PERCEPCIONES Y REPRESENTACIONES DE LAS MUJERES EJECUTIVAS SOBRE LAS DIFERENCIAS DE GÉNERO EN EL TRABAJO Lilia Campos Rodríguez. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. [email protected] Resumen. Pretendo, en esta comunicación, problematizar y analizar, desde la perspectiva de género, las distintas interpretaciones que articulan las mujeres que ocupan puestos laborales altos en las organizaciones, en torno a elementos que están presentes en su ámbito profesional. Cabe destacar que, en la construcción de la identidad de estas ejecutivas se manifiestan elementos que son absolutamente disidentes de la elaboración cultural sobre la diferencia de sexo presente en las diferentes sociedades; misma que se traduce, en lo que respecta a las mujeres, en un discurso hegemónico sobre la feminidad. Sin embargo, al analizar e interpretar las comunicaciones de las ejecutivas aparecen rasgos que no concuerdan y que, en muchos casos, entran en contradicción con ral discurso y con sus respectivos patrones sexuales y sociales. Por otro lado, si bien a nivel internacional, la visibilidad de las participación femenina en el mercado de trabajo, ha crecido significativamente en décadas recientes; en tanto se escala en las estructuras de personal de las empresas, su presencia se reduce de manera considerable. Este hecho guarda relación con una gran variedad de fenómenos complejos culturales, sociales y de diversa índole. No obstante, y a pesar de todos los antagonismos, hay mujeres que ocupan posiciones elevadas en los organigramas. Por otro lado, en las investigaciones referentes al trabajo femenino urbano en México, son muy escasas las que están dirigidas hacia este tipo de mujeres; por todo esto, los estudios sobre ellas resultan necesarios. Huelga decir que, en mi experiencia como investigadora, considero fundamental el que sean los actores sociales los que expresen aquellos elementos que de manera concomitante van caracterizando su situación de vida. En este sentido, resulta pertinente la reflexión en torno a lo que las mismas ejecutivas conceptualizan como inconvenientes derivados de su condición de mujeres, en la esfera del trabajo. Es así que me propongo examinar y profundizar en lo que al respecto, manifiestan algunas personas que pertenecen a este sector relevante de mujeres. Sin más por el momento, te agradezco la atención al presente, quedo a tus órdenes para cualquier aclaración al respecto y aprovecho la ocasión para hacerte llegar un cordial saludo. Palabras clave: Identidad de género de mujeres ejecutivas, cultura y desempeños laborales de las mujeres y los hombres, género y mujeres en puestos de trabajo elevados. En un estudio en el que analizo la identidad de género de un sector concreto de mujeres -las ejecutivas-- surge, insoslayablemente, la necesidad de puntualizar las características que dan forma a su situación laboral. No obstante, antes de dar cuenta de algunas de las circunstancias en las cuales se encuentran inmersas estas mujeres trabajadoras, residentes en la ciudad de Puebla, es pertinente abundar sobre su identidad genérica. Como se sabe, desde distintas disciplinas de conocimiento, mucho se ha dicho en torno a la identidad; sin embargo, hacer referencia a ella implica ingresar a un terreno complejo, sobre todo, si se considera la discusión contemporánea con respecto a si ésta es consustancial al ser de uno mismo o si es la resultante de un proceso en continuo devenir, problema que ha sido abordados por diferentes perspectivas teóricas. Así, según la mirada, la identidad adquiere varias connotaciones. Huelga decir que, la identidad alude a un proceso de constitución de los sujetos a través del cual se perciben como semejantes a unas personas y diferentes a otras. Además, la identidad surge y se fortalece en tanto interactúa con otras identidades, en la esfera de las relaciones interpersonales. En dicha interacción se dan identificaciones, confrontaciones y diferencias, las cuales influyen en la identidad. Por otra parte, la asociación identidad y género remite no sólo a la esfera de lo interdisciplinario sino también al tratamiento de las posiciones específicas en las cuales se encuentran los seres humanos. La identidad de género, que forma parte de la identidad en general, implica asumir que se pertenece a un género determinado y dirige la experiencia de vida de las personas. Asimismo, la identidad genérica está estrechamente vinculada a la sexualidad, ya que ésta es un elemento fundamental alrededor del cual se define la identidad de las personas. Puede decirse que, la sexualidad es el conjunto de experiencias humanas atribuidas al sexo y definidas por éste, constituye a los particulares, y obliga su adscripción a grupos socioculturales genéricos y condiciones de vida predeterminadas. La sexualidad es un complejo cultural históricamente determinado consistente en relaciones sociales, instituciones sociales y políticas, así como en concepciones del mundo, que define la identidad básica de los sujetos (Lagarde, 1990: 169). En este sentido, hablar de la sexualidad es hacer referencia a un continuo en el que se colocan los seres humanos, en principio por pertenecer a un sexo. Sin embargo, esto no es tan categórico como superficialmente se piensa, ya que generalmente es lo definido cultural y socialmente, lo que más influye en la identidad y el comportamiento humano. En opinión de Martínez (1993), el tener cuerpo de mujer permea nuestra presencia (o ausencia) social. Y la experiencia anclada en la cotidianeidad propia de las mujeres conforma una mirada en la cual se entrelazan, irremediablemente, lo subjetivo y lo objetivo, el tiempo diario y el histórico, las necesidades de la vida cotidiana y las sociales, el poder para y el tener poder. La identidad de género guarda relación con los atributos y estereotipos de género y con los papeles y roles genéricos; en ambos casos se da una valoración mayor a los que “compete al hombre”, dando lugar a una organización social jerárquica que concede privilegios al varón y que configura las relaciones de dominación masculina y subordinación femenina. Como es bien conocido, está muy difundida una idea tradicional --con precedentes importantes así mismo dentro de las ciencias humanas y sociales como la filosofía y la psicología-- que reduce la identidad femenina a los estereotipos más negativos de la personalidad humana: la incapacidad de decidir, la incapacidad de cambiar, la incapacidad de pensarse en tanto sujeto dotado de autonomía y pensamiento propio (Borderías, 1996:57). Cabe indicar que los contextos, los hechos de la vida cotidiana, son fundamentales para que los significados de la identidad de género se construyan y se modifiquen. En esta tónica, emerge la posibilidad de reconstruir el cómo --mujeres singulares, en relaciones sociales concretas y en espacios y tiempos específicos-- se conciben a sí mismas. En este orden de ideas, el trabajo es una de las dimensiones de la vida social y, por tanto, también es uno de los elementos que inciden en la estructuración de la identidad de género. Por otro lado, la gama de obstáculos a la que se enfrenta la población femenina al estar inserta en el mercado de trabajo, ente otros aspectos, me conduce a estudiar la relación que existe entre la identidad de género y las mujeres que han logrado ocupar posiciones laborales que se sitúan en los niveles elevados de los organigramas, me refiero a las ejecutivas. Así, surge la pertinencia de abordar las distintas interpretaciones que elaboran las ejecutivas en torno a elementos que están presentes en su ámbito profesional. Interrogué a las entrevistadas sobre las divergencias que perciben en el desempeño laboral de las mujeres y de los hombres y los hallazgos aparecen a continuación. Dos de ellas manifestaron que no encuentran ninguna diferencia y las trece que sí hallan distinciones, mencionan las siguientes especificaciones. A las mujeres las califican como responsables, dedicadas, inteligentes, organizadas, detallistas, cuidadosas, eficientes, formales, leales, más trabajadoras, cumplidas y disciplinadas. A los hombres les adjudican las características de audaces, distraídos, que se les sube el poder, decididos, con iniciativa, constantes, irresponsables e irrespetuosos. En principio, esta información muestra que las entrevistadas otorgan un mayor número de palabras para denotar del comportamiento de las mujeres, lo que me remite a lo señalado por Kleinke: [...] se conocen más palabras para describir y definir a las mujeres que para referirse a los hombres, y que los términos empleados para hacer referencia a las mujeres son mucho menos favorables que aquellos utilizados para referirse a los hombres (Cit. en Pearson et al.: 1993: 142). En el caso de lo expresado por las ejecutivas los vocablos que utilizan para referirse a las mujeres y a los hombres tienen una connotación heterogénea. Por otro lado, aunque son varias las características que emplean las entrevistadas para especificar las diferencias que ellas perciben en el desempeño laboral de las mujeres y de los hombres, es interesante notar que casi todos los calificativos que adjudican a los hombres convergen con los atributos considerados en la cultura mexicana, como masculinos. En lo que respecta a los vocablos empleados para cualificar a las mujeres se presenta una analogía, ya que estos se encuentran asociados a la femineidad. En suma, la reproducción que, en términos verbales, realizan las entrevistadas acerca de los atributos de género pone de manifiesto la influencia significativa que ejercen los discursos en las construcciones sobre el ser mujer y el ser hombre; y lo difícil que resulta para las personas, independientemente de sus condiciones particulares de vida, el sustraerse a tal efecto. No obstante, cuando las ejecutivas se autodescriben, no se adjudican las mismas características; lo que da cuenta de que para estas entrevistadas no existe un solo concepto de ser mujer. Para profundizar en torno a la interpretación que las ejecutivas hacen sobre las divergencias de género entre los desempeños laborales, les pregunté que pensaban acerca de la idea de que las mujeres negocian igual que los hombres y sus respuestas fueron las siguientes: No negociamos igual, pienso que hay características de las mujeres o de los hombres que marcan diferencias. Por ejemplo, los hombres frecuentan comidas y cenas que involucran alcohol, los grandes negocios los cierran con alcohol o en ambientes fuertecitos. La mujer se pone más formal, no se presta al juego de los hombres porque se presta a ideas como que "hasta de puedes acostar por un negocio", o si te pasas un poco de copas te lo toman muy a mal; en cambio esto no pasa con los hombres, ellos se van a cenar y se la siguen y no se los toman a mal, "son hombres"; en cambio las mujeres quieren dar una buena imagen, prefieren ir a comer que a cenar y van directamente al negocio, si van a cenar se “cortan” más temprano. No hay la misma permisividad para los hombres que para las mujeres, si una mujer, en este sentido, hace lo mismo que un hombre va a ser señalada, y si cuidas tu imagen no te lo permites; las mujeres prefieren resolver y negociar en la oficina para evitar "jueguitos" en los que una mujer tiene todas las desventajas (Adriana, ejecutiva, 41 años). Por otro lado, Lucía (ejecutiva, 44 años) sostiene: Es muy relativo, depende de cada persona y no es de hombres o mujeres, seas hombre o mujer tienes que saber negociar con fundamento. Debes tener la misma agresividad, en el buen sentido, y también tener todos los elementos y toda la información que sustenten tu posición, tienes que demostrar porque estas eligiendo tal opción, porque son demasiadas las variables que están en juego como fuertes cantidades de dinero y de inversión de tiempo. Al respecto, Daniela (ejecutiva, 38 años) apunta: No, no negociamos igual, las mujeres, en general, lo hacemos mejor, aunque es necesario especificar de que mujeres hablamos y que edad tienen. La mujer, y esto es cuestión de género, sabe hablar mejor para negociar; las mujeres tenemos la capacidad para ver, pensar, sentir, decir y hacer varias cosas a la vez, en cambio los hombres sólo están en una idea, es más fácil "marear" a los hombres. Estas afirmaciones de las entrevistadas ponen de manifiesto, por un lado, los matices que adoptan sus percepciones en torno a las semejanzas o diferencias en las maneras de trabajar y de negociar de las mujeres y de los hombres; y como la gran mayoría de ellas, sí hallan distinciones en tales maneras. El abordar las divergencias que exponen estas ejecutivas me remite a varias lecturas. Una de ellas concierne a la consideración de la influencia que ejerce la cultura, en las entrevistadas, en su interpretación acerca de quiénes son las mujeres y los hombres, lo cual se ve reflejado en la manera como adjudican atributos de género a las personas en función del sexo al que pertenecen. Otra está dada en términos de la incidencia que tiene la socialización diferenciada según el sexo en la construcción de la identidad genérica de los seres humanos, proceso que genera marcadas distinciones en el pensar, sentir y actuar de las mujeres y de los hombres, mismas que se manifiestan en el ámbito laboral y en todos aquellos espacios en los que interactúan las personas y que han sido observadas por estas ejecutivas. También es necesario tener en cuenta, en estas divergencias que manifiestan las entrevistadas, la presión que ejercen los contextos sociales en la demanda de comportamientos codificados y diferentes para las mujeres y para los hombres. Asimismo, considero necesario especificar que las características de la propia identidad de género de las entrevistadas es otro de los elementos que interviene en su percepción acerca de las diferencias que exponen entre el trabajo de las mujeres y de los hombres, porque ellas hablan desde su ser mujer y esto da lugar a un cúmulo de matices en la apreciación sobre tales diferencias. Y es precisamente el conocer más elementos de la identidad de género de estas ejecutivas, y el saber cuáles son las divergencias que perciben entre los comportamientos laborales de las mujeres y de los hombres, lo que me condujo a preguntarles acerca de su propia imagen y las de sus homólogos. Cuando se les cuestiona qué distinciones encuentran entre su imagen y la de sus homólogos masculinos en su entorno laboral, refieren, en los que concierne a los hombres las siguientes características: ineficientes, no amables, usan más el poder del puesto, menos empeñosos, menos organizados, menos delegadores y que “tienen la imagen de que mantienen a su familia”. Cabe mencionar que una entrevistada no estableció distinciones en términos genéricos sino a nivel individual. Sin embargo, la mayoría de ellas sí perciben diferencias entre ellas y sus homólogos masculinos en el contexto laboral. Aunque son pocas las entrevistadas que en esta comparación de imágenes entre ellas y sus homólogos masculinos se extienden en calificativos a los hombres, cuando sí lo hacen emplean una carga valoral negativa; ya que señalan que son ineficientes, menos organizados, entre otros. En lo que concierne a las cualidades que emplean para dar cuenta de su autoimagen, las ejecutivas precisan: ser eficientes, responsables, confiables, de mentalidad más abierta, el tener mejor presentación, el ser activas, dedicadas, rápidas, agresivas, seguras, cuidadosas, líderes y amables. Además, algunas entrevistadas externaron poseer una imagen de mujer y agregaron: Sin embargo, la imagen de una mujer es cuestionada en el ambiente de trabajo, sobre todo cuando ocupas un buen puesto de ingeniera (Laura, ejecutiva, 28 años). Sofía (ejecutiva, 48 años) señala: Y me exigen más que a los hombres por sus imágenes masculinas, pero tal vez sea por el área que dirijo que es más grande y tiene más proyección que la de mis homólogos. Paula (ejecutiva, 33 años) menciona: Mi presentación femenina origina desconfianza, y siempre he vencido a la desconfianza con mis conocimientos sobre el asunto a tratar. Aunque estas ejecutivas refieran rasgos personales asociados a la feminidad como el ser dedicada, amable, cuidadosa, y poseer una mejor presentación (si esto se asocia con la belleza), también apuntan peculiaridades vinculadas a la masculinidad como el ser eficiente, agresiva, responsable, depositaria de mayor confianza, activa, segura, rápida; además, externan otra serie de rasgos que ofrecen una mayor complejidad para ser ubicados en el orden de las categorías femenino/masculino, pero que también son empleados por las entrevistadas para describir su autoimagen. Sin embargo, las características más frecuentes con las que se describen no son consideradas, en términos de la sociedad, como atributos de género incorporados en la construcción simbólica del ser mujer; en consecuencia, emergen elementos reales que permiten la conceptualización del ser mujer alrededor de rasgos de personalidad, no sólo femeninos, sino también masculinos. En otro nivel de análisis, si se consideran las cualidades que emplean estas ejecutivas para nombrar su imagen, en comparación con las de los hombres que ocupan puestos semejantes en el ámbito del trabajo, como una vía que posibilita un atisbo para acceder a la construcción particular de las identidades de género que estas mujeres han elaborado, se observa que incorporan características que, en la cultura en la que se encuentran, tienen connotaciones femeninas y masculinas, lo cual guarda una vinculación con las posiciones que han ocupado, en los contextos concretos en los que han interactuado. Huelga decir que lo anterior también remite a pensar en cómo las construcciones culturales concernientes a los significados que adopta el ser mujer en la sociedad, son limitadas y limitantes para abordar la diversidad que entraña la diversidad de ideas por medio de las cuales las mujeres plantean su autoimagen. Finalmente, me interesa apuntar que cuando las ejecutivas hablan de su autoimagen, no se adjudican las mismas características con las que describen a otras trabajadoras. Lo que da cuenta de que para estas entrevistadas no existe un sola conceptualización sobre el ser mujer; y, también, de que ellas se perciben de manera diferente a otras mujeres. Esto me remite a considerar la disidencia en la que incurren las ejecutivas en términos del discurso hegemónico sobre la feminidad. Referencias. BORDERÍAS, C. (1996) “Identidad femenina y recomposición del trabajo”. Rodriguez, A; Goñi, B.; y Maguregi, G. (eds.). El futuro del trabajo. Reorganizar y repartir desde la perspectiva de las mujeres, pp. 47-65. Bilbao: Bakeaz y CDEM. LAGARDE, M., (1990). Cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México: Universidad Nacional Autónoma de México. MARTINEZ, A. I., (1993) "La identidad femenina: crisis y construcción". Tarrés, M. L. (comp.). La voluntad de ser, pp. 65-84. México: El Colegio de México. PEARSON, J. C.; TURNER, L. H. ; Y TODD-MANCILLAS, W. (1993). Comunicación y género. Barcelona: Ediciones Paidós: comunicación.