5 Paulo VI MYSTERIUM FIDEI Mensaje de Orvieto al mundo de hoy Homilía en el Congreso Eucaristico Nacional de Pisa Radiomensaje al VII Congreso Eucaristico del Perú ep El Misterio de Fe, es decir, el inefable don de la Eucaristía, la Iglesia lo ha recibido del Espíritu Santo, su Esposo, como prenda de su inmenso amor, lo ha guard a d o siempre religiosamente com o el tesoro más prec ioso y ahora el Concilio Ecuménico Vadearío II le ha tributado una nueva v solemnísima profesión de le. P o r q u e si la sagiada liturgia ocupa el primer puesto n i la vida de la Iglesia, el misteiio eucarístico es como el corazón y el centro de la sagrada liturgia, en m a n to es la f u e n t e de la vida, que nos p t u i l i e a y nos fortalece de modo q u e vivamos 110 ya p;fra nosouos, sino para Dios, y nos unamos entre nosotros mismos con estrechísima caridad. Es, pues, necesario q u e nos acerquemos, particularmente a este misterio, con humilde reverencia, no buscando razones humanas, q u e deben callar, sino adheriendo f i r m e m e n t e a la Revelación divina. Paulo VI. MYSTERIUM FIDEI Carta Encíclica de Su Santidad Paulo VI al Episcopado, clero y fieles de todo el mundo. EDICIONES P A U L I N A S T r a d u c c i ó n castellana de la Oficina d e Prensa del Vaticano. HIJAS DE Vicuña Mackenna 6299 SAN - PABLO Casilla 3429 - Santiago C A R T A E N C I C L I C A DE SU S A N T I D A D P A U L O VI AL E P I S C O P A D O , C L E R O Y FIELES DE T O D O E L M U N D O A los venerables hermanos, patriarcas, p r i mados, arzobispos, obispos y a los otros ordinarios de lugar q u e están en paz y comunión con la sede apostólica, y al clero y fieles cristianos de todo el m u n d o P A U L O , PP. VI Venerables hermanos y amados hijos: y bendición apostólica. salud Venerables hermanos: El misterio de fe, es decir, el inefable don de la Eucaristía, la Iglesia lo h a recibido del Espíritu Santo, su Esposo, como prenda de su inmenso amor, lo ha g u a r d a d o siempre religiosamente como el tesoro más precioso y ahora el Concilio Ecuménico Vaticano I I le ha tributado u n a nueva y solemnísima profesión de fe. En efecto, los Padres del Concilio, al tratar de restaurar la sagrada liturgia, en su solicitud pastoral en favor de la Iglesia u n i versal, nada han tenido tan en el corazón como exhortar a los fieles a q u e con entera 3!) fe y suma piedad participen activamente en la celebración de este sacrosanto misterio, lo ofrezcan j u n t a m e n t e con el sacerdote como sacrificio a Dios por la salvación propia y de todo el m u n d o y se n u t r a n de él como alim e n t o espiritual. P o r q u e si la sagrada liturgia ocupa el prim e r puesto en la vida de la Iglesia, el misterio eucarístico es como el corazón y el centro de la sagrada liturgia, en cuanto es la f u e n t e de la vida que nos purifica y nos fortalece de modo q u e vivamos n o ya para nosotros, sino para Dios, y nos u n a m o s entre nosotros mismos con estrechisima caridad. Y para q u e se haga evidente Ja í n t i m a conexión entre la fe y la piedad, los Padres del Concilio, c o n f i r m a n d o la doctrina q u e la iglesia siempre h a sostenido y enseñado y el Concilio de T r e n t o d e f i n i ó solemnemente, juzgaron q u e era o p o r t u n o anteponer, al tratar del sacrosanto misterio de la Eucaristía, esta síntesis de verdades: " N u e s t r o Salvador, en la última cena, la noche de su traición, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, para p e r p e t u a r así el sacrificio de la cruz a lo largo de los siglos hasta su vuelta, confiando de este m o d o a su amada Esposa, la Iglesia, el m e m o r i a l de su muerte y de su resurrección; sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascua], en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos d a la prenda de la gloria f u t u r a " (Constit. De Sacra Liturgia, c. 2, n. 47; A. A. S. LVI, 1964, p. 113). 3!) Con estas palabras se enaltecen a u n mism o tiempo el sacrificio que pertenece a la esencia de la misa que se celebra cada día y el sacramento. Al participar de él los fieles por la sagrada comunión, comen la Carne y beben la Sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es una anticipación de la vida eterna y la medicina de la i n m o r t a l i d a d , según las palabras del Señor: "El que come mi Carne v bebe mi Sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el ú l t i m o d í a " (Jn. 6, 55). Así, pues, de la restauración de la sagrada liturgia Nos esperamos f i r m e m e n t e q u e brotarán copiosos frutos de piedad eucarística, para que la santa Iglesia, levantando esta saludable enseña de piedad, avance cada vez más hacia la perfecta u n i d a d (cfr. In. 17, 23) e invite a todos cuantos se glorian del n o m b r e cristiano a la u n i d a d de la fe y de la caridad y los atraiga suavemente b a j o la acción de la divina gracia. Nos parece que entrevemos estos frutos y como q u e gustamos ya sus primicias en la alegría manifiesta y en la p r o n t i t u d de ánimo con q u e los hijos de la Iglesia Católica han acogido la constitución de la sagrada liturgia y su instauración; y asimismo en muchas y bien escritas publicaciones destinadas a investigar más p r o f u n d a m e n t e y a conocer con mayor f r u t o la doctrina en torno a la santísima Eucaristía, especialmente en lo que se refiere a su conexión con el misterio de la Iglesia. T o d o esto es para Nos motivo de n o poco consuelo y gozo, y el comunicároslo es u n 3!) grati placer, venerables hermanos, para q u e también vosotros, con Nos, deis gracias a Dios, dador de todo bien, quien, con su Espíritu, gobierna a la Iglesia y la fecunda con creciente virtud. Motivos de solicitud y de ansiedad pastoral Con todo, venerables hermanos, no faltan, precisamente en la materia de que estamos hablando, motivos de grave solicitud pastoral y de ansiedad, acerca de los cuales la conciencia de nuestro deber apostólico no nos permite callar. En efecto, sabemos ciertamente q u e entre los que h a b l a n y escriben de este sacrosanto misterio, hay algunos q u e divulgan ciertas opiniones acerca de las misas privadas, del dogma de la transubstanciación y del culto eucarístico, que t u r b a n las almas de los fieles, engendrándoles n o poca confusión en las verdades de la fe, como si fuese lícito a cualquiera echar en olvido la doctrina definida ya por la Iglesia e interpretarla de modo que el genuino significado de las palabras o la reconocida fuerza de los conceptos q u e d e n enervados. No se puede, ejemplo, exaltar munitaria", que ni insistir t a n t o m e n t a l como si 3!) en efecto, por poner un tanto la misa llamada "cose descarte la misa privada; en la razón de signo sacrael simbolismo, que todos ciertamente admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el m o d o de la presencia de Cristo en este sacramento; o discutir acerca del misterio de la transubslanciación sin decir u n a p a l a b r a de la admirable conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en su Sangre, de que habla el Concilio de T r e n t o , de suerte q u e queden limitadas solamente, como dicen, a lí, "transigniücación" y "transfinalización"; o, finalmente, p r o p o n e r y llevar a la práctica la opinión según la cual en las hostias consagradas que q u e d a n después de la celebración del sacrificio de la misa Nuestro Señor Jesucristo no estaría ya presente. Cualquiera ve cuánto d a ñ o reciben de estas opiniones y de otras semejantes que se divulgan la fe y el culto de la divina Eucaristía. Así, pues, para que la esperanza suscitada por el Concilio dé una nueva luz de piedad eucarística que i n u n d e a toda la Iglesia, n o sé vea frustrada por los gérmenes ya esparcidos de falsas opiniones, hemos decidido hablar con vosotros, venerables hermanos, de este grave tema y comunicaros acerca de él nuestro pensamiento con autoridad apostólica. Ciertamente, Nos 110 negamos a los que divulgan tales opiniones el deseo nada desprec'able de escrutar y desentrañar las inagotables riquezas de tan gran misterio y descubrir su sentido a los hombres de nuestra época; más aún, reconocemos y aproba3!) mos este deseo; pero no podemos aprobar las opiniones q u e defienden, y sentimos el deber de avisar del gran peligro que esas opiniones constituyen para la recta fe. La sagrada Eucaristía es un misterio de fe Ante todo queremos recordar u n a verdad, de vosotros bien sabida, ero muy necesaria para eliminar todo veneno de racionalismo; verdad que muchos católicos h a n sellado con su propia sangre y q u e célebres Padres y Doctores de la Iglesia h a n profesado y enseñ a d o constantemente, esto es, q u e la Eucaristía es un altísimo misterio, más aún, hablando con propiedad, como dice la sagrada liturgia, el misterio de fe: "Efectivamente, en sólo él, como muy sabiamente dice nuestro predecesor, León X I I I , de feliz memoria, se contienen con singular riqueza y variedad de milagros todas las realidades sobrenaturales" (Carta encíclica Mirae Caritatis; Acta Leonis X I I I , vol. X X I I , 1902-1903, p. 122). Es, pues, necesario q u e nos acerquemos, particularmente a este misterio, con h u m i l d e reverencia, no buscando razones humanas, q u e deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina. San J u a n Crisóstomo, q u i e n , como sabéis, trató con p a l a b r a tan elevada y con tanta penetración de piedad del misterio eucarístico, instruyendo en u n a ocasión a sus fieles acerca de esta verdad, se expresó en estos 3!) apropiados términos: "Inclinémonos ante Dios; y no le contradigamos, a u n cuando lo q u e El dice pueda parecer contrario a nuesu'a razón y a nuestra inteligencia, sino que su palabra prevalezca sobre nuestra razón e inteligencia. Observemos esta misma conducta respecto al misterio (eucarístico), no considerando solamente lo que cae b a j o los sentidos, sino atendiendo a sus palabras. Porq u e su palabra n o puede e n g a ñ a r " • (In Matth., homil. 82, 4; Migne, P. G., 58, 743). Idénticas afirmaciones h a n hecho con frecuencia los Doctores escolásticos. Q u e en este sacramento esté presente el C u e r p o verdadero y la Sangre verdadera de Cristo, " n o se puede percibir con los sentidos —como dice Santo Tomás—, sino sólo con la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por esto, c o m e n t a n d o el paso de San Lucas 22, 19, H o c est Corpus m e u m q u o d p r o vobis traj e tur (Esto es mi Cuerpo, q u e será entregado por vosotros), Cirilo dice: No dudes si esto es verdad, sino más bien acepta con fe las palabras del Salvador: porque, siendo El la verdad, no miente" (Summ. Theol., l i a . q. 75, a. 1 c ) . Por eso, haciendo eco al Doctor Angélico, el pueblo cristiano canta frecuentemente: "Visus tactus gustus in te fallitur, sed a u d i t u solo tuto creditur: credo q u i d q u i d dixit Dei Filius, nil hoc Verbo veritatis verius" (En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo lo q u e ha dicho el H i j o de Dios, pues no hay 3!) n a d a más verdadero q u e la Palabra de la verdad). Más aún. San B u e n a v e n t u r a afirma: " Q u e Cristo esté en el sacramento como signo, no ofrece n i n g u n a dificultad; pero que esté verdaderamente en el sacramento, como en el cielo, he aquí la grandísima dificultad; creer, pues, esto es muy m e r i t o r i o " (In IV Sent., dist. X, P. 1. a. I. q. I; O p e r O m n „ t. IV, Ad claras Aquas, 1889, p. 217). Por lo demás, esto mismo insinúa el Evangelio c u a n d o cuenta q u e muchos de los discípulos cíe Cristo, después de haber oído q u e h a b í a n de comer su Carne y beber su Sangre, volvieron las espaldas al Señor dic endo: " D u r o es este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?". Pero Pedro, por el contrallo, al preguntarle Jesús si también los Doce se q u e r í a n marchar, a f i r m ó pronta y firmemente su fe y la de Jos apóstoles, d a n d o esta admirable respuesta: "Señor, ¿a quién vamos a ir? T ú tienes palabras de vida e t e r n a " (Jn. 6, 61-69). Es, pues, lógico que al investigar este misterio sigamos como una estrella al magisterio ce la Iglesia, al que el divino R e d e n t o r ha confiado la Palabra de Dios, escrita y transmitida oralmente para q u e la custodie y la interprete, convencidos de q u e " a u n q u e no se indague con la razón, a u n q u e n o se explique con la palabra, todavía es verdad, sin embargo, lo que desde la antigua edad con fe católica veraz se predica y se cree por toda la Iglesia" (San Agustín, Contr. Iulian., IV, 5, 11; Migne P. L. 44, 829). 3!) Pero esto no basta. Efectivamente, salva la 'ntegridad de la fe; es también necesario atenerse a una manera a p r o p i a d a de hablar, p a r a q u e n o demos origen a falsas opiniones —lo que Dios no quiera— acerca de la fe en los altos misterios, al usar palabras inexactas. Esto advierte San Agustín gravemente cuando considera el diverso modo de hablar de los filósofos y del cristianismo: "Los filósoÍOí —escribe— h a b l a n libremente y en las cosas muy difíciles de entender n o temen herir ios oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según u n a regla determinada, para evitar q u e el abuso d e las palabras engendre alguna o p i n i ó n impía acerca de las cosas q u e significan" (San Agustín, De civit. Dei, X, 23; Migne P. L. 41, 300). La norma, pues, de h a b l a r q u e la Iglesia, con un prolongado t r a b a j o de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la a u t o r i d a d de los Concilios, y que con frecuencia se ha convertido en contraseña y b a n d e r a de la fe ortodoxa, d e b e ser escrupulosamente observada, y nadie, por su propio arbitrio o con pretexto d e nueva ciencia, presuma cambiarla. ¿Quién, jamás, podría tolerar que las fórmulas dogmáticas usadas por los Concilios ecuménicos para los misterios de la Santísima T r i n i d a d y de la Eucaristía se juzguen como inadecuadas a los hombres de nuestro tiempo y que en su lugar se empleen inconsideradamente otras nuevas? Del mismo m o d o no se puede tolerar que cualquier persona privada pueda atentar a su gusto contra las fórmulas con 3!) q u e el Concilio T r i d e n t i n o ha propuesto la le del misterio eucarístico. Puesto q u e esas iórmulas, como las demás de q u e la Iglesia se sirve para p r o p o n e r los dogmas de la fe, expresan conceptos que n o están ligados a una determinada forma de cultura ni a una determinada fase de progreso científico, ni a u n a u otra escuela teológica, sino que manifiestan lo que la m e n t e h u m a n a percibe de la realidad en la universal y necesaria experiencia y lo expresan con adecuadas y de(erminadas palabras tomadas del lenguaje p o p u l a r o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a los hombres de todo tiempo y lugar. Verdad es que las fórmulas se p u e d e n explicar más clara y más a m p l i a m e n t e con m u cho fruto, pero nunca en sentido diverso de aquel en q u e f u e r o n usadas, de m o d o que al progresar la inteligencia de la fe persevere intacta la verdad de la fe. Porque, según enseña el Concilio Vaticano I en los sagrados dogmas, "se debe siempre retener el sentido que la Santa M a d r e Iglesia h a declarado una vez para siempre y nunca es lícito alejarse de ese sentido b a j o el especioso pretexto de más p r o f u n d a inteligencia" (Conslit. dogm. De fide cathoU c. 4 ) . Fl misterio eucarístico se realiza en el sacrificio de la misa Y para edificación y alegría de todos, nos place, venerables hermanos, recordar la doc3!) trina que la Iglesia católica conserva por la íradición y enseña con unánime consentimiento. Ante todo, es provechoso traer a la memoria lo que es como la síntesis y p u n t o central de esta doctrina, es decir, que por el misterio eucarístico se representa de m a n e r a admirable el sacrificio de la cruz consumado de una vez para siempre en el Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el p e r d ó n de los pecados q u e diariamente cometemos (cfr. Concil. T r i d . , Doctrina de SS. Misae Sacrificio, c. 1). Nuestro Señor Jesucristo, al instituir el misterio eucarístico, sancionó con su Sangre el Nuevo Testamento, del cual El es el Mediador, como en otro tiempo Moisés había sancionado el A n t i g u o con la sangre de los lerneros (cfr. Ex. 24, 8 ) , porque, como m e n t a el evangelista, en la ú l t i m a cena, tom a n d o el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: esto es mi Cuerpo, entregado por vosotros: haced esto en memoria mía. Asimismo tomó el cáliz, después de la cena, diciendo: Este es el cáliz de la nueva Alianza en mi Sangre, derramada por vosotros (Le., 22, 19-20; cfr. Mt., 26, 26-29; Me., 14, 22-24). Al ordenar a los apóstoles q u e hicieran esto en memoria suya, quiso por lo mismo que se renovase perpetuamente. Y la Iglesia lo ha ejecutado con fidelidad, perseverando en la doctrina de los apóstoles y reuniéndose para celebrar el sacrificio eucarístico. " T o d o s e'los perseverarán —como atestigua cuidadosamente San Lucas— en la doctrina de los 3!) apóstoles y en la c o m u n i ó n de la fracción del pan y en la oración" (Hech., 2, 42). Y era tan grande el fervor q u e los fieles concebían de esto, que podía decirse de ellos: "la m u c h e d u m b r e de los creyentes era u n solo corazón y u n alma sola" (Hech., 4, 32). Y el apóstol Pablo, q u e nos transmitió fidelisimamente lo que había recibido del Señor (I.Cor., 11, 23 ss.), habla abiertamente del sacrificio eucarístico c u a n d o demuestra q u e los cristianos no p u e d e n tomar parte en los sacrificios de los paganos, precisamente p o r q u e se han hecho participantes de la mesa del Señor. "El cáliz de bendición que bendecimos —dice—, ¿no es por v e n t u r a la comunión de la Sangre de C r i s t o ? . . . N o podéis beber el cáliz de Cristo y el cáliz de los demonios, no podéis tomar parte en la mesa del Señor y en la mesa de los d e m ° n i o s " (I Cor., 10, 16). La Iglesia, enseñada por el Señor y por los apóstoles, h a ofrecido siempre e>ta "nueva oblación del Nuevo Testamento, que Malaquías había p r e a n u n c i a d o " (1, 11), no sólo por los pecados, las penas, !as expiaciones y demás necesidades de los fieles vivos, sino también por los muertos en Cristo no purificados a ú n del todo" (Concil. Trid., Doctrina SS. Missae Sacrificio, c. 2 ) . Por n o traer otros testimonios recordamos solamente el de San Cirilo de Jerusalén, quien, instruyendo a los neófitos en la fe cristiana, dijo estas memorables palabras: "Después de completar el sacrificio espiritual, rito incruento, pedimos a Dios sobre la 3!) hostia de propiciación por la paz común de las Iglesias, por el recto orden del m u n d o , por los emperadores, por los ejércitos y los aliados, por los enfermos, por los afligidos, y, en general, todos nosotros rogamos por todos los que tienen necesidad de ayuda y ofrecemos esta víctima. . . y además (oramos) también por los santos padres y obispos difuntos y, en general, por todos los q u e h a n m u e r t o entre nosotros, persuadidos de q u e les será de sumo provecho a las almas por las cuales se eleva la oración mientras está aquí presente la Víctima Santa y digna de la máxima reverencia". C o n f i r m a n d o esto con el ejemplo de la corona entretejida para el emperador con o b j e t o de q u e perdone a los desterrados, el mismo santo Doctor concluye así: "Del mismo m o d o también nosotros ofrecemos plegarias a Dios por los difuntos, a u n q u e sean pecadores; no le entretejemos u n a corona, pero le ofrecemos en compensación de nuestros pecados a Cristo inmolado, tratando de hacer a Dios propicio para con nosotros y con ellos" (Catecheses, 23 myst. 5, 8-18; Migne P G, 33, 1115-118). San Agustín atestigua que la costumbre de ofrecer el "sacrificio de nuestra redención" también por les difuntos estaba vigente en la Iglesia romana (cfr. Coníess., IX, 12, 32; P. L. 32, 777; cfr. ibid., IX, 11, 27; P. L. 32, 775), y al mismo tiempo hace notar que aquella costumbre, como transmitida por los Padres, se observaba en toda la Iglesia (cfr. Serm. 172, 2; P. L. 38, 936; cfr. De cura gerenda pro mortuis, 13; P. L. 40, 593). 3!) Pero hay otra cosa que, por ser útil para ilustrar el misterio de la Iglesia, nos place añadir; esto es, q u e la Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima j u n t a m e n t e con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él. Nos deseamos ardientemente q u e esta admirable doctrina, enseñada ya p o r los Padres (cfr. San Agustín, De civit, Dei, X, 6; P. L. 41, 284), recientemente expuesta por nuestro predecesor, Pío X I I , de i n m o r t a l memoria (cfr. Litt. Encicl. Mediator Dei, A. A. S. X X X I X , 1947, p. 552), y ú l t i m a m e n t e expresada por el Concilio Vaticano I I en la Constitución De Ecclesia a propósito del pueblo de Dios (cfr. Const. Dogm. De Ecclesia, c. 2, n. 11; A. A. S. LVII, 1965, p. 15), se explique una y otra vez y se inculque prof u n d a m e n t e en las almas de los fieles, dejand o a salvo, como es justo, la distinción no sólo de grado, sino de naturaleza que hay entre el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio jerárquico (cfr. ibíd., c. 2, n. 10; A. A. S. LVII, 1965, p. 14). P o r q u e esta doctrina, en efecto, es aptísima para alimentar la piedad eucarística, para enaltecer la dignidad de todos los fieles y para estimular a las almas a llegar a la cumbre de la santidad, que n o consiste sino en entregarse totalmente al servicio de la Divina Majestad con generosa oblación de sí mismo. Conviene, además, recordar la conclusión q u e se desprende "de la naturaleza pública y social de toda misa" (Const. De Sacra L i t u r gia, c. 1, n. 27; A. A. S. LVI, 1964, p. 107). 3!) P o i q u e toda misa, a u n la celebrada privadamente por u n sacerdote, no es privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrificio q u e ofrece, sabe que se ofrece a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del m u n d o entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la cruz. Pues cada mi<a que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino también por la salvación de todo el m u n d o . De donde se sigue q u e a u n q u e a la celebración de la misa convenga en gran manera por su misma naturaleza que u n gran n ú m e r o de fieles tome parte activa en ella, no por eso h a de desaprobar, sino antes bien aprobar, la misa celebrada privadamente, según las prescripciones y tradiciones de la Iglesia, por u n sacerdote con sólo el ministro que le ayuda y le responde; porque de esta misa se deriva gran a b u n d a n c i a de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del p u e b l o fiel y de toda la Iglesia, y a u n de todo el m u n d o : gracias que no se obtienen en igual a b u n d a n c i a con la sola comunión. Por tanto, p a t e r n a l m e n t e y con insistencia recomendamos a los sacerdotes —que de u n m o d o particular constituyen nuestro gozo y nuestra corona en el Señor— que, agradecidos por la potestad que recibieron del obispo que los consagró para ofrecer a Dios el sacrificio y celebrar misas tanto por los vivos como pollos d i f u n t o s en nombre del Señor (cfr. Pontif. R o m . ) , celebren cada día la mir,a digna y devotamente, a fin de q u e ellos mismos y los demás cristianos puedan gozar en abundancia 2 — Mysterium Fidei. 17 de la aplicación de los Irutos que brotan del sacrificio de la cruz. Así también ayudarán sumamente a la salvación del género h u m a n o . En el sacrificio de la misa, sacramentalmente presente Cristo se hace Lo poco que hemos dicho acerca del sacrificio de la misa nos a n i m a a exponer algo también sobre el sacramento de la Eucaristía, ya q u e ambos, sacrificio y sacramento, pertenecen al mismo misterio y n o se p u e d e separar el u n o del otro. El Señor se inmola de manera incruenta en el sacrificio de la misa, q u e representa el sacrificio de la cruz, y nos aplica su virtud salvadora, c u a n d o por las palabras de la consagración comienza a estar sacramentalmente presente, como alimento espiritual de los fieles, b a j o las especies de p a n y vino. Bien sabemos todos q u e no es única la manera como Cristo está presente en su Iglesia. Resulta útil recordar algo más por extenso esta bellísima verdad q u e la Constitución De Sacra Liturgia expuso brevemente (cfr., c. 1, n. 7; A. A . ' s . LVI, 1964, pp. 100-101). Presente está Cristo en su Iglesia orante, siendo El quien "ora por nosotros, ora en nosotros y a El oramos: ruega p o r nosotros como sacerdote nuestro, ruega en nosotros como cabeza nuestra; a El rogamos como Dios nuest r o " (San Agustín, In Ps. 85, 1; P. L. 37, 1081). Y El mismo prometió: donde hay dos 3!) o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (cfr. Mt., 18, 20). Presente está El en su Iglesia, q u e ejerce las obras de misericordia, n o sólo p o r q u e cuando hacemos algún bien a u n o de sus hermanos pequeños se lo hacemos al mismo Cristo (cfr. Mt., 25, 40), sino también p o r q u e es Cristo mismo quien realiza estas obras por medio de la Iglesia y socorre así continuamente a todos los hombres con su divina caridad. Presente está en su Iglesia peregrina y que anhela llegar al p u e r t o de la vida eterna, va que El habita en nuestros corazones por la fe (cfr. Ef., 3, 17) y d i f u n d e en ellos la caridad por obra del Espíritu Santo q u e nos da (cfr. Rom., 5, 5 ) . De otra forma, muy verdadera, sin embargo, está presente en su Iglesia q u e predica, ya q u e el Evangelio que se anuncia es la Palabra de Dios, y solamente en el n o m b r e , con la autoridad y con la asistencia de Cristo Verbo de Dios encarnado se anuncia, a fin de q u e haya " u n a sola grey segura en virtud de u n solo pastor" (San Agustín, Contr. Litt. Petiliani, III, 10, 11; P. L. 43, 353). Presente está en su Iglesia que rige y gobierna al pueblo de Dios, puesto que la sagrada potestad deriva de Cristo, y Cristo, "Pastor de los pastores" (San Agustín, I n Ps„ 86, 3; P. L. 37, 1102), asiste á los pastores q u e la ejercitan, según la promesa hecha a los apóstoles. Además, en modo a ú n más sublime, está presente Cristo en su Iglesia q u e ofrece en su n o m b r e el sacrificio de la misa y a d m i nistra los sacramentos. A propósito de la pre3!) sencia de Cristo en el ofrecimiento del sacrificio de la misa, nos place recordar, lo q u e San Crisóstomo, lleno de admiración, d i j o con verdad y elocuencia: " Q u i e r o a ñ a d i r una cosa verdaderamente maravillosa, pero n o os extrañéis ni turbéis. ¿Qué es? La oblación es la misma, cualquiera que sea el oferente, Pablo o Pedro; la misma q u e Cristo confió a sus discípulos, y que ahora realizan los sacerdotes; ésta n o es en realidad m e n o r que aquélla, p o r q u e no son los hombres quienes la hacen santa, sino Aquel q u e la santificó. Así como las palabras que Dios p r o n u n c i ó son las mismas que el sacerdote ahora dice, así la oblación es la m i s m a " (In Epist. 2 and T i m o t h . homil. 2, 4; P. G. 62, 612) . Nadie ignora, por otra parte, q u e los sacramentos son acciones de Cristo, el cual los administra por medio de los hombres. Y por virtud de Cristo al tocar los cuerpos i n f u n d e n la gracia en el alma. Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y ofrecen a la contemplación el misterio de Ja Iglesia. Pero es muy otro el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, que por eso es, entre los demás sacramentos, "el más suave por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido" (Egidio R o m a n o , T h e o r e m a t a de Corpore Christi, theor. 50 Venitiis 1521, p. 127); ya que contiene al mismo Cristo y es "como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos" (Santo Tomás, Summ. Theol., III, q. 73, a. 3 c ) . 3!) T a l presencia se llama "real", n o por exclusión, como si las otras n o f u e r a n "reales", sino por antonomasia, ya q u e es substancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro (clr. Concil. T r i d . , Decret. de SS. Euch., c. 3 ) . Falsamente explicaría esta m a n e r a de presencia quien se imaginara u n a naturaleza, como dicen " p n e u m á t i c a " del cuerpo glorioso de Cristo presente en todas partes, o la r e d u j e r a a los límites de u n simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera más q u e en un signo eficaz "de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles miembros del cuerpo místico" (clr. Pío X I I , Litt. Encycl. H u m a n i generis; A. A. S., XLI1, 1950, p. 578). Es verdad que acerca del simbolismo eucarístico, sobre todo con referencia a la u n i d a d de la iglesia, h a n tratado m u c h o los Padres y Doctores escolásticos. El Concilio de T r e n t o , resumiendo su doctrina, enseña q u e nuestro Salvador dejó en su Iglesia la Eucaristía "com o un símbolo . . . de su u n i d a d y caridad, con la que quiso q u e estuvieran í n t i m a m e n t e unidos entre sí todos los cristianos", "y por lo tanto, símbolo de aquel único Cuerpo del cual El es la Cabeza" (Decr. De SS Eucharistia, proem. et c. 2 ) . Ya al comienzo de la literatura cristiana, a propósito de este asunto escribió el autor desconocido de la obra llamada "Didaché o Doctrina de los doce Apóstoles": "Por lo que loca a la Eucaristía, dad gracias a s í . . . como este pan partido, estaba antes disperso sobre 3!) Crista Señor está presente en el sacramento de la Eucaristía por ¡a transubstanciación Ma» para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, q u e supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros (cfr. Litt. E n cycl. Mirae Caritatis; Acta Leonis X I I I , vol. X X I I , 1902-1903, p. 123), es necesario escuchar dócilmente la voz de la Iglesia docente y orante. Ahora bien, esta voz, q u e constituye u n eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo 110 se hace presente en este sacramento sino por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo y de toda la substancia del vino en su sangre; conversión a d m i r a b l e y singular a la q u e la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación (cfr. Concil. Trid., Decr. de SS. Eucharistia, c. 4 et can. 2 ) . Realizada la transubstanciación, las especies de pan y de vino a d q u i e r e n sin d u d a un nuevo significado y un nuevo fin, puesto q u e ya no son el pan o r d i n a r i o y la ordinaria bebida, sino el signo de u n a cosa sagrada, signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y u n n u e vo fin, en cuanto contienen u n a "realidad" q u e con razón denominamos ontológica. Porq u e b a j o dichas especies ya no existe lo q u e había antes, sino u n a cosa completamente diversa; y esto no ú n i c a m e n t e por el juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la substancia o n a t u 3!) raleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, no q u e d a ya n a d a del pan y del vino, sino las solas especies: b a j o ellas Cristo todo entero está presente en su "realid a d " física, aun corporalmente, a u n q u e no del mismo modo como los cuerpos están en u n lugar. Por ello los Padres tuvieron "gran cuidado de advertir a los fieles q u e al considerar este augustísimo sacramento confiaran no en lo-; sentidos que se fijan en las propiedades del p a n y del vino, sino en las palabras de Cristo, q u e tienen tal fuerza que cambian, transforman, " t r a n s e l e m e n t a n " el p a n y el vino en su cuerpo y en su sangre; porque, como más de u n a vez lo a f i r m a n los mismos Padres, la virtud que realiza esto, es la misma v i r t u d de üio-> o m n i p o t e n t e q u e al principio del tiempo creó el universo de la nada. "Instruido en estas cosas —dice San Cirilo de ferusalén para concluir su sermón sobre los misterios de la fe— e i m b u i d o de una certísima fe, para la cual aquello que parece pan no es pan, no obstante la sensación del gusto, sino es el C u e r p o de Cristo; y aquello q u e parece vino no es vino, a u n q u e así le parezca al gusto, sino la Sangre d e Cristo, . •. confirma tu corazón y come ese pan como algo espiritual y alegra la faz de tu a l m a " (Catecheses, 22, 9 [myst. 4]; P. G. 33, 1103). Insiste igualmente San Juan Crisóstomo: " N o es el h o m b r e q u i e n convierte las cosas ofrecidas en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el mismo Cristo q u e por nosotros fue crucificado. El sacerdote, figura de Cristo, 3!) p r o n u n c i a aquellas palabias, pero su virtud y la gracia son de Dios. "Este es mi cuerpo", dic;t'. Y esta palabra translorma las cosas ofrecidas" (De prodit. ludae, homil. 1, 6; P. G. 49, 380; cfr. In Matth., homil. 82, 5: P. G. 58, 744). • Y con el obispo de Gonstan'.inopla J u a n , está perfectamente de acuerdo el obispo de Alejandría Cirilo, quien, en su comentario sobre el Evangelio de San Mateo, escribe: "(Cristo) en forma indicativa dice: "Esto es mi cuerpo y esto es mi sangre", para que n o creas cjue son simpler figuras las cosas q u e se ven, sino q u e las cosas ofrecidas son transformadas, de m a n e r a misteriosa pero realmente por Dios o m n i p o t e n t e , en el cuerpo y en la sangre de Cristo; y al participar de ellos recibimos b v i r t u d vivificante y santiiicadora de Cristo" (In Matth., 26, 27; P. G. 72, 451). Y Ambrosio, obispo de Milán, comentando con claridad la conversión eucarística, dice: "Convenzámonos de q u e esto n o es lo cjue la naturaleza formó, sino lo que la bendición consagró y cjue la fuerza de la bendición es mayor que la de la naturaleza, p o r q u e con la bendición aun la naturaleza se cambia". Y q u e r i e n d o c o n f i r m a r la verdad del misterio, p r o p o n e muchos ejemplos de milagros narrados en la Escritura, entre los cuales el nacimiento de Jesús de la Virgen María, y luego, volviéndose a la creación concluye: "Por lo tanto, la palabra de Cristo, que ha p o d i d o hacer de la n a d a lo q u e no existía, ¿no puede acaso cambiar las 3!) cosas que ya existen, en lo q u e no eran? Pues no es menos dar a las cosas su propia naturaleza, que cambiársela" (De Myster., 9, 50-52; P. L. 16, 422-424). Pero n o es necesario aducir muchos testimonios. Es más útil recordar la firmeza de la fe con q u e la Iglesia, con u n á n i m e concordia, resistió a Berengario, el cual, cediend o a las dificultades sugeridas por la razón h u m a n a , se atrevió el primero a negar la conversión eucarística. La Iglesia lo amenazó repetidas veces con la condena si no se retractaba. Y por eso San Gregorio VII, nuestro predecesor, le impuso el prestar u n j u r a m e n t o en estos términos: "Creo de corazón y abiertamente confieso q u e el pan y el vino que se colocan en el altar, por el misterio de la oración sagrada, y p o r ' l a s palabras de nuestro R e d e n t o r , se convierten substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Nuestro Señoi Jesucristo, y que después de la consagración está el verdadero cuerpo de Cristo, que nació de la Virgen, y q u e ofrecido por la salvación del m u n d o estuvo pendiente de la cruz, y está sentado a la derecha del Padre; y q u e está la verdadera sangre de Cristo, q u e b r o t ó de su costado, y ello no sólo por signo y virtud del sacramento, sino en propiedad de naturaleza y en substancia" (Mansi, Coll. ampliss. Concil., XX, 524 D). Están de acuerdio con estas palabras, y d a n con ello u n admirable ejemplo de la firmeza de la fe católica c u a n t o los Concilios Ecuménicos Lateranense, Constanciense. 3!) Florentino y, finalmente, el T r i d e n t i n o , h a n enseñado de u n m o d o constante sobre el misterio de la conversión eucarística, ya sea exp o n i e n d o la doctrina de la Iglesia, ya sea c o n d e n a n d o los errores. Después del Concilio de T r e n t o nuestro predecesor Pío VI advirtió seriamente contra los errores del Sínodo de Pistoia, q u e los párrocos, q u e tienen el oficio de enseñar, no descuiden el h a b l a r de la transubstanciación, que es u n o de los artículos de la le (Const. Auctorem Fidei, 28 ag. 1794). T a m bién nuestro predecesor Pío X I I , de feliz memoria, recordó los límites q u e no deben pasar todos los que discuten agudamente del misterio de la transubstanciación (Aloe. 22 septiembre 1956; A. A. S., X L V I I I , 1956, p. 720). Nos mismo, en el reciente Congreso Nacional Italiano Eucarístico de Pisa, conforme a nuestro deber apostólico, hemos dado pública y solemnemente testimonió de la fe de la Iglesia (A. A. S., LVII, 1965, 588592). Por lo demás, la Iglesia católica n o sólo ha enseñado siempre, sino que también ha vivido la fe en la presencia del C u e r p o y Sangre de Cristo en la Eucaristía, puesto que ha adorado en todos los tiempos tan gran sacramento con culto latréutico que se debe solamente a Dios. De este culto escribe San Agustín: "En esta carne (el Señor) ha caminado aquí y esta misma carne nos ha d a d o de comer para la salvación; y n i n g u n o come esta carne sin haberla antes adorad o . . . , de m o d o que no pecamos adorán3!) dola, antes al contrario, pecamos si n o la adoramos" (ln Ps. 98, 9; P .L. 37, 1204). Del culto latréutico debido al sacramento eucarinico La Iglesia católica profesa este culto latréutico que se debe al sacramento eucarístico no sólo d u r a n t e la misa, sino también juera de su celebración, conservando con mayor diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión fuera de su celebración, conservando con De esta veneración tenemos muchos testimonios en los más antiguos documentos de la Iglesia. Pues los pase ores de la Iglesia exhortaban solícitamente a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que llevaban a casa. "En verdad, el C u e r p o de Cristo debe ser comido y no despreciado de los fieles", como amonesta gravemente San H i p ó l i t o (Trad. Apost. ed. Botte, La tradition Apostolique de St. Iiippolyte, Munster, 1963, p. 84). Consta que los fieles creían, y con razón, que pecaban, como recuerda Orígenes, si, h a b i e n d o recibido el C u e r p o del Señoi y conservándolo con todo cuidado y veneración, algún f r a g m e n t o caía por negligencia (In Exod. fragm.; Migne P. G. 12, 391). Q u e los mismos pastores reprobasen fuertemente cualquier defecto de debida reve3!) rencia, lo atestigua N o v a a a n o , digno de fe en esto, que juzga digno de reprobación el q u e "saliendo de la celebración dominical y llevando a ú n consigo, como se suele, la Eucaristía. . . , lleva el C u e r p o Santo del Señor de acá para allá", corriendo a los espectáculos y no a su casa (De Spectaculis; C. S. E. L. III, p. 8). T o d a v í a más: San Cirilo de Alejandría rechaza como locura la o p i n i ó n de aquellos que sostenían que la Eucaristía n o sirve nada para la santificación s< q u e d a algún resid u o de ella el día s i g u . e n t e : ' "Pues ni se altera Cristo", dice, "ni se m u d a su sagrado Cuerpo, sino persevera siempre en él la fuerza, la potencia y la gracia vivificante" (Epist. ad Calosyrium; P. G. 76, 1075). Ni se debe olvidar que a n t i g u a m e n t e los fieles, ya sea que se encontrasen b a j o la violencia de la persecución, ya sea q u e por amor de la vida monástica viviesen en la soledad, solían alimentarse diariamente de la Eucaristía, tomando la sagrada comunión con las propias manos, c u a n d o estaba ausente el sacerdote o el diácono (cfr. Basil, Epist. 93; P. G. 32, 483-486). No decimos esto, sin embargo, para q u e se cambie el modo de cusforiar la Eucaristía o de recibir la santa comunión, establecido después por las leyes eclesiásticas y todavía hoy vigente, sino sólo para congratularnos de la única fe de la Iglesia, que es siempre la misma. De esta única fe ha nacido también la fiesta del Corpus Christi, que, especialmente por 3!) obra de la sierva de Dios Santa Juliana de Mont Cornillon, lúe celebrada por primera vez en la diócesis de Lieja, y que nuestro predecesor U r b a n o IV extendió a toda la Iglesia, y han nacido también otras muchas instituciones de piedad eucarística que, b a j o la inspiración de la gracia divina, se han multiplicado cada vez más ; y con las cuales la Iglesia católica, casi a porfía, se esfuerza en rendir h o m e n a j e a Cristo, o en implorar su misericordia. Exhortación el culto para promover eucaristico Os rogamos, pues, venerables hermanos, que custodiéis p u r a e íntegra en el pueblo confiado a vuestro cuidado y vigilancia esta fe que nada desea más ardientemente que guardar una perfecta fidelidad a la palabra de Cristo y de los apóstoles, rechazando plenamente todas las opiniones falsas y perniciosas, y promováis, sin economizar palabras ni fatigas, el culto eucarístico, al cual deben conducir y converger linalmente todas las otras formas de piedad. Los fieles, b a j o vuestro impulso, conozcan y experimenten más y más esto: "El que quiere vivir tiene dónele y de d ó n d e vivir. Q u e se acerque, que crea, que se incorpore para ser vivificado. Que no renuncie a la cohesión de los miembros, que no sea u n m i e m b r o p o d r i d o digno de ser cortado, ni un m i e m b r o 3!) deforme de modo que se tenga q u e avergonzar: que sea u n m i e m b r o hermoso, apto, sano; que se adhiera al cuerpo, q u e viva de Dios para Dios; que trabaje ahora sobre la tierra para poder después reinar en el cielo" (San Agustín, In Ioann. tract,. 26, 13; P. L. 35. 1613). Diariamente, como es de desear, los fieles en gran n ú m e r o participan activamente en el sacrificio de la misa, se a l i m e n t a n con corazón p u r o y sano de la sagrada comunión, y den gracias a Cristo Nuestro Señor por tan gran don. Recuerden estas palabras: "El deseo de Jesús y de la Iglesia de q u e todos los fieles se acerquen diariamente al sagrado banquete, consiste sobre todo en esto: que los fieles, unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza para d o m i n a r la sensualidad, para purificarse de las leves culpas cotidianas y para evitar los pecados graves a los q u e está sujeta la h u m a n a fragilidad" (Decr. S. Congr. Concil., 20 dic. 1905; A A S., X X X V I I I , 1905-6, p. 401) . Además, d u rante el día, los fieles no o m i t a n el hacer la visita al santísimo sacramento, q u e debe estar reservado en un sitio dignísimo con el m á x i m o honor en las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto q u e la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente. T o d o s saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano u n a incomparable dignidad. Ya que no sólo mientras se ofrece el sacrificio y se realiza el sacramento, sino 3!) también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el E m m a n u e l , es decir, Dios con nosotros". Pues día y noche está en medio de nosotros, h a b i t a con nosotros lleno de gracia y de verdad (cfr. Jn., 1, 14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que se acercan a El, a fin de q u e con su ejemplo a p r e n d a n a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no las cosas propias, sino las de Dios. Cualquiera, pues, q u e se dirige al augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en a m a r a su vez con p r o n t i t u d y generosidad a Cristo q u e nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cfr. Col., 3, 3) y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave q u e ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad. Os es bien conocido, además, venerables hermanos, q u e la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial, más aún, de la Iglesia universal y de toda la h u m a n i d a d , puesto que b a j o el velo de las sagradas especies contiene a Cristo, Cabeza visible de la Iglesia, R e d e n t o r del m u n d o , centro de todos los corazones, " p o r quien son todas las cosas y nosotros p o r El" (I Cor., 8, 6 ) . 3.—Mysterium Fidei. 33 De aquí se sigue que el culto de la divina Eucaristía mueve f u e r t e m e n t e el á n i m o a cultivar el amor "social" (cfr. San Agustín, De gen. ad litt., XI, 15, 20; P. L. 34, 437), con el cual anteponemos al bien privado el bien c o m ú n ; hacemos nuestra la causa de la com u n i d a d , de la parroquia, de la Iglesia u n i versal, y extendemos la caridad a todo el m u n d o , p o r q u e sabemos q u e en todas partes existen miembros de Cristo. Venerables hermanos, puesto que el sacram e n t o de la Eucaristía es signo y causa de la u n i d a d del Cuerpo Místico y en aquellos q u e con mayor fervor lo veneran excita u n activo espíritu "eclesial", n o ceséis de persuadir a vuestros fieles que, acercándose al misterio eucarístico, aprendan a hacer propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin intermisión, a ofrecerse a sí mismos al Señor como agradable sacrificio por la paz y la u n i d a d de la Iglesia, a fin de q u e todos los hijos de la Iglesia sean u n a sola cosa y tengan el mism o sentimiento, ni haya entre ellos cismas, sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar, como m a n d a el apóstol (cfr. I Cor., 1, 10); y q u e todos aquellos q u e no están todavía unidos con perfecta comunión con la Iglesia católica e n cuanto q u e están separados de ella, pero se glorían y h o n r a n del n o m b r e cristiano, lleguen cuanto antes con el auxilio de la gracia divina a gozar j u n t a m e n t e con nosotros de la u n i d a d de fe y de comunión q u e Cristo quiso que f u e r a el distintivo de sus discípulos. 3!) Este deseo de orar y consagrarse a Dios por la u n i d a d de la Iglesia lo deben considerar como particularmente suyo los religiosos, hombres y mujeres, ya que ellos se dedican de m o d o especial a la adoración del santísimo sacramento, haciéndole como corona aquí en la tierra en virtud de los votos q u e h a n hecho. Pero queremos expresar una vez más el deseo de la unidad de todos los cristianos, que es el más querido y grato que tuvo y tiene la Iglesia, con las mismas palabras del Concilio T r i d e n t i n o en la conclusión del Decreto sobre la santísima Eucaristía: "Finalmente, el Santo Sínodo advierte con p a t e r n o afecto, ruega e implora "por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios" (Le., 1, 78) que todos y cada u n o de los cristianos convengan y concuerden en este signo de u n i dad, en este vínculo de caridad, en este símbolo de concordia y considerando tan gran majestad y el amor tan eximio de Nuestro Señor Jesucristo, que dio su preciosa vida como precio de nuestra salvación y nos dio su carne para comerla (Jn., 6, 48 ss.), crean y adoren estos sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre con fe tan f i r m e y constante, con tanta piedad y culto, q u e les permita recibir frecuentemente este p a n supersubstancial (Mt., 6, 11), y q u e éste sea para ellos verdaderamente vida del alma y perenne salud de la mente, de tal forma que, "fortalecidos con su vigor" (Reg., 19, 8), p u e d a n llegar desde esta pobre peregrinación a la patria celeste para comer allí, sin velos el 3!) mismo pan de los ángeles (Salm. 77, 25) q u e ahora comen b a j o los sagrados velos" (Decret. De SS. Eucharistia, c. 8 ) . Ojalá que el benignísimo Redentor, que ya p r ó x i m o a la m u e r t e rogó al Padre que todos los que habían de crecer en El fuesen u n a sola cosa, como El y el Padre son una cosa sola (cfr. Jn., 17, 20-21), se digne oír lo más p r o n t o posible este nuestro ardentísimo deseo y el de toda la Iglesia, es decir, que todos, con una sola voz y u n a sola fe, celebremos el misterio eucarístico, y p a r t i c i p a n d o del C u e r p o de Cristo formemos u n solo cuerpo (cfr. I Cor., 10, 17), u n i d o con los mismos vínculos con los cuales El lo quiso formado Nos dirigimos, además, con fraterna caridad a aquellos q u e pertenecen a las venerables Iglesias de Oriente, en las que florecieron tantos celebérrimos Padres cuyos testimonios en torno a la Eucaristía hemos recordado muy gustosamente en esta nuestra Carta Nos sentimos penetrados de gran gozo cuand o consideramos vuestra fe ante la Eucaristía, que coincide con nuestra fe, cuando escuchamos las oraciones litúrgicas con que celebráis vosotros u n tan g r a n d e misterio, cuando admiramos vuestro culto eucarístico y leemos a vuestros teólogos q u e exponen y defienden la doctrina en torno a este augustísimo sacramento. La Santísima Virgen María, de la que Cristo Señor tomó aquella carne q u e en este sacramento está contenida b a j o la especie del pan y del vino, es ofrecida y comida (C I. C., Can. 801), y todos los santos y las santas 3!) de Dio?, especialmente aquellos que sintieron más ardiente devoción por la divina Eucaristía, intercedan j u n t o al P a d r e de las misericordias, a fin de que la común fe y culto eucarístico brote y oobre más vigor la perfecta u n i d a d de comunión entre todos los cristianos. Están impresas en el ánimo las palabras del mártir Ignacio, que amonesta a los fieles de Filadelfia sobre el mal de las desviaciones y de los cismas, p a r a los q u e es remedio la Eucaristía: "Esforzáos, pues —dice aquél—, por usufructar u n a sola Eucaristía; p o r q u e una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo, y u n o solo es el cáliz en la u n i d a d de su Sangre, u n o el altar, como u n o es el obispo . . . " (San Ignacio, E. p. ad Philad., 4; P. G. 5, 700). Con la suavísima esperanza q u e del acrecentado culto eucarístico derivarán muchos bienes para toda la Iglesia y para todo el m u n d o , a vosotros, venerables hermanos, a los sacerdotes, a los religiosos y a todos aquellos que os prestan su colaboración, a todos los fieles confiados a vuestros cuidados, impartimos con gran efusión de amor, y en prenda de las gracias celestiales, la bendición apostólica. Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de San Pío X, el ? de septiembre de 1965, tercer año de nuestro pontificado. litúrgico del Aquinate P A U L U S PP. VI. 3!) EL MENSAJE DE O R V I E T O A L M U N D O DE H O Y Señores cardenales, venerados hermanos e hijos carísimos, sacerdotes, religiosos y religiosas; magistrados del Estado y señores de la provincia y de esta querida y noble ciudad; oficiales y soldados, pueblo de Orvieto, italianos y miembros de todos los países aquí representados: Nos sentimos muy dichosos de encontrarnos con vosotros en este D u o m o y con motivo de esta festividad centenaria, os damos las gracias por vuestro festivo y cariñoso recibimiento, y estamos seguros que sus espléndidas y vivas expresiones externas n o impedirán a n i n g u n o la reflexión interior indispensable para recoger el valor y el significado de las cosas, que queremos h o n r a r con nuestro recuerdo, con nuestra admiración y con nuestra piedad. Por ello, el saludo y la bendición con que respondemos a vuestras aclamaciones y a vuestro h o m e n a j e quieren, por u n lado, expresaros nuestro agradecimiento por estas deferentes manifestaciones y. por otro, entrar en el alma de cada u n o de vosotros e invitaros á u n encuentro espiritual en el que nuestra presencia en esta festividad pueda 3!) manifestaros el cordial y respetuoso interés de nuestro ministerio p a r a con vuestras personas, vuestros pensamientos, vuestras ocupaciones, vuestros dolores, vuestras esperanzas; quisiéramos hacer llegar a todas las almas polarizadas en torno a Nos, por las presentes circunstancias, u n a p r u e b a de afecto paternal y espiritual consuelo. Por ello, os decimos de corazón: ¡Sed todos saludados y bendecidos! Pero también tenemos que decir por qué nos encontramos hoy aquí a u n q u e de sobra todos conocéis los motivos de nuestra peregrinación. Vosotros lo queréis escuchar de nuestros labios; tenéis y Nos tenemos estos motivos como objeto de vuestra legítima ambición y esperamos de vuestra fiel e inteligente reflexión. Pues bien, os diremos, en primer lugar, q u e estos motivos los sentimos poderosos y urgentes en nuestro espíritu; no nos encontraríamos aquí, si razones del todo especiales no nos h u b i e r a n estimulado a salir del ámbito acostumbrado y restringido en que se desenvuelve hoy la vida del Papa, para venir a rendir h o m e n a j e a Orvieto (y asociamos en nuestro pensamiento a la cercana y querida Bolsena) y a sus festividades conmemorativas. Esto ya os demuestra la importancia q u e atribuimos a lo q u e estamos visitando y celebrando, y el mérito q u e le reconocemos con el objeto de q u e sea ampliamente conocido y venerado. Os diremos también q u e es tal la grandeza y abundancia de los motivos que nos h a n 3!) traído aquí, que algunos de ellos nos distraen del motivo central de nuestra visita; por ello, sólo nos referimos al q u e es suficiente para hacer converger a todos sobre sí mismo, o mejor, para hacerlos derivar de él mismo como los rayos de una custodia, en cuyo esplendor se enciende como sol luminoso el misterio eucarístico. Hay una razón histórica q u e nos invita y nos trae aquí, antigua m o r a d a de los Papas, ciudad que cuenta entre sus vicisitudes seculares las del d o m i n i o temporal de los Papas y también con las de su ministerio apostólico. Es una razón eficaz p a r a invitarnos a meditar en los tiempos pasados, pero no adecuada para fijar nuestra atención en estos momentos. Ahora no es el pasado lo q u e nos preocupa, sino el presente. Hay también u n motivo artístico y ¡qué motivo! que atrae de forma perenne y cautiva no sólo la curiosidad del turista o el afán del artista, sino también la devoción de los creyentes que encuentran, u n a vez más, en esta Italia, espléndida de fe y de belleza, una magnífica obra de arte, invadida de intimidad, vigoroso y delicado soplo de u n espíritu limpio y piadoso, gozoso de cantar en la armonía de las imágenes, de las formas, de las estructuras, su paz y fervor como siempre quisiera hablar el místico lenguaje del artista cristiano a la gente de esta tierra y como siempre quisiera hablar a Dios de las cosas h u m a n a s su h u m i l d e y poderosa voz de intérprete de u n pueblo fuerte y fiel. O b r a sublime, en la que se refleja el genio religioso 3!) y gentil de nuestro pueblo, q u e la vemos más angélica que h u m a n a como milagro superior a nosotros, y también la sentimos tan viva y tan nuestra, como si nuestra generación la hubiera ideado, y tanto la amara q u e amorosamente audaz se atreviera a realizarla en todo su contenido, sin q u e r e r violar su intangible perfección, osando ofrecerle su nuevo y apasionado tributo. Si, aquí el arte n o nos distrae, atrae y nos introduce salmodiando en el recinto de lo sagrado y del misterio. Estrofas perennes del monumento litúrgico del Aquinate literario y Debemos adentrarnos en este recinto. Nos referiremos al motivo religioso de esta festividad y, por tanto, de nuestra presencia. Tenemos q u e volver a escuchar, como u n relato, q u e nos trae el eco encantador de las n a i r a ciones medievales, la narración del milagro de Bolsena. Había u n a vez u n sacerdote alemán, al que llamaremos Pedro de Praga, que había venido en peregrinación a esta tierra, a t o r m e n t a d o por la d.uda . . . Pero vosotros conocéis m u y bien esta historia delicio-a v sagrada, no la repetiremos ahora. La recordaremos reflejada, como en u n a meditación, hecha en alta voz en el oficio, denso en ideas y piedad, que T o m á s de A q u i n o , también entonces habitante de Orvieto, como maestro de las cosas divinas en el " S t u d i u m Curiae", 3!) dedicó al misterio eucarístico, m o n u m e n t o literario y litúrgico, q u e desde entonces expresa la fe y el amor de la Iglesia hacia el sacramento de la Cena y de la Pasión del Señor. T a m b i é n éste es motivo especial, que nos convierte en gustoso peregrino a este b e n d i t o santuario no sólo del objeto central, sino también de la f u e n t e de nuestra vida religiosa católica. Y ya hemos llegado al motivo principal de nuestro viaje a Orvieto, celebrar con vosotros el VII centenario de la famosa bula p o n t i f i cia " T r a n s i t u r u s " , que nuestro lejano predecesor, u n piadoso y valeroso h i j o de Francia. U r b a n o IV, el 11 de agosto de 1264 f i r m ó precisamente en esta ciudad, donde a la sazón estaba refugiada la corte pontificia, extendiendo por ella a toda la Iglesia la fiesta del "Corpus Christi", ya vigente en la diócesis de Lieja (donde U r b a n o IV había sido Arcediano). No nos referiremos ahora al significado doctrinal y religioso q u e a d q u i r i ó entonces esta institución, por razones de brevedad; ni diremos tampoco la importancia que esta fiesta ha conseguido en el marco de las solemnidades religiosas de la Iglesia; ciertamente q u e sabréis que está ligada al gran rito pascual, del que quiere ser u n a continuación, como acto de obligada repetición, y sabéis q u e ha marcado u n magnífico desarrollo, siempre genuino, fervoroso, del culto eucarístico en toda la Iglesia, culto que encuen tra su habitual y caracterí-tica expresión solemne llamada precisamente del "Corpus 3!) Christi", que todavía hoy con u n a exuberancia de íe y de fervor quiere r o m p e r el silencio misterioso que circunda a la Eucaristía y tributarle u n t r i u n f o que sobrepasa los m u ros de las iglesias para invadir las calles de las ciudades e i n f u n d i r en toda la comunidad h u m a n a el sentido y la alegría de la presencia de Cristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los senderos del tiempo y de la tierra. Vosotros conocéis muy bien estas cosas, y tenéis todavía vivo su recuerdo. El cristiano ante el misterio eucaristico Este es, hermanos e hijos, nuestro objetivo, la meta de nuestra peregrinación, el sentido de vuestras conmemoraciones. Y aquí nos espera algo tremendo, algo decisivo, nuestra postura interior ante el misterio eucarístico,' al q u e sustancialmente viene a desembocar todo este aparato externo. ¿Cómo nos encqentra el misterio eucarístico? ¿Cómo nos define? ¿Fieles, entusiastas y enardecidos por la adhesión franca y total al "mysterium fidei"? ¿Inciertos y dudosos como el sacerdote forastero de Bolsena? ¿Pensativos y críticos, deseosos de resolver en términos prosaicos, desmitizados, como si fuera u n enigma atorment a n ^ que hubiera que explicarlo en fórmula fácil y comprensible las palabras abstrusas de Cristo?: "Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida... 3!) las palabras que Yo os digo son espíritu y vida" (Jo., 6, 56-64). ¿O indiferentes y refractarios a este difícil y supremo discurso, fáciles desertores del convite del R e i n o de Dios al que todos estamos invitados? La cuestión, como sabéis, es e x t r e m a d a m e n t e grave, pues supone el problema religioso en su epílogo resolutivo; es decir, aceptar o rechazar a Cristo: "¿Acaso queréis marcharos vosotros también? (Jo., 6, 58) - p r e g u n t ó Jesús, después del discurso en C a f a r n a ú n sobre el Pan del Cielo— e implica nuestra suerte suprema: "El q u e coma vivirá" (Jo., 6, 52). Carísimos hijos aquí presentes, queremos pensar que todos vosotros queréis estar clasificados entre los comensales fieles y absortos en torno a la mesa del sacrificio eucarístico y que sabréis reconocer en las especies del p a n y del vino, después de la consagración, la real presencia de Cristo q u e renueva para nosotros, de forma incruenta, pero verdadera, su inmolación. ¡Sea siempre vuestra esta certeza y esté el tema de vuestro coloquio inagotable con Cristo, ésta la p r e n d a consoladora de vuestra eterna salvación! El pan descendido del cielo da la vida a las almas y al mundo Pero seamos objetivos, nuestra m e n t a l i d a d moderna, educada para juzgar sus certezas con el conocimiento directo y sensible y con la p u r a razón científica e i n u n d a d a de i n n u 3!) merables impresiones fantásticas despertadas por las invenciones literarias y las representaciones de los espectáculos q u e d o m i n a n y plasman hoy nuestra psicología, cuesta m u c h o t r a b a j o aceptar con fe segura y con piedad sincera el inefable anuncio eucarístico: "éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre". Nuestra m e n t e queda como a t u r d i d a ; n o encuentra los conceptos, ni las razones, ni vislumbra las consecuencias de este anuncio. ¿Qué es? ¿Qué significa? Y, sobre todo, ¿cómo puede ser una cosa que contradice las leyes físicas y biológicas, que nosotros conocemos? ¿Por qué .el Señor, sí quería comunicarse a nosotros ha escogido u n modo tan incomprensible para nosotros? La respuesta requeriría u n interminable discurso, pero no podemos dejarla a u n lado, a u n q u e sea con simples referencias, patentes a todos, a u n q u e no proporcionen plena comprensión inviten, al menos, a la reflexión A nosotros, los modernos, formados en la mentalidad racional e imaginativa q u e decíamos, nos resulta difícil admitir la realidad que este sacramento nos presenta: es preciso la fe, la adhesión simple y amorosa a la palabra que nos anuncia el misterio eucarístico, y esta adhesión exige nuestra reeducación en pensar con u n e m p e ñ o y coheren cia, que nuestros antepasados, más pobres que nosotros en cultura, pero más fieles y confiados en la verdad q u e viene de Dios, ejercían, a u n q u e también con t r a b a j o y no sin mérito, pero más fácilmente q u e nosotros. Nosotros, los modernos, en compensación, es3!) tamos mejor dispuestos para comprender el p o r q u é de este sacramento. El "cómo" nos plantea u n esfuerzo interior; el " p o r q u é " nos descubre encantadores horizontes. T e n e d paciencia y concedednos unos momentos más vuestra atención. San Agustín nos sirve de guía. En la Eucaristía podemos considerar tres aspectos: en p r i m e r lugar, lo q u e se ve, el pan y el vino; en segundo lugar, lo q u e se cree y está escondido b a j o las especies del pan y del vino, y que es, en realidad, el Cuerpo y la Sangre de Cristo; en tercer lugar, lo q u e significa esta presentación del Cuerpo y Sangre de Cristo b a j o las figuras de pan y de vino (cf. Serm 232, P. L. 38, 1246). A esta tercera cuestión podemos dar una respuesta (que n o es más que u n fragmento de esa inmensa q u e nos p u e d e n dar los maestros de la Teología, y el primero de todos Santo T o m á s (cf. III, 73, 3, etc) ; u n a respuesta q u e nos llena de admiración y que nos deja entrever algo del pensamiento de Cristo sobre todo el misterio eucarístico y es sencillísima, pues n o dice más que esto: Cristo, haciendo uso de su divino poder, se ha revestido de estas apariencias para afirmar, de la forma más expresiva y evidente, q u e quiere ser alimento interior, multiplicado para todos. Quiso hablarnos con signos para hacernos comprender q u e es el pan, es decir, que es el alimento disponible e insustituible de la h u m a n i d a d redimida. De la misma forma que no se p u e d e vivir sin el pan material, tampoco se p u e d e vivir espiritualmente sin Cristo. El es necesario. El es 3!) la vida, El está dispuesto para cada u n o de nosotros, quiere ser el principio interior de nuestra existencia sobrenatural en la tierra para ser el dador de nuestra plenitud en la vida f u t u r a . Primacía de Cristo y su Evangelio A esta conclusión nos lleva y casi nos obliga la más elemental meditación sobre la Eucaristía, y a ella nos invita la presente celebración conmemorativa de la institución d-j la fiesta del "Corpus Christi". Es u n a conclusión formidable, pues p o n e ante nosotros u n dilema que es alternativa de vida o de muerte. Se trata de aceptar o rechazar a Cris to. El llega a nosotros por muchos caminos, la Historia, la tradición, la Iglesia, el Evangelio, y luego llega El, El mismo, pero sólo comprensible para quien tiene fe y se nos presenta en los símbolos del p a n y del vino, y nos dice: Yo soy tu pan, tu sostén, tu fuerza, tu paz y tu felicidad. Y la elección se plantea entre El, el Pan del Cielo, y el pan de la tierra, es decir, los recursos q u e para vivir nos puede dar el m u n d o de los bienes temporales, que El sabe q u e también nos son necesarios, pues El mismo multiplicó los panes para saciar el h a m b r e corporal de aquellos que por escuchar su voz le h a b í a n seguido. Es decir, se nos p l a n t e a el complejo y dramático problema q u e a t o r m e n t a a los hombres de nuestro tiempo y determina su 3!) orientación vital: si es suficiente el pan d e la tierra, es decir, el complejo de los bienes económicos y temporales, para saciar el h a m bre de vida, q u e es propia del h o m b r e ; si al buscar y gozar este p a n terrestre y efímero hay que ignorar el Pan del Cielo, esto es, Cristo, la fe, la concepción cristiana de la vida y excluirlo de los programas de la actividad moderna, y si, finalmente, nos es posible, nos es obligado dar a Cristo y a su Evangelio la primacía que El espera, sin qued a r privados de ese p a n de la tierra que es también u n don de Dios, que es indispensable p a r a nuestra existencia presente y q u e Cristo ha bendecido hasta hacerlo sacramento de su perenne y encarnada presencia e n t r e nosotros. El mensaje de Orvieto Vosotros, hijos sabios y amorosos custodios de estas tradiciones piísimas y populares, comprendéis cuál ha de ser la solución de tan arduo problema, que presenta, especialm e n t e en nuestro país, la vida contemporánea; la solución no puede ser otra que u n nuevo y vigoroso acto de fe en Cristo y su palabra. Vosotros sentís surgir en vuestras almas, despertadas por esta festividad, u n a luz, u n a fuerza espiritual, que podríamos llamar el mensaje de Orvieto: 4 —Mysterium Fiddi. 49 —No crea encontrar el h o m b r e de hoy otro alimento para su insaciable h a m b r e de vida más que la fe y la comunión de Cristo. —No crea el h o m b r e de hoy q u e para conquistar el pan terreno, del q u e tiene necesidad su vida temporal, ha de dejar a u n lado la búsqueda del pan de la vida religiosa y de la fidelidad a la tradición católica. —No crea el h o m b r e de hoy que el tesoro de fe y belleza que se encuentra en la historia y civilización cristiana tiene ahora u n simple valor arqueológico y folklórico, y no piense que lo podrá d i g n a m e n t e conservar y conservarlo como u n tesoro precioso, sí, pero sin verdad y realidad interior, se convertirá en cenizas en sus manos. —Crea el h o m b r e de hoy que quien busca, según la palabra de Cristo, ante todo el Rein o de Dios, tendrá p a n , tendrá abundancia también de los bienes naturales de la ciencia, de la técnica, del t r a b a j o y del arte —Crea el h o m b r e de hoy q u e más a ú n que ayer Cristo le es necesario; h a b i e n d o desper tado en él el deseo de la libertad, de la madurez h u m a n a , del progreso social, de la paz, sepa q u e no sólo para poseerlos, sino para conocer en su verdadero concepto estos ideales, es necesario el Maestro, el Maestro divino q u e es el único que los puede hacer coincidir con la verdad y con la vida. —Y crea, finalmente, el h o m b r e de hoy que la fe h u m i l d e y fervorosa en la Eucaristía q u e Cristo le pide es p a r a su redención,.para su salvación y para su felicidad. Este es el mensaje de Orvieto. 3!) Solicitud paternal Hermanos e hijos queridos, al celebrar este sagrado rito tengamos u n recuerdo, u n a oración para el señor Presidente de la República, que nos apena saberlo gravemente enfermo; sean para él nuestro recuerdo reverente y nuestros votos cordiales. Y tengamos también u n a intención especial q u e nunca nos debe faltar, la de orar por la paz del m u n d o , de la que la Eucaristía es prenda y consuelo. 3!) H O M I L I A D E L PAPA EN EL C O N G R E S O E U C A R I S T I C O N A C I O N A L DE PISA (12 de j u n i o de 1955) ¡Señores cardenales,. entre los que se encuentra nuestro cardenal legado, arzobispo de Florencia, y vosotros, venerables hermanos, y entre todos el amado y respetable arzobispo de esta vetusta e ilustre iglesia de Pisa, autoridades eclesiásticas y civiles, académicas y militares, entre todas el señor presidente del Consejo de Ministros de Italia, y las que representan, ya al Gobierno italiano, ya a la ciudad de Pisa, y vosotros todos, fieles, tanto de Pisa como de R o m a y de Italia reunidos aquí para celebrar este X V I I Congreso Eucarístico Nacional, a todos os saludamos, a todos os bendecimos con el reconocimiento de saber que estáis aquí congregados para unir vuestro h o m e n a j e con el nuestro al misterio de Cristo presente b a j o los símbolos eucarísticos y con la alegría de poder encontrarnos con vosotros, orar con vosotros, presagiar con vosotros nuevas venturas espirituales para esta tierra privilegiada, donde la historia, el arte, la cultura, se h e r m a n a r o n dur a n t e siglos con la fe y se manifestaron en m o n u m e n t o s de belleza y sabiduría incomparables. Saludo y bendición a quienes ahora n o dirigiremos otras palabras para reservar las de la breve homilía a la consideración del tan elevado tema religioso q u e estamos celebrando, pero a quienes reservamos todo nuestro afecto, expresando dicho saludo y bendición en la piedad y caridad del sacro rito litúrgico! Debemos un especial saludo a todos los queridos sacerdotes aquí presentes. El Congreso les dedica con particular intención esta jorn a d a y para compartirla con vosotros, hermanos en la elección q u e Cristo h a hecho de todos nosotros, p o r la entrega a su amor y consagración a su ministerio, hemos llegado hoy. aquí. Amados y venerados sacerdotes, a nosotros corresponde ser conscientes de la doble representación que se nos h a asignado, la de representantes de Dios ante los hombres y la de representantes de los hombres ante Dios; a nosotros corresponde exultar y temblar por haber sido hechos idóneos, a u n q u e dignos, de actuar, obligados por aquella doble misión, in persona Christi, agentes por su virtud del gran misterio eucarístico. Cristo, presente en nosotros con su poder divino y h u m a n o , se hace presente en su realidad sacramental mediante nuestro h u m i l d e y sublime ministerio. Nosotros somos los operarios, los ministros, los distribuidores de la Eucaristía; n o lo olvidemos por la santidad q u e debemos a Cristo y a Dios; n o lo olvidemos por la caridad que debemos a los hermanos. 3!) La verdad de la presencia de Cristo. ¡Hermanos e hijos carísimos! Hemos venido a este Congreso para hacer nuestro el testimonio del que ha hecho su programa: ¡Dios está con nosotros! P o r q u e Cristo está con nosotros. P o r q u e los signos sacrosantos de la Eucaristía no son sólo símbolos y figuras de Cristo o modos manifestadores de u n amor o acción suyos, en la actitud de los comensales con la Cena, sino que contienen a Cristo vivo y verdadero, le muestran presente, com o vivo está en la gloria eterna, a u n q u e aquí representado en la acción de su sacrificio, para demostrar que el Sacramento Eucarístico reproduce de m o d o i n c r u e n t o la inmolación cruenta de Cristo en la Cruz y hace partícipes del beneficio de la redención al que se alimenta d i g n a m e n t e del Cuerpo y Sangre de Cristo, cubierto por esos signos de p a n y vino. Esta es la verdad. ¡Ah! Sabemos que al e n u n c i a r tal realidad, enunciamos u n misterio. Más todavía, no» percatamos de que, al afirmar la verdad tal como la profesa la Iglesia católica, acerca de la Eucaristía, enunciamos también u n n u d o e x t r e m a d a m e n t e complejo y maravilloso de verdades esencialmente unidas con el misterio eucarístico e igualmente misteriosas, pero al mismo tiempo f u n d a m e n t a d a en la realidad. Baste recordar, en primer lugar, al sacerdocio, con sus prodigiosos poderes de actualizar por virtud divina la arcana presencia de Cristo en la Eucaristía y la relación esencial q u t 3!) tiene ésta con el Cuerpo Místico de Cristo (cí. S. T h . II, 73, 3), es decir, con la Iglesia, la cual tiene en la Eucaristía el signo para nosotros ahora supremo de su u n i d a d y el principio más eficaz, el mismo Cristo en acto de extrema caridad, de su composición y santificación. Sin hablar de q u e esta presencia real y oculta, yacente en signos tan vacíos de su naturaleza real —pan y vino— cuanto llenos de significado espiritual específico de la Eucaristía —el alimento espiritual p a r a el h o m b r e peregrino hacia la vida eterna—, lleva consigo tales implicaciones de p r o f u n d i dades teológicas —pensad en la analogía entre la palabra y su idéntica y múltiple resonancia en todos los q u e la escuchan— de referencias evangélicas —pensad en los discursos de Cristo en C a f a r n a ú m y en la última Cena—, de derivaciones litúrgicas —primeram e n t e la misa—, de aplicaciones culturales —pensad en el silencioso y maravilloso misterio de los innumerables tabernáculos q u e esm a l t a n de luces visibles sólo a los ángeles, a los santos y creyentes, la faz de la tierra—, de fecundidad espiritual —pensad en la plen i t u d litúrgica de las asambleas de fieles en t o r n o al altar y á las conversaciones personales que las almas individuales, alimentadas de Cristo o extasiadas en la fe y en la caridad, a d o r a n d o y orando, m a n t i e n e n con el divino Presente—, lleva consigo —repetimos— tales implicaciones religiosas, espirituales, morales y rituales q u e constituyen el corazón de la Iglesia. Jesús dice: Ibi sum in medio. Estoy en el centro (Matth , 18, 2 0 ) . 3!) Falsas interpretaciones Esta es la verdad. Repetimos q u e nos percatamos de que enunciamos u n misterio. Pero así es. Este es nuestro testimonio que coincide con el de este Congreso y nos trae su plena confirmación, que nuestro magisterio apostólico nos autoriza a profesar más todavía, nos obliga a profesar que Cristo está realm e n t e presente en el Sacramento Eucarístico Decimos esto para gozar con vosotros, hijos fieles, que hacéis de la Eucaristía vuestro alim e n t o espiritual, y para robustecer vuestra piedad con ese culto auténtico, q u e se n u t r e del Evangelio y de doctrina teológica al cual os exhorta y facilita el camino la reciente Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia. Decimos esto igualmente para disipar algunas dudas surgidas estos últimos años de la tentativa de dar interpretaciones evasivas a la doctrina tradicional y autorizada de la Iglesia en objeto de tanta importancia. Decimos esto, por último, para invitaros a todos vosotros, hombres de nuestro siglo, a que fijéis vuestra atención en este antiguo y siempre nuevo mensaje que la Iglesia repite todavía: Cristo vivo y oculto en el signo sacram e n t a l que nos lo ofrece, está realmente presente. No es una palabra vacía, no es sugestión supersticiosa o fantasía mítica; es la verdad, no menos real, a u n q u e situada en distinto plano, que aquellas q u e todos nosotros, formados en la cultura moderna, estamos explorando, conquistando y a f i r m a n d o 3!) acerca ele las cosas que nos rodean y que. conocidas, dan el sentido de las verdades seguras, siempre positivas y, además, útiles, la^ verdades científicas. Misterio de fe ¡Hombres, hermanos e hijos de nuestro tiempo!, creemos comprender vuestra perplejidad, así como la contrariedad que sentís algunos de vosotros ante el anuncio del misterio eucarístico q u e la Iglesia sigue proclam a n d o y qüe Nos mismo, aprovechando una ocasión tan propicia y solemne, c o n f i r m a m o i aquí. ¿Cómo puede ser —nos parece oír m u r m u r a r a alguno—, cómo p u e d e ser tal cosa q u e trasciende toda experiencia ordinaria, todo conocimiento h a b i t u a l en el m u n d o físico, toda posibilidad de control sensible? La educación mental de nuestro tiempo h a b i t ú a el pensamiento a certezas concretas y no superiores a su capacidad cognoscitiva; el arte de la duda, además, y de la crítica negativa, la comodidad mental del agnosticismo y escepticismo, la facilidad p a r a la negación, tanto especulativa como práctica en la confrontación de las religiones y acaso una secreta pereza que en el f o n d o de las almas de tantos hombres, no desprovistas u n día de recta información religiosa y de cierta favorable experiencia de quién es Cristo y c u á n t o vale su palabra, paraliza en u n m o m e n t o d a d o u n acto de h o n r a d a y valerosa reflexión, todas 3!) estas formas características de la m e n t a l i d a d y cultura modernas detienen a veces al h o m bre p r o f a n o ante el anuncio q u e reiteramos a q u í : Cristo está con nosotros, y p o n e n en sus labios los comentarios negativos de los oyentes del gran discurso eucarístico de Cristo en C a f a r n a u m : " ¡ D u r o es este razonamiento, y ¿quién puede oírlo?!" (lo., 6, 60). Pues bien, hombres de nuestro tiempo, todos vosotros sois también, creemos, hijos de la Iglesia y hermanos nuestros, por estar bautizados, y, por consiguiente, aspirantes a la inefable comunión con Cristo vivo, podemos exponer ahora las razones q u e hacen aceptable la gran verdad eucarística, pero preferimos limitarnos a deciros lo que nos decíamos a Nos mismo: es u n misterio y es u n a verdad de otro orden distinto de la lógica ordinaria y del conocimiento derivado de la experiencia sensible, pero es u n a verdad garantizada por la palabra del Maestro Jesucristo, u n a palabra que tiende a poner en f u n cionamiento en nuestro espíritu u n modo especial de captar y de adherirse a u n a verdad superior a su inteligencia normal; u n m o d o particular de aceptar y de vivir u n a Palabra que se justifica por sí misma y lleva consigo u n atractivo secreto reconfortante, incluso cuando se apoya en tantos argumentos plausibles; u n m o d o particular de comprometer nuestro ser e n aceptar u n a Verdad, que se afirma equivalente a la Vida; ese m o d o particular que se llama —ya lo adivináis— la fe 3!) La Eucaristía es mysterium fidei, misterio de fe. Luz vivísima, luz dulcísima, luz certísima para quien cree; rito opaco para el q u e n o cree. ¡Ah!, ¡qué decisivo es el tema eucarístico llevado hasta este p u n t o de distinción! Quien lo acepta, discierne. Lo discierne con la vigorosa conclusión de Pedro: "¡Señor!, ¿a quién iremos? ¡ T ú sólo tienes palabras de vida eterna!" (lo., 6, 6 8 ) . Que no humilla sino que eleva ¡Hermanos e hijos carísimos! T a l vez sea éste el m o m e n t o para todos propicio de renovar la elección que Cristo p o n e ante nosotros no sólo respecto a este relevante dogma relativo al misterio eucarístico, sino a todo su mensaje evangélico, como nos p r o p o n e la Iglesia conducida por el Espíritu Santo y después de larga vigilia de meditación; en una palabra, respecto a la fe católica. En la hora solemne del Concilio Ecuménico, mientras en el reloj de la Historia suena el comienzo de u n a nueva jornada para la vida del m u n d o , nuestra fe desempeña u n a f u n c i ó n de gran importancia. T o d o s conocen la necesidad de una verdad trascendente y p r o f u n d a m e n t e apta para iluminar el camino de la H u m a nidad sentido ya diferente, pero p r o f u n d a y ampliamente: la fe católica, u n a vez más, presenta al m u n d o su impresionante ofrecimiento. 3!) Fijaos. Es u n ofrecimiento libre a hombres libres y, si se paran mientes, liberador El Señor lo h a afirmado: la verdad, su verdad os h a r á libres (lo., 8, 32); es u n ofrecimiento gratuito y desinteresado, como el ofrecimiento q u e de un Amor i n f i n i t o llega a su p r i n cipio y fin; u n ofrecimiento q u e n o humilla la mente h u m a n a , sino que la eleva a visiones superiores; un ofrecimiento q u e n o pert u r b a el ejercicio propio del pensamiento h u m a n o ni estorba el t r a b a j o con su n a t u r a l y h o n r a d o cansancio ni detiene la actividad temporal en sus conquistas civiles, sino, al contrario, ilumina y conforta al hombre, que llena la jornada de la vida presente con obras dignas; u n ofrecimiento —¿quién lo ignora?— que n o detiene el progreso social, n o aparta al h o m b r e de sus legítimas aspiraciones vitales, sino que lleva consigo el eterno y alegre mensaje evangélico de consuelo y esperanza p a r a todo dolor h u m a n o y de estímulo, asimismo, a toda obligada justicia; u n ofrecimiento al q u e va unida la responsabilidad ante Dios respecto al destino de la vida individual (recordad: el q u e creyere . . . se salvará; Marc., 16, 16); y ante la Historia el destino de la paz en el m u n d o ; ofrecimiento grave y grande, por t a n t o T o m a , compromete la vida en u n programa sincera e intencionadamente magnánimo, p e r o siempre cristianamente sencillo, b u e n o y piadoso: la fe es vida, la fe es salvación. 3!) Pero debe ser firme Si nuestra voz puede tener fuerza de expansión y penetración, deseamos que primero llegue a vosotros, pisanos, a vuestros corazones. Esta es la hora de la fe; repetiremos la exhortación apostólica: "¡Permaneced fuertes en la fe!" (1 Petr., 5, 8 ) ; en la fe q u e ha tejido vuestra historia y h a hecho vuestra gloria. Q u e éste sea el día en "que adquirís plena y voluntaria conciencia y hacéis de ella objeto de fidelidad. Y nos atrevemos paternalmente, con corazón de amigo y deseo de estima, a unir nuestra invitación a la nueva consideración de la fe de Cristo en el umbral, n o desconocido p a r a Nos y q u e veneramos, de vuestra célebre Universidad, cuya acta de nacimiento firmó, en siglos pasados, en 1343, nuestro lejano predecesor Clemente VI, y en el u m b r a l n o menos estimado de vuestra ilustre Escuela Nacional Superior; la invitación merece que espíritus ardientes y reflexivos, q u e cobijan estos augustos edificios del saber, reflexionen sobre su gravedad y reconozcan su bondad. Asimismo al pueblo toscano, que hoy recibe nuestra visita, repetimos las mismas palabras: amad, hijos de Toscana, la fe cristiana de esta tierra privilegiada y bendita; la fe de vuestros santos, la fe de los grandes espíritus cuya inmortal memoria se h a celebrado ayer y hoy: Galileo, Miguel Angel y Dante; la fe de vuestros padres; haced q u e todavía hoy 3!) vuestra fe sea pura y viva y m a ñ a n a la de vuestros hijos. Y quisiéramos que el eco de nuestra voz, por la firmeza de la fe de Cristo, traspasase el m a r T i r r e n o y llegase a la querida Cerdeña, a la isla laboriosa con la q u e tuvo Pisa d u r a n t e siglos intercambio espiritual y cívico, y luego a toda Italia, q u e halla hoy aquí magnífica expresión de su u n i d a d espiritual, augurio admirable de su cristiana prosperidad. Este es el mensaje que el Papa ha venido a traer personalmente al Congreso Eucarístico Nacional de la gloriosa Pisa. 3!) R A D I O M E N S A J E AL VII C O N G R E S O EUCARISTICO DEL PERU (19 de septiembre de 1965) Amadísimos hijos del Perú: Con la vibrante manifestación de este día clausuráis el VII Congreso Eucarístico Nacional q u e ha tenido como sede la histórica y gloriosa ciudad de Huancayo. Nos llegamos a vosotros por medio de la R a d i o con el corazón transido de gozo, en íntima comunión, con vuestros espíritus que se han dado cita ante el altar. Nuestro mensaje va a vuestras almas —queremos que así sea— para conmoverlas, para invitarlas a una respuesta, en la intención de obligar a los ojos interiores del pensamiento y al sentimiento a abrirse a la gracia de estos días, y así i n u n d a r en cada u n o de vigor nuevo y de visión fascinadora el sentido de la propia vida. Vamos a resumir en tre» ideas los múltiples temas que porfían por participar en este primer coloquio personal con vosotros. Y así os diremos en seguida q u e vemos en las solemnidades que estáis celebrando u n 5.—Mysterium Fidei, 65 h o m e n a j e público, social, solemne, cíe fidelidad de todo el Perú a Cristo en la eucaristía. Las muchedumbres que se apiñan en torno a la custodia, las lilas de comuniones en las iglesias de la ciudad y a u n del territorio nacional, los actos de culto eucarístico en calles y plazas, ¿no son signo evidente ele la h o n d u r a con que la le cristiana ha prendido en el alma peruana? Perú sigue siendo católico, y esto es un gran consuelo para el Vicario de Cristo. Hijos amadísimos: la fe es u n don del cielo que ha tenido su expresión más brillante en la santidad que en vuestro suelo ha florecido: lo dicen Rosa de Lima, T o r i b i o de Mogrovejo, el h e r m a n o M a r t i n de Porres y tantos otros. Mas para conservar y transmitir este patrimonio a la posteridad es necesaria la propia cooperación. En la meditación de esta tarde cada u n o ha de pensar cómo convertir en vivencia propia el mensaje cristiano, cómo darle transparencia ante el m u n d o adverso a la interioridad, cómo de-componer la luz de su prisma maravilloso en las refracciones varias de opción personal. No será sin una aplicación seria al conocimiento de la verdad religiosa por medio de la instrucción: este es el primero y f u n d a m e n t a l paso para salir de u n catolicismo rutinario a una existencia integralmente cristiana: con sabor de sal para la sociedad y la civilización nuestra, amable y atractiva frente a la invasión hedonista del vivir actual, capaz de captar la simpatía del joven 3!) y del anciano, del sabio y del inculto, del h o m b r e de negocios y del t r a b a j a d o r común, dotada ele una virtud formidable para someter esquemas mentales y. modos de obrar alejados, al suave yugo de la ley de Cristo. La profesión cristiana exige, entre otras cosas, conocer al Señor, amoldar las costumbres a los preceptos del Decálogo y del Evangelio, contribuir a edificar u n a sociedad mejor, más justa, más atenta a las necesidades h u manas. Parte de ella de un compromiso f u n damental y decisivo, nos introduce en u n estilo nuevo y peculiar, nos regenera, nos hace penetrar en Dios, en su misma vida. ¡Qué horizonte luminoso para contemplar, qué camir.o seguro para seguir! U n a segunda reflexión nos la sugiere el Altar en que Cristo se hace presente como víctima del sacrificio incruento de la misa y alimento espiritual en el b a n q u e t e eucarístico. La fracción del Pan h e r m a n a a cuantos de ella participan, actúa de p o d e r o o aglutinante que a todos los creyentes une en el mismo amor de Cristo que se inmola, como cabeza de un mismo cuerpo. El hecho de tomar parte en la misma mesa debe tener una aplicación práctica en la observancia de la caridad y de la justicia en las relaciones sociales. "Nosotros, por tanto —decía San Justino—, después de esto (una vez recibidos el bautismo y la comunión) recordamos siempre ya para adelante estas cosas entre nosotros; y los que tenemos bienes socorremos a todos los abandonados, v siempre estamos unidos los unos con los otros'' (San Justino, 3!) cf. Apología la., 67 y 94; P G 6, 431). La participación en el b a n q u e t e eucarístico, en una palabra, es una invitación a corregir las injustas desigualdades sociales entre personas, sectores o pueblos. Acompañe por lo tanto a la comunicación de la riqueza sobrenatural por parte de Cristo, nuestro salvador y hermano, la solidaridad, la distribución más justa de los bienes de la tierra entre los miembros de las comunidades humanas. Finalmente queremos recoger otra lección de vuestro magnífico Congreso Eucarístico: el culto al santísimo sacramento en torno a la Presencia Real, es un tesoro que no podemos dejar pasar como flor q u e hubiera llegado ya a su otoño. 1 a sensibilidad del pueblo cristiano que gusta la grandiosidad de los Congresos Eucarísticos Internacionales y se recrea con el h u m i l d e saludo popular de "Alabado sea el Santísimo Sacramento"; esas velas de adoradores nocturnos ante la Custodia, tantas capillas o iglesias que, teniendo al Señor de manifiesto, invitan al coloquio personal; las visitas al Santísimo q u e dan calor espiritual a la jornada; la belleza de las procesiones del Corpus; todas estas son cosas de tanta tradición en la Iglesia, de tanta eficacia santificadora que, aunque susceptibles de adaptación, nunca se habrá de renunciar a ellas. Su misma belleza exige por nuestra parte u n a actitud de atención. ; N o son las cosas más hermosas las que con más mimo se tratan? Si en el espíritu del Concilio está el atraer de nuevo más y más al p u e b l o a un culto eu3!) rarístico mayormente centrado en la misa, más penetrado de p r o f u n d o sentido pascual, más orientado hacia la plenitud de su significación misteriosa de prolongación del sacrificio de la cruz, no por eso el culto de adoración ha de dejar de ser tan vivo, tan operante como antes. La palabra, el Verbo mismo hecho carne, que reside en el tabernáculo, merece u n culto que es cumbre, completándolo, de aquél con q u e se venera y se acoge la palabra contenida en los libros sagrados. Cristo personalmente presente junio a la luz vacilante de la lámpara solitaria sigue exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a ios quu le adoran con fe (el. lo. 4, 23). T o d a la c o m u n i d a d eclesial recibe su vida y su amor de este centro p e r m a n e n te que es la persona misma de Cristo: la adhesión a esta presencia asegura la conservación y el desarrollo de la vida comunitaria de la Iglesia, de su u n i d a d con Él. ¡Oh sacerdotes carísimos que, administrando el sacramento, tocáis el cuerpo virginal de Cristo! Alimentad vuetra fe con este misterio inefable. A n t e Jesús gustaréis la experiencia de los discípulos de Emaús cuyo corazón ardía con la compañía inadvertida del Maestro (cf. Luc. 24, 13 ss.). ;Oh padres de familia! Pensad en el pan del cielo cuantío a vuestros hijos procuráis el sustento cuotidiano. ¡Oh vírgenes a Dios consagradas! Si le amáis, seréis castas; si le tocáis, seréis puras; si le recibís, seréis vírgenes (cf. Brev. Rom. 21 jan. resp. lect. 2: in festo S. Agnetis). ¡Oh hijos amadísimos del 3!) m u n d o del trabajo! Si a Cristo acudís, la carga no se os hará pesada (cf. Matth. 11, 30) y vuestro espíritu se verá ennoblecido con la dignificación que el h u m i l d e trabajador de Nazaret confirió a la fatiga h u m a na. ¡Oh Perú, cuna gloriosa de santos y de héroes! Si sigues a Cristo, Maestro y Rey de amor, como en este solemne día le prometes, en Él encontrarás para tu salvación las palabras de vida eterna (cf. lo. 6, 69). En nombre de Cristo descienda sobre el dignísimo cardenal legado nuestro, sobre nuestro venerado h e r m a n o el celoso pastor de Huancayo, sobre el Episcopado, autoridades civiles, militares, académicos, sobre los sacerdotes, familias religiosas y seglares, sobre todo el amadísimo pueblo peruano, nuestra cordial bendición apostólica. 3!) I N D I C E MVh i KRM'M FI DEI 3 Motivos de solicitud pastoral y de ansiedad 6 La Sagrada de íe 8 Eucaristía es u n misterio El misterio eucaristico se realiza en el sacrificio de la misa 12 En el sacrificio de la misa, Cristo se hace sacramentalmente presente 18 Cristo Señor está presente en el sacramento de la Eucaristía por la transubstanciación 21 Del culto latréutico debido al sacramento eucaristico 29 Exhortación para promover el culto eucaristico 31 MENSAJE DE O R V I E T O AL M U N D O DE HOY 39 Estrofas perennes del m o n u m e n t o literario y litúrgico del A q u i n a t e 42 El cristiano ante el misterio eucaristico 44 El pan descendido del cielo da la vida a las almas y al m u n d o 45 Primacía de Cristo y su Evangelio 48 El mensaje de Orvieto 49 Sol iii: ud paternal 51 H O M I L I A D E L PAPA EN EL C O N GRESO EUCARISTICO NACIONAL DE PISA 53 La verdad de la presencia de Cristo 55 ... Falsas interpretaciones 57 Misterio de fe 58 Q u e no humilla sino que eleva 60 Pero debe ser firme 62 RADIOMEN'SA JE A L VII C O N G R E S O E U C A R I S T I C O DEL P E R U 65 se terminó de imprimir el día 22 octubre de 190.5, en las prensas de Editorial Del l'aoiflco, Alonso Ovalle 766, Santiago-Chile. S. A., de