Publicado en: http://www.palmiguia.com/opinion/tribuna/274-ese-palimpsesto-quees-america-latina Ese palimpsesto que es América Latina Publicado el Domingo, 07 Abril 2013 18:49 Escrito por Carlos Eduardo Maldonado Compartir M e g u s t a 3 Enviar Twittear 1 Esta página ha sido compartida 1 veces. Ver estos Tweets. 1 Compartir Si Rusia es el país más grande del mundo, si la China es el que más población tiene, y otros datos semejantes, el "país" culturalmente más grande del mundo es la América Latina. Decía Hegel, hablando —no sin ironía o sarcasmo— de Norteamérica, es decir, de los Estados Unidos, que hay países que tienen más geografía que historia —un contraste fuerte cuando se habla de Europa en general—. Hegel, que de historia algo sabía. Pues bien, entre las numerosas desventajas que tiene América Latina ante el mundo, uno claro, que de tanto en tanto ha sido puesto sobre la palestra, es el de su enorme tamaño. Ciertamente, si Rusia es el país más grande del mundo, si la China es el que más población tiene, y otros datos semejantes, el "país" culturalmente más grande del mundo es la América Latina. Luego del tratado de Tordesillas de 1494, cuando se reparte al Nuevo Mundo, el destino —tanto para bien como para mal de Latinoamérica— quedó trazado. Un notable historiador (de las ideas) como J. Barzun lo ha dejado ya en claro hace tiempo: "Europa es una península que se cree un continente". No hay verdad más cierta. Estrictamente hablando, Europa es la península de Asia, pero se asume a sí misma —otro rasgo del "eurocentrismo"— como un continente. (Entre paréntesis: se ha enseñado tradicionalmente que los continentes son cinco: América, África, Europa, Asia y Oceanía. Pero esa lectura es estrictamente una invención de los europeos. Porque lo cierto es que, en esta línea de análisis, Europa no es más que una parte del Asia. La geografía, como la historia, requiere constantemente ser re–escrita). La unidad de América Latina es ante todo cultural. Supuesta la riqueza cultural de antes del Descubrimiento y la Conquista, nuestra América —esa expresión tan cara ante la prosa y el verso de J. Martí—, compartimos un mismo idioma —esto es, leemos al universo bajo una misma gramática y un mismo léxico—, y hemos compartido una historia que ha sido magistralmente narrada por autores como T. Halperin Donghi o E. Galeano, entre muchos otros. América Latina es un enorme continente, más que geográfico, cultural. Sin ambages, culturalmente hablando, nuestra América es el mayor continente del mundo. Sí, tenemos más geografía que historia, pero por encima de la geografía tenemos más cultura aún. No uniforme ni unívoca, sino, literalmente, como la variación (musical) sobre un mismo tema. Y ahí comienza parte de la desgracias. Todos —unos más otros menos; pero finalmente todos— los países de Latinoamérica son y han sido centralistas. Un rezago de la España, siempre medieval, que jamás conoció ese rasgo de inteligencia que es la administración pública inventada por los franceses; los cuales, a pesar de su dolida París, logran ser los primeros en el hemisferio occidental en balancear centralismo con descentralización. La consecuencia más inmediata de este hecho es que nos desconocemos ampliamente a escala nacional y como países y continente disfrutamos un amplio desconocimiento recíproco. Poco sabemos de la enorme —¡enorme!— riqueza cultural: académica, etnográfica, antropológica, social, artística —y otras— que se produce, que bulle constantemente, en un lugar y en otro. Cualquiera podría creer que se trata de una estrategia política; así como "ignoraos entre vosotros mismos, porque la información y el conocimiento los pueden hacer peligrosos" [= para "nosotros"] (= "ellos"). Las enormes distancias y la riqueza y geografía física han jugado en contra nuestro. Esto, aunado a la dependencia cultural, ideológica y política de otras fuentes, nos han convertido en simples receptores o máximo en embajadores (ad hoc) de otros pensamientos. Sin atrevernos a pensar y a conocer el pensamiento propio. El pensamiento, que es una sola y misma cosa con la vida misma. Definitivamente, la historia cultural de América Latina ha sido la de un palimpsesto. Y en este caso no se trata, en absoluto, de un cumplido. Es nuestro karma, en el sentido popular de la palabra. El llamado a conocernos ha sido acusado tradicionalmente de subversivo. Porque ha sido propuesto por conciencias tan lúcidas y distintas como A. Reyes, Vasconcelos, J. L. Romero, J. Mariátegui, G. Arciniegas, O. Paz, E. Martínez Estrada, para mencionar tan solo unos pocos. Y se ha acogido mejor el ser adaptador, traductor o embajador de lecturas a las que les falta la antropología, cuando menos. El sentido de las costumbres: un concepto eminentemente interdisciplinario. La lectura tradicional y dominante quiere hacer creer que la historia, la sociedad, la cultura de América Latina puede ser vista y leída indistintamente de Argentina y Chile hasta México pasando por los Andes, el Caribe y Centroamérica, y luego nuevamente de vuelta. Todo como una unidad indiferenciada. Esa lectura olvida que, por el contrario, en el concepto mismo de cultura está marcado el concepto y la experiencia de diferencia. De suerte que lo que aparece como unidad indivisa —marcada quizás por la lengua—, es en realidad una gama de tonos ricos y diversos, de matices y policromía, en fin, de giros, particularidades y experiencias que cuando se conjugan armónicamente producen una inmensa promesa, una gran esperanza. Claro, a condición de que de verdad se las conozca. Que es, exactamente de lo que se trata. De manera que sí: el conocimiento de América por sí misma tiene una impronta política, científica, social y cultural: pero además (y seguramente: de manera principal) política. Se trata, cabe sugerir, de una política de la diferencia. Mao solía decir —y le gustaba repetir— que cuando la China despertara, si todos los chinos pateaban al unísono se movería el planeta. Que es, exactamente, lo que está sucediendo. La China constituye, hoy por hoy, al lado de Brasil, la India y Rusia, las grandes promesas del planeta. Cabe conjeturar: ¿qué pasaría si América Latina despierta? Y no, como en Mao, patea al planeta, pero canta en coro, o danza en grupo. Con seguridad el destino del planeta puede ser distinto. Con una salvedad: que cabe entonces pensar en procesos de armonía con otras regiones, culturas y sociedades. África: inmenso continente. El mundo árabe, que fue siempre una reserva cultural y permaneció como un misterio. Y sí: con los países CIVETS (acrónimo para Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turkía y Suráfrica), los países llamados "águila" (Brasil, Indonesia, Corea, Rusia, México, Egipto, Turquía y Taiwan), y con el otro conjunto: los países nido (Tailandia, Nigeria, Polonia, Colombia, Sudáfrica, Malasia, Vietnam, Bangladesh, Argentina, Perú y Filipinas). Si estamos asistiendo a una reconfiguración de la geopolítica —y no detrás suyo, sugiero, de la biopolítica (lo cual constituye un tema aparte)—, ello no se debe única ni principalmente a los gobiernos, los Estados, los regímenes y sistemas políticos. Sino, además y fundamentalmente, a las culturas de esos pueblos. ¿La cultura? El otro polo de la política.