El azul de la virgen de Tracy Chevalier reunió

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tertúlies literàries
reunió
Dimarts, 15 de febrer
de 2005 a les 19:30 hores
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Biblioteca Central Tecla Sala
El azul de la virgen
de Tracy Chevalier
Dossier El Azul de la virgen
1. AUTO
L’AUTORA : TRACY CHEVALIER
Por amor al arte
Texto: Antonio Lozano
Tracy Chevalier pone su sensibilidad femenina al servicio de ingrávidas historias de
seducción y amortiguados conflictos de clase barnizados por un resultón trasfondo
histórico-artístico. De esta forma, la norteamericana ha encontrado un exitoso nicho al que
ha puesto la puntilla la adaptación cinematográfica del best seller La joven de la perla.
Ahora insiste en la fórmula con La dama y el unicornio (Alfaguara/La Magrana). Este
despliegue de cortejos sentimentales en torno a los implicados en la elaboración de los
tapices homónimos en la Bruselas del siglo XV nos ha llevado a entrevistarla en su
domicilio londinense.
La corrupción de la inocencia, la búsqueda de la identidad y la realización femeninas en un
marco social represivo, la insoportable levedad de los secretos y las apariencias, la
creación artística como foco de tensiones sexuales y choques de clase, la refracción de un
mismo acontecimiento en diversas versiones que cuestionan la fiabilidad de nuestros
sentidos... La eficaz narrativa de Tracy Chevalier mira al pasado sin empacharse de
detallismo histórico para dejar que respiren los asuntos intemporales en novelas con las
dosis justas de blandura, entretenimiento y claves de época que garantizan lectores a
mansalva. Así, en La dama y el unicornio -que toma su nombre de un conjunto de tapices
alegóricos confeccionados en la Edad Media y admirados por George Sand que hoy
cuelgan de las paredes del Musée National du Moyen-Âge en París-, los impulsos lascivos,
los matrimonios de conveniencia y los conventos para garantizar la virginidad de chicas en
edad de merecer conviven con apuntes curiosos como que los tintoreros de antaño se
vieron resignados a casarse con sus primas durante muchas generaciones, las únicas
infelices condenadas a soportar su fétido olor resultante de los orines de oveja
fermentados con los que trabajaban para fijar el color. La cita con la escritora es en el
apacible barrio de Kentish Town, al norte de Londres, en la luminosa sala de estar de una
típica casa pareada de fachada blanca con varios pisos, moqueta en la escalera y coqueto
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jardín trasero, donde la abundancia de detalles decorativos (incluyendo dos láminas de
Vermeer) y de juguetes que delatan una presencia infantil bañan el conjunto con una
caótica calidez. Extrovertida, campechana y atenta, Chevalier puede haber vendido
millones de libros pero tiene el café a punto para su invitado y no duda en tirarse por el
suelo para jugar con su gatito con nombre de jarabe.
El pasado como vía de escape
QUÉ LEER: Su referente artístico más cercano es un padre fotógrafo.
TRACY CHEVALIER: En mi casa mi hermana era la visual y yo, la verbal. Ella se interesó
por la fotografía y hoy es diseñadora gráfica, mientras que yo seguí la senda literaria. Pero
algún poso debió quedar del trabajo paterno, aunque fuese a un nivel subconsciente,
porque ahora respondo mucho al arte y a los estímulos ópticos.
QL: El hecho de nacer en una ciudad bien surtida de pinacotecas como Washington
D.C. debió ayudar.
TC: Sin duda, ya de adolescente me gustaba visitar galerías de arte y museos, y es algo
que sigo haciendo religiosamente cada vez que aterrizo en una nueva ciudad. Sin
embargo, siempre he sido una negada para el dibujo.
QL: ¿Qué la trajo a Londres?
TC: Llegué con 21 años para un trabajo temporal. Por entonces atravesaba uno de
aquellos momentos en que una no sabe bien qué dirección va a tomar su vida; pensé que
me quedaría seis meses y que luego regresaría a Estados Unidos a sentar la cabeza. En
vez de eso, me fui quedando y quedando, hasta que han transcurrido veinte años.
QL: ¿No siente añoranza?
TC: Sigo echando de menos a los familiares y a los viejos amigos, pero tengo mi vida muy
establecida en Inglaterra. No es que me sienta inglesa; al contrario, me gusta formar parte
de ese cincuenta por ciento de foráneos que conforman Londres. Aquí estoy cómoda
porque se mira hacia fuera, mientras que en mi país predomina el ombliguismo. Mucha
gente se lleva una gran sorpresa al descubrir que soy norteamericana, porque dan por
hecho que soy de aquí. El otro día, sin ir más lejos, los de la emisora radiofónica de la BBC
se quedaron petrificados al entrevistarme.
QL: Estábamos en que abandonó Washington muy jovencita y con las ideas poco
claras.
TC: Sí. Apenas llegué me puse a editar guías enciclopédicas sobre escritores de todo el
mundo para uso básicamente bibliotecario; reunía la información biográfica y bibliográfica y
encargaba un ensayo académico sobre su trabajo. Había de ser muy precisa porque eran
obras de referencia y si se incluía un error éste podía propagarse a otros libros. Trabajaba
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la mayor parte del tiempo en la British Library. Así aprendí a realizar el proceso de
documentación para escribir mis futuras novelas históricas.
QL: Una ocupación y un marco así debían exacerbar el gusanillo por escribir otras
propias.
TC: Disfrutaba de mi empleo. Era un sello pequeño, laborioso y algo timorato; pero es
cierto que me acabó frustrando estar todo el día editando textos ajenos en vez de
concentrarme en los propios. Escribía relatos cortos por las noches y los fines de semana.
Pero no eran maneras, así que lo dejé y decidí aprender el oficio apuntándome al taller de
escritura creativa de la Universidad de East Anglia.
QL: ¿Le fueron útiles sus lecciones?
TC: No mucho. Me ayudaron sobre todo a organizar mi tiempo y a disciplinarme, pero no
diría que me convertí en una escritora mejor pro pasar por ahí un año. Me lo gané
trabajando a fondo.
QL: Y eso que, entre sus profesoras, tuvo a una exquisita novelista histórica: Rose
Tremain (Restauración, Música y silencio)
TC: Cuando preparaba mi primera novela, El azul de la virgen, me resultó crucial su
consejo de que investigara cuanto quisiera, pero que, en el momento de sentarme a
escribir, debía dejarlas a un lado, no convertirme en una esclava de la documentación sino
permitir que el relato tuviera prioridad para dejarlo fluir.
QL: ¿Por qué sitúa todos sus libros en el pasado?
TC: Así consigo llevarme lejos de mí misma y que mi yo quede diluido en ese salto
temporal. si tratas con lo contemporáneo, por mucho que quieras alejarte de lo biográfico,
siempre acabas cayendo en tu propia visión del mundo, te haces eco de tu voz, lo que
también supone un reto menor. Reservo el presente a los relatos cortos que a veces
escribo por encargo.
QL: ¿Por qué nos atraen tanto las novelas históricas?
TC: Creo que la novela histórica no puede funcionar a menos que establezca conexiones
entre el pasado y presente, y que privilegie la psicología de los personajes sobre los
detalles de época. Estas son dos formas de conseguir que el relato trascienda la historia.
La chica de la perla no nos habla de la Holanda del siglo XVII sino de cómo dos personas
procedentes de ambientes muy distintos pueden compartir una misma manera de mirar las
cosas, al mismo tiempo que insinúa lo que significa crecer a través de los ojos de una
muchacha que abandona el hogar por primera vez y se siente atraída por un hombre
mayor.
QL: Hablando de La joven de la perla, ¿no la intimidaba retratar a Vermeer?
TC: Para ser honesta, pensé que vendería mil ejemplares, así que no estaba
especialmente preocupada por lo que la gente podía pensar acerca de mi atrevimiento.
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Intenté ofrecer un retrato fiel, a pesar de que todo es especulación en torno a su figura. La
única fuente para conocer su técnica son los cuadros terminados; no disponemos de
dibujos, ni esbozos, ni notas... no sabemos siquiera si dibujaba primero sobre el lienzo o
pintaba directamente. Sus cuadros son enigmáticos motivos que condujeron a su creación,
¿qué hay detrás de ese halo de trascendencia que transmiten simples escenas cotidianas?
QL: Yo aún diría más, ¿cómo reflejar por escrito sensaciones tan inefables como las
que despiertan obras de arte así?
TC: Constantemente me siento frustrada por no poder expresar en palabras la emoción
estética que despiertan. Con todo, supongo que todo escritor ha de encarar este noble
fracaso nacido de las limitaciones del lenguaje escrito. Porque, si alumbraras una obra
perfecta, sería tu final, no podrías volver a crear nada.
Ni feminista ni historicista
QL: Más que detenerse en su valor estético, las obras de arte en sus novelas son
llaves que abren los sentimientos de los que las rodean.
TC: Intento desmitificar las obras maestras. La gente suele tener ideas muy preconcebidas
acerca del trabajo del artista. Pero la escritura, sin ir más lejos, es una tarea muy
disciplinada, a ratos aburrida y difícil, solitaria y frustrante, y tres cuartos de lo mismo se
puede aplicar al acto de pintar, que supone un esfuerzo de concentración sobre el mismo
objetivo día tras día, hasta el agotamiento. Con el objetivo de humanizar a los artistas, me
interesa más dar a conocer el laborioso proceso creativo que el producto final, y también
revelar el efecto que tienen sobre la pieza artística las relaciones que su creador establece
con su círculo íntimo y su entorno.
QL: ¿Cómo son sus lectores?
TC: Los positivos me comentan que los he ayudado a contemplar y apreciar los cuadros de
otra manera. Como no soy una historiadora del Arte y me sitúo a su mismo nivel, les
transmito confianza para enfrentarse personalmente a las obras de arte. Los negativos me
señalan gazapos y yo suelo agradecer las apreciaciones e intento subsanar los fallos en
las ediciones de bolsillo.
QL: ¿Cómo cree que salió parada su novela en la película La joven de la perla?
TC: En los debates previos a la adaptación cinematográfica, surgía el tema de por qué no
terminan juntos, por qué ella no puede acabar siendo pintora, por qué un final tan
deprimente. Y yo les respondía: “Vosotros queréis un final del siglo XXI made in Hollywood,
pero en el siglo XVII ella se habría casado con el carnicero, porque era la mejor opción”.
Por esto quise evitar que los grandes metieran mano; sabía que una modesta productora
británica entendería mi visión. Lo primero que les dije fue: “¡No quiero nada de sexo, esta
es una historia de seducción sin consumación!” El mayor problema es lo mucho que
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tuvieron que cortar en el montaje final; se centraron en la relación principal y
ensombrecieron la entidad de los secundarios.
QL: Hay quienes la tildan de escritora feminista.
TC: Creo que ha de resultar odioso para el lector sentir que se le está aleccionando, o sea
que procuro que temas como el de las mujeres sufragistas o el de las limitaciones
laborales del sexo femenino afloren tangencialmente. Yo me considero una mujer que
habla sobre otras mujeres porque le resulta más cercano, pero sin acarrear ningún
estandarte.
QL: También tengo entendido que rechaza la etiqueta de novelista histórica.
TC: Es que suena pasado de moda, a desfile de reyes y reinas. Me veo más bien
integrando una cautelosa corriente que apuesta por una novela que resulta que acontece
en el pasado.
QL: ¿Cuándo se encontró por primera vez con el tapiz de La dama y el unicornio?
TC: De adolescente atravesé una fase en la que adoraba los unicornios; tenía su imagen
repartida por bisutería, pósters y libros, por lo que en algún momento me crucé con estos
majestuosos tapices. A los 19 o 20 años acudí a París para verlos y quedé arrobada. Pero
solo volví a pensar en ellos hace poco, al reencontrármelos en una revista. Tanto su
confección como el motivo de su elaboración están rodeados de un gran misterio, así que
rápidamente pensé que ahí había una novela para mí; ése es mi terreno.
QL: ¿Qué le llamó más la atención de su historia?
TC: Creía que la realización de tapices era una labor básicamente individual, no tenía ni
idea de la laboriosa y compleja cadena que implica, desde un mecenas que los encarga,
un dibujante que los diseña, un cartonista que los amplía, hasta el ejército de hilvanadores
que le dan vida. También me chocó el riguroso control de los gremios sobre el ejercicio de
la profesión, su inflexible exigencia de la máxima calidad para que ciudades de gran
productividad como Bruselas o Brujas adquiriesen una sólida fama que les garantizara
muchos encargos.
QL: ¿Por qué ha escogido a William Blake para protagonizar su próxima novela?
TC: Me fascina su combinación de poesía e imagen y su condición de autor total: él
escribía, imprimía, coloreaba, grababa, lustraba y vendía. Asimismo, era tan radical que
incluso se hubiese sentido desplazado hoy en día, por lo que me interesa averiguar cómo
debió ser convivir con una personalidad tan visionaria, que veía ángeles colgados de los
árboles. La leyenda cuenta que a él y a su mujer les gustaba leer desnudos en el jardín de
casa pasajes de El paraíso perdido de Milton. ¿Por qué alguien haría algo así?
QL: ¿Qué añora de cuando nadie la conocía?
TC: No me ha cambiado mucho la vida, tampoco es que me reconozcan por la calle. Pero
echo de menos la burbuja en la que escribía cuando mis obras no creaban expectación y
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no había contratos vinculantes de por medio. Añoro la época en que no tenía prisa ni sufría
las presiones de los editores y lectores.
QL: ¿Conoce algo de la literatura española actual?
TC: Se traduce tan poco... He leído a Pérez-Reverte. Es divertido y está bien
documentado, pero sus mujeres son muy planas.
Muy personal:
Un color: Azul.
Un libro: Ana Karénina.
Un alimento: Aguacates.
Una película: Thelma & Louise.
Una ciudad: Roma.
Un consejo: Menos es más.
Un hobby: La jardinería.
Un sueño: Correr un maratón.
FONT: Entrevista publicada a la revista QUÉ LEER , número 90 (especial estiu 2004)
LA NOVEL·LA: El Azul de la Virgen
Dos mujeres extraordinarias sólo separadas por el tiempo.
Suele ocurrir, a veces, que las editoriales publican primero el libro más
célebre de un escritor y, después de comprobar los resultados, se anima
a traducir el resto de sus obras. Así ha sucedido con Tracy Chevalier.
Alfaguara, que lanzó en 2001 ‘La joven de la perla’, exitosa narración
donde esta escritora insufló vida a una modelo de Vermeer, editó en
2002 ‘Ángeles fugaces’ y hace un par de meses rescató ‘El azul de la
Virgen’, su primera novela.
En esta obra Chevalier fundió la existencia de una norteamericana que comienza a residir
en la Francia actual con la de una joven que padeció las consecuencias de la Noche de
San Bartolomé.
Qué: La primera de estas historias comienza en el último tercio del siglo XVI. El mismo día
en que, en un pequeño pueblo francés, pintan el nicho de la Virgen de un azul intenso, a
Isabelle se le enrojece el pelo. Desde aquel día es llamada La Rousse, como la Virgen
María (ya que se decía que también tenía el pelo rojo). Pero ese apodo deja de ser
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cariñoso cuando los hugonotes proclaman que la Virgen se interpone entre los creyentes y
Dios.
La segunda historia transcurre a finales del siglo XX. Mientras busca un pueblo interesante
para establecerse con Rick, su marido, un arquitecto también norteamericano aunque sin
raíces francesas, Ella Turner piensa que Francia es un banquete del que está dispuesta a
probar todos los platos. Todo parece ir bien... hasta que empieza a tener pesadillas cada
vez que hace el amor con su marido con la intención de concebir un hijo. Ella Turner sueña
en azul, se siente arrastrada hacia un lugar lleno de azul.
Tracy Chevalier es una narradora sutil y sabia. Sabe que es necesario crear personajes
llenos de vida para seducir al lector. Suministra los secretos que revela mediante una
estructura muy cuidada: alterna los capítulos centrados en cada una de las dos mujeres
hasta que, al llegar a la recta final de la novela, hace que confluyan sus trayectorias.
Mientras el argumento avanza, mientras los misterios se suceden, las vidas de Isabelle y
Ella cambian, se transforman. Tracy Chevalier nos muestra sus dificultades, sus amores y
sus dudas. Y, al mismo tiempo, ofrece dos excelentes retratos de dos épocas muy
distintas.
Quién: Tracy Chevalier nació en Washington y estudió en el Oberlin College, Ohio (EE
UU), pero actualmente vive en Londres, donde se instaló al terminar un curso sobre
literatura en la Universidad de East Anglia, Norwich (Reino Unido). Tras escribir algunos
relatos cortos, en 1997 publicó ‘El azul de la Virgen’, a la que siguieron ‘La joven de la
perla’ y ‘Ángeles fugaces’.
Para quién: Para quienes quieran conocer a dos mujeres extraordinarias.
FONT: http://www.el-mundo.es/elmundolibro/2004/01/27/libro_dia/1075198483.html
Altres llibres de l’autora
(els podeu trobar a la biblioteca)
La Dama y el unicornio
Los tapices de "La dama y el unicornio" han fascinado a expertos y
aficionados durante siglos. En cada uno de ellos, una elegante mujer y
el mítico animal se encuentran en un islote de hierba rodeado de flores.
Pero poco más se sabe sobre ellos... El seductor Nicolas des Innocents
ha recibido el encargo del noble parisino Jean Le Viste de diseñar unos
tapices para su gran salón. Mientras Nicolas mide las paredes, conoce a la hermosa hija
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del noble y nace entre los dos una pasión imposible para la época. Tracy Chevalier, la
famosa autora de "La joven de la perla", lleva a los lectores al momento de la creación de
la obra de arte, dando vida a los hombres que la diseñaron y crearon, y a las mujeres que
influyeron en ellos. La historia y la ficción se entrelazan en un tapiz literario de ambiciones,
deseos y hechizo artístico que rivaliza en belleza con la obra que lo inspiró.
FONT: http://www.tiramillas.net/libros/resenas/resenas040714/chevalier.html
La Joven de la perla
En la segunda mitad del siglo XVIII, el pintor holandés Johannes
Vermeer inmortalizó en una tela a una bella muchacha adornada con
un turbante y un pendiente de perla. Sus labios parecen esbozar una
sonrisa sensual, pero sus ojos irradian la tristeza más profunda.
Conocido como la "Mona Lisa holandesa", detrás de ese enigmático
rostro se esconde Griet, una joven de origen humilde que a los
dieciséis años entra a trabajar como doncella en casa del artista a
cambio de un mísero salario. El pintor , lentamente, se siente atraído
por esta joven mujer y la acerca a su mundo, de singular belleza y magia. La joven de la
perla es la historia de una fascinación, de un sentimiento que se mueve entre el amor y la
admiración. La luz en los ojos de Griet, la sirvienta convertida en musa, encierra el misterio
más profundo en el proceso de creación de una obra de arte. Tracy Chevalier evoca la vida
cotidiana en el siglo XVII holandés en esta hermosa novela sobre el despertar a la vida y al
arte.
FONT: http://www.alfaguara.com.ar/libro.asp?id=111
Ángeles fugaces
Enero de 1901, el día después de la muerte de la Reina Victoria: dos
familias visitan tumbas vecinas en un cementerio londinense. Una está
decorada con un ángel, la otra es una urna. Los Waterhouse
reverencian a la última reina y se aferran a las tradiciones victorianas;
los Coleman ansían una sociedad más moderna. Para su disgusto,
ambas se ven irremediablemente unidas cuando sus hijas se hacen
amigas. Y pronto las acompaña también el hijo del sepulturero. Mientras las niñas crecen,
una nación emerge de las opresivas sombras victorianas hacia una era más luminosa.
FONT: http://www.casadellibro.com/fichas
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OPINIÓ
El azul de la Virgen
El pasado diciembre nos visitó Antonia Byatt, autora de la inolvidable Possesion, en la que
el juego temporal de dos historias distanciadas siglos la una de la otra conformaba el
desarrollo argumental. Una estructura similar es la que presenta Tracy Chevalier en la
tercera de sus novelas publicadas aquí –después de La joven de la perla y Ángeles
fugaces– pero cronológicamente la primera.
En el caso de Chevalier no se trata de investigar académicamente el pasado de una autora
sino de recuperar el pasado familiar. La evocación resulta obvia, pero tanto el desarrollo
como el diseño de personajes y articulación temática son en buena medida novedosos.
En este caso la protagonista “contemporánea” es Ella Turner –o Tournier, en un intento de
recuperar su apellido original–, quien viaja a Francia con Rick, su marido arquitecto. La
vida en las grandes urbes norteamericanas resultaba agobiante y su opción europea no es
París sino un pequeño pueblo, Lisle-sur-Tarn, cerca de Toulouse. Ella se propone reiniciar
una nueva vida como amantísima esposa, desterrando su natural inseguridad de
dependencia respecto al marido, e incluso considera la posibilidad de tener descendencia.
La realidad no es tan idílica como había imaginado, tanto en el terreno personal como
social, –las connotaciones parecen apuntar a Henry James– y no tarda en sufrir un cierto
desencanto. En este proceso un sueño en el que el color azul impregna la ensoñación se
convierte en obsesión. De forma casual comienza a interesarse por su pasado familiar,
para lo que contará con la “inestimable” ayuda del bibliotecario local. Así es como llegará a
remontarse hasta el siglo XVI –cuando Francia se debatía entre católicos y hugonotes–,
donde encontró a sus ancestros, el déspota Etienne Tournier, casado con Isabelle du
Moulin. Es este matrimonio el que abre la obra y la alternancia entre la vida de Isabelle y
Ella es constante.
La historia de Isabelle narrada en tercera persona –cuyo sustrato histórico resulta ser el
antecedente de La joven de la perla– me resulta mucho más atractiva que la de Ella, quien
es dueña de sus palabras. No se entienda tal apreciación como una sugerencia de “lectura
independiente”, pues el auténtico valor de la obra reside en la admirable simbiosis que
Chevalier logra entre ambas. La riqueza textual de El azul de la Virgen propicia que a unos
les interesen los aspectos relativos a la ficción histórica y a otros el desarrollo psicológico
de las dos heroínas... Los lectores de Tracy Chevalier tal vez se decanten por La joven de
la perla, pero como ocurriera con aquella también en esta resulta difícil abandonar la
lectura.
José Antonio GURPEGUI
FONT: http://www.elcultural.es/HTML/20040205/LETRAS/LETRAS8793.asp
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