LA FAMILIA Y LA JUSTICIA SOCIAL Columna semanal del

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LA FAMILIA Y LA JUSTICIA SOCIAL
Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, OFM Cap.
31 de diciembre del 2014
Desde su elección, el papa Francisco ha hablado de una manera única y poderosa sobre la
necesidad de la solidaridad humana, el cuidado de los pobres y la justicia económica. También
ha abordado una y otra vez la necesidad de proteger y apoyar a la familia. Estos no son dos temas
separados; están vinculados orgánicamente. Y mientras que las palabras de este papa tienen una
nueva energía y alegría convincente, ellas están firmemente enraizadas en una rica historia de
enseñanza católica.
El Vaticano II describió a la familia como «la primera y célula vital de la sociedad». Hizo
hincapié en que «el bienestar de la persona individual y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar».
Vale la pena hojear las encíclicas sociales tales como Rerum Novarum de León XIII;
Quadragesimo Anno de Pío XI; Mater et Magistra y Pacem in Terris de Juan XXIII; Populorum
Progressio de Paul VI; Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus Annus y
Evangelium Vitae de Juan Pablo II, junto con el trabajo de Benedicto XVI. Una y otra vez,
durante más de un período de cien años, vemos a la familia, ya sea explícita o implícitamente
presente como un elemento clave en toda la enseñanza social de la Iglesia.
La razón es simple. Los hábitos que aprendemos y vivimos en la familia son los hábitos que
llevamos a la plaza pública y, finalmente, a la arena mundial.
Nada es más exigente, y nada requiere más cuidado y auto sacrificio, que el amor dentro de una
familia. Amar a la «humanidad» como una idea es fácil; amar a los miembros de la familia,
amigos y vecinos de carne y hueso como Dios quiere los amemos, día tras día -eso es lo que
separa el trigo de la paja. Las palabras son importantes, pero las acciones son más importantes. Y
en ninguna parte es esto más cierto que dentro de una familia.
Familiaris Consortio («Sobre el papel de la familia en el mundo moderno»), publicado por Juan
Pablo II en 1981 como fruto del último sínodo ordinario en la familia, es un buen lugar para que
cada uno de nosotros comience a prepararse para el Encuentro Mundial de las Familias a finales
de este año. El documento nos recuerda que «en efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y
estos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y
el desarrollo de la sociedad misma». ¿Cuáles son esas virtudes? Justicia, caridad y amor por la
libertad y la verdad según Dios intentó que libertad y verdad sean entendidas.
Familiaris Consortio subraya que «así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de
encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función
social». Esto significa que las familias no pueden ser fortalezas o enclaves. Dios nos creó para
comprometer y santificar el mundo, no para retirarnos de él.
También describe a la familia como «el lugar natural y el instrumento más eficaz de
humanización y personalización de la sociedad». La familia construye el mundo, «haciendo
posible una vida propiamente humana».
Anticipando las palabras del papa Francisco por tres décadas, Familiaris Consortio anima a las
familias a participar en formas de servicio social, especialmente aquellas que favorecen a los
pobres; a cultivar la práctica de la hospitalidad y de participar políticamente. En especial anima a
que «las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado
no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de
la familia».
Aquí está la lección a medida que comenzamos un nuevo año: El primer paso más importante
que las familias pueden tomar en la construcción de un mundo de justicia, misericordia y caridad
es orar a menudo y en conjunto. No podemos detenernos ahí, pero sí tenemos que empezar por
ahí. Si hacemos eso, y lo integramos en nuestras rutinas diarias, comenzaremos realmente a
«ver» las personas necesitadas a nuestro alrededor, y a vivir lo que decimos que creemos. Esto
significa llevar a Cristo en todas nuestras rutinas diarias, y todas nuestras interacciones
cotidianas y reflexiones, sobre todo cuando se trata de los pobres.
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