EL EGO DEL PROFESOR UNIVERSITARIO 1. Un profesor universitario

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EL EGO DEL PROFESOR UNIVERSITARIO
1. Un profesor universitario, con doctorado en una universidad extranjera,
disputa la decanatura de una facultad en una prestigiosa universidad, con un
colega sin doctorado. “¡Usted no es mi par, no somos iguales, nada tenemos
que hablar!”, le dijo el primero al segundo. Sin embargo, éste último ganó la
decanatura por mayoría de votación.
2. En otra institución de “educación superior”, un grupo de profesores con
posgrados en el extranjero, intrigaron contra un exitoso profesor de
matemáticas aclamado por sus alumnos como el mejor pedagogo que habían
tenido. El fin de aquellos profesores era arrebatarle el curso de Epistemología
que el profesor dictaba con lujo de detalles. Su argumento principal era que
el profesor no tenía ningún título en filosofía. Después de una reunión con
presencia de los profesores implicados y alumnos del cuestionado, las
autoridades académicas ratificaron a éste en su cátedra.
3. Un decano que llevaba dos periodos consecutivos fue reelegido para un
tercer periodo por parte del Consejo Superior Universitario de una
universidad pública, a pesar de que la comunidad de la facultad había
expuesto serios reparos a la gestión de aquel. Había otros aspirantes a la
decanatura con buenas hojas de vida y respaldo de colegas y alumnos, pero
el CSU se empeñó en mantener al decano repitente. Tal desconocimiento de
las normas democráticas desató un paro de casi dos meses en toda la
universidad, lo cual ocasionó pérdidas en dinero y en tiempo. Sólo una
huelga de hambre por parte de unos estudiantes hizo retroceder la
terquedad del profesor.
4. Un profesor impide la participación de un estudiante que se destaca por su
búsqueda de la verdad y el conocimiento útil para la sociedad. Su argumento
es que su curso no es de sociología ni de historia; emplaza al alumno a hablar
estrictamente en términos académicos sin contextualizar el contenido. Los
compañeros apoyan al alumno, pero el profesor tiene peso en la facultad por
su “excelencia académica” (buen represor del pensamiento libre). Sus
alumnos dicen que el profesor es incapaz de debatir un tema con el alumno
aventajado pues le da pavor quedar mal parado en público.
5., 6., 7.,…bueno, la lista puede seguir indefinidamente, lo cual evidencia un
equívoco comportamiento en muchos profesores universitarios; obviamente,
no todos incurren en ello. No obstante, estas prácticas extendidas han
contribuido a que la universidad (pública y privada) se distancie aún más de
su función primordial, de las necesidades urgentes de una sociedad con
múltiples problemas. La universidad se ha convertido en un instrumento de
diferenciación social, donde el ego, el arribismo, la arrogancia y la vanidad
intelectual, están por encima del servicio y el compromiso con las naciones
que conviven en nuestro territorio nacional.
Aunque la universidad se ha erigido como “el templo que monopoliza el
saber”, la verdad es que el saber, entendido como comprensión de los
fenómenos, no está allí. Lo que allí se preserva -casi como pieza de museo- es
una información estandarizada, conjugada en una práctica de repetición y
duplicación. El saber como comprensión requiere de la creatividad y el
despliegue de múltiples facultades para llegar al conocimiento en
movimiento (conciencia, intuición, corazón, sospecha, universalidad,
contextualización, etc.); este saber está en permanente evolución –
transformación; lo que hoy funge de ciencia, mañana será arqueología. La
actividad creadora exige deslindarse de trámites burocráticos, egolatrías,
mecanicismos, informaciones rígidas, discursos memorizados. Los auténticos
creadores no germinan en la universidad, se hacen en la independencia, el
apartamiento, en ambientes de sana libertad.
La universidad atrapa talentos que devienen en burócratas y tecnócratas, Y
muchos de estos gastan su energía y su tiempo en escalar funciones y puntos
en el escalafón académico (competitividad feroz) para alcanzar una
decanatura. Muchas veces, en esta carrera por un puesto burocrático que
entrega un cheque mensual de 8 dígitos, todo vale – todo cuenta. De ese
modo, no existe diferencia alguna de ese comportamiento con el del político
inescrupuloso, ni con las aspiraciones desbordadas por dinero del mafioso.
¿Cuál ciencia se va a producir en medio de esta sordidez? Aunque de los
pantanos surgen bellos nenúfares, en este escenario educativo lo que
germina cada que sale el sol es la repetición, la copia de copias, la
confirmación de lo obvio; es decir, el engaño a la opinión pública, la
inoperancia y el acomodamiento.
El profesorado, en gran parte, termina acomodándose a una mecánica
curricular de repetición, mero trámite que empaqueta la inicial pasión por el
conocimiento en una obligación penosa durante 20, 25 y hasta 30 años. Al
final de su vida productiva, ¿qué queda de producción benéfica para la
sociedad? Es fácil acomodarse a un cheque, este subsume el deseo, se come
los ideales más preciados del ser, lleva a renunciar a la creación y al
compromiso con la sociedad. Es cómodo repetir el mismo discurso durante
20 años mientras se soslaya la investigación y la producción.
Las universidades sacan a la calle miles de ingenieros y arquitectos cada
semestre; pero no aparecen con esa misma velocidad las propuestas de
vivienda popular digna y de calidad, apelando a la utilización de materiales y
recursos propios del entorno natural. Las universidades vomitan miles de
economistas y administradores cada año, sin embargo cada año aumentan
las cifras de pobreza y desempleo en el país. Los centros de investigación
ambiental gastan enormes presupuestos en proyectos de preservación y
equilibrio del medio ambiente; no obstante los ríos de nuestra geografía se
siguen muriendo, el ambiente de las ciudades continúa deteriorándose.
Las universidades públicas y privadas no convocan a jornadas de debates
interdisciplinarios intensos y de impacto, sobre la crisis humanitaria que
viven varias regiones a causa del conflicto social y armado, las catástrofes
naturales, la hambruna y el desplazamiento forzoso. Tampoco generan
espacio y foros amplios, de gran cobertura, sobre los impactos que ocasiona
la entrega de bases militares a tropas extranjeras. Tampoco se reflexiona
profundamente sobre el camino necesario hacia la soberanía alimentaria,
también acerca de la devolución de tierras a los campesinos desterrados.
La universidad, entonces, no produce CIENCIA (palabra sagrada), ella se ha
convertido en un modus vivendi, un lugar de trabajo que provee la
subsistencia a un ejército de obreros calificados intelectualmente; sitio de
burócratas ávidos de dinero y poder, de impostores de la investigación y el
conocimiento como saber comprensivo. Los saberes universitarios se
reducen a saberes técnicos que preparan personal para engancharse en el
mercado laboral (actualizadores de la extracción de plusvalía), pero ésta no
es la suprema misión de una universidad. Los presupuestos universitarios se
diluyen en publicaciones de materiales que nadie lee, que poco impactan en
la solución de los álgidos problemas del país, con honrosas excepciones.
También se invierten en proyectos de investigación que son más renombre
que utilidad para la sociedad; estamos hablando de un desfalco, de un robo
continuado al fisco nacional y a los aportantes (bien intencionados) de la U.
privada, un desangre económico que sostiene un fortín de empleados
privilegiados, con escasas repercusiones en el seno de la vida social.
¿Dónde están los pensadores, escritores y artistas de la universidad?
Estanislao Zuleta, Gabriel García Márquez, William Ospina, Alfredo Molano,
Raúl Gómez Jattin, Fernando Botero, Rodrigo Arenas Betancur, entre otros,
no son precisamente producto de la academia; más bien lograron hacerse al
margen de ella. Quizás cada colombiano lleve un Patarroyo adentro, alguien
que timó con la producción de una vacuna contra la malaria, para atraer
grandes presupuestos destinados a financiar la ciencia y la investigación. ¿Un
mal nacional? ¿Escudarnos en quehaceres que prometen el oro y el moro,
con el fin de hacernos a unos pesos?
Si la universidad formara a los futuros organizadores de nuestro país en el
pensar por sí mismos, ya estaría cumpliendo al menos, con la principal misión
de una verdadera universidad: ayudar a llegar a aquella “mayoría de edad”
de la cual hablaba Inmanuel Kant. Pero es de Perogrullo, que la universidad
está diseñada para cumplir otro papel: controlar el conocimiento mediante la
repetición de discursos académicos oficiales para reforzar la explotación
capitalista.
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