CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO: PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO ROMA, 21-25 settembre 2003 Pontificia Accademia di San Tommaso – Società Internazionale Tommaso d’Aquino Identidad humana como teleología en Charles Taylor Prof. Encarna Llamas Perez Universidad de Navarra, Pamplona (España) Philosophical Anthropology is getting more and more central in Philosophy today: we need to explain to ourselves who we are. In this paper we confront the contemporary explanation of human identity given by Charles Taylor and the Thomistic conception of human being implied in his doctrine of natural law, with the purpose of making clear that human nature is a teleological nature, a special form of being that necessarily develops through time towards its own realization. Free actions configure personal identity, that is principally moral. Goods are to be chosen defining a moral space where every human being configures his or her own identity, creating the moral map that constitutes human identity. Freedom, nature and God appear as the three possible sources of the self in Taylor’s writings, and we could speak of a similar solution in Aquinas’ conception of nature. But there are more and less human goods, more and less adequate definitions of our own identity as human beings. That is the problem of leading a life. Un punto clave a desarrollar en una concepción filosófica del ser humano de raigambre tomista es una adecuada comprensión de la noción de naturaleza humana. En este trabajo se pretende justamente exponer el desarrollo que Charles Taylor hace de la noción de naturaleza humana como finalizada, libre y abierta, apuntando a una idea teleológica de la forma de ser del hombre, desde una metodología fenomenológica. Se trata de formular lo que Llano llama “un concepto comprensivo de finalidad, que pudiera aplicarse tanto al mundo de la libertad como al mundo de la naturaleza”,1 es decir, un concepto de finalidad que escape al mecanicismo determinista y sea capaz de dar razón de la acción libre. Esta noción supone a la vez la incorporación y el desarrollo de la noción tomista de naturaleza finalizada, del concepto teleológico de naturaleza humana. Se entiende muy bien ese concepto de Llano, A. La nueva sensibilidad, p. 204. Llano señala la conexión de esta nueva comprensión de la razón práctica con una concepción de la vida buena unida a la sabiduría práctica, de corte aristotélico-tomista, sustantiva y teleológica, coincidiendo en buena parte con el planteamiento de Taylor, frente al racionalismo por una parte y a la llamada postmodernidad por otra. 1 © Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor teleología desde la explicación de la acción humana que Taylor propone, para hacerlo luego extensivo a la configuración total de la identidad del ser humano a lo largo de la vida. Merece la pena plantear así la exposición por tanto, aunque necesariamente quedarán sin desarrollar algunos puntos, al tratarse de una exposición breve. Taylor subraya en la teoría de la acción precisamente su referencialidad, su carácter intencional ya que la acción es expresiva de significados en la medida en que expresa el carácter intencional del deseo: al ser promovida por un fin, la acción surge y adopta una forma determinada en función de un significado relevante, que se desea. La explicación de la acción como expresión se deriva de una caracterización finalizada de la acción: explicar una acción es dar una descripción que incluya el fin del agente. Hablamos de la acción como constituida por un significado, con un “contenido”, un objeto/objetivo, que la cualifica como diferente de otros tipos de movimientos y de otras acciones. Ese significado se percibe como positivamente valorado y se presenta como deseable: adquiere carácter de fin. Taylor hace un análisis de distintos tipos de acción que permite establecer, frente al conductismo y al psicologismo, la configuración teleológica de lo que propiamente llamamos acción, que se caracteriza precisamente por ser finalizada, definida por el propósito del agente, intencional. Este análisis le lleva a diferenciar el significado de esas tres expresiones: finalidad, propósito e intención no son equivalentes. La discusión sobre el grado de conciencia del agente en la acción, y, por tanto, de su voluntariedad, establece una diferencia entre una explicación de la acción como finalizada y una explicación de la acción como propositiva, determinada por un propósito, intencionada. Por otra parte, la afirmación del carácter teleológico de la acción (frente al deseo o la inclinación) le lleva a una comprensión muy interesante de la dinámica tendencial y la motivación. También en Tomás de Aquino la intencionalidad natural, la dinámica tendencial, forma parte de la naturaleza del hombre y a través de las acciones cada ser humano desarrolla esas inclinaciones. Ha de entenderse, por tanto, la naturaleza como una noción dinámica.2 Las acciones se definen por bienes positivamente valorados que se constituyen en fines, motivando un modo u otro de actuar. Son acciones, tienen sentido como tales y son comprensibles por sus metas, por el objetivo al que tienden. Taylor formula de este modo una explicación teleológica de la acción, basada en la significatividad. 2 S.Th. I-II, q. 94, a.2 p. 2 Congresso Tomista Internazionale De modo que cabría hacer una distinción entre diferentes explicaciones teleológicas de la acción. Toda acción se define por su fin y en ese sentido es teleológica. Tanto el ser humano como algunos animales son capaces de dirigir su conducta, ya que la dinámica tendencial animal, aunque forma parte de la “naturaleza esencial” 3 de algunos animales, puede ser entendida sólo como condición necesaria pero no suficiente de la acción: el instinto animal y la correspondiente dotación biológica son condiciones necesarias para que el animal desarrolle una conducta, pero no son razón suficiente de cada una de las acciones que realiza; son condiciones sine qua non, pero no dan razón suficiente de la acción concreta.4 La acción no puede reducirse a una descripción en términos de inclinación, de deseo, precisamente porque en el caso del hombre cabe la posibilidad de actuar contra una inclinación, en función de un propósito (una determinación por un bien) que se conoce como más valioso que el logro del bien que satisface mi deseo.5 No toda acción intencional se define por la intención consciente del agente, aunque sea el agente el que dirija la conducta a un fin. Taylor sostiene en este punto una tesis muy interesante: hay un tipo de acciones teleológicas que no son propositivas, lo que es posible sólo si entendemos la intencionalidad como distinta de la intención; y otro tipo de acciones teleológicas que son propositivas, las realizadas no sólo por un fin sino con intención, con propósito (que implica conciencia) de alcanzarlo. Obviamente, sólo las acciones humanas pertenecen a éste segundo tipo, ya que sólo el ser humano es capaz de conciencia reflexiva. Es evidente que en los animales existe una dinámica tendencial, lo que no implica que sean conscientes de sus deseos y de sus respectivos objetos. Tanto el deseo como la acción son intencionales, precisamente por su referencia a una meta, a un fin, no porque el sujeto tenga conciencia de esa finalización o se la proponga conscientemente. De ahí que quepa hablar, en lo que se refiere a movimientos naturales, de sistemas inanimados, sistemas animados teleológicamente y sistemas animados propositivamente.6 Puede haber, como afirma el psicoanálisis, un deseo inconsciente, que supone una fractura en la explicación mecanicista y dualista que afirma la inmediatez de la conciencia de nuestros deseos. Taylor menciona una “hostilidad hacia la teleología” en la tradición científica occidental, que se debe a la afirmación positivista de que el propósito no es empírico, precisamente en tanto que es propósito, no alcanzado, aún no presente. Y señala que sin embargo Freud abre un campo a la intencionalidad haciendo un análisis de la dinámica tendencial humana “que 3 4 5 6 The Explanation of Behaviour, p. 24. The Explanation of Behaviour, págs. 24-5 nota 1. Cf. The Explanation of Behaviour, p. 51-3. The Explanation of Behaviour, p. 71. p. 3 E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor nos fuerza a separar intencionalidad y conciencia”,7 y que la explica en función de significados implícitos en la visión del mundo del sujeto, en términos de sentido para el sujeto, de motivación y no de causalidad eficiente.8 En la medida en que el sujeto se hace consciente del fin que define la acción, tiene la posibilidad de decidir adherirse a ese bien —y desarrollar la acción que lleva a su consecución— o no hacerlo, en función de otros significados que formen su mapa moral, que definen su identidad. Por eso la identidad se constituye en la acción, porque supone la adhesión a determinados bienes que son asumidos como fines que me definen como sujeto. Lo interesante de esta teoría de la acción es que no se detiene en su carácter intencional, sino que sirve de base a una doctrina del bien como fuente moral. El análisis de la dimensión significativo-expresiva de la acción apunta a la intencionalidad, y este rasgo de la acción apunta al estudio del bien. La acción humana es finalizada y propositiva, lo que quiere decir que el papel que distintos significados juegan en la vida del sujeto es decidido por el propio sujeto, decisión en la que se define su identidad, su postura en un horizonte moral de significados de modo que “sólo somos ‘un yo’ en la medida en que nos movemos en un cierto espacio de interrogantes, mientras buscamos y encontramos una orientación al bien”.9 El bien comparece ante el sujeto en su conocimiento de la realidad, y en ese sentido Taylor se define a sí mismo como realista. Los bienes son un tipo especial de significados, ciertos aspectos de la realidad que el sujeto percibe valorados positivamente y que reclaman de él una respuesta. Las propiedades relevantes en este sentido se convierten en exigencias, en reclamaciones al sujeto, que ha de establecer su postura respecto de ellas. El sujeto experimenta que ha de decidirla: siempre se da una afirmación o una negación que supone la adhesión o el rechazo de ese bien. De ahí que “si estoy firmemente comprometido con un bien supremo en este sentido, encontraré que la pregunta correspondiente al sí o al no es decisiva para lo que soy como persona”,10 ya que es el punto respecto del cual establece el sujeto su orientación en ese mapa moral que constituye su identidad. El bien así entendido es lo que hace bueno al hombre, del mismo modo que se dice de un hombre que es sano por referencia a la salud: al amar algo bueno, ese bien actúa como motor moral de nuestra identidad, como fuente, llevando al sujeto a entenderse a sí mismo en relación a ese bien, lo que le hace Taylor, “Force et sens” en Madison, G. Sense et Existence, Editions du Seuil, Paris 1975, págs. 124-136. 8 “Force et sens”, p. 130 9 Fuentes del yo, p. 50. 10 Fuentes del yo, p. 79. 7 p. 4 Congresso Tomista Internazionale bueno. Taylor señala que el bien es una fuente moral en el sentido de que “es algo cuyo amor nos faculta para hacer el bien y ser buenos”.11 El bien capacita para hacer el bien en la medida en que es reconocido como tal, porque entonces el sujeto se adhiere a él, ama ese bien, y actúa teniéndolo como fin. El bien actúa como fuente moral del mismo modo que las demás fuentes morales: “en la medida en que es a ellas a las que nos dirigimos de cualquier forma que sea apropiada para ellas —mediante la contemplación o la invocación, la oración o cualquier otra forma— para facultarnos moralmente”.12 Pero entonces la cuestión de la orientación de nuestras vidas se plantea necesariamente: dada la finalidad intrínseca de nuestras acciones, dado que actuamos propositivamente (con conciencia de nuestros fines), y que los fines se perciben como exigencias cualitativamente distintas y no necesariamente impuestas al sujeto, es necesario que el sujeto decida sobre los fines de sus acciones y, a mayor escala, de su vida. No es suficiente ser consciente de los significados que se dibujan en el propio mapa moral, sino que queda abierta — y ha de ser decidida— la posición y la dirección que el sujeto quiera tomar en él: “Así, lo verdaderamente importante no es dónde estamos, sino hacia dónde vamos; y aunque lo primero puede ser una cuestión de más o menos, lo segundo es una cuestión de ir acercándonos o quedándonos fuera; una cuestión de sí o no. Esa es la razón por la que un interrogante absoluto siempre enmarca los relativos. Puesto que no podemos pasar sin una orientación al bien y, puesto que no podemos ser indiferentes al lugar en que nos situamos en relación al bien, puesto que ese lugar ha de estar siempre cambiando y deviniendo, ha de planteársenos la cuestión de la dirección de nuestras vidas”.13 Se ve entonces cómo en la visión significativa el ser humano no se entiende como autónomo en un sentido absoluto, porque no es un sujeto desvinculado; nunca está absolutamente indeterminado, en la medida en que su relativa indeterminación originaria va siendo definida de una forma significativa concreta. La autenticidad se puede plantear como ideal moral sólo desde la visión significativa del hombre en el mundo, y desde una consideración del ser humano como agente que refiere su acción a fines libremente elegidos, capaz de dirigir su vida libremente en un horizonte de significados relevantes para él y abierto. Cabe plantear que el ser humano deba ser auténtico, fiel a una identidad propia definida por bienes irrenunciables, si 11 12 13 Fuentes del yo, p. 109. Fuentes del yo, p. 330. Fuentes del yo, págs. 63-4. p. 5 E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor hay una forma de acceso no irracional y no alienante a esos bienes. Por eso Taylor puede decir que “para quienes están firmemente comprometidos con un bien, lo que esto significa es que ese bien, por encima de cualquier otro, es el que les proporciona las pautas por las que juzgar el rumbo de sus vidas. Aun reconociendo un haz de distinciones, aun reconociendo que todos implican una fuerte valoración de tal manera que se juzgan a sí mismos y a los demás por el grado de consecución de dichos bienes y admiran o menosprecian a la gente en función de ello, no obstante, ese único bien supremo se sitúa en un lugar especial. La orientación hacia él es lo que mejor define mi identidad y, por ende, mi orientación hacia ese bien es de singular importancia para mí. (...) Puesto que mi orientación hacia él es esencial para mi identidad, el reconocimiento de que mi vida se desvía de él o no logra encauzarse por él, puede resultarme abrumador e insufrible. (...) Simétricamente, la seguridad de saber que estoy bien encaminado hacia ese bien me produce un sentimiento de integridad, de plenitud de ser como persona o como yo, que nada más puede producirme”.14 La identidad del ser humano se define como toma de posición en un mapa moral, es decir, como conciencia de estar situado en un punto determinado respecto de los distintos significados que forman mi mapa, mi horizonte. Continuando con la metáfora topográfica, cabría decir que el bien constitutivo que el sujeto elige como bien máximo (hiperbien) es la estrella polar, el norte. Gracias a él sabemos dónde estamos y dónde se sitúan los demás bienes que definen nuestra identidad. La vida del sujeto se orienta en función de ese hiperbien. Por eso sólo puede haber un bien supremo para cada sujeto: si lo que le caracteriza como tal es que en función de él se define qué es bueno y cuándo somos buenos, no es posible que haya varios, pues supondría que los puntos de referencia se multiplican y no cabría la posibilidad de establecer un solo mapa: los demás puntos en el espacio no podrían ocupar lugares idénticos respecto de dos puntos de referencia distintos, lo que multiplicaría las lecturas posibles del mapa. Un sujeto que diera igual prioridad a distintos hiperbienes no definiría una identidad unitaria, sería él mismo un yo distinto según definiera su posición respecto de uno o de otro. Si esto es así, que el ser del hombre “está en cuestión en su ser, que la clase de ser que hemos de realizar está constantemente en cuestión” es verdad en un sentido radical: el sujeto no sólo es responsable de la configuración de su mapa moral porque puede reevaluar los significados que recibe en su tradición cultural, sino que define por sí mismo qué es ser un ser humano, eligiendo qué bienes van a ser sus motivaciones primeras y en qué jerarquía. La clase de ser que hemos de realizar está en cuestión siempre porque depende de cada uno de los sujetos Fuentes del yo, p. 79. Taylor expone también esta cuestión en “Leading a Life”, haciendo referencia a la discusión de este punto en Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro I. 14 p. 6 Congresso Tomista Internazionale desarrollar nuestra humanidad eligiendo ciertos bienes a lo largo de la vida, en cada una de nuestras acciones. La identidad humana se presenta entonces como doblemente teleológica: el sujeto define su identidad refiriéndola a bienes en la acción, y orienta su vida hacia un hiperbien que ordena la teleología parcial de cada acción propositiva a una teleología que tiene la vida como todo. La naturaleza humana es teleológica, finalizada: el hombre ha de llegar a ser lo que ya es en cierto modo. La identidad del sujeto es teleológica porque se constituye al definirse el sujeto respecto de bienes en la acción y porque a su vez esos fines se orientan a un hiperbien que es fin de la vida como totalidad. La identidad es teleológica entonces porque se define respecto de fines y porque se constituye en un proceso referido a un fin. La identidad es procesual: el ser humano nunca es idéntico consigo mismo hasta el momento de la muerte, en el que ya no cabe cambio, ya no hay temporalidad. Se plantea aquí también la cuestión de la existencia de exigencias esenciales para el sujeto, precisamente en tanto que ser humano: la existencia de bienes constitutivos para el sujeto, realidades que en virtud de algún rasgo que las caracteriza se presentan al sujeto como buenas. Es bien sabido que Sto. Tomás nunca hace un elenco de lo que serían los primeros principios de la ley natural, aunque —como ocurre en el caso de Taylor— podría deducirse de los ejemplos y enumeraciones que realiza en distintos textos. La cuestión es que hay propiedades relevantes esenciales en determinadas realidades que las hacen constitutivamente buenas para el sujeto y que reclaman de él una respuesta concreta (o un gama de respuestas válidas). Parece entonces que cabe plantearse cuáles son, qué realidades pueden aparecer ante un sujeto humano como bienes propiamente humanos. En un horizonte humano de inteligibilidad del mundo, no cualquier realidad se presenta como una exigencia a la que responder como ser humano, y el sujeto no define su identidad como orientación a cualquier bien. Hay significados cuya relevancia se conoce y adopta como fin valioso para sus acciones, y hay significados que no deben ser la motivación de la acción humana. Cuando Tomás de Aquino habla de estos bienes en el contexto de la ley natural,15 lo hace siempre en conexión con la recta razón, con lo que podríamos traducir en Taylor como un conocimiento significativo más humano, menos corrompido. Pero la cuestión del conocimiento del bien nos llevaría ahora demasiado lejos. De momento, está la afirmación de esos bienes más humanos en ambos autores. Taylor afronta esta 15 S.Th. q.91 a.2 y 3. p. 7 E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor cuestión, aunando el enfoque verdaderamente sorprendente. tomista y el moderno de una forma “Existen profundas fisuras en lo que concierne a los bienes constitutivos y, por consiguiente, a las fuentes morales que apuntalan esos parámetros. Las líneas de batalla son múltiples y desconcertantes; no obstante, en estas páginas he estado trazando un mapa esquemático que podría reducir algo la confusión actual. El mapa distribuye las fuentes morales en tres grandes ámbitos: la original fundamentación teísta para dichos parámetros; un segundo ámbito que se centra en el naturalismo de la razón desvinculada, que en nuestros tiempos adopta formas cientifistas; y un tercer haz de opiniones que halla sus fuentes en el expresivismo romántico, o en alguna de las sucesivas visiones modernistas. La unidad original del horizonte teísta se ha hecho añicos, y las fuentes se encuentran ahora en distintas fronteras, incluyendo nuestras propias facultades y la naturaleza”.16 Este texto aparece al principio del capítulo conclusivo de Fuentes del yo, explicando todo el libro como el empeño por trazar las distintas tradiciones morales que confluyen en la definición de la identidad moderna. Taylor señala una línea teísta, una liberal individualista y una expresivista; tres discursos morales que priman tres bienes diferentes como fuentes morales que definen la identidad del hombre moderno: Dios y la naturaleza humana como parte de un orden universal creado, en el caso de la hipótesis teísta; la libertad y autonomía del yo desvinculado, que se entiende a sí mismo como dominador de la naturaleza, en el segundo caso; y la originalidad particular del yo como articulador de una expresión única de lo que sea ser humano, en el caso del expresivismo romántico. Tres formas posibles de entender tres bienes, cada uno como fuente moral cualitativamente superior: Dios, el propio sujeto y la naturaleza. Tres tradiciones epistemológicas que se encuentran en la base de distintas formas de pensamiento, que se entrecruzan y se separan sin llegar a constituir una forma unitaria de entender al ser humano. Pero Taylor afirma que no necesariamente esas distintas interpretaciones han de enfrentarse, sino que cabe establecer una tercera vía, que reconcilie los distintos bienes encerrados en ellas: “Los conflictos morales de la cultura moderna claman dentro de cada uno de nosotros. A no ser que una mayor lucidez nos asista en el camino de la reconciliación. Si se me permite expresar un presentimiento, aún más remoto, diré que percibo esto como fruto y potencial objetivo de la articulación. Hemos de buscar el camino por el cual las más potentes articulaciones hacia los hiperbienes no exijan el precio de la automutilación. Pienso que dicha reconciliación es posible; pero la condición esencial para ello es la de capacitarnos para reconocer los bienes a los que no podemos por menos que ser fieles en todo su alcance. Si la articulación contribuye a abrirnos, a sacarnos de las encorsetadas posturas de la supresión, se debe en parte a que nos permite reconocer el 16 Fuentes del yo, págs. 517-8. p. 8 Congresso Tomista Internazionale pleno alcance de los bienes por los que vivimos. También lo es porque nos expone a nuestras fuentes morales para descargar su fuerza en nuestras vidas”.17 En el fondo se trata de la discusión que se plantea después de Kant en términos de autonomía o heteronomía. Taylor arbitra una solución en línea con Sto. Tomás y en discusión con el planteamiento moderno: la doctrina de la invención significativa del bien. El sujeto define su identidad y dirige su vida mediante “la búsqueda de las fuentes morales fuera del sujeto a través de los lenguajes que resuenan dentro de él, la captación de un orden que va inseparablemente catalogado con la visión personal”.18 Orden que sólo así puede definir su identidad, puesto que, una vez rotos los marcos universales de referencia, una vez que se han desmoronado las grandes cosmologías de la filosofía antigua y medieval, no existe un horizonte universal de significados públicamente accesible: “la única manera en que cabe explorar el orden en que nos hallamos con objeto de definir las fuentes morales es a través de esa resonancia personal”;19 pero al mismo tiempo ese orden no es subjetivo ni arbitrario, sino que está ligado a la percepción de los bienes propiamente humanos. Igualmente en Tomás de Aquino, como ya hemos visto.20 El expresionismo romántico, unido al realismo hermenéutico sostenido por Taylor —que refiere el conocimiento del bien a los rasgos significativos de la realidad, de un lado, y a interpretaciones contrastables de lo que sea ser humano, por otro— une la tendencia ilustrada y la romántica: al afirmar la diferencia particular como definitoria de la identidad, está aunando la autonomía con una forma de entender la naturaleza que no anula la individualidad, la particularidad del sujeto. La identidad particular aparece como una expresión de lo humano, como una forma de realizarse el modo humano de ser; y, al mismo tiempo, se reconoce el papel único del sujeto en la configuración de su propia identidad, ya que la particularidad es consecuencia del ejercicio de su libertad. Esta es la concepción de la libertad presente en la llamada visión significativa que Taylor propone, y tanto la naturaleza como la libertad encuentran un lugar en ella como fuentes morales. La autonomía no puede entenderse como autodeterminación excluyente de toda vinculación no elegida, porque carecería de sentido: la libertad se presenta como valiosa al sujeto en la medida en que le permite elegir los fines que definan su orientación en la vida 17 18 19 20 Fuentes del yo, p. 122-3. Fuentes del yo, p. 532. Fuentes del yo, p. 534. Cf. S.Th. I-II q.71 a.2 ad 3; q.31 a.7, entre otros textos p. 9 E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor y por tanto su identidad; es referencial, está referida a fines. Y no puede dejar de serlo, porque el modo humano de estar en el mundo es significativo, valorativo y expresivo. Ser libre quiere decir poder dirigir la propia acción (y la propia vida) a fines libremente decididos; no quiere decir ser independiente de todo bien que pudiera vincular al sujeto. Taylor se aleja de la concepción moderna del sujeto como individuo desvinculado para aproximarse a una explicación del hombre como ser de significados, constituido como ser humano en relación con el mundo. Taylor aboga por el bien constitutivo como fuente moral, pero el bien es indisociable de la libertad, por una parte, y de la naturaleza, por otra: ha de ser elegido libremente y es un bien constitutivo para un ser que es (y se entiende a sí mismo) de un determinado modo; es un bien constitutivo —que puede ser equiparado a lo que Sto. Tomás l ama probabilia21 — en virtud de su apelación a la humanidad del sujeto, que actúa en función de un modelo de humanidad. El carácter de constitutivo no apela a la particularidad del individuo, sino a su especificidad; si todo bien dependiera de la particularidad del sujeto, la voluntad individual sería la única fuente moral, pero no es así. El sujeto conforma su identidad eligiendo bienes que son irrenunciables para un ser humano: el modelo de ser humano que quiere llegar a ser, lo que entiende que es un ser humano bueno, se convierte en criterio de qué bien sea merecedor de su adhesión. Un cierto modo propiamente humano de ser se halla implícito en cada elección no trivial de bienes, actuando para el sujeto como causa final, como fin último; actuar de una forma, conceder la primacía a un bien más irrenunciable, no ceder a una determinada motivación, son actitudes requeridas para llegar a ser un buen ser humano. Al mismo tiempo, la humanidad, la forma propia de lo humano, comparece como fuente en la ética tayloriana a través de una realización expresiva, a través de los bienes que el sujeto capta y elige como irrenunciables en función de lo que en su interpretación significativa ha de ser un ser humano. Es decir, la expresión que el sujeto realiza de la naturaleza humana es siempre particular. No puede ser de otra forma, ya que el sujeto actúa eligiendo bienes que son significativos para él, no en función de prescripciones universales dadas de lo que sea el bien humano, sino según los bienes que percibe que le llevarán a ser un ser humano logrado en una situación, según su horizonte de sentido. Al hilo de la exposición del papel que juega el bien como fuente moral, se entiende mejor la aportación de Taylor: una ética de bienes es una ética 21 Com. In Ethic. 1305. p. 10 Congresso Tomista Internazionale conectada con la naturaleza como fuente, pero con la naturaleza interiorizada y expresada por el sujeto de un modo único, libre, no como ley ‘objetiva’ externa a él. La humanidad admite múltiples realizaciones, la naturaleza humana es tal que siempre y sólo se realiza en una expresión personal, única, distinta de todas las demás, por depender de cada ser humano: es un modo de ser que admite infinitas realizaciones, tantas como seres humanos, en cuanto que ha de ser libremente decidido. La naturaleza y la libertad no son entonces fuentes morales irreconciliables, sino que se implican mutuamente en una doctrina de la identidad como constituida por bienes. La identidad del sujeto es precisamente la expresión original que éste logra de la naturaleza humana mediante el ejercicio de su libertad en la elección de bienes. A través de la interiorización de la naturaleza, Taylor la recupera como fuente moral, intrínsecamente unida a la libertad y a los bienes. Y señala que esta argumentación, sin ser teísta explícitamente, no se cierra a una consideración ulterior de un Dios creador como fuente moral. No cabe afirmar que la propuesta de Taylor de una ética basada en la adhesión a bienes constitutivos sea teísta, ya que no propone que necesariamente nos lleve a afirmar que Dios sea el hiperbien supremo al que se deba algún tipo de adhesión más o menos inevitablemente.22 Pero Taylor mantiene que las tres fuentes morales que confluyen en la identidad moderna son armonizables al sostener que la doctrina de la libertad situada se abre a una culminación de otro orden, ‘trascendente’. Apunta por otra parte que las teorías morales modernas eran teístas, en sentido propio, ya que en último término se fundan en la voluntad de Dios: en el ejercicio de la racionalidad se cumple esa voluntad ya que Dios ha creado a los hombres como seres racionales, e incluso se deduce de esa voluntad que la razón sea el criterio de moralidad. Pero el carácter de motor moral, y, por tanto, de fuente de la identidad, depende de la percepción. Sólo en algunas visiones significativas cabe una armonía entre los tres hiperbienes que se han señalado como fuentes morales subyacentes a las distintas tradiciones que confluyen en la identidad moderna: la libertad, la naturaleza y Dios se complementan en su papel de fuentes morales según la doctrina tayloriana de la visión significativa: “Es una cuestión de hecho a) si nuestra mejor interpretación, la más libre de ilusión, implica un reconocimiento de la significación de la vida humana, y b) si dicha significación se explica mejor de un modo no teísta, no cósmico y puramente humanoinmanente. Me parece que la respuesta a a) es un incuestionable ‘sí’, pero mi Esta tesis es sostenida por Lane, M. en “God or orienteering? A Critical Study of Taylor´s Sources of the Self”, Ratio (New Series) 5 (1992), págs. 45-46. 22 p. 11 E. LLAMAS PEREZ, Identidad humana como teleología en Charles Taylor corazonada es que la respuesta a b) es un ‘no’. Todo depende de cuáles sean las fuentes más libres de ilusión, y éstas, me parece a mí, implican un Dios. Pero esto queda abierto a la discusión”.23 Dios es una fuente moral de identidad si el sujeto lo reconoce como bien hacia el que orientarse, si lo desea como fin, es decir, solamente en una determinada interpretación de quién sea y qué lugar ocupe en mi mapa moral. Se aplica también en el caso de Dios la particularidad de la percepción que distintos sujetos tienen de un bien. Sin embargo, la articulación de naturaleza y libertad como fuentes morales en la noción de bien constitutivo se abre a una culminación en su referencia a Dios, ya que el conocimiento de un Dios creador y bueno lleva a la afirmación del propio ser humano, de su naturaleza y de su libertad personal. Lo que no quiere decir que del reconocimiento de la naturaleza intrínseca al hombre como fuente moral se pueda deducir la existencia de Dios como bien supremo del hombre, sino que el sujeto capaz del reconocimiento de Dios amplía las fuentes morales que conforman su identidad. Taylor no propone la adhesión a Dios —menos aún a una forma concreta de entender quién es Dios como pueda ser el teísmo judeocristiano— como el único hiperbien último que haya de ser reconocido por todo ser humano, sino que señala que es un bien incomparablemente más alto que otros, que confiere sentido radicalmente a la vida de determinados sujetos, que se adhieren a él como tal. De hecho Dios es una fuente moral de identidad del sujeto porque ha sido y es considerado como bien por los que se adhieren a él. Por eso cuando dice que “nadie duda que quienes lo abrazaron encontrarán en él una fuente moral plenamente adecuada”,24 no establece una moral teísta necesariamente, sino que Dios puede ser, para los sujetos que lo perciben como tal, un hiperbien. De ahí que Taylor afirme el teísmo, en continuidad con Sto. Tomás, como una posibilidad valiosa, que enriquece la identidad del sujeto, frente a un racionalismo demasiado angosto. Aunque esto sería ya objeto de otro trabajo, es un aspecto que ha de ser tenido en cuenta a la hora de entendernos a nosotros mismos como seres humanos: “Esta es la razón por la cual adoptar una escueta postura laica, sin ninguna dimensión religiosa o esperanza radical en la historia, no es una forma de obviar el dilema, aun cuando pueda ser una buena forma de convivir con él. No lo obvia porque también ello implica su ‘mutilación’. Implica sofocar la respuesta de algunas de las más profundas y poderosas aspiraciones espirituales que puedan concebir los humanos. Esto, también, es un alto precio que pagar. (...) Hemos borrado tantos bienes de nuestro relato oficial, hemos sepultado tanto su poder por debajo de capas de racionalismo filosófico, que corren el peligro de asfixiarse. O, más bien, puesto que son nuestros bienes, nosotros nos estamos asfixiando. 23 24 Fuentes del yo, p. 361. Fuentes del yo, p. 337. p. 12 Congresso Tomista Internazionale La intención de este trabajo ha sido la de una recuperación, un intento de descubrir bienes enterrados a través de la rearticulación y, con ello, impulsar de nuevo esas fuentes, devolver el aire a los pulmones medio colapsados del espíritu (...) El dilema de la mutilación es, en cierto sentido, nuestro desafío espiritual más grande, no un destino de hierro. ¿Cómo demostrarlo? No puedo hacerlo aquí (o, para ser sincero, en ningún otro lugar por el momento). Existe un gran elemento de esperanza. Es la esperanza que percibo implícita en el teísmo judeocristiano (por muy terrible que sea el expediente de sus adeptos en la historia), y en su promesa central de una afirmación divina de lo humano, más plena que lo que los humanos jamás podrían alcanzar por sí solos”.25 BIBLIOGRAFÍA Abba, G. Felicidad, vida buena y virtud, EIUNSA, Barcelona 1995. Anscombe, G.E.M. “Modern Moral Philosophy” en Philosophy 32, 1958. Aquino, Tomás de —Summa Theologiae (S.Th.), Marietti, Torino 1971 —Commentarium in Ethica Nicomaquea (Com. In Ethic.) Finnis, J. Natural Law and natural Rhigts, Clarendon Press, Oxford 1985. Grisez, G. Beyond the new Theism, University of Notre Dame Press, Indiana 1975. Llamas, E. Charles Taylor: una antropología de la identidad, EUNSA, Pamplona 2001. Llano, A. —“Naturaleza y libertad” en XII Encuentros sobre la filosofía y su enseñanza, Universidad de Navarra, Pamplona 1991. — La nueva sensibilidad, Rialp, Madrid 1985. McIntyre, A. 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