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Beceite, reducto de la contrarrevolución
PEDRO RÚJULA
Los Puertos de Beceite fueron un reducto insurreccional de gran actividad durante buena parte del siglo
XIX. Sus características orográficas, sumadas a la lejanía de los centros de decisión, a la ausencia de vías de
comunicación estratégicas y a la compartimentación de
circunscripciones que en ellos se produce, favorecieron
esta situación. Los momentos culminantes de esta actividad tuvieron lugar durante el Trienio liberal (18201823) y, fundamentalmente, en la Primera Guerra
Carlista (1833-1840) cuando su papel fue de enorme
relevancia.
La naturaleza como aliada
Cuando la Junta Superior de Sanidad de Aragón adoptó, el 21 de septiembre de
1821, la resolución de establecer en la frontera de Aragón con Cataluña un cordón
sanitario su interés se hallaba concentrado en poner freno a la epidemia de fiebre
amarilla que se extendía como la pólvora por el Mediterráneo y que había llegado
ya a las tierras vecinas. El dispositivo profiláctico consistía en una línea de aislamiento establecida mediante soldados a lo largo del río Algars que enlazaba,
mediante sucesivos eslabones, con el tramo valenciano. Su función era impedir por
completo el tránsito de personas y mercancías. El Matarraña quedaba aislado para
el comercio con una zona cuyas relaciones económicas eran habituales quedando
como única posibilidad de traspasar la línea hacerlo por Mequinenza después de
haber padecido la cautela de un período de cuarentena. Además el peso del mantenimiento de los soldados corría de cuenta del erario municipal, una carga difícil
de soportar durante mucho tiempo.
No lo había pretendido, pero la Junta Superior de Sanidad consiguió que muy
pronto el descontento se extendiera por los pueblos a tenor de los sacrificios que
se les exigía sin obtener compensación. El Diario Constitucional de Zaragoza publicaba un escrito de la Junta en el que que trata de salir al paso de las protestas: «...la
Junta superior de Sanidad os dirige la palabra, os exhorta, y penetrada de los incal-
De la historia
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Vista general de Beceite
culables males que van a descargar sobre nuestras cabezas, sin la prosecución de
vuestros eminentes y heroicos esfuerzos para impedir la propagación del mal,
espera que no descansareis hasta llegar al fin de una carrera tan gloriosa, hasta que
el mortífero veneno que está próximo a extinguirse quede unido y sepultado para
siempre en las entrañas de la tierra». No duda en emplear el recurso de amenazar
con las catástrofes que se avecinan si prospera el descontento: «Vosotros seríais
sus víctimas primeras si desamparaseis el cordón; vuestras esposas caras, vuestros
tiernos e inocentes niños, los autores de vuestro ser y de vuestra felicidad serían
devorados, así como lo fueron los desventurados que habitaban las poblaciones
indicadas, el llanto y la desolación, la muerte y el horror se apoderarían simultánea
y sucesivamente de nuestra amada patria, y las naciones extranjeras nos mofarían,
reprenderían y borrarían con razón del número de las naciones cultas». Y concluía destacando la importancia de mantener el cordón como servicio al Estado:
«Reanimaros pues, pueblos limítrofes a Cataluña, hacer el último esfuerzo que aún
os resta para que toda España reconozca la gran deuda a que respecto de vuestros
cuidados y desvelos se ha visto obligada».
Las tensiones derivadas del bloqueo, sumadas a la lentitud con que se asentaba el
régimen constitucional en el medio rural, convirtieron el Matarraña —y las zonas
aledañas vinculadas a éste— en un área muy inestable. Antes de que concluyera 1821
ya se habían producido tres importantes levantamientos de claro signo anticonstitu-
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Comarca del Matarraña
cional en Caspe —dos— y Alcañiz. Pero estas poblaciones de la Tierra Baja poseían
demasiado valor estratégico para que el capitán general de Aragón no reuniese un
contingente de tropas suficiente para llegarse hasta el lugar y restablecer el orden.
No es extraño que el próximo intento de provocar la insurrección en el partido de
Alcañiz se hiciese alejado de la ciudad que ejercía de capital trasladando la actividad sobre el Matarraña. Será en el verano de 1822, formando parte de una gran
insurrección iniciada con la sublevación de la Guardia Real instigada por el propio
Fernando VII y combinada con levantamientos en múltiples puntos de la monarquía. El cabecilla Rambla consiguió hacerse con la ciudad de Morella pero, ante la
llegada de las tropas, el centenar de hombres que comandaba tuvieron que huir del
lugar y lo hicieron en dirección a los Puertos de Beceite. Los Puertos se mostraban como una guarida eficaz para un pequeño grupo de hombres conocedor del
terreno y apoyado por muchos de los habitantes de la zona. A su interior difícilmente se aventuraría una columna del ejército gubernamental, tanto por las dificultades de enfrentarse con éxito a los rebeldes como porque resultaba intrascendente dominar el interior de aquel laberinto de congostos y escarpes. ...O, por lo
menos, carecía de importancia a efectos tácticos globales, porque en el ámbito más
próximo su incidencia fue muy importante.
Así pudo comprobarse cuando, el 11 de julio de 1822, los realistas de los Puertos
bajaron hasta Beceite atacando a la guarnición en pleno día. «Fui atacado, decía el
teniente Francisco Piñeiro, por 90 ó 100 facciosos que de improviso se dejaron caer
del puerto por dos puntos». La guarnición fue cortada. Una parte tuvo tiempo de
replegarse y retirarse hasta Valderrobres, pero la otra, encabezada por el propio
teniente y compuesta por un sargento, un cabo y cuatro soldados, nada pudieron
hacer frente a los realistas que habían tomado las calles del pueblo. Replegados los
liberales sobre la plaza tuvieron que resistir desde el palacio del ayuntamiento. Los
rebeldes, continúa el relato del oficial, «me hicieron vivo fuego por las ventanas, y
tejados de las casas inmediatas, a quienes les contesté que las tropas nacionales jamás
cederían». La resistencia duró el tiempo suficiente para que los asaltantes temieran
la llegada de la columna del ejército, de modo que fueron levantando el asedio, no
sin antes prender fuego a la puerta y a las ventanas.
Nada dice la documentación de que la población contribuyese a la defensa frente a
los realistas. De hecho el clima debía ser de marcada hostilidad a las autoridades
liberales por parte de los vecinos que, a estas alturas, no debían ver en los militares
sino a quienes habían esquilmado sus escasos recursos municipales a cuenta del
gobierno liberal sin obtener ninguna compensación a cambio. Así se entiende que
el jefe militar que liberó a los sitiados hablara en su informe de «la tenaz e intrépida resistencia que ha hecho el subteniente D. Francisco Piñeiro con cinco individuos», pero concluyera con una queja expresada en estos términos: «y nada puedo
añadir según me han informado los pocos buenos que hay en esta [Beceite], y hasta
los enemigos del sistema». El día 18 de julio se confirmaron las sospechas del capitán Joaquín María Miranda, autor del citado informe, pues entraron de nuevo en
Beceite los realistas y allí se les reunieron 200 individuos más a la partida.
De la historia
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Pocos días más tarde, el 23, los realistas se apoderaron del Castillo de Mequinenza
y lo mantuvieron en su poder hasta la llegada de las tropas francesas casi un año
después. El castillo, en una línea de gran inestabilidad que recorría el Ebro en
dirección a Cataluña, y los Puertos de Beceite, lugar de apoyo desde los comienzos de la insurrección realista, convirtieron el eje del Matarraña en un canal de
comunicación natural para las tropas anticonstitucionales. De hecho, al mes
siguiente, septiembre, en un parte del gobernador político de la provincia de
Castilla, se hacía referencia a «las facciones quienes según parece se reúnen en
Beceite».
Y la información fue confirmada por Felipe Tolosana, comandante general del distrito quien, el día 16, supo de una reunión en esta localidad de más de 1.000 hombres y se dispuso a atacarlos. «Con efecto —dice— no bien había andado media
legua cuando vi coronadas todas las alturas eminentes que se encuentran a derecha e izquierda del camino que dirige al pueblo, y que todo su aspecto y movimientos eran de defenderse, conocí sin embargo que era imposible casi el vencer
las posiciones de frente por lo escarpadas que son, por lo cual determiné flanquearlas a ver si podía de este modo ganar la posición y envolverlos». El enfrentamiento, apoyado por la columna del teniente coronel Antonio González, consiguió
desalojar a los realistas, pero esto, en ningún caso supuso su derrota, pues se dispersaron «obligándoles a ampararse de los puertos, donde probablemente se volverán a reunir». Se trataba, como él mismo afirmaba, de una «sierras encumbradas
e impracticables» donde el enemigo se protegía, reorganizaba sus efectivos y se
hacía fuerte esperando el momento de emprender nuevas acciones amparadas por
la oportunidad o la sorpresa. Por eso no fue infrecuente que los enfrentamientos
armados tuvieran lugar a las puertas de Beceite, como sucedió a mediados octubre, en que fueron derrotadas las gavillas de dos importantes jefes, Rambla y
Chambó, por las fuerzas de Felipe Tolosana.
Continuidad del conflicto
Las partidas absolutistas, cuyo principal jefe en todo el corregimiento de Alcañiz
fue Joaquín Capapé, más conocido como el Royo de Alcañiz, no consiguieron, ni en
Aragón ni en ninguna otra parte de España, salirse con la suya y derribar el sistema constitucional instaurado en la revolución de 1820. No obstante los sectores
opuestos al liberalismo, con el rey a la cabeza, hacía tiempo que desplegaban una
intensa labor diplomática para obtener mediante la intervención exterior el objetivo que las fuerzas absolutistas de este lado de la frontera no habían sido capaces
de alcanzar. La Europa del Congreso de Viena, sobre la base de la derrota de
Napoleón, había construido una sólida alianza entre todas las monarquías europeas que se comprometían a defender, como el más sagrado de los principios, el de
la legitimidad de las monarquías. Apelando a este principio los embajadores de
Fernando VII consiguieron una proclamación en contra del régimen constitucional en Verona y la comisión a la monarquía francesa de que fuera el brazo ejecu-
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Comarca del Matarraña
tor del acuerdo. Un poderoso ejército de más de cien mil hombres al mando del
Duque de Angulema atravesó la frontera en abril de 1823 y, en apenas unos meses,
repuso el poder absoluto al que durante tres años había sido un monarca constitucional.
Los realistas, que hasta esa fecha habían sido miembros de partidas más próximas
al bandidaje que a cualquier modalidad conocida de ejército, pasaron a desempeñar
el papel de avanzadilla de una gran fuerza contrarrevolucionaria internacional.
Allanaron el terreno a las tropas, obtuvieron información, pusieron a su disposición el conocimiento de la región, restablecieron a las autoridades absolutistas,
encabezaron la represión contra los liberales,... y toda una larga nómina de acciones que les situaron del lado de los vencedores. Ahora parecía haber llegado el
momento de resarcirse de las desenfrenadas correrías por los Puertos, pasando
frío, perseguidos por las columnas gubernamentales y siempre con menos de lo
necesario para subsistir. La paz debería traer consigo prebendas para los que tanto
habían contribuido a la victoria, clara muestra del agradecimiento del monarca
absoluto repuesto en el trono.
Pero las cosas no fueron como los realistas esperaban. Los honores no llegaron
sino en muy contadas ocasiones y las muestras materiales de gratitud se quedaron
en muy poco. La decepción no tardó en dejarse notar y los principales jefes realistas de Aragón protagonizaron actos de sublevación de gran trascendencia.
Primero Bessiéres, después Capapé. Más tarde serían los malcontents catalanes los
que pusieron en pie de guerra a una parte importante del principado. De nuevo los
Puertos de Beceite se convirtieron en un hervidero de actividad insurreccional.
Allí buscaron abrigo sublevados de Cataluña entre los cuales habría muchos que
ya habían recorrido aquellas sierras un lustro atrás. Cuando la sublevación llegó a
su final, con la presencia del propio monarca a la cabeza de las fuerzas que mostraron gran dureza en la represión, quedaba de manifiesto que existía una honda
fractura entre dos sectores del absolutismo que devendrían irreconciliables: el
ultraabsolutista, que ya empezaba a ser denominado carlista, y el absolutista que,
por mor de las circunstancias, se iba tornando moderado abriendo una vía de
encuentro con el otro sector moderado del liberalismo.
Mímesis de un modelo de resistencia
Hasta ahora sólo hemos atendido a la base política de la insurrección realista en
torno a los Puertos de Beceite, pero los niveles que alcanzará a partir de la muerte de Fernando VII no podrían entenderse sin alguna referencia a la base social
que alimentará al carlismo. El Matarraña, como el Bajo Aragón, había realizado
una opción económica de especialización productiva en torno al aceite. Grandes
superficies de tierras de buena calidad fueron destinadas al cultivo del olivo desde
el siglo XVII y durante todo el siglo siguiente. La opción fue confirmada por los
beneficios obtenidos a través de la variedad empeltre que proporcionaba un aceite
De la historia
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de gran calidad. Sin embargo, para beneficiarse de estas condiciones los campesinos tenían que realizar una opción fundamental en la forma de entender la economía. Si destinaban sus mejores tierras a producir aceite deberían olvidarse de
cualquier estrategia de autoconsumo y comenzar a pensar en términos de mercado. Esto a nadie le preocupó demasiado durante la centuria del Setecientos ya que
los precios experimentaron un proceso de crecimiento sostenido. Sin embargo al
llegar el siglo XIX la tendencia se invirtió, los precios comenzaron a caer y los
campesinos tuvieron que vender mucho más aceite para obtener la misma, o inferior, cantidad de dinero. Y qué decir de los jornaleros que fueron los primeros que
vieron como el número y los niveles de los salarios disminuían a medida que lo
hacían los beneficios. El enrarecimiento del ambiente económico coincidió con los
intentos de establecer el sistema liberal en España y los movimientos contrarrevolucionarios —realistas, primero y más tarde carlistas— pusieron mucho interés,
y los consiguieron muchas veces, en llevar hasta sus filas a las masas de campesinos y jornaleros descontentos que habían sido azotados por la crisis del primer
tercio del siglo XIX.
El estallido de la primera guerra carlista en el Matarraña se producirá, según lo planteado hasta el momento, sobre una triple base. En primer lugar la existencia, en los
Puertos de Beceite, de un espacio natural que por la distancia de centros administrativos de importancia, la ausencia de vías de comunicación estratégicas y la existencia
de condiciones orográficas muy difíciles para la vida, podía proporcionar abrigo a
pequeños grupos armados con escasas posibilidades de subsistir en otras zonas más
expuestas como el llano. En segundo lugar existía en la zona una tradición insurreccional, que se remontaba a la guerra de la Independencia, que se había nutrido considerablemente de actitudes y estrategias desarrolladas durante la insurrección realista del Trienio liberal. Finalmente, los efectos de la crisis económica sobre la zona erosionó el tejido social del Matarraña y provocó el descontento en capas muy extendidas de la población agraria que fueron muy sensibles al mensaje insurreccional emitido desde los sectores carlistas. En estas condiciones, sólo era necesario que estallase una chispa para que el levantamiento adquiriera arraigo en la zona. La muerte de
Fernando VII cumplió la función de chispa para prender la que sería denominada primera guerra carlista o guerra de los Siete Años (1833-1840).
Los Puertos de Beceite fueron el primer lugar en el que buscaron refugio los conjurados de Alcañiz cuya conspiración fue descubierta en los primeros días de octubre. Cuando comenzaba el mes de diciembre de 1833, Manuel Carnicer, que este
era el nombre de quién los mandaba, comenzaba a actuar, desde allí, en los pueblos de las inmediaciones tanto en el lado catalán como en el aragonés. Muy pronto los Puertos se convirtieron en un punto de reunión, y hasta allí se desplazaban
partidarios carlistas procedentes de las proximidades.
Los rebeldes que habían establecido su base de operaciones en los Puertos de
Beceite desarrollaban pequeñas correrías para procurarse el sustento y reunir nuevos
partidarios. Las operaciones eran por sorpresa y el objetivo consistía en obtener el
mayor resultado con el menor riesgo. En marzo de 1834 el número de los integran-
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Comarca del Matarraña
tes de las partidas aumentó y con ello
su necesidad de alimentos. La actividad
carlista sobre Beceite es frenética. El
día 1 entraron, por separado, José
Torner y sus 120 hombres y Manuel
Montañés, con 16 carlistas, seis de ellos
a caballo. Tras obtener las raciones se
volvieron hacia el Puerto. Dos semanas después volvió Torner con un
número importante de hombres y ni
siquiera la existencia de una partida de
tropa liberal de 25 hombres pudo
impedir que obtuvieran las raciones.
Todo lo contrario, los asaltantes forzaron la retirada de los soldados a las
casas fuertes desde donde mantuvieron el fuego hasta bien entrada la
noche en que llegó una columna liberal. En ese momento los carlistas se
Asalto carlista a Beceite
retiraron hasta sus campamentos en
los Puertos. Antes de que terminara el
mes Beceite recibió una visita que adquiere significación a posteriori. A las seis de la
mañana del día 30 de mayo llegó un jefe al que denominaron «el cura Cabrera» en
una partida que, junto a la de Mestre, contaba con 300 hombres. Obtuvo 700 raciones de pan, vino y carne y abandonaron la localidad. En las afueras se encontró el
cadáver de un hombre del que se dijo que era de nacionalidad francesa.
Durante el verano de 1834 se produjo la disolución de las partidas. Los hombres volvieron a sus pueblos y desempeñaron las labores agrícolas que por estas fechas proporcionan abundantes jornales. Pero concluido este período la actividad insurreccional se reanudó ante la sorpresa de los liberales. El gran historiador del carlismo,
Antonio Pirala, explicaba esta situación en los siguientes términos: «Los liberales,
cuando no tenían contrarios a la vista, los dan por exterminados, y esta crédula confianza atribuida a que los carlistas se rehicieran, y a que, como ahora sucedió, se presentaran a fin de septiembre en disposición de tomar la ofensiva y sitiando a Beceite,
cuya pequeña y valerosa guarnición fue oportunamente socorrida por Rebollo, que,
después de hacer levantar el sitio, atacó al sitiador al día siguiente, 1 de octubre, en
las formidables posiciones en que se esperó el combate, las cuales fueron defendidas únicamente a pedradas: tal era su naturaleza. Fueron, sin embargo, tres veces
conquistadas y vueltas a perder aquellas alturas ensangrentadas, sin hacerse mucho
uso de la pólvora. Las pérdidas se equilibraron, y contaron ambas huestes unos cien
hombres entre muertos y heridos. Carnicer, Llangostera y Cabrera mandaban a los
carlistas». De hecho, los carlistas, no sólo no fueron destruidos sino que continuaron con actividades de organización llevadas a cabo a partir de los Puertos. Allí tenían su campamento base y desde él realizaron las operaciones de reunión de disper-
De la historia
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sos y captación de quintos para sus
filas y las labores de aprovisionamiento
de alimentos y pertrechos.
En esta primera fase los liberales trataron de reaccionar a los acontecimientos con medidas puntuales.
Después de que fueran descubiertos
en una masía, situada entre Cretas y
Beceite, alimentos que estaban dispuestos para ser recogidos por los
carlistas, el corregidor de Alcañiz
ordenó el cierre de las masías. «La
medida del cerramiento de los caseríos de Campo —decía—, aunque en
algún tanto perjudicial a la agricultura,
produce favorables efectos en la perRetrato de Cabrera
secución de los rebeldes, por no
poder permanecer estos en punto
alguno, habiendo tenido noticias confidenciales que Carnicer hace tres días estaba
muy furioso por que encontró cerradas las masadas a donde se dirigía». También
trató de movilizarse a la ciudadanía en la defensa de los pueblos mediante la formación de compañías de milicia urbana en los pueblos de la zona. En Beceite se
alistaron 166 milicianos, de los cuales Ignacio Micolau hacía las funciones de capitán, Antonio Morató las de teniente y José Blas las de subteniente.
Consolidación
Sin embargo la situación era muy inestable. Así lo ponía de manifiesto el hecho de
que, a la altura del mes de marzo de 1835, el alcalde de Beceite había desaparecido
de la población y se encontraba viviendo en Zaragoza, lo que provocó la protesta
del resto del reducido ayuntamiento —tres integrantes— por ser este el único «que
tiene algunas letras». Y todos los esfuerzos se vinieron abajo hacia el final del verano de ese año, el 13 de agosto, cuando la partida de Serrador y Quílez asaltaron
Beceite y rindieron al destacamento compuesto de 142 hombres. Como afirma
Buenaventura de Córdoba, en este tipo de acciones «los carlistas del Maestrazgo y
bajo Aragón empezaron a armarse con los mismos fusiles de sus enemigos».
Desde entonces la presencia de los carlistas en Beceite fue constante. El pueblo
constituía una prolongación hacia el valle de su reducto básico en los Puertos, en
torno al cual se articulaban todas las operaciones tanto en el lado aragonés como
en el valenciano y catalán.
Fue en mayo de 1836 cuando Beceite jugó un papel importante en el proceso de
consolidación del poder carlista en Aragón y Valencia. Cabrera creó en esta pobla-
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Comarca del Matarraña
ción una Junta Auxiliar Gubernativa bajo su presidencia que debería ocuparse, en
palabra de Córdoba, de «la repartición y cobro de contribuciones, así como del
cuidado de los talleres y fábricas, como también de los almacenes que pienso establecer de municiones de boca y guerra, cuya corporación la formarán el coronel
de caballería D. Enrique Montañés, vicepresidente; el graduado de infantería D.
Luis Bayot, el comandante D. Juan Bautista Castells y el presbítero D. José
Castella, vocales y Rdº. P. Fr. Tomás Martínez, secretario». No es de extrañar que
en la prensa los liberales se escandalizaran de la situación de entrega a los rebeldes
que se vivía en las tierras del Matarraña. En un artículo que reclamaba la intervención de tropas internacionales para poner fin a la guerra se argumentaba en
estos términos:
«Es verdad que los gastos que pueden originarse de la entrada de nuestros aliados en España han
de ser grandes, pero no se pueden comparar con las enormes pérdidas que nos están ocasionando esas
bandas de facinerosos, y sino hablen por si esas numerosas y desgraciadas familias de la tierra baja
y particularmente de la villa de Beceite, a quienes no les han dejado otra cosa que ojos para ver y llorar la muerte de sus queridos padres, hermanos e hijos con el despojo e incendio de sus fortunas y
bienes, lo que podía haberse evitado en sus principios con haber mandado un buen ejército en lugar
de dos o tres batallones, los cuales imitando el ejemplo de sus dignos compañeros de Navarra han
hecho prodigios de valor en los campos de Molina y Monroyo pero no pudiendo darlos una activa persecución como se debiera haber hecho por falta de tropa, han tenido tiempo de rehacerse y comentar
todos excesos y crueldades dirigidas por ese nuevo Atila, el infame Cabrera que ha dejado muy atrás
a los mas bárbaros tiranos que nos refiere la historia»
Artículos como éste ponen de manifiesto la importancia que Beceite estaba alcanzando para los carlistas y esto le valió también ser señalado como objetivo preferente en los intentos liberales por detener el avance de Cabrera. Aprovechando la
incorporación de éste a la expedición del general Gómez, el ejército gubernamental realizó una operación contra las bases del carlismo en Aragón cuyos principales objetivos eran desalojar a los carlistas de Cantavieja y los Puertos de Beceite.
La primera aproximación se produjo el 8 de septiembre sobre el pueblo obligando a retirarse apresuradamente hacia el Mas de Estopiñá a la guarnición carlista
que llevó como pudo a sus heridos, los efectos almacenados, además de «más de
cuatro mil cabezas de ganado y mucho trigo». El 26 de septiembre fue enviada una
columna desde Alcañiz con el objetivo «de sorprender el pueblo de Beceite, destruir las obras construidas allí por los rebeldes, y reducir a pavesas y escombros el
baluarte principal que sostiene la negra bandera del crimen y la traición». La entrada en el pueblo obligó a los carlistas a batirse en retirada dejando por unas horas
el casco urbano a merced de los liberales: «Cuatro horas permaneció la columna
en el llamado Alcazar de Carlos V, y los naturales de aquel pueblo y de los inmediatos vieron por primera vez al cabo de algunos meses vitorear el sagrado nombre de nuestra inocente Reina al frente de aquellas asperezas». El parte de las operaciones no ahorra una apreciación sobre la actitud de los habitantes a quienes se
refiere como «gentes cuya suma ignorancia y horrible fanatismo los hace estar en
perfecta connivencia con los rebeldes».
De la historia
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En los primeros días de octubre volvieron a presentarse en Beceite tropas del ejército liberal, en este caso mandadas por el comandante Borso di Carminati que se
comportó con mucha mayor dureza. Avanzada la tarde afirma: «llegué yo e hice
prevenir en alta voz en cada calle a los habitantes que habían quedado que se me
presentasen garantizándoles sus personas y sus casas; no habiéndolo verificado
nadie mandé poner fuego al pueblo que fue al momento presa de las llamas». La
frialdad militar del relato muestra también la identificación que los militares liberales establecían entre población civil e insurrección carlista en las partes altas del
Matarraña. El relato concluye haciendo referencia a lo hallado en el pueblo: «Se
descubrieron en él depósitos bastante considerables de trigo, avena, aceite, lana,
para la elaboración de sillas y albardas, instrumentos de operados para las construcciones, cureñas, etc. Lo que me fue imposible llevar por falta de bagajes. Se
encontraron igualmente algunas armas de fuego que fueron distribuidas a la compañía de Horta. El resto ha sufrido la suerte de este asilo de bandidos».
Aunque la acción definitiva tuvo lugar el último día del año de 1836 cuando la división del coronel del regimiento de caballería José Abecia dirigió su acción contra
los fuertes ubicados más allá del pueblo, en los mismos Puertos de Beceite. Los
propios carlistas tenían embreadas las puertas para hacer arder los fuertes en caso
de considerarlos perdidos y así lo hicieron cuando las tropas llegaron al estrecho.
Las tropas de Abecia se ocuparon de que el incendio acabase con las construcciones y emplearon los dos días siguientes en demoler los restos de los paramentos
que habían subsistido. El Brigadier Nogueras se lamentaba en un informe en estos
términos: «Siento no tener proporción y tiempo para poder delinerar un croquis
exacto de las formidables fortificaciones construidas por los enemigos en seis
meses de tiempo con 150 y 200 trabajadores, desde donde difundían el terror y la
muerte a este país, habiendo conseguido separar de la obediencia al Gobierno a
sus pueblos».
Conclusión
La destrucción de los fuertes de Beceite no supuso el fin de la presencia carlista
en la zona. El golpe contra el corazón de la resistencia carlista en Aragón se había
producido aprovechando una coyuntura propicia para los liberales como fue la
falta de dirección ocasionada por la ausencia de Cabrera. Pero el jefe tortosino,
aunque severamente derrotado, regresó y se aplicó a la labor de restaurar las bases
del poder carlista, comenzando por recuperar Cantavieja en abril de 1837. En esta
población estableció sus almacenes y sus órganos de gobierno y administración
convirtiéndola en la capital del territorio controlado que, además, se hacía cada vez
más amplio descendiendo su influencia hacia los llanos de Aragón y Valencia. No
por eso dejaron de emplearse los Puertos. Muy pronto quedaron bajo el radio de
control carlista y volvieron a servir de apoyo a las partidas carlistas y como depósito de prisioneros. El pueblo de Beceite regresó a manos de los rebeldes y, cuando se produjo la ofensiva liberal del verano de 1838 —que se resolvió con un
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Comarca del Matarraña
sonado fracaso de las fuerzas gubernamentales sobre Morella—, llegó a rumorearse que la Junta de Mirambel había abandonado su sede en el Maestrazgo y se
había trasladado a los Puertos. El bulo planteaba un movimiento defensivo que
parecía la escenificación de una vuelta a los orígenes, el retorno al corazón, al
enclave más seguro, a partir del cual se había ido desplegando el poder carlista.
Lo cierto es que el control de los carlistas sobre Beceite y los Puertos se mantuvo
sin demasiadas dificultades en los tiempos de mayor expansión de su poder en
Aragón que correspondió con 1838 y buena parte de 1839. Cuando terminaba este
último año todas las fuerzas y recursos del ejército liberal se volcaron sobre la
zona y sus efectos no tardaron en apreciarse. El Conde de Belascoaín fue el oficial
encargado de operar sobre Beceite pero, como en el resto del frente, las operaciones de asalto tuvieron que esperar a que el invierno quedara a las espaldas. Sólo
entonces, en marzo de 1840, se produjo el ataque. El día 19 tuvo lugar el combate entre la brigada del brigadier Zurbano y el llamado Primer Batallón de Aragón
en Beceite. El resultado fue favorable a los primeros que ocasionaron una pérdida
de 300 hombres, entre muertos y prisioneros, se apoderaron de un cañón de a 4,
además de un número importante de armas, municiones y equipajes. Esta acción
ponía punto final al desarrollo de la primera guerra carlista en el Matarraña. La
inestabilidad tardaría algún tiempo en desvanecerse por completo. No obstante la
experiencia del conflicto dejaría honda huella en los habitantes y no será infrecuente que en los años siguientes circulen noticias fundadas de que nuevas partidas carlistas habían vuelto a tomar las armas y se habían dirigido a los Puertos de
Beceite buscando refugio.
Bibliografía
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