83 LATERCERA Sábado 25 de junio de 2016 LAS NOCHES DE FLORES Sociedad Cultura E scrita el año 2003 y recién reeditada, la novela Las noches de Flores se desarrolla durante la crisis que afectó a Argentina a principios de este siglo, precisamente en el barrio de Flores, un enclave prototípico de la clase media bonaerense. Los protagonistas del libro son una pareja de ancianos que debido a la catástrofe económica se emplean en un oficio curioso: repartidores nocturnos de pizza a domicilio (lo más peculiar es que lo hacen a pie). Aldo Peyró es bastante sordo y su mujer, Rosita, es ciega. Pero juntos, tomados del brazo, cumplen a cabalidad con sus obligaciones, incluso con mayor diligencia que los veloces muchachos en moto que emplea “Pizza Show” para el negocio. Flores no es un lugar con una oferta gastronómica interesante: “Los que realmente querían salir a comer afuera terminaban mudándose, por ejemplo a Palermo. En cambio era el paraíso del delivery. Los estudios de mercado habían determinado que en Flores se pedía un ciento sesenta por ciento más de pizza a domicilio que en cualquier otra circunscripción de la ciudad”. César Aira Literatura Random House, 144 págs. CRITICA DE LIBROS Travestismo de barrio Juan Manuel Vial Crítico literario Las noches de Flores, de César Aira, es un libro breve acerca de la clase media argentina, pero también acerca de las múltiples posibilidades del travestismo en un ambiente cerrado. Los gajes del oficio de repartidor de pizza –peatonales y motorizados– le sirven a César Aira, el autor, para ir conformando una visión doble de la crisis. Primero está la paradoja recién aludida: en plena recesión, el consumo de pizza aumentó de modo exponen- cial. Y luego, a través de ciertas reflexiones al vuelo de Aldo, que “tenía ínfulas de filósofo casero”, el lector se ve obligado a reparar en la aparente buena fortuna de los jóvenes que conducen las motos, pues “otro cantar regía para la clase obrera: a los catorce años un hijo de proletario ya estaba en la fábrica o el taller. Pero estos chicos provenían de la clase media, sus padres eran profesionales o comerciantes o empleados de cuello blanco”. Y, finalmente, el destino negro de la clase obrera, que “en las últimas décadas se ha visto reemplazada por los ejércitos de la miseria”. Las noches de Flores es, en parte, una novela sobre la clase media argentina, claro que en clave humorística, y, hacia el final, en clave derechamente disparatada. Pero también estamos ante un libro, breve y simple, que explora en las insospechadas y múltiples posibilidades del travestismo en un ambiente cerrado, de pocas cuadras a la redonda. Un primer anuncio de ello, aunque levísimo en comparación con el desenmascaramiento general con que concluye el relato, es que al interior del grupo de repartidores motorizados, donde todos se conocen, se habría colado una muchacha que se hace pasar por hombre. Un segundo atisbo, más potente que el anterior, se da cuando entra en escena Nardo, “un ser extraño, mitad murciélago, mitad loro, de un metro de alto, que se descolgó de un árbol al paso de los Peyró, y siguió caminando con ellos, con un garbo precario, sobre piernas demasiado cortas y zapatitos de goma roja”. Durante los días en que transcurre la novela, los argentinos han quedado horrorizados por un hecho de sangre que tuvo un giro fatal: apareció, mutilado, el cadáver de Jonathan, un muchacho que había sido secuestrado y por quien se pedía una altísima suma de dinero. De nada sirvieron las cadenas de oración que se expandieron por toda Buenos Aires para que el joven regresara sano y salvo a su hogar. Jonathan vivía en Flores y también se dedicaba al oficio de repartidor en moto. Y, claro, ocurrieron ciertas casualidades que lo podrían haber liberado a último momento de tan sangriento destino. Pero quien pudo hablar, calló. Cuando el lector llega a este momento, ya no hay tregua por delante: la farsa, la gran farsa en que nadie es quien aparenta ser, está a punto de estallar en un desenlace orgiástico. Puede que, a consecuencia de lo recién dicho, más de alguien asuma que Aira se dio un gustito demasiado extravagante al escribir esta novela. Sin embargo, detrás de los excesos escénicos subyacen verdades oscuras, desagradables y pervertidas, revelaciones que sólo pueden provenir de la vida misma.