rEVISIÓN Dieta y esclerosis múltiple Beatriz Pozuelo-Moyano, Julián Benito-León Introducción. El tipo de dieta se ha relacionado con el proceso inflamatorio que forma parte de la esclerosis múltiple (EM). En los últimos años, distintas líneas de investigación han generado una gran cantidad de conocimiento sobre la participación de la dieta en la patogénesis de la EM. Objetivo. Elucidar de modo crítico las evidencias que relacionan distintos tipos de dietas y alimentos con la EM. Desarrollo. Se incluye una actualización de los estudios publicados más significativos que han analizado el papel de la dieta en la patogénesis y en el tratamiento de la EM. Para explorar la asociación entre la dieta y el riesgo de EM se ha revisado la evidencia disponible hasta el momento, pasando por estudios observacionales hasta terminar con estudios de intervención. Conclusiones. Se necesita más investigación sobre la nutrición como factor de riesgo, ya que podría tener relación con la enfermedad, y el control de ésta podría llevar a una disminución significativa de la incidencia o progresión de la patología. Palabras clave. Esclerosis múltiple. Dieta. Revisión. Servicio de Neurología; Hospital Universitario 12 de Octubre (B. Pozuelo-Moyano, J. Benito-León). Departamento de Medicina; Facultad de Medicina; Universidad Complutense de Madrid (B. PozueloMoyano). Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Neurodegenerativas (J. Benito-León). Madrid, España. Correspondencia: Dr. Julián Benito León. Avda. Constitución, 73, portal 3, 7.º izq. E-28821 Coslada (Madrid). E-mail: [email protected] Aceptado tras revisión externa: 24.02.14. Introducción La esclerosis múltiple (EM) es la segunda causa más importante de discapacidad en los adultos jóvenes [1-3]. La falta de un tratamiento curativo y su progresión hace que tanto pacientes como cuidadores estén continuamente adaptándose a los múltiples reveses de la enfermedad y sufran, por consiguiente, un progresivo deterioro en su calidad de vida relacionada con la salud [4-10]. Es imperativo, por lo tanto, dirigir los esfuerzos investigadores a la búsqueda de la etiología o etiologías de esta enfermedad [3,11]. Pese a que la EM se considere una enfermedad inflamatoria autoinmune del sistema nervioso central, los factores genéticos y ambientales parecen tener también un papel importante para el desarrollo de la misma [12]. Son muchos los factores ambientales que se han asociado a un mayor riesgo de EM, como son, entre otros, el consumo de tabaco, distintas infecciones, ya sean virales (fundamentalmente el virus de Epstein-Barr) u otros patógenos (por ejemplo, Candida spp), o la falta de exposición a radiaciones ultravioletas del sol y, por consiguiente, concentraciones disminuidas de vitamina D [13-17]. La dieta podría desempeñar un papel importante en la patogénesis de la EM; en los últimos años hay una tendencia, con un cierto grado de éxito, de distintas terapias alternativas que, en la mayoría de los casos, inclu- www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 yen una dieta determinada o suplementos dietéticos [18]. Durante años se han propuesto muchas dietas para intentar mejorar la evolución de la EM, como son la SwankDiet o las dietas sin glucosa o sacarosa, entre otras [19]. Asimismo, la evaluación del efecto de los diferentes alimentos sobre el proceso inflamatorio y autoinmune implicado en la EM ha sido investigada por muchos científicos [19]. La presente revisión tiene el objetivo de elucidar de manera crítica las evidencias que relacionan la dieta con la EM. Cómo citar este artículo: Pozuelo-Moyano B, Benito-León J. Dieta y esclerosis múltiple. Rev Neurol 2014; 58: 455-64. © 2014 Revista de Neurología Bases moleculares del posible efecto de la dieta en la esclerosis múltiple Las células cuentan con sensores específicos para adaptarse a los cambios ambientales [20]. Las moléculas de la dieta ejercen una importante influencia en el metabolismo, ya que modulan la expresión de la actividad de enzimas, hormonas, factores de transcripción y receptores [20]. Los ligandos más importantes de la superfamilia de los receptores nucleares son el receptor hepático α y el α activado por proliferador de peroxisoma; ambos son activos cuando forman heterodímeros [20]. Los isótopos del receptor X retinoide α, β y γ participan en la regulación del metabolismo de los ácidos grasos [20]. Asimismo, los isótopos del recep- 455 B. Pozuelo-Moyano, et al Figura 1. Influencia de algunos componentes de la dieta y fármacos sobre la transcripción celular en el metabolismo y en la inflamación. Receptor hepático α (LXR); receptor α activado por proliferador de peroxisoma (PPAR); isótopos del receptor X retinoide α, β y γ (RXR); proteína cinasa activada (AMPk); proteínas que se unen a complejos reguladores de esteroles (SREBP-1c y SREBP-2); proteína de unión al elemento de respuesta de hidratos de carbono (ChREBP) y al factor nuclear kappa B (NF-kB). como el factor nuclear kB son factores regulados positivamente, en parte, por los ácidos grasos saturados, oncoproteínas, TNF-α, IL-1β o infecciones víricas [20]. Éstos, a su vez, son los causantes de la inflamación característica de la EM (Fig. 1) [20]. La dieta grasa como posible factor de riesgo para la esclerosis múltiple tor α activado por proliferador de peroxisoma α, β/δ, γ regulan la transcripción de genes relacionados con la β-oxidación de los ácidos grasos en la mitocondria y en los peroxisomas [20]. Los receptores hepáticos α están regulados por los oxisteroles (formas oxidadas del colesterol) y por la glucosa [20]. Los receptores hepáticos α activan tanto las proteínas reguladoras de las proteínas que se unen a complejos reguladores de esteroles como la litogénesis. Un bajo consumo de calorías, el ejercicio físico y moléculas bioactivas (que se encuentran en los alimentos frescos) activan el receptor α activado por proliferador de peroxisoma y a la proteína cinasa activada [20]. A su vez, estas últimas activan el catabolismo y la β-oxidación de los ácidos grasos [20]. Por el contrario, un alto consumo de calorías da lugar a la activación de las proteínas que se unen a complejos reguladores de esteroles y de la proteína de unión al elemento de respuesta de hidratos de carbono, que promueven, a su vez, el anabolismo, la lipogénesis y el crecimiento celular, que está estrechamente relacionado con el cáncer [20]. El receptor α activado por proliferador de peroxisoma inhibe la proteína activadora AP1 y el factor nuclear kB [20]. Sin embargo, tanto la proteína activadora 456 En 1950, Swank [21] fue el primer investigador que sugirió una relación entre la EM y la cantidad de consumo de grasas animales. Durante la Segunda Guerra Mundial analizó la dieta de la población y los cambios de incidencia de la EM en Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza, Holanda, Bélgica e Inglaterra antes, durante y después de la guerra [21]. Observó que, durante los años previos y posteriores a la guerra, el consumo de grasa era mayor que durante la misma y que esto tenía una relación directa con un mayor número de casos diagnosticados de EM [21]. Estos resultados promovieron la elaboración de un estudio experimental en el que se siguió durante más de 30 años a un grupo de pacientes, a los que se les indicó seguir una dieta baja en grasas; aproximadamente un 20% de los pacientes que siguieron dicha dieta mostraron un escaso o ausente deterioro neurológico [22]. También Swank et al [23] encontraron una menor incidencia de EM en zonas costeras de Noruega, donde el consumo de pescado era mayor y el de grasas animales saturadas, menor. En 1977, Knox [24] analizó la relación entre algunas causas de muerte (la EM entre ellas) y la alimentación, en 20 países diferentes, y llegó a la conclusión de que un alto consumo en grasas suponía un factor de riesgo para desarrollar EM. Desde estos estudios clásicos [21-24], se han llevado a cabo numerosos trabajos que muestran una mayor prevalencia de la EM en países con un consumo más alto de grasas saturadas y un menor riesgo de padecer esta enfermedad en países en los que la alimentación está basada en productos con alta cantidad de grasas poliinsaturadas [25-27]. La tabla resume los principales ensayos clínicos donde se han utilizado suplementos de ácidos grasos en el tratamiento de la EM. El primero de los ensayos se publicó en 1977 [28]. En este estudio, se siguió durante dos años a 152 pacientes con EM progresiva [28]. Los pacientes fueron divididos en cuatro grupos [28]. El primero recibió pastillas de 360 mg/día de ácido linolénico y 3,42 g/día de ácido linoleico; el segundo, 0,6 mL de ácido oleico en pastillas del mismo aspecto que el grupo anterior; el www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 Dieta y esclerosis múltiple tercero, 11,5 g/día de ácido linoleico diseminado, y, en la misma forma, el cuarto grupo, 4 g/día de ácido oleico [28]. Sólo el primero y el tercer grupo recibieron un tratamiento activo [28]. Como resultado, no encontraron diferencias estadísticamente significativas entre los cuatro grupos [28]. Al año siguiente, estos mismos autores publicaron otro estudio en el que variaban las cantidades [29]. En ese estudio, el único resultado significativo fue que, en el grupo de pacientes que recibió ácido linoleico y linolénico, después de dos años, habían empeorado más participantes que los que mejoraron (lo que no había ocurrido en ningún otro grupo) y que el número de pacientes de este grupo que había empeorado el curso de su enfermedad era significativamente mayor que en el grupo control [29]. Weinstock-Guttman et al [30] realizaron un estudio de intervención doble ciego aleatorizado en el que se administraron dos tipos de dietas: la rica en aceite de pescado, que contaba con alimentos bajos en grasas y seis cápsulas diarias con aceite de pescado ricas en omega-3 (con un total de un máximo de un 15% de grasa); y la del aceite de oliva (con un máximo del 30% de grasa), en la que se administraba a los pacientes un placebo en forma de seis pastillas diarias de aceite de oliva [30]. Los pacientes del grupo del aceite de pescado mejoraron clínicamente en seis meses; por otro lado, aquellos que llevaron la dieta del aceite de oliva redujeron sus niveles de fatiga en el mismo tiempo [30]. Por otro lado, las recaídas disminuyeron en ambos grupos en relación con el año anterior al estudio [30]. Por lo tanto, concluyeron que una dieta baja en grasas con un complemento de ácidos grasos poliinsaturados podría tener efectos beneficiosos moderados en pacientes con EM remitente recurrente (EMRR) tratados con terapias modificadoras de la enfermedad [30]. En otro estudio, 40 pacientes con EMRR se aleatorizaron para recibir, durante 30 meses, tres regímenes terapéuticos [31]. El primero, mediante ácidos poliinsaturados omega-3 (ácidos decosahexa­ enoico y eicosapentaenoico) y omega-6 (ácidos linolénico y gamma-linolénico) en partes iguales, así como ácidos grasos monosaturados y saturados, y vitaminas A y E [31]. La segunda intervención fue una mezcla de la primera y gamma-tocoferol, la tercera de sólo tocoferol y el cuarto grupo recibió un placebo [31]. Se determinó la tasa anual de brotes de los tres primeros grupos frente al placebo; como resultado más significativo se obtuvo que, en el segundo grupo, la tasa anual de botes disminuyó en un 64% y la progresión de discapacidad a los dos años ocurrió tan sólo en el 10% de los pacientes del www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 segundo grupo, frente al 58% de los del grupo que recibió placebo [31]. En 2009, se publicaron los resultados de un estudio estadounidense de diez pacientes con EMRR que recibieron un suplemento de 9,6 g/día de aceite de pescado durante tres meses a los que les siguieron tres meses de lavado [32]. El objetivo principal fue observar el efecto de los ácidos grasos omega-3 sobre la producción de metaloproteinasa-9 (MMP-9) por las células del sistema inmune de los pacientes [32]. La MMP-9 se cree que tiene un papel importante en la migración de las células inflamatorias al sistema nervioso central e interviene en la alteración de la barrera hematoencefálica [33]. Tres meses después de haber comenzado con el suplemento, la secreción de MMP-9 había disminuido en un 58% en relación con las concentraciones que se determinaron al empezar el estudio [32]. Torkildsen et al [34] estudiaron 85 pacientes de 13 departamentos de neurología en Noruega con EMRR; a 43 se les administró pastillas de omega-3 y a los 45 restantes, un placebo [34]. Las lesiones nuevas que aparecieron con gadolinio en resonancia magnética (RM) fueron similares en ambos grupos [34]. Tampoco se encontraron diferencias en la tasa de brotes a los 6 o 24 meses, ni en la fatiga ni en la calidad de vida relacionada con la salud [34]. En el año 2000, otro estudio noruego [35] quiso investigar el efecto del aceite de pescado junto con suplementos vitamínicos y pautas dietéticas en pacientes recientemente diagnosticados de EM. Durante dos años, 16 pacientes recibieron, una vez al día, 5 mL de aceite de pescado, un complejo de vitamina B y vitamina D. A su vez, recibieron unas pautas dietéticas: limitar el consumo de grasas procedentes de la carne, el café o el té y el azúcar; cenar pescado entre tres y cuatro veces a la semana; aumentar el consumo de frutas, verduras y cereales y disminuir el de alcohol [35]. Durante los dos años de seguimiento, se observó una disminución notable del número de brotes y en la puntuación en la escala expandida del estado de discapacidad, la Expanded Disability Status Scale (EDSS) [35]. Ghadirian et al [36] también estudiaron la relación entre los factores nutricionales y la EM mediante una encuesta de 164 preguntas en la que se recogió información dietética entre los años 1992 y 1995. Ésta se realizó a 164 casos con EM y 202 controles [36]. Se observó una relación inversamente proporcional entre el mayor índice de masa corporal y el riesgo de EM [36]. También se halló una relación lineal negativa entre el consumo de fibra y el riesgo de EM (p = 0,004). Esta misma relación se halló entre el riesgo de EM y la tiamina (p = 0,003), 457 B. Pozuelo-Moyano, et al Tabla. Principales ensayos clínicos donde se han utilizado suplementos de ácidos grasos en el tratamiento de la EM. Pacientes Tratamiento de base Intervención Variables Resultados Bates et al [28] Esclerosis múltiple progresiva No o no mencionado 360 mg/día ácido linolénico + 3,42 g/día ácido linoleico frente a 0,6 mL/día ácido oleico frente a 11,5 g/día ácido linoleico frente a 4 g/día ácido oleico EDSS Sin diferencias entre los grupos Bates et al [29] Esclerosis múltiple progresiva y remitente-recurrente No o no mencionado 2,92 g/día ácido linoleico + 0,34 g/día ácido gamma-linolélico frente a 4 g/día ácido oleico frente a 23 g/día ácido linoleico frente a 16 g/día ácido oleico Recaídas por el método Millar et al, EDSS y por juicios objetivos Brotes de menor duración y menos graves en los pacientes del tercer grupo WeinstockGuttman et al [30] Esclerosis múltiple remitente-recurrente Algunos de los pacientes estaban recibiendo tratamiento con interferón β o acetato de glatiramero EDSS y el Short Grupo aceite de pescado: Health Status 6 cápsulas de aceite de pescado diarias y menos del 15% de calorías Questionnaire de la dieta procedentes de la grasa. Grupo aceite de oliva: cápsulas placebo y menos de 30% calorías de la dieta de grasa y menos del 10% de grasas saturadas Los pacientes del grupo del aceite de pescado mejoraron clínicamente en seis meses; por otro lado, aquellos sometidos a la dieta del aceite de oliva redujeron los niveles de fatiga en el mismo tiempo. La tasa de recaída disminuyó en ambos grupos Pantzaris et al [31] Esclerosis múltiple remitente-recurrente Los pacientes en terapia con anticuerpos monoclonales o tratamiento inmunosupresor fueron excluidos; sin embargo, los pacientes con otras medicaciones podían continuar con su tratamiento. Durante el tiempo del estudio, las recaídas se trataron con metilprednisolona Omega-3 y omega-6, ácidos grasos poliinsaturados y monosaturados, vitaminas A y E frente a combinación del grupo A y vitamina E frente a vitamina E frente a placebo Tasa de brotes, EDSS, lesiones en T2, ácidos grasos en la membrana de los eritrocitos En el segundo grupo, la tasa anual de botes disminuyó en un 64% y la progresión de discapacidad a los dos años ocurrió tan sólo en el 10% de los pacientes del segundo grupo, frente al 58% de los del grupo que recibieron placebo Shinto et al [32] Esclerosis múltiple recurrente-remitente A los pacientes se les permitió continuar con sus terapias modificadoras de la enfermedad o con la medicación sintomática Suplemento con 9,6 g/día de ácidos grasos omega-3 durante tres meses, seguidos de tres meses de lavado Niveles de MMP-9, Descenso significativo en las MS Quality of Life concentraciones de MMP-9 Inventory, ácidos grasos en la membrana de los eritrocitos, EDSS Torkildsen et al [34] Esclerosis múltiple remitente-recurrente Los pacientes con interferón β o acetato de glatiramero fueron excluidos, así como cualquier otra terapia inmunomoduladora o inmunosupresora anterior al estudio para el tratamiento de la EM y cualquier tratamiento con glucocorticoides los dos meses anteriores al estudio 1.350 mg/día de ácido eicosanopentoico y 850 mg/día de ácido decosahexanoico frente a placebo. Seis meses después todos los pacientes recibieron 44 µg de interferón β-1a subcutáneo Resonancia magnética, EDSS y Multiple Sclerosis Functional Composite No se encontraron diferencias significativas con el grupo placebo Norvik et al [35] Esclerosis múltiple de reciente diagnóstico (< 12 meses antes del comienzo del estudio) Se excluyó a pacientes con tratamiento inmunosupresor, interferón o con esteroides recibidos el mes anterior al comienzo del estudio 5 mL de aceite de pescado, una cápsula al día de complejo de vitamina B, 200 mg/día de vitamina C y disminución de grasas saturadas en la dieta EDSS y concentración en sangre de ácidos grasos fosfolípidos Reducción significativa de la tasa anual de recaídas y de la puntuación de la EDSS comparada con los valores recogidos antes del comienzo del estudio Ghadirian et al [36] Esclerosis múltiple No o no mencionado Encuesta con 164 ítems sobre la frecuencia de consumo de alimentos a 197 casos y a 202 controles Edad media, peso, talla y consumo de alimentos Relación inversamente proporcional entre el mayor índice de masa corporal y el riesgo de EM. Efectos beneficiosos significativos por el consumo de proteínas vegetales, vitaminas, calcio, riboflavina, potasio, fibra y tiamina 458 www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 Dieta y esclerosis múltiple riboflavina (p = 0,0005), potasio (p = 0,008) y calcio (p = 0,0003) [36]. Se concluyó que los alimentos procedentes de las plantas podrían tener un efecto protector para la EM, mientras que los de alto contenido energético y los procedentes de animales resultarían perjudiciales [36]. Torkildsen et al [34] compararon sus resultados con los de los estudios de Nordvik et al [35] y Ghadirian et al [36]. Justificaron sus deducciones contrarias explicando que ellos evaluaron el efecto de omega-3 únicamente [34]. Explicaron que en los estudios de Nordvik et al y de Ghadirian et al [35, 36] se incorporaron muchos más alimentos, lo que podría haber influido en los resultados finales. Figura 2. Similitud molecular entre las proteínas butirofilina y la glicoproteína de la mielina del oligodendrocito (MOG). Leche de vaca Algunos estudios han demostrado que la leche de vaca también podría relacionarse con la EM [37-39]. Se ha sugerido que esta asociación podría deberse a que, en los pacientes con EM, se observan linfocitos T anormales contra la leche de vaca [40,41]. Las proteínas de la leche que parecen ser más nocivas son aquellas de la membrana del glóbulo graso (MFGM), en concreto la butirofilina, que daría una reacción cruzada (Fig. 2), con la glicoproteína de la mielina del oligodendrocito (MOG) y, a su vez, produciría reacciones inflamatorias en el sistema nervioso central de los pacientes con EM [40,41]. La butirofilina y la MOG son muy similares estructuralmente: el extremo N-terminal de la región variable (región por la que se une al antígeno) de la MOG es idéntica en un 52% con el de la butirofiliona [42,43]. En un estudio francés, en 44 pacientes con EM y 30 controles, se analizaron las células B productoras de inmunoglobulinas; fueron identificadas por su isotipo y por células productoras de mancha (SFC) MOG específica [37]. Los pacientes con EM tuvieron concentraciones significativamente mayores de células formadoras de mancha MOG específica que los controles, así como una mayor respuesta de los anticuerpos a MOG y butirofilina [37]. De entre todos los posibles antígenos exógenos con reactividad cruzada con MOG, la butirofilina es la más similar estructuralmente y, por lo tanto, la que podría dar lugar a numerosas reacciones cruzadas con MOG [42]. De hecho, en vista de la similitud estructural de la MOG y la butirofilina, y que ésta regula en parte la respuesta patogénica autoinmune provocada por la MOG, Kennel de March et al [37] investigaron si los anticuerpos para la butirofilina estaban también presentes en los pacientes con EM; estos autores encontraron que los pacientes tenían www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 más del doble de anticuerpos para la butirofilina que los controles. Por el contrario, en un estudio iraní, diseñado para evaluar la alergia a la leche de vaca en los pacientes con EM [40], no se encontraron diferencias en las concentraciones de inmunoglobulina E específica para la leche de vaca en 48 pacientes con EM, comparados con 48 controles sanos [40]. Malosse et al [38] estudiaron la prevalencia de la enfermedad en 27 países y en 29 poblaciones que consumían leche de vaca y hallaron una correlación significativa (p = 0,836); sin embargo, no se encontraron correlaciones significativas en los pacientes que consumieron leche procesada, como la mantequilla, donde la relación con la EM fue mucho menor, o con el queso, donde no se encontró correlación alguna [38]. Por otro lado, Malosse y Perron [39] encontraron una correlación entre el consumo de leche de vaca y la EM [39]. Analizaron en 20 países distintos la producción de leche de vaca y encontraron una relación entre la densidad bovina nacional y la geográfica bovina local per cápita y la prevalencia de EM [39]. No se halló ninguna relación entre la EM y otros animales de granja o mascotas [39]. Dietas ricas en antioxidantes Los polifenoles, moléculas bioactivas, que se encuentran en las verduras, frutas, la soja o el té, son 459 B. Pozuelo-Moyano, et al conocidos por su efecto antioxidante [44]. Estas sustancias protegen a las neuronas de las neurotoxinas y disminuyen la neuroinflamación [44]. La producción de especies reactivas de oxígeno (ROS) por los macrófagos y microglía está aumentada en la encefalitis autoinmune experimental (EAE), un modelo animal experimental para la EM que ha sido de gran ayuda para poder comprender mejor esta enfermedad [45]. Honorat et al [45], para estudiar el papel de los antioxidantes, administraron febuxostat a ratones con EAE, que es un inhibidor de la xantina oxidasa (XO), principal enzima generadora de ROS. Se detectó que las concentraciones de XO eran mayores en los ratones con EAE que en el grupo control [45]. Por otro lado, la administración profiláctica de XO redujo los síntomas de EAE [45]. Tras dicho tratamiento se observó que, en aquellos ratones que habían recibido XO, la infiltración de células inflamatorias y la activación de células de glía en la médula espinal estaba inhibida [45]. Además, el efecto terapéutico estaba presente tanto en los ratones con EAE con brotes como en los que padecían la variante secundaria progresiva, lo que prevenía la pérdida axonal y la desmielinizacion [45]. El estrés oxidativo también contribuye a la migración leucocitaria que da lugar al deterioro de los oligodendrocitos y al daño neuronal [46]. Las ROS y especies reactivas de nitrógeno se generan en el sistema nervioso central de los pacientes con EM a partir de macrófagos y microglías activados, responsables de la desmielinizacion [46]. En otro estudio, llevado a cabo en 33 pacientes con EM y 24 sujetos sanos, se determinó la capacidad total antioxidativa del suero sanguíneo y se observó que era significativamente menor (p < 0,001) en el grupo de EM [47]. Restricción calórica La pérdida de peso, la malnutrición y la caquexia son frecuentes en los pacientes con EM [48]; sin embargo, no hay una relación clara entre la malnutrición y la EM [48]. La malnutrición es el estado en el que el cuerpo no tiene nutrientes suficientes para desempeñar sus funciones y está causada por una dieta inadecuada, falta de absorción o excesiva pérdida de nutrientes [49]. Bajo estas condiciones, el cuerpo busca fuentes alternativas de energía y comienza un proceso conocido como autocanibalismo en el que se utilizan las proteínas como fuente de energía y, finalmente, se acaba con las reservas de tejido adiposo y masa corporal magra [49]. La malnu- 460 trición causa debilidad y fatiga muscular, asimismo favorece la disminución de la fuerza de los músculos respiratorios, lo que a su vez aumenta las posibilidades de neumonía [48]. En la práctica clínica se han determinado otras causas como las más probables para que el paciente con EM esté desnutrido [48]: la fatiga y la disminución del movimiento que dificulta a los pacientes la labor de cocinar, así como una dieta inadecuada con largos espacios de tiempo sin alimentarse; la dificultad para manipular los alimentos en la boca, en especial aquellos con un temblor grave; la falta de visión; la dieta que reciben normalmente es baja en grasas y calorías; se fatigan con rapidez al masticar; presentan disminución del apetito; la disminución de la capacidad cognitiva favorece la desnutrición porque no la ven como un peligro, y, por último, la disfagia, por lo que tan sólo comen pequeñas raciones [48]. Thomas et al [50], mediante un estudio observacional, estudiaron la disfagia con sus síntomas relacionados, alteraciones bulbares y estado nutricional. Se analizaron 79 pacientes con EM y 181 sujetos sanos en los que se midió la capacidad para poder tragar y el grado de disfagia [50]. Los pacientes con EM se quejaban de tragar peor y estornudar al comer, por lo que les resultaba notablemente más difícil alimentarse [50]. Piccio et al [51] concluyeron que la restricción calórica podría mejorar la EM por un posible efecto antioxidante, antiinflamatorio y neuroprotector. En un modelo de EAE, se sometió a una restricción calórica a un grupo de ratones de cinco semanas de vida y se halló que, en éstos, la inflamación, la desmielinización y el daño axonal fue mucho menos grave [51]. Se asoció dicha restricción calórica con un aumento de la concentración en el plasma de corticosterona (el glucocorticoide más abundante en los ratones) y adiponectina [51]. Los glucocorticoides tienen efectos inhibitorios en el sistema inmune y en la expresión de genes inflamatorios [52]. La IL-6 disminuye con la restricción calórica; esta interleukina aumenta de modo importante en las fases agudas y en la inducción de la EAE [53]. La adiponectina es una enzima sensibilizadora de la insulina producida por los adipocitos [54]; también tiene poder antiinflamatorio, ya que reduce los niveles de TNF-α y de IL-6 [55]. La restricción calórica, a su vez, disminuye también los niveles de leptina. Esta hormona, secretada por los adipocitos, disminuye con el ayuno y aumenta con la sobreingesta, asimismo promueve la diferenciación de los linfocitos T y de los Lth; también induce la producción de citocinas proinflamatorias [56]. www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 Dieta y esclerosis múltiple Suplementos vitamínicos en la esclerosis múltiple La vitamina A tiene un papel importante en el sistema inmune al regular las células Th, los linfocitos B, las células natural killer y los neutrófilos [57,58]. Jafarirad et al [59] estudiaron el efecto de la vitamina A sobre la proliferación de linfocitos T en la EM. Se trató a 55 pacientes con EM con 25.000 UI/día de vitamina A o placebo y se concluyó que, en los pacientes que recibieron esta vitamina, la glicoproteína de mielina de oligodendrocitos reducía su función estimuladora sobre los linfocitos T [59]. Por otro lado, otro estudio [60] analizó las posibles complicaciones del tratamiento con vitamina A en pacientes con EM, a los seis meses de recibir 25.000 UI/día de vitamina A. Se determinaron las concentraciones de enzimas hepáticas, perfiles lipídicos, glucemia en ayunas y proteína C reactiva [60]; no se encontraron diferencias significativas en las concentraciones de las tres primeras, pero sí en la proteína C reactiva, que se encontraba aumentada en los pacientes que recibieron vitamina A. Los autores recomendaron que los pacientes que reciban di­ cha vitamina como complemento deben someterse a análisis clínicos y bioquímicos frecuentes [60]. La vitamina B12 también se ha asociado con la EM [61,62], ya que la carencia de la misma puede dar lugar a un cuadro clínico similar al de la EM, y porque esta vitamina tiene un papel importante en la producción de mielina [61-63]; de hecho, la epidemiología de esta enfermedad y de la anemia perniciosa es muy similar [64]. En un estudio, se determinaron las concentraciones de vitamina B12 en un grupo de pacientes con EM y otro de controles; sin embargo, no se encontraron diferencias significativas en las concentraciones de dicha vitamina en sangre entre ambos grupos [61]. Por contra, otros grupos [62,63] sí han hallado concentraciones más bajas de vitamina B12 en pacientes con EM. En los pacientes con EM también se ha observado que tienen concentraciones de vitamina D más bajas [16,17,65]. Distintos estudios observacionales han apoyado esta teoría, como el de Soilu-Hanninen et al [66] que concluyó que, por cada aumento de 10 nmol/L de vitamina D, el riesgo relativo de dos años libres de brotes aumenta en un 51%. Simpson et al [67], en un estudio de tres años de evolución, analizaron a 145 pacientes con EMRR y también hallaron que un incremento de 10 nmol/L en las concentraciones sanguíneas de 25-hidroxivitamina D3 se asociaba a una reducción de brotes del 9-12%. Recientemente, en una revisión sistemática, se analizaron cinco estudios de intervención aleatori- www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464 zados doble ciego y controlados con placebo [17], y los resultados no fueron concluyentes. En cuatro de los estudios no se encontró efecto alguno de la vitamina D sobre cualquier resultado y, en uno de ellos, se mostró una mejoría significativa en varios parámetros de resonancia magnética cerebral [17]. Por tanto, la evidencia disponible no pone de manifiesto un beneficio clínicamente significativo de la vitamina D como suplemento en los pacientes con EM. Leche materna No son muchos los estudios que relacionan la leche materna con la EM. Conradi et al [68] encontraron que la lactancia materna estaba asociada a un menor riesgo de padecer EM, pero siempre que ésta durara, al menos, 4 meses. Unos años antes, en un estudio en el que se entrevistó a 93 pacientes con EM y a 93 controles acerca de la alimentación que recibieron en los primeros meses de vida, se observó que la duración media de la lactancia en el caso de los pacientes con EM era de 8,4 meses y de 12,5 en el caso de los controles [69]. Hay dos razones por las que la leche materna podría disminuir el riesgo de EM. La primera es que es una fuente importante de vitamina D que, como se ha descrito en el apartado anterior, podría ser beneficiosa y prevenir la EM [70]; la segunda es la influencia positiva de la leche humana sobre el sistema inmune [71]. Alcohol y esclerosis múltiple Turner et al [72] estudiaron a 2.655 militares con EM que habían sido atendidos en la Administración Sanitaria de Veteranos entre los años 2004 y 2006; sus objetivos eran conocer la prevalencia de consumidores habituales de alcohol entre los pacientes y a cuántos de los mismos su médico les había advertido de que el alcohol podía ser perjudicial sobre el progreso de su enfermedad [72]. Se encontró que había un 13,9% de alcohólicos y que al 26,2% se le había advertido de que debía limitar su consumo [72]. Bombandier et al [73] también estudiaron lo mismo y obtuvieron un porcentaje muy similar al anterior, un 19%. Ambos grupos lo achacaron en parte a la gran prevalencia de depresión y trastornos de ansiedad en estos pacientes [72,73]. Dhooghea et al [74] recogieron los datos de 1.372 pacientes con EM, a los que se les preguntó acerca del consumo de alcohol; como resultado se obtuvo que un consumo moderado de alcohol se relaciona- 461 B. Pozuelo-Moyano, et al ba inversamente con alcanzar una puntuación de 6 en la EDSS. Ghazavi et al [75] estudiaron la influencia del alcohol, procedente del azafrán, en ratones con EAE. A los ratones se les indujo la EAE mediante la inmunización con MOG a las ocho semanas de edad y al mismo tiempo comenzaron a recibir la terapia con alcohol [75]. Éstos comenzaron a mejorar clínicamente además de que el inicio de la enfermedad fue más tardío comparado con los ratones controles [75]. Por otro lado, la infiltración leucocitaria en la médula espinal fue mayor en los controles que en los ratones tratados [75]. Foster et al [76] estudiaron la asociación del consumo de alcohol con la discapacidad y el daño cerebral en 272 pacientes con EM, comparados con 151 controles. Para diferenciar el consumo de alcohol, se comparó a los pacientes que habían consumido durante un período de 15 años o menos después del inicio de la EM, en relación con los que no consumían alcohol o los que lo habían consumido durante más de 15 años [76]. En los pacientes con EM que habían consumido alcohol durante un período de 15 años o menos después del inicio de la EM, la puntuación EDSS y la medida de volumen del ventrículo lateral fueron menores que en los que no consumían alcohol o los que lo habían consumido durante más de 15 años. Sin embargo, en estos últimos, el volumen medido de materia gris fue menor [76]. Según este estudio, la duración del consumo de alcohol también se asociaba con la discapacidad y medidas de resonancia magnética en la EM [76]. Finalmente, Massa et al [77] relacionaron el consumo de cafeína y alcohol con el riesgo de EM; estos investigadores utilizaron dos cohortes, The Nurses’ Health Study I y II, de 92.275 y 95.051 mujeres, sin encontrar relación alguna entre el consumo de alcohol o el tabaco y el riesgo de EM. Conclusiones Desde que el neurólogo Swank [21] estableció por vez primera en 1950 la relación entre la dieta y la EM, los estudios que han estudiado la posible actuación de la alimentación en esta enfermedad han ido in crescendo. Sin embargo, si bien algunos trabajos básicos/clínicos sugieren alguna relación, no existe hoy en día la suficiente evidencia como para poder hacer una recomendación específica al respecto. Los estudios analizados tienen innumerables sesgos que hay que tener en cuenta. Primero, algunos de estos estudios se llevaron a cabo hace muchas décadas, en condiciones que podrían haber 462 afectado al estado de la salud, por haberse desarrollado en épocas caracterizadas por la falta de higiene, guerras o hambrunas [21,22]. Segundo, algunos utilizaron largos cuestionarios en los que se recogió información acerca de la alimentación de los participantes años antes, con lo que podría haber un sesgo de recuerdo [36]. Tercero, en sólo unos pocos de estos estudios [30-35] se tuvo en cuenta el tratamiento habitual de la enfermedad (tratamientos inmunomoduladores), por lo que es difícil desligar el efecto terapéutico de dichos fármacos del de la dieta. Por ejemplo, en dos de los estudios se permitió a los pacientes continuar con su tratamiento de interferón beta y acetato de glatimero [30,32], mientras que en otros tres su uso supuso un criterio de exclusión [31,34,35]. Finalmente, el reducido número de los participantes, que representa un denominador común de todos los estudios analizados, supone otra limitación a la hora de poder dar unas recomendaciones dietéticas a nuestros pacientes. Aparte de todas las limitaciones inherentes a los estudios analizados, es evidente la importancia de una alimentación equilibrada para cualquier enfermedad; de hecho, las bases moleculares muestran que hay una relación directa entre los alimentos y el proceso inflamatorio. Por otro lado, la mayoría de estudios que se han analizado coinciden en que, de algún modo, un control de la nutrición podría ser positivo para la EM. En cualquier caso, esto tiene una gran importancia, ya que sería un gran avance para la EM que una medida tan sencilla como es mejorar los hábitos alimentarios pudiera atenuar el progreso de la enfermedad. Sin embargo, hace falta pulir las relaciones y hallar la evidencia de los mecanismos por los que puede beneficiar la dieta a la EM. La alimentación o dieta es un término demasiado amplio como para poder establecer relaciones directas, en especial cuando los estudios se emprenden bajo condiciones tan diferentes. Se necesita más investigación sobre la nutrición como factor de riesgo, ya que podría tener relación con la enfermedad, y el control de ésta podría llevar a una disminución significativa de la incidencia o progresión de la patología. Bibliografía 1. Benito-León J. Are the prevalence and incidence of multiple sclerosis changing? Neuroepidemiology 2011; 36: 148-9. 2. Benito-León J, Martín E, Vela L, Villar ME, Felgueroso B, Marrero C, et al. Multiple sclerosis in Móstoles, central Spain. Acta Neurol Scand 1998; 98: 238-42. 3. Benito-León J, Bermejo-Pareja F. ¿Está cambiando la epidemiología de la esclerosis múltiple? Rev Neurol 2010; 51: 385-6. 4. Benito-León J, Morales JM, Rivera-Navarro J. 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To conduct a critical examination of the evidence suggesting the existence of a relationship between different types of diets and foods and multiple sclerosis. Development. The work includes an update of the most significant studies that have analysed the role played by diet in the pathogenesis and treatment of multiple sclerosis. In order to explore the association between diet and the risk of multiple sclerosis, the authors examined the currently available evidence, which ranged from observation-based studies to intervention studies. Conclusions. Further research on nutrition as a risk factor is needed, as it could be related with the disease and controlling it could lead to a significant reduction in the incidence or progression of the disease. Key words. Diet. Multiple sclerosis. Review. 464 www.neurologia.com Rev Neurol 2014; 58 (10): 455-464