María, nuestra Madre Curso de Iniciación Teológica I Heraldos del Evangelio Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 1 María, nuestra Madre Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 2 María, nuestra Madre Ficha nº 1 ¿Qué es la oración? (C.I.C. nn. 2558-2565) P ara mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscritos C, 25r: Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390). La oración como don de Dios 2559 “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9). 2560 “Si conocieras el don de Dios”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4). 2561 “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1). La oración como Alianza 2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana. 2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 3 María, nuestra Madre Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza. 2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre. La oración como comunión 2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es “la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con Él. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21). Ficha nº 2 La importancia de la oración (San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la Oración, Ediciones Alonso, Madrid, 1979, pp. 3-5) H ablo así, porque veo, por una parte, la absoluta necesidad que tenemos de la oración, tan inculcada en las sagradas Escrituras y por todos los Santos Padres; y por otra, el poco cuidado que los cristianos tienen en practicar este gran medio de salvación. Y lo que me aflige todavía más es ver que los predicadores y confesores poco hablan de esto a sus auditorios y a sus penitentes; y que los libros piadosos que andan hoy en manos de los fieles no hablan abundantemente de este tema, pese a que todos los predicadores, confesores y todos los libros no deberían insistir en otra cosa con la mayor premura y calor que ésta de la oración. Por cierto que ellos inculcan tantos buenos medios para el alma de conservarse en gracia de Dios, la huida de las ocasiones, la frecuencia de los sacramentos, la resistencia a las tentaciones, el oír la palabra de Dios, el meditar las Máximas Eternas y muchos otros más. ¿Quién niega que sean todos ellos utilísimos para ese fin? Pero, digo yo, ¿de qué sirven las prédicas, las meditaciones y todos los otros medios que dan los maestros de la vida espiritual sin la oración, cuando el Señor ha dicho que no quiere conceder sus gracias sino al que reza? “Petite et accipietis – Pedid y recibiréis”. Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 4 María, nuestra Madre Sin oración, según los planes ordinarios de la providencia, inútiles serán las meditaciones, nuestros propósitos y nuestras promesas. Si no rezamos seremos infieles a las gracias recibidas de Dios y a las promesas que hemos hecho en nuestro corazón. La razón de esto es que para hacer en esta vida el bien, para vencer las tentaciones, para ejercitarnos en la virtud, en una sola palabra, para observar totalmente los mandamientos de Dios, no bastan las gracias recibidas ni las consideraciones y propósitos que hemos hecho, se necesita sobre todo la ayuda actual de Dios y esta ayuda actual no la concede Dios Nuestro Señor sino al que reza y persevera en la oración. Lo probaremos más adelante. Las gracias recibidas, las meditaciones que hemos concebido sirven para que en los peligros y tentaciones sepamos rezar y con la oración obtengamos el socorro divino que nos Preserva del pecado, pero si en esos grandes peligros no rezamos, estamos perdidos sin remedio. Ficha nº 3 Las fuentes de la oración (C.I.C., nn. 2652-2660) E l Espíritu Santo es el “agua viva” que, en el corazón orante, “brota para vida eterna” (Jn 4, 14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo. Ambrosio, De officiis ministrorum, 1, 88). 2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: “Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (Guido El Cartujano, Scala claustralium, 2, 2). La Palabra de Dios La Liturgia de la Iglesia 2653 La Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles [...] la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8) [...]. Recuerden que a la lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (DV 25; cf. San 2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando la Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 5 María, nuestra Madre oración se vive “en lo secreto” (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf Institución general de la Liturgia e las Horas, 9). Las virtudes teologales 2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar. 2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza en Dios: “En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” (Sal 40, 2). “El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). 2658 “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5). La oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como Él nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración: «Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente [...] Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro» (San Juan María Vianney, Oratio, [citado por B. Nodet], Le Curé d'Ars. Sa pensée-son coeur, p. 45). “Hoy” 2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la Palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: “¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 95, 7-8). 2660 Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 6 María, nuestra Madre levadura con la que el Señor compara el Reino (cf Lc 13, 20-21). Ficha nº 4 Los elementos de la oración (Santo Tomás de Aquino, Escritos Catequísticos) T iene las que se oración, confiada, devota y humilde. cinco cualidades requieren en la que ha de ser recta, ordenada, A) La oración debe ser confiada, de forma que nos acerquemos confiadamente al Trono de gracia, según se dice en Heb 4. Tampoco ha de presentar fallos en la fe: "Que pida con fe, sin vacilación alguna" (Iac 1,6). Pues bien, esta oración ofrece a la confianza segurísimo fundamento: ha sido compuesta por nuestro Abogado, que es el más sabio orante, en quien se encuentran todos los tesoros de la sabiduría (Col 2), y del que se ha escrito: "Tenemos ante el Padre un abogado, Jesucristo, el justo" (1 Jn 2,1); por lo cual comenta Cipriano en su libro De Oratione Dominica: "Teniendo a Cristo como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al suplicar por nuestros delitos usemos las palabras de nuestro abogado". Cimenta también firmemente la confianza el hecho de ser El mismo quien nos enseñó esta oración, quien juntamente con el Padre la escucha: "Clamará a mí, y yo lo oiré" (Ps 90,15); Cipriano: "Amistosa, familiar y devota oración, el rogar al Señor empleando sus propias expresiones". Por consiguiente, de ella jamás se sale sin provecho, pues por la misma se perdonan los veniales, como dice Agustín. pecados B) Nuestra oración debe ser también recta, de manera que quien ora, pida a Dios lo que de veras le conviene. El Damasceno puntualiza: "Orar es pedir a Dios cosas que están bien". Y muchas veces la oración no es escuchada porque se piden cosas que no lo están: "Pedís y no recibís, porque pedís mal" (Iac 4,3). Por otra parte, es muy difícil saber lo que tenemos que pedir, por ser sumamente difícil conocer qué es lo que debemos desear; las cosas que en la oración se imploran lícitamente, lícitamente se desean; en consonancia con esto dice el Apóstol: "Nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rom 8,26). Sin embargo, tenemos por maestro a Cristo, a quien corresponde enseñarnos lo que hemos de pedir. Los discípulos le dijeron: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1). Por consiguiente, las cosas que El nos indicó, se piden con toda rectitud. Y así, comenta Agustín: "Si nuestra oración es recta y atinada, cualesquiera sean las palabras que empleemos, no haremos otra cosa que repetir lo que ya se encuentra en la oración dominical". C) La oración además debe ser ordenada, como los deseos, dado que ella es intérprete de nuestros anhelos. El orden razonable consiste en anteponer, Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 7 María, nuestra Madre en los deseos y en las súplicas, lo espiritual a lo material, las cosas del cielo a las de la tierra: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33). También a guardar el orden nos enseñó Cristo en esta oración: en ella se piden las cosas celestiales en primer lugar, y luego las terrenas. D) Ha de ser devota la oración, porque la unción de la devoción hace que el sacrificio de la súplica sea agradable a Dios: "En tu nombre elevaré mis manos: empápese mi alma como de grasa y untura" (Ps 62,5-6). La devoción muchas veces se ve blanqueada por la palabrería en la plegaria; por eso el Señor nos aconsejó evitar la verbosidad superflua: "Al orar no habléis mucho" (Mt 6,7). Y Agustín en su Ad Probam: "Ahórrense en la oración las muchas palabras; pero no falte la apelación intensa, si la voluntad persevera ferviente". Por ello, el Señor compuso breve esta oración. La devoción nace de la caridad, que es amor a Dios y al prójimo. En la oración dominical se ponen de manifiesto ambos amores: el primero cuando llamamos Padre a Dios; el segundo cuando rogamos por todos en general, diciendo: "Padre nuestro, ...perdónanos nuestras deudas", pues es el amor al prójimo el que nos impulsa a expresarnos así. E) Finalmente la oración tiene que ser humilde: "Atendió a la oración de los humildes" (Ps 101,18); parábola del fariseo y del publicano (Lc 18); "Siempre te agradó la súplica de los humildes y de los mansos" (Idt 9,16). Y en esta plegaria se observa la humildad, pues humildad auténtica hay cuando uno nada fía en sus propias fuerzas, sino que espera alcanzarlo todo del poder divino. Ficha nº 5 Excelencia de la oración y su poder ante Dios (San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la Oración, Ediciones Alonso, Madrid, 1979, pp. 8-9). T an gratas a Dios son nuestras plegarias que ha querido que sus santos ángeles se las presenten, apenas se las dirigimos. Lo dice San Hilario: Los ángeles presiden las oraciones de los fieles y diariamente las ofrecen al Señor. Y ¿qué son las oraciones de los santos, sino aquel humo de oloroso incienso que subía ante el divino acatamiento y que los ángeles ofrecían a Dios, como vio San Juan? Y el mismo Santo Apóstol escribe que las oraciones de los santos son incensarios de oro llenos de perfumes deliciosos y gratísimos a Dios. Para mejor entender la excelencia de nuestras oraciones ante el divino acatamiento bastará leer en las Sagradas Escrituras las promesas que ha hecho el Señor al alma que reza, y eso lo mismo en el antiguo que en el nuevo Testamento. Recordemos algunos textos nada más: Invócame en el día de la tribulación ...Llámame y yo te libraré Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 8 María, nuestra Madre ... Llámame y yo te oiré ...Pedid y se os dará ... Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Cosas buenas dará mi Padre que está en los cielos a aquel que se las pida ... Todo aquel que pide, recibe ... Lo que queráis, pedidlo, y se os dará. Todo cuanto pidieren, lo hará mi Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y se hará sin falta. Si algo pidiéreis en mi nombre, os lo concederá. Y como éstos muchos textos más que no traemos aquí para no extendemos más de lo debido. Quiere Dios salvarnos, mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores. Por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado. Así afirma San Juan Crisóstomo: Cierto es que somos muy débiles y los enemigos muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues, podremos hacerles frente y derrotarlos? Responde el Apóstol animándonos a la lucha con estas palabras: Todo lo puedo con Aquel que es mi fortaleza. Todo lo podemos con la oración; con ella nos dará el Señor las fuerzas que necesitarnos, porque, como escribe Teodorato, la oración es una, pero omnipotente. San Buenaventura asegura que con la oración podemos adquirir todos los bienes y libramos de todos los males. Ficha nº 6 Dios nos da una gran merced por medio de la oración (P. Alonso Rodríguez, Ejercicios de Perfección y Virtudes Cristianas, Editorial Testimonio, Madrid, 2003, Parte primera, tratado 5º, cap. 3, pp. 315-316) R azón será que consideremos y ponderemos aquí la grande y singular merced que el Señor nos hizo, que con ser la oración una cosa de suyo tan alta y tan excelente, por sernos por otra parte tan necesaria, nos la hizo tan fácil a todos, que siempre está en nuestra mano tenerla, y en todo lugar y en todo tiempo la podemos tener. Cerca de mí está la oración para hacerla a Dios, que me da la vida, dice el profeta David (Sl. 41, 9). Nunca se cierran aquellas puertas de la misericordia de Dios, sino a todos están patentes y abiertas en todo tiempo y a toda hora: siempre le hallaremos desocupado y deseoso de hacernos el bien, y aún solicitándonos a que le pidamos. Es muy buena consideración la que se suele traer a este propósito: si sola una vez en el mes diera Dios licencia para que todos los que quisiesen pudiesen entrar a hablarle, y que les daría audiencia de muy buena gana, y les haría mercedes, era de estimar en mucho, pues se estimaría si lo ofreciese un rey temporal: pues ¿cuánto más es razón que estimemos el ofrecernos y convidarnos Dios con esto, no solamente una vez en el mes, sino cada día, y muchas veces al día? […] No se enfada Dios de que le pidan, como los hombres, porque no es como ellos, que se empobrecen cuando dan. Porque todo aquello que el hombre da a otro, eso le queda menos a él; y domo Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 9 María, nuestra Madre va dando, va quitando de sí; y como va enriqueciendo a quien da, se va empobreciendo a sí, y por eso los hombres se enfadan cuando les piden, y si una vez o dos dan de gana, a la tercera se cansan y no dan, o dan de manera que no les pidan más. Pero Dios, como dice el apóstol San Pablo (Rm. 10, 12) es rico para con todos los que lo invocan. […] Y como su riqueza es infinita, así su misericordia es infinita para remediar las necesidades de todos, y desea que le pidamos y que acudamos a Él muy a menudo. Ficha nº 7 Dios nos concede todos los socorros necesarios para la santificación y salvación de nuestra alma (P. Thomas de Saint-Laurent, El libro de la Confianza) C iertas almas, angustiadas, dudan de su salvación. Recuerdan en demasía sus faltas pasadas y piensan en las tentaciones tan violentas que nos asaltan con frecuencia a todos. Y olvidan la bondad misericordiosa de Dios. Esa angustia se puede convertir en una verdadera tentación de desesperación. Siendo aún joven, San Francisco de Sales conoció una probación semejante. Temblaba pensando no ser predestinado al cielo. Pasó varios meses en ese martirio interior. Una oración heroica lo liberó. El Santo se postró ante el altar de María y suplicó a la Virgen que le enseñase a amar a su Hijo con una caridad tanto más ardiente sobre la tierra cuanto él temía no poder amarle durante la eternidad. cometerlo, siempre podemos reconciliarnos con Dios. Un acto de sincera contrición hecho en seguida nos purificará a la espera de la confesión obligatoria, que es conveniente hacerla sin tardanza. Está claro que la pobre voluntad del hombre debe desconfiar de su flaqueza. Pero el Salvador nunca rehúsa darnos la gracia de la que carecemos. Además, hará todo lo posible para ayudarnos en la empresa tan importante de nuestra salvación. Es la gran verdad que Jesús escribió con su sangre y que ahora vamos a releer juntos en la historia de su Pasión. En esa clase de sufrimientos hay una fe verdadera que nos debe consolar inmensamente. Solo nos perderemos si cometemos pecado mortal. ¿Has reflexionado alguna vez en cómo pudieron los judíos apoderarse del nuestro Salvador? ¿Crees por casualidad que lo consiguieron por su astucia o por su fuerza? ¿Puedes imaginar que, en medio de la gran tormenta, Jesús fue vencido porque era el más débil? Pero ese pecado siempre podemos evitarlo y, si tenemos la desgracia de Seguramente no. Los enemigos no podían nada contra Él. En más de una Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 10 María, nuestra Madre ocasión, durante los tres años de sus predicaciones habían intentado matarlo. En Nazaret, por ejemplo, quisieron lanzarlo por un precipicio . En otras ocasiones, prepararon piedras para lapidarlo. Sin embargo, siempre la Sabiduría divina deshizo los planes de esa impía cólera. La fuerza soberana de Dios retuvo sus brazos y Jesús siempre se alejó tranquilamente, sin que nadie pudiese hacerle el menor mal. En Getsemaní , al decir simplemente su nombre a los soldados del templo que venían a apoderarse de su sagrada persona, todos cayeron por tierra, tomados de un extraño pavor. Los soldados solo pudieron levantarse cuando Él les dio permiso. Si entonces fue crucificado, si fue inmolado, fue porque así lo quiso en la plenitud de su libertad y de su amor por nosotros. “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca” . Si el Maestro derramó sin dudar toda su sangre por nosotros, ¿cómo podría rehusarnos las gracias que nos son absolutamente necesarias y que Él mismo nos mereció por medio de sus dolores? Esas gracias, Jesús se las ofreció misericordiosamente a las almas más culpables durante su dolorosa Pasión. Dos Apóstoles habían cometido un crimen enorme y a ambos les ofreció el perdón. Judas lo traicionó y le dio el beso hipócrita. Jesús le habla con tierna dulzura, le llama amigo, busca, a fuerza de caridad, mover ese corazón endurecido por la avaricia. “Amigo, ¿a qué vienes?” “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” Es la última gracia que el Maestro da al ingrato. Gracia de tal magnitud que jamás la mediremos en toda su intensidad. Sin embargo, Judas la rechazó. Se pierde porque formalmente él así lo prefiere. Pedro creía que era muy fuerte. Juró acompañar al Maestro hasta la muerte, pero le abandona cuando lo ve en manos de los soldados. Solo lo sigue de lejos. Entra temblando en el patio del palacio del Sumo Sacerdote. Niega a su Señor por tres veces, porque teme las burlas de una criada. Canta el gallo… y Jesús se vuelve, fijando sobre el apóstol los ojos llenos de misericordia y de dulce censura. Se cruzan sus miradas. Era la gracia, una gracia fulminante que trasmitía por la mirada hacia Pedro. El apóstol no la rechazó. Salió inmediatamente fuera y lloró su falta con amargura. Así, igual que a Judas y a Pedro, Jesús siempre nos ofrece gracias de arrepentimiento y conversión. Podemos aceptarlas o rechazarlas. ¡Somos libres! Nos toca a nosotros decidir entre el bien y el mal, entre el cielo o el infierno. Nuestra salvación está en nuestras manos. El Salvador no solo nos ofrece sus gracias, sino que hace más: intercede por nosotros junto al Padre celestial. Le recuerda los dolores sufridos por nuestra Redención y toma nuestra defensa ante Él, disculpando nuestras Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 11 María, nuestra Madre faltas. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” . A lo largo de la Pasión el Maestro tenía tal deseo de salvarnos que no cesaba ni un solo instante en pensar en nosotros. En el Calvario, dirige su última mirada hacia los pecadores: pronuncia en favor del buen ladrón una de sus últimas palabras. Extiende sus brazos en la Cruz para hacer patente con qué amor acoge en su Corazón amantísimo todo arrepentimiento. Ficha nº 8 Tres beneficios produce la oración (Santo Tomás de Aquino, Escritos Catequísticos) E n primer lugar es un remedio eficaz y útil contra los males. Libra de los pecados cometidos. "Tú perdonaste la impiedad de mi pecado; por esta impiedad todo santo te rogará a ti" (Ps 31,5-6). Oró el ladrón en la Cruz, y obtuvo perdón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). Oró el publicano, y volvió justificado a su casa (Lc 18). Libra asimismo del temor de los pecados futuros, de las tribulaciones, de las tristezas. "¿Hay alguno triste entre vosotros? Que ore" (Iac 5,13). Libra de las persecuciones y de los enemigos. "En vez de amarme, hablaban mal de mí; pero yo hacía oración" (Ps 108,4). deseos. "Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis" (Mc 11,24). Si no somos escuchados, es porque no pedimos con insistencia: "Es necesario orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1); o porque no pedimos lo que más conviene a nuestra salvación: "Bueno es el Señor, que a veces no nos da lo que queremos, para darnos lo que preferiríamos" (Agustín). Esto se ilustra con lo ocurrido a San Pablo, quien tres veces pidió verse libre de su espina, y no fue atentido" (2 Cor 12). C) En tercer lugar es útil porque nos familiariza con Dios. "Suba mi oración con incienso en tu presencia" (Ps 140,2). B) En segundo lugar es eficaz y útil para lograr la consecución de todos los Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 12 María, nuestra Madre Ficha nº 9 Cómo preparar el espíritu para que tenga fruto la oración (Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid; Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 39-40) A ntes de rezar es preciso, pues, que preparemos nuestro espíritu, poniéndolo delante de las verdades que hacen que nuestra oración tenga alimento. De lo contrario, rezaremos de forma completamente mecánica. Generalmente rezamos así: pam, pam, pam; cumplimos con la lista y seguimos adelante. Yo no censuro esto, pues muchas veces no hay más remedio que rezar así. Pero no puede ser lo normal. Entonces, otro punto de nuestro examen de conciencia es el siguiente: ¿preparo mi espíritu para la oración con las verdades que llevan a rezar bien? ¿Procuro, antes de rezar, poner bien clara ante mí la idea de que Dios puede modificarme, de que sabe cómo modificarme, de que tiene el poder de modificarme? Dios quiere nosotros ser importunado por La condición para conseguir algo, es pedirlo; y la condición para que mi petición sea atendida es la inoportunidad, una virtud evangélica tan recomendada por Nuestro Señor. Él mismo cuenta aquella parábola que, no sé por qué, se explica o se expone mucho menos que otras: la del hombre que va a pedir unos panes al amigo que está durmiendo. “Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y desde dentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario” (Lc. 11, 5-8). Esta es la imagen que Dios da de Sí mismo para mostrarnos cuánto quiere ser importunado. De esta forma nos pide, no que recemos poco pero bien – como solemos creer –; sino que recemos mucho, que seamos pesados, que nos quejemos. Si Dios tarda en atender, pidamos con más insistencia, porque acabará siendo de una generosidad aún mayor. Si yo, antes de rezar, me acuerdo de que Dios quiere curarme y sabe cómo hacerlo, y de que la condición para ello es ser inoportuno, me daré cuenta con cuanta insistencia necesito pedir. Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 13 María, nuestra Madre He de pedir por mediación de la Virgen María, porque sin Ella no consigo nada, no merezco nada, estoy perdido. En cambio, por su intercesión, lo consigo todo. Ficha nº 10 La vía regia de la vida esperitual (Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid; Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 47-49) C onsideremos esta frase de Nuestro Señor: “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre os lo dará en mi nombre” (Jn. 16, 23). […] El Santo Obispo de Hipona dice que la expresión “en verdad, en verdad” es una especie de juramento. Nuestro Señor quiso de tal manera acentuar el sentido exacto de sus palabras que llegó a usar esta frase: “En verdad, en verdad os digo”, es decir, “os juro que esto es así”1 . Esto fue lo que Nuestro Señor Jesucristo juró: “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre”. Es como si Nuestro Señor dijera: “Ánimo, pecadores amadísimos, no os impidan recurrir a vuestro Padre celestial y confiar que tendréis la salvación eterna, si de veras la deseáis. No tenéis méritos para alcanzar las gracias que pedís, más bien, por vuestros deméritos, solo castigos merecéis. Pero seguid mi consejo, id a mi Padre en nombre mío y por mis méritos. Pedidle las gracias que deseáis… Yo os lo prometo. Yo os lo juro, que esto precisamente significa la fórmula que emplea: en verdad, en verdad os digo (según San Agustín), cuanto a mi Padre pidiereis, Él os lo concederá” (San Alfonso María de Ligorio, el Gran medio de la Oración, Ediciones Alonso, Madrid, 1979, pp. 5-6). 1 Difícilmente habrá, pues, mejor oración que esta: “Padre Eterno, acordaos de las promesas de vuestro Hijo. En nombre de Vuestro Divino Hijo os lo pido: dadme tal cosa”. La vía regia de la vida espiritual “Pedid y se os dará”. Comprendo que es muy difícil que interioricemos bien esta verdad y nos situemos en esta perspectiva. Nuestro Señor, en su Sabiduría Infinita, se da cuenta de esto mucho mejor que nosotros. La prueba está en su insistencia. En la Sagrada Escritura se encuentran un gran número de promesas semejantes. Dios sabe que los hombres tienen poca propensión a pedir por toda clase de razones: por querer hacer las cosas personalmente; por querer escalar el Cielo mediante el propio esfuerzo y no por la gracia de Dios; por no querer creer en la misericordia divina; en fin, por niñerías de los más diversos géneros. Pero, fíjense bien: este es el punto más importante en la batalla de la vida espiritual. Si pedimos efectivamente la Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 14 María, nuestra Madre gracia de interiorizar esa verdad – porque esa gracia es también preciso pedirla; no basta con un ejercicio mental para asimilarla – la Virgen María nos dará el resto. No hay ninguna duda. Esa es la vía regia de la vida espiritual. Ficha nº 11 Para ser atendidos por Dios no es preciso que seamos buenos (Plinio Corrêa de Oliveira, Comentarios al libro El gran medio de la oración; Madrid; Ed. Fernando III, el Santo; 1997; pp. 50) S an Alfonso de Ligorio, como buen maestro de la vida espiritual, no insiste tanto en lo que acabo de decir, sino en un punto más sutil. Nuestro Señor dijo de diversas formas que, para ser atendido, no es preciso ser bueno. Es preciso ser inoportuno. San Alfonso cita aquella parábola del Evangelio en la que un hombre se halla acostado en la cama cuando alguien viene y le pide pan. Él no se lo quiere dar pero, a fin de cuentas, acaba cediendo ante la fuerza de la insistencia. El Santo Doctor hace una excelente exégesis de las palabras con las que esta parábola está escrita. Muestra que nos ha sido dada para probar cómo el pecador, sin ser amigo de Dios, puede conseguir aquello que pide, mediante la importunidad. “Yo les aseguro– son las palabras finales de Nuestro Señor en la parábola –que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario”(Lc. 11, 8). San Alfonso lo deja muy claro: “que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo”, lo hará por causa de su importunidad. Es decir, para pedir, no es necesario estar en estado de gracia. Para conseguir que Dios nos abra la puerta, basta con ser inoportuno. Está dicho en el Evangelio con estas palabras y así ha sido comentado por un Doctor de la Iglesia de la talla de San Alfonso María de Ligorio. Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 15 María, nuestra Madre Curso de Iniciación Teológica I – Heraldos del Evangelio Página 16