darse de la guerra que en Catal

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pensas; si cargados estaban los pueblos con tributos, impúsolos mayores, y sin cuidarse de la guerra que en Cataluña estaba haciendo el francés, ocupábase solo de frivolidades de corte.
Mas se preciaba de saber lo que pasaba en el alcázar de Toledo, donde estaba reclusa la reina D.a Mariana, que de las plazas que Luis XIV le arrebataba en Cataluña.
—¿Qué hacia el pueblo al ver de tal modo defraudadas sus esperanzas?
—Volvió la espalda al bastardo, del mismo modo que la nobleza se la volvió á los
pocos dias de su instalación en el poder.
—Y unos y otros se convencerían de que nada ganaban cambiando de Gobierno.
—El pueblo echaba de menos á Valenzuela, que siquiera le proporcionaba trabajo,
y los pasquines y las amenazas llovían por todas partes, llenándole de inquietud y haciéndole perder el tino y la salud.
La nobleza le abandonaba rápidamente, sin quedarle otro apoyo que el del Rey, lo
cual equivale á decir que no tenia ninguno.
Así lo comprendió el mismo infante, y tal efecto le hizo semejante aislamiento, que
agravándose sus habituales dolencias, sucumbió por fin sin que nadie le llorase, habiendo defraudado por completólas esperanzas del país, que en él creyó encontrar el
remedio para los males que le aquejaban.
—¿Y no se habia pensado en casar al Monarca? porque me parece que ya tendría
edad para ello.
—Sí, Sr. Pravia; precisamente D. Juan de Austria, poco tiempo antes negoció el
matrimonio del Rey con María Luisa de Orleans, creyendo que con esto baria cesar las
hostilidades entre Francia y España, y que tendría un sólido apoyo en la joven reina.
—¿Se llegó á realizar el enlace?
—Sí, señores; fue una consecuencia déla paz de Nimega. Luis XIVtan ambicioso
y astuto como altivo y buen guerrero, se aprovechó oportunamente del mal estado en
que se encontraba España, y en Portugal, y en los Países-Bajos, y en Cataluña, sus
generales conseguían ventajas poco gloriosas, por cierto, puesto que ya no teníamos
ni generales ni soldados que pudieran hacer frente á los aguerridos enemigos.
La consecuencia de esto fue reconocer la independencia de Portugal, después de
muchos años de infructuosa lucha, perder el Franco-Condado y catorce ciudades de los
Países-Bajos en cambio de varias plazas de Cataluña que se nos devolvieron.
—¡ Qué baldón para España!
— Habían cambiado los tiempos, señores. En el reinado de Carlos I, España imponía la ley á la Europa, en el de Carlos II, la nación mas insignificante nos amenazaba
impunemente.
Luis XIV, no satisfecho con lo que á España castigara, buscó pretextos nuevos
para arrojarse sobre ella, precisamente cuando por los primeros actos de la administración del conde de Oropesa, parecía haberse alcanzado, por fin, un período de bienestar y ventura.
Formóse una gran coalición entre Alemania, España, las provincias unidas de
Holanda y Suecia contra el rey de Francia, á la par que muriendo sin sucesión la es-
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posa de Carlos II abría paso á las aspiraciones alemanas, que se realizaron por fin, contrayendo el Monarca segundas nupcias con D.a María Ana de Neobourg.
Con esto avivóse mas la saña de Luis XIV contra nuestro desventurado país y á la
par que lanzaba sus tropas contra Flandes, Alemania é Italia, el duque de Noailles se
apodera en Cataluña de importantes poblaciones, sin que los esfuerzos de sus naturales
basten á oponerse.
Carlos tí.
La ineptitud, la cobardía y la falta de medios en los generales españoles facilitaban
á cada momento nuevos triunfos á los contrarios, y por efecto de esto, desde Gerona á
Barcelona fueron cayendo en poder de un contrario que disponía de soldados aguerridos y de diestros y entendidos generales cuantas plazas fuertes apetecían.
Mas con general sorpresa vióse de pronto al Monarca francés dar muestras de una
generosidad excesiva.
—¿Pues qué hizo?—preguntaron los cuatro jóvenes, que seguían con vivísima ansiedad el relato de D. Cleto.
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—Firmar la paz de Ryswíck, por la cual se devolvían á España todas las plazas de
Cataluña y los Países-Bajos que le había tomado después del tratado de Nimega.
—Sí que fue generosidad agena al carácter y á las costumbres de aquel Rey
—Algún móvil poderoso le impulsaría,—añadió Castro.
—El móvil, señores, eran los planes que habia concebido respecto á la sucesión de
España.
—Ahora lo comprendo,—exclamó Azara.
—Tanto en Alemania como en Francia, y como en la misma España, habíanse formado cálculos para el caso probable de que el Rey falleciese sin sucesión, y cuando
Luis XIV vio que con el fallecimiento de María Luisa de Orleans se desvanecía una de
sus esperanzas, y con el nuevo casamiento de Carlos II se abría paso á la casa de Austria, cortó inmediatamente las hostilidades á fin de dejar el camino expedito á las intrigas diplomáticas.
—¿Con que tampoco tuvo sucesión de su segunda esposa?
—No, señores.
—Como estaba enfermizo...
—Su complexión era delicadísima; en términos, que varias veces habíanse calculado ya los años que próximamente podrían quedarle de vida.
—¿No fue ese Rey el de los exhorcismos y hechicerías?—preguntó Pravia.
—Sí.
—En ese caso no tiene nada de extraño su decaimiento físico, porque debió sufrir
mucho con aquellos actos á que le sujetaban.
—Eso fue después, y contribuyó poderosamente para acelerar el término de su existencia. En la época de que hablamos, no tenia mas que una debilidad extraordinaria,
que le hacia arrastrar una existencia valetudinaria y lánguida.
La nueva Reina no era nada á propósito para levantar el apocado espíritu de su real
consorte, y palacio, entregado á merced de dos reinas, pues D.a Mariana volvió al lado
de su hijo, altaneras ambas, intrigantes y caprichosas, era un foco perenne de perpetuas conspiraciones, que á nada bueno conducían.
Los recursos estaban agotados; el conde de Oropesa habia caído, merced á una intriga de la fracción que capitaneaba la esposa del Monarca.
Tanto el emperador Leopoldo como el rey de Francia miraban con codiciosos ojos
esta desventurada nación, y como ambos eran ambiciosos, llegó un momento en que
se entendieron, y entre ambos se repartieron nuestro país para el caso que veian próximo, del fallecimiento del Rey.
Con este motivo dio principio una lucha de influencias en la corte de España, que'
rubor nos causara el recordarla, á no sentir tanta indignación.
Unas veces era la fracción austríaca la que dominaba, otras la francesa, á la cual
pertenecían el cardenal Portocarrero y otra porción de magnates de gran influencia,
y cuando el rey de Francia creyó en peligro su negociación, con una habilidad extraordinaria y merced á una intriga fraguada hábilmente, consiguió que el emperador de
Austria se pusiera en pugna con las potencias marítimas, y que, herida la corte de Es26
T.
i.
s
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paña, deque así se dispusiese de su suerte, por medio de un testamento, fuérale legad
la corona al joven príncipe de Baviera.
—Pero este testamento no se cumplió.
—Porque falleció prematuramente el objeto de él.
—Seria tal vez por efecto de un crimen.
—Todo el mundo lo sospechó. Culpaban de él los alemanes á los franceses, y estos
á su vez, achacábanle á aquellos; pero como ambos eran capaces de cometerle no pudo
aclararse la verdad. Solo dos pretendientes quedaron ya para sostener la lucha, y las
parcialidades cada vez mas irritadas hacían esfuerzos poderosos para vencer.
Oropesa, que había vuelto á la gracia del Monarca, capitanea el partido austríaco
y Portocarrero el francés; todas las armas eran buenas, y Oropesa cayó de nuevo envuelto entre un motin popular, atizado por los franceses.
Estos quedaron dueños del campo , y entonces dio comienzo aquella ridicula farsa
de los endemoniados, página vergonzosa de un reinado mas vergonzosísimo todavía. Los conjuros se sucedian sin interrupción , y el Rey cada dia mas flaco de inteligencia y de espíritu, era un juguete que llevaban y traían á su antojo los exhorcistas,
las hechiceras, las Reinas y los ambiciosos, mientras que la nación se veia puesta en el
platillo, como premio para el mas fuerte.
Terrible érala lucha que en medio de sus padecimientos estaba sosteniendo el Monarca.
Inclinábale su ánimo á dejar la corona á la casa de Austria, mas en este caso exponía su reino á los horrores de una guerra y á la desmembración de aquellos Estados
que, á pesar de su imbecilidad trató de conservar íntegros. Si la dejaba á un príncipe
francés, desheredaba á su propia dinastía, faltaba á sus tradiciones de familia, renegaba
de sus afecciones, de todo lo que mas apreciaba.
Y esta lucha por una parte, sus terrores, sus supersticiones y su debilidad por otra.
postráronle por fin, cayendo definitivamente en manos de sus enemigos.
Es verdad que tan enemigos suyos eran los austríacos como los franceses.
Unos y otros solo aspiraban á su objeto.
Poseer esta corona tan grande en otro tiempo, y que, á pesar de la pequenez de su
actual poseedor, todavía era lo suficientemente digna para ser ambicionada y envidiada.
Consultóse á los prelados, á los teólogos, á los jurisconsultos por un mandato del
Rey, á fin de conocer su opinión para obrar con arreglo á ella.
—Y naturalmente, como todos esos personajes pertenecían á alguna de las fracciones que luchaban, su juicio no tendría mucho de imparcial.
—Nada, Sr. de Castro—repuso D. Cleto.—El partido francés es el que dominaba,
y naturalmente, el dictamen estuvo conforme con las ideas de los que dirigían los asuntos del Estado.
—¿Y el Monarca se conformó?
—¿Qué había de hacer, débil y enfermo como estaba? Portocarrero se hallaba asi
lado y no tuvo mas remedio que firmar el testamento, declarando sucesor á Felipe
Anjou.
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203 —
—He ahí una corona terriblemente disputada.
—Cuéntase que el Monarca, después que hubo puesto la firma al pié de aquel documento, inclinó la cabeza sobre la almohada, diciendo: Ya no soy nada.
—Mejor creo que hubiese hecho en decir, «ni he sido, ni soy nada,» porque, mire
usted que el tal reinado fue terrible.
—Tal vez el mas calamitoso que tuvo España, dada la situación en que la dejó
Carlos I.
—Parece imposible que haya existido un rey tan imbécil.
—Carlos II era un conjunto de debilidades con algunas chispas de grandeza y de
inteligencia, que en mi concepto no ha definido hien la historia.
—Por el relato que, aun cuando á grandes rasgos, acaba V. de hacer—dijo Azara,—yo no le creo á él exclusivamente culpable de su estado y del á que trajo la nación.
—No, señor; la verdadera responsabilidad es de su madre, D.a Mariana de Austria,
y de su mismo padre que no supo elegir hombres eminentes para formar un consejo de
regencia. D.a Mariana de Austria, con sus ligerezas, sus caprichos y sus ambiciones,
mas atenta á satisfacer estos que á educar convenientemente á su hijo, enervó su cuerpo
y empequeñeció su inteligencia, teniéndole bajo la férula del jesuita Nithard, primero,
y de Valenzuela después; y finalmente, de todos aquellos grandes ambiciosos y solo afectos á su interés particular. ¿Qué mucho que de una educación semejante, del niño asustadizo y acobardado siempre, saliese un monarca enteco y raquítico, tanto de cuerpo
como de espíritu ?
—Esa es la verdad, y por cierto que el reino que había de encontrar Felipe de Anjou también estaría en buen estado.
—Ahora se lo describiré á Yds. lo mejor que me sea posible , después que haya
descansado un instante.
•
XXVII.
Reinado de Felipe V hasta el principio de la guerra de sucesión.
Tan luego hubo reposado algunos momentos el entendido anciano, reanudó su narración en los términos siguientes:
—El estado de la nación española no podia ser mas deplorable. El tesoro estaba
exhausto, las rentas reales empeñadísimas, las flotas de América mas bien perdidas
entre las procelosas ondas del mar, ó en poder de los enemigos de España, que en los
puertos de esta; sin marina ni soldados; falta de buenos generales, sin moralidad en
ninguna esfera, é imperando por doquier la venalidad, el cohecho y la relajación de
las costumbres.
—¡Caramba! es fuerte la pintura.
—Pero exacta, señores; Vds. no tienen mas que hacerse cargo de los años que habían pasado en el estado que les he referido, y conocerán que tras de ellos' no podia
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-
quedar mas que una huella de despilfarro y de inmoralidad, una gangrena excesiva
que necesitaba á todo trance un tratamiento enérgico y poderoso para cicatrizarse.
—Tiene Y. razón.
—Y no era lo mas á propósito el cambio de dinastía en mi concepto.
—Por el contrario, yo opino que á eso solamente debió su salvación.
—Dice bien D. Cleto—contestó Sacanell,—cuando un árbol empieza á dar podrido
el fruto, es necesario cortarle de raíz. Del robusto tronco de Carlos I habían ido brotando ramas, que viciadas al principio fuéronse pudriendo, y no era posible que se remediara el mal de otro modo.
—Luis XIY—prosiguió D. Cleto,—no obró en este asunto desinteresadamente, ni
solo por mejorar la suerte de un gran pueblo.
—Se comprende muy bien.
—Pensó, enviando á España un rey de su familia, tener un trono á su disposición
y mayores dominios que obedeciesen su voluntad.
—Y los españoles no comprendieron eso.
—Es que tampoco Felipe lo consintió. Seguro estoy que Luis XIY, en mas de una
ocasión, se arrepintió de semejante nombramiento.
—Si no correspondió á sus esperanzas... .
—No; pero prosigamos nuestra narración, y no nos desviemos del objeto propuesto.
—Dice Y- bien.
—España en general acogió con alegría la noticia del cambio que se verificaba en
la dinastía que habia de rTcupar el trono, y Luis XIY convocando una gran reunión de
las personas mas importantes de sus reinos, les presentó a su nieto como el rey de España, significando con esto el cambio tan radical que iba á verificarse en la política y
en la vida de este país.
Con extraordinaria alegría se celebró en Madrid la proclamación del nuevo monarca.
La nación entera le acogió con júbilo y la misma Cataluña, donde á la sazón estaba
de virey el príncipe de Darmstad, austríaco y adicto al emperador, tomó su parte muy
activa en la general alegría.
El rey se puso inmediatamente en marcha para sus nuevos dominios, y apenas llegó
á Bayona expidió un decreto relevando al príncipe de Darmstad en el vireinato de Cataluña, nombrando en su lugar al conde de Palencia.
—No me parece que fue muy político ese acto del rey, pues esto le grangearíaun
enemigo peligroso.
—Sin embargo, malo era también mantenerle en aquel puesto.
—Pero Y. convendrá conmigo que no perdonaría a Felipe semejante destitución—Así fue. Tan luego como el rey llegó á Madrid, lo primero que hizo fue nombrar
á Portocarrero para que, en unión del gobernador del Consejo de Castilla y del embajador francés asistieran al despacho de S. M.
—Natural era que premiase á los que tan bien le habian servido.
—Hacia mas, obedecia las instrucciones que recibiera de su abuelo.
—¿Cómo?
- 203 —Luis XIV habíale dado muchos consejos é instrucciones para la mejor gobernación de sus reinos (1).
(1) Según William Coxe, en su obra España bajo el reinado de la casa de Borbon, Luis XIV dio, entre otras,
las siguientes instrucciones á su nieto:
«No falteisjamás á vuestros deberes, en especial con respecto á Dios; manteneos en la pureza de costumbres en
que habéis sido educado; honrad al Señor siempre que podáis, dando vos mismo ejemplo.
Declaraos en todas las ocasiones defensor de la virtud y enemigo del vicio.
Amad á los españoles y á todos vuestros subditos que amen vuestro trono y vuestra persona; no deis la preferencia á los que mas os adulen; estimad á aquellos que no teman desagradaros, áfinde inclinaros al bien, pues que
estos son vuestros amigos verdaderos.
Haced la felicidad de vuestros subditos, y con este intento no emprenderéis guerra alguna, sino cuando os veáis
obligado á ello, y que hayáis considerado bien y pesado en vuestro consejo los motivos.
Procurad poner concierto en la Hacienda; cuidad dé las Indias y de vuestras flotas, y pensad en el comercio.
Vivid en estrecha unión con Francia, no siendo nada tan útil para ambas potencias como esta unión, á la cual
nada podrá resistir.
Si os veis obligado á emprender una guerra cualquiera, poneos al frente de vuestros ejércitos, con cuyofinprocurad regularizar vuestras tropas, empezando por las de Flandes.
Jamás abandonéis los negocios para entregaros al placer, pero estableced un método tal que os dé tiempo para
el recreo y la diversión.
Nada hay mas inocente que la caza y la afición á las cosas del campo, con tal que no os ocasione esto gastos excesivos.
Prestad grande atención á los negocios de que os hablen, y al principio escuchad mucho sin decir nada.
Procurad siempre que vuestros vireyes y gobernadores sean españoles.
Tened gran confianza en el cardenal Portocarrero.
No olvidéis á Bedmar, gobernador de los Paises-Bajos, que es persona de mérito y capaz de serviros bien.
Dad entero crédito al duque de Harcourt, pues es hombre hábil que os dará consejos desinteresados, no teniendo
en cuenta mas que vuestro interés.
Procurad que los franceses no salgan jamás de los limites del respeto, y que no falten á lo que os deben.
No tengáis mas trato con la Reina viuda que aquel de que no podáis dispensaros: haced de modo que salga de
Madrid, pero procurad que no salga de España. Observad su conducta y no consintáis que se mezcle en negocio alguno: mirad con recelo á los que tengan con ella trato demasiado frecuente.
Amad siempre á vuestros deudos, recordando el dolor que han tenido al separarse de vos. Conservad con ellos
continuas relaciones, sobre todo en los negocios importantes; en cuanto á los pequeños, pedidnos todo aquello que
necesitéis y no se halle en vuestro reino, que lo mismo haremos nosotros.
No olvidéis jamás que sois francés por lo que puede acontecer.
Arrojad algún dinero al pueblo cuando os halléis en España, y especialmente en Madrid.
Evitad cuanto podáis el conceder gracias á los que dan dinero por alcanzarlas.
Dad oportuna y liberalmente y no aceptéis regalos, á menos que no sean bagatelas; y cuando no pudieseis evitarlo, haced otros de mas valor que los que recibiereis pero con intervalo de algunos días.
Tened una caja en que conservéis lo que merezca estar mas reservado, y cuya llave guardaréis vos mismo.
Concluyo dándoos un consejo de los mas importantes: no os dejéis gobernar: sed siempre amo; no tengáis favorito ni primer ministro. Escuchad y consultad á los de vuestro consejo, pero decidid. Dios, que os hace rey, os dará
todas las luces necesarias mientras abriguéis buenas intenciones.»
Estas y otras instrucciones inserta WiHiam Coxe en su obra citada, y nuestro erudito historiador D. Modesto
Lafuente se hace también cargóle ellas en su Historia de España al ocuparse del reinado de Felipe V.
Todas ellas son dignas de estudio; pues, aparte de las que encierran un interés puramente personal, la mayoría
son sobradamente discretas y justas.
— 206 —
—Hé ahí para lo que]habia intrigado en su favor, para que siguiera en todos lo
consejos que siempre serian interesados.
—No, señor; precisamente en esas instrucciones las hay inmejorables y encam¡na_
das verdaderamente ha hacer la ventura del país.
La reina viuda fue de un modo bastante político alejada de Madrid, escogiendo para
su residencia la ciudad de- Toledo, y Portocarrero y D. Manuel Arias entraron de lleno
en el terreno de las reformas y de las economías.
—Muchas enemistades se grangearian.
—Sí, señor; pero era necesario obrar así, y si el Monarca accedió á algunas de estas economías fue porque efectivamente vio lo disminuidas que estaban las rentas reales.
Portocarrero, que aborrecía á todos los partidarios de la casa de Austria, fuélos desterrando y separando de los destinos que ocupaban para colocar á sus hechuras, medida que aun cuando llevada á cabo poco á poco, no por eso dejó de ser menos antipolítica.
Como es consiguiente, produjo esto cierto descontento, que hábilmente explotado
por las naciones que eran contrarias á la nueva dinastía, dio mas tarde el resultado que
tendré ocasión de demostrarles.
Los establecimientos de beneficencia, las viudas, y lo que fue peor los militares,
sufrieron las consecuencias de las economías realizadas por el nuevo Gobierno, y esto
como fácil es de comprender, aumentó la inquietud y el disgusto.
Estas mismas medidas tomadas en momentos oportunos, y llevadas á cabo por personas mas diestras y entendidas que Portocarrero y Arias, no hubiesen quizás producido tan mal efecto; pero ni el carácter del uno ni del otro eran á propósito para captarse voluntades ni grangearse el cariño y el respeto de todas las clases.
Portocarrero estaba orgulloso por el gran servicio que habia prestado al Rey y su
ambición le cegaba. Altanero con todos los que juzgaba inferiores, era servil y bajo tratándose de Luis XIV, á quien daba cuenta de lo que hacia, y cuyas inspiraciones ejecutaba. Deseoso de mantener su influencia respecto al Monarca, con sutilezas y astucias separábale de la nobleza y le envolvía entre sus hechuras, y falto de destreza cuando
una medida era mal recibida echaba la culpa á Luis XIV, consiguiendo con esto entiviar el afecto que á su nieto se tenia.
D. Manuel Arias participaba de todas estas faltas, aun cuando tuviera mas capacidad que su compañero. Era terco , ambicioso, servil con los que necesitaba y adusto
con los que le pedian, y su bello ideal era hacer de Felipe Y un rey completamente absoluto.
De aquí que el nuevo rey estuviese como cohibido, acorralado, por decirlo así, entre las hechuras de aquellos dos hombres, y que pareciera hasta inepto cuando por«
contrario era de genio claro y despejado.
Por este tiempo , y á petición del cardenal que comprendía el gran peso que tem
sobre sus hombros, aumentóse el Consejo del rey con el marqués deMamcera, el d u ^
de Montalto y D. Juan Orri, á quien mandó á España Luis XIV, á petición del fliisfl1
Portocarrero.
- 207 Orri, que se hizo cargo del ministerio de Hacienda, si tal calificación puedo dar á
su destino, quiso entrar de repente en reformas tan radicales que produjo nuevos disgustos, porque sus reformas afectaban los intereses de todas las clases.
Tratóse de reunir las antiguas cortes, pero inútilmente, porque á los individuos del
Consejo no les convenía y se dio por pretexto el viaje que el Rey iba á hacer para recibir á su esposa D.a María Luisa de Saboya.
—¿Era hija de los duques de Saboya?—preguntó Azara.
—Sí, señor, y una de las grandes reinas que ha tenido España. Es indudablemente
de las figuras mas simpáticas que guarda la historia, y á la cual debe mucho la nación.
El rey de Francia habia negociado este matrimonio, pues el duque de Saboya fue
de los primeros en reconocer al nuevo monarca de España, y como la reina habia de
llegar por Barcelona, Felipe aprovechó esta circunstancia para visitar Cataluña, celebrando cortes en la capital.
—Pero dígame V.; D. Cleto—dijo Pravia,—¿cómo la casa de Austria pudo resignarse con la pérdida de España?
—¿Y quién le ha dicho á V. que se resignó?
—Como no hemos hablado hasta ahora de que diera ninguna prueba ostensible
de su disgusto...
—Estaba aprovechando todas las torpezas del Gobierno español, acogia benévolamente á Jos descontentos y preparaba las redes en que mas tarde pensaba envolver al
nuevo Monarca.
—Eso es otra cosa.
—Además, no juzgando conveniente todavía el momento de empezar la guerra en
España, promovióla en Italia, y Felipe V recibió en Barcelona la noticia de haber estallado una conjuración en Ñapóles, y en aquella ciudad hizo los preparativos de embarque de tropas, y comprendiendo que quizás fuese necesaria su presencia en aquellos dominios, suyos también, nombró un Consejo de regencia para que durante su estancia allí, no se entorpeciese la marcha de los negocios públicos.
—Sabia disposición.
—¿Y qué hizo el rey en Cataluña?—preguntó Sacanell?
—¿No pasó antes por Aragón?—dijo Azara.
—Sí, señor; mas he supuesto que en ese punto y en otro han de tocar Vds. durante su viaje, y al conocer la historia de ellos, forzosamente habrán de ocuparse de
esto.
. —Sí, señor; mas aun cuando sea en globo, para tener siquiera algún conocimiento
de ellos quisiéramos...
—En Aragón fue recibido con suma alegría, tributándosele grandes obsequios.
—¿Y juró sus fueros?
—En el templo de Nuestra Señora del Pilar y ante el Justicia mayor, el dia 17 de
setiembre.
—¡Caramba, D. Cleto, hasta las fechas recuerda V.!—exclamó Castro sorprendido.
—¿Qué quiere V.? He tenido muy buena memoria, he leido mucho, y todavía con-
— 208 —
servo algo. Sí, señor, en 17 de setiembre de 1701 juró en dicha iglesia los fueros y pr j_
vilegios de Aragón.
—¿Y en Cataluña?
—El 12 de octubre en las cortes reunidas con este objeto, juró también los fueros
de los catalanes, y estos sacaron mas de lo que podían esperar, pues les concedió mnchas franquicias y privilegios (1).
—Extraño es esto con la conducta que siguieron después,—dijo Pravia.
—Como que achacaron estas concesiones á temor y debilidad , y no hay peor cosa
que los pueblos lleguen á dar interpretaciones semejantes k las mercedes de los reyes
—Es verdad.
—¿Y llegó, por fin, la Reina á Barcelona?
—Sí, señor.
—Traería una gran cohorte de gentes de su país, que vendrían á vivir á costa del
nuestro; ¿no es cierto?
—No, señor. Luis XIV, que conocía á los españoles mejor, tal vez, que los mismos
naturales, dispuso muy cuerdamente que toda la comitiva que acompañaba á la Reina
se volviese a su tierra al llegar á la frontera.
—Muy bien hecho.
—Así fue que solamente vino acompañando á la Reina, en clase de camarera', la tan
célebre princesa de los Ursinos.
—¡Hombre! si que de esa dama se ha hablado mucho.
—Y creo que se la ha juzgado con mucho apasionamiento, tanto por sus amigos
como por sus detractores.
—¿Y Y. cómo la juzga, D. Cleto?
—Yo, como una mujer de un gran talento, y que tal vez á ella se le deban muchas de las acciones de la Reina.
—¿De veras?
—Como lo oyen Vds. Tenia una ambición grande, pero nada vulgar, era intrigante
y astuta por efecto de esa misma ambición, y tenia tal trato de gentes que á todos seducía y dominaba (2).
(1) Melchor de Macanaz, persona que estaba en el mismo teatro de los sucesos, y á quien sigue con mucha insistencia D. Modesto Lafuente, dice á propósito de esto, que «lograron los catalanes cuanto deseaban, pues ni á ell«
les quedó que pedir, ni al rey cosa especial que concederles, y así vinieron á quedarse mas independientes del re.
que lo está el Parlamento de Inglaterra.»
(2) En prueba de que así era, reproducimos eljuicio emitido por el marqués de San Simón en sus Memo'11'Este caballero tuvo ocasión de conocer personalmente á la princesa, y su opinión tanto respecto á este partic
cuanto á los asuntos de su época es de gran peso. Dice así:
«Era una mujer mas bien alta que baja, morena, con ojos azules, que decían lo que ella quería, torneada
tura, hermosa garganta, rostro encantador aunque no bello, y aspecto noble. Tenia en su porte cierta majes
tanta gracia hasta en la cosa mas insignificante, que á nadie he visto que se pareciere ni en cuerpo ni c en
miento: agasajadora, cariñosa, comedida, agradable por el solo placer de agradar, y seductora hasta un pun
no era fácil resistir. Anadiase á esto cierto aire, que, al propio tiempo que anunciaban grandeza atraía en
imponer; su conversación era deliciosa , inagotable y divertida como quien habia visto muchos países y c
muchos personajes; su tono de voz y manera de hablar agradables y dulces. Habia leido mucho y medita
— 209
-
- E s una de las figuras mas importantes del reinado de Felipe V,—dijo Pravia.
—¿Era casada ó viuda?
-Viuda dos veces: su primer esposo fue Adrián de Talleyrand, y viuda de este,
caso con Flavio Ors.ni, duque de Bracciano, conservando el apellido de este á pesar
de haber enviudado también.
Princesa de los Ursinos.
—Según eso, Ursinos no es otra cosa que una corrupción de Orsini.
—Justamente. Estuvo en España, tuvo frecuente trato con españoles, hablaba
perfectamente nuestro idioma, y se comprende muy bien que Luis XIV la eligiera
para educar, por decirlo así, á la joven reina; pero dejemos por ahora á esta señora
y volvamos al Monarca que, comprendiendo cuan necesaria era su presencia en Italia
tante, y como habia tratado tantas gentes sabia recibir á toda clase de personas, por elevadas que fueran. Como tenia mucha ambición era también dispuesta á intrigas; pero una ambición elevada muy superior á las de su sexo y
á las de muchos hombres.»
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T. i.
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