Misa Con Tiempo - 24º Domingo del TO (Ciclo C)

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REFLEXIÓN INICIAL
Un Dios desconcertante
La insondable parábola del padre que perdona siempre, desvela, entre otras cosas, una idea desconcertante de Dios: un Dios que ama y perdona sin condiciones, no necesitando para el perdón ni siquiera nuestro
arrepentimiento porque le basta con nuestra necesidad. El amor del Padre funciona así: se conmueve con
nuestra necesidad; ése es su argumento definitivo. No
mira tanto la moralidad cuanto la necesidad.
1. Un perdón condicionado, escaso, difícil
Esas son, con frecuencia, las notas del perdón social,
y más en estos momentos en que hablar de perdón
es algo ajeno a lo “políticamente correcto”. Nuestra
sociedad (y hasta la misma Iglesia) pone muchas condiciones para el perdón, la mayor de las cuáles es el
arrepentimiento. Por eso, muchas instancias sociales
caen fuera de esos filtros. Es además, un perdón escaso, dado con el cuentagotas de unas leyes que no están
hechas para el perdón, sino, justamente al contrario,
para la condena. A veces también es un perdón difícil,
de acceso complicado. Frente a esta situación social
del sistema, no se puede menos de admirar a personas que siguen perdonando sin poner condiciones, que
abren incansablemente la mano aunque se las hiera,
que abrazan sin pedir nada a cambio.
2. La desmesura del perdón
La actitud del hijo que se va de la casa no sólo es reprobable por cortar con la familia, sino también por
su volver “tramposo”, ya que en realidad vuelve por
hambre, no por arrepentimiento; si no pasara por una
situación de hambre radical no habría parábola. El padre podría haberlo recibido con reticencias, “como a
un jornalero”, pero lo recibe como a un hijo en la desmesura del perdón (anillo, que le devuelve el antiguo
estatus social y económico; vestido, que le renueva el
rango anterior; banquete que celebra su integración;
música que entiende la vuelta como una fiesta).
Eso muestra el perfil de un Dios desconcertante que
ama y perdona sin condiciones, no necesitando nuestra bondad para derramar su perdón. El hijo mayor
tampoco ha entendido los mecanismos de la generosidad y la acogida.
3. Dios “desconcierta”.
Para muchas personas religiosas resulta desconcertante el perfil de un Dios que ama y perdona sin condiciones. Quieren que Dios ponga condiciones (ellos las ponen en su nombre, y bien duras a veces). Pero desvelar
ese perdón generoso es una manera de ir entrando en
el secreto del Dios de Jesús. Gracias a Él sabemos que
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el corazón del padre está hecho para perdonar. Que
ese “desconcierto” llene de gozo al creyente que aspira a una nueva vivencia de la realidad de Dios.
4. Fuera condenas
Jn 12,47 dice taxativamente que Jesús “no ha venido
para condenar al mundo, sino para salvar al mundo”.
Si así es Jesús, así también ha de ser el Padre. La condena ha de estar ausente de los planteamientos de
vida del cristiano por la simple razón de que también
lo estuvo en el caso de Jesús. Nunca salieron de sus
labios las palabras amargas del juicio que condena;
palabras duras, sí, pero no de condena definitiva. Su
corazón, lleno de compasión, iba por otros derroteros.
Estas son las certezas que dan aliento al creyente y
que lo empujan, hoy mismo, a un perdón generoso y
sin condiciones.
5. Tiempo de perdón
No son buenos tiempos para el perdón, ni personal ni
social. Pero el seguidor/a habría de hacer de él una
certeza de su fe: perdonar es uno de los rostros de
la adhesión a Jesús. Es preciso mejorar y profundizar
nuestra vivencia de Dios en la dirección del padre que
perdona siempre, porque ama con un amor infinito y
absolutamente incondicional. Y si esto nos “escandaliza”, es señal de que todavía no hemos entendido el
mensaje de Jesús…
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MONICIÓN INICIAL
A: La enseñanza de Jesús es desconcertante. Lo verdaderamente decisivo para entrar en la fiesta final es
saber reconocer nuestras equivocaciones, creer en el
amor de un Padre y, en consecuencia, saber amar y
perdonar a los hermanos.
Y ésta es la tragedia del hermano mayor. Todo lo hace
bien. No se aleja de casa. Sabe cumplir todas las órdenes de su padre. Pero no sabe amar. No es capaz de
entender el amor de su padre. No puede comprender y
amar al hermano. Se incapacita a sí mismo para celebrar una fiesta fraterna.
Una persona puede adentrarse por caminos de pecado,
sentir la esclavitud del mal, vivir la experiencia del
vacío, y descubrir de nuevo la necesidad de una vida
nueva, distinta y mejor, siempre posible por el perdón gratuito de Dios. Y, aunque parezca paradójico, se
puede vivir una vida rutinaria de práctica y observancia religiosa, sin verdadera fe en Dios Padre y sin amor
fraternal a los hermanos.
Una cosa es clara. Sólo entrará en la fiesta final quien
comprenda que Dios es Padre de todos y sepa acoger,
comprender y perdonar a sus hermanos. Ese es el mensaje de Jesús.
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ACTO PENITENCIAL
A: «Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le
respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo, sin haber
desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis
amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después
de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar
para él el ternero engordado!’».
Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas
palabras de Jesús en el Evangelio, nos abrimos al perdón y la misericordia de Dios…
C: Porque nos cuesta mucho entender y asumir que tu
amor, además de ser infinito, es absolutamente incondicional, y no depende de supuestos méritos… Señor,
ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
C: Porque con frecuencia nos resistimos a aceptar que
el perdón es una dimensión fundamental del seguimiento… Cristo, ten piedad.
R: Cristo, ten piedad.
C: Porque muchas veces nos creemos buenos y mejores
que los demás, y nos sentimos con derecho a juzgar y
condenar a nuestros hermanos… Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
C: Danos tu perdón, Padre bueno, y acrecienta en
nosotros la misericordia y la capacidad de perdonar.
Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro
hermano. Amén.
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ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)
Padre bueno y compasivo,
que una y otra vez nos perdonas
y jamás te cansas de hacerlo,
invitándonos a vivir
de una manera nueva.
Ayúdanos a experimentar
que eres Amor:
Amor desconcertante y sin límites
que se da sin reserva,
que no depende
de nuestra bondad o maldad,
y que lo único que quiere
es nuestra felicidad.
Y al experimentar tu amor,
haz que seamos cada día más capaces
de vivir en el amor,
y de hacer del perdón y la misericordia
una constante
en nuestras relaciones interpersonales.
Te lo pedimos a Ti,
que vives y haces vivir.
Amén.
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LA PALABRA DE DIOS HOY
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo.
El Señor dijo a Moisés: “Baja en seguida, porque tu
pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que
yo les había señalado, y se han fabricado un ternero
de metal fundido. Después se postraron delante de él,
le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Este es tu Dios,
Israel, el que te hizo salir de Egipto’”. Luego le siguió
diciendo: “Ya veo que éste es un pueblo obstinado.
Por eso, déjame obrar: mi ira arderá contra ellos y
los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran
nación”. Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras: “¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu
pueblo, ese pueblo que tú mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? Acuérdate de
Abraham, de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo: ‘Yo multiplicaré su
descendencia como las estrellas del cielo, y les daré
toda esta tierra de la que hablé, para que la tengan
siempre como herencia’”. Y el Señor se arrepintió del
mal con que había amenazado a su pueblo.
Es Palabra del Señor.
SALMO RESPONSORIAL
R. Iré a la casa de mi Padre.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí
tu santo espíritu. R.
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón
contrito y humillado. R.
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SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
Querido hijo: Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo,
porque me ha fortalecido y me ha considerado digno
de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis
blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores.
Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no
tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en
mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor
de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que
Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores,
y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue
para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer
en él para alcanzar la Vida eterna. ¡Al Rey eterno y
universal, al Dios incorruptible, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Es Palabra de Dios.
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús
para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta
parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una,
¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va
a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros,
lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque
encontré la oveja que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en
el cielo por un solo pecador que se convierta, que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas
y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la
casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando
la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice:
‘Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que
se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma
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manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte”. Jesús dijo también: “Un
hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su
padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos
días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía
y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes
en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando
sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a
sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno
de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su
hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia,
y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo
iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra
el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo
tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces
partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía
estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El
joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo
a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y
vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en
los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’.
Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo.
Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros
que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los
sirvientes, le preguntó que significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano
y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió
para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace
tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora
que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado
tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero
engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás
siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que
haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado’”.
Es Palabra del Señor.
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PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY
PRIMERA LECTURA:
Ex 32,7-11.13-14
Leemos en este día uno de los más bellos textos
evangélicos, en el que se nos habla de la misericordia
divina. Jesús enseña que Dios es, para con los
pecadores, como un pastor con su rebaño, como un
ama de casa con sus bienes, como un padre con sus
hijos. Contrasta fuertemente esta enseñanza con la de
los expertos en la ley de aquel momento, los fariseos
y letrados.
Quizá porque ellos tenían en mente muchos de los
pasajes del Antiguo Testamento en donde la justicia
divina aparecía inflexible con los pecadores. Uno de
estos casos nos lo ofrece el relato del Éxodo de hoy.
Pero aquellos tiempos eran muy remotos, estaban muy
al principio del proceso revelador de Dios. Cuando el
pueblo de Israel apenas comenzaba a comprender cuál
era la voluntad de su Dios y cómo debía comportarse
con él, cómo era su justicia y cómo su salvación.
Y en aquellos momentos no se podía comprender una
justicia divina que no fuera justiciera y vengadora
de todo pecado, en especial de la idolatría; el más
grave pecado de infidelidad con que se podía ofender
a Dios.
El autor de nuestro texto comienza resaltando algo
que será una constante en la historia bíblica: la
conciencia del pueblo de haber sido siempre infiel a
Dios. Apenas han sido rescatados de la esclavitud de
Egipto, los israelitas toman un camino equivocado
en el reconocimiento de Dios, y lo confunden con los
otros dioses a los que están acostumbrados a venerar;
creen que este Dios que los ha salvado es como uno
de tantos; su benefactor, eso sí, pero como los demás.
Y como si de uno de estos se tratara, construyen una
imagen para representarlo: un becerro de oro. El Señor
se lamentará con tristeza de ello: Ellos se han apartado
rápidamente del camino que yo les había señalado. Y
es que Dios los había liberado de la esclavitud de los
dioses egipcios, a quienes se sometían como siervos,
como esclavos, y los había hecho libres, para que le
obedecieran como hijos. Ellos “fabrican” un ídolo, y lo
identifican con el Dios que los liberó, y lo sirven como
se sirve a un ídolo: entregándole dones, ofreciéndole
sacrificios.
Pero el Señor no quiere sus ofrendas, sino sus
voluntades, sus personas. Muchas veces se lo recordarán
los profetas.
Y, conforme a la teología de la época, Dios resuelve
destruir a esta masa de enfervorizados idólatras. Pero
esta reacción choca con la actitud de Moisés. ¿Acaso es
más misericordioso el siervo que su Señor? Ciertamente
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no. El relato discurre así para resaltar la cualificada
intercesión del mediador; semejante a la que vimos
con Abrahán respecto de los habitantes de Sodoma y
Gomorra.
Moisés recuerda, hace tomar conciencia al Señor de a
quién va a castigar con su ira: es su pueblo, al que sacó
de Egipto con gran firmeza y mano poderosa; es decir,
por el que tanto se interesó; cuyas voces de dolor y
sufrimiento escuchó; es la descendencia de sus siervos
Abrahán, Isaac y Jacob... ¿Cómo va a olvidar Dios todo
esto y borrar de la faz de la tierra a los israelitas por
muy grande que sea su pecado?
Como Moisés, Jesús intercederá ante Dios no solo por
los pecadores israelitas, sino por toda la humanidad.
Su mediación supera a la de cualquier otro. Pues su
mirada se identifica con la de Dios, que es, para todos,
como la de un pastor, como la de un padre.
SEGUNDA LECTURA:
1Tim 1,12-17
Las Cartas Pastorales, escritas al parecer por un
discípulo de Pablo, representan el intento de la
segunda generación cristiana por responder a nuevas
situaciones -marcadas muchas veces por el conflicto
- tanto en el seno de la comunidad como en las
relaciones de ésta con el entorno.
Para avalar dicha respuesta, el autor de estos escritos
recurre a la autoridad del apóstol, cuyo nombre
introduce incluso en el encabezamiento de los mismos.
De ahí el interés por subrayar todo aquello que avale
la autoridad de Pablo. Es lo que se descubre en el
pasaje de 1Tim que se proclama como 2ª lectura de
este domingo.
Comienza, en efecto, presentando una serie de
aspectos de la biografía de Pablo en los que resalta su
autoridad. Ello se hace en tres momentos: en primer
lugar, al hablar de su elección para el ministerio
apostólico (que, en este momento, se remite a
nuestro Señor Jesucristo), se considera fundado en la
confianza hacia el elegido y se concreta en haberlo
capacitado (tal vez habría que decir, fortalecido)
para el ministerio, que él mismo le encomendó. La
acentuación del carácter absolutamente gratuito de
la elección es sin duda genuinamente paulina; menos
lo es la referencia cristológica, que, sin embargo, se
traduce teológicamente en el tercer momento: quien
actuó en la elección de Pablo fue en definitiva Dios
mismo. Su actuación, manifestación de su misericordia
entrañable, fue además un acto de gracia, derramada
a raudales en Pablo, y traducida en los dones de la
fe y del amor, manifestados en Cristo Jesús y hechos
accesibles a los seres humanos a través de él. Resulta
difícil no escuchar el eco del relato indirecto de la
conversión en Gal 1,15s; tanto más cuanto que, como
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allí, la obra de Dios en Pablo queda resaltada sobre
el telón de fondo de su precedente actividad de
perseguidor de los cristianos.
Ésta se califica de blasfemia, persecución y violencia; se
justifica de algún modo -Pablo era entonces ignorante
y no creyente - y se evoca como un modo de resaltar
la acción imprevisible y gratuita de Dios.
Esta presentación de la elección del apóstol al ministerio
sirve para apoyar la presentación de la doctrina que se
hace en la 2ª parte del pasaje en relación estrecha con
la primera: el apóstol se considera verificación de la
verdad del mensaje que proclama y, en consecuencia,
como modelo de todos los creyentes; el Cristo a
quien anuncia como Salvador de los pecadores se ha
mostrado como tal en la persona del propio apóstol,
de quien se ha compadecido y con quien ha mostrado
toda su paciencia.
El pasaje concluye con una preciosa doxología, que
puede leerse como oposición y crítica sutil a las
pretensiones del culto imperial que se extendió
especialmente por Asia Menor.
EVANGELIO:
Lc 15,1-32
El motivo del banquete de domingos anteriores sigue
presente en el texto de hoy, con las novedades ya
anunciadas de la autoexclusión de los invitados previstos
y la participación de los marginados. El texto de hoy
da cumplimiento a la previsión formulada en la última
frase escuchada hace tres domingos: Hay últimos que
serán primeros y primeros que serán últimos (13, 30).
Los últimos son los recaudadores y pecadores; los
primeros, los fariseos y letrados. Los últimos comparten
ahora mesa con Jesús, mientras que los primeros, fuera
ahora de la mesa del banquete, cuestionan y critican la
nueva situación.
Este es el punto de partida del texto, recogido en los dos
primeros versículos. Los restantes versículos responden
a la crítica de los invitados autoexcluidos.
La respuesta se hace una vez más desde la parábola,
en esta ocasión, desde una sucesión de tres parábolas.
Todas ellas basadas en la dialéctica perdido/encontrado
(oveja, moneda, hijo perdido y encontrado) y
culminando en la alegría por el encuentro. A estas tres
piezas (pérdida, encuentro, alegría) la tercera parábola
añade una cuarta, relacionada con el hijo no perdido,
pero molesto con la alegría reinante en la casa. Este
hijo no perdido es símbolo representativo de los fariseos
y letrados del v.2. Uno y otros están fuera de la mesa
del banquete; uno y otros critican esa mesa en razón de
los comensales que en ella toman parte; uno y otros son
ahora los problemáticos.
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La tercera parábola y, con ella, la respuesta de Jesús
a la crítica de fariseos y letrados, terminan con una
invitación al hijo no perdido, al mayor, al primero, es
decir, a ellos, a tomar también parte en el banquete. A
las tres piezas (pérdida, encuentro, alegría) la tercera
parábola añade una cuarta: la invitación. Con esta
invitación se cierra el texto, que es, por consiguiente,
un texto abierto, pendiente de contestación.
Comentario. En la línea de domingos precedentes, los
destinatarios del texto son los miembros del Pueblo
de Dios. Pero a diferencia del tono conminador y de
aviso de domingos anteriores, en el texto de hoy late
el desvelo amoroso del Padre de los cielos. Él es, junto
con los miembros del Pueblo de Dios, el otro gran
protagonista del texto.
A fuerza de cumplir, los “observantes” corren el riesgo
de fabricarse una coraza que les impide moverse con
soltura. Tan férrea y opaca puede llegar a ser, que los
incapacita para ver más allá de sí mismos y para la
misericordia.
En su desvelo amoroso por todos sus hijos e hijas, el
Padre de los cielos trata de ayudarlos a deshacerse
de la coraza, inculcándoles una mentalidad fraterna,
abierta a todos sin distinción y superadora de toda
autosuficiencia.
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PARA LA ORACIÓN PERSONAL
1er. Momento: apertura, escucha, acogida…
Busco una postura corporal cómoda, y que me permita ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los
ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy
en presencia de Dios… Respiro profundamente varias
veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí...
Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga elegir un solo texto y centrarte en él).
¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay
algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué
preguntas me surgen ante el texto?
¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado
en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas
palabras...?
¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con
lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mismo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mismo? ¿Qué siento al respecto?
¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o aspecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento
ante eso?
Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas,
recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales…
acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí,
todo lo que voy descubriendo…
En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de alguna manera (que puede resultarme no tan clara en este
momento), me hace experimentar el amor de Dios...
2° Momento: diálogo, intercambio, conversación...
Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro amigo, con plena confianza, con toda franqueza y libertad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que
me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…,
le agradezco…, le pido..., le ofrezco...
3er. Momento: encuentro profundo, silencio amoroso, comunión...
Después de haber hablado y de haber expresado todo
lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer
en silencio…
Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en presencia del Señor... Trato de que cese toda actividad
interior, de que cesen los pensamientos y las palabras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase
que se hubiera quedado resonando en mi interior, o
reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado
especialmente…
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PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS
(si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada
uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)
Los cristianos en las circunstancias actuales andamos
desconcertados. Una ola creciente de materialismo nos
invade y han muerto casi todas las viejas utopías; la
sociedad se seculariza a marchas forzadas, y parece
como si en ella la barca de Pedro – la iglesia, comunidad de comunidades – fuera a hundirse. Y ante esto,
los que todavía nos encontramos en el redil tenemos
la tendencia a replegarnos para formar un círculo cerrado. Muchos se han ido, y los hemos despedido con
tristeza y resignación. Otros no quieren entrar, porque
el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos que,
replegados sobre nosotros mismos, nos dedicamos a
salvar-conservar lo que nos queda, ya que mucho se ha
perdido. Da la impresión de que se han ido las noventa
y nueve ovejas, quedando sólo una, a cuya atención y
conservación se dedican todos los esfuerzos.
Las dos parábolas del evangelio de hoy, la de la oveja
perdida y la de la mujer que perdió la moneda, y una
tercera, la del hijo pródigo, nos invitan a un cambio de
actitud.
Por muy malos tiempos que corran, por mucha adversidad que nos rodee, por muy grande que sea la ola de
indiferencia religiosa que nos invade, los cristianos no
podemos dedicarnos a conservar lo que tenemos, pues
cada vez iremos a menos. La actitud cristiana tiene que
ser arriesgada, aunque no insensata: hay que dejar a
buen recaudo lo que ya tenemos y salir del aprisco para
buscar la oveja perdida; hay que barrer la casa para
encontrar la moneda que se escondió entre las ranuras de las piedras del suelo; hay que recibir con brazos
abiertos al hijo que se fue y, cuando esto suceda, hay
que hacer una fiesta grande.
Lo que sucede es que, con frecuencia, no estamos dispuestos a esto. Nos resulta incómodo salir a buscar la
oveja perdida o barrer toda la casa para hallar una sola
moneda. Nos parecemos al hijo mayor de la parábola
que prefería la ausencia de su hermano y no vio con
buenos ojos la acogida del padre. Aquel hijo mayor no
aprendió lo fundamental. Mientras en una familia falta
un hermano, la familia está rota. No es posible ni la
alegría ni la fiesta, o éstas son pasajeras e incompletas.
El plan de Dios de restaurar la familia humana, dividida
desde Caín, exige una capacidad inmensa de olvido y
de perdón. Y él no estaba dispuesto a perdonar, porque
tampoco había aprendido a amar. Quien ama, perdona
siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por eso necesitó la lección magistral del padre, imagen de Dios,
que acogió al hermano menor, mandó vestirlo de las
mejores ropas, y organizó una fiesta por su vuelta.
Tal vez por esto nuestras comunidades no tengan mucha alegría: hay tantos hermanos que faltan... Y tampoco se nota demasiado interés por ir en su búsqueda
y abrirles las puertas... No nos damos cuenta de que
mientras nos mantengamos cerrados en la actitud de
conservar y cuidar lo que tenemos, muy probablemente, antes o después lo perderemos todo…
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PROFESIÓN DE FE
Creo en Dios, fuente inagotable de vida;
comunidad que vive y nos llama a vivir
en comunión fraterna y solidaria.
Creo en Dios
que, con amor de Padre y Madre,
engendra y da a luz a este mundo,
lo amamanta, lo protege, lo educa
y lo renueva constantemente.
Creo en Jesús de Nazaret,
el primero de los últimos,
el último de los primeros;
expresión plena
de la humanidad de Dios.
Creo en el Espíritu Santo,
Espíritu de Verdad y de Amor,
matriz ecuménica;
presente donde quiera
que la vida está fluyendo.
Creo en el ser humano
como proyecto inacabado de Dios,
pero destinado a convertirse
en su verdadera imagen y semejanza.
Creo que la historia humana
es historia de Salvación;
porque es el ámbito de encuentro y de diálogo
entre Dios y los seres humanos,
un diálogo plenamente libre
y totalmente abierto al futuro.
Creo en el Reino de Dios
como realidad plenificante
aunque todavía no desarrollada del todo,
y como utopía
que alimenta nuestra esperanza
y moviliza y orienta nuestra práctica de fe.
Creo en la Iglesia
como anuncio y anticipo de ese Reino,
y como avanzada del Pueblo de Dios
que es la humanidad entera;
llamada a ser “sal de la tierra”
y “luz del mundo”.
Creo en la vida después de la muerte
como el reencuentro gozoso
de todas las criaturas con el Creador
en la fiesta final,
definitiva y eterna del Universo.
En eso creo. Amén.
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ORACIÓN DE LOS FIELES
A: Padre bueno y misericordioso, con la confianza de
saber que nos amas con un amor infinito e incondicional, te presentamos algunas de las intenciones que
traemos a esta celebración.
A cada una respondemos: ¡Te lo pedimos, Señor!
- Por los pastores de la Iglesia, para que se comprometan decididamente en el empeño de salir al encuentro
de los alejados, y de hacer de la comunidad cristiana
«un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos y todas encuentren en
ella un motivo para seguir esperando». Oremos.
- Por todos los cristianos, para que siguiendo el ejemplo de Jesús nunca excluyamos ni marginemos a nadie,
y tengamos la audacia y el el coraje de vivir cotidianamente la actitud compasiva y misericordiosa que él
nos propone. Oremos.
- Por quienes, como el hijo menor de la parábola, dirigen sus pasos por los caminos de la evasión de la
realidad, el consumo insaciable, el despilfarro y la
búsqueda continua de sensaciones placenteras, para
que encuentren en su interior la semilla de la vida en
plenitud sembrada por Dios. Oremos.
- Por quienes, como el hijo mayor de la parábola, son
esclavos de las normas o de la rutina, o viven una fidelidad sin amor, para que descubran el valor de la
gratuidad y reconozcan en cada ser humano necesitado un hijo o una hija de Dios y un hermano o una
hermana. Oremos.
- Por los inmigrantes y extranjeros, para que encuentren entre nosotros acogida, respeto y afecto. Oremos.
- Por los jóvenes, para que encarnen sus deseos de
justicia y solidaridad en compromisos concretos con
los más desfavorecidos y marginados. Oremos.
- Por nosotros mismos, para que de verdad experimentemos que la historia humana está habitada por tu presencia amorosa; y que entendamos y asumamos que
porque eres Padre de todos, nos invitas a vivir como
hermanos. Oremos.
C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y haz que
al experimentar tu amor incondicional, tengamos
la audacia y el coraje de vivir cotidianamente de
acuerdo a la actitud compasiva y misericordiosa que
Jesús nos propone en el Evangelio.
Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro
hermano. Amén.
18
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Al presentarte estos dones
de pan y vino
que tus manos generosas
nos conceden,
te damos gracias,
Padre bueno y misericordioso,
por la abundancia de tu amor
derramado incesantemente
en nuestros corazones,
invitándonos a vivir.
Que tu Espíritu descienda sobre ellos,
para que se conviertan
en Cuerpo y Sangre de Jesús,
y alimenten nuestro deseo
de salir al encuentro
de los que están lejos,
y de ser instrumentos de paz
y de reconciliación
en nuestros ambientes.
Te lo pedimos por Jesús,
Maestro y Amigo.
Amén.
19
ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS
Prefacio de la plegaria eucarística
C: El Señor esté con ustedes
R: Y con tu espíritu
C: Levantemos nuestros corazones
R: Los tenemos levantados hacia el señor
C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios
R: Es justo y necesario
Todos juntos:
Hoy queremos bendecirte,
alabarte y darte gracias,
Padre bueno,
por el amor infinito e incondicional
con que nos amas.
Nos has creado
por amor y con amor,
y por eso nos haces
dueños de nuestro destino
y no estás celoso
de nuestra libertad.
Por medio de Moisés
sacaste a tu pueblo de Egipto,
para que viviendo en Alianza contigo
fuera plena y verdaderamente libre.
Ni las idolatrías,
ni los pecados y desconfianzas
de aquel pueblo díscolo,
hicieron que revocaras tus promesas
ni que dejaras de ser su Dios.
Tú eres un Dios comprensivo
y paciente
con las flaquezas
de los seres humanos.
Eres un Dios compasivo
y misericordioso,
que no puede «soportar»
que ninguno de sus hijos e hijas se pierda,
ni que malgaste o arruine su vida,
y que por eso mismo,
siempre nos perdonas
y nos invitas a vivir.
Eres un Papá bueno,
cuya mayor alegría
es la felicidad y la plenitud
de todos y cada uno de nosotros.
20
Eres ese padre de la parábola
que hoy nos cuenta Jesús,
que sale todos los días al camino
para esperar al hijo que se ha ido,
y correr a abrazarlo en cuanto lo ve,
para celebrar luego su regreso a casa.
Por eso,
confortados por la seguridad
de tu perdón incondicional,
te damos gracias de todo corazón,
y proclamamos
la grandeza de tu amor:
Santo, Santo, Santo…
Celebrante:
Santo eres, en verdad, Dios nuestro,
porque por medio de tu Hijo Jesús
nos invitas a descubrir
tu amor insondable,
y a vivir como hermanos.
Derrama tu Espíritu abundantemente
sobre este pan y este vino ( + )
que aquí te presentamos,
y sobre esta comunidad
que se reúne en el nombre de Jesús,
el Crucificado-Resucitado.
Él mismo, la noche en que iba a ser entregado,
estando a la mesa con sus amigos
tomó un pan,
te dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo:
Tomen y coman todos de él,
porque esto es mi cuerpo
que se entrega por todos.
De la misma manera,
después de comer,
tomó una copa,
dio gracias
y se la pasó diciendo:
Tomen y beban todos de ella,
porque esta es la copa de mi sangre;
sangre de la Alianza nueva y eterna,
que será derramada por ustedes
y por todos los hombres y mujeres
para el perdón de los pecados.
Hagan esto en memoria mía.
Y desde entonces,
éste es el Misterio de nuestra fe.
21
Todos:
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Celebrante:
Al proclamar la Resurrección de tu Hijo
y expresar nuestro deseo
de que Él vuelva pronto,
te damos gracias nuevamente, Padre bueno,
porque tu amor y tu misericordia
se hicieron visibles
en la humanidad de Jesús.
Él no vino a juzgar y condenar,
sino a salvar lo que estaba perdido
y a enseñarnos un camino
de paz y reconciliación
para vivir en plenitud.
El comió con publicanos y pecadores,
no desdeñó la compañía de los marginados,
ni la cercanía de personas
de «mala reputación».
Ofreció tu perdón y tu misericordia
al paralítico,
a María Magdalena,
a Pedro y a tantos otros,
restaurando su dignidad.
Desdeñó, sí,
la arrogante hipocresía
de los letrados y puritanos.
Llevó su amor a los pobres y pecadores
hasta el extremo de ser condenado
por los que se decían «justos».
Como última y definitiva
prueba de su amor,
la noche en que iba a ser traicionado,
y como memorial
de toda su vida entregada,
nos invitó a partir y repartir el pan
y a compartir el vino.
Recordando a Jesús,
nosotros queremos seguir anunciando al mundo
lo que fue su vida solidaria y al servicio
de los que peor lo pasan en la vida,
como signo de tu perdón incondicional
y de tu amor sin límtes.
Derrama, Padre bueno,
tu Espíritu de perdón sobre la Iglesia,
para que sea instrumento
de paz y de reconciliación
en medio de un mundo dividido
y en permanente conflicto.
22
Que nadie encuentre cerradas
las puertas de nuestras asambleas
ni de nuestros corazones.
Acuérdate de los que ya murieron,
con esperanza o en la desesperanza,
y cuyo corazón
sólo Tú conociste de verdad.
Admítelos a todos en tu casa
para celebrar alegremente
el banquete definitivo
de tu amor.
Y cuando termine
nuestra peregrinación por este mundo,
recíbenos también a nosotros
en tu Reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria.
Todo esto te lo pedimos…
Levantando el pan y el vino consagrados
Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre misericordioso,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.
23
ORACIÓN FINAL
Al terminar nuestra celebración,
queremos darte las gracias una vez más,
Dios del amor y del perdón,
porque en las parábolas de la misericordia,
Jesús nos deja una radiografía
de tu corazón compasivo de padre-madre
que sale al encuentro
de todos sus hijos e hijas,
y que se alegra mucho más
por haber recuperado la oveja perdida
que por las otras noventa y nueve
que ya están en casa.
Haz que dejando de lado
todas las falsas imágenes
que de Ti nos han transmitido
una catequesis y una formación deficientes
y no del todo fieles al mensaje de Jesús,
nos abramos a la experiencia
de tu amor sin límites ni condiciones,
y nos decidamos a vivir en el amor,
sirviendo a los demás con alegría y sencillez
y compartiendo las angustias y esperanzas
de nuestros hermanos y hermanas.
Te lo pedimos por el mismo Jesús,
encarnación de tu misericordia.
Amén.
24
SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA
PARA REFLEXIONAR
1. El testimonio del Padre
Siendo el tema de hoy uno de los más repetidos en la
pastoral, trataremos de centrarnos en algunos puntos
de mayor interés para la maduración de nuestra fe. Lo
que más resalta en la parábola es la figura de Dios Padre
y la relación que mantiene con sus hijos.
Jesús nos presenta una típica familia de campo: todos
trabajan para lo mismo; la tierra es patrimonio familiar, por lo que es grave pecado pretender dividirla… Sin
embargo, para aquel padre lo importante no era todo
eso sino la relación con sus hijos. Respeta su libertad,
sabe esperar y callar. Ante la petición del menor, accede. Sabe que su hijo ya no es un niño: quiere hacer su
vida y el padre comprende, no sin gran dolor.
Después, la larga y confiada espera. Es que conoce a
fondo el corazón de su hijo: sabe de su debilidad, pero
también de las posibilidades que hay en él. Sabe que
tiene que hacerse hombre en la escuela de la vida y
acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de su hijo. Su testimonio de comprensión, silencio y
amor será como un imán para el hijo en desgracia.
Así ve Jesús a Dios, el «Padre» por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la
libertad al hombre y acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado… sin resentimiento.
Es un Dios que cree en el amor; y que está convencido
de que el amor es más fuerte que la ingratitud y el
pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; y por eso espera. Es un amor que
se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor
- gran paradoja - que hace vivir al pecador.
Un Dios que no tiene más ley que el amor ni más justicia
que el perdón; sin tribunales, ni fiscales ni cárceles.
Sólo tiene casa que quiere llenar con la alegría de sus
hijos. Ya bastante tribunal y juez tiene cada uno con su
conciencia; ya bastante cárcel es la vida de todos los
días con sus heridas y limitaciones.
Un Dios que no castiga ni aplasta sino que espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre
y de cada mujer: duro y trabajoso parto hacia la luz...
Y es una pena que los cristianos, a lo largo de los siglos,
hayamos fabricado otro Dios, otro modelo de «padre».
El Padre de la severidad y del miedo, del premio y del
castigo. El de la ley y del código; el de la obediencia ciega y el del cumplimiento frío e interesado de su
voluntad. Es el padre que oprime a sus hijos con una
larga lista de «no se debe hacer», «eso está mal», «si
no cumples esto, tendrás tu merecido...». Es el Dios25
padre que fabricó una sociedad que tenía necesidad
de oprimir a los hombres y de mantenerlos en perpetuo
infantilismo.
Y es una pena que la misma Iglesia haya fabricado una
religión que muchas veces tiene más de derecho romano que del Evangelio de Lucas; iglesia llena de tribunales, jueces y acusadores; una iglesia sin segundas
ni terceras oportunidades... ¿No será ésta la iglesia del
hijo mayor de la parábola?
2. El camino del pecado
Otro concepto que se clarifica mucho a la luz de esta
parábola es el de pecado. El pecado aparece como una
decisión personal, y como algo que define a la persona y
determina su manera de ir por la vida. Más que un acto
malo, es una actitud por la cual la persona se erige a sí
misma en criterio exclusivo y definitivo, y aunque pretende “encontrarse”, lo hace por caminos equivocados
y acaba perdiéndose.
El hijo menor -también aquí se contrasta la cómoda
postura del mayor- quiso hacer su vida y tener nombre
propio. En eso tenía plena razón; el problema es que
no supo acertar a la hora de elegir el camino. Acostumbrado al solícito amor protector del padre, creyó que la
vida era cosa muy fácil. Nunca había reparado en el sacrificio que le había costado al padre levantar su casa y
su hacienda; por eso no le dio importancia y se fue...
El pecado aparece, también, como la fuga de la condición humana, como un evadirse de la responsabilidad
de todos los días, como un negarse a construir algo en
un proceso lento y un tanto duro. El pecado es -como
dirá Jesús- «un camino ancho y fácil...».
De ahí que el pecado aparezca como la tentación permanente del hombre, un ser en constante construcción
de sí mismo. La vida no está hecha ni acabada. Pero la
pereza se filtra en el proceso, como el pecado esencial
del hombre: negarse a trabajar en el propio crecimiento y en la construcción de la propia comunidad o familia. En el inconsciente del hombre yace la tentación de
Adán que quiso muy pronto hacerse dios para escapar
a su situación de hombre: trabajador y luchador. Es la
tentación que nos llega en oleadas sucesivas: ¿Para qué
trabajar si puedo vivir a costa de otros? ¿Para qué ser
fiel en mi matrimonio si puedo aprovechar esta fácil
oportunidad? ¿Para qué sacrificar mis horas por la comunidad.... para qué..., para qué...?
Y el pecado llega, llama y golpea a la puerta con fuerza. Bastan pocos minutos para destrozar una familia;
pocas horas para destruir un país levantado en años o
siglos de esfuerzo. No se requiere demasiado. Porque
el pecado es egoísmo ciego y totalitario. La esencia
del pecado -thánatos, muerte- es destruir y levantar
la bandera del «yo» y «solamente yo». Sucede que los
seres humanos comprendemos con dificultad que el yo
se construye sobre el no-yo, sobre el vaciamiento de
26
nuestras pulsiones de muerte. Entonces surge la vida
del «nosotros», difícil palabra que la humanidad aún
no aprendió a pronunciar; todavía está en la etapa del
niño pequeño que grita: «Esto es mío..., mi juguete...,
mi torta..., mi mamá…».
Y el hijo menor parte de la casa, abandona el hogar;
da las espaldas al padre. No podemos comprender el
pecado si antes no comprendemos que formamos una
comunidad, la familia humana. El pecado nos vuelve
contra esa comunidad.
Por eso, el pecado no es sólo «cosa mía», como a veces
decimos; porque esa cosa mía atenta contra muchos,
contra el bien de otros, contra la «cosa nuestra», de
la comunidad. Así, quien odia, deja de aportar amor;
quien miente, deja de aportar verdad. No hay, entonces, término medio: o aportamos en la construcción
de la comunidad o colaboramos en su debilitamiento
y destrucción.
El famoso eslogan: «Yo y mi Dios; mi Dios y yo», fórmula
tan típica del mundo «occidental y cristiano», no tiene
nada que ver con el mensaje de Jesús de Nazareth.
Ahora el hijo está lejos de su casa y libre de toda responsabilidad. A veces, se mantiene la ilusión de libertad y felicidad; después, la cruda y cruel realidad lo
vuelve en sí. Está solo; tremendamente solo. Vacío,
desnudo, hambriento. Es el último eslabón del egoísmo:
sólo yo...
Y, por primera vez en su vida, comprende que ha perdido su dignidad de hombre y de hijo. Y siente envidia
de los puercos... El pecado, en efecto, nos prostituye,
y esa prostitución es su peor castigo. Una íntima vergüenza nos invade, prisioneros de una ilusión suicida.
«Soy un pobre-hombre», concluimos.
Es la sensación que todos, alguna vez, hemos vivido:
esa rara mezcla de amargura, desazón, vergüenza y
lástima de nosotros mismos. Son los momentos en que
tocamos con nuestras propias manos nuestro límite,
para reconocer al fin que nos hemos equivocado. Pero
aún no sabemos si ese sentimiento es orgullo herido o
sincero arrepentimiento. Sin embargo -esto es lo maravilloso de la vida-, esa amarga y humillante experiencia
puede ser el punto de partida de un nuevo y largo camino: el camino de la reconstrucción de la vida. Nunca la
partida está totalmente perdida; nunca la debilidad es
tan grande; nunca el egoísmo es tan ciego... En el fondo de uno mismo -fondo misterioso e insondable- hay
una fuerza irresistible, una llama que nunca se apaga,
una fuerza sobrehumana.
Descubrir que en ese fondo está Dios esperándonos pacientemente para iniciar la nueva etapa de nuestra
liberación es, quizá, la experiencia más rica y densa
del ser humano. Al sentirnos pecadores descubrimos,
en efecto, que cada uno es sujeto y actor de su propio
destino...
27
Fue lo que no supo hacer el hijo mayor; no porque no
fuera pecador, sino porque ni siquiera había descubierto que era persona.
3. El proceso de la conversión:
La parábola describe tres momentos en la conversión
del hombre: «Entonces recapacitó y dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo
estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a
la casa de mi padre…».
Lo primero: pensar y reflexionar... Cada día cometemos
errores y nos desviamos. Pero eso es parte de nuestra
condición humana. Si queremos ser personas auténticas, enfrentémonos con los hechos, juzguemos nuestra
propia conducta y avancemos. Mirar nuestro pasado,
reconocer nuestros errores, aceptar nuestro pecado...
Todo eso supone sinceridad y valentía. Y también es un
acto de esperanza: creer en nosotros mismos; confiar
en el amor del Padre.
El hijo menor cree, pero aún no lo suficiente. El amor
del padre fue mucho más allá de lo que él había imaginado.
No hay conversión sin fe en uno mismo. He ahí una seria secuela del pecado: socava nuestra confianza; nos
vuelve esclavos de una vieja situación que suponemos
irreparable. Después viene el momento más crítico: levantarse...
Y partir, desandar el camino, corregir un rumbo, volver
a la comunidad.
En ese «levantarse» del hijo hay todo un sentido de resurrección y de re-generación: nacer de nuevo a otro
estilo de vida. Hay que sepultar el pasado y enterrar
una vida vieja y absurda. Pero el hombre no muere:
renace.
Y el hijo vuelve a la casa. Es un paso inevitable: lo llamamos «reparación». Si antes se ha destruido algo,
ahora hay que volverlo a construir. Si antes se rompió
con la comunidad, ahora hay que reconciliarse. Sin
esto, la conversión es una simple palabra vacía.
Los cristianos hemos perdido este elemento esencial de
la conversión y del perdón de los pecados, convirtiendo
el perdón en un acto individualista, frío y cerrado: «Yo
me las arreglo con Dios», decimos. Y, por eso mismo,
hemos hecho de la confesión sacramental un rito incongruente, hueco, desprovisto de calor y de vida. Un
acto infantil en el que el hijo-pecador se somete a la
reprimenda del padre-malo a quien se promete el oro
y el moro, para volver a repetir la misma historia una
y otra vez...
Quisiéramos concluir con otra reflexión acerca del perdón de los pecados. En la parábola no se dice que el
padre perdonó al hijo; al contrario, la parábola supera
ese concepto demasiado enmarcado en un contexto
28
de infantilismo. Pero sí dice el padre: «Porque mi hijo
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y
fue encontrado».
El perdón no es algo que se otorga o que se recibe, sino
algo que se construye, porque es la vuelta al amor, a
un amor más profundo y duradero. Perdonar y ser perdonado significa volver a amar; el perdón es la síntesis
de dos amores: un amor muerto que resucita y un amor
fiel que recibe.
Primero fue el abrazo del padre con el hijo. Después
vino la fiesta: la familia se ha reencontrado. Sólo faltó
a la cita el hijo mayor -expresión de los fariseos-, que
reprocha a su padre porque no le dio un cabrito para
premiar su obediencia...
Insistimos: debemos superar un concepto infantil de
perdón de los pecados. No puede ser que sigamos creyendo que, por ir al confesonario o arrepentirnos interiormente, «recibimos el perdón de Dios». Así obra el
niño pequeño que, después de haber roto una copa de
cristal, se presenta a la madre para que lo perdone...
Aún no ha entendido -por su propia inmadurez- que es
uno mismo quien debe saber darse cuenta de cuándo
ha obrado mal y que lo que corresponde después es
reparar, reconstruyendo de alguna forma lo destruido.
La parábola -una página evangélica que refleja una gran
madurez religiosa y psicológica- nos obliga a cambiar
nuestro concepto de Dios-padre, del pecado y del perdón de los pecados. Todo es mucho más dinámico y
personal que lo enseñado en estos últimos siglos de individualismo moralizante.
El perdón de los pecados, aunque se haga en un sacramento en nombre de Dios, es algo vacío e inútil si no
expresa todo un proceso de cambio de mentalidad y de
vida. Debemos superar esa imagen minimalista de un
Dios que da su perdón al final de un rito humillante. Más
que hablar de perdón de los pecados, debemos hablar
de reconciliación del hombre consigo mismo y con la
comunidad; de reconstrucción de la vida; de reparación
de un pasado estéril. No tiene ningún sentido que en
cinco minutos de confesonario y como por arte de magia pretendamos quedar con la «conciencia tranquila»,
cuando sabemos positivamente que, en realidad, todo
sigue igual y nada ha cambiado.
Aunque Lucas hubiera escrito esta única parábola, tendríamos motivos más que suficientes para cambiar buena parte de nuestros esquemas religiosos.
Y si bien modernamente la psicología ha utilizado y
utiliza la palabra «terapia» para hablar del proceso de
crecimiento y superación de sus conflictos por parte de
una persona, tanto en el Evangelio como en los primeros escritos cristianos, el proceso de conversión interior
ya había sido descripto como una auténtica «curación o
terapia» del pecador. Bien lo dijo el criado al hermano
mayor, que preguntaba qué estaba pasando en la casa:
«Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo».
29
PARA LA ORACIÓN PERSONAL
Es la historia de siempre. Una y otra vez, el pueblo se aleja de Dios. Y una y otra vez, Dios sale a
buscarlo. Es la historia del éxodo cuando, al poco
tiempo de sellar la alianza, los israelitas se fabrican
el becerro de oro y Dios los per¬dona. En Lucas, es
la historia de la oveja perdida que el pastor bueno
sale a buscar y, tras encontrarla, regresa rebosante de alegría. Es la historia del autor de la carta
a Timoteo, que confiesa: “…porque [Dios] me ha
fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores”. Tres
historias del amor de Dios, que busca lo que está
perdido. Que el Señor ilumine nuestra lectura de
la Palabra de modo que nos ayude a contemplar
en nuestra propia vida la incondicionalidad de su
amor.
LEEMOS Y COMPRENDEMOS
Ante la incomprensión y el rechazo de los fariseos
y maestros de la ley, Jesús justifica su forma de
actuar desde el Dios de la misericordia. Los publicanos y pecadores se reconocen en las palabras de
Jesús como destinatarios del amor entrañable del
Padre.
Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego,
tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto.
-En el capítulo 15 del evangelio de Lucas
encontra¬mos las que conocemos como las tres parábolas de la misericordia. Vamos a centrar nuestra
oración en las dos primeras, la de “la oveja perdida” y la de “la moneda perdi¬da”, ya que sobre la
tercera, la del “padre bueno”, hemos reflexionado
en el cuarto domingo de Cuaresma. Los dos primeros ver¬sículos, que introducen todo el capítulo,
señalan el contex¬to de las parábolas, ayudando
a comprender su sentido. Con Jesús aparecen dos
grupos de personas. ¿Quiénes son? ¿Cuáles son
sus actitudes respecto a él?
-Los publicanos eran quienes recaudaban los
impues¬tos de los judíos para el Imperio romano.
Tenían mala fama: vendidos al poder del Imperio,
se quedaban con una parte de esos impuestos. Eran
marginados por los que se conside¬raban verdaderos israelitas. Similar marginación era la que sufrían los pecadores. Y ellos son, precisamente, los
que se acercan a Jesús. El otro grupo estaba compuesto por los fariseos (principales representantes
del judaísmo religioso en tiempos de Lucas) y los
maestros de la ley, intérpretes y custodios de la Escritura, que marcaba una línea clara entre los que
estaban dentro y los que quedaban fuera del sistema religioso y social. Éstos, los justos y salvados,
murmuran contra Jesús porque compartía mesa
30
con aquellos despreciados y condenados. Con las
parábolas que siguen, Jesús justifica su forma de
actuar. Además, Lucas enlaza en ellas dos de sus
temas preferidos: la misericordia gratuita de Dios
y la necesidad de conversión de los pecadores.
- Nos fijamos en la primera de las parábolas, la
de la oveja perdida. Leyendo los verbos que aparecen, en segui¬da nos damos cuenta de que el
pastor es el actor principal: pierde, deja, busca,
encuentra, carga, reúne, dice. La segunda parábola, la de la moneda perdida, redunda en el sentido
de la anterior con un ejemplo similar. ¿A quiénes
representan el pastor y la mujer, y la oveja y la
moneda perdi¬das? ¿Qué actitud del pastor y de
la mujer subraya el texto?
- En ambas parábolas se cuenta una historia muy
semejante: la de una pérdida, una búsqueda intensa, un hallazgo y una alegría compartida. Y lo
que destaca sobre todo son las actitudes del pastor
y de la mujer: no perma¬necen impasibles ante
lo que han perdido. Parece que en sus vidas nada
importa tanto como la oveja o la moneda extraviadas. No paran hasta encontrarlas. Además, las
cosas no quedan simplemente como estaban antes: ¿Qué sentimiento aparece repetido tras los
hallazgos?
- Un elemento en el que se insiste en estos versículos es la referencia a la alegría. Es una alegría que
va creciendo y que, en el comentario final a cada
una de las parábolas, se identifica con la alegría de
Dios. En esa aplicación a la vida con la que concluye cada parábola (vv. 7 y 10, respectiva¬mente),
la atención se centra en un escenario nuevo (el
cielo) y en un protagonista distinto (el pecador).
La conversión en la vida del pecador es causa de
gran alegría para Dios. Fijémonos en la relación
que tienen estos versículos con los dos prime¬ros
del pasaje. ¿Cuál es el mensaje de Jesús a los
publicanos y pecadores del principio? ¿Y a los
fariseos y maestros de la ley?
- Cada hombre y cada mujer tienen un valor
irreem¬plazable a los ojos de Dios. Cuando un ser
humano admite que el Dios de la misericordia lo
busca, cuando se deja encontrar, la verdadera vida
se abre camino en su historia personal y la alegría
llena el cielo y la tierra.
MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS
El evangelio que hemos leído nos acerca al Dios
que no quiere que ni uno solo de sus hijos e hijas
se pierda. Nos toca ahora responder dejándonos
encontrar por Dios, buscando a los hermanos que
sentimos lejos o “perdidos”, alegrándonos de corazón en cada uno de esos encuentros.
31
- A través de las parábolas de Lucas hemos contemplado el rostro del Dios de la misericordia: ¿Cómo
te invita el relato evangélico a relacionarte con
él? ¿Cuál es mi propia experiencia personal respecto del Dios de la misericordia?
- Quizá hay momentos en nuestra vida en los que
nos sentimos perdidos. El presente pasaje nos invita a dejarnos encontrar por Dios: ¿Le facilito la
tarea? ¿Cómo puedo crear espacios en mi día a
día para ese encuentro más íntimo y personal
con Dios?
- Jesús explica su comportamiento con los publicanos y pecadores desde la misericordia de Dios
Padre: ¿A qué nos compromete esa misericordia
como hijos e hijas de Dios y como seguidores y
seguidoras de Jesús?
- La intransigencia de los fariseos y maestros de
la ley contrasta con la actitud de Jesús: ¿Quiénes
son los que están “perdidos” a nuestro alrededor, en nuestro propio ambiente? ¿A quiénes deberíamos “salir a buscar”, para tratar de ayudarlos a vivir mejor? ¿Cuál debería ser nuestra
actitud para con ellos?
- Dios no nos abandona a nuestra suerte. No quiere que ni uno solo se “pierda”: ¿Qué sentimos al
comprender esta “responsabilidad cariñosa”
de Dios por cada uno de nosotros?
- “Alégrense conmigo”. La alegría de la que habla
el evangelio nos sitúa en un contexto de encuentro
tras la dura búsqueda, de felicidad compartida, de
vida en plenitud: ¿En qué momentos de nuestra
vida sentimos que la experiencia de encuentro
con Dios es fuente de alegría? ¿Qué hacemos
para vivir gozosamente y con esperanza cada
día?
ORAMOS
Muchas veces, desorientados como la oveja de la
parábola, le pedimos al Señor que salga en nuestra búsqueda, que nos restaure y nos devuelva a
su rebaño. Traemos tam¬bién a nuestra oración a
nuestros hermanos que andan perdidos. Desde la
alegría, damos gracias a Dios, que cuida amorosamente de cada uno y de cada una de nosotros, y
nos hacemos cargo de la responsabilidad que eso
conlleva y del compromiso que implica.
Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón:
¿Qué le digo al Señor…?
32
BUENA SEMANA!
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