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PARA EDUCAR LEYENDO
Cuánto vale la vida
Todos los seres humanos nacemos libres y con la misma dignidad, a pesar de nuestras
diferencias. El reconocimiento y la voluntad de respetar a todo ser humano sin
distinción de raza, sexo, edad, religión, posición ideológica, económica, social, etc.,
se fundamenta en la idea de que existe una dignidad igual para todos los seres
humanos.
La dignidad personal supone, entonces, un valor intrínseco, no sometido a condición,
vinculado bien a la propia naturaleza humana o a su conexión con la divinidad. Ese
fundamento absoluto porque vale por sí mismo obliga a que cada quien tenga el deber
de reconocer y respetar a su semejante, es decir, a ese otro que es igual al yo.
Si nos preguntamos ¿Cuánto vale una vida? Podemos afirmar sin ninguna duda
que la grandeza del ser humano consiste en que no tiene precio sino dignidad. Tiene
un valor intrínseco que le impide ser tratado como cosa. Sin embargo, si algo está
amenazado hoy en día, de muchas maneras, es la supresión de la universalidad de
los derechos fundamentales, y entre ellos, el derecho a la vida.
Podemos decir que la crisis social del derecho a la vida tiene su raíz en la relativización
del mismo y en la pretensión de valorar jurídicamente el principio, tal cual como lo
consideren las mayorías. Ese criterio de las mayorías para ordenar lo jurídico,
desvinculando el valor de la vida de lo absoluto o de su sentido con lo divino hace que
la vida humana deje de ser sagrada, quede en manos de los hombres y pierda su valor
incondicionado.
Revista Educación en Valores . Universidad de Carabobo. Enero - Junio 2010 - Vol. 1. N° 13
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Cualquier sociedad, en su esencia democrática, debe entender que los derechos
fundamentales son preexistentes al Estado y que todo ordenamiento jurídico que ella
dictamine sólo tiene que reconocer y proteger esos derechos. Corresponde al Estado el
deber fundamental de garantizar la seguridad de la vida de sus ciudadanos y velar
por la calidad de la misma. En consecuencia, hablar de verdadera paz o de una
auténtica democracia tendrá sentido si se protege y respeta el valor de la vida. No
hacerlo implica el desconocimiento del principio de la dignidad y la forma más
radical de injusticia.
Lamentablemente, en la mayoría de los ordenamientos jurídicos existe una diferenciación
vida reconocido biológicamente al ser humano, y el
conceptual entre el valor de la vida,
derecho a la vida,
vida reconocido a quienes tienen la condición jurídica de persona. Bajo
esa premisa se viola el valor de la vida y no se consideran «personas» a los no
nacidos, a pesar de ser seres vivientes dotados de un programa humano irrepetible,
dando paso al aborto
aborto, hoy mal llamado «interrupción de embarazo».
Vivimos en un contexto social en el cual lo placentero y los valores materiales
se han convertido en los referentes de la conducta humana. Se busca la gratificación
material y suprimir todo lo que signifique muerte y sufrimiento, como si ambas cosas
no fuesen esenciales a la naturaleza humana.
Por tanto, se trata de reconocer, a través de la legislación, el derecho del paciente a
una «muerte digna» que nada tiene que ver con ese título sino que es la «eutanasia»
enmascarada para pretender justificar la acción, directa y deliberada, de provocar la
muerte del enfermo con el fin de evitar sus sufrimientos o, simplemente, para acabar
con una vida inútil por tratarse de una persona anciana o discapacitada. Ordenan
los sentimientos y no los valores.
Una verdadera muerte digna, es decir, tranquila y serena significa no utilizar
procedimientos o terapias inútiles que prolonguen la agonía del enfermo y se diferencian
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de los cuidados normales y ordinarios, a los que estamos obligados, como son la
higiene, la alimentación, terapias y otros medios que proporcionen consuelo físico y
psicológico al enfermo.
Frente a estos criterios de desvalorización, al hombre de nuestros días, y en particular
al médico, le toca ir contracorriente para defender y cuidar la vida. Defensa que
constituye uno de los pilares éticos de la sociedad y el fundamento básico de la
vocación del médico. Una vida que deja de existir jamás podrá ser sustituida por
otra exactamente igual. Cada uno de nosotros está por encima de todo precio porque
es único e irrepetible y no tiene equivalente.
Beatriz Montiel de López
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