León Ossorio!

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•
•
(NOVELA HISTORICA)
LA VERDAD SOBRE LA MUERTE DE OARRANZA-.
POR EL
Crne!. Adolfo León Ossorio ·
-
testigo presencial de los acontecimientos. que fór;.. .
mó parte de los prisioneros de Santiago TlaJtelolco, y se encontraba a treinta métros. .
del Presidente Carranza, la noche en,
.
-
que fué asesinado.
BARCELONA
•
Rambla de las Flores
]921
.,..
LEON OSSORIO
Tu jt¿ventud frenética y bravía~
de aguilucho real y tigre joven~
es la tempestuosa sinfonía
de una quimera heroica de Beethoven.
Deja que~ decadentes~ su agonía
al1nas de e1.tnucos en las liras troven~
y en ebúrneo triclinio a la poesía
el beso estéril impotentes roben.
A mas las tempestades populares
y desgreñas al viento tus cantares
cuando el tt¿muZto popular culmina~
y aplausos baten las sangrientas manos
viendo r'odar cabezas de tiranos
en la justicia de la guillotina!
. FRANCISCO
V ILLAESPESA.
•
•
. 4. LEON OSSORIO
Cyrano ele Bergerac del Golfo te ha llamado .
Osvaldo Bazil, el poeta radiante,
y crée?ne, que título rynejor no se ha encontrado
para ponerlo sobre tu frente de rimador andante.
Tribuno fragoroso de la tierra de Hidalgo,
valiente panfletario de plu1na envenenada~
con todos estos títulos que con placer amalgo
haría una diaden~a para tu frente iluminada.
Eres joven y el odio te persigtw, van los perros
de la envidia ladrando tras tus pasos;
incapac1es ellos de contar tus destierros,
no tienen más historia que la de s'us fracasos~
.
.
¡León Ossorio! ¡León Ossorio! Tu palabra
es digna, por lo' briosa, solan~ente de tí;
ella, por ·lo rottlnda, tu gran futuro labra,
pues de cada tribtlna haces un Sinaí.
¡Sigue por ttl cClmino, desfacedor de agravios!
Tus gestos son ejelJnplos para las tierras estas;
el m1:edo o el cohecho ha,cen cerrar los labios
y en los tuyos se incuban las sonoras protestas.
Conozco tus audacias, aguilucho indornable,
y he aplaudido de lejos ttts hoscos g"estos fieros.
Guerrero y poeta, gladiador incanscible,
itú debes ser alguno de los Tres M osquet~ros! ...
Poeta: un sud-arnericano que ama la poesía
y que) como tú, va por la misma senda,
deSde lejanas playas estos v,ersos te énvía.
Acéptalos, Ossorio, son rni siT¿cera ofrenda!
CÉSAR CRAVIÓ.
I
",
LEON OSSORIO
Tu musa ernbrujamiento düal,insólita virtud mantiene opresa:
Cuando sttfres de amor, es un qttetzal
q1.te: pone el cora,zón en donde besa.
J..Yas si ttn rapto de mano criminal
deja en tu rostro su vergüenza impresa?
estallan tus carrizos de cristal
y se trueca el quetzal en centauresa!
... 'A justas al talón el acicate;
y envuelto en tus audacias de ' combate,
vas regando canciones y estocadas . ..
Quien te mira partir, grita: ¡Salud!;
bien puede conquistar tu juvent1.td
un dosel imperial a puñ,aladas! . ..
HUMBERTO BARROS.
LEON OSSORIO
P ARA
UNO DE SUS LIBROS .
•
Al poeta Ossorio, lector, te presento,
cuyas hondas rilnas y recios cantares
son la sinfonía salvaje del viento
con las encrespádas ondas de los nutres.
N o será este libro, de rimas portenio . ..
S1.tS flores son flores de luto y pesares,
flores que salpican ,el cuadro sangriento
de una ellnelrga vida de luchas y azares.
Libro en cuyos folios cinceló,el artista
la estrofa vibrante, rebelde, anarquista
contra toda regla y estilo caduco.
Libro de anatemas, perverso, mal{1ito,
parel .los valient,e's solamente escrito, .
¡no para quien tenga el alma de eunuco!
R.
SANTA CRUZ.
yo
•
la amaba ardientemente.
Ella s.ólo a parecía
después de mis borras~
cas, cubriendo con el
.encanto de sus frases aladas la inmensa
«I.esolación de mi espíritu.
Tierna y enamorada, acudía a mí, baj o
las frondosidades de mis ensueños, a las
horas dolorosas de mi vida, cuando huyendo de todos y de todo, buscaba en el recogimiento de mi estudio el olvido de los hombres, hundiéndome en la clámide sombría
de la noche de mi alma.
f
y entonces mi pasión gemía; su corazón
se contagiaba de mis tristezas y sUS manos
acariciaban mi cabeza, y sus labios me hablaban nlusicalmente, con la suprema pureza de los amores eternos.
y en !pi estudio, donde una luz roja inun,
1
12
•
daba de incendio el busto del Dante Alighieri, que destacaba sú rostro sombrío sobre el piano; donde varias 'copias en mármol
de estatuas hechas por J acobo de Quercia,
lucían su delicadez nlaravillosa; donde un
Mefistófeles mostraba su cara demoníaca y
contemplaba con ojos perversos y lascivos
el busto de una Venus de Milo; donde una
Parca, oculta en un rincón y acurrucada
como un simio, parecía esperar el lllomento
definitivo de nlÍ derrota corporal; donde las
paredes, inundadas de pinturas y cuadros
macabros, en las que se encontraban varios
de ese talentoso y modesto artista nacional,
llamado Carlos Neve, daban un aspecto extraño y original, reposábamos en el sofá
cubierto con capas pluviales.
En el fondo de l~ estancia, varias armas
antiguas entrelazadas: pistolas de chispa,
puñales legítimos de Toledo, dagas' florentinas, navajas sevillanas y espadas oxidadas con valiosas incr~staciones y raras inscripciones, ocupaban la pared, frente a la
cual se alzaba una primorosa armadura, que
en otros tiempos perteneció a Pancho Cardona, y que yo había comprado a Tapia, el
popular alquilador de trajes para la Farándula, muerto de debilidad cerebral, a
,
l:i
causa de sus escándalos físicos, y su desenfreno por las coristas rozagantes.
y allí, solos, lej os de los demásl, después
·de terminados los espéctaculos, ella y yo nos
hablábamos tierna ' y férvidamente.
- i Ah, tu vida de combate! bPor qué no
dejas esa vida ~ bPor qué no abandonas eS'a
loca turbulencia que te envuelve y desgarra tu juventud como una túnica de N eso ~
,
úl
~ P or que ....
•
Tus artículos llenos de veneno, tus discursos en las plazas públicas, donde la muchedumbre congregada s.e intoxica de tus
ideas, bno comprendeS' que pueden costarte
la vida ~ bno lo comprendes ~ .
-N o lTIe hables así, le decía yo temblando como un balTIbú movido por la brisa ; mi existencia es eso: la pelea, el ideal,
la polémica encarnizada y tumultuosa; yo
he nacido para arrastrar multitudes; yo he
nacido para contemplar mjrajes de ttUllulto
loco, en el grito sonoro y portentoso de los
pueblos ebrios de justicia.
Háblame de nuestro amor, háblanle de
tus ojos que adoro perdidamente, como dos
únicos soles de quimera; háblame de tu boca, de tu boca enamorada y dolorosa, de tu
14
boca llena de misericordia y de consuelo,
de tu boca hecha de pétalos ...
Háblame de tus manos; de tus manos que
tienen la impoluta blancura de los lirios, de
tus manos de seda, de tus manos de virgen,
de tus manos de hostia, de tus manos blancas como las alas de un páj aro de nievp,
de tus nlanos de cera, de tus manos de espuma ...
Háblame de tu cabellera blonda; de esa
catarata de oxidiana que cae sobre tu cuello, COlno una noche de tormenta; sobre un
volcán de mármol.
Háblame de tí; nada nlás que de tí; <le
tus ojos, de tu boca, de tus manos, de tu
cabellera. .. Díme que nle quieres mucho;
que soy tu único amor; que eres mía, nada
más que mía, solamente mía ...
Y, así, juntos, muy juntos, nos amábamos en el silencio de la estancia, olvidando
la miseria del mundo, bebiendo el néctar
embriagante del idilio, mientras afuera, en
la calle, la celestina del pecado corrompía
vírgenes y la Medusa de la traición desbarataba las verdades .
•
CAPITULO l.
Adolfo de ' la Huerta, Gobernador Constitucional del Estado de Sonora y connotado obregonisrta, instigado por los partidarios de Obregón, en los primeros días de
Mayo de 1920, se declaró en abierta rebeldía
desconociendo al Gobierno del Sr. Carranza.
La actitud del Gobernador de Sonora, era
ya esperada por toda la República; De la
Huerta, íntimo amigo de Obregón, y además, socio de él, en la compra y venta de los
garbanzos (1) tenía que ser, el primero en
levantarse en armas.
La noticia, pues, del levantami ento del
que más tarde, como fruto de su traición,
fuera Presidente de la República, no ca usó
una honda sensación.
Produj la dolorosa impresión del que
°
(1) Ol?regón, so color de sus negocios garbanceros, recorrió
parte de la República, con la intención de cohechar a los jefes
militares con mando de fuerzas para preparar el cuartelazo.
16
,
recibe una noticia ya esperada. .. y nada
,
mas.
El Gobierno del señor Carranza era fuerte; estaba reconocido por todas las potencias extranjeras; cimentado y prestigiado;
la opinión pública tenía en el viejo Caudillo
de 1913 una fe inquebrantable; el nombre
de Venustiano Carranza recorría la América victoriosanlente ; las sonoras fanfarrias de la libertad, cantaban su odisea salpicada de gloria, envolviéndolo en una
aureola de admiración.
Carranza era un valladar para las ignominias, y una águila que hincaba sus garras
justicieras sobre los reptiles de la ambición;
su Patria y su Pueblo, eran los dos amores
supremos de su vida, y a su Pueblo y a su
Patria consagró sus energías, luchando con
tenacidad maravillosa; venciendo a Victoriano Huerta, derrotando a Villa y muriendo con un elocuente gesto de grandeza.
Carranza como Cristo, traicionado por
Judas, se dejó conducir al sacrificio, y murió cuando los cielos descargaban sus lluvias torrenciales y los rayos . indignados,
rugían furiosos, azotando con sus lanzas de
fuego los campos desolados.
y pagó con la vida su amor al derecho,.
17
y su herúica quimera de querer que el civi-
lísmú pasase triunfante púr súbre el militarismo. que, hecho. un Océano. de sangre, se
árrújó sobre él y lo. hundió en el fúndú de
sus prúfundidades rújas ...
La pluma de Vargas Vila., esa pluma
húnrada y valiente que jamás · ha claudicado., y que se alza desde hace tantús añús,
cúmú úniCo. azúte de las tiranías, iluminando. cún lús resplandúres de su genio., las
verdades escarnecidas, habló de Carranza
y dijo.:
"Caudillo., sin amúr al caudillaje, y no
ensayando. ejercerlo.;
guerrero. no. amando. la Guerra, sino. cúmú un . camino. de laureles que lleva hacia
la Paz;
haciendo. de su espada el arado. que abre
el surco. generúsú dúnde han de germi nar
las semillas de la libertad regadas púr la
sangre de lús hérúes;
no. amando. de la Glúria el rayo. rújo.,
sino. el rayo. azul, que Co.ro.na la frente del
Ideal;
HOMBRE CIVIL, rúdeado.· de guerrero.s, impuso. a lo.s ho.mbres de la fuerza el
culto. apasio.nado. de la idea;
co.mo. Mo.isés to.candú en la ro.ca abrupta?
18
,.él hizo brotar de las canteras rudas del
-H echo, la 'fuente inagotable del Derecho;
pensador~ obligado a agitar en el aire,
-una espada, que fatigaba su brazo generoso,
hizo de esa espada una bandera: La bandera de la Libertad;
y, la clavó en la cima;
así apareció' este Grande Hombre sobre
el vértice y el vórtice de la Historia Mexicana. "
La ambición . se levantaba en el alma de
los Obregonistas como las olas de un Océa:no loco; ellos necesitaban la hermosa vestidurba del poder, y estaban dispuestos a
-eombatir por ella, como los dioses comba1ieron a los gigantes por aquella vestidura
que fué tejida_por jóvenes. morenas, para
--encanto de los oj os de Atenea.
y la lucha q:ue se iniciaba no era más que..
-por eso. .. Obregón quería la silla en contra de la voluntad popular. Según él la
Patria estaba en la obligación de 'e ntregarle la Presidencia a cambio de su brazo, .
perdido en el campo de la Revolución.
y decidió pasar por la roja alfombra de
1a República en su carro de triunfo, hecho
de sangre coagulada, como Apolo, con su
regia cuádriga de corceles blancos, pasaba
.
19
por el inm.enso velario de púrpura que por
orden de Nerón, fué tendido sobre el Circo Romano.
Benjamín Hill, atraves1a ba las calles de la
capital disoluto y pedante, exhibiendo su
figura de cerdo con hidrofobia y conspirando contra la tranquilidad pública.
García Vigil, pronunciaba discursos incendiarios en la Cámara, excitando a la
rebelión.
Pablo González, hipócritamente, visit~ba
a Carranza, ofreciéndole ser leal, mientras
ordenaba al Gral. W. González que pidiese
elementos de guerra al ' Gobierno, so pretexto de combatir a los zapa ti stas , para esperar el momento de desconocer a Carranza,
y aprovechar los rifles y el parque en su
contra.
En la misma forma obró Cosío Robelo,
incondicional también de Pablo González,
que, siguiendo los consej os de su Jefe, engañaba todos los días con falsas promesas
al Presidente Constitucional, para traicionar le y provocar su caída.
Los militares minaban rápidamente el
camino que recorrían, y el señor Carranza,
veía la tragedia que . avanzaba, sin hacer el
más insignificante esfuerzo por detenerla.
•
20
Fué magnánimo y su magnanimidad tenía
que ser su sentencia de muerte: Es la ley
humana.
CAPITULO 11.
y allí, sentados sobre el césped húmedo
por las lluvias de la tarde, nuestras almas
se fundían en una sola, mientras el sol se
hundía lentamente en su incendio de sangre, tras las aguas del lago, tersas y apacibles a la hora del misterio y de la sombra.
y las linfas del lago parecían llamarnos
como para escondernos de las miradas sondeadoras de los curiosos, que paseaban su
miseria por las arboledas tristes del maravilloso Chapultepec.
y sus pupilas enormes, glaucas e Ínsondables, se clavaban en las mías.
y su boca, dolorosa y tierna, me decía:
-¡ Oh, mi poeta t ¡ alma de 'e nsoñación y
rebledía t Háblame en verso, dime tus madrigales y tus endechas, adorméceme con el
22
ritmo de tus estrofas apasionadas. .. ¡ Recítame!
y entonces yo, desgranaba el rosario de
•
•
ID1S rImas.
y mis versos, los versos que su amor había
sabido inspirar, caían sobre ella, que, arrobada, quedaba atónita, semejando una Cariátide adormecida en el verde de los prados.
¿En qué filtros humedeces
Los claveles de tus besos?
¿ Qué sortílegos te ayudan?
¿De qué mágico de Efeso,
A morosa y persuasiva,
Arrancaste esos secretos?
¿ En qué ritos escondidos
Encontraste el amuleto
Que palpita en tus miradas
Anegadas en destellos?
¿ Tú has venido de la Siria?
¿Por qué al verte siempre tiemblo?
¿Por qué adoro el maleficio
Subyugante de tus besos?
¿Por qué imperas en mi alma?
¿Por qué vives en mi estro?
¿D.e qué Biblos sacerdotes
Conseguist,e el ajenjo
Que me das en las corolas
Temblorosas de tus besos?
¿ Qué crisólitos anidan
En lo níveo de tus senos,
Que palpitan y me llri¡man
Con imanes de deseo?
~De qué magos del Egipto
Cons.eguiste todo eso?
¿ Por qué tienen tus palabras
Amoroso encantamiento?
¿ Con qué nardos de lar Arabia,
P erfumas.te tus alientps?
.,.
¿Los geranios de tus ,?nanos,
En qué tarde florecie~ón?
¿"Oh, tus ojos de J urq~ina
Satttrados de misterio!
Las cisternas de tus ojos
,
M e dan miedo. . . ¿"me dan miedo! .. _
Tú has surgido del abismo,
.
Del c~bismo de otros tiempos,
Como sttrge un aerolito
Del abismo de los cielos.
N o te apa'r tes de mi lado;
Que me cubran tus ca~éllos;
Bajo el. toldo de esa slda
Quiero hacer todos mis' versos.
iOh, la pulpa de tu carne!
iDe tu carne nieve y fuego!
¿"De tu carne que parece
Por lo suave, terciopelo!
¿En qué mármol cincelaron
,
-
I
24
El encanto de tu cuerpo?
¿Los carbunclos de tus ojos
En qué noche se encendieron ?
¿ Quién te ha dado los ofluvios
Con que envuelves mis ensueños?
¿ Dónde está la Pitonisa
Que te ha dado todo eso?
¿ Qué pinceles adornaron
Las alburas de tu cuello?
¿Dónde están los ruiseñores
Que te han dado los arpegios
Que modula tu garganta?
¿Dónde están) que no los veo?
¿ Por qué tienen tus palabras
Arnoroso sortilegio?
¿Por qué 1"umbos extraviados,
Por qué incógnitos senderos,
M e conducen los conjuros
De tus férvidos acentos? ...
Necesito s.er ungido
Por el nardo de tu cuerpo.
iOh, el encanto de tus manos!
iOh, el arrullo de tus besos!
,
,
y después, ya noche, vagábamos por las
veredas empapadas del llanto de las flores
y nuestros cuerpos eran una sola sombra
que se perdía 'en. el silencio ...
y Venus brillaba maravillosamente en el
•
25
azul cobalto de los cielos; el astro de las esperanzas, parecía un brillante, clavado por
un dios mitológico en el terciopelo de la noche saturada de divinidad.
-¡ Amémonos! decía ella, deteniendo sus
pasos para acariciar mi melena ensortij ada,
y acercando sus labios helados a los míos,
besándome intensamente con -su beso dulce
y misericordioso, que apagaba con sus ternuras todos los turbiones de mis odios,
enroscados como serpientes furiosas en la
selva de mi espíritu, donde el amor de J udith, como una violeta, se alzaba nada más.
-¡ Ah, qué linda eres t le decía yo, en
la embriaguez de mis amores, intentando
penetrar el mjsterio de sus ojos divinos,
que tantas cosas dijeron a mi alma enferma,
la tarde aquella en que la conocí.
-¡ Yo te amo t ¡ Sólo en tí creo t decía
la amada, acercando su cabeza blonda a mi
,
corazon.
y las horas pasaban sobre nosotros como
una floración de ensueño, hasta que el lnomento de partir llegaba con toda su dolorosa perspectiya.
y después de abandonarla en la puerta .
del teatro, otra vez a la redacción del periódico, a la tarea diaria, a encender la
26
~omba
de mis artículos contra el grupo mi1itarista y odioso.
y allí se levantaban todos mis arrestos
haciéndome olvidar las horas de quimera,
para entrar de lleno al combate, contestando los insultos y las calumnias que la prensa procaz arrojaba sobre los mios y sobre
mí, queriéndome sepultar en sus lodazales.
CAPITULO 111.
Las obras políticas estaban en boga.
La aparición de algunos de los candidatos a la Presidencia del la República, daba
margen a escándalos, y el Gobierno se vió
en la necesidad de suprimir las zarzuelas
en donde los couplets políticos provocaban
gritos y siseos que muchas veces d"egeneraban en disgustos personales.
J udith trabajaba en el "Teatro Mexicano", contratada como segunda tiple por la
Compañía de María Conesa, la famosa
Ga.tita de la voz chillona y molesta como el
canto del grillo, a quien nuestro público,
ca prichoso e idólatra, ha rendido un culto
inmerecido.
María Conesa, que en España no pasó de
ser nunca más que una bailarina de tercer
orden, que se exhibía en los cafés cantantes
28
donde la chulería sentaba sus reales, en
México ha sido aplaudida hasta el delirio,
amada por los militares de pose y adormecida por el ditirambo estúpido de nuestros'
cronistas teatrales, cretinos y ' metalizados,
que por el solo hecho de poderse titular
ellos mismo a1nigos de María, la llamaban
rnaravillosa e inimitable. Esta artista graciosa y fragante, nada más, envanecida por
los elogios ha llegado a creerse una , so berana de la escena.
Y, allí, en esa Compañía, J udith des1empe.ñaba papelitos sin importancia; su juventud radiosa y su belleza imponderable,
esplendían en ese escenario, llamando la
atención de los espectadores, entre los cuales, muchos adinerados lobos hambrientos
de la pulpa rosada de su carne la seguían tenazmente empuj ados por su lujuria,
ofreciéndole brillantes y automóviles, que
ella desdeñaba olímpicamente, con gesto de
desdén.
¡ Ah, la corte de los enamorados de las artistas!
¡ Procesión de imbéciles ungidos
de pe,
dantería tenoriesca!
¡ Victoriosos conquistadores- del rídiculo,
q,u e, aman ostensiblemente las pantorrillas
29
desnudas y los labios tapizados de bermellón y las rubias cabelleras de las pelucas}
que besan tras de las bambalinas, las cuales,
si pudieran reirse, soltarían carcajadas capaces de rasgar las decoraciones!
¡ Nada más ridículo que esa caravana de
niños impúberes y cincuentones sádicos!
i Nada más pintoresco que ese enjambre
de abejas zumbadoras; revoloteando en torno de las carnes sudurosas!
Hoy, con un estuche que esconde el encanto de un pendentif; mañana, la eterna
•
cajita de bombones, o el ramo de rosas temblorosas y húmedas que la tiple re:coje con
una sonrisa amable, para llevarlas a su casa
y asesinarlas con el humo .del brasero, depositándolas dolorosamente, en un rincón
obscuro, donde due(l'men los vestidos empolvados.
-Encantaqora ... encantadora. . .
dice
un vejete con cara de ardilla y ojos brillantes, acariciando los brazos torneados de una
hija de Venus, vestida de nubia, que pasa
por su lado.
-b Le gusto a usted ú?
-Con anej enación ...
-¡ Vaya, pues se agradece!
y la enc((ntadora ~r introduce en su ea-
30
merino, apareciendo más tarde con traj e de
guardia civil, solicitando un cigarrillo del ·
tierno enamorado.
-Oiga usted, Don Ramón, ~ tiene un
egipcio~
-Oon mil amores, primor. Está usted
monísima, primorosa. N unca como hoy.
¡ Para conlérsela!. .. Y, a propósito de comer, ~ quiere usted venir a cenar conmigQ
esta noche ~
.
-Oon mucho gusto, Don Ramón; pero ...
es el caso que debo ir al Hotel porque me
aguarda la corredora para entregarle un
mantón que tiene que venderme. Estoy
apuradísima, estas. obras nos cuestan un ojo
de la cara. .. y los sueldoS' no alcanzan ...
¡ la Empresa es muy miserable!
-¡ Oh, por eso no hay que apurarse,
Anita, ~ cuánto necesita usted ~
-Pues. .. unos... cien pesos
y Don Ramón, sacando sU ,lujoso portamonedas de oro, extrae espléndidamente
cinco relucientes aztecas, que coloca pausadamente, con aire de protección, en las
lnanos de la tiple)...
-¡ Agradecidísima !
-Entonces, ~ después de la función ~ .. .
-Sí; me esperará• usted en le pasillo .. .
l •••
31
al día siguiente, en el Foyer, Don
Ramón, ante un grupo de amigos, y al calor de unas copas de cogñac H enesy, habla de su conquista. .. por amor!
y
CAPITULO IV.
¡ Oh, la belleza maravillosa de J uditli r
Radiante en su esbeltez de diosa pagana;con sus grandes ojos verdes, sombreados
por sus pestañas inmensas y románticas;
infantil, llena de ingenuidades y de pureza ;
alma hecha de llantos y de dolores; parecía.
un lienzo del Ticiano ...
Siempre en actitud meditativa, abismada·
en pensamientos de tristeza, añorando su
infancia, que le traía a la memoria las pasadas venturas, esfumadas en el horizonte
brumoso de sus recuerdos lejanos.
Su casa de Tehuacán, muy cerca de E l
Riego, donde pasaba las tardes jugando con
las amiguitas, viendo los peces atravesar las
aguas cristalinas; cortando los tulipanes y
los lirios, los claveles, las rosas y las amapolas para tapizar después el pequeño jar-
34
<dín lleno de idilios, baj o el sortilegio de la
t arde ...
Después, la muerte de -su madre, una
noche, cerca del costurero, víctima de una
a fección cardíaca; y la hipoteca de la pe,q ueña casita, que, no pudiendo cubrirla, se
p erdió por unos cuantos cientos de pesos
dilapidados en la capital por su padre,
,ebrio consuetudinario, morfinómano y ju.gador ...
Su padre. .. su padre. .. . i Algo monst ruoso ! ¡ U na especie de Endriago; un ogro
d e pupilas rojas, inyectadas por el alcohol,
q ue temía una espantosa herida en la frente;
siempre blasfemando de la vida; rompiendo
]0 que encontraba a su paso; que, una vez,
furioso por el efecto de la morfina, la quiso
e strangular, y la tomó por los cabellos y la
.a rrastró por la casa, arrojándose después
,sobre ella, apretando con sus manos curtid as y llenas de arañazos, su cuello delicado
basta dejarla casi exánime en el suelo, mient ras la nladre gritaba pidiendo socorro, y
l os vecinos, medrosos, desde el umbral cont emplaban el cuadro sin entrar por miedo
.al "loco" que, cuando quería, se arrojaba
~obre las personas para despedazarlas a
mordidas, como 11ll tigre hambriento, ciego
y sanguinario!
,
35
Después, su viaj e a México, en unión de
su padre; una casa muy sucia, de paredes
húmedas y piso de ladrillo, allá, por las calles de Guerrero, cerca de una cantina llena
de ebrios que gritaban y hacían un ruido
terrible con el dominó; una cantina frecuentada por parroquianos viciosos que
amane,
cían tambaleándose y cantando canciones
obscenas. Y su padre allí, bebiendo y jugando; perdiendo todo lo que ganaba y empeñando todo lo que tenía; lleno de acreedores; debiendo el alquiler de la casa; durluiendo en el suelo y eocigiéndole dinero a
ella.
-¡ Consíguelo ! le decía . Debes conseguirlo; yo no puedo trabajar; no quiero
trabajar. .. Estás joven y bonita, búscalo,
ofrécete. Mira: allá, por el correo, hay
muchas que no son tan bonitas como tú y .
ganan dinero, mucho dinea:-o ...
y J udith, cubriéndose el rostro con las
manos, ardiendo en vergüenza, soportando la
ignominia de su padre, llorando silenciosamente en un rincón y llamando a la Muerte,
la suprenla indultadora de la vida. '. Pidiendo prestado; lavando ropa de familias
conocidas para ganar unos cuantos centavos
y hacer la comida de su padre, que la mi-
36
raba ferozmente y comía y bebía con gula
espantosa, hasta quedarse dormido en el
suelo con una botella de pulque, adherida
fuertemente a su mano, como a la tabla un
náufrago en medio del Océano.
y la noche de Año Nuevo, ¡ ah! la inolvidable noche de Año N uevo. Su padre,
gritando y jugando en la cantina; ella, asustada, desde la calle mirando por las rendijas y escuchando.
-Bueno, van estos últimos diez p esos,
y si los pierdo, te jugaré a mi hija.
y los perdió; y a los dados la jugó a ella;
y la perdió ..
-Levántate dijo su padre ; entra a la
casa, estará dormida, y ...
Ya no oyó más, vió que un hombretón se
levantaba de la silla, y sonriente se dirigía
a ,abrir la puerta de la cantina. Echó a co. rrer desaforadamente por las calles; los
borrachos gritaban; las mujerzuelas pasaban en automóviles cantando y diciendo incoherencias,. y los militares vaciaban sus
pistolas al aire. .. i Año Nuevo! i 1917 !
*
'" *
Toda la noche la pasó temblando de frío
y llorando.
.
N o volvería lnás al lado de su padre, no
volvería.
37
Al día siguiente encontró refugio en la
casa de una tiple española que trabaja en el
Teatro Principal.
La acogió con cariño y la llevó con ella al
teatro para que la ayudase a vestirS'e; ella
limpiaba los vestidos y zurcía las medias y
cosía las lentejuelas a los trajes.
Así pasó año y medio, soportando los piropos de los sátiros y las declaraciones amorosas de los coristas que, tentados por su
juventud y su hermosura, intentaban seducirla.
.
Una vez, la tiple le presentó a un señor
alto, elegantemente vestido, de negro bigote
y ojos vivaces, que tenía un brillante enorme, del tamaño de un garbanzo en el dedo
meñique de la mano izquierda.
El, le ofreció alhaj as, vestidos, sedas y
dinero; era muy linda y sentía por ella una
gran simpatía ...
Mandó destapar unas botellas de champaña e hizo que tomara, después le dió una
copa de cogñac y una bebida verde que sabía
a menta. .. Se sintió trastornada.
La tiple desapareció y la dejó sola con él
en la recámara, donde había un lecho de
seda azul con encaj es damasquinos, y unos
almohadones pri.n10ro s~nne nt e bordadoS' en
oro.
•
,
·
El honlbre aquel se le acercó tenlbloroso
y febril; la quiso besar con sus labios carnosos y lascivos; ella retrocedió.
-No se acerque, no se acerque le decía
pálida y llena de cólera.
-Oye, mi vida, si no te voy hacer nada ...
no seas tonta. Y se abalanzó sobre ella, la
arrojó sobre la cama al mismo tiempo que
oprimía sus senos rosados y erectos, rasgando su blusa y mordiendo sus mejillas,
intentando aprisionar su boca.
Fué una lucha titánica; ella, con la cabellera suelta, los ojos saltándosele de las
órbitas, inmensamente abiertos, centelleando de rabia, rugiendo ·y arañando.
-¡ N.o! ¡ no! ¡ nunca! ¡ socorro! ...
Y, tomando una lámpara de bronce que
había sobre el buró, la arrojó a la cabeza
del miserable, que .dió un grito y cayó sobre _
la alfombra, manando de la sién un torrente de sangre, que salpicó la seda azul del
lecho y los alnlohadones bordados en .oró,
y las.manos de Judith, en cuya blancura de
encaje, las manchas rojas parecían claveles
·reventones.
Asustada, echó a correr por el pasillo,
bajó las escaleras precipitadamente, así,
con la ropa destrozada, y se lanzó a la calle.
•
Era de noche, y, como la del Año Nuevoi,
se la pasó temblando de frío y llorando.
~ Por qué había nacido bella ~ ~ por qué ~. __.
Me contaba su historia llena de tristezas 1,.
como un cementerio lleno de cruces.
y lne decía: Yo te amo. .. Contigo sÍ;
contigo todo lo que quieras. .. tú me ha .
hablado al allna, consolando mis pesadumbres; tú has aparecido en el camino de m i
vida como un ángel de consolación.
Tú eres bueno; tú has llegado a mitigar
los sinsabores de mi espíritu enfermo ...
I~os otros, j ah! los otros, queriéndome comprar, siempre alardeando de su dinero, como si mi cuerpo fuese .una mercancía, marcando el precio. .. j Ah, la miserable subasta de la carne!
Yo no me vendo.
Yo me entrego por amor, y sólo a tí m e
entregaré; sólo tú vaciarás sobre mi cuerpO'
el tropel de tus besos, envuelto en el oleaje:
de tu deseo ...
Yo pasaba las funciones en su cameTÍnv
viendo su juventud esplendente y triste;amándola cada vez con más intensidad ypensando r etirarla del teatro, para llevarla
conmigo, y ocultar nuestros amores comcl'1
un relicario, ·en el fondo del silencio.
C.APITULO V.
El Gobierno contaba con la lealtad del
Gral. Pablo González, y, cuando este ambicioso y eS1tulto militar, vió defraudadas sus
esperanzas presidenciales y desconoció al
Presidente Carranza, éste se decidió entonces a abandonar la capital, y la 'evacuó.
Era la noche del siete de Mayo de mil novecientos veinte.
Por las calles de México, sólo se oía una
palabra, como un grito unánime y sonoro:
¡ Traidor!
Pablo González había cumplido su misión: traicionar al amigo y al Jefe; pagar
con una villanía la confianza depositada
en él.
Y, junto a los non1brels de Elizondo, Blanquet, Orozco y Santibáñez, pasó el de Pablo
González.
42
y en la noche trágica y negra de mi Pueblo, cruzó el cortej o de los Judas como una
. procesión satánica.
~ N o tendrá Pablo González el último
pundonor del discípulo del Divino Maestro?
N o; Pablo Gonzáléz no tiene el valor de
suicidarse: Los millones no sirven en el fondo de la tunlba ...
j Traidor! j Traidor! j Traidor!
-
*
*
*
"Los corazones duros se vencen con súplicas blandas" ha dicho Tíbulo. El corazón de Pablo González no fué nunca vencido .por una súplica. Asesinó sin compasión cuando pudo hacerlo; fué impasible en
sus crímenes-y felón en sus procedimientos;
no respetó ni ancianos como García Granados, ni inocentes como Navarro.
Yo lo ví, en el avance a México, ordenar
el fusilamiento de dos criaturas de quince
años, contemplando él, desde su carro, la
desesperación inaudita de aquellos infelices que gritaban:
- j N o nos maten! j no nos nlaten!. .. .
"Una presencia agradable, es una perpetua carta de recomendación," ha dicho
Francisco Bacón. N o hay más que ver el
•
43
rostro de Pablo González y la recomendación queda hecha: cejas tupidas de bandido
calabrés; ojos negros de mirada trágica, que
oscilan hipócritamente sin ver nun~ de
frente.
¡ La nürada de. César Borgia era terrible!
¡ La mirada de Pablo González es tenebrosa!
*
*
Cuando llegué al teatro, J udith, de pie,
nle esperaba en el . pórtico, impaciente y
pálida.
-He ido a buscarte a la redacción, me
dijo, y sé que esta noche evacuan la capitaL
Yo no me quedo; me iré contigo.
y como viera qué mi cabeza le daba a
entender lo contrario, sus ojos se cubrieron
de lágrimas y su rostro se contraj o en una
mueca de tristeza ...
_.¡ N o me dej es ! i N o me dej es !
y se arrojó a mi cuello, aprisionándolne
con sus brazos y besándome desesperadamente, nuentras sus sollozos penetraban en
mi alma, suplicantes y desgarradores.
-Está bien, te llevaré conmigo.
A las nueve de la noche estábamos instalados en el carro pullman, perteneciente al
Director de Ferrocarriles.
44
Infinidad de correligionarios se acomodaban en los demás carros, colocando los baúles junto a los asientos, o bien en las plataformas., donde soldad08 armados, pertenecientes a "Supremos Poderes", impedían la
entrada a varios empleados del gobierno,
que, deseando abandonar la capital, buscaban acomodo con sus familiares, aún en las
lTIismas "jaulas" destinadas a la caballada.
J udith no hablaba, vestida de negro, en
el fondo del asiento y envuelta en un sarape
de S altillo.
Sus ojos, ~ qué verían sus ojos en esos
lTIOmentos de angustia ~
Estaban extático s, como dos eSlTIeraldas
colocadas en las órbitas de una diosa de
nlánTIol en una galería fantástica.
Yo bajaba y subía al carro dando algunas
órdenes tendentes a salvar la maquinaria de mi periódico, ya sentenciada a la rapiña por un tinterrillo apellidado León de Garay,
que, unido al grupo Pablista, se había entretenido desde hacía varios días en inspeccionar las imprentas de los amigos del
gobierno, para aprovechárselas, como hizo
en otras ocasiones con automóviles y máquinas de escribir ...
En el andén todo era desorden y bullicio.
45
El Presidente no se había presentado todavía, y Juan Barragán paseaba de un lado
a otro con la cubanita, una damisela vulgar
y enclenque, que había logrado cautivar el
corazón del "arrogante" y "bravo" mili··
tar, y, que le tenía absorbida la masa encefálica, como -un vampiro puede absorber la
sangre de una bestia.
Todos los jefes daban órdenes y el desbarajuste más espantoso reinaba en la Estación.
.
Las máquinas no tenían suficiente agua,
el aceite había desaparecido, los trenes de
la artillería fueron cambiados a la retaguardia y los n1aquinistas no le "daban al
cavo
1
" ...
La traición estaba bien preparada.
y altos empleados f errocarrileros, contaminados por los discursos de Obregón en la
campaña del "P. L. C. ", se encontraban
dispuestos a poner su grano de arena, para
provocar la caída del Gobierno.
•
CAPITULO VI.
El tren presidencial se abrió paso', y llegamos a Apizaco, en donde el Gral. Pilar
R. Sánchez, esperaba al C. Presidellte con
todas sus fuerzas.
El General Guadalupe Sánchez, en Veracruz, hasta esos momentos permanecía
leal al Gobierno; pero los telegramas de
Obregón lo instaban a sublevarse.
-Ataque usted el tren presidencial, le
decía en uno de ellos, y haga prisionero al
señor Carranza.
En Apicazo permanecimos dos días; allí
se nos unió por la noche, el Coronel Pa ulino
Fontes, que, todo sudoroso, llegó a caballo,
para contarnos de qué modo pudo salir
avante del ataque de Guajardo, y cón10, la
aviación y la artillería habían caído en manos de los traidores.
48
Los trenes avanzaron ya con el tremendo
desaliento de los Jefes militares, y con el
pavor inocultable de los cientos de civiles
que, en unión de suS' familiares, marchaban
en ellos, haciendo aspavientos y provocando momentos de verdadera hilaridad .
Llegamos a Rinconada.
Heriberto Barrón, el viejo periodista,
casi no hablaba, y, retirándose de todos, se
escondía en las Estaciones para comerse las
sardinas que, desde hacía cinco días, llevaba
envueltas en un paliacate que ocultaba como cinturón debajo de los pantalones remendados y lustrosos.
El Doctor Atl, con la cabeza descubierta, mostrando su calva, hablaba nerviosamente, y movía sus ojos de áspid, paseando
de un lado a otro, y preguntando cuántas
leguas habría de Rinconada al Pico de Orizaba ...
-¡ Pero hombre! U sted siempre ha de
querer estar en las alturas le decía un Diputado veracruzano.
-Sí, amigo; yo me pasé seis meses en el
Popocatepetl y llegué hasta el cráter, . en
donde las emanaciones volcánicas me confortaron el cerebro, llenando mi masa encefálica de azufre; y descubrí que con ' las
•
•
49
materias sulfurosas, se puede curar la hidropesía, amalgamándolas con fuchina roja y sal hepática ...
-¡ Loco rematado!. ..
A las tres de la tarde, las fuerzas del General Luis T. Mireles, atacaron la van...
guardia del tren, y ese combate fué el más
duro de los habidos durante el paso del
convoy.
El Genél~~l Murgía, personalmente, las
batió, y les hizo ciento cincüéllta y dos
muertos y cuatro cientos seis prisioneros.
Guadalupe Sánchez se decidió a traicionar, y movilizó sus fuerzas sobre Aljibes.
Allí se supo toda la verdad, y el desastre~
como un cuervo gigantesco, cubrió con sus
alas negras el inmenso convoy, donde mar-chaba la legalidad amparada por siete mH
hombres, que pocas horas después se paS'arpn a los rebeldes, llevando al frente a muchos altos Jefes militares, que, siquiera por
pundonor, debieron haber imitado el rasgo
de González Salas, y destaparse el cráneo,.
o morir junto a los carros ya que no tuvieron el valor de seguir en su peregrinación
penosa al señor Presidente.
y como mujeres acosadas, con el pánic~
estampado en el rostro, cayeron ante la a va-1
1>0
lancha de los "volteados" sin hacer resistencia, sin lanzar un grito de protesta, sin
decir una palabra de fuego que condenase
la ignominia.
¡ Todos ellos fueron leones en el combate
de la fantasía, y venados medrosos en la batalla de los cañones! ...
Sólo unos cuantos estuvieron al pie de la
cureña, sosteniendo al Gobierno, y quemando los últimos cartuchos i sólo-unos cuantos,
.alentaron coli erclarín de su estusiasmo a la
tropa desmoralizada, y de entre ellos cayó el
.G eneral Millán: una bala le atravesó la cabeza, y se desplomó, a las patas de su caballo, cuando el combate, a la hora del crepúsculo que muere, parecía una acuarela de
.sangre en el fondo de un horizonte difuso ...
Las balas llegaban a los carros rompiendo
los cristales y perforando las maderas; las
familias se refugiaban bajo los asientos, o
huían al monte, bajo la lluvia de los plomos
que nada respetaban en _su afán destructor;
la muerte revoleteaba como un innleTISO fantasma, produciendo un ruido ensordecedor,
y los cañones rugían desde los cerros, como
mónstruos paleolíticos, deseosos de exter•
•
mllliO.
La tropa se desbandaba, los oficialesy los
.
•
51
Jefes desaparecían, y lo que todos .esperábamos, sucedió.
J udith, asonlada a una de las ventanillas,
contemplab~ atónita aquel combate forlTIidable.
Su rostro no se contraía; de vez en cuando una sonrisa irónica para las caballerías
enemigas, que flanqueaban a los nuestros, o
una mirada de conlpasión para los Juanes
l1eridos, que al pie de los carros, exhalaban
sus lanlentos.
-¡ Esto no tiene remedio! le dij e yo.~Me sigues~
-Sí; ~ por qué lTIe lo preguntas ~
El Gral. Dávila Sánchez se batía con brío
al frente de sus hombres, n1ientras el General Lucio Blanco, detenía intrépidamente
el avance de una compañía enemiga; los n1Uchachos del Oolegio Militar al grito de "Viva -el Supremo Gobierno ", luchaban por el
flanco izquierdo, sin desmoralizarse por las
. bajas. El Gral. Marciano González, en su
caballo, recorría la línea llevando órdenes
importantes . .. y el Gral. Mariel, maquinaba.
El señor Oa r r anza, de pie, junto al coche
presidencial, parecía de bronce; inconmo-
52
vible y sereno; su barba, ligeramente movida por la brisa de la tarde.
El enemigo se arrojaba sobre los trenes,
y el señor Carranza mont ó en su caballo,
emprendiendo la r etirada p ausadamente
rumbo a la sierra.
Le seguían los Generales Francisco M urguía, Francisco L. U rquizo, Juan Barragán}
Marciano González, Federico Montes y otros
militares de alta graduación, y connotados
civiles, entre los cuales figuraba el Ingeniero Don Ignacio Bonillas y 'el Lic. Don
Armando Zacarías Ostos.
-Baja le dije a Judith.
-~ y la ropa~ ·
-Que se pierda.
-Déjame recoger algunos papeles de interés; en tu baúl van mis alhajas.
-¡No hay tiempo! ¡Baja!
Las balas silbaban, y se contemplaban
muy cerca las caras de los soldados traidores.
-¡ Viva Obregón! ¡ Viva Pablo González!
Al montar en un caballo, Judith fué alcanzada por un tiro de maüsser.
Las fuerzas leales, al mando del General
H eliodoro Pérez, se batían en retirada, valerosamente.
53
Este Jefe 111ilitar, llevó desde las salida
de los trenes el mando de las vanguardias, y todos los días, en cumplimiento de
su deber, estuvo al frente de sus tropas con
toda dignidad, presentándoles combate.
Las fuerzas de eS1e valiente General, pugnaban por evitar que el convoy cayese en
manos de -los Pablo-Obregonistas; pero
abandonadas por el Gral. Olvera y sus tropas, el enemigo avanzó, y al intentar acercarse al carro presidencial, una de las balas
dirigidas sobre ellos, hirió a -J udith.
- j Ay! exclamó, y rodó por tierra, elllpurpurando su blusa de seda blanca con la
sangre caliente que brotaba de su pecho.
Corrí hacia ella; creyéndola muerta la tomé en mis brazos, monté en el caballo, e hincando los acicates en el animal, nos alej amos
de la zona de combate. ·
-~ Dónde va el Presidente ~
-Allá, por aquellos cerros de arena.
y los traidores, como una jauría de leopardos famélicos, se arrojaron sobre los trenes" y sobre los "millones" de los carros de
Hacienda. .
¡ Hermoso botín para los Generales J acinto Treviño y Guadalupe Sánchez, en nOlUbre del "héroe .de Celaya"!
CAPITULO VII.
Sobre la llanura lívida de espanto; apare-cían las huestes de los traidores disparando
sus armas.
-¡ Viva Obregón!
-¡ Viva Pablo González!
-¡ Ríndans·e., carrancistas!
y la horda de soldados inconscientes, mar~
chaba devorando el campo, envuelta en un
oleaje de ignominia y empujada por un viento de demolición.
J udith abrió sus ojos anegados en lágrimas, y se quejó débilmente; su cabellera cayó como una catarata sobre la crín del caballo, amalgamándose con ella, y cubriendo~
por momentos los ojos del animal, que co:...
rría sobre los cerros de arena, como encantado por la magia de sus cabellos impreg:..
56
nados de un raro perfume de encantamiento. .
y su sangre manaba, ensangrentando la
cacha de mi pistola y los cartuchos de mi
canana; a lo lejos, los gritos de los "vencedores" llenaban el espacio, semejando los
.alaridos de los simi os de un bosque ardiendo.
y la soldadesca se arrdjó sobre los trenes,
:repartiéndose los baúles que descerrajaban
.a culatazos, las petacas que abrían a navajazos y las bolsas de dinero que casi devoraban con lo~ dientes, en un loco afán de
oro...
'
La noche sepultó en sus sombras el convoy
inmenso, y la patria recibió otro ultraje más 1
y la historia otra vergüenza más, y el Pueblo otra derrota más.
•
Así quedaron los trenes en poder de las
turbas sublevadas, como una diligencia en
poder de una partida de pieles rojas.
Otra traición caía como un borrón sobre
l os muchos borrones de nuestra historia, pla- _
gada ¡ oh tristeza.! de traiciones.
El beso de M.alinche nos dejó la semilla
maldita.
De la unión de Tlaxcaltecas y Españoles
surgió ese fant,asma pavoroso que a cada
•
57
•
momento se está levantando en nuestra patria: LA TRAICION.
i Esa es la herencia de nuestros padres!
i Ese será el patrimonio de nuestros hijos!
CAPITULO VIII.
•
LlevábamoS' seis días por la sierra de
Puebla; la comitiva presidencial pernoctaba en las rancherías y pueblecitos que encontraba a su paso, deteniéndose breves minutos en los" aguajes" para que descansase
la ca baIlada.
El viaje era penosísimos pues carecíamos
de alimentos y hubo día que el señor Carranza se quedó sin comer. Los caballos
caían en el camino y muchos de nosotros tuvimos que caminar a pie varias leguas, hasta
eomprar otro, que algún ranchero se veía
en la necesidad de vendernos.
Llegamos a Patla; allí se nos unió el General Rodolfo Herrero que, hecho un J eremías, lloró sobre el hombro del señor Carranza ofreciéndole morir a su lado si era
•
necesarIO.
•
•
60
El General Mariel, Sub-secretaro de Guerra, lo presentó a todos los altos jefes militares.
Pocos momentos después de nuestra llegada, sentados en una piedra cerca del río,
el coronel Horacio Sierra y yo los encontramos hablando sigilosamente.
&Qué se decían ~ ~ Qué planes fraguaban
esos dos hombres, que habían escogido un
sitio aislado para hablarse ~ j Quién sabe!
Pero lVlariel y Herrero, con grandes muestras de nerviosidad, discutían en voz baja,
simulando despreocupación cuando' alguno
de los de la comitiva acercaba su caballo al
río para que tomase agua.
Yo no quiero externar un juicio prematuro respecto a si Mariel resolvió, de acuerdo
con Herrero, traicionar al señor Carranza,
pero el caso es que, antes de la evacuación
de la Plaza, Pablo González y él hablaron
largamente en Tacubaya; que el Gral. ~la~
riel presentó a Herrero dicendo que era
hombre leal, merecedór de toda confianza;
que recibió más tarde comunicaciones sospechosas y que se abstuvo de dar cuenta de
esas comunicaciones; que antes de llegar a
Tlaxcalantongo se separó de nosotros · so
pretexto de ir a recoger sus fuerzas que se
61
encontraban en Xico, abandonándonos por
comple.to en manos de Rodolfo Herrero.
Hay otro detalle: al separarse Mariel de
la comitiva, el Licenciado Armando Zacarías Ostos, lo quiso acompañar y éste se negó terminantemente. &Quería ir Mariel solo para realizar perfectamente. sus planes ~
El tiempo, que es un sabio genial" se encargará de descubrir la verdad de esta tremenda infamia; para mí, Pablo González y
Obregón estaban de acuerdo con Herrero y
Herrero con Mariel.
J udith iba sobre una mula, profundamente pálida como una rosa marchita, con
los ojos hundidos y los labios secos, agravándose por momentos. Una tos seca se había apoderado de ella y al toser brotaba la
sangre de su pecho, que, coagulándose sobre su blusa, semejaba una roja amapola
bordada en seda por una mano de novicia.
-Judith le decía yo ' quedémonos en un
pueblo. Una vez que te restablezcas continuaremos el camino. El Presidente va a
Tampico; allí le daremos alcance.
.
Pero ella se negaba rotundamente, diciéndome:
. No. Siento que mis fuerzas se acaban.
De todas maneras sé que voy a morir nluy
62
pronto. Prefiero la peregrinación atravesando la sierra; el aire puro del camino hará menos penosos n1is últimos n10mentos.
¡ Sigamos! ...
En vano le hice vex la conveniencia de
que se decidiese a permanecer oculta conmigo en un lugar determinado. Ella había
oído decir qu~ las fuerzas de Guajardo nos
seguían y que éstas revisaban los poblados
y rancheríasr escrupulosamente, por si alguno de los de la comitiva se hubiese quedado atrás. y era, no por ella, sino por mí,
que se negaba a acceder a mis deseos.
Cuando un asistente mío le instó a que
me complaciese, ella, con las lágrimas en los
ojos, le dijo:
- i A mí qué me importa ya la vida! Lo
hago por él, por él a quien adoro locamente; por su vida. Si él se queda a mi lado,
irremediablemente será descubierto y, entonces, delante de mí lo matarán. i Oh,
Dios mío! j Qué horroroso había de ser eso!
N o, no insistas, ·Ignacio. Déjan1e seguir a.
su lado y que yo lnuera sabiendo que, al morir, él sigue sano y salvo, al lado del señor
Carranza.
Mira, en el camino, baj o la sombra de
unos árboles, quiero que lne entieTren. Que
63
sus manos arrojen la tierra sobre mi fosa
y que me envuelvan en la tilma que él
me regaló para que trabajase en las obras
nacionales. Mira: aquí la llevo sobre el sudadero del caballo.
-N o sea usted ansina, niña. Hágale caso
al jefe. :'M.:í:rele que triste va. Andele . ..
-Quiero descansar en la sierra, en una
vereda solitaria, lejos, muy lejos de la ciudad, y llevarme a la tumba su recuerdo,
como una reliquia. Pónme su retrato 8'0bre el pecho y dej a en mi tumba una pequeña grieta para que pueda verlo a la luz
de los relámpagos. .. j Ah ! Díle que no
se le olvide sembrarme unos rosales. ¡ Qué
lindas son las rosas! Las quiero rojas, muy
rojas, como la sangre de mi herida, como el
color de nuestra bandera. Así de rojas.
Y, fijando sus ojos en el firmamento, seguía hablando mientras la fiebre devoraba
sus labios secos y amarillos
l
•
. Yo no temo la muerte; la nluerte es buena; la muerte es sabia; la muerte es consoladora. . . Temo sus confiscaciones. Mis
ojos, mis ojos, j yo no quiero perder nlÍs ojos!
j Qué espantosa es la noche sin esb'ellas y
sin luna! En el vórtice, sin una llama que
ihunine mi can1ino, sola, sin poder cont eln-
•
64
pIar el fondo de mi cisterna... j Dios'
mío! ¡ Dios mío! N o me quites los oj os.
Que la ley no se cumpla en mí. j Indúltalos,
Señor! ¡ Que los gusanos no surj an de sus
linfas! j Qué no fermenten!
y se Íncorpoft! ba para recitar mis versos,
los versos aquellos que, mÍrándOlllt3 en sus
pupilas, tejí en Chapultepec una tarde de
otoño, cuando la vida cantaba su himno de
ventura y nuestras almas se arropaban de
ensueño y de esperanza:
o
Unct vez que hayas muerto) y tu fosa
caven bajo las sombras
de los graves cipreses)
iré al camposanto
Ct derramar rni acerbo ílanto)
y contemplar) como otras veces)
..el rnorir de la tarde con sus luces)
las viejas sepulturas y las cruces.
Hablaré con el camposantero)
que rne dicen es hombre generoso)
para que me señale el sitio
donde la Parca te ofreció reposo.
y) allí) con voz suplicante
65
y juntando las manos,
cuando caiga la tarde agonizante
y lloren las esqu:"las,
pediré por piedad a los gusanos,
que respeten tus místicas pupilas ...
A las seis de la tarde entrábamos en Tlaxcalantongo. ¡ Qué tarde aquella! ¡ Veinti:dós de mayo! ¡ Mes de las flores! ¡ Mes de
María!
J udith agonizaba; al doblar un recodo del
camino, sobre una Tama, lúgubremente cantaba 'una lechuza.
y su canto me habló de tristezas muy próximas, de duelos muy cercanos, de amarguras que avanzaban como la noche, dolorosamente envueltas en sombras. Las flores se
habrían a nuestro paso, como ofreciéndose
a tapizar el níveo cuerpo de mi amada, ya
sentenciado a sucumbir por la mano inexorable del D estino que, implacable, se alzaba
ante nosotros.
Abaj o, el río pasaba lentamente y el abismo del barranco, que parecía un créter plutoniano, me enseñaba sus colmillos de roca.
y todo era tristeza.
y la lechuza seguía cantando, mientras
/
•
G6
(',l'uzábamos bajo la ran1a del árbol, como
diciéndonos:
.
-La Muerte está cerca... Esperad a
la Muerte, porque ella vendrá esta noche,
para segar con su guadaña las vidas que ha
decidido escanciar en su copa an1arilla.
La comitiva avanzaba. A la cabeza, el sep.or Carranza, inmutable como un viejo espartano, contemplando el cielo que rápidamente se poblaba de nubarrones. D etrás,
todos nosotros ...
y en la cabeza endemoniada de Herrero,
el crin1en urdiendo su plan horripilante, ~
trágico. Tenía que cumplir las órdenes recibidas.
y la lechuza cantaba. Cantaba sobre la
rama aquella, ya envuelta en la penumbra.
Empezábamos a desensillar los caballos
cuando J udith cerraba los ojos para sielUpre. Sus manos exangües cayeron sobre su .
pecho como dos lirios tronchados, y sus ojos
estaban más serenos que un estanque de primavera, y sus labios más amarillos que una
rosa de otoño ...
Todo había concluíd.o El combate de Aljibes le había sido fatal, y yo, por ser débil,
era el único culpable de su muerte. j Para
que la llevé conmigo!
•
67
"
.
M·e alejé de todos y escog'í el jacal en
donde debía velar el cadáver de Judith. "
U na india me dió una cera de las que ellas
ponían a la Virgen de Guadal:upe los domingos "en la mañana y, encendiéndola junto a su cadáver, me senté a su lado esperan~
do resignadamente el alba para cavar su sepultura antes de partir.
Sobre una botella coloqué la vela y su llalna, empujada por el viento huracanado de
la. noche, parecía querer desprenderse de la
cera, como huyendo de aquel a.mbiente lleno
de amarguras.
Afuera la tempestad rugía como una fiera
antidiluviana; adentro, el cadáver d~ Judi th y el cadáver de mi esperanza.
Y, sobre Tlaxcalantongo, la eterna Descarnada revoloteando como un buitre gigantesco. "
-~ A quién buscaba ~
Extático ante la amada muerta, como un
ídolo egipcio, "sumergido en el mar de mis
t ristezas, ya ante lo inevitable, sintiendo sobre mí la escarcha de la segadora que detuvo
;1 la diosa argentada de mis sueños en el ca-
68
-rnjno imperioso de mi vida,
que me mjraban.
c~rré
sus pupilas
,t Sin amor 11 s:n odios,
como miran los muertos."
y pensé en las horas aquellas que pasé a
- su lado cerca del lago de Chapultepec, por
sus calzadas solitarias y bajo sus ahuehuetes rnÜenarios, y en mis ensueños truncos
como un jardín en flor devastado por UD
huracán.
y me vi solo, muy -solo y muy triste. En
un desierto espantoso cuya aridez me daba
miedo. Y lloré sobre los restos de la amada, como Blanca lloró sobre el cadáver ensangrentado de Tabaré, como Pierre Lotí
lloró sobre la tumba ele Stambul ...
Dent ro de los jacales los soldados y
acompañantes del P r esidente Carranza dormían profundamente ;.las jornadas desde la
salida de Aljibes habían sido pesadas y el
cansancio torturaba el cuerpo de los leales.
Yo, sentado en el suelo, pensaba en la
, .
prOXIma gusanera.
De repente varias detonaciones me hicie•
ron Incorporar.
- j Ríndanse!
- j Viva Obregón!
69
y tras esos gritos . sonoramente roncos,
una descarga formidable de fusilería.
La botella que sostenía la vela fué hecha
pedazos de un balazo. Enfrente dormían,
en otro pequeño jacal, los coroneles Paulino Fontes, Che Gómez, Carlos Domínguez,
hermanos Saldaña Galván y el Licenciado
Zacarías Ostos.
-¡ N os han traicionado!
dij o uno . de
ellos.
-¡ Defendámonos! exclamó Che GÓmez.
y se cruzaron algunos tiros. Los soldados traidores avanzaban.
Yo había ganado la puerta a los primeros
tiros; no e~taba dispuesto a caer en manos
de los obregonistas. Y abriéndome paso con
mi pistola, llegué al borde del barranco. El
río me llamaba. Las balas silbaban cerca de
mí y decidí arrojarme al abismo.
Procurando suj etarme a las ramas que
crecían a los lados, espinánd9me las manos
horriblemente, desgarrando mis ropas y mis
Cal":~l eS, llegué al río. Escuchaba aún el co. rrer de los caballos y las descargas de la
fusilería.
&- Qué había sucedido ~ ~A qué se debía
ese combate ~
Herrero pasaba por la noche de Tlaxca-
70
lantongo como Judas de Kerioth por la noche de Getsemaní ... .
El canto de la lechuza había sido como el
augurio de la sibila.
¡ Oh, noche desoladora! ¡ Noche poblada
de tormentas! ¡ Noche triste y amarga! ¡ J amás te olvidaré!
Horas después, cuando el sol despuntó,
alumbrando la tragedia, subí al pueblo para
averiguar lo sucedido. El señor Carranza
yacía en el suelo, en un charco de sangre.
Había sido asesinado mientras dormía por
orden del General Alvaro Obregón. (1) Y,
junto a él, los indios del lugar se miraban
con ojos de espanto.
.
Judith dormía el sueño eterno a un lado
del barranco, junto a unas bugambibias.
Manos piadosas la habian sepultado, y una
cruz, hecha de troncos delgados, torcidos y
verdes, sujetos por un cordón, had'a centinela a la muerta.
Llegué a donde se encontraba y de su
tunlba salía un aroma de tristeza. Los go(1) Obra en poder de vanas personas la éopia del telegrama enviado por Obregón a Herrero, en el eual ordenaba el
asesinato. El General Basave y Pilla envió desde Guatemala a
·la Suprema Corte de Justicia de la Nación, una acusación formal en ese sentido, la cual, como era de esperarse, fué arrojada al cesto,
71
rriones cantaban a la vida y mi alma
-sitaba su doliente elegía.
111U-
¡ Todo había concluído!
Como si nos hubiésemos dado cita en Xico
al anochecer de ese mismo día nos encontramos allí. El cadáver del señor Carranza
llegaría en la madrugada, pues fuerzas del
General Mariel, enteradas de lo ocurrido,
habían n1archado ya a recoger su cuerpo y
levantar el campo.
.
El General Murguía discutía con los principales acompañantes d:el Presidente y, desp ués de acaloradas discusiones, se acordó
acompañar el cadáver del que fuera nuestro
J ef e y amigo hasta la capital de la República. En un telegrama pedimos las garantías necesarias al mismo tiempo que COll1Unicábamos el asesinato que, al grito de "i V.iva Obregón!" habían cometido las fuerz as
de Herrero.
'
Ya en nuestro poder los restos respet abIes de ese gran ciudadano, nos dirigimos
a N ecaxa, en donde nos esperaba el tren de
la Compañía de Luz, espontáneamente cedido por el gerente.
En uno de los carros improvisamos lacámara fúnebre y marchamos a la capital con
72
el alma llena de desolación y los ojos turbios por el nanto.
•
Tristes, cabizbajos, arrinconados en los
asientos, pensando en la ingratitud y en . la
.maldad de los hombres, que había sido demostrada una vez más, con la muerte de
aquel hombre gigantesco que no pudo ser
comprendido por la horda de salvajes que
él amparó y protegió, para ser más tarde el
festín macabro de esos cuervos de maldición y de extermjnio.
Las garantías ofrecidas por los nuevo
"redentores" no habían sido más que un ardid cobarde para hacernos prisioneros. (1)
Cerca de la capital, en una de las estaciones, el tren fué rodeado por tropas y los
generales leales fueron conducidos a la Penitenciaria del Distrito en camiones escoltados.
Yo tuve la suerte de llegar hasta la Estación de Buenavista con el féretro del señor Carranza, pero al descender del tren,
personalmente el Coronel Luis Amieva,
•
n)
E l Gen eral Pablo González, me envió con uno de mis
ayudantes un salvoconducto ordenando se me dieran toda clase de garantías en mi persona e intereEes. A pesar de exhibir
ese document o, el Coronel Luis Amieva. 1m pector General de
Policía, me remitió a la Prisión Militar, !l iciéndome ten er
orden expresa de Pablo González para ello. Conservo eEe Ealvoconducto que publicaré en uno de mis préx: mos l ibros, para
que se conozca en lo poco que Pablo González estima su firma.
73
digno genízaro del General Pablo González, me detuvo, remitiéndome a la Inspec- .
ció n de Policía y, de allí, a la prisión
militar.
Tres días después, al ser conducjdo, debidamente escoltado a Santiago Tlaltelolco,
pasando por la -calle de Filomeno Mata,
contemplé el edificio que ocupaba mi
diario
.
•
Allí estaba la obra destructora del grupo
militarista: la maquinaria hecha pedazos,
los muebles rotos, los carteles de la calle
llenos de lodo y todo lo que existía de valor
había desaparecido.
¡ León de Garay, con plenos poderes de /
Pablo González, cumpliÓ religiosamente su
cometido! ...
y allí nos vimos otra vez los que' estuvimos unidos ante la traición, decididos ante
el peligro y juntos ante el infortunio.
Al señor Carranza se le negaron los honores de Presidente . de la República,
pero
.
el pueblo, en medio de todas sus bajezas y
de todas sus cobardías, tuvo un gesto maravilloso y noble.
Cien mil almas cantaron el himno nacional, mientras el cadáver de Carranza bajaba lentamente a la tumba hun1Ílde, que, en
el panteón de Dolores, por orden suya se le
,
7-1: .
había reservado: él quiso que le enterasen
al lado de los pobres. (1)
"Mexicanos, al grito de guerra" ...
y las lágrimas brotaban de las pupilas
y el himno patrio era un sollozo arrullado
por los clamores de un pueblo tormentoso.
(1) El Presidente Carranza, antes de evacuar la Capital,
dec:laró terminantemente que por ningún motivo haría entrega (lel poder, hasta no efectuarse las elecciones; pues se
encontraba dispuesto a defender la legalidad representada
por él, y retirarse después tranquilamente, com.o rfHIERS y
GAMBETTA, tras de haber cumplido con su debel', Son dignas de mencionarse las palabras de este gran hombre, cuyo
temple lle~concertó muchas veces a sus propios enemigos:
, 'no salllré (lel país; regresaré con mi carácter de Presidente,
o trael'án mi cadáver; si muero, deseo que me sepulten en
una fo sa (le tercera clase elel Panteón ele Dolores" ,
CAPITULO IX.
Los periódicos de México callaron cobardemente ante el asesinato del Presidente
Carranza.
N o hubo uno de ellos que, como Zolá, lanzara el YO ACUSO sobre los autores de
ese monstruoso crimen.
Sólo "El Tribunal" lo hubiera hecho ;
sólo mi pasquín, conlO llamaban a n1Í periódico los histriones, que exhibían su venalidad como una condecoracióp., en las' co]unlnas de sus diarios, hubiera sido capaz
de señalar a los autores, afrontando toda s
las consecuencias en esos peligrosos 1110mentos.
Por eso se me encarceló; por eso lile dieron por redacción las mazmorras de la prisión de Santiago, y se' me rodeó de yaquis
que impedían, rifle en mano, el paso de lnís
•
76
familiares, mientras allá, al Palacio N acional, fué la mauada de borregos, a lanzar
balidos de admiración, a esa pantera, nacida entre las rocas abruptas de Sonora, y
arrullada en los carcaj s de los salvajes, na.:.
mada Benjamín Hill.
.
Ante él llegaron todos; los que deshonran el periodismo nacional, en las columnas de "El Demócrata", "El Heraldo de
México" y "El Universal".
y a la cabeza de ellos, ese pirata florentino
que responde
al
nombre
de
Pélix
Fulgencio
Palavicini; pálido como Onán, inconcebiblemente cínico como Diógenes, audaz· como J ohn C. Raffles, impúdico como una
hetaira, asqueroso como un bufón, cobarde como un chichicttilote, y fácil al cohecho
como un gendarme.
E se hombre no ha sabido más que alquilar su pluma preñada de ingratitudes y
- humedecida en el fango de ·todas las cloa..:
cas, como se alquila una motocicleta.
E n la época del apóst ol Madero, su vileza
lo llevó a dejar vacías las cajas de la .E scuela I ndustrial de Huérfanos, de la cual
era Director.
En tiempos de Carranza, con f alsas promesas y adulaciones sin cuento, llegó a la
.
11
cartera de Instrucción Pública, y allí, como
el paso del vitriolo, dejó huellas eternas:
más de ciento cincuenta mil pesos perdió
-la Nación en libros que nunca aparecieron
y en cuentas. que nunca se encontraron. (1)
Después fundó "El Universal", y desde
allí atacó sin dejar un solo día de hacerlo
al Gral. Obregón; vino el Cuartelazo de
"Agua Prieta" y entonces publicó un artículo llamándose equivocado, y se arrojó a las
plantas del "Héroe de Celaya", como la
Magdalena a las de Cristo.
En París
fué souleneur de pecadoras y
,
consej ero de apaches; con ellos y con ellas
aprendió y cultivó sus vicios; sacudió el
polvo del "Molino Rojo", y se presentó en
México, con un libro plagiado diciendo que
era de él.
Todos me insr ltaron. Los crustáceos que escriben "El Demócrata",
los molus.co.s que escriben" El Heraldo",
los histriones que siguen a Fulgencio,
ese "Lobo Guerrero" consagrado,
pirata de la pluma, que ha surgido
de la fecal materia de Renato;
todos, lanzando al aire su.s robuznos,
me miraron inerme, y me insultaron ...
(1) Este escandaloso fraude originó un proceso que mantuvo en tensión durante varios días a la opinión pública.
•
78
.
. .
e intentaron negarme hasta la nacionalidad
de mexicano, propalando la versión de que
. era extranj ero. i Todo, porque ellos, encerrados en el castillo feudal del servilismo,
lTIe veían avanzar sobre esa alhóndiga de.
Granaditas, con la tea del Pípila en la n1ano!
N o faltó quien se acercara al General Hill
suplicándole que me mandase envenenar, y
ofreciéndose como envenenador. i Para ello
no hubiesen t~nido más que dedicarme un .
elogio en las columnas de sus periódicos!
Todos bebieron en los vasos de Palacio el
deshonor de los que ultrajaron el derecho,
con el mismo placer con qúe el rey Azteca
bebió en la jícara el pulque que Xochil le
ofreció.
TT nos mendigaron un empleo, y se les
dió ...
Otros, suplicaron una pensión para marehar al extranjero, y se les concedió ...
y otros, como Palavicini, recorrieron Europa por cuenta de la N ación, luciendo. sus
cruces y sus medallas, que hacían pensar en
los versos de H ugo Foscolo:
(( En timnpos de las bárbaras naciones,
ele lc~s cruces colgaban los ladrones;
pero ahora en el siglo de las luces,
dpl pecho del ladrón c~(¡elgan las cr~(;Ces.n
,... C)
I•
o trayendo. a la memoria las frases
vitu-
peradüras de Vargas Vila:
, , Ya no. se ven siervo.s pendientes de una
eruz, pero., se ven todas las cruces pendientes de lo.s siervüs ...
el hierro. que nlar caba a lo.s esclavo.s, se
les po.nía antes en las ancas, ho.y se les po.nc'
en el pecho. en fo.rma de cruz."
E so.s lnenguado.s que no. po.dían, cümü yo.,
encerrase en la Ciudadela de la dignidad,
eral). lo.s mismüs que me atacaban en las Co.l umnas de sus periódico.s, llamándüme agitado.r.
Sí, agitadür; yo. So.y, he sido. y seguiré
siendo. un agitado.r, que hará sünar su verbo
ante las injusticias.
Mi palabra e's de agitación; he nacido. para agitar multitudes; a las multitudes de mi .
patria he cünsagradü mis anhelüs y firme, zas, y ante ellas tremülo. el estandarte de mis
turbulencias justificadas.
Yo no soy un mendigo de favüres, co.mo
ellos, que hipütecan su co.nciencia co.mo se
puede hipotecar un edificio., y venden sus
escrito.s como. se puede fácilmente vender
un sa.co de cereales.
y se alegraban de mi encierro., y yo me
sentía feliz leyendo. lüs ataques de esüs es-
80
carabajos, que no pudiendo llegar a la cumbre ríspida de mis orgullos, escupían sobre
mí los raudales de sus envidias y de sus
odios.
Agitador. .. Agitador ... ese era mi orgullo; mi palabra soliviaba m ul ti tudes
que me seguían y se crispaban al conjuro
de mis frases, mjentras que ellos, no eran
capaces de agitar siquiera a las moscas, .que
se paraban en sus cabezas asnales, como
únicas inspiradoras de sus. desvergüenzas.
y de todos aquellos, a quienes en épocas
de bonanza, tendí la mano amiga para darles mi ayuda, no hubo uno solo que acudiese
a la celda donde me encontraba: nadie era
mi amigo; nadie me saludaba; los "periodistas" no debían visitarme ...
Por eso cuando Adolfo de la Huerta ordenó mi destierro, el cual no se llevó a cabo
porque Hill tuvo miedo a mi pluma, y yo
.dij e públicamente que escribiría artículos
tremendoS' contra los asesinos de Carranza;
ellos batieron palmas.
Cinco meses de cautiverio, rugiendo como un león ' africano, cinco meses aislad0 7
constantemente llamado a la reja, 'para declarar sobre procesos nuevos, que por orden
de Hill se me levantaban, con el objeto de
81
impedir mi libertad, y en los cuales se presentaban testigos falsos que declaraban en
mi contra: hombres instrumentos, sin la menor idea de lo que quiere decir vergüenza,
porque no la han conocido ni en sus hogares,
huérfanos de ella, como los cuadrúpedos de
sentido común.
Por fin, una mañana, amparado por la
Suprema Corte de Justicia, en donde aun
había hombres honrados, que no vendían su
voto en la feria de la traición, se me comunicó la caución fijada por el C. Juez de Distrito, y por la cual, con la condición de salir
inmediatamente del territorio patrio, quedaba libre, mediante fianza de diez mil pesos.
Esa mi sma noche tomé el tren, y salí para
los Estados Unidos.
Era, con ésa, la tercera vez que se me expulsaba de mi patria, y al cruzar la frontera, sentí lástima por los que me habían insultado, y orgullo, un inmenso orgullo, de
que el exilio me abriese sus brazos, llenos de
tristeza, como los sauces sombríos de un viejo camposanto.
CAPITULO X.
Al cruzar la frontera mexicana los miembros del Servicio secreto de los Estados U nidos me aguardaban ya.
El llamado Gobierno obregonista, por
conducto del cónsul Saracho, que desempeña a las mil -maravillas el papel de esbirro
del actual Torquemada mexicano, se había
encargado de hacerme apare-cer a los ojos
de las autoridades yankees, como un peligrosÍsimo propagandista antiamericano.
y las autoridades de Texas, a quienes
Obregón tendría que invitar más tarde a
pasearse por la República en trenes espe('iales, con los gastos pagados por la N adón, influenciadas por las ofertas dadivosas
del asesino de Carranza, iniciaron en mi
enntra, una serie de persecuciones tan inau-
84
ditamente infames que, a no ser por, algunos amigos míos, me hubiesen llevado a ser
linchado en las calles como un negro o a
morrir carbonizado en una silla ~léctrica. (1).
Saracho alquiló a un ' periodista sin reputación: Justo Pem, que en Laredo, Texas,
dirige un periódico servil, dedicado desde
hace' mucho tiempo a insultar a los merl, canos.
Este sujeto, abrió un tiroteo de dicterios
contra mi persona. Y en quilométricos editoriales pedía mi expulsión de los Estados
'Unidos con el propósito úriico de evitar
mi propaganda revolucionaria en contra
" de los hombres que, por desgracia, rigen actualmente los destinos de mi país.
Esa campaña fué implacable. Se recordaron los tumultos populares que con orgullo capitanié en la capital para exigir la renuncia del General Díaz. Se habló de la
manifestación que organicé contra la campaña venal del director de "El Universal",
de la ciudad de México, obstinado en que el
Presidente Carranza abandonase su sabia
política neutralista durante la conflagración
(1) En Estados Unidos son tan comunes los linchamlen- '
tos, que cuando éstos dejan de efectuarse las autoridades T el.
pueblo están malhumorados.
•
85
europea, con aviesos fines de lucro por parte del señor Palavicini.
Y, claro, mis enemigos políticos aprovecharon estas coyunturas para armar un escándalo en sus hojas subvencionadas ...
Como el Consulado mexicano viese que
mi labor, lejos de disminuir arreciaba todos los días, se dirigió al Jefe de InllÚgración, un individuo sin -escrúpulos, de apellido Traw, simio rubio, que danza al son de
la música que le tocan, ofreciéndole de parte del general yaqui Arnunfo R. Gómez,
una comjda en la Jefatura de Armas de
Nuevo Leredo, proponiéndole entre otras
ignominias, que me entregasen a las autoridades obre:gonistas.
Por orden del servicio de Innúgración
fuí detenido y enviado a la cárcel, una cárcel como no la imaginaron tal vez los iniciadores de la Inquisición: En una enorme
habitación cerrada, sin más luz ni ventila- .ción que la que entra por unos pequeños
ventanales cercanos al techo, tres jaulas de
hierro, una dentro de otra, y, en la última,
Ull montón de hombres apretujados, como
en fétida pocilga, sufriendo el horrible martirio de aquella vida en común, hostigados
por una turba feroz de capataces que pro-
86
fieren injurias en inglés, insultando con rencor sajón -a cuantos llevamos sangre latina
en 1as venas.
¡ Qué prisiones! Tal parece que los americanos, en su desolador afán de practicismo, hubieran aprovechado para cárceles
las jaulas que sirvieron a RoS'sevelt para
transportar sus leones del Africa Central!. ..
Y dos oficiales obregonistas espe.raban impacientes que las autoridades yankees me
entregasen a ellos, como se suele entregar
a un vulgar criminal comprendido en los
tra tados de extradición.
El señor don Melquiades García, ex-cónsul del gobierno del señor Carranza en esa
población y el honorable comerciante don
Epigmenio G. Zambrano, evitaron a tiempo
la consumación de esa cobardía y, por conducto de los abogados Popp y Raymond,
suspendieron mi entrega que, como era . de
esperarse, hubiese tenido como epílogo un
asesinato más.
El general Gómez no se desmoralizó pE>r
EU fracaso y entonces alquiló a dos turiferarios para que me secuestrasen,.-enviándome
narcotizado a territorio mexicano. Este nuevo intento fracasó también, siendo yo más
tarde, debido a las intrigas del señor Traw
87
(que fueron recompensadas espléndidamente por el obregonismo) expulsado de los.
Estados Unidos.
· ','c
""
~.'
",,"
Obregón ha repartido entre altas autoridades americanas de la frontera enormes
sumas de dinero. Todos los días salen trenes rumbo a México, trenes especiales cargados de cuadrúpedos que, como llevan sus
gastos pagados, aprovechan la oportunidad
que se les presenta para conocer México de
balde.
De allí los "memorandum" al Presidente Harding pidiendo el reconocimiento del
Gobierno usurpador.
Obregón, de rodillas, solicita la ayuda
americana para sostenerse en el poder. El
senado y la Cámara contemplan aletargados la caj a del erario nacional que sucumbe
tuberculosamente baj o el desorden gubernativo. N o hay quien proteste. Sólo se escucha cuando los señores . senadores abandonan ,el salón, el eco de la voz estoica de
Belisario Domíngu-e:z, clamando furiosa.
contra este segundo capítulo huertiano.
CAPITULO XI.
Hay hombres que deshonran el destierro,
como Pablo González, y hombres que lo honran, como Francisco Murguía.
El primero se exhibe en Laredo, Texas,
con todos sus .millones: el-Hotel Bender, la
casa bancaria, la fábrica de hielo y gran número de edificios, denuncian claramente
el estado pecuniario de uno de los más abominables traidores que han existido en
México.
El segundo. ¡ Cómo está el glorioso General Murguía ! Cuando pasa por las calles
de San Antonio, Texas, pobre, pero con la
frente ergUida como un soberbio picacho de
los Andes, con qué admiración se contempla el rostro de este valiente soldado de la
República que, por el solo hecho de haberse
negado a secundar la traición, se le ha en-
90
carcelado, calumniado. e insultado, viéndose
en la necesidad de mantenerse lejos de
la patria en espera de los grandes días redentores y justicieros, para mostrar su espada lünpia de toda mácula de ingratitud y
de infidelidad.
•
Este hombre que, como soldado, ha merecido la admiración de la República entera por 'su valor rayano, prefirió la derrota
alIado del deber, que' la victoria alIado del
crimen. . Su honradez y su lealtad levantan
un pendón de justicia; la conciencia de este
hijo de Zacatecas, sólo se ha posternado ante
el tabernáculo del honor.
Fiel al sacrificio, recorrió como Aníballos
senderos escabrosos sin sufrir un desmayo,
y al igual que aquel general cartaginés,
prendiéndose al cuello de su padre, él se '
prendió al brazo de Carranza compartiendo
a su lado su infortunio.
En la batalla de Mantinea, Epaminondas
fué interrogado por los suyos: ~ Será posible que mueras sin dejar descendencia~­
y el venc,edor de los Lacedemonios contestó:
-" N o, , en verdad, dej o en pos de mí dos
hijos inmortales: la batalla de Leuctras y
la de Mantinea."
El General Francisco Murguía, deja tamo
•
Hl
bién en pos de sí la irrefutable prueba de
su lealtad.
¡ Hermosa hija de dorados bucles que dejará en su frente un ósculo de gloria.
Mi pluma flageladora y cáustica desea detener unos momentos, sus admoniciones, para estampar en estas páginas los nombres de
algunos de los leales -que han preferido el
exilio a la vergüenza de la humillación.
Allí están, abrazados a su ostracismo enaltecedor, los Generales Lucio Blanco, Eduardo Hernández, Rafael Cárdenas, (1) Marciano González, Humberto Barros, Ricaut,
Peral dí, Pedro Villaseñor y otros, que es•
•
capan a nu memorIa.
Dejar de tributarles un elogio sería injusto. Ellos merecen pq,labras de aliento,
frases consoladoras que caigan sobre sus
almas, como rosas de esperanza y de vida.
j Qué pocos están en el destierro! _ j Cuántos cayeron de rodillas ante el crimen!
Con qué placer, cuando todas las plumas
se arrastran vergonzosamente recogiendo las
dádivas de Obregón, he visto alzarse, como
un fuete de manatí, la pluma de Humber(1) EEte pundonoroso militar . fué el único Gobernador Constitucional, qUG no aceptando el cuartelazo de
(, Agua Prieta", se la.nzó al campo de la Revolución en señal
~e protesta.
,
S2 .
to Barros, que oculta bajo el peso férreo
de su yelmo, versos sonoros y valientes, penetradores y vengadores como una flecha
de chontal.
Ella ha desgarrado implacablemente el
rostro clownesco del yaqui triunfador, mientras, en la Patria, la bandada de cuervos,
alentada por los fetos de MammÓh, caen
soezmente sobre la Legalidad, hecha trizas.
Yo
admiro
esos
gsetos,
gestos
que
ilumi'
.
.
nan y vivifican, gestos milagrosos en esta
época de envilecimiento en que se encuentran invertidos los valores morales.
y Humberto Barros que, como Quevedo 1
empuña también el acero y es arrojado como
un cadete de la Gascuña, ahora, solitario y
brioso, convierte en tinta roja de combate
el agua Castalia que guarda la copa de su
inspiración, y, sobre un Pegaso de fuego,
arroja las centellas de su verbo tormentoso
sobre la testa pretoriana.
Barros, que es digno por sus indómitas
temeridades de figurar en una estrofa de
Rostand, es la trompeta que clama en los
E stados U nidos contra el crimen.
Y, como a mí, tamién le expulsarán.
En Texas Obregón ha ~ncontrado . un socio y un amigo: el Gobernador N eff. Por
93
~o
el crimen tiene un altar en la frontera
con México, y los refugiados hemos sido persegilldos
y puestos en la cárcel, iniciándose
..
con el general Rafael · Cárdenas y conmigo
la lista de los futuros deportados.
Pero la noche no es eterna y el Sol comienza a despuntar en el Oriente. Mientras tanto, que sigan los bufones haci.endo
reir a Monna Lisa ...
'
CAPITULO XII.
El resumen de la última tragedia mexicana es espantoso.
Los Caines asesinaron en la sombra; la
ma.cana yaqui destrozó el cráneo del Caudillo inmenso, y la Tiranía abrió sus fauces
para arrojar unos nuevos Ginetes del Apocalipsis que, sembrando la muerte, asolan la
República y hacen pedazos la balanza de la
Justicia, volcándola de su pedestal augusto
para poner en su lugar la divinidad fatal:
una espada que chorrea sangre.
Obregón ' y Pablo González asesinal'or. y
traicionaron a Carranza por ambiciones personales, para disputarse después, como do~
fieras del desierto, el fruto del botín.
Obregón venció al segundo que, estigmatizado, buscó en el destierro refugio y anl. paro. ..A..llí Jehová le ha clavado la pupila.
96
Ahora México clama indignado contra el
grupo rufianesco que ha usurpado el poder.
Sólo los panegiristas a sueldo, arrodillados, loan al hotentote mutilado que, como
un sultán, se ha declarado dueño absoluto
de la República y recurre a proditorios asesinatos para sostenerse en el poder.
•
Alvaro Obregón ha colocado la silla presidencial encima de un osario y sube a · ella
por "una escalera de osamentas que blanquean de lejos, como bolas de billar. La
primera osamente que formó el primer peldaño fué la de Carranza, Presidente Constitucional de México, Padre de la Revolución y gloria latino-americana.
Después la misma Prensa que apoya su
iniquidad publicó la lista macabra: ¡ treinta
y ocho generales asesinados en un año de
poder! Esos son los conocidos. ¡ Cuántos
nombres habrán quedado en el silencio de la
noche! ¡Cuántos!
La Civilización grita todos los días contra esas hordas rapaces que han amalgado
sus instintos salvajes en el corazón hipertrofiado de Obergón.
El y los suyos, turba estólida de yaql1is
criminales,en una caótica gestación de anaJl-
97
.
quía, danzan como centauros dementes en
derredor de la Patria mancillada.
Los cuervos celebran su festín· macabro;
Carranza los crió, los protegió, los formó,
y ellos, a la cabeza de Alvaro Obregón y
Pablo González, han vaciado 1(18' cuencas sa.,.
gradas del Cadáver. .
El Patriarca, desde su tumba, pide a los
cielos la salvación de sus principios, el exterminio del caudillaje devorador y arbitrario y el triunfo del Civilismo.
México ya no quiere Generales ambiciosos,
que asaltan el poder y asesinan a sus mandatarios, como hizo Huerta con Madero y
comO ha hecho Alvaro Obregón con Carranza.
Basta de Picalugas, de Elizondos y de.Herreros. Hacen falta soldados de honor a lo
Francisco Murguía, que sepan mantener su
espada brillante:, en alto, sin que la manche
el agua fangosa que arrojan las nubes de la
traición.
La sinlÍente del Civilismo fructificará en
México; Carranza la regó con su sangre generosa. Está próximo a terminar el sainete
funambulesco de los monos enchamarrados
y los legalistas lanzan su grito de verdad.
Yo, en mi exilio, arrojo este libro de pro-
•
98
testa, como un aerolito encendido, sin importarme que a su paso luminoso sepulte
sabandijas y lastime histriones. ¡ Oh, si se
pudiese alzar en el Zócalo de México una
inmensa guillotina! ¡ Qué he.rmoso e~ el 93
de Francia!
Porfirio Díaz se quitaba a sus enemigos
con mágica habilidad: era astuto en sus crímenes.
Obregón es un estreptococo del asesinato;
asesina a tiros en las calles, como a Mendoza; envenena en un banquete, como a Menxueiro, o estrangula en una celda, como a
Alcócer (1) que mostraba en el cuello torpemente ocultas por un paliacate las huellas de
los dedos de unas hercúleas manos de yaqui.
y así, a fuerza de crímenes, este hombre
ambicioso quiere demostrar al mundo que
es un segun.do "Héroe de la Paz' '. Paz a lo
Varsovia, yeso en las ciudades 'guarnecidas
por tropas numerosas, pues en los campos
ruge ya la revolución vengadora que hará
•
(1) El general Rosalio Alcocer encontrándose enfermo se
vió obligado a solicitar amnistía de Obregón, concediéndosela
éste.
Al cruzar el puente internacional fué aprehendido por orden
del Jefe de las Armas de Laredo, México, y conducido a un
cuartel, siendo durante la noche vilmente estrangulado por
soldados yaquis, quienes recibieron instrucciones de Arnulfo
R. Gómez en ese sentido.
Una vez asesinado, se le colocó en el cuello un pañuelo, comunicándose a la prensa que se había suicidado.
99
caer la muralla obregonista a su conjuro, como cayeron las de Jericó a los gritos de
J osué.
.
En vano Alvaro Obregón ha dado a sus
generales alientos de cosaco; en vano intenta ahogar el clamor popular que se escucha
cada día más cercan.o El, como Huerta,
caerá también, porqúe la losa del cuartelazo
y el crimen lo abruma y lo fatiga.
Robespierre escuchó el grito formidable
en la histórica jornada de Termithor: "La
sangre de Danton te ahoga!"
Obregón escucha también el grito avasallador que le iné).uieta y le vence: ¡ La sangre
de Carranza te ahoga!
Un Gobierno cimentado en un charco de
sangre tiene que hundirse irremediablemente. El vaho de esa sangre es fatal; s<5lo la
opinión pública consolida los gobiernos .
•
Por la Justicia, porque mi pueblo tiene
sed de justicia, una sed abrasadora y horrible; por la Justicia azotada, por la Justicia
atormentada, por la Justicia violada, eseribo este pequeño libro mío en este ostracismo que me honra y me dignifica.
Yo también pude arrastrarme y buscar
un hueco desde el cual pegar los labios a la
ubre gubernamental; pero mis labios no sa-
100
ben de esas cosaS'; ellos sólo conocen la palabra tormentosa que fulgura en la noche
como la metralla y enciende, como una tea.
Yo soy un lobezno de Carranza. Y, fiel
a mis ideales, de su herencia magna tomo su
energía y su temple acerado en el infortunio.
Tengo una bella amante que me besa y me
arrulla: la Fortaleza.
Mi pluma está embarazada de anatemas;
ha comenzado _a parir; Obregón es la partera ...
•
•
CAPITULO XIII.
•
El pueblo- mexicano recordará el día de
mañana los nombres de aquellos que supieron a tiempo protestar contra el cuartelazo '
de "Agua Prieta", conse:rvándose puros al
contacto del crimen, como en Egipto los hebreos al contacto de la esclavitud.
Documentos como los' que aquí reproduzco deben ser conocidos por el mundo entero,
porque ellos son prueba evidente de que aún
existen en México hombres de honor, que saben en los momentos precisos, lanzar al
viento el oriflama de la protesta decidida.
He aquí la acusación del Licenciado Elíseo Arredondo y el personal de la Legación
de México en Madrid:
"Ciudadanos Secretarios de la Cámara de
Diputados de México: Elíseo Arredondo,
Ministro de México en España; Secretarios
•
102
U rbina, Alfaro y Méndiz Bolio, protestamos enérgicamente ante el Congreso General contra" el asesinato del Presidente Carranza, señalando como principales responsables a los Generales Obregón y González,
y pedünos sean juzgados conforme a la Ley,
así como los demás que hayan cooperado a la
rebelión, según dispone el Artículo 133 de la
Constitución. Madrid, 23 de mayo de 1920."
Y este viril 'c ablegrama del ministro y
periodista José U garte :
"La Paz, 25 de mayo de 1920. General
Alvaro Obregón. Ciudad de México. De héroe nacional ha pasado usted categoría corruptor ejército, perturbador paz, asesino
hipócrita y cobarde, miserable aventurero
de la política."
Me yeo imposibilitado de publicar también otros documentos de la misma índole
cuyas copias conservaba, porque en los distintos cateo s que me hicieron en los Estados Unidos las autoridades . yanke~s, me
fueron hurtados
en unión. de algunos origi,
nales de mis versos rebeldes.
En el archivo de la Secretaría de Relaciones deben existir los telegramas de pro- .
testa dirigidos por los Cónsules Don Melquiades García y Andrés G. García, de La-
103
redo y El Paso, Texas, respectivamente,
connotados revolucionarios que hoy sufren
también como consecuencia de su virilidad,
el destierro a que la canalla triunfadora los
ha condenado por no aceptar, como otros,
enamorados de sus puestos, el cuartelazo del
grupo de t rogloditas que asesinaron al Presidente Carranza.
El escritor y Coronel Don Gonzalo de la
Mata que desempeñaba el puesto de Cónsul de México en San Antonio, Texas, protestó tanlbién enérgicanlente y renunció en
el acto, manifestando que no podía servir
a un gobierno manchado con sangre.
Esos telegramas
se encuentran bien guar,
dados; la prensa subvencionada se ha abstenido de darlos a la publicidad, porque en
sus columnas, no pueden tener cabida los
documentos honrados.
Allí sólo aparecen los ditirambos de los
Mendigófilos como Alessio Robles, o las
baj ezas de los Acridios como Gonzalo de la
Parra.
y en estos momentos de prueba se presentan los hombres de la Revolución con sus
máculas y con sus virtudes.
Hemos visto a un Alfredo Breceda, en
unión de un Francisco González y de un
104
Manuel Amaya, . desconocer a los viejos
compañeros de la revolución, a los verdaderos revolucionarios que no llevan sobre
la frente el sello de la claudicación, para
ofrecerse a los amos de Sonora, con una
impudicia sólo comparable a la de una prostituta de arrabal que se entrega al primer
gañán qüe con ojos lúbricos contempla sus
carnes maceradas. . .
.
y a un andrógino como Juan Barragan,
prototipo de la ingratitud y del egoísmo, visitar en el Sanatorio de Rochester al Ministro de la Guerra de Obregón, General
Plutarco Elías Calles, para denunciar las
actividades del grupo de leales que lejos
de la Patria laboran por el triunfo de la
Ley. Este perfumado mozalbete, con reminiscencias de la Grecia de Homero, que sólo supo amasar millones a la sombra augusta
del Hombre que lo protegió ignorando su
perversidad, ha 11egado, en su ambición
desenfrenada, a desempeñar con Obregón
el mismo papel que desempeñó Quilón Quilonides, denunciando a los cristianos ante
los tribunales de Nerón.
Ahora "nadando entre dos aguas", espera el momento de ver de qué lado se inclina
la- balanza; pero, reconocido ya como un
.
105
"judío" de la Revolución, no le queda más
recurso que unir su capital al de Pablo González y marchar juntos por la solitaria vereda de los réprobos.
o
El tiempo se encargará de dar a cada
quien lo suyo y entonces los hombres que no
capitularon merecerán un sitio de honor en
la conciencia nacional.
y mientras en México exista ese gobierno
de hipócritasl que no es en el fondo más que
una maffia de criminales, que bien pudieran hallarsel en el Alto Congo y no en
una hermosa nación de América, nuestro
bello país no podrá considerarse entre
las naciones civilizadas; porque no puede
aceptarse como gobierno, a un grupo de asesinos, que, a semejanza del dios Huitzilopochtli, gustan de sangre diaria y ven con
estólido placer las: convulsiones de sus víctjmas, como Pedro de Arbués veía el sangriento espectáculo deil Santo Oficio.
En una humilde tumba de tercera clase
del Cementerio de Dolores duerme su sueño eterno el Hombre patriota y sabio la
más alta figura nacionalista de México que,
atravesado por siete: balas disparadas en la
sombra, cayó para siempre, dej ando a la o
o
o
\
106
post eridad el ej emplo de su magna energía,
su amor patrio y su heroísmo. .
La labor nacionalista de Oarranza, su inMlensa la bol" pro México, es el más sólido
m onUlnento que, como un vigoroso ce:ntine:'
la, velará sobre su lecho de muerte mientras
de sus cenizas se levanta este grito: E xoriare
aliquis nostris ex ossibus ultor. Ante su
tumba orarán de hinojos los mexicanos honrados, imaginándose tal vez que los grandes
espíritus de Hidalgo, J uárez, Madero y Carranza, sabrán filtrarse en sus conciencias
para señalarles la ruta del deber.
Sobre el cadáver mancillado de Oarranza
el Obregonismo unido a la reacción, arroja
hoy un océano de calumnias, cubriéndolo de
insultos como Agamenón cubrió de oprobios al sacerdote de Apolo. Oarranza es
lapidado en México por boca del grupo mercenario que alimenta el gobierno, con la misma. injusticia con que en Atenas calumniaron a Fidías, apedrearon a Esquilo y envenenaron a Sócrates.
Carranza, condenado por justo como Arístedes, es más grande aureolado con el símbolo místico del martirio .
. . . y, mientras la justicia se hace, y
108
107
traidores se desploman el empuj e radical
de la Revolución, la Patria llora la desaparición de uno de sus más ilustres hijos, y la
América Latina, pone un crespón de luto en
su corazón martirizado.
La diosa Némesis aparece en las montañas de México; ya se ven las lanzas en alto
brillando al sol como pulipas espadas de
Toledo.
Obregón es el abismo: A byss~¿s a byss~¿?n
invocat.
•
CAPITULO XIV.
Cuando Victoriano Huerta asesinó cobardemente al Apóstol Madero, el mundo se estremeció de indignación y de todos loS' labioS' brotaron anatemas que condenaban el
crimen imperdonable y bárbaro del soldado
reaccionario y feroz.
Y, Victoriano HueTta es menos criminal
que Alvaro Obregón. Este soldado de ia
Dictadura Porfirista, asesinó a Madero caudillo de la revolución de 1910; Obregón soldado de la revolución, asesinó al Jefe de ella,
de quien había recibido el grado más alto que
puede obtenerse en el Ejército; traicionó al
amigo, al protector, al hombre patriota .y
bueno que lleno de ideales generosoS' y sublimes, quiso formar ciudadanos capaces de
colaborar en su obra regeneradora y justiciera, glorificando al pueblo que sangraba
•
110
doloroso y triste baj o la garra pretoriana,
•
como una víctima de la onda de Patroclo.
Huerta representante genuino de la reacción, tenía forzosamente que asestar el golpe: Madero era su enemigo político.
Por eso la figura del asesino de Madero,
aparece a nuestros ojos con ciertas atenuantes. Obregón no tiene una sola a su favor;
fué traidor; criminal, ingrato y ambicioso;
traicionó para usurpar el poder, su fanatismo por el sillón presidencial, fué inmenso, y con la misma inconsciencia conque ·un
sátiro puede caer sobre una provocativa belleza núbil, él cayó sobre el Presidente Carranza clavándole el puñal en las entrañas.
y en un concubinato inconcebible, marcharon él y Pablo Gonzá}ez a realizar la infamia más grande qu~ registra la historia.
Estos dos hombres que deben haberse esca pado de un círculo dantesco para cometer tamaña indignidad, sin medir las consecuencias de sus actos, en su locura pavorosa, corrompieron al Ejército, convirtiéndose de pronto en vulgares salteadores del
poder público como lo demostraron más tarde al luchar entre sÍ, para disputarse la silla
presidencial.
Obregón ofreció a Pablo González la pre-
111
sidencia provisional. El ordenaría al Oongreso que cumpliese su consigna, para recibir más tarde, mediante un carnavalesco simulacro de elecciones, el poder, de manos de
su compañero de infamjas.
y Pablo González, torpe en el campo de
batalla como en el de la política, sonrió satisfecho. i La Presidencia provisional! El
lo que que quería era ser Presidente, aunque fuese un minuto. Y aceptó.
. Obregón, por otro lado, ya tenía resuelto
su problema. Adolfo de la Huerta, su proxeneta favorito, debería ocupar la silla interinamente; su ofrecimiento a González no
era más que atole con el dedo; no se podía
fiar de aquel que traicionó a Zapata y a Oarranza éste me hace a mí lo mismo pensó,
e hizo que de la Huerta resultase electo.
Ouando Pablo González, vestido dé negro, se paseaba nerviosamente por el corredor de su casa en espera de la noticia estu- .
penda, el t'eléfono funcionó escandalosamente para comunicarle que la cosa había salido
mal, que lo habían engañado como a un chino, y que eso de la Presidencia era una
. quimera que se escapaba de sus manos.
Se indignó. Oelebró una com'e rencia con
sus generales y quiso sublevarse en la capital.
112
Pero Obregón contaba · ya con algunos
miles de yaquis. El General Calles acababa
de llegar de Sonora a marchas forzadas.
Entonces Pablo González, que. como todos
los traidores es cobarde, cambió de parecer
y lanzó un manifiesto, diciendo que se retiraba de la política sacrificando sus aspiraciones personales en nombre de la Patria.
Unos días después sus partidarios,
por orden suya, se levantaban en el Norte ·
de la República y el General Irineo Villareal atacaba Monterrey al grito de: ¡ Mueran
16s traidores! ¡ Qué ironía!
Irineo Villareal atacó eS1a plaza con el deliberado propósito de recoger a su Jefe que
desde la salida de la Capital vivía en Monterrey; pero Pablo González no abandonó
su casa y dejando en ridículo a sus partidarios que tuvieron que internarse a la Sierra,
fué aprehendido después del combate por
fuerzas de Obregón en un sótano que le dió
albergue durante sus horas de pavor y de
angustia.
Llevado ante un Consejo de Guerra, próximo a ser sentenciado a la Pena de Muerte, la Secretaría de Guerra ordenó telegrá~
ficamente su libertad: NO VALlA LA PE•
•
113
NA PABLO GONZALEZ DE SER PASADO POR LAS ARMAS.
Una vez en libertad, celebró en su residencia un regio baile, sin comprender que
el telegrama que le cerraba las puertas de la
tumba acababa de abrirle las puertas del ridículo. i Ay! .Horrible fosa, cuya profundidad es insondable.
y bailó . aquella noche entre taponazos de
Champaña, luciendo su flamante uniforme
de divisionario, arrastrando por los salones
de su casa su espada enlodada y quitándose
las negras antiparras que cubren sus ojos
siniestros de jabalí lujurioso, para contemplar feliz y satisfecho las· rutilantes luces de
la araña de su sala, cuya cadena parecía estremecerse de placer a la sola ilusión de
comprimir su cuello, viéndolo oscilar más
tarde en un estertor agónico.
Pablo González creyó que el "Manco" no
lo fusilaba porque le teñía miedo, y entonces se dirigió a Laredo, Texas, con el propósito de organizar una revuelta.
Buscó la ayuda de algunos extranj eros
y acudió a un S'eñor italiano de apellido
Bruni, cacique de ese puerto norteamericano, que gusta de entrar en toda clase de negocios, y de acuerdo con un Abogado que ac-
114
tualmente desempeña un alto puesto oficial,
llamado J ohn A. Valls, empezó a introducir
al territorio mexicano cartuchos y rifles,
ofreciéndoles en cambio de la ayuda prestada, algunas concesiones que proporcionarían a sus' amigos unos cuantos milloncitos.
El italiano y el yankee, dueños y señores
de Laredo, Texas, en donde están acostumbrados a cometer toda clase de atropellos,
prestaron su ayuda material y moral.
Pero nadie siguió a · González y éste movimjento revolucionario fracasó.
Permitidme que me ocupe un poco del
.Abogado Valls.
Este señor, lleva cerca de quince años coupando un puesto de elección popular. Tiene
la magnífica costumbre de meter a la Cárcel a todo aquel que por su cara no le resulta sjmpático el día en que aluanece de mal
humor (nunca está "contento); jamás se le
ha visto en un teatro o en una reunión; .se
pasa las horas enteras en su despacho de la
Corte recibiendo visitas de damas que son _
las únicas que soporta su enorme neurastenia; usa una pistola calibre cuarenta y cuatro que fácilmente se confunde por sus m.
,
.
menSlones con un canon, y Slen1pr e que va a
comer en un resta urant, extrayéndola de
~
115
su bolsillo trasero, la coloca sobre la mesa,
aparatosamente.
Una noche me lo encontré hablando con
Pablo González en un jardín solitario.
Supongo que al pasar junto a ellos, González, que es muy intrigante, le d.i jo quien
era yo, agregándole en contra mía algo de
su cosecha, y Valls se guardó la píldora para
arrojármela en la primera oportunidad.
Al día siguiente se presentaron en mi Hotel, sus dos sabuesos favoritos, que con notorios deseos de esposarme me llevaron a su
•
•
presencIa.
El lenguaje de los carretoneros resulta
.pulcro comparado con el léxico florido de
esta personalidad yankee. Nunca pude imaginarme hallar una persona que fuese tan
pintoresca en su modo de expresarse. Quedé encantado.
Después de un torrencial aguacero de adjetivos indecentes, capaces de hacer ruborizar a los moradores de un Cuartel, me señaló un retrato del General Díaz, cubierto
de medallas, que descansaba sobre su escritorio.
-¡ Este fué el gran honlbre! me dij 0 ¡ treinta y tres años de gobernante! ¡ treinta
y tres años de poder!
l
116
\E l lleva quince siendo un Czar en Laredo, Texas; con razón vene.ra la memoria de
Díaz ...
CAPITULO XV.
Todos los déspotas destrozan el Derecho
y corrompen la Prensa comprando elogios
y alimentando cacatúas que pronuncian sus
nombres entre una nube de alabanzas.
Todos los déspotas tienen la osadía ' de
creerse ungidos por los hados para tiranizar los pueblos y, en sus crímenes, no ven
la Libertad que solloza ni el Derecho que
clama ni la Patria que gime. ¡ Todos son
iguales! . Así sean dementes como Calígula,
estólidos como Cla udio, tremendos como
Nerón, bárbaros como el Papa Borgia, feroces como Porfirio Díaz, crueles como
Huerta, o pedantes y asesinos como Alvaro
Obregón.
Gritar todos los días contra las iniquidades es el deber de los escritores libres que
118
nos henl0s impuesto la sagrada tarea de
combatir la maldad.
El actual gobierno de México es usurpador, ilegal y tirano. Oombatirlo es un deber patrio, puesto que la Patria, en manos
de esos hombres, es "una res destinada al
matadero.' ,
El actual gobierno de México debe desaparecer, como desaparecen las embarcaciones cuando . el mar las hunde para siempre
en sus profundidades insondables.
Hay que acabar con lo espúreo; necesitamos todo el veneno de los 'B orgias para exterminar al monstruo, y, como David, debemos
cortar la cabeza al gigante del crimen que
tiene amenazado al país. .
En México nos hemos acostumbrado a
matar Presidentes como Gaona mata toros:
de una estocada. Y es necesario que eso se
acabe.
.
Ayer asesinaron a Madero y hoy asesinaron a Carranza, Presidentes constitucionales. Y si no castigamos a los asesinos
se va a llegar a la conclusión de que matar
a un Presidente es un timbre de gloria.
El crimen cometido con el Apóstol Madero ha quedado impune. ~ Dejaremos también sin castigo el de Carranza ~ ~ Permi-
119
tiremos que un Procusto lleve sobre su pechera el sagrado emblema de la Patria f
¡ Ah! Al ver un día el retrato de Obregón
mostrando sobre su pecho la banda presidencial, me pareció que el águila furiosa
quería desprenderse de ella para arrancársela a picotazos,
dejando
en
su
lugar
la
víbo.
ra que n eva en sus garras.
Mientras tant0 diré yo, hablando de los
usurpadores de nii Patria, las frases siniestras de Marat a Robespierre y a Dantón:
"Se oS' cerrarán todas las puertas, menos la
del sepulcro."
CAPITULO XV1.
Yo, como escritor libre, no puedo aceptar
la entronización del crimen en mi patria. .
Enmudecer ante él, es declararme cómplice del grupo militarista que ha conculcado
los derechos de mi pueblo.
La bandera nacional ha sido colocada por
un grupo de escatófilos sobre un Presepio
lleno de trigonocéfalos.
Alvaro Obregón insultante y contumelioso, en su loco afán de sostenerse en el poder,
traieiona los principios revolucionarios que
en otras épocas defendió tenazmente.
Diez años de luchas y de cruentos sacrificios están próximos a pecrderse por la am·bición de este hombre fatal y arbitrario,
cargado de instintos predatorios.
Querido Moheno, Francisco Bulnes', etc.,
atacan diariamente en los periódicos.gobier-
122
nistas las conquistas revolucionarias; reacc~onarios connotados entran y salen de los
salones de Palacio amparados y protegidos
por los actuales legisladores, con quienes
viven en repugnante maridaje. ~ .
Estos enemigos del pueblo combaten a la
revolución dentro de la revolución, como el
icneumón que devora el corazón del caimán.
En el águila de mis altanerías vuelo
sobre las veredas de Helicona y derramo como una lluvia de centellas mis cantos de rebelión.
"Frente a la tiranía no hay más que dos
caminos: matarla, como Bruto; o denunciar~
la, como H ugo ' " ha dicho el gran iconoclasta
del siglo.
Yo, cUlnplo con denunciarla.
,
JUSTICIA
•
, ¡Verdugos, continuad! iSed irnplacables!
¡JIultiplicad ultrajes y torrnentos!
¡Conquistad una ctureola de ignominia
para ornar v~{¡estra frente de protervos!
'q ue en tanto yo, con la conciencia pura,
sin rnanchct ni r'l¿bor, tengo el derecho
de exhibir vuestra infarnic{¡ en 1nis estrofas
y esc~{¡piros la faz con ·rni desprecio.
JUAN SARABIA.
Yo no puedo callar cuctndo hay un grupo
de cobardes traidores que en mi pcdria,
están pasando encinta de las leyes
beodos de cinismos y de infamias.
Yo no puedo callar ant,e los crímenes,
tampoco callcw p~{¡edo ante la farsa,
y levanto mi frase con~o ~{¡n látigo
124
para azotar de aquéllos las espaldas
como Cristo azotó a los mercaderes
que ;e:l Templo-de Judea profanaban.
En México hay un fárrago de crímenes
y se halla la verdad sacrificada;
sólo impera la voz de los traidores
. silvando como vívora enjaulada.
Obregón: nuevo Orestes parricida,
todo pomposidad y petulancia;
ya se acerca el momento de que pagues, •
¡miserable! tus múltiples infamias.
Tú que llamaste a México: cobarde,
y de honor y pureza blasonabas,
ya v,erás como castiga el pueblo
a los falsarios como tú, ¡canalla!
•
•
•
,
¿ Tú no sabes que el pueblo te detesta,
,
que odia acerbamente a tu comparsa?
Y jugar con el pueblo es un peligro,
¡el pueblo es dinamita! ¡El pueblo esta}la!
.
El pueblo es un volcán, que cttando ruge,
derrama por el Qráter de sus ansias,
la lava ardiente de sus idealismos
y el torrente brutal de su venganza;
el pueblo es huracán cuando se agita, .
feroz oceano cuando se levanta,
y sus iras derrurnban monarquías
sepulta solios y destroza espadas.
•
125
Espera a que las iras populares
levanten el pendón de la revancha;
el Divino Maestro ya lo ha dicho:
A HIERRO MUERE QUIEN A HIERRO MATA.
¡ As ~sinos! La patria está clamando
justicia, y, la justicia avanza;
hay de aquellos que intenten obsecados,
en sangre ahogar sus redenciones santas.
Vosotros, calu1nniadores de los leales,
q'lte premiásteis de H errero las hazañas; (1)
vosotros, que ungisteis a Obregón
con el manto sangriento de la farsa;
vosotros, que derrumbásteis la pureza
y rompísteis la Ley como una estatua;
vosotros, miserables 1 scariotes
que tenéis la conciencia de piratas,
que alzásteis un altar a la perfidia,
que alzásteis 1,tn altar a la asonada,
y de.spués exhibísteis vuestro crimen
como si el crimen fuese una medalla,
h1,tndiendo en las mazmorras de Santiago
a los hombres de honor, que con su espada,
Por orden expresa de Obregón le fueron entregados a Rodolfo H errero cincuenta mil pesos, en recompensa de su
trai ción y su crimen. De esa manera, premia el actual usurpador de la Presid encia de México a su cómplice.
Hay que hacer constar que Herrero, a quien aparentemente
se dió de baja del escalafón del Ejército, conserva aún su grado
militar , encontrándose con tropas a su mando en el cantón de
Papantla, del E stado de Veracruz.
126
enhiestos y valietes estuvieron
del lado refulgente de Carranza;
vosotros, bandoleros de camino,
vosotros que pusísteis en subasta
el honor militar, sin importaros
la gran tribulación de nuestra patria;
vosotros, 1nercenarios de la idea,
procesión de Arlequines y de sátrapas,
evocadores
de las noches negras
,
de las .negras orgías neronianas;
vosotros, descendeis de los esbirros
del hozco y sanguinario Torquemada.
y pues lleváis, icobardes!, la ponzoña
dolorosa, de las abejas de Tesalia,
y un virus derra1náis de felonía
y engendráis el desastre y la borrasca,
el pueblo, como un ángel de exterminio
(¿parece inflexible con su espada,
iya sabéis que es un ?nar incontenible
que levanta a su paso barriCadas!
Vosotros, que al pasar dejais un rastro
pútrido y pestilente por sus miasmas,
y arrastrais la verdad como 1,¿n harapo
y os asustais del vuelo de las águilas,
siguiendo a Mesalina en S'ltS orgías
y sig'ltiendo a Nerón en sus escándalos,
doblando la rodilla ante la piedra
negrc¿, como la noche, de Heliogábalo,
127
hoy vais a ver un pueblo de gigantes
descendiente del pueblo de los Gracos,
levantar al conjuro de sus gritos
para cada TRAIDOR, un gran cadalso,
y hacer con vuestros hórridos puñales
unido al polvo vil de vuestros cráneos,
~tna masa viscosa y repugnante
que eternamente cubra como asfalto,
vuestros nombres de estúpidos' verdugos,
vuestra cobarde historia de lacayos,
y la obscena impudicia que produce
la cloaca infernal de vuestros labios .
•
Ya suenan las fanfarrias del combate;
ya se esgrimen las flechas y los arcos;
¡abajo los traidores!, dice un grito,
y el ln¿eblo todo le contesta,: ¡abajo!
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