María del Carmen Vázquez Mantecón El bisonte de América

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María del Carmen Vázquez Mantecón
El bisonte de América:
Historia, polémica y leyenda
México
Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas
2013
216 p.
(Serie Historia General, 28)
Mapas.
ISBN 978-607-02-4755-2
Formato: PDF
Publicado en línea: 25 de noviembre de 2015
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros
/bisonte/america.html
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3. Los franceses en el Septentrión de América
y su representación del mundo salvaje
Nueva Francia y sus respetables “bueyes”
Las colonias francófonas en América se habían iniciado desde el año
de 1600 y durante un poco más de siglo y medio llegaron a comprender un inmenso territorio que abarcó, en su época de mayor
esplendor, desde el lago Superior a la Luisiana –ocupada esta última
por los galos entre 1699 y 1762. A lo largo del siglo xvii, los franceses tuvieron numerosas disputas con los colonos hablantes de lengua
inglesa y con los españoles. Cuando en 1653 se firmó la paz entre
francos e ingleses, los primeros protagonizaron nuevas e importantes expediciones en la zona que comprometió, por igual, a misioneros, militares, colonizadores, tratantes de pieles y comerciantes.
Ellos siguieron la ruta del principal afluente, el río Mississippi, y
entraron en contacto con naciones indígenas a las que –aunque reconocieron en ellas muchas cualidades culturales– siempre designaron con el vocablo genérico de “salvajes”. En las crónicas que legaron
de esos viajes dieron cuenta, asimismo, de la presencia en algunas de
esas regiones del que llamaron con simpleza “ganado salvaje”.
Hacia 1673 el canadiense Louis Jolliet, junto al jesuita francés
Jacques Marquette, iniciaron su periplo por el lago Michigan hasta
llegar al río Mississippi, donde continuaron su descenso hasta muy
cerca de la boca del afluente. Después de recorrer casi 5 000 kilómetros de ida y vuelta pudieron delinear la casi totalidad de su inmenso cauce. El padre Marquette, quien además conocía algunas lenguas
amerindias, dejó por escrito un sugestivo testimonio, fechado un
año después, en el que en medio del recuento de aventuras, paisajes
y costumbres de animales y “salvajes”, describió a grandes manadas
de venados y de “ganado salvaje o pisikious”,1 –nombre este último
1 Según Ulrich Danckers en la sección “encyclopedia” de su libro Early Chicago: to the year
1835 when the Indians left, Hardcover, 2000, la palabra pisikious, es una corrupción del ojibwa bizhiki y del algonquín pijaki, voces ambas con que cada una de esas naciones nombraba a los bisontes.
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que le daban los illinois a los bisontes– que aumentaban en número
conforme seguían río abajo, especialmente cuando alcanzaron el
paralelo de 41 grados con 28 minutos, donde dice haber visto una
manada con más de 400 cabezas.2 Explicó a sus lectores que los
franceses lo nombraban “ganado salvaje”, porque era muy similar a
su ganado doméstico, aunque con diferencias: el primero era menos
largo, dos veces más ancho, más corpulento, con la cabeza más grande, la frente plana y, según él, con los cuernos más largos.
El jesuita nos legó su propia impresión sobre los bisontes de
aquellas tierras que, en su caso, también refleja temor y desazón por
su fealdad, aunada al reconocimiento de que su carne y su sebo eran
“excelentes”. En pocas palabras, pensaba que tenían características
que los hacían “espantosos”. Llamó su atención la “especie de papada” que les colgaba del cuello, la joroba “bastante alta”, las piernas
gruesas y cortas, y la “crin como de caballo en forma de cresta”, que
además de cubrirles la cabeza, el cuello y una porción de los hombros, les tapaba los ojos impidiéndoles ver. Sobre el resto de su cuerpo, dijo que eran cubiertos por “un pesado pelaje rizado”, más grueso y fuerte que el de las ovejas, que al perderlo en el verano, les
dejaba esa parte de la piel “tan suave como el terciopelo”. Vio cómo
vivían desparramados en manadas por las praderas y también fue
testigo de su ferocidad al dar muchas veces muerte a sus cazadores.
Explicó que cuando atacaban tomaban a un hombre entre los cuernos
–algunos lo levantaban por el aire– lo arrojaban al piso, lo entrampaban bajo los pies y luego lo mataban. Creía que eran animales decididos y orgullosos porque después de ser baleados se tiraban al suelo escondidos en el pasto, desde donde “percibían” al disparador, al
que atacaban corriendo hacia él muy rápido, velocidad que alcanzaban cuando estaban verdaderamente enojados.3
Buenas costumbres de las “vacas bravías”
Las exploraciones de los franceses se sucedieron unas a otras entre
las décadas de los sesenta y ochenta de aquel siglo xvii. Entre ellas
2 Jacques Marquette, “Le premièr voyage qu’a fait le P. Marquette vers le Nouveau Mexique”, 1674, en The Jesuit Relations. Natives and Missionaries in Seventeenth-Century North America,
editado por Allan Greer, Boston, Nueva York, Bedford/St. Martin’s, 2000, p. 194 y 195.
3 Ibid, p. 196.
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destacan las que emprendió el caballero francés René Robert, mejor conocido como “Sieur de La Salle”, quien había llegado a Canadá desde 1666 en donde se estableció como comerciante de pieles y adquirió fama como expedicionario, fundador de fuertes y
plantador del símbolo de la Flor de Lis que agrandaba las posesiones de Luis XIV en tierras americanas. En su tercer viaje, realizado
en 1679 en compañía del misionero recoleto Louís Hennepin, llegaron hasta el río Niágara. Tiempo después, en 1681, en una cuarta travesía, La Salle bajó por los ríos Illinois y Mississippi hasta el
golfo de México, tomando posesión de ese extenso territorio en
nombre de Francia al que llamó Louisiane4 en honor de su monarca. Regresó al continente europeo para solicitar la ayuda del rey
con objeto de llevar a cabo una quinta expedición, de nuevo “hasta las bocas del Mississippi”, que tendría lugar entre 1684 y 1688,
ocasión en la que ni encontró la desembocadura mentada, teniendo
que hacer tierra en Texas en la Bahía del Espíritu Santo; no pudo
contarla en persona porque en marzo de 1687 sería asesinado por
uno de sus hombres –Pierre Duhaut– que se habían amotinado contra su autoridad. Más adelante me referiré a este quinto viaje porque
estarán muy presentes los “ganados de toros”. Ahora es necesario
recuperar lo reseñado por el franciscano recoleto Hennepin, que
formó parte de la tercera expedición, de la que escribiría algunos
años después su versión de los sucesos.
El flamenco recoleto Louis Hennepin recibió, en el año de 1675,
órdenes de sus superiores de embarcarse como misionero a Canadá. Partió en calidad de miembro de la tercera expedición encomendada a La Salle y llegó a Quebec en septiembre, aunque antes de
unirse a la expedición pasó cuatro años predicando, conociendo el
territorio y aprendiendo lenguas indígenas. En el otoño de 1681
viajó a Francia, donde durante un año escribió sus memorias de
4 Mario Hernández Sánchez Barba, Historia de Estados Unidos de América. De la república
burguesa al poder presidencial, Madrid, Marcial Pons, 1997, p. 53.
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viaje. Apareció primero Descripción de la Louisiane, París, 1683, y
catorce años después en Utrecht, Holanda, Nuevo descubrimiento de
un gran país situado en América.5 También en Utrecht publicó al año
siguiente otro libro que tituló Nuevo viaje de un país más grande que
Europa, que, junto con el anterior, fueron traducidos ese mismo año
al inglés y editados en Londres.6
El padre Hennepin encontró muchos bisontes en la tierra de sus
aliados illinois –asentados en el norte de lo que hoy estado de Illinois–
y los nombró “bueyes”, “toros bravos”, o “vacas bravías”. Para describir ese animal tan novedoso e inquietante, usó las mismas palabras
y calificativos del jesuita Marquette, incluido, las crines, las jorobas,
el espanto y su carne suculenta. Asimismo, describió a detalle algunas
costumbres de los bisontes. Dijo que cambiaban de tierra “conforme
a la mudanza de los tiempos y según la variedad de los climas”, porque cuando empezaba el frío emprendían el camino a las tierras del
sur, por sendas que, a fuerza de su paso, le parecía que estaban “tan
trilladas como los caminos reales en Europa”.
Gracias a la enorme cantidad de pasto que comían en el verano
–que según él les llegaba hasta el pescuezo– estaban muy gordos
hacia el otoño, y era como si estuvieran en su elemento, en las prolíficas praderas llenas siempre de ellos y de otras variedades de animales silvestres. Encontró, incluso, algunos bisontes en los bosques,
guarecidos del rigor del sol, y muchos en las islas, a donde iban
especialmente las hembras a tener a sus crías, lejos del acoso de los
lobos. Vio que las manadas se movían en fila, uno detrás de otro,
parando todos a descansar en un mismo paraje, o que podían también nadar en las corrientes de los ríos con gran agilidad.7 Creía que
5 Libro que fue visto por varios historiadores de su tiempo como salpicado de falsedades
y de glorias que no le correspondían. Ahí afirmaba que había recorrido el Mississippi hasta
el golfo de México, asunto que no tuvo tiempo de hacer entre su salida del país de los illinois
y el apresamiento que de él hicieron los issati-sioux pocos días después. En esa tercera expedición de La Salle no llegaron hasta las bocas del Mississippi y sería sólo La Salle el que lo
lograra en su cuarto viaje, en el que Hennepin ya no participó.
6 Catholic Encyclopedia, http://www.newadvent.org/cathen/07215c.htm
7 Biblioteca Nacional de Madrid, Sala Cervantes, MS 3179, Louis Hennepin, Nuevo
Descubrimiento... Es importante señalar que se han hecho muchas traducciones y ediciones de
la obra de Hennepin, algunas de las cuales han cambiado su título, como por ejemplo la
edición española de 1902, que se titula Relación de la América Septentrional, Madrid, Imprenta
de la viuda de Pedraza, p. 235-237, donde el traductor Sebastián Fernández de Medrano
agregó algunas cosas de su cosecha, como decir, por ejemplo, que parecían camellos, cuando
Hennepin nunca mencionó a estos animales, o el añadir que los bisontes tenían el mismo ins-
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a pesar de que esos animales eran “grandes máquinas de carne”,
andaban muy aprisa, impidiendo que los “salvajes” los pudieran
alcanzar corriendo. En cuanto a la cantidad, dijo haber visto bandadas de 200, 300 o 400 “toros bravos” juntos, y puntualizó que además
de los “salvajes”, había muchos “bucaneros y filibusteros” matando
bastantes de ellos. Sobre la manera de los habitantes originarios de
preparar la carne de esos “ganados” comentó que la secaban al sol,
conservándola muy bien por tres o cuatro meses sin el uso de la sal,
“de manera que no se corrompe”. Le parecía que al comerla era
como la carne fresca acabada de matar.8
Los galos y el instinto de los “ganados”
Sabemos de los pormenores del quinto y último viaje de La Salle,
gracias al diario que escribió M. T. Joutel, participante en esa aventura que tuvo lugar entre 1684 y 1688 y en la que, como dije más
arriba, buscaron infructuosamente la desembocadura del Mississippi.
La mayor parte de la información que se proporciona corresponde
a la región de Texas en la que, ya desde antes de desembarcar, vieron
numerosos corzos y “toros de diferente figura que los nuestros”. Para
ellos fue muy importante la presencia de todo tipo de animales de
caza, tales como aves, peces, corzos, conejos, gallinas de la India y
patos, pero especialmente la de los “ganados”, que significó, mientras duró su periplo, la proveeduría de grandes cantidades de pieles
y de carne que secaban al sol.
Contó Joutel que conforme más se adentraban en la tierra encontraban más “ganado”.9 No escatimó palabras para describir el
encanto de la región, por sus muchos arroyos, árboles “muy bellos”,
campiñas cubiertas de hierbas, pero, sobre todo, por el “gran número de toros”. De hecho, bautizaron un afluente como “La rivière
tinto de las golondrinas europeas, aves que el recoleto tampoco nombró cuando se refirió a
las costumbres migratorias de los cuadrúpedos de nuestro interés.
8 Ver el capítulo “La representación europea del bisonte americano”, en el que inserto
el dibujo de un “Buey salvaje”, aportado en una de las ediciones de la obra de Hennepin.
9 El primer traductor al castellano de este diario fue José María Tornel y Mendívil,
quien erró en su traducción, precisamente en el asunto del “ganado”, ya que siempre
agregó la palabra “vacuno”, palabra que nunca fue mencionada por Joutel, cuando, es
evidente, que este se refirió a los bisontes, al señalar las diferencias entre ese “ganado” y
el europeo.
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aux boeufs” (El río de los bueyes), a los que describió escuetamente diciendo que eran “como los nuestros”, aunque en lugar de pelo
“con una larga y rizada clase de lana”. Añadió que les gustaba la
sal, por haber hallado una fuente de agua salada con muchas de
sus huellas alrededor.10 Su diario es muy preciso en cuanto a los
días que caminaron, ya sea bajo la lluvia o al rayo del sol, a propósito de los campos atravesados, de sus campamentos, y de la “abundancia de toros” en toda esa tierra, cicatrizada por sus rutas de
movimiento. Registró, también, que el grupo expedicionario siempre seguía las vías marcadas por los “toros”, porque según Joutel,
“el instinto de esos animales los llevaba a los lugares más fáciles
para el tránsito”.
Fue en este viaje cuando ocurrió el asesinato de La Salle, “por
sus modales altaneros y la dureza con que trataba a sus súbditos”.
Esta muerte coincidió con la ausencia de los “ganados” y, por lo
tanto, con la falta de carne durante muchos días. Contó que siguieron su marcha liderados ahora por los que tramaron la muerte de su antecesor, los que a pesar de que volvieron a encontrar y
matar “ganados” no repartían la carne entre los expedicionarios.
Ya en “el país de los accancea” (hoy Arkansas), volvió la abundancia de “ganados” y por ende la de la carne, que se apuraron
a “acecinar”. Terminaron su marcha en “Chicagou”, donde los
“toros” se redujeron notablemente, no viendo más que algunas
“becerras muy flacas y de estas muy pocas”, atacadas por el frío y
por los lobos. Antes de embarcarse para Francia, hacia el último
cuatrimestre de 1688, Joutel conoció la nación de los huron, famosos
cazadores de castores y diestros comerciantes de sus pieles, que
estaban establecidos al sur de lo que ahora es Ontario. Dado que allá
no había pastizales y por ende bisontes, podía notar Joutel que esa
nación de “salvajes” rara vez tenían carnes frescas y el hecho de
que, cuando las había, provenían de los venados, ellos sí abundantes en la región.11
10 M. T. Joutel, Diario histórico del último viaje que hizo M. de La Salle para descubrir el desembocadero y curso del Mississippi, Nueva York, José Desnoues, 1831, traducido del francés por
José María Tornel, Ministro de México en los Estados Unidos, p. 23, 39, 48-49, 50, 54-55, 56,
62, 64-65, 67, 68.
11 Ibid., p. 84, 96, 140-41, 152-53.
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Por su parte, el barón de La Hontan, lugarteniente de marina y
explorador francés de ese tiempo –llegó a América en 1683–, dejó
memoria de dos asuntos interesantes a nuestro relato: el recuento
de sus experiencias con los aliados huron, con los que vivió un largo
período, y la reseña detallada de las costumbres de caza de varias
naciones indígenas que conoció, que nos indica hasta donde llegaban
los bisontes, del todo ausentes en tierras de los huron. Refrendó lo
dicho por Joutel en cuanto a que la cacería principal para ellos era
la de castores, y agregó que no era menos importante la caza de
“orignaux” (ciervos),12 a los que perseguían y encerraban para darles muerte con menos dificultad.13
El salvaje refinamiento de la caza
Los viajes y las experiencias de los colonos francófonos por Nueva
Francia y la Luisiana siguieron al iniciarse el siglo xviii. Contamos,
por ejemplo, con el testimonio de un monsieur L’Erbanne, quien en
1723 anduvo en las tierras habitadas por los caddoaquio, precisamente en Natchidoches, Luisiana. Ahí pudo constatar que ellos eran
muy buenos cazadores de “boeufs sauvages”, para lo que, dijo, usaban
sus caballos, que les daban más velocidad y posibilidad de huida.
También se refirió al país en donde estaban arraigados los illinois,
de los que apuntó, como ya lo habían hecho antes otros compatriotas
suyos, que aquellos tenían que moverse más de cien leguas para
encontrar a los “bueyes”. Apreció, asimismo, las dotes de buenos
comerciantes que estos tenían, sobre todo, en relación con las pieles
12 Orignal, orignaux o élain du Canada (ciervo o gran ciervo de los países del norte), palabra importada al Canadá por los inmigrantes, alteración de orignac.
13 La Hontan, barón de (Louis Armand de Lom d’Arce), Dialogues curieux entre l’auteur
et un sauvage de bons sens qui a voyagé, et Memoires de l’Amerique Septentrionale, France, The Johns
Hopkins Press, 1931, entre la p. 132 y 133. La primera edición fue en 1703 y se convirtió en
un libro exitoso en varios países con más de veinte ediciones. Ver también agi, Indiferente 1528
N 8, Cartas del barón de La Fontan, 1 de septiembre de 1699 y barón de La Hontan, Copie
du journal de voyage du Lieux Cavelier prêtre de mons. La Salle lesquels entreprirent toux les deux par
mer la decouverte du fleuve Mississippi, l’an de 1684 avec plusieurs nations.
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de distintos animales, incluido, por supuesto, el bisonte del que,
aseguró, hacían comercio igualmente con la lana de su cabeza.14
En Luisiana vivió también por más de veinte años el galo AntoineSimon Le Page du Pratz, quien llegó ahí en 1718, dedicándose a
actividades agrícolas y comerciales. Regresó a Francia en 1734, donde, después de casi otros veinte años, escribió sobre aquella experiencia, publicando definitivamente su Histoire de la Louisiane en 1758
en tres volúmenes. Se ha dicho de él y de su obra que tiene mucho
de etnógrafo, de historiador y de naturalista. No sólo aprendió la
lengua de los natchez, sino que hizo amistad con muchos de ellos, y
por eso decidió darles la palabra, incorporando sus mismos relatos,
llenos de tradiciones y de costumbres. Además de incluir una breve
historia de la colonia francesa, dio muchas recomendaciones sobre
el trato a los nativos, a los esclavos africanos –de los que poseía algunos–, o, por ejemplo, sobre la manera como sería más fácil cazar
a los “boeufs sauvages”.
En el tomo primero de su historia refirió una caza de “bueyes
salvajes” en las orillas del río Arkansas. En cuanto al número de
venados y de bisontes que ahí había señala que era “grande”, y que
unos y otros iban en manadas, que a veces juntaban a 150 individuos. La experiencia en esas cacerías le había enseñado que los
“bueyes salvajes” se asustaban con el menor ruido, y mucho más
con los disparos, huyendo despavoridos. Le parecía que los franceses tenían que copiar los métodos de caza de los españoles de Nuevo México, según lo que “se contaba de los hispanos” en esa parte
franco parlante del Septentrión, esto es, que usaban jarretes, para
poder, después, dar más fácilmente muerte a esos “bueyes”. El jarrete15 era un instrumento que cortaba el tendón de Aquiles o jarrete de los animales en plena carrera, y los ponía, como apuntó Le
Page du Pratz, “acorralados, espantados, sin poder huir, perdiendo
14 Briscoe Center for American History, 2Q235, “Franceses en el valle de Mississippi”,
Ms. 1723, French National Archives, Monsieur L’Erbanne, Memoir.
15 Se trata de unas pértigas largas que en uno de sus extremos tenían una media luna de
hierro con filo en su borde cóncavo.
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sangre, debilitados, dejándole a su enemigo la libertad de acabarlos
como él guste”.16
Pensaba Le Page du Pratz que el modo “era bueno” por varias
causas: no causaba temor a los animales; podría volverse de enorme
ventaja para nativos y colonos, que tendrían alimento abundante;
no era costoso; y, según él, “tampoco era incómodo”. Lo interesante del caso, es que ni los mismos españoles, ni ningún otro europeo,
incluidos los franceses, nunca habían mencionado que los primeros
usaran jarretes para inutilizar a los animales antes de matarlos.17 Le
Page tuvo que explicar cómo podía construirse tal arma, indicando
que las cacerías deberían hacerse entre octubre y febrero, con muchos
hombres a caballo. En ese país, dijo, estos últimos no eran costosos
y se alimentaban con poco, y los “bueyes” al verlos, moderaban su
espanto. Por último, recomendó ir hacia ellos contra el viento, porque tenían un olfato muy sensible.
Contó que sólo los bueyes ligeros huían rápido, siendo que muchos otros no podían hacerlo a causa de su pesadez y su gordura,
propiciada por las abundantes pasturas de hierba fina que ávidamente comían de día y de noche. Esto, según él, los hacía más apetecibles
por su sabroso sebo, tema que volvió a incorporar a sus recomendaciones sobre el beneficio de su caza, junto con el de su lana y el de
sus grandes y bellas pieles. Había todavía tantos bisontes, que Le
Page, pensaba, iluso, que ese negocio “no disminuiría la especie”, y
apuntó que su depredador natural eran los lobos, que buscaban a
los individuos aislados para procurarse el alimento necesario.18
16 Antoine Simon Le Page du Pratz (1695?-1775), Histoire de la Louisiane, a Paris, Chez
de Buré, de la Veuve Delaguette y de Lambert, 1758, t. I, p. 313-14.
17 En la Península Ibérica se usaban jarretes en la ganadería, y desde ahí se llevaron a
las tauromaquias antigua y moderna. En el siglo xviii, al final de la corrida, el toro era picoteado con lanzas, picas y espadas y luego desjarretado. Aunque desde la época de las corridas
caballerescas siempre se menciona el desjarrete como muy del gusto popular, también hubo
voces que señalaban que era absolutamente desagradable y que tenía que erradicarse de las
fiestas de toros. Ver Prontuario de Tauromaquia, o sea, el libro de los toros necesario e indispensable
para conocer y juzgar con facilidad y acierto todas las suertes de las funciones de toros, la clasificación
de estos, etc., etc., por medio de tablas sinópticas, escrito por F.I.C.U., Madrid, Imprenta de Don José
María Alonso, 1847, p. 33. En la Nueva España de ese mismo siglo dieciochesco se hizo común
su uso en las haciendas ganaderas, siendo que los individuos que sabían desjarretar cobraban
mejores salarios, como podemos apreciarlo en la documentación del período. A propósito de
que los hispanos se hayan servido de esos instrumentos para matar bisontes en Nuevo México, además de Le Page Du Pratz, ese asunto fue mencionado por otros dos viajeros que visitaron Texas en los inicios del siglo xix: Arthur Wavel y Louis Berlandier.
18 Antoine-Simon Le Page du Pratz, op. cit., p. 315.
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En el tomo II de su historia se refirió a los cuadrúpedos de la
Luisiana, dedicando tres páginas a los “boeufs sauvages”, que describió como del tamaño de los más grandes bueyes europeos y dijo
que los primeros eran de este tamaño a causa de su lana larga y muy
rizada de color marrón oscuro. Los pintó con un fleco entre los
cuernos que les caía sobre los ojos y les impedía ver, cosa que se
suplía con su oído y su olfato muy finos. También tenían una joroba
considerable, los cuernos gruesos, las pezuñas negras, y en cuanto
a las vacas de esa especie, “con las tetillas hacia adentro, como en el
caso de las yeguas y las ciervas”.19 Señaló que ese “buey” era la comida principal de los naturales y que desde hace mucho tiempo ya
lo era de los franceses, y confesó que para él la parte más extremamente delicada y sabrosa era la joroba. Aludió, asimismo, a como los
galos se habían aficionado a la manera de los nativos de tratar y
pintar las pieles. Dijo que iban a cazarlos en invierno a las praderas
de las tierras altas de la Luisiana, ricas en hierbas, y que al acercarse a ellos, “se apuntaba a su paletilla”. Alertó sobre el hecho de que
si no quedaba lo suficientemente herido, el “buey” podía correr
hacia su atacante, y finalizó su recuento con la noticia de que los
indios sólo mataban a las vacas y esto era, según él, porque la carne
de los machos despedía el desagradable olor del macho cabrío,20
asunto que, por cierto, nunca llamó la atención de los hispanos, ni
fue nombrado por ninguno de ellos, durante los tres siglos que incursionaron y ejercieron dominio sobre esas norteñas regiones.
Comodidades irrenunciables de los “boeufs sauvages”
Las fatigas de los viajes al país de los illinois quedaban recompensadas por el placer que proporcionaba la caza. Así lo cuenta el capitán de las tropas de la marina francesa Jean Bernard Bossu quien,
entre 1751 y 1766, dirigió varias embarcaciones llenas de soldados
que atravesaron el río Mississippi y sus afluentes. La primera vez,
partieron de los asentamientos arkansas y tomaron rumbo al norte.
Asombraba a Bossu que durante cerca de 300 leguas no hubieran
19 Ver en el capítulo “La representación europea del bisonte americano”, el grabado de
un “Boeuf sauvage” incluido en el texto de Le Page du Pratz.
20 Ibid., t. ii, p. 66-68. La expresión que utilizó es “sentire le Bouquin”, que bien podría
ser un olor a almizcle.
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encontrado pueblos ni casas, pero sí, “felizmente”, manadas de “bueyes salvajes”, venados y ciervos, en una temporada que, al ser de
pocas aguas porque empezaba el invierno, hacía que los animales
bajaran a beber a las riveras de los ríos. Sabedores los indios arkansas de que los franceses necesitaban alimentarse en esas largas travesías se contrataban con ellos como cazadores. Muy temprano salían en
piraguas a matar a los bisontes, carne que dejaban lista sobre la rivera,
para luego ser recogida por un convoy que la llevaba a los barcos. Todo
esto lo rememora Bossu, anotando, además, que los arkansas reservaban las lenguas y “los filets”, para ofrecerlos a los comandantes y
oficiales, mientras un sargento distribuía el resto de la carne a los
soldados, que no siempre quedaban conformes.21
El escrito que ese capitán legó en forma de cartas, revela, también,
la mirada colonizadora que no podía creer que “países tan bellos”,
estuvieran tan escasamente habitados, “o poblados más que por brutos”. Bossu, sin embargo, reconocerá –por muchas cosas sucedidas y
observadas por él más adelante– que esos pueblos no eran “salvajes”
más que de nombre, y que los franceses que habían tratado de embaucarlos habían salido burlados. Tampoco, por otro lado, dejó de
subrayar los civilizadores esfuerzos de los galos, cuya presencia modificó, sin duda, para bien y para mal los hábitos y costumbres indígenas.22 Hacia 1753,“el país de los Illinois” –que Bossu llama “uno
de los más hermosos que haya en el mundo”– además de abastecer de
harina a toda la parte baja de la colonia francesa, se dedicaba con
éxito al comercio de plomo y sal, y al de pieles de castor, nutria y
“buey salvaje”. La naturaleza los había proveído con profusión de
fuentes saladas de las que obtenían el valioso condimento que, además, atraían a los ciervos y a los bisontes que gustaban de los pastos
de sus bordes y cercanías, de donde se lograba mucha carne y lenguas
que salaban y comerciaban con éxito en Nueva Orleáns.23
Tres años después, mientras descendían por el Mississippi, los
franceses seguían viendo “bueyes salvajes” a lo largo de su trayecto.
Una vez que acamparon en una isla fueron testigos de la capacidad
21 Jean Bernard Bossu, Nouveaux voyages aux Indes Occidentales, contenant une relation des
différents peuples qui habitent les environs du grand fleuve Saint-Louis, appellé vulgairement le Missisipi ; leur religion, leur gouvernement, leur moeurs et leur commerce, Amsterdam, Chez D. J. Changuion, 1769, 2 v., i, p. 95-97.
22 Ibid., i, p. 126.
23 Ibid., i, p. 109.
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EL BISONTE DE AMéRICA
de los bisontes para atravesar a nado el ancho del río. Asustados con
los disparos, se lanzaron al agua “hacia el continente”, ocasión que
aprovecharon los francos, embarcados en ligeras canoas, para matar
a cuatro –más dos venados de las orillas– cuyas carnes salaron. Su
orgulloso relato agregó que poco después habían cazado un oso por
obtener su piel, sus patas y su lengua.
Por el año de 1762 Bossu anduvo en la Luisiana, la que describió
ampliamente, incluidas las costumbres de sus habitantes los attakapas y la lista de sus “animales curiosos, simples y saludables”, muchos
de ellos, dijo, “desconocidos en Europa”. Dedicó, por lo tanto, varios
párrafos al “buey salvaje”, comentando además que “los franceses y
los salvajes [conocían] muy bien sus comodidades”, poniendo en su
relato en segundo lugar a los que los habían enseñado a preparar
sus carnes, que los proveían de hermosas mantas para cubrirse, que
fabricaban los colchones rellenos con su lana y las candelas de buen
sebo, cosas todas que los galos preferían sobre las demás de su clase.
Terminó sus recuerdos sobre el tema, anotando algo que, según él,
le tocó observar, y que habría sido la única vez que se mencionó, a
propósito de los depredadores de los bisontes. Bossu describió –como
si hablara más bien de una escena sucedida en África entre una pantera y un búfalo– la traidora presencia de los “tigres”,24 que subidos
a los árboles de los pequeños senderos, esperaban a los “bueyes” que
iban al río, saltando, de repente, sobre su cuello, para destrozar su
nervio. Culminó su fantasía añadiendo que en esa circunstancia poco
les sirvió a esos bueyes su poderosa cornamenta y su enorme fiereza.
24 Ibid., ii,
p. 124-127.
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