LA TUMBA DE DON PORFIRIO Guadalupe Loaeza Tengo la impresión de que los franceses no suelen visitar mucho a sus muertos. Después de haber pasado en el Montparnasse más de dos horas, me di cuenta de lo solitario que es uno de los panteones más importantes de París. Si no fuera por algunos grupos de turistas, el cementerio siempre estaría completamente muerto. Además, en sus tumbas, prácticamente no se ven flores, uno que otro ramito por allí, pero nada más. Pero esta mañana, por increíble que parezca, la pequeña cripta de don Porfirio Díaz de estilo gótico, tenía tres ramos de crisantemos amarillos envueltos con papel de celofán. Estaban muy bien acomodados en una esquinita contra la puerta del mausoleo, en la cual alguien había escrito con una navaja APPO, OAXACA. “¡Qué barbaridad, hasta acá le vienen a traer los problemas de su estado, como si pudiera resolverlos desde el más allá…”, pensé. En seguida apunté todo lo que mis ojos veían a través del vidrio de las dos puertas. Pero antes tomé varias fotos. Espero que me salgan bien, porque la mañana estaba muy nublada. Lo que más me interesaba es que se distinguiera el águila mexicana que se encuentra en la parte superior del mausoleo. Se ve tan bonita tallada en la cantera, parece que de un momento a otro va a emprender el vuelo. Lo primero que me llamó la atención fue la imagen de la Virgen de Guadalupe que estaba sobre el pequeño altar, entre dos banderitas mexicanas, de hecho, hay muchas imágenes de la Guadalupana, regadas por todas partes. Es cierto que Díaz era muy guadalupano, pero no hay que olvidar que también era masón; sin embargo, no vi ningún símbolo de la masonería. Me imagino que porque algún miembro de la familia Díaz es el que se ocupa del mantenimiento de la capilla. En fin, ya se lo preguntaré a don Porfirio en su momento. También vi una escultura preciosa de la Virgen de la Soledad, la patrona de Oaxaca. De ella sí que era sumamente devoto, especialmente su madre, Petrona Mori, “de sangre mixteca, carácter firme y actitud adusta”. Tengo entendido que su hijo y ella tenían una comunicación fuera de lo común, se adoraban. ¿Cómo no sería así, si doña Petrona, al quedar viuda tan joven y con siete hijos, lo educó y le dio, literalmente hablando, armas para una vida llena de calamidades y desafíos. Siempre pensó que su hijo mayor se convertiría en alguien muy importante. Porfirio, por su lado, a partir de los 18 años, se hizo completamente cargo de la familia, era su sustento, su orgullo, pero también su dolor de cabeza. Estoy segura que de todas, todas las sepulturas que se encuentran en el Montparnasse no hay ninguna que tenga tanta vida, color y muestras de cariño. Intentaré ordenar mis apuntes para ser lo más clara posible, ya que la cantidad de cosas que vi y que se estaban en absoluto caos tiradas en el piso de la cripta, la cual más que un mausoleo parece un pequeño expendio con puros souvenirs… Pero lo que todavía no alcanzo a entender es la forma en que la gente llega a introducirlas, a pesar de que las puertas permanecen completamente cerradas. No me sorprendería que lo que allí se ha ido acumulando nada más haya sido a lo largo de las recientes semanas, y que alguien, ya sea del panteón o de la familia Díaz, lo limpia constantemente. Por ejemplo, ¿cómo pudo alguien haber introducido a través de la rendija de la puerta una camiseta para adulto de la Selección Nacional? Es verdad que Díaz tenía aptitud y gusto por los ejercicios atléticos, incluso, en la adolescencia tuvo la idea de construir un pequeño gimnasio para su casa y hasta improvisó algunos aparatos gimnásticos en los que pasaba mucho tiempo haciendo ejercicio. Por increíble que parezca, también vi, un sombrero de charro de niño en terciopelo guinda como los que venden en algunas tiendas del aeropuerto; un ramo de flores de papel ya muy envejecido envuelto en celofán; dos billetes de 20 pesos con la efigie de don Benito Juárez y otro más, de 200 pesos; muchísimos sobres rutilados con su nombre en donde se leía: Domicilio Conocido. Personal. (¿por qué pensará la gente que Díaz leerá, efectivamente, sus cartas?); tarjetas postales de Oaxaca; había muchas placas como las que entregan a los conferencistas con inscripciones que decían: Don Porfirio, México lo quiere y lo respeta; había igualmente una que otra fotografía de novios; decenas de banderas mexicanas miniatura; muñequitos y muñequitas de pasta vestidos de charro y de china poblana, juguetitos como con los que juegan los canarios que dan la suerte; cajitas de Olinalá; sarapitos de lana; boletos del metro de México; un rosario; veladoras, monedas, estampitas, credenciales con fotografías; cuadernitos en cuyas páginas aparecían recados, una matraca, y por increíble que parezca, detrás del altar, vi un balón de futbol, en medio de basura y mucho polvo. (A mi manera de ver, también le deberían de llevar una escobita de Oaxaca para ver si un alma caritativa del panteón pudiera barrerle su capilla de vez en cuando). Lo que nunca vi fue la urna fúnebre, donde supuestamente se encuentra un poco de tierra oaxaqueña, que le llevó un hijo de su sobrino Félix, para que se sintiera cerca de Oaxaca.