1 Nueva Sociedad Nro. 150 Julio-Agosto 1997, pp. 19-23 LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL ATOLLADERO América Latina en tiempos posmodernos Edgardo Lander Edgardo Lander: docente investigador de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela; director del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Económicas, UCV, Caracas. Palabras clave: saber académico, ciencias sociales, América Latina. El pensamiento político y social sobre este continente ha estado atravesado históricamente por una tensión entre la búsqueda de sus especificidades y miradas externas, que han visto estas tierras desde la óptica reducida de la experiencia europea. En forma asociada, se ha dado la oposición entre la apuesta por las ricas potencialidades de este Nuevo Mundo, y el lamento de su diferencia en contraste con el ideal representado por la cultura y la composición racial europea. Sin embargo, las miradas externas, propiamente coloniales y la aflicción de la diferencia han sido ampliamente hegemónicas. Basta una revisión somera del texto de las primeras constituciones republicanas para ver cómo el pensamiento liberal, al buscar realizar un trasplante para instaurar aquí una réplica de su lectura de la experiencia europea o norteamericana, hace abstracción de las condiciones culturales e históricas particulares de las sociedades a propósito de las cuales se propone legislar. El lamento de la diferencia, la incomodidad de vivir en un continente que no es blanco, urbano cosmopolita, civilizado, encuentra en el positivismo su máxima expresión. Asumiendo en bloque los supuestos y prejuicios del pensamiento europeo dl siglo pasado –el racismo científico, el patriarcado, la idea del progreso– se reafirma el discurso colonial, El continente es pensado desde una sola voz, a partir de un solo sujeto: blanco, masculino, urbano, cosmopolita. El resto, la mayoría, es un «otro» bárbaro, primitivo, negro, indio, que nada tiene que aportar al futuro de estas sociedades. Habría que blanquearlos y occidental izarlos, o exterminarlos. La institucionalización en este siglo de las ciencias sociales en las universidades latinoamericanas sólo alteró parcialmente la hegemonía de este discurso. Los dogmas liberales del progreso, desarrollo, y el binomio altraso-modernización, fueron incorporados como premisas en una lectura que –en consecuencia– hacía pocas concesiones a la especificidad de la realidad 2 estudiada. Lasociología de la modernización ha sido la expresión más nítida de este positivismo científico colonial1. En el marxismo, José Carlos Mariátegui es la máxima expresión de la tensión con las miradas eurocéntricas, pero éstas terminan por hacerse dominantes tanto en el mundo académico como en la política. Sin que sea para ello necesario hacer un balance global de sus aportes y limitaciones, es posible afirmar que desde las ciencias sociales en América Latina, el intento más original de abordar colectivamente, desde perspectivas propias el diagnóstico y las propuestas de futuros posibles para estas sociedades, lo constituyen las formulaciones teóricas del estructuralismo de la Cepal y del enfoque de la dependencia en las décadas de los 60 y los 70. Sin embargo, ésta producción teórica permaneció al interior del metarrelato universal de la modernidad y del desarrollo, y no logró asumir sino tímidamente las consecuencias del pluralismo de historias, culturas y sujetos existentes en el continente. Las ciencias sociales de esa época se diferenciaron de las metropolitanas no sólo por sus contenidos y problemas, sino también por su estilo intelectual. No se establecen deslindes absolutos entre los juicios de hecho y los juicios de valor propios de las ciencias positivistas, y no se le teme a la asociación entre producción de conocimiento y compromiso político. Las barreras entre los compartimientos disciplinarios, característicos en especial de las ciencias sociales norteamericanas, se hacen en extremo porosas. Más que aproximaciones interdisciplinarias o multidisciplinarias, tienden a respetarse poco esas demarcaciones. Sobre la indagación empírica y la cuantificación, prima el esfuerzo interpretativo global que busca dar cuenta de los procesos históricos, políticos, sociales y culturales, como realidad que no podía ser descompuesta en compartimientos estancos. Consecuencia, sin duda, del contexto político internacional, las ciencias sociales latinoamericanas interrumpen su diálogo exclusivo con las de los países centrales y –por única vez en su historia– se nutren de, y sobre todo enriquecen, la producción de los otros continentes del mundo periférico. En los últimos lustros ha sido clara la tendencia a la reversión de estos intentos de pensar al continente desde sí mismo, y a la readopción de las perspectivas, metodologías y visiones del mundo producidas en los países centrales. No se trata, obviamente, sólo de procesos internos a las ciencias sociales. Estos desplazamientos ocurren en un contexto de derrota de los movimientos revolucionarios y reformistas, la impronta profunda de la experiencia autoritaria 1 La eficacia de este orden discursivo colonial no ha sido –evidentemente– uniforme, su hegemonía no ha estado libre de contestación. La Revolución mexicana es en América Latina el caso paradigmático de la presencia de otras voces y miradas como parte de un proceso de profunda convulsión social. 3 del Cono Sur, la crisis del marxismo, el colapso del socialismo real, y la consecuente pérdida de la confianza utópica. Un aspecto central de los cambios ocurridos en las ciencias sociales son sus transformaciones institucionales. En los países del Cono Sur las ciencias sociales fueron prácticamente expulsadas de las universidades, con conscuencias que aún después del retorno a la democracia, sería difícil sobreestimar. Se produjo una severa ruptura entre la historia anterior y las nuevas generaciones de estudiantes. El desplazamiento hacia los centros privados, el trabajo de investigación con financiamiento externo, los informes sobre asuntos acotados a ser presentados en plazos perentorios, representaron cambios fundamentales de estilo intelectual cuyas consecuencias han sido ampliamente reconocidas. En otros países la expansión violenta de la matrícula estudiantil, el colapso presupuestario y la trasformación de los recintos universitarios en arena privilegiada de confrontación política, territorio de reflujo de organizaciones de izquierda derrotadas en otros espacios de la sociedad, condujo a un profundo deterioro de la vida académica. El potencial de la universidad como ámbito para la creación de conocimiento alternativo fue sacrificado en función de un gremialismo y utilitarismo político a corto plazo que todavía representa un gran lastre para estas instituciones. Los actuales procesos de reforma de las universidades forman parte de una necesaria recuperación de estos espacios para la producción intelectual. Sin embargo, las tendencias que hoy dominan apuntan en direcciones inquietantes. En primer lugar, la actual institucionalización no cuestiona los nítidos deslindes disciplinarios de las ciencias sociales. La construcción del conocimiento a partir de los paradigmas del siglo XIX establece severas barreras a la posibilidad de pensar fuera de los límites definidos por el liberalismo. Se asumen como supuestos básicos, como fundamentos pre-teóricos respecto a la naturaleza de los procesos histórico sociales, algunas de las cuestiones primordiales que deberían ser motivo de reflexión crítica. El poco peso de los estudios históricos y su separación del análisis de los procesos contemporáneos ejemplifican estas tendencias. Las transformaciones en las escuelas de economía han sido particularmente notorias. El acotamiento de «lo económico», como campo de estudio de una rigurosa disciplina científica objetiva, y el creciente énfasis en la cuantificación desconectan a la economía de las tradiciones reflexivas, y la convierten en una disciplina de orientación básicamente instrumental. La expansión explosiva de los estudios de gestión y administración son expresión de una visión del mundo de acuerdo a la cual de lo que se trata no es de debatir en torno a fines (estos ya no existen en estos tiempos sin ideologías y de conclusión de la Historia), sino de gestionar en forma eficiente al orden existente. 4 Un indicador puntual, pero significativo, con potenciales repercusiones amenazantes para la posibilidad de un pensamiento más autónomo, son los modelos de evaluación de las universidades y de los investigadores que se generalizan a partir de la experiencia mexicana. Subyacen a la mayor parte de estos sistemas criterios universalistas de acuerdo a los cuales la producción de las universidades del continente debe tener como referente de excelencia a la ciencia de los países más «avanzados». Expresión de esto es la ponderación privilegiada que se le da a la publicación en revistas extranjeras especializadas en estos sistemas de evaluación. Bajo el manto de la objetividad, de hecho, se está afirmando que la creación intelectual de los científicos Sociales de las universidades latinoamericanas debe regirse por las demarcaciones disciplinarias, regímenes de verdad, metodologías, problemas y prioridades de investigación de las ciencias sociales metropolitanas, tal como a estos se expresan en las Políticas editoriales de las más prestigiosas revistas en cada disciplina. La evaluación estrictamente individualizada, en base criterios de productividad parecería estar expresamente diseñada para obstaculizar las dinámicas de trabajo colectivo y reflexiones abiertas, sin presiones inmedijtas de tiempo y financiamiento, requeridas para Repensar los supuestos epistemológicos, interpretaciones históricas y formas actuales de institucionalización del conocimiento de lo histórico-social. Son dos las influencias teóricas preponderantes en las ciencias sociales latinoamericanas actuales: el neoliberalismo y el posmodemismo. Desde el punto de vista de las tensiones a las cuales se ha hecho referencia, el neoliberalismo tiene contenidos unívocos. Es una reafirmación dogmática de las concepciones lineales de progreso universal y del imaginario del desarrollo. Asume a los países centrales como modelo hacia el cual hay que dirigirse inexorablemente. Se refuerzan aquí las miradas coloniales que sólo reconocen como sujetos significativos a los portadores de proyectos modernizantes: los empresarios, los tecnócratas, )os vecinos de clase media, los habitantes de la mitológica sociedad civil. La indiferencia ante los Otros, que no encuentran Jugar en esta utopía de mercado y democracia liberal, sugiere que el racismo fundante del pensamiento colonial no ha sido superado. Se retoman con particular entusiasmo los supuestos más funestos de la sociología de la modernización, Tomando como patrón de referencia el imaginario de lo «moderno» toda diferencia se convierte en un obstáculo a ser superado para acceder al tren de la historia. Las nociones de equidad y autonomía adquieren la connotación de lo arcaico, lo obsoleto. En esta radicalización del universalismo desaparece toda especificad histórica. Los expertos de los organismos financieros internacionales pueden saltar de país en país e indistintamente asesorar a Rusia, Polonia o Bolivia en las virtudes del mercado. La economía es una ciencia, los lugares, la gente, las costumbres en la cuales ésta opera son un accidente de menor importancia ante la universalidad de sus leyes objetivas. 5 Es otro el sentido que tiene la posmodernidad. A diferencia del carácter monolítico de las formulaciones teóricas neoliberales, los efectos de la posmodernidad en los problemas destacados en este texto han sido ambiguos. Esta abarca una amplia gama de perspectivas, propuestas de método y sensibilidades que ofrecen tanto amplias y ricas potencialidades, como nuevos obstáculos y riesgos para la meta de Repensar el continente. En términos muy esquemáticos, es posible reconocerdos modelos interpretativos polares asociados a la posmodernidad. En algunas corrientes de la posmodernidad, (y su recepción en el continente) predomina la reiteración de un radical eurocentrismo. La crisis de la historia europea –asumida como universal–, se convierte en la crisis de toda historia. La crisis de los metarrelatos de la filosofía de la historia, de la seguridad en sus leyes, se convierte en la crisis de todo futuro. La crisis de los sujetos de esa historia es la disolución de todo sujeto. El desencanto de una generación marxista que vivió en carne propia el derrumbe político y teórico de marxismo/ socialismo y sufrió éticamente el trauma del reconocimiento del gulag, Son convertidos en escepticismo universal y en el fin de los proyectos y de la política, justificadora de una actitud cool de no compromiso en la cual está ausente la indignación ética ante la injusticia. En reacción al estructuralismo, economicismo y determinismo, se enfatizan los procesos discursivos y de creación de sentido tan unilateralmente que desaparecen del mapa cognitivo las relaciones económicas y toda noción de explotación. La crisis de los modelos políticos y epistemológicos totalizantes conduce al retraimiento hacia lo descentrado, lo parcial, lo local, haciéndose opaco el papel que en el mundo contemporáneo desempeñan poderes políticos, militares y económicos centralizados. La guerra del Golfo no pasa de ser un gran simulacro, un espectáculo televisivo. Lo que está en crisis para estas perspectivas no es la modernidad, sino una de sus dimensiones constitutivas, la razón histórica. Su otra dimensión, la razón instrumental, el desarrollo científico-tecnológico sin límite, el pensamiento tecnocrático y la lógica universal del mercado, no encuentran aquí ni crítica ni resistencia. La historia continúa existiendo sólo en un sentido limitado: a los países subdesarrollados todavía les queda un trecho por recorrer para llegar a la meta en la cual los aguardan los ganadores de la gran carrera universal hacia el progreso. Poco parece importar el hecho de que muchos –quizás la mayoría de los habitantes de la tierra– no podrán llegar esa meta, dado que los patrones de consumo y niveles de bienestar material de los países centrales sólo son posibles como consecuencia de una utilización absolutamente desproporcionada de los recursos y de la capacidad de carga del planeta. No recogen estas opciones las potencialidades inmensas del reconocimiento de la crisis de la modernidad. Se abren posibilidades de formas radicalmente diferentes de pensar al mundo si entendemos la posmodernidad como el cuestionamiento de las pretensiones hegemónicas del modelo civilizatorio 6 occidental. Son otras las consecuencias de una interpretación que reconozca que no son los procesos históricos los que se agotan, sino la fantasmagórica historia universal imaginada por Hegel. Serían otras las implicaciones para el mundo no occidental, y para los sujetos subordinados, excluidos, negados, si el colonialismo, el imperialismo, el racismo, el sexismo, no fuesen pensados como lamentables subproductos de la modernidad europea, sino como parte de sus condiciones de posibilidad, condiciones donde se crearon a su vez de los saberes que conocemos como ciencias sociales. Es otra la mirada que le podemos dar a la llamada crisis del sujeto si asumimos que el extermino de los «nativos» y la esclavitud transatlántica. la subordinación y exclusión del Otro, no fueron sino la otra cara, el espejo necesario para la construcción del sí mismo, condición y contraste indispensable para la constitución de las identidades y de los ciudadanos de la Europa moderna. Son éstas lecturas que desde diversas partes del mundo realizan los estudios subalternos, el análisis del discurso colonial, la teoría poscolonial, el afrocentrismo, la crítica al orientalismo. Se trasciende la noción eurocéntrica de la crisis de la modernidad y se exploran otros espacios, aparecen otras voces, historias y sujetos que no tenían cabida en el proyecto occidental universalizante. El peso del cosmopolitismo subordinado en la academia latinoamericana tiene una expresión más en el poco diálogo que se ha establecido con estas corrientes teóricas. No deja de ser irónico que algunos de los latinoamericanos que están trabajando más creativamente en esfuerzos por repensar al continente incorporando el aporte de estas perspectivas realicen la mayor parte de su trabajo intelectual en Estados Unidos.