la política de conciliación del general díaz y el arzobispo gillow

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LA POLÍTICA DE CONCILIACIÓN
DEL GENERAL DÍAZ
Y EL ARZOBISPO GILLOW
Jorge Fernando
¿ F U E E L GENERAL DÍAZ u n l i b e r a l convencido?
ITURRIBARRIA
¿El pasante de
derecho d e l I n s t i t u t o de Ciencias y A r t e s d e l Estado
por
los p r i n c i p i o s de la C o n s t i t u c i ó n de 57,
luchó
seguro de
que
l u c h a b a p o r el b i e n , l a v e r d a d y l a justicia? N a d a hay en su
v i d a de soldado que p e r m i t a
preguntas.
contestar n e g a t i v a m e n t e
estas
C u a n d o su decisión de v o t a r p o r el general J u a n
N . Álvarez, en l a farsa de plebiscito o r d e n a d a p o r Santa A n n a
en Oaxaca — c o m o en otras partes d e l p a í s — , l o lanzó a l camp o l i b e r a l , f u e sincero en su r e p u d i o a l h i p ó c r i t a s i m u l a c r o
del p a r t i d o conservador, c o m o h a b í a sido sincero c u a n d o , p o r
a b a n d o n ó el S e m i n a r i o y se inscribió en el I n s t i t u t o .
1850,
En
1858,
ya t e n i e n t e c o r o n e l de las guardias civiles
de
Oaxaca, c u a n d o los liberales moderados c o n t e m p o r i z a b a n con
el general conservador José M a r í a Cobos, q u e sitiaba Ja c i u dad
de Oaxaca, d e j a n d o pasar aquéllos el t i e m p o en expec-
t a t i v a de l a suerte que el destino le deparaba
Veracruz,
a Juárez en
P o r f i r i o D í a z fue, con Marcos Pérez, José
María
D í a z Ordaz, José M a r í a Ballesteros, F é l i x R o m e r o , M a n u e l
Velasco, T i b u r c i o M o n t i e l , José Justo B e n í t e z y L u i s M a r í a
C a r b ó d e l g r u p o de los d e f i n i d a m e n t e liberales, q u e i n c i t a b a n
al general Rosas L a n d a p a r a q u e n o d i e r a c u a r t e l a Cobos.
M á s tarde, ya jefe d e l Ejército de O r i e n t e , en l u c h a c o n t r a
i m p e r i a l i s t a s y franceses, s i g u i ó f i r m e en sus convicciones l i berales. A l t o m a r P u e b l a el 2 de a b r i l de 1867,
interpelación
cesis, contestó:
a u n a discreta
q u e le m a n d ó hacer el arzobispo de esa
dió-
" D í g a l e usted q u e si l o e n c u e n t r o l o m a n d o
f u s i l a r c o n t o d o y vestiduras."
P o s t e r i o r m e n t e , su r i v a l i d a d política con Juárez l o llevó
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JORGE
FERNANDO
ITURRIBARRÍA
a abjurar de su sectarismo juarista y apartarse del grupo que
permaneció fiel a la memoria del Benemérito y que fervorizó
aún más su devoción por el caudillo de la Reforma, después
de su inesperada muerte.
Pronunciado Díaz contra Juárez y, posteriormente, vencedor de don Sebastián Lerdo de Tejada, continuó firme en
sus convicciones de liberal y de viejo masón, a cuyas filas
había ingresado desde Oaxaca, en la "Logia Cristo".
En las postrimerías de su primer período presidencial,
sucedió que el general Díaz tuvo que concurrir con su Gabinete a una exposición que se efectuaba en Puebla, con miras
a atraer la inversión norteamericana, y en cuya organización
había colaborado con actividad y acierto un sacerdote notable por su cultura, por su don de gentes y su espíritu un
tanto mundano y cosmopolita; que había viajado por Europa,
era heredero de un rico latifundio en Chiautla, Puebla, y
tenía el carácter de Prelado doméstico del papa Pío IX, con
quien lo ligaban amistad, afecto y gratitud.
Su padre fue el súbito inglés don Tomás Gillow, radicado
por muchos años en México, en donde hizo su fortuna y casó
con una heredera de la nobleza española, doña María Zavalza
y Gutiérrez, de rancio abolengo. El hijo único, don Eulogio
Gillow y Zavalza, se había educado en el colegio jesuíta de
Storeyhurst, cerca de Preston, Inglaterra, y más tarde pasó a
perfeccionar sus estudios a la Academia Eclesiástica de Nobles, de Roma, bajo los auspicios directos del Papa, a cuyo
personal servicio ingresa poco después de obtener la borla
doctoral. El joven Gillow había recibido de sus instituciones
una exquisita preparación para la diplomacia católica.
Al regresar Gillow a México —en donde había nacido—
para hacerse cargo de sus intereses, pasaba una parte de su
tiempo en su hacienda de Chiautla, y otra en la ciudad de
Puebla. Aspiraba a obtener la diócesis poblana y tan pronto
como vacara. Por su frecuente residencia en dicha ciudad y
la fama de hombre de mundo de que llegaba precedido, el
gobernador del Estado, don Juan Crisóstomo Bonilla, se acercó a solicitarle su colaboración en la exposición que se preparaba, la que tendría un carácter nacional y sería inaugu-
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
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rada por el general Díaz. Ya existía en favor de Gillow el
antecedente de una amplia recomendación dirigida al gobernante poblano por el general Vicente Riva Palacio, a la sazón
ministro de Fomento, comprometido, en cierto modo, en el
buen éxito de la exposición. Riva Palacio reconocía en don
Eulogio las cualidades que lo distinguieron, independientemente de que existía entre ellos una indirecta amistad y simpatía, originada en que los padres de don Vicente habían
apadrinado la inauguración del Hotel Gillow, negocio de la
propiedad de don Tomás, padre del prelado doméstico.
Coincidían las circunstancias de que otro súbdito inglés,
don Tomás Braniff, gerente del ferrocarril de México a Puebla, había proporcionado el tren para la comitiva presidencial, y que había interés oficial en que la exposición dejara
buena impresión entre los visitantes norteamericanos, exhibiendo nuestros recursos potenciales y despertando en ellos
el propósito de iniciar sus inversiones.
Encabezados dichos visitantes por el general John Frisbi,
al señor Gillow correspondió servir de intérprete con el presidente de la República y principales funcionarios de su comitiva y proporcionar todos los informes relativos a la
exposición, todo ello hecho por Gillow con buen conocimiento de los temas agrícolas, mineros e industriales y con el
desembarazo y elegancia con que sabía expresarse. Esto impresionó al general Díaz y lo hizo acariciar la idea de iniciar
amistad con Gillow, reconociendo en él a un hombre valioso
que podía serle útil.
No sería posible asegurar si Gillow fue a colocarse deliberadamente en la situación calculada de merecer la simpatía del presidente para iniciar así una amistad que podía ser
provechosa a la Iglesia, con relación al hombre fuerte de
México
o si la iniciativa partió del general Díaz.
El caso fue que durante el banquete ofrecido en aquella
ocasión, Gillow quedó colocado frente al caudillo tuxtepecano. Cuando, concluido el primer platillo, se comenzó a
servir jerez en todas las copas, "el presidente tomó, entonces,
la suya para indicar a monseñor que bebía a su salud; esta
fina atención fue debidamente correspondida; y a partir de
y
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JORGE
FERNANDO
ITU RRI BARRÍ A
aquel hecho, al parecer, trivial, quedaron formados los preliminares de una sincera y leal amistad..."
Comenzaron los brindis, y correspondió el suyo a don
Alfredo Chavero —autor del primer tomo del México a Través de los Siglos, y diputado vitalicio—, quien hizo el elogio
del clero poblano y, más tarde, el panegírico de la obra civilizadora de la Iglesia en México, arrancando su relación desde
los padres Garcés y Motolinía, por haber sido el primero,
fundador de Puebla. Interesó mucho a Gillow la exposición
de Chavero, principalmente porque era inusitado que en el
transcurso de un banquete oficial se escuchaban alabanzas
para la Iglesia. No pudo contener su curiosidad e inquirió
con el general Riva Palacio, vecino suyo en el convivio, el
nombre del orador. Fue para él motivo de sorpresa el que su
contertulio le dijese, con el nombre del orador, que éste era
nada menos que uno de los famosos masones, porque era
"grado 33".
Añade Gillow, a través de su biógrafo —don Antonio
Riva G.— que se sintió perplejo "por ser él el único eclesiástico, Prelado doméstico, por añadidura, de Su Santidad,
entre aquel lucido concurso de políticos liberales de la Federación y del Estado". Entonces, en previsión de que su
presencia fuera mal interpretada por la prensa "aprovechó
Gillow el paso de un sirviente con una botella de champagne,
para indicarle que llenara la copa correspondiente, y levantándose con ella en la mano, en medio de la expectación
general, dio vuelta a la mesa hasta llegar a donde el señor
Chavero se hallaba". ".. .Con voz natural, únicamente oída
por los más próximos, y puesto el grado 35 de pie, el Prelado
doméstico diole las gracias por sus benévolos conceptos en
favor del clero poblano y por los que a él especialmente
había dedicado; y aseguróle que eran sus más fervientes anhelos ver al país apartado de agitaciones y funestas querellas, del
todo consagrado a la paz y al progreso. A l regresar monseñor
a su asiento, el general Díaz levantó su copa de champagne
para brindar con él, con lo que parecía felicitarlo por haber
salido airosamente del apuro."
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POLÍTICA
DE
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Al día siguiente andaba el Dr. Gillow por las calles, cuando le
detuvo uno de los ayudantes del Gobernador, después de buscarle
por distintos puntos, para decirle que el Presidente de la República deseaba fuera a sentarse con él a la mesa, a las 7 de la
noche, en el Palacio del Gobierno. Gustoso accedió a la cita, y
amablemente recibido, ocupó el asiento a la derecha del general
Díaz, a quien acompañaban el gobernador Bonilla y las personas
que habían ido a México en la comitiva oficial. A las ocho y
cuarto el señor Bonilla recordó al Presidente que faltaba poco
para dar comienzo a la función de gala que en el teatro se le
tenía preparada. Reflexionó algunos instantes éste, y luego manifestó su deseo de quedarse conversando con nuestro biografiado,
por lo que dio su representación al Jefe del Ejecutivo local. Sin
levantarse de la mesa, ya los dos solos estuvieron comunicándose
sus mutuos sentimientos y pensamientos hasta las 11 p. m. El Gral.
Díaz era un político sagaz cuya fuerza estribaba en saber, conocer
y utilizar a los hombres para sus fines; Monseñor, por su parte,
un cabal discípulo de de los jesuítas y un hábil diplomático de
la Academia Eclesiástica de Roma,, y así ambos se comprendieron,
y sin decírselo celebraron pacto de recíproca ayuda y duradera
amistad, que no terminó sino con la muerte del viejo Presidente.
4
Como vemos, en la conferencia referida, solicitada por el
general Díaz, quedó sellada la amistad entre ambas personalidades. Aunque el caudillo de Tuxtepec estaba imposibilitado legalmente de prolongar su mandato más allá del 30 de
noviembre de 1880, no se necesitaba gran perspicacia para
suponer que, vencido el cuatrienio próximo y resueltos previamente los impedimentos constitucionales, el general Díaz
volvería a ocupar la presidencia. Para el año de 1883 esa
suposición se ofrecía ya ante la opinión pública con aspectos
de evidencia.
El general Manuel González, sucesor de Díaz, no fue en
rigor lo que se llama un mal presidente, sino por la gran
corrupción que introdujo en el gobierno y que permitió que
él y muchos de los principales funcionarios se enriquecieran
en el ejercicio de sus puestos. La moral privada del general
González nada tuvo, tampoco, de edificante, por los excesos
eróticos a que se entregó, determinando su conducta la pública separación de su esposa, doña Laura Mantecón, la que,
para hacer sonrojar al presidente, estableció en local cercano
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JORGE
FERNANDO
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al Palacio una casa de modas atendida personalmente por
ella, con lo que hizo más notorio su repudio.
Figuró don Porfirio en el gabinete del general González
sólo algunos meses, como ministro de Fomento; pero, ya fuere
por evitar que se le imputara intervención en las decisiones
del presidente, o bien, para que nadie pretendiera que se solidarizaba con su conducta, optó por separarse en 1881, para
ocupar la gubernatura de Oaxaca, su Estado natal.
En 1883 volvió a México con el doble objetivo de reacercarse a los círculos oficiales para reanudar sus relaciones
políticas con sus viejos correligionarios y amigos y, con su
presencia, recordarle a su compadre, el general González, el
compromiso de devolverle el puesto; el general Díaz ya estaba, a la sazón, casado con doña Carmen Romero Castellot,
hija del político lerdista don Manuel Romero Rubio y ahijada de bautismo, la propia Carmelita, del presidente derrocado
por el general Díaz en la acción de Tecoac. Estas relaciones
formales de noviazgo se habían iniciado poco después de un
año de haber enviudado don Porfirio, el 8 de abril de 1880,
de doña Delfina Ortega, oaxaqueña y sobrina carnal suya,
con quien contrajo matrimonio por poder en los días en que
preparaba el asalto a Puebla, en abril de 1867.
Hay quienes pretenden que el noviazgo y matrimonio con
la hija de Romero Rubio se inspiró en la finalidad política
de conseguir una reconciliación con el lerdismo, para no dejar grietas en la institución del Porfiriato, conjetura muy
difícil de comprobar, porque la mujer escogida por el general
Díaz reunía cualidades y virtudes sabresalientes capaces de
rendir el corazón más exigente. Hay que recordar que el
matrimonio tuvo lugar cuando el general Díaz llegaba a los
cincuenta y tres años, entonces edad muy avanzada para esos
lances.
Romero Rubio debe haber visto con toda su complacencia
las frecuentes visitas del ex-presidente a su casa, lo que hacía
con el pretexto de recibir clases de inglés de labios de Carmelita. Pronto don Porfirio y Romero Rubio se hicieron
amigos, y para entonces la presencia del primero en aquella
casa se justificada por un doble motivo:
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CONCILIACIÓN
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El General Díaz visitaba con frecuencia la casa de este hombre
de Estado. La intimidad entre ambos creció de día en día, descubriendo cada uno en el otro cualidades muy dignas de admirarse y congeniando completamente por sus grandiosas miras y sus
elevadas aspiraciones, aunque el uno se encontraba frecuentemente
en el torbellino de la sociedad y se hacía notar por su carácter
comunicativo, mientras el otro manifestaba cierta preferencia por
la meditación y la compañía de la Naturaleza. Había, sin embargo, otro atractivo para Díaz en esta casa, que pronto se hizo manifiesto para todos. Don Manuel tenía dos hijas.
El General había enviudado hacía más de dos años. Aquella
herida se había cicatrizado bajo la influencia bienhechora del
tiempo y de las graves ocupaciones del gobierno. Acostumbrado,
no obstante, a los placeres domésticos, pronto sintió la soledad
de su hogar, la perspectiva de un segundo período presidencial
exigía la presencia de una señora en Palacio, y sobre todo, le
había embargado el corazón la hija mayor, Carmelita, que entonces contaba 19 años de edad. La unión tenía que ser muy
ventajosa para ambas partes y debía contribuir a aumentar la
creciente armonía entre los dos partidos principales del país,
cooperando, por lo tanto, al bien nacional.5
Bancroft, biógrafo autorizado del general Díaz, no lo dice,
pero Gillow sí apunta una circunstancia muy importante
en las miras del Caudillo: "La madre de Carmelita, doña
Agustina, fue dama muy inteligente, muy conocedora del medio social y político de México, mucho ayudó al Sr. Díaz
para atraerle simpatía general."
Aquí entra nuevamente Gillow, el hábil diplomático de
la Iglesia, que no había perdido oportunidad de cultivar la
amistad de don Porfirio y que, para ese tiempo, ya contaba
con la de los padres de Carmelita; tanto que, cuando el compromiso nupcial se formalizó y quedó fijada la fecha de la
boda, Romero Rubio corrió gozoso a comunicárselo a Gillow:
6
Cuando las relaciones alcanzaron su pleno desarrollo y los
amantes decidieron unir sus destinos, el padre de la novia buscó
a Monseñor Gillow para comunicárselo y pedirle en nombre del
Gral. Díaz y en el suyo, que fuera él quien les diera la bendición
nupcial. Nuestro biografiado regocijóse con la noticia y sintiose
halagado con el honor; más pensó que habría multitud de obstáculos que vencer por razón de las disposiciones eclesiásticas sobre
el asunto, y porque se deseaba que el matrimonio se celebraraen Tacubaya, en la casa de campo de D. Gregorio Mier y Celis;
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FERNANDO
ITURRIBARRÍA
y a fin de obviar los inconvenientes y también con el pensamiento
de acercar al Arzobispo Labastida y al Gral. Díaz entre sí, sugirió
la idea de que se arreglara lo conveniente al matrimonio religioso directamente con el Prelado Metropolitano, quien allanaría
las dificultades y sentiría placer en intervenir en suceso tan feliz
y memorable.
Así se hizo con la venia del Gral. Díaz, por lo que el matrimonio, que fue un gran acontecimiento social y político, celebróse en la capilla Arzobispal, con asistencia únicamente de los
más allegados a uno y otro de los contrayentes.
Carmelita Romero Rubio fue el alma sorprendente de la evolución del Gral. Díaz hacia una existencia refinada y una política
de conciliación de tan hondas consecuencias en la vida nacional.
A su contacto con su diario influjo, el rudo soldado suavizó sus
instintos, disciplinó sus energías, dio cabida en sus concepciones a
la idea de un gobierno de más amplio programa dentro del cual
cupieran todos los partidos y se fundieran todos los intereses.
Aspiró ella y lo consiguió, a ser el centro social, a llevar la
dirección del movimiento ascendente hacia el dominio de las voluntades y los corazones de los mexicanos para asegurar la paz. Y
desde entonces irradió de aquel feliz consorcio de valores morales
la luz que sirvió de norte a cuantos necesitan de la extraña inspiración para guiar sus pasos por los senderos de la vida.
Carmelita es una figura histórica, más que la respetable dama
de un inmaculado hogar, y por eso nos hemos detenido a hablar
de ella, con motivo de su matrimonio.
En cuanto a los resultados que Monseñor se prometía de la
aproximación del Sr. Labastida y el Gral. Díaz, fueron del todo
satisfactorios y duraderos: lo prueba el hecho de la perfecta inteligencia en que ambos marcharon, favorable a la política de conciliación que pronto siguió el poder, y fue la característica del
dilatado Gobierno del mandatario famoso. Y la amistad fue tan
sincera que, al salir de Catedral el cortejo fúnebre que conducía
los despojos mortales del Ex-Regente del Imperio a la Capilla del
Panteón Español, D. Porfirio presentóse en persona a presidir el
duelo, siendo el primer magistrado de la República."
L a p r i n c i p a l m i s i ó n de G i l l o w como i n t e r m e d i a r i o estaba
c o n c l u i d a : r e c o n c i l i a r a l v i e j o chinaco de l a R e f o r m a y l a
Intervención con e l q u e fue regente d e l I m p e r i o de M a x i m i l i a n o , a q u e l q u e , e n su c a l i d a d de jefe de l a Iglesia e n M é xico, hizo f u l m i n a r
l a e x c o m u n i ó n c o n t r a los q u e j u r a r o n
c u m p l i r y hacer c u m p l i r l a C o n s t i t u c i ó n de 57, y m á s tarde
las leyes de R e f o r m a .
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
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La amistad entre Gillow y el general Díaz se hizo más
estrecha: en 1884 el presidente González designó a éste último
representante de México y jefe de la delegación ante la Exposición Universal de Nueva Orleáns. Aceptó el general Díaz
"con la condición de que se nombrara como sus auxiliares a
Monseñor Gillow y al Ingeniero D. Mariano Barcena".
Por cierto que don Porfirio tuvo que desistir de ir a Nueva Orleáns y delegó su representación en el señor Gillow por
alguna situación política creada en relación con su retorno
al poder. El propio Gillow se refiere a una conspiración
organizada para asesinar a don Porfirio en medio de un alboroto estudiantil que habría frente a su casa. La tremolina
sería reprimida por un piquete de policías rurales, pero entre
éstos se mezclaría el asesino. También se habló entonces del
fraguado descarrilamiento del tren de Cuautla, en el que
llegaba el general Díaz a la capital, y de gente apostada
especialmente entre los matorrales y peñascos, para darle
muerte al tener que detenerse el convoy. Los supuestos o
ciertos futuros asesinos, fueron detenidos. El general Díaz
trató de interrogarlos para descubrir el fondo de la conjura,
si la había; pero no pudo lograrlo porque "habíanlos hecho
desaparecer misteriosamente". La responsabilidad intelectual del atentado se atribuyó al doctor Ramón Fernández, pariente político del general González y, a la sazón, gobernador
del Distrito Federal. En rigor, nada pudo probarse y la lealtad del presidente González quedó bien esclarecida.
En otra ocasión, cuando se inauguró el tramo de vía del
Ferrocarril Central de México-Veracruz, entre la estación de
Esperanza y la ciudad de Tehuacán, Gillow concurrió como
invitado especial. Refiere, de paso, cómo al llegar a Esperanza el tren de Veracruz que conducía al general Luis Mier
y Terán, gobernador de esa entidad, muchos de los concurrentes jarochos, recordando los trágicos sucesos del 25 de
junio de 1879, prefirieron no asistir al banquete para no sentarse en la misma mesa con don Luis.
8
9
Verea, de Puebla, el de México,
Labastida, propuso a Gillow a la Santa Sede para sucederle;
CUANDO MURIÓ E L ARZOBISPO
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FERNANDO
1TURRIBARRÍA
pero el Prelado doméstico encontró en el clero poblano u n a
cerrada oposición a sus pretensiones, que no eran excesivas.
Gillow atribuyó esa oposición al espíritu palafoxiano q u e
aún predominaba en Puebla, espíritu, por eso mismo, antijesuitico. No creemos que haya sido ajeno a esa repulsa
—aunque injustificadamente— el que Gillow se ostentara públicamente, en la ciudad de Puebla, a la que entonces todavía
se daba el epíteto de levítica, en compañía del general Díaz,
el vencedor del 2 de abril de 1867, transcurridos catorce
años, de conservadores e imperialistas, y con otros connotados
liberales, en la convivialidad celebrada con motivo de la exposición ya referida. Aparte de esto, es probable que el espíritu mundano, abierto y sin prejuicio del señor Gillow,
haya escandalizado a la curia poblana, todavía muy adicta a
las formas de un fingido recogimiento, rayano en la mogigatería.
El caso fue que:
. . .el coro de canónigos que veía ya por tierra sus personales
ambiciones empezó a desarrollar su política osada... Fue esparciendo entre los fieles noticias y rumores desfavorables a Monseñor; atemorizó al sencillo corazón de las monjas con fantasmas; y
creyó dar el golpe de gracia, es decir de muerte, solemnizando
un Triduo en la Catedral por las necesidades de la Santa Madre
Iglesia... consistentes en que en vez de Monseñor Gillow saliera
obispo de Puebla alguno de los afligidos reverendos.
Este episodio es monumental y merece reseñarse. Para ganar
la voluntad y cooperación de las religiosas discurrieron los benditos señores explotar la aplicación hecha en Chiautla del nuevo
invento del teléfono, y razonaron así: hijitas muy amadas: no nos
conviene que venga a gobernarnos quien dispone de artes y recursos tan peligrosos como los que consisten en averiguar desde lejos
lo que ocurre en cualquier parte y a toda hora... Si Monseñor
Gillow llega de obispo a Puebla, lo primero que hará será instalar en su Palacio como en sus haciendas esos misteriosos hilos y
aparatos del demonio, para saber a cada instante lo que se habla
y hace en lo más recóndito de los conventos...
Las candorosas vírgenes se pusieron a temblar de angustia y
espanto, y preguntaron ¿qué hacer? Rezar, rezar fervorosamente
para conjurar el peligro; poned en juego vuestras influencias y
relaciones, fue la respuesta; que nosotros ya estamos celebrando
un solemne triduo "por las necesidades de la Santa Madre Iglesia".
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
9I
Monseñor pasó por la ciudad angelopolitana precisamente cuando tales cosas sucedían, y al saber lo que se tramaba se regocijó
grandemente y preparó a dar un golpe maestro. Fuese a la Catedral a hablar con el padre Luna, que desempeñaba la sacristía
y le debía favores, y le preguntó: ¿qué sabe usted de un triduo
que los señores canónigos están celebrando? Aseguró el padre
ignorar lo que había en el fondo, por haber estado ausente, tras
de lo cual Monseñor le suplicó que fuera a la sacristía a la hora
en que los canónigos estaban reunidos y desvistiéndose, para decirles estas sencillas palabras: Monseñor Gillow se encuentra en
mi cuarto y me mandó haga súplica a sus señorías; que mañana,
último día del triduo, le permitan cantar la misa solemne en el
altar de Nuestra Señora de la Defensa con el objeto de obtener
del clero el favor que ustedes imploran... por ser de justicia y
ser el más interesado en el asunto. jEn efecto fue terrible 110
Más tarde Gillow fue preconizado primer arzobispo de
Oaxaca, promoción en la que se supone que no fue ajena la
mano del general Díaz, de común acuerdo con el de México,
tanto por tratarse de la diócesis de la tierra natal del presidente, como para obtener, en cierto modo, una reparación
en favor de Gillow, por el injusto rechazo de que había sido
objeto en Puebla. "Tan pronto como llegaron de Roma las
bulas correspondientes, el Prelado pasó a comunicarlo al presidente de la República, Gral. Porfirio Díaz, con quien había
seguido cultivando cariñosa y sincera amistad."
La consagración episcopal se efectuó el 31 de julio de 1887,
en el templo jesuíta de la Profesa, en México. El general
Díaz fue invitado para apadrinar la ceremonia, y como no
pudo concurrir con su carácter oficial por impedimento legal,
nombró en su representación a su yerno, don Francisco Rincón Gallardo, y al Lic. Manuel Cordero. En el templo se
colocó el estrado para la esposa del general Díaz, para los
representantes del presidente y para los ministros de Inglaterra, España, Bélgica, Francia e Italia. A insinuación de
Ignacio Mariscal, secretario de Relaciones, Gillow a última
hora hizo extensiva la invitación al ministro de Alemania.
El obsequio del general Díaz consistió en el anillo pastoral,
con una gran esmeralda rodeada de brillantes, valuado en
3 50o pesos. Gillow le correspondió:
1 1
JORGE
FERNANDO
ITURRIBARRÍ
A
. . .Con una preciosa joya que representaba las glorias militares de Napoleón I , y que consistía en una hermosa perla de
tamaño extraordinario, en forma de corazón, que descansaba sobre
basamento de oro, y estaba rodeada de trofeos de guerra, en miniatura, como los siguientes: cañón, sable, pistola, casco, montón
de balas en pirámide y la bandera francesa coronada del águila
imperial, y sobre la perla una corona de laurel de oro verde, que
resguardaba en miniatura también, el facsímile del histórico sombrero usado por el corso insigne. En la cara inferior de la plancha
de oro, que servía de sello, estaban grabadas las palabras Marengo,
Austerlitz, Jena y Wagram.
12
Dos días después de su consagración episcopal, monseñor
Gillow fue invitado del general Díaz al banquete servido en
su honor en la casa de las calles de La Cadena, al que concurrieron, con sus respectivas esposas, los licenciados Manuel
Dublán y Matías Romero, ambos oaxaqueños; el primero,
secretario de Hacienda, y el segundo ministro de México en
Washington. No concurrió Mariscal, secretario de Relaciones,
que también era oaxaqueño, tal vez para evitar que al agasajo se le atribuyera carácter oficial. Asistió también el general Luis Mier y Terán, que era entonces gobernador
de Oaxaca. Entre los concurrentes se cita el nombre del l i cenciado Justino Fernández, que también fue titular de la
cartera de Justicia en el gabinete del general Díaz. El banquete tuvo carácter privado. A l terminar, el general Terán
manifestó al señor Gillow que retornaba a Oaxaca para ir
preparándole en las ciudades y principales pueblos de su itinerario, una cariñosa recepción de parte del pueblo y de sus
futuros diocesanos, y ordenar que desde los límites entre
Puebla y Oaxaca un piquete de policías rurales "le diera
escolta en todo el camino para hacerle los honores".
Dice Gillow, a través de la versión autobiográfica de Rivera, que el general Díaz solía expresarse en términos contrarios a la posibilidad de aplicar efectivamente la Constitución de 57. Aparecen aún más extremos estos conceptos en
relación con las Leyes de Reforma, "porque se sostienen los
odios de partido". Sin querer tiene uno que recordar frases
parecidas dichas por Comonfort ante Juárez, cuando argumentaba "que con la Constitución no era posible gobernar",
13
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
93
afirmación con la que aquél pretendió justificar el golpe de
Estado que en su carácter de presidente prohijó en diciembre
del año de su promulgación, para suspender sus efectos legales.
Comparando, se piensa que Juárez sí pudo gobernar con
el mismo estatuto constitucional, aunque promoviendo las
reformas necesarias para que éste fuera de tipo menos parlamentario y más presidencialista; lo que se explica en el hecho
de que México, acostumbrado a la autoridad personal de
reyes, señores o caciques desde los tiempos prehispánicos, y
de presidentes de audiencia y virreyes durante la Colonia,
estaba y está acostumbrado a ver en el Presidente de la República al jefe de la nación y no simplemente a un ejecutor
de las leyes y de las disposiciones de las asambleas legislativas.
Es irrecusable que los Constituyentes de 1857, deseando
para México la consagración legal de los más elevados principios de gobierno y administración, los más exigentes postulados en favor de la libertad y de la dignidad humanas, en
un ambiente de completa democracia, inspirados en el fervor individualista de la época —apogeo del romanticismo—
pecaron de teóricos. Por otra parte, las Leyes de Reforma,
eran necesarias para frenar los excesos del clero mexicano,
convertido en facción política, y vencerlo con la supresión
de sus bienes, de que se valían para anteponer su fuerza a
la del poder civil. Es probable que Juárez hubiera considerado que, conforme el clero fuera dejando su actitud agresiva
y subordinándose al poder público, se podría ir confiriendo a
la vida política del país cierto sentido de elasticidad tolerante en materia religiosa. De otro modo no se explica que
Juárez, en cinco años, desde 1867, en que la República fue
restaurada, hasta 1872, en que el procer murió, jamás hubiese
promovido o insinuado siquiera que las aludidas Leyes de
Reforma fueran incorporadas a la Constitución, como, en
cambio, sí lo hizo Lerdo poco después de asumir el poder;
pero él por motivo de política personal, para atraerse a los
más eminentes miembros del grupo radical juarista.
Si el Congreso de la Unión hubiera sido integrado de
modo menos heterogéneo desde el punto de vista político, la
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FERNANDO
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Constitución de 57 pudo entonces haber sido purgada de los
idealismos y excesos teóricos con que fue originalmente concebida, adaptándola a la realidad mexicana. Pero esta conducta política no se conformaba con el criterio del general
Díaz, que psicológicamente prefirió conservar el aparato majestuoso de las instituciones, y no ellas mismas, que estaban
sólo nominalmente presentes en las leyes.
En consecuenecia, el general Díaz fue sincero en la confidencia un tanto indiscreta que tuvo con su amigo Gillow,
al señalar en la Constitución obstáculos para implantar esa
su política personalista de conciliación de los bandos que
habían tenido dividido al país en federalistas y centralistas,
liberales y conservadores, republicanos e imperialistas, casi
desde la consumación de la Independencia. Aun mayores obstáculos legales habría de encontrar para emprender la política de conciliación con la Iglesia, y es de suponerse que a
este solo punto se refería el general Díaz en el caso citado
por Gillow.
Cuando alguien sugirió al presidente que, para evitar las
censuras de los grupos y periódicos juaristas, o bien las del
llamado Partido Liberal, fundado en 1901, en San Luis Potosí —que se propuso entre otras cosas, combatir la política
de conciliación—, convenía hacer algunas declaraciones políticas sobre el respeto de su régimen a los principios más
avanzados de la Constitución y de las Leyes de Reforma, su
respuesta inmediata y cortante, fue: "¡No me alboroten la
caballada!"
El general Díaz prefirió alejarse, aunque de puntillas, del
grupo juarista, antes que inaugurar una política paralela a
la ideología de los Constituyentes del 57 y del Partido L i beral, buscando con esta actitud cerrar el abismo de las reyertas de facción, conjurar el peligro de un retorno a la lucha
y propiciar al país el clima que permitiera al régimen realizar
su programa de reconstrucción nacional. Así fue como quedaron a un lado las cuestiones ideológicas.
Pero para lograr este clima, aparte de renunciar don Porfirio a contestar de presente en las filas de sus viejos correligionarios, buscó al intermediario hábil que fuera a decir al
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DE
CONCILIACIÓN
95
arzobispo Labastida: "El jefe chinaco de la Reforma, el soldado que escarmentó en Puebla y México a los austro-traidores, no es enemigo del clero y le brinda su amistad, si el
clero está dispuesto a facilitarle el camino de la unidad nacional". Es obvio que ese inteligente intermediario fue don
Eulogio Gregorio Gillow y Zavalza.
El clero supo comprender y aprovechar la oportunidad
que se le brindaba, y también supo cooperar con el régimen.
Así fue interviniendo, poco a poco, en la vida pública del
país, y su influencia, si no igual a la perdida, contando con
la condescendencia del caudillo, llegó a ser otra vez poderosa.
Muerto Labastida, le sucedió en la diócesis don Próspero
María Alarcon, en 1891. Cuando tomó posesión del arzobispado lo apadrinaron los licenciados Ignacio Mariscal y Manuel Romero Rubio, secretarios de Relaciones Exteriores y
de Gobernación respectivamente, y el general Hermenegildo
Carrillo, a la sazón comandante militar de la ciudad de
México.
Alarcón siguió la misma política de su antecesor. Hubo
excitativas de los prelados en favor de la armonía con el
mundo oficial; en la Basílica de Guadalupe, en 1895, el
obispo de Tabasco, don Perfecto Amézquita pidió que el
pueblo secundara la obra de pacificación emprendida por
el general Díaz, y durante el V Concilio Provincial Mexicano,
celebrado en 1896, se hizo un llamado general al clero para
dar obediencia a las autoridades civiles y mantenerse ajeno
a las cuestiones de orden político.
Hubo algunas otras manifestaciones que testimoniaban la
forma activa y efectiva en que la política de conciliación
estaba operando: en 1906, al celebrarse el primer centenario
del natalicio de Juárez se unieron en el homenaje habido
en la Capital, los Caballeros de Colón, los grupos liberales
y las logias masónicas, lo que fue criticado en un periódico
católico, inconforme con lo que llamaba claudicación, diciendo que "la llamada política de conciliación, mejor debía
llamarse capitulación del clero".
El antes intransigente periodista católico don Trinidad
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JORGE
FERNANDO
ITURRIBARRÍ
A
Sánchez Santos, director de E l Tiempo, fue incitado a un
cambio de frente, y en un discurso que pronunció en 1896
explicó que mejor que continuar enfocando su crítica, como
lo querían los antiguos conservadores, hacia la descatolización
del país, emprendería sus ataques contra "el cristianismo
paganizado de su generación, que se manifestaba en los millares de prostitutas, en las masas adictas al juego, en los
64 millones de pesos anuales empleados en embriagarse, en
el noticierismo de los periódicos impíos y en la secularización del matrimonio". Este cambio de actitud le valió que
se dijera de él que "se había vendido al gobierno del general
Díaz por doscientos pesos mensuales", imputación increíble.
Esta política de conciliación no fue sino una de las fases
de la política general seguida por el presidente y enfocada,
como tantas otras de sus manifestaciones, hacia su primordial desiderátum: conservar el poder en sus manos. Así lo
explica el que, sin abdicar de su carácter de viejo masón, en
los censos afirmara ser católico, sin que asistiera a ningún
templo, salvo cada año al de Santo Domingo, para halagar
a la colonia española el día de la Covadonga. Decía — y
Gillow se complacía en recordarlo—: "Como Porfirio Díaz, en
lo particular y como jefe de familia, soy católico, apostólico
y romano como jefe de Estado no profeso ninguna religión,
porque la ley no me lo permite."
Con esta respuesta de
un imposible eclecticismo pretendía el general Díaz quedar
bien con tirios y troyanos. ¿Y su calidad de masón?
Empero, aunque en esta política de conciliación, el general Díaz fue complaciente con el clero, procedió con determinadas reservas, sin una total entrega. Se marcó límites
que nunca violó, pese a las fuerzas compulsivas, incluso familiares, que se movían en torno suyo. Muchos han querido
atribuir a Carmelita Romero Castellot una influencia decisiva y peligrosa, que nunca existió. Su participación, en
todo caso, más bien se perfiló —con la ayuda de sus padres—
en el sentido de que el hombre de leyes y cuartel — c o m o
fueron muchos de los liberales del siglo pasado— franqueara
los dorados salones de la aristocracia mexicana, se vistiera
como la austera elegancia de un mariscal francés, y adoptara,
1 4
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
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c o n esa a d m i r a b l e f a c i l i d a d de a d a p t a c i ó n q u e todos le rec o n o c í a n , el a t u e n d o , los modales y las maneras sociales de
u n r e f i n a d o señor:
Es absolutamente seguro que a pesar de las constantes instigaciones de su madre, la Sra. Da. Agustina Castellot, ella no
pretendió llevar su influencia hasta el dominio. Por el contrario,
a nuestro j u i c i o , hizo lo que pudo por incorporarse, con la mejor
voluntad, dentro de sus hábitos de educación, al medio mestizo
e indio que nutría la formidable omnipotencia de su esposo; pero
no lo logró. Ella no llegó a salir de su medio propio, y hacia
éste atraía a su esposo, que parecía no advertir la atracción. E l
se daba cuenta de esta última; pero juzgaba con error que no se
dejaría llevar p o r ella, sino hasta donde le pudiera convenir.
Directamente el general Díaz no llegó a ser dominado jamás de
u n modo completo; l a señora su esposa, que lo sabía, tuvo siempre la discreción de no i r más allá de donde estaba segura de la
m a r i t a l complacencia, que de ese modo parecía absoluta. E n
realidad, t a l complacencia era sólo el pretexto de justificación
de las condescendencias, siempre bien calculadas y atinadamente
discernidas, para con los criollos; sobre todo para con los Criollos
Clero, que engañados p o r la ilusión de su p r o p i o deseo, se envanecían de haber logrado recuperar su antiguo poder; esto explica
que con cualquier m o t i v o t r i b u t a r a n a la señora Romero R u b i o
de Díaz, homenajes de R e i n a d
A s í fue c o m o el clero cortejó a C a r m e l i t a , pensando
que
c o n su d u l z u r a y t a l e n t o l l e g a r í a f á c i l m e n t e a l corazón
c a u d i l l o , p a r a l o g r a r en f a v o r
del
de los intereses de l a Iglesia
l o q u e p o r otros m e d i o s era o p a r e c í a difícil o i m p o s i b l e .
Se
c u e n t a q u e en a l g u n a de las entrevistas q u e celebró c o n e l l a e l
arzobispo L a b a s t i d a , le l l a m ó " n u e s t r a G e n o v e v a " , c o m p a r á n d o l a p o r sus v i r t u d e s c o n l a v i r g e n p a t r o n a de París.
E N EFECTO, E L GENERAL D Í A Z transigió c o n el clero- a c a m b i o
de c o n t a r c o n su c o l a b o r a c i ó n
p a r a conservar
l a paz;
pero
l l e g a d o el m o m e n t o en q u e a q u é l osara rebasar e l l í m i t e q u e
la
conveniencia
política
imponía,
sus
decisiones e r a n
irre-
vocables.
El
s i g u i e n t e hecho
papa León
XIII,
c o n f i r m a la apreciación
a n t e r i o r : el
q u e h a b í a sido i n f o r m a d o d i r e c t a m e n t e p o r
el arzobispo de A n t e q u e r a , sobre l a b u e n a m a r c h a de l a p o -
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FERNANDO
ITURRIBARRÍ
A
lítica de conciliación en M é x i c o , creyó o p o r t u n o que se d i e r a
u n paso más decisivo en las relaciones — h a s t a entonces sólo
de h e c h o — entre el Estado y l a Iglesia, para conferirles u n
carácter de p ú b l i c a o f i c i a l i d a d .
D e c o m ú n acuerdo con el
arzobispo de M é x i c o trató de l a conveniencia de que h u b i e r a
u n cardenal mexicano y q u e esta designación recayera en el
señor G i l l o w , que contaba con l a a m i s t a d d e l presidente Díaz.
G i l l o w recibió, p o r entonces, u n a carta de monseñor Sanz
de Samper, Camarero P o n t i f i o , r o g á n d o l e en ella que en det e r m i n a d o día l o recibiese en su castillo de C h i a u t l a . A u n q u e
es seguro q u e G i l l o w estaba en antecedentes de l a misión d e l
d i g n a t a r i o , p o r q u e m a n t e n í a frecuente contacto con altos jerarcas religiosos de R o m a , en l a versión autobiográfica
que
venimos glosando aparece q u e a q u e l l o fue para monseñor u n a
sorpresa, c u a n d o Sanz de Samper le confió el objeto de su
v i a j e a M é x i c o . E n d i c h a versión se asienta que el arzobispo
de A n t e q u e r a " c o n t o d a franqueza d i o las gracias a Su Sant i d a d p o r el a l t o h o n o r que deseaba c o n f e r i r l e , pero q u e a su
vez manifestó que estimaba demasiado l a p ú r p u r a
cardena-
l i c i a , p a r a e x p o n e r l a a los ultrajes de l a prensa l l a m a d a l i beral de M é x i c o " .
1 0
N o parece sino que se r e p i t e n en estas palabras las objeciones q u e debió haberle presentado el general Díaz a G i l l o w
cuando, como es de suponerse e n t r e amigos de bastante i n t i m i d a d , éste expuso en p r i v a d o a l presidente los proyectos del
pontífice r o m a n o . Fue entonces cuando, p r o b a b l e m e n t e p a r a
a b u n d a r en sus "temores",
. . .el señor Gral. Díaz le había contado (a Gillow) cómo u n día
se vio precisado a llamar al orden a u n escritor conocido que
publicaba los domingos u n semanario, contando con bastantes
suscritores. Por sistema, cada ocho días dedicaba u n artículo o
una caricatura al señor Delegado Apostólico, que si bien agradaba
a algunos exaltados liberales, ofendía a la culta sociedad católica.
E l Sr. Presidente advirtió al escritor que se abstuviera en adelante
de publicar esas caricaturas naturalmente ofensivas a los Representantes en México, de España, Austria, Bélgica y otras naciones
que tenían en R o m a Embajadores o Ministros ante el Papa: ellos
no podían ver con indiferencia cómo en México se les insultaba
a su
Representante.
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POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
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Insistente, Sanz, de Samper le advirtió q u e u n g u a r d i a
n o b l e de l a C o r t e P o n t i f i c i a v e n d r í a especialmente
a entre-
g a r l e el n o m b r a m i e n t o p a p a l y el solideo cardenalicio, y q u e
m á s tarde v e n d r í a a l país u n camarero secreto, p o r t a d o r d e l
b o n e t e r o j o , con las instrucciones p a r a el traslado d e l señor
G i l l o w a R o m a , en donde, en consistorio solemne, el Pontífice le i m p o n d r í a el capelo.
Entonces, G i l l o w
r e p i t i ó sus objecciones
y terminó
por
p r o p o n e r a su h u é s p e d que f u e r a n ambos a conferenciar sob r e el caso con e l presidente D í a z , s i n cuyo c o n s e n t i m i e n t o
era o b v i o q u e el arzobispo de A n t e q u e r a tendría que verse
o b l i g a d o a r e n u n c i a r a ese h o n o r .
A r r e g l a d a l a entrevista, Sanz de Samper — d e o r i g e n suda m e r i c a n o — expuso el proyecto a l general Díaz.
E l presi-
d e n t e opuso, en p r i n c i p i o y en términos generales, los i n c o n venientes
legales; p e r o n o d i o p o r c o n c l u i d o el asunto
y
p r o p u s o u n a n u e v a entrevista, con l a presencia de I g n a c i o
M a r i s c a l , secretario de Relaciones, en el d o m i c i l i o d e l gener a l D í a z , p a r a e v i t a r malas interpretaciones y versiones a n t i cipadas.
Pero el general D í a z , a u n q u e h a b í a dado pruebas p ú b l i cas de estar l i g a d o a monseñor G i l l o w p o r u n a estrecha
y
v i e j a a m i s t a d , n o d i o su brazo a torcer, y esperó callado que
M a r i s c a l expusiera los obstáculos legales,
. . .llegando a la conclusión de que, conforme a las leyes vigentes
en el país, el Gobierno no podía reconocer la distinción Pontificia como hecha a la Nación, limitándose únicamente a la person a l para el l i m o . Sr. G i l l o w . Lamentó el Sr. Mariscal que el Papa
hubiera perdido el d o m i n i o de los Estados Pontificados al constituirse el Reino de I t a l i a , pues en ese caso podrían tenerse en
cuenta las relaciones mercantiles y se reconocería la benevolencia
de León X I I I para con México, la cual tanto el Gral. Díaz como
el Sr. Mariscal agradecían sobremanera. Para la creación del cardenalato en México había que considerar la lucha tan exaltada
con el p a r t i d o liberal, la actitud hostil de éste contra la Iglesia
Católica, las Leyes de Reforma y el celo y pasión de los jacobinos, todo lo cual constituiría u n peligro para la ocurrencia de faltas u ofensas contra el Cardenal, las que h u b i e r a n conmovido a
la Santa Sede y al m u n d o católico, más cuando los ánimos estaban
tan
exaltados.
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I00
JORGE
FERNANDO
ITURRIBARRÍA
Está claro, como l a l u z d e l día, que el general D í a z
en
este p u n t o se m a n t u v o i n t r a n s i g e n t e , a u n q u e usando de l a
d i p l o m a c i a y escudándose en su a m i s t a d con G i i l o w , p a r a
establecer la suposición de que m u c h o le molestaría c u a l q u i e r
u l t r a j e a su i n v e s t i d u r a . Desde el p u n t o de vista legal era
enteramente i g u a l l a creación de u n cardenalato en M é x i c o
que l a admisión de u n Delegado Apostólico, p o r q u e en n i n g u n o de los dos casos se v i o l a b a l a C o n s t i t u c i ó n en c u a n t o a l
hecho establecido de l a separación de l a Iglesia y el Estado,
ya que el cardenal n o tendría que reconocérsele o f i c i a l m e n t e ,
como tampoco se reconoció a l delegado apostólico.
Pero el general D í a z temió los ataques de l a prensa liber a l a t r i b u y é n d o l e u n a política débil y transaccionista con el
clero y p a r t i c u l a r m e n t e compaciente en le caso de su a m i g o
monseñor G i i l o w .
E m p e r o , i n d e p e n d i e n t e m e n t e d e l fracaso d e l cardenalato
en M é x i c o , l a política de conciliación acordada e n t r e el general D í a z y monseñor G i i l o w estaba en m a r c h a : las órdenes
religiosas q u e d a r o n s u b r e p t i c i a m e n t e restablecidas; s i n o m i t i r
el g o b i e r n o l a o b l i g a c i ó n c o n s t i t u c i o n a l ele r e g i r l a i m p a r t i ción de l a enseñanza, c o m p a r t i ó este deber con el clero en
f o r m a tácita, pero efectiva, incluso en la educación secundar i a y sin l a v i g i l a n c i a o f i c i a l de los programas p o r su carácter de c l a n d e s t i n i d a d , a u n q u e con l a absoluta n o t o r i e d a d c o n
que f u n c i o n a b a n esos planteles; los actos d e l c u l t o e x t e r n o ,
con e x h i b i c i ó n de imágenes en las procesiones, eran p e r m i t i dos en las poblaciones rurales, y c u a n d o el jefe p o l í t i c o d e l
d i s t r i t o respectivo n o p o d í a d i s i m u l a r su c o n o c i m i e n t o , procedía a i m p o n e r u n a m u l t a convencional, considerando el caso
como u n a f a l t a de policía.
poseer bienes a l a Iglesia — a
E n algunos
casos se
permitió
t í t u l o de p r o p i e d a d p a r t i c u -
l a r — como ocurrió, entre otros casos, con el p r o p i o G i i l o w ,
a q u i e n se le concedió e r i g i r y conservar el e d i f i c i o de su
arzobispado en l a c i u d a d de Oaxaca. I g u a l m e n t e o c u r r i ó q u e
varios establecimientos de beneficencia f u e r o n desecularizados
p a r a pasar o t r a vez a l d o m i n i o de algunas órdenes religiosas
dedicadas a obras pías y, f i n a l m e n t e , h u b o a m p l i a t o l e r a n c i a
p a r a q u e los sacerdotes v i s t i e r a n p ú b l i c a m e n t e con t r a j e t a l a r .
POLÍTICA
DE
CONCILIACIÓN
IOI
Bulnes escribe sobre esta política de conciliación d e l gen e r a l D í a z u n párrafo e n e l q u e se c o n f u n d e l a ironía c o n e l
s e n t i d o l a t o de las palabras, cuando dice:
" E l general D í a z ,
secundado p o r el señor L i m a n t o u r , n o sólo abrió sus brazos
a l catolicismo c o n su m a g n í f i c a y a p l a u d i d a política de conciliación, sino q u e fue más allá: a l a preferencia d e l g o b i e r n o
d e l país p o r los aristócratas m u l t i m i l l o n a r i o s y católicos."
NOTAS
1 Eulogio GILLOW Y ZAVALZA, Reminiscencias,
pp.
Los Ángeles, Gal., 1920,
127-128.
2 Ibid., loe. cit.
3 Ibid., p p . 128-129.
4 Ibid., loe. cit.
5 Ricardo GARCÍA GRANADOS, Historia
jus,
de México,
México, E d i t o r i a l
1956, t . II, p . 209.
0 GILLOW Y ZAVALZA, ob. cit. p . 168.
7 Ibid., p p . 167-168.
8 Ibid., p. 131.
0
Ibid., p . 133.
10 Ibid., p p . 162-163.
11 Lbid., p . 164.
12 Ibid., p . 17o.
13 Ibid., loe. cit.
14 Ibid., p . 232.
15 Andrés MOLINA ENRÍQUEZ, La revolución
xico, 1936, t . IV, p . 74.
16 GILLOW Y ZAVALZA, ob. cit, p. 221.
17 Ibid., loe. cit.
18 Ibid., p . 22.
19 E l verdadero Díaz,
p . 363.
agraria de México,
Mé-
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