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Tribuna humanística
Embarazadas en el arte
Pregnant women in art
Prof. Castillo Ojugas, A.
Profesor Emérito. Facultad de Medicina. Universidad Complutense. Vicepresidente de la Asociación Nacional de Médicos
Escritores y Artistas. Madrid.
UNA GESTANTE EN EL TAPIZ X DE LA SERIE
«LA CONQUISTA DE TÚNEZ» (fig. 1)
Posiblemente la colección de tapices del Patrimonio
Nacional sea una de las más importantes del mundo.
Más de 1.500 piezas se conservan, lo que representa varios kilómetros de colgaduras que sólo en parte
se exhiben en las distintas dependencias palaciegas
reales. Una de las series más fastuosas por su tamaño y la riqueza en su ejecución representa la expedición de Carlos V contra Túnez, ciudad desde
donde el pirata Barbarroja, feudatario del sultán otomano, dirigía la mayoría de las operaciones contra
España y sus dominios mediterráneos.
Pocas veces se ha preparado una expedición militar
con tantos medios de propaganda para glorificar a un
caudillo como en ésta de Túnez que Carlos V llevó a
cabo en 1535. En efecto, para perpetuar la gesta,
además de los cronistas oficiales, se requirió la presencia de un reconocido artista flamenco, Jan Cornelisz Vermeyer, que por su larga y rojiza barba llamaban «Barbalunga», y su ayudante Hermann Posthumus, los cuales tomaron numerosísimos apuntes
de la gesta, desde los preparativos y desfile de las
tropas en Barcelona hasta el regreso de la expedición, retratándose en tres ocasiones ellos mismos.
El hecho de armas resultó brillantísimo pero a la postre los beneficios materiales nulos, como ocurrió
años después en Lepanto. La conquista de la ciudad
de Túnez, al contrario de lo que sucedió en La Goleta, resultó fácil, puesto que los cautivos cristianos
que estaban en el alcázar se sublevaron y los defensores otomanos se encontraron entre dos fuegos,
optando por retirarse precipitadamente hacia Bona,
otro reducto del rebelde Barbarroja.
Los dos artistas, al regreso a Flandes pasaron a limpio los apuntes de la guerra y ayudados por otro pintor, Pieter Coecke Van Aelst, pudieron presentar los
cartones que por orden de la Regente, María de
Hungría, hermana de Carlos V, tenía que tejer en
Bruselas el gran tapicero Willen de Pannemaker, según contrato de 1548. La ingente obra que abarcaba
12 paños de gran tamaño (se conservan diez), entre
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Fig. 1.—Detalle de la embarazada del Tapiz X de la serie
«La Conquista de Túnez». Patrimonio Nacional.
5,20-5,30 metros de altura por 8,30-9,80 precisó la
colaboración de más de ochenta maestros tapiceros
y se utilizaron grandes cantidades de seda de Granada, lino de Lyon e hilos de oro y plata, terminándose
en 1554 tras seis años de labor, estrenándose en Inglaterra para ornar el casamiento de Felipe II con su
tía, la reina María Tudor.
El tapiz X titulado «Saqueo de Túnez», que se exhibía unido al IX «Toma de Túnez», puesto que ambos
carecen de motivo ornamental en sus laterales izquierdo y derecho, respectivamente, para formar un
grandioso paramento de diecisiete metros, muestra, entre las muchas escenas y figuras, la mujer
embarazada que vamos a comentar.
En el centro de tapiz hay un grupo de cinco personas.
La gestante lleva un amplio vestido azul que deja ver
su abultado vientre recogido por debajo por una banda blanca enrollada que hace destacar más su embarazo. Un niño se agarra a la falda de la otra mujer cuya
cara se perfila debajo del tocado azul celeste, del mismo tono que los bordados de su manto. La embarazada es objeto de rescate y su amo la tiene sujeta levemente con la mano derecha sobre el manto que la
cubre, como incando su posesión, mientras que su
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CASTILLO OJUGAS A. EMBARAZADAS EN EL ARTE
mano izquierda está recibiendo unas monedas de oro
que le da el caballero de larga y poco cuidada barba ricamente vestido con capa en la que realzan bordados
sobre el propio tapiz. Con muchas dudas se asegura
que representa a Carlos V efectuando el rescate. Yo lo
niego rotundamente, pues nunca el Emperador llevó
tal tipo de barba sino que siempre aparece con ella
bien recortada y poco pronunciada, incluso en los paños I y XII de esta misma serie.
Quiero destacar la presencia de esta mujer gestante
en el tapiz además de su protagonismo, pues representa el acto de liberación de la cautiva, una de las
veinte mil almas que se redimieron según se dice en
la cenefa del paño, sino también porque destaca el
color azul de su vestido, posiblemente el más luminoso de toda la serie, y conseguido de manera muy
concienzuda por los colaboradores de Pannemeker
ya que sabemos por el contrato que se le entregaron
lanas de diecinueve colores y entre tres y siete tonos de cada uno.
LA EMBARAZADA DE LOS FRESCOS
DE VALMANARA (fig. 2)
A principios del siglo XVI el poderío comercial y territorial de Venecia empezaba a limitarse por varias razones: una fue el descubrimiento de América, otra la
disminución de sus contactos comerciales con
Oriente y sobre todo, la pérdida de enclaves y zonas
de influencia ante el poderío del poder otomano. Por
ello, los nobles y los ricos comerciantes venecianos
empezaron a expandirse por los alrededores de la
ciudad, entre Padua y Vicenza especialmente, adquiriendo grandes fincas que les sirvieran, no sólo de
recreo, sino también de aprovisionamiento en caso
de bloqueo marítimo. Y sobre aquellas zonas de tierra firme comenzaron a construir hermosas fincas de
recreo y de producción que hoy constituyen un espléndido conjunto, Patrimonio de la Humanidad.
Y no sólo eran los venecianos, sino también las familias pudientes de las poblaciones vecinas siguieron esa tendencia que en el fondo demostraban su
potencia económica. Ese deseo de ser admirados y
hasta envidiados era motivo de que tales residencias
campestres llegaran a ser verdaderos palacios rurales. Recordemos la impresión que recibió Carlos V
cuando en 1532 los duques de Mantua, después de
haberle recibido en su gran palacio medieval, repleto
de tapices, pinturas y tesoros, le llevaron a su casa
de campo, que no dista mas de dos kilómetros, el
Palazzo Te, fantásticamente decorado por Giulio Romano.
Los Valmanara eran una de las familias pudientes de
Vicenza donde poseían un magnífico palacio diseña-
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Fig. 2.—«Comida de una familia campesina». Fresco de la
sala II de la «Forasteria» de la Villa Valmanara por
Giandoménico Tiépolo.
do por Palladio, obra importantísima de este genial
arquitecto renacentista y a mediados del XVIII, un
descendiente, Leonardo Valmanara, adquiere cerca
de la ciudad una finca que se llamaba «Villa de los
Enanos» por tener en la casa esas figuras, construida en 1669 por Antonio Muttoni, y consigue contratar al gran pintor Gianbattista Tiepolo para que vaya a
decorar las habitaciones del Palacete y de una edificación adjunta, la «Forasteria», donde se alojaban
los huéspedes.
Hacía poco tiempo que Tiepolo había regresado de
Würzburg, donde decoró con inmensos frescos el
palacio del Arzobispo-Elector, y aceptó el encargo de
Valmanara, donde como en la ciudad alemana, le
ayudaron sus hijos Giandoménico y Lorenzo. El patriarca pintó las estancias principales con episodios
heroicos y mitológicos, mientras que Doménico decoraba las habitaciones de la Forasteria con temas
variados, por ejemplo, una habitación chinesca, otra
de arquitecturas, una con escenas carnavalescas y
otra de cuadros campestres.
Y es aquí donde Giandoménico muestra su arte más
realista, de captor magnífico de la vida popular con
esta «Comida de una familia campesina», que se desarrolla al aire libre junto a una desvencijada tapia de
madera que tiene una puerta entreabierta por la que
sale una mujer. Un muchacho echado en el suelo
apura un tazón de sopa; el marido, de espaldas, sostiene un niño desnudo y la embarazada, tenedor en
mano, una «forchetta» de tres púas, está comiendo
un abundante y suculento plato que casi apoya en su
abultado vientre. Sobre la mesa cubierta de fino
mantel que contrasta con el ambiente rústico hay un
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ancho vaso de vino y un gran pan, y en el suelo, una
calabaza para el mosto, un plato y una olla.
Acerca de la gestante, hay que señalar su avanzado
estado, el detalle de que el vestido está levantado
por delante debido al vientre tan prominente y los tobillos tal vez algo edematosos. Por lo demás se la ve
sanísima y dispuesta de traer al mundo otro niño tan
hermoso como el que sujeta su marido.
Como curiosidad diré que ante el temor de que pudieran ser destruidos estos frescos durante la última
guerra europea y, en efecto, uno de los techos fue
alcanzado por una bomba, se pasaron a lienzo y se
escondieron en una mina de los Dolomitas, colocándose ya en los años cincuenta en su lugar primitivo,
los muros de Valmanara.
Gianbattista Tiepolo, poco tiempo después de este
trabajo, fue llamado, casi obligado por Carlos III, para
que fuera a decorar el Palacio Real de Madrid que estaba construyendo aunque ya tenía a su servicio otros
dos grandes artistas, Corrado Giaquinto, y el bohemio
Antonio Rafael Mengs. Tiepolo tenía más de sesenta
años y no deseaba de ninguna gana marcharse de Venecia, pero ante el encargo más importante de su vida
cedió, dejando a su mujer al cuidado de sus propiedades, y salió para Madrid con sus hijos, Doménico y Lorenzo, donde llegaron en junio de 1762.
Mucho trabajaron los venecianos en nuestra ciudad
y en 1767 el anciano pintor pidió autorización al Rey
para no hacer trabajos al fresco por la peligrosidad
de subir a los andamios y le permitiera seguir pintando obras de caballete que, por cierto, también
fueron monumentales como ese Santiago del Museo de Budapest, que mide tres metros, o las pinturas para la Iglesia de San Pascual en Aranjuez, que
todas sobrepasan los dos metros.
El 27 de marzo de 1770, a los 71 años, murió inesperadamente, y como vivía cerca de la parroquia de
San Martín fue enterrado allí, pero no se conserva su
sepultura. Su hijo Giandoménico regresó a Italia muriendo en Génova en 1804, mientras que Lorenzo,
de quien se conservan unos preciosos retratos de tipos populares al pastel, quedó en Madrid, con su
eterna petición de ser nombrado pintor de cámara.
Nunca lo consiguió, pero a su muerte, acaecida seis
años después de su padre, en 1776, su viuda recibió
la pensión que le hubiera correspondido.
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Fig. 3.—«La Reina doña Margarita de Austria embarazada con
su hija Ana Mauricia» por Bartolomé González.
Kunsthistorisches Museum. Viena.
LA REINA MARGARITA DE AUSTRIA (fig. 3)
mera vez pisaba tierra española y otro, su primo, un
joven bien parecido, de 27 años, que conocía el país
y había renunciado poco tiempo atrás a ser cardenal
de Toledo, el archiduque Alberto. Allí en la capital del
Turia se celebró la doble boda del rey Felipe III con
Margarita de Austria-Stiria y Baviera y del Archiduque
con Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, que marcharan pronto hacia los Países Bajos. Afortunadamente para la genética pero no para la historia de España, este matrimonio fue estéril, pero no el del Rey
con su sobrina, fructificado con ocho descendientes.
El 18 de abril de 1599 llegaba a Vinaroz una flotilla
que transportaba muy ilustres personas que días
después se iban a casar en la catedral de Valencia.
Una era una niña de 14 años, Margarita, que por pri-
Dos años después de la boda, el 29 de septiembre
de 1601, doña Margarita dio a luz a la Infanta Ana
Mauricia, que también a la misma temprana edad esposó con Luis XIII de Francia, y es esta niña la que
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aparece junto a su madre en el retrato que vamos a
comentar, obra del pintor real Bartolomé González,
conservado en el extraordinario museo de Viena, junto con otros muchos cuadros de distintos miembros
de la realeza española, e incluso a distintas edades.
La reina doña Margarita se encontraba en avanzado
estado de gestación cuando esperaba su tercer hijo,
que sería el futuro rey Felipe IV. Podemos asegurar
que el cuadro está pintado en los primeros meses de
1605 porque la niña lleva en sus brazos un precioso
monito, que es el mismo con el que aparece retratada ella sola, con su vestido de corte, como una lujosa
muñeca, en una pintura de Pantoja de la Cruz fechado en 1604, también del mismo museo vienés.
Demuestra la Reina su capacidad genésica para dar
continuidad a la monarquía. No es un caso único en la
historia pictórica, pues es conocido un retrato de su
hermana, Magdalena de Austria, casada con Cosme II
de Medici, en tal venturoso estado pintada por Sustermans en 1629, y más tarde en 1640 el de su nuera, Vittroria della Rovere, mujer de Fernando II de Medici.
Margarita es seguramente la más prognática de su
familia, rasgo que se acentúa fisiológicamente durante el embarazo debido a la hiperactividad hipofisaria y que en este caso destaca más debido a la
gran gola en forma de plato que lleva. Estos aparatosos adminículos iban montados sobre unos aros de
plata que a su vez llevaban pinjantes argénteos, de
crisal de roca o del mismo encaje que la gola. Lope
de Vega en «Los pleitos de Inglaterra» refiere cómo
quedaron enganchados por esas arandelas la reina y
su amante. La cara todavía parece mas alargada por
el pelo que lo tiene peinado hacia arriba y atrás y recogido bajo un gorrito en forma de dedal con festones plateados como los de su vestido y rematado
por una pluma. El pelo es rubio y las crónicas cuentan que días antes de su muerte por septicemia
puerperal se lo cortaron «para que obrasen los medicamentos, cayendo como madejas de oro».
Sigamos observado en el retrato el fabuloso collar
en el que destaca «el Gran Estanque», fabulosa esmeralda, y la legendaria perla «la Peregrina». El vestido a nivel del pecho no señala ninguna turgencia.
La moda procuraba disimularlas mediante rígidas estructuras que Quevedo, seguramente alguna vez engañado por las mujeres, comenta: ...«si las besas, te
embarras los labios; si las abrazas, aprietas tablas y
abollas cartones; si las acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines». Este tipo de
zapatos llevaban una altísima suela de corcho o madera que en las cortesanas venecianas era tan elevada que tenían que caminar por la calle ayudadas por
dos criadas.
Para conseguir esa forma acampanada del vestido
de riquísima tela usaban el verduguillo, adminículo
de alambre con los «verdugos» o aros horizontales,
anchos los de abajo y progresivamente menos amplios los superiores. Aquí, a la Reina no le colocaron
los mas altos para que se permitiera el natural crecimiento del abdomen. Años después este verduguillo
se construyó mayor, el guardainfante, que además
de embellecer a las mujeres, según la moda de entonces, las hacía disimular los embarazos no deseados, y aunque hubo pragmáticas prohibiendo esta
moda, censurada por el clero, nunca las damas dejaron de usarlo. Véanse los retratos de la otra Margarita de Austria por Velázquez, su nieta o la misma Reina doña Mariana de Austria, por Carreño antes de
quedar viuda, momento en el que siempre aparece
con su monjil vestido. Chocante era lo que escribía
sobre esas prendas el Padre Alonso de Carranza en
su «Discurso contra los malos trajes y adornos lascivos» publicado en 1636. «La pompa y andadura de
este nuevo traje es llano que admite mucho aire y
frialdad, que envía al útero donde se fragua el cuerpo humano y le convierte en inepto para la generación»... ¡Que se lo digan a doña Margarita, la «Menina» de Velázquez, que tuvo seis hijos o a doña Mariana también con seis!
La tercera gestación en la que aparece retratada la
Reina era la del futuro Felipe IV, nacido el 8 de abril
de 1605. Hemos dicho que la primera fue la de la Infanta Ana Mauricia; la segunda, también una niña,
Ana, que murió a los dos meses y que dio motivo a
un curioso cuadro del «Nacimiento de la Virgen» por
Pantoja de la Cruz, en el que aparece la madre de la
Reina, doña María de Baviera y dos de sus hijas, las
archiduquesas Leonor y Catalina Renata. La cuarta
fue otra María, a la que pretendió el príncipe de Gales en su romántica e interesada visita a Madrid y
que terminó casándose con su primo, el emperador
Leopoldo III, motivo posterior de complicaciones dinásticas. El quinto niño fue el inepto infante don Carlos, inmortalizado por Velázquez y por la equivocación poética de don Manuel Machado. El sexto, el
cardenal infante don Fernando, mucho más aficionado a la guerra, a la caza y a las mujeres que los latines, la séptima una niña, Margarita Francisca, y el último y octavo, Alfonso, que visitó sólo un año y llevó
a la tumba a su madre a causa de la mencionada infección puerperal el día 3 de octubre de 1611, a los
26 años, nueve meses y ocho días de su vida.
Correspondencia:
Prof. Castillo Ojugas
López de Hoyos, 72
28002 Madrid
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