UNA HUELGA EN NAVARRA, EN EL SIGLO XIV

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UNA
HUELGA
EN
NAVARRA
en el siglo XIV
(1)
“Nihil, novum sub sole.„ Apenas hay movimiento político o social, descubrimiento de algún secreto de la naturaleza o invento industrial en nuestros días del que no se hallen precedentes en la Historia. Muchos de nuestros novísimos adelantos materiales no son
quizá, como se ha dicho, sino antiguallas olvidadas de puro viejas;
hay quien sospecha que algunos fenómenos del vapor y la electricidad fueron conocidos en remotas edades; un procedimiento análogo
al que por medio de la refracción de la luz eléctrica emplearon no há
mucho en España y Francia para cruzar señales desde el Pico de
Mulhacen con las sierras del continente africano, usaban, según parece, los fenicios, valiéndose de la luz solar; los revolucionarios socialistas de nuestros días tuvieron sus predecesores en los que sostuvieron las guerras civiles de la antigüedad y las revueltas de la Jacquerie, y en fin, hasta las huelgas, ese procedimiento de resistencia
más o menos pasiva, que muchos creen ser exclusivo de estos tiempos, fué usado en nuestro reino de Navarra muchas siglos há, con
caracteres casi iguales a los que hoy reviste.
En efecto, una huelga de carniceros, semejante a la que hubo en
Burgos, Zaragoza y otras poblaciones de España pocos años hace,
se verificó en la antigua Iruña (Pamplona), en la segunda mitad del
siglo XIV, siendo reina de Navarra doña Juana, primogénita del rey
de Francia.
Según se desprende de la sentencia dada por dicha reina, conmutando las penas en que habíán incurrido los carniceros del Burgo y
los de La Población (barrios de Pamplona), al declararse en huelga,
(1) La sentencia que nos da a conocer esa huelga, hasta hoy ignorada, es un documento en pergamino, revestido de firma y sello céreo, que se conserva en el Archivo del Ayuntamiento de Pamplona; era completamente desconocido, y no tengo
noticia de que Moret, ni Aleson, ni ningún otro historiador de Navarra se haya
ocupado de él.
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el motivo de ésta fué la rebaja de precios de las carnes, hecha por
los Jurados de dichos barrios (1).
Por ese curioso documento, que está fechado en Pamplona el 23
de Julio de 1370 y lleva el sello y contrasello de cera roja de la Cort,
se ve que los alcaldes y los veinte Jurados ya referidos acostumbraban, por concesión de los reyes de Navarra y por fuero, facer paramientos et dar peso sobre las carnes que se matan en la dicta
villa de Pamplona: en uso de ese derecho ordenaron que la libra
de carne valiese XIII dineros “et no más„, el de todas otras carnes
en otra manera, según parece por la ordenanza deillos„; y mandaron a los carniceros de “La Población„ de Pamplona que adaqueill precio matasen et vendiessen las carnes sobredictas ata el
tiempo en la dicta ordenanza contenido, demostrandolis que
eillos, sin pérdida ninguna, et con ganancia suficient, far lo podían; et prometiendolis, como razon era que cada que conveniesse
el dicto precio crecer por la carestía de las carnes, si venía ó contescía, ó baxar, si contescía ser maor mercado, que eillos el dicto
pesso et tacxa lis creiscería ó baissarían, en manera que eillos
podiessen vivir en la dicta villa con eillos, et aver ganancia suficient.„
Pero estas palabras de los Jurados, en las que se refleja su solicitud por atender al bien común sin lesionar los intereses de los carniceros, fueron desatendidas, y declarándose éstos en abierta rebelión, no sólo se negaron a expender la carne en las condiciones señaladas, sino que perturbaron seriamente el sosiego público, reuniéndose tumultuosamente e insultando a los representantes de la ciudad,
según se ve por las siguientes palabras del documento que examinamos:
“Et los dichos carniceros, movidos con cubdicia deshordenada,
non quisieron obbedecer á los dictos Alcaldes et veynt jurados de
Pamplona, ant movidos de grant superbia et faciendo grant
Rebbellion et menosprecio, cessaron de matar todas carnes, et lo
que peor es, ficieron plegas, congregationes et monopolios des(1) Entre las observaciones que se desprenden de la lectura de ese curioso documento, no es la menos extraña el gran número de carniceros que había en Pamplona en aquella época; a pesar de que la huelga sólo comprendía a dos de los barrios de que se componía la ciudad, vemos que en ella habían tomado parte 63 carniceros, de los cuales 35 pertenecían al Burgo y 28 a La Población. A todos se les
señala con sus nombres y apellidos, los cuales son genuinamente navarros. Si se
tiene en cuenta la población que entonces podía tener Pamplona, puede decirse que
esta ciudad dejaba atrás al pueblo inglés, que es el que se cree consume hoy más
cantidad de carne.
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hordenados sin licencia nuestra, et contra las ordenancas del
Seynnor Rey et nuestras, et cessaron de matar carnes ocho dias
et mas, usando de dar pena et purgaton á la dicha villa, et usurpando la jurisdiction, la quoal eillos no han ni aber deben. Otrossi, dixieron muchas vill y deshordenadas palabras injuriosas á
los dectos alcaldes et veynt jurados ....&.„
Los procedimientos empleados por la autoridad para conjurar
tan grave conflicto fueron los que hoy se emplean; nombróse nuevos
carniceros para reemplazar a los amotinados y se castigó a éstos con
rigor como perturbadores del orden público, aunque sin infligirles
por entonces penas corporales.
La Reina, teniendo “las cosas sobredictas ser mal fechas et contra todo fuero, derecho et bona razon; ovidó grant conseillo et
deliberation con las gents de su conseillo„ juzgó que los carniceros, por su desobediencia a los alcaldes y jurados de Pamplona, “por
fazer las plegas, congregationes et monopolios sobredictos, et en
cessar de matar carnes et los otros excesos sobredictos„ habían
gravemente delinquido y ofendido al Rey y a la Reina, y que habían
“encorridos cada uno deillos de cuerpos et bienes, et aqueillos ser
á su merced; pero queriendo por esa vez usar de piedat et misericordia enta eillos. más que de rigor, por todas et cada unas
cosas sobredictas por eillos fechas en la manera sobredicta„ los
condenó a pagar a su tesorero, don García Sánchez Dunilciota, mil
florines de oro en el término de diez días, “los qoales mill florines
doro sean taxados et mandados pagar por el dicto Thesorero á
los dictos carniceros segunt las facultades et poder que cada uno
deillos han et segunt que, qui más, qui menos han delinquido en
las cosas sobredictas„. Declara también la Reina que la ordenanza
hecha por los alcaldes y jurados “fué bien fecha„ y buena y razonable, y que debió ser obedecida; que los carniceros mencionados y
los que después hubiese, deberían obedecer las ordenanzas hechas o
por hacer en adelante por los alcaldes y jurados actuales o futuros,
y que no pudiesen ni osasen “cesar de matar carnes et de usar de
lur officio ó menester en servicio de la villa et de los viandantes,
Por baisso ó alto peso que los dictos alcaldes et veynt juradas lis
den„; advirtiéndoles empero que, si por las dichas ordenanzas se tuviesen por agraviados, acudiesen y recurrieran “á la Reina y á su
Cort, y á los que después de eillos serán„.
Hállase, sin embargo, en ese documente algo digno de notarse y
que los modernos partidos de oposición atribuirán indudablemente a
debilidad—cosa doblemente extraña, dado el tesón autoritario de
aquellos tiempos,—y es que la reina sentencia al mismo tiempo “por
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bien de paz et á present„ que todas las innovaciones (“novelledades„) hechas por los alcaldes y jurados contra los mencionados carniceros queden nulas y de ningún valor, volviendo las cosas a su
anterior estado, salvo que los carniceros puestos de nuevo, o sea
para reemplazar a los huelguistas, conservasen su nuevo empleo y
“puedan usar del oficio de la Carnicería y matar carne ensemble
con los dictos carniceros y á vuelta deillos en la dicta villa, en
los lugares do han usado„, pero sin perjudicar por esta cláusula á
los derechos de los alcaldes y jurados de la Universidad de la dicha
villa contra sus fueros, usos, costumbres y privilegios.
Manda, por último, a los carniceros presentes y futuros que obedezcan las ordenanzas hechas por el Rey, los alcaldes y jurados, y
que si se desobedeciesen y no guardasen todas y cada una de ellas,
serían “encorridos de cuerpos et bienes á mercé de la Seynoría en
manera que á eyllos fuesse gran puynition, pena et escarmiento,
et á otros grant temor et exemplo„.
Así terminó la rebelión de los carniceros pamploneses, y tal vez
a esa u otras revueltas análogas se debió el establecimiento de las
Tablas reguladoras para la expendición de carne por cuenta del
Ayuntamiento de la capital de Navarra; esas tablas, cuyo objeto no
era ciertamente hacer la competencia a la industria privada, fueron
suprimidas no hace muchos años, a consecuencia, en nuestro concepto, de un mal entendido afán de innovar, con perjuicio del vecindario,
en provecho de unos pocos y menoscabo de los altos intereses de la
higiene pública.
JUAN ITURRALDE
Y
SUIT.
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