Prefacio - Editorial Las Animas

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Prefacio
Somos nuestra memoria, somos ese
quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges, Cambridge
Ante un siglo xix que acusaba gran sismicidad política, surgió la
era de Porfirio Díaz como una época de apaciguamiento y de una
relativa paz prolongada que no habían conocido los mexicanos
desde la Independencia en 1810. La Revolución de 1910 puso fin
a la era de Díaz y denostó su figura hasta el punto de descono­cerle
como el padre del México moderno. Los ideólogos de la Revolución estaban interesados en acreditar a ésta el advenimiento de la
modernidad en todas las estructuras, incluso en las de carácter
cultural. El porfirismo ha sido caracterizado por distintos autores
como un régimen personalista, autoritario y sumamente complejo por cuanto los gobernados parecían aceptar, en principio, la
renuncia a las libertades civiles en aras de la paz y la seguridad.
La historiografía ha buscado cada vez más la rehabilitación histórica de este largo periodo y lo ha redimensionado como una
etapa fundamental de la historia moderna de México.
Este trabajo surge a partir de la correspondencia, hasta ahora
inédita, que en el año de 1899 mantuvieron Porfirio Díaz y T
­ eodoro
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A. Dehesa, quien fuera gobernador del estado de Veracruz de 1892
a 1911. Para su estudio, este volumen de cartas fue agrupado en
temas de diversa índole tales como seguridad, salud pública, transporte y comunicaciones, entre otros, y que nos permiten identificar
la agenda política y los acontecimientos más relevantes ocurridos
en dicho año en el estado de Veracruz. Para facilitar al lector la
comprensión de los temas que aborda este epistolario, hemos creído pertinente realizar primero un recorrido introductorio, titulado
“Rumbo al poder”, en donde se exponen las causas que dieron origen al porfirismo; y en segundo lugar, describimos algunos pormenores del ascenso de Teodoro A. Dehesa a la gubernatura del estado de Veracruz, así como el encuentro entre ambos personajes, en
el apartado correspondiente a “Lealtad al caudillo”. Este trabajo
concluye con un apéndice en el que se encuentran los telegramas,
uno de ellos cifrado, que estos personajes se enviaron.
La riqueza del epistolario, además de relacionarse con la
crónica, la intimidad y el pensamiento, nos permite asomarnos
a la descripción psicológica de los personajes, quienes dan cuenta
de asuntos que de pronto nos parecen privados. Vemos, por ejemplo, que Porfirio Díaz escribía sus cartas a mano con una ortograf ía y caligrafía impecables y en algunas ocasiones parece, por los
distintos tipos de letra, que las dictaba a algún amanuense. En
cambio, don Teodoro A. Dehesa prefería la máquina de escribir y
corregía tachando sobre el mismo renglón; sin embargo, hay en la
escritura de ambos, cuando cada uno es remitente, un tono concreto, más allá del asunto, sin titubeos, que se utiliza cuando se
conoce bien al destinatario. Aquí vemos cómo el tono autoritario
que se le ha atribuido a Porfirio Díaz en plena dictadura se diluye
en aras de las formas conciliadoras con el gobernador de ­Veracruz.
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Sin duda se trata de una comunicación respetuosa, directa y en la
que destaca la vocación política de ambos líderes. Las cartas poseen un estilo sencillo que deja ver la inminente llegada del siglo
xx. Por otro lado, documentos de esta naturaleza, tan complejos
y llenos de matices, no se pueden medir con el mismo rasero que
una simple misiva dirigida, en el caso de Porfirio Díaz, a un subordinado más. Tampoco se trata, siguiendo la tradición epistolar, de
misivas doctrinales ni de pequeñas memorias autobiográficas en
las que sobresale el “Yo”, sin esperar la respuesta del destinatario.
Si bien el lenguaje se justifica dentro del comportamiento de una
época, por lo tanto de una influencia, la madurez de los temas
ventilan un diálogo como vehículo de transmisión del quehacer
político, y es justamente ese diálogo la consecuencia lógica de una
tradición que fija dogmas indiscutibles basados en una clara visión del orden y la cordialidad como auténticos cuadros vivos del
porfirismo, a partir de la idea del bienestar de la polis. La demagogia no forma parte del lenguaje de estos dos personajes. El
contenido de la correspondencia es de un calado importantísimo
para los cimientos de la nación; las leyes deben cumplirse más allá
de los enjambres de la amistad y las canonjías. Las cartas de ambos
personajes, en su mayoría, esperan respuesta, por lo que expresan
en realidad el diálogo acerca de asuntos de vital importancia, de
un periodo de la historia mexicana que va más allá de la figura de
Porfirio Díaz. Al existir este diálogo entre presidente y gobernador se anula la voluntad individual en aras de la conservación del
orden, la aspiración del Gobierno y la necesidad genuina del pueblo de México.
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Notas preliminares
[…] nosotros llegamos hoy a poner nuestro
humilde contingente al servicio de la
libertad, del orden, del derecho, que son
la verdadera base conservadora de un
estado social admitido por la razón […].
Justo Sierra, La libertad, 7 enero de 1878
Rumbo al poder
La orden fue cargar sin reserva y con vigor sobre el enemigo. Los
tiradores que estaban ocultos en los maizales de Miahuatlán se
aproximaron a la orilla del plantío y, a la señal de tres toques agudos,
al unísono, abrieron fuego vivo sobre el invasor. La infan­tería descendió hacia la barranca y al pasar el arroyo, casi al caer el sol, se
batió con la tropa francesa en la ribera opuesta. La orden de Porfirio
Díaz, general en jefe de la Línea de Oriente, fue dispuesta tanto para
la caballería como para los tiradores escondidos en las milpas, y así
fue ejecutada.1 Ante esta precisión, el invasor respondió lanzando
Escudero, Ignacio M., Historia Militar del General Porfirio Díaz, México, D. F.:
Editorial Cosmos, 1975, p. 153.
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Coronel Porfirio Díaz Mori(1830-1915)
Militar destacado por su participación en la Segunda Intervención Francesa.
Enfrentó a Benito Juárez con el Plan de la Noria, y a Sebastián Lerdo de Tejada, enarbolando el
Plan de Tuxtepec.
de golpe su caballería al frente y, por ese propio impulso, fue arrollada de inmediato. Se desorganizó su infantería y se volcaron sus
cañones, al tiempo que la tropa mexicana cargaba sable por la
espalda y se apoderaba de la mayoría de caballos de los oficiales y
del cargamento de municiones que había quedado a retaguardia.
El general Oronoz huyó con varios de sus jefes y oficiales, quedando muerto en el campo de batalla el jefe francés Enrique Testard,
quien tenía a su mando un batallón de fuerzas mexicanas, cuya
oficialidad era exclusivamente de franceses, teniendo todo el personal de sus clases de sargentos, cabos y algunos soldados reclutados en nuestro país. El botín para las tropas mexicanas consistió
en más de mil fusiles, dos obuses de montaña y cuarenta y tantas
mulas cargadas con municiones de infantería y de artillería.2
Un día después de la batalla de Miahuatlán, el 3 de octubre
de 1866, las fuerzas del Ejército francés comenzaron a debilitarse.
Los oficiales de nacionalidad francesa, que habían sido arrestados, fueron remitidos a la sierra para su custodia e impedir que
entorpecieran las operaciones próximas a realizarse. El general
Porfirio Díaz ordenó, una vez más y sin titubeos, el fusilamiento
de los jefes y oficiales mexicanos de mayor grado, que al servir a
los franceses cayeron prisioneros. Los traidores fueron pasados
por las armas conforme a la ley expedida el 25 de enero de 1862.
Y por si acaso existiera algún remilgo, Porfirio Díaz envió al
ministro de la Guerra y Marina la relación por separado con los
nombres y empleos de los traidores y la advertencia de que muchos de ellos se habían pasado al bando francés cuando la ciudad
de Oaxaca había sido sitiada. Porfirio Díaz sabía que el miedo es
Archivo General del Poder Ejecutivo del Estado de Oaxaca, Boletín Oficial del Cuartel
General de la Línea de Oriente, (transcripción), t. I, núm. 5, Oaxaca, octubre 29 de 1866.
2
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Cusachs, José, Batalla del 2 de abril de 1867.
el sentimiento que, por desgracia, guía con mayor frecuencia al
corazón humano, por ello era preciso influir eficazmente en el
ánimo del enemigo: “Para desmoralizarlo se hacen indispensables
actos ejemplares de rigor y energía, aun cuando después tuvieran que lamentarse”,3 dejó escrito en sus memorias.
Porfirio Díaz tenía 36 años de edad cuando lideró la batalla
de Miahuatlán; la estrategia estuvo al servicio de la capacidad de
mando del estadista, y para la Guerra de Intervención el éxito
de las tropas mexicanas, en aquel campo de espigas de maíz,
abrió las puertas de las ciudades de Oaxaca, Puebla y México. La
siguiente victoria ocurriría en La Carbonera el 18 de octubre de
1866. Tan sólo unos meses después, Napoleón III, en previsión
de una guerra con el Estado alemán, recientemente unificado
por el canciller Otto von Bismark, dio la orden de retirar su
apoyo al Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Las fuerzas
francesas comenzaron a retirarse en el otoño de 1866 y a principios de 1867; sin embargo, algunas tropas conservadoras, leales al emperador, continuaron en pie de guerra en las ciudades
de Puebla, México y Querétaro. El desenlace era cada vez más
claro: mientras el último comandante francés, Achille Bazaine,
se embarcaba rumbo a Europa, Porfirio Díaz asediaba la ciudad
de Puebla.
El general conservador Leonardo Márquez, jefe del Estado
Mayor de Maximiliano, había sido enviado a la Ciudad de México con el fin de reunir tropas y dinero extra para auxiliar al
emperador que se encontraba sitiado junto con Miramón, Mejía
y Méndez en la ciudad de Querétaro. La batalla por Puebla inició
Díaz Mori, Porfirio, Memorias de Porfirio Díaz, México, D. F.: El Libro Francés,
1922, p. 112.
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en la madrugada del 2 de abril de 1867 y principalmente se llevó
a cabo en el Convento del Carmen. Los cerros que permanecieron
limpios de ataque habían sido reforzados por un gran número
de hombres, prófugos de la ciudad, haciendo fuego de artillería
sobre toda ella.
El enemigo había situado sus trincheras al principio de cada
calle, con objeto de que la continuación de aquella que le servía
de campo de tiro fuera ocupada respectivamente por tiradores
que metió en excavaciones hechas a uno y otro lado hasta la
esquina de cada calle. Los asaltantes a las trincheras enemigas
tenían que penetrar por un canal de fuegos que despedían las
ventanas bajas, las aspilleras, los balcones y las azoteas, más el
fuego de artillería y de fusilería que a lo largo de la calle despedía
el parapeto. “En estas condiciones estaba la trinchera de la calle
de la Siempreviva que tocó asaltar al Comandante Carlos Pacheco, quien peleó con gran brío”.4 El casco de una granada, de las
que arrojaban desde los balcones, lo hirió en la pantorrilla; sin
embargo, Pacheco avanzó con sus hombres hasta la trinchera.
Después fue herido en una mano, sin evitar que llegara hasta la
esquina de la plaza; allí, un tiro de metralla disparado desde el
atrio de la catedral puso fuera de combate a algunos soldados
de su columna y a Pacheco le rompió el muslo izquierdo. En esos
momentos uno de sus soldados lo tomó en brazos para llevarlo
a un lugar menos asestado por los fuegos del enemigo y otro
golpe de metralla le rompió el brazo derecho y los dos al soldado
que lo conducía. Era el momento en que llegaban a la plaza,
como primeras columnas asaltantes, las del coronel Luis Mier y
4
Ibid., p. 117.
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General Leonardo Márquez Araujo (1820-1913) “El Tigre de Tacubaya”
En 1859, Márquez encabezó el combate contra las fuerzas republicanas al mando del
general Santos Degollado, a quien derrotó en Tacubaya, fusilando a más de 50 personas,
incluyendo a enfermeras y practicantes de medicina que prestaban servicio a los heridos.
Terán y las del teniente coronel Juan de la Luz Enríquez. Sucesivamente fueron llegando todas las demás.
A pesar del nutrido fuego enemigo, las fuerzas mexicanas
se apoderaron de las trincheras. Quienes defendían las casas,
temerosos de que fueran cortados por nuestras bayonetas o se
les atacara por la retaguardia, las abandonaron, y así cayeron
prisioneros muchos de ellos. Los cerros más cercanos a la ciudad
estaban todavía en poder del enemigo, pero la guarnición que
los defendía se rindió el 4 de abril.
El general Porfirio Díaz volvía a alzarse con un importante
triunfo para la causa republicana. Físicamente, este hombre
providencial parecía dotado por la naturaleza de una perfección
casi sobrehumana. Hasta la edad de 38 años peleó sin tregua,
fortaleciendo su reputación por medio de un método de vida
vigoroso, sobrio y casto. Charles Brasseur, capellán y viajero
francés, en su paso por el Istmo de Tehuantepec, conoció a
­Porfirio Díaz, y al respecto dejó escrito: “Su acogida estuvo
igualmente llena de amabilidad. Pero su aspecto y su porte me
impresionaron vivamente. Alto, bien hecho, de una notable distinción […] puede, así, estudiar perfectamente su carácter y su
persona […] sería de desear que las provincias de México fueran
administradas por hombres de su carácter”.5
Las órdenes de Porfirio Díaz como militar fueron puntuales, eran dadas para cumplirse sin menoscabo: durante el sitio
de la Ciudad de México, por ejemplo, prohibió los saqueos y los
robos, por lo que mandó fusilar a dos hombres por no acatar su
mandato.
Brasseur, Charles, Viaje por el Istmo de Tehuantepec, serie Lecturas Mexicanas,
México, D. F.: Secretaría de Educación Pública, 1981, p. 113.
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Mientras tanto, Sebastián Lerdo de Tejada se oponía al indulto de Maximiliano:
El perdón de Maximiliano pudiera ser muy funesto al país [...] Es
preciso que la existencia de México, como nación independiente,
no la dejemos al libre arbitrio de los gobiernos de Europa [...]
Cerca de cincuenta años hace que México viene ensayando un
sistema de perdón, de lenidad, y los frutos de esa conducta han
sido la anarquía entre nosotros y el desprestigio en el exterior.6
Juárez y Lerdo, con el apoyo de Escobedo y un gran número de políticos y militares liberales, consideraron a los líderes
imperiales no como prisioneros de guerra comunes, sino como
criminales. La indignación moral que fue estimulada por Juárez
y Lerdo ante los actos y la colaboración de los conservadores
estuvo encaminada a preparar la aceptación psicológica y política de las drásticas sentencias ordenadas por dicha ley.
El triunfo de la República en 1867 fue quizá la línea divisoria
fundamental del siglo xix mexicano, pero le otorgó a los liberales
el control de la interpretación histórica de los conflictos que había vivido el país durante la Reforma; en consecuencia, Tomás
Mejía fue vilipendiado como un traidor por haber defendido la
causa del archiduque austriaco. Asimismo, el trato que Juárez le
dio al general Jesús González Ortega fracturó al Partido Liberal.
Vale la pena recordar que el periodo para el que Juárez había sido
elegido terminaba en diciembre de 1864 y González Ortega señaló que como vicepresidente estaba en posibilidades de asumir
Corona Fernández, Xavier, Memoria política de México, Guanajuato: Universidad de
Guanajuato, División de Ciencias Sociales y Humanidades, 2003, p. 89.
6
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Benito Juárez (1806-1872).
el Poder Ejecutivo. Sebastián Lerdo de Tejada fue autor de los
famosos decretos del 8 de noviembre de 1865, por lo que se prorrogó el mandato presidencial del oaxaqueño hasta la terminación de la guerra y excluyó al general González Ortega del acceso
a la Presidencia de la República. Seguro de que González Ortega
regresaría, Juárez continuó en la presidencia hasta que cesaron
las causas que habían llevado a la prórroga de su mandato.7 Éste,
a su regreso, fue puesto fuera de la ley, acusado de haber abandonado el país sin licencia, estando al mando del ejército.
Los hombres que habían seguido a Juárez en los dif íciles
momentos de la guerra civil y en las peores circunstancias de la
Intervención lo abandonaron, considerando su acción como un
golpe de Estado. Otros juaristas como Sebastián Lerdo de Tejada e Ignacio Vallarta le dieron su apoyo, pero advirtieron la gravedad de la situación que enfrentaban. En tales circunstancias,
era urgente restablecer el Gobierno sobre la plena vigencia de la
Constitución. Atrás habían quedado las loas y las guirnaldas que
presumió la Ciudad de México la mañana del 15 de julio de 1867;
aquel pueblo delirante, apretujado en las nutridas vallas, que
vitoreó con entusiasmo y espontaneidad el triunfo del presidente Juárez que regresaba victorioso como lo había prometido
cuatro años antes, se encontraba en ruinas.
El nuevo periodo de Gobierno se enfrentó con un país fragmentado entre los estados y el centro, debido a que los jefes
militares habían gozado de amplias facultades fiscales. La reorganización del ejército dada a conocer por el ministro de la guerra el 23 de julio de 1867 no comprendía solamente la reducción
Von Wobeser, Gisela (coord.), Historia de México, México, D. F.: Academia Mexicana
de la Historia, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 199.
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Coronel Porfirio Díaz Mori
Al derrotar a Leonardo Márquez en Jalatlaco el 13 de agosto de 1861, fue ascendido a general brigadier. El 21 de junio de 1867 tomó la Ciudad de México.
de 60 000 a 20 000 hombres, sino su estructuración en cinco
divisiones, cada una de 4 000 elementos; la primera sería la del
Centro, con sede en la capital de la República, quedando bajo el
mando del general Nicolás Régules; la segunda sería la de Oriente con sede en Tehuacán, Puebla, al mando de Porfirio Díaz; la
tercera fue la del Norte, con sede en San Luis Potosí, dirigida por
Mariano Escobedo; la cuarta era de Occidente, con sede en Guadalajara, a las órdenes de Ramón Corona; la quinta, la del Sur,
bajo el mando de Juan Álvarez.8 La reducción del ejército sumada a la derrota de las tropas reaccionarias implicó la baja de cien
mil soldados, acostumbrados al combate, que resultaron material idóneo para llevar a cabo numerosas insurrecciones.
En agosto de 1867 Juárez convocó a la elección de los poderes de la Unión, según lo establecido, pero agregó a la convocatoria una consulta sobre la reforma de la Constitución para
organizar al Congreso en dos cámaras, estableciendo el Senado
como órgano indispensable en un sistema federal; otorgar al
Ejecutivo el derecho de veto y definir las relaciones entre él y el
Legislativo, de acuerdo con el carácter presidencial del régimen;
limitar la facultad que tenía la Comisión Permanente del Congreso para convocar a periodos extraordinarios, y darle forma a
un sistema adecuado para sustituir al Ejecutivo en caso de que
faltara el presidente de la Suprema Corte de Justicia. Además,
dicha convocatoria iba acompañada de una circular en la que se
explicaba la pertinencia de las reformas y del procedimiento, y
se ponía de manifiesto el ánimo conciliador del Gobierno, a fin
de incorporar a la vida política de la República a quienes se
Fernández Ruiz, Jorge, Juárez y sus contemporáneos, México, D. F.: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2006, p. 372.
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José María Iglesias (1823-1891)
Jurista y político nacido en la Ciudad de México. En 1846 fuenombrado regidor del Ayuntamiento
de México y a partir deentonces fue miembro del Partido Liberal.
­ abían visto obligados a permanecer en cargos ordinarios duh
rante el Imperio, a diferencia de quienes habían ejercido puestos
de mayor responsabilidad y otorgar el derecho de voto a los
miembros del clero secular.
El proceso electoral dejó ver en la propuesta una falta a la
Constitución por la que se había luchado desde 1858. Ante los
ataques de la prensa y el ánimo político exacerbado, el Gobierno
retiró la propuesta de reforma; no obstante, Juárez se apresuró
a convocar elecciones presidenciales para el mes de agosto. La
desaparición del Partido Conservador de la contienda política
enfrentó a tres liberales: Sebastián Lerdo de Tejada, el propio
Juárez y Porfirio Díaz, el héroe militar de la guerra.
Sin duda, la experiencia política del Benemérito fue singular, pues había gobernado en estado de guerra con facultades
extraordinarias y prácticamente sin Congreso. Esto le permitió
fortalecer la figura del Ejecutivo, pero ahora se encontraba en
una situación diferente, pues la Constitución de 1857 mantenía
la supremacía del legislativo que, por unicameral, era definitivamente más temible. Por eso Juárez promovía la restauración del
Senado para lograr mayor equilibrio. Al elegir un gabinete de
civiles constitucionalistas, despertó el malestar del grupo militar que se sabía autor de la victoria y favorecía a Porfirio Díaz.
Por otra parte, el castigo a funcionarios conservadores originó resentimientos en la sociedad, así que para dar muestra de
una reconciliación, el Ejecutivo permitió el regreso del arzobispo Labastida, a quien se le trató con total respeto. La Guerra de
Reforma, ante las nuevas medidas, parecía infructuosa. Para el
pragmático Juárez la prioridad era la reorganización general y
el arreglo de la hacienda pública, la cual recayó en los ministros
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Matías Romero (1837-1898)
Al estallar el Plan de Tacubaya se afilió a los liberales. Marchó a Guanajuato para unirse a Juárez.Lo
siguió a Guadalajara, Colima y Manzanillo, siendo el único que lo acompañó a Veracruz, cruzando
el Istmo de Panamá.
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