JORNADAS ACADÉMICAS “LOS OPOSITORES AL PERONISMO, 1946-1955” Centro de Historia Política – Escuela de Política y Gobierno – Universidad Nacional de San Martín 23 de abril de 2010 “Avatares de la intelectualidad de izquierda en la Argentina: de la Alianza Nacional Antifascista al Congreso Argentino de la Cultura, 1945-1955” Ricardo Pasolini (CONICET-IEHS) Introducción En diciembre de 1962, un suplemento en homenaje al artista plástico Juan Carlos Castagnino editado por la revista Hoy en la cultura, activaba desde sus páginas un llamado a la conformación de una gran Alianza de Intelectuales. El propósito tomaba como motivo inicial la edición que EUDEBA había hecho recientemente del poema Martín Fierro acompañado por las ilustraciones de Castagnino, y del que se habían vendido setenta mil ejemplares. Pero servía también para mostrar la amplitud del abanico ideológico pretendido para esa potencial alianza que reconocía un antecedente cercano: la Unión de Escritores creada en 1961 bajo inspiración de intelectuales ligados al Partido Comunista. Por ello, desde un espacio de la sociabilidad intelectual comunista como lo era Hoy en la cultura se incluían las propuestas cuasi metafísicas del filósofo Carlos Astrada, que para esa época había arribado desde su lectura inicial de Heidegger a la concepción dialéctica del marxismo, pero a quien los comunistas locales habían considerado en 1942 como un nazi vernáculo.1 Astrada proponía allí una asociación entre pueblo y gauchaje, o mejor entre gauchaje y argentinidad no como una visión del pasado sino como esencia intemporal de lo argentino, cuyo epítome lo representa la figura de Martín Fierro, ideas ya presentes en su libro El mito gaucho de 19452. De algún modo, esas ideas se acercaban desde las conclusiones a las que postulaba el propio Castagnino en su discurso de agradecimiento, pues también él vinculaba al gaucho con el pueblo, pero esta vez una imagen clasista es la que articulaba su argumento, porque al desposeído del pasado en chiripá y botas de potro se le encarnaba tanto la figura del chacarero empobrecido como aquel más actual vestido con overall proletario. Si para Astrada Fierro como gaucho errante era una metáfora del fracaso argentino, para Castagnino, el gaucho encarna las diferentes formas en que se expresa la clase. De este modo, una línea de continuidad ligaba al primero con el último (al gaucho 1 2 Elsa Alba, “La ideología nazi del profesor Astrada”, Orientación, Buenos Aires, 15 de octubre de 1942. Carlos Astrada, “Una toma de conciencia”, Hoy en la cultura, Buenos Aires, Suplemento, Diciembre 1962, pp. 3-4. con el obrero pasando por el pequeño campesino), porque se trataba de un mismo proceso histórico, donde a las angustias y sufrimientos interiores se le agregaba el influjo exterior de leyes represivas, mandos, decretos y levas.3 Claro que desde su matriz ideológica identitaria, esta operación recurría a filiaciones conocidas desde que hacia mediados de los años ’30 Aníbal Ponce postulara una genealogía del marxismo local con la tradición de Mayo. Por ello Castagnino utilizaba en sus argumentos tanto a Alberdi como a Ingenieros, tanto a Romain Rolland como al propio Ponce4, es decir, los íconos intelectuales de esa tradición. Pero introducía un elemento novedoso en esa matriz como lo era el elogio de Martín Fierro, y más aún, una referencia a José Hernández como poeta militante que sin duda hubiera estado ausente cuando se cristalizó esa genealogía, más cercana a la exaltación de Sarmiento y el pasado liberal argentino. Así y todo, si un corrimiento ideológico se estaba produciendo en esa celebración martínfierril, el recurso al tópico de la unión de los intelectuales no hacía más que actualizar en las formas una táctica de acción en el campo de la cultura que se había iniciado hacia 1935 con la creación de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (A.I.A.P.E.), y cuyos motivos recorrerán gran parte de la sensibilidad política de los escritores comunistas o de los numerosos compañeros de ruta que se integraron a ella desde la década de 1930 hasta al menos mediados de la década de 1950. Hablo de sensibilidad política en el sentido en que lo expone Jean-François Sirinelli en su estudio sobre los manifiestos intelectuales en la Francia del siglo XX. Esto es, un conjunto de nociones, ideas fuerza que movilizan y animan la acción política de quienes las sostienen, componiendo así gran parte de sus elementos identitarios. Al decir de este autor, una noción de la política que se mueve entre las ideas, las culturas y las mentalidades.5 Para los intelectuales que inicialmente se habían socializado en la experiencia antifascista representada por la A.I.A.P.E. (1935-1943), el advenimiento del golpe militar de junio de 1943 supuso un encuentro con la realidad beligerante del enemigo político que habían construido desde mediados de la década del ’30. No es que durante los gobiernos de Justo y de Ortiz las persecuciones estuvieran ausentes, pero no es menos cierto que había durante ese período un margen –aunque mínimo- para la acción política y cultural de estos intelectuales, que la revolución del ’43 clausuró de inmediato. Por otra parte, más allá de la infinitamente declamada asociación entre estos gobiernos y fascismo, pocos eran los que creían verdaderamente en un proceso de fascistización de la sociedad desde el poder, de modo que aunque la retórica antifascista servía para aglutinar afectividades que en su componente mayor se dirigían a concientizar sobre la implicancia de los fenómenos europeos –primero la Guerra Civil Española, luego la Segunda Guerra Mundial-, al nivel local el antifascismo aunque potente se presentaba circunscripto a algunos grupos políticos y espacios culturales. Sin embargo, los hechos de 1943 traducirán en la escena local la concreción de una amenaza que se venía anunciando desde hacía tiempo atrás. De algún modo, los intelectuales de la A.I.A.P.E. consideraron esperable el desenlace abrupto del gobierno fraudulento de Ramón Castillo, pero con ello albergaron la esperanza de instalar de lleno la 3 Juan Carlos Castagnino, “Forjar la Alianza de Intelectuales”, Hoy en la cultura, op. cit., pp. 4-8. Ricardo Pasolini, “„Scribere in eos qui possunt proscribere‟. Consideraciones sobre intelectuales y prensa antifascista en Buenos Aires y París durante la entreguerra”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 12, 2008, passim. 5 Jean-François Sirinelli, Intellectuels et passions françaises. Manifestes et petitions au XXe siècle, Paris, Gallimard, 1990, pp. 17 y ss. 4 vigencia de la Constitución Nacional, al tiempo que la extensión del tópico de la defensa de la cultura se tradujera en el ejercicio pleno de la libertad, en la que la participación del pueblo –categoría sin definir- aparecía como el elemento mayor de la ansiada legitimidad política.6 Sin embargo, para ellos el resultado significó la clausura de la entidad, y la persecución y encarcelamiento de muchos de sus integrantes, vinculados como estaban en su mayoría a la esfera cultural del Partido Comunista Argentino. De modo que la AIAPE cierra una etapa como espacio de sociabilidad cultural con los sucesos de 1943, mientras se produce el tránsito de estos intelectuales, por un lado, hacia cuarteles de invierno, hacia una suerte de desaparición de la vida pública en el mejor de los casos, o hacia el exilio en Uruguay, en otros, tal el ejemplo de Héctor P. Agosti. Pero también, más allá del clima represivo, se afianzan las posiciones ideológicas, y muchos de los que se encontraban en la esfera de influencia del PCA –casi un oxímoron- terminan perteneciendo a sus filas de una manera más orgánica, tal vez porque el partido a pesar de todo se transformaba en una especie de refugio. El semanario El Patriota o la llamada a la Alianza Nacional Antifascista Recién hacia el mes de abril de 1945 se advierte una recuperación del núcleo asociativo inicial, a partir de la puesta en marcha del semanario El Patriota. Dirigida por el escritor Álvaro Yunque (seudónimo de Arístides Gandolfi Herrero) –para esta época ferviente defensor del comunismo luego del anarquismo de su juventud-, la publicación adquiere desde el inicio un carácter fuertemente beligerante y opositor del gobierno militar. Entre los ejes de su acción militante, El Patriota expresa el deseo político de constitución de una gran alianza nacional antifascista, y de algún modo, antecede en la propuesta a la constitución de la Unión Democrática, más allá de que acompañará este proyecto desde sus páginas. Se trata de una alianza que se inspira en la modalidad frentista que se viene implementando desde 1935, con el VII Congreso de la Internacional Comunista, y que no excluye la integración “de las más diversas convicciones políticas y religiosas; ora conservadores, ora socialistas, ora comunistas, ya católicos, ya liberales”.7 La publicación evalúa que en todos los campos de la vida política se está arribando desde el gobierno a la instalación de un modelo corporativo. Por un lado se advierte sobre la fascistización de los espacios de producción y acción cultural, tales como la Biblioteca Nacional con la figura de Gustavo Martínez Zuviría en su dirección, y el Instituto Secundario de Profesorado, donde se ha querido instalar en el rectorado al intelectual católico Jordán Bruno Genta, quien se ha visto rechazado en el momento de su asunción por la acción estudiantil, al grito de “¡Sarmiento, sí! ¡Rosas, no!”.8 Otra figura criticada esta vez en el ámbito universitario, es Diego Luis Molinari, a quien no sólo se le endilga la defensa del rosismo, sino también una fuerte filiación con el nazismo, más allá de que – como se señala- “se quiso hacer pasar por radical”. Se indica como preocupación que en el Consejo Nacional de Educación se encuentren en los cargos directivos reconocidos 6 Nueva Gaceta, N° 24, junio de 1943. “Nuestro nombre”, El Patriota (Toda la nación unida para aplastar al nazismo), Año 1, N° 1, Buenos Aires, 7 de abril de 1945. 8 “Exige el estudiantado la expulsión de Genta”, ibid. 7 “nacionalistas” con simpatías pro Eje, que han promovido la cesantía y exoneración de sus cargos de más de 100 maestros. Por otro lado, se señala con énfasis la existencia de agentes nazis en el país y sus cómplices locales, y se reclama ante ello se los coloque en la cárcel. Claro que aquí juega un elemento fundamental que es el contexto internacional del conflicto bélico, evaluado por estos intelectuales como guerra internacional antifascista desde que Alemania invadiera la URSS en 1941. Pero también se apunta que es desde Argentina donde se organizan las actividades de espionaje nazi realizadas en Chile, Uruguay y otros tantos países americanos. En este marco, El Patriota exalta la función de la Junta de la Victoria, y el papel de la mujer en la lucha antifascista en una operación simbólica que liga maternidad y argentinidad, con antifascismo y celebración de las mujeres españolas que dieron su vida y su lucha en la Guerra Civil.9 De modo que El Patriota es el portavoz de una pretendida alianza que desea instalar en el país la vigencia plena de la Constitución Nacional, y reclama la derogación del estado de sitio; la libertad de todos los sindicatos y de los presos políticos; la libertad de expresión y el llamado inmediato a elecciones.10 Incluso llega a publicar la nómina de más de 200 “presos antifascistas”, indicando la nacionalidad, la edad, el lugar de detención y si fue sometido a torturas. Pero sin duda, es la acción en la liberación del secretario del gremio de la carne, José Peter, del dirigente comunista Juan José Real, y del director de Orientación, Ernesto Giudice, lo que mueve gran parte de las intenciones de la publicación. El momento de énfasis crítico hacia el gobierno por parte de El Patriota estará signado por la derrota del Eje, y el llamamiento imperativo para la constitución de la Unión Nacional Antifascista que acelere la tan ansiada victoria, y desde entonces se advierte una fuerte sintonía entre la publicación y la conformación de la Unión Democrática, no sólo porque se la promueve en términos editoriales, sino también porque quienes se presentan como potenciales aliados asumirán su lugar en la páginas en tanto colaboradores.11 Pero al mismo tiempo la redacción del semanario es allanada, su editor, Álvaro Yunque, es encarcelado y prontamente negocia su partida al exilio en Montevideo.12 Y otro tanto sucede con el diagramador, Teófilo Quintana, y con Raúl Larra, responsable de la sección literaria de El Patriota, y miembro, al igual que Yunque, de la última versión de la comisión directiva de la A.I.A.P.E.13 Para julio de 1945, estos últimos son puestos en libertad, en parte por las acciones de presión que se han establecido desde la SADE, la Asociación de Periodistas y las empresas editoriales. Sin embargo, esto no obsta para que El Patriota continúe con su política de denuncia de la persecución y encarcelamiento de dirigentes políticos, culturales y obreros antifascistas. Por supuesto, la promesa de legalización de las actividades del Partido Comunista por parte del Ministro del Interior, contraalmirante Teisaire, en 1° de agosto de 1945, adquiere en las páginas de El Patriota un lugar relevante, lo que prontamente lleva a una fuerte 9 “Queremos luchar contra el nazismo porque somos mujeres, es decir, madres, y porque somos argentinas”, El Patriota, Año 1, N° 2, Buenos Aires, abril 14 de 1945. 10 El Patriota, N° 1, op. cit. 11 El Patriota, N° 6, 12 de mayo de 1945 y N° 13, con las colaboraciones de Américo Ghioldi y Juan José Díaz Arana. Sánchez Viamonte y Emilio Ravignani participarán en el número 15° del 13 de julio de 1945, y Nicolás Repetto y el ex senador Héctor González Iramain, entre otros, lo harán en los números siguientes. 12 Entrevista del autor con Adalbo Gandolfi (hijo de Yunque), abril de 2009. 13 El Patriota, N° 12, 22 de junio de 1945. asociación entre las propuestas de la publicación y las del partido mismo,14 alcanzando más un visibilidad semántica que política, pues se resume en la Unión Democrática el ideal de agrupación que sellará la alianza antifascista. Y ello se evidencia en el acto masivo realizado el 16 de agosto de 1945 por la Unión Obrera local, que contó con la participación de los dirigentes de los partidos implicados en la pretendida alianza (en ese momento, la UCR, el Partido Socialista, el Comunista, el Demócrata Nacional y el Demócrata Progresista). Junto a la exaltación del fervor antinazi que se expresó en el acto, El Patriota nombra por primera vez en sus páginas al Coronel Perón, señalando que su figura representa el otro polo de la lucha política, y que la consigna “Viva Perón”, es la bandera del “nazionalismo desatado”, compuesto por “bandas de asesinos y de hampones”.15 A la semana siguiente, regresan gran parte de los exiliados en Montevideo, entre ellos, Aguirre Cámara; Rodolfo Ghioldi; Rodolfo Araoz Alfaro; Héctor P. Agosti, Julio A. Noble, y Álvaro Yunque, entre otros. Y El Patriota lo celebra alentando también la constitución de la Junta de Coordinación Democrática, que será la encargada de dialogar con las dirigencias partidarias para que se materialice la unidad. La evaluación que el semanario hace de su labor en pro de la concreción de esa alianza es sumamente positiva, pero advierte que los momentos políticos que se abren son insuficientes para ser abordados en la página semanal. Y así, la dirección de El Patriota decide cerrar el semanario, al tiempo que se reabre la publicación comunista La Hora, en formato diario, la que había sido clausurada el 6 de junio de 1943. Como en una carrera de relevos, La Hora reemplazará a El Patriota, con la dirección del recién llegado dirigente Rodolfo Ghioldi,16 expresando de este modo el tránsito de la ilegalidad a la legalidad de la acción partidaria, y el lugar que sus intelectuales jugaron en él. Así todo, otras publicaciones más propiamente culturales, como la revista mensual Latitud publicada durante el año 1945, también aglutinaron a antiguos integrantes de la A.I.A.P.E., como Emilio Troise, Jorge Thénon, Antonio Berni, Gregorio Bermann, y otros. Y también allí, aunque menos explícito, se sutilizó la adhesión a la lucha antifascista mediante la celebración, por un lado, de los intelectuales europeos que aparecían como lo más granado de ese combate, sobre todo Romain Rolland y Louis Aragon. Mientras que por otro lado, se reconoció en el pasado liberal argentino, la matriz de la verdadera tradición política en la que debían reconocerse. Una operación de reconocimiento de la nación que la AIAPE venía realizando desde 1935.17 Silencio local y perspectiva internacional La derrota de la Unión Democrática en febrero de 1946 se tradujo en un cambio de percepción del peronismo por parte de los dirigentes e intelectuales comunistas, que en algunos casos, como en el de Rodolfo Puiggrós, significaron una adhesión al nuevo movimiento político que lo condujo a la expulsión de las filas partidarias. Sin embargo, el Partido Comunista desterró prontamente la consigna de “naziperonismo” con que había caracterizado al movimiento, y alentó el reconocimiento de la legalidad del gobierno surgido de las elecciones, al tiempo, que estableció la consigna del Frente de la Liberación Nacional y Social, la cual significaba el ideal de constituir también 14 El Patriota, N° 18, 3 de agosto de 1945. “¡Es el pueblo!..., El Patriota, N° 20, 17 de agosto de 1945. 16 “La despedida de un combatiente que se apresta para nuevas batallas”, El Patriota, N° 24, 14 de septiembre de 1945. 17 Latitud, Buenos Aires, abril-septiembre de 1945, números I a VI. 15 una alianza entre las diferentes fuerzas peronistas o antiperonistas, que estuvieran de acuerdo con la justicia social y la prosperidad nacional. Como señala Carlos Altamirano, “este giro táctico iba acompañado de la creencia, común desde entonces en los partidos de izquierda, de que entre la base obrera y popular del peronismo y su núcleo dirigente había una contradicción que tarde o temprano terminaría por expresarse”.18 De este modo, el Partido optó por la alternativa de apoyar lo positivo y criticar lo negativo del nuevo gobierno de acuerdo a ese esquema inicial, hasta que hacia 1949 retomó su percepción del peronismo como fascismo, al evaluar la Constitución de ese año como corporativo fascista. Durante esa etapa, los intelectuales que estaban vinculados al Partido Comunista y que tenían un antecedente en la A.I.A.P.E. participaron en varios proyectos editoriales. Bernardo Kordon, por ejemplo, puso en marcha en agosto de 1946 y hasta abril de 1947 la revista Todo el mundo a través del pensamiento, y Héctor P. Agosti, dirigió la revista Expresión, entre diciembre de 1946 y julio de 1947. En ambos ejemplos es sintomática la ausencia de cualquier referencia a la vida política local. Los temas políticos internacionales sí están presentes, en particular en la revista que dirige Kordon y se advierte sobre el peligro del resurgimiento del nazismo en Alemania o en Francia, señalando los límites del proceso de desnazificación europeo.19 También se da cuenta del ideal estético y político que supone el cine soviético, y se celebra la figura de Stalin en tanto estratega militar en la defensa de Stalingrado. Pero hasta allí llegan las referencias políticas. Se privilegia en esta revista la colaboración de escritores extranjeros, sean europeos o latinoamericanos (Lian O’Flaherty; Paul Valery, Stefan Zweig, Graciliano Ramos; Machado de Assis, etc.), y las noticias provenientes de la Agencia France Presse. Lo local está en función de la presentación de las nuevas actividades del mundo de la cultura en la que los intelectuales comunistas desean tener injerencia: la crítica teatral y la crítica cinematográfica. Y aquí sobresalen las notas de Luis Ordaz, León Klimovsky y Sergio Lennard,20 con una reivindicación del teatro de Roberto Arlt que más tarde cristalizará globalmente Raúl Larra con su libro Artl, el torturado. Un elemento que evidencia que para el momento varias nociones del marxismo estaban presentes en la intelectualidad comunista local, más allá de las dirigencias partidarias, lo expresa el elogio de las ideas de Mariátegui, como la de un marxismo que se proponía entender las realidades latinoamericanas con bases en el pensamiento europeo, pero con un signo dinámico y hasta moral más que materialista.21 En Expresión, en cambio, la operación de exaltación se dirige hacia la figura de Aníbal Ponce, en tanto padre del marxismo argentino pero también en tanto ícono de una generación intelectual que se identificaba con él no sólo desde posiciones ideológicas sino desde su altura intelectual y moral.22 También en esta revista se destacan las colaboraciones de escritores extranjeros en la sección “Perfiles del tiempo”, pero se advierte una presencia mayor del grupo intelectual amplio originario de la A.I.A.P.E. de mediados de 1930, como Emilio Troise, Roberto 18 Carlos Altamirano, “Ideologías políticas y debate cívico”, en Juan Carlos Torre (dir), Nueva Historia Argentina: Los años peronistas, 1943-1955, T. VIII, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2002, pp. 244. y ss. 19 TODO el mundo a través del pensamiento, Buenos Aires, N° 7, febrero de 1947. 20 Ibid, N° 4, noviembre de 1946. 21 Ibid, N° 3 y 6, octubre de 1946 y enero de 1947. 22 Expresión, N° 1, Buenos Aires, Editorial Problemas, Diciembre de 1946. Giusti, Enrique Amorín; Raúl González Tuñón, José Portogalo, Córdoba Iturburu, y nuevas incorporaciones como el crítico musical de La Prensa, Leopoldo Hurtado; el folclorista Amaro Villanueva, la pedagoga Anunciada Mastelli (antes colaboradora en El Patriota), y el guionista del film Pampa bárbara, Ulises Petit de Murat. Sólo hacia octubre de 1949, con la refundación de la que fuera la segunda revista de la A.I.A.P.E. entre 1941 y 1943: Nueva Gaceta, se comienza a instalar en sus páginas las problemáticas locales, pero sólo las que hacían referencia a la situación social de los escritores y artistas argentinos, desde una perspectiva que intenta dar cuenta de la actividad cultural tanto en Buenos Aires como en las provincias.23 También bajo la dirección de Héctor P. Agosti, la segunda época de Nueva Gaceta sólo alcanzó a imprimir cuatro números. La Asamblea Nacional de Intelectuales Así y todo, una continuidad temática se puede establecer entre los motivos de la segunda época de Nueva Gaceta y la entidad que se constituye en mayo de 1952, pues a partir de esa fecha comienza a esbozarse una oposición intelectual más organizada respecto de la cultura nacional, a partir del surgimiento de la Asamblea Nacional de Intelectuales, que al año siguiente creará el Congreso Argentino de la Cultura. La convocatoria de la Asamblea Nacional de Intelectuales partió de la consideración de que la cultura argentina se hallaba condicionada por dos factores importantes: el divorcio entre el pueblo y los intelectuales, y el aislamiento entre quienes se encargaban de la producción cultural, entendida tanto como actividad científica como literaria o estética. A ello se le sumaba un diagnóstico en el que la sensación de incertidumbre del productor cultural se complementaba con el peligro de que se perdiera la línea histórica que denominaban “progresista”, y que no era más que una noción pedagógica de la función cultural, que veían expresada con mayor vigor en la imagen de Sarmiento.24 Así todo, los elementos gremiales resultaban un punto sustancial en los motivos de la convocatoria, dominada fundamentalmente por los criterios definidos por el grupo de los escritores, quienes si bien hacían propios los motivos de otros grupos culturales, partían de hecho de sus demandas más específicas en tanto grupo social. En efecto, en octubre de 1952, la convocatoria inicial se transforma ahora en un manifiesto beligerante que adquiere el carácter de una fuerte crítica a la política seguida por la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.). Dirigido a “los escritores argentinos”, el documento rastrea los antecedentes de los tres Congresos de Escritores convocados por la S.A.D.E. en 1936, 1939 y 1942, respectivamente, para indicar que los acuerdos que se habían establecido en esas instancias habían estado ausentes de la práctica de la entidad gremial. La plataforma doctrinaria acordada se basaba en la defensa del carácter antiimperialista del escritor argentino, motivado por el propósito de denunciar en sus obras las condiciones de coloniaje de los pueblos, propugnando fórmulas de emancipación y autonomía nacional y social. Otros elementos constitutivos de este acuerdo planteaban la necesidad de luchar contra la limitación de los derechos del pensamiento y por el respeto a la libertad de conciencia, y 23 Nueva Gaceta, N° 1, 6 de octubre de 1949. “Llamado”, Asamblea Nacional de Intelectuales a realizarse el 27 de junio de 1952 en la Capital Federal. Buenos Aires, 23 de mayo de 1952. Convocatoria de la Comisión Organizadora. (Archivo Familia Salceda). 24 se llamaba también a la formación de una conciencia antibelicista, tópicos todos fuertemente presentes en las asociaciones internacionales de escritores durante el período de entreguerras. Además, el documento se propuso instalar el problema de la situación social del escritor, presentándolo como un trabajador que no podía vivir del ejercicio de la profesión que había elegido. Esta situación se planteó como el elemento central para el establecimiento de la unidad de acción de los miembros de un gremio muy particular. Para los firmantes, la S.A.D.E. no sólo había abandonado sus pretensiones antiimperialistas originales, sino que había limitado su función de defensora de los derechos gremiales, abogando por una libertad en abstracto que conducía a un aristocratismo cultural muy lejano de las aspiraciones populares.25 Por otro lado, tampoco la S.A.D.E. había favorecido la realización de un congreso de la cultura nacional, tal cual lo había establecido la comisión directiva oportunamente. A ello se le sumaba una línea de actuación donde la entidad había mostrado muy sutilmente su oposición al gobierno de Perón y su política cultural (un ejemplo de ello fue la creación del Gran Premio de Honor que se entregaba a los escritores de algún modo excluidos del mundo cultural promovido desde el estado), pero que en un contexto represivo había privilegiado la supervivencia institucional a la excesiva declaración de principios, adhesiones y defensa de escritores encarcelados o perseguidos.26 Así mismo, la entidad no sólo mostraba un fuerte resquebrajamiento interno, sino que la representación misma de los escritores se hallaba dispersa entre varias instituciones como la S.A.D.E., la A.D.E.A., el Sindicato Argentino de Escritores y las entidades de alcance local o provincial. Según los firmantes, todo ello favorecía el debilitamiento de la lucha gremial de los escritores, en un contexto donde las discriminaciones políticas eran muy visibles a la hora de la adjudicación de premios y recompensas, o en la provisión de cargos afectados a la función cultural, y donde el intercambio cultural con otros países del mundo se había resentido ostensiblemente. Finalmente, evaluaban que la cultura nacional –concebida como una tradición de literatura militante que encontraba sus epítomes en las figuras de Sarmiento, Echeverría, Gutiérrez y Hernández- se hallaba jaqueada por las trabas impuestas por el imperialismo y la oligarquía. En términos específicamente gremiales, el documento propuso la constitución de una entidad gremial única, y una serie de 20 puntos reivindicativos que referían a la necesidad de modificar sustancialmente la situación material del escritor. Esas demandas iban desde las medidas que aseguraran la libertad de expresión hasta las que proponían la mayor presencia y promoción del escritor nacional en la escena de la industria literaria y periodística, frente a los autores extranjeros. También, se planteaba la necesidad de una ley de difusión del material literario producido en el país y la creación de un sistema de 25 Documento “A los escritores argentinos”, Buenos Aires, octubre de 1952. Firmado por Alvaro Yunque, Miguel Angel Speroni, Alfredo Varela, Raúl González Tuñón, Lila Guerrero, Julio Galer, Fina Warschaver, Bernardo Kordon, Raúl Larra, Héctor P. Agosti, Carlos Ruiz Daudet, Héctor Yanóver, Juan Enrique Acuña, Juan José Manauta, Juan Antonio Salceda, Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Nicandro Pereira. (Archivo Familia Salceda). 26 Flavia Fiorucci, “El antiperonismo intelectual: de la guerra ideológica a la guerra espiritual”, ponencia presentada en el II Simposio sobre Culturas Políticas y Políticas Culturales en la Argentina del siglo XX y VIII Jornadas de Historia Política, “La prensa como fuente y como problema”, Tandil, 28 y 29 de abril de 2005, organizadas por el PROGRAMA “ACTORES, IDEAS Y PROYECTOS POLITICOS EN LA ARGENTINA CONTEMPORANEA”, Instituto de Estudios Histórico-Sociales “Prof. Juan Carlos Grosso”, Fac. de Ciencias Humanas de la UNICEN. previsión social que proporcionara al escritor facilidades para el disfrute de vacaciones, atención a la salud y el establecimiento de un régimen jubilatorio. Si bien el documento de octubre de 1952 evidenciaba una fractura importante en el interior de la S.A.D.E., el sector beligerante no sólo recurría a tópicos ideológicos de defensa de la cultura muy cercanos a los expresados durante los años de la lucha antifascista, sino que también incorporaba una serie de elementos donde las reivindicaciones sociales tenían un peso muy importante en la evaluación de la situación del escritor. Si en los 30, el escritor se licuaba en una dimensión política que excedía la especificidad de su campo para lanzarse a la política, en los primeros 50 aunque las definiciones macro no estaban ausentes, el escritor –al menos el que se inscribía en la tradición antifascista- se perfila como un profesional de la palabra, condicionado por elementos materiales. Así todo, la presencia de una retórica de reivindicación social estaba hablando a la vez de los límites de un discurso cultural que ahora se adaptaba a un contexto discursivo mayor, donde el carácter reivindicativo asumía una dimensión legítima en el clima de la argentina peronista. De algún modo, estos intelectuales en retirada observaron en la explicitación de las demandas sectoriales un vehículo para mantener una posición de crítica interna de las entidades gremiales, y externa de las instituciones oficiales de la cultura. En efecto, la convocatoria de la Asamblea Nacional de Intelectuales significó el modo en que un sector de la intelectualidad muy ligado a la esfera cultural del P.C.A. pretendió recolocarse en un lugar de centralidad de la agenda intelectual en un momento en que los márgenes de acción para los opositores políticos del gobierno fueron muy limitados, como lo demuestra Silvia Sigal en su trabajo sobre intelectuales y peronismo. 27 Sin embargo, la Asamblea sólo alcanzó a instalar algunos elementos de un debate que sólo alcanzarán una dimensión nacional con el Congreso Argentino de la Cultura. El Congreso Argentino de la Cultura o la reconstitución de la sociabilidad antifascista En efecto, el Congreso Argentino de la Cultura (1953-1955) retomó gran parte de las temáticas que estaban presentes en la Asamblea Nacional de Intelectuales, pero alcanzó una dimensión mayor en principio porque avanzó sobre las problemáticas culturales desde una perspectiva que ya no tomaba a la S.A.D.E. como el interlocutor de su polémica, sino al campo cultural en su conjunto. Al tiempo que asumía una dimensión nacional en su organización, y también continental, dado que aparecía como el resultado argentino del Congreso Continental de la Cultura que se había desarrollado en Chile entre abril y mayo de 1953, de clara incitación comunista, y que mantenía también fluidas relaciones con intelectuales brasileños que organizaron un congreso equivalente en Goiana. El congreso de Chile había establecido una evaluación de los problemas culturales del intelectual en América que se vinculaba fuertemente con las consignas de la Asamblea. También allí se abogó por la necesidad de estimular el desarrollo cultural de los pueblos americanos, por la eliminación de los obstáculos formales que dificultaban el intercambio cultural entre los países del continente y por la defensa de la libertad de creación y de opinión de los intelectuales. 27 Cf. Silvia Sigal, “Intelectuales y peronismo”, en Juan Carlos Torre (Dir.), Nueva Historia Argentina, Los años peronistas, 1943-1955, t. VIII, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2002, pp. 501 y ss. Por su parte, el Congreso Argentino de la Cultura introdujo el problema del lugar de la tradición histórica progresista en la cultura argentina, rescatando, por un lado, el sentimiento anticolonial que había caracterizado a la Revolución de Mayo y que era necesario revivificar, y por otro, el lugar primordial de los intelectuales respecto de su relación con las asociaciones populares productoras de cultura. Apoyado en la convicción de que la cultura argentina había perdido sus bases auténticamente nacionales y populares, y que el aislamiento sólo aseguraba el predominio de las manifestaciones coloniales, la convocatoria del Congreso Argentino de la Cultura propició el diálogo entre los intelectuales de diversas tendencias, estableció la necesidad de vincular a la cultura argentina con el proceso cultural universal, sin que por ello perdiera su especificidad; abogó por la paz mundial, e instaló la noción de que la cultura nacional sólo podía alcanzar el impulso necesario si se lograban establecer vínculos perdurables entre los intelectuales y el pueblo.28 Entre agosto y diciembre de 1953, se constituyó un Comité Pro Congreso Argentino de la Cultura, que previó una asamblea de delegados para el mes de mayo del año siguiente. Integrada por 28 personas y presidida por el ingeniero Nicolás Besio Moreno, al tiempo que Héctor P. Agosti se desempeñaba como Secretario General, la Junta Ejecutiva inicial procuró instalar una convocatoria extensa a partir de la activa acción organizativa de la Secretaría del Interior, cuyo propósito era alcanzar una participación de delegados representativa a nivel nacional de la vida cultural en las provincias. De este modo, se conformaron filiales del Comité en Capital Federal, Ciudad Eva Perón, Tandil, Dolores, Lobería, Tres Arroyos, Necochea, Santa Fe, Rufino, San José de la Esquina, Córdoba, Río Cuarto, Mendoza, San Rafael y Posadas. Incluso la composición misma de la Junta Ejecutiva se constituyó atendiendo a esta representación regional, y no faltó la instancia en la que el presidente y los secretarios viajaron desde Buenos Aires para acelerar la conformación o legitimar a las comisiones locales.29 Así, el 15 de mayo de 1954 sesionó la Asamblea General de delegados, dando inicio formal al Congreso Argentino de la Cultura. A pesar de la prohibición impuesta por la Jefatura de la Policía Federal, y de las infructuosas gestiones realizadas hasta último momento por la Junta Ejecutiva ante el Ministro del Interior, Angel Borlenghi, para revocar la medida, la Asamblea se realizó en forma clandestina en una quinta cercana a la Capital Federal y contó con la participación de 65 delegados y con la adhesión de alrededor de 93 entidades e instituciones culturales del país. Asimismo, más de 413 firmas expresaron sus adhesiones individuales. Del exterior, se contó también con la adhesión de Joliot-Curie, titular de la Federación Mundial de Trabajadores Científicos, del escritor Pablo Neruda, de los artistas plásticos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, de los escritores Juan Marinello, Nicolás Guillén, Jorge Amado y Jorge Icaza, y de los teóricos de neomarxismo francés Jean Kanapa y Henri Lefevbre.30 Todos ellos habían integrado en 1935 y 1937, las 28 “Convocatoria al Congreso Argentino de la Cultura”, Buenos Aires, Agosto de 1953. El Documento se acompaña de más de 100 firmas de reconocidos intelectuales, escritores, profesores universitarios, artistas plásticos, músicos, médicos y críticos teatrales, entre ellos Agosti, Barletta, Bermann, Besio Moreno, Castagnino, Gambartes, Giambiagi, González Tuñón, Portogalo, Juan L. Ortiz, María Rosa Oliver, O. Pugliese, Pedroni, Rojas Paz, Larra, Kordon, Spilimbergo, Yunque, Urruchúa, Thenon, Seoane, etc. (Archivo Familia Salceda). 29 Carta de Juan E. Acuña (secretario del Interior de la Junta Ejecutiva del Comité Pro Congreso Argentino de la Cultura) a Inés Gutiérrez, secretaria de actas de la Filial Tandil del Comité, 10-12-1953; y Carta de Fernando Groisman (secretario de Hacienda de la Junta Ejecutiva del Comité Pro Congreso Argentino de la Cultura) a Inés Gutiérrez, 29-03-54. (AFS). 30 Cf. Boletín del Congreso Argentino de la Cultura, Nº 3, Buenos Aires, junio de 1954. dos ediciones del Congreso de Escritores por la Libertad de la Cultura, que se realizaron en París y Valencia-Madrid-Barcelona, respectivamente. Luego de considerar la prohibición de la reunión como un agravio a las garantías de la libre expresión, la Asamblea estableció el funcionamiento permanente de comisiones locales del Congreso Argentino de la Cultura, que se encargarían de examinar en profundidad los 39 proyectos y ponencias presentados por los delegados regionales respecto de los tres puntos convocantes del Congreso: 1. Bases para el desarrollo de la cultura argentina, 2. Deberes y derechos de los trabajadores intelectuales y 3. Acción de las entidades populares de la cultura. También homenajearon al escritor chileno Pablo Neruda, al cumplir éste 50 años de edad, en un momento en que Neruda parece simbolizar, por un lado, el modelo de intelectual comprometido con la política de la paz mundial animada desde Moscú en pleno clima de Guerra Fría, y por otro, representa la imagen de una América épica y combativa que desde la poesía conquistaba admiraciones mundiales. Finalmente acordaron una serie de resoluciones que fueron presentadas como “un repertorio de soluciones constructivas para los grandes temas que afligen a la nacionalidad”, puesto a consideración de la opinión pública como de los órganos gubernativos.31 Entre las resoluciones más significativas el Congreso Argentino de la Cultura declaró que las bases de la cultura argentina eran inseparables de su origen histórico, consistente en una cultura democrática extendida al pueblo, con fundamentos racionales y libres, afirmativa de su individualidad y en repudio de toda forma de colonialismo. Estableció que esa cultura democrática no era privativa de ningún sector social o político, y que toda tentativa de disimular, limitar o anular esta tradición constituía un peligroso retroceso cultural y político. De algún modo, lo propio nacional se expresaba en los componentes democráticos y anticoloniales de esa tradición, de allí que el Congreso criticó con igual énfasis tanto “la equívoca universalidad cosmopolita”, como “el repliegue egoísta y suicida dentro de las propias fronteras”, una posición que igualaba en negatividad a la tradición intelectual de la revista Sur con las posturas del nacionalismo de derecha.32 Respecto del lugar de los intelectuales, el Congreso evaluó que uno de los límites para el desarrollo de una cultura nacional coherente se relacionaban por una parte con el hecho de que los trabajadores intelectuales vivían aislados en el ámbito de sus profesiones, o alejados por separaciones territoriales que contraponían la centralidad cultural de Buenos Aires al resto del país, o a las distintas regiones entre sí. Así, el Congreso consideró como un deber intelectual la superación de ese estado de dispersión, para posibilitar mediante la labor cultural en diferentes zonas de comunicación, la empresa de elevación cultural de los habitantes y el progreso social de la República.33 Acerca de las reivindicaciones sociales del intelectual, el Congreso consideró que “el trabajador intelectual tiene un medio específico de ejercer su acción social, mediante su participación como tal en el proceso nacional de la cultura y mediante el aprovechamiento racional de sus capacidades para la sociedad”, pero esta situación se encontraba devaluada debido a la falta de reconocimiento de la labor creativa e intelectual; a la situación de empobrecimiento creciente de los trabajadores intelectuales y a los límites 31 “Resolución de la Asamblea General de Delegados”, en Boletín, op. cit. Gran parte de estas posiciones del Congreso anteceden a las que Agosti desarrollará en su libro Nación y Cultura, de 1959. 33 Ibid. 32 impuestos al libre ejercicio de los derechos de opinión y de discusión. Por ello, los delegados acordaron la elaboración de una “Cartilla de derechos de la intelectualidad argentina”, que se presentaría ante el Congreso de la Nación y las legislatura provinciales, para concretar todas las aspiraciones de mejoramiento de los sectores intelectuales. En este contexto, la Asamblea evaluó positivamente la existencia de innumerables asociaciones privadas diseminadas a lo largo del país, que realizaban una importante labor cultural en beneficio de las comunidades locales, pero advirtió sobre la necesidad de constituir un organismo centralizado y permanente que vinculara a los intelectuales con dichas entidades. El Congreso Argentino de la Cultura se propuso como esa entidad permanente. Finalmente, además de las resoluciones que refirieron a la dimensión propiamente institucional de la entidad intelectual, el Congreso resolvió también trabajar en los actos conmemorativos de los centenarios de Almafuerte y Ameghino, y dirigirse al Congreso de la Nación solicitando la reedición oficial de las obras completas de estos autores, y la edición oficial de la “Memorias” del general José María Paz, en ocasión del centenario de su muerte, “como tributo a un esforzado campeón de la unidad nacional”34. Una vez finalizado el Congreso, la Junta Ejecutiva presentó un proyecto de encuentros culturales de carácter regional que promoviera una serie de coloquios entre intelectuales y representantes de las entidades culturales locales, con el propósito de reflexionar sobre los problemas particulares de cada zona del país. Se estableció así un programa de encuentros según regiones, que incluía la zona del Litoral (Sante Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Formosa); Norte (Tucumán, Salta, Catamarca, Jujuy y Santiago del Estero), Cuyo y Centro (Mendoza, Córdoba, San Juan, San Luis, La Rioja) y zona Sur (Bahía Blanca y sur de la provincia de Buenos Aires).35 Pero la detención y encarcelamiento del secretario general del Congreso, Héctor P. Agosti, el 10 de julio de 1954, motivó que todas las acciones del Congreso Argentino de la Cultura, se encaminaran a favor de la acción de la “Comisión Pro Libertad de Héctor P. Agosti”, una entidad también presidida por el ingeniero Nicolás Besio Moreno y que sustituyó momentáneamente la labor del Congreso. 36 Finalmente, la Revolución Libertadora, con su política de desperonización que incluía también la persecución de los comunistas, limitó fuertemente la actividad del Congreso, el cual dejó de sesionar prontamente. Consideraciones finales Para los intelectuales ligados a la experiencia de la cultura antifascista de corte comunista, el golpe de 1943 significó una constatación de que esa lucha debía continuar a partir de los medios que fueran posibles. Algunos debieron partir al exilio y otros se refugiaron en las alternativas de participación que les posibilitaba su adhesión partidaria. La experiencia de El Patriota significó una recolocación de la noción de la estrategia de alianzas culturales de los treinta llevada a la idea de unidad nacional antifascista. De algún modo, el enemigo imaginado se concretizaba en los militares que habían tomado el poder. Y en ese punto, los ideales comunes con la Unión Democrática fueron evidentes. Pero la derrota electoral y el 34 Ibid. “Proyecto sobre Encuentro Culturales”, Junta Ejecutiva del Congreso Argentino de la Cultura, Buenos Aires, Agosto de 1954. 36 Cf. “Por la libertad del escritor Héctor P. Agosti”, documento editado por la Comisión Pro Libertad de Héctor P. Agosti, 15-9-1954. 35 posterior ascenso del peronismo ubicaron a estos intelectuales en una situación particular, pues las directivas del Partido hacían inviables las evaluaciones en la clave de identificar al peronismo con el fascismo. Su participación en esta etapa se expresó en un silencio hacia lo local, y en una búsqueda de referencias en el mundo cultural europeo y latinoamericano, hasta que en 1949, con la segunda época de Nueva Gaceta, se instala una problematización de la situación social del escritor que más tarde se concretará en agrupamientos de perfil nacional como la Asamblea Nacional de Intelectuales y el Congreso Argentino de la Cultura. De este modo, se advierte a la vez la reconstitución del asociacionismo cultural que se iniciara en 1935 con la A.I.A.P.E., y perdurabilidad de sus modalidades de acción política y cultural, pero unos tiempos signados por la hegemonía del peronismo darán el tono del papel reivindicativo de las consignas, y lo que inicialmente era considerado parte de la lucha antifascista se convertirá en lucha gremial, con la esperanza de que ello conduzca a una nueva instancia frentista.