El Sagrado Corazón de Jesús: de la devoción al testimonio y la acción hoy P. Erwin Harnisch Lagos ss.cc. Sin duda, la imagen del Sagrado Corazón es una imagen muy difundida y muy conocida en el mundo cristiano católico. Pero, más que centrarnos en la imagen, me parece que lo más importante es Contemplar al Señor Jesús, entrar en una relación profunda con Él. Me resuena con fuerza su palabra: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Al entrar en una relación profunda, de amistad con Jesús, sin duda, que esta palabra suya, la tendríamos que tomar muy en serio. Muchas veces, estamos lejos como cristianos de lo que Jesús quiere que nosotros aprendamos y vivamos en una verdadera mansedumbre y humildad. Más bien somos agresivos, violentos en nuestras actitudes, en nuestro lenguaje, queremos imponernos sobre los demás, peleando, argumentando apasionadamente, no escuchando, no pensando que el otro tiene parte de razón y de verdad. Nos surge más bien la brutalidad, el autoritarismo, buscamos dominar a los demás, pensando que lo nuestro es siempre lo correcto. Al recibir una observación, una corrección, nos molestamos, nos defendemos de manera muy soberbia, todo lo contrario a lo que quiere Jesús de sus seguidores, es decir, un comportamiento más humilde. La mansedumbre y la humildad brotan del corazón lleno de amor de Jesús. Quizás nuestros corazones están separados del Corazón de Jesús. ¿Qué se entiende por Corazón? No se trata aquí de referirnos al órgano desde el punto de vista biológico. Nuestra mirada del corazón es una mirada desde la fe, la cual apunta más bien a su simbolismo y sentido. El corazón es el centro de la persona humana, es lugar de la interioridad, de la intimidad, es la sede de nuestros sentimientos. Algunos textos bíblicos, tanto del Antiguo Testamento, como del Nuevo Testamento nos pueden ayudar a mejor comprender el simbolismo del corazón. “No abrigues en tu corazón odio contra tu hermano” (Lv 19, 17). En el contexto de la Ley acerca de la santidad, el Levítico quiere exponer desde la perspectiva de la santidad divina, el camino de los mandamientos. El corazón aparece aquí como un espacio que podría abrigar el sentimiento de odio hacia el otro, que es tu hermano, tu prójimo. Si está metido el odio en el corazón, se hace necesario iniciar un proceso de purificación profunda, desterrándolo y dejando abierto el corazón para acoger al otro, para amarlo. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 5). En correlación con el texto anteriormente citado, el punto de partida está en el Amor a Dios con todo el corazón, en respuesta al amor que Él manifestó primero. Ese amor tiene que inundar la totalidad de nuestro corazón, en consecuencia, el amar al prójimo, será una expresión clara de ese amor al Señor. “Pondrá la marca de la alianza en el corazón de ustedes y en el de sus descendientes” (Dt 30, 6). No sólo entender la alianza con Dios de una manera externa, ritual, superficial, se trata más bien de tener una actitud interior de fidelidad al Señor, esa actitud que nace del corazón. En esta misma línea el Profeta Jeremías habla de poner la ley del Señor en el corazón, como señal de renovación de la alianza con Dios. Una ley que ya no estará escrita en tablas de piedra, sino en los corazones de los israelitas (Cf. Jer 31, 33). Los sapienciales nos hacen ver otros aspectos de la realidad humana del corazón. “El corazón conoce sus propias amarguras, y no comparte sus alegrías con ningún extraño” (Pr 14, 10). Quizás este proverbio quiere acentuar aquella experiencia tan sentida de la pena, la amargura (pensemos en la muerte de un ser querido u otras experiencias similares) que solo el corazón de cada uno conoce y puede dimensionar, lo mismo que las alegrías profundas que serán compartidas con los más cercanos, con los verdaderos amigos. Las penas y las alegrías van de la mano en nuestro caminar de la vida, la dinamizan, le dan sabor y se viven muy desde el corazón. También es el corazón el que se inflama de amor cuando alguien se enamora de otra persona. Es la experiencia maravillosa del amor humano, del afecto profundo entre dos personas, reflejo de alguna manera del inmenso e infinito amor de Dios. “Me robaste el corazón, hermanita, novia mía; me robaste el corazón con una sola mirada tuya, con uno de los hilos de tu collar” (Cnt 4, 9). En las Bienaventuranzas, Jesús dice: “Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios” (Mt 5, 8). Alguien que ya tiene un corazón que está pronto para el definitivo encuentro con Dios. Un discípulo que hizo un trabajo de purificación de su corazón en vistas a estar con Dios, poder contemplarlo, poder verlo “cara a cara”. Con respecto al peligro que revisten las riquezas: “Pues donde está tu tesoro, allí estará tu corazón.” (Mt 6, 21). Toda idolatría, especialmente la idolatría de las riquezas, toman fuertemente a la persona, la agarran desde dentro de su ser, su corazón queda contaminado, prendado, esclavizado de lo que aparentemente genera felicidad. Más adelante, en este discurso del Monte, Jesús concluye con una frase lapidaria: “No pueden estar al servicio de Dios y del dinero” (Mt 6, 24). Es necesaria una opción radical, desde el corazón, por Dios. Los discípulos de ayer y de hoy deben estar con todo el corazón centrados en el Reino de Dios, ese es el verdadero tesoro. Jesús se enfrenta a la concepción que los fariseos tenían respecto de la pureza. Ellos estaban más bien preocupados por lo externo, por lo superficial. Jesús quiere romper con esa manera de ver la religión. Jesús va a lo que realmente tiene relevancia: “Porque del corazón salen las malas intenciones… Esto es lo que hace impuro al hombre y no el comer sin lavarse las manos” (Mt 15, 19-20). Es decir, Jesús va a la raíz de lo que hace a alguien puro o impuro, aquello que sale de su corazón y se expresa en sus acciones. Es el corazón el que hay que purificar. Jesús invita a acoger la Palabra con actitud de apertura, de buena disposición. En la explicación que presenta el Evangelio de San Lucas de la Parábola del Sembrador, Jesús destaca: “Lo que cae en tierra fértil son los que escuchan la palabra con un corazón bien dispuesto” (Lc 8, 15). Jesús invita también, en la línea de los textos del Antiguo Testamento, a amar a Dios “con todo tu corazón”, y “al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Además, Jesús quiere que sus seguidores perdonen a sus hermanos, perdonar de corazón (Cf Mt 18, 35). El Resucitado en el camino de Emaús impactó con su fuerza y con su luz a los discípulos que caminaban con Él. “¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?” (Lc 24, 32). El Señor Resucitado, victorioso, triunfante es el mismo a quien crucificaron colgándolo de un madero. En la cruz Jesús, el Siervo Sufriente, entregó su vida por amor al género humano. Cuando el soldado romano, dice el evangelio: “le abrió el costado con una lanza. Enseguida brotó sangre y agua” (Jn 19, 34). Su corazón es fuente de vida, principio de vida nueva. La Devoción al Sagrado Corazón propiamente tal, surge en Francia en el siglo XVII. Sus principales exponentes son: San Juan Eudes y Santa Margarita María Alacoque. Sin entrar en los detalles históricos y en las experiencias de ambos Santos de la Iglesia, podemos decir que el Corazón de Cristo, este mundo interior del Señor, expresa: la bondad de Dios, el Amor de Dios por los pecadores, su Misericordia. Esta corriente espiritual inundó la Iglesia y la sociedad en Francia y luego en el mundo entero. Esta “devoción” que puede aparecer como algo añejo y ajeno a nuestra cultura actual, puede tener una tremenda vigencia, si la entendemos como una manera, o estilo de seguir a Jesucristo en nuestros días. Lo primero es: cultivar una relación muy profunda con Jesús, conocerlo, amarlo y seguirlo. Es el punto de partida, es lo fundamental, sin esta relación de amistad con el Señor, no podemos hacer nada (cf Jn 15, 5). Esta relación de amistad personal con Él, no se puede entender de manera individualista, es el mismo Jesús que nos empuja a vivir el discipulado en Comunidad. “En eso conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros” (Jn 13, 35). Desde este fuego abrasador de la centralidad de Jesús en nuestras vidas, somos enviados por Él mismo a testimoniar el evangelio y saber transformar el mundo. Testimoniar que el verdadero culto a Dios, está anclado en la vida, en la realidad de cada día. No un culto externo, frío, sin la presencia del Amor. Un culto que parte de la vida, para darle sentido y para hacerla una vida más plena, más acorde a los designios divinos. Aprender a obrar bien, buscar el derecho, socorrer al oprimido, defender al huérfano, proteger a la viuda (Cf Is 1, 17). Incienso, ofrendas, solemnidades, fiestas, devociones, tienen una verdadera belleza cuando se ha buscado y se sigue buscando hacer el bien y la justicia a los más pobres y excluidos de la sociedad. Testimoniar con nuestras actitudes personales y comunitarias, que estamos ligados al Corazón de Jesús. “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). Cordialidad en el trato. Sabernos tratar con amabilidad. Acogida, especialmente con quien llega por primera vez a la comunidad. Apertura a las nuevas ideas. Buscar el acuerdo, la conciliación a través de un diálogo respetuoso. Saber escuchar. Saber ponerse en el lugar del otro. Más tolerancia y paciencia. Más misericordia que juicio. Mirar más el corazón del pecador que apegarse farisaicamente al cumplimiento de la ley. No buscar los puestos de honor, más bien ponerse en el último lugar. Servir, siempre servir, sin buscar ser aplaudidos o reconocidos. Entretejer la unidad, la fraternidad, esto que nos cuesta tanto, pues, también nos toma el “mal espíritu” sectario. Perdonar setenta veces siete. Ponerse a los pies del Maestro. Vivir la perfecta alegría. Valientes en obedecer a Dios antes que a los hombres. Sanar, liberar, curar a los heridos en el camino. Humildes en toda circunstancia. “Un mismo amor, un mismo espíritu, un único sentir” (Flp 2, 2). Testimoniar una Iglesia que se reconoce frágil, necesitada de una conversión del corazón. “¡Conviértanse y vivirán!” (Ez 18, 32). Al Corazón de Jesús le duele el dolor de las víctimas de los abusos cometidos por algunos de sus “ministros”. Abusos que son consecuencia de la conjugación de las idolatrías del poder, del dinero y de la búsqueda desenfrenada del placer, descentrando a las personas del único Dios vivo y verdadero revelado en Jesús. De alguna manera, el dolor, la humillación de las personas abusadas es el dolor, la humillación de Cristo. Esta realidad que ha quedado o está quedando al descubierto, tendría que provocar un serio proceso de conversión, haciendo eco de las palabras del profeta. Una conversión y cambios profundos, no un mero barniz u algo simplemente superficial como para tranquilizar las conciencias. Cuando se comete un acto de sacrilegio, rápidamente se hace un acto de desagravio, lo cual es necesario y correcto hacerlo. Esto de los abusos tiene que ver bastante con sacrilegio, las personas abusadas son también “sagradas”, tienen la dignidad primera de ser hijos de Dios, por tanto, todo lo que ayude a una especie de “reparación” es dar culto verdadero al Señor. Pedir perdón. Buscar la justicia. Acompañar los procesos de superación del daño. “Quitaré… el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). La invitación de parte del Señor es a mejorar la calidad de nuestro testimonio de discípulos y discípulas en el contexto histórico que nos encontramos. Hacer más visible el Reinado de Dios inaugurado por Él. Renovar, desde lo más hondo del corazón, nuestro compromiso de seguirlo todos los días de nuestra vida. En este sentido, quiero terminar esta reflexión, citando unas hermosas palabras de una oración del Padre Esteban ss.cc. “Sigo a un tal Jesús de Nazaret que no ha escrito libros ni ha mandado ejércitos. Todo lo que Él ha dicho es mi palabra y mi alimento. Todo lo que Él ha hecho es lo que más quiero. Y su camino es mi camino. Y su Padre es mi Padre; y su causa es la mía. Mi Madre, por Él, se llama también María. De Él voy aprendiendo paso a paso la lección “Mansedumbre”, la tarea “Libertad”. Su ejemplo es la “Justicia” transida de humildad.”