra los estratos latentes de un pensamiento vivo que yacen debajo del ilustre bronce. Lo haremos desde su exhortación a la persecución de la verdad y desde su americanismo: de todos los escritores uruguayos de la generación del 900, sólo Rodó se 1 Real de Azúa, Carlos (1967) El problema de la valoración de Rodó. En Cuadernos de Marcha, Nº 1, Mayo de 1967. Montevideo. 2 Ibídem. Pág. 72 empeñó totalmente en la construcción de una dimensión americana, tal como señala Martha Canfield3, aunque a nivel continental no haya sido por cierto el único. Dimensión que abarca aspectos o facetas políticas, sociales, literarias, educativas y económicas, todas ellas vinculadas a través de las grandes y persistentes ideas de unión y necesidad de un pensamiento propio4. Tales son los insoslayables rasgos del mensaje de Rodó. Rasgos que no pueden tampoco disociarse de la doble condición de escritor y periodista del autor, que al igual que José Martí -de quien fuera contemporáneo-, se revela hondamente preocupado por los destinos políticos y sociales de América. Agrega Canfield (2000:19) que Rodó fue “olvidado, cuando no ásperamente tergiversado y criticado”. Su apelación a la juventud fue entendida como una especie de ensoñación lírica totalmente apartada de la realidad de la propia América. Se le acusó, además, de imaginar una juventud que respondía al arquetipo occidental y de la cual estarían excluidos el indio, el negro y el mulato –además de la mujer-. En cuanto a su idea de democracia, se le consideró clasista, elitista y en fin, antidemocrático. Hay ciertamente en Ariel -sobre todo- una referencia constante a “los mejores”, que no escapa del todo a la influencia monárquica de la Francia decimonónica, la misma que experimentó una virulenta reacción contra su propio proceso revolucionario, no solamente en cuanto a las instituciones políticas mismas, sino fundamentalmente en el campo social5. Sólo tuvo relativo eco y mérito la fuerte prevención de Rodó contra los Estados Unidos, que alcanza tintes de radical confrontación, lo que incluía el modelo de vida, la filosofía utilitarista y la vocación imperialista norteamericana6. Sin embargo, una ligera aproximación a la totalidad del pensamiento rodoniano demuestra que, en todo caso, lo que rechina e inquieta en su obra -fundamentalmente en Ariel- está mucho más centrado en la interpretación de los términos lingüísticos 3 Canfield, Martha (2000) Persistencia del mensaje ariélico. Prólogo. En Ariel, edición de la Biblioteca Nacional y del MEC. Montevideo. 4 Señala María Gracia Núñez que, “bajo el punto de vista de Ardao, las fases “americanistas” que se distinguen en la obra de Rodó “no se sustituyen, etapa por etapa, sino que se adicionan sin desaparecer ninguna, de suerte que a través del proceso se va integrando en una sola unidad el conjunto de su americanismo a secas” (1970:17)”. En José Enrique Rodó. Metamorfosis del crítico. El americanismo literario. http://www.ucm.es/info/especulo/numero26/je_rodo.html 5 Devoto, F. (1992) Entre Taine y Braudel. Itinerarios de la Historiografía Contemporánea. Bs. As. Biblos 6 Denuncia que, por otra parte, tuvo en su momento una verdadera resonancia continental. Rubén Darío proclama ya en 1898: “No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros” (artículo publicado en El Tiempo de Buenos Aires, el 20 de mayo de 1898, recogido en la edición crítica de Carlos A. Jáuregui, “Calibán: icono del 98. A propósito de un artículo de Ruben Darío” y “El triunfo de Calibán”, Edición y Notas. Balance de un siglo (1898-1998). Revista Iberoamericana. Número especial. Coord. Aníbal González. 184-185 (1998:441.455). utilizados que en la profundidad de los conceptos. En Rodó debe atenderse a lo que se dice, pero también a cómo se dice. El particular refinamiento estético que impregna el discurso rodoniano obedece a los parámetros del modernismo en cuanto se ocupa de la potencia innovadora del lenguaje, pero también lo desborda y supera a través de la intención integradora de otras estéticas y géneros, otros ideales y otras visiones sobre el mundo, todo ello vertebrado en una ética que no admitía aquiescencias ni estereotipos de ninguna índole. Y esto es lo que permanece a veces soterrado o aún hermético, sobrepujado por la arrolladora trama y el recargado ornato de la forma lingüística. Debe tenerse en cuenta, además, que el particular mensaje ético que impregna el significado general de su obra, implica una constante apelación a la superación del ser humano por la vía del mensaje cifrado en clave de universalidad, como para que trascienda no solamente aquel utilitarismo y aquella “nordomanía” que tan acerbamente denunciara, sino también las momentáneas o circunstanciales perspectivas de tal o cual enfoque sobre los grandes problemas que aquejan a los americanos7. Si la realidad es por esencia, transformación y creación –y ello es objeto de profundas reflexiones en Motivos de Proteo-, el ser humano no puede permanecer atado a rígidas concepciones sobre sí mismo y sobre su entorno, así como no puede tampoco permanecer insensible a los riesgos potenciales cifrados en el empuje imperialista de un pueblo como el norteamericano, considerado cultural y espiritualmente extraño al ser latinoamericano. Rodó supo, en el desarrollo de su pensamiento, mantenerse fiel a sí mismo. Consideraba esencial la formación del americano como sujeto integral, capaz de pensar de manera original y propia, de sustentar la crítica reflexiva y la acción consecuente con esa reflexión, y de tomar decisiones responsables y autónomas. Sobre todo, apelaba al desarrollo de un ser humano que fuera por sí mismo tras la verdad, aún cuando tal verdad pudiera implicar el enfrentamiento con las más consolidadas proposiciones de su época. Es en este sentido y no en otro, que desarrolla lo esencial de su idea, en la totalidad de sus obras. Así expresa, en la parábola “La despedida de Gorgias”8 –tan reiteradamente citada y tan poco contextualizada por sus críticos en la idea y en el espíritu de lo americano- su concepto de la verdad. En esa cena, uno de los discípulos dice: “Antes morir que negar cosa salida de tus labios”. Gorgias procura demostrar a sus discípulos que no deben intentar permanecer fieles a sus enseñanzas, sino en todo caso, guardar afecto hacia su 7 8 Recuérdese que Proteo es el dios de las metamorfosis constantes. Motivos de Proteo, fragmento CXXVII. Imprenta El Siglo Ilustrado. Montevideo. 1909:380. persona, pero jamás hacia su doctrina. “Yo he procurado daros el amor de la verdad; no la verdad, que es infinita (…) La verdad que os haya dado no os cuesta esfuerzo, comparación, elección; sometimiento libre y responsable del juicio, como os costará la que por vosotros mismos adquiráis, desde el punto en que comencéis realmente a vivir”. De ahí el brindis que Gorgias enuncia: “¡Por quien me venza con honor en vosotros!”. La idea de vencer, como corolario de la lucha, supone asimismo un proceso dialéctico en Rodó, como sinónimo de confrontación de ideas. Todo lo cual conlleva además para el pensamiento americano, la sacudida de dogmas reverentemente instalados, más en orden a construcciones arquetípicas que en cuanto verdaderos productos de reflexión e interpretación crítica de la propia e intransferible realidad. Así alude a “lo que está en ti y en ninguna parte sino en ti: tierra que para ti sólo fue creada; América cuyo descubridor posible eres tú mismo…” (XVIII). La invocación a la búsqueda de la verdad se vincula no solamente la ya aludida idea de responsabilidad por el pensar propio –aquel sapere aude kantiano que se vincula tan visceralmente a la asunción de nuestra racionalidad, con todas sus consecuencias- sino también a la seriedad, el rigor y la vigilancia permanente del proceso creador9; y esta tarea impone, en aras de la verdad y la autenticidad, la indagación en la realidad y en el entorno propio a partir de un pensar radical, libre de arquetipos o estereotipos obnubilantes del espíritu. Por lo mismo, Rodó parecía huir de los lugares comunes y de las generalizaciones. Así, expresa en sus Bosquejos para los Nuevos Motivos de Proteo: “No hay géneros: hay obras… Hay obras que crean su género, que son género único…”10. Y la huida de las generalizaciones desemboca, de alguna manera, en la multiplicidad infinita de las posibilidades del ser. En Motivos de Proteo, señala: “Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos (...) Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes (...) Muertes cuya suma es la muerte; resurrecciones cuya persistencia es la vida”11. Se trata en definitiva, de una apelación a la búsqueda de lo mejor y más esencial a cada persona; y particularmente se trata de un mensaje de esperanza y de optimismo. Esta original radicalidad de su pensar es tal vez uno de los motivos por los que, a pesar de los pesares, la crítica uruguaya no ha permanecido indiferente al pensamiento de 9 10 11 Real de Azúa, Carlos. Op. Cit. Bosquejos para los Nuevos Motivos de Proteo. VIII:29. Rodó, J. (1909) Motivos de Proteo. Editorial Santiago. Santiago de Chile 2000. Rodó, y así ha sido estudiado, entre otros, por Roberto Ibáñez, Arturo Ardao, Emir Rodríguez Monegal, Mario Benedetti, Carlos Real de Azúa, Eugenio Petit Muñoz, y muchos otros. En particular Roberto Ibáñez (1967:14) refiere tanto al “principio de la personalidad” como al “optimismo heroico” rodoniano, en contraste con la visión ciertamente tergiversadora y aún profundamente sombría que del escritor han dado muchos críticos12. Desde su labor como creador y continuador del Instituto de Investigaciones y Archivos Literarios, se dedicó Ibáñez a rescatar gran parte de la obra inédita de Rodó, contenida en miles de documentos guardados por los hermanos del escritor. La selección de tales escritos fue editada bajo el nombre Otros Motivos de Proteo, y coadyuvó además a echar luz sobre aristas inesperadas del pensamiento de Rodó. Sobre el principio de personalidad, señala que hay en Rodó una apelación a “un prójimo íntimo, para incitarlo a crearse incesantemente, por lúcida participación de la voluntad y la esperanza en la obra de la necesidad, o a rehacerse con paralela disciplina, en el agotamiento y el fracaso”13. Tal es el significado del “Reformarse es vivir” y su complementario “cambiar sin descaracterizarse”; es decir, sin traicionar la originalidad que nos ha otorgado la naturaleza. En referencia al optimismo heroico del escritor, expresa Ibáñez que se ha dado en Rodó una permanente lucha contra la desesperanza y el pesimismo. El propio Rodó lo dice de esta manera, en sus Bosquejos: “Ofrezco a los demás la manera cómo triunfo de mí mismo en la lucha… No se ve el pecho negro del pájaro: se ve la pluma blanca del pájaro negro. Son los momentos triunfales –los grandes- los que deben… tenemos que hacer como los marinos: perdidos sobre el mar, animarnos unos a otros en medio de la tempestad deshecha…”. Y agrega más adelante: “Sofoqué para los demás el grito de mi cobardía hasta encaramarme otra vez sobre la roca y allí, de nuevo, lanzar el grito de triunfo y el saludo al sol, irguiéndome en toda mi talla para que los otros náufragos que luchan me viesen…” (III, 47). Podría vincularse el apasionamiento de estos párrafos con la invocación a la lucha por una causa que es, por esencia y por vocación, americana. En Rodó se asume con nuevos bríos la vieja reivindicación de la conciencia general americana que ya aparece en Simón Bolívar, en Andrés Bello, en Bautista Alberdi, en Domingo Sarmiento y en otros 12 13 Ibáñez, Roberto (1967) El ciclo de Proteo. En Cuadernos de Marcha. Nº 1. Mayo. Montevideo. Ibáñez, Roberto (1967) El Ciclo de Proteo. Marcha. Nº 1. Mayo. Pág. 25. románticos del siglo XIX, y que resurge a fines de esa centuria en el discurso de Ruben Darío, Roque Saenz Peña y José Martí14, entre otros. Pero no debe verse este llamado como una mera oposición latinoamericansimosajonismo o espiritualismo-utilitarismo, sino en todo caso como una exhortación a buscar el camino propio, la originalidad y la verdad propias, como particularidad distintiva de cada ser humano, de cada generación y de cada pueblo. Acaso porque Rodó vislumbró las dificultades que podría entrañar la profunda diversidad cultural de América para la unión, promovió esta búsqueda de la verdad que se enlaza fuertemente con las angustias del ser humano por su salvación; y ello incluye, en el marco de la ya aludida diversidad, la tolerancia para con las ideas e idiosincrasias más variadas, y la prevención -que podríamos denominar metodológica- de que el amor, la belleza y la estética no deben obstruir la aspiración suprema a la verdad. De ahí la apelación –que ya surge en su Ariel- al esfuerzo, la comparación, la elección, y el sometimiento libre y responsable del juicio. 14 “El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en el hombre y desconfiar de lo peor de él”. Martí, J. (1890) Nuestra América. Ediciones de La Plaza. 1988.