mysterium fidei - Biblioteca del Congreso Nacional de Chile

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Paulo VI
MYSTERIUM FIDEI
Mensaje de Orvieto
al mundo de hoy
Homilía en el Congreso
Eucaristico Nacional de Pisa
Radiomensaje al VII
Congreso Eucaristico del Perú
ep
El Misterio de Fe, es decir, el
inefable don de la Eucaristía, la
Iglesia lo ha recibido del Espíritu Santo, su Esposo, como prenda
de su inmenso amor, lo ha guard a d o siempre religiosamente com o el tesoro más prec ioso y ahora el Concilio Ecuménico Vadearío II le ha tributado una nueva v
solemnísima profesión de le.
P o r q u e si la sagiada liturgia
ocupa el primer puesto n i la vida de la Iglesia, el misteiio eucarístico es como el corazón y el centro de la sagrada liturgia, en m a n to es la f u e n t e de la vida, que nos
p t u i l i e a y nos fortalece de modo
q u e vivamos 110 ya p;fra nosouos,
sino para Dios, y nos unamos entre nosotros mismos con estrechísima caridad.
Es, pues, necesario q u e nos acerquemos,
particularmente
a
este
misterio, con humilde reverencia,
no
buscando
razones
humanas,
q u e deben callar, sino adheriendo f i r m e m e n t e a la
Revelación
divina.
Paulo VI.
MYSTERIUM FIDEI
Carta Encíclica de Su Santidad Paulo VI al
Episcopado, clero y fieles de todo el mundo.
EDICIONES P A U L I N A S
T r a d u c c i ó n castellana de la
Oficina d e Prensa del Vaticano.
HIJAS
DE
Vicuña Mackenna 6299
SAN
-
PABLO
Casilla 3429
-
Santiago
C A R T A E N C I C L I C A DE SU S A N T I D A D
P A U L O VI AL E P I S C O P A D O , C L E R O Y
FIELES DE T O D O E L M U N D O
A los venerables hermanos, patriarcas, p r i mados, arzobispos, obispos y a los otros
ordinarios de lugar q u e están en paz y
comunión con la sede apostólica, y al clero
y fieles cristianos de todo el m u n d o
P A U L O , PP. VI
Venerables
hermanos y amados hijos:
y bendición
apostólica.
salud
Venerables hermanos:
El misterio de fe, es decir, el inefable don
de la Eucaristía, la Iglesia lo h a recibido del
Espíritu Santo, su Esposo, como prenda de
su inmenso amor, lo ha g u a r d a d o siempre
religiosamente como el tesoro más precioso
y ahora el Concilio Ecuménico Vaticano I I
le ha tributado u n a nueva y solemnísima
profesión de fe.
En efecto, los Padres del Concilio, al tratar de restaurar la sagrada liturgia, en su
solicitud pastoral en favor de la Iglesia u n i versal, nada han tenido tan en el corazón
como exhortar a los fieles a q u e con entera
3!)
fe y suma piedad participen activamente en
la celebración de este sacrosanto misterio, lo
ofrezcan j u n t a m e n t e con el sacerdote como
sacrificio a Dios por la salvación propia y de
todo el m u n d o y se n u t r a n de él como alim e n t o espiritual.
P o r q u e si la sagrada liturgia ocupa el prim e r puesto en la vida de la Iglesia, el misterio eucarístico es como el corazón y el centro de la sagrada liturgia, en cuanto es la
f u e n t e de la vida que nos purifica y nos fortalece de modo q u e vivamos n o ya para nosotros, sino para Dios, y nos u n a m o s entre
nosotros mismos con estrechisima caridad.
Y para q u e se haga evidente Ja í n t i m a
conexión entre la fe y la piedad, los Padres
del Concilio, c o n f i r m a n d o la doctrina q u e la
iglesia siempre h a sostenido y enseñado y el
Concilio de T r e n t o d e f i n i ó solemnemente,
juzgaron q u e era o p o r t u n o anteponer, al tratar del sacrosanto misterio de la Eucaristía,
esta síntesis de verdades: " N u e s t r o Salvador,
en la última cena, la noche de su traición,
instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, para p e r p e t u a r así el sacrificio
de la cruz a lo largo de los siglos hasta su
vuelta, confiando de este m o d o a su amada
Esposa, la Iglesia, el m e m o r i a l de su muerte
y de su resurrección; sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascua], en el cual se come a Cristo,
el alma se llena de gracia y se nos d a la prenda de la gloria f u t u r a " (Constit. De Sacra
Liturgia, c. 2, n. 47; A. A. S. LVI, 1964,
p. 113).
3!)
Con estas palabras se enaltecen a u n mism o tiempo el sacrificio que pertenece a la
esencia de la misa que se celebra cada día
y el sacramento. Al participar de él los fieles
por la sagrada comunión, comen la Carne y
beben la Sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es una anticipación de la vida eterna
y la medicina de la i n m o r t a l i d a d , según las
palabras del Señor: "El que come mi Carne
v bebe mi Sangre tiene la vida eterna, y Yo
le resucitaré en el ú l t i m o d í a " (Jn. 6, 55).
Así, pues, de la restauración de la sagrada
liturgia Nos esperamos f i r m e m e n t e q u e brotarán copiosos frutos de piedad eucarística,
para que la santa Iglesia, levantando esta saludable enseña de piedad, avance cada vez
más hacia la perfecta u n i d a d (cfr. In. 17,
23) e invite a todos cuantos se glorian del
n o m b r e cristiano a la u n i d a d de la fe y de
la caridad y los atraiga suavemente b a j o la
acción de la divina gracia.
Nos parece que entrevemos estos frutos y
como q u e gustamos ya sus primicias en la
alegría manifiesta y en la p r o n t i t u d de ánimo con q u e los hijos de la Iglesia Católica
han acogido la constitución de la sagrada
liturgia y su instauración; y asimismo en
muchas y bien escritas publicaciones destinadas a investigar más p r o f u n d a m e n t e y a conocer con mayor f r u t o la doctrina en torno
a la santísima Eucaristía, especialmente en lo
que se refiere a su conexión con el misterio
de la Iglesia.
T o d o esto es para Nos motivo de n o poco
consuelo y gozo, y el comunicároslo es u n
3!)
grati placer, venerables hermanos, para q u e
también vosotros, con Nos, deis gracias a
Dios, dador de todo bien, quien, con su Espíritu, gobierna a la Iglesia y la fecunda con
creciente virtud.
Motivos de solicitud
y de ansiedad
pastoral
Con todo, venerables hermanos, no faltan,
precisamente en la materia de que estamos
hablando, motivos de grave solicitud pastoral y de ansiedad, acerca de los cuales la
conciencia de nuestro deber apostólico no
nos permite callar.
En efecto, sabemos ciertamente q u e entre
los que h a b l a n y escriben de este sacrosanto
misterio, hay algunos q u e divulgan ciertas
opiniones acerca de las misas privadas, del
dogma de la transubstanciación y del culto
eucarístico, que t u r b a n las almas de los fieles, engendrándoles n o poca confusión en las
verdades de la fe, como si fuese lícito a
cualquiera echar en olvido la doctrina definida ya por la Iglesia e interpretarla de modo que el genuino significado de las palabras o la reconocida fuerza de los conceptos
q u e d e n enervados.
No se puede,
ejemplo, exaltar
munitaria", que
ni insistir t a n t o
m e n t a l como si
3!)
en efecto, por poner un
tanto la misa llamada "cose descarte la misa privada;
en la razón de signo sacrael simbolismo, que todos
ciertamente admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el m o d o de
la presencia de Cristo en este sacramento; o
discutir acerca del misterio de la transubslanciación sin decir u n a p a l a b r a de la admirable conversión de toda la substancia del
pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la
substancia del vino en su Sangre, de que
habla el Concilio de T r e n t o , de suerte q u e
queden limitadas solamente, como dicen, a
lí, "transigniücación" y "transfinalización";
o, finalmente, p r o p o n e r y llevar a la práctica la opinión según la cual en las hostias
consagradas que q u e d a n después de la celebración del sacrificio de la misa Nuestro Señor Jesucristo no estaría ya presente.
Cualquiera ve cuánto d a ñ o reciben de
estas opiniones y de otras semejantes que se
divulgan la fe y el culto de la divina Eucaristía.
Así, pues, para que la esperanza suscitada
por el Concilio dé una nueva luz de piedad
eucarística que i n u n d e a toda la Iglesia, n o
sé vea frustrada por los gérmenes ya esparcidos de falsas opiniones, hemos decidido hablar con vosotros, venerables hermanos, de
este grave tema y comunicaros acerca de él
nuestro pensamiento con autoridad apostólica.
Ciertamente, Nos 110 negamos a los que
divulgan tales opiniones el deseo nada desprec'able de escrutar y desentrañar las inagotables riquezas de tan gran misterio y
descubrir su sentido a los hombres de nuestra época; más aún, reconocemos y aproba3!)
mos este deseo; pero no podemos aprobar las
opiniones q u e defienden, y sentimos el deber de avisar del gran peligro que esas opiniones constituyen para la recta fe.
La sagrada Eucaristía
es un misterio
de fe
Ante todo queremos recordar u n a verdad,
de vosotros bien sabida, ero muy necesaria
para eliminar todo veneno de racionalismo;
verdad que muchos católicos h a n sellado con
su propia sangre y q u e célebres Padres y
Doctores de la Iglesia h a n profesado y enseñ a d o constantemente, esto es, q u e la Eucaristía es un altísimo misterio, más aún, hablando con propiedad, como dice la sagrada
liturgia, el misterio de fe: "Efectivamente,
en sólo él, como muy sabiamente dice nuestro predecesor, León X I I I , de feliz memoria,
se contienen con singular riqueza y variedad
de milagros todas las realidades sobrenaturales" (Carta encíclica Mirae Caritatis; Acta
Leonis X I I I , vol. X X I I , 1902-1903, p. 122).
Es, pues, necesario q u e nos acerquemos,
particularmente a este misterio, con h u m i l d e
reverencia, no buscando razones humanas,
q u e deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina.
San J u a n Crisóstomo, q u i e n , como sabéis,
trató con p a l a b r a tan elevada y con tanta
penetración de piedad del misterio eucarístico, instruyendo en u n a ocasión a sus fieles
acerca de esta verdad, se expresó en estos
3!)
apropiados términos: "Inclinémonos ante
Dios; y no le contradigamos, a u n cuando lo
q u e El dice pueda parecer contrario a nuesu'a razón y a nuestra inteligencia, sino que
su palabra prevalezca sobre nuestra razón e
inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al misterio (eucarístico), no considerando solamente lo que cae b a j o los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porq u e su palabra n o puede e n g a ñ a r " • (In
Matth., homil. 82, 4; Migne, P. G., 58, 743).
Idénticas afirmaciones h a n hecho con frecuencia los Doctores escolásticos. Q u e en este
sacramento esté presente el C u e r p o verdadero y la Sangre verdadera de Cristo, " n o se
puede percibir con los sentidos —como dice
Santo Tomás—, sino sólo con la fe, la cual
se apoya en la autoridad de Dios. Por esto,
c o m e n t a n d o el paso de San Lucas 22, 19,
H o c est Corpus m e u m q u o d p r o vobis traj e tur (Esto es mi Cuerpo, q u e será entregado por vosotros), Cirilo dice: No dudes si
esto es verdad, sino más bien acepta con fe
las palabras del Salvador: porque, siendo El
la verdad, no miente" (Summ. Theol., l i a . q.
75, a. 1 c ) .
Por eso, haciendo eco al Doctor Angélico,
el pueblo cristiano canta frecuentemente:
"Visus tactus gustus in te fallitur, sed a u d i t u
solo tuto creditur: credo q u i d q u i d dixit Dei
Filius, nil hoc Verbo veritatis verius" (En
ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo lo
q u e ha dicho el H i j o de Dios, pues no hay
3!)
n a d a más verdadero q u e la Palabra de la
verdad).
Más aún. San B u e n a v e n t u r a afirma: " Q u e
Cristo esté en el sacramento como signo, no
ofrece n i n g u n a dificultad; pero que esté verdaderamente en el sacramento, como en el
cielo, he aquí la grandísima dificultad; creer,
pues, esto es muy m e r i t o r i o " (In IV Sent.,
dist. X, P. 1. a. I. q. I; O p e r O m n „ t. IV, Ad
claras Aquas, 1889, p. 217).
Por lo demás, esto mismo insinúa el
Evangelio c u a n d o cuenta q u e muchos de los
discípulos cíe Cristo, después de haber oído
q u e h a b í a n de comer su Carne y beber su
Sangre, volvieron las espaldas al Señor dic endo: " D u r o es este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?". Pero Pedro, por el contrallo, al preguntarle Jesús si también los Doce
se q u e r í a n marchar, a f i r m ó pronta y firmemente su fe y la de Jos apóstoles, d a n d o esta
admirable respuesta: "Señor, ¿a quién vamos
a ir? T ú tienes palabras de vida e t e r n a "
(Jn. 6, 61-69).
Es, pues, lógico que al investigar este misterio sigamos como una estrella al magisterio
ce la Iglesia, al que el divino R e d e n t o r ha
confiado la Palabra de Dios, escrita y transmitida oralmente para q u e la custodie y la
interprete, convencidos de q u e " a u n q u e no
se indague con la razón, a u n q u e n o se explique con la palabra, todavía es verdad, sin
embargo, lo que desde la antigua edad con
fe católica veraz se predica y se cree por toda
la Iglesia" (San Agustín, Contr. Iulian., IV,
5, 11; Migne P. L. 44, 829).
3!)
Pero esto no basta. Efectivamente, salva la
'ntegridad de la fe; es también necesario atenerse a una manera a p r o p i a d a de hablar,
p a r a q u e n o demos origen a falsas opiniones
—lo que Dios no quiera— acerca de la fe en
los altos misterios, al usar palabras inexactas.
Esto advierte San Agustín gravemente cuando considera el diverso modo de hablar de
los filósofos y del cristianismo: "Los filósoÍOí —escribe— h a b l a n libremente y en las cosas muy difíciles de entender n o temen herir
ios oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según u n a regla determinada,
para evitar q u e el abuso d e las palabras engendre alguna o p i n i ó n impía acerca de las
cosas q u e significan" (San Agustín, De civit.
Dei, X, 23; Migne P. L. 41, 300).
La norma, pues, de h a b l a r q u e la Iglesia,
con un prolongado t r a b a j o de siglos, no sin
ayuda del Espíritu Santo, ha establecido,
confirmándola con la a u t o r i d a d de los Concilios, y que con frecuencia se ha convertido
en contraseña y b a n d e r a de la fe ortodoxa,
d e b e ser escrupulosamente observada, y nadie, por su propio arbitrio o con pretexto
d e nueva ciencia, presuma cambiarla. ¿Quién,
jamás, podría tolerar que las fórmulas dogmáticas usadas por los Concilios ecuménicos
para los misterios de la Santísima T r i n i d a d
y de la Eucaristía se juzguen como inadecuadas a los hombres de nuestro tiempo y que
en su lugar se empleen inconsideradamente
otras nuevas? Del mismo m o d o no se puede
tolerar que cualquier persona privada pueda
atentar a su gusto contra las fórmulas con
3!)
q u e el Concilio T r i d e n t i n o ha propuesto la
le del misterio eucarístico. Puesto q u e esas
iórmulas, como las demás de q u e la Iglesia se
sirve para p r o p o n e r los dogmas de la fe,
expresan conceptos que n o están ligados a
una determinada forma de cultura ni a una
determinada fase de progreso científico, ni a
u n a u otra escuela teológica, sino que manifiestan lo que la m e n t e h u m a n a percibe
de la realidad en la universal y necesaria experiencia y lo expresan con adecuadas y de(erminadas palabras tomadas del lenguaje
p o p u l a r o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a los hombres de todo tiempo y lugar.
Verdad es que las fórmulas se p u e d e n explicar más clara y más a m p l i a m e n t e con m u cho fruto, pero nunca en sentido diverso de
aquel en q u e f u e r o n usadas, de m o d o que
al progresar la inteligencia de la fe persevere intacta la verdad de la fe. Porque, según enseña el Concilio Vaticano I en los sagrados dogmas, "se debe siempre retener el
sentido que la Santa M a d r e Iglesia h a declarado una vez para siempre y nunca es lícito
alejarse de ese sentido b a j o el especioso pretexto de más p r o f u n d a inteligencia" (Conslit. dogm. De fide cathoU c. 4 ) .
Fl misterio eucarístico se realiza
en el sacrificio de la misa
Y para edificación y alegría de todos, nos
place, venerables hermanos, recordar la doc3!)
trina que la Iglesia católica conserva por la
íradición y enseña con unánime
consentimiento.
Ante todo, es provechoso traer a la memoria lo que es como la síntesis y p u n t o central de esta doctrina, es decir, que por el
misterio eucarístico se representa de m a n e r a
admirable el sacrificio de la cruz consumado
de una vez para siempre en el Calvario, se
recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el p e r d ó n de los pecados
q u e diariamente cometemos (cfr. Concil.
T r i d . , Doctrina de SS. Misae Sacrificio, c. 1).
Nuestro Señor Jesucristo, al instituir el
misterio eucarístico, sancionó con su Sangre
el Nuevo Testamento, del cual El es el Mediador, como en otro tiempo Moisés había
sancionado el A n t i g u o con la sangre de los
lerneros (cfr. Ex. 24, 8 ) , porque, como
m e n t a el evangelista, en la ú l t i m a cena, tom a n d o el pan, dio gracias, lo partió y se lo
dio, diciendo: esto es mi Cuerpo, entregado
por vosotros: haced esto en memoria mía.
Asimismo tomó el cáliz, después de la cena,
diciendo: Este es el cáliz de la nueva Alianza
en mi Sangre, derramada por vosotros (Le.,
22, 19-20; cfr. Mt., 26, 26-29; Me., 14, 22-24).
Al ordenar a los apóstoles q u e hicieran esto
en memoria suya, quiso por lo mismo que se
renovase perpetuamente. Y la Iglesia lo ha
ejecutado con fidelidad, perseverando en la
doctrina de los apóstoles y reuniéndose para
celebrar el sacrificio eucarístico. " T o d o s
e'los perseverarán —como atestigua cuidadosamente San Lucas— en la doctrina de los
3!)
apóstoles y en la c o m u n i ó n de la fracción
del pan y en la oración" (Hech., 2, 42). Y
era tan grande el fervor q u e los fieles concebían de esto, que podía decirse de ellos: "la
m u c h e d u m b r e de los creyentes era u n solo
corazón y u n alma sola" (Hech., 4, 32).
Y el apóstol Pablo, q u e nos transmitió
fidelisimamente lo que había recibido del Señor (I.Cor., 11, 23 ss.), habla abiertamente
del sacrificio eucarístico c u a n d o demuestra
q u e los cristianos no p u e d e n tomar parte en
los sacrificios de los paganos, precisamente
p o r q u e se han hecho participantes de la mesa
del Señor. "El cáliz de bendición que bendecimos —dice—, ¿no es por v e n t u r a la comunión de la Sangre de C r i s t o ? . . . N o podéis
beber el cáliz de Cristo y el cáliz de los
demonios, no podéis tomar parte en la mesa
del Señor y en la mesa de los d e m ° n i o s "
(I Cor., 10, 16). La Iglesia, enseñada por el
Señor y por los apóstoles, h a ofrecido siempre e>ta "nueva oblación del Nuevo Testamento, que Malaquías había p r e a n u n c i a d o "
(1, 11), no sólo por los pecados, las penas,
!as expiaciones y demás necesidades de los
fieles vivos, sino también por los muertos
en Cristo no purificados a ú n del todo"
(Concil. Trid., Doctrina SS. Missae Sacrificio, c. 2 ) .
Por n o traer otros testimonios recordamos
solamente el de San Cirilo de Jerusalén,
quien, instruyendo a los neófitos en la fe
cristiana, dijo estas memorables palabras:
"Después de completar el sacrificio espiritual, rito incruento, pedimos a Dios sobre la
3!)
hostia de propiciación por la paz común de
las Iglesias, por el recto orden del m u n d o ,
por los emperadores, por los ejércitos y los
aliados, por los enfermos, por los afligidos,
y, en general, todos nosotros rogamos por todos los que tienen necesidad de ayuda y ofrecemos esta víctima. . . y además (oramos)
también por los santos padres y obispos difuntos y, en general, por todos los q u e h a n
m u e r t o entre nosotros, persuadidos de q u e les
será de sumo provecho a las almas por las
cuales se eleva la oración mientras está aquí
presente la Víctima Santa y digna de la
máxima reverencia". C o n f i r m a n d o esto con
el ejemplo de la corona entretejida para el
emperador con o b j e t o de q u e perdone a los
desterrados, el mismo santo Doctor concluye
así: "Del mismo m o d o también nosotros ofrecemos plegarias a Dios por los difuntos, a u n q u e sean pecadores; no le entretejemos u n a
corona, pero le ofrecemos en compensación
de nuestros pecados a Cristo inmolado, tratando de hacer a Dios propicio para con nosotros y con ellos" (Catecheses, 23 myst. 5,
8-18; Migne P G, 33, 1115-118). San Agustín
atestigua que la costumbre de ofrecer el "sacrificio de nuestra redención" también por
les difuntos estaba vigente en la Iglesia romana (cfr. Coníess., IX, 12, 32; P. L. 32,
777; cfr. ibid., IX, 11, 27; P. L. 32, 775), y
al mismo tiempo hace notar que aquella costumbre, como transmitida por los Padres, se
observaba en toda la Iglesia (cfr. Serm. 172,
2; P. L. 38, 936; cfr. De cura gerenda pro
mortuis, 13; P. L. 40, 593).
3!)
Pero hay otra cosa que, por ser útil para
ilustrar el misterio de la Iglesia, nos place
añadir; esto es, q u e la Iglesia, al desempeñar
la función de sacerdote y víctima j u n t a m e n t e
con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de
la misa, y toda entera se ofrece en él. Nos
deseamos ardientemente q u e esta admirable
doctrina, enseñada ya p o r los Padres (cfr.
San Agustín, De civit, Dei, X, 6; P. L. 41,
284), recientemente expuesta por nuestro
predecesor, Pío X I I , de i n m o r t a l memoria
(cfr. Litt. Encicl. Mediator Dei, A. A. S.
X X X I X , 1947, p. 552), y ú l t i m a m e n t e expresada por el Concilio Vaticano I I en la
Constitución De Ecclesia a propósito del pueblo de Dios (cfr. Const. Dogm. De Ecclesia,
c. 2, n. 11; A. A. S. LVII, 1965, p. 15), se
explique una y otra vez y se inculque prof u n d a m e n t e en las almas de los fieles, dejand o a salvo, como es justo, la distinción no
sólo de grado, sino de naturaleza que hay
entre el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio jerárquico (cfr. ibíd., c. 2, n. 10; A. A.
S. LVII, 1965, p. 14). P o r q u e esta doctrina,
en efecto, es aptísima para alimentar la piedad eucarística, para enaltecer la dignidad de
todos los fieles y para estimular a las almas
a llegar a la cumbre de la santidad, que n o
consiste sino en entregarse totalmente al
servicio de la Divina Majestad con generosa
oblación de sí mismo.
Conviene, además, recordar la conclusión
q u e se desprende "de la naturaleza pública y
social de toda misa" (Const. De Sacra L i t u r gia, c. 1, n. 27; A. A. S. LVI, 1964, p. 107).
3!)
P o i q u e toda misa, a u n la celebrada privadamente por u n sacerdote, no es privada, sino
acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el
sacrificio q u e ofrece, sabe que se ofrece a sí
misma como sacrificio universal, y aplica a la
salvación del m u n d o entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la cruz.
Pues cada mi<a que se celebra se ofrece no
sólo por la salvación de algunos, sino también
por la salvación de todo el m u n d o . De donde
se sigue q u e a u n q u e a la celebración de la
misa convenga en gran manera por su misma
naturaleza que u n gran n ú m e r o de fieles tome parte activa en ella, no por eso h a de desaprobar, sino antes bien aprobar, la misa celebrada privadamente, según las prescripciones y tradiciones de la Iglesia, por u n sacerdote con sólo el ministro que le ayuda y le
responde; porque de esta misa se deriva gran
a b u n d a n c i a de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del p u e b l o
fiel y de toda la Iglesia, y a u n de todo el
m u n d o : gracias que no se obtienen en igual
a b u n d a n c i a con la sola comunión.
Por tanto, p a t e r n a l m e n t e y con insistencia
recomendamos a los sacerdotes —que de u n
m o d o particular constituyen nuestro gozo y
nuestra corona en el Señor— que, agradecidos
por la potestad que recibieron del obispo que
los consagró para ofrecer a Dios el sacrificio
y celebrar misas tanto por los vivos como pollos d i f u n t o s en nombre del Señor (cfr. Pontif.
R o m . ) , celebren cada día la mir,a digna y
devotamente, a fin de q u e ellos mismos y los
demás cristianos puedan gozar en abundancia
2 — Mysterium
Fidei.
17
de la aplicación de los Irutos que brotan del
sacrificio de la cruz. Así también ayudarán
sumamente a la salvación del género h u m a n o .
En el sacrificio de la misa,
sacramentalmente
presente
Cristo
se
hace
Lo poco que hemos dicho acerca del sacrificio de la misa nos a n i m a a exponer algo
también sobre el sacramento de la Eucaristía,
ya q u e ambos, sacrificio y sacramento, pertenecen al mismo misterio y n o se p u e d e separar el u n o del otro. El Señor se inmola de
manera incruenta en el sacrificio de la misa,
q u e representa el sacrificio de la cruz, y nos
aplica su virtud salvadora, c u a n d o por las
palabras de la consagración comienza a estar
sacramentalmente presente, como alimento
espiritual de los fieles, b a j o las especies de
p a n y vino.
Bien sabemos todos q u e no es única la manera como Cristo está presente en su Iglesia.
Resulta útil recordar algo más por extenso
esta bellísima verdad q u e la Constitución De
Sacra Liturgia expuso brevemente (cfr., c. 1,
n. 7; A. A . ' s . LVI, 1964, pp. 100-101). Presente está Cristo en su Iglesia orante, siendo
El quien "ora por nosotros, ora en nosotros
y a El oramos: ruega p o r nosotros como sacerdote nuestro, ruega en nosotros como cabeza nuestra; a El rogamos como Dios nuest r o " (San Agustín, In Ps. 85, 1; P. L. 37,
1081). Y El mismo prometió: donde hay dos
3!)
o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos (cfr. Mt., 18, 20).
Presente está El en su Iglesia, q u e ejerce
las obras de misericordia, n o sólo p o r q u e
cuando hacemos algún bien a u n o de sus hermanos pequeños se lo hacemos al mismo Cristo (cfr. Mt., 25, 40), sino también p o r q u e es
Cristo mismo quien realiza estas obras por
medio de la Iglesia y socorre así continuamente a todos los hombres con su divina caridad. Presente está en su Iglesia peregrina y
que anhela llegar al p u e r t o de la vida eterna,
va que El habita en nuestros corazones por la
fe (cfr. Ef., 3, 17) y d i f u n d e en ellos la caridad por obra del Espíritu Santo q u e nos da
(cfr. Rom., 5, 5 ) .
De otra forma, muy verdadera, sin embargo, está presente en su Iglesia q u e predica,
ya q u e el Evangelio que se anuncia es la
Palabra de Dios, y solamente en el n o m b r e ,
con la autoridad y con la asistencia de Cristo
Verbo de Dios encarnado se anuncia, a fin
de q u e haya " u n a sola grey segura en virtud
de u n solo pastor" (San Agustín, Contr. Litt.
Petiliani, III, 10, 11; P. L. 43, 353). Presente
está en su Iglesia que rige y gobierna al pueblo de Dios, puesto que la sagrada potestad
deriva de Cristo, y Cristo, "Pastor de los pastores" (San Agustín, I n Ps„ 86, 3; P. L. 37,
1102), asiste á los pastores q u e la ejercitan,
según la promesa hecha a los apóstoles.
Además, en modo a ú n más sublime, está
presente Cristo en su Iglesia q u e ofrece en
su n o m b r e el sacrificio de la misa y a d m i nistra los sacramentos. A propósito de la pre3!)
sencia de Cristo en el ofrecimiento del sacrificio de la misa, nos place recordar, lo q u e
San Crisóstomo, lleno de admiración, d i j o con
verdad y elocuencia: " Q u i e r o a ñ a d i r una cosa
verdaderamente maravillosa, pero n o os extrañéis ni turbéis. ¿Qué es? La oblación es la
misma, cualquiera que sea el oferente, Pablo
o Pedro; la misma q u e Cristo confió a sus
discípulos, y que ahora realizan los sacerdotes; ésta n o es en realidad m e n o r que aquélla, p o r q u e no son los hombres quienes la
hacen santa, sino Aquel q u e la santificó. Así
como las palabras que Dios p r o n u n c i ó son
las mismas que el sacerdote ahora dice, así la
oblación es la m i s m a " (In Epist. 2 and T i m o t h . homil. 2, 4; P. G. 62, 612) . Nadie ignora, por otra parte, q u e los sacramentos son
acciones de Cristo, el cual los administra por
medio de los hombres. Y por virtud de Cristo
al tocar los cuerpos i n f u n d e n la gracia en el
alma. Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y ofrecen a la contemplación el misterio de Ja Iglesia. Pero es
muy otro el modo, verdaderamente sublime,
con el cual Cristo está presente a su Iglesia
en el sacramento de la Eucaristía, que por
eso es, entre los demás sacramentos, "el más
suave por la devoción, el más bello por la
inteligencia, el más santo por el contenido"
(Egidio R o m a n o , T h e o r e m a t a de Corpore
Christi, theor. 50 Venitiis 1521, p. 127); ya
que contiene al mismo Cristo y es "como la
perfección de la vida espiritual y el fin de
todos los sacramentos" (Santo Tomás, Summ.
Theol., III, q. 73, a. 3 c ) .
3!)
T a l presencia se llama "real", n o por exclusión, como si las otras n o f u e r a n "reales",
sino por antonomasia, ya q u e es substancial,
ya que por ella ciertamente se hace presente
Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro (clr.
Concil. T r i d . , Decret. de SS. Euch., c. 3 ) .
Falsamente explicaría esta m a n e r a de presencia quien se imaginara u n a naturaleza, como
dicen " p n e u m á t i c a " del cuerpo glorioso de
Cristo presente en todas partes, o la r e d u j e r a
a los límites de u n simbolismo, como si este
augustísimo sacramento no consistiera más
q u e en un signo eficaz "de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los
fieles miembros del cuerpo místico" (clr. Pío
X I I , Litt. Encycl. H u m a n i generis; A. A. S.,
XLI1, 1950, p. 578).
Es verdad que acerca del simbolismo eucarístico, sobre todo con referencia a la u n i d a d
de la iglesia, h a n tratado m u c h o los Padres
y Doctores escolásticos. El Concilio de T r e n t o ,
resumiendo su doctrina, enseña q u e nuestro
Salvador dejó en su Iglesia la Eucaristía "com o un símbolo . . . de su u n i d a d y caridad,
con la que quiso q u e estuvieran í n t i m a m e n t e
unidos entre sí todos los cristianos", "y por
lo tanto, símbolo de aquel único Cuerpo del
cual El es la Cabeza" (Decr. De SS Eucharistia, proem. et c. 2 ) .
Ya al comienzo de la literatura cristiana, a
propósito de este asunto escribió el autor desconocido de la obra llamada "Didaché o Doctrina de los doce Apóstoles": "Por lo que
loca a la Eucaristía, dad gracias a s í . . . como
este pan partido, estaba antes disperso sobre
3!)
Crista Señor está presente en el sacramento de
la Eucaristía por ¡a
transubstanciación
Ma» para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, q u e supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros (cfr. Litt. E n cycl. Mirae Caritatis; Acta Leonis X I I I , vol.
X X I I , 1902-1903, p. 123), es necesario escuchar dócilmente la voz de la Iglesia docente
y orante. Ahora bien, esta voz, q u e constituye
u n eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo 110 se hace presente en este
sacramento sino por la conversión de toda la
substancia del pan en su cuerpo y de toda la
substancia del vino en su sangre; conversión
a d m i r a b l e y singular a la q u e la Iglesia católica justamente y con propiedad llama
transubstanciación (cfr. Concil. Trid., Decr.
de SS. Eucharistia, c. 4 et can. 2 ) .
Realizada la transubstanciación, las especies de pan y de vino a d q u i e r e n sin d u d a un
nuevo significado y un nuevo fin, puesto q u e
ya no son el pan o r d i n a r i o y la ordinaria
bebida, sino el signo de u n a cosa sagrada,
signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y u n n u e vo fin, en cuanto contienen u n a "realidad"
q u e con razón denominamos ontológica. Porq u e b a j o dichas especies ya no existe lo q u e
había antes, sino u n a cosa completamente diversa; y esto no ú n i c a m e n t e por el juicio de
fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva,
puesto que, convertida la substancia o n a t u 3!)
raleza del pan y del vino en el cuerpo y la
sangre de Cristo, no q u e d a ya n a d a del pan
y del vino, sino las solas especies: b a j o ellas
Cristo todo entero está presente en su "realid a d " física, aun corporalmente, a u n q u e no
del mismo modo como los cuerpos están en
u n lugar.
Por ello los Padres tuvieron "gran cuidado
de advertir a los fieles q u e al considerar este
augustísimo sacramento confiaran no en lo-;
sentidos que se fijan en las propiedades del
p a n y del vino, sino en las palabras de Cristo, q u e tienen tal fuerza que cambian, transforman, " t r a n s e l e m e n t a n " el p a n y el vino
en su cuerpo y en su sangre; porque, como
más de u n a vez lo a f i r m a n los mismos Padres, la virtud que realiza esto, es la misma
v i r t u d de üio-> o m n i p o t e n t e q u e al principio
del tiempo creó el universo de la nada.
"Instruido en estas cosas —dice San Cirilo
de ferusalén para concluir su sermón sobre
los misterios de la fe— e i m b u i d o de una
certísima fe, para la cual aquello que parece
pan no es pan, no obstante la sensación del
gusto, sino es el C u e r p o de Cristo; y aquello
q u e parece vino no es vino, a u n q u e así le
parezca al gusto, sino la Sangre d e Cristo, . •.
confirma tu corazón y come ese pan como
algo espiritual y alegra la faz de tu a l m a "
(Catecheses, 22, 9 [myst. 4]; P. G. 33, 1103).
Insiste igualmente San Juan Crisóstomo:
" N o es el h o m b r e q u i e n convierte las cosas
ofrecidas en el cuerpo y la sangre de Cristo,
sino el mismo Cristo q u e por nosotros fue
crucificado. El sacerdote, figura de Cristo,
3!)
p r o n u n c i a aquellas palabias, pero su virtud
y la gracia son de Dios. "Este es mi cuerpo",
dic;t'. Y esta palabra translorma las cosas
ofrecidas" (De prodit. ludae, homil. 1, 6;
P. G. 49, 380; cfr. In Matth., homil. 82, 5:
P. G. 58, 744).
• Y con el obispo de Gonstan'.inopla J u a n ,
está perfectamente de acuerdo el obispo de
Alejandría Cirilo, quien, en su comentario
sobre el Evangelio de San Mateo, escribe:
"(Cristo) en forma indicativa dice: "Esto es
mi cuerpo y esto es mi sangre", para que
n o creas cjue son simpler figuras las cosas
q u e se ven, sino q u e las cosas ofrecidas son
transformadas, de m a n e r a misteriosa pero
realmente por Dios o m n i p o t e n t e , en el
cuerpo y en la sangre de Cristo; y al participar de ellos recibimos b v i r t u d vivificante
y santiiicadora de Cristo" (In Matth., 26,
27; P. G. 72, 451).
Y Ambrosio, obispo de Milán, comentando con claridad la conversión eucarística,
dice: "Convenzámonos de q u e esto n o es lo
cjue la naturaleza formó, sino lo que la bendición consagró y cjue la fuerza de la bendición es mayor que la de la naturaleza,
p o r q u e con la bendición aun la naturaleza
se cambia". Y q u e r i e n d o c o n f i r m a r la verdad del misterio, p r o p o n e muchos ejemplos
de milagros narrados en la Escritura, entre
los cuales el nacimiento de Jesús de la Virgen María, y luego, volviéndose a la creación concluye: "Por lo tanto, la palabra de
Cristo, que ha p o d i d o hacer de la n a d a lo
q u e no existía, ¿no puede acaso cambiar las
3!)
cosas que ya existen, en lo q u e no eran?
Pues no es menos dar a las cosas su propia
naturaleza, que cambiársela" (De Myster., 9,
50-52; P. L. 16, 422-424).
Pero n o es necesario aducir muchos testimonios. Es más útil recordar la firmeza de
la fe con q u e la Iglesia, con u n á n i m e concordia, resistió a Berengario, el cual, cediend o a las dificultades sugeridas por la razón
h u m a n a , se atrevió el primero a negar la
conversión eucarística. La Iglesia lo amenazó repetidas veces con la condena si no se
retractaba. Y por eso San Gregorio VII,
nuestro predecesor, le impuso el prestar u n
j u r a m e n t o en estos términos: "Creo de corazón y abiertamente confieso q u e el pan y
el vino que se colocan en el altar, por el
misterio de la oración sagrada, y p o r ' l a s palabras de nuestro R e d e n t o r , se convierten
substancialmente en la verdadera, propia y
vivificante carne y sangre de Nuestro Señoi
Jesucristo, y que después de la consagración
está el verdadero cuerpo de Cristo, que nació de la Virgen, y q u e ofrecido por la salvación del m u n d o estuvo pendiente de la
cruz, y está sentado a la derecha del Padre;
y q u e está la verdadera sangre de Cristo,
q u e b r o t ó de su costado, y ello no sólo por
signo y virtud del sacramento, sino en propiedad de naturaleza y en substancia" (Mansi, Coll. ampliss. Concil., XX, 524 D).
Están de acuerdio con estas palabras, y
d a n con ello u n admirable ejemplo de la
firmeza de la fe católica c u a n t o los Concilios Ecuménicos Lateranense, Constanciense.
3!)
Florentino y, finalmente, el T r i d e n t i n o , h a n
enseñado de u n m o d o constante sobre el misterio de la conversión eucarística, ya sea exp o n i e n d o la doctrina de la Iglesia, ya sea
c o n d e n a n d o los errores.
Después del Concilio de T r e n t o nuestro
predecesor Pío VI advirtió seriamente contra los errores del Sínodo de Pistoia, q u e
los párrocos, q u e tienen el oficio de enseñar, no descuiden el h a b l a r de la transubstanciación, que es u n o de los artículos de la
le (Const. Auctorem Fidei, 28 ag. 1794). T a m bién nuestro predecesor Pío X I I , de feliz
memoria, recordó los límites q u e no deben
pasar todos los que discuten agudamente del
misterio de la transubstanciación (Aloe. 22
septiembre 1956; A. A. S., X L V I I I , 1956,
p. 720). Nos mismo, en el reciente Congreso
Nacional Italiano Eucarístico de Pisa, conforme a nuestro deber apostólico, hemos dado pública y solemnemente testimonió de
la fe de la Iglesia (A. A. S., LVII, 1965, 588592).
Por lo demás, la Iglesia católica n o sólo
ha enseñado siempre, sino que también ha
vivido la fe en la presencia del C u e r p o y
Sangre de Cristo en la Eucaristía, puesto
que ha adorado en todos los tiempos tan
gran sacramento con culto latréutico que se
debe solamente a Dios. De este culto escribe
San Agustín: "En esta carne (el Señor) ha
caminado aquí y esta misma carne nos ha
d a d o de comer para la salvación; y n i n g u n o
come esta carne sin haberla antes adorad o . . . , de m o d o que no pecamos adorán3!)
dola, antes al contrario, pecamos si n o la
adoramos" (ln Ps. 98, 9; P .L. 37, 1204).
Del culto latréutico
debido
al sacramento
eucarinico
La Iglesia católica profesa este culto latréutico que se debe al sacramento eucarístico no sólo d u r a n t e la misa, sino también
juera de su celebración, conservando con
mayor diligencia las hostias consagradas,
presentándolas a la solemne veneración de
los fieles cristianos, llevándolas en procesión
fuera de su celebración, conservando con
De esta veneración tenemos muchos testimonios en los más antiguos documentos de
la Iglesia. Pues los pase ores de la Iglesia
exhortaban solícitamente a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que
llevaban a casa. "En verdad, el C u e r p o de
Cristo debe ser comido y no despreciado de
los fieles", como amonesta gravemente San
H i p ó l i t o (Trad. Apost. ed. Botte, La tradition Apostolique de St. Iiippolyte, Munster,
1963, p. 84).
Consta que los fieles creían, y con razón,
que pecaban, como recuerda Orígenes, si,
h a b i e n d o recibido el C u e r p o del Señoi y
conservándolo con todo cuidado y veneración, algún f r a g m e n t o caía por negligencia
(In Exod. fragm.; Migne P. G. 12, 391).
Q u e los mismos pastores reprobasen fuertemente cualquier defecto de debida reve3!)
rencia, lo atestigua N o v a a a n o , digno de fe
en esto, que juzga digno de reprobación el
q u e "saliendo de la celebración dominical y
llevando a ú n consigo, como se suele, la Eucaristía. . . , lleva el C u e r p o Santo del Señor
de acá para allá", corriendo a los espectáculos y no a su casa (De Spectaculis; C. S.
E. L. III, p. 8).
T o d a v í a más: San Cirilo de Alejandría
rechaza como locura la o p i n i ó n de aquellos
que sostenían que la Eucaristía n o sirve nada para la santificación s< q u e d a algún resid u o de ella el día s i g u . e n t e : ' "Pues ni se
altera Cristo", dice, "ni se m u d a su sagrado
Cuerpo, sino persevera siempre en él la fuerza, la potencia y la gracia vivificante" (Epist.
ad Calosyrium; P. G. 76, 1075).
Ni se debe olvidar que a n t i g u a m e n t e los
fieles, ya sea que se encontrasen b a j o la violencia de la persecución, ya sea q u e por amor
de la vida monástica viviesen en la soledad,
solían alimentarse diariamente de la Eucaristía, tomando la sagrada comunión con
las propias manos, c u a n d o estaba ausente el
sacerdote o el diácono (cfr. Basil, Epist. 93;
P. G. 32, 483-486).
No decimos esto, sin embargo, para q u e se
cambie el modo de cusforiar la Eucaristía o
de recibir la santa comunión, establecido después por las leyes eclesiásticas y todavía hoy
vigente, sino sólo para congratularnos de la
única fe de la Iglesia, que es siempre la misma.
De esta única fe ha nacido también la fiesta del Corpus Christi, que, especialmente por
3!)
obra de la sierva de Dios Santa Juliana de
Mont Cornillon, lúe celebrada por primera
vez en la diócesis de Lieja, y que nuestro
predecesor U r b a n o IV extendió a toda la
Iglesia, y han nacido también otras muchas
instituciones de piedad eucarística que, b a j o
la inspiración de la gracia divina, se han
multiplicado cada vez más ; y con las cuales
la Iglesia católica, casi a porfía, se esfuerza
en rendir h o m e n a j e a Cristo, o en implorar
su misericordia.
Exhortación
el culto
para promover
eucaristico
Os rogamos, pues, venerables hermanos, que
custodiéis p u r a e íntegra en el pueblo confiado a vuestro cuidado y vigilancia esta fe que
nada desea más ardientemente que guardar
una perfecta fidelidad a la palabra de Cristo
y de los apóstoles, rechazando plenamente todas las opiniones falsas y perniciosas, y promováis, sin economizar palabras ni fatigas,
el culto eucarístico, al cual deben conducir y
converger linalmente todas las otras formas
de piedad.
Los fieles, b a j o vuestro impulso, conozcan
y experimenten más y más esto: "El que quiere vivir tiene dónele y de d ó n d e vivir. Q u e
se acerque, que crea, que se incorpore para
ser vivificado. Que no renuncie a la cohesión
de los miembros, que no sea u n m i e m b r o
p o d r i d o digno de ser cortado, ni un m i e m b r o
3!)
deforme de modo que se tenga q u e avergonzar: que sea u n m i e m b r o hermoso, apto, sano;
que se adhiera al cuerpo, q u e viva de Dios
para Dios; que trabaje ahora sobre la tierra
para poder después reinar en el cielo" (San
Agustín, In Ioann. tract,. 26, 13; P. L. 35.
1613).
Diariamente, como es de desear, los fieles
en gran n ú m e r o participan activamente en el
sacrificio de la misa, se a l i m e n t a n con corazón p u r o y sano de la sagrada comunión, y
den gracias a Cristo Nuestro Señor por tan
gran don. Recuerden estas palabras: "El deseo de Jesús y de la Iglesia de q u e todos los
fieles se acerquen diariamente al sagrado
banquete, consiste sobre todo en esto: que los
fieles, unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza para d o m i n a r la sensualidad, para purificarse de las leves culpas
cotidianas y para evitar los pecados graves a
los q u e está sujeta la h u m a n a fragilidad"
(Decr. S. Congr. Concil., 20 dic. 1905; A A
S., X X X V I I I , 1905-6, p. 401) . Además, d u rante el día, los fieles no o m i t a n el hacer la
visita al santísimo sacramento, q u e debe estar reservado en un sitio dignísimo con el
m á x i m o honor en las iglesias, conforme a las
leyes litúrgicas, puesto q u e la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de
adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente.
T o d o s saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano u n a incomparable
dignidad. Ya que no sólo mientras se ofrece
el sacrificio y se realiza el sacramento, sino
3!)
también después, mientras la Eucaristía es
conservada en las iglesias y oratorios, Cristo
es verdaderamente el E m m a n u e l , es decir,
Dios con nosotros". Pues día y noche está en
medio de nosotros, h a b i t a con nosotros lleno
de gracia y de verdad (cfr. Jn., 1, 14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes,
consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que se
acercan a El, a fin de q u e con su ejemplo
a p r e n d a n a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no las cosas propias, sino las
de Dios. Cualquiera, pues, q u e se dirige al
augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en a m a r a su vez
con p r o n t i t u d y generosidad a Cristo q u e nos
ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa sea la vida
escondida con Cristo en Dios (cfr. Col., 3, 3)
y cuánto valga entablar conversaciones con
Cristo: no hay cosa más suave q u e ésta, nada
más eficaz para recorrer el camino de la santidad.
Os es bien conocido, además, venerables
hermanos, q u e la Eucaristía es conservada en
los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial,
más aún, de la Iglesia universal y de toda la
h u m a n i d a d , puesto que b a j o el velo de las
sagradas especies contiene a Cristo, Cabeza
visible de la Iglesia, R e d e n t o r del m u n d o ,
centro de todos los corazones, " p o r quien son
todas las cosas y nosotros p o r El" (I Cor.,
8, 6 ) .
3.—Mysterium
Fidei.
33
De aquí se sigue que el culto de la divina
Eucaristía mueve f u e r t e m e n t e el á n i m o a cultivar el amor "social" (cfr. San Agustín, De
gen. ad litt., XI, 15, 20; P. L. 34, 437), con
el cual anteponemos al bien privado el bien
c o m ú n ; hacemos nuestra la causa de la com u n i d a d , de la parroquia, de la Iglesia u n i versal, y extendemos la caridad a todo el
m u n d o , p o r q u e sabemos q u e en todas partes
existen miembros de Cristo.
Venerables hermanos, puesto que el sacram e n t o de la Eucaristía es signo y causa de la
u n i d a d del Cuerpo Místico y en aquellos q u e
con mayor fervor lo veneran excita u n activo
espíritu "eclesial", n o ceséis de persuadir a
vuestros fieles que, acercándose al misterio
eucarístico, aprendan a hacer propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin intermisión, a ofrecerse a sí mismos al Señor como
agradable sacrificio por la paz y la u n i d a d
de la Iglesia, a fin de q u e todos los hijos de
la Iglesia sean u n a sola cosa y tengan el mism o sentimiento, ni haya entre ellos cismas,
sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar, como m a n d a el
apóstol (cfr. I Cor., 1, 10); y q u e todos aquellos q u e no están todavía unidos con perfecta
comunión con la Iglesia católica e n cuanto
q u e están separados de ella, pero se glorían
y h o n r a n del n o m b r e cristiano, lleguen cuanto antes con el auxilio de la gracia divina a
gozar j u n t a m e n t e con nosotros de la u n i d a d
de fe y de comunión q u e Cristo quiso que
f u e r a el distintivo de sus discípulos.
3!)
Este deseo de orar y consagrarse a Dios por
la u n i d a d de la Iglesia lo deben considerar
como particularmente suyo los religiosos,
hombres y mujeres, ya que ellos se dedican
de m o d o especial a la adoración del santísimo sacramento, haciéndole como corona
aquí en la tierra en virtud de los votos q u e
h a n hecho.
Pero queremos expresar una vez más el
deseo de la unidad de todos los cristianos,
que es el más querido y grato que tuvo y
tiene la Iglesia, con las mismas palabras del
Concilio T r i d e n t i n o en la conclusión del Decreto sobre la santísima Eucaristía: "Finalmente, el Santo Sínodo advierte con p a t e r n o
afecto, ruega e implora "por las entrañas de
la misericordia de nuestro Dios" (Le., 1, 78)
que todos y cada u n o de los cristianos convengan y concuerden en este signo de u n i dad, en este vínculo de caridad, en este símbolo de concordia y considerando tan gran
majestad y el amor tan eximio de Nuestro
Señor Jesucristo, que dio su preciosa vida
como precio de nuestra salvación y nos dio
su carne para comerla (Jn., 6, 48 ss.), crean
y adoren estos sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre con fe tan f i r m e y constante, con tanta piedad y culto, q u e les permita recibir frecuentemente este p a n supersubstancial (Mt., 6, 11), y q u e éste sea para
ellos verdaderamente vida del alma y perenne salud de la mente, de tal forma que, "fortalecidos con su vigor" (Reg., 19, 8), p u e d a n
llegar desde esta pobre peregrinación a la
patria celeste para comer allí, sin velos el
3!)
mismo pan de los ángeles (Salm. 77, 25) q u e
ahora comen b a j o los sagrados velos" (Decret.
De SS. Eucharistia, c. 8 ) .
Ojalá que el benignísimo Redentor, que ya
p r ó x i m o a la m u e r t e rogó al Padre que todos los que habían de crecer en El fuesen u n a
sola cosa, como El y el Padre son una cosa
sola (cfr. Jn., 17, 20-21), se digne oír lo más
p r o n t o posible este nuestro ardentísimo deseo
y el de toda la Iglesia, es decir, que todos,
con una sola voz y u n a sola fe, celebremos
el misterio eucarístico, y p a r t i c i p a n d o del
C u e r p o de Cristo formemos u n solo cuerpo
(cfr. I Cor., 10, 17), u n i d o con los mismos
vínculos con los cuales El lo quiso formado
Nos dirigimos, además, con fraterna caridad a aquellos q u e pertenecen a las venerables Iglesias de Oriente, en las que florecieron tantos celebérrimos Padres cuyos testimonios en torno a la Eucaristía hemos recordado muy gustosamente en esta nuestra Carta
Nos sentimos penetrados de gran gozo cuand o consideramos vuestra fe ante la Eucaristía, que coincide con nuestra fe, cuando escuchamos las oraciones litúrgicas con que celebráis vosotros u n tan g r a n d e misterio, cuando admiramos vuestro culto eucarístico y leemos a vuestros teólogos q u e exponen y defienden la doctrina en torno a este augustísimo sacramento.
La Santísima Virgen María, de la que
Cristo Señor tomó aquella carne q u e en este
sacramento está contenida b a j o la especie del
pan y del vino, es ofrecida y comida (C I.
C., Can. 801), y todos los santos y las santas
3!)
de Dio?, especialmente aquellos que sintieron más ardiente devoción por la divina Eucaristía, intercedan j u n t o al P a d r e de las misericordias, a fin de que la común fe y culto
eucarístico brote y oobre más vigor la perfecta u n i d a d de comunión entre todos los
cristianos. Están impresas en el ánimo las palabras del mártir Ignacio, que amonesta a
los fieles de Filadelfia sobre el mal de las
desviaciones y de los cismas, p a r a los q u e es
remedio la Eucaristía: "Esforzáos, pues —dice
aquél—, por usufructar u n a sola Eucaristía;
p o r q u e una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo, y u n o solo es el cáliz en la
u n i d a d de su Sangre, u n o el altar, como u n o
es el obispo . . . " (San Ignacio, E. p. ad Philad., 4; P. G. 5, 700).
Con la suavísima esperanza q u e del acrecentado culto eucarístico derivarán muchos
bienes para toda la Iglesia y para todo el
m u n d o , a vosotros, venerables hermanos, a
los sacerdotes, a los religiosos y a todos aquellos que os prestan su colaboración, a todos
los fieles confiados a vuestros cuidados, impartimos con gran efusión de amor, y en
prenda de las gracias celestiales, la bendición
apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en la
fiesta de San Pío X, el ? de septiembre
de
1965, tercer año de nuestro
pontificado.
litúrgico del
Aquinate
P A U L U S PP. VI.
3!)
EL MENSAJE DE O R V I E T O A L M U N D O
DE H O Y
Señores cardenales, venerados hermanos e
hijos carísimos, sacerdotes, religiosos y religiosas; magistrados del Estado y señores de la
provincia y de esta querida y noble ciudad;
oficiales y soldados, pueblo de Orvieto, italianos y miembros de todos los países aquí
representados: Nos sentimos muy dichosos de
encontrarnos con vosotros en este D u o m o y
con motivo de esta festividad centenaria, os
damos las gracias por vuestro festivo y cariñoso recibimiento, y estamos seguros que sus
espléndidas y vivas expresiones externas n o
impedirán a n i n g u n o la reflexión interior indispensable para recoger el valor y el significado de las cosas, que queremos h o n r a r con
nuestro recuerdo, con nuestra admiración y
con nuestra piedad.
Por ello, el saludo y la bendición con que
respondemos a vuestras aclamaciones y a
vuestro h o m e n a j e quieren, por u n lado, expresaros nuestro agradecimiento por estas deferentes manifestaciones y. por otro, entrar
en el alma de cada u n o de vosotros e invitaros á u n encuentro espiritual en el que
nuestra presencia en esta festividad pueda
3!)
manifestaros el cordial y respetuoso interés
de nuestro ministerio p a r a con vuestras personas, vuestros pensamientos, vuestras ocupaciones, vuestros dolores, vuestras esperanzas;
quisiéramos hacer llegar a todas las almas polarizadas en torno a Nos, por las presentes
circunstancias, u n a p r u e b a de afecto paternal
y espiritual consuelo. Por ello, os decimos de
corazón: ¡Sed todos saludados y bendecidos!
Pero también tenemos que decir por qué
nos encontramos hoy aquí a u n q u e de sobra
todos conocéis los motivos de nuestra peregrinación.
Vosotros lo queréis escuchar de nuestros
labios; tenéis y Nos tenemos estos motivos
como objeto de vuestra legítima ambición y
esperamos de vuestra fiel e inteligente reflexión.
Pues bien, os diremos, en primer lugar,
q u e estos motivos los sentimos poderosos y
urgentes en nuestro espíritu; no nos encontraríamos aquí, si razones del todo especiales
no nos h u b i e r a n estimulado a salir del ámbito acostumbrado y restringido en que se
desenvuelve hoy la vida del Papa, para venir
a rendir h o m e n a j e a Orvieto (y asociamos
en nuestro pensamiento a la cercana y querida Bolsena) y a sus festividades conmemorativas. Esto ya os demuestra la importancia
q u e atribuimos a lo q u e estamos visitando y
celebrando, y el mérito q u e le reconocemos
con el objeto de q u e sea ampliamente conocido y venerado.
Os diremos también q u e es tal la grandeza
y abundancia de los motivos que nos h a n
3!)
traído aquí, que algunos de ellos nos distraen
del motivo central de nuestra visita; por ello,
sólo nos referimos al q u e es suficiente para
hacer converger a todos sobre sí mismo, o
mejor, para hacerlos derivar de él mismo como los rayos de una custodia, en cuyo esplendor se enciende como sol luminoso el misterio eucarístico.
Hay una razón histórica q u e nos invita y
nos trae aquí, antigua m o r a d a de los Papas,
ciudad que cuenta entre sus vicisitudes seculares las del d o m i n i o temporal de los Papas y también con las de su ministerio apostólico. Es una razón eficaz p a r a invitarnos a
meditar en los tiempos pasados, pero no adecuada para fijar nuestra atención en estos
momentos. Ahora no es el pasado lo q u e nos
preocupa, sino el presente.
Hay también u n motivo artístico y ¡qué
motivo! que atrae de forma perenne y cautiva no sólo la curiosidad del turista o el afán
del artista, sino también la devoción de los
creyentes que encuentran, u n a vez más, en
esta Italia, espléndida de fe y de belleza, una
magnífica obra de arte, invadida de intimidad, vigoroso y delicado soplo de u n espíritu
limpio y piadoso, gozoso de cantar en la armonía de las imágenes, de las formas, de las
estructuras, su paz y fervor como siempre
quisiera hablar el místico lenguaje del artista
cristiano a la gente de esta tierra y como
siempre quisiera hablar a Dios de las cosas
h u m a n a s su h u m i l d e y poderosa voz de intérprete de u n pueblo fuerte y fiel. O b r a sublime, en la que se refleja el genio religioso
3!)
y gentil de nuestro pueblo, q u e la vemos más
angélica que h u m a n a como milagro superior
a nosotros, y también la sentimos tan viva y
tan nuestra, como si nuestra generación la
hubiera ideado, y tanto la amara q u e amorosamente audaz se atreviera a realizarla en todo su contenido, sin q u e r e r violar su intangible perfección, osando ofrecerle su nuevo y
apasionado tributo.
Si, aquí el arte n o nos distrae, atrae y nos
introduce salmodiando en el recinto de lo sagrado y del misterio.
Estrofas perennes del monumento
litúrgico del
Aquinate
literario
y
Debemos adentrarnos en este recinto. Nos
referiremos al motivo religioso de esta festividad y, por tanto, de nuestra presencia. Tenemos q u e volver a escuchar, como u n relato,
q u e nos trae el eco encantador de las n a i r a ciones medievales, la narración del milagro de
Bolsena. Había u n a vez u n sacerdote alemán,
al que llamaremos Pedro de Praga, que había venido en peregrinación a esta tierra,
a t o r m e n t a d o por la d.uda . . . Pero vosotros
conocéis m u y bien esta historia delicio-a v
sagrada, no la repetiremos ahora. La recordaremos reflejada, como en u n a meditación,
hecha en alta voz en el oficio, denso en ideas
y piedad, que T o m á s de A q u i n o , también entonces habitante de Orvieto, como maestro
de las cosas divinas en el " S t u d i u m Curiae",
3!)
dedicó al misterio eucarístico, m o n u m e n t o literario y litúrgico, q u e desde entonces expresa la fe y el amor de la Iglesia hacia el sacramento de la Cena y de la Pasión del Señor. T a m b i é n éste es motivo especial, que
nos convierte en gustoso peregrino a este
b e n d i t o santuario no sólo del objeto central,
sino también de la f u e n t e de nuestra vida
religiosa católica.
Y ya hemos llegado al motivo principal de
nuestro viaje a Orvieto, celebrar con vosotros
el VII centenario de la famosa bula p o n t i f i cia " T r a n s i t u r u s " , que nuestro lejano predecesor, u n piadoso y valeroso h i j o de Francia.
U r b a n o IV, el 11 de agosto de 1264 f i r m ó
precisamente en esta ciudad, donde a la sazón estaba refugiada la corte pontificia, extendiendo por ella a toda la Iglesia la fiesta
del "Corpus Christi", ya vigente en la diócesis de Lieja (donde U r b a n o IV había sido
Arcediano).
No nos referiremos ahora al significado
doctrinal y religioso q u e a d q u i r i ó entonces
esta institución, por razones de brevedad; ni
diremos tampoco la importancia que esta fiesta ha conseguido en el marco de las solemnidades religiosas de la Iglesia; ciertamente
q u e sabréis que está ligada al gran rito pascual, del que quiere ser u n a continuación,
como acto de obligada repetición, y sabéis
q u e ha marcado u n magnífico desarrollo,
siempre genuino, fervoroso, del culto eucarístico en toda la Iglesia, culto que encuen tra su habitual y caracterí-tica expresión solemne llamada precisamente del "Corpus
3!)
Christi", que todavía hoy con u n a exuberancia de íe y de fervor quiere r o m p e r el silencio misterioso que circunda a la Eucaristía
y tributarle u n t r i u n f o que sobrepasa los m u ros de las iglesias para invadir las calles de
las ciudades e i n f u n d i r en toda la comunidad h u m a n a el sentido y la alegría de la presencia de Cristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los senderos
del tiempo y de la tierra.
Vosotros conocéis muy bien estas cosas, y
tenéis todavía vivo su recuerdo.
El cristiano
ante el misterio
eucaristico
Este es, hermanos e hijos, nuestro objetivo,
la meta de nuestra peregrinación, el sentido
de vuestras conmemoraciones. Y aquí nos espera algo tremendo, algo decisivo, nuestra
postura interior ante el misterio eucarístico,'
al q u e sustancialmente viene a desembocar
todo este aparato externo. ¿Cómo nos encqentra el misterio eucarístico? ¿Cómo nos define?
¿Fieles, entusiastas y enardecidos por la adhesión franca y total al "mysterium fidei"?
¿Inciertos y dudosos como el sacerdote forastero de Bolsena? ¿Pensativos y críticos, deseosos de resolver en términos prosaicos, desmitizados, como si fuera u n enigma atorment a n ^ que hubiera que explicarlo en fórmula
fácil y comprensible las palabras abstrusas
de Cristo?: "Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida...
3!)
las palabras que Yo os digo son espíritu y
vida" (Jo., 6, 56-64). ¿O indiferentes y refractarios a este difícil y supremo discurso,
fáciles desertores del convite del R e i n o de
Dios al que todos estamos invitados? La cuestión, como sabéis, es e x t r e m a d a m e n t e grave,
pues supone el problema religioso en su epílogo resolutivo; es decir, aceptar o rechazar a
Cristo: "¿Acaso queréis marcharos vosotros
también? (Jo., 6, 58) - p r e g u n t ó Jesús, después del discurso en C a f a r n a ú n sobre el Pan
del Cielo— e implica nuestra suerte suprema:
"El q u e coma vivirá" (Jo., 6, 52).
Carísimos hijos aquí presentes, queremos
pensar que todos vosotros queréis estar clasificados entre los comensales fieles y absortos
en torno a la mesa del sacrificio eucarístico
y que sabréis reconocer en las especies del p a n
y del vino, después de la consagración, la real
presencia de Cristo q u e renueva para nosotros, de forma incruenta, pero verdadera, su
inmolación. ¡Sea siempre vuestra esta certeza y esté el tema de vuestro coloquio inagotable con Cristo, ésta la p r e n d a consoladora
de vuestra eterna salvación!
El pan descendido del cielo da la vida a las
almas y al mundo
Pero seamos objetivos, nuestra m e n t a l i d a d
moderna, educada para juzgar sus certezas
con el conocimiento directo y sensible y con
la p u r a razón científica e i n u n d a d a de i n n u 3!)
merables impresiones fantásticas despertadas
por las invenciones literarias y las representaciones de los espectáculos q u e d o m i n a n y
plasman hoy nuestra psicología, cuesta m u c h o
t r a b a j o aceptar con fe segura y con piedad
sincera el inefable anuncio eucarístico: "éste
es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre". Nuestra
m e n t e queda como a t u r d i d a ; n o encuentra
los conceptos, ni las razones, ni vislumbra las
consecuencias de este anuncio. ¿Qué es? ¿Qué
significa? Y, sobre todo, ¿cómo puede ser una
cosa que contradice las leyes físicas y biológicas, que nosotros conocemos? ¿Por qué .el
Señor, sí quería comunicarse a nosotros ha
escogido u n modo tan incomprensible para
nosotros?
La respuesta requeriría u n interminable
discurso, pero no podemos dejarla a u n lado, a u n q u e sea con simples referencias, patentes a todos, a u n q u e no proporcionen plena
comprensión inviten, al menos, a la reflexión
A nosotros, los modernos, formados en la
mentalidad racional e imaginativa q u e decíamos, nos resulta difícil admitir la realidad que este sacramento nos presenta: es preciso la fe, la adhesión simple y amorosa a la
palabra que nos anuncia el misterio eucarístico, y esta adhesión exige nuestra reeducación en pensar con u n e m p e ñ o y coheren
cia, que nuestros antepasados, más pobres que
nosotros en cultura, pero más fieles y confiados en la verdad q u e viene de Dios, ejercían, a u n q u e también con t r a b a j o y no sin
mérito, pero más fácilmente q u e nosotros.
Nosotros, los modernos, en compensación, es3!)
tamos mejor dispuestos para comprender el
p o r q u é de este sacramento. El "cómo" nos
plantea u n esfuerzo interior; el " p o r q u é " nos
descubre encantadores horizontes.
T e n e d paciencia y concedednos unos momentos más vuestra atención. San Agustín
nos sirve de guía. En la Eucaristía podemos
considerar tres aspectos: en p r i m e r lugar, lo
q u e se ve, el pan y el vino; en segundo lugar,
lo q u e se cree y está escondido b a j o las especies del pan y del vino, y que es, en realidad, el Cuerpo y la Sangre de Cristo; en
tercer lugar, lo q u e significa esta presentación del Cuerpo y Sangre de Cristo b a j o las
figuras de pan y de vino (cf. Serm 232, P. L.
38, 1246). A esta tercera cuestión podemos
dar una respuesta (que n o es más que u n
fragmento de esa inmensa q u e nos p u e d e n
dar los maestros de la Teología, y el primero
de todos Santo T o m á s (cf. III, 73, 3, etc) ;
u n a respuesta q u e nos llena de admiración
y que nos deja entrever algo del pensamiento
de Cristo sobre todo el misterio eucarístico
y es sencillísima, pues n o dice más que esto:
Cristo, haciendo uso de su divino poder, se
ha revestido de estas apariencias para afirmar, de la forma más expresiva y evidente,
q u e quiere ser alimento interior, multiplicado para todos. Quiso hablarnos con signos
para hacernos comprender q u e es el pan, es
decir, que es el alimento disponible e insustituible de la h u m a n i d a d redimida. De la
misma forma que no se p u e d e vivir sin el
pan material, tampoco se p u e d e vivir espiritualmente sin Cristo. El es necesario. El es
3!)
la vida, El está dispuesto para cada u n o de
nosotros, quiere ser el principio interior de
nuestra existencia sobrenatural en la tierra
para ser el dador de nuestra plenitud en la
vida f u t u r a .
Primacía
de Cristo y su
Evangelio
A esta conclusión nos lleva y casi nos obliga la más elemental meditación sobre la Eucaristía, y a ella nos invita la presente celebración conmemorativa de la institución d-j
la fiesta del "Corpus Christi". Es u n a conclusión formidable, pues p o n e ante nosotros
u n dilema que es alternativa de vida o de
muerte. Se trata de aceptar o rechazar a Cris
to. El llega a nosotros por muchos caminos,
la Historia, la tradición, la Iglesia, el Evangelio, y luego llega El, El mismo, pero sólo
comprensible para quien tiene fe y se nos
presenta en los símbolos del p a n y del vino,
y nos dice: Yo soy tu pan, tu sostén, tu fuerza, tu paz y tu felicidad. Y la elección se
plantea entre El, el Pan del Cielo, y el pan
de la tierra, es decir, los recursos q u e para
vivir nos puede dar el m u n d o de los bienes
temporales, que El sabe q u e también nos son
necesarios, pues El mismo multiplicó los panes para saciar el h a m b r e corporal de aquellos que por escuchar su voz le h a b í a n seguido. Es decir, se nos p l a n t e a el complejo y
dramático problema q u e a t o r m e n t a a los
hombres de nuestro tiempo y determina su
3!)
orientación vital: si es suficiente el pan d e
la tierra, es decir, el complejo de los bienes
económicos y temporales, para saciar el h a m bre de vida, q u e es propia del h o m b r e ; si al
buscar y gozar este p a n terrestre y efímero
hay que ignorar el Pan del Cielo, esto es,
Cristo, la fe, la concepción cristiana de la vida y excluirlo de los programas de la actividad moderna, y si, finalmente, nos es posible, nos es obligado dar a Cristo y a su
Evangelio la primacía que El espera, sin qued a r privados de ese p a n de la tierra que es
también u n don de Dios, que es indispensable p a r a nuestra existencia presente y q u e
Cristo ha bendecido hasta hacerlo sacramento
de su perenne y encarnada presencia e n t r e
nosotros.
El mensaje
de
Orvieto
Vosotros, hijos sabios y amorosos custodios
de estas tradiciones piísimas y populares,
comprendéis cuál ha de ser la solución de
tan arduo problema, que presenta, especialm e n t e en nuestro país, la vida contemporánea; la solución no puede ser otra que u n
nuevo y vigoroso acto de fe en Cristo y su
palabra. Vosotros sentís surgir en vuestras almas, despertadas por esta festividad, u n a luz,
u n a fuerza espiritual, que podríamos llamar
el mensaje de Orvieto:
4 —Mysterium
Fiddi.
49
—No crea encontrar el h o m b r e de hoy otro
alimento para su insaciable h a m b r e de vida
más que la fe y la comunión de Cristo.
—No crea el h o m b r e de hoy q u e para conquistar el pan terreno, del q u e tiene necesidad su vida temporal, ha de dejar a u n lado
la búsqueda del pan de la vida religiosa y
de la fidelidad a la tradición católica.
—No crea el h o m b r e de hoy que el tesoro
de fe y belleza que se encuentra en la historia y civilización cristiana tiene ahora u n
simple valor arqueológico y folklórico, y no
piense que lo podrá d i g n a m e n t e conservar y
conservarlo como u n tesoro precioso, sí, pero
sin verdad y realidad interior, se convertirá
en cenizas en sus manos.
—Crea el h o m b r e de hoy que quien busca,
según la palabra de Cristo, ante todo el Rein o de Dios, tendrá p a n , tendrá abundancia
también de los bienes naturales de la ciencia, de la técnica, del t r a b a j o y del arte
—Crea el h o m b r e de hoy q u e más a ú n que
ayer Cristo le es necesario; h a b i e n d o desper
tado en él el deseo de la libertad, de la madurez h u m a n a , del progreso social, de la paz,
sepa q u e no sólo para poseerlos, sino para
conocer en su verdadero concepto estos ideales, es necesario el Maestro, el Maestro divino q u e es el único que los puede hacer coincidir con la verdad y con la vida.
—Y crea, finalmente, el h o m b r e de hoy que
la fe h u m i l d e y fervorosa en la Eucaristía
q u e Cristo le pide es p a r a su redención,.para
su salvación y para su felicidad.
Este es el mensaje de Orvieto.
3!)
Solicitud
paternal
Hermanos e hijos queridos, al celebrar este
sagrado rito tengamos u n recuerdo, u n a oración para el señor Presidente de la República,
que nos apena saberlo gravemente enfermo;
sean para él nuestro recuerdo reverente y
nuestros votos cordiales.
Y tengamos también u n a intención especial
q u e nunca nos debe faltar, la de orar por la
paz del m u n d o , de la que la Eucaristía es
prenda y consuelo.
3!)
H O M I L I A D E L PAPA EN EL C O N G R E S O
E U C A R I S T I C O N A C I O N A L DE PISA
(12 de j u n i o de 1955)
¡Señores cardenales,. entre los que se encuentra nuestro cardenal legado, arzobispo de
Florencia, y vosotros, venerables hermanos, y
entre todos el amado y respetable arzobispo
de esta vetusta e ilustre iglesia de Pisa, autoridades eclesiásticas y civiles, académicas y
militares, entre todas el señor presidente del
Consejo de Ministros de Italia, y las que representan, ya al Gobierno italiano, ya a la
ciudad de Pisa, y vosotros todos, fieles, tanto
de Pisa como de R o m a y de Italia reunidos
aquí para celebrar este X V I I Congreso Eucarístico Nacional, a todos os saludamos, a
todos os bendecimos con el reconocimiento
de saber que estáis aquí congregados para
unir vuestro h o m e n a j e con el nuestro al misterio de Cristo presente b a j o los símbolos eucarísticos y con la alegría de poder encontrarnos con vosotros, orar con vosotros, presagiar con vosotros nuevas venturas espirituales para esta tierra privilegiada, donde la
historia, el arte, la cultura, se h e r m a n a r o n dur a n t e siglos con la fe y se manifestaron en
m o n u m e n t o s de belleza y sabiduría incomparables. Saludo y bendición a quienes ahora
n o dirigiremos otras palabras para reservar
las de la breve homilía a la consideración
del tan elevado tema religioso q u e estamos
celebrando, pero a quienes reservamos todo
nuestro afecto, expresando dicho saludo y
bendición en la piedad y caridad del sacro
rito litúrgico!
Debemos un especial saludo a todos los queridos sacerdotes aquí presentes. El Congreso
les dedica con particular intención esta jorn a d a y para compartirla con vosotros, hermanos en la elección q u e Cristo h a hecho de
todos nosotros, p o r la entrega a su amor y
consagración a su ministerio, hemos llegado
hoy. aquí. Amados y venerados sacerdotes, a
nosotros corresponde ser conscientes de la doble representación que se nos h a asignado, la
de representantes de Dios ante los hombres
y la de representantes de los hombres ante
Dios; a nosotros corresponde exultar y temblar por haber sido hechos idóneos, a u n q u e
dignos, de actuar, obligados por aquella doble misión, in persona Christi, agentes por
su virtud del gran misterio eucarístico. Cristo, presente en nosotros con su poder divino
y h u m a n o , se hace presente en su realidad
sacramental mediante nuestro h u m i l d e y sublime ministerio. Nosotros somos los operarios, los ministros, los distribuidores de la
Eucaristía; n o lo olvidemos por la santidad
q u e debemos a Cristo y a Dios; n o lo olvidemos por la caridad que debemos a los hermanos.
3!)
La verdad
de la presencia
de
Cristo.
¡Hermanos e hijos carísimos! Hemos venido a este Congreso para hacer nuestro el testimonio del que ha hecho su programa: ¡Dios
está con nosotros! P o r q u e Cristo está con
nosotros. P o r q u e los signos sacrosantos de la
Eucaristía no son sólo símbolos y figuras de
Cristo o modos manifestadores de u n amor
o acción suyos, en la actitud de los comensales con la Cena, sino que contienen a Cristo
vivo y verdadero, le muestran presente, com o vivo está en la gloria eterna, a u n q u e aquí
representado en la acción de su sacrificio,
para demostrar que el Sacramento Eucarístico reproduce de m o d o i n c r u e n t o la inmolación cruenta de Cristo en la Cruz y hace
partícipes del beneficio de la redención al
que se alimenta d i g n a m e n t e del Cuerpo y
Sangre de Cristo, cubierto por esos signos de
p a n y vino. Esta es la verdad.
¡Ah! Sabemos que al e n u n c i a r tal realidad,
enunciamos u n misterio. Más todavía, no»
percatamos de que, al afirmar la verdad tal
como la profesa la Iglesia católica, acerca de
la Eucaristía, enunciamos también u n n u d o
e x t r e m a d a m e n t e complejo y maravilloso de
verdades esencialmente unidas con el misterio
eucarístico e igualmente misteriosas, pero al
mismo tiempo f u n d a m e n t a d a en la realidad.
Baste recordar, en primer lugar, al sacerdocio,
con sus prodigiosos poderes de actualizar por
virtud divina la arcana presencia de Cristo
en la Eucaristía y la relación esencial q u t
3!)
tiene ésta con el Cuerpo Místico de Cristo
(cí. S. T h . II, 73, 3), es decir, con la Iglesia,
la cual tiene en la Eucaristía el signo para
nosotros ahora supremo de su u n i d a d y el
principio más eficaz, el mismo Cristo en acto
de extrema caridad, de su composición y santificación. Sin hablar de q u e esta presencia
real y oculta, yacente en signos tan vacíos de
su naturaleza real —pan y vino— cuanto llenos de significado espiritual específico de la
Eucaristía —el alimento espiritual p a r a el
h o m b r e peregrino hacia la vida eterna—, lleva consigo tales implicaciones de p r o f u n d i dades teológicas —pensad en la analogía entre la palabra y su idéntica y múltiple resonancia en todos los q u e la escuchan— de
referencias evangélicas —pensad en los discursos de Cristo en C a f a r n a ú m y en la última
Cena—, de derivaciones litúrgicas —primeram e n t e la misa—, de aplicaciones culturales
—pensad en el silencioso y maravilloso misterio de los innumerables tabernáculos q u e esm a l t a n de luces visibles sólo a los ángeles, a
los santos y creyentes, la faz de la tierra—,
de fecundidad espiritual —pensad en la plen i t u d litúrgica de las asambleas de fieles en
t o r n o al altar y á las conversaciones personales que las almas individuales, alimentadas
de Cristo o extasiadas en la fe y en la caridad, a d o r a n d o y orando, m a n t i e n e n con el
divino Presente—, lleva consigo —repetimos—
tales implicaciones religiosas, espirituales, morales y rituales q u e constituyen el corazón de
la Iglesia. Jesús dice: Ibi sum in medio. Estoy en el centro (Matth , 18, 2 0 ) .
3!)
Falsas
interpretaciones
Esta es la verdad. Repetimos q u e nos percatamos de que enunciamos u n misterio. Pero
así es. Este es nuestro testimonio que coincide con el de este Congreso y nos trae su
plena confirmación, que nuestro magisterio
apostólico nos autoriza a profesar más todavía, nos obliga a profesar que Cristo está realm e n t e presente en el Sacramento Eucarístico
Decimos esto para gozar con vosotros, hijos
fieles, que hacéis de la Eucaristía vuestro alim e n t o espiritual, y para robustecer vuestra
piedad con ese culto auténtico, q u e se n u t r e
del Evangelio y de doctrina teológica al cual
os exhorta y facilita el camino la reciente
Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia. Decimos esto igualmente para disipar
algunas dudas surgidas estos últimos años de
la tentativa de dar interpretaciones evasivas
a la doctrina tradicional y autorizada de la
Iglesia en objeto de tanta importancia. Decimos esto, por último, para invitaros a todos vosotros, hombres de nuestro siglo, a que
fijéis vuestra atención en este antiguo y siempre nuevo mensaje que la Iglesia repite todavía: Cristo vivo y oculto en el signo sacram e n t a l que nos lo ofrece, está realmente presente. No es una palabra vacía, no es sugestión supersticiosa o fantasía mítica; es la
verdad, no menos real, a u n q u e situada en
distinto plano, que aquellas q u e todos nosotros, formados en la cultura moderna, estamos explorando, conquistando y a f i r m a n d o
3!)
acerca ele las cosas que nos rodean y que.
conocidas, dan el sentido de las verdades seguras, siempre positivas y, además, útiles, la^
verdades científicas.
Misterio
de fe
¡Hombres, hermanos e hijos de nuestro
tiempo!, creemos comprender vuestra perplejidad, así como la contrariedad que sentís
algunos de vosotros ante el anuncio del misterio eucarístico q u e la Iglesia sigue proclam a n d o y qüe Nos mismo, aprovechando una
ocasión tan propicia y solemne, c o n f i r m a m o i
aquí. ¿Cómo puede ser —nos parece oír m u r m u r a r a alguno—, cómo p u e d e ser tal cosa
q u e trasciende toda experiencia ordinaria,
todo conocimiento h a b i t u a l en el m u n d o físico, toda posibilidad de control sensible? La
educación mental de nuestro tiempo h a b i t ú a
el pensamiento a certezas concretas y no superiores a su capacidad cognoscitiva; el arte
de la duda, además, y de la crítica negativa,
la comodidad mental del agnosticismo y escepticismo, la facilidad p a r a la negación, tanto especulativa como práctica en la confrontación de las religiones y acaso una secreta
pereza que en el f o n d o de las almas de tantos hombres, no desprovistas u n día de recta
información religiosa y de cierta favorable
experiencia de quién es Cristo y c u á n t o vale
su palabra, paraliza en u n m o m e n t o d a d o u n
acto de h o n r a d a y valerosa reflexión, todas
3!)
estas formas características de la m e n t a l i d a d
y cultura modernas detienen a veces al h o m bre p r o f a n o ante el anuncio q u e reiteramos
a q u í : Cristo está con nosotros, y p o n e n en
sus labios los comentarios negativos de los
oyentes del gran discurso eucarístico de Cristo en C a f a r n a u m : " ¡ D u r o es este razonamiento, y ¿quién puede oírlo?!" (lo., 6, 60).
Pues bien, hombres de nuestro tiempo, todos vosotros sois también, creemos, hijos de
la Iglesia y hermanos nuestros, por estar bautizados, y, por consiguiente, aspirantes a la
inefable comunión con Cristo vivo, podemos
exponer ahora las razones q u e hacen aceptable la gran verdad eucarística, pero preferimos limitarnos a deciros lo que nos decíamos
a Nos mismo: es u n misterio y es u n a verdad de otro orden distinto de la lógica ordinaria y del conocimiento derivado de la
experiencia sensible, pero es u n a verdad garantizada por la palabra del Maestro Jesucristo, u n a palabra que tiende a poner en f u n cionamiento en nuestro espíritu u n modo especial de captar y de adherirse a u n a verdad
superior a su inteligencia normal; u n m o d o
particular de aceptar y de vivir u n a Palabra
que se justifica por sí misma y lleva consigo
u n atractivo secreto reconfortante, incluso
cuando se apoya en tantos argumentos plausibles; u n m o d o particular de comprometer
nuestro ser e n aceptar u n a Verdad, que se
afirma equivalente a la Vida; ese m o d o particular que se llama —ya lo adivináis— la fe
3!)
La Eucaristía es mysterium fidei, misterio
de fe. Luz vivísima, luz dulcísima, luz certísima para quien cree; rito opaco para el q u e
n o cree. ¡Ah!, ¡qué decisivo es el tema eucarístico llevado hasta este p u n t o de distinción!
Quien lo acepta, discierne. Lo discierne con
la vigorosa conclusión de Pedro: "¡Señor!,
¿a quién iremos? ¡ T ú sólo tienes palabras de
vida eterna!" (lo., 6, 6 8 ) .
Que no humilla
sino que
eleva
¡Hermanos e hijos carísimos! T a l vez sea
éste el m o m e n t o para todos propicio de renovar la elección que Cristo p o n e ante nosotros no sólo respecto a este relevante dogma
relativo al misterio eucarístico, sino a todo su
mensaje evangélico, como nos p r o p o n e la
Iglesia conducida por el Espíritu Santo y después de larga vigilia de meditación; en una
palabra, respecto a la fe católica. En la hora
solemne del Concilio Ecuménico, mientras en
el reloj de la Historia suena el comienzo de
u n a nueva jornada para la vida del m u n d o ,
nuestra fe desempeña u n a f u n c i ó n de gran
importancia. T o d o s conocen la necesidad de
una verdad trascendente y p r o f u n d a m e n t e
apta para iluminar el camino de la H u m a nidad sentido ya diferente, pero p r o f u n d a y
ampliamente: la fe católica, u n a vez más, presenta al m u n d o su impresionante ofrecimiento.
3!)
Fijaos. Es u n ofrecimiento libre a hombres
libres y, si se paran mientes, liberador El
Señor lo h a afirmado: la verdad, su verdad
os h a r á libres (lo., 8, 32); es u n ofrecimiento
gratuito y desinteresado, como el ofrecimiento q u e de un Amor i n f i n i t o llega a su p r i n cipio y fin; u n ofrecimiento q u e n o humilla
la mente h u m a n a , sino que la eleva a visiones superiores; un ofrecimiento q u e n o pert u r b a el ejercicio propio del pensamiento h u m a n o ni estorba el t r a b a j o con su n a t u r a l y
h o n r a d o cansancio ni detiene la actividad
temporal en sus conquistas civiles, sino, al
contrario, ilumina y conforta al hombre, que
llena la jornada de la vida presente con obras
dignas; u n ofrecimiento —¿quién lo ignora?—
que n o detiene el progreso social, n o aparta
al h o m b r e de sus legítimas aspiraciones vitales, sino que lleva consigo el eterno y alegre
mensaje evangélico de consuelo y esperanza
p a r a todo dolor h u m a n o y de estímulo, asimismo, a toda obligada justicia; u n ofrecimiento al q u e va unida la responsabilidad
ante Dios respecto al destino de la vida individual (recordad: el q u e creyere . . . se salvará; Marc., 16, 16); y ante la Historia el
destino de la paz en el m u n d o ; ofrecimiento
grave y grande, por t a n t o T o m a , compromete la vida en u n programa sincera e intencionadamente magnánimo, p e r o siempre
cristianamente sencillo, b u e n o y piadoso: la
fe es vida, la fe es salvación.
3!)
Pero debe ser
firme
Si nuestra voz puede tener fuerza de expansión y penetración, deseamos que primero
llegue a vosotros, pisanos, a vuestros corazones. Esta es la hora de la fe; repetiremos la
exhortación apostólica: "¡Permaneced fuertes
en la fe!" (1 Petr., 5, 8 ) ; en la fe q u e ha
tejido vuestra historia y h a hecho vuestra
gloria. Q u e éste sea el día en "que adquirís
plena y voluntaria conciencia y hacéis de ella
objeto de fidelidad. Y nos atrevemos paternalmente, con corazón de amigo y deseo de
estima, a unir nuestra invitación a la nueva
consideración de la fe de Cristo en el umbral,
n o desconocido p a r a Nos y q u e veneramos,
de vuestra célebre Universidad, cuya acta de
nacimiento firmó, en siglos pasados, en 1343,
nuestro lejano predecesor Clemente VI, y en
el u m b r a l n o menos estimado de vuestra ilustre Escuela Nacional Superior; la invitación
merece que espíritus ardientes y reflexivos,
q u e cobijan estos augustos edificios del saber,
reflexionen sobre su gravedad y reconozcan su
bondad.
Asimismo al pueblo toscano, que hoy recibe nuestra visita, repetimos las mismas palabras: amad, hijos de Toscana, la fe cristiana
de esta tierra privilegiada y bendita; la fe de
vuestros santos, la fe de los grandes espíritus
cuya inmortal memoria se h a celebrado ayer
y hoy: Galileo, Miguel Angel y Dante; la fe
de vuestros padres; haced q u e todavía hoy
3!)
vuestra fe sea pura y viva y m a ñ a n a la de
vuestros hijos.
Y quisiéramos que el eco de nuestra voz,
por la firmeza de la fe de Cristo, traspasase
el m a r T i r r e n o y llegase a la querida Cerdeña, a la isla laboriosa con la q u e tuvo Pisa
d u r a n t e siglos intercambio espiritual y cívico,
y luego a toda Italia, q u e halla hoy aquí magnífica expresión de su u n i d a d espiritual, augurio admirable de su cristiana prosperidad.
Este es el mensaje que el Papa ha venido
a traer personalmente al Congreso Eucarístico Nacional de la gloriosa Pisa.
3!)
R A D I O M E N S A J E AL VII C O N G R E S O
EUCARISTICO DEL PERU
(19 de septiembre de 1965)
Amadísimos hijos del Perú:
Con la vibrante manifestación de este día
clausuráis el VII Congreso Eucarístico Nacional q u e ha tenido como sede la histórica y
gloriosa ciudad de Huancayo. Nos llegamos a
vosotros por medio de la R a d i o con el corazón transido de gozo, en íntima comunión,
con vuestros espíritus que se han dado cita
ante el altar.
Nuestro mensaje va a vuestras almas —queremos que así sea— para conmoverlas, para
invitarlas a una respuesta, en la intención de
obligar a los ojos interiores del pensamiento
y al sentimiento a abrirse a la gracia de estos
días, y así i n u n d a r en cada u n o de vigor nuevo y de visión fascinadora el sentido de la
propia vida.
Vamos a resumir en tre» ideas los múltiples
temas que porfían por participar en este primer coloquio personal con vosotros.
Y así os diremos en seguida q u e vemos en
las solemnidades que estáis celebrando u n
5.—Mysterium
Fidei,
65
h o m e n a j e público, social, solemne, cíe fidelidad de todo el Perú a Cristo en la eucaristía.
Las muchedumbres que se apiñan en torno a la custodia, las lilas de comuniones en
las iglesias de la ciudad y a u n del territorio
nacional, los actos de culto eucarístico en
calles y plazas, ¿no son signo evidente ele la
h o n d u r a con que la le cristiana ha prendido
en el alma peruana? Perú sigue siendo católico, y esto es un gran consuelo para el Vicario de Cristo.
Hijos amadísimos: la fe es u n don del cielo que ha tenido su expresión más brillante
en la santidad que en vuestro suelo ha florecido: lo dicen Rosa de Lima, T o r i b i o de
Mogrovejo, el h e r m a n o M a r t i n de Porres y
tantos otros. Mas para conservar y transmitir este patrimonio a la posteridad es necesaria la propia cooperación. En la meditación de esta tarde cada u n o ha de pensar
cómo convertir en vivencia propia el mensaje cristiano, cómo darle transparencia ante
el m u n d o adverso a la interioridad, cómo
de-componer la luz de su prisma maravilloso en las refracciones varias de opción personal. No será sin una aplicación seria al
conocimiento de la verdad religiosa por medio de la instrucción: este es el primero y
f u n d a m e n t a l paso para salir de u n catolicismo rutinario a una existencia integralmente
cristiana: con sabor de sal para la sociedad
y la civilización nuestra, amable y atractiva
frente a la invasión hedonista del vivir actual, capaz de captar la simpatía del joven
3!)
y del anciano, del sabio y del inculto, del
h o m b r e de negocios y del t r a b a j a d o r común,
dotada ele una virtud formidable para someter esquemas mentales y. modos de obrar alejados, al suave yugo de la ley de Cristo. La
profesión cristiana exige, entre otras cosas,
conocer al Señor, amoldar las costumbres a
los preceptos del Decálogo y del Evangelio,
contribuir a edificar u n a sociedad mejor,
más justa, más atenta a las necesidades h u manas. Parte de ella de un compromiso f u n damental y decisivo, nos introduce en u n
estilo nuevo y peculiar, nos regenera, nos hace penetrar en Dios, en su misma vida. ¡Qué
horizonte luminoso para contemplar, qué camir.o seguro para seguir!
U n a segunda reflexión nos la sugiere el
Altar en que Cristo se hace presente como
víctima del sacrificio incruento de la misa y
alimento espiritual en el b a n q u e t e eucarístico. La fracción del Pan h e r m a n a a cuantos
de ella participan, actúa de p o d e r o o aglutinante que a todos los creyentes une en el
mismo amor de Cristo que se inmola, como
cabeza de un mismo cuerpo. El hecho de tomar parte en la misma mesa debe tener una
aplicación práctica en la observancia de la
caridad y de la justicia en las relaciones sociales. "Nosotros, por tanto —decía San Justino—, después de esto (una vez recibidos el
bautismo y la comunión) recordamos siempre ya para adelante estas cosas entre nosotros; y los que tenemos bienes socorremos a
todos los abandonados, v siempre estamos
unidos los unos con los otros'' (San Justino,
3!)
cf. Apología la., 67 y 94; P G 6, 431). La participación en el b a n q u e t e eucarístico, en una
palabra, es una invitación a corregir las injustas desigualdades sociales entre personas,
sectores o pueblos. Acompañe por lo tanto
a la comunicación de la riqueza sobrenatural por parte de Cristo, nuestro salvador y
hermano, la solidaridad, la distribución más
justa de los bienes de la tierra entre los
miembros de las comunidades humanas.
Finalmente queremos recoger otra lección
de vuestro magnífico Congreso Eucarístico:
el culto al santísimo sacramento en torno a
la Presencia Real, es un tesoro que no podemos dejar pasar como flor q u e hubiera
llegado ya a su otoño. 1 a sensibilidad del
pueblo cristiano que gusta la grandiosidad
de los Congresos Eucarísticos Internacionales y se recrea con el h u m i l d e saludo popular de "Alabado sea el Santísimo Sacramento"; esas velas de adoradores nocturnos ante
la Custodia, tantas capillas o iglesias que,
teniendo al Señor de manifiesto, invitan al
coloquio personal; las visitas al Santísimo
q u e dan calor espiritual a la jornada; la belleza de las procesiones del Corpus; todas
estas son cosas de tanta tradición en la Iglesia, de tanta eficacia santificadora que, aunque susceptibles de adaptación, nunca se habrá de renunciar a ellas. Su misma belleza
exige por nuestra parte u n a actitud de atención. ; N o son las cosas más hermosas las que
con más mimo se tratan?
Si en el espíritu del Concilio está el atraer
de nuevo más y más al p u e b l o a un culto eu3!)
rarístico mayormente centrado en la misa,
más penetrado de p r o f u n d o sentido pascual,
más orientado hacia la plenitud de su significación misteriosa de prolongación del sacrificio de la cruz, no por eso el culto de adoración ha de dejar de ser tan vivo, tan operante como antes. La palabra, el Verbo mismo
hecho carne, que reside en el tabernáculo,
merece u n culto que es cumbre, completándolo, de aquél con q u e se venera y se acoge
la palabra contenida en los libros sagrados.
Cristo personalmente presente junio a la
luz vacilante de la lámpara solitaria sigue
exigiendo una respuesta personal, invitando
al diálogo a ios quu le adoran con fe (el. lo.
4, 23). T o d a la c o m u n i d a d eclesial recibe
su vida y su amor de este centro p e r m a n e n te que es la persona misma de Cristo: la
adhesión a esta presencia asegura la conservación y el desarrollo de la vida comunitaria de la Iglesia, de su u n i d a d con Él.
¡Oh sacerdotes carísimos que, administrando el sacramento, tocáis el cuerpo virginal de Cristo! Alimentad vuetra fe con
este misterio inefable. A n t e Jesús gustaréis
la experiencia de los discípulos de Emaús
cuyo corazón ardía con la compañía inadvertida del Maestro (cf. Luc. 24, 13 ss.). ;Oh
padres de familia! Pensad en el pan del cielo cuantío a vuestros hijos procuráis el sustento cuotidiano. ¡Oh vírgenes a Dios consagradas! Si le amáis, seréis castas; si le tocáis, seréis puras; si le recibís, seréis vírgenes
(cf. Brev. Rom. 21 jan. resp. lect. 2: in festo S. Agnetis). ¡Oh hijos amadísimos del
3!)
m u n d o del trabajo! Si a Cristo acudís, la
carga no se os hará pesada (cf. Matth. 11,
30) y vuestro espíritu se verá ennoblecido
con la dignificación que el h u m i l d e trabajador de Nazaret confirió a la fatiga h u m a na. ¡Oh Perú, cuna gloriosa de santos y de
héroes! Si sigues a Cristo, Maestro y Rey de
amor, como en este solemne día le prometes,
en Él encontrarás para tu salvación las palabras de vida eterna (cf. lo. 6, 69).
En nombre de Cristo descienda sobre el
dignísimo cardenal legado nuestro, sobre
nuestro venerado h e r m a n o el celoso pastor
de Huancayo, sobre el Episcopado, autoridades civiles, militares, académicos, sobre los
sacerdotes, familias religiosas y seglares, sobre todo el amadísimo pueblo peruano, nuestra cordial bendición apostólica.
3!)
I N D I C E
MVh i KRM'M FI DEI
3
Motivos de solicitud pastoral y de ansiedad
6
La Sagrada
de íe
8
Eucaristía
es u n
misterio
El misterio eucaristico se realiza en el
sacrificio de la misa
12
En el sacrificio de la misa, Cristo se hace
sacramentalmente presente
18
Cristo Señor está presente en el sacramento de la Eucaristía por la transubstanciación
21
Del culto latréutico debido al sacramento
eucaristico
29
Exhortación para promover el culto eucaristico
31
MENSAJE DE O R V I E T O AL M U N D O
DE HOY
39
Estrofas perennes del m o n u m e n t o literario y litúrgico del A q u i n a t e
42
El cristiano ante el misterio eucaristico
44
El pan descendido del cielo da la vida a
las almas y al m u n d o
45
Primacía de Cristo y su Evangelio
48
El mensaje de Orvieto
49
Sol iii: ud paternal
51
H O M I L I A D E L PAPA EN EL C O N GRESO EUCARISTICO NACIONAL
DE PISA
53
La verdad de la presencia de Cristo
55
...
Falsas interpretaciones
57
Misterio de fe
58
Q u e no humilla sino que eleva
60
Pero debe ser firme
62
RADIOMEN'SA JE A L VII C O N G R E S O
E U C A R I S T I C O DEL P E R U
65
se terminó
de imprimir
el día 22
octubre de 190.5, en las prensas de
Editorial
Del
l'aoiflco,
Alonso Ovalle 766,
Santiago-Chile.
S.
A.,
de
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