CAPÍTULO VI CAPITULO VI EL MUNDO ENTRE DOS GUERRAS (1914-1939) El estallido de la guerra mundial, en 1914, fue un momento de quiebre en la historia de Europa y del mundo en general. Con ella se abandonaron las expectativas de un progreso prácticamente ilimitado, llevado a cabo en un mundo en paz y en el que se consolidaran los valores e instituciones liberales. Después de la guerra, el mundo no volvió a ser el mismo, y entre 1919 y 1939 se incubaron las causas de un nuevo conflicto. El llamado ‘período de anteguerras’ no fue más que una tregua entre las dos guerras espantosas del más terrible de los siglos. Después de los primeros años, caracterizados por la crisis y algunos intentos revolucionarios, la política se estabilizó relativamente, las economías se recuperaron y las poblaciones recobraron las ganas de vivir; sin embargo, en Italia y Alemania crecían los fascismos, alentados por las frustraciones nacionales, los temores de las clases medias y los intereses de los grandes capitalistas. La crisis económica iniciada en Estados Unidos en 1929, que rápidamente se extendió por el mundo capitalista, complicó la situación: en Alemania, especialmente, donde los nazis consolidaron su poder y Hitler llegó al gobierno, iniciando una escalada que en pocos años desembocó en una nueva guerra mundial. La Guerra Civil Española (1936-1939) fue una especie de ensayo general de ese terrible conflicto. LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL El 28 de junio de 1914 un estudiante bosnio asesinaba en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria-Hungría y a su esposa. Austria responsabilizó del episodio a Serbia y le envió un ultimátum, pidiendo reparaciones; insatisfecho por la respuesta, el Imperio Austro-Húngaro declaró la guerra a Serbia, el 28 de julio, y al día siguiente bombardeó su capital, Belgrado. Rusia apoyó a Serbia, por lo que Alemania le declaró la guerra. En los días sucesivos, siguiendo el juego de los tratados que habían celebrado anteriormente, distintos países se fueron declarando la guerra que de esa manera se generalizó en Europa. Se iniciaba así una de las luchas más crueles sufridas por la humanidad, la que habría de prolongarse durante cuatro años. Japón también declaró la guerra a Alemania y Austria, con el solo propósito de apoderarse de algunas posesiones alemanas en Asia. Italia, a pesar de sus compromisos con Austria-Hungría y Alemania, al principio permaneció neutral, Una trinchera, durante la Primera Guerra Mundial 133 incorporándose al conflicto del lado opuesto, en 1915. De esta manera quedaron conformados los dos bandos en lucha: Por un lado Alemania y Austria, a las que más tarde se sumaron Turquía y Bulgaria, denominados habitualmente como los Imperios Centrales; por el otro, Francia, Gran Bretaña, Rusia, Bélgica, Montenegro y Serbia, a los que luego adhirieron Japón, Italia, Rumania, Estados Unidos de América y Grecia, llamados la Entente o los Aliados. Las causas Un conflicto de tan larga duración y que comprometió a casi todo el planeta tenía causas profundas que se habían gestado a lo largo de décadas. Mencionamos las principales: Las alianzas militares formadas desde fines del siglo anterior, a las que hemos hecho referencia en un punto anterior. Las pasiones y resentimientos nacionalistas, entre los que se destacaban las reivindicaciones francesas sobre los territorios de Alsacia y Lorena, que debió ceder a Alemania en 1871; los reclamos de Italia sobre Trieste y Trento, ocupados por los austriacos; el heterogéneo grupo de nacionalidades sometidas por el Imperio Austro-Húngaro, las que deseaban independizarse; los choques ente el pangermanismo impulsado por Alemania y el paneslavismo de Rusia, detrás de los cuales se hallaban las respectivas pretensiones territoriales. La expansión colonial en la que se hallaban embarcadas las potencias imperialistas, y a la que se habían incorporado tardíamente los italianos y alemanes. Todos estos conflictos acumulados se manifestaron en numerosas crisis locales, que amenazaron la paz de Europa desde comienzos del siglo pasado. También eran evidentes la escalada armamentista y militar, en la que estaban empeñados casi todos los Estados y las campañas masivas que fomentaban odios y prejuicios entre sus poblaciones, a los que muy 134 pocos se sustrajeron. Iniciada la guerra, casi todos se sumaron a ella, incluyendo las organizaciones obreras y los partidos socialistas (con honrosas excepciones). Teniendo en cuenta todas estas circunstancias la guerra podía estallar en cualquier momento y las personas enteradas la daban por inevitable hacia 1915 o 1916. El episodio de Sarajevo no hizo más que adelantar el comienzo de un drama inevitable. Los escenarios del conflicto La Primera Guerra Mundial consistió en grandes ofensivas terrestres, localizadas fundamentalmente en territorio europeo. Lo llamativo en este caso fue la magnitud de las operaciones y de los recursos técnicos empleados al servicio de la muerte, los que ocasionaron un número de víctimas enorme. Fuera de Europa hubo operativos militares en África sudoccidental, donde los británicos ocuparon las colonias alemanas, en el Golfo Pérsico y en la Mesopotamia Asiática. Como novedad, este conflicto incluyó la guerra submarina (iniciada por los alemanes) y la aérea. En el mar era incuestionable el predominio de los aliados, debido al poderío británico, que impusieron un firme bloqueo naval a Alemania. Como respuesta, los alemanes iniciaron la guerra submarina, que intensificaron a partir del 1 de febrero de 1917, provocando la incorporación de EE.UU. de América en el conflicto, del lado anglo-franco-ruso. Al comienzo la aviación militar se utilizó para dirigir el tiro de artillería en la guerra de trincheras; más tarde los franceses iniciaron la aviación de bombardeo y los alemanes equiparon sus aviones con ametralladoras, comenzando los grandes combates aéreos que caracterizaron a esta guerra. Con sus dirigibles Zeppelín, los alemanes bombardearon París. El 2 de abril de 1917 EE.UU. declararó la guerra a las Potencias Centrales, lo que fue decisivo para el resultado final. Hasta entonces este país era el principal proveedor de los aliados, a los que proporcionaba enormes cantidades de alimentos, municiones y otros productos. La economía de guerra La guerra estalló cuando Europa llevaba cincuenta años de laissez-faire (es decir, de una economía en la que la intervención estatal era mínima). Los funcionarios civiles y las autoridades militares no estaban preparadas para la enorme tarea de movilizar todos los recursos que necesitaba el conflicto. Toda la burocracia estatal, entrenada para las actividades normales, era incapaz de afrontar las nuevas exigencias; por eso se impulsó la colaboración entre los funcionarios, los hombres de negocios y los trabajadores. Los gastos de la guerra fueron enormes y se financiaron con impuestos y con empréstitos, que endeudaron mucho a los países. El conflicto tuvo consecuencias desastrosas y alteró la vida diaria de las personas: produjo una gran inflación (que en Alemania fue enorme), con el consiguiente descenso de los salarios en relación al precio de los artículos de consumo; esto llevó al acaparamiento y la especulación en el mercado negro. Aunque el liberalismo económico no fue abandonado oficialmente hasta después de 1930, la guerra mundial impacto en la economía y las condiciones no volvieron a ser las mismas una vez finalizada. La ‘economía de guerra’ (es decir, la organización de la producción para servir a las necesidades militares) se desarrolló gradualmente: hasta el invierno de 1916-1917 hubo una economía parcial de guerra, que se completó en la etapa siguiente hasta el fin del conflicto. La guerra varió las reglas de la vida económica: a diferencia de lo que había pasado hasta entonces, se establecieron múltiples relaciones entre los gobiernos, los empresarios y los trabajadores; dejando de lado la libertad del mercado, se reglamentó la producción, la distribución y el comercio exterior (es decir, las exportaciones e importaciones). Desde el comienzo se prohibió comerciar con el enemigo, directa o indirectamente. Los países neutrales tuvieron una gran importancia para los aliados, ya que los abastecían. La actividad laboral fue severamente controlada: se prohibieron las huelgas y los paros patronales; también aumentó considerablemente el número de mujeres empleadas en las industrias. Pese a ello, la falta de mano de obra fue un problema en ambos bandos: los aliados fomentaron la inmigración de obreros de países neutrales y los alemanes hicieron trabajar para ellos a la gente de los países ocupados. La guerra de 1914-1918 dejó un saldo de millones de muertos y heridos. Tumbas de soldados alemanes 135 La derrota de las Potencias Centrales En el otoño de 1918 era evidente el quebrantamiento militar de Alemania y AustriaHungría. La inminente derrota aceleró en esos países ciertos cambios internos. En el Imperio Austro-Húngaro se produjeron movimientos nacionalistas y revolucionarios, protagonizados por las múltiples nacionalidades que lo integraban; esto provocó la huida del emperador Carlos VI. También hubo intentos revolucionarios en Alemania, que originaron la salida de Guillermo II y la formación de un nuevo gobierno. Finalmente, el 8 de noviembre Alemania solicitó un armisticio. En enero de 1919 los ‘Cuatro Grandes’ se reunían en París para establecer las condiciones del tratado de paz. Se trataba de los representantes de las potencias victoriosas: George Clemenceau, primer ministro francés, que presidió la asamblea; Woodrow Wilson, presidente norteamericano; Lloyd George, primer ministro británico, y Vittorio Orlando, que presidía la delegación italiana. El Tratado de Versalles, elaborado por ellos, quedo concluido el 28 de junio de 1919 y contenía: Cambios territoriales. Cláusulas económicas y financieras, referidas especialmente a reparaciones de guerra, que recaían sobre los países derrotados. Disposiciones sobre el Pacto de la Liga de las Naciones. Disposiciones concernientes a la organización de una Oficina Internacional del Trabajo. Una novedad de la Primera Guerra fueron los combates aéreos. 136 Como ocurre siempre, los que pierden las guerras las pagan: con mermas territoriales, fuertes indemnizaciones y otras condiciones, a veces humillantes, que les imponen los vencedores. Así ocurrió con Alemania en 1918. El resultado fue una gran crisis económica y social en ese país, que contribuyó a su desestabilización política y al surgimiento de un movimiento que haría de la humillación nacional y de la necesidad de revertirla uno de los ejes de su propaganda. Con ello fracasó una de las intenciones que se formularon en Versalles: evitar nuevas guerras; la Sociedad de las Naciones, formada con ese propósito, no tuvo ningún resultado positivo, ya que el resentimiento de los nazis – que comenzaron a crecer después de la guerra y se consolidaron con la crisis económica internacional que ocurriría a partir de 1929desembocaría en una nueva guerra mundial. Las consecuencias de la Gran Guerra En realidad, la Primera Guerra Mundial no resolvió ninguno de los problemas que le habían dado origen. Por el contrario, los agravó, reforzando un intenso clima de malestar político y social en países como Italia y Alemania, que en pocos años llevaron a una nueva guerra, mucho más terrible que la anterior. El Tratado de Versalles, impuesto por los vencedores a las Potencias Centrales, tuvo múltiples consecuencias: Modificó el mapa político de Europa a expensas de los vencidos: Alemania, AustriaHungría y el Imperio Otomano. Convirtió a Gran Bretaña, Francia e Italia en las potencias rectoras de Europa. Alemania devolvió a Francia los territorios de Alsacia y Lorena; también perdió la cuenca carbonífera del Sarre, que pasó a ser administrada por los franceses. La creación de un Estado Polaco con salida al Báltico significó para los alemanes nuevas pérdidas territoriales. Alemania también perdió todas sus posesiones coloniales. El Imperio Austro-Húngaro desapareció y fue disgregado en varios Estados: Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia. También se produjo la disolución del viejo Imperio Otomano, que perdió todas sus posesiones fuera de Turquía y se vio muy reducido en la parte europea de su territorio. Perdió sus posesiones en el Cercano Oriente, las que con la forma de Mandatos de la Sociedad de las Naciones quedaron bajo la administración de Francia y Gran Bretaña. Las estipulaciones impuestas a los vencidos fueron un semillero de disgustos y futuros conflictos, que desembocaron finalmente en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La guerra tuvo consecuencias políticas inmediatas muy importantes: en Alemania fue destronado Guillermo II y se estableció la república, en 1918; como veremos, se trató de una república débil, que no pudo resolver los problemas del país y que desembocó en el nazismo. En Italia, por su parte, comenzó el fascismo, que tuvo su base social en amplios sectores de las clases medias resentidos por las frustraciones de la guerra y el temor a una revolución social. Nazis y fascistas tuvieron el apoyo de los grandes propietarios y las clases dirigentes de sus respectivos países, temerosas de la revolución. Los Estados que formaban el Imperio Austro-Húngaro también adoptaron la forma republicana de gobierno, con la excepción de Hungría que conservó la monarquía. En Turquía ocurrió una revolución nacionalista acaudillada por Mustafá Kemal, que implantó la república e inició la modernización del país. Aviones alemanes de combate 137 El cambio de mayor trascendencia ocurrió en el Imperio Ruso, donde los zares fueron derrocados por una revolución bolchevique que se venía gestando desde años atrás; el 15 de marzo de 1917 abdicó el zar Nicolás II y el 5-6 de noviembre se estableció un gobierno encabezado por Lenin. El nuevo régimen estaba dirigido por el Partido Comunista y el 15 de diciembre de 1917 concertó un armisticio con las Potencias Centrales, que de esta manera pudieron desentenderse de ese frente de combate. Como veremos, el surgimiento de un Estado comunista también tuvo amplias repercusiones en todo el mundo, creando expectativas revolucionarias en muchos sectores obreros y profundos temores en las clases dirigentes. Con la Gran Guerra ocupó un primer plano en la política internacional Estados Unidos de América, cuya participación a partir de 1917 fue decisiva para el triunfo de los Aliados. A diferencia de los países europeos, los norteamericanos no sufrieron los efectos de la guerra en su territorio. Su población civil se vio libre de los padecimientos soportados por la de los países beligerantes europeos: desabastecimiento y racionamiento, con sus consecuencias, el hambre y el crecimiento de las enfermedades. Tampoco padecieron las consecuencias de la ocupación de su territorio: los saqueos, las represalias del enemigo y las deportaciones. Sus fábricas y campos no fueron objetivos de los bombardeos, como ocurría en el otro continente. El número de sus bajas humanas y pérdidas materiales fue poco importante, si las comparamos con Francia, Gran Bretaña, Italia y la derrotada Alemania. La economía de estos países sufrió mucho; por el contrario, los norteamericanos se constituyeron en proveedores de sus aliados, lo que produjo una notable expansión de su producción. De esta manera, Estados Unidos surgió en 1918 como la primera potencia económica del mundo. La propaganda también fue parte de la guerra Afiches como éste se pegaban en las calles 138 En la guerra de 1914-1918 se desplegaron todas las posibilidades tecnológicas de la Segunda Revolución Industrial: por primera vez se utilizaron aviones, submarinos y diversos vehículos terrestres a motor (entre ellos las motocicletas). Iguales ‘progresos’ se registraron en el armamento, con lo cual se incrementó notablemente el poder destructivo de los ejércitos. La industria química aportó diversos gases mortíferos, lo que tuvo como complemento la necesidad de fabricar máscaras antigases. La urgencia de mejorar los vehículos y el armamento impulsó la investigación; también exigió reorganizar la producción e impulsar la fabricación en serie. Todos los adelantos alcanzados durante esos años se aplicaron después de la guerra a la producción civil. El terrible conflicto dejó muy en claro que para aspirar al rango de potencia mundial había que alcanzar un primer lugar en desarrollo científico, tecnológico e industrial. La guerra incluyó la propaganda, que buscaba influir sobre la propia población, alentándola a sostener la lucha, y sobre el enemigo, buscando desanimarlo. Todo lo que se aprendió en este campo también se aplicó luego a la publicidad comercial y a la propaganda política. . La Gran Guerra alteró la producción. En primer lugar, ésta se orientó a satisfacer las necesidades de los ejércitos en lucha, por lo cual disminuyeron otras actividades; además, los hombres incorporados al combate fueron reemplazados en las fábricas por muchas mujeres, que de esta manera dieron un paso más en su incorporación a la actividad productiva. A medida que el conflicto se prolongó y continuó el alistamiento militar, el trabajo de las mujeres se volvió imprescindible en las fábricas de armamentos y municiones, en los ferrocarriles, en la conducción de autobuses y camiones; desde luego, siguieron estando presentes en las actividades que desempeñaban habitualmente como enfermeras, maestras, profesoras, empleadas y en la atención de pequeños comercios. Su porcentaje respecto a la población masculina ocupada creció constantemente durante los años de la guerra. De esta manera, las mujeres constituyeron la retaguardia que hacía posible la continuación de los combates. Cuando la guerra finalizó, la situación se revirtió en cierta medida, al reintegrarse los hombres al trabajo; no obstante, la experiencia dejó una profunda enseñanza, que perduró: la capacidad femenina de desempeñarse a la par del hombre. Las pérdidas económicas y humanas de la Primera Guerra Mundial fueron enormes: murieron más de 9.000.000 de personas y muchísimas quedaron física y psicológicamente lesionadas. Los países con mayor número de víctimas fueron Alemania (2.140.000 muertos), Rusia (1.700.000), Francia (1.384.000) y Gran Bretaña (930.000). También murieron centenares de miles de italianos, serbios, rumanos, norteamericanos, austro-húngaros, turcos y personas de otras nacionalidades. Esta terrible carnicería benefició solamente a un pequeño número de grandes grupos económicos. Los sufrimientos de la población civil fueron enormes y se prolongaron varios años después de terminada la guerra. Para peor, los veinte años que siguieron al conflicto sólo fueron una tregua: la lucha se renovaría a partir de 1939, con resultados mucho más catastróficos. La Gran Guerra dejó un saldo de frustraciones, rencores y graves problemas sociales que constituirían el clima que permitió el crecimiento de los movimientos fascistas, cuya vocación expansionista llevarían a una nueva guerra mundial. Se entiende, entonces, que Hobsbawm haya dicho del siglo pasado que fue ‘el más brutal de los siglos’. Los resultados de la guerra: destrucción y muerte 139 LOS SOCIALIST AS Y LA GUERRA SOCIALISTAS Como vimos en el Capítulo I, desde la década de 1880 las expectativas de guerra crecieron en Europa, debido a la competencia establecida entre los países más importantes por la conquista de mercados y áreas de inversión. En un mundo que ya estaba totalmente repartido, la única posibilidad de acceder a nuevas zonas de dominio era el triunfo militar. La disposición bélica de los grandes países se hacía evidente a través del aumento de su potencial militar durante la etapa que se ha llamado de ‘la paz armada’. Este proceso no escapó a la perspicacia de los socialistas agrupados en la II Internacional, que desde su congreso fundacional (en 1889) advirtieron sobre el peligro bélico, lo denunciaron como una consecuencia de la competencia entre los países imperialistas y se comprometieron a evitar la guerra por todos los medios a su alcance. Las mismas advertencias formuló el Congreso de Stuttgart, Alemania, en 1907, en cuya resolución final se afirmaba que ‘ (…) en caso de amenaza de guerra es la obligación de las clases trabajadoras y de sus representantes parlamentarios hacer todo lo que puedan para evitar la guerra por los medios que crean más efectivos (…) además de hacer uso de las violentas crisis económicas y políticas provocadas por la guerra para alzar al pueblo y propiciar de esta manera la abolición del dominio de clase’. La posición se repitió en los dos congresos siguientes, realizados en Copenhague, Dinamarca, en 1910, y en Basilea, Suiza, en noviembre de 1912, cuando parecía inminente una guerra en los Balcanes. En ambos casos se proclamó la solidaridad socialista internacional y el repudio a las guerras imperialistas. Kart Liebknecht, uno de los socialistas alemanes que se opuso a la guerra. Fue asesinado en 1919 140 Sin embargo, en agosto de 1914 los representantes del Partido Social Demócrata Alemán y los socialistas franceses apoyaron en sus respectivos parlamentos el otorgamiento de créditos de guerra a sus gobiernos. Esto significó el pasaje de lo que se llamaba el ‘internacionalismo proletario’ (es decir, la unidad de todos los trabajadores del mundo contra sus patrones) a posiciones chauvinistas, es decir, de un nacionalismo exacerbado. De esta manera, el movimiento socialista internacional quedó dividido en dos: los socialdemócratas (a quienes sus adversarios llamaron ‘social chauvinistas’ levantaron como banderas la ‘Defensa de la Patria’ y la ‘Unión sagrada contra el enemigo’) y los socialistas revolucionarios, que se mantuvieron fieles a su rechazo al conflicto armado y llamaron a los trabajadores de Europa a poner fin a la guerra mediante la revolución. Los partidos socialdemócratas más importantes (los de Alemania, Francia, Bélgica y Gran Bretaña), incumpliendo con las resoluciones aprobadas por la II Internacional, apoyaron a sus respectivas burguesías y aprobaron la guerra. De esa manera, se ha señalado, culminaba un proceso de oportunismo y reformismo político, a través del cual esos partidos habían renunciado a la idea de transformación revolucionaria del capitalismo y se habían integrado como un partido más a su respectivo sistema político. Los que se opusieron a la masacre Los que se resistieron a la guerra estuvieron en minoría. El partido socialista serbio, por ejemplo, cuyos dirigentes se manifestaron convencidos de que se trataba de una guerra imperialista; lo mismo hicieron algunos socialistas alemanes, como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que se mantuvieron fieles a la postura de rechazar la guerra y llamar a los obreros a la revolución, y los bolcheviques rusos, con Lenin a la cabeza, que fueron los únicos que pudieron hacer posible ese proyecto. Además de ellos, pequeños grupos socialistas de Holanda, Italia, Suiza y la IWW de Estados Unidos, de la que hablamos en el Capítulo II, que sufrió una dura represión por sus posturas antibélicas. Los dos alemanes que mencionamos fueron asesinados en 1919; lo mismo ocurrió con Jean Jaures, líder del socialismo francés, que tuvo el coraje de oponerse al drama que se avecinaba. En medio de la guerra, los socialistas que se oponían a ella se reunieron en septiembre de 1915 en Zimmerwald, una aldea suiza cercana a Berna. Participaron 38 delegados de 12 países y las representaciones más numerosas fueran de emigrados rusos y alemanes. La declaración aprobada llamaba al ‘cese de la matanza’, levantando las consignas de ‘Guerra a la guerra’ y ‘Esta guerra no es nuestra’. Veamos un pasaje de un manifiesto que fue traducido a varias lenguas y circuló de manera clandestina entre soldados y obreros de los distintos países de Europa, produciendo un gran efecto entre ellos: ‘Europa se ha convertido en inmenso matadero de hombres. Toda la civilización, fruto del trabajo de generaciones, se ha hundido. La barbarie más bestial planta su pie triunfante sobre todo lo que era orgullo de la humanidad’. Al finalizar, el documento expresaba: ‘Por encima de las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y la ciudades devastadas, ¡proletarios de todos los países, uníos!’ En Alemania, Gran Bretaña y Francia también hubo huelgas y motines, los que tuvieron considerable importancia en el primero de los países nombrados; en su caso, la protesta obrera adquirió un carácter decididamente revolucionario y fue duramente reprimida. Rosa Luxemburgo, socialista alemana, hablando contra la guerra. También fue asesinada 141 Jean Jaurés Este dirigente socialista francés (1859-1914) fue diputado por su partido desde 1893 y en 1903 llegó a presidir la cámara. Hijo de una familia acomodada fue profesor de Filosofía en la Universidad de Toulouse. Tuvo un papel importante en la unificación de las diversas tendencias en que se hallaban divididos los socialistas franceses, facilitando la formación de la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) en 1905. Ante las tensiones internacionales de comienzos de siglo, Jaurès criticó el imperialismo y defendió la negociación pacífica de las diferencias entre Francia y Alemania. También denunció la responsabilidad de su país, señalando concretamente su anexión colonial de Marruecos que en 1906 había producido la reacción de Alemania. El 25 de julio de 1914 –un mes después del atentado de Sarajevo y cuando ya la guerra era inminente- Jaurés pronunció un discurso ante un grupo de ciudadanos. Gran orador, sus apasionadas palabras denuncian la tragedia que se avecina, haciendo un llamado a la paz: ‘¡Y bien, ciudadanos! En la oscuridad que nos rodea, en la incertidumbre profunda en la que estamos (…) espero todavía a pesar de todo que a causa de la enormidad del desastre que nos amenaza, en el último minuto, los gobiernos se contendrán y no tendremos que estremecernos’. Estatua de Jean Jaures, en una calle de París 142 En vísperas del terrible drama, Jaurés todavía espera ‘que no se consumará el crimen’. También señala la responsabilidad que le cabe a los socialistas, haciendo un llamado a su unidad internacional contra la guerra: ‘Sea lo que fuere, ciudadanos, y digo estas cosas con una especie de desesperación, no hay, ya, en el momento en que nos amenazan de asesinato y de salvajadas, más que una oportunidad para el mantenimiento de la paz y la salvación de la civilización, y es que el proletariado una todas sus fuerzas que cuentan con un gran número de hermanos: franceses, ingleses, alemanes, italianos, rusos, y que pidamos a estos millares de hombres que se unan para que el latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla (…) Tengo derecho a deciros que es nuestro deber – concluía Jaurés-, no desperdiciar una sola ocasión de poner de manifiesto que estáis con este partido socialista internacional, que representa en estos momentos, bajo la tormenta, la única promesa de una posibilidad de paz o del restablecimiento de la paz’. Las expectativas de Jaurés se frustraron, aunque él no llegó a saberlo porque fue asesinado por un ultranacionalista francés, algunos días después. LA PRIMERA GUERRA EN AMÉRICA LA TINA Y EL CARIBE LATINA Brasil fue el único país latinoamericano que declaró la guerra a las Potencias Centrales, aunque su participación en el conflicto se redujo a muy poca cosa en términos militares. El resto de América Latina no participó de la guerra, aunque sufrió sus consecuencias en los aspectos económicos, políticos y sociales. En lo inmediato, el conflicto repercutió en el comercio internacional, que se vio alterado por la falta de bodegas y los incidentes propios de la guerra, que afectaron nuestros intercambios con Europa. Hacia 1915-1916 las exportaciones se recuperaron, al mismo tiempo que aumentaron los precios de las materias primas exportables. Las importaciones, por su parte, también se vieron dificultadas ya que los países en guerra orientaron todos sus esfuerzos a la producción destinada a sus tropas. Este conjunto de factores determino una reorientación del comercio exterior de América Latina, tanto por el auge de la demanda norteamericana de materias primas, como por la interrupción del trafico con Alemania y la febril actividad intermediaria de los armadores de Estados Unidos, que se valieron de su condición de neutrales -hasta 1917, cuando se sumaron al bando de los aliados - para comercializar los excedentes latinoamericanos. A más largo plazo, la guerra de 1914-1918 consolidó un proceso que venía desarrollándose desde comienzos del siglo: el avance de los intereses norteamericanos en América del Sur y el gradual desplazamiento de los británicos, que desde varias décadas atrás controlaban la economía del área. Esto se concretó, como hemos dicho, en las inversiones directas de capitales estadounidenses en nuestro país, que pujaron por desplazar a sus colegas británicos: un buen ejemplo de esto fue la lucha entre los frigoríficos de uno y otro origen en Argentina, los que se disputaron las cuotas de exportación de carnes. Sin embargo, la presencia británica siguió siendo importante en los países sudamericanos hasta después de la segunda guerra mundial. La Gran Guerra sirvió para evidenciar la vulnerabilidad del modelo primario exportador adoptado por los países de América Latina. Sin embargo éste se restableció después del conflicto. El golpe definitivo vendría a partir de 1929, cuando la Gran Depresión alteró -esta vez definitivamente- una relación que había durado varias décadas con Gran Bretaña y, en menor medida, algunos otros países de Europa. Un efecto colateral de la alteración comercial fue un incipiente proceso de industrialización local, a través del cual países como Argentina, Brasil y México buscaron compensar la falta de productos que habitualmente se importaban. Después de la guerra, muchas de estas experiencias industriales (desarrolladas generalmente en pequeños talleres) no lograron sobrevivir al restablecimiento del comercio internacional. En cambio fueron más perdurables las inversiones de empresas norteamericanas en nuestros países, que crecieron considerablemente en el período de entreguerras y quedaron radicadas aquí. Los años ’20 vieron florecer los salones, de distintas categorías, donde se escuchaba y bailaba jazz. También adquirió importancia el cine sonoro. Vemos a Carlos Gardel, en una de sus películas realizadas en Estados Unidos 143 El área de dominio norteamericano Donde los capitales norteamericanos afirmaron definitivamente su hegemonía comercial y financiera después de la primera guerra fue en su entorno inmediato: los países de América Central y del Caribe. La economía de las ‘repúblicas bananeras’, de las que hemos hablado en el Capítulo III, era controlada por ellos y estaban invertidos en sus plantaciones, sistemas de transporte y comunicaciones, y empréstitos a sus Estados. Bananas, piñas, azúcar, café, producidos por una mano de obra a la que se imponían condiciones casi serviles, eran destinados al mercado estadounidense. El gobierno de EE.UU., por su parte, vigilaba los intereses de sus inversores en el exterior, reservándose el derecho de intervenir militarmente cuando lo considerara necesario, aunque prefería sostener a dictadores locales, amistosos con sus intereses. Después de la guerra de 1898, entre España y EE.UU., Puerto Rico pasó sin solución de continuidad del dominio colonial español a la dependencia directa de los Estados Unidos. De esta manera, si en el resto de los países del área los norteamericanos establecieron un régimen neocolonial, defendiendo sus intereses a través de gobiernos locales sumisos, en Puerto Rico establecieron la dominación directa. Con posterioridad (en 1950) la isla adquirió la condición de ‘Estado Libre Asociado’ que todavía mantiene, lo que aparentemente la libra del status colonial sin equipararla totalmente a los otros cincuenta Estados de la Unión. Desde comienzos del siglo XX Puerto Rico sufrió una doble agresión: por un lado cultural, ya que debió soportar los intentos de norteamericanización; por otro lado económica y social, debido a la política de imponer el monocultivo azucarero en reemplazo de los cultivos tradicionales, lo que tuvo múltiples efectos, entre ellos el éxodo de buena parte de su población hacia los Estados Unidos. 144 Colombia, que soportó la pérdida de Panamá orquestada por EE.UU., también sufrió presiones de este país para reorganizar su sistema financiero y establecer sus empresas petroleras en su territorio. La United Fruit Co., por su parte, se dedicó al cultivo del banano en Santa Marta donde, como era habitual, la autoridad de la empresa suplantó al Estado colombiano; aunque no siempre: en una huelga ocurrida en sus plantaciones en 1928, el Ejército reprimió con crueldad a los trabajadores agrícolas, originando fuertes protestas antiimperialistas en todo el país. Venezuela, por su parte, soportó el largo gobierno de Juan Vicente Gómez (1908-1935), un típico dictador latinoamericano, íntimamente ligado a los intereses de Estados Unidos. La manera en que este personaje llegó al poder es otra muestra de la peculiaridad de la política local: desde 1899 el país estaba gobernado por otro dictador, Cipriano Castro; a fines de noviembre de 1908 éste viajó a Europa para recibir atención médica y dejó a cargo del gobierno a su ‘compadre’ Gómez, quien se apoderó del gobierno hasta su muerte, ocurrida veintisiete años después. Durante la larga dictadura de Gómez el país tuvo un apreciable avance, debido a la producción de petróleo y otros minerales, la afluencia de inmigrantes y el crecimiento del comercio internacional. Venezuela fue manejada como propiedad privada del dictador que, como ocurre en estos casos, era uno de los más ricos propietarios. Los varios intentos de derrocarlo resultaron infructuosos. El hallazgo del ‘oro negro’, en los comienzos de su gobierno, favoreció sin duda la persistencia de este curioso personaje. El control del petróleo se repartió entre la ‘Royal Dutch Shell’, de Holanda, y la ‘Standard Oil of New Jersey’, que en un acuerdo se reservaron la parte occidental y oriental del país, respectivamente. EL MUNDO EN EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS (1919-1939) Los veintiún años transcurridos entre la primera y la segunda guerra mundial combinaron la euforia en los países aliados, que bastante rápidamente recuperaron la situación anterior al conflicto, con el entusiasmo revolucionario en la flamante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y complejas transformaciones políticas y sociales en Italia y Alemania. Justo en la mitad de esas dos décadas, la crisis económica iniciada en EE.UU. en 1929, la que rápidamente se extendió al resto del mundo capitalista, aceleró un conjunto de contradicciones que desembocaron en un nuevo conflicto, más extendido y de consecuencias más profundas que el anterior. De esa manera terminaba la tregua entre las potencias imperialistas, las que buscaron nuevamente resolver sus conflictos a través de la guerra. A esa compleja realidad de mundo entre las dos guerras nos referiremos a continuación. Los años locos La recuperación económica después de la guerra tardó cinco años en concretarse: recién en 1923 se alcanzaron los niveles productivos de 1913, antes de que el conflicto comenzara. Luego, el avance fue más rápido: ente 1925 y 1929 el crecimiento fue alto, sostenido y generalizado, con diferencias entre los distintos países (fue mayor en Estados Unidos y Francia, y bastante menor en Gran Bretaña y el resto). El mismo ciclo se repitió en Alemania, que en el lustro previo a 1929 vio descender considerablemente su tasa de desocupación, al tiempo que su producción de carbón, acero y la industria en general superaba ampliamente los registros anteriores a la guerra mundial. En conjunto, los años ’20 registraron una revolución en los transportes y comunicaciones, iniciando un progreso en esos campos que no se ha detenido desde entonces. Fue la época de la masificación (relativa, por cierto) del automóvil: a las grandes fábricas norteamericanas (Ford, General Motors, Chrysler) se agregaron las británicas (Morris y Austin), las francesas (Renault y Citroen) y la alemana Opel. Por lejos, el país donde el automóvil particular alcanzó mayor difusión fue Estados Unidos, aunque Gran Bretaña contaba con dos millones de vehículos, en tanto que en Francia y Alemania había más de un millón en cada uno. Simultáneamente, se amplió el uso de vehículos utilitarios, los ‘camiones’, que comenzaron a disputarle a los ferrocarriles el transporte de mercaderías. También se desarrolló la aviación, cuyo progreso técnico fue estimulado por la guerra; en este campo se registraron muchas hazañas individuales, al mismo tiempo que comenzaba el desarrollo de las primeras líneas aéreas en EE.UU. y algunos países de Europa. Además comenzó la difusión de la radio y el teléfono, creciendo el número de usuarios particulares mientras se iban sumando los adelantos técnicos. Después de la guerra continuó la popularidad del cine, que ya se conocía desde fines del siglo XIX; la gran novedad fue el cine sonoro, que se ensayaba desde varios años atrás y que alcanzó éxito en la segunda mitad de los años ’20: el 6 de octubre de 1927 se estrenó El cantor de jazz (The Jazz Singer), considerada la primera película sonora de la historia del cine; a comienzos de la década siguiente el cine sonoro era una conquista y el cine mudo avanzaba hacia el olvido (aunque no del todo, como demuestran películas como ‘Tiempos Modernos’, del genial Chaplin, que todavía contemplamos con deleite). 145 A fines de los años ’20 la televisión recién estaba en sus comienzos, no habiéndose iniciado la época de comercialización de aparatos. Como ha ocurrido muchas veces después de grandes conmociones, la primera posguerra mostró que los seres humanos renovaban las ganas de vivir. Fue la época de gran difusión de ritmos musicales populares: las distintas variantes del jazz, el tango y muchos ritmos negros y latinos, cuya popularización fue facilitada por la radio, el fonógrafo y el cine sonoro. La música acompañaba al baile, que se difundió mucho en estos años, desde los salones más elegantes a los más populares, haciendo parte de una festiva vida nocturna. Los ‘años locos’ también vieron el crecimiento de los espectáculos deportivos masivos: el fútbol, el boxeo, el ciclismo, las carreras de caballo, especialmente, mientras otros como el tenis, conservaron durante mucho tiempo su carácter elitista. En 1930 se disputó el primer campeonato mundial de fútbol y su ganador fue un equipo sudamericano: Uruguay. La masificación de los deportes tuvo una consecuencia arquitectónica: comenzó la construcción de grandes estadios deportivos, un elemento que hasta hoy define –para bien o para mal- la cultura de una época. Con la masificación de los espectáculos creció la popularidad de las ‘estrellas’, deportivas, radiales y cinematográficas. Algunos futbolistas, boxeadores, ciclistas, jinetes y hasta caballos se hicieron famosos por aquellos años. Lo mismo pasó con muchas figuras de la radio y el cine. Una imagen femenina de los ‘años locos’ 146 La primera posguerra presenció la acelerada transformación del rol femenino. Este proceso, que se había iniciado en la primera década del siglo, se aceleró durante la guerra (que las incorporó masivamente al trabajo, por ejemplo, reemplazando a los hombres que iban al frente de combate) y se consolidó al fin del conflicto. En varios países las mujeres alcanzaron el voto y en todos aumentó el número de las que trabajaban ‘afuera’ y seguían estudios, incluso en la universidad. En Gran Bretaña y Estados Unidos unas pocas mujeres alcanzaron cargos públicos, incluyendo la gobernación de algunos Estados. Algunas se destacaron como escritoras, aviadoras o tenistas, actividades que todavía eran muy novedosas para ellas. Eran las precursoras de un nuevo tipo de mujer, que desde entonces se difundió cada vez más. Una evidencia del nuevo tipo de mujer fueron los cambios en las modas: la vestimenta se hizo más ligera, más práctica, menos encubridora del cuerpo femenino, como había sido hasta entonces. DE LA RUSIA DE LOS ZARES AL COMIENZO DEL MOVIMIENTO COMUNIST A INTERNACIONAL COMUNISTA Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial Rusia era un imperio anacrónico. Mientras Europa Occidental, Estados Unidos de América y Japón se industrializaban aceleradamente, ese enorme país era una sociedad de campesinos sometidos a un régimen de servidumbre. En los hechos este sistema equivalía a la esclavitud, ya que los siervos sufrían una cruel explotación, carecían de libertad de movimientos y estaban sujetos a los caprichos de sus señores. El sistema había sido criticado por los intelectuales rusos desde comienzos del siglo XIX, al difundirse las ideas de la Ilustración europea y conocerse el ejemplo de otros países, especialmente Gran Bretaña y Francia. También había sufrido las embestidas de distintos grupos revolucionarios desde mediados de ese siglo. Sin embargo, sobrevivió seis décadas más. Igualmente atrasado era su sistema político, que tuvo que ser desalojado por una revolución. La abolición de la servidumbre La derrota rusa en la guerra de Crimea convenció a los zares de que el país debía industrializarse para sobrevivir y que el primer paso hacia ese objetivo era suprimir la servidumbre campesina; de esa manera podría contar con la mano de obra libre requerida por la producción capitalista y una masa de consumidores que impulsara la producción. La servidumbre fue finalmente abolida en 1861 por el zar Alejandro II, que extendió la libertad de movimiento y la libertad personal a todos los siervos, cualquiera fuera su categoría, eliminando el derecho que tenían los terratenientes sobre ellos. Como ocurrió con la supresión de la esclavitud en los Estados Unidos, ocurrida por la misma fecha, la abolición de la servidumbre no mejoró sustancialmente la situación de los campesinos; una gran cantidad de ellos, careciendo de todo recurso, permanecieron en las fincas de sus terratenientes. En perspectiva, la emancipación de los siervos fue una medida progresista, que favoreció el desarrollo de una economía capitalista en Rusia. Entre 1865 y 1914 se produjo en ese país una industrialización ‘anormal’, si tenemos en cuenta lo ocurrido en Gran Bretaña y Francia: a diferencia de estos países, Rusia carecía de una burguesía industrial y sus industrias fueron producto de inversiones extranjeras, particularmente de capitales franceses; sobre esta base se montaron grandes fábricas en las proximidades de Moscú y San Petersburgo. Se trataba de verdaderas ‘islas industriales’, en medio de un país que seguía siendo campesino, y su producción se destinaba fundamentalmente a la exportación. Sin embargo, no dejó de tener un efecto modernizador, ya que surgió también una burguesía rusa, muy poco numerosa. La aparición de fábricas originó una reducida clase obrera local, que en la mayoría de los casos mantuvo sus raíces campesinas. Por lo general, estos trabajadores realizaban periódicas migraciones de la ciudad al campo, y viceversa, trabajando alternadamente en las fábricas y en las zonas rurales, a la que concurrían a levantar las cosechas. Fotografía del último zar y su familia. Reinaba sobre millones de siervos 147 El Imperio Ruso, un sistema arcaico y represivo A comienzos del siglo XIX el Imperio Ruso abarcaba una enorme extensión territorial y tenía una población muy considerable para la época: abarcaba unos 23 millones de kilómetros cuadrados, ocupados por más de 125 millones de personas. Sus posesiones se encontraban en Europa, Asia y parte de lo que hoy son los EE.UU., ya que Alaska le pertenecía. Además de sus posesiones directas, el Imperio incluía algunas zonas en condición de vasallos o protectorados. Rusia conservaba un régimen político que ya había desaparecido de Europa Occidental: era gobernada por un emperador autocrático (el zar), cuyo cargo se transmitía en forma hereditaria dentro de la familia Romanov. La religión oficial era el cristianismo ortodoxo, controlado por el monarca cuya figura revestía características casi divinas. La población estaba dividida en estratos: la nobleza, el clero, los comerciantes, los cosacos y los campesinos. En general, la condición de las personas se transmitía hereditariamente, ya que casi no existía la movilidad social. El zar era sostenido por una burocracia y una policía política que vigilaba permanentemente a los conspiradores (republicanos, socialistas y anarquistas), muy activos desde mediados del siglo XIX. Los opositores al régimen eran intelectuales y estudiantes, especialmente, a los que se fueron sumando algunos obreros cuando el país se industrializó. Los cambios que pretendían los opositores variaban mucho de un grupo a otro, lo mismo que sus formas de acción; algunos grupos eran tibiamente reformistas, en tanto que otros tenían propósitos revolucionarios y apelaron frecuentemente a la violencia terrorista. Todos ellos actuaban en la clandestinidad y su castigo cuando eran detenidos era el exilio en Siberia. La acción revolucionaria creció a comienzos del siglo XX y culminó en 1917 con el derrocamiento de los zares y el fin de su imperio. 148 Los grupos revolucionarios Como dijimos, existían distintos grupos revolucionarios, que actuaban en la más estricta clandestinidad: los anarquistas, los socialistas revolucionarios o ‘eseritas’ y los social revolucionarios marxistas. Las ideas anarquistas tuvieron gran influencia en Rusia, desde fines del siglo XIX hasta mediados de la década de 1930, cuando se consolidó el stalinismo y eliminó toda oposición política en el país. Algunos de los militantes y teóricos más destacados del anarquismo internacional fueron rusos, por ejemplo, Mijail Bakunin, que comenzó su lucha contra los zares en 1848; a raíz de ello fue condenado a muerte, que le fue conmutada por el destierro en Siberia de donde logró escapar. Pasó el resto de su vida exiliado en Europa, principalmente en Suiza. Otro anarquista ruso fue el príncipe, Piotr Kropotkin, de gran cultura. Como el anterior jugó un papel destacado en el anarquismo internacional e impulsó desde el exterior distintos movimientos revolucionarios en su propio país. Los anarquistas rusos pertenecieron a distintas corrientes: algunos realizaron múltiples atentados terroristas, llegando a matar a algún zar, en tanto que otros eran partidarios de un pacifismo extremo. Los ‘eseristas’ pensaban que los campesinos, que formaban la inmensa mayoría del pueblo ruso, debían ser los protagonistas de la revolución. Proponían un reparto de la tierra de los grandes terratenientes, aunque en este punto estaban divididos: algunos querían transformar a los campesinos en pequeños propietarios y otros deseaban establecer una especie de comunismo rural, suprimiendo la propiedad privada de la tierra. Los social revolucionarios marxistas, en cambio, querían realizar una ‘revolución proletaria’, protagonizada por los obreros y que instaurara un régimen socialista. Se dividían en dos grupos: los ‘mencheviques’ y los ‘bolcheviques’. Los primeros pensaban que la tarea de los revolucionarios debía consistir en apurar el desarrollo industrial y democrático de Rusia, con lo que aumentaría el número de los obreros y su conciencia de clase: recién ahí podía pensarse en una revolución socialista. Los bolcheviques, por el contrario, pensaban que los obreros industriales, dirigidos por un partido revolucionario socialista, debían plantearse la toma del poder aliados con los campesinos; una vez destruido el régimen zarista, debía establecerse un Estado obrero y campesino dirigido por el partido del proletariado (es decir, de los obreros industriales), que industrializaría el país con la propiedad común de los medios de producción. A esta corriente pertenecían Pléjanov, Lenin y más tarde, Trotski. De la Revolución de 1905 a la Revolución Bolchevique de 1917 En 1904-1905 se desarrolló la guerra rusojaponesa, en la que los primeros fueron derrotados. La mala situación del país aumentó las necesidades de los obreros de las ciudades, a la que se sumaron las penurias padecidas por los soldados en el frente. Todo ello creó una situación revolucionaria, que estalló en enero de 1905 al ser reprimida en San Petersburgo una manifestación pacífica de trabajadores, que fue ametrallada por las fuerzas del zar con el resultado de muchos muertos y heridos. El episodio desencadenó una ola de huelgas y una gran agitación a la que se sumaron los intelectuales, algunos miembros de la burguesía rusa y los militantes socialistas. Alarmado por esta situación el zar concedió en octubre de 1905 una serie de libertades políticas y civiles, desconocidas hasta entonces en el país. También anunció la convocatoria de una Duma, una especie de asamblea legislativa de la que sólo podía participar un sector muy reducido de la población. Aunque estas concesiones eran de alcance muy limitado, consiguieron su objetivo: tranquilizar a los grupos más conservadores y disminuir el número de los que protestaban. En medio de esta situación, los socialistas intentaron una insurrección de la que participaron obreros armados en Moscú y San Petersburgo, los que combatieron durante varios días con las tropas del zar y fueron finalmente derrotados. De esa manera terminó la primera revolución rusa. En los años siguientes nada cambió en Rusia: la ‘democratización’ concedida por el zar fue ficticia y la Duma, que siguió funcionando, fue totalmente impotente. Hasta se produjo alguna matanza de obreros desarmados (en 1912), ante la cual el gobierno no dio ninguna explicación. Cuando estalló la Primera Guerra, Rusia se vio obligada -por el juego de alianzas establecidoa participar en el bando de los Aliados, junto a Francia. Sus ejércitos, compuestos de campesinos mal armados y maltratados, fueron fácil presa para los ejércitos alemanes, procedentes de un país altamente industrializado. Miles de campesinos rusos murieron, la actividad rural se resintió considerablemente y la falta de granos castigo a los habitantes de las ciudades. Este conjunto de circunstancias aumentó el crónico descontento de la población y su movilización contra el régimen zarista. Los lugares de más activa conspiración fueron las colas en las panaderías, tratando de obtener un pan que cada vez escaseaba más. En esos lugares, el descontento de la gente iba haciendo madurar la revolución, que podía estallar por cualquier motivo. Así ocurrió, en febrero de 1917. Tropas japonesas durante la guerra con Rusia (1904-1905) 149 Los acontecimientos se desarrollaron así. Una manifestación de mujeres, que protestaba contra la falta de alimentos y la carestía, se encontró con los obreros de una fábrica que reclamaban por el despido de algunos compañeros. La manifestación se convirtió rápidamente en una insurrección popular. Las tropas enviadas a reprimir (formadas, al fin de cuentas, por campesinos) se sumaron a los insurrectos. Espontáneamente se formaron ‘soviets obreros’ y el zar abdicó. La Duma formó un Gobierno Provisional. De esta manera desapareció la poderosa monarquía rusa. ¿Qué eran los ‘soviets’? Los ‘soviets’ eran una especie de parlamento obrero y surgieron en mayo de 1917, de manera espontánea. Estaban integrados por delegados de las fábricas, elegidos por los trabajadores de las mismas; luego se constituyeron soviets barriales, regionales y campesinos. A través de ellos los trabajadores pretendían ejercer el poder político en forma directa; el mandato de sus integrantes era revocable en cualquier momento, es decir, los obreros que los habían elegido podían reemplazarlos si no estaban conformes con su desempeño. Los soviets despertaron la desconfianza de los grupos sociales propietarias y fueron desmantelados por la fuerza. Esta experiencia, sin embargo, perduró en la memoria de los trabajadores. El Gobierno Provisional formado después de la abdicación del zar siguió funcionando y al principio contó con la confianza popular. Sin embargo terminó decepcionando: continuó la guerra, no solucionó la cuestión de los abastecimiento ni intentó ninguna reforma en el campo; finalmente, en forma secreta buscó reinstalar al zar, que estaba prisionero. Esto último no iba a resultar fácil: tanto los obreros como los campesinos estaban alertas y movilizados; en el campo se ocupaban las fincas de la nobleza, que en gran parte había partido al exilio; en las ciudades los obreros industriales realizaban huelgas y mantenían activos los soviets, que a veces no tenían en cuenta las resoluciones del Gobierno Provisional. También presionaban los sectores burgueses para que se continuara la guerra, ya que temían que una retirada molestara a los inversores franceses, que sostenían sus fábricas. En octubre de 1917 los bolcheviques estaban listos para tomar el poder. Buscaban eliminar al Gobierno Provisional y dejar como única institución gubernamental a los soviets. Su consigna, precisamente, era ‘¡Todo el poder a los Soviets de diputados obreros!’. Finalmente se produjo el asalto al Palacio de Invierno, que ahora era la sede del gobierno, donde arrestaron después de alguna lucha a los ministros. De esta manera, en media de la indiferencia de la población, caían los sucesores de los zares y comenzaba a funcionar la primera república comunista del mundo. El nuevo gobierno se estrenó con tres decretos: la abolición de la pena de muerte, el abandono de la guerra y el reparto de la tierra entre los campesinos. También disolvió todas las instituciones de gobierno anterior (las del Gobierno Provisional y las que subsistían de la época de los zares), y comenzó las negociaciones con el gobierno alemán para alcanzar la paz. Afiche ruso en homenaje a Lenin Condujo a los bolcheviques a la toma del poder, en 1917 150 Finalmente, Trotski -en representación del gobierno de los soviets- firmó el Tratado de Brest-Litovsk en el que debieron hacerse una serie importante de concesiones territoriales a los alemanes. Lenin, el jefe de los bolcheviques, tenía una expectativa: que los obreros alemanes llevaran adelante de inmediato la revolución socialista en su país, mucho más industrializado que la atrasada Rusia. En su perspectiva, correspondía a los trabajadores alemanes constituirse en la vanguardia de un movimiento comunista internacional que marchara rumbo a la transformación revolucionaria del mundo. En su opinión, las concesiones territorios realizadas por Rusia servirían para alejar toda desconfianza nacionalista de los obreros alemanes. Las expectativas de Lenin sobre el avance inminente de la revolución socialista en Europa no se concretaron. No sólo fue reprimido el movimiento revolucionario en Alemania, sino que las potencias triunfantes en la guerra (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, principalmente) apoyaron al movimiento contrarrevolucionario en Rusia. De esta manera, el antiguo país de los zares atravesó un período de tres años de guerra civil, entre 1919 y 1921; el triunfo correspondió finalmente al Ejército Rojo, formado principalmente por obreros bolcheviques, muchos de los cuales murieron en la guerra. Aunque derrotados, los enemigos buscaron causar el mayor daño posible para comprometer el futuro de la revolución: destruyeron ciudades, devastaron los campos, arrasaron las cosechas y asesinaron a los prisioneros bolcheviques, el sector más preparado ideológicamente de la reducida clase obrera rusa. Las consecuencias fueron terribles: la inflación hizo desaparecer prácticamente a la moneda rusa, por lo que se estableció el trueque; las fábricas, dejaron de funcionar, carentes de recursos y de trabajadores, en su mayoría alistados en el Ejército Rojo. Soldados del Ejército Rojo, muertos en una trinchera 151 EL MOVIMIENTO COMUNIST A MUNDIAL COMUNISTA El comienzo de la experiencia comunista en Rusia despertó interés en todo el mundo: de parte de las clases dirigentes (que observaban con temor y desconfianza) y de los obreros, especialmente los de ideas socialistas, que tenían esperanzas de que comenzara una transformación que resolviera las injusticias del régimen capitalista. Mientras no se estableció definitivamente la paz con Alemania, los soldados rusos (bolcheviques, la mayoría de ellos) tuvieron contacto con los soldados alemanes, casi todos trabajadores; de esa manera, en las propias trincheras circuló la propaganda bolchevique, en forma de diarios y folletos. Muchos prisioneros alemanes recibieron rápidos cursos de propaganda antes de que se firmara la paz y fueran liberados. De esa manera, según se ha escrito, la revolución socialista entró en Alemania de la mano de sus propios soldados. Sin embargo, como veremos más adelante, en Alemania los intentos revolucionarios fracasaron. El mismo destino corrió un intento de revolución comunista en Hungría: luego de una breve experiencia, la república soviética húngara fue liquidada por el Ejército, que instaló en el país una feroz dictadura. El ejemplo de la Revolución Rusa influyó en otras partes del mundo, en las que se produjeron grandes huelgas y hasta movimientos insurreccionales de los trabajadores. Aunque en ningún caso estos movimientos obreros alcanzaron las dimensiones de Alemania y Hungría, en todas partes alarmaron seriamente a los gobiernos y a las clases propietarias. En Italia las luchas de los trabajadores fueron particularmente fuertes en el Norte industrializado, aunque también se movilizaron los campesinos que en muchos casos ocuparon las tierras de sus señores. También hubo serios enfrentamientos en Barcelona, la región más industrializada de la España de aquella época. En este caso, al finalizar la guerra se inició una profunda crisis económica y social que se prolongó hasta 1921. Las huelgas y protestas alentadas por los anarquistas tuvieron como respuesta ataques de pistoleros organizados por los patrones, los que contaban con protección policial. Hasta en la lejana Argentina, país eminentemente rural con una incipiente clase obrera, la Revolución Rusa sirvió de excusa para una feroz represión de trabajadores en enero de 1919, la que pasó a la historia de nuestro país con el nombre de ‘Semana Trágica’. Curiosamente, la misma denominación recibió un episodio de lucha social ocurrido en Barcelona diez años antes, en 1909. A partir de 1917, el ‘fantasma del comunismo’ permitió justificar la represión a las luchas de los obreros por mejorar su situación, en distintas partes del mundo. El fenómeno, que fue constante durante todo el siglo XX, se intensificó especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, concluida en 1945, Los poderosos cañones del acorazado Potemkin Sus marineros se sublevaron contra el zar en la revolución rusa de 1905 152 Las Internacionales En 1864 representantes de distintos grupos socialistas europeos (especialmente ingleses, franceses e italianos) fundaron en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores, que ha pasado a la historia como la Primera Internacional. De la misma participaron algunos destacados intelectuales revolucionarios como los alemanes Karl Marx y Frederick Engels, y el ruso Mijail Bakunin, un anarquista del que ya hemos hablado. En el interior de esta organización se marcaron cada vez mas las diferencias entre los ‘socialistas científicos’ y los ‘anarquistas’, cuyos representantes principales fueron los alemanes y el ruso mencionados. Finalmente, en el Congreso de la Haya, de 1874, se decidió la expulsión de los anarquistas. Éstos fundaron luego la Alianza Internacional, que funcionó hasta 1888. Con la emigración europea, las ideas de las internacionales socialista y anarquista se difundieron por el mundo. En Argentina, por ejemplo, existía una filial de la Primera Internacional poco después de 1870 y algunos años después era abundante la propaganda revolucionaria que influyó mucho en la formación de nuestras primeras organizaciones obreras. La II Internacional o Internacional Socialista se fundó en 1889 y entre sus promotores se encontraba Engels, el compañero intelectual de Marx. En principio se limitó a la celebración de congresos periódicos en los que se discutían los problemas de la clase obrera y la situación política de los distintos países. Representaba a los partidos socialistas de orientación socialdemócrata, que habían aceptado la participación electoral en las repúblicas burguesas; en consecuencia quedaron excluidos de ella los anarquistas y los grupos socialistas, como los bolcheviques rusos, que planteaban la toma del poder por la vía revolucionaria. A partir de 1900 se creó el BSI, una secretaría que se encargaba del funcionamiento de la Internacional y convocaba los congresos. A la II Internacional pertenecieron partidos socialistas de distintas partes del mundo, entre ellos el Partido Socialista de Argentina, fundado en 1896. Las posiciones de los partidos socialdemócratas alemán y francés en 1914, apoyando la guerra, produjo la crisis de la II Internacional. La sublevación del acorazado Potemkin fue llevada al cine por Serguéi Eisenstein (1925). La película es una joya del cine mudo 153 La III Internacional o Internacional Comunista (KOMINTERN, de acuerdo a su sigla en ruso) se constituyó el Moscú, en un congreso celebrado en 1919. Asistieron cincuenta y dos delegados de los partidos comunistas y grupos socialistas de izquierda de treinta países. El Congreso adoptó la plataforma de la Internacional Comunista, el manifiesto a los proletarios de todo el mundo y diversas resoluciones y acuerdos. El evento resolvió crear dos organismos dirigentes: el Ejecutivo y un Buró de cinco miembros elegidos por él. La III Internacional se propuso como tarea ‘conquistar a la mayoría de la clase obrera y a las masas fundamentales de los trabajadores para la causa del comunismo y luchar por la construcción de la dictadura del proletariado y por la sustitución del sistema capitalista por el socialismo’. Desde el nacimiento hasta la disolución, en 1943, esta organización celebró siete congresos. El nombre de ‘comunista’ que se agregó la III Internacional destacaba su ruptura con la Internacional Socialista, que existió paralelamente a ella y agrupaba a los partidos socialdemócratas. León Trotsky, a la derecha, fue el organizador del Ejército Rojo 154 La lista de las internacionales obreras se completa con la IV Internacional, fundada en París en 1938, en la que se reunieron los grupos seguidores de León Trotsky. Éste fue uno de los dirigentes históricos de la Revolución Rusa, compañero de Lenin y exiliado por sus profundas diferencias con Stalin, que terminó dirigiendo el proceso de la URSS hasta su muerte, ocurrida de 1953. Los trotskistas consideraban (consideran) que la Tercera Internacional había renunciado a defender los intereses de proletariado internacional, como se habría comprobado, en su opinión, por las grandes traiciones de los partidos comunistas en Alemania, Francia y España durante la década de los 30 del siglo XX, resultando la victoria del fascismo en gran parte de Europa. LOS FFASCISMOS ASCISMOS Como escribió el historiador inglés Eric Hobsbawm, el desencadenamiento de la guerra en 1914 representó el ‘estallido de la barbarie’. Valores e instituciones que se daban por definitivamente instalados fueron dejados de lado. Los principales eran el rechazo de las dictaduras y de los gobiernos autoritarios; el respeto del sistema constitucional y de los gobiernos elegidos libremente, los que incluían distintos mecanismos que permitían el control de las autoridades y la vigencia de la ley; el reconocimiento de un conjunto de derechos civiles de todas las personas, los que debían ser respetados por los gobernantes. Es cierto que estas orientaciones sólo habían sido incompletamente aplicadas en un reducido número de países de Europa Occidental (Gran Bretaña en primer lugar, seguida por Francia, Suecia y Suiza) y que la explotación de los capitalistas en las ciudades y de los terratenientes en el campo hacía que tuvieran poca vigencia para las personas más pobres. Sin embargo, hasta los partidos socialistas defendían esos valores e instituciones y tenían confianza en que se extenderían a todo el mundo; también imaginaban que permitirían superar las arbitrariedades del sistema capitalista y mejorar la situación de los trabajadores. Como hemos visto en el Capítulo I, la bonanza existente en la Europa de la ‘Belle Époque’ y casi medio siglo de paz internacional justificaban en alguna medida estas ilusiones Incluso en países como la Rusia de los zares atrasados desde el punto de vista político, económico y social- existían algunos grupos que tenían expectativas en la posibilidad de cambiar esa situación a través de los mecanismos de la democracia burguesa (los parlamentos, especialmente). Lo mismo ocurría en los países de América Latina, cuyos sistemas políticos se habían inspirado en los modelos de Gran Bretaña y Estados Unidos de América, aunque nunca habían funcionado bien desde la independencia, en la década de 1810. En todos lados, con la excepción de algunos pequeños grupos reaccionarios y otros (igualmente reducidos) de revolucionarios, se confiaba en que el Progreso (que se escribía con mayúscula) era una posibilidad cierta y se daría por la extensión del liberalismo político. Muchos soldados alemanes volvieron de la primera guerra con ideas revolucionarias 155 El estallido de la barbarie El contexto De esta manera, después de la guerra se produjo un notable retroceso de las instituciones políticas liberales. Es más: en Italia, Alemania y más tarde en España, surgieron movimientos políticos que rechazaron totalmente los principios de la democracia burguesa y exaltaron el autoritarismo, el culto a la figura de sus dirigentes, un patriotismo agresivo e hicieron un uso constante de la violencia como práctica política. Se trata del fascismo italiano, el nacional socialismo alemán, y el falangismo (posteriormente el franquismo) español. Los fascismos –especialmente el italiano y luego el alemán- surgieron en los años de la primera posguerra, en momentos en que sus países atravesaban una difícil situación económica y social. En ambos casos, las consecuencias de la guerra recayeron especialmente sobre los sectores populares, obreros y campesinos, que se vieron muy castigados por la desocupación y el desabastecimiento; incluso los que conservaron su trabajo vieron caer sus ingresos y empeorar sus condiciones laborales. Cuando llegaron al poder sus líderes Mussolini, Hitler y Franco, respectivamentequedaron clausuradas por muchos años las libertades civiles, toda forma de oposición fue prohibida y la única posibilidad de la población fue la adhesión (que la tuvieron durante mucho tiempo y fue muy entusiasta), el acatamiento o el exilio. Una circunstancia que consolidó todas estas orientaciones fue la crisis económica de 1929, la Gran Depresión, que pareció confirmar el fracaso del liberalismo, tanto político como económico y alentó la búsqueda de soluciones autoritarias. La respuesta a esta situación fueron los conflictos sociales y la difusión de las ideas revolucionarias: huelgas, grandes movilizaciones y hasta algunos intentos de alzamientos armados, fueron circunstancias que se dieron en ambos países. En Italia y España era muy grande el descontento de los campesinos minifundistas o sin tierras, sometidos al poder de tipo feudal que ejercían los terratenientes. Todos estos movimientos tuvieron muchos elementos ideológicos y formas de acción compartidas; también definieron objetivos y enemigos comunes. Todo esto nos permite agruparlos bajo el rótulo de ‘fascismos’. Sin embargo, cada uno de ellos respondió a circunstancias nacionales propias, sus proyecciones internacionales fueron diferentes y su grado de virulencia no fue el mismo. En estos aspectos se destaca el régimen de Hitler, el nazismo, que desencadenó la segunda guerra mundial, alteró durante algunos años el mapa político de Europa y practicó un monstruoso racismo que tuvo terribles consecuencias en Alemania y en algunos de los países que ocupó militarmente. 156 Tanto en Italia como en Alemania aumentó la influencia de las ideas de izquierda entre los trabajadores industriales; en ambos casos, el Partido Socialista se fraccionó, al separarse corrientes con orientaciones más revolucionarias de la dirección socialdemócrata de esos partidos. En el caso de Italia fue muy importante la influencia del sindicalismo revolucionario y del anarquismo, que propiciaron la acción directa de los trabajadores urbanos y la toma de tierras por parte de los campesinos. El anarquismo también fue muy influyente entre los artesanos y campesinos españoles de la época. Socialistas revolucionarios y anarquistas, aunque no estaban de acuerdo entre ellos en varias cuestiones importantes, proponían la expropiación de los capitalistas, la destrucción del sistema político vigente y la instalación de un poder popular. Se explica, entonces, que la agitación social alarmara seriamente a los grandes propietarios y a la clase dirigente de ambos países, que advirtieron una situación prerrevolucionaria. Otra circunstancia común a estos países fue el descontento de los sectores de las clases medias, que también vieron empeorar su situación material. En este caso se sumaron los temores al avance del gran capitalismo –que parecía querer liquidar a la pequeña propiedady de los movimientos revolucionarios, que también proponían una supresión de la propiedad privada. Las clases medias sufrieron además la frustración de la derrota en la guerra, que fue vivida como una humillación y una postergación de las aspiraciones nacionales. Agreguemos que, tanto en Italia como en Alemania, los partidos políticos tradicionales no lograron resolver los problemas ni estabilizar el sistema político. Un poco más adelante daremos datos más precisos sobre este tema. Estas fueron, entonces, las circunstancias propicias para el surgimiento de los fascismos: crisis económica, intensa movilización de obreros y campesinos, difusión de las ideas revolucionarias entre ellos, frustración y temor de las clases medias, fracaso de los partidos políticos tradicionales, alarma de las clases propietarias y dirigentes. Fascistas marchando La ideología y el comportamiento político La ideología de los fascismos estaba integrada por una serie de rechazos y de adhesiones. Fascistas, nazis y franquistas rechazaban por igual al modelo político de las democracias burguesas y a las corrientes socialistas (de todos los matices, desde la socialdemocracia al anarquismo) que pretendían modificarlo. Eran profundamente antiliberales y antisocialistas. Por eso, aunque Mussolini y Hitler llegaron al poder a través de los mecanismos políticos normales, una vez en el gobierno suprimieron las instituciones y las libertades consagradas en los sistemas liberales (las libertades de prensa, de reunión, de huelga, de asociación, por ejemplo), persiguieron al movimiento socialista y reprimieron cualquier actividad independiente de los trabajadores y la ciudadanía en general. Los nazis agregaron una orientación especialmente repudiable: el racismo, concretamente el antisemitismo, que tradujeron en una aberrante política de ‘limpieza racial’ que produjo varios millones de víctimas. No fueron sólo los judíos los perseguidos, también otros grupos fueron víctimas del rechazo fascista: los gitanos, los homosexuales y los disidentes políticos de cualquier orientación, que debieron ocultarse, salir del país o perecer. El ingrediente racista fue bastante más limitado en el fascismo italiano, aunque también se cobró sus víctimas. Así como compartían una serie de rechazos, los fascistas compartían algunas adhesiones: la exaltación nacionalista, el colocar al Estado sobre las clases sociales. el identificar su destino nacional en la figura del líder (Mussonili, ‘il Duce’, y Hitler, ‘Der Fürher’, palabras que en sus respectivos idiomas significan ‘guía’ o ‘conductor’). Los fascismos italiano y alemán sostenían poseer rasgos de superioridad que los distinguían de otros pueblos: en el caso de Italia era el pasado imperial (en referencia al lejano Imperio Romano de la Antigüedad); 157 los nazis, por su parte, apelaron a la ‘superioridad de la raza aria’ a la que presuntamente pertenecían. En el caso de Franco (el Generalísimo), la justificación de su régimen fue la defensa del catolicismo, al que vio a punto de perecer por el embate de los ‘rojos’. Otro elemento compartido por Mussolini y Hitler es que llegaron al poder en medio de sonoros llamados a transformar radicalmente la sociedad, aunque una vez en el gobierno consolidaron el poder de los grandes propietarios; los nazis, incluso, eliminaron a las SA, una agrupación paramilitar que integró el movimiento en sus primeros años y que pretendía llevar los cambios económicos y sociales más allá de lo que Hitler estaba dispuesto. Distinta fue la situación de Franco, que en la guerra civil de España se alzó en armas contra un proceso revolucionario en marcha y para combatirlo alzó valores tradicionales. Las ideas nazi-fascistas se tradujeron en formas concretas de actividad política: La práctica de la violencia callejera por parte de bandas integradas por civiles uniformados y organizados militarmente. Este recurso fue usado por los partidarios de Mussolini y de Hitler desde el origen de sus movimientos y esta forma de acción es la que les abrió el camino hacia el poder. El ataque físico a todo lo que identificaban como enemigo (locales partidarios y de organizaciones diversas, periódicos, símbolos y personas), que ambos movimiento llevaron a cabo antes de llegar al gobierno con la complacencia de las autoridades, que ‘hacían la vista gorda’ ante sus ataques. En más de una ocasión los ataques fascistas culminaron en asesinatos. En el campo y la ciudad, sus empresas represivas también fueron apoyadas por las organizaciones empresarias, que vieron en ellas un recurso eficaz contra el avance de las fuerzas de izquierda. Las movilizaciones de masas y las grandes concentraciones, con una escenografía minuciosamente planificada, en la que 158 ocupaba un lugar central la exaltación de la figura del líder. Hasta algunas circunstancias internacionales fueron aprovechadas para exaltar al régimen nazi y al ‘Fürher’: así ocurrió en las Olimpiadas de 1936, celebradas en Berlín, que dieron ocasionan al régimen para desplegar ante el mundo toda su vocación teatral. Una vez en el gobierno, ambos movimientos desplegaron una intensa actividad propagandística para ampliar su base social: a ese fin sirvieron el sistema educativo y la prensa, férreamente controlados, a través de los cuales sólo se oían los argumentos del régimen. Los fascismos se ocuparon especialmente del adoctrinamiento de la juventud, a la que organizaron de diversas maneras. Antes y después de su llegada al poder los fascismos hicieron gala de su gusto por los uniformes, las banderas, símbolos y estandartes; las marchas militares y los saludos y gritos rituales; los grandes desfiles y la exaltación de la violencia, que ejercitaron como eficaz recurso de intimidación. En su momento culminante, los fascismos llevaron adelante una política exterior agresiva, que los llevó a ocupar regiones o países sobre los que reclamaban derechos. Esto fue particularmente grave en el caso de la Alemania nazi y desembocó en la Segunda Guerra Mundial (1936-39); con un poco de retraso respecto al que luego fue su socio en el conflicto, la misma política siguió Italia en algunos lugares de Europa y de África. Como veremos al referirnos a los antecedentes inmediatos de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales fueron muy permisivas ante las primeras manifestaciones del expansionismo de Hitler. Francia y Gran Bretaña se mostraron vacilantes ante las acciones internacionales del Furher, por lo que no es extraño que tampoco reaccionara la Sociedad de las Naciones en la que esos dos países ocupaban un lugar principal. El organismo internacional aplicó algunas sanciones a Mussolini cuando invadió Etiopía, aunque éstas finalmente tampoco se aplicaron. La base social Mussolini y Hitler usaron de la violencia antes de llegar al gobierno y una vez que lo alcanzaron establecieron dictaduras sumamente represivas. No hay que perder de vista, sin embargo, que sus figuras y sus políticas tuvieron un gran respaldo en amplios sectores de la población, lo que explica el crecimiento de sus actividades violentas durante muchos años y que desde el poder hayan podido embarcar a sus respectivos pueblos en aventuras bélicas que les costaron muy caras. Los que han estudiado a los fascismos están de acuerdo en sostener que su principal base de apoyo social fueron las clases medias y medias bajas. Aunque entre sus adherentes no faltaron los campesinos pobres y algunos sectores obreros, su sustento estaba en las capas medias. Tanto Mussolini como Hitler procedían de este sector social y supieron interpretar sus frustraciones y expectativas. Por eso los grupos de choque fascistas estaban compuestos de jóvenes de clase media, especialmente estudiantes universitarios, atraídos por el activismo político; a ellos hay agregar muchos ex oficiales militares, y funcionarios medios y superiores, cuyos temores los orientaron hacia los movimientos autoritarios de derecha (aunque su fundador hubiera pasado por el Partido Socialista, como era el caso de Mussolini, o el movimiento incluyera en su nombre el aditamento de ‘socialista’, como ocurría con el fundado por Hitler). Esos grupos adhirieron a los fascismos por dos motivos: su temor al ascenso de la clase obrera (que tanto en Italia como en Alemania protagonizó jornadas de luchas muy importantes en los años posteriores a la primera guerra mundial) y la frustración de la derrota (en el caso de Alemania) o de no haber conseguido sus objetivos nacionales a pesar de pertenecer al bando vencedor (como ocurrió en Italia). Sin embargo, si los temores al socialismo y las frustraciones de la guerra explican el surgimiento de los fascismos, lo que contribuyó poderosamente a su consolidación fue la Gran Depresión, iniciada en Estados Unidos en 1929. Esta crisis generó una gran desocupación y reactivó todas las ansiedades que habían sido relativamente olvidadas durante los ‘años locos’, que en Alemania duraron cuatro años, a partir de 1925. Esto tuvo un efecto político: a medida que se hacían más evidentes los efectos de la crisis aumentaban los votos que obtenían los nazis, que se habían organizado como partido político. Gracias a la Gran Depresión, Hitler pasó de ser un político marginal al dominador de Alemania. En 1933 fue nombrado cancille, es decir, primer ministro; en los siguientes doce años dirigió la vida de su país y la política que adoptó conmovió a todo el mundo. El saludo de los dictadores Mussolini y Hitler 159 EL RECORRIDO DE LOS FFASCISMOS: ASCISMOS: DE LA AGIT ACIÓN CALLEJERA AGITACIÓN AL CONTROL DEL EST ADO ESTADO Los fascismos, el italiano y luego el alemán, tuvieron un origen similar: nacieron como grupos de choque formados por civiles que actuaron violentamente contra los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales de izquierda. En este aspecto, sirvieron objetivamente a los intereses de los industriales y a los grandes terratenientes, que soportaban una intensa movilización de los trabajadores en el campo y la ciudad. Haciendo uso de la fuerza los fascistas enfrentaron a los trabajadores en huelga, reemplazándolos en el trabajo y agrediendo a dirigentes y activistas. Más tarde los grupos fascistas se organizaron como partidos políticos y obtuvieron alguna representación en sus respectivos parlamentos; como hemos dicho, su influencia creció a medida que aumentaba la crisis política, económica y social. Finalmente, sus líderes fueron llamados a dirigir los respectivos gobiernos; primero Mussolini, varios años después Hitler. En esta función, Il Duce y Der Fürher terminaron asociándose en la guerra, que el segundo de ellos había desencadenado en 1939 al invadir a Polonia. Seguidamente, veremos con algún detalle el recorrido que llevó a cada uno de los fascismos de la agitación callejera al control del Estado. Cartel de propaganda fascista 160 Italia, del “Bienio Rojo’ al ascenso de Mussolini El fascismo, propiamente dicho, nació en Italia en 1919, cuando se creó en Milán el primero de los ‘Fasci italiani di combattimento’. Benito Mussolini (1883-1945), su fundador, había pertenecido al Partido Socialista Italiano en el cual llegó a dirigir el periódico partidario; fue expulsado en 1914 por abogar por la entrada en la guerra, a lo que su partido se oponía. Desde el principio, el fascismo más que por su doctrina se caracterizó por su actuación pública tumultuosa y su organización paramilitar. El elemento más distintivo eran las camisas negras que lucían sus militantes. En los años siguientes el número de ‘fascios’ creció constantemente: en 1920 eran 108, con un total de 30.000 afiliados; al año siguiente sumaban 830 y 250.000, respectivamente; en 1927 los adherentes eran 938.000, los que ascendían en 1939 a más de 2.600.000. En 1920 y 1921 Italia atravesó un momento de gran agitación social: fue el llamado ‘bienio rojo’, en el que las luchas obreras llegaron a un punto culminante en las grandes fábricas del norte, entre ellas la de automóviles Fiat, en Milán. En varias fábricas importantes se constituyeron consejos obreros que llegaron a asumir la dirección de la producción; al mismo tiempo se sucedían la ocupación de fincas agrícolas en distintos puntos del país. Las fascistas practicaron entonces la violencia ‘al servicio del orden’: atacaron a participantes en manifestaciones obreras, asaltaron y destruyeron locales de diarios y comités socialistas, encabezaban marchas de protesta ‘patriótica’. De esa manera sembraron el terror en los pueblos y ciudades italianos, calculándose que sólo en 1921 murieron más de 500 personas como resultado de sus agresiones. Otra característica de esos años era la existencia de gobiernos frágiles, inestables, que no lograban consolidarse en el poder. En noviembre de 1921 se formó el Partido Nacional Fascista, que reforzó su acercamiento a las organizaciones patronales de la industria y el agro. Durante el año siguiente las acciones fascistas se multiplicaron en lo que constituyó un avance decidido hacia la toma del poder. 1922 fue el año de las ‘marchas’ sobre varias ciudades importantes: grandes concentraciones de fascistas uniformados y armados, que desfilaban y terminaron ocupando las sedes de los gobiernos locales y expulsando a las autoridades. En esos hechos, que fueron acompañados de la teatralidad propia de los ‘brigadistas’ fascistas, no faltaron los actos de violencia y la agresiones personales. Finalmente, el 28 de octubre se inició la marcha sobre Roma, de la que participaron más de 26.000 ‘camisas negras’. En términos militares fue un hecho intrascendente, sin embargo, dos días después Mussolini fue llamado por el rey Víctor Manuel III a formar gobierno. Aunque se trataba por el momento de un gobierno de coalición, Mussolini se había convertido en jefe del gobierno, cargo en que se mantendría durante veintiún años, ampliando cada vez más sus atribuciones. Al día siguiente, miles de fascistas armados volvían a desfilar en Roma. Los tres años siguientes fueron una etapa de transición. Desde el punto de vista político se mantuvo una aparente normalidad institucional: el Parlamento siguió funcionando, lo mismo que los partidos políticos, los sindicatos y la prensa; la economía fue dirigida con una orientación liberal, lográndose un crecimiento económico, especialmente en la industria, a costa de un aumento de la inflación. En política internacional Italia dejó constancia de su deseo de modificar el orden establecido en 1919 y tuvo algunos gestos agresivos que anunciaban la política ‘imperial’ posterior. A fines de 1922 se creó el Gran Consejo Fascista, integrado por 22 miembros, como órgano de consulta del Parlamento; a comienzos del año siguiente la Milicia Fascista –un cuerpo armado del Partido Fascista- fue legalizada, constituyéndose en un ejército paralelo encargado de la defensa del Estado. Estas últimas medidas anunciaban el avance hacia el régimen de partido único y la dictadura personal. En ‘El gran dictador’ Chaplin caracariturizó a Hitler 161 A partir de 1925 comenzó verdaderamente el régimen fascista, que Mussolini sintetizó con estas palabras: ‘Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado’. En adelante, el sistema político se caracterizaría por la concentración del poder en la persona de Il Duce, que controlaba simultáneamente al partido y al Estado, y la eliminación de toda oposición. Además de la represión a los opositores –que fueron detenidos, ejecutados, asesinados, debieron exiliarse o sufrieron confinamiento en lugares aislados- toda la sociedad fue sometida a un estricto encuadramiento ideológico a través de una propaganda intensa y persistente, la participación en grandes movilizaciones y la pertenencia a distintos organismos controlados desde el poder. En lo económico y social el Estado adoptó un rol prominente, desarrollando una política protectora de los asalariados y la planificación de la economía; empresarios y trabajadores fueron integrados en corporaciones, también controladas por el gobierno. La política exterior se caracterizó por su carácter agresivo y una vocación expansiva que se manifestaría posteriormente a través de la ocupación violenta de algunos países de Europa y África. No es fácil resumir en pocos renglones los diversos aspectos de este sistema totalitario, caracterizado por el culto a la persona de Mussolini, el adoctrinamiento y la preparación militar de niños y jóvenes, el estricto control de los medios de comunicación la subordinación de todas las actividades artísticas y culturales al servicio del régimen. Digamos, solamente, que el fascismo alcanzó algunos logros importantes en la economía –sin resolver graves problemas como el atraso crónico del sur del país- y favoreció a los trabajadores, logrando durante muchos años un incuestionable apoyo popular. Alemania: de la República de Weimar al ascenso de Hitler En el Imperio Alemán la derrota en la guerra produjo la insurrección popular, que ocasionó el fin de la monarquía y el establecimiento de una república. La llamada ‘República de Weimar’ fue un régimen parlamentario, que funcionó entre noviembre de 1918 y enero de 1933. Su nombre proviene de una pequeña ciudad alemana, en la que en enero de 1919 se reunió la asamblea que dictó la constitución que habría de regir a la naciente república. El nuevo régimen nació en medio de intensas agitaciones sociales: imitando a los rusos, al finalizar la guerra los obreros socialistas formaron soviets en varias ciudades importantes del país. En este caso, la represión fue terrible: el gobierno contragolpeó rápidamente y utilizó al ejército derrotado para aplastar la rebelión popular; los principales dirigentes revolucionarios –Rosa Luxemburgo y Karl Liebnechkt- fueron asesinados junto con numerosos trabajadores. Con ello, se frustraron las expectativas de los bolcheviques rusos y de los socialistas revolucionarios alemanes de que el socialismo triunfaría en Alemania y se extendería al resto de Europa. Una marcha de los nazis 162 En varios aspectos, la república fue una continuación del Imperio. El Presidente, por ejemplo, estaba dotado de poderes tan amplios que los contemporáneos se referían a él como ‘casi un emperador’. Instituciones importantes como el Ejército y el Poder Judicial siguieron en manos de los oficiales y los jueces imperiales; se trataba, de fuerzas armadas y tribunales con un profundo sentimiento antirrepublicano y que miraban con antipatía al nuevo Estado al que debían servir. Los militares pertenecían, en general, a la alta burguesía y los grandes propietarios rurales prusianos; no es extraño, entonces, que estuvieran molestos ante el régimen de partidos políticos y añoraran el pasado. Tampoco ocultaban demasiado su rechazo a la República y a su Constitución. En esa época, Alemania era un país con una industria importante, lo mismo que su movimiento obrero. Durante la República de Weimar se buscó la colaboración entre patrones y obreros. En el nuevo régimen tuvo un papel importante el Partido Socialdemócrata Alemán, cuyo principal dirigente, el tipógrafo Friedrich Ebert, fue el primer presidente de la República. Los socialdemócratas alemanes se comprometieron a frenar la revolución, a cambio del reconocimiento de derechos a los trabajadores; en lugar de la ‘lucha de clases’ trabajaron por la ‘cooperación social’, imaginando la posibilidad de conciliar los intereses de trabajadores y empresarios, mejorar la situación obrera y establecer un régimen democrático estable. Las etapas de la República de Weimar Los años de la República de Weimar muestran un recorrido de la ilusión al desencanto, de las expectativas de cambio social por una vía pacífica a la renovación de la crisis y, finalmente, al establecimiento de la feroz dictadura nacionalsocialista. Los de la República de Weimar fueron apenas catorce años muy intensos, en los que Alemania pasó por distintos momentos: La recuperación de la posguerra y el intento de establecer un ‘Estado de Bienestar’ (1918-1923). En este aspecto la Constitución de la República de Weimar fue muy novedosa para su época: reconoció el ‘derecho al trabajo’ y la dignificación del mismo, además de sostener la función social de la propiedad. También reconoció el derecho a una habitación sana y a que la población campesina contara con una porción de tierra ajustada a las necesidades del grupo familiar. Finalmente, reconoció al Estado la facultad de expropiar tierras, a fin de favorecer la colonización y el desarrollo de la agricultura. De la prosperidad artificial (1924-1929). Durante esos años la economía alemana tuvo una recuperación relativa y la República disfrutó de cierta estabilidad. Reinó una cooperación entre los sindicatos y las patronales y los tribunales laborales buscaron la conciliación entre las partes, en los casos conflictivos. De la Gran Depresión al nacionalsocialismo (1929-1933). La crisis desmoronó todo este sistema de conciliación de clases: el desempleo creció vertiginosamente y con él, las protestas y movilizaciones sociales. En el aspecto político esto se reflejó en una profunda inestabilidad. Hitler saludado por sus partidarios 163 A partir de 1930 la República de Weimar se encontraba en una crisis final: desprestigiada, incapaz de establecer un régimen político estable y de resolver los graves problemas económicos y sociales. Paralelamente, crecía el Partido Nazi, con el apoyo de las clases dirigentes tradicionales (cuyo poder no había sido eliminado después de 1918) y del Ejército, temerosos de las consecuencias sociales de la crisis. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los obreros seguían fieles al Partido Socialdemócrata Alemán y al más joven Partido Comunista, y en ellos habían renacido los proyectos de revolución. Adolfo Hitler: de la política marginal al control del Estado Como el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán fue un producto de las condiciones de la primera posguerra: la profunda crisis económica, el crecimiento de las corrientes revolucionarias en el movimiento obrero, los temores de las clases medias y de los grandes propietarios, las frustraciones de muchos sectores del país ante el descalabro bélico y las humillaciones impuestas por los vencedores de la guerra de 1914-1918 a la derrotada Alemania. En el caso del nazismo fue fundamental el impacto de la crisis económica mundial iniciada en 1929, que aceleró el descreimiento en la República de Weimar e hizo crecer las expectativas en las propuestas nacionalistas y autoritarias del nazismo. Hay autores que critican fuertemente a la socialdemocracia alemana: ésta –sostienentrabajó por la desmovilización de los trabajadores e hizo crecer las expectativas de un cambio en paz; esta circunstancia favoreció, en definitiva, el crecimiento del partido nazi. Hitler y seguidores 164 El curso de los fascismos italiano y alemán fue en gran medida paralelo y sus formas de acción, muy parecidas; también fueron similares sus bases sociales y sus apoyos por parte de las clases dirigentes; en el caso de los nazis, los grandes magnates de la industria alemana. Mussolini fue el primero en alcanzar el poder y Hitler, que reconoció su admiración por el italiano, siguió sus pasos once años más tarde. Otra semejanza entre ambos movimientos fue la tolerancia de los grupos dirigentes ante los fascismos, en los que vieron, en definitiva, un instrumento útil a sus intereses; por eso Il Duce y Der Fürher llegaron legalmente al gobierno y desde allí desmantelaron las instituciones democráticas y establecieron férreas dictaduras, con el apoyo de los ejércitos de sus países y de los grandes grupos propietarios de los mismos. Hitler (1889-1945) era hijo de un oficial del servicio imperial de aduanas. Estudiante mediocre, pintor frustrado, joven casi indigente, trabajador manual a pesar suyo (pintor de brocha gorda) se ha querido encontrar en estas circunstancias de su vida la raíz de su compleja psicología. Si esto es suficiente para comprender las razones de su profundo resentimiento personal, no alcanza, sin embargo, para explicar su éxito político, que sólo se entiende -como ya hemos dicho- conociendo las complejas circunstancias de la Alemania de su tiempo. Sirvió como voluntario en la Primera Guerra Mundial, en la que obtuvo el grado de sargento y fue condecorado en dos oportunidades. Después de su baja se dedicó a la política, acercándose al pequeño Partido Obrero Alemán. Era un grupo minúsculo, fuertemente autoritario, cultor de la violencia y que reclamaba revancha por la derrota alemana en la guerra. Sus integrante eran, en su mayoría, desocupados y marginales, en muchos casos ex combatientes alejados de la actividad productiva y que sobrevivían como podían. Los que habían sido obreros estaban alejados de sus compañeros, sus sindicatos y los partidos políticos que asumían su representación, hacia los que no tenían ninguna simpatía. Estos marginales formaron las SA, un grupo de choque uniformado, que en los años ’20 y comienzos de los ’30 se ocupó en apalear y matar obreros socialistas y comunistas. A este grupo se sumó Hitler, el que luego lo transformó en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán o Partido Nazi, por las siglas de ‘nacionalsocialismo’ en su idioma original. republicano establecido a fines de 1918 era el verdadero criminal y que el suyo había sido un intento de restaurar el honor alemán. Desde entonces los nazis renunciaron a repetir la experiencia golpista, aunque las SA continuaron ejercitándose en el apaleamiento de sindicalistas, socialistas y comunistas. El Partido Nazi, en tanto, sólo recogía un pequeño porcentaje de los votos, hasta que la crisis de 1929 vino en su auxilio. Al aumentar la desocupación y extenderse la desilusión por la República de Weimar, el peso político nazi fue en constante aumento. En enero de 1933 Adolfo Hitler fue nombrado canciller. En febrero se produjo el incendio del Reichstag, el monumental edificio del Parlamento Alemán. Los nazis, que controlaban el parlamento, denunciaron ‘un complot terrorista’ e hicieron promulgar leyes ‘para la defensa del pueblo y del Estado’. Con ellas, Hitler acumuló un enorme poder. Ejerciendo el mismo disolviö los partidos polïticos y confiscö sus fondos y locales. El verdadero drama del nazismo estaba por comenzar. En 1923 Hitler intentó un golpe de Estado en Munich, cuyo fracaso le costó varios meses de prisión. Sin embargo, la justicia de la República de Weimar (recuerden lo que hemos dicho de estos jueces) estuvo muy tolerante con él; Hitler, por su parte, se mostró arrogante: afirmó que no había cometido ningún delito, que el gobierno Hasta los sellos postales sirvieron a la propaganda del nazismo 165 ‘La noche de los cuchillos largos’ Una vez en el poder, el número de adherentes del Partido Nazi aumentó enormemente. También se produjo una depuración interna, a través de la cual ‘Der Fürher’ (Hitler) se liberó de las SA, el grupo de choque que lo había acompañado desde sus primeros momentos y cuya presencia ahora le resultaba molesta. El recurso fue sencillo: el asesinato de más de 85 personas (aunque hay quienes estiman un número mucho más alto) y la supresión de esta fuerza de choque. El episodio ocurrió entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934. ¿Cuál fue la causa del mismo? Se ha señalado que los integrantes de las SA eran el ala ‘bastarda’ del nazismo, y que sus componentes – exageradamente aficionados a las acciones violentas- tenían al mismo tiempo expectativas de cambio social y económico, que iban mucho más allá de lo que Hitler (y los sectores que apoyaron su ascenso) quería; también pretendían controlar el aparato militar, lo que originó reacciones en la aristocrática oficialidad alemana. Después de ‘la noche de los cuchillos largos’, el nazismo abandonó su discurso de la ‘revolución nacionalsocialista’. Respecto a las fuerzas represivas, las SS proveyó al Estado de cuadros que aceptaron los límites del régimen y la GESTAPO desempeñó las funciones de policía política. Las SS, fuerzas de choque del nazismo, reemplaron a las molestas SA 166 Los otros fascismos El fascismo tuvo simpatizantes en diversos países del mundo. En Europa, por ejemplo, hubo partidos y grupos políticos fascistas, de menor o mayor envergadura: así ocurrió en España, Austria, Hungría y Rumania, donde alcanzaron cierta importancia; en algún caso controlaron el poder durante algunos años. También hubo grupos fascistas menos influyentes en Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, Grecia, Polonia, los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania), Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Holanda, los países escandinavos (Suecia, Noruega, Dinamarca) y Finlandia. Todos estos movimientos compartieron varios aspectos formales: su gusto por los uniformes, las banderas, los símbolos, las marchas y desfiles, su intento de extender su influencia entre los jóvenes y los trabajadores; casi todos ellos tuvieron tropas de asalto y fueron aficionados a la violencia callejera. Sin embargo, estuvieron lejos de ser totalmente homogéneos y se diferenciaron en varios aspectos importantes que no podemos tratar aquí. Como veremos un poco más adelante, las fascismos también tuvieron admiradores e imitadores en América Latina. LA GRAN DEPRESIÓN El 24 de octubre de 1929 se produjo una fuerte caída de las acciones en la Bolsa de Valores de Nueva York, la que repercutió de inmediato en las principales bolsas del mundo. Comenzó así lo que se llamó la Gran Depresión, cuyos efectos se harían sentir en los años siguientes en la mayoría de los países. La crisis, en realidad, no fue inesperada, por lo menos para muchos economistas que habían señalado los riesgos de la especulación sin control. Sin embargo, la magnitud de sus consecuencias no había sido prevista. El impacto fue inmediato en Estados Unidos: la demanda cayó abruptamente, lo que repercutió en el comercio y la producción. Las fábricas cerraron y multitud de trabajadores quedaron sin empleo; el campo sufrió los efectos, ya que allí también se hizo sentir la caída del consumo. La creciente importancia que había adquirido EE.UU. en la economía mundial después de la primera guerra, explica que la crisis norteamericana afectara al resto de los países. Como luego se vio claramente, el llamado ‘jueves negro’ puso fin a la era del librecambio e inauguró una nueva etapa en las relaciones económicas internacionales. En términos humanos, la Gran Depresión afectó a mucha gente, de diversas condiciones sociales: grandes y pequeños inversores, industriales y productores rurales, comerciantes de distinto nivel; sin embargo, como siempre ocurre, los más afectados fueron los asalariados (obreros y empleados), que perdieron sus trabajos, su única fuente de ingreso. En EE.UU. y los países capitalistas más desarrollados se hizo habitual ver largas colas de desocupados esperando la ayuda social; también era frecuente el espectáculo de trabajadores deprimidos o de otros que protestaron airadamente por una situación de la que no eran responsables. Se hicieron habituales las huelgas, concentraciones y otras formas de protesta social en todos los países capitalistas. Su impacto en las economías de América Latina y el Caribe fue sumamente importante. La Gran Depresión alteró las condiciones internas de las economías de los países centrales y, como consecuencia de ello, modificó sus relaciones comerciales y financieras con el resto del mundo: disminuyeron sus compras al exterior, dejaron de exportar capitales, repatriaron inversiones que habían realizado afuera. El impacto fue muy fuerte en los países periféricos, donde tampoco se habían atendido las voces de alarma que marcaban los riesgos de una prosperidad basada esencialmente en la exportación de productos primarios. El economista británico Keynes ofreció una receta para salir de la crisis económica El presidente norteamericano Roosevelt, en la foto, la aplicó en su país 167 En 1932, por ejemplo, la crisis estaba en su pico en EE.UU., donde había muchos millones de desocupados. Ese año, una inmensa manifestación de cientos de miles de desempleados marchó sobre Washington y acampó en la avenida Pennsylvania, frente a la Casa Blanca. El presidente Hoover mandó reprimirlos con el ejército. Fue el fin de su gobierno. Dos meses después arrasaba en las elecciones presidenciales el candidato demócrata Franklin Delano Roosevelt. Como veremos un poco más adelante, este presidente supo encontrar una salida inmediata a la crisis; la segunda guerra mundial, algunos años después, haría el resto. La Gran Depresión también tuvo rápidos efectos políticos: muchos sectores de las clases medias frustradas apoyaron a nuevas corrientes que proponían salidas autoritarias de derecha. De esa manera crecieron el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania; sus pintorescos líderes, Mussolini y Hitler, entusiasmaban a las multitudes. Entre los trabajadores, más inclinados hacia el socialismo, creció la influencia de corrientes revolucionarias que se apartaban de la socialdemocracia y volvían a proponer la toma del poder y la destrucción del capitalismo. Con la crisis económica, los choques entre ‘derechas’ e ‘izquierdas’ se intensificaron en todo el mundo: las derechas fueron profundamente anticomunistas y las izquierdas, fuertemente antifascistas. La Guerra Civil Española (19361939) fue una muestra de hasta dónde podía llegar ese enfrentamiento. América Latina y el Caribe no fueron ajenos a las luchas entre derechas e izquierdas, que en nuestro país, por ejemplo, fueron muy evidentes, como verás en el último capítulo de este libro. Cola de desocupados en Estados Unidos, durante la Gran Depresión 168 Una propuesta para salir de la crisis: John Maynard Keynes Quien propuso una receta para salir de la crisis fue el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), que sin embargo encontró grandes resistencias en su país. Keynes veía que la única salida era la intervención del Estado en la economía para resolver el drama del desempleo. Ante la ceguera de los políticos conservadores, los increpaba como ‘incapaces de distinguir las nuevas medidas para salvaguardar el capitalismo de lo que ellos llaman bolchevismo’. Sus medidas comenzarían a implementarse a fines de 1932, primero en Suecia y luego en los Estados Unidos, con el New Deal de Roosevelt. Las propuestas de Keynes representaron una corrección al sistema capitalista liberal, que sostenía la autorregulación de la economía, la ‘mano invisible del mercado’, y rechazaba la intervención estatal. El papel asignado al Estado en el campo económico frente al tradicional “laissez faire”, fue su aporte más importante y una receta que se aplicó exitosamente frente a la Gran Depresión. Como podrás comprobar leyendo los párrafos que siguen, Keynes no era socialista ni enemigo del capitalismo: sólo quería contribuir a que este sistema enfrentara la grave crisis, luego de lo cual, sostenía, volvería a funcionar ‘normalmente’: ‘Aunque mi teoría apunta la importancia vital de atribuir a los organismos centrales ciertos poderes de dirección hoy confiados en su mayor parte a la iniciativa privada, le reconoce un amplio dominio de la actividad económica. En lo que concierne a la propensión al consumo, el Estado se verá obligado a ejercer sobre ella una acción directa por su política fiscal a través de la determinación de la tasa de interés y quizá también por otros medios. En cuanto a los flujos de inversión, parece poco probable que la influencia de la política bancaria sobre la tasa de interés baste para llevarlos a su nivel óptimo. También pienso que una muy amplia socialización de la inversión se revelará como el único medio de asegurar la proximidad al pleno empleo, lo que no implica excluir los compromisos y fórmulas de todas clases que permitan al Estado cooperar con la iniciativa privada. Pero al margen de lo dicho, no hay razón alguna que justifique un socialismo de Estado abarcando la mayor parte de la vida económica de la comunidad las medidas de socialización pueden, por lo demás, ser aplicadas de un modo gradual y sin trastornar las tradiciones generales de la sociedad [...]. Pero tan pronto como los organismos centrales hayan conseguido restablecer un régimen de producción que se corresponda con una situación lo más cercana posible al pleno empleo, la teoría clásica volverá a tener vigencia [...]. La existencia de organismos centrales de dirección necesarios para asegurar el pleno empleo, acarreará, como es de suponer, una amplia extensión de las funciones tradicionales del Estado. Por otro lado, la teoría clásica moderna ha llamado la atención sobre los diversos casos en los que puede ser necesario moderar o dirigir el libre juego de las fuerzas económicas. Sin embargo, no subsistirá un amplio dominio sobre ellas, al menos allí donde la iniciativa y las responsabilidades privadas puedan ejercerse. En este contexto, las ventajas tradicionales del individualismo conservarán todo su valor… El aumento de la esfera de competencias estatales, imprescindible para el ajuste recíproco de la propensión al consumo y al estímulo a la inversión, parecería a un tratadista del siglo XIX o a un financiero americano de hoy una flagrante violación de los principios individualistas. Y, sin embargo, esa ampliación de funciones se nos muestra no sólo como el único medio de evitar una completa destrucción de las instituciones económicas actuales, sino como la condición de una práctica acertada de la iniciativa privada». Keynes, J.M.: Teoría general del empleo, el interés y el dinero, Payot, París, 1936, pp. 391 y ss. El ‘New Deal’ Siguiendo las propuestas de Keynes, el gobierno de Franklin Delano Roosevelt (presidente de EE.UU. entre 1933 y 1945) puso en marcha un nuevo plan económico: el New Deal (Nuevo Trato). Abandonando las políticas económicas tradicionales en su país, promovió la intervención del Estado para sacar a la economía del estancamiento y para paliar los efectos sociales de la crisis. Impulsó medidas económicas que incluían cierta intervención planificadora del Estado: la reforma agraria, la Ley de Reconstrucción Industrial y la creación de la Autoridad del Valle del Tennessee, que suponía un ambicioso programa de obras públicas. Todas estas medidas fueron tomadas en 1933, al principio de su gobierno. En 1935-36 reguló las relaciones laborales a favor de los trabajadores, garantizó la libertad sindical, creó pensiones de paro, jubilación e invalidez, instauró la semana laboral de 40 horas y el salario mínimo, medidas de tipo social ajenas al tradicional liberalismo norteamericano. El gobierno de Roosevelt montó un gigantesco programa de obras públicas y abrió oficinas federales de empleo a lo largo de todo el país; cientos de miles de personas fueron ocupadas por el Estado. En un par de años se construyó toda la red de carreteras que aún hoy cruza los Estados Unidos; también se hicieron obras de infraestructura gigantescas, como la central hidroeléctrica del Valle del Tennessee. De esta manera el desempleo se redujo en forma espectacular, reanimando la economía. Algunas de estas medidas fueron declaradas anticonstitucionales por la Suprema Corte de Justicia de EE.UU. A pesar del New Deal, la recuperación de la crisis fue muy lenta y aunque comenzó a partir de 1933, sus efectos más importantes no tendrían lugar sino hasta 1939, justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial. En este caso, lo que dinamizó la economía fue el desarrollo de la industria armamentista, con lo que la guerra fue la verdadera salida para la crisis. 169 LA GUERRA CIVIL ESP AÑOLA ESPAÑOLA El siglo XIX fue testigo de la decadencia de España. El país, que durante los siglos XVI y XVII había sido el centro del imperio más importante de Europa, completó en esa centuria su decadencia. En el aspecto político fueron permanentes las luchas entre conservadores y liberales, y creció la intervención de los militares; en esto, nuestra antigua metrópolis se pareció bastante a las que fuimos sus colonias. Desde el punto de vista económico, en el primer tercio del siglo pasado España era un país atrasado, con una industria sumamente débil y un régimen agrícola con muchas reminiscencias feudales: la propiedad de la tierra estaba concentrada en unas pocas familias señoriales, en tanto que los campesinos estaban sometidos a una condición casi servil. Durante el reinado de Alfonso XIII (18861931), en 1923 se estableció una dictadura de tipo fascistas encabezada por José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), líder de la Falange Española. A pesar del autoritarismo del régimen, en 1931 el rey debió abdicar y se estableció la Segunda República Española. En 1936, Primo de Rivera fue condenado y ejecutado por conspiración y rebelión militar durante los primeros meses de la guerra civil que se desencadenó. Su imagen fue honrada durante la dictadura franquista como un mártir; allí, y en diversos países de América Latina, se rindió culto a ‘José Antonio’, considerado un cruzado en la lucha contra el liberalismo y el comunismo. La Segunda República (1931-1939) La segunda -y última- experiencia republicana en España tuvo una vida corta y alternativas dramáticas. En esos años se renovó la vieja lucha entre liberales y conservadores, a los que agregaron su considerable fuerza las organizaciones de obreros y campesinos que pugnaban por cambios económicos y sociales que fueran más allá de las reformas meramente políticas. En 1931 se aprobó la Constitución de la República Española, cuyos aspectos más destacados eran los siguientes: El principio de igualdad de los españoles ante la Ley, al proclamar a España como ‘una república de trabajadores de toda clase’. El principio de laicidad, por el que se iba más allá de la mera separación entre la Iglesia y el Estado para adentrarse en un ámbito de total eliminación de la religión de la vida política. El principio de elección y movilidad de todos los cargos públicos, incluido el Jefe del Estado. El principio monocameral, que suponía la eliminación de una segunda Cámara aristocrática o de estamentos privilegiados y por el cual el poder legislativo sería ejercido por una sola Cámara. Se preveía la posibilidad de la realización de una expropiación forzosa de cualquier tipo de propiedad, a cambio de una indemnización, para utilización social así como la posibilidad de nacionalizar los servicios públicos. Amplia declaración de derechos y libertades. Concedía el voto desde los 23 años con sufragio universal, también femenino (el sufragio femenino se aplica por primera vez en las elecciones de 1933). Separación de la Iglesia y el Estado, además del reconocimiento del matrimonio civil y el divorcio. Alfonso XIII, rey de España 170 En un Estado como el español, estos principios constitucionales eran muy audaces y representaban un desafío a sectores sociales e instituciones que conservaban un gran poder: la nobleza (que conformaba el núcleo principal de los grandes propietarios rurales) y la Iglesia Católica, que desde el siglos atrás tenía un fuerte peso en el control de las costumbres y la educación del país. En sus primeros cinco años, el gobierno de la república española estuvo controlado, sucesivamente, por una coalición de centro izquierda, una de derechas y en 1936, nuevamente por otra coalición de izquierdas. En 1933 la derecha trató de revertir las reformas y llevó adelante una política represiva hacia el movimiento obrero; esto dio lugar tres años después al triunfo de un Frente Popular que incluía a los partidos socialista y comunista español, y que también contó con el apoyo de los anarquistas, muy combativos e influyentes en sectores de trabajadores urbanos y rurales. En este caso, la derecha española no aceptó su derrota y respondió a través de Francisco Franco, que se alzó en armas contra la república, iniciando tres años de guerra civil. La guerra civil (1936-1939) La guerra civil española fue un cruel enfrentamiento que sirvió de antesala a la Segunda Guerra Mundial. Duró tres años y costó la vida a un millón de personas. Tuvo resonancias internacionales y cada uno de los bandos contó con el apoyo activo de distintos sectores. Los republicanos tuvieron la ayuda de la URSS y de los partidos de izquierda de todo el mundo; voluntarios de muchos países fueron a combatir a España en defensa de la República, formando las Brigadas Internacionales. Los franquistas, por su parte, tuvieron la ayuda militar de Hitler y Mussolini. El bando republicano era heterogéneo: en él convivían sectores democrático-burgueses y de izquierda, en todos sus matices. Pretendían, además de conservar la república, llevar a cabo medidas de transformación social, en una España en la que estaba muy difundida la explotación, especialmente de los campesinos. La derrota de la República, en 1939, postergó por más de tres décadas las ansias de transformación social y cultural en España. La guerra también impactó en los círculos artísticos e intelectuales y en la política de los países de América Latina. Las ideas del nazifascismo tuvieron una gran difusión en nuestro continente y en nuestro país en particular, donde fueron adoptadas por círculos de la extrema derecha. También influyeron en las fuerzas armadas y, en varios casos, fueron la ideología de los golpes de Estado que por esos años ocurrieron en varios países. Lo mismo ocurrió con las ideas de izquierda, que influyeron en intelectuales y trabajadores latinoamericanos. De esa manera –como ocurriría poco después con la guerra mundialescritores, periodistas, políticos y gente común se dividieron ante la Guerra Civil Española, apoyando a uno u otro bando. La guerra civil en España produjo enormes sufrimientos a la población 171 AMÉRICA LA TINA Y EL CARIBE EN LOS AÑOS ’30: LATINA CRISIS DE LA ECONOMÍA Y DEL EST ADO LIBERAL ESTADO Durante la década de 1930 la economía de los países de América Latina y el Caribe sufrió un cambio fundamental. En esos años se alteró la división internacional del trabajo establecida medio siglo atrás, la que tanto influyó en estas naciones. Si el impacto inmediato fue una fuerte caída del volumen y el precio de nuestras exportaciones, la consecuencia más profunda fue la sustitución del modelo primario exportador por otro, que Aldo Ferrer ha denominado la ‘economía industrial no integrada’. El tránsito entre un modelo y otro fue consecuencia de un proceso de sustitución de importaciones, a través del cual nuestros países acentuaron considerablemente la producción local de productos industriales. Ese avance en el camino de la industrialización se había iniciado en algunos casos a fines del siglo XIX y culminaría en la segunda posguerra. El impacto de la crisis sobre las economías latinoamericanas Como sabemos, hasta 1930 la economía de nuestros países dependían de las exportaciones de materias primas. La crisis impacto directamente sobre esos productos, ya que cayeron las cantidades vendidas y con ellas, los precios. Así ocurrió, por ejemplo, en Brasil con el café, en Cuba con el azúcar, en Chile con el nitrato y en Argentina con las carnes enfriadas y congeladas. Estas modificaciones no fueron resultado de decisiones tomadas en nuestros países, sino de la crisis profunda que sufrió la economía de los países capitalistas del mundo como resultado del ‘crack’ ocurrido en la Bolsa de Valores de Nueva York a fines de 1929. En el caso de la Argentina, lo que ha sido llamado ‘crisis del 30’ (ya que fue a partir de ese año que se sintió el impacto del fenómeno neoyorquino en nuestro país) fue un producto de importación que puso en evidencia dos circunstancias muy importantes: el íntimo grado de relación de la economía mundial y la vulnerabilidad de las economías primarioexportadoras, cuyo buen funcionamiento dependía directamente de la demanda internacional. Además, la industrialización alcanzada en las tres décadas siguientes de ninguna manera fue pareja, destacándose México, Brasil y Argentina como los países que más avanzaron en el proceso de sustitución de importaciones. Los países de América Latina y el Caribe sufrieron el impacto de la crisis 172 Si bien las líneas centrales de este proceso fueron similares, los aspectos particulares variaron de un país latinoamericano o caribeño a otro. El impacto sobre las exportaciones fue diferente de acuerdo a la naturaleza de las mismas y, desde luego, a la demanda subsistente. Como ejemplo puede indicarse la situación del nitrato chileno, cuyos precios se derrumbaron, a diferencia de las carnes argentinas cuya caída no fue tan estrepitosa; en este caso, una parte de lo que se exportaba pudo volcarse al consumo interno, lo que no ocurrió con los minerales y los productos tropicales. Además, la oligarquía argentina logró mantener cierto cupo de exportación al tradicional mercado británico, realizando a cambio de ello un conjunto de concesiones que perjudicaron a otros sectores de la población. El economista Carlos Díaz Alejandro habla de una ‘lotería de mercaderías’, de la que dependió en lo inmediato la situación de cada uno de nuestros países ante la crisis. De esta manera, Chile fue el país que más vio descender sus exportaciones: alrededor de un 80%; Bolivia, Cuba, Perú y el Salvador: del 70 al 75%; Argentina, Guatemala y México: del 65 al 70%; Brasil, República Dominicana, Haití y Nicaragua: 60 al 65%; Ecuador y Honduras: 55% al 60%; Colombia, Costa Rica, Panamá y Paraguay: 50 al 55%. El país menos perjudicado fue Venezuela: entre 30 y 45%. La caída de las ventas al exterior cortó el flujo de divisas proveniente de las mismas, al mismo tiempo que se interrumpía la llegada de capitales extranjeros y, en muchos casos, las inversiones radicadas en estos países eran repatriadas. A su vez, la falta de divisas redujo inmediatamente la capacidad de importar, lo que impactó todavía más en la actividad económica interna. A nivel social, las consecuencias fueron el considerable aumento de la desocupación y un notable empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares. En Argentina, por ejemplo, la crisis de la producción agropecuaria impulsó el éxodo hacia las grandes ciudades (en especial, la Capital), con el consiguiente agravamiento del crónico problema de la vivienda popular. Igual que en Europa, el derrumbe del comercio exterior promovió la intervención de los distintos Estados de nuestra región, que adoptaron medidas para tratar de equilibrar la economía. Una de las primeras disposiciones en varios países fue el abandono del patrón oro: la libre convertibilidad de las monedas, respaldadas por la existencia de metálico. Así lo hicieron, sucesivamente, Uruguay, en abril de 1929, seguido pocos meses después por Argentina y Brasil; Venezuela (en 1930), México, Bolivia y El Salvador (1931), Colombia, Nicaragua, Costa Rica, Chile, Perú y Ecuador (1932) y Honduras (1933). También se establecieron cupos de producción para las materias primas exportables, tratando de defender los precios en el mercado internacional, y se crearon juntas reguladoras con ese fin. Además, se crearon bancos centrales en distintos países. La adopción de estas medidas significó el abandono de las reglas del liberalismo económico seguidas hasta entonces, para pasar al intervencionismo estatal. Los miembros más optimistas de los elencos dirigentes de los países de la región imaginaban que esto sería provisorio: la respuesta a una crisis pasajera, a la que seguiría el restablecimiento de ‘las condiciones normales’ de la vida económica. La realidad, sin embargo, disipó esas ilusiones, mostrando que la intervención estatal continuaría, convirtiéndose en una característica central de la vida de nuestros países durante el medio siglo siguiente. De esta manera, como consecuencia de la Gran Drepresión al Estado ‘prescindente’ de la etapa 1880-1930 sucedió un Estado ‘intervencionista’ en lo económico y social. Después de la guerra, los diversos países de Europa Occidental se preocuparon por atender las necesidades más urgentes de su población en materia de salud, educación y previsión social. Durante tres décadas se entendió que brindar estos servicios era obligación de los gobiernos; este modelo se bautizó como ‘Estado de Bienestar’ y también fue imitado en América Latina. 173 La sustitución de importaciones Uno de los aspectos de la historia latinoamericana y caribeña en el que se manifiesta con más evidencia las raíces coloniales de nuestro continente es el tardío proceso de industrialización de nuestras economías. Durante la etapa colonial, los españoles y portugueses habían adjudicado a sus dominios ultramarinos el papel de zonas productoras de metales y materias primas, y de mercados para manufacturas que tanto España como Portugal importaban de países de más desarrollo económico. De esa manera, esas metrópolis no sólo no buscaron desarrollar ninguna industria en estos países, sino que trataron de destruir aquellas manufacturas que pudieran competir con el comercio peninsular. Luego de la emancipación, la incorporación gradual de las economías exportadoras a los nuevos circuitos neo coloniales prolongó esta situación. Salvo un caso tan atípico como el Paraguay anterior a la Guerra de la Triple Alianza (18641870), con sus astilleros y sus formas incipientes de industria metalúrgica, el resto del continente compraba productos manufacturados provenientes de la Europa industrial. La llegada de inversiones y la modernización de las economías agrícolas, ganaderas y mineras, desde fines del siglo XIX, alentaron formas muy tímidas de industrialización en algunos países, de las que son muestra las pequeñas fundiciones en el Chile minero; los talleres de distintos productos destinados al consumo inmediato, las industrias alimenticias y los frigoríficos en la Argentina ganadera, y los establecimientos siderúrgicos y telares en el México posterior a la Reforma (después de 1860). De esta manera, a comienzos del siglo XX América Latina y el Caribe seguían siendo primordialmente áreas con economías extractivas orientadas a la exportación. De acuerdo a sus características naturales cada país se especializaba en algunos productos en particular: en los de clima templado, como Argentina y Uruguay, ocupaban el primer lugar las carnes vacunas y los cereales (especialmente 174 el trigo y el maíz); los de clima tropical, como los de América Central, el Caribe y Brasil, producían café, cacao, tabaco, azúcar y frutas (las bananas y las piñas, principalmente); Chile y Bolivia tenían sus recursos primordiales en el cobre y el estaño, en tanto que Ecuador, Venezuela y México contaban con el cada vez más demandado ‘oro negro’, el petróleo. Durante el siglo pasado, el esquema primarioexportador, común a toda América Latina y el Caribe, sintió el impacto de las circunstancias que interrumpieron la normalidad del comercio internacional: las dos guerras mundiales y, en medio de ellas, la Gran Depresión. Con variaciones en cada momento y en cada uno de los países, el efecto fue siempre más o menos el mismo: dificultades para vender la producción primaria y para adquirir los productos industrializados procedentes de los países centrales. La consecuencia también fue similar: la necesidad de producir internamente lo que no podía importarse llevó a la aparición (o crecimiento) de fábricas y talleres instalados en el país, que produjeron para el mercado interno. Ya en los años de la Gran Guerra (1914-1918) era apreciable en algunos países latinoamericanos el desarrollo de pequeñas industrias productoras de aquellos artículos que hasta ese momento se importaban y que ahora no llegaban a causa del conflicto. Cuando concluyó la guerra y se restableció el comercio internacional, la mayoría de estos establecimientos no sobrevivieron. La crisis económica de los años ’30 constituyó otro estímulo a nuestra industrialización: en Argentina, Brasil y México, especialmente, los capitales nativos comenzaron a expandir ciertos ramos de la industria liviana (textil, alimenticia, metalúrgica, por ejemplo), con destino al mercado interno de cada país. En este caso el efecto fue más perdurable, por dos motivos: la crisis fue seguida por la segunda guerra mundial, que permitió la consolidación de las industrias instaladas en los años anteriores; además, en los años ’40 y hasta mediados de los ’50 los gobiernos impulsaron el crecimiento de las industrias a través de políticas arancelarias, crediticias y fiscales, cosa que hasta entonces no había ocurrido. América Latina y el Caribe después de la crisis del ‘30 El desarrollo industrial no integrado Pese a sus esfuerzos, después de la crisis las oligarquías latinoamericanas no lograron revertir las condiciones de la economía mundial que, por supuesto, estaban totalmente fuera de su control. En los años ’30 no se restablecerían las anteriores reglas del juego económico: el comercio internacional ya no respondería a la filosofía del libre cambio, ya que los países centrales adoptaron un conjunto de medidas proteccionistas; los que tenían posesiones coloniales, como Gran Bretaña, privilegiaron los intercambios con esos territorios. Esta alteración en la división internacional del trabajo existente hasta entonces, repercutió en la países primario-exportadores, que de pronto vieron interrumpidas las condiciones a las que se habían habituado en el medio siglo precedente. Las industrias que surgieron (o se consolidaron) a raíz de la crisis del ’30 corresponden a los llamados ‘bienes de consumo’: productos alimenticios, fósforos, bebidas, textiles, confecciones y mobiliario doméstico; además de una multitud de pequeños talleres que fabricaban o reparaban artículos, a veces de lujo, como los carruajes, guantes, sombreros y lencería femenina; también proliferaban los talleres de imprenta. La instalación de servicios públicos – como los ferrocarriles, tranvías y servicios de energía eléctrica y de gas- fue acompañada por la aparición de talleres donde se reparaba el material utilizado, empleando piezas importadas. En la Argentina, país eminentemente agropecuario, además de las grandes industrias que procesaban la carne, los cueros, el trigo y el maíz, y elaboraban alimentos, también se fabricaron bolsas de arpillera, necesarias para la exportación de los granos. En lo interno, la incapacidad de importar por falta de divisas impulsó el proceso de sustitución de importaciones, por lo menos en México, Brasil y Argentina. En estos países se produjo un crecimiento industrial; con ello también surgió una clase obrera más numerosa y exigente, a la que los gobiernos debieron dar satisfacción. Con este cambio, la economía de esos países se diversificó y aumentó considerablemente la importancia de la producción orientada al mercado interno; Argentina, por ejemplo, que hasta entonces era un país agro-exportador, se convirtió en los tres lustros siguientes en uno agro-industrial. Los tres países mencionados contaban con cierta base previa, formada por una gran cantidad de talleres de tipo artesanal, además de pequeñas industrias que desde fines del siglo XIX se orientaban a satisfacer las necesidades más urgentes de la población; en el caso de México, algunas de estas actividades tenían una raíz colonial. Como ya hemos dicho, la interrupción de las importaciones durante la Gran Guerra había estimulado en cierta medida la producción local, que a veces no logró sobrevivir al restablecimiento del comercio en la posguerra. En cambio las industrias de bienes de producción o de capital -aquellas que producen herramientas, máquinas y productos semielaborados imprescindibles para fabricar otros bienes, es decir, ‘las industrias de industrias’faltaron casi en su totalidad. De esta manera, nuestra industrialización tuvo un carácter incompleto -‘no integrado’, según Ferrer- que mantuvo la dependencia del exterior: de allí provenían todos esos suministros, cuya provisión dependía de las divisas procedentes de las exportaciones tradicionales. A la larga, esta limitación representó un fuerte obstáculo para el avance de la economía, que trató de corregirse en la década de los ’60 en una ‘segunda etapa de sustitución de importaciones’ sobre la base de capitales externos, que no tuvo éxito. Durante quince años, aproximadamente, se intentó impulsar una segunda etapa de sustitución de importaciones, buscando hacer avanzar la siderúrgica, la petroquímica y otras industrias de base, a fin de completar el proceso de industrialización. Se trató de políticas ‘desarrollistas’, que luego fueron abandonadas desde mediados de los años ’70 y, especialmente, en los ’90. 175 América Latina: el retorno de la inestabilidad política La crisis del ’30 no sólo impacto en nuestra economía, sino que tuvo también una gran influencia sobre las ideologías y la vida política de nuestros países. A comienzos de esa década, al hecho económico se sumaron otras circunstancias externas -el ascenso del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, durante los años ’20 y ’30, además de la Guerra Civil Española (1936-1939)- para hacer del lapso comprendido entre la primera y la segunda guerra mundial un período de grandes cambios. La misma influencia tuvo la difusión del movimiento comunista internacional, nacido con la revolución bolchevique de Rusia, en 1917. Las ideas y experiencias de otras partes del mundo influyeron sobre las clases medias y los trabajadores golpeados por la crisis en nuestros países, que aumentaron sus cuestionamientos al régimen político oligárquico y a la economía capitalista, inspirándose en las propuestas de izquierda y de derecha procedentes de las potencias europeas. De esa manera, junto a la sustitución del modelo primario-exportador se produjo una profunda crisis del liberalismo político. Las críticas a las ficticias democracias existentes en nuestros países no quedaron en el terreno de las ideas: las mismas sirvieron para movilizar a las organizaciones de trabajadores, a los partidos políticos de clase media y a los militares, que comenzaron a jugar un papel muy activo en la política latinoamericana. También se produjo una ruptura del consenso dentro de los sectores conservadores, entre los cuales hubo grupos que pretendieron modificar el régimen electoral y establecer una representación de tipo corporativa en los congresos nacionales. Un buen ejemplo de esto es el proyecto fascista de José Félix Uriburu, el autor del primer golpe de Estado en la Argentina (en 1930), que pretendió modificar las reglas de la democracia liberal, aunque no tuvo éxito. Proyectos similares se dieron en otros países latinoamericanos. La crisis económica también produjo otra novedad dentro de los sectores dirigentes: el cuestionamiento de la relación tradicional con Gran Bretaña y del modelo de economía primarioexportadora. Surgieron entonces corrientes ‘nacionalistas’ y ‘antiimperialistas’, que reclamaron la autonomía de los Estados Nacionales ante los países más poderosos a los que estuvimos tradicionalmente subordinados. El presidente Hipólito Yrigoyen, derrocado en 1930 Comenzaba la inestabilidad política en nuestro país 176 El retorno de la inestabilidad política Como consecuencia de todo esto, a partir de los años ’30 se volvió a instalar en Sudamérica la inestabilidad política: en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay ocurrieron golpes de Estado, que produjeron el reemplazo de las repúblicas oligárquicas por diversas experiencias heterodoxas, algunas de ellas de inspiración europea -como la fugaz ‘República Socialista’ (1932) y los gobiernos de Frente Popular, en Chile- y otras más específicamente latinoamericanas, como los gobiernos ‘populistas’ de Getulio Vargas, en Brasil, y de Juan Domingo Perón, en Argentina, en los que algunos autores creen ver ingredientes fascistas. Colombia, que había disfrutado de tres décadas de estabilidad institucional bajo el dominio del Partido Conservador, presenció el reemplazo de éste por el Partido Liberal, su tradicional oponente: en 1948 este país fue escenario de una terrible explosión popular, ‘el bogotazo’. En Ecuador comenzó la curiosa trayectoria de Velasco Ibarra, un político que ocupó la presidencia del país en varias oportunidades, siendo desalojado del gobierno en más de una ocasión. En México se institucionalizó la revolución de 1910-1920 y el partido oficial -que cambió tres veces de nombre, para terminar llamándose Partido Revolucionario Institucional, PRI- se mantuvo en el poder durante setenta y un años, desde 1929 hasta el 2000, un record de permanencia que no debe tener parangón en el mundo. En Perú surgió el APRA, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, que protagonizó varias intentonas infructuosas de apoderarse del gobierno y ejerció una influencia ideológica importante en otros partidos latinoamericanos. Uno de ellos fue la Acción Democrática de Venezuela, fundado a fines de los años ’30 y que tardó cinco lustros en llegar al gobierno (si dejamos de lado una breve presidencia que no duró más de un año antes de de ser desalojada por los militares. ¿Fascismo en América Latina? La influencia de los fascismos también llegó a América Latina. En Argentina, por ejemplo, existieron algunas organizaciones paramilitares que compartieron varios aspectos de esa ideología y fueron aficionadas a sus exteriorizaciones ‘marciales’: la ‘Legión Cívica Argentina’, por ejemplo, creada en 1931 después del golpe de Estado que derrocó al presidente Yrigoyen. El jefe militar de ese golpe, el general Uriburu, era un confesado admirador de Mussolini y tuvo el propósito de reemplazar el sistema establecido por la Constitución Nacional por un régimen corporativo, aunque su idea no prosperó. Organizaciones similares pueden localizarse en Paraguay, Chile y Bolivia, por ejemplo. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial algunos gobiernos de la región fueron calificados de ‘fascistas’: así ocurrió con Getulio Vargas en Brasil (1882-1954, que gobernó su país entre 1930 y 1945 y nuevamente entre 1951 y 1954) y Juan Domingo Perón (1895-1974, que gobernó entre 1946 y 1955, y nuevamente entre 1973 y 1974). Algunos rasgos externos de estos gobiernos parecían justificar la calificación de ‘fascistas’: la relación entre los líderes y las masas; su heterodoxia política, ya que dejaron de lado muchas de las formalidades de las democracias liberales y maltrataron a la oposición; el férreo control de los medios de comunicación, el aparato sindical y el sistema educativo; el gusto por las grandes movilizaciones populares. Sin embargo, las similitudes terminan acá. Los rasgos más aberrantes de los fascismos estuvieron ausentes en el varguismo y el peronismo: la política de persecución racial, la xenofobia y la exaltación nacionalista que llevara a embestir contra otros países. La base social de estos movimientos fue la clases obrera, en tanto que las clases medias (el principal apoyo de los fascismos europeos) estuvieron contra ellos, muy claramente en el caso del peronismo. Lejos de ser sostenidos por grandes empresas monopólicas ávidas de posicionarse en el mercado internacional, estos movimientos impulsaron una industrialización orientada al mercado interno y sufrieron la embestida del gobierno norteamericano, que actuaba en nombre de sus multinacionales. 177 América Central y el Caribe: atraso social y político Falta mencionar los países de América Central y el Caribe, aunque en ellos la crisis de 1930 no alteró ningún sistema político moderno, que era desconocido en esa zona. Los gobiernos del área fueron generalmente dictatoriales y cruelmente represivos, con una constante intervención de pandillas militares en la escena política y un manejo de la cosa pública como si fuera propiedad del dictador de turno. Las contadas experiencias democratizadoras fueron rápidamente frustradas por la acción de las oligarquías locales y el imperialismo norteamericano. El mejor ejemplo de esto fue el desplazamiento de Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, cuyo mayor pecado fue, seguramente, el haber expropiado las tierras de una poderosa empresa norteamericana, la United Fruit, lo que le valió a su gobierno el rótulo de ‘comunista’. En Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua el latifundio convivió con sistemas arcaicos de explotación de la mano de obra y regímenes políticos primitivos, en los que los dictadores estuvieron permanentemente asociados a los intereses económicos y políticos norteamericanos. La única excepción a este cuadro es Costa Rica, país que se caracteriza por una propiedad rural más democráticamente distribuida, un elevado porcentaje de alfabetización y el respeto a las formalidades democráticas. El espectáculo de América Central se repetía en el Caribe, donde Cuba, Santo Domingo y Haití eran tierra de dictadores. Puerto Rico, por su parte, desde 1898 había sido incorporado a Estados Unidos. Las viviendas precarias abundan en América Latina Son un ejemplo de su atraso económico y social 178 Resumiendo: los años ’30 se caracterizaron en América Latina por el cuestionamiento al orden político vigente durante el medio siglo anterior, el ensayo de formas alternativas y una fuerte polarización ideológica entre ‘izquierdas’ y ‘derechas’, que abarcó a buena parte de la población. Casi siempre los modelos políticos, de un arco al otro del espectro político, eran importados. El comienzo de la segunda guerra europea, en 1939, acentuó los distanciamientos al plantearse la opción de adherir a los Aliados o mantenerse neutrales; la incorporación de Estados Unidos de América a la guerra, en 1941, complicó todavía más las cosas, pues el país del Norte incitó a todos los países latinoamericanos y caribeños a acompañarlo en su decisión. Aquéllos, como la Argentina, que persistieron en permanecer neutrales (aunque debieron rectificarse a último momento) sufrieron grandes presiones y pagaron las consecuencias después de terminada la guerra.