Una manera de ser

Anuncio
PLATAFORMA 2003‐FUNDACIÓN JOSÉ ANTONIO ESCUELA DE VERANO 2016 UNA MANERA DE SER 1. Introducción Mi intervención en esta nueva edición de la Escuela de Verano no obedece a ningún tipo de auctoritas académica, sino en virtud de una triple condición: la de asociado de Plataforma 2003, patrono de la Fundación José Antonio –empeñadas ambas en desbrozar la figura y la obra de José Antonio Primo de Rivera y de proponerlo para nuestro siglo XXI‐ y la de antiguo afiliado del Frente de Juventudes, en su adscripción concreta de veterano de la Organización Juvenil Española, donde quien os habla oyó, por primera vez, hablar del estilo falangista y, lo que es más importante aun, tuvo ocasión de vivirlo en convivencia fraterna y tuvo excelentes ejemplos de que no se trataba tan solo de una manera de pensar, sino principalmente de una manera de ser. Como ocurre con todas las grandes afirmaciones, a lo largo de nuestra historia esta manera de ser, expresada en un estilo, ha sido tema de consignas, charlas y proclamas, y, también, de numerosas tergiversaciones; ha corrido el peligro –como todas esas grandes afirmaciones‐ de quedar reducida a un lugar común, a un tópico manoseado; por ello, han abundado versiones en que fue confundida con el gesto, el rito: aquello de un saludo a nuestro estilo daba la impresión de que este quedaba reducido al número exacto de grados que formaba el cuerpo con el brazo extendido; o en llevar la gabardina correctamente doblada en el brazo izquierdo cuando se entraba en un despacho; o en repetir fórmulas de cortesía cuartelera ante una jerarquía al saludar o al despedirse; el estilo devino en caricatura de sí mismo. Otra tergiversación –esta por elevación‐ consistió en confundir la manera de ser con una guía de conducta propia de todo cristiano, observador de las virtudes que podían llevarnos a la complacencia divina; por fin, otra derivación fue reducir el estilo a una militancia de tal o cual grupo de nuestra diáspora azul, con lo cual quedaban automáticamente excluidos como portadores de un estilo quienes habían cometido el error de haberse afiliado al grupo rival, considerado lógicamente como heterodoxo en función del absurdo invento de lo que hemos venido en llamar humorísticamente –para no llorar‐ el falangistómetro. Todas estas interpretaciones erróneas han dado lugar a que, cuando en este 2016, algunos sigamos dando capital importancia a la manera de ser se nos mire, por lo menos, como iluminados… condición la cual estoy muy lejos de ostentar. 2. ¿Qué NO es el estilo? Procedamos por eliminación, negando, en primer lugar, lo que es no es modo de ser falangista o, por lo menos, qué elementos no constituyen su esencialidad, sino que son a manera de agregaciones coyunturales que se han ido superponiendo al concepto, hasta convertirlo a veces en confusa y casi irreconocible, en un motivo de exigencia casi espartana y, por qué no, ridícula. 1 El estilo no lo constituyen unas normas de etiqueta o de educación formal, que se han adquirido mediante la guía familiar o una instrucción escolar. El estilo no son unos modos castrenses (mejor diríamos, cuarteleros), adoptados muchas veces por quienes sienten nostalgia de su vida militar o frustración por no haberla tenido. Esos modos eran propios –para qué ocultarlo‐ de otros momentos de nuestra historia o de unas concretas didácticas (adecuadas, por cierto, en los ámbitos juveniles en su contexto), pero que hoy en día han devenido en anacrónicas. El estilo no es una conducta religiosa, orientada a la vida sobrenatural, porque, si así lo fuera, precisaría la Gracia del Espíritu Santo para que las obras humanas merecieran el beneplácito de Dios. El estilo falangista tampoco son, exactamente, las virtudes que García Morente atribuye al caballero cristiano, ni aquella trilogía de servicio‐jerarquía‐hermandad, que Ramiro de Maeztu contrapone a la igualdad‐fraternidad‐libertad de la Revolución Francesa. 3. ¿Qué ES el estilo? Poco nos va a ayudar el diccionario de la R.A.E. en este punto, pues sus acepciones van desde la etimología latina del punzón hasta la púa sobre la que está montada la aguja magnética; quizás nos sirva algo la 3ª acepción ( modo, manera, forma) o la 7ª (carácter propio que da a sus obras el artista). Lo cierto es que hablamos del estilo de determinado autor, de determinada época o de determinada obra literaria, o del estilo que imprime a sus acordes un músico, pero lo importante es otra cosa; siempre que decimos que algo tiene estilo, le damos a este algo un matiz positivo, bello, acorde, equilibrado, con armonía consigo mismo y con los demás. Una definición del psiquiatra Adler nos dice: forma inconsciente del individuo hacia la estructuración de su personalidad individual. Podría argumentar que discrepo del sentido absoluto que da este discípulo de Freud a la palabra inconsciente; evidentemente, muchos de nuestros comportamientos lo son, pero hay otra parte de ellos de los que somos absolutamente responsables, y el estilo del que vamos a tratar implica un aloto grado de responsabilidad, tanto en la adquisición como en el ejercicio; también discrepo de esta definición en cuanto al carácter estrictamente individual que le asigna Adler; la tarea de estructuración de la personalidad no solo viene dada por el mensaje genético que conforma el temperamento, sino que la educación, la circunstancia, el mundo exterior, los valores asumidos, operan sobre ella y son capaces de enmendar aquel temperamento, dando lugar a lo que llamamos carácter. Pero es que, además, la definición de Adler no contempla que un grupo de personas, muy distintas entre sí, tengan un mismo estilo; en contraposición a esta idea, empiezo por afirmar que pueden tenerlo, y no solo contemplando este grupo en forma sincrónica, en un mismo tiempo o período, sino diacrónica, a lo largo de la historia. Mi primera aseveración va a consistir en relacionar el estilo falangista con el devenir de España en el tiempo, o, si se quiere, entenderlo como concreción de una forma de ser española. Ya volveré sobre ello más adelante. 2 Primero, vamos a recordar algunos textos clásicos que hacen referencia al estilo o modo de ser. El primero procede, por supuesto, del acto de afirmación española (así fue convocado) del 29 de octubre de 1933, cuya primera frase incluye, por cierto, la palabra estilo: “Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo”. ¿Nuestro? ¿De quiénes? Posiblemente, se trata de una intuición o un deseo de José Antonio sobre sus motivaciones al dar aquel paso. Lo aclara en el contenido de su discurso: “Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan solo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. No debemos proponernos solo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida”. Más adelante, al explicarlo, utiliza una expresión que no ha sido tan repetida como la anterior: cuando afirma que los señoritos del pasado, al esforzarse y sacrificarse por los demás, “lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores”. Está proponiendo, nada menos, que la idea de servicio, aquella que otorga dignidad social; con ello, está empalmando con nuestros clásicos en la historia y proponiendo un valor para el futuro… aquel valor concretado en el Vale Quien Sirve, que se nos propuso como guía a los de mi generación en la O.J.E. (y que se sigue proponiendo –no lo olvidéis‐ a muchos flechas, arqueros y cadetes de hoy, que acaso no sepan el nombre de José Antonio pero han heredado sus valores esenciales). Casi dos meses después del acto fundacional, en los Puntos Iniciales (7‐XII‐33), José Antonio amplía los rasgos de ese estilo: “Los que lleguen a este cruzada habrán de aprestar el espíritu para el servicio y el sacrificio. Habrán de considerar la vida como milicia: disciplina y peligro, abnegación y renuncia a toda vanidad, a la envidia, a la pereza y a la maledicencia. Y al mismo tiempo servir a ese espíritu de una manera alegre y deportiva”. En la revista FE, de 11 de enero de 1934, aporta una aclaración frente a los reproches de que sus páginas adolecían de dureza y agresividad; allí dirá que “la fuerza de un estilo no reside en el desenfado de la expresión, sino en la firmeza doctrinal de lo que se escribe”; está entonces aludiendo a otra idea, inseparable del estilo, cual es la del rigor, la exigencia intelectual, ética y estética. Siguiendo con FE, en su número 4 de 25 de enero de 1934, opone, por segunda vez, las ideas del señorito y del señor: “El señor era tan señor porque era capaz de renunciar, esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de servicio”. Y sobre todo en el discurso de proclamación de FE de las JONS (4 de marzo de 1934) nos da una clave importante para entender qué es el estilo del nuevo movimiento: “LO que hay que tener es un sentido total de la Patria, de la vida, de la historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir”. Por lo tanto, el modo de ser no lo constituyen, en su base, una conjunción de virtudes personales o de actitudes espontáneas, sino un sentido total, que yo me permito traducir por 3 cosmovisión, por una interpretación filosófica completa, y que, como toda filosofía, es inseparable de la ética. 4. Las raíces del estilo. 4.1. El clasicismo. Una vez sustentada la base del estilo en una filosofía, vamos a preguntarnos ahora sobre la filiación de la misma; la encontramos en lo clásico como opuesto a lo romántico; así, podemos recordar un rasgo joseantoniano en la entrevista que César González‐Ruano le hace para ABC, tras sufrir un atentado: “Soy enemigo de las improvisaciones (…). La improvisación es una actitud de la escuela romántica, y no me gusta…” He aquí una de las claves –no la única‐ del pensamiento falangista, y no hace falta recordar ahora que constituye el punto de encuentro de José Antonio con Eugenio d´Ors, su otro maestro de la generación anterior. Nos lo explica muy bien Miguel Argaya Roca (Entre lo espontáneo y lo difícil. Tarfe. 1984): “…Es el de José Antonio un universo ético eminentemente barroco, de tensión y agonía (en su sentido etimológico), donde ´toda existencia humana –de individuo o de pueblo‐ es una pugna trágica entre lo espontáneo y lo difícil, entendiendo lo difícil como aquello que nos hace humanos por encima del instinto´(…). Se trata, sin embargo, de una agonía en la que, desde la óptica joseantoniana, ha de acabar prevaleciendo lo segundo, lo racional frente a lo sensual. Hay en Primo de Rivera, permanentemente, un rechazo a todo lo primitivo, lo nativo, lo que da en llamar ´romántico´, y que contrapone a todo lo artificial, a lo histórico, a lo racional, a lo conseguido por el esfuerzo (…). José Antonio toma partido, y decide con ello el objeto último de su compromiso, que vendrá a definirse ya, para el resto de su discurso, como eminentemente antirromántico”. Este clasicismo inspira el modo de ser y el modo de pensar a la vez, como reafirma Argaya: “José Antonio se intuye como un verdadero clásico, en cuanto que universalista y tocado de un peculiar personalismo trascendente, bien alejado de los determinismos y subjetivismos de las posiciones totalitarias”. No es extraño que en los textos joseantonianos encontremos una frase (revista JONS, nº 16, abril de 1934) que suele pasar desapercibida en su importancia para el lector superficial: “El corazón tiene sus razones que la razón no entiende. Pro también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón”. En cambio, sí que ha sido repetido hasta la saciedad un fragmento poético muy bello en el que el Fundador califica como blasfemia montada sobre una antítesis el verso romántico de “No quiero el Paraíso sino el descanso”, y dirá que “queremos un Paraíso difícil, erecto, implacable, aquel que tenga ángeles con espadas junto a las jambas de las puertas”. (Al llegar a este punto, no puede menos que renacer en mí el veterano de la Organización Juvenil Española ‐ ¿no, amigo y maestro Luis Buceta?‐, donde se nos enseñó a través de la pedagogía de la canción aquello de me gusta lo difícil cuando empiezo a caminar). 4 Podríamos traer a la memoria otras innumerables citas que prueban el clasicismo subyacente en el pensamiento joseantoniano, pero creo que están acudiendo a la memoria de todos los presentes; las resumo en una conocida descalificación del romanticismo, puramente dorsiana: “El romanticismo es una actitud endeble que precisamente viene a colocar todos los pilares fundamentales en terreno pantanoso; el romanticismo es una escuela sin límites constantes, que encomienda en cada minuto, en cada trance, a la sensibilidad la resolución de aquellos problemas que no pueden encomendarse sino a la razón”. (3‐VII‐34) 4.2. La españolidad. Que no españolismo…Además del pilar clásico de la manera de ser, debe ser tenido en cuenta otro fundamental; y no me refiero a la breve frase contenida en los Puntos programáticos ( “estilo directo, ardiente y combativo”), que dejo de glosar no por su paternidad fascista, sino por su tono exclusivamente coyuntural y su ambigüedad. La otra raíz esencial la podemos encontrar en el brindis de José Antonio en el banquete de homenaje a Eugenio Montes, el 2 de febrero de 1935: “Entraña y estilo, he aquí lo que compone a España. Ahora se nos habla mucho contra el estilo; se nos dice que nadie que hizo nada grande se dio cuenta de que tenía estilo. ¿Y qué importa que no se diera cuenta? Lo importante era tenerlo; en eso, el estilo es como lo que Goethe llamaba la idea de su existencia: es la forma interna de una vida que, consciente o inconsciente, se realiza en cada hecho y en cada palabra”. La definición de estilo precedente está literalmente tomada de Oswald Spengler (Años decisivos.Pág, 47 de la edición de 1962 de Austral, que es la que manejo, con la única diferencia que donde dice el autor alemán inadvertidamente José Antonio prefiere inconsciente; pero, vayamos al significado profundo. El fundamento del estilo falangista es la propia España, o, mejor dicho, la interpretación española del mundo, de la historia, del hombre, de la vida. Más adelante, dirá José Antonio: “Nuestra España, que se calificó por ser un estilo, según Menéndez Pelayo…” (Revista Haz, 26‐III‐35). Vendría, por lo tanto, a ser una interiorización, primero, y expresión, después, de lo español. Pero me diréis ¿existe esa interpretación española? Yo me atrevo a afirmarlo, y os pido un poco de paciencia para intentar explicarme… Igual que los individuos, los pueblos representan –según hemos leído y oído antes‐ esa agonía (etimológicamente, lucha) entre lo espontáneo y lo difícil; la historia los convierte en patrias, del mismo modo que el Derecho eleva a los individuos a la categoría de personas. Y las patrias no son en modo alguno decisiones de voluntad nacidas de un plebiscito, por mucho que lo afirmara el voluntarismo de Renán, sino fundaciones, entes históricos con objetivos permanentes. ¿Quiénes confieren esos objetivos? Rechacemos, con Ortega y José Antonio, las teorías providencialistas y la romántica del volkgeist; los confieren las minorías que sean capaces de proponer un proyecto atractivo de convivencia; existe un momento fundacional, acaso dilatado en el tiempo, que tiene lugar en una determinada coyuntura histórica; a pesar 5 de estar situado en un momento de la historia, proporciona los gérmenes de lo que será la esencia de esa patria. A partir de ese momento, esa esencialidad nacional se constituye en potencialidad de unos valores que componen el proyecto histórico sugestivo; se requiere que esa potencia sea llevada a acto, actualizada, en las distintas situaciones históricas sucesivas, y corresponde a la minoría la tarea de actualización. Es importante que estas acierten con aquella esencialidad, compaginándola con las exigencias y avances del progreso; por ello dirá José Antonio (Callosa del Segura, 22‐VII‐34): “Mas España comienza a perder su propio estilo y personalidad cuando por obra de las doctrinas rousseaunianas y de la revolución francesa…”. El pueblo constituye la entraña de esa sucesiva actualización del proyecto nacional, pero precisa siempre del concurso del estilo que ofrece esa minoría rectora. Y puede ocurrir que la minoría no acierte ni en la esencialidad ni en la dirección del proyecto; y puede ocurrir que lo popular degenere en lo castizo… Entonces se impone rectificar el rumbo, lo que constituye una tarea revolucionaria en verdad. Si la entraña se enfrenta a la directriz del estilo, deviene en masa desbocada y estéril; si el estilo se enfrenta a la entraña, deviene el oligarquía o en frío aristocratismo. Una entraña sin estilo es lo vulgar, lo castizo, y un estilo sin entraña es esteticismo elitista. He aquí las cuatro posibilidades de error. Es imprescindible, por lo tanto, la conjunción de ambos, y en España se ha logrado en ocasiones de la mano de una minoría egregia acertada y de un pueblo lleno de buenas cualidades entrañables. A lo largo de la historia se logra a veces esa conjunción, como en los Siglos de Oro; otras veces, se intenta, pero no se consigue, como en el siglo XVIII; y el siglo XIX y gran parte del XX representaron el divorcio entre propuestas, entre los que, por querer ser modernos no atinaban a ser españoles y quienes, a fuerza de querer ser españoles, no atinaban a ser modernos, como nos dice Laín Entralgo. La interpretación española de la vida alcanza su plenitud con las coplas de Manrique, las sátiras de Quevedo o los consejos de Gracián; quiere encontrar una nueva actualización en la Ilustración española, sin conseguirlo… y llega a nuestros días a través del pesimismo trágico del 98, de la lección serena de la generación del 14 y desemboca en el falangismo de José Antonio, cuya raíz última es ofrecer la versión actualizada para su coyuntura histórica de esa armonía entre el estilo y la entraña popular. ¿Y cuáles –diréis‐ son los elementos constitutivos del ser de España, de su esencialidad, que deben ser actualizados permanentemente? Oigamos la voz de tres pensadores del siglo XX que han tratado de sintetizarlos. En primer lugar, Julián Marías, que, en su España inteligible, los resume en: a) identificación con el cristianismo, que –matiza‐ pervive aun independientemente de la religión;) b)la consideración del hombre como persona y el rechazo al utilitarismo que ve al hombre como cosa; c) el entendimiento de la vida como misión, al servicio de una empresa transpersonal; d) un sentido de la convivencia interpersonal y no gregaria; e) resistencia a subordinar al hombre a la maquinaria del Estado; f) la vida como inseguridad –no a la justificación por el éxito‐ y, por ello, interpretación de la misma como aventura. 6 (Como dice Jaime Suárez, Marías fue un joseantoniano malgré‐lui) Por su parte, Joaquín Ruiz Jiménez (Del ser de España), sitúa estos elementos constitutivos de lo español en “un agudo sentido realista en la acción pública”, “un sentido axiológico e idealista”, sustentado en el reino del espíritu, y “un sentido activo, creador, de la presencia del hombre en las tareas colectivas”, con fundamentación ética y exigencia al gobernante de prestar un servicio a la nación. Finalmente, Pedro Laín Entralgo (España como problema) entiende que los elementos del ser de España son: a) el sentido católico de la existencia; b) la unidad y la libertad política y económica, basada en un efectivo respeto a la dignidad y a la libertad de la persona humana y una atención exquisita y siempre vigilante a la justicia social, y c) Unos cuantos hábitos que llamaré esenciales: el idioma y unos pocos más. Detengámonos en este último pensador, porque, a continuación esboza una lista de necesidades de su generación, la de los nietos del 98, y que, mutatis mutandis, se podrían aplicar al tiempo presente: la de resolver la irresoluta polémica entre el progresismo antitradicionalista y el tradicionalismo inactual; la de garantizar la autonomía política de España y la más estricta justicia social; la de distinguir entre lo esencial y lo accidental; la de ser fieles a lo esencial y originales en su expresión; la de hacer sugestiva y difusiva la propia originalidad, y la de vivir instalados en la historia universal. Se puede observar que las tres propuestas coinciden en lo esencial entre sí, y, además, muestran un gran paralelismo con el pensamiento joseantoniano, que supuso – como se ha dicho ya‐ un intento de actualización de la esencia española; de ahí que el estilo falangista sea una emanación concreta del estilo español, que debía –y debe‐ configurar la entraña popular. 5. Concreción de los rasgos del modo de ser. Ya sabemos que José Antonio centra su idea del estilo en el sentido religioso y militar de la vida. Las derivaciones posteriores de estas palabras han sido variopintas y alguna de ellas deformante de la intención del Fundador: tal fue cierta mimetismo castrense, si bien comprensible en épocas bélicas, inadmisible en otros momentos y no digamos en nuestros días; también hay que decir que este mimetismo fue compartido por la inmensa mayoría de los partidos de izquierda y de derecha, con lógico ajuste a la circunstancia; tal fue cierto confusionismo con el de las órdenes religiosas, sin tener en cuenta la frontera entre los fines terrenales (los del falangismo) y los sobrenaturales ( los de la Iglesia); la frase mitad monje, mitad soldado no es, por supuesto, de José Antonio, sino una creación sintética, algo deformante por su reduccionismo, al reducir una reflexión profunda a una consigna apresurada (Rafael García Serrano ironiza: ¿Pero en transversal o con línea de separación de cintura hacia abajo y hacia arriba?) Lo que en realidad proponía José Antonio era una forma de ascetismo heroico, que halla su raíz en los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida: “la manera religiosa y la manera militar –o, si se quiere, una sola, porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso”; también en este punto se nota la huella de Spengler (“El máximo símbolo de la victoria del espacio sobre el tiempo es el guerrero 7 convertido en asceta… Hay que ser héroe o santo”), pero José Antonio se inspira, una vez más, en la historia esencial de España. Al respecto, nos dirá Salvador de Brocá (Falange y Filosofía): “Con el fin de forjar esta nueva arquitectura al servicio del hombre, el movimiento falangista apelaba a una ascética heroica radicada en el sentido religioso y militar de la existencia (…). La ética joseantoniana comportaba un sentido total de la vida y por lo mismo no puede ser entendida como una mera táctica política, como una retórica pulida destinada a embriagar emocionalmente a las masas. Se trataba en vigor de una fe, con lo cual ya se diferenciaba a radice de todos los demás partidos políticos, con excepción del marxismo, creyente asimismo en un sentido total de la vida y de la historia. Implicaba un estilo, circunstancialmente fascista, para implantar la revolución nacional, a la vez disciplinado, austero y con un sentido religioso y militar de la vida. Esta solo valía la pena vivirla ´para quemarla al servicio d una empresa grande´”. Arnaud Imatz (José Antonio entre el odio y el amor) insiste en la importancia de estos aspectos: “Este sentido religioso y militar de la vida, esta actitud ascética y trágica, hacen de José Antonio el inspirador de una especie de nueva orden de caballería”. Puede parecer exagerada la afirmación, pero no olvidemos que bajo ella subyace la preponderancia de lo espiritual, presente en toda la cosmovisión joseantoniana hasta su último proyecto de ensayo, Cuaderno de notas de un estudiante europeo, ¿septiembre de 1936?), en el que acaba concluyendo que el problema es lograr la armonía del Hombre con su entorno y para ello solo hay una solución religiosa. Mucho antes (22‐X‐34) ya había dicho: “…El sentido serio y severo de la vida, apto siempre para volver a mirar las cosas…bajo especie de eternidad”. De este rasgo esencial se desprenden otros que, en ocasiones, han pasado desapercibidos tras las grandes afirmaciones precedentes; en todos los casos, se parte de la personalidad de José Antonio, dando la razón al maestro Enrique de Aguinaga cuando se refiere al Fundador como arquetipo. El que fuera amigo personal de José Antonio, Ramón Serrano Suñer (Semblanza de José Antonio joven) insiste en que el estilo “era un esfuerzo, y un gran cuidado que se refería al modo espiritual de sentir, pensar y expresarse, y que abarcaba también el gesto y la conducta entera”; se refiere, por supuesto, a la síntesis entre lo religioso y lo militar (“luego tan manoseada”): “Podría también adoptar otros muchos pares de cualidades integradas: lo intelectual y lo deportivo, la elegancia y el rigor, la pasión y la veracidad, el ímpetu y la delicadeza”. También fue muy manoseada –decimos nosotros‐ la frase del discurso fundacional “a los pueblos siempre los han movido los poetas…”: que José Antonio admiraba la poesía, que su prosa es, en muchas ocasiones, poética y que escribió algunos poemas de circunstancias, nadie lo pone en duda; sin embargo, la poesía a la que se refiere y que dio lugar a que figurara como rasgo del estilo el imperativo poético, no tiene que ver con la literatura: se refiere al sentido etimológico del griego (poiesis) que significa creación, construcción; lo ha visto muy bien Miguel Argaya: “La vida, por tanto, para el fundador de la Falange, se instituye como un compromiso radical, revolucionario, que ha de asumirse al modo poético, es decir, constructivo, a partir de la sujeción a valores y verdades permanentes”. 8 “Lo poético adquiere un contenido comportamental (…) El compromiso poético supera una mera adscripción intelectual, porque se revela como toda una forma de entender y acometer la existencia individual y colectiva, una forma de estar en el mundo. Y esa exigencia comportamental, radicalmente ética, que propone, chocaría con la urgencia de la autenticidad política si no fuera interiorizada por el agente revolucionario como un estilo, como certeza íntima (…). Toda la teoría revolucionaria de José Antonio primo de Rivera pasa por el espejo. Lo poético viene a constituirse en el elemento revolucionario por excelencia, aquello que garantiza la autenticidad de su protagonista en la praxis”. Y todo ello dentro de una especie de tensión, mucho más allá de programas políticos concretos, que José Antonio llamará entendimiento de amor o ley de amor. No es ocioso recordar una vez más aquella comparación del estilo con el comportamiento de unos enamorados, que no se someten a un programa predeterminado de abrazos, de besos o de riñas. Mis mayores –los afiliados a las FFJJ de F‐ cantaban en su himno que la historia es un quehacer de amor… 6. Aquí y ahora de nuestra manera de ser. Posiblemente, hasta este punto, todos habremos estados más o menos de acuerdo. Hemos intentado definir el estilo en su historia, en el José Antonio y la Falange históricos, hablar de sus raíces y fundamentos, concretarlo en una serie de actitudes humanas; acordamos también que se trataba de una exigencia personal, que José Antonio trataba de transmitir a sus seguidores. Así, reconocía en las JONS primitivas “la primera guerrilla del estilo nuevo” (revista FE, 22‐II‐34), amonestaba a ciertos falangistas que hacían gala de “la pereza y la viveza del mal estilo” (Arriba, 25‐IV‐35) y pretendía llevar esa pedagogía del estilo a todos los españoles, porque había que transformar “no solo la armadura, sino el modo de ser” (26‐IV‐34), por encima incluso de las posiciones de derecha y de izquierda en los jóvenes, que “se sienten unidos en la misma responsabilidad, en un mismo estilo” (clausura del II Congreso Nacional del SEU. 26‐XII‐35). Pero, ¿es posible trasplantarlo a nuestros días, a este siglo XXI? ¿Es posible esa exigencia a quienes nos consideramos joseantonianos, con la arrogancia de ser depositarios y la audacia de ser traductores del legado de José Antonio? ¿Nos es posible seguir gozando de esta alta temperatura espiritual (…), refugio contra la dispersión y contra la melancolía del ambiente” (17‐XI‐35)? Por de pronto, formula un deseo que ya se deslizó en la pluma de Sigfredo Hillers de Luque en su Ética y estilo falangista en la lejana fecha de 1974: “Más deseamos vivir la manera de ser falangista que poder definirla”. Para ello, tenemos que volver al principio: por una parte, a sopesar las raíces del estilo; por la otra, a llevar a cabo una introspección personal, íntima; y esto sin perder de vista que tanto las circunstancias históricas como las peripecias individuales de la vida nos han hecho a todos desconfiar de las grandes palabras –aunque procedieran del entrañable acervo familiar, como las que he ido recordando a lo largo de mis palabras‐ y, en no pocas ocasiones, a ceder a la abulia, a la pereza, al escepticismo, a la resignación pesimista. 9 En virtud de la primera raíz del estilo –el clasicismo‐, van a darse opiniones para todos los gustos. Sobre todo, porque en este punto interfieren los rasgos de una época, la llamada postmodernidad o, como dice Bauman, la modernidad líquida; si en la primera modernidad, se depositaba la confianza en la razón, ahora también se desconfía de ella. El falangismo fue un producto híbrido de tradición y modernidad, pero no halla su lugar en este postmodernismo, donde todo es relativo, transitorio, fugaz, líquido: la política, el poder, la economía, la familia, el amor… Es muy difícil a las personas mantener las constantes clásicas en su vida: valores permanentes, creencias firmes, actitud de profundidad y rigor, mirada constante hacia lo trascendente… Creo que puede afirmarse que, hoy más que nunca, se da un falangismo light, centrado en maneras de pensar –por cierto, siempre dispares de las del otro‐ y no en la manera de ser. En algunos casos, ha caído sobre el falangismo la bruma del romanticismo: afirmaciones etéreas, vagos sentimientos patrióticos, revolucionarismos infantiles… ¿Es posible reconducir muchas posturas hacia el clasicismo joseantoniano? ¿No habrá que partir de cero para ello? Con respecto a la segunda raíz, la propiamente española como apriorismo esencialista (Brocá), nunca serán bastantes los esfuerzos que se dediquen a profundizar en la España metafísica, sin perder por ello de vista la situación de la España física en que nos encontramos nosotros (no la que encontró la primitiva Falange de la primera mitad del siglo pasado). Tengo para mí que no encontramos en otra coyuntura de actualización de las constantes del ser de España: más que imitar o repetir lo que dijo o hizo José Antonio, hay que adivinar lo que diría o haría si se encontrara en nuestro aquí y ahora. Creo que hay que seguir entendiendo a España como construcción histórica irrevocable, incardinada en el proyecto europeo común; si España es objeto de nuestro amor porque no nos gusta, otro tanto se puede decir de Europa y de su unidad: el patriotismo crítico, de perfección, debe ampliarse a lo europeo, sin caer en posiciones nacionalistas (por tanto, no falangistas), abandonos o euroescepticismos. La mirada clásica ha de contemplar también a Europa e interiorizarse de nuevo como raíz del estilo. Y, en lo estrictamente personal, independientemente de nuestras edades y experiencias –frustrantes algunas de ellas‐ no hay que perder de vista que todos aquellos que no dan sentido a su vida viven, en realidad, una falsa existencia, aceptan su destino con resignación, pero no sin la secreta esperanza de eludirlo algún día. ¿Es este nuestro caso? Nuestra presencia en estos días da fe de que, por encima de las diferencias, opiniones y matices, seguimos dando un sentido a nuestra vida… Si miramos al fondo de nuestras conciencias, observaremos que este sentido de la vida sigue estando presidido por la idea de servicio, entendido como vocación ineludible, como misión personal, y concretado en la idea de rescatar a José Antonio del polvo de la historia, profundizar en su mensaje esencial y ser capaces de poner las primeras piedras para edificar, en el mañana, sólidas construcciones de pensamiento y conducta que sean capaces de transformar la faz de España. Por ello, asumimos los sacrificios, somos capaces de renunciar, propendemos, en mayor o menor graso, a la abnegación, a la solidaridad, a la camaradería. Debemos hacerlo sin plegarnos –y aquí sigue la necesidad de vigilancia interior‐ al gusto zafio de lo que nos rodea. Tampoco olvidemos nunca que hemos adquirido un compromiso pedagógico: ¿o es que no se retuerce nuestra sensibilidad, en punto a la indignación, cuando oímos o leemos vulgaridades o procacidades tomando como referencia a 10 José Antonio? El estilo puede ser objeto de educación, objeto de transmisión educativa a todos los joseantonianos. Es evidente que no podemos pretender un estilo de militancia, llevándolo a formas de código de honor magníficas de nuestra historia; por supuesto, tampoco debemos volver a reducir el modo de ser al gesto, al rito, a la liturgia, a la frase hecha. Nuestro estilo del siglo XXI, del aquí y ahora, de los que estamos aquí, debe retornar, también, a lo fundamental, prescindiendo de lo accesorio y lo que fue coyuntural. Solo desde esta temperatura espiritual que propicia el estilo podremos, desde los ámbitos generosos y abiertos de Plataforma 2003 y de la Fundación José Antonio, ahora comprometidas en una tarea de hermanamiento, ser fieles a nosotros mismos y a los que pueden mirarnos con ciertas expectativas de eficacia. MANUEL PARRA CELAYA Junio de 2016 11 
Descargar