Sobre cuerpos “distintos” LENI VIEIRA DORNELES CIRCE MARA MARQUES Este artículo titulado Sobre cuerpos “distintos”: los niños y la producción de los “anormales” en la educación infantil, trata en un primer momento de mostrar cómo los niños “hablan” acerca de su comprensión sobre raza y racialización. Posteriormente presenta cómo se manifiestan frente a los “cuerpos distintos” de los suyos o de aquellos llamados “anormales”, fruto de sus diferencias. En lo que se refiere al trabajo sobre raza e infancia, Kaercher (2006) trata el concepto de racialización como un conjunto de prácticas discursivas que imprimen a los cuerpos un sentido permeado por diferentes prácticas culturales que acaban, de algún modo, colaborando en la constitución de conceptos de raza y color. Muestra cómo existe el entendimiento de una jerarquía en esa relación entre los sujetos. En esta investigación se observó, en el trabajo con muñecas y muñecos negros, hasta qué punto la reflexión aportada por la autora interpretaba las relaciones al momento en que los muñecos blancos y negros se dividían en la distribución de roles o, bien, eran abandonados en un rincón del aula por tener el cuerpo negro. De alguna forma, los cuerpos que representaban en los juegos a los “cuerpos distintos”, tenían marcas sociales de colores, que es diferente de aquello que se es o se debe ser, es decir, ser blanco. En la distribución de roles en los juegos, también los muñecos cumplían funciones específicas que históricamente han sido difundidas como las únicas que deberían ser ocupadas por los negros. Mejor dicho, en estos juegos la empleada del hogar, la niñera, el chofer y la cocinera fueron roles otorgados a los muñecos negros. Durante este estudio, también se visitaron tiendas de juguetes de la ciudad de Porto Alegre y, en éstas, la mayoría de los muñecos y muñecas tenían un cuerpo que representaba a la raza blanca. Se entiende, a partir de la investigación, que no siempre los muñecos con cuerpos distintos acompañan la lógica del mercado y no aparecen en el “ranking” de los cuerpos que venden. Existe únicamente la preocupación de que el juguete sea vendible. Lo que se constata cuando un muñeco negro o de “cuerpo distinto” surge en el mercado, es por su excentricidad o como un muñeco de colección y con una producción muy limitada. Tal prerrogativa nos hace constatar cómo los niños y sus juguetes también están inmersos en un juego de poder en el que no somos todos iguales. Sobre la relación entre la lógica del mercado y los juguetes-muñecas, Brougére (2000) trata sobre el concepto de muñeca racionalizada, es decir, para el autor la racionalización pasa por la aplicación de técnicas de análisis del mercado, de la expectativa de los consumidores (marketing), de creatividad y de test de los modelos fabricados. Dentro de esta lógica se observa que el público negro, en los últimos años en Brasil, también pasa a ser un consumidor potencial1. De la atmósfera emocional de ser afrobrasileños, surge el movimiento de valorización estética del biotipo oscuro. De él también se aprovechan los medios cuando presentan, desde el final de la década de 1990, la publicidad, desde el cine hasta las revistas, imágenes dirigidas al negro brasileño. Estas se dirigen al consumidor negro en proceso de ascensión social (Sodré, 1999). Las manifestaciones sobre raza durante el trabajo de investigación, evidenciaron que los efectos “de verdad” sobre el hecho de ser negro, vividos por los niños en su día a día, están íntimamente ligados al hecho de jugar, en la mayoría de las situaciones, con muñecos de un solo tipo de cuerpo, una sola raza y generación. Jugar únicamente con un “tipo” de muñeco/a ciertamente enseña “verdades” sobre la etnia y raza para los niños (Dornelles, 2007, p. 164). En muchas situaciones, al referirse a las muñecas negras, los niños manifestaron “registros de fealdad”2, como: “¡A mí no me gusta su color! ¡Si fuera más clara, podría ser guapa!”. Los “registros de belleza” estaban centrados en el color de la piel y en el tipo de cabello de los muñecos, como decía una niña. “¡Es feo, porque su pelo es duro!”. O, como expresaba otra: “Es fea, porque su piel es muy negra”. 1 Al respecto el analista de mercado de Nielsen, Claudio Czarnobai, afirma: “El aumento de la renta, la menor tasa de paro, las bolsas del gobierno, el mayor acceso al crédito, permitiendo que la población comprometiese una menor parte del salario en el pago de una nevera, por ejemplo, facilitaron el acceso de esos clientes a nuevas categorías de productos.” Disponible en: http://economia.uol.com.br/ultimas-noticias/infomoney. Fecha de consulta: 16/03/2011. 2 Trabajo desarrollado en la investigación de máster de SOUZA, Fernanda Morais de: Revirando malas: entre histórias de bonecas e crianças. Trabajo final de máster. Universidad Federal de Río Grande del Sur, Programa de Posgrado en Educación, 2009. Lo que dicen los niños demuestra aquello que está socialmente establecido, es decir, que el negro tiene su espacio en la sociedad, circunscrito a los conceptos de no bello, marginal, jocoso, pobre, perezoso. Sodré (1999), cuando trata la cuestión de la raza, muestra cómo en una sociedad estéticamente regida por un paradigma blanco, la claridad o la blancura de la piel persisten como marcas simbólicas de una superioridad imaginaria, que actúa en estrategias de distinción social. El hecho de que el color de la piel se muestre como un registro de normalidad, está ligado, posiblemente, a lo que describe Santos (1997) como una cadena de significados, en la cual lo blanco es opuesto a lo negro. Es lo que nos señala un niño al decir: “Tendríamos que quitarle la piel y cambiarla por una blanca”. A través de lo que dicen los niños en las actividades con juguetes, se constató el carácter binario entre blanco/negro, en el que al blanco se le atribuyen los conceptos de paz, luz, claridad, vida; mientras que lo negro remite a la oscuridad, el luto y la muerte. Los niños usaban el color de la piel como un registro de aquello que se concibe como bello, bueno y bonito; todo lo que estaba fuera del color elegido como normal era tomado como “lo otro”, “lo diferente”, “lo feo”, como decía una niña: “es fea porque es negra, pero los ojos son bonitos porque son azules”. No obstante, la cuestión acerca del color en las investigaciones de Dornelles (2010) y Morais (2009), quedó relegada a un segundo plano cuando otro aspecto se sobrepuso. Unas niñas jugando con una muñeca negra vestida de hada comentaban: “¡Es bonita!”, “¡A mí me gustan las alas de color rosa!”, “Es un hada y tiene un vestido rosa muy bonito” y “¡Mira esta que guapa!”. Sin embargo, cuando una de las niñas advierte que la muñeca es negra, afirma en el acto: “Bueno, no es guapa, el vestido es rosa y ella es negra, no combina. Vamos a cambiarle el vestido a esta de aquí.”. E inmediatamente ponen el vestido rosa a la Barbie rubia y blanca. No obstante, para algunos niños, el hecho de ser negro pierde importancia cuando ven a una muñeca “bien” vestida. Pero igualmente acaban por quitarle el vestido de hada a la muñeca negra y se lo ponen a la blanca para continuar el juego. Se pregunta cómo los niños se constituyen como sujetos de un tipo de raza, cuerpo, sexo, género. Tomemos, por ejemplo, las historias infantiles nórdicas que nuestros niños escuchan siempre o, de modo parecido, las historias de princesas Disney tan comunes en las películas, en los productos de higiene, en los materiales escolares, etc. Todas muestran a hadas y princesas blancas, con cuerpos perfectos, rubias de largas cabelleras y ojos azules. Tal vez por eso, cuando las niñas entraron en un impasse acerca de si el hada negra era o no un hada y para terminar con el “alejamiento” generado en el juego con un hada diferente, de inmediato olvidaron el problema sobre el color de su cuerpo, solucionando esta cuestión cambiando inmediatamente la ropa de hada a la muñeca blanca. Es decir, las niñas cumplieron la norma de aquello que es común en su día a día, lo “normal”, el “cuerpo adecuado”, que es que el hada tenga el cuerpo blanco. Los juegos con el hada negra en el aula nos permitieron percibir cómo y qué decían los niños de su raza y de la del otro. Facilitó que los niños y las maestras pudieran discutir sobre la naturalidad de la blancura y del volverse blanco y su efecto sobre la inferioridad del color negro en los niños de la escuela. Esta experiencia puede servir como propuesta de actividad para las maestras, ya que, a partir de ella, se consiguió entender porqué, al traer al aula la Barbie negra vestida de hada, salió a la luz la discusión sobre lo que los niños manifestaban: “Es mala, no puede ser hada porque su piel es negra y tendríamos que quitársela y cambiarla por una piel blanca” y “A mí me gusta la muñeca negra, pero no la quiero porque mi mamá se enfadaría. No puedo jugar con alguien así, mi mamá no me deja y me dijo que quienes son así son sucios”. Las manifestaciones y acciones de los niños nos hacen deducir que estos, seguramente, tienen subjetividades de acuerdo a un determinado tipo de “verdad” en relación a la raza. Sobre la constitución de lo imaginario y las subjetividades infantiles, Bujes (2004) indica que: Si lo imaginario es concebido como dominio de las imágenes, de las fantasías y de las identidades y está implicado de forma visceral en la constitución de la subjetividad, si es en el terreno del lenguaje y de la cultura que ocurre el proceso que instituye el sujeto, no se puede negar que las prácticas culturales asociadas a los juguetes no son gratuitas y que debemos estar más atentos a sus intereses y compromisos. (p. 227) Por lo tanto, no somos sujetos producidos por un único lugar. Observamos que todos los niños participantes en la investigación tuvieron, en algún momento, contacto con otros productos culturales tales como películas, dibujos animados, superproducciones de Disney, de Pixel o de alguna otra gran compañía cinematográfica o de entretenimiento infantil, que también resaltan el color blanco en sus personajes. Para Kaecher (2006), “al reafirmarse, lo blanco pasa por una hiperexposición, que funciona como una estrategia de universalización y naturalización, estrategia que está vinculada, entre otras cosas, al número de veces en que el color blanco aparece” (p. 122). En la investigación, como hemos visto anteriormente, la muñeca negra fue despojada del vestido de hada, ya que tenía los “registros de la fealdad”, escapando de lo que es naturalizado y universalizado como “bello” (Morais, 2011). Se cuestiona también cómo dichas formas de jugar con muñecas y muñecos negros puede contribuir a reafirmar aquello que se asocia negativamente al color de la piel negra. ¿Cómo funciona para los niños negros el hecho de “tener la piel oscura” como algo negativo? Muchos de ellos excluyeron a las muñecas y muñecos que se asemejaban a sí mismos. Sobre ello, Fonseca (2000) concluye que: La atribución de valores negativos a detalles del cuerpo negro y mestizo, lleva a la formación de una baja autoestima responsable de la diseminación sutil de la ideología del color blanco difundida en el país. Porque el pelo rizado siempre se ha considerado difícil, salvaje, nada favorable a cremas y aceites, pasó a ser denominado sucio, acrecentando la red de sentidos despreciativos relacionados con partes del cuerpo negro (p. 102). La negatividad relacionada con el cuerpo negro y sus propiedades, muchas veces, se considera que tienen que pasar por un proceso “embellecedor” o, mejor, por un proceso de blanqueamiento. De algún modo, eso ayuda y ha colaborado para que fuera ratificado un estándar de belleza que excluye todo aquello que no remite a lo claro, a lo blanco. Pensar la cuestión de la raza durante la investigación fue una forma de mirar los conceptos de supremacía que dicta la “blancura” como símbolo de superioridad del color de la piel blanca frente a la negra. Al oír, leer y pensar sobre las conversaciones de los niños en las actividades realizadas en el aula, pudo identificarse el problema de cómo en un país como Brasil, que se constituyó a través del mestizaje de razas, se puede continuar colaborando para que los niños negros sigan soñando con tener en su cuerpo los registros de una “normalidad” blanca. Foucault (2001) nos enseña, al tratar del poder, a actuar sobre la acción del otro, y jugando con las muñecas y muñecos fue posible para las niñas actuar con cuerpos de color diferente o igual al suyo, pensar en la problemática acerca de su color, del color de los otros y del color de sus muñecos y muñecas. ¿Vamos a jugar con cuerpos diferentes? Aportamos al texto la experiencia vivida por la estudiante del curso de pedagogía del Instituto Superior de Educación Ivoti, Vanessa Prass, y su fascinación por las muñecas distintas en su trabajo con alumnos y alumnas de cinco años. Después de haber participado en el proyecto de producción de las muñecas durante el curso de pedagogía, llevó los juguetes a los niños, ayudándoles a mirar y a enfrentarse a las diferencias. Vanessa había constatado la poca variación en el cuerpo de las muñecas que había en su aula, y eso provocó el desarrollo de un proyecto interesante, en una escuela pública localizada en la ciudad de Ivoti, en el Estado de Río Grande del Sur, Brasil, que será compartido y analizado aquí. Para empezar el trabajo, Vanessa llevó al aula las muñecas distintas y dejó que los niños explorasen sus cuerpos e inventasen los juegos que quisieran. Mientras tanto, ella asumió el papel de “observadora” de las iniciativas de los niños hacia los juguetes. Hay que recordar que: Observar no es invadir el espacio del otro, sin pauta, sin planeamiento, tampoco participación, y mucho menos sin un encuentro marcado [...]. Observar una situación pedagógica es verla, mirarla, admirarla, para ser iluminado por ella. Observar una situación pedagógica no es vigilarla, pero si hacer vigilia por ella, es decir, estar y permanecer despierto por ella, en la complicidad de la construcción del proyecto, en la complicidad pedagógica. (Freire, 1996, p. 14) Al encontrarse con las muñecas y muñecos, de inmediato los niños del grupo preguntaron a la maestra si ellos también podrían jugar. Esta solicitud evidencia no sólo su interés por participar en los juegos, sino que también permite identificar las marcas del estereotipo social evidenciado en el cliché de que “los niños no juegan con muñecas”. Sobre el significado del estereotipo, Ruth Amossy (1999, p. 9, apud Babo, 2007, p. 287) apunta que: [...] es el preparado para vestirse del espíritu. Es la idea preconcebida que tenemos del norte-africano, del banquero o del militante de extrema izquierda, la imagen que traemos con nosotros del cowboy y de la vieja solterona [...] Efectivamente, nuestro espíritu está lleno de representaciones colectivas, a través de las cuales aprendemos la realidad cotidiana y representamos el mundo. Esta actividad lúdica con las muñecas y muñecos, ofrecida tanto a los niños como a las niñas, hizo que notaran las diferencias de género. Para hablar de la visibilidad de los distintos, se podría también hablar de la invisibilidad de la anormalidad. No obstante, antes es necesario determinar qué es la “normalidad” de la que se habla. Normalidad es todo aquello que se considera correcto, es una norma que delimita espacios, determina identidades, subjetiva sujetos. Las normas son elaboradas culturalmente y están presentes en los discursos, sea por medio de las pedagogías culturales o por otras instancias, como la escuela (Sefton, Martins, 2004, p. 288). Considerando la superioridad masculina, que todavía impregna diferentes segmentos de la sociedad brasileña contemporánea, fue necesario un diálogo entre niños y adultos para destruir la frontera que delimita los juegos de niñas y los juegos de niños, con el fin de desnaturalizar aquello que se ha tomado como verdad. Moita-Lopes (2002, p. 133) se centra en el ámbito sociocultural y hace uso de los términos feminidades y masculinidades, “evitando la dicotomía macho y hembra, que simplifica y esencializa los procesos de construcción de género al borrar las formas múltiples de ser masculino y femenino en la sociedad, así como sus construcciones sociales e históricas”. De esta manera, el autor nos incita a pensar sobre las variadas formas de ser femenino y de ser masculino, considerando las diferencias de generaciones, de etnias, de razas, de nacionalidades, de sexualidades o de clases sociales, entre otras. Continuando con el trabajo, Vanessa sugirió que cada niño llevase al centro del grupo la muñeca con la que había jugado y la presentara a sus compañeros. En este momento, ella escuchó lo que los niños decían y las curiosidades que expresaban sobre los cuerpos distintos representados en los juguetes. Los primeros comentarios fueron para constatar las partes que faltaban en el cuerpo de las muñecas, es decir, que escapaban del estándar de normalidad con el que estaban acostumbrados a jugar: “¡La muñeca con la que jugué tiene un ojo estropeado!”; “¡A esta le falta una pierna!”; “Y esa otra no tiene cabello... ¡es calva!” (muchas risas). La maestra preguntó si se podía jugar con las muñecas tal y como estaban. La respuesta que escuchó de los niños fue: “Sí que se puede jugar, pero hay que arreglarlas.” “¿De qué forma?”, preguntó la maestra, sugiriendo a los niños que detallasen mejor aquello que estaban pensando: “Ah, a esa (señalando a una de las muñecas) hay que coserle una pierna igual a la otra que tiene”; “¿Pero no existen personas a las que les hace falta una pierna o que tienen una diferente a la otra e, incluso, que no tienen ninguna de las dos piernas?”, preguntó la maestra. “Sí que existen, están enfermas... ¡pobrecitas!”, respondieron los niños. Esta conversación aportó a la lista aquello que los niños ya sabían a partir de sus experiencias culturales permeadas por las informaciones recibidas en la calle o a través de los mass media e Internet. En ese momento, los niños recordaron que habían visto a personas que les falta un brazo (o que tienen brazos diferentes), que no tienen cabello o que no ven (o necesitan gafas); que no escuchan (o precisan de aparatos auditivos). “Y esas personas”, preguntó la maestra, “¿trabajan, estudian o juegan?” Esta pregunta ayudó a los niños a pensar de forma distinta la imposibilidad de interactuar con muñecas a las que les falte alguna parte del cuerpo. Según Veiga-Neto (2007, p. 19), “es mucho más interesante y productivo preguntarnos y examinar cómo funcionan y suceden las cosas y probar alternativas para que funcionen y sucedan de otras maneras”. A través de ese diálogo con la maestra y de los juegos que inventaban con las muñecas, se evidenció que el sentimiento que esos juguetes diferentes despertaron en los niños fue inicialmente de “curiosidad” y después, tal como hemos visto, de “compasión”. Es decir, exploraban los juguetes y procuraban “cuidar” a los cuerpos de las muñecas. Y, para esto, representaban papeles de médicos y enfermeras, administrando medicamentos para “normalizar” los cuerpos diferentes. Manifestaron, entonces, la intención de construir un hospital dentro del aula para tratar a esos cuerpos distintos. El cuerpo que no camina, no escucha o no ve es un cuerpo que siente “dolor” y era llevado al hospital para ser tratado y medicado. Mientras jugaban, los niños prescribían acciones de cuidado con las muñecas diferentes y, de esa forma, representaban no sólo su propia historia, sino también un contexto más amplio, es decir, la propia historia de la infancia brasileña. Sobre dicha representación del “cuidado”, Carrijo afirma que la misma se manifestó, en Brasil, relacionada a la carencia, al abandono y a la urgencia de la institucionalización para garantizar la supervivencia de los niños. Y, además, al mismo tiempo que jugaban a los hospitales reproduciendo la historia de cuidado en la infancia, también estaban recreando las marcas de las múltiples atenciones precoces procedentes de diferentes áreas (psicología, logopedia, pediatría, nutricionista, psicomotricidad y psicopedagógica) a las que están sujetas en la familia y en la escuela. Según Carrijo, “el orden de las atenciones puede ser distinto, pero regularmente dos de ellas están presentes, ya que el cuerpo es analizado minuciosamente, así como sus funciones, revelando una ingeniería asistencial que se exalta por la capacidad del trabajo interdisciplinar. Durante las conversaciones con los niños, era posible percibir que asociaban, en el caso del ciego, el hecho de no ver, al “dolor” en los ojos; en el caso del minusválido, el hecho de no caminar, a los pies dañados, y, en el caso del sordo, el hecho de no escuchar, al dolor de oídos. Al ser indagados sobre personas en sillas de ruedas, pero que no tienen los pies o las piernas dañados; sobre personas que no ven o no escuchan, y que no padecen dolores en los ojos o en los oídos, los niños fueron incitados a romper con la lógica que venían utilizando y, una vez más, a “pensar de forma distinta sobre las diferencias”. Corroborando el pensamiento del filósofo francés, Michel Foucalt, el profesor brasileño Veiga-Neto (1988) nos instiga a “pensar el presente, así como buscar nuevas y poderosas herramientas para intentar cambiar lo que se considera necesario cambiar” (1988, p. 16). En el transcurso de los juegos con la muñeca en silla de ruedas, se observó que los niños entendían la silla de ruedas como una extensión del cuerpo de la muñeca, ya que cuando era llevada al hospital para que la atendieran, colocaban la silla, junto con su cuerpo, sobre la mesa de auscultación. En paseos realizados en la escuela con la muñeca en cuestión, se rompió la silla de ruedas de juguete. En ese episodio, los niños notaron que el espacio escolar era inadecuado, ya que había escaleras en el trayecto que daba acceso al patio de la escuela y dificultaba el desplazamiento de personas en silla de ruedas. Además, ese imprevisto en el juego contribuyó a mostrar las dificultades con las que se enfrentan día a día las personas con diferencias motoras, evitando aquello que es descrito por Kirchof (2009) como “la eliminación de las consecuencias derivadas de la condición de paraplejia”. “Y ahora, ¿cómo irá la muñeca al patio?”, preguntó la maestra al grupo. La estrategia inicial de los niños fue “llevar a la muñeca en brazos”; después de todo, “la queremos”, afirmaron. Esa lógica utilizada por los niños en el juego es compatible con lo señalado por Kirchof (2009), que, al analizar textos de diferentes obras de la literatura infantil que tratan sobre el tema, constató que el argumento de las mismas se sirve de la “retórica de la compensación”3. Cuando les preguntó sobre el hecho de que la muñeca fuese una niña y no un “bebé” para ser llevada en brazos y sobre su derecho de desplazarse por todos los lugares con independencia, tuvieron que pensar en otras posibilidades y, entonces, empezaron a improvisar rampas en la escuela, usando sus juguetes para ello, tal como puede verse en las imágenes más abajo. Cuando jugaban con el muñeco sordo, los niños lo medicaban, simulando ponerle “gotas” para curarle los oídos. Así procuraban normalizar la diferencia, evidenciando poseer pocos conocimientos sobre la sordera. Hablaban muy alto para comunicarse con el muñeco durante los juegos. Al preguntarles sobre el hecho de que, aunque gritaran, el muñeco no los oiría, la maestra cuestionaba lo que sabían acerca de la sordera. Entonces los niños respondieron que el muñeco debería usar un aparato en el oído igual al de un niño de la escuela que tenía una deficiencia auditiva. Y, así, continuaron gritando muy alto en la oreja del muñeco. Fue necesario explicarles que hay personas que pueden oír, otras que escuchan menos, algunas que casi no escuchan y otras que no escuchan nada. Entonces la maestra les desafió a pensar si no habría otra forma de comunicarse con aquel juguete. Algunos, valiéndose de sus experiencias con la TV, dijeron que en determinados canales se hacían señales para las personas sordas que veían los programas. De esta manera, inventaron gestos inmediatamente para poder comunicarse con el muñeco. Según Thoma (2005), 3 Kirchof (2009) explica la retórica de la compensación en las historias que tratan sobre la discapacidad física afirmando que “en algunas historias, las muletas y las sillas de ruedas funcionan como un elemento de compensación, presentadas como suficientes para mitigar los eventuales efectos negativos de la discapacidad. la comunidad sorda distingue –particularmente en cuanto a la lengua– entre los sordos y los que oyen. No una distinción audiométrica, como aquella que encontramos frecuentemente en la literatura dirigida a enseñar sobre quiénes son los sordos, una literatura que los describe a partir de la pérdida del oído y los sitúa siempre en referencia a una norma ideal, en comparación con los que oyen, sino una distinción que habla de los sordos como sujetos con una cultura visual y como miembros de una comunidad plural, pero que tienen en común las marcas de la exclusión por la condición de “no oír” (THOMA, 2005, p. 58-59). Al día siguiente, la maestra colgó en la pared del aula un cartel con el alfabeto manual. Esto aumentó la curiosidad de los niños en relación a aquella lengua que aún no conocían, pero que pusieron en práctica rápidamente, representando con las manos las letras del alfabeto. A continuación, se les propuso encontrar, en el cartel, la letra inicial de su nombre. Curiosos en relación a esa forma diferente de comunicarse, al acto ya estaban usando sus manos para representar las letras en la Lengua Brasileña de Señales. Sin menospreciar los importantes avances científicos y tecnológicos en el campo de la medicina que a diario pone en el mercado prótesis cada vez más sofisticadas, también es fundamental tener en cuenta que “normalizar a los sordos haciéndoles oyentes a través de implantes, significa, para muchos de ellos, tener sus cuerpos invadidos, sus identidades silenciadas y su cultura borrada (ídem, p. 66). A los niños también se les ofreció una muñeca ciega para jugar. Tenía los ojos descoloridos y llevaba una bolsita que contenía fichas con las letras del alfabeto y, en el reverso de cada ficha, la representación en Braille de la respectiva letra, en relieve. Al abrir la bolsa de la muñeca y tirar las fichas por el suelo, los niños quisieron saber el significado de aquellos puntitos en relieve que había en el reverso de cada una de ellas. Entonces la maestra les explicó que correspondían a la representación de la letra en el alfabeto Braille. Luego percibieron las diferencias en los ojos de la muñeca y concluyeron que era ciega. Tal afirmación removió los conocimientos previos de los niños, que se preguntaban asombrados: “¿Los ciegos tienen ojos?”. Esta pregunta evidencia hasta qué punto los ojos están asociados al sentido de la vista, como si uno no pudiera existir sin el otro. Aunque los niños tengan conocimientos sobre la posibilidad de “mejorar” la visión con el uso de gafas o de lentillas, así como ampliando la pantalla del ordenador y con la utilización de programas de lectura textual, sus pensamientos están marcados por la lógica binaria que divide a las personas en dos grupos distintos: las que ven y las que no ven. Durante las conversaciones en gran grupo, los niños compartieron sus experiencias sobre las personas ciegas que veían en la calle y contaron lo que sabían sobre los bastones y los perros guía que dichas personas diferentes usan. Inmediatamente, salieron andando por el aula con los ojos cerrados como si fueran personas ciegas. No obstante, para quien ve, es imposible imaginar la vida sin ninguna forma visual o sin color, porque las imágenes y los colores forman parte de nuestro pensamiento. No basta con cerrar los ojos e intentar reproducir el comportamiento de un ciego, ya que, al poseer memoria visual, la persona tiene consciencia de lo que no está viendo (Gil, 2000, p. 8-9). Fue importante dejarles probar ese juego sin inhibir sus iniciativas. También quisieron cerrar los ojos para simular la lectura de los ciegos y tocaban suavemente las fichas con las puntas de los dedos por el lado que tenía la letra en Braille. A través de ese juego descubrieron que los ojos no son el único sentido que permite la lectura, y decían unos a otros que “las personas ciegas podían leer con las puntitas de los dedos” y que ahora ellos también estaban aprendiendo a hacerlo. Durante los juegos con las diferentes “muñecas y muñecos distintos”, llevados a cabo por los niños en la escuela infantil, al mismo tiempo que echaron por tierra la lógica de que los ojos ven, la boca habla, los oídos escuchan y las piernas caminan y corren, también aprendieron un poco sobre las formas de vida cotidiana de las personas diferentes. Además, descubrieron que las diferencias, sean físicas o sensoriales, no son sinónimo de incapacidad, aunque sea imprescindible considerar la necesidad de adaptaciones específicas en los espacios o materiales para garantizar la igualdad de derechos. Según Beyer (2006), debe considerarse que los niños son diferentes entre sí y todos ellos son especiales. Y, además, es necesario hacer viables los dispositivos de apoyo y atención a las personas consideradas distintas; se pone en suspenso la uniformidad de la atención y el desempeño estandarizado que se exige a menudo en la escuela. Es decir, para que se concrete la educación inclusiva es preciso inventar otras formas de pensar y de educar a los niños en las, sobre y para las diferencias, a ejemplo de la experiencia brasileña con muñecos y muñecas diferentes. Se argumenta a partir de esta investigación con niños, que estos no son meros asistentes a los diferentes juegos que llenan su día a día. Los niños aprenden muy rápido sobre un código social que les da pistas sobre lo que es “ser negro”, “ser blanco”, “ser deficiente”; y como ello se construye dentro de un “estándar” de normas que forman parte del universo de sus conversaciones, juegos y vivencias cotidianas, los niños hablan de sí mismos y de los demás, también en sus acciones con muñecas y muñecos. LENI VIEIRA DORNELES Profesora asociada de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Río Grande del Sur. Miembro del GEIN (Grupo de Estudos em Educação Infantil) y de la línea de investigación del PPGEDU Estudos sobre infâncias. Actualmente coordina el proyecto de investigación vinculado al CNPQ: ¿Cuál es el color de la cultura en la educación infantil? E-mail: [email protected]. CIRCE MARA MARQUES Alumna del curso de doctorado en educación del Programa de posgrado de la Facultad de Educación, de la Universidad Federal de Río Grande del Sur. Miembro del GEIN (Grupo de Estudos em Educação Infantil) y de la línea de investigación del PPGEDU Estudos sobre infâncias. Es profesora del ISEI y de UNILASALLE. Email: [email protected]. Biblografía BABO, Maria Ausenda: “Para uma desconstrução dos estereótipos: 112 gruipes about the French (1944-1945)”. En: BIZARRO, Rosa (coord.). Eu e o Outro. Estudos multidisciplinares sobre identidade(s), diversidade(s) e práticas interculturais. Lisboa: Areal Editores, 2007. BEYER, Hugo Otto: “Da integração escolar à educação inclusiva: implicações pedagógicas”. En: BAPTISTA, Cláudio Roberto; BEYER, Hugo Otto (coord.). Inclusão e escolarização: múltiplas perspectivas. 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