Capítulo 6 - Ediciones del Aula Taller

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CAPÍTULO VI
CAPITULO VI
EL MUNDO ENTRE DOS GUERRAS
(1914-1939)
El estallido de la guerra mundial, en 1914, fue un momento de quiebre en la historia de Europa y del
mundo en general. Con ella se abandonaron las expectativas de un progreso prácticamente ilimitado,
llevado a cabo en un mundo en paz y en el que se consolidaran los valores e instituciones liberales.
Después de la guerra, el mundo no volvió a ser el mismo, y entre 1919 y 1939 se incubaron las causas
de un nuevo conflicto.
El llamado ‘período de anteguerras’ no fue más que una tregua entre las dos guerras espantosas del más
terrible de los siglos. Después de los primeros años, caracterizados por la crisis y algunos intentos
revolucionarios, la política se estabilizó relativamente, las economías se recuperaron y las poblaciones
recobraron las ganas de vivir; sin embargo, en Italia y Alemania crecían los fascismos, alentados por las
frustraciones nacionales, los temores de las clases medias y los intereses de los grandes capitalistas.
La crisis económica iniciada en Estados Unidos en 1929, que rápidamente se extendió por el mundo
capitalista, complicó la situación: en Alemania, especialmente, donde los nazis consolidaron su poder y
Hitler llegó al gobierno, iniciando una escalada que en pocos años desembocó en una nueva guerra
mundial. La Guerra Civil Española (1936-1939) fue una especie de ensayo general de ese terrible conflicto.
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
El 28 de junio de 1914 un estudiante bosnio
asesinaba en Sarajevo al archiduque Francisco
Fernando, heredero del trono de Austria-Hungría
y a su esposa. Austria responsabilizó del episodio
a Serbia y le envió un ultimátum, pidiendo
reparaciones; insatisfecho por la respuesta, el
Imperio Austro-Húngaro declaró la guerra a
Serbia, el 28 de julio, y al día siguiente bombardeó
su capital, Belgrado. Rusia apoyó a Serbia, por
lo que Alemania le declaró la guerra. En los días
sucesivos, siguiendo el juego de los tratados que
habían celebrado anteriormente, distintos países
se fueron declarando la guerra que de esa
manera se generalizó en Europa. Se iniciaba así
una de las luchas más crueles sufridas por la
humanidad, la que habría de prolongarse durante
cuatro años.
Japón también declaró la guerra a Alemania y
Austria, con el solo propósito de apoderarse de
algunas posesiones alemanas en Asia. Italia, a
pesar de sus compromisos con Austria-Hungría
y Alemania, al principio permaneció neutral,
Una trinchera, durante la Primera Guerra Mundial
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incorporándose al conflicto del lado opuesto, en
1915. De esta manera quedaron conformados
los dos bandos en lucha:
Por un lado Alemania y Austria, a las que
más tarde se sumaron Turquía y Bulgaria,
denominados habitualmente como los
Imperios Centrales;
por el otro, Francia, Gran Bretaña, Rusia,
Bélgica, Montenegro y Serbia, a los que luego
adhirieron Japón, Italia, Rumania, Estados
Unidos de América y Grecia, llamados la
Entente o los Aliados.
Las causas
Un conflicto de tan larga duración y que
comprometió a casi todo el planeta tenía causas
profundas que se habían gestado a lo largo de
décadas. Mencionamos las principales:
Las alianzas militares formadas desde
fines del siglo anterior, a las que hemos hecho
referencia en un punto anterior.
Las pasiones y resentimientos
nacionalistas, entre los que se destacaban
las reivindicaciones francesas sobre los
territorios de Alsacia y Lorena, que debió
ceder a Alemania en 1871; los reclamos de
Italia sobre Trieste y Trento, ocupados por los
austriacos; el heterogéneo grupo de
nacionalidades sometidas por el Imperio
Austro-Húngaro, las que deseaban
independizarse; los choques ente el
pangermanismo impulsado por Alemania y
el paneslavismo de Rusia, detrás de los
cuales se hallaban las respectivas
pretensiones territoriales.
La expansión colonial en la que se hallaban
embarcadas las potencias imperialistas, y a
la que se habían incorporado tardíamente los
italianos y alemanes.
Todos estos conflictos acumulados se
manifestaron en numerosas crisis locales, que
amenazaron la paz de Europa desde comienzos
del siglo pasado. También eran evidentes la
escalada armamentista y militar, en la que
estaban empeñados casi todos los Estados y
las campañas masivas que fomentaban odios y
prejuicios entre sus poblaciones, a los que muy
134
pocos se sustrajeron. Iniciada la guerra, casi
todos se sumaron a ella, incluyendo las
organizaciones obreras y los partidos socialistas
(con honrosas excepciones). Teniendo en
cuenta todas estas circunstancias la guerra podía
estallar en cualquier momento y las personas
enteradas la daban por inevitable hacia 1915 o
1916. El episodio de Sarajevo no hizo más que
adelantar el comienzo de un drama inevitable.
Los escenarios del conflicto
La Primera Guerra Mundial consistió en
grandes ofensivas terrestres, localizadas
fundamentalmente en territorio europeo. Lo
llamativo en este caso fue la magnitud de las
operaciones y de los recursos técnicos
empleados al servicio de la muerte, los que
ocasionaron un número de víctimas enorme.
Fuera de Europa hubo operativos militares en
África sudoccidental, donde los británicos
ocuparon las colonias alemanas, en el Golfo
Pérsico y en la Mesopotamia Asiática.
Como novedad, este conflicto incluyó la guerra
submarina (iniciada por los alemanes) y la
aérea. En el mar era incuestionable el
predominio de los aliados, debido al poderío
británico, que impusieron un firme bloqueo naval
a Alemania. Como respuesta, los alemanes
iniciaron la guerra submarina, que intensificaron
a partir del 1 de febrero de 1917, provocando la
incorporación de EE.UU. de América en el
conflicto, del lado anglo-franco-ruso. Al comienzo
la aviación militar se utilizó para dirigir el tiro de
artillería en la guerra de trincheras; más tarde
los franceses iniciaron la aviación de bombardeo
y los alemanes equiparon sus aviones con
ametralladoras, comenzando los grandes
combates aéreos que caracterizaron a esta
guerra. Con sus dirigibles Zeppelín, los
alemanes bombardearon París.
El 2 de abril de 1917 EE.UU. declararó la
guerra a las Potencias Centrales, lo que fue
decisivo para el resultado final. Hasta entonces
este país era el principal proveedor de los aliados,
a los que proporcionaba enormes cantidades de
alimentos, municiones y otros productos.
La economía de guerra
La guerra estalló cuando Europa llevaba
cincuenta años de laissez-faire (es decir, de una
economía en la que la intervención estatal era
mínima). Los funcionarios civiles y las
autoridades militares no estaban preparadas
para la enorme tarea de movilizar todos los
recursos que necesitaba el conflicto. Toda la
burocracia estatal, entrenada para las
actividades normales, era incapaz de afrontar
las nuevas exigencias; por eso se impulsó la
colaboración entre los funcionarios, los
hombres de negocios y los trabajadores.
Los gastos de la guerra fueron enormes y
se financiaron con impuestos y con empréstitos,
que endeudaron mucho a los países. El conflicto
tuvo consecuencias desastrosas y alteró la vida
diaria de las personas: produjo una gran inflación
(que en Alemania fue enorme), con el
consiguiente descenso de los salarios en
relación al precio de los artículos de consumo;
esto llevó al acaparamiento y la especulación
en el mercado negro.
Aunque el liberalismo económico no fue
abandonado oficialmente hasta después de
1930, la guerra mundial impacto en la economía
y las condiciones no volvieron a ser las mismas
una vez finalizada.
La ‘economía de guerra’ (es decir, la
organización de la producción para servir a las
necesidades militares) se desarrolló
gradualmente: hasta el invierno de 1916-1917
hubo una economía parcial de guerra, que se
completó en la etapa siguiente hasta el fin del
conflicto. La guerra varió las reglas de la vida
económica: a diferencia de lo que había pasado
hasta entonces, se establecieron múltiples
relaciones entre los gobiernos, los empresarios
y los trabajadores; dejando de lado la libertad
del mercado, se reglamentó la producción, la
distribución y el comercio exterior (es decir,
las exportaciones e importaciones). Desde el
comienzo se prohibió comerciar con el
enemigo, directa o indirectamente. Los países
neutrales tuvieron una gran importancia para
los aliados, ya que los abastecían. La actividad
laboral fue severamente controlada: se
prohibieron las huelgas y los paros patronales;
también aumentó considerablemente el
número de mujeres empleadas en las
industrias. Pese a ello, la falta de mano de
obra fue un problema en ambos bandos: los
aliados fomentaron la inmigración de obreros
de países neutrales y los alemanes hicieron
trabajar para ellos a la gente de los países
ocupados.
La guerra de 1914-1918
dejó un saldo de millones de muertos y heridos.
Tumbas de soldados alemanes
135
La derrota de las
Potencias Centrales
En el otoño de 1918 era evidente el
quebrantamiento militar de Alemania y AustriaHungría. La inminente derrota aceleró en esos
países ciertos cambios internos. En el Imperio
Austro-Húngaro se produjeron movimientos
nacionalistas y revolucionarios, protagonizados
por las múltiples nacionalidades que lo
integraban; esto provocó la huida del emperador
Carlos VI. También hubo intentos revolucionarios
en Alemania, que originaron la salida de
Guillermo II y la formación de un nuevo gobierno.
Finalmente, el 8 de noviembre Alemania solicitó
un armisticio.
En enero de 1919 los ‘Cuatro Grandes’ se
reunían en París para establecer las
condiciones del tratado de paz. Se trataba de
los representantes de las potencias victoriosas:
George Clemenceau, primer ministro francés,
que presidió la asamblea; Woodrow Wilson,
presidente norteamericano; Lloyd George,
primer ministro británico, y Vittorio Orlando, que
presidía la delegación italiana. El Tratado de
Versalles, elaborado por ellos, quedo concluido
el 28 de junio de 1919 y contenía:
Cambios territoriales.
Cláusulas económicas y financieras,
referidas especialmente a reparaciones de
guerra, que recaían sobre los países
derrotados.
Disposiciones sobre el Pacto de la Liga
de las Naciones.
Disposiciones concernientes a la
organización de una Oficina Internacional
del Trabajo.
Una novedad de la
Primera Guerra fueron los combates aéreos.
136
Como ocurre siempre, los que pierden las
guerras las pagan: con mermas territoriales,
fuertes indemnizaciones y otras condiciones, a
veces humillantes, que les imponen los
vencedores. Así ocurrió con Alemania en 1918.
El resultado fue una gran crisis económica y
social en ese país, que contribuyó a su
desestabilización política y al surgimiento de un
movimiento que haría de la humillación nacional
y de la necesidad de revertirla uno de los ejes
de su propaganda.
Con ello fracasó una de las intenciones que
se formularon en Versalles: evitar nuevas
guerras; la Sociedad de las Naciones, formada
con ese propósito, no tuvo ningún resultado
positivo, ya que el resentimiento de los nazis –
que comenzaron a crecer después de la guerra
y se consolidaron con la crisis económica
internacional que ocurriría a partir de 1929desembocaría en una nueva guerra mundial.
Las consecuencias de la
Gran Guerra
En realidad, la Primera Guerra Mundial no
resolvió ninguno de los problemas que le habían
dado origen. Por el contrario, los agravó,
reforzando un intenso clima de malestar político
y social en países como Italia y Alemania, que
en pocos años llevaron a una nueva guerra,
mucho más terrible que la anterior. El Tratado
de Versalles, impuesto por los vencedores a las
Potencias Centrales, tuvo múltiples
consecuencias:
Modificó el mapa político de Europa a
expensas de los vencidos: Alemania, AustriaHungría y el Imperio Otomano.
Convirtió a Gran Bretaña, Francia e Italia
en las potencias rectoras de Europa.
Alemania devolvió a Francia los territorios
de Alsacia y Lorena; también perdió la
cuenca carbonífera del Sarre, que pasó a
ser administrada por los franceses. La
creación de un Estado Polaco con salida al
Báltico significó para los alemanes nuevas
pérdidas territoriales. Alemania también
perdió todas sus posesiones coloniales.
El Imperio Austro-Húngaro desapareció y
fue disgregado en varios Estados: Austria,
Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia.
También se produjo la disolución del viejo
Imperio Otomano, que perdió todas sus
posesiones fuera de Turquía y se vio muy
reducido en la parte europea de su territorio.
Perdió sus posesiones en el Cercano
Oriente, las que con la forma de Mandatos
de la Sociedad de las Naciones quedaron
bajo la administración de Francia y Gran
Bretaña.
Las estipulaciones impuestas a los vencidos
fueron un semillero de disgustos y futuros
conflictos, que desembocaron finalmente en la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La guerra tuvo consecuencias políticas
inmediatas muy importantes: en Alemania fue
destronado Guillermo II y se estableció la
república, en 1918; como veremos, se trató de
una república débil, que no pudo resolver los
problemas del país y que desembocó en el
nazismo. En Italia, por su parte, comenzó el
fascismo, que tuvo su base social en amplios
sectores de las clases medias resentidos por
las frustraciones de la guerra y el temor a una
revolución social. Nazis y fascistas tuvieron el
apoyo de los grandes propietarios y las clases
dirigentes de sus respectivos países,
temerosas de la revolución. Los Estados que
formaban el Imperio Austro-Húngaro también
adoptaron la forma republicana de gobierno,
con la excepción de Hungría que conservó la
monarquía. En Turquía ocurrió una revolución
nacionalista acaudillada por Mustafá Kemal,
que implantó la república e inició la
modernización del país.
Aviones alemanes de combate
137
El cambio de mayor trascendencia ocurrió
en el Imperio Ruso, donde los zares fueron
derrocados por una revolución bolchevique que
se venía gestando desde años atrás; el 15 de
marzo de 1917 abdicó el zar Nicolás II y el 5-6
de noviembre se estableció un gobierno
encabezado por Lenin.
El nuevo régimen estaba dirigido por el
Partido Comunista y el 15 de diciembre de 1917
concertó un armisticio con las Potencias
Centrales, que de esta manera pudieron
desentenderse de ese frente de combate. Como
veremos, el surgimiento de un Estado
comunista también tuvo amplias repercusiones
en todo el mundo, creando expectativas
revolucionarias en muchos sectores obreros y
profundos temores en las clases dirigentes.
Con la Gran Guerra ocupó un primer plano en
la política internacional Estados Unidos de
América, cuya participación a partir de 1917
fue decisiva para el triunfo de los Aliados. A
diferencia de los países europeos, los
norteamericanos no sufrieron los efectos de la
guerra en su territorio. Su población civil se vio
libre de los padecimientos soportados por la
de los países beligerantes europeos:
desabastecimiento y racionamiento, con sus
consecuencias, el hambre y el crecimiento de
las enfermedades. Tampoco padecieron las
consecuencias de la ocupación de su territorio:
los saqueos, las represalias del enemigo y las
deportaciones. Sus fábricas y campos no
fueron objetivos de los bombardeos, como
ocurría en el otro continente. El número de
sus bajas humanas y pérdidas materiales fue
poco importante, si las comparamos con
Francia, Gran Bretaña, Italia y la derrotada
Alemania. La economía de estos países sufrió
mucho; por el contrario, los norteamericanos
se constituyeron en proveedores de sus
aliados, lo que produjo una notable expansión
de su producción. De esta manera, Estados
Unidos surgió en 1918 como la primera
potencia económica del mundo.
La propaganda también fue parte de la guerra
Afiches como éste se pegaban en las calles
138
En la guerra de 1914-1918 se desplegaron
todas las posibilidades tecnológicas de la
Segunda Revolución Industrial: por primera vez
se utilizaron aviones, submarinos y diversos
vehículos terrestres a motor (entre ellos las
motocicletas). Iguales ‘progresos’ se registraron
en el armamento, con lo cual se incrementó
notablemente el poder destructivo de los
ejércitos. La industria química aportó diversos
gases mortíferos, lo que tuvo como
complemento la necesidad de fabricar
máscaras antigases. La urgencia de mejorar
los vehículos y el armamento impulsó la
investigación; también exigió reorganizar la
producción e impulsar la fabricación en serie.
Todos los adelantos alcanzados durante esos
años se aplicaron después de la guerra a la
producción civil.
El terrible conflicto dejó muy en claro que para
aspirar al rango de potencia mundial había que
alcanzar un primer lugar en desarrollo científico,
tecnológico e industrial. La guerra incluyó la
propaganda, que buscaba influir sobre la propia
población, alentándola a sostener la lucha, y
sobre el enemigo, buscando desanimarlo. Todo
lo que se aprendió en este campo también se
aplicó luego a la publicidad comercial y a la
propaganda política.
.
La Gran Guerra alteró la producción. En
primer lugar, ésta se orientó a satisfacer las
necesidades de los ejércitos en lucha, por lo cual
disminuyeron otras actividades; además, los
hombres incorporados al combate fueron
reemplazados en las fábricas por muchas
mujeres, que de esta manera dieron un paso
más en su incorporación a la actividad productiva.
A medida que el conflicto se prolongó y continuó
el alistamiento militar, el trabajo de las mujeres
se volvió imprescindible en las fábricas de
armamentos y municiones, en los ferrocarriles,
en la conducción de autobuses y camiones;
desde luego, siguieron estando presentes en las
actividades que desempeñaban habitualmente
como enfermeras, maestras, profesoras,
empleadas y en la atención de pequeños
comercios. Su porcentaje respecto a la población
masculina ocupada creció constantemente
durante los años de la guerra. De esta manera,
las mujeres constituyeron la retaguardia que
hacía posible la continuación de los combates.
Cuando la guerra finalizó, la situación se
revirtió en cierta medida, al reintegrarse los
hombres al trabajo; no obstante, la experiencia
dejó una profunda enseñanza, que perduró: la
capacidad femenina de desempeñarse a la par
del hombre.
Las pérdidas económicas y humanas de la
Primera Guerra Mundial fueron enormes:
murieron más de 9.000.000 de personas y
muchísimas quedaron física y psicológicamente
lesionadas. Los países con mayor número de
víctimas fueron Alemania (2.140.000 muertos),
Rusia (1.700.000), Francia (1.384.000) y Gran
Bretaña (930.000). También murieron centenares
de miles de italianos, serbios, rumanos,
norteamericanos, austro-húngaros, turcos y
personas de otras nacionalidades. Esta terrible
carnicería benefició solamente a un pequeño
número de grandes grupos económicos. Los
sufrimientos de la población civil fueron enormes
y se prolongaron varios años después de
terminada la guerra.
Para peor, los veinte años que siguieron al
conflicto sólo fueron una tregua: la lucha se
renovaría a partir de 1939, con resultados
mucho más catastróficos. La Gran Guerra dejó
un saldo de frustraciones, rencores y graves
problemas sociales que constituirían el clima
que permitió el crecimiento de los movimientos
fascistas, cuya vocación expansionista llevarían
a una nueva guerra mundial. Se entiende,
entonces, que Hobsbawm haya dicho del siglo
pasado que fue ‘el más brutal de los siglos’.
Los resultados de la guerra: destrucción y muerte
139
LOS SOCIALIST
AS Y LA GUERRA
SOCIALISTAS
Como vimos en el Capítulo I, desde la década
de 1880 las expectativas de guerra crecieron en
Europa, debido a la competencia establecida
entre los países más importantes por la
conquista de mercados y áreas de inversión. En
un mundo que ya estaba totalmente repartido, la
única posibilidad de acceder a nuevas zonas de
dominio era el triunfo militar. La disposición bélica
de los grandes países se hacía evidente a través
del aumento de su potencial militar durante la
etapa que se ha llamado de ‘la paz armada’.
Este proceso no escapó a la perspicacia de
los socialistas agrupados en la II Internacional,
que desde su congreso fundacional (en 1889)
advirtieron sobre el peligro bélico, lo denunciaron
como una consecuencia de la competencia entre
los países imperialistas y se comprometieron a
evitar la guerra por todos los medios a su
alcance. Las mismas advertencias formuló el
Congreso de Stuttgart, Alemania, en 1907, en
cuya resolución final se afirmaba que
‘ (…) en caso de amenaza de guerra es la
obligación de las clases trabajadoras y de sus
representantes parlamentarios hacer todo lo que
puedan para evitar la guerra por los medios que
crean más efectivos (…) además de hacer uso
de las violentas crisis económicas y políticas
provocadas por la guerra para alzar al pueblo y
propiciar de esta manera la abolición del
dominio de clase’.
La posición se repitió en los dos congresos
siguientes, realizados en Copenhague,
Dinamarca, en 1910, y en Basilea, Suiza, en
noviembre de 1912, cuando parecía inminente
una guerra en los Balcanes. En ambos casos
se proclamó la solidaridad socialista
internacional y el repudio a las guerras
imperialistas.
Kart Liebknecht, uno de los socialistas alemanes
que se opuso a la guerra.
Fue asesinado en 1919
140
Sin embargo, en agosto de 1914 los
representantes del Partido Social Demócrata
Alemán y los socialistas franceses apoyaron
en sus respectivos parlamentos el otorgamiento
de créditos de guerra a sus gobiernos. Esto
significó el pasaje de lo que se llamaba el
‘internacionalismo proletario’ (es decir, la unidad
de todos los trabajadores del mundo contra sus
patrones) a posiciones chauvinistas, es decir,
de un nacionalismo exacerbado. De esta
manera, el movimiento socialista internacional
quedó dividido en dos: los socialdemócratas (a
quienes sus adversarios llamaron ‘social
chauvinistas’ levantaron como banderas la
‘Defensa de la Patria’ y la ‘Unión sagrada contra
el enemigo’) y los socialistas revolucionarios,
que se mantuvieron fieles a su rechazo al
conflicto armado y llamaron a los trabajadores
de Europa a poner fin a la guerra mediante la
revolución.
Los partidos socialdemócratas más
importantes (los de Alemania, Francia, Bélgica y
Gran Bretaña), incumpliendo con las
resoluciones aprobadas por la II Internacional,
apoyaron a sus respectivas burguesías y
aprobaron la guerra. De esa manera, se ha
señalado, culminaba un proceso de oportunismo
y reformismo político, a través del cual esos
partidos habían renunciado a la idea de
transformación revolucionaria del capitalismo y
se habían integrado como un partido más a su
respectivo sistema político.
Los que se opusieron
a la masacre
Los que se resistieron a la guerra estuvieron
en minoría. El partido socialista serbio, por
ejemplo, cuyos dirigentes se manifestaron
convencidos de que se trataba de una guerra
imperialista; lo mismo hicieron algunos
socialistas alemanes, como Rosa Luxemburgo
y Karl Liebknecht, que se mantuvieron fieles a
la postura de rechazar la guerra y llamar a los
obreros a la revolución, y los bolcheviques
rusos, con Lenin a la cabeza, que fueron los
únicos que pudieron hacer posible ese proyecto.
Además de ellos, pequeños grupos socialistas
de Holanda, Italia, Suiza y la IWW de Estados
Unidos, de la que hablamos en el Capítulo II,
que sufrió una dura represión por sus posturas
antibélicas.
Los dos alemanes que mencionamos fueron
asesinados en 1919; lo mismo ocurrió con Jean
Jaures, líder del socialismo francés, que tuvo el
coraje de oponerse al drama que se avecinaba.
En medio de la guerra, los socialistas que
se oponían a ella se reunieron en septiembre
de 1915 en Zimmerwald, una aldea suiza
cercana a Berna. Participaron 38 delegados de
12 países y las representaciones más
numerosas fueran de emigrados rusos y
alemanes. La declaración aprobada llamaba al
‘cese de la matanza’, levantando las consignas
de ‘Guerra a la guerra’ y ‘Esta guerra no es
nuestra’. Veamos un pasaje de un manifiesto
que fue traducido a varias lenguas y circuló de
manera clandestina entre soldados y obreros
de los distintos países de Europa, produciendo
un gran efecto entre ellos:
‘Europa se ha convertido en inmenso matadero
de hombres. Toda la civilización, fruto del
trabajo de generaciones, se ha hundido. La
barbarie más bestial planta su pie triunfante
sobre todo lo que era orgullo de la humanidad’.
Al finalizar, el documento expresaba: ‘Por
encima de las fronteras, por encima de los
campos de batalla, por encima de los campos
y la ciudades devastadas, ¡proletarios de todos
los países, uníos!’
En Alemania, Gran Bretaña y Francia también
hubo huelgas y motines, los que tuvieron
considerable importancia en el primero de los
países nombrados; en su caso, la protesta obrera
adquirió un carácter decididamente revolucionario
y fue duramente reprimida.
Rosa Luxemburgo, socialista alemana, hablando
contra la guerra.
También fue asesinada
141
Jean Jaurés
Este dirigente socialista francés (1859-1914)
fue diputado por su partido desde 1893 y en 1903
llegó a presidir la cámara. Hijo de una familia
acomodada fue profesor de Filosofía en la
Universidad de Toulouse. Tuvo un papel
importante en la unificación de las diversas
tendencias en que se hallaban divididos los
socialistas franceses, facilitando la formación
de la Sección Francesa de la Internacional
Obrera (SFIO) en 1905. Ante las tensiones
internacionales de comienzos de siglo, Jaurès
criticó el imperialismo y defendió la negociación
pacífica de las diferencias entre Francia y
Alemania. También denunció la responsabilidad
de su país, señalando concretamente su
anexión colonial de Marruecos que en 1906
había producido la reacción de Alemania.
El 25 de julio de 1914 –un mes después del
atentado de Sarajevo y cuando ya la guerra era
inminente- Jaurés pronunció un discurso ante
un grupo de ciudadanos. Gran orador, sus
apasionadas palabras denuncian la tragedia que
se avecina, haciendo un llamado a la paz:
‘¡Y bien, ciudadanos! En la oscuridad que nos
rodea, en la incertidumbre profunda en la que
estamos (…) espero todavía a pesar de todo
que a causa de la enormidad del desastre que
nos amenaza, en el último minuto, los
gobiernos se contendrán y no tendremos que
estremecernos’.
Estatua de Jean Jaures, en una calle de París
142
En vísperas del terrible drama, Jaurés todavía
espera ‘que no se consumará el crimen’.
También señala la responsabilidad que le cabe
a los socialistas, haciendo un llamado a su
unidad internacional contra la guerra:
‘Sea lo que fuere, ciudadanos, y digo estas
cosas con una especie de desesperación, no
hay, ya, en el momento en que nos amenazan
de asesinato y de salvajadas, más que una
oportunidad para el mantenimiento de la paz y
la salvación de la civilización, y es que el
proletariado una todas sus fuerzas que cuentan
con un gran número de hermanos: franceses,
ingleses, alemanes, italianos, rusos, y que
pidamos a estos millares de hombres que se
unan para que el latido unánime de sus
corazones aleje la horrible pesadilla (…) Tengo
derecho a deciros que es nuestro deber –
concluía Jaurés-, no desperdiciar una sola
ocasión de poner de manifiesto que estáis con
este partido socialista internacional, que
representa en estos momentos, bajo la
tormenta, la única promesa de una posibilidad
de paz o del restablecimiento de la paz’.
Las expectativas de Jaurés se frustraron,
aunque él no llegó a saberlo porque fue
asesinado por un ultranacionalista francés,
algunos días después.
LA PRIMERA GUERRA EN
AMÉRICA LA
TINA Y EL CARIBE
LATINA
Brasil fue el único país latinoamericano que
declaró la guerra a las Potencias Centrales,
aunque su participación en el conflicto se redujo
a muy poca cosa en términos militares. El resto
de América Latina no participó de la guerra,
aunque sufrió sus consecuencias en los
aspectos económicos, políticos y sociales.
En lo inmediato, el conflicto repercutió en el
comercio internacional, que se vio alterado por
la falta de bodegas y los incidentes propios de la
guerra, que afectaron nuestros intercambios con
Europa. Hacia 1915-1916 las exportaciones se
recuperaron, al mismo tiempo que aumentaron
los precios de las materias primas exportables.
Las importaciones, por su parte, también se
vieron dificultadas ya que los países en guerra
orientaron todos sus esfuerzos a la producción
destinada a sus tropas. Este conjunto de factores
determino una reorientación del comercio exterior
de América Latina, tanto por el auge de la
demanda norteamericana de materias primas,
como por la interrupción del trafico con Alemania
y la febril actividad intermediaria de los armadores
de Estados Unidos, que se valieron de su
condición de neutrales -hasta 1917, cuando se
sumaron al bando de los aliados - para
comercializar los excedentes latinoamericanos.
A más largo plazo, la guerra de 1914-1918
consolidó un proceso que venía desarrollándose
desde comienzos del siglo: el avance de los
intereses norteamericanos en América del Sur y
el gradual desplazamiento de los británicos, que
desde varias décadas atrás controlaban la
economía del área. Esto se concretó, como
hemos dicho, en las inversiones directas de
capitales estadounidenses en nuestro país, que
pujaron por desplazar a sus colegas británicos:
un buen ejemplo de esto fue la lucha entre los
frigoríficos de uno y otro origen en Argentina, los
que se disputaron las cuotas de exportación de
carnes. Sin embargo, la presencia británica siguió
siendo importante en los países sudamericanos
hasta después de la segunda guerra mundial.
La Gran Guerra sirvió para evidenciar la
vulnerabilidad del modelo primario exportador
adoptado por los países de América Latina. Sin
embargo éste se restableció después del
conflicto. El golpe definitivo vendría a partir de
1929, cuando la Gran Depresión alteró -esta
vez definitivamente- una relación que había
durado varias décadas con Gran Bretaña y, en
menor medida, algunos otros países de Europa.
Un efecto colateral de la alteración comercial
fue un incipiente proceso de industrialización
local, a través del cual países como Argentina,
Brasil y México buscaron compensar la falta de
productos que habitualmente se importaban.
Después de la guerra, muchas de estas
experiencias industriales (desarrolladas
generalmente en pequeños talleres) no lograron
sobrevivir al restablecimiento del comercio
internacional. En cambio fueron más perdurables
las inversiones de empresas norteamericanas
en nuestros países, que crecieron
considerablemente en el período de entreguerras
y quedaron radicadas aquí.
Los años ’20 vieron florecer los salones,
de distintas categorías, donde se escuchaba y
bailaba jazz.
También adquirió importancia el cine sonoro.
Vemos a Carlos Gardel, en una de sus películas
realizadas en Estados Unidos
143
El área de dominio
norteamericano
Donde los capitales norteamericanos
afirmaron definitivamente su hegemonía
comercial y financiera después de la primera
guerra fue en su entorno inmediato: los países
de América Central y del Caribe. La economía
de las ‘repúblicas bananeras’, de las que hemos
hablado en el Capítulo III, era controlada por
ellos y estaban invertidos en sus plantaciones,
sistemas de transporte y comunicaciones, y
empréstitos a sus Estados. Bananas, piñas,
azúcar, café, producidos por una mano de obra
a la que se imponían condiciones casi serviles,
eran destinados al mercado estadounidense.
El gobierno de EE.UU., por su parte, vigilaba
los intereses de sus inversores en el exterior,
reservándose el derecho de intervenir
militarmente cuando lo considerara necesario,
aunque prefería sostener a dictadores locales,
amistosos con sus intereses.
Después de la guerra de 1898, entre España
y EE.UU., Puerto Rico pasó sin solución de
continuidad del dominio colonial español a la
dependencia directa de los Estados Unidos. De
esta manera, si en el resto de los países del
área los norteamericanos establecieron un
régimen neocolonial, defendiendo sus intereses
a través de gobiernos locales sumisos, en
Puerto Rico establecieron la dominación directa.
Con posterioridad (en 1950) la isla adquirió la
condición de ‘Estado Libre Asociado’ que todavía
mantiene, lo que aparentemente la libra del
status colonial sin equipararla totalmente a los
otros cincuenta Estados de la Unión.
Desde comienzos del siglo XX Puerto Rico
sufrió una doble agresión: por un lado cultural,
ya que debió soportar los intentos de
norteamericanización; por otro lado económica
y social, debido a la política de imponer el
monocultivo azucarero en reemplazo de los
cultivos tradicionales, lo que tuvo múltiples
efectos, entre ellos el éxodo de buena parte de
su población hacia los Estados Unidos.
144
Colombia, que soportó la pérdida de Panamá
orquestada por EE.UU., también sufrió
presiones de este país para reorganizar su
sistema financiero y establecer sus empresas
petroleras en su territorio. La United Fruit Co.,
por su parte, se dedicó al cultivo del banano en
Santa Marta donde, como era habitual, la
autoridad de la empresa suplantó al Estado
colombiano; aunque no siempre: en una huelga
ocurrida en sus plantaciones en 1928, el Ejército
reprimió con crueldad a los trabajadores
agrícolas, originando fuertes protestas
antiimperialistas en todo el país.
Venezuela, por su parte, soportó el largo
gobierno de Juan Vicente Gómez (1908-1935),
un típico dictador latinoamericano, íntimamente
ligado a los intereses de Estados Unidos. La
manera en que este personaje llegó al poder es
otra muestra de la peculiaridad de la política
local: desde 1899 el país estaba gobernado por
otro dictador, Cipriano Castro; a fines de
noviembre de 1908 éste viajó a Europa para
recibir atención médica y dejó a cargo del
gobierno a su ‘compadre’ Gómez, quien se
apoderó del gobierno hasta su muerte, ocurrida
veintisiete años después.
Durante la larga dictadura de Gómez el país
tuvo un apreciable avance, debido a la
producción de petróleo y otros minerales, la
afluencia de inmigrantes y el crecimiento del
comercio internacional. Venezuela fue manejada
como propiedad privada del dictador que, como
ocurre en estos casos, era uno de los más ricos
propietarios. Los varios intentos de derrocarlo
resultaron infructuosos.
El hallazgo del ‘oro negro’, en los comienzos
de su gobierno, favoreció sin duda la
persistencia de este curioso personaje. El
control del petróleo se repartió entre la ‘Royal
Dutch Shell’, de Holanda, y la ‘Standard Oil of
New Jersey’, que en un acuerdo se reservaron
la parte occidental y oriental del país,
respectivamente.
EL MUNDO EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS (1919-1939)
Los veintiún años transcurridos entre la primera
y la segunda guerra mundial combinaron la
euforia en los países aliados, que bastante
rápidamente recuperaron la situación anterior
al conflicto, con el entusiasmo revolucionario
en la flamante Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas y complejas transformaciones
políticas y sociales en Italia y Alemania. Justo
en la mitad de esas dos décadas, la crisis
económica iniciada en EE.UU. en 1929, la que
rápidamente se extendió al resto del mundo
capitalista, aceleró un conjunto de
contradicciones que desembocaron en un
nuevo conflicto, más extendido y de
consecuencias más profundas que el anterior.
De esa manera terminaba la tregua entre las
potencias imperialistas, las que buscaron
nuevamente resolver sus conflictos a través de
la guerra.
A esa compleja realidad de mundo entre las
dos guerras nos referiremos a continuación.
Los años locos
La recuperación económica después de la
guerra tardó cinco años en concretarse: recién
en 1923 se alcanzaron los niveles productivos
de 1913, antes de que el conflicto comenzara.
Luego, el avance fue más rápido: ente 1925 y
1929 el crecimiento fue alto, sostenido y
generalizado, con diferencias entre los distintos
países (fue mayor en Estados Unidos y Francia,
y bastante menor en Gran Bretaña y el resto).
El mismo ciclo se repitió en Alemania, que
en el lustro previo a 1929 vio descender
considerablemente su tasa de desocupación,
al tiempo que su producción de carbón, acero y
la industria en general superaba ampliamente
los registros anteriores a la guerra mundial.
En conjunto, los años ’20 registraron una
revolución en los transportes y comunicaciones,
iniciando un progreso en esos campos que no
se ha detenido desde entonces. Fue la época
de la masificación (relativa, por cierto) del
automóvil: a las grandes fábricas
norteamericanas (Ford, General Motors,
Chrysler) se agregaron las británicas (Morris y
Austin), las francesas (Renault y Citroen) y la
alemana Opel. Por lejos, el país donde el
automóvil particular alcanzó mayor difusión fue
Estados Unidos, aunque Gran Bretaña contaba
con dos millones de vehículos, en tanto que en
Francia y Alemania había más de un millón en
cada uno. Simultáneamente, se amplió el uso
de vehículos utilitarios, los ‘camiones’, que
comenzaron a disputarle a los ferrocarriles el
transporte de mercaderías.
También se desarrolló la aviación, cuyo
progreso técnico fue estimulado por la guerra;
en este campo se registraron muchas hazañas
individuales, al mismo tiempo que comenzaba
el desarrollo de las primeras líneas aéreas en
EE.UU. y algunos países de Europa.
Además comenzó la difusión de la radio y el
teléfono, creciendo el número de usuarios
particulares mientras se iban sumando los
adelantos técnicos.
Después de la guerra continuó la popularidad
del cine, que ya se conocía desde fines del siglo
XIX; la gran novedad fue el cine sonoro, que se
ensayaba desde varios años atrás y que alcanzó
éxito en la segunda mitad de los años ’20: el 6
de octubre de 1927 se estrenó El cantor de jazz
(The Jazz Singer), considerada la primera
película sonora de la historia del cine; a
comienzos de la década siguiente el cine
sonoro era una conquista y el cine mudo
avanzaba hacia el olvido (aunque no del todo,
como demuestran películas como ‘Tiempos
Modernos’, del genial Chaplin, que todavía
contemplamos con deleite).
145
A fines de los años ’20 la televisión recién
estaba en sus comienzos, no habiéndose
iniciado la época de comercialización de
aparatos.
Como ha ocurrido muchas veces después
de grandes conmociones, la primera posguerra
mostró que los seres humanos renovaban las
ganas de vivir. Fue la época de gran difusión de
ritmos musicales populares: las distintas
variantes del jazz, el tango y muchos ritmos
negros y latinos, cuya popularización fue
facilitada por la radio, el fonógrafo y el cine
sonoro. La música acompañaba al baile, que
se difundió mucho en estos años, desde los
salones más elegantes a los más populares,
haciendo parte de una festiva vida nocturna.
Los ‘años locos’ también vieron el
crecimiento de los espectáculos deportivos
masivos: el fútbol, el boxeo, el ciclismo, las
carreras de caballo, especialmente, mientras
otros como el tenis, conservaron durante mucho
tiempo su carácter elitista. En 1930 se disputó
el primer campeonato mundial de fútbol y su
ganador fue un equipo sudamericano: Uruguay.
La masificación de los deportes tuvo una
consecuencia arquitectónica: comenzó la
construcción de grandes estadios deportivos,
un elemento que hasta hoy define –para bien o
para mal- la cultura de una época. Con la
masificación de los espectáculos creció la
popularidad de las ‘estrellas’, deportivas, radiales
y cinematográficas. Algunos futbolistas,
boxeadores, ciclistas, jinetes y hasta caballos
se hicieron famosos por aquellos años. Lo
mismo pasó con muchas figuras de la radio y
el cine.
Una imagen femenina de los ‘años locos’
146
La primera posguerra presenció la acelerada
transformación del rol femenino. Este proceso,
que se había iniciado en la primera década del
siglo, se aceleró durante la guerra (que las
incorporó masivamente al trabajo, por ejemplo,
reemplazando a los hombres que iban al frente
de combate) y se consolidó al fin del conflicto.
En varios países las mujeres alcanzaron el voto
y en todos aumentó el número de las que
trabajaban ‘afuera’ y seguían estudios, incluso
en la universidad. En Gran Bretaña y Estados
Unidos unas pocas mujeres alcanzaron cargos
públicos, incluyendo la gobernación de algunos
Estados.
Algunas se destacaron como escritoras,
aviadoras o tenistas, actividades que todavía
eran muy novedosas para ellas. Eran las
precursoras de un nuevo tipo de mujer, que
desde entonces se difundió cada vez más.
Una evidencia del nuevo tipo de mujer fueron
los cambios en las modas: la vestimenta se hizo
más ligera, más práctica, menos encubridora
del cuerpo femenino, como había sido hasta
entonces.
DE LA RUSIA DE LOS ZARES AL COMIENZO
DEL MOVIMIENTO COMUNIST
A INTERNACIONAL
COMUNISTA
Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial
Rusia era un imperio anacrónico. Mientras
Europa Occidental, Estados Unidos de América
y Japón se industrializaban aceleradamente,
ese enorme país era una sociedad de
campesinos sometidos a un régimen de
servidumbre. En los hechos este sistema
equivalía a la esclavitud, ya que los siervos
sufrían una cruel explotación, carecían de
libertad de movimientos y estaban sujetos a
los caprichos de sus señores. El sistema había
sido criticado por los intelectuales rusos desde
comienzos del siglo XIX, al difundirse las ideas
de la Ilustración europea y conocerse el
ejemplo de otros países, especialmente Gran
Bretaña y Francia. También había sufrido las
embestidas de distintos grupos revolucionarios
desde mediados de ese siglo. Sin embargo,
sobrevivió seis décadas más. Igualmente
atrasado era su sistema político, que tuvo que
ser desalojado por una revolución.
La abolición de la servidumbre
La derrota rusa en la guerra de Crimea
convenció a los zares de que el país debía
industrializarse para sobrevivir y que el primer
paso hacia ese objetivo era suprimir la
servidumbre campesina; de esa manera podría
contar con la mano de obra libre requerida por la
producción capitalista y una masa de
consumidores que impulsara la producción. La
servidumbre fue finalmente abolida en 1861 por
el zar Alejandro II, que extendió la libertad de
movimiento y la libertad personal a todos los
siervos, cualquiera fuera su categoría, eliminando
el derecho que tenían los terratenientes sobre
ellos. Como ocurrió con la supresión de la
esclavitud en los Estados Unidos, ocurrida por
la misma fecha, la abolición de la servidumbre
no mejoró sustancialmente la situación de los
campesinos; una gran cantidad de ellos,
careciendo de todo recurso, permanecieron en
las fincas de sus terratenientes.
En perspectiva, la emancipación de los
siervos fue una medida progresista, que
favoreció el desarrollo de una economía
capitalista en Rusia. Entre 1865 y 1914 se
produjo en ese país una industrialización
‘anormal’, si tenemos en cuenta lo ocurrido en
Gran Bretaña y Francia: a diferencia de estos
países, Rusia carecía de una burguesía
industrial y sus industrias fueron producto de
inversiones extranjeras, particularmente de
capitales franceses; sobre esta base se
montaron grandes fábricas en las proximidades
de Moscú y San Petersburgo. Se trataba de
verdaderas ‘islas industriales’, en medio de un
país que seguía siendo campesino, y su
producción se destinaba fundamentalmente a
la exportación. Sin embargo, no dejó de tener
un efecto modernizador, ya que surgió también
una burguesía rusa, muy poco numerosa.
La aparición de fábricas originó una
reducida clase obrera local, que en la mayoría
de los casos mantuvo sus raíces campesinas.
Por lo general, estos trabajadores realizaban
periódicas migraciones de la ciudad al campo,
y viceversa, trabajando alternadamente en las
fábricas y en las zonas rurales, a la que
concurrían a levantar las cosechas.
Fotografía del último zar y su familia.
Reinaba sobre millones de siervos
147
El Imperio Ruso,
un sistema arcaico y represivo
A comienzos del siglo XIX el Imperio Ruso
abarcaba una enorme extensión territorial y tenía
una población muy considerable para la época:
abarcaba unos 23 millones de kilómetros
cuadrados, ocupados por más de 125 millones
de personas. Sus posesiones se encontraban
en Europa, Asia y parte de lo que hoy son los
EE.UU., ya que Alaska le pertenecía. Además
de sus posesiones directas, el Imperio incluía
algunas zonas en condición de vasallos o
protectorados.
Rusia conservaba un régimen político que
ya había desaparecido de Europa Occidental:
era gobernada por un emperador autocrático (el
zar), cuyo cargo se transmitía en forma
hereditaria dentro de la familia Romanov. La
religión oficial era el cristianismo ortodoxo,
controlado por el monarca cuya figura revestía
características casi divinas. La población
estaba dividida en estratos: la nobleza, el clero,
los comerciantes, los cosacos y los
campesinos. En general, la condición de las
personas se transmitía hereditariamente, ya que
casi no existía la movilidad social.
El zar era sostenido por una burocracia y una
policía política que vigilaba permanentemente a
los conspiradores (republicanos, socialistas y
anarquistas), muy activos desde mediados del
siglo XIX. Los opositores al régimen eran
intelectuales y estudiantes, especialmente, a los
que se fueron sumando algunos obreros cuando
el país se industrializó.
Los cambios que pretendían los opositores
variaban mucho de un grupo a otro, lo mismo
que sus formas de acción; algunos grupos eran
tibiamente reformistas, en tanto que otros tenían
propósitos revolucionarios y apelaron
frecuentemente a la violencia terrorista. Todos
ellos actuaban en la clandestinidad y su castigo
cuando eran detenidos era el exilio en Siberia.
La acción revolucionaria creció a comienzos
del siglo XX y culminó en 1917 con el
derrocamiento de los zares y el fin de su imperio.
148
Los grupos revolucionarios
Como dijimos, existían distintos grupos
revolucionarios, que actuaban en la más estricta
clandestinidad: los anarquistas, los socialistas
revolucionarios o ‘eseritas’ y los social
revolucionarios marxistas.
Las ideas anarquistas tuvieron gran
influencia en Rusia, desde fines del siglo
XIX hasta mediados de la década de 1930,
cuando se consolidó el stalinismo y eliminó
toda oposición política en el país. Algunos
de los militantes y teóricos más destacados
del anarquismo internacional fueron rusos,
por ejemplo, Mijail Bakunin, que comenzó
su lucha contra los zares en 1848; a raíz de
ello fue condenado a muerte, que le fue
conmutada por el destierro en Siberia de
donde logró escapar. Pasó el resto de su
vida exiliado en Europa, principalmente en
Suiza. Otro anarquista ruso fue el príncipe,
Piotr Kropotkin, de gran cultura. Como el
anterior jugó un papel destacado en el
anarquismo internacional e impulsó desde
el exterior distintos movimientos
revolucionarios en su propio país. Los
anarquistas rusos pertenecieron a distintas
corrientes: algunos realizaron múltiples
atentados terroristas, llegando a matar a
algún zar, en tanto que otros eran partidarios
de un pacifismo extremo.
Los ‘eseristas’ pensaban que los
campesinos, que formaban la inmensa
mayoría del pueblo ruso, debían ser los
protagonistas de la revolución. Proponían un
reparto de la tierra de los grandes
terratenientes, aunque en este punto
estaban divididos: algunos querían
transformar a los campesinos en pequeños
propietarios y otros deseaban establecer
una especie de comunismo rural,
suprimiendo la propiedad privada de la tierra.
Los social revolucionarios marxistas, en
cambio, querían realizar una ‘revolución
proletaria’, protagonizada por los obreros y
que instaurara un régimen socialista. Se
dividían en dos grupos: los ‘mencheviques’
y los ‘bolcheviques’. Los primeros pensaban
que la tarea de los revolucionarios debía
consistir en apurar el desarrollo industrial y
democrático de Rusia, con lo que
aumentaría el número de los obreros y su
conciencia de clase: recién ahí podía
pensarse en una revolución socialista. Los
bolcheviques, por el contrario, pensaban que
los obreros industriales, dirigidos por un
partido revolucionario socialista, debían
plantearse la toma del poder aliados con los
campesinos; una vez destruido el régimen
zarista, debía establecerse un Estado
obrero y campesino dirigido por el partido
del proletariado (es decir, de los obreros
industriales), que industrializaría el país con
la propiedad común de los medios de
producción. A esta corriente pertenecían
Pléjanov, Lenin y más tarde, Trotski.
De la Revolución de 1905 a la
Revolución Bolchevique de 1917
En 1904-1905 se desarrolló la guerra rusojaponesa, en la que los primeros fueron
derrotados. La mala situación del país aumentó
las necesidades de los obreros de las ciudades,
a la que se sumaron las penurias padecidas
por los soldados en el frente. Todo ello creó una
situación revolucionaria, que estalló en enero
de 1905 al ser reprimida en San Petersburgo
una manifestación pacífica de trabajadores, que
fue ametrallada por las fuerzas del zar con el
resultado de muchos muertos y heridos. El
episodio desencadenó una ola de huelgas y una
gran agitación a la que se sumaron los
intelectuales, algunos miembros de la
burguesía rusa y los militantes socialistas.
Alarmado por esta situación el zar concedió
en octubre de 1905 una serie de libertades
políticas y civiles, desconocidas hasta entonces
en el país. También anunció la convocatoria de
una Duma, una especie de asamblea legislativa
de la que sólo podía participar un sector muy
reducido de la población. Aunque estas
concesiones eran de alcance muy limitado,
consiguieron su objetivo: tranquilizar a los
grupos más conservadores y disminuir el
número de los que protestaban.
En medio de esta situación, los socialistas
intentaron una insurrección de la que participaron
obreros armados en Moscú y San Petersburgo,
los que combatieron durante varios días con las
tropas del zar y fueron finalmente derrotados. De
esa manera terminó la primera revolución rusa.
En los años siguientes nada cambió en Rusia:
la ‘democratización’ concedida por el zar fue
ficticia y la Duma, que siguió funcionando, fue
totalmente impotente. Hasta se produjo alguna
matanza de obreros desarmados (en 1912), ante
la cual el gobierno no dio ninguna explicación.
Cuando estalló la Primera Guerra, Rusia se
vio obligada -por el juego de alianzas establecidoa participar en el bando de los Aliados, junto a
Francia. Sus ejércitos, compuestos de
campesinos mal armados y maltratados, fueron
fácil presa para los ejércitos alemanes,
procedentes de un país altamente
industrializado. Miles de campesinos rusos
murieron, la actividad rural se resintió
considerablemente y la falta de granos castigo a
los habitantes de las ciudades.
Este conjunto de circunstancias aumentó el
crónico descontento de la población y su
movilización contra el régimen zarista. Los
lugares de más activa conspiración fueron las
colas en las panaderías, tratando de obtener un
pan que cada vez escaseaba más. En esos
lugares, el descontento de la gente iba haciendo
madurar la revolución, que podía estallar por
cualquier motivo. Así ocurrió, en febrero de 1917.
Tropas japonesas durante la guerra con Rusia
(1904-1905)
149
Los acontecimientos se desarrollaron así.
Una manifestación de mujeres, que protestaba
contra la falta de alimentos y la carestía, se
encontró con los obreros de una fábrica que
reclamaban por el despido de algunos
compañeros. La manifestación se convirtió
rápidamente en una insurrección popular. Las
tropas enviadas a reprimir (formadas, al fin de
cuentas, por campesinos) se sumaron a los
insurrectos. Espontáneamente se formaron
‘soviets obreros’ y el zar abdicó. La Duma formó
un Gobierno Provisional. De esta manera
desapareció la poderosa monarquía rusa.
¿Qué eran los ‘soviets’?
Los ‘soviets’ eran una especie de parlamento
obrero y surgieron en mayo de 1917, de manera
espontánea. Estaban integrados por delegados
de las fábricas, elegidos por los trabajadores
de las mismas; luego se constituyeron soviets
barriales, regionales y campesinos. A través
de ellos los trabajadores pretendían ejercer el
poder político en forma directa; el mandato de
sus integrantes era revocable en cualquier
momento, es decir, los obreros que los habían
elegido podían reemplazarlos si no estaban
conformes con su desempeño. Los soviets
despertaron la desconfianza de los grupos
sociales propietarias y fueron desmantelados
por la fuerza. Esta experiencia, sin embargo,
perduró en la memoria de los trabajadores.
El Gobierno Provisional formado después de
la abdicación del zar siguió funcionando y al
principio contó con la confianza popular. Sin
embargo terminó decepcionando: continuó la
guerra, no solucionó la cuestión de los
abastecimiento ni intentó ninguna reforma en el
campo; finalmente, en forma secreta buscó
reinstalar al zar, que estaba prisionero. Esto
último no iba a resultar fácil: tanto los obreros
como los campesinos estaban alertas y
movilizados; en el campo se ocupaban las fincas
de la nobleza, que en gran parte había partido al
exilio; en las ciudades los obreros industriales
realizaban huelgas y mantenían activos los
soviets, que a veces no tenían en cuenta las
resoluciones del Gobierno Provisional. También
presionaban los sectores burgueses para que
se continuara la guerra, ya que temían que una
retirada molestara a los inversores franceses,
que sostenían sus fábricas.
En octubre de 1917 los bolcheviques estaban
listos para tomar el poder. Buscaban eliminar al
Gobierno Provisional y dejar como única
institución gubernamental a los soviets. Su
consigna, precisamente, era ‘¡Todo el poder a
los Soviets de diputados obreros!’. Finalmente
se produjo el asalto al Palacio de Invierno, que
ahora era la sede del gobierno, donde arrestaron
después de alguna lucha a los ministros. De esta
manera, en media de la indiferencia de la
población, caían los sucesores de los zares y
comenzaba a funcionar la primera república
comunista del mundo.
El nuevo gobierno se estrenó con tres
decretos: la abolición de la pena de muerte, el
abandono de la guerra y el reparto de la tierra
entre los campesinos. También disolvió todas las
instituciones de gobierno anterior (las del
Gobierno Provisional y las que subsistían de la
época de los zares), y comenzó las
negociaciones con el gobierno alemán para
alcanzar la paz.
Afiche ruso en homenaje a Lenin
Condujo a los bolcheviques a la toma del poder,
en 1917
150
Finalmente, Trotski -en representación del
gobierno de los soviets- firmó el Tratado de
Brest-Litovsk en el que debieron hacerse una
serie importante de concesiones territoriales a
los alemanes.
Lenin, el jefe de los bolcheviques, tenía una
expectativa: que los obreros alemanes llevaran
adelante de inmediato la revolución socialista en
su país, mucho más industrializado que la
atrasada Rusia. En su perspectiva, correspondía
a los trabajadores alemanes constituirse en la
vanguardia de un movimiento comunista
internacional que marchara rumbo a la
transformación revolucionaria del mundo. En su
opinión, las concesiones territorios realizadas por
Rusia servirían para alejar toda desconfianza
nacionalista de los obreros alemanes.
Las expectativas de Lenin sobre el avance
inminente de la revolución socialista en Europa
no se concretaron. No sólo fue reprimido el
movimiento revolucionario en Alemania, sino que
las potencias triunfantes en la guerra (Gran
Bretaña, Francia, Estados Unidos, principalmente)
apoyaron al movimiento contrarrevolucionario en
Rusia. De esta manera, el antiguo país de los
zares atravesó un período de tres años de guerra
civil, entre 1919 y 1921; el triunfo correspondió
finalmente al Ejército Rojo, formado principalmente
por obreros bolcheviques, muchos de los cuales
murieron en la guerra.
Aunque derrotados, los enemigos buscaron
causar el mayor daño posible para comprometer
el futuro de la revolución: destruyeron ciudades,
devastaron los campos, arrasaron las
cosechas y asesinaron a los prisioneros
bolcheviques, el sector más preparado
ideológicamente de la reducida clase obrera
rusa. Las consecuencias fueron terribles: la
inflación hizo desaparecer prácticamente a la
moneda rusa, por lo que se estableció el
trueque; las fábricas, dejaron de funcionar,
carentes de recursos y de trabajadores, en su
mayoría alistados en el Ejército Rojo.
Soldados del Ejército
Rojo, muertos en una
trinchera
151
EL MOVIMIENTO COMUNIST
A MUNDIAL
COMUNISTA
El comienzo de la experiencia comunista en
Rusia despertó interés en todo el mundo: de
parte de las clases dirigentes (que observaban
con temor y desconfianza) y de los obreros,
especialmente los de ideas socialistas, que
tenían esperanzas de que comenzara una
transformación que resolviera las injusticias del
régimen capitalista.
Mientras no se estableció definitivamente la
paz con Alemania, los soldados rusos
(bolcheviques, la mayoría de ellos) tuvieron
contacto con los soldados alemanes, casi todos
trabajadores; de esa manera, en las propias
trincheras circuló la propaganda bolchevique,
en forma de diarios y folletos. Muchos
prisioneros alemanes recibieron rápidos cursos
de propaganda antes de que se firmara la paz y
fueran liberados. De esa manera, según se ha
escrito, la revolución socialista entró en
Alemania de la mano de sus propios soldados.
Sin embargo, como veremos más adelante, en
Alemania los intentos revolucionarios
fracasaron. El mismo destino corrió un intento
de revolución comunista en Hungría: luego de
una breve experiencia, la república soviética
húngara fue liquidada por el Ejército, que instaló
en el país una feroz dictadura.
El ejemplo de la Revolución Rusa influyó en
otras partes del mundo, en las que se
produjeron grandes huelgas y hasta
movimientos insurreccionales de los
trabajadores. Aunque en ningún caso estos
movimientos obreros alcanzaron las
dimensiones de Alemania y Hungría, en todas
partes alarmaron seriamente a los gobiernos y
a las clases propietarias. En Italia las luchas de
los trabajadores fueron particularmente fuertes
en el Norte industrializado, aunque también se
movilizaron los campesinos que en muchos
casos ocuparon las tierras de sus señores.
También hubo serios enfrentamientos en
Barcelona, la región más industrializada de la
España de aquella época. En este caso, al
finalizar la guerra se inició una profunda crisis
económica y social que se prolongó hasta 1921.
Las huelgas y protestas alentadas por los
anarquistas tuvieron como respuesta ataques
de pistoleros organizados por los patrones, los
que contaban con protección policial.
Hasta en la lejana Argentina, país
eminentemente rural con una incipiente clase
obrera, la Revolución Rusa sirvió de excusa para
una feroz represión de trabajadores en enero de
1919, la que pasó a la historia de nuestro país
con el nombre de ‘Semana Trágica’.
Curiosamente, la misma denominación recibió
un episodio de lucha social ocurrido en Barcelona
diez años antes, en 1909. A partir de 1917, el
‘fantasma del comunismo’ permitió justificar la
represión a las luchas de los obreros por mejorar
su situación, en distintas partes del mundo. El
fenómeno, que fue constante durante todo el siglo
XX, se intensificó especialmente después de la
Segunda Guerra Mundial, concluida en 1945,
Los poderosos cañones del acorazado Potemkin
Sus marineros se sublevaron contra el zar en la
revolución rusa de 1905
152
Las Internacionales
En 1864 representantes de distintos grupos
socialistas europeos (especialmente ingleses,
franceses e italianos) fundaron en Londres la
Asociación Internacional de los Trabajadores,
que ha pasado a la historia como la Primera
Internacional. De la misma participaron algunos
destacados intelectuales revolucionarios como
los alemanes Karl Marx y Frederick Engels, y el
ruso Mijail Bakunin, un anarquista del que ya
hemos hablado. En el interior de esta
organización se marcaron cada vez mas las
diferencias entre los ‘socialistas científicos’ y los
‘anarquistas’, cuyos representantes principales
fueron los alemanes y el ruso mencionados.
Finalmente, en el Congreso de la Haya, de 1874,
se decidió la expulsión de los anarquistas. Éstos
fundaron luego la Alianza Internacional, que
funcionó hasta 1888.
Con la emigración europea, las ideas de las
internacionales socialista y anarquista se
difundieron por el mundo. En Argentina, por
ejemplo, existía una filial de la Primera
Internacional poco después de 1870 y algunos
años después era abundante la propaganda
revolucionaria que influyó mucho en la formación
de nuestras primeras organizaciones obreras.
La II Internacional o Internacional Socialista
se fundó en 1889 y entre sus promotores se
encontraba Engels, el compañero intelectual de
Marx. En principio se limitó a la celebración de
congresos periódicos en los que se discutían
los problemas de la clase obrera y la situación
política de los distintos países. Representaba a
los partidos socialistas de orientación
socialdemócrata, que habían aceptado la
participación electoral en las repúblicas
burguesas; en consecuencia quedaron
excluidos de ella los anarquistas y los grupos
socialistas, como los bolcheviques rusos, que
planteaban la toma del poder por la vía
revolucionaria. A partir de 1900 se creó el BSI,
una secretaría que se encargaba del
funcionamiento de la Internacional y convocaba
los congresos. A la II Internacional pertenecieron
partidos socialistas de distintas partes del
mundo, entre ellos el Partido Socialista de
Argentina, fundado en 1896.
Las posiciones de los partidos
socialdemócratas alemán y francés en 1914,
apoyando la guerra, produjo la crisis de la II
Internacional.
La sublevación del acorazado Potemkin fue llevada al cine por Serguéi Eisenstein (1925).
La película es una joya del cine mudo
153
La III Internacional o Internacional Comunista
(KOMINTERN, de acuerdo a su sigla en ruso)
se constituyó el Moscú, en un congreso
celebrado en 1919. Asistieron cincuenta y dos
delegados de los partidos comunistas y grupos
socialistas de izquierda de treinta países. El
Congreso adoptó la plataforma de la
Internacional Comunista, el manifiesto a los
proletarios de todo el mundo y diversas
resoluciones y acuerdos. El evento resolvió
crear dos organismos dirigentes: el Ejecutivo y
un Buró de cinco miembros elegidos por él. La
III Internacional se propuso como tarea
‘conquistar a la mayoría de la clase obrera y a
las masas fundamentales de los trabajadores
para la causa del comunismo y luchar por la
construcción de la dictadura del proletariado y
por la sustitución del sistema capitalista por el
socialismo’.
Desde el nacimiento hasta la disolución, en
1943, esta organización celebró siete
congresos. El nombre de ‘comunista’ que se
agregó la III Internacional destacaba su ruptura
con la Internacional Socialista, que existió
paralelamente a ella y agrupaba a los partidos
socialdemócratas.
León Trotsky, a la derecha, fue el organizador del
Ejército Rojo
154
La lista de las internacionales obreras se
completa con la IV Internacional, fundada en
París en 1938, en la que se reunieron los grupos
seguidores de León Trotsky. Éste fue uno de
los dirigentes históricos de la Revolución Rusa,
compañero de Lenin y exiliado por sus
profundas diferencias con Stalin, que terminó
dirigiendo el proceso de la URSS hasta su
muerte, ocurrida de 1953. Los trotskistas
consideraban (consideran) que la Tercera
Internacional había renunciado a defender los
intereses de proletariado internacional, como se
habría comprobado, en su opinión, por las
grandes traiciones de los partidos comunistas
en Alemania, Francia y España durante la
década de los 30 del siglo XX, resultando la
victoria del fascismo en gran parte de Europa.
LOS FFASCISMOS
ASCISMOS
Como escribió el historiador inglés Eric
Hobsbawm, el desencadenamiento de la guerra
en 1914 representó el ‘estallido de la barbarie’.
Valores e instituciones que se daban por
definitivamente instalados fueron dejados de lado.
Los principales eran el rechazo de las dictaduras
y de los gobiernos autoritarios; el respeto del
sistema constitucional y de los gobiernos
elegidos libremente, los que incluían distintos
mecanismos que permitían el control de las
autoridades y la vigencia de la ley; el
reconocimiento de un conjunto de derechos
civiles de todas las personas, los que debían ser
respetados por los gobernantes.
Es cierto que estas orientaciones sólo habían
sido incompletamente aplicadas en un reducido
número de países de Europa Occidental (Gran
Bretaña en primer lugar, seguida por Francia,
Suecia y Suiza) y que la explotación de los
capitalistas en las ciudades y de los
terratenientes en el campo hacía que tuvieran
poca vigencia para las personas más pobres.
Sin embargo, hasta los partidos socialistas
defendían esos valores e instituciones y tenían
confianza en que se extenderían a todo el mundo;
también imaginaban que permitirían superar las
arbitrariedades del sistema capitalista y mejorar
la situación de los trabajadores. Como hemos
visto en el Capítulo I, la bonanza existente en la
Europa de la ‘Belle Époque’ y casi medio siglo
de paz internacional justificaban en alguna
medida estas ilusiones
Incluso en países como la Rusia de los zares atrasados desde el punto de vista político,
económico y social- existían algunos grupos que
tenían expectativas en la posibilidad de cambiar
esa situación a través de los mecanismos de la
democracia burguesa (los parlamentos,
especialmente). Lo mismo ocurría en los países
de América Latina, cuyos sistemas políticos se
habían inspirado en los modelos de Gran
Bretaña y Estados Unidos de América, aunque
nunca habían funcionado bien desde la
independencia, en la década de 1810. En todos
lados, con la excepción de algunos pequeños
grupos reaccionarios y otros (igualmente
reducidos) de revolucionarios, se confiaba en
que el Progreso (que se escribía con mayúscula)
era una posibilidad cierta y se daría por la
extensión del liberalismo político.
Muchos soldados alemanes
volvieron de la primera guerra
con ideas revolucionarias
155
El estallido de la barbarie
El contexto
De esta manera, después de la guerra se
produjo un notable retroceso de las instituciones
políticas liberales. Es más: en Italia, Alemania y
más tarde en España, surgieron movimientos
políticos que rechazaron totalmente los principios
de la democracia burguesa y exaltaron el
autoritarismo, el culto a la figura de sus dirigentes,
un patriotismo agresivo e hicieron un uso
constante de la violencia como práctica política.
Se trata del fascismo italiano, el nacional
socialismo alemán, y el falangismo
(posteriormente el franquismo) español.
Los fascismos –especialmente el italiano y
luego el alemán- surgieron en los años de la
primera posguerra, en momentos en que sus
países atravesaban una difícil situación
económica y social. En ambos casos, las
consecuencias de la guerra recayeron
especialmente sobre los sectores populares,
obreros y campesinos, que se vieron muy
castigados por la desocupación y el
desabastecimiento; incluso los que conservaron
su trabajo vieron caer sus ingresos y empeorar
sus condiciones laborales.
Cuando llegaron al poder sus líderes Mussolini, Hitler y Franco, respectivamentequedaron clausuradas por muchos años las
libertades civiles, toda forma de oposición fue
prohibida y la única posibilidad de la población
fue la adhesión (que la tuvieron durante mucho
tiempo y fue muy entusiasta), el acatamiento o
el exilio. Una circunstancia que consolidó todas
estas orientaciones fue la crisis económica de
1929, la Gran Depresión, que pareció confirmar
el fracaso del liberalismo, tanto político como
económico y alentó la búsqueda de soluciones
autoritarias.
La respuesta a esta situación fueron los
conflictos sociales y la difusión de las ideas
revolucionarias: huelgas, grandes movilizaciones
y hasta algunos intentos de alzamientos
armados, fueron circunstancias que se dieron
en ambos países. En Italia y España era muy
grande el descontento de los campesinos
minifundistas o sin tierras, sometidos al poder
de tipo feudal que ejercían los terratenientes.
Todos estos movimientos tuvieron muchos
elementos ideológicos y formas de acción
compartidas; también definieron objetivos y
enemigos comunes. Todo esto nos permite
agruparlos bajo el rótulo de ‘fascismos’. Sin
embargo, cada uno de ellos respondió a
circunstancias nacionales propias, sus
proyecciones internacionales fueron diferentes
y su grado de virulencia no fue el mismo.
En estos aspectos se destaca el régimen de
Hitler, el nazismo, que desencadenó la segunda
guerra mundial, alteró durante algunos años el
mapa político de Europa y practicó un
monstruoso racismo que tuvo terribles
consecuencias en Alemania y en algunos de los
países que ocupó militarmente.
156
Tanto en Italia como en Alemania aumentó la
influencia de las ideas de izquierda entre los
trabajadores industriales; en ambos casos, el
Partido Socialista se fraccionó, al separarse
corrientes con orientaciones más revolucionarias
de la dirección socialdemócrata de esos partidos.
En el caso de Italia fue muy importante la
influencia del sindicalismo revolucionario y del
anarquismo, que propiciaron la acción directa de
los trabajadores urbanos y la toma de tierras por
parte de los campesinos. El anarquismo también
fue muy influyente entre los artesanos y
campesinos españoles de la época.
Socialistas revolucionarios y anarquistas,
aunque no estaban de acuerdo entre ellos en
varias cuestiones importantes, proponían la
expropiación de los capitalistas, la destrucción
del sistema político vigente y la instalación de un
poder popular. Se explica, entonces, que la
agitación social alarmara seriamente a los
grandes propietarios y a la clase dirigente de
ambos países, que advirtieron una situación
prerrevolucionaria.
Otra circunstancia común a estos países fue
el descontento de los sectores de las clases
medias, que también vieron empeorar su
situación material. En este caso se sumaron los
temores al avance del gran capitalismo –que
parecía querer liquidar a la pequeña propiedady de los movimientos revolucionarios, que
también proponían una supresión de la propiedad
privada. Las clases medias sufrieron además la
frustración de la derrota en la guerra, que fue
vivida como una humillación y una postergación
de las aspiraciones nacionales. Agreguemos
que, tanto en Italia como en Alemania, los partidos
políticos tradicionales no lograron resolver los
problemas ni estabilizar el sistema político. Un
poco más adelante daremos datos más precisos
sobre este tema.
Estas fueron, entonces, las circunstancias
propicias para el surgimiento de los fascismos:
crisis económica, intensa movilización de
obreros y campesinos, difusión de las ideas
revolucionarias entre ellos, frustración y temor
de las clases medias, fracaso de los partidos
políticos tradicionales, alarma de las clases
propietarias y dirigentes.
Fascistas marchando
La ideología y
el comportamiento político
La ideología de los fascismos estaba
integrada por una serie de rechazos y de
adhesiones.
Fascistas, nazis y franquistas rechazaban
por igual al modelo político de las
democracias burguesas y a las corrientes
socialistas (de todos los matices, desde la
socialdemocracia al anarquismo) que
pretendían modificarlo. Eran profundamente
antiliberales y antisocialistas. Por eso,
aunque Mussolini y Hitler llegaron al poder a
través de los mecanismos políticos
normales, una vez en el gobierno
suprimieron las instituciones y las libertades
consagradas en los sistemas liberales (las
libertades de prensa, de reunión, de huelga,
de asociación, por ejemplo), persiguieron al
movimiento socialista y reprimieron
cualquier actividad independiente de los
trabajadores y la ciudadanía en general. Los
nazis agregaron una orientación
especialmente repudiable: el racismo,
concretamente el antisemitismo, que
tradujeron en una aberrante política de
‘limpieza racial’ que produjo varios millones
de víctimas. No fueron sólo los judíos los
perseguidos, también otros grupos fueron
víctimas del rechazo fascista: los gitanos,
los homosexuales y los disidentes políticos
de cualquier orientación, que debieron
ocultarse, salir del país o perecer. El
ingrediente racista fue bastante más limitado
en el fascismo italiano, aunque también se
cobró sus víctimas.
Así como compartían una serie de
rechazos, los fascistas compartían algunas
adhesiones: la exaltación nacionalista, el
colocar al Estado sobre las clases sociales.
el identificar su destino nacional en la figura
del líder (Mussonili, ‘il Duce’, y Hitler, ‘Der
Fürher’, palabras que en sus respectivos
idiomas significan ‘guía’ o ‘conductor’). Los
fascismos italiano y alemán sostenían
poseer rasgos de superioridad que los
distinguían de otros pueblos: en el caso de
Italia era el pasado imperial (en referencia
al lejano Imperio Romano de la Antigüedad);
157
los nazis, por su parte, apelaron a la
‘superioridad de la raza aria’ a la que
presuntamente pertenecían. En el caso de
Franco (el Generalísimo), la justificación de
su régimen fue la defensa del catolicismo, al
que vio a punto de perecer por el embate de
los ‘rojos’.
Otro elemento compartido por Mussolini y Hitler
es que llegaron al poder en medio de sonoros
llamados a transformar radicalmente la
sociedad, aunque una vez en el gobierno
consolidaron el poder de los grandes
propietarios; los nazis, incluso, eliminaron a las
SA, una agrupación paramilitar que integró el
movimiento en sus primeros años y que
pretendía llevar los cambios económicos y
sociales más allá de lo que Hitler estaba
dispuesto. Distinta fue la situación de Franco,
que en la guerra civil de España se alzó en
armas contra un proceso revolucionario en
marcha y para combatirlo alzó valores
tradicionales.
Las ideas nazi-fascistas se tradujeron en
formas concretas de actividad política:
La práctica de la violencia callejera por
parte de bandas integradas por civiles
uniformados y organizados militarmente. Este
recurso fue usado por los partidarios de
Mussolini y de Hitler desde el origen de sus
movimientos y esta forma de acción es la
que les abrió el camino hacia el poder.
El ataque físico a todo lo que identificaban
como enemigo (locales partidarios y de
organizaciones diversas, periódicos,
símbolos y personas), que ambos
movimiento llevaron a cabo antes de llegar al
gobierno con la complacencia de las
autoridades, que ‘hacían la vista gorda’ ante
sus ataques. En más de una ocasión los
ataques fascistas culminaron en asesinatos.
En el campo y la ciudad, sus empresas
represivas también fueron apoyadas por las
organizaciones empresarias, que vieron en
ellas un recurso eficaz contra el avance de
las fuerzas de izquierda.
Las movilizaciones de masas y las grandes
concentraciones, con una escenografía
minuciosamente planificada, en la que
158
ocupaba un lugar central la exaltación de la
figura del líder. Hasta algunas circunstancias
internacionales fueron aprovechadas para
exaltar al régimen nazi y al ‘Fürher’: así ocurrió
en las Olimpiadas de 1936, celebradas en
Berlín, que dieron ocasionan al régimen para
desplegar ante el mundo toda su vocación
teatral.
Una vez en el gobierno, ambos
movimientos desplegaron una intensa
actividad propagandística para ampliar su
base social: a ese fin sirvieron el sistema
educativo y la prensa, férreamente
controlados, a través de los cuales sólo se
oían los argumentos del régimen. Los
fascismos se ocuparon especialmente del
adoctrinamiento de la juventud, a la que
organizaron de diversas maneras.
Antes y después de su llegada al poder los
fascismos hicieron gala de su gusto por los
uniformes, las banderas, símbolos y
estandartes; las marchas militares y los
saludos y gritos rituales; los grandes desfiles
y la exaltación de la violencia, que ejercitaron
como eficaz recurso de intimidación.
En su momento culminante, los fascismos
llevaron adelante una política exterior agresiva,
que los llevó a ocupar regiones o países sobre
los que reclamaban derechos. Esto fue
particularmente grave en el caso de la Alemania
nazi y desembocó en la Segunda Guerra Mundial
(1936-39); con un poco de retraso respecto al
que luego fue su socio en el conflicto, la misma
política siguió Italia en algunos lugares de Europa
y de África.
Como veremos al referirnos a los
antecedentes inmediatos de la Segunda Guerra
Mundial, las potencias occidentales fueron muy
permisivas ante las primeras manifestaciones del
expansionismo de Hitler.
Francia y Gran Bretaña se mostraron
vacilantes ante las acciones internacionales del
Furher, por lo que no es extraño que tampoco
reaccionara la Sociedad de las Naciones en la
que esos dos países ocupaban un lugar principal.
El organismo internacional aplicó algunas
sanciones a Mussolini cuando invadió Etiopía,
aunque éstas finalmente tampoco se aplicaron.
La base social
Mussolini y Hitler usaron de la violencia antes
de llegar al gobierno y una vez que lo alcanzaron
establecieron dictaduras sumamente
represivas. No hay que perder de vista, sin
embargo, que sus figuras y sus políticas tuvieron
un gran respaldo en amplios sectores de la
población, lo que explica el crecimiento de sus
actividades violentas durante muchos años y
que desde el poder hayan podido embarcar a
sus respectivos pueblos en aventuras bélicas
que les costaron muy caras.
Los que han estudiado a los fascismos están
de acuerdo en sostener que su principal base
de apoyo social fueron las clases medias y
medias bajas. Aunque entre sus adherentes no
faltaron los campesinos pobres y algunos
sectores obreros, su sustento estaba en las
capas medias.
Tanto Mussolini como Hitler procedían de
este sector social y supieron interpretar sus
frustraciones y expectativas. Por eso los grupos
de choque fascistas estaban compuestos de
jóvenes de clase media, especialmente
estudiantes universitarios, atraídos por el
activismo político; a ellos hay agregar muchos
ex oficiales militares, y funcionarios medios y
superiores, cuyos temores los orientaron hacia
los movimientos autoritarios de derecha (aunque
su fundador hubiera pasado por el Partido
Socialista, como era el caso de Mussolini, o el
movimiento incluyera en su nombre el
aditamento de ‘socialista’, como ocurría con el
fundado por Hitler).
Esos grupos adhirieron a los fascismos por
dos motivos: su temor al ascenso de la clase
obrera (que tanto en Italia como en Alemania
protagonizó jornadas de luchas muy
importantes en los años posteriores a la primera
guerra mundial) y la frustración de la derrota (en
el caso de Alemania) o de no haber conseguido
sus objetivos nacionales a pesar de pertenecer
al bando vencedor (como ocurrió en Italia). Sin
embargo, si los temores al socialismo y las
frustraciones de la guerra explican el surgimiento
de los fascismos, lo que contribuyó
poderosamente a su consolidación fue la Gran
Depresión, iniciada en Estados Unidos en 1929.
Esta crisis generó una gran desocupación y
reactivó todas las ansiedades que habían sido
relativamente olvidadas durante los ‘años locos’,
que en Alemania duraron cuatro años, a partir
de 1925.
Esto tuvo un efecto político: a medida que se
hacían más evidentes los efectos de la crisis
aumentaban los votos que obtenían los nazis,
que se habían organizado como partido político.
Gracias a la Gran Depresión, Hitler pasó de ser
un político marginal al dominador de Alemania.
En 1933 fue nombrado cancille, es decir, primer
ministro; en los siguientes doce años dirigió la
vida de su país y la política que adoptó conmovió
a todo el mundo.
El saludo de los dictadores
Mussolini y Hitler
159
EL RECORRIDO DE LOS FFASCISMOS:
ASCISMOS:
DE LA AGIT
ACIÓN CALLEJERA
AGITACIÓN
AL CONTROL DEL EST
ADO
ESTADO
Los fascismos, el italiano y luego el alemán,
tuvieron un origen similar: nacieron como
grupos de choque formados por civiles que
actuaron violentamente contra los partidos
políticos, sindicatos y movimientos sociales
de izquierda. En este aspecto, sirvieron
objetivamente a los intereses de los industriales
y a los grandes terratenientes, que soportaban
una intensa movilización de los trabajadores
en el campo y la ciudad. Haciendo uso de la
fuerza los fascistas enfrentaron a los
trabajadores en huelga, reemplazándolos en
el trabajo y agrediendo a dirigentes y activistas.
Más tarde los grupos fascistas se organizaron
como partidos políticos y obtuvieron alguna
representación en sus respectivos
parlamentos; como hemos dicho, su influencia
creció a medida que aumentaba la crisis
política, económica y social.
Finalmente, sus líderes fueron llamados a dirigir
los respectivos gobiernos; primero Mussolini,
varios años después Hitler. En esta función, Il
Duce y Der Fürher terminaron asociándose en
la guerra, que el segundo de ellos había
desencadenado en 1939 al invadir a Polonia.
Seguidamente, veremos con algún detalle el
recorrido que llevó a cada uno de los fascismos
de la agitación callejera al control del Estado.
Cartel de propaganda fascista
160
Italia, del “Bienio Rojo’
al ascenso de Mussolini
El fascismo, propiamente dicho, nació en
Italia en 1919, cuando se creó en Milán el
primero de los ‘Fasci italiani di combattimento’.
Benito Mussolini (1883-1945), su fundador,
había pertenecido al Partido Socialista Italiano
en el cual llegó a dirigir el periódico partidario;
fue expulsado en 1914 por abogar por la entrada
en la guerra, a lo que su partido se oponía.
Desde el principio, el fascismo más que por su
doctrina se caracterizó por su actuación pública
tumultuosa y su organización paramilitar. El
elemento más distintivo eran las camisas
negras que lucían sus militantes. En los años
siguientes el número de ‘fascios’ creció
constantemente: en 1920 eran 108, con un total
de 30.000 afiliados; al año siguiente sumaban
830 y 250.000, respectivamente; en 1927 los
adherentes eran 938.000, los que ascendían en
1939 a más de 2.600.000.
En 1920 y 1921 Italia atravesó un momento
de gran agitación social: fue el llamado ‘bienio
rojo’, en el que las luchas obreras llegaron a un
punto culminante en las grandes fábricas del
norte, entre ellas la de automóviles Fiat, en
Milán. En varias fábricas importantes se
constituyeron consejos obreros que llegaron a
asumir la dirección de la producción; al mismo
tiempo se sucedían la ocupación de fincas
agrícolas en distintos puntos del país. Las
fascistas practicaron entonces la violencia ‘al
servicio del orden’: atacaron a participantes en
manifestaciones obreras, asaltaron y
destruyeron locales de diarios y comités
socialistas, encabezaban marchas de protesta
‘patriótica’. De esa manera sembraron el terror
en los pueblos y ciudades italianos,
calculándose que sólo en 1921 murieron más
de 500 personas como resultado de sus
agresiones.
Otra característica de esos años era la
existencia de gobiernos frágiles, inestables, que
no lograban consolidarse en el poder. En
noviembre de 1921 se formó el Partido Nacional
Fascista, que reforzó su acercamiento a las
organizaciones patronales de la industria y el
agro. Durante el año siguiente las acciones
fascistas se multiplicaron en lo que constituyó
un avance decidido hacia la toma del poder.
1922 fue el año de las ‘marchas’ sobre varias
ciudades importantes: grandes concentraciones
de fascistas uniformados y armados, que
desfilaban y terminaron ocupando las sedes de
los gobiernos locales y expulsando a las
autoridades. En esos hechos, que fueron
acompañados de la teatralidad propia de los
‘brigadistas’ fascistas, no faltaron los actos de
violencia y la agresiones personales.
Finalmente, el 28 de octubre se inició la
marcha sobre Roma, de la que participaron más
de 26.000 ‘camisas negras’. En términos
militares fue un hecho intrascendente, sin
embargo, dos días después Mussolini fue
llamado por el rey Víctor Manuel III a formar
gobierno. Aunque se trataba por el momento de
un gobierno de coalición, Mussolini se había
convertido en jefe del gobierno, cargo en que
se mantendría durante veintiún años, ampliando
cada vez más sus atribuciones. Al día siguiente,
miles de fascistas armados volvían a desfilar
en Roma.
Los tres años siguientes fueron una etapa
de transición. Desde el punto de vista político
se mantuvo una aparente normalidad
institucional: el Parlamento siguió funcionando,
lo mismo que los partidos políticos, los
sindicatos y la prensa; la economía fue dirigida
con una orientación liberal, lográndose un
crecimiento económico, especialmente en la
industria, a costa de un aumento de la inflación.
En política internacional Italia dejó constancia
de su deseo de modificar el orden establecido
en 1919 y tuvo algunos gestos agresivos que
anunciaban la política ‘imperial’ posterior. A fines
de 1922 se creó el Gran Consejo Fascista,
integrado por 22 miembros, como órgano de
consulta del Parlamento; a comienzos del año
siguiente la Milicia Fascista –un cuerpo armado
del Partido Fascista- fue legalizada,
constituyéndose en un ejército paralelo
encargado de la defensa del Estado. Estas
últimas medidas anunciaban el avance hacia el
régimen de partido único y la dictadura personal.
En ‘El gran dictador’ Chaplin caracariturizó a Hitler
161
A partir de 1925 comenzó verdaderamente el
régimen fascista, que Mussolini sintetizó con
estas palabras: ‘Todo en el Estado, nada fuera
del Estado, nada contra el Estado’. En adelante,
el sistema político se caracterizaría por la
concentración del poder en la persona de Il
Duce, que controlaba simultáneamente al
partido y al Estado, y la eliminación de toda
oposición. Además de la represión a los
opositores –que fueron detenidos, ejecutados,
asesinados, debieron exiliarse o sufrieron
confinamiento en lugares aislados- toda la
sociedad fue sometida a un estricto
encuadramiento ideológico a través de una
propaganda intensa y persistente, la
participación en grandes movilizaciones y la
pertenencia a distintos organismos controlados
desde el poder. En lo económico y social el
Estado adoptó un rol prominente, desarrollando
una política protectora de los asalariados y la
planificación de la economía; empresarios y
trabajadores fueron integrados en
corporaciones, también controladas por el
gobierno. La política exterior se caracterizó por
su carácter agresivo y una vocación expansiva
que se manifestaría posteriormente a través
de la ocupación violenta de algunos países de
Europa y África.
No es fácil resumir en pocos renglones los
diversos aspectos de este sistema totalitario,
caracterizado por el culto a la persona de
Mussolini, el adoctrinamiento y la preparación
militar de niños y jóvenes, el estricto control de
los medios de comunicación la subordinación de
todas las actividades artísticas y culturales al
servicio del régimen. Digamos, solamente, que
el fascismo alcanzó algunos logros importantes
en la economía –sin resolver graves problemas
como el atraso crónico del sur del país- y
favoreció a los trabajadores, logrando durante
muchos años un incuestionable apoyo popular.
Alemania: de la República de
Weimar al ascenso de Hitler
En el Imperio Alemán la derrota en la guerra
produjo la insurrección popular, que ocasionó
el fin de la monarquía y el establecimiento de
una república. La llamada ‘República de
Weimar’ fue un régimen parlamentario, que
funcionó entre noviembre de 1918 y enero de
1933. Su nombre proviene de una pequeña
ciudad alemana, en la que en enero de 1919 se
reunió la asamblea que dictó la constitución que
habría de regir a la naciente república.
El nuevo régimen nació en medio de intensas
agitaciones sociales: imitando a los rusos, al
finalizar la guerra los obreros socialistas
formaron soviets en varias ciudades
importantes del país. En este caso, la represión
fue terrible: el gobierno contragolpeó
rápidamente y utilizó al ejército derrotado para
aplastar la rebelión popular; los principales
dirigentes revolucionarios –Rosa Luxemburgo
y Karl Liebnechkt- fueron asesinados junto con
numerosos trabajadores. Con ello, se frustraron
las expectativas de los bolcheviques rusos y
de los socialistas revolucionarios alemanes de
que el socialismo triunfaría en Alemania y se
extendería al resto de Europa.
Una marcha de los nazis
162
En varios aspectos, la república fue una
continuación del Imperio. El Presidente, por
ejemplo, estaba dotado de poderes tan amplios
que los contemporáneos se referían a él como
‘casi un emperador’. Instituciones importantes
como el Ejército y el Poder Judicial siguieron
en manos de los oficiales y los jueces
imperiales; se trataba, de fuerzas armadas y
tribunales con un profundo sentimiento
antirrepublicano y que miraban con antipatía al
nuevo Estado al que debían servir. Los militares
pertenecían, en general, a la alta burguesía y
los grandes propietarios rurales prusianos; no
es extraño, entonces, que estuvieran molestos
ante el régimen de partidos políticos y añoraran
el pasado. Tampoco ocultaban demasiado su
rechazo a la República y a su Constitución.
En esa época, Alemania era un país con una
industria importante, lo mismo que su
movimiento obrero. Durante la República de
Weimar se buscó la colaboración entre
patrones y obreros. En el nuevo régimen tuvo
un papel importante el Partido Socialdemócrata
Alemán, cuyo principal dirigente, el tipógrafo
Friedrich Ebert, fue el primer presidente de la
República.
Los socialdemócratas alemanes se
comprometieron a frenar la revolución, a cambio
del reconocimiento de derechos a los
trabajadores; en lugar de la ‘lucha de clases’
trabajaron por la ‘cooperación social’,
imaginando la posibilidad de conciliar los
intereses de trabajadores y empresarios,
mejorar la situación obrera y establecer un
régimen democrático estable.
Las etapas de la República de
Weimar
Los años de la República de Weimar
muestran un recorrido de la ilusión al
desencanto, de las expectativas de cambio
social por una vía pacífica a la renovación de la
crisis y, finalmente, al establecimiento de la feroz
dictadura nacionalsocialista. Los de la República
de Weimar fueron apenas catorce años muy
intensos, en los que Alemania pasó por distintos
momentos:
La recuperación de la posguerra y el
intento de establecer un ‘Estado de
Bienestar’ (1918-1923).
En este aspecto la Constitución de la
República de Weimar fue muy novedosa
para su época: reconoció el ‘derecho al
trabajo’ y la dignificación del mismo, además
de sostener la función social de la
propiedad. También reconoció el derecho a
una habitación sana y a que la población
campesina contara con una porción de tierra
ajustada a las necesidades del grupo
familiar. Finalmente, reconoció al Estado la
facultad de expropiar tierras, a fin de
favorecer la colonización y el desarrollo de
la agricultura.
De la prosperidad artificial (1924-1929).
Durante esos años la economía alemana
tuvo una recuperación relativa y la República
disfrutó de cierta estabilidad. Reinó una
cooperación entre los sindicatos y las
patronales y los tribunales laborales
buscaron la conciliación entre las partes, en
los casos conflictivos.
De la Gran Depresión al nacionalsocialismo
(1929-1933).
La crisis desmoronó todo este sistema de
conciliación de clases: el desempleo creció
vertiginosamente y con él, las protestas y
movilizaciones sociales. En el aspecto político
esto se reflejó en una profunda inestabilidad.
Hitler saludado por sus partidarios
163
A partir de 1930 la República de Weimar se
encontraba en una crisis final: desprestigiada,
incapaz de establecer un régimen político
estable y de resolver los graves problemas
económicos y sociales. Paralelamente, crecía
el Partido Nazi, con el apoyo de las clases
dirigentes tradicionales (cuyo poder no había
sido eliminado después de 1918) y del Ejército,
temerosos de las consecuencias sociales de
la crisis.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de
los obreros seguían fieles al Partido
Socialdemócrata Alemán y al más joven Partido
Comunista, y en ellos habían renacido los
proyectos de revolución.
Adolfo Hitler:
de la política marginal al control
del Estado
Como
el
fascismo
italiano,
el
nacionalsocialismo alemán fue un producto de
las condiciones de la primera posguerra: la
profunda crisis económica, el crecimiento de
las corrientes revolucionarias en el movimiento
obrero, los temores de las clases medias y de
los grandes propietarios, las frustraciones de
muchos sectores del país ante el descalabro
bélico y las humillaciones impuestas por los
vencedores de la guerra de 1914-1918 a la
derrotada Alemania. En el caso del nazismo fue
fundamental el impacto de la crisis económica
mundial iniciada en 1929, que aceleró el
descreimiento en la República de Weimar e hizo
crecer las expectativas en las propuestas
nacionalistas y autoritarias del nazismo.
Hay autores que critican fuertemente a la
socialdemocracia alemana: ésta –sostienentrabajó por la desmovilización de los
trabajadores e hizo crecer las expectativas de
un cambio en paz; esta circunstancia favoreció,
en definitiva, el crecimiento del partido nazi.
Hitler y seguidores
164
El curso de los fascismos italiano y alemán
fue en gran medida paralelo y sus formas de
acción, muy parecidas; también fueron
similares sus bases sociales y sus apoyos
por parte de las clases dirigentes; en el caso
de los nazis, los grandes magnates de la
industria alemana. Mussolini fue el primero en
alcanzar el poder y Hitler, que reconoció su
admiración por el italiano, siguió sus pasos
once años más tarde. Otra semejanza entre
ambos movimientos fue la tolerancia de los
grupos dirigentes ante los fascismos, en los
que vieron, en definitiva, un instrumento útil a
sus intereses; por eso Il Duce y Der Fürher
llegaron legalmente al gobierno y desde allí
desmantelaron las instituciones democráticas
y establecieron férreas dictaduras, con el apoyo
de los ejércitos de sus países y de los grandes
grupos propietarios de los mismos.
Hitler (1889-1945) era hijo de un oficial del
servicio imperial de aduanas. Estudiante
mediocre, pintor frustrado, joven casi indigente,
trabajador manual a pesar suyo (pintor de
brocha gorda) se ha querido encontrar en estas
circunstancias de su vida la raíz de su compleja
psicología. Si esto es suficiente para
comprender las razones de su profundo
resentimiento personal, no alcanza, sin
embargo, para explicar su éxito político, que sólo
se entiende -como ya hemos dicho- conociendo
las complejas circunstancias de la Alemania de
su tiempo.
Sirvió como voluntario en la Primera Guerra
Mundial, en la que obtuvo el grado de sargento
y fue condecorado en dos oportunidades.
Después de su baja se dedicó a la política,
acercándose al pequeño Partido Obrero
Alemán. Era un grupo minúsculo, fuertemente
autoritario, cultor de la violencia y que
reclamaba revancha por la derrota alemana en
la guerra. Sus integrante eran, en su mayoría,
desocupados y marginales, en muchos casos
ex combatientes alejados de la actividad
productiva y que sobrevivían como podían. Los
que habían sido obreros estaban alejados de
sus compañeros, sus sindicatos y los partidos
políticos que asumían su representación, hacia
los que no tenían ninguna simpatía. Estos
marginales formaron las SA, un grupo de
choque uniformado, que en los años ’20 y
comienzos de los ’30 se ocupó en apalear y
matar obreros socialistas y comunistas. A este
grupo se sumó Hitler, el que luego lo transformó
en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán
o Partido Nazi, por las siglas de
‘nacionalsocialismo’ en su idioma original.
republicano establecido a fines de 1918 era el
verdadero criminal y que el suyo había sido un
intento de restaurar el honor alemán. Desde
entonces los nazis renunciaron a repetir la
experiencia golpista, aunque las SA continuaron
ejercitándose en el apaleamiento de
sindicalistas, socialistas y comunistas. El
Partido Nazi, en tanto, sólo recogía un pequeño
porcentaje de los votos, hasta que la crisis de
1929 vino en su auxilio. Al aumentar la
desocupación y extenderse la desilusión por la
República de Weimar, el peso político nazi fue
en constante aumento.
En enero de 1933 Adolfo Hitler fue nombrado
canciller. En febrero se produjo el incendio del
Reichstag, el monumental edificio del
Parlamento Alemán. Los nazis, que controlaban
el parlamento, denunciaron ‘un complot
terrorista’ e hicieron promulgar leyes ‘para la
defensa del pueblo y del Estado’. Con ellas,
Hitler acumuló un enorme poder. Ejerciendo el
mismo disolviö los partidos polïticos y confiscö
sus fondos y locales. El verdadero drama del
nazismo estaba por comenzar.
En 1923 Hitler intentó un golpe de Estado en
Munich, cuyo fracaso le costó varios meses de
prisión. Sin embargo, la justicia de la República
de Weimar (recuerden lo que hemos dicho de
estos jueces) estuvo muy tolerante con él; Hitler,
por su parte, se mostró arrogante: afirmó que
no había cometido ningún delito, que el gobierno
Hasta los sellos postales sirvieron a la
propaganda del nazismo
165
‘La noche de los cuchillos
largos’
Una vez en el poder, el número de adherentes
del Partido Nazi aumentó enormemente.
También se produjo una depuración interna, a
través de la cual ‘Der Fürher’ (Hitler) se liberó
de las SA, el grupo de choque que lo había
acompañado desde sus primeros momentos
y cuya presencia ahora le resultaba molesta.
El recurso fue sencillo: el asesinato de más
de 85 personas (aunque hay quienes estiman
un número mucho más alto) y la supresión de
esta fuerza de choque. El episodio ocurrió entre
el 30 de junio y el 2 de julio de 1934. ¿Cuál fue
la causa del mismo? Se ha señalado que los
integrantes de las SA eran el ala ‘bastarda’ del
nazismo, y que sus componentes –
exageradamente aficionados a las acciones
violentas- tenían al mismo tiempo expectativas
de cambio social y económico, que iban mucho
más allá de lo que Hitler (y los sectores que
apoyaron su ascenso) quería; también
pretendían controlar el aparato militar, lo que
originó reacciones en la aristocrática oficialidad
alemana.
Después de ‘la noche de los cuchillos largos’,
el nazismo abandonó su discurso de la
‘revolución nacionalsocialista’. Respecto a las
fuerzas represivas, las SS proveyó al Estado
de cuadros que aceptaron los límites del
régimen y la GESTAPO desempeñó las
funciones de policía política.
Las SS, fuerzas de
choque del nazismo,
reemplaron a las
molestas SA
166
Los otros fascismos
El fascismo tuvo simpatizantes en diversos
países del mundo. En Europa, por ejemplo, hubo
partidos y grupos políticos fascistas, de menor
o mayor envergadura: así ocurrió en España,
Austria, Hungría y Rumania, donde alcanzaron
cierta importancia; en algún caso controlaron
el poder durante algunos años. También hubo
grupos fascistas menos influyentes en
Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, Grecia,
Polonia, los países bálticos (Estonia, Letonia,
Lituania), Francia, Bélgica, Gran Bretaña,
Holanda, los países escandinavos (Suecia,
Noruega, Dinamarca) y Finlandia. Todos estos
movimientos compartieron varios aspectos
formales: su gusto por los uniformes, las
banderas, los símbolos, las marchas y desfiles,
su intento de extender su influencia entre los
jóvenes y los trabajadores; casi todos ellos
tuvieron tropas de asalto y fueron aficionados a
la violencia callejera. Sin embargo, estuvieron
lejos de ser totalmente homogéneos y se
diferenciaron en varios aspectos importantes que
no podemos tratar aquí. Como veremos un poco
más adelante, las fascismos también tuvieron
admiradores e imitadores en América Latina.
LA GRAN DEPRESIÓN
El 24 de octubre de 1929 se produjo una
fuerte caída de las acciones en la Bolsa de
Valores de Nueva York, la que repercutió de
inmediato en las principales bolsas del mundo.
Comenzó así
lo que se llamó la Gran
Depresión, cuyos efectos se harían sentir en
los años siguientes en la mayoría de los países.
La crisis, en realidad, no fue inesperada, por lo
menos para muchos economistas que habían
señalado los riesgos de la especulación sin
control. Sin embargo, la magnitud de sus
consecuencias no había sido prevista.
El impacto fue inmediato en Estados Unidos:
la demanda cayó abruptamente, lo que
repercutió en el comercio y la producción. Las
fábricas cerraron y multitud de trabajadores
quedaron sin empleo; el campo sufrió los
efectos, ya que allí también se hizo sentir la caída
del consumo. La creciente importancia que
había adquirido EE.UU. en la economía mundial
después de la primera guerra, explica que la
crisis norteamericana afectara al resto de los
países. Como luego se vio claramente, el
llamado ‘jueves negro’ puso fin a la era del
librecambio e inauguró una nueva etapa en las
relaciones económicas internacionales.
En términos humanos, la Gran Depresión
afectó a mucha gente, de diversas condiciones
sociales: grandes y pequeños inversores,
industriales y productores rurales, comerciantes
de distinto nivel; sin embargo, como siempre
ocurre, los más afectados fueron los
asalariados (obreros y empleados), que
perdieron sus trabajos, su única fuente de
ingreso. En EE.UU. y los países capitalistas más
desarrollados se hizo habitual ver largas colas
de desocupados esperando la ayuda social;
también era frecuente el espectáculo de
trabajadores deprimidos o de otros que
protestaron airadamente por una situación de
la que no eran responsables. Se hicieron
habituales las huelgas, concentraciones y otras
formas de protesta social en todos los países
capitalistas.
Su impacto en las economías de América
Latina y el Caribe fue sumamente importante.
La Gran Depresión alteró las condiciones
internas de las economías de los países
centrales y, como consecuencia de ello,
modificó sus relaciones comerciales y
financieras con el resto del mundo: disminuyeron
sus compras al exterior, dejaron de exportar
capitales, repatriaron inversiones que habían
realizado afuera.
El impacto fue muy fuerte en los países
periféricos, donde tampoco se habían atendido
las voces de alarma que marcaban los riesgos
de una prosperidad basada esencialmente en
la exportación de productos primarios.
El economista británico Keynes ofreció una receta
para salir de la crisis económica
El presidente norteamericano Roosevelt, en la foto,
la aplicó en su país
167
En 1932, por ejemplo, la crisis estaba en su
pico en EE.UU., donde había muchos millones
de desocupados. Ese año, una inmensa
manifestación de cientos de miles de
desempleados marchó sobre Washington y
acampó en la avenida Pennsylvania, frente a la
Casa Blanca. El presidente Hoover mandó
reprimirlos con el ejército. Fue el fin de su
gobierno. Dos meses después arrasaba en las
elecciones presidenciales el candidato
demócrata Franklin Delano Roosevelt. Como
veremos un poco más adelante, este presidente
supo encontrar una salida inmediata a la crisis;
la segunda guerra mundial, algunos años
después, haría el resto.
La Gran Depresión también tuvo rápidos
efectos políticos: muchos sectores de las
clases medias frustradas apoyaron a nuevas
corrientes que proponían salidas autoritarias de
derecha. De esa manera crecieron el fascismo
en Italia y el nazismo en Alemania; sus
pintorescos líderes, Mussolini y Hitler,
entusiasmaban a las multitudes. Entre los
trabajadores, más inclinados hacia el
socialismo, creció la influencia de corrientes
revolucionarias que se apartaban de la
socialdemocracia y volvían a proponer la toma
del poder y la destrucción del capitalismo.
Con la crisis económica, los choques entre
‘derechas’ e ‘izquierdas’ se intensificaron en todo
el mundo: las derechas fueron profundamente
anticomunistas y las izquierdas, fuertemente
antifascistas. La Guerra Civil Española (19361939) fue una muestra de hasta dónde podía
llegar ese enfrentamiento.
América Latina y el Caribe no fueron ajenos
a las luchas entre derechas e izquierdas, que
en nuestro país, por ejemplo, fueron muy
evidentes, como verás en el último capítulo de
este libro.
Cola de desocupados en Estados Unidos,
durante la Gran Depresión
168
Una propuesta
para salir de la crisis:
John Maynard Keynes
Quien propuso una receta para salir de la
crisis fue el economista británico John Maynard
Keynes (1883-1946), que sin embargo encontró
grandes resistencias en su país. Keynes veía
que la única salida era la intervención del Estado
en la economía para resolver el drama del
desempleo. Ante la ceguera de los políticos
conservadores, los increpaba como ‘incapaces
de distinguir las nuevas medidas para
salvaguardar el capitalismo de lo que ellos
llaman bolchevismo’. Sus medidas
comenzarían a implementarse a fines de 1932,
primero en Suecia y luego en los Estados
Unidos, con el New Deal de Roosevelt.
Las propuestas de Keynes representaron
una corrección al sistema capitalista liberal, que
sostenía la autorregulación de la economía, la
‘mano invisible del mercado’, y rechazaba la
intervención estatal. El papel asignado al Estado
en el campo económico frente al tradicional
“laissez faire”, fue su aporte más importante y
una receta que se aplicó exitosamente frente a
la Gran Depresión. Como podrás comprobar
leyendo los párrafos que siguen, Keynes no era
socialista ni enemigo del capitalismo: sólo quería
contribuir a que este sistema enfrentara la grave
crisis, luego de lo cual, sostenía, volvería a
funcionar ‘normalmente’:
‘Aunque mi teoría apunta la importancia vital de
atribuir a los organismos centrales ciertos
poderes de dirección hoy confiados en su mayor
parte a la iniciativa privada, le reconoce un amplio
dominio de la actividad económica.
En lo que concierne a la propensión al consumo,
el Estado se verá obligado a ejercer sobre ella
una acción directa por su política fiscal a través
de la determinación de la tasa de interés y quizá
también por otros medios. En cuanto a los flujos
de inversión, parece poco probable que la
influencia de la política bancaria sobre la tasa
de interés baste para llevarlos a su nivel óptimo.
También pienso que una muy amplia
socialización de la inversión se revelará como el
único medio de asegurar la proximidad al pleno
empleo, lo que no implica excluir los
compromisos y fórmulas de todas clases que
permitan al Estado cooperar con la iniciativa
privada. Pero al margen de lo dicho, no hay razón
alguna que justifique un socialismo de Estado
abarcando la mayor parte de la vida económica
de la comunidad las medidas de socialización
pueden, por lo demás, ser aplicadas de un modo
gradual y sin trastornar las tradiciones generales
de la sociedad [...].
Pero tan pronto como los organismos centrales
hayan conseguido restablecer un régimen de
producción que se corresponda con una situación
lo más cercana posible al pleno empleo, la teoría
clásica volverá a tener vigencia [...].
La existencia de organismos centrales de
dirección necesarios para asegurar el pleno
empleo, acarreará, como es de suponer, una
amplia extensión de las funciones tradicionales
del Estado. Por otro lado, la teoría clásica
moderna ha llamado la atención sobre los
diversos casos en los que puede ser necesario
moderar o dirigir el libre juego de las fuerzas
económicas. Sin embargo, no subsistirá un
amplio dominio sobre ellas, al menos allí donde
la iniciativa y las responsabilidades privadas
puedan ejercerse. En este contexto, las ventajas
tradicionales del individualismo conservarán todo
su valor…
El aumento de la esfera de competencias
estatales, imprescindible para el ajuste recíproco
de la propensión al consumo y al estímulo a la
inversión, parecería a un tratadista del siglo XIX
o a un financiero americano de hoy una flagrante
violación de los principios individualistas. Y, sin
embargo, esa ampliación de funciones se nos
muestra no sólo como el único medio de evitar
una completa destrucción de las instituciones
económicas actuales, sino como la condición
de una práctica acertada de la iniciativa privada».
Keynes, J.M.: Teoría general del empleo, el
interés y el dinero, Payot, París, 1936, pp. 391 y
ss.
El ‘New Deal’
Siguiendo las propuestas de Keynes, el
gobierno de Franklin Delano Roosevelt
(presidente de EE.UU. entre 1933 y 1945) puso
en marcha un nuevo plan económico: el New
Deal (Nuevo Trato). Abandonando las políticas
económicas tradicionales en su país, promovió
la intervención del Estado para sacar a la
economía del estancamiento y para paliar los
efectos sociales de la crisis. Impulsó medidas
económicas que incluían cierta intervención
planificadora del Estado: la reforma agraria, la
Ley de Reconstrucción Industrial y la creación
de la Autoridad del Valle del Tennessee, que
suponía un ambicioso programa de obras
públicas.
Todas estas medidas fueron tomadas en
1933, al principio de su gobierno. En 1935-36
reguló las relaciones laborales a favor de los
trabajadores, garantizó la libertad sindical, creó
pensiones de paro, jubilación e invalidez,
instauró la semana laboral de 40 horas y el
salario mínimo, medidas de tipo social ajenas
al tradicional liberalismo norteamericano.
El gobierno de Roosevelt montó un
gigantesco programa de obras públicas y abrió
oficinas federales de empleo a lo largo de todo
el país; cientos de miles de personas fueron
ocupadas por el Estado. En un par de años se
construyó toda la red de carreteras que aún hoy
cruza los Estados Unidos; también se hicieron
obras de infraestructura gigantescas, como la
central hidroeléctrica del Valle del Tennessee.
De esta manera el desempleo se redujo en
forma espectacular, reanimando la economía.
Algunas de estas medidas fueron declaradas
anticonstitucionales por la Suprema Corte de
Justicia de EE.UU.
A pesar del New Deal, la recuperación de la
crisis fue muy lenta y aunque comenzó a partir
de 1933, sus efectos más importantes no
tendrían lugar sino hasta 1939, justo al inicio de
la Segunda Guerra Mundial. En este caso, lo
que dinamizó la economía fue el desarrollo de
la industria armamentista, con lo que la guerra
fue la verdadera salida para la crisis.
169
LA GUERRA CIVIL ESP
AÑOLA
ESPAÑOLA
El siglo XIX fue testigo de la decadencia de
España. El país, que durante los siglos XVI y
XVII había sido el centro del imperio más
importante de Europa, completó en esa centuria
su decadencia. En el aspecto político fueron
permanentes las luchas entre conservadores y
liberales, y creció la intervención de los militares;
en esto, nuestra antigua metrópolis se pareció
bastante a las que fuimos sus colonias.
Desde el punto de vista económico, en el
primer tercio del siglo pasado España era un
país atrasado, con una industria sumamente
débil y un régimen agrícola con muchas
reminiscencias feudales: la propiedad de la
tierra estaba concentrada en unas pocas
familias señoriales, en tanto que los campesinos
estaban sometidos a una condición casi servil.
Durante el reinado de Alfonso XIII (18861931), en 1923 se estableció una dictadura de
tipo fascistas encabezada por José Antonio
Primo de Rivera (1903-1936), líder de la Falange
Española. A pesar del autoritarismo del régimen,
en 1931 el rey debió abdicar y se estableció la
Segunda República Española.
En 1936, Primo de Rivera fue condenado y
ejecutado por conspiración y rebelión militar
durante los primeros meses de la guerra civil que
se desencadenó. Su imagen fue honrada durante
la dictadura franquista como un mártir; allí, y en
diversos países de América Latina, se rindió culto
a ‘José Antonio’, considerado un cruzado en la
lucha contra el liberalismo y el comunismo.
La Segunda República (1931-1939)
La segunda -y última- experiencia
republicana en España tuvo una vida corta y
alternativas dramáticas. En esos años se
renovó la vieja lucha entre liberales y
conservadores, a los que agregaron su
considerable fuerza las organizaciones de
obreros y campesinos que pugnaban por
cambios económicos y sociales que fueran más
allá de las reformas meramente políticas. En
1931 se aprobó la Constitución de la República
Española, cuyos aspectos más destacados
eran los siguientes:
El principio de igualdad de los españoles ante
la Ley, al proclamar a España como ‘una
república de trabajadores de toda clase’.
El principio de laicidad, por el que se iba más
allá de la mera separación entre la Iglesia y el
Estado para adentrarse en un ámbito de total
eliminación de la religión de la vida política.
El principio de elección y movilidad de todos
los cargos públicos, incluido el Jefe del Estado.
El principio monocameral, que suponía la
eliminación de una segunda Cámara aristocrática
o de estamentos privilegiados y por el cual el poder
legislativo sería ejercido por una sola Cámara.
Se preveía la posibilidad de la realización de
una expropiación forzosa de cualquier tipo de
propiedad, a cambio de una indemnización, para
utilización social así como la posibilidad de
nacionalizar los servicios públicos.
Amplia declaración de derechos y libertades.
Concedía el voto desde los 23 años con sufragio
universal, también femenino (el sufragio femenino
se aplica por primera vez en las elecciones de 1933).
Separación de la Iglesia y el Estado, además
del reconocimiento del matrimonio civil y el divorcio.
Alfonso XIII, rey de España
170
En un Estado como el español, estos
principios constitucionales eran muy audaces
y representaban un desafío a sectores sociales
e instituciones que conservaban un gran poder:
la nobleza (que conformaba el núcleo principal
de los grandes propietarios rurales) y la Iglesia
Católica, que desde el siglos atrás tenía un
fuerte peso en el control de las costumbres y la
educación del país.
En sus primeros cinco años, el gobierno de
la república española estuvo controlado,
sucesivamente, por una coalición de centro
izquierda, una de derechas y en 1936,
nuevamente por otra coalición de izquierdas. En
1933 la derecha trató de revertir las reformas y
llevó adelante una política represiva hacia el
movimiento obrero; esto dio lugar tres años
después al triunfo de un Frente Popular que
incluía a los partidos socialista y comunista
español, y que también contó con el apoyo de
los anarquistas, muy combativos e influyentes
en sectores de trabajadores urbanos y rurales.
En este caso, la derecha española no aceptó
su derrota y respondió a través de Francisco
Franco, que se alzó en armas contra la
república, iniciando tres años de guerra civil.
La guerra civil (1936-1939)
La guerra civil española fue un cruel
enfrentamiento que sirvió de antesala a la
Segunda Guerra Mundial. Duró tres años y costó
la vida a un millón de personas. Tuvo
resonancias internacionales y cada uno de los
bandos contó con el apoyo activo de distintos
sectores. Los republicanos tuvieron la ayuda de
la URSS y de los partidos de izquierda de todo el
mundo; voluntarios de muchos países fueron a
combatir a España en defensa de la República,
formando las Brigadas Internacionales. Los
franquistas, por su parte, tuvieron la ayuda militar
de Hitler y Mussolini.
El bando republicano era heterogéneo: en él
convivían sectores democrático-burgueses y de
izquierda, en todos sus matices. Pretendían,
además de conservar la república, llevar a cabo
medidas de transformación social, en una
España en la que estaba muy difundida la
explotación, especialmente de los campesinos.
La derrota de la República, en 1939, postergó
por más de tres décadas las ansias de
transformación social y cultural en España.
La guerra también impactó en los círculos
artísticos e intelectuales y en la política de los
países de América Latina. Las ideas del
nazifascismo tuvieron una gran difusión en
nuestro continente y en nuestro país en
particular, donde fueron adoptadas por círculos
de la extrema derecha. También influyeron en
las fuerzas armadas y, en varios casos, fueron
la ideología de los golpes de Estado que por
esos años ocurrieron en varios países. Lo
mismo ocurrió con las ideas de izquierda, que
influyeron en intelectuales y trabajadores
latinoamericanos. De esa manera –como
ocurriría poco después con la guerra mundialescritores, periodistas, políticos y gente común
se dividieron ante la Guerra Civil Española,
apoyando a uno u otro bando.
La guerra civil en España produjo enormes
sufrimientos a la población
171
AMÉRICA LA
TINA Y EL CARIBE EN LOS AÑOS ’30:
LATINA
CRISIS DE LA ECONOMÍA Y DEL EST
ADO LIBERAL
ESTADO
Durante la década de 1930 la economía de
los países de América Latina y el Caribe sufrió
un cambio fundamental. En esos años se alteró
la división internacional del trabajo establecida
medio siglo atrás, la que tanto influyó en estas
naciones. Si el impacto inmediato fue una fuerte
caída del volumen y el precio de nuestras
exportaciones, la consecuencia más profunda
fue la sustitución del modelo primario exportador
por otro, que Aldo Ferrer ha denominado la
‘economía industrial no integrada’.
El tránsito entre un modelo y otro fue
consecuencia de un proceso de sustitución de
importaciones, a través del cual nuestros países
acentuaron considerablemente la producción
local de productos industriales. Ese avance en
el camino de la industrialización se había
iniciado en algunos casos a fines del siglo XIX y
culminaría en la segunda posguerra.
El impacto de la crisis
sobre las economías
latinoamericanas
Como sabemos, hasta 1930 la economía de
nuestros países dependían de las exportaciones
de materias primas. La crisis impacto
directamente sobre esos productos, ya que
cayeron las cantidades vendidas y con ellas,
los precios. Así ocurrió, por ejemplo, en Brasil
con el café, en Cuba con el azúcar, en Chile
con el nitrato y en Argentina con las carnes
enfriadas y congeladas.
Estas modificaciones no fueron resultado de
decisiones tomadas en nuestros países, sino
de la crisis profunda que sufrió la economía de
los países capitalistas del mundo como
resultado del ‘crack’ ocurrido en la Bolsa de
Valores de Nueva York a fines de 1929.
En el caso de la Argentina, lo que ha sido
llamado ‘crisis del 30’ (ya que fue a partir de
ese año que se sintió el impacto del fenómeno
neoyorquino en nuestro país) fue un producto
de importación que puso en evidencia dos
circunstancias muy importantes: el íntimo grado
de relación de la economía mundial y la
vulnerabilidad de las economías primarioexportadoras, cuyo buen funcionamiento
dependía directamente de la demanda
internacional. Además, la industrialización
alcanzada en las tres décadas siguientes de
ninguna manera fue pareja, destacándose
México, Brasil y Argentina como los países que
más avanzaron en el proceso de sustitución de
importaciones.
Los países de América Latina y el Caribe sufrieron
el impacto de la crisis
172
Si bien las líneas centrales de este proceso
fueron similares, los aspectos particulares
variaron de un país latinoamericano o caribeño
a otro. El impacto sobre las exportaciones fue
diferente de acuerdo a la naturaleza de las
mismas y, desde luego, a la demanda
subsistente. Como ejemplo puede indicarse la
situación del nitrato chileno, cuyos precios se
derrumbaron, a diferencia de las carnes
argentinas cuya caída no fue tan estrepitosa;
en este caso, una parte de lo que se exportaba
pudo volcarse al consumo interno, lo que no
ocurrió con los minerales y los productos
tropicales. Además, la oligarquía argentina logró
mantener cierto cupo de exportación al
tradicional mercado británico, realizando a
cambio de ello un conjunto de concesiones
que perjudicaron a otros sectores de la
población. El economista Carlos Díaz Alejandro
habla de una ‘lotería de mercaderías’, de la
que dependió en lo inmediato la situación de
cada uno de nuestros países ante la crisis. De
esta manera, Chile fue el país que más vio
descender sus exportaciones: alrededor de un
80%; Bolivia, Cuba, Perú y el Salvador: del 70
al 75%; Argentina, Guatemala y México: del
65 al 70%; Brasil, República Dominicana, Haití
y Nicaragua: 60 al 65%; Ecuador y Honduras:
55% al 60%; Colombia, Costa Rica, Panamá
y Paraguay: 50 al 55%. El país menos
perjudicado fue Venezuela: entre 30 y 45%.
La caída de las ventas al exterior cortó el flujo
de divisas proveniente de las mismas, al mismo
tiempo que se interrumpía la llegada de capitales
extranjeros y, en muchos casos, las inversiones
radicadas en estos países eran repatriadas. A
su vez, la falta de divisas redujo inmediatamente
la capacidad de importar, lo que impactó todavía
más en la actividad económica interna. A nivel
social, las consecuencias fueron el
considerable aumento de la desocupación y un
notable empeoramiento de las condiciones de
vida de los sectores populares.
En Argentina, por ejemplo, la crisis de la
producción agropecuaria impulsó el éxodo hacia
las grandes ciudades (en especial, la Capital),
con el consiguiente agravamiento del crónico
problema de la vivienda popular.
Igual que en Europa, el derrumbe del
comercio exterior promovió la intervención de
los distintos Estados de nuestra región, que
adoptaron medidas para tratar de equilibrar la
economía. Una de las primeras disposiciones
en varios países fue el abandono del patrón oro:
la libre convertibilidad de las monedas,
respaldadas por la existencia de metálico. Así
lo hicieron, sucesivamente, Uruguay, en abril de
1929, seguido pocos meses después por
Argentina y Brasil; Venezuela (en 1930), México,
Bolivia y El Salvador (1931), Colombia,
Nicaragua, Costa Rica, Chile, Perú y Ecuador
(1932) y Honduras (1933).
También se establecieron cupos de
producción para las materias primas exportables,
tratando de defender los precios en el mercado
internacional, y se crearon juntas reguladoras
con ese fin. Además, se crearon bancos
centrales en distintos países.
La adopción de estas medidas significó el
abandono de las reglas del liberalismo económico
seguidas hasta entonces, para pasar al
intervencionismo estatal. Los miembros más
optimistas de los elencos dirigentes de los países
de la región imaginaban que esto sería provisorio:
la respuesta a una crisis pasajera, a la que
seguiría el restablecimiento de ‘las condiciones
normales’ de la vida económica. La realidad, sin
embargo, disipó esas ilusiones, mostrando que
la intervención estatal continuaría, convirtiéndose
en una característica central de la vida de
nuestros países durante el medio siglo siguiente.
De esta manera, como consecuencia de la
Gran Drepresión al Estado ‘prescindente’ de la
etapa 1880-1930 sucedió un Estado
‘intervencionista’ en lo económico y social.
Después de la guerra, los diversos países de
Europa Occidental se preocuparon por atender
las necesidades más urgentes de su población
en materia de salud, educación y previsión
social. Durante tres décadas se entendió que
brindar estos servicios era obligación de los
gobiernos; este modelo se bautizó como
‘Estado de Bienestar’ y también fue imitado en
América Latina.
173
La sustitución de importaciones
Uno de los aspectos de la historia
latinoamericana y caribeña en el que se
manifiesta con más evidencia las raíces
coloniales de nuestro continente es el tardío
proceso de industrialización de nuestras
economías. Durante la etapa colonial, los
españoles y portugueses habían adjudicado a sus
dominios ultramarinos el papel de zonas
productoras de metales y materias primas, y de
mercados para manufacturas que tanto España
como Portugal importaban de países de más
desarrollo económico. De esa manera, esas
metrópolis no sólo no buscaron desarrollar
ninguna industria en estos países, sino que
trataron de destruir aquellas manufacturas que
pudieran competir con el comercio peninsular.
Luego de la emancipación, la incorporación
gradual de las economías exportadoras a los
nuevos circuitos neo coloniales prolongó esta
situación.
Salvo un caso tan atípico como el Paraguay
anterior a la Guerra de la Triple Alianza (18641870), con sus astilleros y sus formas incipientes
de industria metalúrgica, el resto del continente
compraba productos manufacturados
provenientes de la Europa industrial. La llegada
de inversiones y la modernización de las
economías agrícolas, ganaderas y mineras,
desde fines del siglo XIX, alentaron formas muy
tímidas de industrialización en algunos países,
de las que son muestra las pequeñas
fundiciones en el Chile minero; los talleres de
distintos productos destinados al consumo
inmediato, las industrias alimenticias y los
frigoríficos en la Argentina ganadera, y los
establecimientos siderúrgicos y telares en el
México posterior a la Reforma (después de 1860).
De esta manera, a comienzos del siglo XX
América Latina y el Caribe seguían siendo
primordialmente áreas con economías
extractivas orientadas a la exportación.
De acuerdo a sus características naturales
cada país se especializaba en algunos productos
en particular: en los de clima templado, como
Argentina y Uruguay, ocupaban el primer lugar
las carnes vacunas y los cereales (especialmente
174
el trigo y el maíz); los de clima tropical, como
los de América Central, el Caribe y Brasil,
producían café, cacao, tabaco, azúcar y frutas
(las bananas y las piñas, principalmente); Chile
y Bolivia tenían sus recursos primordiales en el
cobre y el estaño, en tanto que Ecuador,
Venezuela y México contaban con el cada vez
más demandado ‘oro negro’, el petróleo.
Durante el siglo pasado, el esquema primarioexportador, común a toda América Latina y el
Caribe, sintió el impacto de las circunstancias
que interrumpieron la normalidad del comercio
internacional: las dos guerras mundiales y, en
medio de ellas, la Gran Depresión. Con
variaciones en cada momento y en cada uno de
los países, el efecto fue siempre más o menos
el mismo: dificultades para vender la producción
primaria y para adquirir los productos
industrializados procedentes de los países
centrales. La consecuencia también fue similar:
la necesidad de producir internamente lo que no
podía importarse llevó a la aparición (o
crecimiento) de fábricas y talleres instalados en
el país, que produjeron para el mercado interno.
Ya en los años de la Gran Guerra (1914-1918)
era apreciable en algunos países
latinoamericanos el desarrollo de pequeñas
industrias productoras de aquellos artículos que
hasta ese momento se importaban y que ahora
no llegaban a causa del conflicto. Cuando
concluyó la guerra y se restableció el comercio
internacional, la mayoría de estos
establecimientos no sobrevivieron. La crisis
económica de los años ’30 constituyó otro
estímulo a nuestra industrialización: en Argentina,
Brasil y México, especialmente, los capitales
nativos comenzaron a expandir ciertos ramos
de la industria liviana (textil, alimenticia,
metalúrgica, por ejemplo), con destino al
mercado interno de cada país. En este caso el
efecto fue más perdurable, por dos motivos: la
crisis fue seguida por la segunda guerra mundial,
que permitió la consolidación de las industrias
instaladas en los años anteriores; además, en
los años ’40 y hasta mediados de los ’50 los
gobiernos impulsaron el crecimiento de las
industrias a través de políticas arancelarias,
crediticias y fiscales, cosa que hasta entonces
no había ocurrido.
América Latina y el Caribe
después de la crisis del ‘30
El desarrollo industrial no
integrado
Pese a sus esfuerzos, después de la crisis
las oligarquías latinoamericanas no lograron
revertir las condiciones de la economía mundial
que, por supuesto, estaban totalmente fuera de
su control. En los años ’30 no se restablecerían
las anteriores reglas del juego económico: el
comercio internacional ya no respondería a la
filosofía del libre cambio, ya que los países
centrales adoptaron un conjunto de medidas
proteccionistas; los que tenían posesiones
coloniales, como Gran Bretaña, privilegiaron los
intercambios con esos territorios. Esta
alteración en la división internacional del trabajo
existente hasta entonces, repercutió en la
países primario-exportadores, que de pronto
vieron interrumpidas las condiciones a las que
se habían habituado en el medio siglo
precedente.
Las industrias que surgieron (o se consolidaron)
a raíz de la crisis del ’30 corresponden a los
llamados ‘bienes de consumo’: productos
alimenticios, fósforos, bebidas, textiles,
confecciones y mobiliario doméstico; además de
una multitud de pequeños talleres que fabricaban
o reparaban artículos, a veces de lujo, como los
carruajes, guantes, sombreros y lencería
femenina; también proliferaban los talleres de
imprenta. La instalación de servicios públicos –
como los ferrocarriles, tranvías y servicios de
energía eléctrica y de gas- fue acompañada por
la aparición de talleres donde se reparaba el
material utilizado, empleando piezas importadas.
En la Argentina, país eminentemente
agropecuario, además de las grandes industrias
que procesaban la carne, los cueros, el trigo y el
maíz, y elaboraban alimentos, también se
fabricaron bolsas de arpillera, necesarias para la
exportación de los granos.
En lo interno, la incapacidad de importar por
falta de divisas impulsó el proceso de
sustitución de importaciones, por lo menos en
México, Brasil y Argentina. En estos países
se produjo un crecimiento industrial; con ello
también surgió una clase obrera más numerosa
y exigente, a la que los gobiernos debieron
dar satisfacción. Con este cambio, la economía
de esos países se diversificó y aumentó
considerablemente la importancia de la
producción orientada al mercado interno;
Argentina, por ejemplo, que hasta entonces
era un país agro-exportador, se convirtió en los
tres lustros siguientes en uno agro-industrial.
Los tres países mencionados contaban con
cierta base previa, formada por una gran
cantidad de talleres de tipo artesanal, además
de pequeñas industrias que desde fines del
siglo XIX se orientaban a satisfacer las
necesidades más urgentes de la población; en
el caso de México, algunas de estas actividades
tenían una raíz colonial. Como ya hemos dicho,
la interrupción de las importaciones durante la
Gran Guerra había estimulado en cierta medida
la producción local, que a veces no logró
sobrevivir al restablecimiento del comercio en
la posguerra.
En cambio las industrias de bienes de
producción o de capital -aquellas que producen
herramientas, máquinas y productos
semielaborados imprescindibles para fabricar
otros bienes, es decir, ‘las industrias de industrias’faltaron casi en su totalidad. De esta manera,
nuestra industrialización tuvo un carácter
incompleto -‘no integrado’, según Ferrer- que
mantuvo la dependencia del exterior: de allí
provenían todos esos suministros, cuya provisión
dependía de las divisas procedentes de las
exportaciones tradicionales.
A la larga, esta limitación representó un fuerte
obstáculo para el avance de la economía, que trató
de corregirse en la década de los ’60 en una
‘segunda etapa de sustitución de importaciones’
sobre la base de capitales externos, que no tuvo
éxito. Durante quince años, aproximadamente, se
intentó impulsar una segunda etapa de sustitución
de importaciones, buscando hacer avanzar la
siderúrgica, la petroquímica y otras industrias de
base, a fin de completar el proceso de
industrialización. Se trató de políticas
‘desarrollistas’, que luego fueron abandonadas
desde mediados de los años ’70 y, especialmente,
en los ’90.
175
América Latina:
el retorno de la inestabilidad
política
La crisis del ’30 no sólo impacto en nuestra
economía, sino que tuvo también una gran
influencia sobre las ideologías y la vida política
de nuestros países. A comienzos de esa
década, al hecho económico se sumaron otras
circunstancias externas -el ascenso del
fascismo en Italia y del nazismo en Alemania,
durante los años ’20 y ’30, además de la Guerra
Civil Española (1936-1939)- para hacer del
lapso comprendido entre la primera y la segunda
guerra mundial un período de grandes cambios.
La misma influencia tuvo la difusión del
movimiento comunista internacional, nacido con
la revolución bolchevique de Rusia, en 1917. Las
ideas y experiencias de otras partes del mundo
influyeron sobre las clases medias y los
trabajadores golpeados por la crisis en nuestros
países, que aumentaron sus cuestionamientos
al régimen político oligárquico y a la economía
capitalista, inspirándose en las propuestas de
izquierda y de derecha procedentes de las
potencias europeas.
De esa manera, junto a la sustitución del
modelo primario-exportador se produjo una
profunda crisis del liberalismo político. Las críticas
a las ficticias democracias existentes en
nuestros países no quedaron en el terreno de
las ideas: las mismas sirvieron para movilizar a
las organizaciones de trabajadores, a los partidos
políticos de clase media y a los militares, que
comenzaron a jugar un papel muy activo en la
política latinoamericana. También se produjo una
ruptura del consenso dentro de los sectores
conservadores, entre los cuales hubo grupos que
pretendieron modificar el régimen electoral y
establecer una representación de tipo corporativa
en los congresos nacionales. Un buen ejemplo
de esto es el proyecto fascista de José Félix
Uriburu, el autor del primer golpe de Estado en la
Argentina (en 1930), que pretendió modificar las
reglas de la democracia liberal, aunque no tuvo
éxito. Proyectos similares se dieron en otros
países latinoamericanos.
La crisis económica también produjo otra
novedad dentro de los sectores dirigentes: el
cuestionamiento de la relación tradicional con
Gran Bretaña y del modelo de economía primarioexportadora. Surgieron entonces corrientes
‘nacionalistas’ y ‘antiimperialistas’, que
reclamaron la autonomía de los Estados
Nacionales ante los países más poderosos a los
que estuvimos tradicionalmente subordinados.
El presidente
Hipólito Yrigoyen,
derrocado en 1930
Comenzaba la
inestabilidad política
en nuestro país
176
El retorno de la inestabilidad
política
Como consecuencia de todo esto, a partir de
los años ’30 se volvió a instalar en Sudamérica
la inestabilidad política: en Argentina, Brasil, Chile
y Uruguay ocurrieron golpes de Estado, que
produjeron el reemplazo de las repúblicas
oligárquicas por diversas experiencias
heterodoxas, algunas de ellas de inspiración
europea -como la fugaz ‘República Socialista’
(1932) y los gobiernos de Frente Popular, en
Chile- y otras más específicamente
latinoamericanas, como los gobiernos
‘populistas’ de Getulio Vargas, en Brasil, y de
Juan Domingo Perón, en Argentina, en los que
algunos autores creen ver ingredientes fascistas.
Colombia, que había disfrutado de tres
décadas de estabilidad institucional bajo el
dominio del Partido Conservador, presenció el
reemplazo de éste por el Partido Liberal, su
tradicional oponente: en 1948 este país fue
escenario de una terrible explosión popular, ‘el
bogotazo’. En Ecuador comenzó la curiosa
trayectoria de Velasco Ibarra, un político que
ocupó la presidencia del país en varias
oportunidades, siendo desalojado del gobierno
en más de una ocasión.
En México se institucionalizó la revolución de
1910-1920 y el partido oficial -que cambió tres
veces de nombre, para terminar llamándose
Partido Revolucionario Institucional, PRI- se
mantuvo en el poder durante setenta y un años,
desde 1929 hasta el 2000, un record de
permanencia que no debe tener parangón en el
mundo.
En Perú surgió el APRA, la Alianza Popular
Revolucionaria Americana, que protagonizó
varias intentonas infructuosas de apoderarse del
gobierno y ejerció una influencia ideológica
importante en otros partidos latinoamericanos.
Uno de ellos fue la Acción Democrática de
Venezuela, fundado a fines de los años ’30 y
que tardó cinco lustros en llegar al gobierno (si
dejamos de lado una breve presidencia que no
duró más de un año antes de de ser desalojada
por los militares.
¿Fascismo en América
Latina?
La influencia de los fascismos también llegó
a América Latina. En Argentina, por ejemplo,
existieron algunas organizaciones paramilitares
que compartieron varios aspectos de esa
ideología y fueron aficionadas a sus
exteriorizaciones ‘marciales’: la ‘Legión Cívica
Argentina’, por ejemplo, creada en 1931
después del golpe de Estado que derrocó al
presidente Yrigoyen. El jefe militar de ese
golpe, el general Uriburu, era un confesado
admirador de Mussolini y tuvo el propósito de
reemplazar el sistema establecido por la
Constitución Nacional por un régimen
corporativo, aunque su idea no prosperó.
Organizaciones similares pueden localizarse
en Paraguay, Chile y Bolivia, por ejemplo.
Durante los años de la Segunda Guerra
Mundial algunos gobiernos de la región fueron
calificados de ‘fascistas’: así ocurrió con
Getulio Vargas en Brasil (1882-1954, que
gobernó su país entre 1930 y 1945 y
nuevamente entre 1951 y 1954) y Juan Domingo
Perón (1895-1974, que gobernó entre 1946 y
1955, y nuevamente entre 1973 y 1974).
Algunos rasgos externos de estos gobiernos
parecían justificar la calificación de ‘fascistas’:
la relación entre los líderes y las masas; su
heterodoxia política, ya que dejaron de lado
muchas de las formalidades de las
democracias liberales y maltrataron a la
oposición; el férreo control de los medios de
comunicación, el aparato sindical y el sistema
educativo; el gusto por las grandes
movilizaciones populares. Sin embargo, las
similitudes terminan acá. Los rasgos más
aberrantes de los fascismos estuvieron
ausentes en el varguismo y el peronismo: la
política de persecución racial, la xenofobia y
la exaltación nacionalista que llevara a embestir
contra otros países. La base social de estos
movimientos fue la clases obrera, en tanto que
las clases medias (el principal apoyo de los
fascismos europeos) estuvieron contra ellos,
muy claramente en el caso del peronismo.
Lejos de ser sostenidos por grandes empresas
monopólicas ávidas de posicionarse en el
mercado internacional, estos movimientos
impulsaron una industrialización orientada al
mercado interno y sufrieron la embestida del
gobierno norteamericano, que actuaba en
nombre de sus multinacionales.
177
América Central y el Caribe:
atraso social y político
Falta mencionar los países de América
Central y el Caribe, aunque en ellos la crisis de
1930 no alteró ningún sistema político moderno,
que era desconocido en esa zona. Los
gobiernos del área fueron generalmente
dictatoriales y cruelmente represivos, con una
constante intervención de pandillas militares en
la escena política y un manejo de la cosa pública
como si fuera propiedad del dictador de turno.
Las contadas experiencias democratizadoras
fueron rápidamente frustradas por la acción de
las oligarquías locales y el imperialismo
norteamericano. El mejor ejemplo de esto fue
el desplazamiento de Jacobo Arbenz,
presidente de Guatemala, cuyo mayor pecado
fue, seguramente, el haber expropiado las
tierras de una poderosa empresa
norteamericana, la United Fruit, lo que le valió a
su gobierno el rótulo de ‘comunista’.
En Guatemala, Honduras, El Salvador y
Nicaragua el latifundio convivió con sistemas
arcaicos de explotación de la mano de obra y
regímenes políticos primitivos, en los que los
dictadores estuvieron permanentemente
asociados a los intereses económicos y
políticos norteamericanos. La única excepción
a este cuadro es Costa Rica, país que se
caracteriza por una propiedad rural más
democráticamente distribuida, un elevado
porcentaje de alfabetización y el respeto a las
formalidades democráticas.
El espectáculo de América Central se repetía
en el Caribe, donde Cuba, Santo Domingo y Haití
eran tierra de dictadores. Puerto Rico, por su
parte, desde 1898 había sido incorporado a
Estados Unidos.
Las viviendas precarias
abundan en América Latina
Son un ejemplo de su atraso económico y social
178
Resumiendo: los años ’30 se caracterizaron
en América Latina por el cuestionamiento al
orden político vigente durante el medio siglo
anterior, el ensayo de formas alternativas y una
fuerte polarización ideológica entre ‘izquierdas’
y ‘derechas’, que abarcó a buena parte de la
población. Casi siempre los modelos políticos,
de un arco al otro del espectro político, eran
importados. El comienzo de la segunda guerra
europea, en 1939, acentuó los distanciamientos
al plantearse la opción de adherir a los Aliados
o mantenerse neutrales; la incorporación de
Estados Unidos de América a la guerra, en
1941, complicó todavía más las cosas, pues el
país del Norte incitó a todos los países
latinoamericanos y caribeños a acompañarlo en
su decisión. Aquéllos, como la Argentina, que
persistieron en permanecer neutrales (aunque
debieron rectificarse a último momento)
sufrieron grandes presiones y pagaron las
consecuencias después de terminada la guerra.
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