Kafka en su pluma y en otras Por Santiago Literofilia Porras para [email protected] Ilustración Osvaldo Baldi “El que no sabe de iglesias, ante cualquier horno se persigna” reza el dicho popular. Eso me pasó con Kafka (y sospecho que no seré el único). De la existencia de Franz Kafka me enteré leyendo la única revista (sobre la farándula) que llegaba a mi casa. Allí, en una entrevista a Natalie Wood (creo), se decía que leía autores de primer orden como Kafka, Nietzsche y Joyce. Intrigado por aquellos nombres tan raros me fui a la biblioteca del colegio y, como no tenían libros de ellos, fotocopié sus biografías de un diccionario. Sobre Kafka me enteré de lo que casi todo el mundo sabe: su vida íntima desgraciada a la vez que luminosa en la literatura. Hoy solo estoy seguro de lo segundo. Pese a que Kafka dominaba el checo, eligió el alemán para sus escritos. Su padre, con la prudencia propia de un hombre de negocios, lo envió a una escuela primaria de lengua alemana, pensando no solo en los eventuales clientes sino también en su carrera profesional dentro de Austria, de cuya monarquía ese idioma era el “oficial”. Allí empezaron sus problemas de nacionalidad, porque al frente de esa escuela había otra cuyo lema era: “Los niños checos deben ir a la escuela checa”. Las riñas con los estudiantes de aquella escuela marcarían su niñez, no porque participara directamente en ellas, sino porque estimulaban su aislamiento y su carácter retraído, actitudes compatibles con su intención de pasar inadvertido. Eran tan violentas esas peleas que en una de ellas perdió la vista su futuro amigo Oskar Baum. Franz Kafka, un checo que escribía en alemán, no muy seguidor del rito judío, conformaba un “apátrida” porque parecía no estar más que para la literatura, Bloom lo dice contundente: “…, no creyó en nada y sólo confió en el imperativo de ser un escritor.” Desde muy joven Franz Kafka trabó amistad con personas notables y versadas en diversas disciplinas. Se anota como uno de los primeros amigos a Oscar Pollak con quien se encontró en la universidad durante 1898 y quien ejerció gran influencia sobre él. Pollak después fue un gran estudioso del arte checo y, aun más, del italiano, sobre el que escribió una erudita y vasta obra. Paradójicamente Pollak murió como voluntario austríaco en el frente del Isonzo, en 1915, víctima de balas italianas. Se habían dejado de frecuentar hacia 1904. Kafka se libró de ir a la guerra, cuando quiso enlistarse en el ejército de Austria, por petición de la compañía de seguros donde laboraba que lo declaró “persona indispensable”. ¡Claro que lo era, pero por razones distintas a las suyas! En el libro de fotografías de Klaus Wagenbach se encuentra su foto más divulgada, la última que se le tomó a los cuarenta, cuando, herido de muerte por la tuberculosis, le restaba menos de un año de vida. Las acentuadas líneas de su cara, la mirada triste y sus orejas prominentes le dan un semblante ligeramente vampírico, visión que, amén de sus muy divulgados amores inconclusos, debe haber contribuido mucho a su leyenda de desdichado. Las historias tristes, por lo demás y por algún morbo extraño, suelen ser muy atractivas para muchos lectores. Pero no pareciera interpretarse lo mismo de lo que puede verse en otras fotografías tomadas a largo de su vida, en muchos lugares, con familiares, amigos, conocidos y hasta desconocidos, donde se ve a Kafka de buen ánimo y hasta risueño en algunas. Curiosamente, solo se le hizo una imagen artística: un dibujo hecho por Friedrich Feigl que lo muestra sentado leyendo El jinete del cubo. Si se atiende a la sentida biografía que le escribió Max Brod trece años después de su muerte, todo parece indicar que hasta la aparición de la tuberculosis pulmonar (en 1917) y salvo por la conflictiva relación con el padre (que según Brod no era perceptible en su ánimo ante los demás) Kafka llevó, relativamente, una vida normal: “La creencia de que Franz era algo así como un monje en el desierto y un Anacoreta es falsa”, escribió Brod. Viajó bastante, no solo lo hizo por exigencia de los trabajos que desempeñó, sino que estuvo en varias ciudades alemanas, suizas, italianas, alguna danesa así como Viena, Budapest y Paris, y, a juzgar por los datos que se conocen, además de varios sanatorios donde pasó temporadas en atención a su endeble salud de los últimos años, era un asiduo vacacionista con sus amigos o familiares a hermosos lugares de recreo. Siempre estuvo rodeado de personas interesantes y buena parte de ellas sensibles. Ya se sabe el invaluable placer que las buenas conversaciones dejan, aunque, como no quedaron, en su caso, registros de ellas, no se les suele ni mencionar. Tuvo contacto, en calidad de amigos y allegados, con notables intelectuales de su entorno, de manera destacada y mutuamente provechosa fue la relación que mantuvo, sobre todo a partir de 1905, con sus entrañables amigos el escritor Oskar Baum, el filósofo Felix Weltsch y con su gran amigo de toda la vida el escritor Max Brod, que tanto tuvo que ver con la divulgación de todas sus obras (publicadas e inéditas) y a quien había conocido en 1902. También se conoce mucho sobre Franz Kafka como persona gracias a Brod. Por él se sabe que Kafka oscilaba con dominio y comodidad entre la seriedad y la broma, al grado que a veces no se sabía si estaba hablando en serio o no: “Aun su hipocondría era ocurrente y entretenida”, escribió Brod. Ya en la conversación seria captaba la atención de los demás. No contaba un chiste “indecente” y nadie lo hacía en su presencia. Eso podría explicar su aversión por Casanova y su poco aprecio por Wilde. Un ejemplo de su sentido del humor puede darlo el pasaje que recuerda Kundera cuando Kafka leyó el primer capítulo de El proceso a sus amigos y todos rieron, incluso él. Dos juicios sobre Kafka de Brod, lo retratan como ser humano: “Su buena cualidad de ver en todos (también en los enemigos) el lado positivo, la parte de razón que los asiste y la parte en que no pueden obrar de otro modo (…), me consoló, muchas veces me dio fundamentos.” “Kafka poseía en grado sumo un sentido de justicia, un amor a la bondad, una honradez llana, totalmente desprovista de pose”. En el amor, como suele suceder, tuvo sus altibajos, pareciera que más bajos que altos, pero también tuvo sus buenos ratos. Por su diario se sabe que Kafka se tenía por poco agraciado; incluso, por algún tiempo, para estar en concordancia con la fealdad de su ropa, decidió caminar encorvado, sin garbo; curiosamente una de las cosas que Brod le elogió en su momento fue la vestimenta. Mucho de su infortunio íntimo pareciera que nació de su inseguridad y del sentimiento de culpa que lo acosaba, cuyo origen, más mental que otra cosa, no parecía librarlo de su expiación, tal y como le ocurre a muchos de sus personajes. Unas palabras que pueden explicar su complejo mundo interior las escribió su amante y traductora al checo Milena Jesenská en su obituario. “Fue un eremita, un hombre de introspección al que le asustaba la vida… Él veía el mundo lleno de demonios invisibles que asaltan y destruyen al hombre indefenso… Todas sus obras describen el terror de las equivocaciones misteriosas y de la culpabilidad sin culpa en los seres humanos”. Pero como si fuera una contraparte a la idea anterior, su íntimo amigo, Max Brod anota en la biografía que le escribió: “La rareza del carácter y el estilo de Kafka es aparente. Sí, se debe afirmar que quien se sienta atraído por lo raro y extravagante de Kafka aún no lo ha comprendido o tal vez esté en la primera fase de esa comprensión.” “…quienquiera que fuera íntimo suyo no tenía de él la idea de un ser atormentado por la imagen paterna, sino la idea de un ser tocado por el instinto y el poder creadores, por el impulso cognoscitivo, la observación de la vida y el amor al prójimo.” Examinando la vida sentimental de Kafka, ese amor al prójimo debió contribuir a sus enamoramientos. No pareciera ser que fuera el sexo “su” problema, puesto que en su juventud y con sus amigos frecuentaron prostíbulos, pero sí sus relaciones con sus amantes o novias fueron cortos y a veces tormentosos, sobre todo con Felice Bauer, su gran amor, a quien conoció en 1912. Con ella se comprometió varias veces pero nunca se casaron. Por lo que escribe Brod (con quien estaba cuando Kafka la conoció) no tuvo una buena opinión sobre ella ni le gustaba la relación que mantuvieron. Por las fotos se ve que no era una mujer particularmente agraciada. Todo lo contrario pareció ser con Dora Diamant. Kafka la conoció durante el verano de 1923, cuando estaba de vacaciones con su hermana Elli en Müritz, en el “hogar popular judío”. Ella era empleada de la cocina. Trabajaba allí más por rebeldía contra su padre que por necesidad. Se cuenta que Kafka la vio escamando peces y le exclamó: “¡Manos tan suaves y trabajo tan sangriento!”. Dora avergonzada pidió que la cambiaran de trabajo. Después, a finales de setiembre de aquel año, se fueron a vivir al domicilio de ella en Berlín. Desde entonces casi no se separaron más hasta su muerte en Viena. Por las fotografías que se conocen de Dora fue una mujer dotada de gran belleza física, pero la espiritual no le quedaba a la zaga, porque le dispensó tal atención y soporte a Kafka en sus momentos más difíciles que Brod la califica como “la compañera de su vida”. Pese a la enfermedad, aquella fue una buena época para Kafka. No solo siguió escribiendo, sino que a juzgar por las impresiones que tuvo Brod cuando los visitó, su ánimo mejoró notoriamente. Quizá una frase de Brod resume su relación: “A menudo bromeaban como niños”. Otros pasajes de sus biografías dan cuenta también de Hedwig Weiler, de quien Kafka se enamoró en el verano de 1907. Hacia 1913 tuvo un encuentro amoroso con “la suiza”, la G. W. en sus diarios y que hoy se sabe fue Gerti Wasner, mujer de gran belleza. El 1917 se comprometió con Julie Wohryzek, su segunda novia, también bella, pero rompieron al año siguiente. Ahora, también Kafka hizo de las suyas. Durante su relación con Felice Bauer no solo mantuvo su aventura con la Wasner, sino que tuvo un hijo, que murió prematuramente, con Grete Bloch íntima amiga de Felice, quien algunas veces fungió como emisaria o “jueza” en sus conflictos. Fue también un gran amor de Kafka la mencionada Milena Jesenská. La conoció cuando ella estaba casada y los separaba además la religión, pero ellos vivieron un intrigante romance. En su cara se percibe una belleza eslava con un semblante bondadoso. Debió significar mucho para él porque fue a quien entregó sus manuscritos en 1921. Brod escribió: Kafka atrajo a las mujeres a lo largo de su vida; él dudaba de ello, pero es incuestionablemente cierto.” Es muy conocido que Kafka dispuso en su testamento (para su amigo Max Brod) que todos sus manuscritos, sin excepción y preferiblemente sin haber sido leídos, fueran quemados, con algunas excepciones: “De todo lo que he escrito, solo valen los libros: La condena, El fogonero, La metamorfosis, La colonia penal, Un médico rural, y el relato titulado El artista del hambre. Pese a su fuerte autocrítica, valoró, entre otros, los relatos que escribió durante el invierno de 1916/17 en la casita 22 de La Callejuela del Oro de la Ciudadela de Praga (hoy día cita obligada de los peregrinos kafkianos) que su hermana Ottla le alquiló. En aquel rincón, por entonces apacible, Kafka encontró la tranquilidad que necesitaba para escribir, porque, al contrario de Chejov a quien no lo desconcentraba los juegos y gritos de su numerosa prole cuando estaba escribiendo, a él lo distraían hasta los ruidos lejanos. Tenía absoluta vocación de escritor y se tenía fe, solo que era muy perfeccionista. Por eso se explica que alguna vez se enojó mucho con una crítica desfavorable e incomprensiva que le hicieron de uno de sus libros. No era tan reacio a publicar como se ha dicho, para dar a conocer sus primeras obras, según documentos, ofreció los textos a varias revistas y ejerció presión sobre los editores (sus primeros promotores fueron Brod y Franz Blei, quien también “descubrió” a Musil); pero tampoco publicaba en cualquier medio. Vio la publicados sus primeros textos en la revista Hyperion (dirigida por Blei) en 1908 y que fueron parte del libro Contemplación que apareció en 1912; también vio publicados: El fogonero en 1913, La metamorfosis en 1915, La condena en 1916, La colonia penitenciaria en 1919, Un médico rural en 1920 y aun le alcanzó la vida para revisar las pruebas de Un artista del hambre que se publicaría póstumamente en 1924. De la obra y del estilo de Franz Kafka mucho se ha escrito y se escribirá. Incluso los comentarios, análisis o juicios pueden ser polémicos y hasta contrapuestos. Por venir de Max Brod que conoció mejor que nadie a Kafka, pero sin olvidar la amistad y admiración que le profesó, resultan interesantes los siguientes párrafos: “…rechazaba todo lo que le diera la impresión de intelectual y artísticamente inventado (sin emplear en sus juicios al respecto, por otra parte, ninguna palabra que tuviera sabor a catálogo).” “…la densidad de sus ideas no admitía lagunas, jamás pronunció una palabra frívola.” Kundera por su parte opina que: “En Kafka se invierte la lógica. El que es castigado no conoce la causa del castigo. Lo absurdo del castigo es tan insoportable que, para encontrar la paz, el acusado quiere hallar una justificación a su pena: el castigo busca la falta” Sin precisar el autor, en una hermosa de edición de Un médico rural se lee: En cuanto a los relatos tienen ante todo un elemento en común: en algún pasaje del texto, bien al principio o bien en su punto más avanzado del relato, surge una escena perturbadora, que se ha dado en llamar “la paradoja kafkiana También su amigo de juventud Oskar Baum apuntó que Kafka dijo: “Cuando no hay necesidad de apartarse del relato por ocurrencias de estilo, el encanto del relato es lo más firme.”. Klaus Wagenbach, por su parte dice sobre su forma de escribir: “Una estructura narrativa parabólica y dialéctica que posibilita o, mejor dicho, impone una multiplicidad de interpretaciones”. Pero Kafka no vivió las mejores experiencias con su literatura. Solo una vez leyó fuera de Praga: La colonia penitenciaria en Munich, hasta allá fue Felice desde Paris. Únicamente llegaron cincuenta personas, algunas de las cuales abandonaron el lugar durante la lectura y las reseñas hablaron de “argumento repugnante”, “complacencia en lo horrible”, “poco atractivo”. Murió siendo conocido solo por un pequeño grupo de lectores y sufrió la censura durante la época hitleriana y la represión de la “Primavera de Praga”. Sin embargo, hoy día es uno de los escritores más reputados y vigentes del mundo a tal grado que Jorge Luis Borges dijo: “Kafka el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”. Nabokov lo califica como: “Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola”; curiosamente, por Brod sabemos que Kafka amaba el Tonio Kröger de Mann, y leía afanosamente en un periódico cada línea suya. Autores de su predilección fueron Goethe, Hamsun, Hesse, Flaubert, Kassner y otros. Siempre volvía a Goethe y a la Biblia. Parábola de Kafka: “Las cornejas afirman que una sola corneja podría destruir el cielo. Eso es indudable, pero no es ninguna prueba contra el cielo, porque el cielo significa, precisamente, imposibilidad de cornejas.”