Piris, 13 de mayo2013

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TRIBUNA ABIERTA
La historia que pudo ser
Alberto Piris*, CEIPAZ, 13 de mayo 2013
Las revisiones históricas sobre "lo que pudo haber ocurrido si..." no
son solo, por lo general, elucubraciones al gusto de los historiadores
con tendencias literarias y una capacidad imaginativa sin límites. Claro
está que algunos conocimientos históricos y una probada habilidad
para novelar o crear situaciones hipotéticas de un pasado que pudo
haber sido y no fue, han permitido a escritores de pluma fluida y
exuberancia imaginativa hacer interesantes incursiones en lo que
suele llamarse "ficción histórica".
El campo de especulación parece ilimitado: ¿Que habría ocurrido en
España si el golpe del 23-F hubiera tenido éxito? ¿Cómo se habría
desarrollado Europa si Napoleón hubiera triunfado en Waterloo? ¿Y
si Constantino no hubiera hecho del cristianismo la religión oficial del
imperio? A medida que se retrocede en el tiempo, como es natural, el
abanico de reflexiones se hace más amplio y la verosimilitud de las
situaciones imaginadas se desplaza insensiblemente desde el campo
meramente histórico al de la historia novelada.
No siempre es así. Hay revisiones históricas que permiten estudiar
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con fundamento un pasado no muy lejano, sobre el que existen
fuentes acreditadas, y extraer conclusiones de aplicación práctica
para el momento actual. No es difícil conjeturar la probable evolución
de la historia mundial si en 1941 Hitler hubiera aplastado a la URSS como esperaban casi todos los analistas políticos y militares del
momento- y, poco tiempo después, se hubiera hecho con la primera
bomba atómica, antes que EE.UU. No se trata tanto de aportaciones a
la ficción histórica sino de estudios a posteriori, relacionados con el
"por qué no fue así". Es decir, analizar por qué el más potente ejército
del momento no destruyó a su enemigo oriental, peor preparado y
más desorganizado, estudio que entra dentro del ámbito más habitual
de la ciencia histórica.
Pero dando por concluida la Segunda Guerra Mundial del modo como
ocurrió y no como "podría haber sido", es tanto o más interesante
descubrir por qué fue seguida por los penosos años de la Guerra Fría.
Porque el periodo que transcurrió desde el fin de la 2ª Guerra Mundial
en 1945 hasta la desintegración de la Unión Soviética al concluir la
década de los 90, fue un tiempo perdido para el desarrollo pacífico de
la humanidad, durante el que se sembraron muchos de los problemas
que aquejan al mundo de hoy.
Precisamente a esto dedica el historiador estadounidense Frank
Costigliola su más reciente libro, no traducido todavía al español:
Roosevelt’s Lost Alliances: How Personal Politics Helped Start the
Cold War (Las alianzas perdidas de Roosevelt: cómo la política
personal contribuyó a iniciar la Guerra Fría).
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Como es sabido, Roosevelt se esforzaba por mantener una buena
relación con Stalin. No cerraba los ojos a la evidencia de que, como
resultado de las operaciones bélicas, se establecería una hegemonía
soviética sobre varios países de la Europa del Este. Pero estaba
convencido de que la situación se controlaría mejor manteniendo
abierta una vía de diálogo y cooperación que mediante presiones y
amenazas contra la URSS, cuyos ejércitos habían ocupado los países
centroeuropeos antes invadidos por Alemania y donde Stalin
desconfiaba de unos aliados a los que suponía propensos a destruir el
país soviético a nada que se presentara la ocasión.
Según Costigliola, el presidente de EE.UU. esperaba que en la
postguerra EE.UU., el Reino Unido y la URSS actuaran juntos como la
policía mundial para mantener la paz. Se oponía a los planes de
Churchill y Stalin para repartir el mundo en áreas de influencia, pero
aceptaba la división de facto producida por la ocupación militar
resultado del curso de la guerra. Roosevelt pensaba que se podría
llegar a un entendimiento pacífico, si se vencía la desconfianza innata
de Stalin sobre la seguridad de la URSS, que le llevaba a requerir una
zona de protección entre su país y los demás Estados europeos. Para
el autor, el principal obstáculo a unas relaciones armoniosas en la
posguerra no era Stalin sino Churchill, por su propensión imperialista y
colonial. Algunos historiadores opinan que era difícil saber de cuál de
sus dos principales aliados recelaba más Churchill, que sospechaba y
temía las ambiciones estadounidenses sobre el declinante imperio
británico.
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Pero Roosevelt adolecía de una mala salud, perdió a algunos de sus
mejores asesores y murió en la primavera de 1945. Entonces, según
Costigliola, un Truman inexperto y carente de imaginación cayó bajo
el influjo de sus consejeros, deficientes estadistas: "Si Roosevelt
hubiera vivido algo más... hubiera podido gestionar la transición hacia
un mundo de posguerra dirigido por los 'Tres Grandes'". La versión
que Costigliola presenta está sometida a discusión, como es natural,
pero al menos sirve para mostrar dos importantes axiomas de la
Historia. Uno de ellos se refiere a la influencia que ejerce la
personalidad de los grandes actores en el desarrollo de los
acontecimientos. La segunda es la consideración de que, muy a
menudo, detalles secundarios de la vida pueden perturbar el orden
mundial durante largo tiempo. ¿Nos hubiéramos ahorrado las graves y
prolongadas inquietudes de la Guerra Fría si Roosevelt hubiera vivido
unos años más, mejor atendido por su inepto médico personal?
*Alberto Piris es General de Artillería en la Reserva
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