los joseantonianos y la cultura en la transición

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XI UNIVERSIDAD DE VERANO. Madrid. Septiembre, 2007
LOS JOSEANTONIANOS
Y LA CULTURA EN LA TRANSICIÓN
MIGUEL ÁNGEL LOMA
Abogado
Antes que nada, abundando en algo comentado al principio de su exposición por Javier
Compás, sería necesario definir los términos del trípode conceptual sobre el que se
asienta esta intervención, joseantonianos, Transición y cultura, tarea que requeriría un
esfuerzo que excede copiosamente el pretendido carácter sumario encomendado a este
comentarista. Porque cuando ni siquiera existe un concepto unívoco sobre la Transición
y el período de tiempo que abarca, y complejo resulta definir lo que es cultura, incluso
para el ámbito que nos ocupa, mucho más conflictivo resulta aún delimitar qué se
entiende por joseantonianos, labor que superaría, no sólo el tiempo asignado a mi
intervención sino, también, los mimbres de mis limitados conocimientos.
Al modo del antiguo catecismo católico, despacho el problema diciendo que
joseantoniano sería el seguidor de la doctrina de José Antonio; pero profundizar aquí y
ahora en tan escueta definición supondría generar más interrogantes que respuestas; lo
que no estoy dispuesto a hacer. Sólo diré que cuando hable de joseantonianos no me
referiré exclusivamente a los falangistas..., pero ahí me quedo. Y desde esta confesada
limitación anuncio ya que utilizaré indistintamente ambos términos (joseantonianos y
falangistas) según considere más conveniente en cada caso, con los riesgos que ello
implica y que no me queda más remedio que asumir desde el inicio.
Aunque exactamente no sé en qué consiste el papel de comentarista que se me ha
asignado en la presente ponencia, entiendo que no puede limitarse a comentar lo
expuesto por Javier Compás. Pese a ello, y respecto a los datos meramente objetivos a
que acaba de hacer referencia en su intervención, quisiera añadir unos mínimos detalles:
•
Junto a Rafael García Serrano (al que tan justamente ha hecho referencia, y que
tanto nos ayudaba a algunos para crecer en nuestra recién estrenada fe falangista de
por aquel entonces, así como en la forma y nervio de expresarla), incluiría a Ismael
Medina, que también escribía por aquellos años en El Alcázar, y que hoy lo sigue
haciendo en el Digital Vistazoalaprensa.com, de José Luis Navas, donde algunos
colaboramos semanalmente. Ismael sigue al pie del cañón del análisis de la realidad
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desde una visión puramente joseantoniana. Con unos pocos como Rafael e Ismael,
otros gallos nos hubieran cantado, entonces y ahora.
•
También considero de justicia, y ya que se ha mencionado una obra de Diego
Márquez en la editorial Labial, en nombre de los Círculos José Antonio, incluir una
obra similar de la misma editora donde Pedro Conde respondía a un cuestionario
general en nombre de la Falange Auténtica de la época.
•
Muchos libros se han quedado necesariamente sin citar, porque como bien señalaba
Javier lo ha hecho «sin ánimo de ser exhaustivos», parafraseando a César Vidal
(autor por cierto de una nefasta biografía sobre José Antonio que, dada la evolución
ideológica del autor, no sé si hoy suscribiría, posiblemente no, porque últimamente
le he oído hablar bastante bien de personas como Pilar Primo de Rivera…), pero por
añadir sólo alguna de las obras que me resultaron en su momento de especial interés,
citaré Falange Hoy de Miguel Veyrat y José Luis Navas-Migueloa (a quien me
refería anteriormente), publicado en 1973 por la editorial G. del Toro, y donde 41
significados falangistas de la época respondían a un cuestionario de 21 preguntas
sobre la vigencia y futuro de la Falange. Y también, el Testimonio de Manuel
Hedilla, de Ediciones Acervo (Barcelona), publicado en 1972 y que reflejaba la cara
más amarga de la Falange durante el régimen de Franco.
Ambas obras son previas a la Transición pero de indudable interés para explicar el
sentimiento interno de joseantonianos de uno y otro signo en una época inmediatamente
anterior a la que nos ocupa.
En lo demás, poco tengo que comentar a lo expuesto por Javier porque en lo referente a
sus opiniones y juicios de valor, estoy básicamente de acuerdo con él. Quizás cabrían
algunas matizaciones secundarias cuyo debate sustraerían un tiempo que lo restaría a las
intervenciones de ustedes, seguro más interesantes que la mía.
No obstante, y cómo algo debo decir porque por algo se me ha invitado como
comentarista, apuntaré algunos comentarios al respecto…
Posiblemente la coincidencia en lo fundamental con lo expuesto por el ponente viene
derivado de que somos de la misma ciudad y pertenecemos prácticamente a la misma
generación, lo que nos hace compartir muy similares recuerdos sobre el ambiente de la
época: si cuando murió Franco Javier cumplía 15, yo contaba con 17, y con esa edad ni
había pertenecido a la OJE, ni era falangista, ni sabía quién era José Antonio…
Tan sólo conocía del personaje lo que había oído en las tan denostadas hoy clases de
Formación del Espíritu Nacional (FEN), es decir, prácticamente nada, porque la
«temible y totalitaria» asignatura se aprobaba con unos simples trabajitos copiados del
libro, así como otras «hercúleas» labores por el estilo. Cómo sería la cosa que, pese a
haber cursado el bachiller en diferentes centros, uno religioso y otros públicos, no
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recuerdo que ninguno de mis muy variados compañeros fuese suspendido en tan
«importantísima» asignatura, que junto a la Religión y la Educación Física se disputaba
el nombre de una famosa radionovela que triunfó en 1971: Simplemente María.
Resulta curioso que hoy se comparen las clases de FEN con la de Educación para la
Ciudadanía (EpC), porque si se trata de aquello mismo, como apuntan algunos desde la
derecha y desde la izquierda, no habría nada que temer respecto al adoctrinamiento de
los niños con la nueva asignatura. Porque aquello tenía de adoctrinamiento, lo mismo
que tengo yo de defensor del vínculo marital entre personas del mismo sexo.
(Seguramente habrá quienes tengan otra experiencia, e incluso puede ser que entre el
público haya alguien que fuese profesor de aquella asignatura…, no lo sé, pero no temo
equivocarme si concluyo que a los estudiantes de bachillerato en los finales de los
sesenta y principios de los setenta, se nos había sustraído ya cualquier mención con algo
de pasión que pudiera suscitar un verdadero interés sobre José Antonio).
Por el contrario, y para dejar constancia de la importancia que, no obstante, tienen las
ideas y más aún los ejemplos de las conductas en las mentes infantiles quiero señalar
que, a la edad de ocho años, en el curso preparatorio para el Ingreso, al magnífico
profesor que entonces me tocó en suerte, le oí una mañana en clase hablar
elogiosamente de José Antonio, y no sé bien por qué extraña razón su testimonio se
quedó grabado en mi conciencia… Quizás fuese ésta una de las causas que muy
posteriormente, a los veinte años de edad, hicieran acercarme con interés e implicación
personal a la figura y pensamiento de José Antonio y la Falange.
Con mi referencia anterior a la asignatura de FEN quiero señalar que mi visión sobre
José Antonio, lo joseantoniano y la Falange en unos años donde todavía imperaba la
imagen pública del yugo y las flechas, y los retratos de José Antonio seguían
presidiendo aulas y despachos oficiales, no es que fuera virginal, sino un tanto
indiferente e incluso antipática, porque en el ambiente existía la idea de que todo
aquello expresaba algo caduco o que estaba a punto de fenecer por la llegada de tiempos
e ideas nuevas. Tristemente, tanto la Falange como José Antonio, que en su momento
fueron símbolo de vanguardia y alegre modernidad, y que en su entorno consiguieron
reunir a una parte importante de los intelectuales de muy diferentes ámbitos culturales,
se había ido transformando en imagen de los estertores de un Régimen, que para más
inri, nunca fue falangista, ni posiblemente tendría que haberlo sido, dado el peso real y
numérico de los falangistas antes de julio del 36.
En este sentido se podría decir que en la Transición nos tocó bailar con la más fea,
porque cuando llegaron los supuestos aires renovadores y la aparición de los adalides de
la libertad, mientras casi todos abandonaban el barco, la Falange y los joseantonianos
quedaron como los malos de la película a plena intemperie, lugar que, por otro lado, era
el que señalara José Antonio como nuestro hábitat natural.
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Si una parte fundamental de la cultura de una nación es la Educación de su pueblo, no es
aventurado concluir que respecto al significado de lo joseantoniano el Régimen
franquista a finales de los sesenta, había abdicado de casi toda formación que no se
limitara a una especie de paripé formalista y a la supervivencia de algunas que otras
entidades como la organización juvenil española.
Posiblemente en justicia, y dado el componente del color de los Gobiernos de Franco,
donde el azul estaba radicalmente desleído desde hacía bastantes años anteriores a la
muerte del General, no le correspondía a los falangistas mucho protagonismo, pero
quizás hubiera sido más beneficioso para todos desprender determinadas imágenes del
aparato externo del Régimen.
Vistas las cosas con los ojos actuales, me inclino a pensar que los joseantonianos de
finales de los sesenta y principios de los setenta no disponían ya ni de fuerza ni de
resortes suficientes para una defensa digna de su causa. Y la verdad es que, vista la
evolución que se produjo en muchos de aquellos supuestos joseantonianos, tampoco sé
si llegaban a fiarse unos de otros, o es que ya se habían rendido y acomodado a lo que
se veían venir.
Como de justicia también es decir que tampoco todos los joseantonianos estuvieron de
rositas con el Régimen; pero los críticos fueron los menos.
De todos modos, resulta muy fácil analizar el pasado desde el presente cuando ya
conocemos cómo se ha desarrollado la película y sabemos que finalmente el
mayordomo era el asesino.
Javier ya ha señalado el ambiente más o menos cultural de la época y los «valores» (con
todas las comillas que se quieran) que imperaban en la cultura de los tiempos de la
Transición. Unos valores y una cultura que, obviamente, no habían aflorado ni nacido
por generación espontánea, sino que habían sido hábilmente sembrados y trabajados
desde muy diferentes centros de poder, y extendidos por medios y ámbitos culturales
que prácticamente perviven hasta nuestros días.
Y aquella «Cultura de la Transición», no nos engañemos, fue y sigue siendo la misma
prácticamente que la actual: mayoritaria y abrumadoramente de izquierdas, de hondas
raíces anticristianas y, salvo casos excepcionales, profundamente crítica con la idea
nacional de España. El hecho de que la cultura sea de izquierdas, no debiera suponer
mucho disgusto para quienes no nos consideramos de izquierdas ni derechas, lo malo es
que, como siempre nos han considerado de extrema derecha, uno de los objetivos a batir
por la ofensiva cultural y «cultureta» fuimos, y seguimos siendo, los joseantonianos.
Para comprender mejor el ambiente de aquellos años, también habría que destacar las
especiales circunstancias históricas y culturales en que se desarrolló la Transición y que
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sin duda contribuyeron al destierro intelectual de lo joseantoniano que, repito, perdura
prácticamente hasta nuestros días.
Por citar algunos datos al respecto habría que recordar, por ejemplo:
•
Los devastadores efectos del Mayo del 68, sobre los que se ha pronunciado
recientemente el presidente francés Sarkozy, y cuyo lúcido análisis comparto.
•
La tremenda crisis de la Iglesia Católica, con efectos igualmente devastadores entre
la clerecía y la sociedad española, y que tuvo no pocas consecuencias en la propia
descomposición del Régimen franquista y todos sus aledaños, porque, pese a todo lo
que ahora se diga, constituía uno de sus pilares fundamentales. (Respecto a la
actuación de gran parte del clero hispano, la fe católica que profeso impide
pronunciarme al respecto, porque faltaría al mandato de la caridad).
•
El explosivo auge del antimilitarismo y del pacifismo; ideas ambas de claro origen
comunista en Occidente, y que aprovechó sucesos como el fracaso de los Estados
Unidos en la Guerra del Vietnam o los golpes militares habidos en Argentina y
Chile, para desprestigiar, insisto, prácticamente hasta hoy, el mundo militar.
•
La sustitución del patriotismo español por el rescate de los viejos patrioterismos
nacionalistas, muy posiblemente urdidos desde lejanas fronteras y por individuos
ornados con mandiles estrellados.
•
La expansión efervescente de la idea de libertad entendida fundamentalmente como
libertad sexual, y el consiguiente ataque a la institución familiar.
•
Etcétera.
Si entendemos como valores joseantonianos: la disciplina, el rigor, el servicio, la
lealtad, el sacrificio, la familia como institución fundamental de la sociedad, el sentido
religioso y militar de la vida, el patriotismo entendido desde el concepto de patria como
unidad de destino, etc., no era difícil advertir que ante aquel desembarco de «nuevas
ideas y valores» llevábamos las de perder.
Y si a todo lo anterior, y pese a que no suelo ser muy partidario de tesis
«conspiranoicas» unimos el indudable empeño, desde los resortes más o menos ocultos
del poder, por manipular, emporcar y desprestigiar a todo lo que encarnase los valores
anteriores (y muy especialmente si estaban relacionados con el mundo azul), y la
facilidad con que se movían por nuestros ámbitos esa «gente extraña» tan proclive en su
proselitismo sobre los más jóvenes para abocarlos a actos violentos o claramente
criminales (me refiero a esos que aparecían y desaparecía por las sedes falangistas
calentando los ánimos de un personal ya bastante caliente de por sí), tendremos la clave
de parte de nuestros fracasos, y que nos sigan presentando ante la sociedad española
como los más malos del lugar. (Aunque también es cierto que, si atendemos a la fijación
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que el poder mantiene en acabar con nosotros, a lo mejor resultaría que los
joseantonianos somos en realidad más importantes de lo que creemos; lo que sería un
dato interesante a considerar).
En cualquier caso, es claro que sucesos ocurridos en aquellos años, y nunca
suficientemente aclarados, como la llamada Matanza de Atocha o los sucesos del Bar
San Bao, siguen hoy lastrando gran parte de nuestra imagen, porque bien se ocupan
algunos de mantener vivo en los medios el recuerdo entre los españoles de aquellas
criminales actuaciones.
Ayer como hoy, lo joseantoniano, en tanto pueda encarnarse en una posibilidad política
real es absolutamente marginado, ridiculizado y perseguido, ya sea con el
silenciamiento de cualquiera de sus actividades o con la directa manipulación de sus
partidos. Existió y existe una especial saña contra todo lo vinculado a la Falange y lo
joseantoniano; posiblemente falangistas y joseantonianos hayamos contribuido a veces a
ello con nuestra torpezas, pero la realidad de las palabras de José Antonio sobre la saña
de un lado y la antipatía del otro, siguen estando plenamente vigentes.
Otro dato significativo que explica el debilitamiento de lo joseantoniano que se produce
en la Transición es la falta de un medio de comunicación nítidamente azul y con
divulgación en toda España. Hubo sí, medios de los diferentes grupos falangistas pero
ninguno llegó a contar con fuerza suficiente como para convertirse en un referente
común y de importancia para todos.
Y es curioso que el único periódico que de algún modo defendía valores próximos a
nosotros, con todas las salvedades que se quiera, como fue el diario El Alcázar (tachado
siempre de catastrofista, pero que tan profético ha ido resultando en casi todas sus
denuncias), fuese el único medio asfixiado por el sistema sin pudor alguno a través de la
discriminación padecida en materia de publicidad institucional, lo que reconoció por
sentencia el Tribunal Supremo… en 1994. ¡A buenas horas puñetas verdes!
Como anteriormente apuntaba también nuestros errores han contribuido a nuestros
fracasos, y entre ellos principalmente la falta de unidad entre los falangistas y
joseantonianos, una desgracia que si bien procedía de años anteriores a la Transición, se
consolidó en aquélla época como elemento caracterizador del falangismo, y dura hasta
nuestros días. Así, mientras otros hacían sus Congresos en Suresnes (1974) y eran
capaces de prepararse (con todas las triquiñuelas que se quieran) para lo inminente, los
nuestros, teóricamente mejor posicionados para la carrera que se avecinaba, perdían
definitivamente el tren de la historia y fueron incapaces de mirar algo más allá de sus
personales diferencias. Pero este tema, bien lo sabéis, es como nombrar la bicha…
Por aquello que se atribuye a Napoleón de que toda guerra se gana con tres cosas:
dinero, dinero y dinero, la falta de medios económicos constituyó también uno de
nuestros peores lastres. Mientras que casi todas las demás fuerzas políticas, recibían de
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sus aliados internacionales dinero a espuertas, lo nuestro fue siempre una economía de
guerra y de mera subsistencia, no sólo por carecer de ayudas económicas, sino porque
encontrábamos a cada paso toda clase de trabas desde el Estado que supuestamente
habíamos «disfrutado» y oficialmente ornado. Esta pobreza de medios, que caracterizó a
todos los movimientos y grupos falangistas de la época, sería argumento suficiente para
cuestionar el supuesto protagonismo y peso que interesadamente seguían atribuyendo al
falangismo en los últimos años del Régimen franquista.
En fin, debo necesariamente concluir mis comentarios a un tema sobre el que podría
continuar extendiéndome, pero considero que ya he suscitado diferentes cuestiones que
pueden ser objeto de debate o reflexión para quien quiera.
Sinceramente, no considero que en el terreno específicamente cultural se pueda concluir
con rigor que los joseantonianos tuvieran mucha relevancia en la Transición, ni
constituyeran un referente de nada que no fuera encarnar el papel de los malos de la
película y de las novelas que tan profusamente inundaron nuestras pantallas y librerías.
Y en eso seguimos.
Aunque por no resultar absolutamente negativo, diré que es de justicia señalar que en
ámbitos como el universitario, el peso y protagonismo que llegó a tener el falangismo
entre los estudiantes fue muy superior al que se le concedía fuera de los recintos
universitarios y al que en él tenían muchos, por no decir casi todos, de los partidos
poderosos.
Por otro lado, y si se trata de buscar algún consuelo, habría que decir que teóricamente
joseantonianos o de formación joseantoniana fueron importantes protagonistas de la
Transición, comenzando por Adolfo Suárez, siguiendo con Martín Villa y continuando
con una lista interminable de personajes que en su momento llegaron a ser referentes,
para bien o para mal, de un sector importante de españoles. Como también posiblemente
lo eran muchas personas del Movimiento que nutrieron las filas de la UCD, AP y PSOE.
Joseantonianos a su manera, pero joseantonianos.
Y en este mismo sentido, cabría incluso hablar de una cierta «Cultura de la Transición»
que, en lo que tuvo de aspiración a la reconciliación nacional y superación de viejos
enfrentamientos, así como en abrir las puertas a todos los españoles, no me cabe duda
de que fue debido a la labor previa de muchos joseantonianos.
Y abundando en este mismo sentido también cabría decir que en los primeros momentos
de la Transición recuerdo que se utilizaron argumentos de clara evocación
joseantoniana, fundamentalmente por Adolfo Suárez y sus muchachos, y que
recordaban interesadamente conceptos del mismo José Antonio, como el que ellos no
eran «Ni de izquierdas, ni de derechas», con que nos vendían las bondades integradoras
de la UCD.
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Por último debo señalar que un grupo que sí contaba con ciertas simpatías en el
panorama cultural de la época, o así lo recuerdo yo, fue el de Falange Auténtica, que
supo actuar con imaginación y rompiendo esquemas, y que desgraciadamente para todos
no llegó a consolidarse… Pero sobre esto imagino que nos hablará el siguiente ponente:
Pedro Conde.
Para concluir diré que si hay algo que personalmente me asquea en toda la basura
generada en la persecución sobre la idea joseantoniana es precisamente la prostitución
del propio término joseantoniano, que utilizan como ariete descalificativo algunos
personajillos que ocupan la sacrosanta representación parlamentaria, tanto desde los
escaños de la izquierda como de la derecha.
Como joseantoniano, bien sé que no ofende quien quiere, sino quien puede, y este
asunto no es que me afecte por la calidad de los supuestos ofensores, gentecilla que no
resistiría un estornudo del fundador de la Falange, sino por lo que significa de
manipulación sobre la figura de José Antonio, que sigue siendo tan desconocido para el
pueblo español, como lo era para mí en aquellas tediosas clases de FEN que tuve la
desdicha de padecer.
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