1 A MARTILLAZOS Mire señor, yo duermo aquí en la sala en esta camita con una hija. En esa otra duermen dos hijos de la niña mía. En medio de las dos camas bajamos un colchón de ésta y lo tendemos paˋ que duerman otras dos de mis hijas con una niña. En este otro laito, allá bien al rincón, tiramos otro tendido paˋ los dos niños, y en la otra pieza duerme una hija y el esposo con sus tres niñas… Allí ta la cocina y allá las escalas. Esas muletas mantienen ahí para cuando me voy a ir, un nieto me las lleva mientras otros dos me ayudan a bajar del tercero al primer piso, paˋ salir a trabajar a una ebanistería a lijar palos de siete de la mañana a tres de la tarde. Allá me pagan a mil pesos la hora y después me voy paˋ la chazita. Paˋ no volver, uno de los niños me lleva el almuerzo y me pongo a atender el negocito, hasta la media noche: Cigarrillitos menudiaos y confites que es lo que más se vende. Con eso me gano otros tres o cuatro mil pesos al día. Pero a ver le cuento desde el principio, y por qué toy acá. Después de que un hijo le dijera a Jesús María, mi esposo: yo puallá no me meto y el otro decir lo mismo… Antós, al no querer los niños grandes, ni mi marido trabajar paˋ esos grupos armaos y que ya nos querían matar, en un abrir y cerrar de ojos abandonamos el araito que teníamos por Santa Ana, onde no nos faltaba nada. A esa tierra le sembrábamos y le arrancábamos de todo… Llegamos al pueblo, yo me puse a ayudar a echar planchas y cargar adobe paˋ hacer casas y cuando no, a vender chance y los fines de semana fritaba empanadas en la plaza o en la variante. Y mi esposo viajaba a Marinilla y Santuario a comprar arepas de chócolo paˋ llevar paˋ Granada. Con eso manteníamos a los ocho hijos. Pero un día se nos empezó a complicar la cosa, desde que me buscaron paˋ decimen que fuera por Jesús María, que lo habían dejao en el Alto del Palmar… Eso fue un viernes, ya va paˋ doce años. …Que vaya por su marido. ¿Y aonde tá?... Dizque no se sabe. ¡Que lo mataron!… Esa fue la razón que se arrimaron a damen por la noche. Ya al otro día vino mi familia, la de él, los hermanos del uno y del otro y pegaron a buscalo ponde dijeron que lo habían bajao, ¡y vaya que lo encontraban, nada! Ya en la tarde de ese sábado, un hijo mío se fue con un tío a encontralo y lo encontraron. Tiráo por ahí por una carreterita, en un malezal, taba tapao con helecho. Si viera como me lo trajeron, no se distinguía. Era como si el bus haya rodao con él un abismo. Todo quebraito por los pies, un hoyo en la cabeza y hasta un ojo salidito lo tenía. Bueno, con mucho dolor a enterralo, por lo menos lo encontraron. Porque después se puso que a otras familias ni un huesito le entregaban. A los diitas me fui ponde uno de los que venían en el bus a preguntar. Una de boba, onde sepa que es paˋ contamen todo eso, no hubiera preguntao: La que me dijo fue una señora: Ella venía en una ventanilla de la derecha. Que no quería ni oservar, que porque cuando le vieron lo que traía, fue al único que bajaron y ahí mismito le 2 regaron todo el surtidito por el suelo. Que las arepas se las estriparon, las volvieron harinas y quedaron esparcidas por toda la carretera. Y diai a él lo hicieron arrodillar, ¡pero no así porque así!, sino de un martillazo en una pierna. Que la amiga mía solo sentía los gritos de él, cuando les decía: Yo no soy sapo, yo no le digo nada a esa gente y pum, otro martillazo. Eso dizque después de que caía al suelo del dolor, lo querían hacer parar de nuevo y si acaso podía arrodillase paˋ pedir que le perdonaran la vida. Que hasta les decía que no se podía morir porque la señora taba en embarazo y quién iría a alimentar los nueve hijos. Y dizque le contestaban: ¡Pues que le manden cartas a la guerrilla!... Que cuando el chofer le dijo a dos de los que lo pararon que si podía arrancar, dijeron: No, espere paˋ que la gente vea lo que le va a pasar a todos los guerrilleros y colaboradores. Dizque después de habele dao martillazos desde los pies y diai parriba hasta cuando él se fue desgonzando y le dieron el último golpe en la cabeza; ahí quedó y ya le dijeron al del bus: Arranque a ver gran hijue... Yo esas palabrotas no las repito. Ya con la falta de mi esposo, los niños grandes no pudieron volver a estudiar paˋ que me ayudaran. Tuve el otro hijo y a ese no le guardé dieta sino unos cuantos días y las pequeñitas me lo cuidaban mientras yo salía a trabajar. Los sábados cuando terminaba en la construcción, ya las hijas grandes me tenían en la variante la papa, el guiso, la masa y el fogón prendido listo paˋ poneme a fritar, hasta que la gente salía de las cantinas, cafés y otros negocios en la noche. Aunque con los meses, se fue poniendo que la venta no era ni la mitá, porque ya casi no había quien saliera a las calles. Un día taba yo fritando, cuando una hija se me arrimó. Mamá deme doscientos pesos paˋ pegar esta chancla. Cuando volvió con ella y mientras me decía: Mire cómo quedó de bonita y bien pegada, se nos arrimaron tres manes: Que venga…, que a qué… que venga. Antós ella se paró. Que venga vamos. Y cuando la hicieron subir en una camioneta, les dije: ¿pa` onde se me la llevan? No, tranquila, ahora viene a que le traiga el algo. Me contestó el chofer de ese carro y se me la arrastraron. Cuando eso no averiguaban ellos nada, ni decían claros tenés tus ojos. ¡Que Julano esto… y esto! Se lo llevaban y tenga. Eso le pasó a mi hija. Al rato aparecieron tres muchachas junticas. Entre ellas la mía, que me la mataron por chismes, porque ella no se metía con nadie. No había pasao mucho de haber enterrao a mi hija y yo iba por el cementerio (como siempre, atisbando paˋ la puerta, imaginándome a ella y mi esposo allá metidos) y seguí un poquito. Cuando un man todo barbao y sin bajase del animal me dijo: Me hace el favor señora y se me pierde del pueblo. Y me sigue diciendo: No me mire. Tonces yo con la cabeza tirada paˋl suelo le dije: ¿Y por qué me tengo que ir? ¡Sí, porque sí, se me pierde ya! Y siguió. Él parecía que andaba armao. Como había ejército allá, yo la llevaba mucho con un comandante. Llegué y lo 3 llamé, Moncho, mire ese man que va allá, en ese caballo, me dijo esto y esto y que me abriera del pueblo. Y lo siguieron y lo siguieron. Se le pusieron a la pata y lo mataron. Un diciembre me encargaron paˋ ocho días después, tres mil pesos de empanadas. Pero que temprano. Ese sábado toda contenta porque empezaba el día con pie derecho, no fui a trabajar la construcción y saqué el puesto apenas salió el sol. Cuando sentí una balacera. Me pareció raro ver la policía tan relajada, sintiendo un tiroteo de esos. Cuando un señor me pide el encargo y me dio por mirar paˋ un lao, y vi unos manes de vestido largo, todos barbaos dando bala. ¡Yo qué iba a saber quiénes eran si eso se disfrazaban de cuanta cosa! Cuándo estiré la mano paˋ entregar las empanadas el compañero de él me pegó el primer tiro, ese me quedó metido en una mano. Y yo, los que tiran esas empanadas y a correr y me zumbaban las balas. Fui a voltiar paˋ la otra esquinita, cuando veo que me siguen otros, siguieron tras de mí y ahí mismo me zampé pal otro lao, me tiré paˋ un almacén y le dije a esa gente: Pilas, bajen la reja rapidito que me van a matar. Cuando miramos por una endijita, ahí taban donde yo tenía la olla con las empanadas. Como a la media hora que parecía que se acabó eso, abrieron la puerta y vieron el charco de sangre onde yo me senté, y alguien dijo: ¡Por Dios!, usté ta herida. Cuando salí paˋ ime paˋl hospital, vi un muchacho vuelto un colador por la espalda, revolcándose en el piso y sin podelo ayudar, sin poder hacer nada por él; yo no podía casi ni caminar, cuando se prende otra vez eso. Ya me metí fue a una casa. Ahí fue que me vieron los huecos: El del tiro en la mano, otro aquí al lao de la barriga, otro acá en la punta de una nalga y en una pierna el otro. Ahí me envolvieron unos trapos y cuando ya se acabó todo, llegaron policías, enfermeras, dotores con las camillas y me echaron urgente paˋ Rionegro. Al día siguiente me dieron salida del hospital. Me habían colocao puntos y gasa a las heridas. Pero que las balas no me las podían sacar porque quedaba inválida. Mi mamá y una hija fueron por mí. Me largaron de Rionegro, nos vinimos y aquí antes de coger la carretera paˋ dejar la autopista, nos dijo el ejército: ¿Paˋ onde van? Paˋ Granada. No, no pueden pasar. ¿Por qué? Porque en Granada están en una balacera miedosa. Tonces les mostré las curas que me hicieron y también les dije: ¡Ay! y mis hijos y mire, toy herida. Ayer me tiraron y yo no puedo moveme. Ay mijita qué pena con vustedes, pero no las puedo dejar pasar, devuélvasen. ¡Pero si nosotros no tenemos a onde caer! No tenemos un conocido ni un familiar ni a nadie… Una muchacha que venía con nosotros en el taxi nos buscó dormida en casa de una tía en Santuario. Al otro día nos madrugamos y llegando al pueblo, del cebadero paˋlla, taban los muertos tendidos. De razón no nos dejaron pasar, dije yo. Al mes que me levanté, de nuevo me amenazaron. Entonces fui otra vez onde el comandante. ¡Ah! Yo no me iba a dejar fregar. A ese también le pisaron los talones, se le pusieron al corte y lo bajaron a los dos días. Y después de que lo quemaron, se me aparecieron unos tipos y me dijeron: Negra, gracias a usté tumbamos a ese H.P. Usté como que es buena gente… ¡Síii, y 4 siendo tan buena gente vea todo lo que me han hecho! Y vea mi hija…, mi esposo. !Por qué me hacen esto? Díganos una cosa: ¿Cómo se llamaba su hija? Y cuando les menté el nombre, dijeron: ¿La que mataron paˋllí paˋ la salida que fue con otras dos? Les dije sí, esa mismita. Y ya dicen a charlamen… y a conversamen: Que no veníamos por su hija, que doña disculpe, fuimos nosotros, que eso fue un error… A ella sólo la íbamos a interrogar, pero cuando le fuimos a dar a una de las otras dos, que esas sí eran colaboradoras de la guerrilla, esa se agachó y ahí fue cuando el tiro se le metió en el cráneo de su hija. ¡Bueno y mi esposo!... Qué pena, esa fue otra falla. ¿Recuerda que a los ocho días mataron a uno que también vendía arepas? A ese era el que buscábamos, que era del peñol, no de Granada. Pero díganos, que quiere que hagamos, ¡verdá!, ¿qué pide contra nosotros? No, que mi Diosito les perdone todo lo malo que me han hecho. Y a mí, me dé resinación… Y dicen a cuidamen, ellos venían a traemen hasta la casa cuando salía a media noche de vender empanadas. Es que me daba hasta rabia, me acompañaban, y cuando pasábamos por el frente del cementerio, era irónico que los que me mataban la familia, iban al lao mío, cuidandomen. Y ya dicen a montamen la perseguidora los otros. Hasta me mandaban razones. Que vea negra, que baje a Santa Ana, que su cucha ta enferma, que ta muy triste… Y yo sabía paˋ que me necesitaban porque me cargaban un hambre, y les mandaba decir: Un día de estos bajo. Hasta que mi mamá subió al pueblo a haceme la visita, le comenté eso y ella me dijo: No vaya a hacer el intento de bajar allá. Tuvo dos semanas conmigo y apenas se fue a ir, un hijo mío le propuso: Abuela, tenga estos veinte mil pesos y traiga las cositas suyas pa` ca. No mijito, déjelos paˋ comer culo e pollo, (así le decía mi viejita a la rabadilla) dentro de unos días que venga. En el pueblo no quiero vivir, yo no dejo esa tierrita. Cuando salió, me rayo un viaje de bendiciones diciendo: Le echo por lo menos las paˋ un mes. Pero yo vengo si Dios quiere, en quince días, paˋ que de una vez me celebren los sesenta y nueve. ¡Acuerdesen que esta semana toy de cumpleaños! Y yo a la expectativa que ella viniera. Como que presentía algo y le dije a un chofer que si veía a mi mamá, tráigamela a punta de mentiras. Dígale que toy enferma, que un niño se quebró una mano o algo, pero me la trae. Le puse cuidao en la tarde y cuando llegó me dijo: No la vi por ningún lao y la puerta de la casa taba cerrada. Quién sabe onde taría. A mí me latía que algo andaba mal y cuando salí paˋ la carnicería, por la variante me encontré con Toño, era un vecinito de mamá que había llegao hacía un rato y le pregunté: Toñito, contame de Mamá. Después hablamos, me va diciendo. Y se puso todo pensativo… y le dije, dígame de una vez qué pasó con Mamá. No, más rato hablamos que voy a hacer unas vueltas. No, venga dígame ya. Lo que sea más rato que sea de una vez. Cuando me va diciendo: Espere yo pago una carnita allí y hablamos. Yo me puse escarrociada, arrozuda, yo temblaba, yo me enfrié toita. Como también iba paˋ la carnicería me le pegué. Cuando él iba a salir, ya no compré nada de carne y me fui con él. Hasta que me dijo: Venga sentémonos y 5 tómese algo. Bueno, ¡Dígame que pasó con mamá! ya impaciente le pregunté. Sin siquiera probar la aromática. Y me va echando el cuento: Que ella se taba peinando paˋ ir a misa de siete paˋ luego salir paˋ Granada y la pañaron. Que yo voy paˋ misa, les decía… Que no, camine paˋllí, y se la llevaron. El que más sabe de eso es don Enrique, él vio cuando se la cargaron y en el camino me contó en el carro: Mirá Toño, que pesar de Lolita… y la tienen amarrada en el cementerio cuidándola dos manes. Tuve que me maluquiaba un rato, pero le pedí a las almas de los otros que me habían matao y me fui a buscar quién me la trajera de cualquier forma. Encontré al del carro verde y le dije: Flaco, hágame un favor, que a mi mamá se la llevaron hoy a las siete de la mañana. Yo sé que si voy, somos dos los muertos. Si está viva me la trae y si está muerta también. Relájese que yo se la traigo, me contestó el chofer. Ahí mismo pegué pˋon del cura, paˋ que me conjurara a él y a mi mamá. El conjuro que me le hizo el padre era: Que si taba viva, que se viniera y que si taba muerta que no hubiera nadie en el camino y que la dejaran alzar. El padre me regó agua bendita y echando la bendición, dijo: Viva o muerta, pero a su mamá se la traen de aquí a mañana. El carro llegó a Santa Ana y no vio nada por el cementerio. Se fue, dio la vuelta y de regreso ella taba tirada en la carretera. Ahí mismo se bajó el chofer, y dice que taba calientica. La alzó y arrancó. Yo sabía que ese padre era bueno paˋ los conjuros. Al carro no lo paró nadie y llegó con mi mamá. Cuando entró al pueblo ya taba fría, con el solo chuzoncito que le metieron derechito al corazón con un chupa chupa. Imagínese que no botó ni migaja de sangre. En su cara, que ya taba tiesa, se le veía el sufrimiento de los dos días que permaneció amarraita. Demás que al sol y al agua, esperando esa gente que yo bajara. Pero Bendito sea Dios, lo del padre por lo menos sirvió paˋ que la pudieran traer y que al condutor no le pasara nada. Cuando iba por el frente del cementerio, me imaginaba a los tres allá junticos y ya ni se me daba nada, que me acompañaran los señores que se volvieron buena gente de la noche a la mañana. Las amenazas cesaron, pero detrás de mí, andaban casi todos mis hijos y detrás de ellos nos acechaba el fantasma de la muerte. Siempre pensaron que seguían conmigo, no me desamparaban. Yo era como una gallina con la culecada de pollos al pie. De setenta kilos, bajé por lo menos a cincuenta y cinco. En las noches los muchachos me decían: Mamá, tiene que comer, mire que ta como una velita, si usté se nos muere qué vamos a hacer nosotros solitos en este mundo. Me daba un no sé qué al escuchalos. Con los veintidos millones que me dio el gobierno, abrí un C.D.T. y fui donde el personero a ver qué podía hacer. Él me aconsejó abandonar a Granada. Me dio una carta que constara que era desplazada paˋ salir de la noche a la mañana. Como con nervios, al saber que dejaba 6 a los tres en el cementerio. Pensar que se acababa la miraita de diario en la mañana y por la noche paˋ esa puerta por donde vi entralos muerticos. No sabía si dejaría de llorar o si iba a llorar más. Pero antes de venime, volví y pasé por el frente de esas tres almas y les pedí que en el nuevo pueblo me libraran de todo mal y peligro. Arrié con el trasteo, y cuando venía en el camino dije: Qué descanso, me siento livianita, pero como que sufrimiento al mismo tiempo. Y a la vez como valiente, haber dejao todo atrás. He vuelto a Granada a sacale los restos a la familia y cuando me encuentro con el ejército, me dicen: Negra, vuélvase paˋca, que nos ha hecho mucha falta. Aquí no le pasa nada… Ya me pagaron a la hija y al esposo. Con ese C.D.T. cancelé este ranchito. Sólo falta que me paguen a mi mamá paˋ ver si le pongo tejas y otras cositas a la casa paˋ que no se moje cuando llueve. Porque por el otro hijo no puedo hacer nada. A ese, desde que se pusieron de moda los falsos positivos, no lo volví a ver. Solo un poco de llamadas anónimas sin nada concreto. ¡Aquí me ve!, las muletas no las puedo abandonar. Ahí permanecen a la espera que yo quiera salir, paˋ un nieto agarralas y otros a ayudamen a bajar. Y en las noches, esperan el grito de la abuela por la ventana: ¡Niños, bajen a ayudar a subir estas benditas escalas! Porque cuando hay frío, luna llena y a veces sin justificación ninguna, me molestan los cuatro tiros que cargo en el cuerpo y que no me dejan vivir en paz. Pero eso no me estorba paˋ luchar por los hijos y nietos que me acompañan.