Memoria histórica, democracia y desarrollo en Chile 1973-2003

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Memoria histórica, democracia y desarrollo en Chile
1973-2003
Marı́a Chiara Bianchini
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Marı́a Chiara Bianchini. Memoria histórica, democracia y desarrollo en Chile 1973-2003. Encuentro de Latinoamericanistas Españoles (12. 2006. Santander): Viejas y nuevas alianzas
entre América Latina y España, 2006, s.a., Spain. CEEIB, pp.1517-1526, 2006. <halshs00104354v2>
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MEMORIA HISTORICA, DEMOCRACIA Y DESARROLLO EN CHILE (1973-2003)
BIANCHINI, Maria Chiara
Septiembre, 2006
XII Encuentro de Latinoamericanistas Españoles
RESUMEN: “Los proyectos políticos para el presente y el futuro son una proyección en el tiempo y en nuevas
circunstancias, o frente a nuevos temas y problemas, de los vivido en determinadas cristalizaciones históricas que definen la
identidad de una nación”. La memoria colectiva es una de los elementos de constitución de los modelos de
modernidad. En el Chile actual, la ausencia de un debate sincero sobre la memoria de ciertos hitos
fundamentales como la experiencia de la Unidad Popular (1970-1973) y el golpe de Estado de 1973 es
funcional a la mantención de una democracia de baja intensidad e incapaz de cuestionar el actual
modelo de desarrollo y modernidad. En particular, la pugna entre las distintas interpretaciones de la
historia que se explicitan en ocasión de los aniversarios del golpe, ha derivado en una narración oficial
funcional a la legitimación de una continuidad institucional y socio-económica importante entre el Chile
dictatorial y el Chile democrático, favoreciendo la instauración de una democracia formal y poco
participativa en la que el “consenso” social y político se ha impuesto como valor supremo, por encima
de la búsqueda de pautas de desarrollo y proyectos nacionales alternativos. La incorporación de las
memorias pertenecientes a los movimientos sociales y a los grupos de izquierda en el debate político es
un paso esencial para la reconstrucción ética de una comunidad nacional chilena, para la profundización
de su democracia y para abrir las alternativas de su proyección hacia el futuro
Palabras Clave: Memoria histórica, Golpe de Estado, Unidad Popular, Democracia, Izquierdas,
Participación.
Introducción
Comentando la victoria de Michelle Bachelet en las elecciones presidenciales que se han celebrado en
Chile el 11 de diciembre de 2005, Mario Vargas Llosa ha escrito una columna en la sección de
opiniones de El País, cuyo título “Bostezos chilenos” constituye un buen punto de arranque para las
reflexiones de esta ponencia. El escritor califica la elección de Bachelet como un “bostezo” de la
política chilena, aplaudiendo el nivél de estabilidad y consenso demostrado por la democracia chilena en
esa ocasión: “ ¿Era aquello Chile, un país latinoamericano? La verdad es que esa competencia electoral parecía una de
aquellas aburridas justas cívicas en que los suizos o los suecos cambian o confirman cada cierto numero de años a sus
gobiernos, mucho más que una elección tercermundista, en la que un país se juega en las ánforas el modelo político, la
organización social, y, a menudo, hasta la simple supervivencia (…) En el debate entre Michelle Bachelet y Sebastian
Piñera, que tuvo lugar pocos días antes del final de la segunda vuelta, había que ser vidente o rabdomante para descubrir
aquellos puntos en que los candidatos de la izquierda y la derecha discrepaban de manera frontal. Pese a sus respectivos
esfuerzos para distanciarse unos de otro, la verdad es que las diferencias no tocaban ningún tema neurálgico, sino asuntos
más bien cuantitativos (para no decir nimios)”1. En un momento en el que muchos países latinoamericanos
parecen estar viviendo cambios políticos inéditos en dirección de la búsqueda de nuevos modelos de
democracia y desarrollo, la elección en Chile de una presidenta, que además de ser mujer (lo cual no
deja de ser novedoso), es socialista y ha sido víctima de la represión pinochetista, aparece aquí descrita
como un “bostezo” en el desarrollo plano de la política chilena y la contienda electoral refleja una
surprendente convergencia en los proyectos de la izquierda y de la derecha. Puesto que se trata de un
país que vivió, a principios de los 70s, un intento único de transición al socialismo en el marco de las
1
VARGAS LLOSA, Mario, “Bostezos chilenos”, El País, domingo 29 de enero de 2006. p.15
instituciones democráticas, seguido por 17 años de unas de las dictaduras más cruentas del siglo XX y
por una difícil transición a la democracia, cabe preguntarse sobre los procesos que han llevado al
escenario actual caracterizado por esta insólita continuidad y convergencia de los proyectos políticos.
En particular, analizaremos la relación entre el desarrollo de las proyecciones políticas de Chile con la
evolución de la memoria -o más bien de las memorias –colectivas de ciertos hitos que marcan
indudablemente la historia chilena reciente.
Memoria y futuro
La idéa que subyace a este análisis se fundamenta en la propuesta del sociólogo chileno Manuel
Antonio Garretón, que afirma que todo proyecto de país implíca una elaboración de la memoria. Es
decir, “los proyectos políticos para el presente y el futuro son una proyección en el tiempo y en nuevas circustancias, o
frente a nuevos temas y problemas, de los vivido en determinadas cristalizaciones históricas que definen la identidad de una
nación” (GARRETON, M.A., 2003). Para todas las generaciones del Chile de hoy, y probablemente las
de las próximas décadas también, el hito histórico que marca la identidad – o las identidades - de la
comunidad nacional está definido en torno al 11 de septiembre de 1973, entendido como la negación y
término de un período de un proyecto histórico y como el inicio de otro que, a su vez, da origen al
contexto de vida del Chile actual. Así que el contenido de los proyectos políticos para el futuro se
define, y se ha definido durante los últimos treinta años, también (aunque no se agote en esta) a través
de la memoria de lo que fueron las experiencias de la Unidad Popular (UP), de la dictadura militar y de
los procesos de democratización. En este ensayo nos referiremos, en particular, al primero de estos
hitos, es decir a la memoria de la sociedad chilena sobre el trienio del gobierno de Salvador Allende y
del golpe de Estado como epílogo dramático de esa experiencia. La memoria es entendida aquí como el
proceso de interpretación, aprendizaje y resignificación de ciertos eventos políticos conflictivos. Es un
proceso en el sentido de que lo que se recuerda, lo que no se recuerda y como se recuerda, cambia
dinámicamente en el tiempo. “Las operaciones del recuerdo y el olvido ocurren en un momento presente, pero con una
temporalidad subjetiva que remite a acontecimientos y procesos del pasado, que a su vez cobran sentido en vinculación con
un horizonte futuro” (JELIN, E., 2002:2). Esa temporalidad se refiere también al devenir, al paso del
tiempo y las transformaciones de los procesos sociales a lo largo de la historia. De ahí la necesidad de
“historizar la memoria”, es decir, analizar las transformaciones y cambios en los actores que recuerdan,
olvidan e interpretan en cada momento, en los distintos climas culturales y políticos en que se
desarrolan las prácticas de la memoria. Además de transformarse en el tiempo, la memoria varía según
los individuos y las colectividades. De hecho, la memoria es también, como sugiere Elizabeth Jelin, un
campo de enfrentamiento de distintas visiones que los diversos actores, “emprendedores” de la
memoria, defienden para legitimar y dar fundamento a su proyecto futuro y a su identidad en el
presente (JELIN, E., 2001).
“Las fechas conmemorativas, con su recurrencia en el ciclo anual, son puntos de entrada privilegiados para el análisis de la
tensión entre los rituales que se reiteran y reflejan continuidades identitarias y de sentido, por un lado, y las fracturas,
cambios y transformaciones en las prácticas y significados de la conmemoración por el otro” (JELIN, E. 2002: 2). La
primera continuidad que cabe mencionar es que, a lo largo de las últimas tres décadas, el 11 de
septiembre es una fecha emblemática que constituye un escenario donde se despliegan los conflictos
entre diferentes interpretaciones y sentidos del pasado. Los aniversarios del golpe de Estado son
momentos de “irrupción de la memoria”, en los que se genera el espacio para reinterpretar los hitos de
la história nacional que antes mencionabamos; por esta razón, el análisis de los discursos que surgen a
partir de esa conmemoración en distintas etapas de la história chilena, ofrecen una herramienta especial
para entender la evolución de las identidades y de los proyectos político en el tiempo. Se trata de una
fecha que sigue siendo muy conflictiva (HUNEEUS, C., 2003) y esto demuestra la ausencia de una
memoria compartida en torno a los hitos fundantes del Chile actual. Si es verdad, como decíamos al
principio, que la memoria es el fundamento ineludible de la identidad colectiva y de los proyectos
políticos para el futuro, esto significa que en Chile la sociedad no comparte el núcleo básico de la
memoria necesario para que los distintos grupos asuman la pertenencia a un mismo país y la proyección
hacia un ideal de sociedad básicamente compartido.
Para dar cuenta de esta evolución, de sus continuidades y rupturas, se eligió analizar las
conmemoraciones de las décadas de los aniversarios del golpe de Estado: las formas de recordar el 11
de septiembre a diez, veinte y treinta años de los acontecimientos, han incluido siempre una
interpretación sobre lo que pasó antes de ese día, después de ese día y sobre lo que nunca ha de volver
a pasar. Las conmemoraciones del 11 de septiembre en las décadas de su aniversario corresponden a
tres etapas muy distintas de la historia reciente de Chile y reflejan transformaciones en las identidades y
en los proyectos de los “emprendedores” de la memoria, que narran su versión de los acontecimientos.
En septiembre de 1983, Chile vivía bajo un régimen dictatorial, que ya había tenido tiempo y dureza
suficiente para realizar profundos cambios en las estructuras económicas y sociales de la nación.
Pinochet ya se había trasladado al Palacio de la Moneda en calidad de Presidente de la República,
legitimado por la Constitución aprobada en el fraudolento plebiscito del año 80. Se trata de un periodo
en el que la represión y el control son muy importantes y el poder comunicativo del régimen tiende a
imponer su versión del golpe como momento heroico en el que Chile se salvó del caos y del marxismo.
Sin embargo el ‘83 es también un año de grave crisis económica y del protagonismo de grupos sociales
opositores cada vez más organizados y masivos que creían en la posibilidad de derrocar al dictador sin
tener que esperar el cumplimento de los plazos fijados por la Constitución. Los movimientos de
oposición defienden su propia versión de la “epopeya militar” en curso y conmemoran el 11 como
“momento trágico” del quiebre de la democracia chilena, de la muerte de Allende y de la interrupción
del proyecto allendista. Durante todo el año 83, y en el mes de septiembre en particular, se desarrollan
protestas callejeras que dejan el saldo de muchos muertos, heridos, desaparecidos y presos.
En septiembre de 1993 Chile estaba transitando hacia la democracia y ya se desarrollaba la campaña
electoral para el segundo periodo presidencial en régimen democrático. El presidente Aylwin, que en
1973 había sido entre los que apoyaron el golpe militar, encabezaba una coalición, la Concertación de
Partidos por la Democracia2, que había surgido de la oposición democrática durante el régimen.
Economicamente. Chile vivía un momento muy propicio en el marco de una economía sustancialmente
neoliberal: el país se autodenominaba el “jaguar” de Suramérica. Ya se había publicado el Informe
Rettig a través de cuyas páginas el Estado había reconocido públicamente las graves violaciones de los
derechos humanos occurridas bajo la dictadura, sin embargo la controparte del esclarecimiento de la
verdad fue una política de “justicia en la medida de los posible”. Pinochet era todavía comandante en
jefe de las Fuerzas Armadas y los militares tenían un poder muy relevante en el ámbito de la política
nacional, en el mayo del mismo año había habido un amenazador movimiento de cuarteles para forzar
el precario equilibrio entre poder civil y militar. Siguen existiendo versiones muy conflictivas en torno al
desempeño de la dictadura recién acabada y sobre los significados del 11 de septiembre de 1973, fecha
que sigue siendo trágica para algunos y heróica para otros. Las manifestaciones callejeras del día 11,
violentemente reprimidas por las fuerzas del órden, acaban con un saldo de dos muertos y más de cien
heridos. El oficialismo evita tomar un postura clara frente a la conmemoración e insiste en el llamado a
una neutral “reconciliación” y una improbable “vuelta a la hoja”.
2
La génesis de dicha coalición se ubica a mediados de los años 80, en el contexto de la reorganización de lo partidos políticos todavía en
recesión bajo el régimen dictatorial. El desarrollo de un fuerte movimiento social de protesta facilita la organización de una alianza entre
dirigentes políticos opositores del régimen militar y la participación en el referendum de 1988, que acabaría alejando a Pinochet del
gobierno. En 1989, esta coalición reune 17 partidos políticos, hoy son cuatro: el Partido Socialista (PS), el Partido por la Democarcia
(PPD), el Partido Radical Social Demócrata (PRSD) y la Democracia Cristiana (PDC). Se conforma a partir tanto de la absorción , por
parte del PS y del PPD, de los diversos grupos de la “izquierda histórica” y de la izquierda cristiana, cuanto por el pasaje de la Alianza
humanista-verde a la oposición de izquierda junto al Partido comunista, que nunca ha sido integrado en la Concertación. Los dos
primeros gobiernos de la Concertación son presididos por democratacristianos: Patricio Aylwin (1990-1993) y Eduardo Frei (1994 2000),
hijo del omómimo presidente que gobernó antes de Allende. Las siguientes dos legislaturas en el marco de la Concertación son presididas
por Ricardo Lagos (2000-2006) del PS y PDC, y Michelle Bachelet (2006- ) del PS.
En 2003, Chile es un país aparentemente muy alejado de su pasado dictatorial. Es un país “modelo”
desde el punto de vista económico, próximo a firmar tratados de libre comercio con los Estados
Unidos, con la Unión Europea y con otros paises. El Presidente de la Concertación, Ricardo Lagos,
pertenece al Partido Socialista y alcanza una aprobación popular muy elevada. La figura de Pinochet ha
atravesado un proceso de declive evidente desatado por los hechos ocurridos en Londres durante 1998.
El Comandante en Jefe del Ejército, General Cheyre, había proclamado, algunos meses antes, un
inédito “nunca más” relatívo a la actuación de los militares el día del golpe y durante la dictadura (sin
embargo no deja de participar en la celebración privada organizada en honor de Pinochet). En ocasión
del trigesimo aniversario del 11 de septiembre, todos los medios de comunicación inundan al país con
una cantidad de información realmente abrumadora e inédita sobre los tiempos de la UP y de la
dictadura. La derecha y los pinochetistas siguen con una narración legitimadora del golpe. Resurge
Allende como figura central de la conmemoración oficialista (no sin que esto genere mucha polémica
dentro de la coalición gobernante), y la palabra clave de todos los actores es “Nunca más”, pero un
nunca más que tiene significados a veces ambiguos y poco claros. La conmemoración popular en honor
del ex presidente Allende se desarrolla en la calle, fuera del Palacio de La Moneda, sin que hayan
accidentes relevantes.
Allende y el proyecto democrático-popular en las memorias
Un primer hito en torno al cual se constituye la memoria nacional contemporánea de la sociedad
chilena es el período de la Unidad Popular, última expresión de lo que algunos han denominado el
proyecto nacional-popular-democrático (GARRETON, M.A., 2002), que arranca desde la experiencia
del Frente Popular y el gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941). El proyecto de la Unidad
Popular surgía de una línea de continuidad con los procesos de cambio que Chile vivió desde la década
de los años veinte, marcados por la irrupción de las clases medias y de los sectores populares en las
dinámicas políticas y económicas. Se trataba de un proceso de progresiva inclusión de los sectores
populares, urbanos y rurales, en la vida política y económica del país y que alcanzó su clímax entre
mediados de los años 60 y principios de los 70, con la “revolución en libertad”3 del presidente
democracristiano Eduardo Frei Montalva y con el proyecto de la Unidad Popular. El proyecto político
de la Unidad Popular era más radical que el de la Democracia Cristiana, en el sentido de su aspiración
abiertamente socialista. Pero en otros aspectos - relativos al sistema institucional y a la idea de
democracia - , tenían muchos aspectos en común y esto hace que se pueda evidenciar una línea de
“continuidad” en el proceso político chileno entre 1964 y 1973, continuidad que además se inscribe en
el desarrollo más amplio del proyecto de inclusión y promoción popular desarrollado a lo largo del sigo
XX. Entre 1970 y 1973 este proyecto de largo alcance confluyó en la “via chilena al socialismo”, un
intento de sustituir el capitalismo en el respeto de la institucionalidad democrática, dirigido por los
partidos de izquierda aglutinados en la coalición llamada Unidad Popular, bajo el mando del presidente
Salvador Allende. Más allá de las carencias y los errores en su implementación, se trató de un proyecto
efectivamente orientado hacia una gran transformación social, a favor de amplios sectores populares.
Desde el punto de vista político el trienio de la Unidad Popular constituye la “mayor experiencia de
participación popular de la sociedad chilena”, con un carácter marcadamente antioligárquico y antiimperialista
(GARCÉS, M., 2004). Retomando el título de un libro sobre ese período publicado en Chile en 2005, el
trienio de la Unidad Popular fue un momento en el que los chilenos “hicieron história” (PINTO, J., 2005)
3
El gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), a través del programa de la “revolución en libertad” apuntaba a alcanzar el
crecimiento de la economía y la redistribución del ingreso, e institucionalizar la creciente participación política de los sectores sociales
hasta entonces excluidos. Para ello postulaba la reorganización de dos áreas económicamente fundamentales: la minería (específicamente
el cobre, que era el principal producto de exportación), y la tenencia de la tierra . Es así que bajo Eduardo Frei Montalva se llevó a cabo la
llamada chilenización del cobre y una reforma agraria importante; además el gobierno quiso incentivar la organización de los sectores bajos de
la sociedad, tanto a través del fortalecimiento del sindicalismo cuanto con la creación de instancias urbanas de participación a nivel barrial,
tales como los centros de madres y las juntas de vecinos, en el contexto de un programa llamado “Promoción popular”. Paralelamente se
inició la puesta en marcha de programas dirigidos a expandir el acceso a la educación, a la salud, a la seguridad social y a la vivienda.
en el sentido de que “hicieron política”: es decir, las grandes masas se organizaron y movilizaron en el
marco de un gobierno por el que se sentían representadas, para llevar a cabo un proyecto para la
realización de una sociedad deseada. Debido a la radicalidad de este proyecto, se trató de un período en
el que la polarización política y social llegó a ser extrema. Los sectores empresariales, los gremios
patronales y, en general, las clases privilegiadas de la sociedad chilena, sintieron que sus interéses y su
seguridad estaban siendo puestos en riesgo más que nunca, por la puesta en marcha de unas reformas
que tendían a subvertir los esquemas de la convivencia social y política del orden existente hasta
entonces. La oposición de las oligarquías, reunidas en los partidos de la derecha nacional se conjugó
con la voluntad del gobierno norteamericano, entonces presidido por Richard Nixon, de terminar con
Allende incluso antes que asumiera, y con el progresivo desplazamiento hacia la derecha de la postura
mayoritaria de la DC.
El final cruento de la Unidad Popular fue entonces también el final de un proyecto de democratización
profunda de la sociedad chilena que tenía una amplia trayectora en la historia del siglo XX chileno, y
representó el retorno a un sistema dominado económica, social y políticamente por las clases que
tradicionalmente habían conducido los destinos del país. Bajo esta perspectiva el golpe de Estado puede
ser interpretado como un intento exitoso de restablecimiento del orden político oligárquico y la
exclusión de las clases populares de los ámbitos del poder, a través de una nueva “revolución” de
carácter neoliberal, que todavía marca el carácter de la sociedad chilena, con que las élites modificaron
sus estratégias políticas y económicas para mantenerse en el poder en un nuevo contexto nacional e
internacional. A partir de ahí que el recuerdo de lo que fue y significó la experiencia de la Unidad
Popular ha sido, y sigue siendo, un ámbito importante de conflicto de las memorias que refleja y
evidencia también la ausencia de un proyecto democrático compartido para el Chile futuro: se trataba
de un proyecto político y social de amplio respiro que fue abortado violentamente y que ha generado y todavía genera - diferentes selecciones y aprendizajes en los distintos actores de la política actual.
Además hay que recordar que la muerte trágica y heróica del persidente Allende en el Palacio de La
Moneda, como acto final de consecuencia respecto a su programa de gobierno, hace que su figura sea
un paso ineludible en las narraciones en torno al 11 de septiembre. La presencia en la memoria del
presidente muerto permanece como acontecimiento que, bien fomentando la creación de distintos
“mitos” o evidenciando la existencia de ciertos “tabúes”, oblíga todos los actores que recuerdan a
pronunciarse sobre lo que fue Allende y el proyecto por el que murió.
Las voces de los “vencedores” del golpe, es decir de los que en 1973 se sentían amenazados por el
gobierno de Allende y auspicaban una intervención militar – en particular los grupos empresariales
conservadores y la oposición de derecha – se han expresado tradicionalmente a través de la páginas de
El Mercurio, el periódico más antiguo de Chile, de propiedad de la familia Edwards – una de las familias
más potentes del país. Una revisión de los discursos de “análisis histórico” aparecidos en ese diário en
ocasión de los trés aniversarios de las décadas del 11 de septiembre permite establecer una sustancial
continuidad, a lo largo de las trés décadas, en la evaluación del período allendista. El proyecto de la
Unidad Popular aparece aquí como el peligroso intento de los grupos ultraizquierdistas de transformar
Chile en una segunda Cuba, disfrazandose detrás de un instrumental respeto por las instituciones
democráticas y através del ingenuo apoyo de la Democracia Cristiana. El Mercurio pública una y otra vez
el texto del Acuerdo del Congreso di Chile, del 22 de agosto de 1973 - que declaraba la
inconstitucionalidad de las actuaciones del gobierno de Allende - para reafirmar la legitimidad de la
intervención de las Fuerzas Armadas como garántes del órden democrático. El caos, la anarquía, la
polarización política y la crisi económicas son las notas de fondo que dibujan el perfíl del trienio de la
Unidad Popular en las páginas de El Mercurio hasta el 2003. El fantasma de la violencia política durante
ese treinio, es reeditado tanto en 1983 cuanto en 1993 para condenar las protestas callejeras en ocasión
de los aniversario como evidencia de las “costumbres antidemocráticas” heredadas por sectores de la
sociedad desde los tiempos de la Unidad Popular. Según esta visión, el programa de Allende era
inviable en el marco de la democracia y su desarrollo ulterior hubiera conducido inevitablemente a la
dictadura marxista, o bien a una guerra civil. La figura del presidente Allende oscila entre la imagen del
revolucionario falsamente demócrata, amigo de Fidel Castro y admirador de la Unión Soviética, y la
imagen del dirigente incapaz de contener las tendencias extremistas que, en la sociedad chilena y dentro
de su propia coalición, preconizaban la vía armada para la realización de la dictadura del proletariado.
A partir de 1983, la oposición popular y política al régimen vive una etapa de fermento y reorganización
a través de las protestas callejeras, todas ellas brutalmente reprimidas, y de la constitución de bloques
políticos (como la Alianza Democrática, AD) que empiezan a dialogar con el régimen con el objetivo
de negociar la renuncia de Pinochet y la vuelta a un sistema democrático antes de los plazos fijados por
la Constitución de 1980. Los opositores al régimen se unen en el proyecto compartido de la
recuperación de la democracia y la figura de Allende es presente como el símbolo del presidente mártir
de la democracia, que legitima la lucha de los que buscan una salida inmediata del dictador y la vuelta a
un sistema democrático que incluya los valores de justicia social y respeto de los derechos humanos.
Entre los pocos medios que los sectores de la oposición tienen a su alcance para proclamar su versión
de los hechos están algunas revistas que se ocupan de temas políticos en medio de continuas amenazas
o bien gracias al amparo de la Iglesia Católica. Es el caso de la revista juseuita Mensaje, y de Análisis,
revista patrocinada por el Académia de Humanismo Cristiano. En estas páginas, y pocas más, en
ocasión del décimo aniversario del golpe se publican ensayos en los que intelectuales de izquierda
reflexionan sobre la experiencia de la Unidad Popular, a veces mistificando la figura de Allende y el
recuerdo del trienio de la “vía chilena al socialismo”, pero también surgen análisis críticos sobre los
errores cometidos y las responsabilidades internas al movimiento. A partir de estos momentos ya
empieza a manifestarse una escisión entre dos memorias distintas de la experiencia allendista en el seno
de la oposición democrática, y estas memorias llevan los gérmenes de dos proyectos distintos de las
democracias que se quieren construir más allá de la lucha contra la dictadura. Para una parte de la
oposición - en particular para los dirigentes políticos de los partidos de izquierda y de la Democracia
Cristiana empeñados en la dinámica del diálogo con el régimen-, la gran enseñanza que hay que sacar de
la experiencia allendista es que no puede haber transformaciones sociales en el marco democrático si no
se cuenta con la mayoría política, si no se llevan a cabo gestos y acciones de gobierno para que se
establezca un “consenso” mayoritario en torno a los proyectos políticos. La otra enseñanza dejada por
la UP, cuyo fracaso fue en buena medida determinado por la decisión de la Democracia Cristiana de
retirar su apoyo a la coalición gobernante, es que en Chile dicha mayoría sólo se puede lograr a través
de una coalición entre los partidos de centro y los de izquierda. Como hace notar Jorge Arrate, la
memoria de importantes sectores de la clase política en esta materia confluyó, en 1988, en la gestación
de la Concertación de Partidos por la Democracia (ARRATE, J., 2003), coalición que ha llevado a cabo
el proceso de transición y que ha elegido cuatro gobiernos desde el término de la dictadura. La memoria
del fracaso del experimento allendista es así fundamental en la génesis de la actual coalición de gobierno
y es además una referencia importante para el proyecto con el que esta estrenó su accionar: la llamada
“politica de los consensos” promovida especialmente por su primer presidente Patricio Aylwin. De
hecho, en las pocas páginas del diario La Nación, instrumento de expresión del gobierno, dedicadas al
recuerdo de la UP en el marco del aniversario de los veinte años del golpe de Estado (1993), emerge la
obsesión por recordar la ingobernabilidad derivada de la polarización política y del enfrentamiento
ideológico que marcó el trienio allendista. La voluntad de remarcar este aspecto como una de las causas
principales de la crisis de ese proyecto es funcional a la legitimación de una política de pequeños
cambios y búsqueda continua acuerdos. El miedo a los disensos que domina la etapa del gobierno de
Aylwin, es demonstrado, entre otras cosas por el hecho de que, bajo su gobierno, varias revistas de
crítica política que habían jugado un rol importante en la oposición a la dictadura tuvieron que clausurar
(emblemático es el caso de la Revista Análisis) y quedaron muy reducidos lo espacios para las críticas
procedentes de los sectores de la izquierda extraparlamentaria. El vigésimo aniversario del golpe de
Estado se torna así para el Gobierno - y también para la Iglesia Católica y para los sectores derechistas-,
en una ocasión para reiterar el invito a la reconciliación y al reencuentro entre los chilenos. Se trata de
una reconciliación que en los años venideros se demostrará imposible, también porque se fundamenta
en un llamado dirigido a la buena voluntad de los distintos sectores, y no se basa en el esclarecimiento
de las responsabilidades mutuas ni en su sanción moral y legal por parte del Estado. Por otra parte, en
1993, el fracaso del proyecto de la Unidad Popular asume las características del “desenlace ineludible de
una tragedia griega”4, como si el golpe de Estado no hubiese sido fruto de una deliberada conspiración
de las Fuerzas Armadas, de ciertos sectores de la derecha y de la misma Democracia Cristiana y del
gobierno de los Estados Unidos, sino más bien el mismo proyecto allendista contenía ya en sí las raíces
de su propia destrucción.
En las conmemoraciones oficialistas del 11 de septiembre de 2003, resurge Allende como figura central:
se dedica a su nombre la sala del Palacio que corresponde al lugar dónde se suicidó y Ricardo Lagos,
segundo presidente socialista después de Allende, protagoniza un acto pensado para tener un gran
impacto mediático: la reapertura de la puerta13 por la que los presidentes republicanos solían acceder al
Palacio de La Moneda y por la que fueron sacados los restos de Allende en el día del golpe de Estado.
Sin embargo, los homenajes para el ex-mandatario, que no dejan de provocar polemicas en las filas
democratacristianas de la coalición gobernante y en los partidos de derecha, se refieren a un Allende
símbolo de las virtudes repúblicanas y parecen poner entre paréntesis el contenido revolucionario del
programa de su gobierno. La reapertura de la puerta de Morandé 80 es invocada por el presidente “para
que vuelvan a entrar las brisas de libertad que han hecho grande a nuestra patria”5. Allende es aquí el símbolo de la
consecuencia democrática, pero el contenido de su programa democrático popular es puesto entre
paréntesis: la voluntad de hacer de Chile un país más igualitario y una democracia más participada se
quedan como notas al pié en un moemento en el que las actuaciones del gobierno reafirman la adhesión
a un modelo de desarrollo marcadamente neo-liberal nunca cuestionado que es el marco que define el
proyecto del presidente Lagos de hacer de Chile un país “desarrollado”. Con respecto al desemboco
trágico de la experiencia de la Unidad Popular en el golpe de Estado y los largos años de la dictadura
pinochetista, el 2003 es el año en el que se produce un fenómeno de catársis en el que muchos actores
de la política de la UP, el Ejército y los distintos sectores de la política parlamentaria (con la notable
excepción de la derecha) reconocen y lamentan las respectivas responsabilidades en los trágicos
acontecimientos que rodéan el quiebre de la democracia y pronuncian un coral y ambiguo “Nunca
más”: nunca más a las violaciones de los derechos humanos, nunca más a la intervención del Ejército
como sujeto deliberativo en las decisiones políticas, nunca más a la intolerancia de las ideologías, nunca
más al quiebre de la convivencia democrática. Se trata de un hecho seguramente importante para la
restauración de la comunidad nacional, sin embargo cabe destacar un aspecto: el Nunca más al quiebre
de la democracia, desligado de una asunción de la herencia política del proyecto democrático popular
derrocado por el condenado golpe militar puede llevar implícito también un “nunca más” a los
proyectos políticos de cambio radical, nunca más a la política como confrontación de distintas visiones
sobre el futuro de la Nación. Allí tal vez se puede buscar una raíz de aquella insólita convergencia de
proyectos entre izquierda y derecha que subraya el texto de Vargas Llosa que mencionábamos al
principio.
Los grupos que, desde un principio han asumido – aunque con cierta dosis de mitología - la herencia
del proyecto allendista y han conmemorado en 11 de septiembre también como fecha en la que se ha
destruído el sueño de una sociedad más igualitaria e incluyente, pertenecen a unos sectores de la
izquierda que, a partir de los comienzos de la transición a la democracia, han quedado excluídos del
juego político. Entre ellos está el Partido Comunista, pero también todos los actores que constituyen el
variado conjunto de los movimientos sociales de sensibilidad izquierdista que han confluído, a lo largo
de las últimas décadas, en distintas agrupaciones políticas como el Movimiento de Izquierda
Democrático Allendista (MIDA), durante el gobierno de Aylwin, o la coalición Juntos Podemos Más6,
4
La expresión “tragedia griega” que una y otra vez es usada para estigmatizar la experiencia de la Unidad Popular viene de una carta
pública que, días antes del 11 de septiembre de 1973, el ex candidato a la presidencia de la Democracia Cristiana, Radomiro Tomic, le
había enviado a l recién renunciado Comandante en Jefe del Ejercito Carlos Prats, que contenía esta frase: “Como en las tragedias del teatro
griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos desean que no ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende
evitar”.
5
6
La Nación, “Morandé 80: Puerta de la democracia”, 14 septiembre 2003. P.12
Juntos Podemos Más es un pacto político formado por organizaciones sociales y políticas de izquierda. Está integrado por más de 50
organizaciones sociales y partidos políticos. Los partidos legalmente constituidos y los miembros más importantes integrantes del pacto
nacida en 2003, que abarcan un amplio espectro de movimientos de la sociedad civil y representan
proyectos de democracia y sociedad que son alternativos al “proyecto único” de los partidos de las
grandes coaliciones de izquierda y derecha. Significativamente, estos sectores de la política chilena
tienen muy poco acceso a los medios de comunicación de masas, sin embargo un análisis de las páginas
del desaparecido diario La Epoca en 1993, o de El Siglo (publicación del Partido Comunista), o de la
revista Punto Final (revista izquierdista fundada en el ’65 e históricamente vinculada con el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria – MIR), en ocasión de los aniversarios del golpe permite notar una distinta
sensibilidad frente al recuerdo de la figura de Allende y de su gobierno. En estas publicaciones, como
también en las protestas callejeras y en las manifestaciones culturales, la figura de Allende está en el
centro de las reivindicaciones por la democracia (en 1983), y por los derechos humanos y sociales. El
esfuerzo constante es el de actualizar el mensaje de Allende y la experiencia de la Unidad Popular,
volviendo a publicar sus discursos, su programa de gobierno para recuperar, en otros contextos, los
contenidos de la democracia y del modelo de desarrollo del proyecto nacional-popular allendista. Se
trata de grupos con identidades muy variadas pero que convergen en su crítica radical a las políticas de
los gobiernos de la Concertación, que son vistos como gestores de un modelo de democracia y de
desarrollo heredado del pinochetismo, y en la busqueda de modelos alternativos para el futuro de la
sociedad chilena. Del allendismo recuperan la dimensión participativa e incluyente de los sectores
marginados, la centralidad del Estado como garante de los derechos sociales, económicos y culturales,
la vocación latinoamericanista y antiimperialista. El golpe de Estado es interpretado según las categorías
de la traición militar, de la reacción oligárquica y de la guerra fría, criticandose la narración oficial de una
supuesta inviabilidad intrínseca del programa de Allende. Durante las celebraciones del aniverasario del
golpe en 2003, mientras el gobierno realizaba sus actos en el interios del Palacio de La Moneda, este
pueblo que se considera heredero del proyecto allendista rendía homenaje al ex mandatario en otro acto
en la Plaza de la Constitución adjacente al Palacio. Ambas conmemoraciones estaban dedicadas a la
misma persona, pero los contenidos y las proyecciones de esas memorias parecen pertenecer casi a dos
países distintos.
Esta izquierda extraparlamentaria, que incluye movimientos sociales de muchos tipos que reivindican su
identidad de sujetos políticos, no tiene acceso a la esfera parlamentaria e institucional debido sobre todo
al sistema electoral binominal mayoritario, establecido por Pinochet en la Constitución de 1980. Los
efectos de dicho mecanismo electoral son muy importantes para la evolución del sistema de los partidos
puesto que garantiza la estabilidad en torno a dos grandes polos electorales: en el momento de su
formulación, la idéa era de evitar la aparición de dinámicas centrífugas dentro del sistema político, y del
fortalecimiento de una tercera fuerza electoral, es decir de la izquierda7. La mantención de dicho sistema
es una de las formas institucionales de la tesis de la polarización política como desencadenante de le
crisis de la Unidad Popular y del rol estratégico de los partidos de centro en la consolidación de la
democracia: se trata de uno de los llamados “enclaves autoritarios” creado en el marco de la lógica de la
legitimación del poder autoritario y de la reorganización institucional bajo el el régimen de Pinochet8.
son el Partido Comunista de Chile y el Partido Humanista. Otros partidos sin constitución legal integrantes del pacto son: Izquierda
Cristiana, MIR, Movimiento Ptriótico Manuel Rodriguez, Izquierda Socialista, Movimiento por el Socialismo (MPS), Partido Alternativa
Socialista (PAS), estos últimos 3 agrupados en el Bloque por el Socialismo (BS), Identidad Rodriguista (IR), Movimiento Fuerza
Ciudadana (FC), Partido Comunista Chileno Acción Proletaria (PC-AP), Cambio Democrático, Partido Radical de Chile (PRCh- Grupo
disidente del Radicalismo en el gobierno), revolución Democratizadora (RD), Generación 80 (G-80), partido de los Trabajadores (PT) y
las Juventudes Comunistas de Chile. Hay además otras organizaciones sindicales, culturales, ecologistas, de diversidad sexual etc.
participantes en el pacto.
7
El sistema electoral binominal mayoritario implica que la coalición mayoritaria, si no obtiene al menos el doble de los votos de la
segunda fuerza electoral, solo puede contar con un escaño parlamentario cada dos, en cada distrito electoral. La segunda fuerza electoral
puede entonces controlar la mitad de los escaños si obtiene por lo menos el 33,4% de los votos, lo cual corresponde históricamente a los
votos de la derecha. Esta se beneficia ampliamente de este sistema, puesto que los partidos de la izquierda extra concertacionista no
pueden acceder a la representación parlamentaria. La Concertación tiende así a capitalizar, sin que haya una competencia real, el voto de la
izquierda en las elecciones parlamentarias. La izquierda extraparlamentaria está, por otra parte, forzada a luchar en contra de su propia
desaparición puesta que la ley sobre los partidos políticos anula la existencia legal de un partido que no obtenga por los menos el 5% de
los votos en las elecciones nacionales, o no cuente con por lo menos tres diputados elegidos.
8
Para una reflexión sobre la génesis del sistema electoral binominal mayoritario: PASTOR, Daniel, “The origins of the chilean binominal
election system”, en Revista de Ciencia Política, Santiago, 2004, 24 (1), p.38-57.
En el año 2005, bajo el gobierno de Ricardo Lagos, se han aprobado unas reformas constitucionales
muy importantes tendientes a regularizar el papel de la Fuerzas Armadas dentro de las instituciones
políticas chilenas. Sin embargo, el cambio del sistema electoral queda como tarea pendiente para la
instauración de un sistema político más democrático, puesto que excluye del juego político una parte
importante de la izquierda chilena, que es portavoz de una memoria distinta y de un distinto proyecto
para el futuro del país. Se trata de permitir la entrada en la política chilena de aquella parte de la
sociedad que, en el anhelo de construir una democracia más participativa y una sociedad más justa, mira
a su história como un capítulo pendiente y lo hace no por revivir odios, sino porque cree que para
terminar con los conflictos sociales también hay que asumir la herencia del pasado, en el sentido de
recuperar, en otro contexto y con otros parámetros, lo mismo por lo cual Allende y muchos chilenos
dieron su vida.
Conclusión
Chile es hoy un país políticamente estable en al marco de unas institucionalidad democrática y
económicamente exitoso en la senda de un proyecto de desarrollo de tipo neo-liberal. Sin embargo la
sociedad chilena es una sociedad clasista, marcadamente desigual y que tiende a permanecer al margen
de la participación política, de ahí que se puede hablar de una democracia “de baja intensidad” que no
se sustenta en una sociedad de ciudadanos politicamente actívos sino en el juego político de las
cumbres partidistas. La transición chilena a la democracia tiene algunas carencias evidentes que derivan
de las imperfecciones y perversiones heredadadas de la institucionalidad y estilos predominantes en el
régimen autoritario y que se han consolidado en la transición misma, generando un sistema que tiende a
privilegiar la gobernabilidad por encima de la represetatividad democrática y de la participación política
de las bases. El espacio para la opción ciudadana queda reducido y el conjunto de la clase política se
limita a administrar, sin cuestionarlo fundamentalmente, un modelo de democracia y desarrollo
heredado, abandonando así la función importantísima de la deliberación y decisión política en torno a
proyectos para construir una mejor sociedad. El papel de la memoria colectiva en los procesos que
determinan este tipo de democracia “desencantada” es fundamental, puesto que la actual ausencia de un
debate abierto en torno al proyecto político deseado al interior de la comunidad nacional guarda una
relación estrecha con la negación, por parte de la clase política, de la herencia histórica del proyecto
democrático popular que, desarrollandose a lo largos del siglo XX, llegó a su punto máximo durante el
gobierno de Salvador Allende y quedó truncado por el golpe de Estado de 1973, hito histórico que
marca la identidad de la sociedad chilena. No es casual que el 11 de septiembre sea un día mucho más
significatívo en la memoria colectiva de los chilenos, que el 5 de octubre, fecha en la que la
Concertación conmemora la victoria del “No” a Pinochet en el plebiscito de 1988 y el comienzo de la
transición a la democracia. La democracia actual no es asumida como pertenencia propia por parte de
toda la sociedad, sino que es rechazada por aquella parte del tejido social - que significativamente
incluye a la mayoría de los movimientos sociales y populares - que busca los cauces para una
reactualización posible del proyecto político que quedó pendiente en 1973. La coyuntura actual, con la
dirigencia de una clase política progresista en Chile y la emergencia de unas nuevas izquierdas en varios
países latinoamericanos, puede ser aprovechada para incorporar estas memorias silenciadas en el
devenir político, a través del debate sincero sobre los acontecimientos históricos del pasado reciente,
pero también a través de la reforma de un sistema electoral que condena a la exclusión parlamentaria a
los grupos y movimientos de izquierda que se sienten herederos del proyecto democrático-popular. No
es posible revivir el pasado, ni se puede reeditar una experiencia que pertenece a otro contexto
histórico, pero si se puede buscar una recomposición ética de la sociedad entorno a su pasado, para que
se abran posibilidades de discusión y cambio del actual modelo de desarrollo y de democracia.
Referencias bibilográficas:
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2002.
PINTO VALLEJOS, J. (coord.), Quando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, Santiago,
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STERNE, Steve J., “De la memoria suelta a la memoria emblemática: hacia el recordar y el olvidar
como proceso histórico (Chile 1973-1998)”, en GARCÉS, Mario (comp.), Memoria para un nuevo siglo.
Chile: Miradas a la segunda mitad del siglo XX. Santiago: LOM, 2000.
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